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ALGUNAS REFLEXIONES ACERCA DEL ACCIONAR ESTATAL ESPAÑOL FRENTE

AL CONFLICTO CON E.T.A.

Democracia e integración
Agustín Peña y Lillo Franco Cortes
agustin_pyl@hotmail.com francojcortes@gmail.com
Facultad de Filosofía y Letras, UNCuyo Facultad de Filosofía y Letras, UNCuyo

Introducción

En un artículo denominado “Guerra y Paz en el siglo XX”, Eric Hobsbawm cuestionó la utilización de la
palabra “guerra” dentro del discurso público para señalar el despliegue planificado de una fuerza militar
contra alguna entidad nacional o internacional considerada peligrosa para la sociedad, habida cuenta que esto
suponía confundir dos tipos de organismos armados:

“Uno, que podemos llamar ‘soldados’, se enfrenta a otros ejércitos y tiene como propósito
su derrota. El otro, llamémoslo ‘policía’, aspira a mantener o a restablecer el grado necesario
de ley y orden público en el seno de una entidad política ya existente, por lo general un
estado. La victoria, que no tiene necesariamente una connotación moral, es el fin de una de las
fuerzas; la otra debe llevar ante la justicia a quien ha quebrantado la ley, y esta tarea sí que
posee una connotación moral. Esta distinción es, sin embargo, mucho más fácil en la teoría
que en la práctica. En sí mismo, el homicidio que un soldado comete en acto de servicio no es
delito. Pero ¿y si un miembro del IRA [Irish Republic Army] se ve a sí mismo como un
soldado, a pesar de ser, según las leyes del Reino Unido, un asesino? ¿Eran las operaciones en
Irlanda del Norte una guerra tal y como sostenía el IRA, o un intento por mantener el orden
frente a un grupo de malhechores en una provincia vecina del Reino Unido?” (Hobsbawm,
2007: 8-9)

Desde una óptica estatalista, toda organización armada separatista ha sido considerada como una amenaza
terrorista, cuya existencia atenta directamente contra la integridad territorial de una nación (Beristain Ipiña,
1986). En este sentido, las diferentes agendas estatales occidentales suelen utilizar las etiquetas “terrorista” y
“criminal” como una manera de deslegitimar en términos simbólicos a los grupos separatistas. Esto tiene
como fin la privación de cualquier tipo de apoyo que la población pueda brindarles, conteniendo de alguna
manera el crecimiento cuantitativo y cualitativo del problema.

El Estado español, por su parte, ha manejado en estos términos su relación con el grupo vasco ETA –Euskadi
Ta Askatasuna, expresión en euskera que se traduce como “País Vasco y Libertad” – desde que hicieran su
aparición en 1959. Si bien es cierto que el gobierno madrileño fue modificando sus estrategias políticas a la
hora de tratar la “cuestión etarrea” (producto de la misma transición sufrida por España tras el fin de la
dictadura franquista), el discurso público y estatal mantuvo como constante la utilización del término
“terrorista” para referenciarlo.

Entre la acción directa y el desgaste a largo plazo.

Como nuestra intención es caracterizar el accionar estatal español respecto al ETA, utilizaremos la
periodización tripartita de las actividades del grupo vasco propuesta por Francisco Llera (1992: 165-166).
Según este autor, el primer período abarcaría los años sesenta y principios de los setenta, el segundo se
extendería desde el final del franquismo al comienzo de la transición democrática y, finalmente, el tercero es
el de la estabilización del proceso de autonomía en el País Vasco desde la mitad de los años ‘80 hasta 2011,
fecha en que ETA anunció su alto el fuego definitivo.

El primer período podríamos considerarlo como el de la lucha contra la subversión. La dictadura franquista
utilizó todos los recursos coercitivos estatales a su disposición para destruir a la joven organización vasca.
Ante la creciente oleada de atentados selectivos llevados a cabo por ETA contra objetivos policiales y
militares, el aparato estatal respondió con redadas, encarcelamientos clandestinos, asesinatos y deportaciones
(Waldman & Reinares, 1999: 145-167; Kurlansky, 2003: 29-45). Sin embargo, en 1973 el régimen dictatorial
recibió un duro golpe al ser asesinado el posible sucesor de Franco y jefe de gobierno español Carrero Blanco,
acontecimiento que encontró buena recepción en amplios sectores de la sociedad civil, descontentos con la
dictadura y deseosos de encontrar una salida democrática (Llera, 1992).

El segundo período, de transición democrática y contradicción legal, estuvo signado por la intensificación de
las actividades militares del ETA. Lejos de disminuir sus ataques luego del final del franquismo y de obtener
el País Vasco ciertas concesiones políticas (como la legalización de la bandera vasca y la instauración de un
régimen de semiautonomía con comunidades forales), la organización vasca aumentó su presión sobre las
instancias gubernamentales y sobre la sociedad civil en general. Es fundamental mencionar aquí la llamada
Alternativa KAS, un conjunto de demandas que incluía el derecho de auto-determinación, la amnistía total
para los presos de ETA, y la retirada del Ejército y la policía del País Vasco, la cual Madrid tenía que
satisfacer si quería obtener el cese de la violencia.

Este nuevo contexto generó una nueva situación contradictoria: desde un Estado español en vías de
consolidación democrática se patrocinó la creación de organismos y grupos paraestatales para atacar al ETA
con su mismo modus operandi (Beristain Ipiña, 1986). En 1977 se creó el Mando Único de la Lucha
Contraterrorista (MULC) y en mayo de 1983 los Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL). Nos
detendremos brevemente a considerarlos. Integrados por mercenarios ultraderechistas italianos y luego por
mercenarios franceses, fueron financiados y protegidos por el Ministerio del Interior de España durante el
gobierno de Felipe González (1982-1996). Actuaron fundamentalmente en el País Vasco, sobre todo en el
lado francés, donde aplicaron todas las características de lo que se considera “guerra sucia”: secuestros,
torturas y asesinatos (Martín-Baró, 1990). Estas acciones no solo se llevaron a cabo contra militantes y
simpatizantes del ETA, sino también contra gente no relacionada con aquella organización paramilitar. Por
estas razones, los efectos políticos de los GAL fueron bastante negativos para el gobierno español, habida
cuenta que fortaleció a la organización etarrea y perjudicó seriamente su imagen frente a la sociedad (Portilla
Contreras, 2001).

El tercer período, que denominaríamos de enfrentamiento legal y triunfo estatal, se abre con el
desmantelamiento de los GAL en 1986-87. Gracias a su entrada en la Unión Europea, el gobierno español
obtiene la cooperación de su homónimo francés para aunar esfuerzos que posibiliten la reducción del área de
acción del ETA, lo cual desmantela progresivamente la estructura orgánica del grupo paramilitar. En marzo
de 1992 las fuerzas de seguridad franco-españolas capturaron a la cúpula dirigente de la organización en la
localidad francesa de Bidart. Este hecho mermó la capacidad combativa del ETA, forzándolo a adoptar una
nueva estrategia consistente en crear, por un lado, un frente político con todas las fuerzas nacionalistas que
consiguiera la independencia mediante una crisis institucional, y por otro, a asesinar selectivamente a los
representantes políticos de los partidos no nacionalistas (Calleja & Sanchez Cuenca, 2006: 155).

Cuando el Partido Popular llegó al poder en 1996, se inició una política de enfrentamiento total con ETA,
quedando excluida en teoría toda posibilidad de dialogo. Sin embargo, cuando ETA declaró una “tregua
indefinida” en 1998, el gobierno aceptó mantener un encuentro secreto con los terroristas en Ginebra. El
entonces Presidente del Gobierno Español, José María Aznar (1996-2004), hizo algunas concesiones
significativas: unas simbólicas, como legitimar a ETA llamándola Movimiento Vasco de Liberación
Nacional, y otras sustantivas, como el acercamiento de más de 100 presos etarras a cárceles del País Vasco. A
raíz del fracaso de la tregua de 1998, el PP volvió a la estrategia de combate en todos los frentes contra ETA.
Para ello, contó con la cooperación cada vez más eficaz de la policía y la justicia francesas. Además, el PP,
con el apoyo del Partido Socialista Obrero Español, aprobó el 27 de junio de 2002 la Ley de Partidos, que
permitió ilegalizar a formaciones políticas que tengan una conexión orgánica con una organización terrorista
(Ley Orgánica 6/2002 de Partidos Políticos, 2002). La presión política de la Ley de Partidos fue crucial a la
hora de debilitar las pretensiones del grupo vasco por pasar a la legalidad.

Cuando José Luis Rodríguez Zapatero (2004-2011) asumió el gobierno en 2004, se volvió a adoptar una
postura dialoguista para con el ya debilitado grupo armado. Las subsiguientes negociaciones estuvieron
signadas por una idea de compromiso por parte de la organización etarrea de declarar un alto al fuego a
cambio de que Madrid reconociera la existencia genérica de una nación vasca capaz de decidir sobre su futuro
político. Si bien en un principio ambas partes mantuvieron la palabra dada (El País, 1/06/2006), un atentado
llevado a cabo por ETA en 2006 volvió a poner en tensión su relación con el gobierno. De este modo se
abandonó el proceso de paz y se reasumió a nivel estatal el discurso antiterrorista preconizado por el Partido
Popular tendiente al enfrentamiento total contra ETA, sin dejar margen alguno para una solución negociada a
corto plazo. Sin embargo, el fracaso del proceso de paz fue criticado duramente por la oposición partidaria
encabezada por Mariano Rajoy, quien culpó a Zapatero de brindar demasiadas concesiones a los “terroristas”
(El periódico, 16/01/ 2007).

Desde la ruptura de la paz en 2006, quedó claro a la luz de la opinión pública que el nivel de violencia
manejado por ETA era relativamente bajo. Si bien es cierto que el grupo provocó una serie de atentados
mortales contra ciertos políticos españoles, los resultados esperados en términos de presión política fueron
nulos. Es importante entender la actuación de los medios de comunicación españoles a la hora de atacar y
desgastar la debilitada imagen de ETA respecto a la sociedad. Al contar con un respaldo simbólico cada vez
menor por parte de la población, la suerte del grupo militar vasco estaba echada. En el otoño de 2011, la
organización anunció su alto el fuego definitivo (El País, 17/03/2017).

Algunas reflexiones finales.

Durante poco más de cincuenta años, el Estado español afrontó la problemática separatista vasca a partir de la
construcción de dos estrategias fundamentales: el conflicto directo contra ETA y la guerra de desgaste
simbólico a largo plazo. Estas estrategias, esbozadas durante la dictadura franquista, se mantuvieron como
marcos referenciales de acción por parte de los posteriores gobiernos democráticos.

La utilización sistemática del terrorismo de Estado fue una de esas constantes utilizadas por el gobierno de
Madrid para eliminar el problema etarreo. No sólo se permitió el uso de la tortura, el secuestro y el asesinato
para combatir a la organización, sino que incluso en el proceso de transición democrática se fomentó la
creación de grupos paramilitares. Lejos de llegar a una solución drástica, esta estrategia tuvo un efecto de
cohesión y apoyo social en el grupo armado, motivado en parte por el rechazo que generaba la dictadura y el
daño colateral causado por los GAL en la sociedad. En consecuencia, se buscó dar un nuevo rumbo legal al
conflicto directo. En este sentido, el apoyo de las fuerzas de seguridad francesas permitió una mejor
coordinación con las fuerzas policiales españolas, provocando la detención de numerosos miembros de la
organización vasca, así como la confiscación de armamento. De ese modo, el potencial belicista de ETA fue
mermado de cara al comienzo del nuevo milenio.

Paralelamente, desde los ’60 se instaló en el discurso político una serie de etiquetas peyorativas referenciales
al grupo vasco que progresivamente fueron impactando negativamente en el imaginario social. La utilización
del concepto “terrorismo” para interpretar su accionar armado impidió a ETA buscar cualquier alternativa
legalista. La Ley Orgánica de Partidos de 2002 puede precisamente interpretarse como una barrera legal
insuperable. Y dentro de la misma lógica partidaria española, las negociaciones entre el gobierno de turno con
la organización fue duramente criticada, por considerar que se estaba cediendo a las presiones del terrorismo.

La aplicación de políticas a mediano plazo, consistentes en el desgaste y la “guerra simbólica”, permitieron al


gobierno de Madrid obtener el consenso social necesario para deslegitimar a su adversario “terrorista” y
forzarlo a su abdicación en 2011.

BIBLIOGRAFÍA
Beristain Ipiña, A. (1986). Los terrorismos en el País Vasco y en España. Cuadernos de política criminal(28),
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Calleja, J., & Sanchez Cuenca, I. (2006). La derrota de ETA. Madrid: AdHara.

Hobsbawm, E. (2007). Guerra y Paz en el siglo XX. En E. Hobsbawm, Guerra y Paz en el siglo XXI.
Barcelona: Crítica.

Kurlansky, M. (2003). La historia vasca del mundo. Madrid: Planeta.

Ley Orgánica 6/2002 de Partidos Políticos. (28 de Junio de 2002). Boletín Oficial del Estado(154). Madrid.

Liquidación de ETA. La entrega de armas es la consecuencia de su derrota por la democracia. (17 de Marzo
de 2017). El País.

Llera, F. (1992). ETA: Ejercito secreto y movimiento social. Revista de Estudios Políticos (Nueva
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Martín-Baró, I. (1990). De la Guerra Sucia a la Guerra Psicologica. Revista de Psicología de El Salvador,


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memoriam. (págs. 501-530). Cuenca: Ediciones de la Universidad de Castilla - La Mancha,
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Waldman, P., & Reinares, F. (1999). Sociedades en guerra civil. Conflictos violentos de Europa y América
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Zapatero defiende que el PSE se reúna con Batasuna para instarles a rechazar la violencia. (01 de Junio de
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