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EL SER HUMANO EN LA PLURALIDA DE SUS DIMENSIONES

El hombre es un misterio para sí mismo, por ello nuestro saber sobre el ser humano es y
será siempre un misterio. Y es que el hombre no es un ser definido o limitado, la
complejidad de sus componentes que lo integran dificultan el pronunciar la última palabra
sobre su ser. Aún se complica más cuando lo consideramos en su relación con el
trascendente. El misterio del hombre evoca al misterio de Dios.

Teológicamente es insuficiente la doctrina sobre el hombre considerado como criatura de


Dios, es necesario explicitar en la misma definición del hombre el diseño de Dios sobre
nosotros. En el conocimiento del hombre partimos de un hecho elemental: el hombre se
experimenta como una Unidad aunque con una pluralidad de aspectos que lo integran.
Vale aclarar que el hombre experimenta la diversidad de aspectos que lo componen
posteriormente a descubrir la unidad de su ser.

La dimensión espiritual y corporal están unidos y se condicionan recíprocamente. Somos


incapaces de pensarnos si nuestro cuerpo, no existe una subjetividad humana separada
del cuerpo, este no es ni puede ser para nosotros objeto cómo son las cosas exteriores.
Por la dimensión corporal el hombre se encuentra inmerso en el mundo, sometido al
espacio temporalidad y destinado a la muerte. Pero además de estar en el mundo el
hombre muestra su trascendencia, El hombre existe de frente al mundo, es decir, en una
diversidad cualitativa que lo contrapone al mundo.

En el ejercicio de sus capacidades creativas, en su apertura al futuro, el hombre va más


allá de los procesos determinados de la naturaleza, creando en ella misma nuevas
posibilidades, impensables? Humana. Como ser en el tiempo el hombre se configura así
mismo en el uso de su libertad, decide sobre sí mismo y su futuro. En el confrontarse con
la muerte, el hombre muestra una radical novedad respecto a los seres que le circunda y
que también mueren, le surge el deseo de inmortalidad y lucha por ello; una dimensión
que no se reduce a su condición mundana y material.

La dimensión mundana y trascendente se hace presente en el hombre de modo


inseparable, las dos son integrantes y renunciables de nuestro ser. Los dos principios
generales constituyen al hombre, en el lenguaje helenístico tradicional, el hombre es más
que tener alma y cuerpo, es contemporánea mente cuerpo y alma. Los dos principios
constituyen el hombre. La referencia a Dios es un elemento irrenunciable de la visión
cristiana del hombre.

Dios llama a todo hombre y a todo el nombre a la comunión con él porque listo y en el
espíritu Santo. Pero tal llamada personal de comunión la puede rechazar el hombre en su
libertad. El hombre está diseñado desde lo íntimo de su estructura criatura al la comunión
con Dios. El hombre alcanza su plenitud sólo en aquello que lo trasciende. No se puede
pensar en un ser humano plenamente constituido, y que en un segundo momento sería
llamado por Dios a la comunión con él.

Más bien, el acto creador de Dios es esencialmente unido, la realidad ontológica del
hombre, su constitución psicosomática, coincide con el destino a la participación de vida
con Dios. La vocación divina del hombre determina su ser. Por ello, la plenitud humana en
la comunión con Cristo, aunque si es gracias, es la perfección intrínseca del hombre, la
única que lo realiza plenamente. El contrario, refutar la comunión con Dios, significa la
frustración radical del hombre, la contradicción consigo mismo.

El hombre en estado de naturaleza pura no existe ni hay existido jamás. El hombre de la


revelación cristiana es llamado a un solo fin, aquel de la comunión con Dios en la filiación
divina, y tal fin es estrictamente sobre natural. A partir de un estado natural no tendría
sentido la antropología teológica. Por su condición de criatura el hombre es puro don de
Dios.

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