CRISIS, R U P T U R A
Y SUPERACION
COLECCION
TEXTO Y CONTEXTO
dirigida por Ana P. de Quiroga
EDICIONES CINCO
Traducida del francés por:
NICOLAS ROSA
© EDICIONES CINCO
24 de noviembre 997
(1224) Buenos Aires, Argentina
Teléfono: 4931-6197
Prohibida la reproducción
parcial o total
ISBN 950-9693-18-9
EDITADO E IMPRESO
EN LA ARGENTINA
LIMINAR
7
Cada ser elabora esta experiencia por'cuenta propia, a través de su
propia historia, hecha precisamente de esas rupturas y de esas creaciones.
Desde esta perspectiva, el libro es una colección de textos atravesa-
dos por corrientes comunes, pero también por movimientos contrarios, o
por lo menos diferentes: estos desvíos pueden realizar, si el lector
consiente en ello, la tensión creadora de este trabajo.
No todos los colaboradores han encontrado inspiración en la obra
abierta de Winnicott. Pues existen diversas maneras de situarse, una vez
que se le ha dado alcance, en aquello que J. B. Pontalis ha llamado "el
inaprehensible entre-dos", precisamente entre "el sueño y el dolor".
Entre la ruptura y la continuidad hay un espacio y un tiempo sobre los
cuales pueden actuar distintas sensibilidades, diferentes construcciones
teóricas y modalidades técnicas en la manera de vivir, practicar y pensar
el psicoanálisis.
La organización de esta obra incluye estudios sobre experiencias
individuales y grupales, análisis de curas psicoanalíticas, ensayos sobre
situaciones comunes en la vida social (problemas de inmigrantes, adoles-
centes, desculturalizados, las relaciones generacionales...) o bien excep-
cionales (el héroe de la aviación, los genios creadores .. .). Pero tampoco
faltan algunos desarrollos teóricos y técnicos, e incluso las funciones que
estas construcciones pueden desempeñar en la economía psíquica de la
crisis. Así puede observarse una perspectiva común en cuanto a las
condiciones indispensables para la elaboración de una crisis, de una
prueba, de una ruptura que ha debido ser suficientemente profunda para
que el sentimiento vital de la continuidad de sí y del vínculo se haya
visto disminuido.
Lo que he llamado análisis transicional no concierne a todos los
textos ni a todos los autores. No obstante he propuesto esta perspectiva
para examinar aquello que enmarca, contiene y hace vivir a las personas
comprometidas en el proceso psicoanalítico individual o grupal. Por lo
tanto, sólo es un instrumento para interrogar las condiciones de la vida y
de la muerte psíquicas en sus múltiples apoyaturas y para encontrar su
remedio en ese leve desplazamiento que, en lá cura, es la experiencia del
inconsciente, es decir, el pasaje de un umbral.
RENE KAES
1
INTRODUCCION A L ANALISIS T R A N S I C I O N A L
RENE KAES
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evoca la inminencia de la muerte. Verborrágica, la muerte manifestada
en los discursos que ella misma suscita para ser representada, se "burla de
nuestro miedo, pero sigue allí, pues nada puede contenerla. ¿Quién
podrá contenerla sino un más allá, garantía del más acá? De la falta de
ser mantenido en el más acá, es decir, aquí y ahora, es de donde surge
nuevamente la necesidad de ser más allá proyectado en un espacio
meta-físico, meta-psíquico, meta-social. La desaparición de las antiguas
garantías del orden propias de todo sistema vivo, de lo humano, es el
elemento constitutivo capital de las disfunciones qué caracterizan la
crisis multidimensional a la que debemos sobrevivir. No dejamos de
enfrentarla creando sobre los recientes escombros nuevas garantías: por
un lado, recurriendo al pasado —retorno al arcaísmo—, a las formas
regresivas de protección que constituyen evidentemente nuevas garantías
de inmortalidad: nuevos dioses, recrudecimiento de las formaciones ideo-
lógicas, totalitarismo de grupos sectarios, paradójica idealización de la
muerte; y por el otro, y no obstante estar atrapados en el movimiento
mismo de esas regresiones, recurriendo a la experimentación creadora de
nuevos estilos de relación y de expresión, a la búsqueda abierta al juego
de los antagonismos, a los azares del desorden, a la invención de nuevos
equilibrios. Nos encontramos aquí con aquello que hace poco tiempo en
1
el lenguaje religioso se llamaba esperanza , es decir, nos encontramos
con el deseo de vivir a despecho de —y no renegando d e - la muerte.
1
A propósito de la utopía, véase Emest Bloch, Das Prinzip Hoffhung (El
principio esperanza), 1959.
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creadores. Es posible que no podarnos encontrar una salida hacia la vida,
pero estamos obligados a buscarla. La crisis nos lleva a iniciar una crítica
de la vida. Hace treinta y cinco años esta crítica de la vida cotidiana era
el proyecto de H. Lefébvre.
El psicoanálisis dispone de medios para otro tipo de crítica: la crisis
y sus elaboraciones permanentes constituyen adquisiciones que especifi-
can el modo de existencia de la psique humana.
En efecto, a través de esta experiencia global de la crisis, de la que
sólo percibimos aspectos parciales, se precisa la figura del hombre animal
de crisis, sujeto en crisis, agente crítico del juego intersubjetivo. Quizá
porque sea animal crítico, y por ende animal psíquico y político,' el
hombre deba administrar creativamente las instituciones de la crisis. El
hombre se especifica por la crisis y se reafirma por su precaria e
indefinida resolución. Sólo vive por la creación de dispositivos contra la
crisis que, a su vez, producen crisis posteriores. El hombre se crea
hombre gracias a la crisis, y su historia transcurre entre crisis y resolu-
ción, entre ruptura y sutura. En este espacio del "entre", de vivas
rupturas y mortales suturas, de fracturas mortificantes en uniones creati-
vas, en este espacio de lo transicional — eventualmente espacio transicio-
n a l - , se juegan todos los avatares de lo social, lo mental y lo psíquico
que juntos tejen, cuando nos ubicamos en la perspectiva del sujeto
particular, la singularidad de una persona.
En su origen mismo, la entrada en él mundo es una entrada en la
crisis, es decir, una perturbación múltiple. Así, la premaduración crecien-
te de la especie requiere una perfecta disposición del medio circundante.
La perfección de este medio, a la vez materno y material, funda el
sentimiento de la permanencia, de la seguridad y de la continuidad del
ser, y forma aquello que J. Bleger (cap. 6) llama el encuadre, es decir, el
receptáculo de las partes no diferenciadas —psicóticas o simbióticas— de
la personalidad. La importancia que cobran el medio y el encuadre
siempre se manifiesta por su carencia, que no deja de producirse y que
es necesaria para el crecimiento: esta carencia, esta debilidad, lleva al ser
humano a la crisis. Al mismo tiempo, revelan al observador atento la
equivalencia madre-encuadre-grupo, es decir, el acoplamiento psicosocial
primitivo entre lo intrapsíquico y lo interpsíquico. ¿Cómo se supera la
crisis? Dina que de esta manera: a la regulación psicosocial, mediatizada
2
por el grupo-madre que se internaliza progresivamente y que no deja de
2
La madre-que-sostiene la situación respondiendo a las experiencias instintivas
del niño, es interiorizada y forma parte del sí-mismo.
11
ser proyectada en el encuadre y la forma, se adjunta y articula la
regulación propiamente psíquica de la actividad fantasmática de sutura,
de llenado, de restablecimiento de aquello que, para el observador, es el
objeto del sujeto. E l reemplazo psíquico que asegura la continuidad del
adentro depende vitalmente del reemplazo psicosocial que, desde afuera,
establece la función del contenedor y la matriz grupal de la identidad.
Las otras crisis de crecimiento, adolescencia, crisis de la edad intermedia,
entrada en la vejez, sólo pueden ser elaboradas y superadas por las
propiedades conjuntas de la actividad intrapsíquica, del encuadre y del
entorno psicosocial. Las formaciones de la personalidad que desde este
momento pueden considerarse grupales, siempre serán conmocionadas: la
imagen del cuerpo, los complejos, las redes identificatorias, las imagos, la
imago del aparato psíquico.
Y tanto lo grupal como lo cultural están comprometidos en la
génesis y solución de la crisis, sobre todo en la capacidad de aportar un
aparato psicosocial que asegure la continuidad supletoria y la contención
de la experiencia de ruptura.
Si la crisis es vivida como una muerte es porque de esta manera se
marca la connotación generalmente amenazadora de las perturbaciones
que se manifiestan en un sistema vivo. Sabemos que la aparición de la
crisis en los sistemas edificados para asegurar la seguridad, la continui-
dad, la sujeción, la conservación y la reposición es siempre vivida como
una exposición a la muerte. Como escribía O. Fenichel en 1945, "las
estructuras individuales creadas por las instituciones ayudan a conservar
3
estas mismas instituciones" . La crisis de uno amenaza la liquidación del
otro, parcial o totalmente. Las instituciones delimitan efectivamente el
núcleo básico de la identidad por medio de los grupos. Las instituciones
y las mentalidades constituyen los metasistemas que nos contienen
organizando nuestros encuadres, sin los cuales no podríamos vivir si no
pudiésemos depositar en ellos la parte psicótica de nuestra personalidad,
si no pudiésemos, cuando el encuadre se debilita, extraer de sus partes
todavía no diferenciadas algunos aspectos creativos. Y precisamente
debemos sobrevivir creativamente a los grandes sismos de la historia, a
las grandes fracturas sociales, al quebranto de las culturas, en suma, a
la desaparición real y fantaseada de los garantes metasociales, metafísi-
cos, metalógicos: a los contenedores de nuestras angustias e ideales, a
aquello que nos ha hecho lo que somos.
El primer contenedor es la madre, y su rostro el primer espejo
3
Otado por J. Bleger (1966, trabajo reproducido en el cap. 6 de esta obra).
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donde reunificamos la dispersión de nuestro ser corporal en la imago
que conforma su unidad. El retorno de aquello que los garantes "meta"
de un orden o de una unidad permitirán definir: la explosión, la
indigencia originaria, el caos, son un factor suplementario de desorden y
de angustia aniquilante. Aquí Narciso muere por obra de un fragmento
de su espejo quebrado. Para sobrevivir, y quizá para vivir, deberá crear
aquello que era virtual en el espejo y designarse desde ese momento
apartándose de su imagen captada en los ojos de la madre.
Entrada en el mundo, actualización de la crisis, presencia de la
muerte pero, necesariamente, creación. La creación es la alternativa que
la vida opone a los componentes letales de la crisis. Las condiciones que
hacen posible la creación es uno de los temas mayores del análisis
transicional. Es necesario crear no solamente los dispositivos aptos para
superar la crisis, sino también los conceptos específicos para pensarla.
En su propio orden, el psicoanálisis aparece como una de las vías de
acceso y de trabajo pertinentes para pensar y tratar lo impensable de
toda crisis: la descentración narcisista que caracteriza a toda ruptura de
equilibrio social y la reubicación axial de todo proyecto creador. Y sin
embargo, prácticamente no existe en el psicoanálisis una elaboración
teórica de la crisis.
13
Este análisis, que intenta articular una concepción de la personalidad
y del grupo a una situación de crisis, me ha llevado a formular algunas
hipótesis generales sobre las relaciones, reveladas por la crisis, entre
psiquismo individual y formación grupal y entre perturbación sistémica y
vivencia de la ruptura.
I. R E F E R E N C I A S P A R A P E N S A R LA CRISIS
15
cuando se produce un debilitamiento de los soportes (desapoyatura), o
incluso cuando se llega a abolir el espacio de apoyatura provocando una
sutura del soporte y de la formación psíquica. E l análisis del grupo
primario proporciona ejemplos notables de estas perturbaciones y de sus
incidencias patológicas. La familia psicótica podría ser caracterizada por
la ausencia o por la sutura de los espacios de apoyatura. Este juego de
desapoyaturas y reapoyaturas aparece implicado en todas las situaciones
de crisis y de cambio; es una dimensión de la transícionalidad, como
4
veremos más adelante .
Estos apoyos mutuos de la apoyatura tejidos en redes que se
alteran, cambian y se recrean, definen la tensión específica del aparato
psíquico en sus solidaridades bio-psico-sociológicas. Tengo la impresión
de que esta tensión, este juego dinámico, económico y tópico, forman el
objeto mismo del análisis grupal.
Esta hipótesis de una apoyatura múltiple del psiquismo que integra
la dimensión de la apoyatura grupal en mutuo apoyo, me lleva a
proponer un fundamento a la otra perspectiva que he desarrollado en
mis investigaciones sobre el aparato psíquico grupal: el psiquismo se
construye a través de la apoyatura grupal y algunas de sus formaciones
están estructuradas como grupos "del adentro". Llegué a esta concep-
ción en el transcurso de mis estudios sobre las representaciones de
grupo, en tanto éste es objeto de catexias por parte del psiquismo.
Según esta hipótesis, las representaciones se encuentran organizadas por
un cierto número de formaciones psíquicas inconscientes que poseen
cualidades notables; estas formaciones son la imagen del cuerpo, la
imago de la psique, las ¡magos y los complejos familiares, las redes
identificatorias, las fantasías originarias. Pude constatar dos cosas: la
primera es que para que estas formaciones puedan ser formuladas como
representaciones deben apoyarse previamente sobre representaciones so-
ciales, sobre un ya-dicho colectivamente articulado; la segunda, es que
estas formaciones que yo califico de grupales por razones que pasaré a
exponer, tienen una relevancia manifiesta en el proceso grupal mismo y
mantienen entre ellas relaciones de antagonismo, de encubrimiento o de
mutuo apoyo.
Califico estas formaciones psíquicas como grupales por tres razones:
4
En esta perspectiva toda reorganización creadora está condicionada por una
desapoyatura; la obra misma es el resultado de un proceso de reapoyos y de
recomposiciones. Véase mi contribución "Esprit de corps et création mythopoétique
dans les processus de groupe", en J. Guillaumin y otros, 1979.
16
la primera concierne a sus propiedades formales. En efecto, estas forma-
ciones constituyen conjuntos cuyos elementos discretos y diferenciados
están en interrelación por medio de una ley o principio de composición;
este conjunto delimitado mantiene su identidad y su coherencia a través
de las modificaciones provenientes del interior o del exterior que no pue-
den menos que afectarlo; por lo tanto, estas formaciones están altamen-
te comprometidas en un proceso formativo o terapéutico a través del
grupo. Lo que llamo imago de la psique, imago y complejo familiar,
fantasía originaria, redes identificatorias, corresponden a esta propiedad
formal.
La segunda razón para considerarlas grupales proviene de su origen
en la apoyatura grupal. He demostrado en otro lugar (1977b) que la
serie de equivalencias madre-grupo y cuerpo-grupo podían ser detectadas
tanto en la experiencia psicoanalítica y religiosa, como en la etnológica
y etológica. Estas equivalencias han sido confirmadas profusamente por
la observación de los grupos psicoanalíticos de formación y terapia y por'
el análisis de las relaciones entre la estructura familiar y la psicosis (G.
Pankow).
Y por último, la tercera razón pero no la menos importante, es que
las formaciones grupales del psiquismo poseen una función organizadora
en el proceso grupal: contribuyen a la construcción y orientación de las
conductas grupales. Gran parte de mis análisis de grupos están basados
en la existencia de esta propiedad. El tipo y el modo de la formación
grupal movilizada confieren a cada grupo concreto, en un momento
dado o permanentemente, su carácter específico para los individuos que
lo componen. En mi obra sobre el aparato psíquico grupal (1976a) he
analizado en numerosos casos cómo la construcción del espacio grupal
cuestiona las funciones simbólicas de la. imagen del cuerpo (y sobre todo
de la piel), qué procedimientos de asignación de lugares y de organiza-
ción de relaciones de objetos son movilizados en el proceso grupal por
las fantasías originarias, y cómo la estructura grupalde las instancias de
la tópica interna se encuentra proyectada, distorsionada y organizada en
los grupos.
Al proponer la consideración de la apoyatura múltiple y las forma-
ciones grupales del psiquismo, he intentado forjar dos conceptos que
hacen posible la articulación entre lo intrapsíquico por una parte, y lo
grupal y lo institucional por la otra; toda articulación admite la existen-
cia de elementos separados por un vacío y unidos por un espacio
intermedio.
Lo intermedio: en el análisis transicional y en la transicionalidad
esta noción es central, como lo es, por otra parte, en Winnicott, en
Roheim, en Hermann. Noción central en la hipótesis de la apoyatura
múltiple, sirve para precisar la imagen del pasaje estanco de apoyatura:
lo intermedio es una instancia de comunicación: aquello que pertenece a
A y a B por los elementos que poseen en común; entre dos términos
separados, discontinuos, en la separación, lo intermedio es una media-
ción, una vinculación en lo mantenido-separado; por lo tanto es una
instancia de articulación de diferencia, un lugar de simbolización. Lo
intermedio es, por último," una ins'tancia de conflictualización: de oposi-
ción entre elementos antagónicos. Por obra de estos tres caracteres, lo
intermedio asegura una función de puente sobre una ruptura sostenida:
un pasaje, una reactualización.
En cierta manera, la crisis se produce, desde el punto de vista del
sujeto, por los fracasos de esta articulación.
18
de regulación de un individuo o de un conjunto de individuos. De esta
perturbación, de su repercusión subjetiva, se concluye que la crisis
conlleva una profunda amenaza para la integridad del sujeto, una amena-
5
za de muerte . Generalmente, esta amenaza moviliza medios de acción
para la supervivencia, es decir, para el funcionamiento de nuevos com-
portamientos reguladores. Toda crisis genera un sentimiento de angustia
que funciona como una señal de alarma que pone en movimiento los
mecanismos de extinción de la crisis. Cuando ciertas condiciones fisioló-
gicas, psicológicas o sociológicas no se conjugan para contribuir a la
eficacia de los mecanismos de extinción -entre los cuales el carácter
paralizante de la angustia es un factor importante- sobreviene la catás-
6
trofe .
R. Thom, como E. H. Erikson (1968), distingue dos tipos de causas
de la crisis: causas externas, caracterizadas por la presencia de una
situación conflictiva en el medio circundante, ya sea por la carencia de
un objeto normal o por la oferta de una pluralidad de objetos cuya
elección provoca la movilización de tendencias antagónicas. Por ejemplo,
en el primer caso, una privación sensorial, la ausencia del pecho, la
pérdida de un ser querido, constituyen situaciones críticas generadoras
de angustia (o de alucinación): una información ambigua, una forma
imprecisa, movilizan en el hombre angustia y proyección (por ejemplo
delante de una inquietante y familiar figura de Rorschach), y en el
animal fuga o estupefacción mortal (por ejemplo, el asno de Buridán).
Es posible dudar del carácter puramente externo de estas causas, y
más precisamente del valor de la oposición sujeto-ambiente. Así como
Winnicott diría que "un bebé no existe" sino que existe una relación
bebé-ambiente, nosotros podemos cuestionar la existencia de un ambien-
te que sería pura exterioridad. Para el bebé el pecho forma parte del
ambiente tanto como el ambiente forma parte de él: el ambiente no es
lo que nos rodea, sino también aquello que conservamos en nosotros de
sus cualidades experimentadas anteriormente. Por lo tanto, la pérdida de
un ser querido no es solamente la de una persona exterior a nosotros
mismos: sólo es pérdida en tanto se pierde también una parte de uno
5
Según R. Thom, "está en crisis todo sujeto cuyo estado, manifestado por
un debilitamiento aparentemente sin causa de sus mecanismos de regulación, es
percibido por el sujeto mismo como una amenaza a su propia existencia". Thom
destaca el carácter eminentemente subjetivo de la crisis.
6
Comparar con D. W. Winnicott (1974): el temor al quebrantamiento, ¿no
sería la vivencia de una catástrofe como la entiende Thom?
19
mismo. Por ende, la re-presentación es una actividad por la cual se
establecen un lazo y una evocación, más allá de la ruptura (separación y
pérdida) entre el ambiente del "adentro" y el del "afuera".
La crisis también puede tener causas internas (crisis de desarrollo,
según Erikson): son aquellas que aparecen normalmente en el transcurso
del crecimiento: por ejemplo la crisis de la venida al mundo, la del
octavo mes en el lactante, las de la pubertad y adolescencia, la crisis de
la edad intermedia, descrita y analizada por E. Jaques (1974), la crisis
del comienzo de la vejez. El nacimiento es la crisis inaugural de la
existencia, y sólo puede ser superada por el recién nacido porque su
venida al mundo moviliza considerables cuidados por parte del ambien-
te materno.
En principio, las soluciones que se ponen en práctica para resolver la
crisis varían según sus causas: se trata por lo tanto de encontrar el
objeto y de actuar sobre él (reencontrar el pecho, capturar la presa), o
de recobrar el equilibrio del medio (por los cuidados posnatales), o de
elegir un objeto más adecuado (crisis edípica). El mecanismo de extin-
ción implica recurrir a una acción reguladora eficaz, generadora de
nuevos equilibrios estructurales. De hecho, ocurre que a veces se impo-
nen soluciones que, aun poseyendo una eficacia local relativa, están
destinadas! a eliminar los aspectos psicológicos dolorosos de la crisis, sin
que por eso abran el camino a un cambio que pueda actuar sobre la falla
principal, ya provenga ésta del sujeto o del ambiente: es el caso del
placebo en la medicina, del chivo emisario en un grupo o sociedad, o el
de una guerra emprendida para resolver una crisis económica.
Al ser definidas como fallas en los mecanismos de regulación, las
crisis son inevitables en el ser vivo pues están ligadas, según Thom, a
constricciones de naturaleza morfológica: el aparato sensorial de un
animal no le permite vigilar permanentemente la totalidad del medio que
lo circunda.
No solamente se consideran las lagunas en la estimulación del
cerebro por el. mundo exterior, sino también la distorsión en los esque-
mas de representación y la inadecuación en los comportamientos. En
este sentido, la crisis comprende un aspecto benéfico puesto que hace
posibles, gracias a un movimiento de retracción salvadora, las modifica-
ciones del comportamiento, de los sistemas de defensa, de los esquemas
de representación y de acción. Esto justifica la institución so.cial de la
formación como procedimiento de extinción de la crisis por medio del
funcionamiento de nuevas regulaciones.
Se puede decir de la crisis lo que J. Revel y J. P. Peter (1974) dicen
20
de la enfermedad considerada como hecho social: una y otra, en tanto
producen una ruptura de la regulación, son elementos de desorganización
y reorganización social; por este hecho la enfermedad "hace visibles las
articulaciones esenciales del grupo, las líneas de fuerza y las tensiones
que lo atraviesan. Por lo tanto, el acontecimiento patológico puede ser el
lugar privilegiado desde donde se puede observar con mayor claridad la
significación real de mecanismos administrativos o de prácticas religiosas,
las relaciones entre los poderes, o la imagen que una sociedad tiene de sí
misma" (J. Revel-y J. P. Peter, 1974, 172-173). El ejemplo de exclusión
social en tiempos de epidemia (desde la sospecha hasta la masacre)
ilustra la riqueza de este tema.
Recíprocamente, las crisis sociales que movilizan los recursos indivi-
duales necesarios para la reactualización de nuevas regulaciones adapta-
tivas, revelan las organizaciones y las articulaciones mayores de la perso-
nalidad.
Pero, en esta perspectiva, el elemento positivo de la crisis es evocado
más que elaborado: todavía es necesario descubrir y enunciar las condi-
ciones que lo hacen provechoso. Además, este elemento es reducido
habitualmente a una categoría de beneficio secundario. A pesar de .todo,
lo que sigue predominando es la idea central de perturbación y por
ende, la idea de la negatividad de la crisis. Cuanto más se le atribuirán
7
dos fases, como lo hace Caplan (1964) y con él numerosos psiquiatras ,
quienes conciben la crisis como un "período de transición que repre-
senta simultáneamente para el individuo una ocasión de crecimiento de
la personalidad y el peligro de un aumento de su vulnerabilidad frente a
la enfermedad mental" (citado por G. Bléandonu, 1976).
La crisiología de E. Morin
7
Los psiquiatras han contribuido especialmente a la elaboración de las situa-
ciones de crisis en la perspectiva de la intervención. No he retomado sus investiga-
ciones sobre este punto pues son ampliamente conocidas. Puede consultarse al
respecto la recensión realizada por M. Ponsi (1977).
21
me ha parecido útil por su alcance general presentar este análisis aunque
más no sea en sus grandes lineamientos. Según Morin, concebir la noción
de crisis obliga a plantear tres órdenes de principios: sistemático, ciber-
nético y neguéntrópico:
22
antagonismo puede contribuir así a la estabilidad y regularidad del
sistema. No hay organización sin antagonismo; si una parte estable es
utilizada para contribuir a la organización por el juego antiantagonista,
tarde o temprano e inevitablemente el antagonismo lleva en sí la ruina y
la desintegración del sistema. Todo sistema está destinado a perecer, aun
el más estático, y con mayor razón el más cerrado (pues no puede
restaurarse tomando energía y organización del exterior). La única posi-
bilidad de luchar contra la desintegración debida al incremento de
entropía, es utilizar en su mayor grado a los antagonistas para la
organización: renovar energía y organización extrayéndolas del medio
circundante (sistema abierto); poder áutomultiplicarse de manera que la
tasa de reproducción supere a la tasa de degradación; ser capaces de
autoorganizarse y autodefenderse. Es el caso de los sistemas vivos,
señala Morin, quien observa que la vida ha integrado tan bien su propio
antagonismo que siempre lleva en sí misma, constante y necesariamente,
la muerte (pág. 152).
La retroacción positiva es un desvío que se amplifica nutriéndose de
su propio desarrollo. Si nada la inhibe o anula, la retroacción se propaga
en cadena en todo el sistema en oleadas desintegradorás (runaway). Para
la máquina, la retroacción positiva es principio de antiorganización; para
el ser vivo, de desorganización permanente.
— El principio neguentrópico postula que cuanto más rico es el
desarrollo de la complejidad de lo viviente, tanto más se hace moviente e
inestable la relación antagonismo-complementariedad y tanto más genera
fenómenos de crisis. Estas crisis son simultáneamente fuente de desorga-
nización por el hecho de la transformación de las diferencias en oposi-
ción y de las complementariedades en antagonismos, y fuente de reorga-
nizaciones evolutivas.
Luego de haber enunciado estos tres principios, Morin intenta carac-
terizar desde ese triple punto de vista los sistemas sociales modernos.
Según el primer nivel de análisis (sistemático), estos sistemas aparecen
débilmente integrados: las relaciones entre individuos, grupos, clases...
oscilan diversamente entre complementariedad y antagonismo, organiza-
ción y antiorganización. En el nivel cibernético, las sociedades modernas
constituyen verdaderos entrecruzamientos de regulaciones recíprocas,
complejos juegos de retroacciones negativas y positivas y múltiples ho-
meostasis; por ende, todo incremento en una oscilación, o toda insufi-
ciencia en una regulación, son factores de crisis y de destrucción en
cadena. Por último, como organizaciones neguentrópicas, las sociedades
modernas conllevan la presencia necesaria, vital y mortal y siempre
23
compleja, del desorden en su propio seno: están en permanente desorga-
nización-reorganización. Sólo pueden subsistir y desarrollarse con y por
los intercambios con él medio, del que dependen estrechamente (im-
previstos ecológicos, perturbaciones provenientes del mundo externo).
Tales sistemas sólo pueden subsistir, es decir, reprimir, integrar y utilizar
el desorden, "gracias a un principio autorreferencial de organización que
comprende un dispositivo generativo (el código genético inscripto en el
A D N de los individuos vivos, el conjunto de reglas socioculturales,
normas, saberes y prácticas de una sociedad) y un dispositivo fenoméni-
co" (pág. 115). Este tercer nivel de complejidad es el que nutre y
permite la emergencia del concepto de crisis.
Al analizar este concepto, Morin subraya su aspecto molar y la
necesidad de distinguir los elementos en interrelación.
- Como hemos visto, la primera en presentarse es la idea de pertur-
bación, y bajo un doble aspecto: la perturbación exterior, y en forma
aun más interesante, la perturbación proveniente de procesos aparente-
mente no perturbadores (incremento excesivo de un valor o una varia-
ble). Este incremento genera un fenómeno de sobrecarga que hace
necesaria una transformación del sistema, incapaz de resolver nuevos
problemas. O bien una situación paradójica de double bind paraliza la
capacidad del sistema para satisfacer simultáneamente dos exigencias
8
contrarias . En los dos casos, el sistema se ve enfrentado a un problema
que no puede resolver según las reglas y las normas de su funcionamien-
to habitual. La crisis aparece entonces no solamente como una ausencia
de solución que podría ser encontrada imprevistamente sino, sobre todo,
en tanto perturbación interna provocada por sobrecarga o double bind,
como una falla en la regulación, como desarreglo. La verdadera perturba-
ción de crisis está en el nivel de las reglas de organización de un sistema,
en lo que esa organización tiene de generativo o de degenerativo: "el
desarreglo organizativo se traducirá en disfunción allí donde había fun-
9
cionalidad, en ruptura donde había continuidad , en feedback positivo
donde había feedback negativo y en conflicto allí donde había com-
plementariedad" (pág. 156).
Un segundo componente del concepto de crisis es el incremento de
los desórdenes y de la incertidumbre. Todo sistema vivo conlleva desor-
den en su seno, desorden que reprime, trasmuta, integra. La crisis es
8
Véase más adelante (pág. 46) las relaciones entre crisis, formación y
situación paradójica.
9
La bastardilla es mía.
24
siempre una regresión de los determinismos, de las estabilidades y de las
contradicciones internas de un sistema; comprende siempre una progre-
sión de desórdenes, de inestabilidades y de imprevistos. Esta progresión
del desorden posibilita una progresión de la incertidumbre: " E l conjunto
del sistema afectado por la crisis entra en una fase aleatoria, donde las
formas que tomará su porvenir inmediato son inciertas" (pág. 156).
Además, subraya Morin, la irrupción de los desórdenes está asociada a la
parálisis y a la rigidificación de ló que constituía la flexibilidad organiza-
tiva del sistema, sus dispositivos de respuesta y de regulación: "todo
ocurre como si la crisis anunciara dos formas de muerte que, efectiva-
mente conjugadas, constituyen la muerte de los sistemas neguentrópicos:
la descomposición, es decir la dispersión y el retomo al desorden de los
elementos constitutivos por un lado, y por el otro, la rigidez cadavérica,
es decir, el retomo a las formas y causalidades mecánicas".
La rigidificación es responsable del bloqueo de los dispositivos de
retroacción negativa que hasta ese momento aseguraban la reorganización
permanente del sistema, anulando los desvíos y las perturbaciones. Este
bloqueo permite el desbloqueo de las potencialidades inhibidas, sobre
todo el levantamiento de las restricciones que pesan sobre los componen-
tes y el proceso constituyentes del sistema. Así el desbloqueo y el
desarrollo de las retroacciones positivas, a partir de las cuales los desvíos
se mantienen y amplifican entre ellos, se manifiestan de diferentes
maneras: por la rápida transformación de un desvío en contratendencia,
por fenómenos desmesurados de crecimiento o decrecimiento de un
determinado elemento, por aceleraciones, amplificaciones, propagaciones'
epidémicas, o desintegraciones en cadena (runaway) o morfogénicas.
Otro efecto del desbloqueo de potencialidades es la transformación de
las complementariedades en rivalidades o antagonismos con el incremen-
to y la prevalencia de las relaciones de carácter polémico o conflictivo;
por último, la multiplicación del double bind y de situaciones paradóji-
cas es responsable de diversas formas de parálisis: por ejemplo, las
instancias de control y de poder no pueden tolerar ni reprimir los
desórdenes.
De esta manera la búsqueda de soluciones radicales o fundamentales
se impone a medida que la crisis se profundiza y perdura. Al mismo
tiempo que una destructividad en acción profundiza la crisis (fuerzas de
desorden, de dislocación, de desintegración), se despierta una activa
creatividad. La ambigüedad fundamental de la crisis proviene del hecho
de que libera simultáneamente fuerzas de muerte y de regeneración.
La búsqueda de solución puede cobrar aspectos mágicos, míticos y
25
rituales. Como R. Thom, Morin cataloga las diferentes maneras de
circunscribir las responsabilidades, identificar a los culpables, liquidar el
mal, sacrificando chivos emisarios (minorías, marginales...) en sacrifi-
cios rituales. Observa, como todos aquellos que se han interesado en las
utopías, en los reinos imaginarios de la abundancia y otros Eldorados,
que las desgracias, los malestares y peligros de crisis provocan como
contrapartida grandes esperanzas de un porvenir mejor, de soluciones
últimas y radicales, la esperanza absoluta: "el mesianismo salvacionista
infla, amplifica y despliega en la crisis, la dimensión mitológica siempre
presente en todos los asuntos humanos" (pág. 159).
Morin define la crisis como la combinación, la interacción, el juego
a la vez complementario, concurrente y antagónico, de esos procesos y
fenómenos. La crisis es la dialectización de todos esos componentes. Su
carácter incierto y ambiguo constituye su riqueza, pero también determi-
na la incertidumbre y el carácter aleatorio, regresivo y progresivo de sus
resultados. La crisis es simultáneamente un revelador y un operador,
revela lo latente y lo virtual: los antagonismos fundamentales, las
rupturas sísmicas subterráneas, el avance oculto de nuevas realidades, la
capacidad de supervivencia o de transformación; la crisis pone eh funcio-
namiento todo lo que puede aportar cambio, transformación, evolución.
Me pareció interesante resumir detalladamente el artículo de E.
Morin; su mérito consiste en proponer una problemática general del
concepto de crisis; para hacerlo Morin pone en crisis el concepto de
crisis. Su propuesta, es posible comprobarlo cuando se lo lee, correspon-
de a la captación más adecuada a su objeto, proporcionando a aquellos
que trabajan sobre la crisis, y que a su vez son trabajados por ella, un
marco capaz de contener los elementos parciales, esparcidos, de una
teoría que la crisis del concepto de crisis desintegra. El análisis de Morin
aporta ese espacio "donde podemos colocar lo que encontramos", como
escribe Winnicott, á propósito del área de la cultura.
26
será la de tratar este aspecto subjetivo de la crisis cuando aparece como
una ruptura en el transcurso dé las cosas. Quisiera entonces dedicarme a
interrogar qué ocurre cuando, bajo el efecto de ciertos acontecimientos,
esta experiencia de la ruptura cuestiona dolorosamente en el sujeto la
continuidad del sí-mismo, la organización de sus identificaciones e idea-
les, el empleo de los mecanismos de defensa, la coherencia de su forma
personal de sentir, de actuar y de pensar, la confíabilidad de sus lazos de
pertenencia a grupos, la eficacia del código común a todos aquellos que,
con él, pertenecen a una misma forma de sociabilidad y cultura. ¿Qué le
ocurre al sujeto en ese intervalo entre una pérdida segura y una incierta
adquisición, en el momento en que todavía no se han establecido nuevos
lazos suficientemente seguros y confiables con un "ambiente" diferente,
en el momento en que el espacio psíquico y social necesario para
articular lo antiguo y lo nuevo no está todavía constituido y el tiempo
se presenta como suspendido, congelado y neutralizado?
La experiencia de la crisis participa del entrecruzamiento de varias
dimensiones, cada una de las cuales constituye un elemento de la
ruptura por la que se expresa subjetivamente la amenaza inherente al
estado de crisis. He detectado tres dimensiones principales a partir de las
cuales se organizan diversas problemáticas entrecruzadas:
1) La unión-separación y la problemática del espacio transicional
(Winnicott).
2) El continuo-discontinuo y la problemática del encuadre (Bleger).
3) L a articulación continente-contenido y las problemáticas del con-
tenedor (Bion), de los niveles lógicos y de la paradoja (Bateson) y del
aparato psíquico grupal (Kaes).
27
en la capacidad de ser contenido. La experiencia de la ruptura presupone
que la misma ha podido ser sufrida y elaborada como cesación del
estado de unión, como el fin de la continuidad y pérdida de la conti-
11
n e n c i a . Una ruptura siempre enmascara otra ruptura que la evoca y la
contiene.
En el caso del nacimiento, he insistido sobre la relación entre crisis y
premaduración. En este momento debemos evocar una doble ruptura: la
que debe vivir el recién nacido y la que debe elaborar la madre. Toda
crisis implica no una lógica del individuo sino una lógica relacional: de la
pareja y del grupo. El análisis transicional debe permitir la inauguración
de una lógica del "nunca uno sin el otro", a través de situaciones o de
estados localizados en la clínica, en la técnica y en la teoría psicoanalíti-
cas: todo aquello que se vincula con la relación de objeto o con la
función íraws-narcisista, o incluso, con la míer-transferencia, pero tam-
bién con las formaciones grupales provenientes de la apoyatura múltiple
del psiquismo, proporciona la materia.
Pero volvamos al nacimiento: para el recién nacido es ese momento
crítico en el que se encuentra en ruptura con la regulación (de continui-
dad, de continencia y de unión). Solicita soluciones reguladoras que sólo
pueden provenir de una organización común a la madre y al niño, la
simbiosis madre-niño. El hecho de separarse de la madre le exige al niño
dos tiempos: es entre dos cortes, el desprendimiento de la placenta y del
cordón umbilical, que se marca el espacio paradójico de una unión que
es ya una separación: el niño es puesto en el mundo sin estar en él.
Está separado de la madre y al mismo tiempo ligado a ella. Existir
requiere el corte del lazo y el mantenimiento de un lugar de conti-
nencia. Sobre esta división originaria, sobre su repetición y su elabora-
ción, el individuo se afirma como indiviso.
La presencia en y la presentación del niño al mundo es simultánea
con la ausencia del recién nacido fuera de la madre. El niño sólo puede
nacer como individuo mediante un movimiento análogo por parte de la
madre; el nacimiento crea en ella un vacío; el corte del cordón es el del
niño imaginario que se ha hecho cuerpo de ella, en ella y que ella
presenta al mundo. Pero esta parte desprendida es tratada por la madre
como parte de sí misma cuyas necesidades conoce y sabiendo, desde ese
1 1
Freud (1895) escribe que el trauma no está en el acontecimiento sino en
su evocación a posteriori. Ese tiempo de latencia es el tiempo de un trabajo del
trauma. M. Khan (1976) informa que Winnicott decía que el trauma sólo aparece
cuando cesa la omnipotencia.
28
momento, cuál es la solución requerida para la extinción de la crisis,
tanto para el bebé como para ella. La madre supera la crisis instaurada
por la doble ruptura del nacimiento sólo haciéndose cargo del bebé que
aparece en el momento oportuno y, recíprocamente, el recién nacido
sólo supera la crisis del nacimiento encontrando a la madre que necesita
allí donde ella lo esperaba. Tal vez ésta sea la primera ilusión doble que
restablece la unión de un modo simbiótico. Dicho de otra manera, el
trabajo de esperar un niño es un trabajo de la madre con miras a la
ruptura, marcada por ella como desgano y como pérdida en el momento
de la depresión posparto; esta depresión será elaborada por la madre y,
posteriormente, por ese niño que viene de la madre, que va hacia ella y
que debe separarse de ella "en el tiempo de la caída" (A. Missenard).
La ruptura y la ilusión originarias, la paradoja del entre-dos-cortes,
son constitutivas del espacio transicional y proporcionan el modelo de
las experiencias ulteriores de la ruptura y del restablecimiento de la
unión. El espacio paradójico entre la madre y el niño se reconstruirá,
primero, en el momento en que siendo interiorizada se convierta en una
parte del sí-mismo del bebé aunque permanezca en el exterior, hecho
que se dramatizará en el destete; luego, anunciado por esa caída que
revelará imprevistamente el deseo de la madre por la figura del padre, en
el momento en que el niño se encuentre entre-ellos-dos; y por último, en
la adolescencia que es a la vez tiempo de un cambio mayor en la estructu-
ra personológica del sujeto y espacio de una creación psicosocial intensa.
Este cambio y esta creación se efectúan a través de la ruptura en la
continuidad del grupo primario del niño y de los objetos infantiles y a
través de la elaboración de nuevas formas de organización en la persona-
lidad y los lazos grupales. Este pasaje se convierte en el movilizador de
profundas angustias que los ritos tienen por función reducir y orientar
hacia la apropiación del estado adulto según las normas sociales en vigor,
e implica el retorno y el recurso a lo antiguo, la reorganización de las
identificaciones y de las relaciones de objeto proyectadas como el
porvenir del sujeto. Pero esta crisis puede encontrar o reactivar otra:
aquella de la generación que precede y que a menudo se encuentra
enfrentada a sus propias rupturas (crisis de la edad intermedia descrita
por E. Jaques) y a aquella que puede anunciar, para la generación
intermedia, la de los abuelos, la entrada en la vejez. Una característica
de nuestro tiempo es que estas rupturas ya no están reglamentadas
so ci amiente.
De hecho, ruptura, ilusión, paradoja y espacio transicional no se
constituyen en un espacio vacío, sino por el contrario en un espacio
29
dispuesto por la articulación psicosocial. Desde el punto de vista psicoló-
gico, nunca es una madre la que trae un niño al mundo: es un grupo, la
parentela, el entorno. Es el grupo (la madre de la madre) el que
contiene, expulsa y recibe al recién nacido, quien de esta manera y
desde el comienzo viene "al mundo" en-un-grupo. Incluso, en Africa, es
toda una genealogía la que "se encarna en el recién nacido, entrecruza-
miento de generaciones en lugar de la "aparición en el grupo". En mi
experiencia del psicodrama nunca he asistido a una escena de dar a luz
en forma solitaria. A menos que sea para actualizar una figura de la
muerte.
30
le ocurre al adolescente, al inmigrante, al campesino que va a vivir a la
ciudad, a todo aquel que demanda una formación personal. Es imposible
el uso del espacio potencial para establecer un espacio entre-dos, entre el
yo y el no-yo, entre el adentro (por ejemplo, el grupo de pertenencia) y
el afuera (el grupo de recepción), entre el pasado y el futuro.
Además, aquello que está depositado en el encuadre, es decir, las
partes indiferenciadas y no desligadas de las primitivas relaciones simbió-
ticas (J. Bleger), retoma bruscamente y provoca una catastrófica angustia
de ataque y destrucción.
Es posible proponer la hipótesis siguiente: el sentimiento subjetivo
de la ruptura en la continuidad del entorno y del sí-mismo encuentra su
raíz en el sentimiento experimentado en ocasión de las primeras
rupturas sufridas por el niño. Winnicott ha demostrado que las conse-
cuencias de la privación constituyen una función del tiempo subjetivo
durante el cual es vivida la ruptura; ésta puede ser suavizada por el
retomo del objeto o por el restablecimiento de las regulaciones internas
gracias a la elección de un objeto equivalente; las consecuencias constitu-
yen también una función de la actitud activamente reparadora de la
madre (o del medio). Si en el bebé el sentimiento subjetivo de la ruptura
en la continuidad de la existencia (la ausencia) se prolonga más allá de un
cierto tiempo, deja de funcionar la capacidad de utilizar símbolos de
unión y el traumatismo sufrido genera un retorno de -y una apelación
a- formas primitivas de defensa. La regresión tópica, genética y formal
asegura las condiciones de una adaptación por ajuste a los nuevos datos
del espacio interno y del medio. Siempre con respecto al niño, Winnicott
12
hace la siguiente observación: "es sabido que el 'niño carenciado' (the
'deprivated child*) se agita y pierde la capacidad de jugar; muestra un
empobrecimiento de la capacidad de hacer experiencias en el campo
cultural. Esta observación conduce al estudio del efecto de la privación
en el momento de la pérdida de lo que había sido aceptado como
seguro. En el caso de la pérdida del objeto, o en el caso en que el niño
ya no puede confiar en su medio, significa para él una'pérdida en el área
del juego y una pérdida de símbolos ricos de sentido. En circunstancias
favorables, el espacio potencial es llenado por los productos de la propia
imaginación creativa del bebé. En aquellas desfavorables, falta esta
utilización creadora de los objetos o está relativamente mal establecida"
(ibíd, pág. 141).
12
Sería más correcto traducir "el niño sometido a la privación".
31
Es posible constatar que en la mayoría de las situaciones de ruptura,
la pérdida de seguridad en el ambiente provoca, en primer lugar, una
disminución de la capacidad creadora. En mi opinión, esta pérdida de
seguridad debe ser vinculada con otro tipo de fenómeno que el análisis
de Winnicott hace posible, aunque no lo encontremos formulado en este
autor: la herencia cultural, como decíamos anteriormente, puede ser
entendida como el código individual-social codificador y decodificador
de las representaciones y afectos organizados más o menos flexiblemente
y movilizados en una determinada área cultural y para un determinado
sujeto. La herencia cultural sólo puede encontrar su valor y utilidad
psicosocial si permite una articulación recíproca de las formaciones
inconscientes y las sociales: el mito es una de esas articulaciones privile-
giadas, así como, en su propio registro, lo es el rito. Este código se basa
en una relativa congruencia entre el yo de los componentes del grupo y
las cualidades del medio material y humano. Esta supuesta congruencia,
dejando un espacio de libre movimiento a cada uno, es obtenida por la
construcción común, mutuamente concedida y personalmente apropiada,
del espacio potencial.
A este respecto, la situación de los emigrantes, de los desculturali-
zados o de los huelguistas, proporciona un doloroso ejemplo. En esas
situaciones podemos reconocer a cada uno y hacer reconocer nuestro
"mal de vida".
A pesar de la aparición de numerosas obras sobre la migración y los
migrantes, no disponemos de documentos directos donde éstos se ex-
13
presen . Es significativo el hecho de que sean otros quienes hablan por
ellos y generalmente en un sentido en que, aquello que evoca en
nosotros su transicionalidad, es reubicado en la línea ideológica de
nuestros grupos de pertenencia. Por su posición, el marginado invita a
ser encuadrado, sobre todo su pensamiento, en tanto se inclina a identi-
ficarse con el discurso de aquel que se lo dirige con la intención de
"comprenderlo": una manera, quizá la única posible hasta este momen-
to, de existir para otro.
Por lo dicho es importante el Journal de Mohamed (1973), trans-
cripto por Catani, pero también lo es por la decepción que produce en
el lector a causa de la pobreza y el conformismo del discurso de
Mohamed. Emigrado voluntariamente de Argelia a Francia, Mohamed
existe esencialmente, en lo que dice, por su identificación con el deseo
1 3
Redacté este breve estudio sobre la ruptura en los emigrantes antes de que
pudiésemos disponer de los trabajos de T. Ben Jelloum, D. Karlin y T. Lainé.
32
del otro: el del patrón, el del francés, el del médico. Extranjero en su
propio país (no conoce nada sobre la guerra, sobre el F L N en el que
milita su mujer, sobre su propia historia —le pide a Catani que se la cuente
"del principio al fin"-), está dispuesto a señalar en los otros su carácter
de extranjeros, a los que desprecia y de los que intenta distinguirse
(pág. 38, a propósito de un italiano: "hablaba el árabe peor que yo").
No deja de disimularse en el encuadre: "por ejemplo, hago la cola
- d i c e - para tomar el subte igual que todos lo's demás y no hago líos"
(pág. 26), o en lo" del médico, en Argelia (pág. 27): " Y o me acostumbré
en el extranjero. Yo no empujo' así, como esos esclavos" (los otros
argelinos); o hablando de sí mismo: "el médico supo reconocer a una
persona que se comporta bien, que sabe hablar, que no empuja"; y el
médico, según cuenta Mohamed, lo lleva aparte y no le cobra.
Ser reconocido como un otro (un Señor) en ArgeÜa, es para Moha-
med actuar de acuerdo al personaje que se ha construido para ser
admitido en Francia y borrar su extranjería y para afirmar, en revancha,
en su grupo de extracción su status de extranjero, es decir, su superiori-
dad entre los suyos. De esta forma piensa escapar a la represalia (por
ejemplo, la chicánería aduanera que personalmente lo persigue cuando
vuelve a Argelia) que teme le hagan sufrir los suyos, a los que critica y
denigra (págs. 23, 25, 50 y 59).
La clausura del tiempo gracias al intenso trabajo que realiza y al que
dedica toda su atención, nó corresponde solamente a la necesidad de
financiar la casa que se ha construido en Argelia: se trata de no dejar
espacio para el tiempo transicional, durante el cual debería jugar con los
objetos, con los otros o con el código, pues, por el momento, son ésos
objetos, los centros y el código los que juegan con él. Solamente así
puede existir y ser reconocido: en la sumisión al código del otro. L a
emigración de Mohamed es un viaje hacia esa sumisión vital que no
tolera ninguna relación lúdica con los objetos. Ocurre lo mismo con la
mayoría de los obreros franceses en sus actitudes con respecto al saber, la
escuela, la cultura: "no se juega con esos valores, es necesario ser serio,
no perder el tiempo", repetían en las entrevistas que tuve con ellos hace
diez años. Como estos obreros (la mayoría) que buscan una incorpora-
ción conformista y valorizadora de la cultura de la clase superior,
Mohamed se dedica a ser, para existir, conforme al objeto supuesto del
otro, y el lugar que ocupa en los grupos, en los equipos y en la sociedad
es aquel que le asignan los otros; es necesario para existir, para subsistir,
que esos lugares coincidan en esta doble asignación. Y cuando Mohamed
le pide a Catani que le cuente "del principio al fin" la historia de las
33
relaciones entre Argelia y. Francia, ya está hospitalizado: ha encontrado
un espacio donde existir, y es allí, pero quizá porque "el entorno
Catani" es para él por fin un medio seguro y "suficientemente bueno"
que no somete y le restituye la palabra, donde Mohamed puede inventar
un espacio potencial; el hospital, la larga enfermedad, incluso. Catani,
constituyen en ese momento el espacio y el tiempo disponibles para la
creatividad de Mohamed: para su palabra en el espacio potencial.
Para Mohamed, como para todos los transicionales, el grupo (la
barra, el equipo) no constituye una mediación entre la subjetividad y el
código, un nepentorno, sino que es una protección contra la angustia de
su no asignación (Zwanglosigkeif): asignarse y ser asignado a un lugar en
un grupo es ser para sí y para los otros un existente (sujeto)' én el
campo del deseo. Y si, como ocurre a menudo, es ocupar un lugar en un
conjunto de semejantes, es porque gracias a esta condición puede funcio-
nar el campo de la ilusión: el de la coincidencia, el del entre-dos.
Pero antes que se constituye este espacio, en su exilio, el emigrante
—todo ser en crisis— no existe un ninguna parte: es un ser utópico
(soporte de utopías) entre ruptura y sutura. Mohamed pierde, con el
soporte de un código que ya no metaboliza ninguna significación y sin
compartir otro que originaría aquello que está por convertirse en su
experiencia, toda posibilidad de articular y comunicar su subjetividad
con una cultura y una sociabilidad. Este momento de desorganización es
crucial: constituye una intensa experiencia de despósesión, de despoja-
miento y pérdida que moviliza las energías y los mecanismos del tra-
bajo del duelo.
Recordemos que este trabajo concierne 'tanto a la pérdida del
objeto interno como del externo. Perder el objeto, no es solamente
dejarlo, es también y sobre todo ser dejado por él y desde ese momento
experimentar el terror de que nada lo reemplace. Es también quedar
librado a la agresividad del objeto desaparecido-destruido. Freud ha
demostrado cómo la muerte de un pariente procura satisfacción al deseo
inconsciente que, si hubiese sido bastante potente, hubiera provocado
esa muerte (Tótem et Tabou, págs. 74-75). Freud insiste sobre la ambiva-
lencia de los sentimientos en relación con el desaparecido: dolor cons-
ciente y satisfacción inconsciente que resulta de la hostilidad latente a su
respecto; explica mediante la proyección (". . .el sobreviviente niega
haber experimentado un sentimiento hostil contra el desaparecido: es,
piensa, el alma del muerto la que alimenta ese sentimiento que durante
todo el período de duelo se intentará calmar...", pág. 76) el origen
34
idéntico del temor a los espíritus y demonios y el culto a los antepasa-
dos entre los primitivos.
Estos datos clínicos pueden dar cuenta de la hostilidad hacia quie-
nes parten o se separan de un grupo de extracción, tanto como de la
ambivalencia de quienes se van con respecto al grupo y a los objetos
interiorizados. Un recíproco trabajo de duelo se efectúa en él que parte
y en el que es abandonado; tanto para el uno como para el otro, a la
pérdida del objeto exterior se suma la pérdida del objeto interiorizado.
El trabajo de duelo implica, como lo ha establecido Melanie Klein,
la activación de los procesos de la posición depresiva. De la elaboración
de esta posición, cómo de la utilización de las fantasías y de las defensas
14
correspondientes, depende el éxito de este trabajo .
León Grinberg (1964) ha subrayado este aspecto fundamental del
vínculo entre la pérdida del objeto y la pérdida de algunas partes del
sí-mismo: "considerando que en toda relación con un objeto existe
también una relación con las partes del sí-mismo depositadas en él, cada
pérdida objetal es acompañada simultáneamente con la pérdida de las
partes del sí-mismo que habían sido colocadas en el objeto por identifi-
cación proyectiva. En consecuencia, el sí-mismo se debilita, se empobre-
ce, y otra parte del sí-mismo se siente culpable de este empobrecimien-
to". Grinberg concluye que siempre existe un duelo subyacente del
sí-mismo en todo duelo de objeto. Luego describe la existencia de dos
faltas de cualidades diferentes: una, denominada "falta persecutoria" que
14
"Uno de los factores fundamentales para determinar si la pérdida de un
objeto amado (...) llevará a la enfermedad maníaco-depresiva o será normalmente
superada, es, según mi experiencia, la medida en que la posición depresiva ha sido
elaborada con éxito, en la que los objetos amados, introyectados, han sido
interiorizados con seguridad durante el primer año de la vida" (M. Klein, 1952,
pág. 206). Si en el bebé la introyección del objeto bueno fracasa, la situación de la
pérdida del objeto de amor se establece desde ese momento con la misma significa-
ción que en el melancólico adulto (M. Klein, 1934, p. 338). El trabajo de duelo consis-
tirá para el yo en introyectar un objeto bueno y estable (M. Klein) y en incorporarlo
(K. Abraham). En el transcurso del duelo es posible observar que el sujeto no
cumple este trabajo por primera vez: "la posición depresiva precoz y con ella las
angustias, la culpabilidad, la aflicción y la sensación de pérdida provenientes de la
•lactancia, el destete, la situación edípica y de todas las otras fuentes, son reactiva-
das. Entre todas estas emociones, el miedo a ser castigado y despojado por los
padres temidos -es decir, el sentimiento de persecusión- también es reanimado en
los estratos profundos de la personalidad . . . Pensamos que, cada vez que experi-
mentamos la pérdida de una persona amada, son ellos (los objetos buenQs interiori-
zados) los que asimismo son abatidos y destruidos", escribe M. Klein.
35
sobreviene en una etapa precoz y se acrecienta con la angustia de la fase
paranoide-esquizoide; es característica de las neurosis graves, de las
personalidades fronterizas, de los cuadros psicóticos y de los duelos
patológicos; predominan en ella las tendencias a la compulsión de repeti-
ción, a la exoactuación (acting oui), a las actitudes masoquistas. A la
inversa, Grinberg sitúa la "falta depresiva" en el período del desarrollo
correspondiente a la posición depresiva descrita por M. Klein; requiere
un yo más maduro e integrado; en ella predomina la pena, la preocupa-
ción por el objeto y por el sí-mismo, la nostalgia y la responsabilidad; se
manifiesta en el duelo normal con actitudes de sublimación y repara-
ción: " e l yo, escribe M. Klein, se ve obligado (por su identificación con
el objeto bueno) a reparar todos los ataques sádicos que ha dirigido
contra ese objeto" (1934, pág. 315). Una vez reparado el objeto muerto
y restablecidas las partes del sí-mismo en su integridad, el yo puede
superar la prueba que representa el duelo.
Estas dos modalidades de la elaboración de la pérdida del objeto y
de las partes del sí-mismo en la experiencia de la ruptura determinan dos
tonalidades, definen dos momentos en el proceso de disposición de un
neoespacio transicional.
En efecto, la pérdida del código (a la vez perdido, destruido y
rechazado) genera, según los sujetos, o bien —con el reflujo narcisista
centrado sobre el sí-mismo— una intensa erotización de las propias
producciones internas mediante las cuales se afirman la pura subjetividad
y el significante loco (R. Gori, 1978) en ruptura con el código, o bien la
tentativa de incorporar en forma maníaca el objeto e instaurarlo por la
fuerza en el interior, en el lugar de la subjetividad: esto permite asegurar
15
la sumisión al código externo , la constitución o la acentuación del
falso sí-mismo. Estos dos movimientos, que representan los polos extre-
mos entre los que oscila el sujeto y sobre los cuales puede fijarse' la
transicionalidad, no se pueden separar de las reacciones del medio. El
grupo permite orientar la trayectoria de estas dos tendencias: se constru-
ye como mediador de las relaciones entre la subjetividad y el código.
Es necesario acordarle particular importancia a la pérdida o al
cambio de código. En la medida en que rige las significaciones y las
relaciones interpersonales y sociales, repercute básicamente sobre el em-
pleo de los sentimientos de amor y odio dirigidos hacia las personas, el
15
Sumisión y seducción: el transicional, el inmigrante, el extranjero,, pero
también el desviado, por esta sumisión solicita en mí, como signo de su reconocimien-
to, mi ruptura. Busca seducirme, incorporarme: controlar, devorar.
36
sí mismo y los objetos. Toda cultura codifica mediante ritos y procedi-
mientos con finalidad normativa las significaciones y las relaciones liga-
das al odio y al amor. La educación, la domesticación y la aculturación
rigen el uso, la meta y el objeto "normal" de las pulsiones de tal
manera que cada uno pueda vivir según la norma sus relaciones con el
16
otro y consigo m i s m o .
En esta perspectiva, la quiebra de la confianza en el medio es
también una falla en la capacidad del código para organizar las conduc-
tas y regular las elaboraciones pulsionales, es decir, para asignar un
objeto y una meta a la pulsión. •
Dado que cada grupo posee su propio código de significaciones y
procedimientos de amor y odio, el pasaje de un grupo a otro implica
necesariamente para el sujeto una desintegración del código anterior y al
mismo tiempo una imposibilidad de dominar el código del grupo re-
ceptor. Esto genera angustia en la medida en que la pérdida del código
significa forzosamente la reactualización de los conflictos entre las ten-
dencias de amor y ternura y las tendencias destructivas y de odio.
Para un inmigrante, un exiliado, un desculturalizado, perder el
código es exponerse a la muerte, tanto como ser excluido del grupo de
pertenencia: la energía desligada, libre y en exceso provoca la angustia
de la irrupción pulsional y la incertidumbre en cuanto a su uso. Precise-
mos que se trata fundamentalmente de la irrupción de fuerzas de
desligamiento y que la destrucción subjetiva del código es vivida como
un efecto de la pulsión de muerte. Sólo a través de este efecto son
sentidos los ataques del grupo de origen a los del grupo de recepción y
elaboradas las defensas contra esos ataques. Algunas veces se conjugan
con este efecto supuesto los ataques reales que emanan de los grupos de
origen o de recepción; de esta manera adquieren mayor fuerza y aniqui-
lan toda capacidad de lo que Bion llama el pensar, es decir, se reduce a
mínima la capacidad de formar los símbolos de la unión.
Por lo tanto, a la quiebra de la confianza del medio, del yo y del
código, se agrega la inseguridad del medio "de recepción", aunque se
organice para ser activamente receptor, es decir, para ser un contenedor
suficientemente bueno. Esta inseguridad proviene de diversos fenóme-
nos: en primer lugar, la reacción de rechazo, de sospecha o de ataque
16
Por ejemplo, las normas de cortesía son formas de mantener a distancia, en
las relaciones sociales, el empleo del amor y el odio. Aproximarse demasiado a una
persona, puede significar la transgresión del código prevalente en una sociedad,
pero también lo contrario en otra.
37
frente al extranjero, aquel que es radicalmente otro pero que todavía
no puede ser identificado como un otro. Las coyunturas de penuria y
persecución acentúan estas reacciones. Además, la imprevisibilidad de la
conducta del otro también provoca el rechazo y acaba por acreditar en
el otro su propio carácter peligroso. Una de las consecuencias más
notables de esté proceso circular es la incapacidad del sujeto en transi-
ción para adquirir el nuevo código aunque se esfuerce para asimilarlo: no
puede introyectar lo que proyectivamente aparece significado como
peligroso. Un tercer elemento que puede ser agregado a los precedentes
permite explicar aquello que Winnicott propone cuando describe el
peligro de que el espacio sea llenado por lo que otro le inyecta: "lo que
se encuentra en este espacio proveniente de cualquier otro (es) material
persecutorio" (1975, pág. 142). Nos enfrentamos aquí a lo que podría-
mos llamar una reacción persecutoria frente a una enculturación por
sometimiento: este fenómeno, contra el cual el bebé no puede luchar,
desencadena en el adolescente o en el adulto en transición un violento
rechazo que podría explicar numerosos fracasos en los proyectos de for-
mación, alfabetización, ayuda a los inmigrantes y personas desplazadas,
en suma, procesos de aculturación.
No solamente la cultura, en el espacio del entre-dos, ya no puede
proporcionar las condiciones de una adaptación a la situación, (por
cuanto la antigua ya no es apropiada mientras que la nueva todavía no
ha sido adquirida), sino que además todavía no es posible establecer una
neocultura (o un neoespacio cultural). Esta adaptación confiere el senti-
miento de confianza basado sobre la confiabilidad: "el espacio potencial
entre el bebé y la madre, entre el niño y la familia, entre el individuo y
la sociedad o el mundo, depende de una experiencia que conduzca a la
confianza", escribe Winnicott (op. cit-, pág. 143), es decir a. la construc-
ción de un sentimiento de seguridad fundado sobre la experiencia en
el momento de la mayor dependencia.
A partir de este hecho se puede postular la hipótesis de que la
reaparición de una situación de dependencia máxima será necesaria para
constituir la condición de la confianza y que el sentimiento que asegura-
rá una protección contra el trauma sólo podrá ser la omnipotencia:
veremos que la construcción de un grupo dé transicionales cumple esta
doble función, capital en la transicionalidad. Por el momento, esta fisura
en la confianza "trabará la capacidad de juego del individuo por obra de
las limitaciones del espacio potencial" (Winnicott, op. cit., pág. 151). El
movimiento que va a originarse es el siguiente:
38
1. La limitación del espacio potencial y la falta de confianza condu-
cen a la pérdida de la capacidad para vivir creativamente.
2. Por lo tanto, las posibilidades del sujeto son la sumisión extre-
ma, el establecimiento de una personalidad como si (as if) y de un falso
17
s í - m i s m o , o una reacción persecutoria frente a la enculturación por
sometimiento.
3. La apelación a un grupo que ofrece un objeto a la pulsión para
lograr ser algo, asegurando las condiciones de un sentimiento de conti-
nuidad de la existencia, de una elaboración de la experiencia persecu-
toria, de una neocultura, de una capacidad para fiarse de un contenedor
suficientemente bueno.
4. El reencuentro de la capacidad para vivir creativamente.
39
hiperorganismo), de contenedor, de homeostasis, de elaboración repetiti-
va de la relación simbiótica con un objeto en posición meta. E l papel del
grupo en la resolución o fijación de crisis "individuales" permite com-
prender la fragilidad de una concepción "individualista" de la crisis. Las
investigaciones clínicas que he realizado me han llevado a proponer la
articulación de una doble problemática cruzada: la de la división del
sujeto y del grupo indiviso y la de la individualización y la grupalización.
Precisaré más adelante estos términos. Lo que también revela la clínica
es que la elaboración de la crisis pone en funcionamiento los sistemas de
representación que resultan de un trabajo psicosocial de mentalización.
Esta apelación a ciertos sistemas de representación debe ser comprendida
en la perspectiva de la defensa de la integridad del sistema global
amenazado o del ataque de sistemas antagónicos. La mentalidad ideológi-
ca cumple esta doble función de defensa y ataque. En esta línea, he
propuesto el análisis de la mentalidad utópica como tentativa de instau-
rar la paradoja de un cambio que se efectuaría sin cambios.
Los análisis propuestos por etnólogos y psiquiatras sociales sobre la
transformación de las sociedades tradicionales ejemplifican claramente
este propósito y'explicitan las relaciones entre individuo y grupo en
situación de crisis, sobre todo cuando crisis social y crisis individual
están en curso de desarrollo, y el papel que juegan en ella los sistemas
de representación.
De este modo la transformación de las sociedades africanas tradicio-
nales, generando bruscas modificaciones sociales y culturales, ataca los
roles y status instituidos en forma rígida y precisa, modifica la organi-
zación de los grupos primarios y sobre todo de la familia, socava la
adhesión y la creencia en los sistemas de representación tradicionales.
Por ejemplo, en los sistemas en equilibrio tal como lo eran las sociedades
tradicionales, la autoridad no era discutida; estaba integrada en un
conjunto donde a cada individuo se le asignaba su lugar, su rol y su
status según modelos inmutables. La autoridad garantizaba este lugar y
el orden social subsecuente, pero también la seguridad de cada uno de
sus integrantes.. En general, en este tipo de sistema, la desaparición de
una figura que encamaba la autoridad no acarreaba graves consecuencias
pues siempre era posible recibir e integrar. los valores gracias a la
solidaridad comunitaria y la estabilidad de la cultura.
Cuando sobrevienen la desaparición del grupo primario y la subver-
sión de los códigos socioculturales, la relación del individuo con el grupo
se ve amenazada, y por ende, su seguridad. La acción de desculturación
40
tiene consecuencias desintegradoras sobre las defensas psíquicas social-
mente organizadas de los individuos. Así, cuando el pensamiento mágico
y la brujería son sostenidos por sistemas socioculturales intactos, consti-
tuyen mecanismos de autorregulación individuales y colectivos que limi-
tan el desarrollo de la patología. En Africa, la brujería es una de'las
respuestas dadas por la sociedad al problema de la existencia del mal. De
hecho, la enfermedad es concebida como el resultado de relaciones
perturbadas con el orden establecido, con uno o varios miembros del
grupo; es el resultado de las dificultades generadas al enfrentar la regla
que rige la comunidad; esta regla implica a los antepasados y contiene
todas las prohibiciones. Una máxima duala del Camerún dice que "tu
brujo forma parte de tu cuerpo", es decir que aquel que te desea el mal
es siempre uno de los tuyos, forma parte de tu grupo familiar. De paso,
observemos aquí la equivalencia entre cuerpo y grupo (cuerpo grupal).
La brujería cumple un papel de regulación individual y social puesto que
permite simultáneamente localizar el origen del mal (el ataque a la
cohesión grupal), exorcizarlo (expulsión, destrucción del brujo) supri-
miendo la angustia provocada por la ausencia de su localización, y
producir el retomo al orden familiar y grupal. Una sesión de cura
tradicional consiste en el reintegro del individuo enfermo al grupo
familiar que, por esto mismo, es reunificado. La enfermedad se revela
entonces como una salida "propuesta" por el grupo al conflicto entre
sus miembros. Es a la vez síntoma y curación del desorden del grupo.
Cuando los grupos de base se desorganizan o son destruidos, la
apelación a estas formas de defensa (pensamiento mágico, brujería,
proyección sobre el exterior) conlleva consecuencias muy negativas y
entonces se encuentra implicada directamente en la génesis de graves
perturbaciones en la percepción de la realidad. El individuo desculturali-
zado es privado del entorno grupal tradicional que le permitía utilizar
los mecanismos de proyección de la angustia y la culpabilidad sobre el
grupo y el brujo. El grupo primario, la familia, ya no pueden asumir sus
funciones organizadoras de la personalidad y vehiculizar los valores de la
tradición. De esta forma, la autoridad, en lugar de garantizar el lugar y
el orden y por lo tanto las instituciones de la seguridad, se transforma
en el único elemento que puede lograr la última cohesión familiar y
personal. Demasiado coercitiva, no tiene efectos positivos: ya no trasmi-
te nada, por el empobrecimiento de los valores tradicionales; además, al
congelarse, se convierte en un obstáculo para una eventual evolución:
impide la expresión y la superación de los conflictos. Encierra al indivi-
41
dúo en un limitado número de roles, empobrece su personalidad y no
18
desarrolla ninguna plasticidad adaptativa .
Por lo tanto, la enfermedad es una de las pocas soluciones posibles.
Así, el acceso delirante, tan frecuente en Africa, expresa y refleja la
degradación del lugar amenazado como consecuencia del cambio social.
" E l acceso delirante, escribe H. Collomb (1965), es una lucha contra la
soledad y el aislamiento. Es búsqueda de contacto: búsqueda del otro
bajo una nueva fachada, tentativa por alcanzarlo identificándose con él
por medio de sistemas de representación" (pág. 233). De esta forma, la
enfermedad delirante, estado psicótico transitorio, es una salida que el
sujeto encuentra cuando la asistencia grupal está destruida o es insufi-
ciente. A menudo permite, gracias a la hospitalización, es decir, a la
asistencia de un nuevo encuadre y de un grupo transicional, un reajuste
de la personalidad a las nuevas condiciones de la existencia.
He propuesto este análisis como un medio para revelar cómo la
enfermedad "individual" no es sólo una pantalla (entre sí mismo y el
mundo hostil), un cofre (refugio en un lugar de cuidados y reparación) o
un encierro (clausura, cierre)*. Es indisolublemente, por este hecho
mismo y en el caso ejemplar que presentamos, la expresión de una crisis
social y la capacidad de elaborar una solución a esta crisis, en tanto que
una estructura social de recepción se preste a la elaboración de la
experiencia de ruptura.
Estos problemas, suscitados por la experiencia de la ruptura allí
mismo donde cuestiona el acoplamiento psicogrupal del sujeto en su
relación con el grupo, pertenecen al campo del análisis transicional;
surgen en numerosas situaciones: enfermedad, separación, duelo, modifi-
caciones del marco geográfico, social, cultural, profesional. Desde este
punto de vista, ciertos momentos de la vida son decisivos, sobre todo la
adolescencia. Asimismo, creemos que aquí es posible otro intento de
comprensión del sujeto que se constituye y se identifica en el límite
psicosocial. Nos explicaremos mejor en la tercera parte de este trabajo.
Antes de comenzar con esa explicación, quisiera poner en evidencia
la importancia de ciertas organizaciones de mentalidades cuya estructura,
18
Encontramos aquí una verificación del análisis que propone Morin de la
rigidificación del sistema y del bloqueo de los dispositivos que aseguran la reorgani-
zación permanente del sistema. Véase antes, pág. 21.
* Es imposible mantener el juego de aliteraciones del original: écran (pantalla),
écrin (cofre, joyero), écrou (encierro). [T.]
42
origen y función psicosociales mantienen una estrecha relación con la
elaboración de la experiencia de ruptura.
43
todos lados, de ser despedazado, robado, vigilado, espiado, subtiende la
fantasía de la pérdida de los objetos buenos y de estar por lo tanto sin
ningún recurso. El pasaje de la fase persecutoria, donde toda la energía
psíquica es movilizada por las defensas dé la posición paranoide-esquizoi-
de, a la fase depresiva marca una evolución decisiva. La capacidad de
inventar un proyecto común en un grupo intermedio entre los grupos de
extracción y de recepción constituye una adquisición fundamental: este
proyecto es un fenómeno transicional y se sitúa en un espacio donde
existe la confianza.
De estas formas de disposición de la transicionalidad por organiza-
ciones grupales comunes al sujeto y a un medio social, se deducen los
conceptos de posición ideológica y dé posición mitopoética.
Posición debe ser entendida aquí en el sentido kleiniano de' configu-
ración estable de mecanismos de defensa y de construcciones, de relacio-
nes de objeto, de estructuras identifTcatorias organizadas por el predomi-
nio de un tipo de angustia psicótica.
He demostrado (1980) que la posición ideológica se establece como
defensa contra lo abierto por donde aparece la amenaza de persecusión
del afuera y la ambivalencia del a d e n t r ó l e s decir, la destrucción del
objeto bueno. En cierta manera es una defensa contra la mentalización,
contra el grado cero del pensar: contra lo experimentado. Es una
posición de clausura sobre el objeto idealizado, bajo cuyo dominio son
mantenidas todas las manifestaciones psíquicas del experimentar, el re-
presentar, el actuar y el vincular. Triple sumisión al ideal (idealogía), al
ídolo (idológía) y a la idea de omnipotencia (ideología) rectora de la
realidad psíquica, siempre renegada como tal en provecho de la objeti-
vación de lo real: toda ideología es objetivación y se presenta como
objetividad: no tolera la separación diferencial entre el deseo y él objeto,
entre el adentro y el afuera, entre el sí-mismo y el entorno; se organiza
como reflejo y repetición de lo mismo en lo mismo asegurando en el
cierre del discurso la clausura de los intercambios intersubjetivos y la
clausura de las formas sociales en las cuales esos intercambios podrían
producirse si no pusiesen en peligro al yo en su división suturada. La
ideología (la posición ideológica) es una función de asignación unívoca.
Es también el espacio idéntico al fetiche imponiendo la ubicación del
objeto del sujeto: el tiempo de la ideología desborda sobre el adveni-
19
miento de la historia .
19
Así como la utopia sistemática que produce la abolición del proceso (la
historia, el porvenir), invadiendo el encuadre y el continente. Remito al lector
44
La posición mitopoética admite lo abierto, la transformación y las
reorganizaciones en las asignaciones. Acepta la polisemia, reducida en la
posición ideológica: el mito codifica diferentes órdenes de realidad, en-
gendra la interpretación como pérdida, reencuentro y creación del sen-
tido. E l mythos es la palabra que surge como creación porque se ubica
en la tradición de lo ya dicho, que no es repetición sino referencia: una
continuidad que no se impone como límite a la poiesis. E l objeto
existe como tal y simultáneamente se resiste a la destrucción e insiste en
hacerse reconocer, lo que presupone una disposición de la angustia
depresiva hacia la reparación y la creación.
Estas dos posiciones son coextensivas a la grupalidad; ciertos grupos
se establecen sobre una u otra de estas posiciones; otros, la mayoría, se
constituyen en la alternancia entre ambas. Así la actividad de mentaliza-
ción y la organización social en un grupo oscila, cada vez que "el trono
y el altar peligran", entre una posición ideológica y una posición
mitopoética donde se elabora la creatividad de sus miembros^ Pero
también existe una correlación entre las posiciones de los sujetos y
aquella sobre la que se establece el grupo: el pasaje hacia la posición
mitopoética en un grupo puede generar.un repliegue personal hacia la
posición ideológica en algunos de sus miembros.
Estas tensiones, estas oscilaciones entre lo cerrado y lo abierto se
acentúan, y movilizan desplazamientos internos de energía cuando sobre-
viene una experiencia de ruptura. Entonces el yo, como el grupo, se
organiza a partir de sus fronteras para retener los contenidos y asegurar-
se que no se producirá un retorno a la situación de agresión y persécu-
sión, hecho que en la utopía sistemática desemboca en esta paradoja: la
persecusión denunciada en el sistema anterior regula el control social
absoluto en el "nuevo".
No obstante, la posición ideológica puede cumplir una doble fun-
ción: una identificatoria y de reconstrucción de una identidad común y
20
la otra cognitiva, de representación coherente de la razón de las cosas .
45
Cuando hari podido realizarse estas dos funciones, cuando ha experimen-
tado algo productivo y bueno, la posición ideológica se hace más dúctil.
Entonces es posible elaborar y proponer esquemas de conducta o de
representación mucho más flexibles, mucho más adaptados al aconteci-
miento y en relación con una transformación del mismo. Poético: es
decir generador de un sentido imprevisto. Mítico: porque las mentaliza-
ciones se apoyan sobre los grandes sistemas de referencia del discurso
originario, porque las cosas ya han sido dichas y se encuentran en
comunicación con el antes y con el después. Entonces se produce una
creación original entre sujeto y proyecto: "Esa brecha entre el pasado y
el futuro que es quizás el ámbito propio de toda reflexión" (Hannah
Arendt, La crise de la culture, pág. 229).
II. CRISIS, P A R A D O J A Y F O R M A C I O N
46
les. Un grupo de formación comprende un dispositivo regido por reglas
precisas de funcionamiento y por las condiciones de un trabajo psicoana-
lítico; este dispositivo constituye el encuadre de emergencia y de elabo-
ración de los componentes de una crisis personal. El grupo cumple
también una función de contenedor. Es, además, el resultado de una
construcción común de los individuos que lo componen: éstos funcio-
nan según estructuras parcialmente idénticas a las del grupo, aunque éste
pertenezca a un nivel de organización y de funcionamiento diferente al
de sus constituyentes. Estas propiedades hacen de la formación grupal
una situación apta para el desarrollo y la resolución de tensiones paradó-
jicas.
47
En la sesión siguiente, mi colega monitor, llamado Rolando y que
está particularmente interesado en el funcionamiento del grupo de
diagnóstico, enuncia las reglas. Hablando de ese monitor, un participante
lo nombra produciendo una condensación entre su nombre de pila y mi
apellido; otro participante elabora entonces la fantasía de la muerte de
Rolando en Roncesvalles, llamando a Carlomagno en su socorro. Luego
los participantes establecen una vuelta de la mesa (una "vuelta de
Francia", como dicen) para que cada uno se presente según su origen
geográfico. Parece quedar sobreentendido para todos que cada uno de
los participantes (que en principio no se conocen) son psicólogos o están
vinculados con esa disciplina, hecho desmentido (y renegado) inmediata-
mente por una participante quien, a pesar de ser realmente una psicó-
loga, se hace pasar por camarera del comedor universitario. Algunos
miembros se sorprenden pero aceptan el hecho, aunque la mayoría se
niega a creer lo que les parece más una incongruencia que una mistifica-
ción.
En la sesión de psicodrama siguiente el tema propuesto y aceptado
es el de una comida de familia donde no hay nada para comer; a pedido,
de los participantes represento el papel de la madre que no da alimento:
el juego escenifica el vacío, la angustia, el pedido de socorro hacia esa
madre que no alimenta; ésta propone que aquellos que puedan hacerlo
trabajen para ganar dinero con el que comprar el alimento para todos.
Esta proposición es muy mal recibida: "son los padres los que deben
alimentar a sus hijos, aun si éstos son grandes". Todo el tiempo de la
elaboración luego del juego es ocupado en autointerpretaciones psicoana-
líticas abstractas y teóricas.
La jornada acaba con una sesión de grupo de diagnóstico bastante
triste, donde prevalece el sentimiento de vacío y de disgusto. La evoca-
ción de una participante ausente desde la segunda sesión es acompañada
por la fantasía de que quizás haya muerto; luego esta perspectiva es
fuertemente rechazada. A continuación el ataque recae sobre m í , quien
reduciría al otro monitor (Rolando) a la nada, y que (como ellos) sería
a la vez todopoderoso e impotente, como Carlomagno intentando salvar
a Rolando. Este ataque es subrayado por una aguda crítica intelectual a
mi técnica de "animación": no animo bastante ni bastante bien. A esta
fase le suceden sentimientos depresivos en algunos y persecutorios en
otros. Ciertos participantes expresan su temor, y otros su anhelo, de que
se hable de ellos en una publicación del C E F F R A P (la asociación que
organiza el grupo). De esta forma acaba la jornada, repitiendo, retoman-
do y elaborando los elementos iniciales de la sesión.
48
Detengámonos sobre las cuatro sesiones de esta primera jornada. El
análisis que propongo está fundado sobre la coherencia interna de las
asociaciones verbales y de los actos de los participantes, y sobre los
efectos de las interpretaciones que mi colega y yo propusimos en el
transcurso de las sesiones ulteriores. En principio, me parece que la
representación del transiberiano figura la situación de crisis de los parti-
cipantes, la situación de entre-dos que caracteriza al proceso de forma-
ción. Están en "ruptura con algo", ruptura que motiva sus demandas de
formación y que, en la sesión misma, reaparece en la dificultad de
encontrar un tema y luego, un espacio de juego. En efecto, encontrar
ese tema y ese espacio implica realmente una ruptura en relación a la
re-unión inicial del grupo, reunión que en sí misma figura una forma de
solución de la ruptura (separación y pérdida) inherente al proyecto de
búsqueda de una formación. Formarse es sin lugar a dudas una ruptura
con algo y es, desde ese momento, intentar una reunión del sí-mismo
dividido y separado en un sí-mismo unificado o re-unificado, como el
niño con su origen materno. Ser agresivo es reactualizar todo lo que esta
pérdida de unidad conlleva de sentimientos dolorosos y vengativos con
respecto al otro, una vez que ha surgido separado de sí.
En nuevas reuniones, el juego de una primera sesión de psicodrama
escenifica a menudo temas análogos u opuestos pero siempre centrados
en la búsqueda de un espacio, de un lugar con frecuencia móvil: un tren,
un barco, un automóvil, simbolizan no solamente la trans-formación que
es el fin esperado y temido del viaje o del vagabundeo, sino también el
contenedor que asegure la transición, la permanencia de un medio
(Umwelf) familiar y confiable (heimlicti); más tarde sobrevendrá lo
siniestro, aunque no deje de estar significado en el psicodrama que fue
representado en la primera sesión de una reunión de formación: los
pasajeros se hallan a bordo de un barco lujosísimo para realizar un
fabuloso crucero. Todo está al alcance de la mano, y sobre todo el
alimento, pero surge la sospecha de que habría un ladrón o un pasajero
clandestino en el barco, un intruso que sería, quizá, un huésped de
categoría "olvidado". El análisis hará aparecer diferentes significaciones
transferenciales atribuidas a este distinguido intruso que viene a romper
el perfecto círculo de un sí-mismo grandioso y a dar testimonio de la
falla "olvidada" que genera la escenificación. Sobre este, intruso, doble
insoportable, recaerán todas las pulsiones agresivas y destructivas.
Volvamos a nuestro transiberiano: al comienzo de la segunda sesión,
Rolando (mi co-monitor) marca una nueva ruptura enunciando las reglas
de una nueva forma de funcionamiento. Entonces se pasa a evocar su
49
21
muerte en el mismo momento que el otro monitor es mantenido vivo,
figurando en la transferencia el recurso a una imago salvadora. La vuelta
de la mesa.-"vuelta de Francia"- al mismo tiempo que actualiza una
norma común del grupo (éh oposición a la regla de libre asociación
enunciada por el monitor), traza el círculo de la reunión del grupo y de
la unidad interna, más allá de las divisiones, y las diferencias. Por otra
parte, todos se creen "psicólogos": el desmentido esgrimido por la
"camarera" dramatiza la renegación de la creencia común en el temor de
que aparezca una fisura en la unidad del medio. Este miedo a la fisura
aparece en la fantasía de que Rene ha matado a Rolando, su doble, o a
la mohitora ausente. La desmentida de la camarera es sentida como un
ataque contra el objeto bueno común y como una privación de la ilusión
22
grupal naciente .
Esta nueva ruptura, repetida, reactiva los componentes de la situa-
ción de crisis engendrada por el debilitamiento, del sí-mismo y del
medio. La reparación de la ruptura requiere la actualización de la
confianza, el retorno a lo conocido, a lo confiable, la implantación en
un contenedor. La vuelta de mesa cumple esta función del grupo de ser,
como entorno materno, un posible espacio de ilusión. La mistificación es
significativa de la intolerancia a la paradoja que aquí asegura el funciona-
miento de la ilusión y la "invención" del objeto transicional. La partici-
pante no sólo ataca la ilusión sino que produce (o intenta producir) la
ilusión negativa como defensa contra el peligro de que la ilusión no
funcione: se trata de una defensa paradójica contra la persecusión. De
esta forma se prepara la tercera sesión. .
Esta tercera sesión permite significar el lugar del primer espacio
transicional y su dramática ausencia: la boca, cavidad que en este caso
está vacía o vaciada, donde no se intercambia nada, donde nada se
21
Rolando, Rene, Roncesvalles: en una sesión posterior, los participantes se
quejarán de la falta de aire, luego de haber evocado nuevamente la muerte de
Rolando, condición imaginaria dé la supervivencia del otro, Rene, fantaseado como
"duplicado" por Rolando, y éste, a su vez, doblando a la mujer (monitorá)
esperada y fantaseada en la fase preelaborativa del grupo, y finalmente ausente.
22
La camarera de ese grupo ocupa el lugar de la camarera (real) que
interviene en otro grupo, el llamado "del Paraíso perdido": una y otra vez, según
modalidades diferentes, son asignadas, o convocadas, para atacar la ilusión grupal
que también' podría ser la de la institución organizadora de las sesiones (el
CEFFRAP, en el último caso) y sobre todo a través desús producciones teóricas.
Esto acarrearía poner en crisis a ios monitores. Véase más adelante, a propósito de
la mistificación, pág. 5 6
50
ilusiona, y la madre, que no alimenta y que no recibe ninguna gratifica-
ción, así como Carlomagno no salva a nadie. Si los participantes se
aütoalimentan es apropiándose en forma agresiva y megalorhaníaca el
"saber", el lenguaje y el supuesto "poder" de los monitores. Llenan su
vacío interno inyectándole un "saber-previo" (R. Gori, 1976), intentan-
do identificarse con el objeto exterior todopoderoso. Su posición ideoló-
gica idealiza el saber (psicoanalítico), proyección de su narcisismo, arma-
dura del .falso sí-mismo, arma de guerra forjada por su violencia. Y el
final de la sesión es característico de ese movimiento de repliegue que D.
W. Winnicott describe como la espera angustiante de la persecusión.
La evocación de la ausente en la cuarta sesión permite a los
participantes expresar su agresividad y su temor a ser desalojados del
campo del deseo del otro (sobre todo de los monitores: recordemos
nuevamente que Rolando reemplaza a una monitora que ha debido
ausentarse); ellos mismos son objeto de su propio fantasear sin recurso
ni ayuda, así como la ausente es fantasmáticamente destruida y recha-
zada. Todavía subsisten los temores paranoicos, pero aquí apunta su
angustia depresiva por haber destruido en la fantasía el continente y el
contenido materno (el grupo, los monitores, la participante). Y es así
como en un registro oral y no genital ni edípicó, son alternativamente
omnipotentes e impotentes y están identificados con el grupo, los
monitores y la participante. El ataque dirigido contra mí está destinado
a asegurar mi supervivencia. Mi presencia y mi trabajo con Rolando
tendrán como objetivos el de contener y elaborar este ataque y el de
seguir psíquicamente vivo.
Estas cuatro sesiones constituyen una dramatización dé las fantasías
de ruptura y de unión; desde nuestra perspectiva actual, son sobre todo
una tentativa por efectuar una doble exploración: la primera es la del
contenedor y del encuadre psicoanalítico (se trata de "comprobar" las
propiedades estables y confiables, vivientes y vivificantes del medio que
constituyen el dispositivo y la persona de los monitores); la segunda es
la del espacio transicional, lugar donde se elabora la experiencia de estar
"en ruptura con algo".
La primera exploración es capital:. la crisis es vivida como el estalli-
do del contenedor, la amenaza de una. desapoyatura. En esta misma obra
R. Kaspi describe la historia de la desapoyatura múltiple de la señora
Oggi: de la pérdida de los apoyos corporales, maternos, grupales y
socioculturales. Sus reiteradas rupturas son otras tantas tentativas de
hacer estallar ese cuerpo que no contiene porque no es apoyado ni
contenido. Lo que ella trata de probar, como los pasajeros del transibe-
51
riano, es la solidez, la firmeza y la capacidad de contención que poseen
el terapeuta y el encuadre. Debe tener la seguridad de contar con sus
activos reemplazos en el proceso en el que está ineluctablemente com-
prometida: no puede no cambiar de apoyo y es peligroso dejar dé
cuestionarlo.
La segunda exploración es una invención: es necesario qué los
terapeutas o los monitores se pongan a disposición de la crisis para que
en ellos y entre ellos se cree el espacio de elaboración que proporcionará
a ios participantes el espacio transicional.
Ocurre frecuentemente que en estos grupos las sesiones finales de
una jornada se conviertan en la oportunidad de la re actualización de un
tema de transición que escenifica el espacio intermedio de los participan-
tes, entre el aquí-ahora del grupo (es decir, las relaciones que se han
establecido en y entre las personalidades) y el allá-próximo del retorno
hacia las relaciones que permanecen fuera de la experiencia: daría el
ejemplo del aterrizaje (realizado sin incidentes o con una avería controla-
da) de un avión, el abordaje de un barco, una sesión de cine donde el
filme sería pasado al revés y donde anticipando el final se adelantaría
sobre su propio fin, etc.; todos estos temas disponen la ruptura terminal
de un proceso de formación y en el ejemplo de la sesión del filme
pasado al revés, intentan anular el tiempo escandido por el fin instauran-
do la continuidad paradójica: el comienzo es el fin, o es el comienzo del
fin. La paradoja está fuera del tiempo.
52
formando no puede menos que exponer al sujeto a la decepción, incluso
a la destrucción, en tanto este ideal aparece como imposible de ser
alcanzado. Además, no podría cumplir su función esencial: asegurar una
defensa eficaz contra los ataques destructivos (deformadores) que provo-
can el intensó sentimiento del debilitamiento del sí-mismo. En estas
condiciones, el formador, que en la fantasía aparecía en cierto momento
como el instrumento imaginario para esta imposible apropiación ideal,
se transforma súbitamente en un peligroso atacante. Es lo que se
produce en el transcurso de la tercera y cuarta sesión en el grupo del
"transiberiano": la madre no alimenta, por lo tanto persigue; Carlomag-
no no salva, por lo tanto ataca, y se proporciona como "prueba" la
"muerte" de una participante. Así, en el caso del grupo en que un gran
navio contenía prodigiosos alimentos y un intruso, el fabuloso propieta-
rio del barco se convierte, en una sesión posterior en el maítre de un
famoso restaurante, y envenena a sus huéspedes.
En esta situación, el dilema al que se enfrenta el sujeto en forma-
ción aparece de la siguiente forma: o bien debe renunciar a este ideal
1
para no ser deformado todavía más -pero entonces e sí-mismo es
debilitado- o debe mantener la finalidad de este ideal para confor-
mar en él la imagen del sí debilitado —pero entonces deberá encontrar
inevitablemente la decepción y el ataque-. En los dos casos, la pulsión
de muerte puede triunfar aliándose estrechamente con la idealización
narcisista.
El segundo género de crisis y de conflicto es de orden so ció cultural:
formarse es perder un código social y relacionante, y a veces la pertenen-
cia a un grupo, para intentar adquirir otro supuestamente más adecuado
E l intermedio que caracteriza el pasaje de un código y de urta estructura
de relación a otros códigos y a otras estructuras relacionantes és conflic-
tivo, e incluso, debe ser conflictualizado para poderlo superar Pero esta
elaboración requiere la posibilidad de una figuración conflictíva en el
nivel del juego de tal manera que los componentes de la crisis y los
elementos de solución, con sus consecuencias, puedan ser explorados sin
daño para el sujeto y su entorno transicional.
El momento de entre-dos es conflictivo por lo siguiente: el abando-
no del código anterior implica de hecho una ruptura de lazos y de
significaciones que, aunque sentidos como parcialmente inadecuados,
habían permitido asegurar hasta ese momento un modelo de conductas y
de representaciones comunes y estables para los miembros del grupo. El
debilitamiento de estas regulaciones es un debilitamiento propio y del
medió, y la disgregación temporaria del código es también una disgrega-
53
ción social vivida como una amenaza, ya sea como rechazo o como una
agresión dirigida contra sí y contra el grupo de pertenencia. En estas
condiciones, la disgregación social es también una forma de pérdida de
estabilidad psicológica y social, una des-orientación. En este entre-dos,
los sujetos en transición yá no disponen del código habitual que les
permita comportarse según las normas impuestas, dirigir su vida pulsional
según los objetivos y los medios normalmente prescritos por su grupo de
pertenencia, por lo que pueden decir: "estamos todos en ruptura con
algo", como en el grupo del transiberiano. Además, todavía no disponen
del nuevo código que podrá proporcionarles una hueva admisión según
las modalidades aprendidas y experimentadas en el momento de la
neoformación ("aprender lenguas extranjeras"). En este momento, los
sujetos se encuentran en la incertidumbre respecto del modo de resolu-
ción del primer tipo de conflicto, por lo que al dilema intrapsíquico se
agrega este otro: o bien vuelven a su antiguo grupo y recatectizan su
antiguo código - c o n lo que corren el riesgo de ser rechazados y de
anular toda posibilidad de comunicación— o bien adoptan un nuevo
código y nuevas relaciones sociales - c o n lo que también corren el riesgo
de ser rechazados y, al no disponer todavía de un empleo fluido del
nuevo código, de constituirse en un peligro de intrusión y de ataque
para el grupo receptor ("la autointerpretación psicoanalizante" en el
grupo del transiberiano)—. En los dos casos los sujetos se sienten amena-
zados por el rechazo, en estrecha relación con la falta de integración del
código a una cultura apropiada (angustia y persecusión en el transcurso
de la cuarta sesión del grupo del transiberiano). Es el sentimiento que
experimentan los emigrados, los adolescentes, los sujetos en ruptura
sociocultural (por ejemplo, los jóvenes provenientes de clases populares
cuando entran en la universidad).
Antes de analizar las soluciones posibles a los dilemas planteados,
conviene detenerse un momento en los componentes paradójicos de la
situación de crisis.
Las investigaciones contemporáneas sobre las situaciones y los enun-
ciados paradójicos se desarrollan en el dominio de las relaciones interper-
sonales, grupales o sociales como una continuación de los trabajos de la
escuela de Palo Alto. Sólo recientemente han sido conocidos en Francia
gracias a la traducción de las obras de Wátzlawick y sus colaboradores.
No obstante, desde la década de 1960, algunos psiquiatras, sobre todo
Hochmann, habían llamado la atención de los psicólogos sobre su impor-
tancia en los sistemas familiares y personales perturbados gravemente, en
la psicosis y en los casos fronterizos.
54
B. Gibello y D. Anzieu han centrado su atención en la resistencia y
la transferencia paradójicas en los grupos de formación y en las curas
psicoanalíticas. Por la misma época, se desarrolla un estudio de la
función de la paradoja en la elaboración de los procesos de mentaliza-
ción y de pensamiento (G. Deléuze, P. C. Racamier, R. Roussillon) o de
ciertas. mentalidades (R. Kaes). El estudio dé la paradoja es, según la
perspectiva de E. Morin, una tentativa de formular, a través de la
búsqueda de los componentes de la crisis, una solución a la misma. En
relación con el sistema én crisis, el estudio de la paradoja presupone la.
resolución dé la forma de relación paradójica y por lo tanto una cierta
exterioridad con respecto a la crisis.
Es sabido que la teoría de los grupos de E. Galois y la teoría de los
tipos lógicos de B. Russell y Withehead constituyen las bases formales
elementales de los trabajos de la escuela de Palo Alto para el análisis de
23
las paradojas . Los dos enunciados principales de estas teorías son los
siguientes: existe un conjunto de operaciones de cambio que no modifi-
can sustancialmente el sistema donde son realizadas (teoría de los gru-
pos); un conjunto de conjuntos no es un conjunto sino un metaconjunto
cuyo nivel lógico es diferente de los conjuntos que lo constituyen
(teoría de los tipos lógicos). Por ejemplo, la confusión de la enunciación
y del enunciado, o sea la confusión de los niveles lógicos, produce una
paradoja (por ejemplo, la contenida en la afirmación de Epiménides de
Creta de que todos los cretenses son mentirosos). La confusión del nivel
del individuo y del nivel del grupo (nivel meta) produce la paradoja del
aparato psíquico grupal.
Por lo tanto, la paradoja se caracteriza por una turbulencia en los
niveles lógicos de los sistemas en presencia y está en el centro de la
24
problemática del cambio, pues, según Watzlawick , "el cambio implica
siempre el nivel inmediatamente superior: por ejemplo, para pasar de la
inmovilidad al movimiento es necesario dar un paso fuera del
encuadre teórico de la inmovilidad". A partir de estas premisas, Watzla-
wick y sus colaboradores definen dos niveles de cambio: un tipo de
cambio de nivel I, que no produce. efectos sobre el sistema donde se
opera; este cambio ¿H/ra-sistemático obedece a una estructura de grupo
(en el sentido de la teoría de los grupos). EL otro tipo de cambio, de
nivel II, obliga a salir fuera del sistema en donde se produce el"cambio:
23
P. Watzlawick, D. Helmick-Beayin y D. Jackson 1972; P. Watzlawick, J.
Weakland y R. Fisch, 1975.
24
P. Watzlawick y colaboradores, 1972, pág: 25.
55
es el pasaje a otro sistema. La paradoja es la formación del salto lógico
de un nivel a otro, de un sistema a otro, pero también, como subraya de
manera esclarecedora R. Roussillon, porque la paradoja participa de dos
niveles diferentes, es un puente lanzado entre esos dos niveles, permitien-
1 5
do así que se establezca la continuidad psíquica - . E l nivel paradójico es
un nivel intermedio entre el nivel I y el II: es en ese nivel donde' se
establece una coexistencia y una continuidad entre los dos niveles. La
intolerancia a la paradoja impide esta continuidad.
Esta perspectiva ubica a la paradoja en el proceso de la transiciona-
lidad: la elaboración de la ruptura requiere una fase paradójica. Pensa-
mos, sobre todo, en la estructura paradójica del objeto transicional
descrito por D. W. Winnicott, cuya función es. precisamente, en tanto
objeto intermedio, establecer la continuidad y aparecer entre dos ruptu-
ras (o "cortes", como escribía J. Oury).
Volvamos a la formación, a sus dilemas y paradojas. En la segunda
sesión del grupo del transiberiano; la mistificación de la psicóloga que
se hace pasar por camarera de un restaurante es una elaboración de lo
que.es paradójico en la situación de grupo de formación. Se trata de una
comunicación patógena proveniente de una discordancia profunda entre
los sentimientos del grupo y la autorrepresentación que tiende a darse de
sí mismo (todos somos "psicólogos") y aquellos propios de la partici-
pante. En conclusión, su discurso es el siguiente: "Ustedes no deben
percibirme como quisieran hacerlo, como si yo fuese semejante a uste-
des, para constituir la identidad común que necesitan: para existir, yo
debo ser diferente. Los obligaré a creer lo que quiero que crean". La
situación paradójica que la participante no tolera está constituida por la
colusión (colisión) entre dos niveles lógicos: el de la identidad individual
y el de la identidad grupal, que coincidirían en la ilusión "grupo de
psicólogos". La participante rechaza la constitución de la ilusión; es más,
ataca mediante la mistificación la ilusión grupal naciente. Aquí la mistifi-
cación es utilizada como defensa contra la regresión colusiva de la ilu-
sión. Las sesiones posteriores y sobre todo la que se realizará inmediata-
mente después, confirmarán más el aspecto reprimido de la ilusión: el de
la madre persecutoria que no alimenta, mientras que la camarera deja
entrever la ilusión dé que ella podría hacerlo. En el proceso grupal, esta
mistificación da una representación mentalizada de las primeras rupturas
y crisis a las que está sometido el bebé en la etapa de su premaduración.
Aceptada, la mistificación de la "camarera" ha permitido continuar con
í 5
' R. Roussillon, 1976 y 1978.
56
la elaboración de la situación paradójica y de los dilemas que implica la
formación, sobre todo de las turbulencias que produce entre los niveles
psico-socio-lógicos, condiciones de un cambio.
El problema consiste por lo tanto en reunir las condiciones necesa-
rias para que la tolerancia a la paradoja sea posible y para que la
paradoja, es decir la ""continuidad en la ruptura, pueda ser elaborada.
Estamos en el corazón mismo de la transicionalidad.
La solución de los dilemas descritos requiere, en principio, la exis-
tencia y el mantenimiento de un encuadre. El mantenimiento del encua-
dre y la presencia viva de la persona de los monitores-intérpretes ponen
en funcionamiento la capacidad de los sujetos en formación para estable-
cer (inventar-crear) en la relación formativa un campo de ilusión, un
espacio de transición: es lo que los participantes del grupo del transibe-
riano "inventan" desde la primera sesión de psicodrama y en la Vuelta
de Francia-vuelta del grupo. Gracias a esto se articulan y son explorados
y fijados los nuevos y antiguos límites, el afuera y el adentro, lo nuevo
y lo viejo, lo lleno y Ío vacío, la pérdida del código (lo demasiado vacío)
y la intrusión del código (lo demasiado lleno, el falso código), lo
verdadero y lo falso, el ataque y la unión. De esta forma, los términos
del dilema, formulación lógica de la situación paradójica, se experimen-
tan en primer lugar por el juego y la prueba de tolerancia a la tensión de
crisis y no de manera realista. Pero es gracias a que el encuadre y el
contenedor funcionan en posición meta, es decir en un nivel lógico que
implica una salida (supuesta o real) del sistema en crisis, que el proceso
formativo puede desarrollarse. Mantener la situación formativa es hacer
posible el juego de nuevas relaciones entre los niveles.
Pero allí, en ese mantenimiento, están implicados los gérmenes de
una situación paradójica: normalmente el encuadre está destinado a ser
abandonado a partir de un autodesarrollo relativo de los procesos; así, el
encuadre psicoanalítico de la cura individual o grupal no es un objetivo
que deba ser mantenido en sí mismo. Si así ocurre, puede sospecharse
legítimamente una perversión del psicoanálisis; el nivel paradójico de esta
situación consiste en que el continente se identifica con el contenido, así
como el encuadre con el proceso. No hay otra salida más que formar
parte del encuadre, reproducirlo y perpetuarlo: formar, parte del encua-
dre es fijarse fuera del proceso, es decir, fuera del cambio.
En este punto se revela que la formación permanente implica el
mantenimiento indefinido del encuadre identificado con el proceso, es
decir, la colusión entre un sistema de nivel I (contenido y proceso) y un
sistema de nivel II (continente y encuadre). Si el formarse apunta, a
57
través de la existencia de un encuadre apropiado, a la adquisición de
procesos psíquicos más adecuados para superar una crisis e inventar una
nueva situación (adaptación, acomodación, creación), la permanencia
misma de la formación (del encuadre y del proceso) implica la imposibi-
lidad de salir del sistema instaurado: la comprobación sólo tendría lugar
con el advenimiento de. la discontinuidad (por la salida del sistema), lo
que es contradictorio con la permanencia. De este modo, el sistema
"formación permanente" sólo puede entrar en crisis en su carácter de
permanente: es decir que afirma y niega la discontinuidad introducida
por el tiempo de la crisis. La afirma, puesto que se presenta ;como
solución, y la niega, puesto que rechaza toda ruptura posterior. Es la
estructura misma de la utopía: la instauración de una sociedad irrompi-
ble, permanente, "de una sociedad sin crisis" (H. Desroche, 1976; R.
Kaes, 1978a). . . .
Por lo tanto, la formación permanente impide experimentar, cono-
cer y elaborar los dos tipos de dilema que hemos enunciado más arriba.
Más precisamente, la formación permanente clausura en sí misma la
solución de esos dilemas, puesto que la permanencia de la contradicción
es anulada por la existencia del sistema mismo: el nuevo código no deja
de seguir formándose.
Aquello que determina el carácter eventualmente patógeno de esta
paradoja es la relación de dependencia vital que se instaura con respecto
a la función social de formación: la escuela, la universidad, las institucio-
nes paralelas. Como lo ha demostrado E. Morin (1975), la dependencia
vital es efecto simultáneo de la parcelación permanente del hombre y de
la complejización físico/psico/socio/tecnológica: la formación es un pro-
cedimiento específicamente humano para resolver'las crisis multiformes
y repetitivas que debemos elaborar para sobrevivir. La paradoja se instala
sobre este hecho y en cierta medida agrava las condiciones de la crisis si
en el proceso de formación no se prevé la posibilidad de salir del sistema
de formación permanente para instaurar, en la ruptura, el tiempo de la
experimentación y de la realización.
La capacidad creadora nace de la tolerancia a la paradoja y de su
utilización para establecer una continuidad entre niveles separados (en
ruptura). La formación, cuando es mantenida en forma permanente, si
no existe ninguna posibilidad dé salida fuera del sistema cerrado que
tiende a construir, es neutralizada por una situación paradójica.
En el entre-dos, quienquiera que se deforma, quienquiera que busca
la sutura, encuentra la división y la ruptura: extranjero dividido en sí
mismo, quienquiera que se forma y se amalgama hace la experiencia de
58
la utopía. Proyecta en un lugar ya existente el espacio de'la reunifica-
ción definitiva de sí mismo y del cuerpo social, ejerciendo un control
estricto sobre los movimientos, intercambios y límites de ese espacio:
emplaza los mecanismos que evitarán toda crisis futura, es decir, toda
historia. Es utópico, pues, si se pretende sin conflictos, está ya en la
muerte.
Quizá convenga ver en este empleo de la formación y el grupo
permanentes la tentativa de encontrar un equivalente —ahora definitivo—
de lo que las sociedades deben necesariamente reinventar: una forma
social, política y religiosa, cultural y psicológica, apta para recibir provi-
sionalmente la angustia inherente a las múltiples rupturas, capaz de
acompañar y estimular durante un tiempo el proceso de metamorfosis, la
adquisición y la experimentación de nuevos recursos.
Puesto que en este estudio sobre la formación y la crisis se ha
tratado de la de-formación en la fantasía y de la amenaza de muerte
inherente a la experiencia de la ruptura, no es superfluo esbozar algunas
observaciones sobre la forma en que trabaja la pulsión de muerte en el
trabajo de ruptura.
59
rentes series coexisten simultáneamente en el acontecimiento, engendran-
do la interpenetración: sin duda, la fantasía y lo real, pero también el
adentro y el afuera, el pasado y el presente . .. Cuando las barreras caen
y los límites se abaten, se hace el vacío: se permanece estupefacto, sin
reacciones ni afectos. No es solamente un lugar que se deshabita sino
también un tiempo que se desvanece. Es ese tiempo muerto que podrá
retornar en lo ya visto, en lo ya escuchado y relatado. Esta alucinación
negativa del tiempo, sin movimiento y quieto en el lugar, crea el espacio
necesario para el tiempo del recuerdo encubridor" (págs. 108-109).
Este análisis del tiempo muerto podría aclarar la significación de la
utopía como alucinación negativa del tiempo proyectado en un espacio
26
que, sometido todavía al flujo libidinal, podría ser paradójico y
preceder al espacio potencial. Tiempo muerto para el deseo, tiempo
vacío; tiempo de la elaboración de las pulsiones mortificadas.
Esta perspectiva es similar a la que propone M. Milner, citada por
27
Green en su artículo, a propósito del círculo v a c í o . M. Milner sostiene
que los momentos de muerte psíquica forman parte del proceso que
conduce a un nuevo nacimiento; es ese tiempo muerto que .quizá sea
necesario para el establecimiento de la discontinuidad individualizante, en
principio entre el niño y la madre y luego entre el individuo y su
entorno. Es ese tiempo que precede la fase donde vivimos creativamente:
sin duda ese blanco, ese vacío, crea también el espacio necesario para el
nacimiento del pensamiento, un agujero én lo vivido o en el saber, una
expectativa que debe ser llenada. Entonces es posible una preconcepción
(Bion),
26
Véase mi ensayo "L'utopie dans l'espace paradoxal: entre jeu et folié
raisonneuse" (1978a).
2 7
"De esta manera mi atención se fue progresivamente interesando en la idea
de que uno de los aspectos del círculo, cuando está vacío, podía relacionarse con
la pulsión hacia lo indeterminado, un estado que puede ser experimentado simultá-
neamente como todo o nada, y que ésto debía ser considerado como la contrapar-
tida necesaria de la pulsión de ser algo, la pulsión a diferenciarse respecto del todo.
Llegué a pensar que no era sorprendente que ése estado de indiferenciación pudiese
en algunos casos encontrarse identificado con la muerte, dado que era un desvane-
cimiento de todas las imágenes del sí-mismo, una acabada oscuridad que puede
producir el sentimiento de no ser nada, un estado que, para la mente concentrada
en proyectos, puede parecer semejante a la muerte y en consecuencia algo de lo
que constantemente hay que defenderse" (M. Milner, 1974, pág. 313).
60
III. E L E M E N T O S INTRODUCTORIOS A L ANALISIS T R A N -
SICIONAL
1. La transicionalidad: elaboración de una experiencia de la
ruptura
Recientemente (1976c, 1977) y siguiendo los trabajos de D. W.
Winnicott propuse el término transicionalidad para designar esta zona
intermedia de experiencia y este proceso de pasaje (de transición) entre
dos estados subjetivos: la transicionalidad es la disposición de una
experiencia de ruptura en la continuidad. También es posible definirla
por la incertidumbre del restablecimiento de la continuidad, de la con-
fianza y de la integridad propia y del entorno.
La transicionalidad puede ser caracterizada por una oscilación o una
alternancia entre tres formas de elaboración: la primera concierne a la
capacidad del sujeto para inventar (encontrar-crear) en esta situación
intermedia lo que Winnicott llama un espacio potencial, un campo de
ilusión o un área transicional, o lo que Green más recientemente (1975)
fia intentado describir como tiempo transicional, opuesto al tiempo
muerto. Aquello que presupone esta capacidad y lo que ella engendra
entran en el campo del análisis transicional.
Una segunda forma de elaboración de la transicionalidad es la
aparición de un espacio vacío, tiempo de la nada y de la muerte
psíquica, de la interpenetración entre el pasado, el devenir y el presente
de la destrucción de los códigos y de las redes identificatorias.
Una tercera forma de elaboración se caracteriza como emergencia de
un espacio objetivo y reificado, tiempo lleno, demasiado lleno, sin
agujero, donde tanto el objeto, lo real y el otro como la pura subjetivi-
dad delirante ocupan el espacio hasta completarlo. Esta forma de elabo-
ración es la de la estructura y de la fetichización.
Estas tres formas de elaboración de la transicionalidad constituyen
movimientos articulados en cuyos límites se busca, se deforma y se
construye marginalmente el sujeto en sus sucesivas descentraciones.
De hecho, estas tres formas son tipos ideales y las dos últimas,
verdaderas encrucijadas en la elaboración de la experiencia de la ruptura.
El restablecimiento de la capacidad de formar símbolos de unión y de
utilizar objetos transicionales presupone la ruptura y la experiencia del
28
vacío y de lo demasiado l l e n o . El espacio transicional es un espacio de
28
Palabra de hombre, palabra de mujer: sin duda son diferentes sobre este
61
presencia .y de ausencia (ni demasiado de lo uno ni de lo otro, pero
tampoco lo suficiente), de juego dentro de un encuadre, de contenido efi
un contenedor, de tensión paradójica tolerable. Tensión, de' todos
modos...
62
no, producida por apoyaturas múltiples en mutuo sostén, en las apertu-
ras que organiza esta dependencia.
63
2. El análisis transicional
A. La función encuadre
J. Bleger (1966; véase el cap. 6 de esta obra) dice del encuadre que
es la organización más primitiva y la menos diferenciada de la persona-
lidad. Es "el elemento fusional yo-cuerpo-mundo", de cuya inmutabili-
dad dependen la formación, la existencia y la diferenciación (del yo, del
64
objeto, de la imagen del cuerpo, del cuerpo, de la mente, etc.)". El
encuadre es una presencia permanente sin la cual el yo no puede
constituirse ni desarrollarse. Es un no-proceso, es decir una serie de
invariantes en el interior de los límites dentro de los cuales puede
realizarse el proceso. Es, por lo tanto, aquello que permanece para que
el cambio se produzca. Una de sus características es la de ser "mudo":
sólo podemos percibirlo conscientemente o conceptualizarlo cuando
falta. Aparece en la ruptura o con la amenaza. Diremos por lo tanto que
toda crisis revela la existencia del encuadre y constituye una amenaza
para el sopoñe principal del yo, es decir, para la parte simbiótica dé la
personalidad. El encuadre es un metacomportamiento y si cambia, tam-
bién varía considerablemente el contenido. En el análisis de los psicó-
ticos, escribe Bleger, si el encuadre analítico se altera, el peligro de
desestructuración concierne al meta-yo del sujeto, es decir, a todo lo
que lo constituye, una situación total. De hecho, el encuadre es para
cada sujeto el depositario de la parte no diferenciada y no disuelta de los
lazos simbióticos primitivos. En este sentido, es verdaderamente una
institución y toda institución posee sus propiedades: la institución es
Una porción de la personalidad del individuo, "la identidad es siempre
íntegra o parcialmente institucional, en el sentido de que al menos una
parte de la misma se estructura por la pertenencia a un grupo, una
institución, una ideología, un partido, etc." (op. cit).
La situación psicoanalítica comprende un encuadre específico del
que forman parte el papel del analista, el conjunto de factores que
afectan al espacio y al tiempo, la técnica (horarios, puntualidad, pago,
interrupciones, etc.). Es importante que la elaboración de la experiencia
de la ruptura se funde sobre el establecimiento y mantenimiento del
encuadre psicoanalítico que, en tanto tal, es el depositario de la
continuidad indiferenciada.
El no mantenimiento del encuadre psicoanalítico por el analista
surtirá efectos peligrosos para la .seguridad e identidad del sujeto. En el
caso del "transiberiano", una falla inicial en el encuadre - l a ausencia de
la monitora esperada— desata la crisis del grupo. Un ejemplo dado por
Bleger me recordó recientemente que, en una sesión de formación,
contrariamente a mi costumbre, tuteé a una participante que tenía el
mismo nombre que mi co-monitora. Mi reacción contratransferencial (e
intertransferencial) desencadenó una reacción de pánico en esta partici-
pante: destruí el encuadre psicoanalítico sustituyéndolo por mi encuadre
personal (reacción que debía contener sin duda aspectos de mi relación
con mi colega). En un juego psicodramático posterior pude aproximarme
65
a la participante y, en ese encuadre, verbalizar y actuar mi reacción
contratransferencial; ella pudo expresar los sentimientos que le producía
esa "aproximación" angustiante y, a mi vez, pude participar activamen-
te en el reconocimiento de su miedo a ser destruida. Si el encuadre (el
no-yo) se desestabiliza, el yo se convierte en el encuadre. El contenido
se identifica al continente; el encuadre ya no soporta la construcción del
yo diferenciado y, más regresivamente, la identidad del sujeto. Es posible
entonces que sea atacado.
Bleger dice que esta brecha es sentida como una abertura por donde
se puede atacar la omnipotencia del sujeto. Es lo que se produjo en el
grupo del "transiberiano" y que provocó, como contragolpe, el ataque
de la supuesta omnipotencia de los monitores.
30
Sobre los conflictos de encuadre y las interferencias paradójicas en relación
al grupo o a la institución, véase R. Roussillon (1977). Trabajando sobre estas
interferencias y particularmente sobre el caso de los seminarios de formación como
situación social límite de la institución (R. Kaes, 1972), llegué a preguntarme si
todo proceso de formación, de terapia, incluso el proceso psicoanalítico mismo, no
habría atravesado una tensión contradictoria entre necesidades institucionales (pro-
porcionar el encuadre, instancia social de la represión y de la supresión pero
también de los ideales y proyectos, sin el cual es imposible el proceso) y los
requisitos transicionales (hacer posible un espacio para el proceso de elaboración
libre, pero soportado por el encuadre). El análisis de esta contradicción motriz es
el de la transferencia y de la resistencia sobre y por lo institucional (lo político).
66
encuadre psicoanalítico, y el encuadre psicoanalítico mismo. Estos dos
aspectos, de reciente aparición según parece, revelan un fenómeno capi-
tal: el valor cobrado por el meta (el encuadre) en las experiencias de
ruptura que movilizan el núcleo indiferenciado (psicótico, en el sentido
de Bleger y de Bion) de la personalidad, y en esta búsqueda de un
31
encuadre que sobreviva al deterioro de los encuadres , el valor de la
institución y del grupo. Pero esto no agota la complejidad del fenómeno,
puesto que todavía debemos ocuparnos de los conflictos del encuadre,
de las interferencias paradójicas, de las tentativas de destrucción de los
encuadres amenazadores -vividos como tales- frente a estabilidades
inmovilizadoras. En la práctica de los grupos de formación debemos
trabajar a menudo en la interpretación de una modalidad de la transferen-
cia paradójica. Una experiencia reciente de cambio de s á a impuesto por
las autoridades de un Hogar de, Recepción, mientras tenía lugar una
sesión de formación en un estadio precoz del proceso de grupo, tuvo
efectos desorganizadores lo bastante importantes como para que el resto
de la sesión se centrase sobre su metabolización. Sobre este punto, J .
C, Ginoux ha propuesto (1977) un análisis esclarecedor basado sobre la
repetición grupal de la efracción traumática. Por mi parte, recalcaría un
aspecto sugerido por el trabajo de Bleger: el encuadre recibe el depósito
de las partes simbióticas de la personalidad y, sobre todo, los "núcleos
aglutinados" (J. Bleger, 1967).
67
individuo. Se trata de un conglomerado de formaciones muy primitivas
del yo, en relación con identificaciones primarias, con objetos internos y
con partes de la realidad externa; estas formaciones persisten en todas
las fases de la integración pulsional, pero éstas no son ni coherentes ñi
estratificadas. El núcleo aglutinado es depositado en el otro, mantenien-
do entre el depositario y el depositante una fusión característica de la
simbiosis. Por lo tanto, los núcleos de indiferenciación primarios son
responsables de la persistencia del lazo simbiótico; en esta perspectiva, se
ponen en funcionamiento un control y una inmovilización del deposita-
rio para evitar que éste pueda reproyectar el contenido depositado y al
mismo tiempo para que él depositante no pueda efectuar una reintroyec-
ción: este contenido proyectado no es, hablando propiamente," un objeto
preciso y discriminado, sino un objeto macizo, no diferenciado todavía
por una disociación esquizoide. La proyección del núcleo aglutinado en
un depositario es necesaria para la evolución y el desarrollo del yo, hasta
que llegue para el'depositante el momento de reintroyectarlo según su
propia tolerancia, por partes, junto a la experiencia de la discriminación.
Una ruptura en el depósito (una ruptura del lazo simbiótico)
provoca una reintegración brutal acompañada de una angustia catastró-
fica: en tanto el núcleo aglutinado ya no está depositado en el exterior,
invade el yo que intenta retomar su control con riesgo de perderse.
Según Bleger, observa M. Utrilla, la angustia catastrófica obliga a
recurrir a mecanismos de defensa como el clivaje, la proyección o la
inmovilización. El sujeto establece la comunicación en forma regresiva,
concreta y preverbal: relaciones sexuales compulsivas, actos agresivos,
pasaje al acto de orden psicopático o lamentos hipocondríacos. La
palabra cobra valor de acting tratando de mantener y controlar la
distancia con el núcleo aglutinado. Incluso se puede llegar a emplear
otro mecanismo de defensa: la consolidación de una situación persecu-
toria en la cual el sujeto es perseguido por fragmentos de objetos no
discriminados. El retorno de éstos fragmentos al yo provoca su explosión
o su fragmentación psicótica.
Toda ruptura del encuadre cuestiona estos depósitos: es vivida como
un ataque contra la integridad del yo, en el momento en que éste no
dispone de los mecanismos de defensa suficientes para luchar contra la
angustia catastrófica. He podido constatar que las regresiones son fre-
cuentes en ciertos sujetos transicionales cuando la ruptura del encuadre
amenaza su capacidad elaborativa: adolescentes, migrantes, personas des-
plazadas. Me ha parecido también que ciertos sismos sociales o cultura-
les, como mayo de 1968, pueden tomar el sentido y el valor de una
68
ruptura catastrófica para ciertos sujetos en relación simbiótica con el
marco institucional.
Una vez establecido, el encuadre analítico es el único medio para
aceptar, analizar y transformar en proceso el encuadre del paciente; el
encuadre analítico mismo debe ser analizado en el momento oportuno:
Una de las tareas del análisis transicional es hacer posible en las
mejores condiciones el desprendimiento y la discriminación de los nú-
cleos aglutinados, es decir, el trabajo sobre la función depositaría del
encuadre.
3 2
La capacidad de revene de la madre hace posible la instauración de un
sistema de transformación de la angustia que Bion llama la función alfa. Esta
función comprende la existencia de un continente y de una actividad de transfor-
mación de la angustia en sentido. Llamo contenedor a la reunión de esos elemen-
tos.
69
puede ocurrir, por ejemplo, cuando "un emigrante encuentra a quien
hablar, como era el caso de Mohamed.
He podido mostrar (1976) en la clínica de grupos de formación
personal organizada mediante un dispositivo y un proyecto psicoanalíti-
cos lo que ocurre en una institución formativa cuando los miembros del
equipo interpretante no toleran las proyecciones destructivas de los
participantes: incapaces de elaborar las proyecciones, no pueden asegurar
el ejercicio de la función alfa; en esa oportunidad señalaba que la
reintroyección de las partes buenas primitivamente depositadas por cada
participante en el equipo de monitores sólo puede malograrse, o bien
reaparecer bajo la forma de un enquistamiento narcisista idealizado.
Sobre todo si las proyecciones destructivas no han sido transformadas,
cada uno encuentra en sí mismo la carga de tensión destructiva y la
angustia asociada a ella, a lo que hay que agregar las de los otros
participantes y las de los analistas. Observaba también que, si el grupo
lograba unificarse, la fragmentación descrita por Springmann (1976) se
establecía como defensa contra la carga destructiva acumulada. En esas
condiciones, el mantenimiento de un núcleo imaginario para construir
mediante la identificación proyectiva un aparato psíquico grupal es
imposible, y el proceso está destinado al fracaso no por carencia de
encuadre sino por falta de contenedor.
La situación de grupo —siempre que sea manejada correctamente, es
decir, reconocida en su base psicótica y en el lazo primitivo de las
identificaciones proyectivas que asegura la construcción del aparato
psíquico grupal— constituye una situación favorable para la invención de
un espacio potencial o para el bloqueo de cada uno en un espacio de
fetichización.
Quisiera dar un ejemplo, el del "recipiente del grupo". Un grupo de
estudiantes de psicología participa en una reunión de formación personal
por medio del psicodrama. En la cuarta sesión el tema propuesto es el
33
de una sala de espera de un consultorio de analista . Nadie quiere
iniciar la representación y reina el silencio, interrumpido por alguna
pregunta tendiente a precisar el número de asientos, el color de las
paredes. . . , y por manifestaciones de angustia frente a la idea de
representar, como también a la de no representar. Intervengo para
33
Las sesiones precedentes recayeron sobre el tema del control anal. [El
carácter aclaratorio de esta nota se relaciona con el término empleado en el
original: cabinet d'analyste, traducido aquí por consultorio. Recordemos que en
francés cabinet designa también excusado, baño, etc. - T.].
70
colocar en el espacio escénico un cenicero lleno de colillas que, en el
juego, vacío haciendo una rápida limpieza. Este cenicero y el espacio
que lo circunda "convocan" a los jugadores. Se convierte para ellos en
un recipiente, una salivadera, un cesto, una prisión, receptáculos en los
que los sucesivos participantes colocan, sacan, buscan y encuentran
diferentes objetos, buenos, malos o neutros. El análisis que sigue prolon-
ga el trabajo de reconocimiento de las identificaciones proyectivas del
grupo seno-excusado, y de la transferencia sobre el analista.
34
El lugar de los objetos transicionales es, recuerda Oury, el lugar de origen
del superyo; es, como decía M. Klein, el lugar de los malos objetos internos
interiorizados; es también el lugar de la cultura. "Podemos designar como 'objetos
transicionales' a la categoría de objetos que asumen la reaprehensión controlada de
una dimensión transicional, lo que les permite asumir a individuos angustiados
creando una red subyacente de demandas por la creación de algo que substituya al
vacío", observa J. Oury.
Sobre esta perspectiva puede consultarse un reciente trabajo de J. J. Baranés
(1978) a propósito de un hospital diurno para adolescentes. Baranés se interroga
sobre las condiciones requeridas para crear y hacer eficaz este tipo de espacio.
Í2
3. Juego interpretativo y trabajo de teorización
73
movimiento y de la repetición, incluso más importante que toda diferen-
ciación estructural. El cambio se le revela como un efecto secundario del
juego dialéctico entre Eros y Tánatos.
D. Lagache (1967) ha orientado en esta perspectiva su estudio sobre
el cambio individual en el transcurso del proceso psicoanalítico. Escribe
lo siguiente: "En el transcurso del proceso analítico, el compromiso, la
liberación, la reconversión, implican una estricta unidad del vivir y del
morir. En términos de pulsiones de vida y de pulsiones de muerte, el
cambio puede ser descrito en dos tiempos. Por un lado, presupone la
descatectización de las estructuras defensivas y la amortiguación de las
operaciones defensivas subsecuentes; por ende, el aparato defensivo va
contra el vivir: si la energía que emplea es una agresividad no confesada
y se vuelve contra el sujeto, si la operación defensiva es una letargización
o una "mortificación" del deseo, se puede decir que las estructuras
defensivas instalan la muerte en la vida y la esclerosis del pasado en el
movimiento del devenir. Por el otro, los aspectos positivos del cambio
presuponen la unión de las pulsiones de muerte a las pulsiones de vida:
vivir plenamente no implica solamente la defensa de la vida, sino tam-
bién la aceptación de elevadas tensiones, riesgos calculados y la del
riesgo último; vivir plenamente implica una apertura hacia lá muerte, la
unión de las pulsiones de vida y de las pulsiones de muerte".
Sin rechazar nada de éstos enunciados, es conveniente reconsiderar-
los en una perspectiva que acentúe el hecho de que una crisis sobreviene,
se elabora y se resuelve a través de las relaciones constituyentes del
sujeto y que, si ellas se derrumban, también él se derrumbará.
El cambio no es solamente individual, incluso aunque se considere la
singularidad de una persona. Postular que el cambio requiere una hipóte-
sis mayor sobre la estructura psicosocial del sujeto, es pensar la interfe-
rencia de varias dimensiones: disponer de niveles de intervención correla-
cionados, pero es también postular la necesidad de cuestionar en primer
término el concepto -y sobre todo la fantasía- del individuo.
74
mezcla. El sostén primero de la experiencia psíquica es el cuerpo. Es en
los límites de'la corporalidad individual donde se desarrolla la dinámica
intrasubjetiva. Esta corporalidad "se constituye como dato primero,
escribe D. Napolitani (1973), objetivamente identificable gracias a su
continuidad en el tiempo y en el espacio, y la fundamental indivisibi-
lidad de sus partes".
A este primer dato se opone la experiencia fundamental de una
división, sufrida en la separación inicial y largo tiempo repetida que
instaura el nacimiento de ese ser prematuro que es el niño.. Psicológica-
mente, el individuo está destinado a ser dividido, y en principio separado
de su origen, del objeto de su deseo; se configura fragmentado en la
representación de su cuerpo y de su funcionamiento psíquico. La elabo-
ración de esta división originaria (es decir que concierne al origen y que
es constitutiva del ser) se efectúa en la relación intersubjetiva y en las
continuidades y discontinuidades sucesivas del entorno psicológico, social
o cultural, que de esta manera imprime su marca en cada individuo. Esta
elaboración y las crisis que la puntúan integran la historia misma de la
personalidad singular que busca y traza incesantemente el círculo, abier-
to o cerrado, más o menos poroso, de su unidad.
El individuo se manifiesta como voluntad y afirmación de ser no
dividido; lo consigue en la tendencia que muestra por integrar en sus
formaciones psíquicas los objetos externos e internos cuyas relaciones se
organizan según un modelo de unidad y coherencia progresivas: la
imagen del cuerpo, las fantasías relativas a los orígenes, los escenarios
relaciónales que son los complejos familiares y las imagos. La experiencia
de la división originaria lo conduce a internalizar, en la unidad de una
figura grupal, estos diferentes objetos psíquicos. Esta verificación me ha
llevado a proponer y sostener la hipótesis según la cual ciertas formacio-
nes psíquicas del inconsciente están estructuradas como un "grupo"; en
la actualidad, sostengo que es sobre la base de estos "grupos" internali-
zados que cobra sentido la afirmación de ser un individuo. Toda crisis
del individuo, toda experiencia de ruptura vivida en la individualidad
cuestiona las formaciones grupales del psiquismo. Y con más razón
cuando esta crisis sobreviene sobre el fondo de una disgregación social
real.
Entonces el individuo, que vive la experiencia de ser un "grupo"
dividido internamente, busca en el grupo real la imagen de su unidad
perdida y la apoyatura necesaria para superar el desvalimiento (Hilflosig-
keit). Busca afuera lo que le falta adentro: la indivisión, la continuidad,
la seguridad de la unidad, la coherencia, la permanencia. Y es posible
75
que allí lo encuentre si el grupo está dispuesto a ser ese espacio
transicional, a reemplazar los mecanismos de regulación deteriorados, a
proporcionar apoyo y modelo a los recursos no utilizados hasta ese
momento; el apoyo sobre el cuerpo es necesario para que se reestructu-
ren las formaciones grupales inconscientes y el neocódigo que permitirán
cumplir la metamorfosis exigida para la extinción de la crisis. En,ese
sentido, este tipo de grupos es espontáneamente terapéutico.
Si el individuo fracasa en encontrar en el grupo real ese lugar de
extemalización activa y de reorganización de las formaciones grupales de
su personalidad quebrantadas por la crisis, la enfermedad mental transi-
toria (un acceso delirante, por ejemplo), sigue siendo una solución
individual para restablecer la continuidad, expresar la ruptura del lazo y
protegerse contra estados psicóticos más graves.
El grupo no es un individuo: no posee sustrato biológico idéntico al
de la corporalidad, pero se apoya -doble apoyatura- sobre el cuerpo de
sus "miembros". Sólo posee un cuerpo en la mente de sus miembros,
35
que lo dotan de una individualidad supletoria o de p r ó t e s i s . No es un
organismo. No es un individuo y el individuo no es la familia, como lo
ha mostrado Laing, y la familia no es un consejo de administración de
empresas o la dirección política de un partido. El grupo es una conven-
ción, una forma social regida por los vínculos simbólicos de diferencias
articuladas en relación a la ley, la autoridad y el poder.
Pero el grupo es también un objeto psíquicamente catectizado, una
forma del inconsciente, un ser fantasmático. Y de esas catexias, de esas
representaciones y de esas formaciones grupales del psiquismo se deriva
una inflexión de los procesos del grupo en el sentido de su significación
psicológica.
El concepto de aparato psíquico grupal ha permitido revelar que el
proceso de grupo se construye paralelamente a las formaciones grupales
del psiquismo; que se construye y funciona como si fuese un individuo y
que al concebirse en el imaginario de la unidad indivisa, se toma por un
individuo, no tolerando ninguna falla, ningún desvío, ningún conflicto,
ninguna crisis. Es lo que se produce cada vez que un grupo vive una
35
Entonces el grupo es un límite del sí-mismo; funciona como doble especu-
lar del cuerpo propio y del cuerpo de la madre, y, en los casos de pérdida de este
límite, como interpenetración del continente y el contenido. Una ilustración de
este hecho puede encontrarse en el cuento de los hermanos Grimm: Les sept
souabes, y en la fantasmática del grupo ensartado (véase L'appareil psychique
groupal, 1976a, págs. 146-168).
76
situación dé desastre, de angustia, o de catástrofe. Actúa "como un solo
hombre", uniendo a sus miembros en la unidad sin fisuras de un
"sentimiento de grupo". A menudo, este tipo de conducta grupal es
necesaria para la supervivencia de los individuos que lo componen, para
el mantenimiento de los ideales comunes y para la integridad de su
territorio.
El mantenimiento de la construcción del grupo como indiviso en el
momento en que precisamente la adaptación vital exige que aquello que
sobreviene en la división y como principio de separación, es decir la
realidad, sea considerado, pertenece a un registro totalmente distinto.
Aquí se trata de la realidad del otro, aquella que sólo se manifiesta
mediante el reconocimiento de los otros como diferentes a sí mismo y
poseyendo sus propios valores; ocurre lo mismo con la realidad psíquica
interna que sólo se revela por la diferenciación del yo y el no yo, y con
la realidad grupal que sólo se manifiesta gracias al renunciamiento a la
ficticia unidad individuo-grupo. Toda realidad psíquica social o física
sólo puede manifestarse gracias al reconocimiento de las leyes propias
que la rigen.
En este caso, la ficción del grupo como indiviso está al servicio del
principio de placer y de la fantasía de omnipotencia. La necesidad de
mantener forzosamente la eficaz ilusión de la unidad indivisa puede
provenir tanto de que toda amenaza a la unidad del grupo es vivida
3 6
como una amenaza a la existencia de cada u n o (es importante que
cada uno tenga la misma idea del grupo y que se identifique con el lugar
que debe ocupar en la fantasía; es el caso de la familia y del grupo
psicótico; es también el fundamento psicótico, de toda grupalidad),
como de que el mantenimiento forzoso provenga de la consideración de
que la realidad de ' las diferencias y. de la ley amenace la posición
omnipotente del poder y del placer. Es el caso del grupo perverso o
delincuente y de la estructura del grupo totalitario. En lugar de la ley
36
"El grupo -dice Demián a su amigo Sinclair- es el refugio de los hombres
contra el miedo . . . Tienen miedo porque no han realizado su propia unidad
interior, porque no han alcanzado su propio conocimiento interno . .. Tienen
miedo de lo desconocido que hay en ellos . . ." H. Hesse, Demian, págs. 203 y 59.
Esta reflexión atraviesa toda la adolescencia occidental en la trágica oscilación
entre individualización y "grupalización" (deberíamos decir). Retoma, en la coyun-
tura específica de la crisis dé la adolescencia -crisis psíquica, social, generacional—,
la primera versión entre el destete y el enigma edípico, de esa relación con lo
desconocido. Asimismo aquí reaparece lo que Winnicott ha designado como la
capacidad de estar solo.
11
social que, exterior al grupo, ordena sus relaciones, se afirma, negándola
y negando la realidad que representa, la ley del grupo mismo. Esta ley
del grupo se opone a la apropiación de la realidad, intenta destruirla por
la violencia.
Esta perspectiva teórica —esta manera de ver las cosas— sugiere
enfáticamente que en la relación individuo-grupo o entre grupo-individuo
e institución, todo ocurre como si uno de esos niveles de organización
sistémica fuese empleado para administrar otro nivel de organización. La
hipótesis del aparato psíquico grupal proporciona la construcción inter-
mediaria de esta administración, y he propuesto (R. Kaes, 1976a,
1976b) que en situación de ruptura en la continuidad de sí, el grupo
pueda asegurar esta administración prptética, protectora y vicaria en el
lugar donde el sistema personológico revela sus fallas o se muestra incom-
pleto o sobrecargado. Según mi'punto de vista, la razón de esta admi-
nistración intersistémica radicaría en el acoplamiento potencial -pero
aquí actualizado- entre los "grupos del adentro" y los "grupos del
37
afuera" .
A las nociones de apoyatura múltiple, de acoplamiento psicogrupal,
agregamos ahora la de una administración de un orden por otro. L a
reciprocidad de la administración se realiza perfectamente en el "contra-
38
to narcisista" . La administración permite considerar los movimientos
económicos de catectización intersistémica (su transferencia), los conflic-
tos dinámicos entre las grupologías (internas, externas), las correlaciones
tópicas (isomorfía, homomorfía) y las jerarquías de dependencia y de
funcionamiento. Además, y la noción propuesta aquí debe ser referida a
su campo de descubrimiento, la administración puede dar cuenta de los
intercambios de sesgo paradójico entre dos niveles de estructuras dife-
rentes en las situaciones de crisis.
Por último, quisiera señalar aquí la importancia que reviste, sobre
todo en la experiencia y en el desenlace de la situación de crisis, el
37
En una perspectiva similar a la mía, P. Dubor (1978) ha propuesto la
noción de una gestión institucional de las psicosis y de las manifestaciones preob-
jetales. En un dominio diferente, G. Rouan (1979) ha empleado la noción de
administración en una tesis sobre la función psicosocial de las instituciones de
animación sociocultural (Casa de los jóvenes y de la cultura).
3
8 Contrato narcisista entre el individuo y el grupo, por el cual ambos
1
términos (el elemento, el conjunto) se garantizan recíprocamente, en relación con
la continuidad y el reconocimiento, un lugar seguro para siempre, para toda la
eternidad. Esta noción, propuesta por P. Castoriadis-Aulagnier (1976) es retomada
en esta obra por A. Missenard y por mí, en relación con la múltiple apoyatura.
78
carácter fundamentalmente asincrónico del tiempo humano. Habitual-
mente, los historiadores (F. Brondel, L. Febvre, G. Duby) distinguen, en
relación con la evaluación de las mentalidades, tres o cuatro ritmos de la
duración, y en consecuencia hablan de tres o cuatro historias: la macro-
historia, sensible al acontecimiento y al individuo; la historia coyuntural,
de extensión media, y - l a historia profunda, de muy larga duración; e
incluso de la historia casi inmóvil referida a los caracteres de la especie.
La desigual velocidad de la evolución no sólo afecta los niveles de
organización (individual, grupal, social); también, en cada uno de esos
niveles, la diversidad de los ritmos aparece como el parámetro más
importante. De esta forma aumenta la complejidad de un análisis de la
crisis y de sus elaboraciones que admite escalas temporales diferentes,
complementarias o antagónicas. Las situaciones intercríticas, esbozadas
problemáticamente por J. Guillaumin en este mismo libro, podrían ser
captadas con mayor exactitud desde este punto de vista: la articulación
de las crisis (la del adolescente en crisis en una familia —también en
crisis— cuyo modelo social está en crisis en una sociedad en crisis)'
permite el surgimiento de temporalidades asincrónicas y conflictivas.
Esta perspectiva no deja de estar vinculada a la de la administración
psíquica intersistémica: la elaboración de la ruptura en la continuidad
del sí-mismo implica siempre por lo menos el nivel que depende de una
temporalidad exógena al individuo.
De esta manera, por ejemplo, la función de la apelación al grupo o a
la ideología en situación individual de crisis es la de proyectar al
individuo en una temporalidad más lenta; un efecto similar pero no
idéntico puede ser obtenido por medios intrapsíquicos (regresión) o
químicos (droga).
79
mostrado las investigaciones de la escuela de Palo Alto, una fase paradó-
jica que expresa el status paradójico del sujeto y del aparato psíquico
grupal. Desde mi punto de vista, esta es la base de la operatividad del
grupo en el trabajo de elaboración de una crisis, ya sea que la solución
solicitada y ofrecida se designe como formativa o como terape'utica. Este
fenómeno paradójico es el que se funcionaliza y emplea espontáneamen-
te cuando se recurre al grupo en las crisis de adolescencia, de inmigra-
ción o de desarraigo: cuando la ruptura en la continuidad del sí-mismo
revela brutalmente al sujeto su sujeción y su libertad, cuando se ve
obligado a vivir y a reconocer que aquello que ha fundado el sentimien-
to de su íntima y única identidad era precisamente su apoyatura sobre
otro orden, comunitario, público y abierto.
80
NARCISISMO Y R U P T U R A
ANDRE R. MISSENARD
81
I. INMORTALIDAD Y A V A T A R E S D E L H E R O E MODERNO
1
Guynemer fue un as de la guerra de 1914-1918; abatió numerosos aviones
enemigos antes de desaparecer en un combate aéreo. Mermoz cruzó por primera
vez en avión el Atlántico Sur, creando la línea aérea. Desapareció en vuelo en
1937. Saint-Exupéry participó en la creación de la línea en dirección a Senegal.
Convocado a petición propia por la aviación de reconocimiento, desapareció en el
transcurso de una misión en 1944.
2
Sobre este tema, véase el estudio de R. Geüy (1969) sobre la personalidad
profesional del aviador.
82
el narcisismo original: "es la experiencia de la negativa a renunciar a la
novela familiar" (J. Lanouziére, 1977). En la relación precoz madre-niño
donde se realiza una narcisización mutua, el motor esencial es la omni-
potencia materna. Si existe "Su Majestad el bebé" es porque existe al
mismo tiempo "Su Majestad la mamá"; aunque la omnipotencia'materna
sólo es funcional para el niño en razón de su misma presencia. Durante
el embarazo de la madre el niño le otorga aquello que ella ha podido
soñar: la plenitud fálica y el poder dé creación, situación en la que el
mismo niño se verá sumergido después-.
Pero no existe más que una sola vertiente de las cosas. Un héroe
-aun el de la novela familiar- posee una prehistoria: en Moisés y la
religión monoteísta Freud escribe que el héroe, antes de su nacimien-
to, ha sido experimentado como una amenaza por su padre, quien ha
deseado su muerte. Rosolato ha señalado que en las religiones monoteís-
tas la relación agresiva y mortal entre Dios y el hijo de Dios poseía una
función de preservación del lado positivo de la relación madre-niño,
cuyas características son la pureza y el amor. De hecho es posible
percibir la original ambivalencia de esta última relación, el narcisismo
positivo y la idealización que la madre ha hecho del niño y cómo éstos
tienden a evitar ál niño las amenazas que pesan sobre él. Gracias a esto
por otra parte, la madre puede salvaguardar su propio narcisismo tam-
bién amenazado: la vida la obligó a renunciar a las ilusiones con las
cuales había vivido hasta ese momento. El niño, pedazo de sí misma, le
permitirá reencontrarlas: el tiempo futuro y el niño que nacerá toman
en su economía el lugar del paraíso perdido.
Este narcisismo original, esencial en el devenir del niño y particular-
mente en el futuro héroe, plantea el problema de la vocación: ¿de
dónde proviene el llamado y quién habla en él? Para formular una
respuesta es necesario que abramos un desvío a través del registro de las
voces primeras.
83
discurso que P, Castoriadis-Aulagnier (1975) designa como "la sombra
hablada", de la cual la madre es el "portavoz".
" L a sombra-hablada" es lo que define el status y el lugar del niño
en el deseo de la madre: eco hablado de la imagen ideal de sí misma
reflejada por el niño; pues gracias a él ella puede ser una "buena
madre", en conformidad con el ideal cultural: tener un hijo de un
hombre, tener un niño del padre.
Debemos subrayar el lugar que ocupa el niño en las instancias
ideales de la madre, y especialmente en su yo ideal, incluso antes del
nacimiento. El embarazo puede ser un momento de crisis narcisista para
la madre (G. Lemoine, 1976) pero sin embargo, la catexia de ese
narcisismo se lleva a cabo sobre ese niño mediante el cual la madre se
pone en un lugar de creadora, de omnipotencia y posesión fálica. El
discurso que mantiene sobre su bebé, verbalizado o interior, en forma de
representaciones o de proyectos, es la expresión de esta posición en la
cual el niño está catectizado por la libido narcisista materna. Recibirá
también, no cabe duda, catexias "negativas", correlativas a la experiencia
corporal de la madre y a las fantasías de destrucción, de apertura de su
cuerpo que le hace vivir el embarazo. Sin embargo, gracias al narcisismo
positivo de la madre, á los proyectos y el por-venir que lo acompañan, la
gestación puede continuar y el niño vivirá.
Después del nacimiento, el discurso previo se prolonga mediante el
"baño sonoro": emanación dirigida al niño, de un "tímpano-seno sono-
ro" (P'. Castoriadis-Aulagnier), que equivale en lo auditivo al par "boca-
seno". Para el niño los sonidos y las palabras cumplen el papel de
prótesis de la psique: el "placer de oír" es la primera pulsión
catectizada del lenguaje, y la voz se transforma en la primera encarna-
ción tanto del objeto perseguidor como del objeto gratificante. Conside-
ramos que esto es correlativo al placer o displacer que la madre obtiene
de este niño, o de su alternancia y de la importancia respectiva de uno y
otro.
De hecho y por el nacimiento mismo, puede acentuarse la grieta que
ya existía en la madre entre sus catexias positivas y negativas del niño.
Según su sexo, las particularidades de su cuerpo, de su salud, etc., el
niño puede adaptarse en mayor o menor medida a las proyecciones de la
sombra hablada, es decir, al discurso previo que acompañó al embarazo.
En realidad el niño no puede adecuarse a él: por un lado tiene la
posibilidad de ser el falo materno, como lo era durante el embarazo,
pero también es el niño imperfecto que merece cuidados (P. Castoriadis)
como lo corrobora su presencia corpórea. Es el niño, de la falta, el niño
84
imaginario del padre de la madre, el que durante mucho tiempo se
esperó de éste hasta que otro hombre vino a tomar su lugar. En este
sentido, el niño se ubica en lo que llamaremos "la falta de ser" y la
madre se inquieta por la salud, el porvenir y el destino de su hijo en,
relación con todo lo que su falta original la lleva a temer y a desear con
respecto al producto de su "pecado".
A la grieta materna corresponde una grieta en el niño, ubicada entre
la "falta de ser" y el proyecto futuro de que sea brillante, famoso y
omnipotente, cualidades de aquel en el cual se ha originado. En lo que
nosotros llamamos las "voces primeras" resuena principalmente la voz
del padre de la madre, que no puede reconocerse ya que está marcada
por lo prohibido. (Sin embargo es bien conocido el interés que provoca
el reconocimiento en el bebé de los rasgos de semejanza con uno u otro
de los abuelos: el soporte biológico de la herencia permite este pasaje
del deseo). También resuena la voz de la madre quien, gracias a su hijo,
puede acercarse al ideal de maternidad proporcionado por su cultura y
recuperar por él las esperanzas narcisistas que la vida le había obligado a
abandonar (S. Freud, 1914).
Las voces primeras conducirán al niño durante su gestación en la
madre y sus primeros meses de vida: son el vehículo del narcisismo, del
yo ideal materno y de la relación de la madre con su propio padre. Estas
voces dibujan el perfil del niño maravilloso, aquel que no termina de
morir en ningún adulto (S. Leclaire, 1975) sino que constituye uno de
los fundamentos sobre los cuales cada uno se ha construido. De la
3
misma manera no pueden disociarse del narcisismo "negativo" en el
cual la madre también sumerge a su hijo.
85
niño puede estar seguro por el momento del lugar que ocupa cuando el
sonido que emite produce placer en aquella que lo oye convirtiéndose
así en.una referencia que podrá volver a usar cuando esté solo. Por ello
consideramos (A. Missenard, 1976) que "la envoltura sonora del sí-mis-
mo" se constituye según un mecanismo en el cual el reflejo cumple una
función central desde el origen de la actividad psíquica. Pero es necesa-
rio señalar que en general todos los objetos parciales, por ocupar un
tercer lugar entre el niño y la madre, permiten que éste establezca con
ella un comercio mediante el cual cada uno obtiene su satisfacción en
una primera situación triangular.
El narcisismo materno sostiene la economía del conjunto: el objeto
parcial, como el niño del que es parte, está catectizado por el narcisismo
materno: la madre ve en él la prueba de que este niño -que funciona
b i e n - es el producto de la' buena madre cuya imagen quiere dar;
también allí ve un principio de esperanza para los grandiosos proyectos
que fomenta en su nombre (el del niño), pero con su libido narcisista (la
suya propia). .
Llegado el momento del Edipo, cuando el objeto parcial que ofrece
el niño es su pene, ya no puede mantenerse aquel primer funcionamien-
to triangular, porque con este objeto la madre vuelve a su propia
problemática edípica. Entonces se debe buscar un nuevo equilibrio.
Será mucho más fácil encontrarlo si la voz materna enuncia para el
niño cuál es su referencia (padre, tío, ancestro, etc.), referencia que
garantiza que su discurso y sus prohibiciones no' son obra de un legisla-
4
dor arbitrario . De este modo el niño encuentra en la voz materna al
otro paterno y también se ve enfrentado a la castración y a la angustia
de identificación. Correlativamente, debe haber un duelo, debe aceptar
una ausencia, junto con la prueba de que los objetos parciales y las
referencias que de ellos provienen no pueden estar asegurados para siempre
como puntos de anclaje.
4
Véase P. Castoriadis-Aulagnier (1975); este capítulo le debe mucho al libro
citado.
86
en un mismo objeto , donde el espacio materno y el del niño
han coincidido en una "unidad dual".
— que haya sido objeto de una necesaria "desilusión", nacida de
las experiencias de insatisfacción (M. C. Fusco y V. Smirnoff,
1976); a esto nosotros le agregamos los afectos y sentimientos
vividos por la madre frente a las expresiones del niño (gritos,
reclamos) concernientes a esta insatisfacción, sentimientos que
pueden ser de rechazo y de agresividad, por ejemplo.
- que haya sido el momento de una identificación, con los dos
padres, y en especial, con el "padre de la prehistoria personal"
(S. Freud, 1924). Creemos necesario destacar este último punto,
puesto que subraya que toda organización ternaria, edípica o
pregenital está precedida desde el origen por otra organización
con la misma estructura. Su naturaleza y sus particularidades no
dejarán de afectar el devenir de los sujetos.
87
culpa en su propio cuerpo, pero es posible que esté consagrado a la
misma omnipotencia que el padre ideal del cual ha surgido imaginaria-
mente.
Se sobreentiende que, en la diversidad de los casos clínicos, estas
dos situaciones son extremas. Son mucho más frecuentes los casos en los
que el niño "oye", si no un "concierto" de voces paternas, por lo menos
una alternancia donde pueden escucharse aquellas del abuelo materno,
del tío, del marido o de cualquier otro "hombre de la madre" que por
algún rasgo de su carácter o de su cuerpo retiene o ha retenido la
catexia materna.
Es más raro, y más específicamente determinante para el niño, que
la única palabra oída sea la del abuelo materno o la del padre muerto e
idealizado.
Y sin embargo, el caso és frecuente en el héroe de la aviación. Pero
antes de describir lo específico de su posición, debemos señalar un
último punto que constituye otra necesidad previa para que se cumpla
en todo sujeto el acceso á la palabra de los padres.
3) Esta necesidad previa está ligada a los fenómenos que aparecen a
partir de la fase narcisista y durante todo su curso. Se centran en el
hecho de que, en el momento en que el niño accede a una imagen
reunificada de sí mismo a través del espejo —con todo lo que ello
implica de parte de la madre como presencia y como discurso manteni-
dos para designar la imagen del niño— se distinguen correlativamente la
imago de su cuerpo parcelado y la imagen de su madre como perdida
definitivamente. Se vuelve imposible para siempre algo que podría lla-
marse Una "fusión dual"; hasta este período, la esperanza de alcanzar
dicha fusión era el resguardo a partir del cual se vivían las inevitables
insatisfacciones.
Esta pérdida constituye la base sobre la cual podrá armarse la
construcción ulterior del niño. Sólo podrá alcanzar esta última si el
acceso del niño a una nueva "unidad" —relativa— tiene como corre-
lación, de parte de la madre, la pérdida de la ilusión de ser "colmada"
para siempre por el niño que ella hizo. En otros términos, y esto ocurre
durante el período del destete y del eventual regreso de los padres a un
actividad sexual -que en otros tiempos se interrumpía durante el tiempo
de la lactancia-, el niño accede a un nuevo estado cuando su madre
pierde la ilusión megalomaníacá de una omnipotencia proveniente de su
yo ideal reactivada por el embarazo. Lo que condiciona esta evolución
materna es, evidentemente, la relación que la madre tiene con la castra-
ción y su posibilidad de renunciar al niño como falo imaginario.
88
Este período esencial de la organización psíquica del niño, que
implica una vertiente depresiva (la posición depresiva) y una vertiente
narcisista, puede explicarse mediante lo que más adelante llamaremos el
trabajo del narcisismo.
Concluiremos esta reflexión sobre las "voces primeras" con dos
observaciones que consideramos necesarias para entender la vocación.
Las voces primeras están ligadas al narcisismo primario, y por ello
son indisociables del aspecto negativo de ese narcisismo: el niño es el
héroe posible, idealizado, capturado dentro del yo ideal materno, pero
también amenazado ya que su madre ha sentido en sí misma un peligro,
por ejemplo el de una presencia "extraña" que vive en su cuerpo
durante el embarazo. Además el niño lleva "la falta de ser" en la medida
en que es el hijo imaginario del incesto materno.
En principio, las voces primeras son las de la madre y los padres,
indistintas y confusas: voces de los padres donde se reúnen la del padre
del niño y la de aquel de quien la madre ha esperado un hijo durante
mucho tiempo, voces de todo sujeto que haya alcanzado el status de
"hombre de la madre". Son necesarias ciertas condiciones para que se
establezca una distinción entre las voces paternas:
1) Que se verifique la identificación primaria, seguida luego por la
desilusión que implica.
2) Que la madre se vuelva nuevamente hacia aquel que ella catecti-
za, cuando se haya perdido la "ilusión fálica", es decir la confusión
entre el niño y el falo imaginario en la que cayó durante el embarazo y
los primeros meses de vida de su hijo.
3) En. consecuencia, que el niño, cuando acceda a una forma
unificada de sí mismo, se vea conducido a hacer el duelo de la madre
narcisista, su primera madre, la de las ilusiones más grandiosas y las
esperanzas concebidas en los momentos de mayor fusión.
89
con la persistencia de las voces primeras, y que "el discurso de los
padres" tiene un origen y un contenido específico que determinan las
"identificaciones heroicas" (D. Lagache, 1961) y su permanencia.
La vida de Mermoz
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madre-hijo fue, durante la guerra de 1914-1918, Delty, un enfermo
grave, "rechazado" por la medicina como incurable y recogido por la
madre de Mermoz, que poco a poco logró su recuperación.
Cuando el fracaso de su examen de bachillerato provoca en Mermoz
una angustia tan intensa que hace temer una tentativa de suicidio,
"Mermoz se repliega sobre sí mismo, ya que se supone que su madre y
él no forman más que una persona".
Se podría hacer otra lectura de esta obra y plantear algunas hipóte-
sis sobre los lazos inconscientes que existían entre la madre de Mermoz
y la mujer que hizo de madre para ella. ¿Esos lazos dieron a la primera
la posibilidad de vivir al lado de un hombre? No parece que fuera así, si
se tiene en cuenta el fracaso inmediato del matrimonio "desde el día del
casamiento", los deseos angustiosos vividos por ella hacia su hijo en el
curso del embarazo y el pronto retorno de la madre y el niño a la casa
paterna. En lo imaginario, ¿quién era el padre, si después del nacimiento
del hijo, su madre lo lleva y cría en casa de aquellos con quienes ella
misma se había criado? ¿Era ese niño el fruto del Edipo, el hijo de la
"abuelastra" materna? En este caso, no es fácil afirmarlo.
No cabe duda de que en su infancia Mermoz estableció y reconoció
a su vez un lazo con aquella que era el eje de la familia: la madrastra de
su madre. Interioriza su palabra, sus principios y sus ideales. Esto
hubiera significado para él una posibilidad de "desprendimiento" en lo
que respecta a su propia madre, pero esta eventualidad no es suficiente.
Al crecer se convierte en un adolescente dependiente, incapaz de enfren-
tar con éxito los obstáculos que la sociedad presenta a los jóvenes para
que accedan al status de adulto: fracasa en el examen y cae en el
5
momento depresivo .
Cuando comunica su proyecto de hacer el servicio militar, Delty
sugiere que elija la aviación. Según el texto de Kessel, este consejo
aparece como la única palabra de un hombre cercano a su madre que
Mermoz haya escuchado en su adolescencia, por lo menos la única
palabra masculina que tuvo peso para él.
5
Con esa pareja de mujeres en posición materna, Mermoz resulta ubicado
también en una filiación femenina. Por lo general ésta no deja de tener cierto
efecto sobre los niños -los varones- que se crían junto a este tipo de parejas. Se
puede comparar con las filiaciones narcisistas unisexuadas que J. Guyotat y M.
Audras (1976) oponen a la filiación instituida, la del nombre del padre: la filiación
narcisista es la de la "reproducción por duplicación", "portadora de muerte", que
implica una unicidad de .orígenes.
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La desaparición de los padres y el relieve de la madre
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El matrimonio, a partir de su consumación, fue un desastre; por lo menos
así parece, según Kessel y de acuerdo con lo que nosotros llamaremos la fantasmá-
tica de la madre. Para ilustrar la proximidad entre héroe y creador, desde el punto
de vista de la filiación, J. Lanouziére me sugiere el paralelismo establecido por
Dominique Desánti entre L. Aragón, A. Malraux y P. Drieu La Rochelle (en Drieu
La Rochelle, Flammarion, 1978): "Las tres infancias debieron enfrentarse a la
distorsión del hogar, a la ausencia o ambigüedad del padre. Los tres muchachos
confundieron en una misma imagen tutelar femenina, a una madre en cada caso
dominada por su propia madre. Para los tres, la madre era una 'niña', casi una
hermana, que sufre y se somete. Estas tres madres llevaron a sus hijos a aquellas
que las habían criado .. . Tres novelistas amigos al llegar a la edad de la escritura
llevan en sí como mitos formadores a un varón, un padre devaluado o, por el
contrario, ausente, pero con una ausencia nociva y poderosa a la vez; es por
consiguiente una imagen negativa de hombre, y frente a ella, tienen una imagen
femenina desdoblada, múltiple, dispensadora de las grandes emociones fundamen-
tales".
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un lugar excepcional, es decir, reinó como soberana —y con gran autori-
dad- sobre el hijo glorioso, cuyas primeras grandes elecciones en la vida
ella misma definió posteriormente.
Mermoz es fruto del Edipo, fruto aun más prohibido por cuanto
quien lo llevaba en su seno había tomado fantasmáticamente el lugar de
su propia madre, muerta. De aquí surgen las posibles fantasías de
violación, las angustias de destrucción del niño durante el embarazo, la
culpa intensa, el rechazo del matrimonio desde el primer día y la huida
posterior. La madre de Mermoz encontrará el modo de reparar su culpa
primera remitiéndose a otra madre, intratable, dura, severa, pero incons-
cientemente justiciera y que en este sentido no sólo resulta soportable
sino indispensable: pues esta madre inspira su vida no en un hombre, ni
en su propia ley sino en el Señor, en sú rigor y sufrimiento, es decir, en
un padre idealizado, inmortal.
Sin embargo, la madre de Mermoz, cuando estaba encinta, sólo
habrá vivido una culpa tan grande en relación con el placer de llevar en
sí al hijo deseado en vano durante tanto tiempo del padre, y que le
concede una antigua victoria, imaginaria primero y real después, sobre su
propia madre. Mermoz está marcado doblemente desde antes de nacer:
él proporciona a su madre aquello que la "colma", es el falo imaginario
mediante el cual ella reactualiza su yo ideal arcaico; es el niño cargado
de las más grandes esperanzas. Pero también está condenado: es el niño
de "la falta", el niño "al que hay que suprimir". Viene al mundo bajo el
signo de la "falta dé ser" y de la gloria, ubicado en la problemática de
ser un falo imaginario o de "no ser". En este nivel de "todo o nada" se
plantea para él la castración primaria. Ubicado en la falta de ser, deberá
encontrar una "razón de ser", un lugar donde por vocación será "llamado
7
a ser" .
A menudo el héroe oye este llamado durante la adolescencia, cuan-
do vuelve a resonar el eco de las voces primeras, si es que alguna vez
éstas se apagaron: la voz de la madre (J. Lanouziére, 1977), la de la
primerísima infancia; la voz del padre de la madre, que nunca ha
desaparecido del horizonte imaginario de ella y puede hacerse oír (es
poco perceptible en el caso de Mermoz), la voz de la abuela materna o
7
Debo esta última formulación a R. Kaes.
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de aquella que ocupa su lugar, o de cualquier otra persona, cualquiera
sea su sexo anatómico, puesta en una posición análoga. El funcionamien-
to de la madre del héroe se aclara aquí con el concepto del padre
8
idealizado o de "madre con pene", que recubre una imago . Esta es
activa en la madre: impide una ruptura en el orden de las generaciones y
conduce al campo de la inmortalidad.
En Mermoz, la abuelastra, inseparable de sus referencias religiosas,
fue el soporte de esa representación fantasmática.
En estos casos, el padre genitor del niño no puede tomar el lugar
del padre idealizado e introducir con él la marca de la muerte y el orden
de la ley. Le tocará al hijo, futuro héroe, llevar esta marca, índice de su
ascendencia, y tratar de desprenderse de ella mediante los actos de su
vida, convirtiéndose a su vez en "inmortal".
La importancia relativa que tendrán la voz del padre idealizado y la
palabra de otro hombre reconocido por la madre como valiente por tal o
cual rasgo, será determinante para el porvenir del niño. Esta es una de
las funciones que tuvo Delty en la vida de Mermoz. La otra está ligada
al hecho de que, condenado primero por la enfermedad y luego salvado,
podía ser también un doble para el futuro héroe.
8
En algunas obras de Faulkner se encuentran representaciones de esta imago en
la problemática de un héroe aviador. En "Falsas promesas" (1948), al lado de un as
de la guerra de 1914-1918, que volvió del combate mutilado, desfigurado y demente,
el personaje central es una mujer, Mrs. Powers -la Sra. Poder- alrededor de la cual
gravitan hombres inexistentes (el padre del héroe) o que no tardan en morir (el
marido de Mrs. Powers), y los dos jóvenes que soñaron con convertirse en héroes.
Estos, en el curso de la novela, se alejan en mayor o menor medida de Mrs. Powers.
Uno de ellos regresa rápidamente a su madre, intacto, y empieza a tener aventuras
amorosas; el otro, muy ligado a la protagonista, hacia el fin de la obra la ve
desaparecer entre el vapor de un tren que se aleja: él queda al lado del padre del héroe
muerto. El personaje heroico, el piloto abatido, morirá .. . después de haberse casado
con Mrs. Powers.
En Pylon (1946), una mujer es la amante de un as de guerra que está
reducido a ganar su vida en una especie de torneo donde encuentra la muerte. Esta
mujer tiene un hijo pero no es seguro que el aviador haya sido el padre. Sin
embargo, al final de la obra, la madre entrega el niño al padre del héroe, como si
fuera su hijo, una vez expiada la falta del nacimiento del niño por la muerte de
aquel que había aceptado la paternidad.
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2.. Narcisismo y heroísmo
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La envoltura narcisista es una primera forma preidentificatoria del
niño: corresponde a la imagen ideal que la madre ha soñado consciente-
mente para él, la que él verá en los ojos de ella (Winnicott) aún antes de
poder localizarse gracias a ella en una forma percibida en el espejo. La
10
imagen se superpone a lo que el niño experimenta en su cuerpo
durante los intercambios en los que prevalecen las zonas y los objetos
catectizados por la madre. Es una imagen heroica, y la sombra hablada
le repite: "Nada te ocurrirá", "serás más fuerte que todos, incluso más
fuerte que tu padre". Esta imagen acarrea consigo un movimiento de
admiración mutua y de seducción (véase más adelante) que es efecto del
narcisismo y que lo refuerza.
La envoltura narcisista y las imágenes heroicas ideales tienden a
velar lo que, sin embargo, ha coexistido desde el origen con los deseos
de omnipotencia y de inmortalidad: las fantasías de muerte del niño. A
veces el niño las integra (o las reprime) en forma de una fantasía
originaria de violación o de coito sádico destructivo, en el continuo del
inconsciente de la madre. Se encuentran vestigios de esto en la biografía
de algunos héroes de la aviación que decidieron su futuro cuando vieron
durante la Segunda Guerra Mundial "un avión que explotaba en el aire";
una representación en lo real de lo que se puede llamar "fantasía del
aniquilamiento originario".
Al evocar la envoltura narcisista resuena como un eco la invulnera-
11
bilidad de los héroes mitológicos, sus límites, sus recursos. Sigfrido se
volvió invulnerable bañándose en la sangre de un dragón al que había
derrotado; pero una hoja de tilo impidió que la sangre alcanzara.un lugar
entre los hombros del héroe: a causa de esta zona ciega,-Sigfrido morirá.
La diosa Tetis sostuvo a su hijo Aquiles por el talón cuando lo
sumergió en las aguas de Estigia para que perdiera "la humanidad" que
había recibido de su padre.
Si la vulnerabilidad no está localizada con precisión, el héroe deberá
sufrir y morir atacado en toda su envoltura corporal. Hércules sufre el
suplicio de la túnica de Neso, antes de arrojarse al fuego porque ya no la
soportaba. El héroe le debe su inmortalidad a Hera, su "madre divina",
pero a ella también le debe en gran parte el haber recibido la túnica de
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Neso, que causará su muerte .
10
"El yo es ante todo un yo corporal, no es sólo un ser de superficie sino la
proyección de una superficie". Freud, El yo y el ello.
1 1
En La canción de gesta de los Nibelungos.
1 2
Véase P. Grima!, Dictionnaire de la mythologie grecque et romaine.
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Sin embargo, la envoltura narcisista y la invulnerabilidad no surgen
sólo de la madre narcisista y de las fantasías de muerte: en otra versión
del nacimiento de Aquiles, Zeus interviene para salvar a su hijo del fuego
donde lo ha sumergido su madre, y lo rescata de ese brasero original.
Cuando Hércules está por morir, Zeus, lo envuelve en una nube, condu-
ciéndolo al Olimpo para evitar que muera entre las llamas.
Los héroes no pueden salvarse ni ser glorificados sin que los alcance
la marca de los padres: su historia habla a los hombres en la medida en
que éstos se inscriben en una filiación, no sólo en el imaginario materno
sino también en la ascendencia de los padres. De todos modos, el lugar
que éstos ocupan es bastante especial.
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muerto y "elegir" un destino. Este será análogo al de su padre espiritual:
enfrentará a la muerte en un combate de incierto resultado, y de ese
acto hará una profesión. Esto es posible porque la fantasía inicial donde
se encuentran, incluso se confunden, madre narcisista y niño maravi-
lloso/niño muerto, se ha convertido en un asunto de hombres. Gracias a
Delty, Mermoz ya no se pierde por el fracaso: es salvado por la palabra
de otro que es igual a él, pero que al mismo tiempo es un hombre de la
generación precedente, cuyo discurso puede escuchar. El efecto segundo,
aunque no por ello menos importante, será la posibilidad otorgada a
Mermoz de verse introducido en un cuerpo social —la aeronáutica—
donde el combate contra la muerte se incluye entre los valores y los
ideales cargados narcisísticamente. Gracias a todo esto el futuro héroe
podrá hacer que su nombre sea conocido.
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historia - d e l pasado— y que a la vez asegure a cada uno y al conjunto,
13
la supervivencia, es decir, la inmortalidad .
Cada aviador recibe del conjunto una carga pulsional de su propio
cuerpo, que fortifica la estructura narcisista que su prehistoria y su
historia personal han establecido.
En este cuerpo, los deseos de volar, los sueños de vuelo de cada
uno, que son expresión tanto de un deseo inconsciente de no distinción
14
con respecto a la madre de los orígenes como de la p r o h i b i c i ó n
mortal que lo acompaña, se han convertido en ideales comunes: los
aviadores están para volar - a l servicio de la causa que sostiene "el
conjunto"- y por tanto la prohibición está doblemente significada:
13
En algunas sociedades ágrafas, los acontecimientos contemporáneos se
insertan rápidamente en el mito colectivo que, de esta manera, se sigue mante-
niendo.
1 4
Sobre la función del mito de Icaio, véase R. Gelly (1969).
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accidentado y a veces con él toda la escuadrilla, vuelven a emprender el
vuelo lo más pronto posible después del accidente. En la continuidad
narcisista del cuerpo social se logra así una reanudación identifícatoria
inmediata: identificación con los valores, con los héroes y con los actos,
enfrentamiento victorioso con el peligro e identificación de los sujetos
entre sí. En el momento en que una ruptura, o más bien un desgarrón,
amenaza el cuerpo y la envoltura narcisista de cada uno, se realiza una
sutura con el conjunto del cuerpo social. La grieta eventual se colma
inmediatamente sin que se haya producido un verdadero trabajo psí-
quico. Sin- embargo, en algunos casos, la neurosis traumática no puede
1 s
evitarse .
15
Mermoz no hizo carrera en el medio multar. Se quedó allí el tiempo
suficiente como para hacer una experiencia estructurante necesaria de identifica-
ción con un Cuerpo y con los otros, confrontarse con aquellos que conocían la
profesión (no había pasado mucho tiempo desde la época de la Primera Guerra
Mundial y los "ases"), hacer un aprendizaje largo, difícil, a veces mortal, que
cumplía la función de iniciación y de posible reconocimiento al atribuírsele una
insignia, que refleja las marcas recibidas a lo largo del camino y señala la culmina-
ción de la formación. Una vez logrado todo esto, las condiciones del momento no
le ofrecen posibilidades heroicas y Mermoz no renueva su contrato. Mientras tanto,
queda apresado en un conflicto interno cuya naturaleza está indicada por un
episodio toxicomaníaco. Es necesario que se dé otro marco para que, mediante una
relación con un padre exigente y severo, Daurat, y una creación nueva, "la línea",
constituya su propio lugar.
100
Al llevar a lo real lo que debe quedar, aunque velado e ignorado, en
el interior de la psique, el accidente hace desaparecer el clivaje entre el
afuera y el adentro, esencial para el funcionamiento del héroe o de
quien funciona de esa manera. Repentinamente, ya no es posible mante-
ner la distinción entre el afuera —lugar de la muerte posible— y el
adentro, ni conservar la función de omnipotencia y dominio de la
envoltura; ya no se puede aspirar al modo de existencia elegido, que está
entre la vida y la muerte, con la confianza en una victoria sobre el
afuera mortal.
Ha sido conmovido lo que permitía el clivaje, es decir, la organiza-
ción narcisista del sujeto, la catexia del cuerpo como límite invulnerable
entre los dos campos, lo que le otorgaba el dominio del espacio y el
placer de recuperar ese poder en cada vuelo.
Al asestar un golpe sobre la visión que el héroe tenía de su propia
imagen, el acontecimiento provoca un desgarrón en la envoltura narci-
sista, que fascina y apabulla. En lugar de una representación de sí
dotada de rasgos plenos y en relieve, cargada positivamente y en armo-
nía con las identificaciones heroicas, repentinamente se revela una ima-
gen de sombras y la vertiente negativa del narcisismo que la ha cons-
truido. La envoltura, que ahora está desgarrada, poseía cierta continui-
dad con la madre narcisista omnipotente; por la grieta abierta se deja
entrever el prolongamiento de las fantasías de destrucción dé sí misma y
de su producto, que la madre ha vivido en otra época. Bajo la roca se
16
revela un vacío repentino, incluso un abismo y se cierne la posibilidad
de que el narcisismo positivo se escurra por la grieta como una hemo-
rragia.
Sin embargo, esta metáfora "hemorrágica" sobre el flujo de las
excitaciones y el crecimiento de las tensiones, que está en la línea de las
proposiciones de Freud, puede ser discutida.
1 6
Véase ]. B. Pontalis (1977): "L'insaisissable entre deux",
101
que sufre, de neurosis traumática hace lo mismo, pero también otra cosa,
ya que el accidente convoca una fantasía organizadora e ilumina la
escena inconsciente sobre la cual se plantea su vida profesional; pierde al
mismo tiempo la "ligazón" entre las excitaciones, y por la brecha abierta
de este modo surge de las profundidades lo que está des-ligado, aquello
que pertenece al orden del procesó primario y de la pulsión de muerte,
cuya característica es la repetición, la "tendencia más demoníaca hacia
la descarga" (Freud).
Es decir que, con la neurosis traumática y la brecha narcisista,
corren riesgo de perderse tanto las identificaciones ideales con las cuales
funciona el sujeto como el cuerpo social en el cual esas identificaciones
nacidas de la prehistoria del individuo encuentran su reemplazo narci-
sista.
Por consiguiente, ¿qué pasa con la repetición, más allá de la pers-
pectiva económica a la que desborda ampliamente? La imagen del
accidente se repite en los sueños y en la divagación en el estado de
vigilia. ¿Hay allí un intento de fijar la mirada en el desgarro que
sobrevino en un momento intermediario entre un "tiempo pasado" - e n
el cual las fantasías de destrucción estaban veladas por el sentimiento de
invulnerabilidad- y el "tiempo del después" -donde la realidad de la
muerte no puede ser simbolizada con precisión, en lo que tiene de
insostenible y/o atractivo? ¿Es la imagen repetida un intento de reins-
taurar la distinción necesaria entre el adentro y el afuera y, con esta
delimitación de los espacios, un medio para restaurar el narcisismo
perdido o amenazado y reparar la brecha? No cabe duda. Pero la
repetición también se fija en otro punto de anclaje.
No aparece clínicamente de modo inmediato después del accidente
sino que sucede a una fase inicial de latencia, de uno o dos días, durante
la cual el relato del acontecimiento no tiene un efecto preventivo sobre
la aparición ulterior de la neurosis traumática.
Cuando aparece la repetición, el sujeto se vuelve el promotor de la
escena: promoviéndola, hace que otro sí-mismo viva lo que él ha vivido:
se identifica con aquellos a partir de los cuales se origina y que — ab
initio- lo han colocado en una relación particular con la muerte y con
sus ideales.
Mediante la repetición de la escena, realiza una recuperación "perso-
nal" en el plano de la psique de aquello que lo ha constituido y que ha
sido el material de su historia. Confirma que cierta relación con la
muerte ha sido deseada por él y que a partir de ese instante vuelve a
102
1 7 - 1 8
retomar ese v í n c u l o . Pues el accidente ya no es esencialmente un
acontecimiento situado en lo real: vuelve a tomar su lugar en la realidad
psíquica del sujeto, en su fantasmática originaria.
En una relación terapéutica, la verbalización puede provocar un
efecto que el simple relato anterior al tiempo de la repetición no tenía.
No se trata de repetir el acontecimiento para obtener una catarsis sino
de regresar al origen del sujeto, tanto por la imagen como por la
formulación en alta voz delante de un testigo, un retorno a ese "mo-
mento del trauma" que también es "momento de goce" (A. Anzieu,
1977); retornar y recurrir a la fantasía son un intento arcaico de
simbolización cuando las identificaciones y la envoltura narcisista están
amenazadas y "no hay oposición al principio de placer ya que la
repetición y el hecho de reencontrar la identidad son, en sí mismos, una
1 9
fuente de placer" ( i b í d e m ) .
Reencontramos una de las concepciones freudianas del traumatismo:
un acontecimiento reciente revive el pasado, el cual existe bajo dos
formas, la de la "constitución sexual" y la de un acontecimiento de la
historia infantil (S. Freud, 1916-1917). Para los sujetos narcisistas en
quienes prevalecen las identificaciones heroicas, el elemento "prehistó-
rico" es el lugar particular que ha ocupado el niño en el deseo materno
inconsciente, aquel del héroe que vendrá, amenazante para su padre
genitor y amenazado por él, marcado por su otro padre, el de la
prehistoria personal, y por un padre espiritual. El acontecimiento de la
historia infantil está constituido por una escena fantasmática reactivada
—por ejemplo por la imagen del avión que explota durante el vuelo—,
escena que aparece como seductora y en la cual el sujeto reencuentra
una raíz y un proyecto de anclaje social.
1 7
Sobre este tema, véase el admirable artículo de J. B. Pontalis (1976) sobre
"el trabajo de la muerte".
1 8
J. Lacan (1955): "El ser humano mismo está en parte fuera de la vida,
participa del instinto de muerte. Sólo a partir de allí puede abordar el registro de
la vida" (en: Lacan, 1978, pág. 113).
1 9
En el caso del aviador, el médico tiene a veces una función según la cual
debe pronunciarse en especial sobre la "capacidad" de un sujeto para hacerse cargó
de las responsabilidades que le otorga una institución. Después de haber escuchado
al sujeto repetir, tantas veces como sea necesario, las palabras que simbolizan la
imagen que se le impuso con el accidente y que lo representa, el médico puede
atestiguar lo que aparece sobre el plano de los ideales comunes y del narcisismo
que son constitutivos del cuerpo de los aviadores. Acompañando al sujeto desde las
fantasías de donde ha surgido y que el accidente le ha revelado, el médico ayuda a
que renazca el narcisismo personal y compartido.
103
H. RUPTURA Y CONTINUIDAD NARCISISTA EN LA
DEPRESION
1. Heroísmo y depresión
Un caso clínico
104
ocupar su lugar en la pareja, el cual a fin de cuentas, nunca ha sido el
suyo en realidad. Sin embargo Huberto no desea que las cosas cambien,
a pesar de que recibe pocas satisfacciones de su vida conyugal, a la que
no analiza, y mucho menos critica.
Para él su matrimonio es un hecho establecido, inamovible, porque
ha sido definido en parte por su madre y porque su pareja conyugal, sin
saberlo, es una repetición de la antigua relación entre él y su madre:
madre de la primera infancia e hijo narcisista, que la vida confirmó en su
lugar de héroe. No puede siquiera imaginar que su matrimonio pueda
haberse convertido en una fuente de sufrimiento para uno u otro, para
su mujer especialmente, pues él por su parte está protegido emocional-
mente por su envoltura narcisista. Si tomara en consideración el divorcio
que su esposa desea, cuestionaría la obra de su madre, es decir, a la
madre misma, y sobre todo, a la imagen que ella encarna y a su propia
imagen que responde al deseo de ella.
Eso es lo que sucede, no obstante, cuando se le pide la separación.
Huberto se niega pero poco después se deprime puesto que la organiza-
ción psíquica anterior ya no puede mantenerse. Para Huberto su mujer
era la que su madre había elegido en parte, era la "mujer de la madre"
si no su madre misma. Al ser rechazado por ella, se cuestiona su
narcisismo.
De un modo más preciso: en el conflicto conyugal se dejan oír
voces que hasta entonces habían sido mantenidas en silencio y se
descubren imagos: la de la madre destructora y el hijo desvalorizado y
culpable, que se ubican junto a aquellas de la madre idealizada y del
niño-Dios. En la pareja dos imagos maternas y dos imagos de niño
entran entonces en conflicto, son escenificadas y actuadas hasta el
desenlace, que será la separación: las imagos, como las identificaciones,
pueden cruzarse, y cada uno de los protagonistas soportar al mismo
tiempo o sucesivamente aquellas que más a menudo encarna el otro.
Durante su depresión Huberto realiza un trabajo psíquico que no
había hecho antes debido a su lugar privilegiado en la problemática
materna. El instrumento de este trabajo es el desdoblamiento de las
imagos que prevalecieron hasta ese momento. Esto sucede porque la
esposa se desprende de la madre idealizada cuando cuestiona a su
marido. Correlativamente, Huberto ya no es sólo el admirable niño
heroico fascinado/fascinante. A partir de este momento, detrás de la
envoltura narcisista del hombre invulnerable, cuya fractura percibe, debe
descubrir —lo que sabe desde hace tiempo pero que estaba silenciado—
105
que también es un héroe fatigado, un niño débil y amenazado, un niño
"al que se debe destruir", "que debe morir" (A. Missenard, 1977).
En el curso de las semanas del conflicto conyugal, Huberto deberá
vivir lo que estaba oculto por la idealización mutua de madre e hijo: el
odio, el descubrimiento del otro y de sí mismo en los deseos destruc-
tivos, la angustia, la culpa, es decir, el miedo de perder su identidad.
Huberto teje una nueva tela con estos intercambios, afectos, rechazos,
acercamientos aislados. Se produce la metabolización de sus lazos con las
imágenes maternas: él puede rechazar a su vez a aquella que lo rechaza
y, al hacer el duelo de su mujer, al mismo tiempo toma distancia con
respecto a la madre de los orígenes, sin arriesgarse a morir por ello esta
vez.
Después de un tiempo Huberto ya no se ve condenado a vivir
cotidianamente la relación con la muerte que antes le resultaba necesa-
ria: ya no está obligado a actualizar los movimientos megalomaníacos de
un yo ideal ni a fortalecer continuamente su envoltura narcisista. Parale-
lamente, evoluciona su vida amorosa y le llega el momento de hacer otra
carrera que ya no es exclusivamente la del piloto heroico.
Esta depresión se caracteriza por un ataque depresivo, una crisis,
pero no es la manifestación de una estructura depresiva como se puede
observar en las personalidades fronterizas. No hay en Huberto una fisura
de la identificación primaria, si se entiende por eso la coalescencia inicial
donde no se distinguen el espacio de la madre y el espacio del niño
(véase M. C. Fusco y V. Smirnoff, 1976). Por el contrario, hay en él una
conservación de la ilusión inicial de la identificación primaria, porque es
necesario mantener en lo imaginario la ilusión fálica de la madre, la
seducción mutua (J. Rouart, 1976) y la relación de ideal.
La personalidad de Huberto incluye otra vertiente, que está ligada a
las referencias de su madre con respecto al padre idealizado, y concre-
tamente, en su historia, a los pedagogos, sacerdotes, diversas comuni-'
dades masculinas a las cuales ha sido confiada la educación de este hijo.
20
Aparece algo del clivaje, de la Spaltung materna: por más que el niño
sea un falo imaginario, el mundo de los padres está presente y sus voces
no se han extinguido; si "en" la madre se encuentra un "padre de la
prehistoria personal", también sobre la tierra hay quienes lo garanti-
zan . . . y éstos hablan.
A menudo la depresión se desencadena cuando es atacado un ideal.
20
Sobre la Spaltung se puede consultar la obra de W. Granoff (1976) La
pensée et le féminin, en particular los últimos capítulos.
106
En efecto, Huberto se deprime cuando se ven heridos el objeto materno
y el niño idealizado; su identificación predominante con el héroe infali-
ble ya no es indispensable: se ha roto el encanto.
La depresión es la realización de una ruptura que hasta ahora no se
había producido, y que puede ser examinada desde diversas perspectivas.
Es la pérdida de una identificación heroica imaginaria sobre la cual se ha
mantenido su relación con la madre y con las mujeres (esta última
bastante limitada, por otra parte). Es la pérdida de la ilusión inicial de la
identificación primaria, prolongada, si no en la coalescencia absoluta, por
lo menos en la complementariedad imagoica. Es la ruptura de la unidad
narcisista primaria donde cada uno de los protagonistas tiene una fusión
21
dual con el o t r o -
La ruptura se hace por el abandono de los mecanismos de idealiza-
ción, por el desdoblamiento imagoico y el develamiento de las pulsiones
de muerte. El sujeto tendrá que vivir el odio por el otro y del otro y las
fracturas subsecuentes. El desdoblamiento tiene como correlato, en la
depresión misma, la movilización de la fantasmática oral, y como culmi-
nación, la introyección de una imago de madre buena. La desilusión,
la ruptura de la organización psíquica inicial tiene como consecuencia lo
que a menudo se designa como el duelo del "objeto primario". Más
adelante veremos los comentarios que pueden hacerse sobre esto.
En la psicoterapia, el terapeuta ocupó la posición de un tercero
entre Huberto y su mujer, entre Huberto y la institución, y también
una posición de doble, reflejando una continuidad narcisista cuando la
suya, amenazada por deseos destructivos, se encontraba en peligro. Pero
en las sesiones cara a cara se obtuvo poco material, fuera de la repeti-
ción de los síntomas y. el silencio: el terapeuta debió vivir un sentimien-
to de carencia y la impresión de que no poseía la omnipotencia mágica
que tenía antes la madre y que ahora el paciente esperaba del médico.
Evidentemente, este pasaje de la omnipotencia a la impotencia en la
contratransferencia tuvo su cuota de importancia en la historia de este
caso.
El trabajo psíquico llevado a cabo durante esta depresión puede
compararse con un trabajo de duelo. La separación de la pareja puede
ser considerada como una pérdida de objeto; y se han perdido en
especial las representaciones imaginarias que actuaban desde siempre. Sin
21
Estas observaciones son diferentes a las de A. Green, pero no las contradi-
cen, pues siempre se trata del "yo"; para Green (1974), el narcisismo primario es
"una catexia originaria del yo no unificado, sin ninguna referencia a la unidad".
107
embargo hay diferencias notables con respecto a un duelo. El duelo es
un trabajo psíquico que se hace después de la muerte de un ser querido:
este trabajo es un retorno regresivo a un modo de funcionamiento en el
cual la identificación narcisista y la fantasmática oral permiten metaboli-
zar la pérdida sufrida y "matar a la muerte en s í " (D. Lagache, 1938):
entonces se alcanza la ruptura según la forma de la primera ruptura con
la madre, con una fantasmática análoga y a partir de allí son posibles
nuevas catexias. A esta primera ruptura bien establecida se remite cada
uno cuando vive una nueva pérdida.
En el caso de Huberto, hay algo que no ha sido acabado en el
trabajo inicial y que su crisis depresiva le hará terminar. A este trabajo
psíquico se lo puede llamar "trabajo del narcisismo" y tiene como
efecto el romper los restos de la unidad narcisista primaria y establecer
el narcisismo secundario.
La imagen en el espejo, en posición de tercero entre madre e hijo,
primer desprendimiento de la relación de fusión dual ("los ojos de la
madre" según Winnicott, y la seducción primaria), imagen luminosa y
radiante, de hecho está catectizada por el narcisismo de la madre: lo que
el niño mira es la imagen que ella ha soñado para ella y para él. Pero al
mismo tiempo la percepción de esta imagen anuncia la primera ruptura
de la fusión ideal con la madre de los orígenes: cuando el niño nace en
2 2
el espejo, la madre que está allí se pierde para é l . Además se descubre
otra imagen de sí: el acceso jubiloso (J. Lacan, 1949) a una imagen total
revela posteriormente la imago del cuerpo parcelado del niño, la del niño
muerto. La imagen especular tiene un doble reflejo (A. Missenard, 1976)
y la madre es también una madre muerta. Las imagos desdobladas están
en su lugar (véase la observación de Huberto).
Aunque el niño se apropia de la imagen especular mediante la cual
se unifica, ésta es indisociable de la del niño muerto; y la madre ideal
con la cual él esperaba fundirse también se ha vuelto la madre de la
muerte (Freud así lo indica en el tema de los "tres cofrecillos").
El trabajo del narcisismo está constituido por los intercambios
pulsionales que se oponen o alternan, donde se confunden deseos fusió-
nales y deseos de muerte, primer odio e idealización, ligados a imágenes
imagoicas que el niño soporta y encarna; están puntuados por las
2 2
P. Geissmann (1974) destaca que la cuestión de la separación es la que
concierne al deprimido: la fantasía del paciente citado era: "Estoy separado de la
mirada de mi madre".
108
ausencias de la madre, los momentos de contacto y juego con ella, las
palabras que ella pronuncia y su efecto de simbolización.
Cuando se termina el trabajo del narcisismo, queda establecida la
primera constitución del yo: ahora la imagen de la "primera" madre está
"perdida" y se ha introyectado la de la madre que reúne: cuanto más
amenazadora ha sido la fragmentación, tanto más ha sido catectizada la
imagen especular. En cuanto a lo que se designa como duelo del objeto
primario, es necesario precisar que el objeto del que se trata es una
imago, una representación tomada de una fantasía; y que el abandono, la
pérdida de esta imago es función del deseo inconsciente que la madre
siente por su hijo y de la manera en que ella metaboliza su separación
de él, la primera, la del nacimiento, y las otras (por ejemplo: "¿qué le
sucederá durante mi ausencia? ¿respira? ¿no está muerto? ").
El efecto de estos ordenamientos sobre el trabajo del narcisismo es
muy importante. La condición de este último es que el niño no sea
"todo" para su madre: para decirlo concretamente, que ella sienta el
deseo de referirse a otro para encontrar sexualmente lo que el niño no
puede darle y que simbólicamente tenga una referencia paterna más allá
de sí misma: el padre genitor del niño, el hombre que ella ha catecti-
zado. Si el lugar está ocupado por el "padre idealizado", el padre de la
prehistoria personal, léase la "madre con pene", todo será más complejo,
ya que el tercero estará contenido en el interior del cuerpo de la madre
(padre edípico) o construido como un reflejo del cuerpo de la madre
("madre con pene" que dificulta al muchacho la posibilidad de asumir la
especificidad de su sexo).
En algunos casos el trabajo del narcisismo no puede ser bien condu-
cido a causa del deseo inconsciente de la madre y de las posiciones del
padre del niño con respecto a ella y a su hijo: así ocurre cuando el niño
debe mantener la ilusión fálica de su madre y/o cuando la madre es
dominada por sus fantasías inconscientes de destrucción del fruto de "su
pecado" (véase más atrás), del niño "al que debe darse muerte". La
idealización que de ello deriva (y que es la del narcisismo primario)
cumple la función de evitar a la madre y al niño los efectos imaginarios
23
de una fantasmática destructiva . A partir de esta idealización el acceso
a la representación del niño muerto es tabú. El niño no está condenado
109
a la muerte sino a la inmortalidad. Esta evolución depende de la relación
de la madre con la castración, con la Spaltung.
Para Huberto, sólo el niño maravilloso que estaba presente en él
podía ser admitido a la vida: estaba destinado incluso a una vida
grandiosa y a la gloria. El otro, el niño perdido, debía quedar encerrado
para siempre. Huberto deberá sufrir un período depresivo para romper el
narcisismo primario y liquidar ese clivaje.
24
Este primer objeto tercero, la imagen del cuerpo, se da aquí como
ejemplo, pero no puede considerárselo como único. El período de lalación que
precede el acceso al lenguaje -y que requiere la intermediación del padre, como
ha sido señalado (J. Kristeva, en: Lévi-Strauss, 1978)- es, según nuestra opinión,
110
subtiende, y de la simbolización que hace de ella la madre: en la
dinámica pregenital, ellos son los instrumentos de los posibles intercanv
bios y de una continuidad autoerótica y narcisista. Por ejemplo, si el
objeto fecal puede ser tanto entregado como rechazado por el niño, éste
puede tener la certeza de que la madre no es indiferente a dicho objeto:
gracias a este intercambio el niño se asegura su propia permanencia y los
medios para reencontrarla (véase más atrás).
Si la continuidad narcisista, marcando la ruptura del narcisismo
primario, inicia la construcción del yo y luego catectiza narcisísticamen-
te los objetos parciales, va a perdurar durante toda la vida del sujeto. En
este línea deben ubicarse los "fenómenos transicionales": objetos "del
mundo", es decir, los que no han "entrado/salido" del cuerpo por zonas
privilegiadas; el niño los catectiza también con libido narcisista, como si
—según el modelo de la imagen especular— estuvieran cargados de libido
narcisista materna, como si, gracias a ellos, recibiera un reflejo, una
imagen querible de sí mismo, reunificado, entero y libre de las amenazas
del narcisismo negativo y de la destrucción potencial. Esta formulación
parece preferible a aquélla según la cual el niño recibiría, mediante los
objetos transicionales, el "sentimiento de que posee la perfección". Por
el contrario, esos objetos funcionan como "guardianes narcisistas": son
prótesis que sirven para mantener la autoestima, a medida que progresa
el desarrollo e incluso; en algunos sujetos, durante toda la vida (R.
Benson y D. Pryor, 1976). Al extraer estos ejemplos de un trabajo sobre
el "compañero imaginario", mostramos cómo una imagen narcisista dis-
tinta ha tomado el lugar del ego especular y funciona en la psique del
111
sujeto de la misma manera que e'sta: puede ser que esta imagen haya
tomado en otra época la forma del "ángel guardián", que sea la imagen
de un objeto con el cual el niño juega o que sea la representación de
una actividad en la cual el sujeto se reconoce (por ejemplo, su trabajo).
En cualquiera de estos casos, lo que se ha fijado es un doble ideal
del niño: a menudo, esta forma ideal lleva aún la marca de la madre que
en otro tiempo ha catectizado la primera imagen especular, permitiendo
que el niño diera una primera forma a su narcisismo; el caso resulta
evidente en la elección de ciertas profesiones que han quedado marcadas
por la catexia del narcisismo originario. De este modo el trabajo del
narcisismo se proyecta a lo largo de toda la existencia.
112
deseo inconsciente de la madre lo fuerza a ocupar un lugar de falo
imaginario, cerca de su corazón, ahora que ya no está en su cuerpo. El
héroe deberá demostrar que, si desaparece de la vista, no es porque
necesariamente haya muerto, sino que por el contrario, está en la gloria
25
eterna . Con su cuerpo de carne totalmente catectizado, invulnerable,
deberá probarlo repetidas veces en la acción, como Hércules en sus
trabajos.
Por otra parte, lo que evoca el nombre de Hércules son los trabajos,
como si su vida se confundiera con lo sobrehumano y la muerte
superada. Pero quizás olvidemos sus orígenes, su filiación: hijo de Zeus,
de Anfitrión y Alcmena, hermano de un gemelo tan frágil como un ser
humano, fue perseguido por el odio de Hera, autora de la masacre de los
hijos que tuvo con Megarea. Olvidamos que siendo niño fue alimentado
una vez por el seno de Hera, "su peor enemiga", que su vida estaba
consagrada a la gloria de la diosa (su nombre es Hera-Kles) y que por
fin, después de morir, cuando llegó al Olimpo, hubo una ceremonia de
reconciliación donde "se simuló un nacimiento, como si el héroe surgiera
del seno de la diosa, su madre inmortal (P. Grimal, 1976). De esta
manera, a su doble paternidad, a su condición de gemelo, se agrega in
fine la doble maternidad y el regreso al lado de la "madre mala".
El destino del héroe se confundiría entonces con el deseo de muerte
que se mantiene en él gracias a una imagen materna, y sólo podría
acceder a una forma de existencia más "humana" a través de la revela-
ción de este deseo.
25
Los cuerpos de los tres héroes del aire citados más arriba, Guynemer,
Mermoz y Saint-Exupéry, muertos en el cumplimiento de su misión, nunca fueron
encontrados: del mismo modo el niño muerto ha desaparecido para siempre.
113
ha producido. Por ello los creadores pertenecen a la misma familia que
los héroes: éstos dejan la huella de sus hazañas, aquéllos la marca de su
genio. La observación de Huberto muestra que existe un vínculo entre la
acción brillante y la depresión latente. Pero asimismo plantea la cuestión
de las relaciones entre genio y depresión.
E. Jaques (1963), en un trabajo sobre la crisis de la edad intermedia
y los genios creadores, indica que la creatividad de éstos cobra dos
formas distintas, separadas en el tiempo por una crisis. En la primera,
que va de los veinte a los treinta años, la inspiración es "fogosa", parece
surgir directamente del inconsciente, y la producción del autor sólo se ve
limitada por el tiempo de la transcripción. En la segunda la creatividad se
vuelve "escultórica", la inspiración es menos frecuente, la elaboración de
la obra es lenta y progresiva y a menudo su realización insume varios
años. Entre las dos formas se intercala la "crisis", la ausencia de
inspiración y a veces la muerte del creador. Jaques vincula la crisis con
el sentimiento de que la muerte es ineluctable y con la correlativa
posibilidad de una primera elaboración de la posición depresiva: se
atenúa la renegación de la muerte y de las pulsiones destructivas. La
idealización ya no domina la vida del sujeto. "En lugar de vivir el objeto
creado como algo que ha empobrecido la personalidad, se lo reintroyecta
inconscientemente, estimulando así la creatividad. El objeto creado es
experimentado como generador de vida". Según nuestra perspectiva, la
introyección de la imago de madre buena puede efectuarse después de
haber enfrentado las angustias depresivas y de haber realizado el trabajo
del narcisismo.
Nos parece necesario destacar.que es difícil distinguir el primer
período, la así llamada "juventud de la edad adulta", de la adolescencia;
la forma inicial de la creación es la proyección de un funcionamiento
psíquico adolescente: funcionalización de identificaciones heroicas, regre-
so al objeto parcial como elemento de construcción de las sublimaciones
futuras, exaltación narcisista articulada al yo ideal y a la problemática de
la muerte, constituyen mecanismos gracias a los cuales el sujeto podrá
darse a luz a sí mismo, llegar a ser un miembro del cuerpo social y
profesional que elija, según el objeto parcial que allí encuentre y la
continuidad narcisista que reciba de él. Por lo general, éste es el momen-
to en que se afirma el proyecto de creación del futuro genio. Para él, el
tiempo de la adolescencia no es el primer paso para inscribirse en un
lugar social donde se ubicará como los otros, entre los otros, sino que es
la etapa para situarse de tal manera que, gracias a sus identificaciones
heroicas, llegue a ser el único que lleve a cabo lo que ningún otro ha
114
podido hacer. La reviviscencia edípica y la regresión hacen presente una
imago de madre de los orígenes que aún se prolonga en él.
Las obras de juventud manifiestan cómo "eso habla" en algunos
poetas de modo imperativo, impidiéndoles apartarse de esa exigencia
interior que los obliga a una expresión de la cual, en última instancia,
sólo son un instrumento. Esta es otra forma de aquellas voces primeras
que "oyen" los héroes cuando son llamados a cumplir su vocación;
podemos considerar que la inspiradora inconsciente es la misma que la
de los héroes, deseosa también de la inmortalidad del hijo, y con ella de
la satisfacción de su propio narcisismo. A partir de entonces, la creación
de las obras sucesivas de un autor debe detectarse como una repetición,
efecto de la identificación con una imago originaria y como una tenta-
tiva de darse a luz. Esto sucede durante la "juventud de la edad adulta".
La crisis de la edad intermedia es una reorganización de ese modo
de funcionamiento, que se vincula con la toma de conciencia de parte
del creador de lo ineluctable de su propia muerte, (y/o) con la muerte
real de sus padres (Jaques), y con la declinación biológica, sexual y
psíquica (D. Anzieu). Esta reorganización es la culminación de un
trabajo psíquico que no ha sido realizado durante la adolescencia ni en
la posición depresiva descrita por Jaques. Sería interesante precisarlo y
quizá sirva para ello el estudio de la vida de Freud.
115
Sin embargo, a partir del momento en que empieza el análisis de
Freud, entendemos que la muerte va tomando un lugar privilegiado en
sus relaciones y que alrededor de ella, se puede dibujar un nuevo perfil
de evolución: al reemplazar a Julius, el hermano menor muerto, por
Fliess, Freud no sólo proyecta una sombra sobre un ser viviente: realiza
un trabajo que nunca había quedado terminado por el hecho mismo de
la muerte de Julius. Si ésta fue la realización de lo que pudo haber
deseado para su hermano, Freud quedó con "un cadáver sobre sus
hombros" y lo que importaba era saber "cómo librarse de é l " antes de
26
que invadiera toda la casa, adquiriendo volumen y p e s o y ahogando a
los otros ocupantes. Con Fliess, Freud no sólo hizo una transferencia
homosexual que facilitó el autoanálisis y el duelo por la muerte del
padre, sino un trabajo sobre el doble (que aparentemente la muerte real
de Julius no le había permitido). La muerte imaginaria del otro sí mismo
es un momento correlativo a la construcción del yo, como la muerte del
gemelo es una instancia previa en el- mito de la fundación de las
ciudades. Freud, asediado por Julius, a quien él le había deseado la
muerte y que en verdad había desaparecido, debe realizar ese trabajo
con Fliess, quien desaparecerá del horizonte de Freud pero sin morir.
La muerte de Julius había tenido otros efectos: si no la provocó,
por lo menos acentuó la preferencia de Amalia por Freud, sobre quien
pendía la misma sombra de muerte. Este niño edípico que había nacido
con suerte, a quien se le había predestinado un gran porvenir y sobre el
que ahora pesaba una amenaza, ¿no debía ser objeto de una catexia
particular? Sin lugar a dudas, la de un héroe, consagrado a la inmorta-
lidad, "un deseo imperioso y reconocido desde muy temprano" (de
M'Uzan, 1968).
Las identificaciones "heroico-masoquistas" de Freud destacadas por
D. Anzieu pertenecen al mismo nivel de las fijaciones no analizadas en
los estadios precoces del desarrollo y de las angustias de fragmentación y
persecución vinculadas con la relación dual. Freud podrá acercarse a la
imago materna pero "sin poder capturada verdaderamente en su totali-
dad", ya que está impregnada de una "omnipotencia destructiva" (D.
Anzieu, II, 557). Después de la Traumdeutung y de su ruptura con
Fliess, en las fantasías de Freud continúa presente el conflicto con una
representación de la madre narcisista, ansiosa por su posible muerte y
manteniendo su destino fabuloso mediante el deseo. Pero Freud no
discierne detrás de ella la presencia de otra imago materna, la que
116
destruye y condena. Su autoanálisis con Fliess parece haberle permitido
hacer el duelo de su padre y llevar a cabo un trabajo narcisista sobre su
doble, que había quedado obstaculizado por la muerte de Julius: ya no
dominarán las identificaciones heroico-masoquistas (Aníbal fue durante
mucho tiempo uno de sus héroes) y a partir de ahora se referirá a héroes
con un destino menos funesto; subsiste sin embargo un resto no analiza-
do con el cual luchará toda su vida, un resto vinculado a la madre
omnipotente y amenazadora.
Es posible ver su marca en la tonalidad depresiva que se acentúa
durante los años 1916-1919. Con todo, en 1915 había alcanzado el
éxito y "aunque su obra se hubiera detenido allí, hubiéramos recibido el
psicoanálisis en un estado perfectamente acabado, en lo que podríamos
llamar su forma clásica" (Jones, citado por de M'Uzan, pág. 57). Sin
embargo, muchos testimonios concuerdan en mostrar que poco después
Freud estaba "extenuado", sin fuerzas, "consolado con el pensamiento
de que esta dura existencia tendrá un fin", empezando a "sentir desagra-
do por el mundo", considerando a veces "agradable" la idea supersticio-
sa de que su vida se terminaría en febrero de 1918 (E. Jones, 1955,
tomo II). Su humor no se diferencia del que tuviera en la difícil época
del autoanálisis. La idea de muerte que lo asedia no tiene relación
-según él se preocupa por afirmar- con los dolorosos acontecimientos
que le han ocurrido, especialmente la muerte de su hija. Corresponde
más bien a una nueva evolución interior, cuyo reflejo se percibe en los
cambios en la teoría analítica. El mismo Freud autoriza esta vinculación
cuando habla de la "teorización como fantasmatización" (S. Freud,
1939). En efecto, la teoría está "en parte ligada a las fantasías del
analista" (J. Sedat, 1978).
En esta perspectiva, en 1914, la Introducción al narcisismo constitu-
ye el comienzo de un primer viraje. Cuando se obtiene "el éxito
mundial" (Jones), ¿no es la Einführung una interrogación sobre la inmor-
talidad ya adquirida? El ideal del yo está puesto en su lugar, el niño
está situado desde su origen en el narcisismo de los padres: "será un
gran hombre, un héroe, en el lugar del padre; ella se casará con un
príncipe . . . " . Sin embargo el artículo termina con "la autoestima",
concepto que clínicamente remite a la depresión — ¿presente detrás de la
gloria? — y presagia, al menos retrospectivamente, la etapa siguiente.
Si 1915 es un año de gran producción (aun sin contar ciertos
capítulos de la Metapsicología, escritos ese año y destruidos más tarde
por Freud), 1916 es un año difícil.
En 1917, La aflicción y la melancolía trata acerca de la depresión,
117
de las identificaciones narcisistas y de esos modos arcaicos y patológicos
de relación en los cuales la pérdida de uno es sentida como pérdida en el
otro ("la pérdida del objeto se transforma en una pérdida del yo"), en
un estadio en que "es difícil distinguir identificación y relación objetal".
Si para Freud, como lo destaca D. Anzieu, la creatividad se vincula con
"el triángulo autoanálisis - práctica clínica - trabajos teóricos", el perío-
do difícil que atraviesa Freud durante la cima de la depresión le permite
dar un nuevo paso, acceder a una zona separada de donde partirán otros
caminos y vivir un período de creación intensa, una vez superadas la
inhibición y la melancolía.
El año 1919 es, en efecto, el de "lo siniestro": el tema del doble
está ligado al narcisismo primario; el doble es una forma inmortal del yo
de donde podrán surgir después la amenaza y la muerte.
1919 es "Pegan a un niño", es decir, una vuelta al masoquismo, un
desmontaje de la génesis de la fantasía; se trata de saber "quién pega",
el padre o la madre; trabajo que permitirá más tarde aislar el masoquis-
mo primario, lo que D. Lagache (1960) llamaba "la posición narcisista
masoquista". 1919 es también el comienzo de Más allá del principio del
placer (publicada en 1920) cuyo tono de autoanálisis ha sido señalado
por de M'Uzan (1968) y por Laplanche (1970).
Después del período más duro (1916, 1917, 1918), se produjeron
reorganizaciones interiores que culminaron en 1919 con una nueva
creatividad, el descubrimiento de otro mundo, el de la pulsión de
muerte y de la segunda tópica, cuyo carácter acabado, "formalizado",
ha resultado tan atractivo para muchos analistas que olvidaron durante
mucho tiempo la riqueza de las primeras obras.
La obra psicoanalítica de Freud - D . Anzieu lo demostró en relación
con la fraumdeutung— está construida también con el "material" perso-
nal del autor. En el período de los años sombríos y en el de los
fecundos, ;,cómo se entrecruzan los hilos de la teorización y de la
fantasmatización? Tratemos de distinguirlos comparando las dos etapas.
Después de la época de la muerte de Jacob, que coincide con la del
intercambio con Fliess, "hermano" ingenioso y rival, Freud había descu-
bierto la imagen del padre que le impedía el paso en el cruce de los
caminos. La creación psicoanalítica había sido indisociable del autoaná-
lisis, realizado en relación con un Fliess idealizado que tomaba el lugar
del padre muerto. En el triángulo donde se origina el descubrimiento, el
autoanálisis ocupa desde ese momento una posición preponderante.
Durante los años 1916-1917, la depresión sucede cronológicamente
a la elaboración progresiva del narcisismo, cuyas etapas habían sido
118
Leonardo da Vinci, 1910, Schreiber, 1911 y el Einführung. El objeto
del trabajo autoanalítico ya no es tanto la relación de Freud niño con
las personas y los acontecimientos cuyo recuerdo debe recuperar, sino la
referencia a figuras más complejas y de difícil comprensión. En 1913, en
el tema de los tres cofrecillos - a r t í c u l o de psicoanálisis "aplicado",
¿quizá menos comprometedor para él? - Freud introduce una tercera
figura de la mujer, la muerte "que conduce a los héroes . . . fuera del
campo de batalla". Si vinculamos estas representaciones con el contenido
de La aflicción y la melancolía podemos considerar que Freud estuvo en
conflicto con esta figura arcaica durante la depresión vivida en el
intervalo 1913-1917, y que las relaciones correspondientes se reactiva-
ron: ambivalencia, predominio de una fantasmática de incorporación
oral, relación donde la idealización y la identificación con la omnipoten-
cia de aquella que engendra son procesos sobresalientes.
Es evidente que Freud no podía hacer esta vinculación, puesto que
en esa época se encuentra solo para "trabajar" esta fantasmática. Sin
duda, a partir de 1910 y del descubrimiento del narcisismo, su recorrido
está jalonado de referencias paternas: es cierto que no son las de su
padre sino las del padre de la horda en Tótem y tabú (1912), de Moisés,
en el estudio sobre la escultura de Miguel Angel, y más tarde de Dios, en
El porvenir de una ilusión, Pero son referencias a otra edad, a un padre
de la prehistoria. No hay aquí una presencia análoga a la que tuvo Fliess
en otra época.
Además, la obra creada durante el período depresivo no tendrá las
mismas características que la realizada en los primeros años del psicoaná-
lisis. Por cierto que será renovadora. Pero sin duda no será tan autoanalí-
tica como fruto de una "autoteorización", pues está vacante el reempla-
zo transferencial.
Detrás de las imágenes de la mujer y de la madre que ha deseado un
destino de héroe para él, y para sí, se descubre el rostro de la Medusa,
con su mirada destructora que alcanza a todo aquel que la enfrenta
desprovisto de la mediación de un tercer objeto.
Freud vincula entonces una fantasía con su propio origen, del cual
sólo había percibido hasta ahora la vertiente idealizada; junto a las
imágenes de la madre inmortal y del niño glorioso, aparecen las de la
27
madre destructora y el niño muerto . Pero ya no hay nadie —especial-
mente Fliess— que afirme que Julius no ha muerto a causa del deseo de
27
A Abraham le cupo destacar en 1925 el lugar dominante del odio de la
madre en los melancólicos.
119
su hermano Sigmund quien, eliminando al rival, a ese otro sí mismo, ha
eludido la amenaza.
Este reflejo de la fantasía se detecta también en una nota de " L o
siniestro" (donde se evoca el narcisismo primario), en la cual Freud
relata el episodio del tren: la aparición repentina de su imagen en un
vidrio le había resultado "sumamente desagradable", como si hubiera
sido una representación inaceptable de sí mismo; esto aparece en un
pasaje que trata acerca del doble y del regreso de los muertos. Pero es
dudoso que estas aperturas hacia la fantasía puedan dar lugar al análisis.
La repetición y la muerte aparecerán principalmente en la teoría.
Más allá del principio del placer es a.la vez un regreso al traumatismo,
que anteriormente estaba en él origen de la teoría analítica, y una
evocación de "todas las primeras experiencias psíquicas" (trad. fr.,
pág. 46): la repetición equivale ahora al hecho de "reencontrar la identi-
dad".
El juego del carretel introduce las permutaciones identifícatorias que
28
también están incluidas en la estructura de la f a n t a s í a . En este texto,
que no presenta más que "hipótesis especulativas", según dice el autor
(Más allá, trad. fr., pág. 7), Freud propone importantes innovaciones
teóricas, como el masoquismo primario y la pulsión de muerte, pero
como no ha tenido la posibilidad de pasarlas por el tamiz de un
autoanálisis a través de Fliess, las presenta con mucha precaución como
29
'.'hipótesis" . Le resulta aun más difícil enfrentarse a lo que llamamos
la unidad dual del narcisismo primario, cuyo primer esbozo es la metá-
fora de la envoltura protoplásmica, si se considera que el niño y el deseo
inconsciente materno constituyen una unidad fantasmática originaria.
Paralelamente, Freud vuelve a emprender en sí mismo la búsqueda
del otro: "la transferencia sobre Fliess no ha desaparecido: arrastrando
consigo los deseos de muerte de los cuales era objeto, se ha transforma-
do en un nuevo oyente ficticio y puramente interior" (de M'Uzan,
1968). A partir de 1920, la obra "se embarca en una nueva elaboración
del vínculo homosexual con Fliess" (de M'Uzan, 1968), del cual Freud
trata de liberarse. Los efectos de este vínculo imaginario ya no pueden
ser los mismos que antes, ni permitir una articulación análoga a la que
en otros tiempos evitaba la repetición. Hubiera sido necesario que Fliess
2 8
En el mismo período, la fantasía es objeto ae un nuevo estudio: Pegan a
un niño data de 1919.
29
No sin desafiar de alguna manera a auien, sobre "el placer y el displacer",
podría aportar una nueva teoría (pág. 16 ).
120
respondiera, que fuera percibido desde el exterior e idealizado, como
durante la etapa del autoanálisis. Entonces, junto a la sombra de Julius,
doble de Freud, a quien le había deseado la muerte y que luego
realmente había desaparecido, Fliess hubiera presentado la posibilidad de
realizar movimientos de identificaciones entrecruzadas constituyendo con
ellas un trabajo, una elaboración, un tejido psíquico nuevo.
Ya no hay un hombre que ocupe una posición intermedia mante-
niendo a la madre al abrigo de toda agresividad, aureolada por los deseos
de gloria que alimentó para el primer hijo. Después de Jacob, después
de Fliess, la evocación del Moisés de Miguel Angel en 1914 fue sin duda
el primer paso de un camino interior hacia otra figura de padre: marcha
indecisa (Freud publicó la primera edición de este texto sin nombre de
autor): marcha que llevará a Freud, en los últimos años de su vida, a
una gran imagen de padre: Moisés. En esta novela que se ha presentado
como histórica pero que sería mejor denominar "farniliar", el héroe,
intermediario entre Dios y los hombres, que asciende solo al Monte
Sinaí, parece ser la imagen de Freud, salvado de las aguas, venciendo en
la cuna a la muerte, sobreviviendo a Julius, imponiendo su gloria sobre
los manes del hermano, reuniendo al pueblo psicoanalítico, desterrando
del siglo a los adoradores de ídolos pero — ¡gracias a Dios! — evitando el
enfrentamiento con la Medusa y arriesgando la muerte en manos de sus
hijos al ocupar el lugar del Señor. Pero Moisés es una de las últimas
obras. En esta novela que se supone es de otro, Freud quizá exprese la
fantasía de usurpar, más allá de la madre narcisista, el lugar del padre
idealizado, el del abuelo Schlommó. ¿Es ésa la razón implícita para
sostener la tesis de un Moisés egipcio, un extranjero con el cual él no
tendría nada en común?
Antes de que llegase este tiempo, cuando Amalia todavía vivía, sólo
la teoría le daba a Freud cierta perspectiva con respecto a la imago de la
madre de los orígenes para dejar lugar a una nueva dimensión de la
muerte.
Si la consideramos como un objeto creado de la misma manera que
una obra de arte, la teoría es un tercer objeto catectizado de libido
objetal y de libido narcisista que ocupa un lugar intermedio entre el
creador y la imago idealizada del narcisismo primario. La obra es
tentativa, no siempre consigue la liberación y la separación: no hay más
que considerar el lento proceso de realización de ciertos artistas y lo
difícil que les resulta deshacerse de la obra, considerarla acabada, des-
prendida de su cuerpo, es decir, vendible. Es más, aunque este acto ya
haya sido planteado, el problema sigue en pie: deberá emprenderse un
121
nuevo proyecto. La obra viene a ocupar el lugar de una ruptura que se
esboza y que no se termina nunca.
Pero es también una tentativa para establecer un límite: en algún
momento es necesario dejar de elaborar y de escribir: "abandonar",
como el artista, la prosecución del trabajo y entregarlo tal cual está,
imperfecto, para retomarlo, es cierto, pero habiendo alcanzado ya cierto
equilibrio de formas, volúmenes y valores.
El psicoanálisis nació después de múltiples esbozos, ensayos, bosque-
jos "sometidos" por Freud a Fliess; la primera forma de la teoría fue el
fruto de esos intercambios transferenciales después de los cuales se publi-
có la obra sin culpa ni remordimientos. Mediante la pérdida de Fliess, se
venció al niño muerto. Para Freud, la teoría es como la obra, un espejo
30
para su autor, el resultado de un debate con la no-vida . Cuando el
creador está delante de su objeto, se enfrenta a sí mismo, reconocién-
31-32
dose en él e identificándose entonces con la madre o r i g i n a r i a cuyo
deseo debe cumplir, desprendiéndose al mismo tiempo de ella. De todos
modos, aun con la "ayuda" de Fliess, la teoría psicoanalítica no estaba
acabada y no debía estarlo: en Freud la obra no podía ser el efecto de
una "ruptura" realizada, sino una tentativa que debía reemprenderse
siempre y cuya terminación se postergaba repetitivamente.
A partir de la depresión de los años 1916-1917, de la cual nacerá
Más allá del principio del placer, la muerte ocupa un lugar central y
mucho más amenazador que antes; ya no hay un soporte transferencia!
para el niño muerto; se revela la imago materna que está fijada allí. Ya
no se puede lograr la victoria obtenida en otro tiempo sobre Fliess-
Julius, porque no se puede matar a alguien in absentia, in effigie. La
aflicción y la melancolía indica el punto más avanzado de su análisis de
la depresión: el más avanzado pero no el último (¡si es que existe! ) de
la teoría de la depresión. Lo que Freud no puede llevar más adelante
30
La teoría también es análoga a aquel escudo tan pulido como un espejo
que utilizó Perseo para enfrentarse victoriosamente a la Medusa, evitando la mirada
destructora. Se dice que fue Atenea, la diosa de la inteligencia (! ) quien encargó
esa misión a Perseo.
31
En su conjunto, este trabajo subraya la importancia de las figuras arcaicas,
las de la prehistoria de cada uno, en el funcionamiento psíquico de los héroes y
creadores en especial. Pero debo agregar que comparto la opinión que sostiene M.
Enriquez: "el poder fascinante de sus representaciones. .. evocadas constantemen-
te por los analizados" es un peligro del cual debe cuidarse todo analista (M.
Enriquez, 1977).
32
Freud llamaba "hechicera" a la metapsicología (me recuerda R. Kaes).
122
vendrá poco después bajo la forma impersonal de las "especulaciones"
de Más allá del principio del placer, con la afirmación de las pulsiones de
muerte. De aquí en más, para Freud, la muerte está en el centro de la
teoría, o sea, en el centro de su vida: "no necesita' estar prevenido,
estará dispuesto aún antes de la hora (de su muerte)". Pero se le escapa
una parte de lo que pasa en la teoría, aquella sobre la cual se establece
"su gloria inmortal" y la imago que la origina. Se sigue manteniendo la
idealización de la madre y del héroe.
La crisis de la edad intermedia es para Freud una ruptura, y damos
a esta palabra un sentido amplio: ruptura en el movimiento psicoana-
lítico, disidencias y separaciones; ruptura en la clínica, el break-down de
la depresión; ruptura en la teoría mediante la elaboración de nuevos
fundamentos. Si observamos retrospectivamente la historia de los años
1910-1920, descubrimos que fueron cuestionados muchos aspectos de la
teoría que habían contribuido hasta entonces al éxito del psicoanálisis.
Nos detendremos especialmente en la ruptura vinculada al proceso
mismo de la depresión del héroe-creador. Para los que tienen un destino
de héroe, la depresión funciona gracias a la ruptura que la madre ha
podido hacer o no con su propio padre, de la relación que tuvo también
con su madre y del lugar que pudo tener en ella el hombre al cual
estuvo ligada.
Los futuros héroes deben estar fijados durante mucho tiempo en el
deseo materno inconsciente, es decir, dirigirse hacia la inmortalidad
"protectora" de la muerte, bajo la égida del padre idealizado presente en
el deseo de la madre. Durante mucho tiempo son, ante todo, los niños
imaginarios de otra generación, la que precede a la de sus progenitores.
Mientras que los otros niños han sido destronados de su primer lugar
heroico por el clivaje del deseo de la madre, los futuros héroes se
mantienen en esta dirección hacia la inmortalidad, condenados a ser
famosos.
Cuando se alcanza la gloria, aparecen las reorganizaciones. Más
adelante se verá cuáles son las condiciones previas para estas reorganiza-
ciones al estudiar la función de Leonardo da Vinci en la economía de
Freud (1910). Sobreviene la crisis de la fantasía de inmortalidad y del
modo de creación (juvenil) que es su prolongación. El héroe ya no
puede decir: "Caminaba bajo el cielo, Musa, y era tu vasallo", sirio que,
también con Rimbaud, puede agregar con respecto al pasado: "Oh,
¡cuántos amores espléndidos he soñado!
La reestructuración que se opera es fantasmática: se ponen en
movimiento pulsiones que hasta entonces estaban escindidas, se revelan
123
imagos ocultas en la medida en que el héroe era, hasta entonces y en
parte, el instrumento del deseo inconsciente de otro. Hay un desdobla-
miento de las imagos dominantes de madre gloriosa y de niño maravillo-
so; pérdida del lugar que ocupaba el héroe como falo imaginario y
brillante de la madre originaria. En suma, hay una ruptura de la unidad
dual del narcisismo primario y de la envoltura idealizada del niño
maravilloso.
No cabe duda de que Freud se había comprometido profundamente
con el trabajo del narcisismo: lo demuestra la teorización de La aflicción
y la melancolía. Pero pronto alcanzó sus límites, como se verá más
adelante. Es decir, el niño maravilloso.se borra sólo para ceder su lugar a
Moisés.
La ruptura del narcisismo primario del creador conduce también al
héroe, hijo de una pareja prohibida, a tratar de ser su propio creador y
darse, mediante su obra, otro nombre, un nombre propio que usará
como firma.
La historia del origen de los creadores, origen de donde proviene su
destino, es como la de los héroes, que puede ilustrarse con la aventura
33
de Isabel, mujer dé Zacarías y madre de Juan e l B a u t i s t a . Durante
tanto tiempo había esperado tener un hijo que ya se la llamaba "la
estéril". Por fin, cuando queda encinta, percibe el primer movimiento
del niño en su seno en el momento en que le habla María, que a su vez
está encinta de Jesús: así llega hasta ella la palabra del Señor.
Sin embargo, por no haber creído en las profecías del Arcángel
Gabriel que le anunciaba que sería "padre de un niño lleno del Espíritu
Santo desde el seno de su madre", Zacarías es condenado al silencio
"hasta el día en que esto se cumpla". Sólo recuperará la voz cuando
haya aceptado que el niño sea bautizado con el nombre de Juan, es
decir, un nombre que no tiene ninguna relación con su propia estirpe.
"Juan" significa: "Yahvé es favorable", lo que puede entenderse de
muchas maneras. En especial, cuando una mujer que ha esperado un
niño (de su padre) durante tanto tiempo logra por ,fin ser madre, el
evangelio indica que el padre genitor no puede decir nada, o sea, como
se dice vulgarmente, "debe cerrar la boca".
De esta manera se fundan los orígenes de héroes y creadores.
¿Cómo pudo Freud abrirse a esta fantasmática y enfrentar la crisis de la
edad intermedia? El trabajo sobre Leonardo puede iluminar este pasaje.
33
Evangelio según San Lucas. Nacimiento y vida oculta de Juan el Bautista y
de Jesús.
124
3 4
3. Creación y separación
35
En 1910 Freud establece una relación privilegiada con Leonardo
da Vinci, es decir, con el genio creador y con el hombre, cuyos orígenes
son muy particulares. I. Barande (1977) lo llama un "encuentro de
quincuagenarios"; Freud escribe su Leonardo durante la crisis de la
mitad de la vida, "cuando parece existir el riesgo de la extinción de los
conflictos que afirman la intensidad de nuestro sentimiento vital", y por
su trabajo accede a una "fuente de juventud" que le impide transformar-
se "en un huérfano de sus producciones al alcanzar la edad madura",
aprovechando la mejor parte de esos "momentos adversos", de "esa
particular amargura en el cénit de la vida" (I. Barande, 1977).
La elección que hace Freud de Leonardo es una elección narcisista:
Freud "ha sucumbido ante el encanto enigmático de Leonardo" en un
período en que, a pesar del éxito, todavía duda de asumir completamen-
te su posición de creador: sostiene por ejemplo que el mérito del éxito
en el tratamiento de Juanito lo tiene el padre del niño y no el "Buen
Dios", que era él a los ojos de su paciente.
No faltan analogías entre Freud y Leonardo. " L o que a Freud le
interesaba de Leonardo revestía un carácter personal: insiste, en efecto,
en muchos rasgos particulares, por ejemplo, en la pasión del artista por
las ciencias naturales, la misma que sentía él. Su correspondencia mues-
tra cómo lo absorbe el tema que trata" (Jones, t. 2, págs. 367-8). Freud,
entusiasmado, abandona la redacción de otros textos para consagrarse
enteramente a Leonardo, y, pese a que trabaja intensamente, encuentra
enormes dificultades de elaboración. Choca contra un obstáculo, o tal
vez un "enigma". ¿Cuál es el obstáculo? ¿Dónde está situado, en Leo-
nardo, en Freud, en ambos? ¿No está ligado a este enigma el encanto
frente al cual ha sucumbido Freud? Un nuevo examen de ciertos
34
El manuscrito de este trabajo estaba en riianos del impresor cuando
apareció el texto de Radmila Zygourisr "Survivre", en Des psychonalystes parlent
de la mort (Tchou, 1 vol. 1979), con R. Dorey, P. Mathis, E. Roudinesco, O.
Mannoni y J. Hasoun; también se estudia allí el problema de la separación del
"dos-originario".
3 5
Relación privilegiada: Freud le daba mucha importancia a esta primera
aplicación del psicoanálisis a la vida de un artista.
125
cuadros puede ofrecer, si no respuestas absolutas, al menos algunas
36
hipótesis .
En la vida del pintor, 1470 (¿72?)-1517, a pesar de que aparente-
mente era ateo, los temas religiosos ocupan un lugar central. Algunos
- e l de la Virgen y el niño Jesús- fueron retomados después de un
intervalo de veinte años, ya sea como repeticiones {La Virgen de las
Rocas) o con pequeñas variantes. Postulamos la hipótesis de que estas
variantes testimonian la evolución del pintor en el intervalo y las modifi-
caciones que experimentó la organización fantasmática subyacente. A
este respecto, es ejemplar el tema de "Santa Ana y la Virgen". La tela
del Louvre (1508-10) fue precedida, en diez años, por el cartón de
37
Londres (National Gallery, 1 4 9 9 ) . En el cartón, Leonardo pone en
escena un "monstruo híbrido" (J. Lacan, 1957) hecho de una especie de
doble madre y de un niño mezclados inextricablemente: María, ilumi-
nada, cuyo brazo se confunde con el Niño, no puede separarse de Santa
Ana más que en la sombra (¿pero cuál es la sombra de cada una? ).
Aunque ausente en el cuadro, Dios está presente en la escena, ya que
está señalado por el brazo de Santa Ana que apunta hacia el cielo. Los
dos niños son Jesús y Juan, situados frente a frente, casi en espejo.
Leonardo representa a Juan separado del conjunto de los otros persona-
jes, indicando así que la pregunta planteada frente a este "monstruo
38
híbrido" es cómo hará aquel que está allí i n s c r i t o para desprenderse
eventualmente y a qué precio.
El cuadro del Louvre da una respuesta a esta pregunta con una
nueva escenificación, que manifiesta una organización fantasmática dife-
rente. El Niño está en vías de separación; se aleja de la pareja de las
madres. Pero, individualizándose, Jesús toma el lugar que ocupaba Juan
en el cartón. Juan ha sido borrado, suprimido. La huella de su separa-
ción se ve en el cordero, animal de sacrificio que necesariamente se
asocia al niño que lo monta. El niño Dios maravilloso' ocupa ahora el
lugar del niño borrado, o sea del niño muerto. No cabe duda de que a
Leonardo, durante largo tiempo sometido a una madre abandonada por
3 6
J. P. Charpy (1976) se ubicó también en una perspectiva "evolucionista"
en relación con Leonardo da Vinci, en su trabajo: L'objet pictural de Matisse a
Duchamp.
3 7
Jean Guillaumin (1978) considera que las dos madres y los dos niños
guardan una relación de apoyo doble, que se puede detectar en el cuadro en la
relación entre el motivo y el fondo.
38
Así como se dice, de un triángulo, que está inscrito en un círculo.
126
el padre, le resultaba difícil hacer desaparecer al niño condenado por su
nacimiento mismo; testimonio de esto es la presencia de Juan al lado
de Jesús y del cordero en un cuadro perdido (J. Lacan, 1957).
La separación del niño trae también una reubicación de la pareja de
madres: ahora ha desaparecido la referencia al padre: el dedo de Santa
Ana ya no señala hacia el Señor. La madre con su hijo y su propia
madre se han vuelto semejantes, si consideramos la aparente ausencia de
una diferencia de edad entre ellas. De la función de yo ideal de su
madre, que tenía cuando llevaba al niño en su seno, María ha pasado a
tener otra relación con la madre: ambas tienen en común la experiencia
de la pérdida del objeto y del vacío inevitable que deriva de ella.
Este cuadro marca una etapa en la vida de Leonardo. Poco después,
en 1512, pinta su primer autorretrato, al parecer su última obra pictó-
rica. ¿Es éste el fruto de la evolución del tema de la madre con el niño,
desde el cartón de la Virgen de las Rocas hasta la Santa Ana del
Louvre? ¿Es que Leonardo ya no tenía necesidad de pintar, habiendo
accedido a esa localización de sí mismo en su imagen, habiendo podido
alcanzar su autonomía con respecto al cuerpo de las madres?
Cuando recuerda la infancia de Leonardo, Freud no es indiferente a
la evolución que indica la sucesión de las dos obras, cuyo orden destaca,
aunque no va más allá.
¿Qué es entonces lo que a Freud le atrae de Leonardo, qué es lo
que ha despertado en él, qué es lo que le hace estudiarlo?
No se trata sólo de un gusto común por las ciencias naturales en
general sino, tal vez, de cierto reflejo de fascinantes fantasías que el
pintor ofrece a Freud y que el autoanálisis no le había hecho entrever,
incluyendo una imagen' de madre arcaica y una imagen de niño.
E l problema del nibbio y de su traducción nos lo confirma. E l
nibbio del texto debió ser traducido por "milano" y no por "buitre",
palabra sobre la cual reposa toda la argumentación de Freud; el buitre,
divinidad egipcia, permite una analogía lingüística -Mut, Mutter— con la
madre, etc. En fin, el error no importa: Freud ha hecho con esto una
39
"construcción psicoanalítica" que le era necesaria en ese momento de
su evolución. Una Mut (—terj tiene doble sexualidad; es una divinidad
hermafrodita a la cual se enfrenta, sin duda, y que él puede detectar -o
construir- en Leonardo, ya que no lo hace en sí mismo.
Este primer trabajo de psicoanálisis aplicado -muy discutido por los
colegas de Freud, quienes preferían sus trabajos más teoricoclínicos—
3 9
Argumentación desarrollada por S. Vióerman (1977).
127
cumplió una función para él; este estudio sobre otro sí mismo le
permitió avanzar en su propio camino.
R. Kaes (1978a) muestra que Freud encuentra en da Vinci una
"apoyatura" personal, a distintos niveles: en Leonardo como héroe, por
cierto, pero también en el cuadro de Santa Ana, en el grupo y en la
línea femenina que allí está representada.
Se puede encontrar todavía otro argumento en los trabajos posterio-
res al Leonardo. Freud continúa este primer enfoque inaugural al narci-
sismo; con Leonardo ha podido detectar nuevamente la seducción más
arcaica, pero también el lugar del niño en el deseo materno cuando el
padre permanece borrado -primera fase de la vida de Leonardo-, la
prolongación de esta primera seducción, la celebridad, la gloria y el
precio que se debe pagar por ella . . . , la anulación de la vida sexual, si
no la amenaza de la vida misma. ¿Acaso Tótem y tabú (1912) no afirma
como contrapunto la posición paterna y su función, no del lado de la
historia del sujeto sino de su prehistoria?'
Por el contrario, Introducción al narcisismo es una prolongación
directa del Leonardo. Allí aparece el narcisismo en la megalomanía
parental, se desarrolla una teoría del amor, se trata al ideal como tópica
y a la idealización como función. ¿Es ésta la teorización que pudo hacer
Freud con una perspectiva de varios años, habiendo entrevisto gracias a
Leonardo aquello que luego le llevaría mucho tiempo elaborar teórica-
mente?
Otro elemento para responder a estas preguntas: la vida personal de
Freud. Al período de bonanza - " d e l éxito mundial"- le suceden "cua-
tro años de penosas disensiones con sus colegas más queridos" (E. Jones,
t. 2, pág. 207); como se ha dicho ya, Freud se siente "agotado, sin
fuerzas; empieza a sentir desagrado por el mundo, considerando a veces
con placer la idea supersticiosa de que su vida se terminaría en febrero
de 1918; se ve obligado a luchar denodadamente para conseguir domi-
narse" (E. Jones, t. 2, pág. 69). No soporta lo que califica de optimismo
en Ferenczi o en Lou Andreas Salomé (E. Jones, t. 2, págs. 188 y 207)
y que no concuerda con sus angustias, su hipocondría o con los dolores
que comienza a padecer. El eje narcisista de su depresión no se ha
desprendido al mismo tiempo que ésta, cuyo eco teórico aparecerá más
tarde con La aflicción y la melancolía.
Detrás de la representación en imágenes de Santa Ana, de María y
del niño Jesús, Freud se ha acercado sin duda a lo que era para él la
imago materna del narcisismo primario, en el cual madre e hijo se
sumergen seduciéndose mutuamente, lo que también es para él la mirada
128
idealizadora en la cual se encuentra envuelto el niño, la gloria que
resulta para uno y para la otra. ¿Acaso no entrevio por primera vez la
sombra de Julius detrás del desaparecido Juan? El sueño de la madre
dormida {La interpretación de los sueños, trad. fr., pág. 495) había sido
interpretado antes en una perspectiva sexual justificada por el material.
Pero el rostro de la madre —ése que Leonardo ilumina tanto en Santa
Ana— es el punto de partida para las asociaciones concernientes a la
muerte de ésta y sobre el coma mortal del abuelo materno. Si a Freud
se le ocurre la idea de que podría tratarse del deseo de la muerte de su
madre, la anula enseguida: " E l haber soñado la muerte de mi madre no
fue la causa de mi angustia": en 1900 no puede hacer una interpretación
de este material.
Frente a estos comentarios, veamos los que hace Freud veinte años
más tarde, después del deceso de la madre en 1930: "No hay dolor, no
hay pena, lo que queda explicado probablemente por las circunstancias
accesorias: su edad avanzada, la compasión que despertaba su aflicción
en los últimos tiempos y, a la vez, un sentimiento de liberación, de
desprendimiento, del cual creo comprender la razón: yo no tenía dere-
40
cho a morir mientras ella viviera, y ahora tengo ese derecho" .
Aquel viejo sueño y este comentario tardío que encuadran —a cierta
distancia, es verdad- el período que nos ocupa, permiten sin embargo
delinear el fondo fantasmático sobre el cual se desarrolló esta etapa, los
enfoques que pudo hacer Freud a partir del Leonardo y los límites con
los cuales se t o p ó : límites impuestos a Freud por la función fantasmá-
tica a la cual estaba condenado: estar presente, vivo al lado de su madre
para dar testimonio de su gloria mutua, evitándole al mismo tiempo toda
evocación de su muerte posible y de los deseos que ella haya podido
tener originariamente, durante el tiempo de la seducción recíproca, sin
duda la más traumática. " Y o no tenía derecho a morir . . . " Después de
su muerte, "ios valores de la vida se modificarán en los niveles más
profundos..." Es decir que Freud no podía alcanzar cierta evolución
mientras viviera aquella a quien en su fantasía, debía probarle que había
escapado "de la masacre de los inocentes".
Parece que Leonardo le hubiera permitido a Freud una primera y
fascinante aproximación a las relaciones arcaicas, aproximación narcisista
de una obra en la cual Freud, abandonando los otros trabajos, se
sumerge con pasión en busca de sí mismo. Mucho más tarde, después de
la etapa de. la Introducción al narcisismo (1914) y de la gran productivi-
40
S. Freud, Correspondance (carta a Ferenczi, 16/9/1930).
129
dad del año 1915, vendrá junto con el tiempo del abatimiento depresivo
(véase más atrás) la obra La aflicción y la melancolía, donde todavía el
narcisismo aparece como el eje central. Pero la "depresión" del autor no
terminará nunca; cierta depresividad, un pesimismo freudiano subsistirán,
y no serán analizables porque "él no debía morir", es decir, él no debía
dejar de ser el niño maravilloso que la madre —también— había deseado
que fuera. Aparentemente Freud no pudo hacer nada con esta persis-
tente depresividad, salvo lo que más arriba llamamos de alguna manera
una autoteorización, es decir, la elaboración de la pulsión de muerte en
el momento mismo en que se le manifestaba un cáncer.
Detrás del espejo que representan para él Leonardo y Santa Ana,
Freud se acerca a la madre seductora, pero sin poder desprenderse de
ella durante años. La aflicción y la melancolía pone el acento sobre la
relación ambivalente con el objeto y sobre los medios que se ponen en
movimiento para desligarse de él: rebajando el objeto, "desvalorizán-
dolo", "dándole muerte", mientras que en el inconsciente "se agota el
furor" y "el objeto termina por ser abandonado como si no tuviera
valor". Pero darle muerte es difícil cuando la imagen continúa siendo
soportada por una madre que siempre está presente, en una relación
idealizada.
Por el lado del padre, un niño edípico puede encontrar un segundo
nacimiento en la ambivalencia, en el amor, en el odio. La familia de
Freud se presta a esta proposición así como favorece el descubrimiento
del Edipo.
Para una madre y un niño semejantes, la angustia de muerte que
está detrás de la seducción primera es un vínculo y un porvenir posible:
se trata evidentemente de la muerte imaginaria del niño del Edipo,
también de la muerte de ella cuando, a través de su maternidad, toma el
lugar de su propia madre, y de la muerte de la madre para el niño en el
momento en que se localiza a sí mismo por primera vez en la totalidad
del cuerpo del otro. Se debe recordar aquí, como contrapunto, la
insistencia de Freud en destacar que la angustia de muerte es un análogo
41
de la angustia de c a s t r a c i ó n . Freud, "aliviado" por la muerte de su
madre, no abandona su posición de sometido a la gloria común de
ambos. ¿Pudo alcanzar la etapa de reconciliación con la "peor enemiga",
como Heracles cuando llegó al Olimpo en la ceremonia de re-naci-
130
miento? Es poco probable: mientras vivía su madre le estuvo prohibido
acercarse a la imago materna destructora y la pulsión de muerte repitió
en él sus efectos. Cuando Amalia desaparece, puede sin culpa pero no
sin sufrimiento corporal, enfrentar —mirar de frente- el regreso a la
tierra madre. Ya no está obligado a vivir. Queda su obra, habrá cumplido
su parte del "contrato".
Aunque haya sucumbido al encanto de Leonardo, Freud se benefi-
ció con ello. Su trabajo —en reflejo especular, como lo era la escritura
del pintor- constituye la primera captación de la problemática narcisista
que se perfilaba a sus ojos detrás y después de la Traumdeutung. A
partir de 1910 la obra y la vida de Freud van tejiendo una tela donde se
entrecruzan, inseparables, los hilos del narcisismo y de la depresión,
42
separaciones y rupturas , los de la teoría de la psicosis (de Schreber
-1911— al Hombre de los lobos -1918—) y aquellos de la referencia
paterna, tan insistentes, como se ha visto, ya que eran cada vez más
necesarios en este inquietante período {Tótem y tabú asegura el sólido
anclaje de la figura del padre en un mito prehistórico; y Moisés es
colocado en su exacto lugar). La teoría se desarrolla sobre una piedra
angular y va constituyendo un objeto del cual le resulta imposible hacer
un análisis personal sin referirse a un tercero; Freud no puede analizar el
deseo de su madre a su respecto (deseo de no-deseo, deseo de guardar
para sí el pene paterno edípico), que conduce a desearle un destino
fabuloso, heroico, inmortal (que se sostiene vigorosamente mediante la
actitud" del padre Jacob hacia su hijo mayor). En lugar de hacerlo, está
condenado a realizar sus trabajos y a conservar enterrado en lo más
profundo de sí aquello sobre lo cual también se ha desarrollado y
construido: el niño de la noche, el de la fantasía materna, deberá quedar
en las sombras, marcado negativamente, sin análisis posible. La fantasía
43
del niño muerto, que se vincula con el padre m u e r t o , es una etapa
anterior a aquello que la teoría propondrá junto con la pulsión de
muerte, considerada el fundamento sobre el cual la vida viene a inscribir-
42
La ruptura con Adler se produjo en junio de 1911; con Stekel, en octubre
de 1912; con Jung, en octubre de 1913. "Ferenczi le había hecho notar a Freud
que estaba a punto de revivir la penosa historia ocurrida diez años antes: la
deserción de Fliess, y Freud lo reconoció: 'Adler es un pequeño Fliess resucitado y
su satélite Stekel se llama Wilhelm' " (E. Jones, 1955, t. 2, pág. 138).
43
"Matan a un niño" puede ser sólo una represión de la fórmula "matan a
un padre".
131
se. temporariamente, teniendo como propósito último el regreso al grado
44
cero de la e x c i t a c i ó n .
44
En el proceso de la formación se encuentra una fantasmática cercana a ésta
que puede enunciarse así: "(De)formana un niño". R. Kaes (1975) ha desarrollado
este punto de vista en: " 'On (dé)forme un enfant': fantasme originaire, processus
et travail de la formation". Yo he señalado que en grupo "el camino de la
formación en compañía del analista pasa por el de la deformación" y subrayado el
proceso depresivo que allí se desarrolla (A. Missenard, 1971).
4 5
Véase a este respecto F. Perder (1970), a propósito de Charles Fourier.
132
te materno: las relaciones pregenitales han otorgado funciones preidenti-
ficatorias e identificatorias a ciertas zonas erógenas, a las pulsiones
que allí se manifestaron y a los placeres que la madre y el niño
46
obtuvieron , especialmente hasta la entrada en el tiempo edípico. La
sublimación se caracteriza por la localización que puede hacer el sujeto
de dichas pulsiones parciales en el marco de la cultura, sus leyes, sus
reglas y las marcas que dejan a veces en el cuerpo de aquel que se ha
iniciado en ella. Es posible que el narcisismo amenazado en el momento
del Edipo se vuelva a encontrar en la relación que mantiene el sujeto
con las especificidades y valores culturales. La condición para que esto
ocurra es que el cuerpo del niño no haya colmado por sí solo el
imaginario materno y que se haya podido instaurar una ruptura, reincor-
porada simbólicamente por el cuerpo social.
En la idealización, la continuidad narcisista está ligada a la dimen-
sión imaginaria del deseo inconsciente materno: las formaciones ideales
que desarrolla el niño se ubican en la proyección del yo ideal materno.
La omnipotencia a la cual se ve tanto condenado como consagrado y en
la que intenta establecerse, es una continuación de aquella que la madre
ha deseado para sí, cualesquiera hayan sido sus raíces.
La sublimación otorga en cambio una continuidad narcisista que
resulta de un proceso distinto: está ligada a la persistencia de la pulsión
parcial y del objeto fijado allí desde las primeras relaciones imaginarias
hasta las estructuras sociales y culturales y los ideales que en ellas se
valoran. Lo que da al sujeto su continuidad narcisista es ia articulación
de la pulsión parcial en el campo del inconsciente materno y luego su
localización entre los ideales del "conjunto", que ha elegido como
suyos. El pasaje de uno a otro comprende la etapa intermedia del
trabajo del narcisismo; el desprendimiento de los primeros objetos terce-
ros ha permitido el desdoblamiento y la metabolización.
Los héroes que encuentran su continuidad narcisista afirmada —su
"envoltura"- principalmente en la idealización, escapan a la alienación,
aunque ésta siga siendo una amenaza, pues encuentran una imago de
padre idealizado en el imaginario materno —a falta de la huella de un
padre muerto que les permitiría situarse simplemente en una genealo-
g í a - ; esta imago ha sido reemplazada en las creencias de la madre por
sistemas simbólicos donde la idealización del padre es pregnante. Ante la
46
Se sobreentiende que el placer pudo estar desde el origen en el hecho de
haber sido colocado en una posición de sufrimiento: con esto queremos marcar el
lugar que ocupa el masoquismo en las idealizaciones.
133
problemática "vida/muerte", el futuro héroe encuentra una posibilidad
de desprenderse del narcisismo materno, ligando su existencia a un
proyecto de identificación con los "héroes legendarios" que murieron
después de haber expuesto su vida siguiendo el camino del padre ideali-
zado. Si los ideales con los cuales funcionan los héroes son cuestionados,
aparece la depresión; ya que los ideales les permiten mantener una
relación ternaria con la madre de los orígenes, cuya continuidad imagina-
ria les procura satisfacción pulsional y placer. Durante una depresión que
sobreviene por primera vez, resulta posible una ruptura con el imaginario
materno, siempre que las condiciones psicoterapéuticas lo permitan y se
cumpla el trabajo del narcisismo.
Durante el período "juvenil" de la creación, los hombres de genio
permanecen en el narcisismo originario: reciben allí abundante alimento
para su inspiración, a la que no transforman sino que transcriben —como
se ha visto— a fin de expresar el placer del cual emanan y afirmar que la
"no-vida" que estuvo asociada a su nacimiento no tiene efecto. Frutos
de un deseo que durante mucho tiempo fue mantenido en secreto, son
ahora su expresión, lo hablan, o más bien, son hablados por él, son su
vehículo, son sus portadores en la prolongación del cuerpo en el cual se
originan; incorporan la gloria a ese cuerpo como un reflejo de la idealiza-
ción en la cual antes estuvieron. En la fase "escultórica" de su creación,
el genio deja de estar esencialmente en la posición de falo de la madre:
lo que surge de su flanco sufriente es retomado, trabajado, remoldeado:
el creador se transforma en padre y madre de su obra, después de haber
realizado una ruptura en la edad intermedia, un trabajo de pérdida de la
imago originaria y. haber dado lugar a un padre interior, que hasta
entonces era inaccesible. Al acceder a la gloria tanto por su madre como
por sí mismo mediante su creación "juvenil", el genio ha llegado hasta el
extremo de aquello que lo había sostenido durante la primera parte de
su vida. Puede romperse ya el encanto de la relación dual: se revela allí
una amenaza. Si pudo nacer en el objeto que produjo, ahora sólo le
queda hacerse conocer por otros: cuando al observar su obra los otros
descubran algo de sí mismos, lo re-conocerán.
En el pasaje de la obra "juvenil" a la obra "escultórica" aparece un
movimiento que va de la idealización a la sublimación, un movimiento
de vaivén y no un camino transitado definitivamente; no olvidemos la
incertidumbre de muchos artistas en cuanto a la terminación de cada
una de sus producciones y a su originalidad. La elaboración es frecuente-
mente dolorosa y las grietas del desaliento dejan entrever la dinámica
depresiva que los momentos de éxito nunca logran vencer completamen-
134
te. El resultado adquirido jamás da una absoluta seguridad en cuanto al
porvenir; siempre hay que reconstruir el objeto producido, se debe
reemprender su nacimiento para que se confirme el del sujeto, como si
viniese de la nada.
La vida del creador está signada por la continuidad narcisista y por
la ruptura, por la idealización y la sublimación, como una tentativa de
47
"separación" que nunca se p r o d u c i r á : el niño que hay en el artista
debe quedarse en el yo ideal de su madre, constituyente esencial del
inconsciente del otro, pero debe desprenderse también de esta posi-
4 8
c i ó n . Tiene dos modalidades sucesivas posibles: identificarse con el
otro idealizado y hacerse portavoz del inconsciente del otro para cantar
esencialmente al amor y la muerte durante el tiempo de la creación
49
j u v e n i l ; o bien continuar sublimando en el curso de la creación
"escultórica", es decir, habiendo introyectado a los maestros de su arte
que, siendo mortales, han reemplazado al padre idealizado y son el
fundamento, como padre-madre, tanto de él como de su obra.
¿Qué es lo que sucede con Freud? Evidentemente la construcción
de la teoría analítica tuvo una función sublimatoria para su autor. Fue
una "sublimación reflexiva" en la cual la pulsión estaba dirigida al
"conocimiento de su propio funcionamiento como pulsión", y que no
permitió, como podría haberlo hecho una forma "expresiva", más que
una descarga parcial e insuficiente de la energía pulsional (D. Anzieu,
pág. 87). Por lo demás, no creemos que la sublimación haya tenido los
mismos efectos en las diferentes etapas de la vida de Freud. Como
hemos visto, la presencia de Fliess no sólo permitió el autoanálisis sino
que facilitó particularmente el enfoque y la teorización de la relación
competitiva y ambivalente con los hombres. Cuando Fliess hubo desa-
parecido - s i n dar una interpretación, y a causa de ello—, Freud se volvió
el único creador de sí mismo como analista, vencedor una vez más del
47
Estas observaciones acerca de la separación siguen el mismo camino que el
trabajo de N. Zaltzman (1977): a algunos pacientes la representación del nacimien-
to les resulta insoportable: es el "tiempo en que coexisten una unidad ya rota y
una separación no consumada aún".
4 8
Según Matthew Besdine (1968-69) las relaciones entre la madre de un
genio y su hijo están marcadas por la "sed de afecto" de estas mujeres y por la
atención excesiva y exclusiva que dedican al futuro genio.
49
Cf. las obras de juventud de los románticos y su concepción de la vida: la
exaltación del drama, la muerte y la generosidad, la abundancia y el ritmo de su
inspiración.
135
hermano Julius, del padre Jacob, del abuelo Schlommó y también de
Fliess. Desaparece la idealización sostenida por este último y Freud,
poco inclinado a los papeles secundarios, ocupa nuevamente la posición
de héroe, de "conquistador", eliminando al rival, quedando en conse-
cuencia sometido al narcisismo y a la idealización sin lograr analizarlos.
Sobre este narcisismo se estableció como creador de una obra y creador
de sí mismo. No sorprende entonces que durante tanto tiempo el
narcisismo haya tenido un lugar aparte en la teoría analítica. Tampoco
es sorprendente que Abraham, más que Freud, haya impulsado el estu-
dio del campo de la depresión, y que la pulsión de muerte haya surgido
en la teoría, después de haber recorrido un largo camino en la vida de
Freud como en la de un héroe.
Para todo sujeto, el trabajo del narcisismo permite evitar las depre-
siones ulteriores cuando súbitamente faltan las referencias identificatorias
-y los ideales que allí están fijados—; para Freud, y para los creadores,
la tentativa de elaborar ese trabajo ha constituido el modo continuo de
funcionamiento porque no se realizó verdaderamente una primera rup-
tura. Cuando, sobre el fin de su vida, Freud se refiere a Moisés, ¿no se
identifica con el padre idealizado que estaba incluido en otros tiempos
en la imago materna? Pero, sosteniendo la teoría de un Moisés egipcio,
¿no intenta Freud darse un origen diferente al del héroe fundador? ¿No
trata de declararse perteneciente a otra raza? Ahora que está cerca de la
muerte, estudiar a Moisés y considerarlo un extranjero, después del
desvío que encierra su vida entera, es quizás un modo de localizarse y
liberarse simultáneamente del lugar del héroe-fundador, de aquel que ha
visto el rostro de Dios, del vencedor del hermano muerto, que además
está condenado a ser inmortal.
Evidentemente, los analistas no pueden lamentar que la "ruptura" se
haya retrasado tanto ni deplorar la extensión de dicho desvío.
HI. E N R E S U M E N
136
como sujeto y como aviador. Por la fisura que ha aparecido ahora en la
envoltura narcisista pueden escurrirse las identificaciones heroicas que
aseguran su funcionamiento psíquico, identificaciones que comparte con
otros aviadores y que la institución y sus ideales sostienen. En la
neurosis traumática las manifestaciones de la repetición no sólo consti-
tuyen un fenómeno económico, una tentativa de dominio activo de la
violencia sufrida, sino también una reafirmación sobre la forma de la
imagen y sobre un angustiante placer relativo al origen situado en la
fantasmática parental, especialmente la materna.
Todo esto sucede mientras el cuerpo social ayuda al sujeto a
reconstituir las identificaciones amenazadas. Si existe un trabajo psíquico
es aquel que termina en una re-identificación, en una clausura de la
grieta amenazadora, y finalmente, en una restitutio ad integrum. Si no
siempre, esto es lo que sucede en la mayoría de los casos.
En la depresión reactiva del héroe, como en la aparentemente
espontánea del creador, no hay fisura o desgarramiento de una envoltura
sino ruptura de una unidad narcisista primaria, es decir, de un conjunto
donde se confunden fantasmáticamente madre y niño, capturados ambos
50
por una seducción primaria . Esta unidad imaginaria que no se deshizo
a tiempo, siempre perdura.
La depresión abre la posibilidad de una ruptura y de una liberación
de la sujeción al objeto primario, es decir, a la imago de la madre de los
orígenes, la imago del narcisismo primario más arcaico, marcada como el
niño por una idealización inicial. A pesar de que estas diversas formula-
ciones, imago, objeto primario, etc., permiten dar cuenta, de una organi-
zación psíquica primera, no por eso debe dejarse de interrogarlas: son
representaciones imaginarias que al surgir tuvieron una función estructu-
rante y simbolizante y que luego fueron mantenidas gracias a la persis-
tencia del efecto del deseo que posibilitó su génesis.
Para el niño, la ruptura es pérdida —y no duelo, análogo al de un ser
querido-, es decir, abandono de una representación fantasmática que
hasta entonces era tan inaccesible como determinante del destino del
sujeto; este abandono no puede hacerse sin dolor. La representación
imagoica única sólo obtenía su relieve -como el del h é r o e - por el peso
que debía imponerse para acallar completamente aquello que había
presidido la génesis del niño y su salida de la nada.
Ahora bien, sólo puede abrirse una sutura mediante una "opera-
5 0
Etimología de seducir: se ducere, conducir hacia sí.
137
5 1 52
c i ó n " , una " e x t i r p a c i ó n " , lo que no puede dejar de ser doloroso,
pero es posible esperar dos efectos distintos:
Un descubrimiento, una revelación, la iluminación de la fantasía de
un niño muerto, condenado en otro tiempo a quedar en secreto, alimen-
tando, por ejemplo, la ilusión fálica de su madre, iluminación que hará
visible ahora el defecto, la falta, corriendo el riesgo de que el vacío se
convierta en algo atractivo.
Un sufrimiento para aquel que al romper el silencio —que ya es
causa de dolor— se convierte en un agitador culpable, portador del mal,
causante de la revelación del defecto secreto, que deberá ser castigado y
llevará aquella marca que desde el origen se le había evitado.
En estas páginas se ha hablado del trabajo del narcisismo juntamente
con la "ruptura" del narcisismo primario; de la misma manera se habría
podido hablar del trabajo de la falta: son indisociables, constituyen el
material con el cual un autor crea una obra y ya se sabe que ni obra ni
autor pueden venir al mundo sin sufrimiento.
El trabajo del narcisismo no acompaña sólo a la transformación del
narcisismo primario, persiste a lo largo de toda la historia, es uno de sus
motores. Dan muestra de esto los creadores en su relación con las obras:
53
apenas terminadas, parecen perdidas, muertas y surge el deseo de crear
una nueva. Así son también esas mujeres que sólo se encuentran bien
cuando su cuerpo está en la plenitud del embarazo renovado. Así es
todo sujeto: ¿quién no tiene una obra que terminar, un proyecto nuevo
para realizar, una esperanza narcisista que debe alcanzar? En todos hubo
un objeto ideal que se perdió para siempre cuando se efectuó la ruptura;
pero queda la nostalgia, y se emprenderán nuevos caminos incesantemen-
te para reencontrar una forma parcial de lo que desapareció para siem-
pre.
Y así hasta el grado cero de la excitación, el cero final, que sólo
anula la esperanza mediante los actos, las obras, el nombre que
queda . . . en el que uno se refugia .. . buscando no obstante un instante
de eternidad.
5 1
Opus es la etimología de obra, operación.
52
Estas metáforas quirúrgicas se me ocurren en el momento en que, desde un
punto de vista teórico, se podría hablar de sadismo y masoquismo primario o de
"violencia".
53
"Ocurre a menudo que el artista contemporáneo no deja que su obra
sobreviva al gesto que la ha creado". R. Caillois (carta a A. Malraux, Le Monde,
29-30 oct. 1978).
138
HISTORIA D E L T R A T A M I E N T O
PSICOANALITICO D E L A S E Ñ O R A OGGI
RA YMOND KASPI
1
Aprovecho la ocasión para expresar aquí mi más profundo agradecimiento a
Didier Anzieu quien, en el curso de este largo trabajo, supo aportarme su valiosa y
esclarecedora ayuda, sin la cual me hubiera sido muy difícil comprender y superar
ciertas fases particularmente inquietantes de esta psicoterapia, tan abrumadora en
muchos de sus aspectos.
139
I. L A F A S E PSIQUIATRICA
Después de haber sido recibido por una señora (más tarde sabré que
es su madre), me encuentro con una mujer de unos treinta años,
acostada, toda encogida. Las cortinas del dormitorio están corridas: está
oscuro. Me presento y trato dé que me explique sus dificultades. A pesar
de mis reiterados esfuerzos, la Sra. Oggi permanece totalmente silenciosa
e inmóvil. Parece grande y delgada. No puedo ver su rostro oculto por
largos cabellos negros. Durante un cuarto de hora mis esfuerzos son
inútiles. Tal es su inmovilidad que me .parece estar frente a una muerta.
Me pregunto qué hago allí y si no sería mejor irme y proponerle a
su médico que la hospitalice.
En ese momento me doy cuenta de que mueve un pie debajo de la
2
colcha. Me acerco y pongo mi mano sobre su pierna y retomo mi
discurso. "Estoy aquí para ayudarla, para intentar comprender junto a
Ud. qué es lo que la ha llevado a ensimismarse tan profundamente,
etc.".
Entonces se mueve, retira un poco sus cabellos y dice algunas frases
espaciadas por largos silencios. Habla de la muerte de su abuela, de
la que se siente responsable pues aceptó que la llevasen al hospital y se
lamenta que nadie haya querido ocuparse de ella.
Le comento su comportamiento: canturreo, gestos, extravagancias,
su permanencia en la cama y en la oscuridad.
Dice que en parte todo eso le permite dominar o manipular lo que
la rodea, pero que de hecho se trata generalmente de algo que no puede
reprimir. Su discurso es lento, cortado por largos silencios entre las
frases o entre dos palabras.
Entonces puedo retirar mi mano; le propongo un tratamiento anti-
depresivo que le aplicará su médico y, en especial que venga a verme
para hablar de todo esto. Parece aceptar.
Sólo volveré a verla diez días después. Aparentemente han desapa-
recido las extravagancias de su comportamiento, pero tiene tendencia a
quedarse en la cama y a encolerizarse.
2
Sin duda conviene explicar este gesto. Evidentemente esta mujer sufre, pero
no puede comunicar su sufrimiento ni decirme que ha escuchado mi propuesta de
ayuda. Mi experiencia en técnicas de relajamiento me permite este contacto
tranquilizador y comunicante a la vez, único medio de alcanzarla en su profundo
retraimiento: mi cuerpo le habla a su cuerpo.
140
Durante este período frecuenta irregularmente mi consultorio y en
las conversaciones voy conociendo su historia, que ahora doy resumida.
Es la tercera de cuatro hijos. Su madre abandonó el hogar cuando
ella tenía dos o tres años. Desde entonces vivió con su padre y sus
hermanos en la casa de su abuela materna.
Enviada a una institución religiosa para cursar sus estudios prima-
rios, en un primer momento como interna (como huérfana, dice), al
cabo de varios meses vuelve a la casa. Se la considera una niña difícil,
con mal carácter, terca, un verdadero varón frustrado, como decían. Por
otra parte, en ocasión de su nacimiento, sus padres habían manifestado
el deseo de tener un varón. Una prima y su madre vivían en la misma
casa; la abuela siempre demostró una clara preferencia por esta prima.
De sus relaciones con sus hermanos y hermanas sólo sé que la
mayor (dos años más que ella) la escuchaba y la aterrorizaba al mismo
tiempo. Los más chicos parecen haber tenido mucho menos importancia
afectiva.
Mal soportada por la abuela materna, mientras que el padre sólo
regresaba muy tarde durante la noche, la niña se sintió poco a poco
sumergida por la frustración afectiva. De vez en cuando su madre le
escribía o iba a verla al "orfelinato".
La niña le decía: "Tú no eres mi madre, pues ella está muerta. Eres
mi tía".
Su padre sólo hablaba de su mujer designándola con el nombre de
"la horrible". Solía decirle a la niña, frente a su constante búsqueda de
afecto: " ¡ S i tu madre se fue, es por tu culpa! ¡Seguramente no pudo
soportarte! "
Cuando la falta de afecto se hizo más pronunciada, en la pubertad,
hacia los doce años, comienza a ensimismarse. A menudo falta a la
escuela, se refugia en su dormitorio durante largas siestas, postrada en su
lecho.
Luego deja de hablar con quienes la rodean: su padre, su abuela, su
tía (que amaga suicidarse tirándose por la ventana cada vez que se la
contraría), su prima, etc. No habla con nadie, salvo, en algunas oca-
siones, con su hermana mayor. Tampoco participa en las comidas,
alimentándose subrepticiamente en la cocina. A veces sale al caer la
tarde, en esos momentos en que la ciudad se reanima. Roba los libros de
estudio de sus hermanos y los vende en una librería; con esos pocos
francos compra pan y chocolate para alimentarse. Por momentos se
acerca a los obreros que salen de su trabajo y a las prostitutas que . ..
inician el suyo. Más tarde dirá: "Cuando yo hacía la calle . . . " .
141
Ese mutismo dura hasta los 19 años, cuando conoce a su futuro
marido, un muchacho diez años mayor, conocimiento que según parece
fue favorecido por las dos familias.
Mientras tanto, cerca de los 15 años, conoce a un apuesto mucha-
cho de su edad, a quien llama "su pequeño compinche". Este joven se
convierte en su escucha, en una respuesta a su deseo de ser amada.
Flirtean un poco, juegan a los indios, bromean y se pelean, pero
permanecen mudos cuando están en su casa. Y por supuesto, tienen
relaciones sexuales. Pero dirá "era sólo para que se sintiese contento.
Tenía mucho miedo de no volver a verlo si lo rechazaba". A los 19 años
está de novia, se casa a los 20 y sólo dejó de ver a su compañero
después del matrimonio, cuando debe mudarse de ciudad. Su padre le
dice: "Cuando todos mis hijos estén casados, entonces podré volver a
casarme yo también". Tiene la impresión de que casándose libera a su
padre. No obstante, en el transcurso de las entrevistas, me entero de que
sufría atroces angustias: una sombra negra se inclinaba sobre ella para
asfixiarla durante su sueño; aparecían muertos que la llamaban por su
nombre; músicos y bailarines se arrastraban a su lado.
Cuando le contaba a su hermana estas percepciones,, ésta le respon-
día que estaba completamente loca y que nada de eso existía. Además
esta hermana mayor se burlaba de ella diciéndole que no tenía senos, y
cuando comenzaron a crecerle, que eran tan feos que era preferible que
se los hiciese sacar.
Algunas de esas noches en que el terror la invadía, se refugiaba en el
dormitorio de su padre, impidiéndole que fuese a ver a su "novia",
tomándole la mano y durmiéndose sólo gracias a ese contacto. "Me
hubiera gustado mucho acostarme junto a él -dirá— pero nunca me
atreví".
Se casa, encontrando en su marido una respuesta parcial y paliativa
a su demanda afectiva. Enseguida tiene tres hijos, a intervalos regulares
de tres años entre cada uno de ellos.
Su marido es un poco celoso y autoritario; la considera como una
muchachita irresponsable.
Luego ciertos acontecimientos llevan a la familia a mudarse a las
afueras de París. Allí reencuentra a su madre, quien se ha vuelto a casar
y tiene otra hija ocho años menor.
Al llegar al nuevo lugar, aborta para "molestar a su marido", dice,
(pero también quizá para rechazar lo que viene de él y que no corres-
ponde a su verdadera demanda). A lo largo de nuestras entrevistas
percibo la fuerte agresividad que tiene contra su madre y la culpabilidad
142
que siente por su partida. ( A l punto de haberse fugado ella misma
cuando tenía diecisiete años, poco antes de su matrimonio). Me entero
de que no tenía derecho a quejarse (¡cómo no volverse muda!)
puesto que su abuela la castigaba cada vez que lloraba por sentirse
abandonada, y que los momentos de despersonalización no eran raros:
buscaba a su doble detrás de la puerta (¿pero era a su doble? ).
Antes de la partida de la madre vivían todos juntos en la misma
pieza. Cuando se sentía apresada por sus terrores nocturnos, sus padres
la llevaban'a su propia cama para evitar que gritase. De esta forma los ha
visto hacer "cosas no muy lindas". La cama es el lugar donde se refugia
pero también el que le da miedo.
Las entrevistas se desarrollan lentamente, permitiéndole contar su
historia y expresar progresivamente sus fantasías. La situación se erotiza
rápidamente. Luego de algunas entrevistas cuenta un sueño donde el
terapeuta aparece deseado y luego otro en el cual el terapeuta reemplaza
al padre y al marido.
Se queja de no poder soportar sexualrhente a su.marido. Por otra
parte, no es frecuente que hagan el amor. Por lo tanto, ella misma se
sorprende en el transcurso de la psicoterapia de su temor a quedar
embarazada. Dice: " ¡Me hice poseer! ". Por último, no está embarazada.
"Es una lástima, porque hubiera abortado y eso hubiera molestado
mucho a mi esposo".
Los sueños donde el terapeuta aparece como objeto de deseo sexual
continúan. Pero se siente tan culpable que desea la muerte para "no
dejarse tentar".
A pesar de mi solicitud, no puede resolverse a venir regularmente,
3
pues las entrevistas continúan fijándose sobre la marcha . No puede
aceptar la regularidad apoyándose en el pretexto de sus cambios de
humor. Por otra parte, considera que en ella todo es malo. Sobreviene
un recuerdo de masturbación, ubicable cerca de los tres años. Su madre,
a quien le ha hablado de esto como de un gran placer, le dijo: "Es
repugnante, no hay que hacer eso". Lo que no le impidió continuar con
la masturbación hasta el presente . . . con el mismo placer.
Siguen una serie de sueños y de sueños diurnos, más o menos
comunes, pero donde aparecen inquietantes fantasías de eventración, de
dislocación. Uno de ellos: está muerta, destripada, asesinada por su
doble (que podría ser yo), quien sin embargo es absuelto gracias al
3
Como es obvio, durante todo este tiempo las entrevistas se han desarrollado
cara a cara.
143
testimonio de su hijo, que tendría 20 años. . . (¿pero quién tiene 20
años?).
Luego otro sueño donde hacía el amor con su madre. Dice: "Sin
lugar a dudas estoy enamorada" (¿pero de quién? ). Al mismo tiempo
me amenaza diciendo "que va a ir a buscar por ahí a cualquiera que la
satisfaga ya que su marido no puede". Esto sólo cobrará sentido un
poco más tarde cuando aparezcan asociaciones cuyo tema central será:
" ¡ H e sentido mi cuerpo gracias a usted! Con usted puedo expresarme
pero sólo sé hacerlo a través de mi cuerpo. Gracias a Dios que tengo que
vérmelas con un ordenador (! ) que puede aceptarme sin sucumbir". En
su casa se aisla para pensar en nuestras charlas; sueña que es mi hija . . .
Por momentos me siento atrapado por la actitud seductora de esta
hermosa joven y me pregunto cómo seguir y por qué seguir esta
psicoterapia imposible. Me contento con acompañarla, percibiendo sólo a
veces y de manera muy imprecisa el aspecto arcaico de este vínculo,
pero persuadido de que algo se prepara en esta situación transferencia!.
Siento el impacto de las intensas emociones que surgen en las
sesiones y a menudo la angustia es difícil de soportar.
Sin embargo, a partir de ese momento y luego de una larga re-
flexión personal, puedo comprender que su dificultad para trasmitir
emociones tan agobiantes la lleva a servirse de su cuerpo para expresar-
las. La Sra. Oggi es como un bebé que, si su piel toca la de la madre, se
siente seguro cerca de ella, pero que a distancia se siente aterrorizado si
es incapaz de materializar un objeto transicional: la madre no reaparece
más. Por ende, puedo soportar sus directos ataques en el nivel de la
seducción sexual, ya sean verbales o . . . físicos.
Sólo puede comunicar a través de su cuerpo, volviendo a encontrar
así sus primeras emociones "en el seno de su madre" pero todavía será
necesario mucho tiempo para que pueda verbalizarlas.
Rápidamente percibió esta toma de conciencia que me permitió
considerar su discurso y sus actos en una perspectiva de
transferencia-contratransferencia, ¡al punto tal que me pregunta si yo
soy mi hermano gemelo!
A pesar de ello y aunque la atmósfera se haya hecho menos densa y
haya desaparecido el deseo de muerte, las tentativas de seducción per-
sisten. Se catectiza mucho en el trabajo psicoterapéutico, al punto de
olvidar sus actividades domésticas, lo que no deja de plantear problemas
con su marido. Los niños, por el contrario, parecen soportar bien la
situación.
Ella misma dice que ha comenzado a amarse y luego de un encuen-
144
tro con su madre (que desde hace poco vive cerca de ella) se pregunta
cómo ésta puede vivir sin placer en el cuerpo. Acepta entrevistas psico-
analíticas más frecuentes y regulares (cuatro veces por semana).
Es entonces cuando comienza a explicar que me confunde con su
madre. Su madre que, cuando se fue, no hizo más que reavivar una falta,
una perturbación en la comunicación, muy anterior.
Además, los fines de semana son muy difíciles (y lo seguirán siendo
durante mucho tiempo), al punto que pasa gran parte de esos días
metida en la bañera, en la oscuridad. ¡Allí se siente bien, aislada,
etc. .. . inatacable!
Diferentes situaciones de lo real se integran a sus fantasías de
separación de la madre: perturbaciones físicas (dolores de muelas), deseo
de conocer mi situación personal (¿usted abandonó a sus hijos? ).
Me es imposible responder a estas preguntas sin remitirla al trauma-
tismo originado por la separación de sus padres. Entonces, por la
imposibilidad de interpretar esta situación, nace la angustia que se
materializa en llamadas telefónicas intempestivas.
Por otra parte de esta manera, al reencontrar la angustia de separa-
ción, puede describir la forma en que esperaba a su madre luego de su
partida: pasaba horas enteras detrás de la puerta esperando su regreso,
pidiéndole a su padre que la abriese para dejar entrar a la madre (que
hubiese podido —o debido— estar detrás).
Paulatinamente aparecen las fantasías de dispersión, de fragmenta-
ción corporal. Al comienzo se trata de una intervención de cirugía
plástica (de la que hace responsable a su madre): retocarse la nariz,
modificar o levantarse los senos... La regresión es evidente, los sueños
se multiplican: "Es muy chica, Hora y hace caca para tener el placer de
ser limpiada por ella misma adulta. Pero su madre está dando a luz en la
habitación de al lado . . . " .
Se representa como un árbol con dos protuberancias (un cuerpo de
madera con dos senos) .. .
Su demanda afectiva con respecto a mí se vuelve cada vez más
agobiante, al punto que las interrupciones de fin de semana se convier-
ten en un drama de abandono revivido en el trabajo psicoanalítico. La
ruptura es sentida como destrucción de su cuerpo. Cuando se encuentra
en el consultorio no puede menos que ofrecer su cuerpo como prenda
de comunicación. Todavía no es posible la simbolización. Por otra parte,
los únicos intentos de comunicación relativamente exitosos sólo se pro-
dujeron a través de su cuerpo: con su compañero de quince años y con
145
su marido. Pero no puede dejar de darse cuenta del engaño que represen-
ta su matrimonio y cuestiona ese vínculo.
Sigue toda una serie de entrevistas en las cuales aporta sueños y
fantasías de regresión, de angustia y de abandono. En una de ellas
cuenta cómo se sintió abandonada por su madre y cómo teme que yo
haga otro tanto (en relación con mi negativa de recibirla los sábados) y
desea encontrarse en un agua verde, dulce y viscosa, tranquila, ais-
lada . . . De hecho, estos sueños, poco elaborados, son "sueños de tra-
bajo de elaboración" más que síntomas. Su deseo de simbiosis con el
terapeuta la conduce a la nostalgia por la atmósfera del feto en el
vientre de su madre.
Sin embargo, en el ínterin ha podido retomar sus actividades domés-
ticas, y sus familiares la encuentran tan bien que su marido y su madre
le aconsejan dejar el trabajo psicoterapéutico. Aprovecha para retrasmi-
tirme sus palabras: "Por otra parte, los psicoterapeutas sólo aportan
palabras de consuelo . . . " .
Es sorprendente constatar la diferencia que puede existir entre su
aspecto exterior, social y familiar y su vida fantasmática hecha de
angustia psicótica, de sentimientos de dislocación, de evisceración.
A partir de este momento sobreviene un período muy difícil. Está
muy angustiada por un sueño en el cual yo figuro como su suegro o su
padre junto al cual está acostada con su madre, esperando que ésta se
duerma para poder hacer el amor. Cuando intento mostrarle que quizá
yo aparezca como un personaje de reemplazo se desata en lágrimas
tratándome de destructor de sueños.
En ese momento intenta un suicidio con suiicíentes comprimidos
como para enfermarse pero no para ser hospitalizada.
Le confirmo toda mi disposición, por lo que puede reencontrarse y
continuar el trabajo psicoterapéutico, pero me veo obligado a señalarle
algunos de mis límites que entiendo serán fáciles de superar gracias a un
buen entendimiento terapéutico (¡cómo si después las cosas hubiesen
sido tan simples! ).
Y sin embargo aparecen sueños diurnos terroríficos. En uno de ellos
asocia tomate, sangre de las reglas y de sus mutilaciones sexuales.. .
Luego aparece durante varias semanas una mezcla de elementos
edípicos y arcaicos. Desearía no tener sexo o mutilarlo; no quiere
aceptar ningún deseo que pase por su cuerpo; se desprecia por detestar a
146
su madre y querer sólo a su padre; cuenta un sueño donde aparece
4
desnuda, sin sexo ni pechos .
Piensa que ya no le es posible hablar cara a cara y desearía no
verme más.
II. E N B U S C A D E L A F A L T A F U N D A M E N T A L
4
Es imposible, a menos de poseer un talento literario que yo no tengo,
reproducir la atmósfera tensa, angustiante, de estas entrevistas, la presencia de la
muerte y el carácter dramático de las mutilaciones evocadas que la espantaban y
que a menudo también me angustiaban.
147
pasado; de las angustias espantosas que todavía experimenta cuando las
evoca, de su "hambre afectiva" y del dolor de no haber sido comprendi-
da por su hermana mayor y su abuela, que produjo la ruptura.
Paulatinamente, también aparecen la posibilidad de cicatrizar la
pérdida de su madre, pero, al mismo tiempo, la imposibilidad de consi-
derarse viva: "Soy una planta". Pero es necesario ir más allá de lo que es
dicho, encontrar la falta fundamental.
Ella desearía encontrar aquí esa. fusión con el seno materno, que yo
la acaricie y que acepte todas sus demandas. Mis cortas vacaciones son
un verdadero drama, fuente de una intensa agresividad. Sus proposicio-
nes son cada vez más evidentes y verbalizadas. Presenta una demanda
mucho más arcaica en un lenguaje genitalizado, pero deberá transcurrir
todavía una decena de entrevistas para que esto pueda aparecer.
Está muy aliviada por el hecho de que yo pueda rechazarla, pero
también muy frustrada. Habla de la travesía del desierto y de la sed que
podría apagar si yo no derramase delante de ella el vaso de agua que le
tiendo. ¿Es su manera de experimentar las posibilidades de "cicatriza-
ción" volviendo a sumergirse en las fuentes de su angustia? Es verdad
que dice estar muy cansada, como si estuviese convaleciente.
Una noche se despierta sollozando, creyéndose en mis brazos: los de
su madre. Está muy contenta de poder agradecerme mi ayuda para
"levantar el velo". En agradecimiento me ofrece su cuerpo.
Por momentos vuelve a tener grandes angustias, se siente vacía y se
busca límites diciéndose que no tiene derecho a practicar el incesto y el
canibalismo.
Todavía no puede hablar del seno de la madre a incorporar. Ade-
más, imaginar que yo pueda tener una vida ajena a ella le parece injusto
5
e insoportable. Pero puede decirlo yeso parece tranquilizador .
Es entonces que demanda por primera vez que la toque. Vacilo un
instante y le tomo la mano. Explica que así puede verificar que existe,
que tiene límites.
En las sesiones siguientes podrá explicar el recuerdo del amamanta-
miento a los quince meses. Es la única que ha sido alimentada por la
madre, por temor a una deshidratación aguda, como la que sufrió su
hermana mayor. Aun cuando ya era un bebé grande, a menudo corría
5
Nunca pronuncia una frase entera, sino fragmentos interrumpidos por largos
silencios. Es necesario que yo repita la última palabra para lograr que reanude su
discurso. Las entrevistas son lentas y difíciles.
148
desde el fondo del jardín para encontrar ese seno y asegurarse así de la
presencia de la madre.
Pero un día fue brutalmente destetada. En esta sesión encuentra la
pérdida de su seguridad y una intensa angustia de muerte.
Tocarme le permite reencontrar el contacto del seno de su madre
—dice— y no sentirse abandonada a la muerte. La muerte que está
presente en esa gran sombra negra que, según cree ahora, puede ser su
abuelo. Este a veces se ocupaba de ella pero no la quería; ella tenía
miedo de su frialdad.
Su demanda afectiva va en aumento. Llega un día, de urgencia,
pretextando estar muy angustiada. La recibo y me dice que viene para
hacer el amor, a llenarse de mí. Me parece difícil (pero lo intento)
hablarle de la confusión que hace entre el seno y el pene. Sin embargo,
se va más tranquila, posando su cabeza sobre mi hombro en el vano de
la puerta.
Conservará este gesto durante largo tiempo. A pesar de los intentos
de interpretación (aporta un recuerdo de su primera infancia: desnuda,
en brazos de su madre, dispuesta a mamar), parece no poder realizar un
trabajo elaborativo sobre esta situación transferencia!. Por lo tanto no
rechazo el gesto, aceptando ese contacto corporal que la tranquiliza
cuando se va, ubicándola en la situación de no perderme totalmente.
Simultáneamente manipula a su entorno: un amigo psicosociólogo a
quien obliga a comparar sus métodos con los míos; su marido, que le
propone trabajar con él y a quien amenaza con suicidarse si insiste; su
padre, frente a quien se hace la loca para preocuparlo.
En ese momento sobreviene un acontecimiento que no deja de ser
inquietante, sobre todo para la continuidad del trabajo psicoterapéutico:
queda encinta de su marido a pesar de la pobreza de su vida sexual y
decide la interrupción del embarazo.
Vuelve a su angustia de muerte recibida, frente a la que ella
considera como la muerte a dar . . . Pero la intervención se realiza. Sigue
un período depresivo. Poco a poco elabora el duelo de este embarazo
interrumpido, verificando por el tacto que su cuerpo no ha sido des-
truido. Expresa entonces el deseo de ser acariciada como un bebé puede
serlo por una madre solícita y tierna.
Un recuerdo evoca la nostalgia de esa unidad biológica que tenía
con su madre cuando la amamantaba, y frecuentemente, cuando se va,
posa su mano sobre mi pecho.
Llega el día de la madre y me hace un regalo: ¡una caja de
cigarrillos! En esa misma sesión aporta un sueño diurno en el cual se ve
149
en el acto de parirse a sí misma. Asocia con el hecho de que le sería
doloroso convertirse en madre y de esta manera perderme. ¿Pero no
tenemos aquí el deseo de poder "re-nacer"?
A menudo las verbalizaciones son pobres y el tacto reemplaza al
discurso. Las sesiones acaban con intensas cóleras frente a lo que llama
mi "frialdad".
En la sesión siguiente, de golpe y sin decir nada, se desviste y
anuncia que quisiera violarme. Luego, que durante su boda nunca podía
saber si tenía en sus brazos a su marido o . . . a su madre.
Le digo en ese momento que pareciera que la comunicación queda
interrumpida para ella el día en que fue separada del cuerpo de su
madre cuando fue destetada. Lo que parecería explicar por qué tiene esa
necesidad de tranquilizarse mediante el contacto corporal, y que su
strip-tease terapéutico es una manera de encontrarse lo más cerca posible
del seno de la madre buena.
A pesar de que en las sesiones siguientes parece no haber podido
elaborar esta interpretación (continúa tocándome y me pide que la
toque), anuncia: "Tocar su cuerpo es asegurarme de que no he destruido
el de mi madre cuando nos separamos".
Aparecerá una dificultad suplementaria en el trabajo. Se asegura
mediante el tacto del cuerpo y su exigencia afectiva se acrecienta cada
vez más. Un día me explica que considera a su marido en la misma
perspectiva que a su madre y me pide que la penetre para conjurar este
aspecto de la madre mala y para poder reencontrar la integridad de la
fusión con su madre. Frente a mi rechazo se niega a irse. De esta manera
bloquea toda mi actividad de la tarde y a pesar de mis intentos de
tranquilizarla permanece más de una hora y media en mi consultorio.
Acabo por no poder tolerar más esta situación, la tomo de un brazo y la
llevo por la fuerza hasta la puerta. Soporta muy mal esta expulsión y
continuamente me llama por teléfono muy angustiada; su desconsuelo
está compuesto de una reviviscencia de la separación de la madre y de
herida narcisista a la vez.
Sin embargo vuelve dos días más tarde y cuenta un sueño en el cual
yo aparezco en connivencia con una mala mujer para hacerla declarar
débil mental. (¿Reactivación de la angustia paranoica del destete y del
abandono materno? ).
Las vacaciones de verano se acercan y hace el proyecto de ir a ver a
su hermana mayor, que vive en el extranjero. Teme que su hermana no
la reconozca, pues cree estar muy cambiada.
Y así, de una sesión a otra, pasamos de esta posición paranoica a
150
situaciones genitalizadas, sobre todo en ocasión del recuerdo de un coito
de su madre a quien ella sorprendió con su amante cuando tenía cerca
de tres años.
No pasa buenas vacaciones; es mal recibida por su hermana, que
también está bajo tratamiento desde hace algunos meses y está muy
angustiada.
Se siente por lo tanto doblemente abandonada por su madre y por
su hermana mayor.
Desde ese momento será cada vez más difícil interrumpir las sesio-
nes a la hora convenida y evitar los llamados telefónicos intempestivos
por la noche. En resumen, crear un límite en el tiempo, y todo esto a
pesar de mi explicación sobre la impotencia en la que me coloca para
poder ayudarla en esas condiciones y sobre su deseo de encolerizarme
(¿sacarme de los límites? ).
No obstante, se siente culpable de esta situación, pero sus demandas
en el nivel del cuerpo materno corresponden a las necesidades de su yo
corporal que se reconstruye.
Por esta época, en una sesión, se acuesta acurrucada y permanece
totalmente silenciosa durante todo el tiempo. Cuando le indico que la
sesión ha terminado, se levanta, llora, grita y luego aulla arañándose el
rostro y arrancándose los cabellos. Evoca el recuerdo de su padre
indiferente cuando por la noche se acostaba sin comer, sin hablar,
durante días seguidos. Se tranquiliza cuando le digo que mi silencio era
tolerancia y no indiferencia.
Algunos días más tarde relata cómo ha interpretado el papel de su
madre: salió de su casa y esperó detrás de la puerta para observar cuál
sería la actitud de sus hijos y en especial de la segunda, de la que a
menudo habla como si se tratase de ella misma.
En una sesión posterior está deprimida e inquieta; luego de muchas
vacilaciones explica que experimenta la posibilidad de renunciar a algo,
pero que eso puede ser causa de muerte. Precisa que renunciar al seno
implica que será necesario que lo mate, pero que de esta manera ella
se mata a sí misma.
La situación evoluciona entre períodos de bienestar y períodos de
gran depresión. Algunas veces no se va en el momento convenido y
luego llama por teléfono toda la noche. Un día le explico que sus
llamadas telefónicas y sus retrasos en la partida salvo que me enoje, son
algo muy penoso para mí; que yo pienso que de esta forma revive la
partida de su madre y que tiene necesidad de hacerse castigar, de
liberarse de la culpa por haberse sentido responsable de esa partida. Se
151
produce entonces una violenta crisis depresiva en el transcurso de la
cual recuerda que hacía lo mismo con su padre, hasta que él le daba un
golpe en las nalgas. Entonces puede irse excusándose por "haberme
sacado de quicio".
Durante algún tiempo las entrevistas contienen recuerdos de adoles-
cencia (cerca de los doce años, provocaciones a su padre seguidas de
crisis de angustia frente a su indiferencia) y de la infancia (cerca de los
tres años, la vista del sexo de su padre, lo que la lleva a pensar que si su
noche de bodas fue diferida en un mes, lo fue por miedo al sexo de su
marido que, por otra parte, nunca ha mirado .. .).
Luego sobreviene un período intermedio, cuya significación no apa-
rece inmediatamente: consiste en acostarse, en pedirme que me ponga
junto a ella y que la acaricie. Quiere desnudarse. Los intentos de
interpretación al nivel genital no permiten aclarar la situación ni modifi-
carla.
A partir de ese momento, en cada sesión se acuesta y se desviste
prácticamente en casi todas las oportunidades. A menudo está totalmen-
te desnuda pero (hace frío, es invierno) se cubre con su tapado. De
inmediato, me pide que la acaricie sin comprender bien qué significa eso
para ella. Accedo a su demanda. Sin embargo, le toco la frente y las
manos, y en forma simbólica el resto del cuerpo. Hago "como si",
pasando mi mano a algunos centímetros de su piel, sobre todo su cuerpo
y dibujando los contornos, sin detenerme en las regiones sexuales.
Durante estas caricias "como si" permanece tranquila, los ojos
cerrados, con una verdadera sensación de beatitud. A veces, algunos
temblores de su cuerpo revelan la erotización en el nivel de la zona
sobrevolada. A menudo es sobre los senos, a veces sobre las piernas, pero
nunca en el vientre. "Por otra parte - d i c e - debajo del ombligo es como
si fuese de hielo".
Muy pocas palabras, largos silencios, a veces muy angustiosos, a
veces más tranquilos. Por momentos, algunas fantasías: es violada por
una gran sombra negra y aulla de terror.
Es de hacer notar que en cada oportunidad es ella quien dispone el
diván, los almohadones, la que organiza su campo; pero es difícil poder
transmitir la tensión, la ruptura permanente de la comunicación, los
largos silencios entrecortados de frases sin ninguna relación con las
precedentes, como si sólo apareciesen islotes de su pensamiento, en
tanto las asociaciones intermedias no son dichas. Para dar una idea
transcribimos el contenido de una sesión:
Llega aparentemente distendida, bien maquillada, serena. Se sienta y
152
permanece silenciosa durante unos diez minutos. Luego prepara su cam-
po (diván y almohadones), se desviste rápidamente y por completo y se
acuesta. Tiene frío y me* pide que le traiga su tapado. Se cubre, se
acurruca en posición fetal y me da vuelta la espalda. Me dice que
aproxime más mi sillón y que por qué no la toco. Le contesto que lá
acompaño. Entonces se da vuelta. Tiene los ojos cerrados. Súbitamente
se pone a temblar y manifiesta una gran angustia relatando: "Estoy en la
oscuridad, el techo está muy bajo, usted está conmigo y sin embargo no
e s t á . . . ellos estaban allí y no me oían gritar. .. tenía mucho miedo.
Había animales por todos lados, la pieza está llena . . . un gran perro
negro . . . luego vino é l . . . no me creyó y me dijo que hacía puro
teatro . . . luego mi hermana que dormía en la misma cama que yo me
dio una tremenda patada que me hizo chillar . .. pero era otra noche . ..
yo tenía ganas dé gritar".
— ¿Dónde le dolía?
Muestra su sexo.
— ¿Quizá su hermana la golpeó cuando usted se estaba mastur-
bando? Se tranquiliza y me pregunta con cierta inquietud si no quiero
acariciarla. Hago "como si" pasando mi mano sobre todo su cuerpo, a
uno o dos centímetros de altura, desde la frente hasta los dedos de los
pies. Se distiende y me dice: "No sentí deseo porque sé que usted
tampoco lo sintió".
Le respondo: " L o que usted me pide no es la clase de cosas que
una mujer puede pedir a un hombre en estas circunstancias. Pienso que
usted intenta reencontrar un momento sereno, sin angustias, de su
primera infancia".
Se tranquiliza, se viste y se va sin dificultades, aunque se trata de un
viernes y aunque generalmente los fines de semana le parecen difíciles.
Pero ahora ya sabe que puede reencontrar en la sesión la unidad
rota por el brutal destete materno.
La sesión siguiente también es característica:
Luego de haberse desvestido muy angustiada, se levanta y toma de
un estante un puñal (inofensivo, por otra parte) con el que intenta
cortarse las venas de la muñeca. Frente a mi calma y a mi proposición
de que vuelva a acostarse, se tranquiliza y me dice: "Cuando venía hacia
aquí los automóviles se paraban frente a mí . . . De todas maneras, yo
no puedo y no quiero morir, pues lo amo y así puedo amarme".
En el transcurso de otra entrevista evoca muchos recuerdos angus-
tiantes donde las alucinaciones se mezclan a la angustia de muerte: las
pesadillas, la gran sombra negra,Ta muerte de un vecino y la de un joven
153
cuñado que la quería mucho . . . Se siente culpable de la partida de su
madre; también dice que cuando nació su segundo hijo, la aterrorizaba la
idea de que el niño se levantara de la cuna durante la noche para
matarla. Se siente portadora de la muerte para aquellos que le dan
afecto, pero también en peligro de muerte a causa de ellos.
Durante la sesión siguiente permanece vestida y cuenta un primer
sueño: "Estoy en lo del dentista. Tengo un agujero abierto en la boca y
un diente sano que cae. Me toma la mano, me acaricia y yo hablo. Pero
no puede comprenderme porque hablo la lengua de los bebés. Luego me
pone hilos eléctricos por todos lados y yo grito, pero él no me escucha.
Le pido a mi madre que niegue para que me deje, pero él me coloca un
yeso sobre mi diente y me parece feo y duro". Luego, un segundo
sueño: la hipnotizan a la fuerza para hacerle decir ciertas cosas.
Sus asociaciones, pobremente verbalizadas, expresan su temor de
que yo no la escuche. El terapeuta es perseguidor. Ella, que está vacía,
desea que el terapeuta no venga a interrumpir el trabajo de develamiento
de la falta fundamental, ni que se la fuerce a realizar un trabajo
demasiado rápido y alienante. Este trabajo psicoterapéutico es simultá-
neamente placer y dolor. Vacila entre el deseo de re-vivir sumergiéndose
en esta búsqueda, y el temor a morir si no la ayudo. Al día siguiente,
esto se traduce en un pasaje al acto sadomasoquista cuando viene a
golpear a mi puerta sin cita previa. No la, recibo. El lunes siguiente me
agrede reiteradamente, preguntándose si puede tener confianza en mí y
si no tengo un doble . . .
Pudo expresar todo esto porque está encolerizada. Pero nada se dijo
sobre su comportamiento, eludiendo la verbalización en favor del pasaje
al acto, hecho que será todavía más claro al día siguiente.
En efecto, ese día llega muy alegre, muy bien vestida, sus gestos son
precisos, y vivaces, habla con facilidad, cosa curiosa pues habitualmente
está sombría, inmóvil, lenta. Pero me doy cuenta de que ha debido
beber alcohol para poder venir. Me muestra la foto de su boda, del
brazo de su padre. Sin razón aparente, cuenta su relación con una
muchacha de su edad (15-17 años) con la que pensaba vivir cuando
fuera grande. Esta amiga sentía deseos homosexuales que ella favorecía:
baños en común, cama común, desnudeces... sin dejarse no obstante
acariciar nunca.
Al contar ese episodio se desviste y se sienta en el suelo cerca de mí
y posa su cabeza sobre mi rodilla. Luego, volviendo al diván, habla y
dice: "Soy muy chiquita y usted es enorme, enorme". Un llamado
telefónico me obliga por un momento a interrumpir la charla. Antes de
154
que vuelva a sentarme pone su mano sobre mi sexo. Le pregunto por
qué hace eso. Dice: "Hubiera querido tanto tener eso como un hom-
bre". Le respondo que ese gesto tal vez la haya asegurado de mi
integridad. Dice que es verdad, que tuvo mucho miedo al ver que me
había cortado el pelo muy corto. Ahora está totalmente sobria, pero se
da cuenta de que debió beber para tener el coraje de verificar que no me
había destruido también a mí. Responde: "¿Cómo lo supo? ¿Cómo lo
adivinó? ".
En esta sesión es posible reencontrar el cortocircuito.que ha mar-
cado su evolución, pasando de un estadio arcaico al estadio genital:
bisexualidad, castración, deseo. Pero inmediatamente la pulsión es actua-
da y el gesto reemplaza a la palabra. Falta la posibilidad de retener y
expulsar, propia del estadio anal, el que parece haber sido omitido en el
momento de su evolución, probablemente en ocasión del destete y luego
de la partida de la madre. Después de esta larga fase autística (12-19
años) se encontró sexualizada, sola junto a su padre inmenso y fuerte y
sin embargo lejano y sin autoridad.
No obstante, algo (¿la necesidad de beber?) parece indicar que
repite una actitud mucho más arcaica. Sólo más tarde llegará la confir-
mación.
En el transcurso de una sesión posterior, en el momento de una
caricia "como si", me explica que su deseo está en la cabeza, no en su
cuerpo. "A veces es a la inversa, y ese deseo es brutal. Pero si usted
aceptase complacer mi deseo, yo sería incapaz de asumirlo y lo dejaría
plantado . . . " .
En la misma perspectiva, me dice otra vez, luego de quince o veinte
minutos de silencio:
-Quisiera pegarle porque no se me acercó, quisiera que se acueste a
mi lado.
Yo - A q u í puede decirse todo, usted puede pedir, pero no todo
puede ser aceptado. Existen ciertos límites para poder realizar el trabajo.
Ella - Y o sabía que usted no aceptaría.
Yo —Sin duda necesita que se lo confirme.
Luego de un nuevo período de silencio, pregunta qué cosa podría
ser verdaderamente buena para ella. Le respondo:
- S i n duda un padre fuerte y poderoso y una madre dulce y
cariñosa, todo junto en el mismo personaje. Ese personaje (imposible en
lo real) usted lo encuentra aquí.
Ella -Todo es muy caótico en mi cabeza.
Yo - A q u í eso puede ser caótico, y podemos hablar de ello. Aquí
155
estamos en un encuadre muy particular donde usted puede decir direc-
tamente todo lo que siente. Afuera está la realidad.
Me pregunta si la recibiré mañana sábado y, al oír mi negativa,
expresa su satisfacción de saberme capaz de conservar los límites, dicien-
do con una gran sonrisa: " ¡Cómo sabe hacerse el malo! "
En otra oportunidad, nuevamente ebria, me pregunta si acepto
recibirla en ese estado. No llega a comprender por qué ha bebido. Habla
de su marido, de su madre en la actualidad (quien le ha aconsejado que
tenga un amante), se desviste y cuenta que su marido, a quien rechaza,
le ha pedido que sea complaciente.
Durante la noche se despertó súbitamente pensando que su marido
la había "tocado" y gritando "Papá". Pero - d i c e - era a usted a quien
yo quería llamar. Luego me pide que la acaricie. Hago "como si". Insiste
para que mi gesto sea más preciso diciendo:
- ¿Qué diferencia hay en que sea verdadero o no? Todo depende de
la significación que yo dé a su gesto . . . Sería una manera de probarme
que usted tiene un cuerpo y no solamente un espíritu.
- ¿Por eso se sintió obligada a beber?
—Sí, para poder decirle . . . lo tranquila que me siento .. . que usted
no acepte mi proposición . . . tengo miedo de los hombres .. . pero aquí
podría llegar a una conclusión . . . si no, nunca podré ser una mujer.
La entrevista termina; debe partir, pero me pide permiso para
esperar algunos momentos en la sala para recomponerse y poder volver
a su casa. Una hora y media después la encuentro semiacostada en el
suelo. La sacudo y la ayudo a irse. Dos horas más tarde me llama por
teléfono para decirme que lamenta su actitud y me suplica que hablemos
de esta sitaución en la próxima entrevista aunque ella no la mencione.
Esta difícil y larga sesión probablemente no responde más que a una
sostenida pregunta: "¿Quién soy? ". Su desnudez es ya, en sí misma, un
interrogante, vacilación al nivel sexual, y hubiese podido preguntarle si
quería mostrarme su cuerpo castrado o la confirmación de su feminei-
dad, pero el proceso de "histerificación" todavía parece muy frágil.
Las dos o tres sesiones siguientes permanecerá sentada y vestida. Las
entrevistas siguen siendo densas, difíciles; me exige a cada instante que
me refiera a su larga historia; pero el tema esencial es la ambigüedad
sexual:
—Tengo la apariencia de una m u j e r . . . y sin embargo hubiese
querido ser un hombre . .. Además, siempre me han dicho que yo era
un varón frustrado . .. Hablar de esto me pone muy mal.
Sigue toda una serie de sueños-ríos cuyo contenido evoca:
156.
—La pena por no ser ya un bebé (en una sesión anterior se había
puesto a llorar diciendo: "nunca más seré un bebé").
—El sexo como perseguidor. El sexo puede matar, pero no tenerlo
es un castigo mortal. Evoca su desfloración como una herida, pero
también de qué manera su sexo puede ser bueno o peligroso: en efecto,
en ocasión del nacimiento de su primera hija no puede ocuparse de ella
ni alimentarla por miedo de hacerle mal tocándola.
Es la época de Navidad, marcada por largos fines de semana. Y me
sorprendo de que pueda aprovechar esos días en que no concurre a mi
consultorio para visitar a su madre y agredirla, ya sea directamente o
enojándose con ella . . . A menudo, en este período, evoca mi solidez
tratando de comprobarla y comparándola a la de un muro: no un muro
sordo, sino protector y sobre el cual puede apoyarse.
En otra oportunidad, en relación con un llamado telefónico, durante
la entrevista dice: "Estoy segura de que la que llamó es su hija (yo no
había dicho una sola palabra durante el llamado). Estoy celosa de sus
hijos . . . Quisiera que usted fuera mis padres". De esta manera expresa
su deseo de confundir en una misma y única persona al padre y a la
madre, seno y pene. Hecho que vuelve a reaparecer en un largo y
complicado sueño donde yo soy tanto el padre como la madre y que
permite las asociaciones siguientes:
— ¿Usted es hombre o mujer? . . . y yo ¿qué soy? Si usted no me
desea es porque yo no tengo sexo.
-Quisiera jugar con usted . . . tocarlo . . . y ser tocada . .. acaricíe-
me.
Hago "como si".
—Es todo falso . .. Usted no reconoce que yo soy una mujer.
Detengo mi mano sobre su vientre, se tranquiliza y parece segura.
Lo que no impedirá que en la sesión siguiente se queje de estar vacía y
se pregunte en el momento de partir si yo . . . estoy completo. Todo
dicho en el vano de la puerta; la sesión siguiente no acepta volver a
hablar sobre el mismo tema.
Cuando vuelve está nuevamente ebria, se acuesta y se desviste
completamente. Me pide que la acaricie y yo hago "como si". Luego
dice:
- N o hay por qué darle tanta importancia a las cosas . . . No es nada
difícil.
— ¿Qué cosa?
-Saltar por la ventana .. . Júreme que no lo hará conmigo . . . Ayer
quería verlo porque tenía ganas de cortarme las venas.
157
Poco a poco se disipa el efecto del alcohol. Me reprocha por no
desearla, puesto que no reacciono frente a sus insinuaciones. Por lo
tanto no es una mujer, ya que no despierta mi deseo. Además:
-Desde los ocho o nueve años hasta mi primer embarazo, siempre
pensé que "eso" iba a crecer. Luego me tranquilicé pues el ginecólogo
no me decía nada. Por lo tanto yo era normal.
Se levanta bruscamente y acercándose pone su mano sobre mi sexo,
se viste inmediatamente diciendo:
—No soy más que un agujero, estoy vacía, debo morir.
Le respondo: "Puesto que usted no tiene pene, debe morir. También
el deseo sexual y su realización se le aparecen como el equivalente de la
muerte".
Sonríe y me dice cuando se va: "¿Cómo hizo para adivinar? Le
deseo que viva cien años".
Algunos días más tarde hablará de sus primeras masturbaciones
(hacia los tres años), sintiéndose culpable por la respuesta de la madre
("es repugnante"). Luego habla de su marido, que no la penetra sino
que "se sacude sobre ella" -dice—. Y progresivamente va angustiándose,
diciendo otra vez que ya no será nunca más un bebé, que su cuerpo está
muerto y podrido. Pone su mano sobre mi pecho y dice que quisiera
mamar, luego baja la mirada hacia mi sexo: "Seria allí... si me hubiera
atrevido. .. que hubiera podido hacerlo".
Utiliza su cuerpo de mujer adulta sexualizada como un instrumento
para obtener la leche del analista. Hombre-mujer, el analista sólo puede
darle el pene: el seno-pene.
El retorno al período del destete la vuelve agresiva; es tal vez esto lo
que explica sus negativas a irse, sus crisis de desesperación tanto en el
consultorio como en el teléfono, pero se tranquiliza por el contacto de
la piel. Sabe que yo no temo tocarla y que ese contacto sólo es posible
precisamente porque acepto las condiciones no habituales de este trabajo
psicoterapé utico.
(En la época de esta sesión, para evitar el incremento de su angustia,
había intentado, según la perspectiva de la relajación, inducir en ella el
calor y los límites de la piel. Me respondió: "¿Usted quiere dejarme?
(¿cortar el cordón? )".
Pero la ilusión se produce. La leche que el analista puede proporcio-
narle corresponde a sus posibilidades de escucha, de acompañamiento.
En consecuencia, el seno-pene flaccido sólo puede ser percibido como el
seno malo vacío. Pero es en ella donde está el vacío y la angustia.
Es lo que aparece claramente en la sesión siguiente. Se extiende en
158
el diván vestida y luego de diez minutos de silencio me pide que me
acueste junto a ella. Rehuso recordándole que la acepto tal como es.
Responde: "Es una lástima . . . Usted es demasiado honesto. Pensé que
hoy podría haberlo logrado".
Yo —Hemos hecho juntos un largo camino que permitió la aparición
de su carencia, de su dolor. El vacío está en usted, es el seno de su
madre que ella le quitó.
Permanece silenciosa durante largo tiempo, luego se pone a gritar
fuertemente, a arañarse, a tirarse de los pelos, a golpearse la cabeza
contra la pared. Todo esto dura cinco minutos largos. Pongo mi mano
sobre su espalda. Entre profundos sollozos dice algo que no puedo
entender. Voy a buscar una taza de leche y se la ofrezco. La bebe con
avidez pidiendo otra que también traga rápidamente sin tomar aliento.
Está tranquila, sus rasgos se han distendido, su rostro parece calmo
a pesar de sus cabellos en desorden y sus ojos enrojecidos. Pide esperar
unos minutos antes de irse. Después de un cuarto de hora se irá
tranquilizada diciendo: "Hace mucho tiempo que sé cuál era esa herida
que hay en mí, pues hace algunos meses tuve un sueño del que no me
atreví a hablarle: mi cabeza estaba posada sobre su sexo. Si le hubiese
hablado, quizás hubiera podido evitar esta dolorosa escena".
Le respondo: "Sin duda era necesario que usted hiciese este camino
para poder asumir el dolor de esta situación".
Será necesaria una dramática "sesión Maratón" para que se produzca
la elaboración y el abandono de la situación narcisista primaria. Ocurrirá
dos o tres días más tarde.
Ese día, un frío lunes de invierno, llega completamente ebria, a tal
punto que casi no puede tenerse en pie. Canturrea estribillos infantiles
mientras prepara su campo y se desviste. De vez en cuando se interrum-
pe para quejarse de su marido o de sus hijos. Se levanta varias veces con
náuseas, pero está tan borracha que no puede llegar al baño. Traigo una
palangana y vomita varias veces. Hace ya mucho tiempo que terminó su
sesión y el siguiente paciente espera desde hace rato, pero ella es incapaz
de moverse. La ayudo a acostarse en otra habitación esperando que se
recupere. De vez en cuando voy a verla, entre sesión y sesión. Sigue
borracha y dormita canturreando. Han pasado tres horas La ayudo a
6
vestirse pues sé que A . M . está por llegar y quiero ahorrarle esta
presencia al pudor de la Sra. Oggi.
6
A. M. es una joven terapeuta especialista en relajación que concurre a
159
En efecto, A. M. llega. La Sra. Oggi está un poco más lúcida. No
consiente en ser llevada a su casa pero pide que le lleven las llaves de su
departamento a sus hijos que esperan afuera. Durante ese tiempo acari-
cia el rostro de A . M . diciendo: " ¡ C ó m o se parece a usted! "y que nos
quiere a ambos. Luego, como insisto en que debe irse, se levanta a
medias y comienza a gritar arrancándose los cabellos; entre sus gritos
alcanzo a entender que nos insulta diciendo que somos "papá-y-mamá"
hipócritas. A . M . debe irse y se lleva las llaves, que entregará al esposo.
De vez en cuando voy a verla interrumpiendo mis entrevistas desplazadas
y abreviadas. Me pide que la acompañe, no a su casa, sino a un
prestigioso hotel de la ciudad. Rehuso, argumentando la responsabilidad
que tengo para con su medio familiar y diciéndole que la llevaré a su
casa después de mi última entrevista.
Durante ese tiempo su esposo me llama por teléfono para preguntar-
me si el retraso de su mujer se debe a ¡algún problema grave! Cuelga
tranquilizado.
La Sra. Oggi ya está sobria, pero agotada y avergonzada. Tiene frío:
A.M., que está de vuelta en el consultorio le presta un abrigo. Entonces
la Sra. Oggi se va bajo una fuerte y helada lluvia, negándose a ser
acompañada, sin esperar a hablar conmigo, pero provista de un doble
objeto transicional: el abrigo y un libro que ha tomado de mi biblioteca:
La vida por delante.
Son las ocho y media de la noche y a pesar de mi inquietud pienso
que la sesión ha terminado. Pero no es así, pues una hora más tarde, un
hombre golpea a mi puerta. Es el Sr. Oggi, a quien yo no conocía. Su
mujer no ha regresado todavía, hace frío, llueve, está poco abrigada, es
tarde, etc. Aparece muy diferente a como lo ha descrito su mujer:
tímido, muy discreto, ni siquiera intenta saber qué pasó esta tarde. Me
agradece que lo haya tranquilizado ( ! ) y decide volver a su casa para
esperarla.
También yo estoy muy intranquilo, aunque se haya ido sin hablar-
me. No obstante, hacia las diez, me habla por teléfono diciendo que está
en un hotel, bastante lejos de su casa, y que allí se encuentra bien.
Logro hacerle entender que es preferible que avise a su familia si no
desea volver a su casa. Me pregunta si a pesar de todo la recibiré
mañana; le respondo: "Tenemos cita todos los martes y por lo tanto la
espero mañana como estaba previsto" . ..
menudo al departamento, donde recibe a sus propios pacientes; pero si bien la Sra.
Oggi conoce su'presencia nunca tuvo la ocasión de conocerla.
160
Por fin la sesión ha terminado. Duró siete horas y cada hora fue
intensificada por la angustia y por el gasto de energía necesario para
desbloquear la situación.
Al día siguiente no dejo de captar su culpabilidad. Me dice que debí
encontrarla odiosa, que seguramente me negaré a seguir nuestro trabajo,
etc. Le contesto que me será mucho más fácil ayudarla si no complica
las cosas emborrachándose (no lo hará nunca más) y pegándose a mí de
esa manera, que mi capacidad de ser bueno tiene también ciertos límites.
Esa culpabilidad es generada por m í , y de esa manera le permite
fortalecer su sentido de lo real.
Cuenta que en la pieza del hotel (adonde su marido fue a buscarla,
pues le avisó) se encontraba muy bien, muy relajada. Se había mirado en
un espejo y se había reconocido.
A pesar de todo el azar existe, pues en ese instante (en la realidad)
¡un cuadro se desprende de la pared de mi consultorio y se cae!
Ella dice: —¿Por qué siempre debo hacerme mal? Ese cuadro
hubiera debido caer sobre mi cabeza . . . Si algún día me voy de mi casa,
no volveré nunca. No haré como mi madre. Usted es un hipócrita,
puesto que acepta que nos toquemos y enseguida me rechaza.
Le contesto: -Trabajando juntos hemos podido determinar la
causa de su carencia. Ahora usted está en condiciones de hacer el duelo.
Sabe también que yo no puedo darle la leche del seno materno, pero
que no la abandono. Le doy un equivalente: es decir la posibilidad de
reconocer la carencia, de elaborarla y repararla: ése es mi seno.
Entonces dice, como ante una evidencia y sin tristeza, que ya no
tendrá necesidad de tocarme. Que ahora se está convirtiendo en una
mujer, pero que sólo, aquí le es posible serlo. Explica también que fue la
mirada de A . M . la que le dio mucho miedo y la llevó a irse sin
esperarme: —Me sentí como una niñita, a pesar de mi cuerpo de mujer.
Me hubiera gustado acostarme entre ustedes dos, me hubiera tranquili-
zado.
Le contesto: —Al principio usted nos confundió, pero luego pudo
hacer el clivaje entre la buena y la mala madre y colocarse así fuera de
la unidad biológica que usted formaba con su madre hasta el momento
del destete. Pero aquí la fantasía tiene todos los derechos y puede
desarrollarse, pues usted sabe que siempre me encontrará, que no tiene
necesidad de esperarme detrás de la puerta. - S e va tranquilizada.
A la mañana siguiente nos hace llegar una gran canasta de flores con
palabras de agradecimiento.
Cuando llega por la tarde, su aspecto es muy digno, está un poco
161
emocionada, arregla su "espacio psicoanalítico", permanece vestida.
Dice: "Tengo la impresión de poder hacer ¡ufff! , de haber dado un
paso. Antes sentía que era dos: una pequeña parte de mí me decía que
la otra parte, enorme, estaba completamente loca, invadida".
Ella — ¿Todos los psicoterapeutas son tan pacientes como usted?
Yo —No lo sé. Pienso que eso ha sido posible aquí porque usted ha
reconocido que puede ser escuchada y que la emoción puede ser com-
partida.
Ella —Entonces no es un regalo (¿una flor? ) que usted me hace . ..
Tanto mejor.
Debe partir, pues la entrevista ha terminado. Ha tomado una bufan-
da mía que —dice— quiere conservar algunos días. Por supuesto, acepto
que lleve con ella ese objeto transicional (el abrigo que le había prestado
A . M . fue devuelto dos días más tarde junto con el libro).
De esta forma, la Sra. Oggi ha podido realizar el clivaje de la imagen
de la buena y de la mala madre, materializada en el rechazo del objeto
transicional relativo (el abrigo de A.M.) y la constitución del objeto
transicional natural (mi bufanda). De esta forma ¿no pasa de la imagen
parcial de la madre a la imagen total?
III. E L Y O R E C O B R A D O
162
otra parte, no sé nada de su vida privada, yo no lo conozco . . . Ya no
tengo deseos de que sea mi madre.
—Yó la acepto como es, acépteme con las incertidumbres de mi vida
privada.
Agrega —Hay por lo menos una cosa que ya no deseo, ¡desvestirme
ante usted!
Expresa así la posibilidad en que se encuentra de cicatrizar parcial-
mente la herida narcisista primaria, la falta fundamental, y abordar una
relación de tipo edípico.
Sus preguntas sobre mi vida privada quizá tengan la función de decir
que ahora le corresponde a ella "vivir" y "decir" . . . Ahora puede, luego
de haberlo depositado en el transcurso de este trabajo, retomar su yo
fortalecido por el depósito que hizo en mí, que le ha servido de
yo-reemplazo.
Hay también una advertencia: déjeme crecer, déjeme abordar esta
fase edípica puesta hasta ahora entre paréntesis, no insista demasiado.
Cuando tarda en irse me pide que la eche; esto se puede relacionar
con ese vestido de su madre que guardaba y que las religiosas han tirado
por la ventana. Ahora que crezco, ¿no irá a arrojarme también a mí?
(Es de señalar que en esta oportunidad fue ella quien rechazó el objeto
transicional de la madre mala).
Las entrevistas siguientes todavía versarán esencialmente sobre el
período de su adolescencia en que, cerca de los doce años, se sumió en
el mutismo'.
Su hermana mayor tenía con ella una buena relación. En cierta
manera aliviaba su carencia afectiva, aunque sus observaciones siempre
habían sido en tono de burla. Pero esta hermana, con motivo de una
decepción sentimental, se sumió en una grave depresión y se cortó las
venas. A partir de este hecho, cambió, volviéndose triste y simulando a
veces que estaba muerta. La Sra. Oggi ya no pudo apoyarse en ella y se
refugió en el mutismo, tanto más cuanto que, llevándose mal con su
abuela, no podía contar con su padre para restablecer una situación
afectiva satisfactoria. Dice que en esa época su hermana "la abandonó".
A menudo me pregunta si yo también voy a abandonarla ahora.
Habla cada vez más a menudo de su marido y de su deseo de
divorciarse. Se ha casado - d i c e - porque él era muy amable con ella.
Pensaba tener una familia, por eso tuvo hijos. Sin embargo, ese marido
que ella describe como un tirano, ha sido en su vida un sustituto
materno. Ha sido también el único elemento representante de la realidad
en tanto sólo accedía parcialmente a sus deseos. Poseyendo un papel
163
muy directivo, la colocaba sin embargo fuera del alcance de lo real,
siendo él mismo la realidad.
Ahora que ella puede "defusionarse" de esa madre fantasmática, el
marido se le aparece como un apoyo que ya no necesita.
En otra oportunidad, relata el miedo que sintió la noche precedente.
Le pareció que había sido aferrada por la garganta y había gritado hasta
despertar a toda la familia. "Pero —dice— las cosas han cambiado: antes
el miedo estaba allí y yo lo esperaba sin moverme ni gritar, con una loca
angustia. Ahora grité, me defendí. Ese grito, tuve la impresión que venía
del fondo de mi vientre".
—Hace ocho días tuve un sueño: estaba con mi hermana y veíamos
algunos fetos en diversos estadios de maduración. El más evolucionado
tiene los ojos desorbitados. Le digo a mi hermana: está aterrorizado,
sería mejor que no naciese.
Permanece silenciosa algunos momentos; luego, en un impresionante
resumen, me pregunta si es posible que durante el nacimiento se pueda
tener miedo de volverse loco, y agrega: "Tengo la convicción de que
acabo de reencontrar ese terror". Un poco más tarde: "Me siento un
poco menos imbécil. Por momentos tengo la impresión de que vale la
pena ocuparme de m í " .
A continuación sigue una larga fase en la que habla de todo y de
nada, de su esposo, de su deseo de abandonarlo, etc. A menudo tengo la
impresión de que maneja los personajes de una tríada, su rr.adre, su
esposo y yo, que no alcanzo a comprender. No hay comunicación.
Sin embargo percibo lo inadecuado de mi actitud, pues sin duda la
Sra. Oggi está reviviendo en la transferencia la fase de maduración
infantil frustrada y no puede emitir las señales que me permitirían
encontrar mi lugar. Por el contrario, es evidente que gracias al trabajo
realizado hasta el momento, puede sentir en ella un yo lo bastante
fuerte para poder sumirse en la regresión durante las sesiones sin riesgo
alguno.
Durante varias semanas algo ocurre cuyo sentido no es manifiesto.
Las sesiones están llenas de provocaciones, de tentativas de efracción de
mi vida privada, de dificultades para irse (prolongando a veces las
sesiones de treinta a cuarenta minutos).
También evoca recuerdos de su infancia, de cuando se sentía perse-
guida por sus padres y, en especial, por su madre. Me reprocha no ser
amable. Me atormenta con frecuentes llamados telefónicos, etcétera.
Una tarde, cuando está por irse, le señáo lo penoso que me resulta
la forma en que me molesta durante la noche; le digo que estoy
164
cansado, que tengo la plena seguridad de que lo adquirido hasta el
momento es sólido y que está en condiciones de movilizar sus recursos
para pasar sus noches y sus fines de semana sin llamarme.
EPILOGO (provisional)
Algunos meses más tarde, ciertos hechos, tanto del orden de lo real
como del fantasmático, deben ser señalados. Aparecen como una conti-
nuidad "lógica" de ese trabajo anterior.
La Sra. Oggi se ha inscrito en la universidad para seguir cursos de
formación para adultos. Asiste regularmente.
Es importante relatar una sesión que se sitúa en la misma línea de
lo que se ha hecho hasta aquí y que permite comprender la formación
de su yo.
165
En dicha sesión, la paciente dice que ahora ya no tiene angustias de
dispersión, de evisceraciones, que se siente vacía. Quizá porque la ener-
gía que ha empleado para luchar contra esas angustias todavía no ha
sido reutilizada. Asocia respecto de su sorpresa al ver el pene de su
sobrino (un año) entrar en erección cuando ella lo acaricia.
Luego habla de su propio trabajo en la universidad; éste le ha
permitido verificar que no es la única en tener dificultades de adapta-
ción, que incluso uno de sus profesores participa de una terapia grupal.
Al final de la sesión, de pie y acercándose a mi biblioteca, su mirada
se detiene sobre uno de los libros: El amor primario, de Balint. Me
pregunta qué quiere decir.
Como está a punto de irse, le contesto en lo real sugiriéndole se
informe por sí misma en la biblioteca de la facultad. Me contesta:
"Tengo la convicción de que sé lo que es".
Se produce un silencio que parece largo, y siempre de pie con su
cartera en la mano, su tapado sobre los hombros, se pone a gritar de una
manera inquietante, luego a aullar como si sintiese un gran dolor. La
corto secamente diciéndole que debe calmarse pues está a punto de irse.
Retoma aliento y puede decir: " ¡Pensé que era su sexo dentro de mí.
Pero no es eso lo que yo quiero ni siento. Era como un largo tubo que
ascendía desde el interior de mi vientre y que usted me arrancaba
aquí! " (¡muestra su ombligo! ).
- ¿El cordón umbilical que le arranco de adentro?
Se calma rápidamente, me dice que "me quiere mucho" y se va
muy ágil y aliviada.
¿Qué es lo que ha ocurrido en el final de esta sesión, cargada de
afectos, aunque poco verbalizados?
Es preciso vincularlo con lo que ella decía al comienzo sobre el
vacío que sentía dentro de ella. Este vacío ya no tiene la tonalidad
peyorativa y desesperada del comienzo del análisis, sino más bien una
tonalidad interrogativa. Su energía liberada de la lucha contra la angustia
es asimilada al "cordón umbilical-pene". ¿Qué puede reemplazarlo".
La constatación del sexo erecto de su sobrino es la sorpresa por su
potencia en el placer de funcionar; pero si bien esta potencia es cada vez
mayor todavía sigue siendo exterior.
Es necesario que se haya producido un deslizamiento de la envoltura
exterior hacia lo interno para comprender el lugar ocupado por el
cordón umbilical. Lo interno sólo ha podido cobrar vida a partir de lo
externo (del yo-piel exterior, según Didier Anzieu).
Sin duda esto ha sido posible gracias al tacto del psicoanalista, cuyo
166
cuerpo sirve de referencia permitiendo el deslizamiento limitado, "afir-
mado" por su solidez.
El cuerpo del analista es un cuerpo-reemplazo que permite a la Sra.
Oggi encontrar su propio límite, evitando el vértigo de que lo externo
resbale hacia lo interno, volviendo a dar así su propia existencia a lo
interior.
Le faltaba un apoyo sólido para re-construirse: el cuerpo del analista
le ha servido como tal.
Además, volverá a la sesión siguiente cargada con un pesado paquete
del que extraerá una piedra lisa, marrón y blanca, con una forma un
tanto extraña: gruesa en lo alto, delgada en el medio y ancha en la base.
Me pide que la guarde en depósito. Es una piedra que posee desde la
infancia y que siempre ha llevado consigo en todas sus mudanzas.
Le digo: "Parece un sexo erecto". Pero ella me contesta:
- S í , puede ser, pero también tiene la forma de un seno, duro y
sólido, pero dulce y sin asperezas. A menudo he acariciado esta piedra.
Por el momento no la necesito. Se la pediré más adelante . .. cuando
todo haya terminado.
Esta "primera piedra" está actualmente colocada sobre mi biblio-
teca: en cada sesión la Sra. Oggi la mira.
167
L A A C C I O N D E L ANALISIS T R A N S I C I O N A L
EN PSICOANALISIS INDIVIDUAL
DIDIER ANZIEU
1
Ese fue al menos el año en que redactó y distribuyó entre algunos psicoana-
listas, psicólogos sociales y sociólogos un documento mimeografiado para uso
interno. (1976c)
169
aparato psíquico grupal. Cuando tuve oportunidad de conocer estas ideas
pasé por un período de resistencia epistemológica y de vacilación con-
ceptual: me sentía molesto por la confusión que producían los dos
sentidos posibles del adjetivo "transicional". Por un lado, el término
evocaba la instauración "transitoria" de un lugar y de un tiempo de
"transición" para adolescentes o adultos que enfrentaban cambios socio-
profesionales o socioculturales, y por el otro, remitía a la hipótesis
enunciada por Winnicott de la existencia de un "área transicional" entre
la realidad interna y la externa - á r e a simultáneamente dispuesta por la
madre y creada por el bebé como condición de su acceso a la simboli-
zación y a la experiencia cultural—. Pero, luego de varias discusiones con
Rene Kaes y por razones complementarias y diferentes a las suyas, acabé
por adoptar su expresión. De hecho, esta expresión se adapta convenien-
temente a las modificaciones técnicas del análisis individual cuya utilidad
o necesidad me fue revelada por el, tratamiento de ciertos tipos de
pacientes con una patología caracterial o narcisista predominante, modi-
ficaciones que también encontraron respaldo en la lectura de Balint,
Bion, Kohut, Winnicott y, mucho más cercano a nosotros en Francia, de
los textos de Bergeret. El fundamento de estas modificaciones fue
confirmado por mi práctica de los reanálisis: un primer análisis, conduci-
do clásicamente por un colega o por mí mismo podía aclarar los proble-
mas neuróticos y "edípicos" del paciente sin llegar a curarlo de sus
inhibiciones, de su vacío interno, de su malestar, y la nueva experiencia
psicoanalítica que requería de mí revelaba las perturbaciones de la
continuidad y los límites del sí-mismo, de la localización de las pulsiones
en el espacio psíquico, una dist -rsión del funcionamiento psíquico bajo
la jurisdicción del yo ideal y un subdesarrollo del preconsciente que
producía una carencia en su función mediadora entre el inconsciente y
la conciencia. Ciertas patologías psíquicas de este tipo se manifestaban
susceptibles de mejoría siempre que la situación analítica pudiera organi-
zarse de manera tal que permitiera: a) el restablecimiento en el paciente
de un área de ilusión, en el sentido que Winnicott otorga a este término;
2
b) el análisis, en la transferencia, del tipo de invasión destructora de
esta ilusión y por lo tanto responsable de las fallas del sí-mismo, de las
2
Una de las tareas del análisis transicional será, en las publicaciones posterio-
res, identificar los principales tipos de intrusión (por ejemplo, la conminación
paradójica, la descalificación, la fascinación, la penetración del pensamiento, la
discordancia brusca ...), así como describir su mecanismo central, su origen, sus
efectos y su acción curativa.
170
súbitas detenciones de ciertas funciones del yo y de la fragilidad del
equilibrio psicosomático del sujeto. Las experiencias que Rene Kaes y yo
mismo hemos desarrollado juntamente o con otros colegas sobre forma-
ción-intervención en el personal de instituciones educativas o curativas,
aportan una confirmación de este principio fundamental: la instauración
de un área potencial es tan necesaria para la evolución de un grupo, de
un organismo social o de una cultura como para un bebé o un adulto
expuesto a la herida y a la hemorragia narcisistas y marcado por la
inhibición de ciertas funciones del yo y por una dependencia anaclítica
del objeto. Esta área de ilusión es transicional en tanto asegure la
transición hacia un cambio que no sea catastrófico. Pero es y debe ser
transitoria pues si no se perpetúa, se fija y se reactualiza como ilusión
grupal en las colectividades, y en el análisis individual interminable
puede convertirse en reacción terapéutica negativa. Esta área transicional
fue presentida por Groddeck, quien se ocupaba de crear un espacio
materno entre el enfermo somático y su médico.
De esta forma, el análisis transicional ya no se me presentó como
una simple transposición o extensión de la intuición de Winnicott a la
situación grupal, o a la formación de adultos o a la intervención de tipo
psicoanalítico en las organizaciones sociales. Es aplicable, en primer
lugar, en la cura psicoanalítica individual, en la que se origina y a la que
continúa proporcionando un campo privilegiado para su comprobación
teórica, su fecundidad clínica y sus consecuencias técnicas. Como lo ha
demostrado R . Gori en su obra Le corps et le signe dans Vacíe de parole
(1978), la situación potencialmente transicional entre la realidad psíqui-
ca interna y la realidad extema es la misma en la que se apoya el acto
de habla para extraer su poder estructurante, bajo la expresa condición
de que el sujeto hablante dé un sentido a lo que sólo era cuerpo y
cuerpo a lo que sólo era signo. Desde este punto de vista, el análisis
transicional permite el renacimiento de una palabra significante que sepa
emerger del cuerpo en el que toma raíces. En psicoanálisis individual, el
análisis transicional consiste en cierta disposición particular del encuadre
psicoanalítico, de sus variables temporales y espaciales, de ciertas reglas
que lo constituyen, de actitudes internas del psicoanalista, de la estrategia
de sus intervenciones y de las referencias teóricas que las garantizan.
Estas disposiciones son necesarias en dos casos: a) como etapa previa
—por ejemplo en los estados llamados límites, en ciertas depresiones
narcisistas o frente a regresiones globales o parciales con sintom ato logia
psicosomática que sobrevienen en organizaciones psíquicas evoluciona-
das- hasta que el paciente esté capacitado para comprometerse en un
171
trabajo y en un contrato psicoanalíticos "clásicos"; b) en el transcurso
de un tratamiento "clásico", cuando el paciente debe abordar una
ruptura importante producida en su infancia y siente el remor de revivirla
como un derrumbamiento: R. Kaes inicia su Introduction á l'analyse
transitionnelle (1979) evocando precisamente "aquello que surge cuando
2,
tenemos que vivir y elaborar una experiencia de ruptura en la continui-
dad de las cosas, de sí mismo, de las relaciones con nuestro entorno".
El primer caso corresponde al de la Sra. Oggi, cuyo tratamiento es
relatado en esta misma obra por Raymond Kaspi. El. hecho relevante que
resalta en su anamnesis es una ruptura real, precoz y grave: entre los dos
y tres años la niñita fue abandonada por la madre, quien se fue a vivir
aparte, habiendo sido educada por su hermana mayor, su padre y su
abuela materna. Pero las considerables dificultades que puntuaron este
tratamiento pusieron de manifiesto otras dos dimensiones del mismo que
fueron actuadas en forma repetitiva por la paciente en la transferencia
antes de poder ser elaboradas progresivamente junto al analista. Por una
parte, el abandono materno hizo revivir en la niña, otorgándole un
carácter irreparable, carencias anteriores en los primeros cuidados de la
madre y en la catexia libidinal y narcisista que ésta efectuó sobre su
hija. Por la otra, durante la adolescencia, la actitud superyoica, falta de
comprensión y distante de la abuela repetirá las frustraciones primitivas
infligidas por una madre indiferente permitiendo el resurgimiento del
traumatismo de su desaparición, ocasionando un grave y permanente
estado de retraimiento esquizoide. El tratamiento se reveló particular-
mente difícil porque en el primer período estos tres niveles siempre
aparecieron mezclados y porque se expresaron en múltiples e intensas
actuaciones, tanto más indescifrables cuanto que el analista fue constan-
temente provocado en su contratransferencia; también porque el primero
de esos niveles (concerniente a la incapacidad de la madre para satisfacer
las necesidades del yo naciente de su niñita y a su predominio sobre la
unidad y la continuidad del sí-mismo de la hija) remitía a un estado de
débil diferenciación del aparato psíquico naciente y al período preverbal
de la primera infancia, situándose en una zona asimbolizada del funcio-
namiento interno. El análisis transicional permitió a la Sra. Oggi:
1) Reproducir en el tratamiento, mediante un proceso intermediario
entre la psicosis de transferencia y la neurosis de transferencia, estas
3
La bastardilla es mía, aunque al destacar el término no hago sino coincidir
con R. Kaes.
172
carencias, estos desbordamientos, estas no-simbolizaciones, y hacérselas
aceptar - n o sin dolor- totalmente a su analista.
2) Regresar hacia experiencias más arcaicas todavía, hasta las buenas
experiencias de contacto piel a piel con su madre (pues ésta no había
sido negligente en los cuidados físicos) y descubrir simultáneamente su
desesperación por la pérdida del querpo cálido de su madre y la certeza
básica que ese contacto le había dado, certeza a partir de la cual pudo
progresar en el tratamiento, reconstruir su yo y diferenciar aún más la
organización interna de su tópica subjetiva.
En el primer caso, el análisis transicional prepara al paciente para el
psicoanálisis propiamente dicho, así como el área transicional otorga
4
confianza al yo y asegura la continuidad del sí-mismo del pequeño para
abordar el mundo exterior como una realidad distinta, comprensible y
relativamente dominable sin recurrir constantemente a la ayuda de su
madre y de su medio familiar y sin el pánico desorganizador de un
abandono demasiado precoz o brusco de parte de éstos. Los pacientes
cuyo tratamiento necesita de estas disposiciones, no han experimentado
suficientemente en su infancia lo positivo del área potencial porque su
entorno materno y familiar no ha sido lo bastante bueno (propongo
decir que han vivido una experiencia "negativa" del área transicional),
porque la continuidad de su sí-mismo es frágil y está pronta a romperse
en razón de las huellas dejadas por las invasiones prematuras, incoheren-
tes o acumulativas de su medio ambiente primitivo (viven estas interrup-
ciones de su propia continuidad como una amenaza catastrófica de
aniquilamiento) y porque ciertas funciones de su yo (las funciones de
percepción y de conciencia y el trabajo del pensamiento verbal) fracasan
ante una cierta cantidad o cierta calidad de las dificultades encontradas
en la existencia. De esta forma, la fase prepsicoanalítica del tratamiento
de la Sra. Oggi está signada por la discontinuidad en el ritmo, la
regularidad y la duración de las entrevistas.
En el segundo caso, el psicoanálisis se realiza de común acuerdo
entre el psicoanalista y el psicoanalizado, suspendido al mismo tiempo
en su forma clásica y continuado como análisis transicional (es indispen-
sable que el paciente experimente un sentimiento de continuidad en el
cambio y sepa que se trata de una etapa transitoria cuya duración por
otra parte puede ser muy variable). Por ejemplo, las circunstancias que
4
Los estados psbóticos afectan el sentimiento de identidad del sí-mismo; los
déficit narcisistas se relacionan con las perturbaciones de la continuidad del
sí-mismo.
173
convocan estas modificaciones pueden ser: la descompensación del pa-
ciente (generalmente por interrupciones en el tratamiento debidas a las
vacaciones o incluso a los fines de semana), descompensación que puede
tomar forma psicosomática; una experiencia de despersonalización; ten-
tativas de actuación en la vida privada de naturaleza persecutoria o
suicida o en el sentido de un retraimiento de la realidad. Estas reaccio-
nes del paciente constituyen maniobras para desviar el trabajo psicoanalí-
tico cuando éste se aproxima a la falta fundamental. Se producen
cuando el sistema protector contra las excitaciones presenta graves
desgarramientos, cuando la diferenciación de lo propio y lo ajeno y la
del yo corporal y el yo psíquico se hacen ambiguas y se convierten en
fuentes de errores perjudiciales para la existencia, cuando la pulsión se
difunde por todo el cuerpo e invade el sí-mismo sin que su descarga
otorgue placer y sin siquiera una resolución de la tensión, cuando
aquello que he designado como la inquietante familiaridad (D. Anzieu,
1978) y en otra oportunidad (D. Anzieu, 1975a) como transferencia
paradójica, constituye un verdadero gravamen sobre el proceso psicoana-
lítico y bloquea la posibilidad de la interpretación, cuando es evidente
que un núcleo con fuerte carga emocional ha sido rechazado por el
sujeto hacia la periferia o hacia el exterior de su corteza psíquica, donde
se ha enquistado (sin ser reprimido) y donde continúa operando incons-
cientemente bajo forma proyectiva dejando en su lugar un vacío angus-
tiante y desestructurante que ocupa el espacio interior perturbado y sin
carga. En el caso de la Sra. Oggi ese núcleo proyectivo doblemente
inconsciente por su excentricidad y su asimbolismo se manifestará lleno
del "fantasma" de la madre, cuyo retorno no ha dejado de ser objeto de
una espera irrefrenablemente actuada y siempre profundamente malo-
grada.
174
relaciones con el medio, un yo-piel, una envoltura psíquica y un aparato
apto para pensar los contenidos psíquicos.
De hecho, se imponen varias observaciones previas. El método de la
asociación Ubre de ideas que los pacientes adolescentes o adultos deben
expresar bajo forma verbal es válido para un tratamiento psicoanalítico
clásico, el de la psiconeurosis. Melanie Klein ha descubierto que el juego
con el material puesto a disposición del interesado o aportado por éste,
permitía el psicoanálisis de los niños. La dificultad del análisis transicio-
nal consiste en que los tipos de pacientes a los que se aplica no
solamente ya no son niños sino que ni siquiera saben jugar, por lo menos
a juegos simbólicos (su falta total de humor así lo testimonia) sino que,
además, en razón del débil desarrollo de su preconsciente, de Tos repeti-
dos ataques de su envidia destructora desviada del objeto hacia su propio
pensamiento verbal, en razón de la precocidad de las invasiones sufridas
por el sí-mismo antes de la adquisición de la palabra, no pueden verba-
lizar las carencias del entorno primitivo (carencias que pueden ser por
exceso o por falta, o incluso por una brusca alternancia de ambos),
puesto que en ese momento no poseían un aparato intelectual suficiente-
mente organizado o ejercitado para identificar una carencia o para
atribuir la causa a un medio externó a ellos mismos. En la imposibilidad
de poder significar la carencia, hecho que luego les permitiría articularla
a su causa (uno de los objetivos del análisis transicional es obtener la
posibilidad de realizar esta articulación), expresan sus efectos. Despliegan
en el espacio-tiempo de la sesión las huellas dejadas sobre su funciona-
miento psíquico por esta carencia y revelan las fallas y las distorsiones
de su tópica subjetiva. Su cuerpo, su cuerpo sensorial, postural y motor
(con sus marcas reales, aumentadas u ocultadas bajo deformaciones
fantasmáticas) es el que proporciona el material de la sesión. Sobre él y
a través de él, muestran esas marcas, esas fallas, las hacen ver, tocar, oler
(por los olores que introducen en la pieza), escuchar (por la fuerza de su
voz o por su débil sonoridad, por sus entonaciones roncas o agudas, por
las vibraciones del ritmo, por el flujo adormecido del discurso o por su
reflujo, por los momentos de bruscas rupturas del sonido), respirar (por
5
su respiración forzada, sus ahogos, sus apneas y disneas) y en un juego
5
Otra de las tareas del análisis transicional es la de desentrañar la o las
especificidades psíquicas inconscientes de cada órgano sensorial y de cada categoría
de sensaciones. Sería útil comenzar con el estudio clínico de los pares de opuestos
primitivos que intervienen en la constitución del aparato pensante: caliente-frío,
175
fundado sobre la reciprocidad, buscan necesaria y vitalmente, ver, tocar,
sentir, escuchar, respirar al analista con el fin de verificar que aquello de
lo que carecen no le falta y reencontrar sobre él sus mismas marcas. Si
se los acompaña con el pensamiento y la palabra hasta el último término
al que apunta su regresión, demandan, por medio de actos, gestos y no
solamente en el nivel de las palabras, ser gustados y gustar, mamar y ser
mamados, sostenidos, llevados, calentados, acunados, e incluso más ade-
lante, demandan ser reintegrados a la cálida seguridad, liviana, envolvente
y reguladora del huevo-seno primordial, a partir del cual pueden comen-
zar a renacer nuevamente.
Así tenemos la insistencia de la Sra. Oggi en querer tocar el cuerpo
de su psicoterapeuta y en desnudar el suyo reclamando no sólo que
fuera visto sino tocado por él. En el plano manifiesto, esta demanda es
una solicitación y una seducción sexual intensificada:
1) por el estado de privación de la Sra. Oggi, que no quiere
mantener relaciones con su marido, que no conoce otros hombres, y que
catectiza a su psicoterapeuta con una doble transferencia libidinal y
narcisista masiva;
2) por la necesidad de compensar sus fracasos adolescentes en
retener a su padre y desviarlo de sus encuentros con las supuestas
amantes, fracasos que el padre le significaba bajo la forma de reacciones
y sujeciones brutales (la llevaba por la fuerza a la casa cuando ella
quería seguirlo y la encerraba con llave en su cuarto); estas reacciones
contrastaban con la conducta habitual de! padre, quien, a diferencia de
la abuela, mantenía un diálogo abierto con su hija y a quien ella podía
hablar.
176
La transferencia se revela compleja pues coloca al analista simultá-
neamente en el lugar de un padre a quien la Sra. Oggi pueda hablar
—pero al que se le exige que no tenga otras relaciones femeninas— y en
el de una madre con la cual pueda reencontrar el calor, el contacto
físico —para lo cual es necesario que establezca una piel común con el
analista.
El psicoanalista no puede prohibir a la Sra. Oggi que se desvista
(una prohibición de este tipo la ponía en un estado tal de agitación y
de angustia catastrófica que podía provocar una descompensación) ni
permanecer indiferente frente a esta joven mujer, de hermoso cuerpo,
cubierta con una ropa interior refinada, atrayente y ofrecida de esa
manera. Se siente atrapado por su deseo hacia ella y esto provoca su
desesperación. Fueron momentos difíciles que pudo superar hablándome
y operando una reflexión sobre sí mismo: pudo vincular su situación
con la Sra. Oggi con otras situaciones que había podido aclarar en su
psicoanálisis personal en las que también se había sentido físicamente
turbado y psíquicamente desesperado.
Desde ese momento dejó de sentirse emocionado carnalmente cuan-
do la Sra. Oggj se le ofrecía; podía continuar funcionando como psicoa-
nalista en esa circunstancia y toleró que la paciente realizase sus sesiones
vestida como quisiese, así como ella toleraba que él se atuviese a sus
relaciones verbales con ella. Fue muy importante para la Sra. Oggi sentir
que tenía el poder de turbar al hombre a través del psicoanalista —que
era capaz por lo tanto de interesar y retener a alguien— y al mismo
tiempo escuchar a éste último decirle que no estaba allí para procurarle
satisfacciones sexuales y que era necesario para el progreso del trata-
miento abstenerse y que ambos tenían como tarea buscar lo que signifi-
caba esta compulsión a mostrarse tan crudamente deseante y deseable.
Se hizo evidente que la provocación sexual de parte de la Sra. Oggi
era una manera consciente de conseguir un compañero del que esperaba
inconscientemente la satisfacción de las necesidades del yo que habían
sido insuficientemente provistas por la carencia de los cuidados y las
catexias maternas. Además y en ese mismo nivel, el psicoanalista podía
responder mediante sus observaciones favoreciendo el desarrollo de las
funciones de' percepción, rememoración, juicio, comunicación y, más
genéricamente, el establecimiento de lazos a través del pensamiento. Pero
el yo psíquico de la Sra. Oggi no estaba bien diferenciado del yo
corporal. Perder a su madre había sido perder a su yo naciente. Tocar la
piel del otro y ser tocada por el otro seguía siendo para ella una
necesidad constante para sentirse segura de su ser. Era restablecer el
177
primer intercambio significante entre el cuerpo del niño y el cuerpo de [
la madre, intercambio que se había visto perjudicado por el abandono de |
ésta; era también volver a juntarse con su madre desaparecida. El \
psicoanalista no solamente pudo, mediante interpretaciones apropiadas, i
certificar este hecho, sino que le proporcionó la posibilidad de encontrar
en el intercambio de palabras verdaderas con ella, una equivalencia j
simbólica de los contactos corporales primigenios. Raymond Kaspi debió í
permitir que el intercambio verbal a distancia se apoyase sobre gestos j
corporales intermediarios a la vez desexualizados y simbólicos: la Sra. j
Oggi aceptaba irse al final de la sesión si podía apoyar un momento su |
cabeza en el hombro de su psicoanalista: signo de confianza, marca que í
garantizaba su seguridad en el intervalo de las sesiones, materialización \
de la relación de objeto anaclítica constitutiva de un nivel más estructu- t
rado de su yo, confirmación de que todo aquello que es psíquico se [
apoya sobre lo orgánico: la parte alta, de ese cuerpo se apoya sobre lo
alto del cuerpo del otro; por lo tanto, su actividad de pensamiento
podrá sostenerse por autoapoyo sobre su propio cuerpo.
A estas demandas expresadas no en un lenguaje que utiliza funda-
mentalmente un sistema de significantes sino mediante signos, es decir, [
mediante pedazos de cuerpo mezclados a pedazos de código, el psicoana- ¡
lista que practica el análisis transicional no responde por gestos reales ni [
por una actitud maternal que aliviaría momentáneamente al paciente [
pero que en el fondo no resolvería nada, ni tampoco por un silencio que J
supuestamente se limitaría a esperar asociaciones libres de hecho impo- ¡
sables o inexistentes puesto que se trata de un material todavía no j
simbolizado por el paciente, ni por interpretaciones como aquellas que ¡
descolocan la organización fantasmática o la relación de objeto subya- i
cente en un síntoma neurótico, interpretaciones inadecuadas en este j
caso, sino que responde (su mutismo repetiría la indiferencia o el j
rechazo de una madre o de un entorno primitivo más inclinado a
protegerse narcisísticamente del niño o a reflejarse en él que a catectizar- j
lo libidinalmente) y responde como psicoanalista. Esto quiere decir dos i
cosas. Por un lado, responde mediante la aceptación neutra y abierta del !
material que le es propuesto en la transferencia (debe aceptar la natura- \
leza de ese material no en relación con las fantasías o los síntomas, sino
en relación con las carencias, los excesos o las discordancias de estimula- ¡
ción de una necesidad determinada del cuerpo o del yo y debe aceptar
la forma, sensorial, posiural o motriz bajo la cual se le presenta este
material). Por otra parte, responde mediante el único instrumento que
puede usar un psicoanalista en su trabajo, es decir, la simbolización: por
178
lo tanto su tarea consiste en transformar en comunicación simbólica
todos estos signos corporales emitidos para él, cumpliendo de esta forma
para el paciente la función materna de continente y de sueño diurno
descrita por Bion, o la de portavoz de las sensaciones-imágenes-afectos
del pequeño, descrita por Piera Aulagnier-Castoriadis (1975). El relato
del tratamiento de la Sra. Oggi hecho por Raympnd Kaspi contiene
muchos ejemplos de estos hechos; sobre todo revela que antes dé poder
verbalizar en palabras aceptables y utilizables por la interesada, el senti-
do de esos actos-signos de la paciente (en este caso su demanda corporal
de tocar y ser tocada), es conveniente pasar por una etapa intermedia, la
del simulacro corporal. El psicoanalista "transicional" simula, mediante
un gesto simbólico, tocar todo el cuerpo de la paciente acostada por un
movimiento de sobrevuelo de su mano a varios centímetros de la
superficie de la piel, deteniéndose en cada una de las partes a excepción
de las zonas sexuales, tratando de envolver la superficie total del cuerpo
y proporcionando a la interesada una representación presimbólica de su
unidad corporal. Mi experiencia en el psicodrama analítico y mi teoría
del yo-piel me habían permitido sugerirle a R. Kaspi que actuase de ese
modo, pero sólo gracias a su experiencia en la relajación de inspiración
analítica pudo actuar con toda naturalidad y destreza. En efecto, si en el
método del entrenamiento autógeno de Schultz, el relajador induce calor
en una mano, después en las dos y luego por contigüidad en las sucesivas
regiones del cuerpo, el relajador psicoanalista acaba la inducción marcan-
do la piel en su conjunto, como un ropaje adaptado a cada sujeto, como
una envoltura que impide que se disipe el calor, comunicando esa piel al
paciente mediante palabras. Concebida de esta manera, la relajación es
una forma del análisis transicional: opera mediante la instauración de
una piel de palabras.
Asimismo, el hábito de la relajación fue lo que le permitió a R.
Kaspi tocar a la Sra. Oggi en la primera visita que le hizo, cuando fue
llamado a asistirla y la encontró postrada en su lecho. En relajación, el
tacto permite una comunicación de piel a piel, comunicación catectizada
Ubidinalmente pero no sexualizada puesto que el relajador no toca las
partes sexuales. Mientras que en el método de Schultz el tacto tiene
como objetivo esencial controlar la distensión muscular del sujeto (por
ejemplo levantando su brazo), en la relajación psicoanalítica el tacto es
empleado en función de la transferencia: la inducción de pesadez lleva al
sujeto a fantasear su cuerpo como muerto; tocando la mano o las partes
descubiertas del cuerpo, el relajador permite al sujeto superar esa angus-
tia dándole la sensación del tono y permitiéndole diferenciarlo de la
179
falta de tono. Asimismo, cuando las palabras no son suficientes, el tacto
es también un medio para reunir las partes escindidas del cuerpo y del
sí-mismo del paciente, reconstituyendo una superficie de piel común a
ambos como la de los hermanos siameses y dándole acceso a la identifi-
cación adhesiva. La técnica del pack (envoltura real del cuerpo en
mantas, acompañada de contactos y masajes) empleada con los enfermos
autísticos representa la sistematización más avanzada de esta experiencia;
pero aquí entramos en el dominio de los estados psicóticos graves y
salimos del campo del análisis transicional.
Yo mismo he publicado diversos ejemplos de este recurso a la
presimbolización corporal y a una técnica de envoltura de palabras en
psicoanálisis individual, en mis artículos sobre el yo-piel (1974), la
transferencia paradójica (1975a), la envoltura sonora del sí-mismo
(1976), la máquina de descreer (1978). Con respecto a la formación-
intervención mediante el método de grupos restringidos de psicodrama y
el de grupos amplios para el conjunto de personas encargadas de la
asistencia de niños psicóticos en instituciones, es posible encontrar una
ejemplificación adecuada en el capítulo 3, sección 3, (págs. 192-198) de
la nueva edición de mi libro Le psychodrame anaiytique chez l'enfantet
l'adolescent (1979).
Para poder hablar como portavoz del paciente a fin de que éste
pueda a partir de allí y mediante la identificación introyectiva hablar en
verdad de sí mismo, el psicoanalista debe poseer dos cualidades. La
primera es una disposición interior adecuada de escucha y respuesta en
ese nivel: escucha del otro como conjunto psíquico-somático solidario,
posibilidad de sentir en su propio cuerpo el sufrimiento físico y moral
del paciente. Fue así como R. Kaspi en su primera visita a la Sra. Oggi,
acurrucada dolorosamente en su lecho, entró en contacto con ella por
medio del tacto. Esta disposición empática puede ser cultivada por la
práctica del psicodrama, de la relajación, por una supervisión psicoanalí-
tica individual o por el anáfisis intertransferencial en el seno de un
equipo de psicoanalistas que conducen grupos de formación o de psico-
terapia. La segunda cualidad que debe poseer el psicoanalista "transicio-
nal" consiste en una gama bastante amplia de referencias teóricas sufi-
cientemente precisas para orientar su percepción de los signos semicorpo-
rales, semiverbales que le son dirigidos, para guiar su comprensión y para
encontrar la seguridad y la flexibilidad de su formulación (esto presu-
pone un trabajo de reflexión personal sostenido por lecturas y discusio-
nes científicas con sus colegas, que teje una serie de lazos entre la teoría
y la práctica, entre la práctica y la teoría). ¿Cuál es el postulado que
180
funda este tipo de actividad psicoanalítica? Por una parte, es un postu-
lado empírico, la prioridad de lo sensible: no hay nada en la mente que
no haya pasado primero por los sentidos (pero este testimonio íntimo de
los sentidos en un sujeto predispuesto a una neurosis narcisista, se
enfrentará rápidamente a los gestos y a las palabras denegadores del
entorno).
Por otra parte, es un postulado intelectualista: todo lo que existe es,
por derecho, inteligible; no hay nada en la realidad psíquica que no
pueda ser explicado (a excepción de la parte de sí mismo que el
individuo mantiene secreta y la necesidad en ciertos casos de no comuni-
car). Pero la comunicación intersubjetivá se asienta sobre la aceptación y
la interiorización de reglas comunes, las del código lingüístico, experi-
mentado por el sujeto como exterior, es decir, como extraño, e incluso
como extraño y persecutorio. R. Gori (1977) ha señalado la doble
servidumbre de la palabra a un espacio corporal y a un espacio semán-
tico, de lo que deduce las dos grandes formas de patología de la
comunicación que se manifiestan cuando estos espacios se disocian, es
decir, cuando se ha tenido una experiencia negativa del área transicional:
o el acto de palabra se hipostasía en un puro discurso-signo en el que se
pierde el sentido y donde el código no es más que una máquina de
significar, o este acto se diluye y se encierra en el cuerpo, "cosa en sí"
excluida de la transacción intersubjetiva. El psicoanalista debe, en estos
casos, desprender el sentido de la realidad corporal de aquel que se ha
fusionado con ella; debe encontrar-inventar un sentido trasmisible en
significantes prelingüísticos y luego verbales para esos estados psíquicos
que los pacientes sólo pueden actuar, gestualizar o representar en acti-
tudes y signos corporales. La regla del psicoanálisis clásico que prohibe
al paciente el "pasaje al acto" está justificada con respecto al neurótico
pues lo obliga a decir su deseo para reconocerlo y hacerlo reconocer,
pero no tiene validez cuando el problema del psicoanalizado ya no
concierne a los mecanismos de defensa tejidos alrededor y en contra de
uno de sus deseos, sino a las necesidades del yo no estimuladas, desdeña-
das o renegadas por el entorno primitivo. El acto del paciente es un
llamado para que se consideren estas necesidades y repite el escenario
por el cual en otra época fueron abandonadas, condenadas o rechazadas.
Michel Mathieu, en una contribución justamente titulada "Dont acte"
incluida en el volumen Psychanalyse et langage (1977) compilado bajo
mi dirección, lia mostrado en qué medida la psicoterapia de niños
implica naturalmente estos actos-signos. Me inclinaría a vincularlos con
aquello que Hanna Segal (1957) ha denominado ecuación simbólica, acto
181
(al que recurre en última instancia el esquizofrénico) donde un pedazo
de sentido es proyectado en un pedazo de objeto pero que representa
una etapa intermedia hacia la constitución del símbolo propiamente
dicho, en tanto que dicho acto esconde una intención simbólica mientras
que el símbolo se fusiona con la cosa simbolizada.
Esto es lo que ocurría con el comportamiento de la Sra. Oggi y lo
que perturbaba —y a veces exasperaba— a Raymond Kaspi, e incluso a
mí mismo. A menudo, al final de la sesión, se negaba a dejar el
consultorio del psicoanalista, haciéndolo sólo después de veinte o treinta
minutos de explicaciones o de reprensiones de parte del mismo, impi-
diéndole recibir a sus otros pacientes o condescendiendo a permanecer
en la sala de espera que podía abandonar cuando quería, pero en la que
generalmente se quedaba durante horas con la esperanza y la reivindica-
ción de retomar su sesión al final de las consultas. Incluso, en una
oportunidad, exigió ser despedida por la fuerza ("Echeme afuera") y
como no lo obtuvo, se incrustó indefinidamente en el consultorio impi-
diendo el trabajo posterior del analista, quien experimentó una creciente
angustia mezclada a vivos sentimientos de culpabilidad y de cólera.
Raymond Kaspi estuvo a punto de interrumpir el tratamiento de la Sra.
Oggi y sin disimular su irritación le dijo explícitamente que su compor-
tamiento intentaba llevarlo a una situación límite donde fuese imposible
el trabajo psicoanalítico y que por lo tanto debía encarar la posibilidad
de renunciar a tratarla. Las interpretaciones sobre la compulsión a
repetir el traumatismo de la separación de la madre y sobre el hecho de
que ella no había podido elaborar el duelo se revelaron ineficaces.
Cuanto más insistía el psicoanalista para lograr que se fuese, tanto más
se resistía ella a lo que experimentaba - n o sin razones- como una
tentativa de echarla. La amenaza de interrupción del análisis fue sólo un
paliativo provisional: la Sra. Oggi la sintió como una injusticia, como la
repetición de la incomprensión y la maldad de que había sido objeto en
su entorno (primero su madre'; luego de su partida, su padre, y en ese
momento su marido). Por lo tanto manifestó su decepción frente a la
incapacidad del doctor Kaspi para realizar su trabajo de psicoanalista,
quien no pudo menos que continuar: la Sra. Oggi no estaba todavía en
condiciones de poder comprender y admitir algo parecido a un contrato
psicoanalítico.
También yo tuve la experiencia de un paciente que se negaba a dar
por terminada su sesión; quería venir a vivir a mi casa en forma
permanente y exigía el compromiso escrito de mi parte de que seríamos
enterrados en la misma tumba después de nuestra muerte: dos o tres
182
veces ocupó mi estudio durante horas como un piquete de huelga. Le
hablé a Raymond Kaspi de este caso con la intención de ayudarlo.
Para resolver este problema fue necesario que se mostrase, si no más
tolerante, al menos más resignado, y sobre todo que aceptara que allí
había algo muy preciso que debía comprender: le comuniqué mi profun-
da convicción psicoanalítica de que, sea lo que fuere lo que ocurre en
un tratamiento psicoanalítico, siempre hay algo que debe ser compren-
dido, que tales actos son también signos y que el paciente no puede
explicarse de otra manera cuando ni su medio ni él mismo han podido
establecer lazos simbólicos con un conjunto de sensación, afecto y
fantasía que lo ha sometido precozmente. En el tratamiento del paciente
al que me referí terminó por manifestarse el hecho de que se repetía
una escena muy precisa ocurrida a los dos años, en la que su madre lo
había arrancado a la fuerza de la baranda de la escalera -a la que se
agarraba desesperadamente— de la casa de su abuela, quien lo había
educado hasta ese momento. En el caso de la Sra. Oggi fue necesario
esperar también a que la paciente, más segura de la cooperación de su
analista, más consciente de su necesidad de hacerse rechazar, más capaci-
tada por el progreso de su tratamiento para reflexionar sobre su propio
comportamiento, pusiese a Raymond Kaspi sobre la pista aportándole
un nuevo elemento.
Lo que había que comprender era que la paciente se rehusaba a
partir de una manera determinada. Se levantaba del diván o de la silla, se
vestía lentamente poniéndose su tapado —o su vestido si se lo había
sacado y efectuado su sesión en slip y corpino (a veces había llegado a
acostarse sobre el diván completamente desnuda pero cubierta por su
abrigo)-, iba hasta la puerta, se detenía y se quedaba quieta allí,
obstinadamente fija, casi ausente y sin escuchar las palabras del analista.
El elemento nuevo que aportó fue el siguiente: cuando era muy pequeña
negó durante mucho tiempo la partida de la madre, creía que ésta había
vuelto y que se encontraba inmóvil frente a la puerta de calle, esperando
que alguien la encontrase. Raymond Kaspi pudo entonces realizar la
vinculación que se imponía y dar la interpretación decisiva: la Sra. Oggi
se quedaba realmente delante de la puerta en simetría con su madre que
permanecía imaginariamente del otro lado de la puerta. Este escenario
actuado por incapacidad de ser representado me confirma en la idea:
183
confusión de la pared interna y de la externa de la superficie del cuerpo
y de la envoltura psíquica que deriva de ella por apoyatura.
En lugar de convertirse en esa superposición de envolturas más o
menos concéntricas gracias a la cual puede cumplir la multiplicidad de
sus funciones, el yo-piel de la Sra. Oggi presentaba una estructura
paradójica, análoga al anillo de Moebius, donde la cara interna se
repliega en cara externa e inversamente en forma indefinida, es decir,
que el continente, volviéndose hacia el exterior, dejaba de contener lo
que estaba en el interior: la Sra. Oggi ya no podía pensar lo que le
ocurría y se limitaba a descargar en actos repetitivos cada vez más
insoportables para el entorno, un afecto interno cuya irreprimible e
invasora violencia se correspondía con la desaparición de los límites del
sí-mismo que hubiesen podido contenerlo.
La interpretación dada por Raymond Kaspi tuvo efectos inmediatos
sobre la Sra. Oggi: la angustia de la pérdida del objeto fue llevada hacia
un nivel tolerable, compatible desde ese momento con una labor psico-
analítica de trabajo elaborativo; la Sra. Oggi se sintió liberada de la culpa
que le producía esa conducta que le era tan insoportable como a los
otros y ya no tuvo necesidad de recurrir sino muy pocas veces a ella y
en forma atenuada; la comprobación de que los afectos incomprensibles,
fuente de un terror innombrable, podían entrar en una red de inteligibi-
lidad, se manifestaba liberadora de la angustia y afirmaba su confianza
en el tratamiento; por último, pudo comenzar a representarse su forma
de funcionamiento psíquico. La interpretación también produjo efectos
sobre el psicoanalista: no solamente lo liberó de la culpa y de la angustia
sino que, más específicamente, lo llevó a tomar conciencia de la contra-
transferencia paradójica en la cual se encontraba sumergido y por lo
tanto a encontrarse menos desprevenido cuando la Sra. Oggi reiteraba
sus solicitaciones transferenciales.
Los pacientes para los cuales está indicado el análisis transicional
son aquellos cuyo yo-piel, a causa de su insuficiente consistencia o
ajuste, o continuidad o diferenciación, no puede cumplir su triple fun-
ción de envoltura continente y reunificadora, de barrera protectora
contra el exceso cuantitativo de las excitaciones y de filtro discriminante
de las diversas categorías de cualidades sensibles. Para que el yo-piel se
constituya es necesario que el niño encuentre, en las reacciones de su
entorno familiar, sea una imitación especular de sus sonidos y de sus
actos (ecolalias, ecopraxias), sea una comprensión que satisfaga sus
necesidades y apacigüe sus miedos; y que encuentre, sobre todo en el
rostro de la madre, un espejo y un eco de su amor, de su placer, de su
184
dolor, de su experiencia sensorial y emocional, de sus estados psíquicos
nacientes, espejo y eco que le permiten formarse, apoyándose sobre sus
percepciones táctiles, una envoltura visual y una envoltura sonora. Si
carece de un yo-piel efectivo y eficaz, el sujeto se construye una
armadura muscular, o un falso sí-mismo, o un muro ideal ilusorio, o una
cripta, o una sutura ideológica, para proteger su sensorialidad y su
desnuda sensibilidad, pero al precio de un cierre que deberá repetir
incesantemente o de una reclusión que será definitiva. Al organizar en
cadenas de palabras grávidas de su peso de carne lo que el paciente sólo
sabe expresar por medio de la repetición y la disyunción de actos y de
signos preverbales o infralingüísticos, el psicoanalista teje a su alrededor
esa "piel de palabras" sobre la que el psicoanalizado se apoyará para
reconstituirse un auténtico yo-piel. En el niño la adquisición de la
palabra se apoya sobre la existencia previa de una superposición de
varios yo-piel: táctil, visual, sonoro. Inversamente, en el adulto tratado
por medio del psicoanálisis transicional, la adquisición del yo-piel en-
cuentra apoyo sobre las palabras recibidas, bajo la condición de que sean
justas, oportunas, repetidas y suficientemente numerosas. Encontrar esas
palabras exige tolerar las particularidades de la transferencia específicas
del caso: transferencia actuada que sorprende al analista y tiende a
excluir sus posibilidades de elaboración, transferencia intensa en tanto
conlleva desesperación, rabia, reivindicación, exigencias narcisistas de
todo o nada, de yo o el otro, y que provoca reacciones contratransferen-
ciales de impotencia y rechazo. Durante meses, Raymond Kaspi vino
cada semana a hablarme del tratamiento de la Sra. Oggi, de los pro-
blemas teóricos y técnicos que le planteaba y que a menudo apare-
cían oscurecidos por las dificultades contratransferenciales. Mi tarea
junto a él en el transcurso de este trabajo de supervisión consistió
esencialmente en crear un área transicional entre nosotros a fin de que, a
su vez, por articulación de los espacios psíquicos interindividuales, crease
un área transicional con su paciente que le permitiese a él encontrar y
formular las interpretaciones apropiadas y a ella recibirlas. Para lograrlo,
me esforcé por ser el contenedor de sus emociones contratransferencia-
les, por aportar justificaciones teóricas a su acción y por hacerme eco de
sus dificultades hablándole de los problemas que yo había encontrado en
casos semejantes al suyo.
185
II. PRINCIPIOS Y R E G L A S D E L ANALISIS T R A N S I C I O N A L
186
comprensión de todo lo que ocurre en la sesión como material transfe-
rencial, el trabajo elaborativo de la contratransferencia, constituyen re-
quisitos imprescindibles del análisis, ya sea clásico o transicional.
El principio de progresividad
187
abundancia de manos de sus padres se le aparece como un sustituto del
afecto y la comprensión que no ha obtenido de ellos. Por lo tanto no
puede aceptar un pago proporcionado a sus rentas. Insiste en ser tratado
como un paciente ordinario y en pagar un precio medio que corresponda
al sueldo que gana por su trabajo profesional -es decir, que demanda ser
amado normalmente. Además vive las sesiones como una hemorragia
narcisista: le exijo demasiado sin darle nada a cambio, lo vacío. Sólo
pudo, continuar su psicoanálisis y hacer frente a un largo período de
depresión muy penoso porque consentí en cobrarle un precio medio.
Cuando algunos años más tarde recobró suficientes energías, pudimos
reanudar el tratamiento tomando en cuenta sus recursos financieros y de
común acuerdo aumentar significativamente el precio de las sesiones.
Esta última fase de, su tratamiento permitió analizar su sentimiento de
haber sido víctima de una angustia irreparable, núcleo de su reacción
terapéutica negativa y, por último, su fantasía, hasta ese momento
secreta, de ser una persona excepcional.
188
de establecer eventualmente cuál es la necesidad del yo que, inhibida a
consecuencia de una privación precoz, está oculta en el fondo y espera
silenciosamente hacerse reconocer mediante la presentación de esos de-
seos. El capítulo 16, "L'oeil entend", de la obra de Masud Khan citada
anteriormente, presenta un caso ejemplar. Lo que sostiene al paciente en
su proceso junto al psicoanalista y en los momentos persecutorios y
depresivos de su tratamiento, es la esperanza tácita pero siempre viva de
un reconocimiento de este tipo. El psicoanalista de la Sra. Oggi fue
sensible a esa mezcla de desesperación y esperanza que emanaba de
ella a través de sus penosas conductas compulsivas (desnudarse, no
querer irse) cuando resolvió mantenerse firme controlando la situa-
ción psicoanalítica pero reorganizándola en el sentido transicional.
189
había faltado, el apoyo primitivo necesario para la construcción de su yo:
un seno inalterable para introyectar. Al mismo tiempo que confiaba esta
piedra a aquel sobre el que había apoyado el restablecimiento de su
funcionamiento psíquico gracias al análisis transicional, anunciaba su
intención de pasar a un contrato psicoanalítico más clásico: su yo
restablecido podía comenzar a funcionar por autoapoyatura.
Si el paciente no llega a encontrar en su psicoanálisis esta primera
piedra fundamental sino sólo piedras sustitutivas, y aunque haya realiza-
do progresos evidentes, es posible que se produzca en él una reacción
terapéutica negativa.
190
La regla de buscar lo que se repite
191
posición del paciente en el espacio. He podido practicarlo tanto con
pacientes clásicamente acostados en el diván como con aquellos que
regular o excepcionalmente se ubicaban cara a cara, e incluso, en ciertas
circunstancias en que era necesario, mientras me hallaba parado frente
al vano de la puerta o sosteniendo una comunicación telefónica. Todo
depende de la naturaleza de las fallas que han perturbado el intercambio
significante con el entorno materno y familiar y del nivel de organiza-
ción del yo en el momento en que se produjeron. Si la falla se refiere a
la relación del cuerpo de la madre con el cuerpo del niño durante los
cuidados (mala respuesta o ausencia de respuesta gestual de la madre a
las necesidades corporales del niño), en un momento en que el yo
corporal y el yo psíquico del niño no están muy diferenciados, el cara a
cara puede ser necesario pues la posición horizontal sin ver al psicoana-
lista repite la situación patógena de no emisión y de no recepción por la
madre de los signos corporales apropiados a las necesidades del niño. El
paciente tiene necesidad de una aprehensión sensorial completa de su
psicoanalista: no solamente de escucharlo (y al comienzo sólo escuchará
el baño de palabras con el que lo envuelve el psicoanalista sin compren-
der ni retener el contenido preciso de su discurso), sino de verlo, de
remitirse a su mímica, a sus actitudes y gestos, es decir, de alguna
manera tocar su cuerpo por intermedio de la mirada y la imitación de la
postura. Al mismo tiempo y recíprocamente, en esa situación satisface
su propia necesidad de ser tocado, retenido, reanimado, manipulado (cf.
el holding y el handling según Winnicott) a corta distancia por la
presencia visible y "tangible" de su psicoanalista, por su sonrisa, su
solidez, su estabilidad, sus mensajes sonoros, sus reacciones especulares y
por el eco de su presencia. Paulatinamente, se va restaurando el funcio-
namiento del primer espejo —que en otras épocas fracasó o fue insufi-
ciente en algunos puntos—, el del rostro de la madre y de las reacciones
ecolálicas y ecopráxicas del entorno familiar, la relación continente-con-
tenido puede ser mejor interiorizada por el paciente y, como dice Bion,
se constituye, o por lo menos se restablece y se afirma en él, un aparato
para pensar sus propios pensamientos. Entiendo que la regla que condi-
ciona el empleo de la posición cara a cara es la siguiente: el cara a cara
es deseable cuando la pulsión de apego, en el sentido de Bowlby, ha sido
frustrada precozmente (mientras que la pulsión libidinal ha sido satisfe-
cha en lo esencial), cuando el paciente no ha adquirido la seguridad
narcisista de base y cuando siente la necesidad de vivir plenamente una
relación simbiótica desprovista de invasiones prematuras antes de poder
autonomizarse.
192
La regla de materialización del área transicional
193
La regla de la interpretación en primera persona
Los pacientes que siendo niños han sido tratados por su madre
como un yo-reflejo o cuya experiencia sensorial y afectiva ha sido
descalificada por el entorno, sufren de importantes distorsiones del juicio
(por ejemplo, no pueden discriminar entre lo que es bueno o malo para
ellos, o entre lo que es de su competencia o de la de los otros). No sólo
necesitan que el psicoanalista les marque los errores de apreciación que
cometen en estos asuntos y les señale _el hecho de que luego de una
intuición inicial a menudo justa, la desprecian y destruyen enseguida,
sino que además, en ciertos momentos de duda profunda, tienen necesi-
dad de sentir en el nivel del ser, detrás del psicoanalista que interpreta, a
un ser humano real en la plenitud y en la densidad de su presencia. En
ese instante, necesitan encontrar a alguien que les dé testimonio, en su
propio nombre, es decir en primera persona, de su experiencia de la
condición humana y de la realidad psíquica. En esos momentos particu-
lares, que de hecho son excepcionales, el psicoanalista es llevado a hablar
de aquello en lo que cree como psicoanalista y como hombre o mujer:
por ejemplo (a un paciente cuya madre intentó abortar cuando estaba
por tenerlo y se jactaba de ello) le afirmará que las pulsiones de vida
pueden ser más fuertes que las pulsiones de muerte;.o (a aquel a quien
le han sido negadas algunas necesidades de su yo) le dirá su convicción
de que aquello que no ha sido ejercitado en otra época permanece
potencialmente intacto y puede ser desarrollado bajo la condición de
6
elegir compañeros y actividades que lo permitan .
La interpretación en primera persona se particulariza en interpreta-
ción especular doble para responder a ciertas exigencias de una transfe-
rencia especular. De hecho, en ciertos momentos o en ciertos casos, el
paciente tiene la necesidad de saber lo que el psicoanalista siente y
piensa en relación con su persona, para poder estructurar su yo en una
identificación especular. La demanda del paciente de que también el
psicoanalista hable acerca de sí mismo ("¿En qué piensa? ", "¿Quién es
usted? ", "¿Qué soy yo para usted? ") no constituye sólo una resistencia
narcisista: es la demanda de que el entorno cercano sea para él como ese
primer espejo que debieron ser el rostro, las actitudes y las palabras de
la madre y que ni ésta, ni más tarde el padre, los hermanos y hermanas,
6
Un desarrollo más completo del tema puede verse en A. y D. Anzieu, "La
interpretación en primera persona", en L. Grinberg (comp.), Prácticas psicoanaliti-
cas comparadas en las neurosis, Buenos Aires, Paidós, 1977, págs. 17-26.
194
fueron en grado suficiente. La interpretación especular doble comunica
al paciente un pensamiento o un sentimiento real que el psicoanalista
experimenta personalmente como ser humano (absteniéndose por su-
puesto de toda confidencia autobiográfica) al mismo tiempo que vincula
explícitamente esa experiencia personal del psicoanalista con la caren-
cia específica del paciente que ha motivado su demanda. De esta forma
la demanda recibe una doble respuesta: es atendida en una forma que
resulta satisfactoria para el paciente interpretada en un sentido que le
permite una toma de conciencia de la falta fundamental.
195
sesiones, bajo la forma de enfermedades infecciosas, errores profesionales í
perjudiciales para.el sujeto o, por contagio inconsciente, para quienes lo •
rodean. Estas son algunas de las variantes de la reacción terapéutica j
negativa a la que he aludido reiteradamente. La dinámica subyacente [
debe ser detectada con precisión y rápidamente interpretada. El paciente ¡
quiere hacer experimentar al psicoanalista la misma decepción que ha j
sufrido de parte de su madre o de su primer entorno. O bien repite para j
dominarlas actuándolas, la impaciencia, la discordancia, la discontinuidad \
y las invasiones de las que ha sido víctima pasiva. O bien vuelve contra 1
la fecundidad de su propio trabajo de pensamiento la envidia rencorosa j
y destructiva que originariamente apuntaba a la temida fecundidad del j
seno materno: no puede dejar de encontrar en las simbolizaciones,
demasiado marcadas por sus orígenes corporales, fragmentos de la madre !
mala, frustrante y detestada. O bien considera más económico continuar j
funcionando únicamente según el principio de evitar el sufrimiento y de i
buscar el placer, antes que pasar por la desilusión para acceder a la j
forma de pensamiento por verdadero o falso a la que necesariamente lo j
conduce la progresión de su psicoanálisis. O bien no quiere renunciar al [
proceso interminable que sostiene mentalmente con el progenitor que lo ¡
ha tratado injustamente o ha sido indiferente para con él. O bien piensa s
que está actuando por pura complacencia con el analista cuando reco- I
noce las verdades que le ha revelado su tratamiento. O, por último, se |
dice que no importa cuáles son los beneficios que le ha aporiado el i
psicoanálisis o el psicoanalista puesto que le llegan demasiado tarde y
sobre todo porque no provienen de la persona de la que los esperó
durante toda su infancia. Incluso, la forma más sutil que puede tomar la
reacción terapéutica negativa en algunos pacientes conocedores del psico-
análisis es la siguiente: si usted practica conmigo un análisis modificado,
y no un "verdadero" psicoanálisis, eso significa que yo soy incurable o
bien que su manera de trabajar es cuestionable y no puede dar buenos
resultados. La interpretación repetitiva correcta de la reacción terapéu-
tica negativa acaba por producir resultados favorables bajo la condición
de que el yo del paciente esté suficientemente maduro para preferir
satisfacciones reales y limitadas y no infinitas satisfacciones imaginarias.
196
ni. CONCLUSIONES: EL ANALISIS T R A N S I C I O N A L Y EL
PASO D E L C L I V A J E D E L Y O A L D E S D O B L A M I E N T O
INTERIOR
197
sobre la experiencia de su piel como límite y como transición y sobre la
experiencia del consultorio psicoanalítico como superficie englobante.
En la sesión siguiente acepta sin dificultad irse con sólo un simula-
cro de contacto corporal con su psicoanalista, un contacto englobante
(ser rodeada por sus brazos) que le solicita. En la próxima sesión, a la
que concurre con un liviano vestido de verano (demasiado ajustado,
duplica flexiblemente su cuerpo), siente frío (su yo se ha vuelto más
capaz de percibir los • fenómenos térmicos) y le pide en préstamo a su
psicoanalista una bufanda con la que dormirá, así como, luego de la
partida de su madre, había dormido con unas enaguas olvidadas por ésta,
hasta que su padre se las quitó. El objeto transicional ha sido restaurado.
A la mañana siguiente y como reconocimiento le envía al psicoanalista
una canasta de flores. En la tercera sesión, llega con la bufanda pero
pide conservarla y manifiesta una evolución decisiva en su estructuración
psíquica: "Tengo la impresión de poder decir ¡ufff! , de haber dado
un paso. Antes sentía que era dos: una pequeña parte de mí me decía
que la otra parte, enorme, estaba completamente loca, invadida". Por lo
tanto, la desproporción y el clivaje entre la parte psicótica y la parte no
psicótica de su persona se han atenuado. En la cuarta sesión, deja la
problemática oral a la cual estaba fijada para entrar en la aríal, a través
de la cual se afirmará la autonomía de su yo: "Soy una nena pipí-caca;
como, meo y cago". El psicoanalista mediante su respuesta (en parte
inspirada en su experiencia de la relajación) la ayuda a realizar un
trabajo elaborativo de la angustia de fragmentación que todavía subsiste,
afirmando su yo-piel: "Pero usted también tiene un corazón, un
cerebro, un vientre, brazos, piernas. . . " .
Se siente distendida, serena, y le pregunta al psicoanalista por qué se
lo ve tan bien. Y luego de un corto silencio, agrega: "¿No tendría
un doble para prestarme, para llevármelo conmigo? ". Cuando se va,
alude a un programa televisivo de carácter histórico que había visto la
noche anterior y en el cual participaba el hermano de Raymond Kaspi:
"Por momentos me pregunto si el que está sentado aquí no es su
doble. ¿O al menos su hermano? ".
Hasta ese momento la Sra. Oggi ha sentido transferencialmente a su
analista como frustrante, rechazante e indiferente y como aquel que la
abandona frente a sus verdaderas necesidades psíquicas. Sin embargo, a
partir de ahora, estará dotada de su "doble" idealizado que ansia
guardar en forma permanente y que puede entronizar como yo ideal.
Gracias a la experiencia positiva del área transicional que le ha permitido
realizar su tratamiento, ese yo ideal ya no está en conflicto sino en
198
continuidad con su yo, reforzado por la conquista confiable de su
autonomía y por la consideración de la realidad.
Resumamos la evolución del desdoblamiento de su yo. Las primeras
alusiones a un doble en el transcurso de la primera fase caótica de su
tratamiento se refieren a un doble de sí misma: recuerda que cuando era
niña buscaba a su doble detrás de la puerta. Se sentía tan negada en su
ser que delegaba simultáneamente su existencia y su odio destructor a
un doble. Luego, en la transferencia, ese doble es proyectado sobre el
psicoanalista: sueña que es asesinada por su doble, que podría ser
Raymond Kaspi. Ese doble está escindido en seno bueno y seno perse-
cutorio. Cuando Raymond Kaspi rehusa recibirla fuera de sus horas de
entrevista, lo agrede y se pregunta si puede tener confianza en él y si
tiene que enfrentarse con su psicoanalista o con su doble. Inversamente,
cuando en la transferencia comprende que tiene una necesidad vital del
contacto piel a piel y una grave carencia del objeto transicional, se
pregunta si el psicoanalista que está allí no es el hermano gemelo de
Raymond Kaspi. De esta forma, al proyectar sobre el psicoanalista su
7
propio desdoblamiento (a veces el del yo-realidad y el yo-ideal , otras el
del seno bueno y el seno persecutorio, o el de la parte psicótica y la
parte no psicótica de su persona), puede, a partir de su sesión Maratón,
reunificar al psicoanalista no solamente como objeto total sino también
como yo auxiliar a su disposición, que le garantiza su seguridad narci-
sista. Se ha constituido en ella un yo-ideal en doble continuidad
transicional con su propio yo-realidad por un lado (no escindido ya), y
con esta nueva representación del psicoanalista por el otro (que progresi-
vamente puede introyectar como doble de su permanencia de ser y de
su amor de sí). El doble inherente al proceso de despersonalización se ha
convertido en el alter ego del narcisismo secundario, capaz de propor-
cionar una envoltura psíquica segura (es decir, un yo-piel) al aparato
psíquico del sujeto, transformándolo en aparato para pensar. El signo de
esta transformación es la instauración, rápida en el caso de la Sra. Oggi,
de un nuevo desdoblamiento interior, el de la conciencia y el yo: la
conciencia se convierte en la envoltura diferenciada y continente del yo.
Esta adquisición de la conciencia de sí acarreará la toma de conciencia,
en la interesada, de los clivajes anteriores de su yo. En una fase más
tardía de su psicoanálisis, convertido en "clásico" (fase que Raymond
7
Los trastornos de la Sra.. Oggi podrían explicarse recurriendo al doble
concepto, expuesto por Kohut (1971), de escisión vertical y horizontal del
yo-realidad y del sí-mismo grandioso.
199
Kaspi no relata en su informe), revela que antes de entrar en su largo
período de retraimiento durante la adolescencia, había convertido a su
hermana mayor, exigente y dominadora, en su doble, y que también
había vivido como dobles de sí misma a animales repugnantes, sobre
todo perros, que en su medio social y étnico eran comúnmente maltra-
tados.
Este "doble" ideal del psicoanalista marca la emergencia en el
aparato psíquico de la Sra. Oggi de una representación que es un objeto
transicional de naturaleza puramente mental y que a partir de ahora
puede guardar en su interior y llevar con ella. Esta representación es
simultáneamente la del primer objeto amado y perdido (el seno materno,
identificado en la transferencia con el psicoanalista) y la de un objeto
total (que reúne el seno bueno y el malo). Está compuesta de una parte
de la madre (su piel, concentrada en la arcaica experiencia sensible que
el niño ha tenido de ella) y de una parte del sujeto (su propia piel como
posibilidad de contener su vivencia psíquica). El doble duelo de una
madre frustrante que luego la abandona puede ser cumplido por la
constitución de una determinada representación que permite conservar
aquello que el cuerpo le ha dado de bueno. Esta representación es la
"primera piedra" sobre la que se funda el edificio entero del pensamien-
to simbólico y .sin el cual la Sra. Oggi sintió que se volvía loca. Este
doble del psicoanalista-madre asegura, por interiorización, el desdobla-
miento interior de la conciencia en relación con los contenidos del
pensamiento. Ahora la Sra. Oggi puede hablarse a sí misma, observar lo
que pasa en ella mientras está acostada en el diván y decirle al psicoana-
lista sus angustias y sus fantasías en lugar de descargar sus pulsiones en
actuaciones. Este "doble", último avatar del objeto transicional, posee
una característica fundamental: es paradójicamente encontrado (en la
pantalla de la televisión, donde ve al hermano real de Raymond Kaspi) y
creado (en tanto símbolo sustituido por una ausencia) por la Sra. Oggi.
Esta es la conclusión del recorrido evolutivo en la estructuración del yo
y en la unidad y continuidad del sí-mismo que hace posible un análisis
transicional^ logrado.
200
OBSERVACIONES P A R A UNA METODOLOGIA
G E N E R A L D E L A S INVESTIGACIONES
S O B R E L A S CRISIS
JEAN GUILLAUMIN
201
en las relaciones de sistema entre diversas instancias, modalidades o
procesos de funcionamiento individual de la o las personas en crisis; o
incluso 3) en un plano "superior" en las relaciones de dos o más parejas
o conjuntos de personas, entre ellos o con un conjunto más vasto que
1
los contiene (nivel supra o transpersonal ).
Pero es conveniente decir que estos tres niveles sistemáticos que
pueden ser considerados en estado de crisis, nunca se excluyen por
completo. Incluso, en cierto sentido e implícitamente, siguen siempre
asociados y simultáneamente presentes en cada posible situación crítica,
pues encajan unos en otros según leyes precisas que todavía no conoce-
mos totalmente pero cuyos resortes es necesario buscar, como veremos,
en el funcionamiento mismo de la mente. Concluimos, por lo tanto, que
toda situación de crisis psicológica puede ser leída en cualquiera de estos
niveles, o en dos de ellos o en todos, simultánea o sucesivamente. Cada
persona es una organización (un "sistema") de funciones intrapsíquicas,
un individuo particular en relación con otro u otros determinados, y a la
vez, uno de los elementos constituyentes de microsistemas, binarios o
complejos, que a su turno entran en interacción reguladora entre ellos
dentro de un sistema también más complejo de unidades colectivas. Sólo
la estrategia de la investigación o el deseo de ser eficaz llevan a privile-
giar teórica o prácticamente, en un momento dado y en una determina-
da situación, uno u otro de estos planos o niveles.
Pienso que la mayor parte de las dificultades con las que choca la
investigación de la crisis es producto de la destrucción o negación del
sistema de relaciones que acabamos de describir. Y espero que la con-
frontación y el entrecruzamiento lógico de los puntos y de los planos
críticos comprometidos en las situaciones estudiadas puedan en cada
caso ser investigados metódicamente, o al menos tomados en considera-
ción. En primer lugar esto implica evitar la consideración de la "crisis"
como una realidad global más o menos diferenciada, o como una
situación de enfrentamiento maniqueo sin matices ni salidas. Y al mismo
1
El orden en que he enumerado estos tres niveles no es caprichoso. En
general, podemos decir que la visión psicológica es interpelada en primer lugar por
las perturbaciones de la relación entre las personas y a menudo sólo se desplaza en
un segundo tiempo (y en algunos casos aun en un tercero) hacia los trastornos
intrapsíquicos (por ejemplo en el psicoanálisis) o (y) hacia los desequilibrios
crupales (proceso tradicionalmente más "psicosociológico"). La elección previa del
nivel "2" o del "3" de mi enumeración depende de una opción, consciente o
inconsciente, "científica" o "ideológica", cuyo sentido en el enfoque de las crisis
es discutido precisamente en este capítulo.
202
tiempo admitir que en cada caso es posible distinguir en un mismo plano
de análisis diversas localizaciones críticas y la posibilidad de remontarse
(o descender) de uno a otro u otros niveles de análisis. Este desplaza-
miento mental consiste en distanciarse lógicamente, en principio median-
te un ensanchamiento de la superficie observada y luego por un cambio
de magnitud de la unidad de observación, de los puntos críticos de
impacto retenidos en un primer momento (y que definen el nivel donde
se "presenta el problema") para alcanzar aquello que podríamos llamar
los lugares o regiones pericriticas de la situación de conjunto. Se trata en
primer lugar de los elementos complementarios (situados en el primer
plano de la observación), y luego de los subsistemas elementales (nivel
"inferior") y del sistema más vasto (nivel "superior") que han podido
reaccionar en forma diferente o incluso permanecer estables, ya sea
como elementos nucleares fijos en medio de la tormenta crítica, o como
un encuadre resistente en el cual la crisis observada encuentra su lugar
como simple agitación local (diríamos, como una tormenta en un vaso
de agua), representando eventualmente un definido papel regulador en el
sistema de conjunto.
Este proceso que define la estructura lógica de las operaciones de
transitividad convocadas por el empleo científico de la posición transi-
cional tiende a contrarrestar lo que podríamos denominar la fascinación
por el estado de crisis. L a idea de crisis, por vieja que sea, sólo ha
cobrado la significación que le damos actualmente y que discutimos
aquí, en el contexto de una cultura que consideramos precisamente en
crisis, y en ese mismo sentido: es decir, desorientada, agudamente
desamparada, incluso paroxística. Antiguamente, crisis (del giego, kri-
nomaí) era el momento del juicio, de tomar decisiones, una encrucijada
que imponía una elección más o menos urgente sobre el camino a seguir,
como Edipo en Tebas frente a la Esfinge. En e'pocas recientes, esta
acepción ha ido desapareciendo para dejar lugar a una visión más
contemplativa, incluso más pasiva, sobre el estado dé crisis, como si se
convirtiese en una forma de existencia y pudiese catectizarse en la
permanencia organizándose como crisis - ¡ ¿oh, paradoja? ! - y como tal
2
dándose regulaciones propias y específicas . Es verdad que actualmente
2
Habría mucho que decir sobre el letal funcionamiento de ciertas crisis como
estacionarias (y no ya casi estacionarias) o crónicas, con una finalidad puramente
repetitiva. En las crisis estacionarias, el marco invade el cuadro -en lugar de
contenerlo- por obra de una proliferación cancerígena que lo priva de todo poder
203
—quizás a causa de la "aceleración" histórica- tenemos la sensación de j
que las situaciones estacionarias de equilibrio de otras épocas, interrum-
pidas por momentos de crisis, son reemplazadas paulatinamente por ¡
estados crónicos de crisis (logrando la permanencia simultánea de múlti- [
pies y graves inestabilidades que se contrabalancean), separados a veces \
por breves períodos de estabilidad. Hoy día, por ejemplo, una fase [
psicogenética de reorientación como la adolescencia tiende a perpetuarse J
y a instituirse como estado permanente de inestabilidad y marginalidad [
social. Paralizados por el sentido que cobra la crisis en el presente, y al j
que sin duda contribuimos, corremos el riesgo de no poder contar con {
otro recurso que el de sustantivarla, hecho verificable en el lenguaje |
político, sociológico, incluso económico, de este último cuarto de siglo, j
Por supuesto que en el terreno puramente racional tenemos suficien- \
tes motivos para creer que eso que llamamos crisis, aun cuando se trate j
de un proceso permanente y crónico, sólo es visible como tal por la
limitación del punto de' vista al que está sometido el observador en un i
momento dado. L a crisis es siempre crisis epistémica: razón en crisis que ¡
ya no encuentra sus razones y que, desilusionada, pierde el contacto con j
las leyes ocultas de los fenómenos. Y también el proceso inverso y de j
alguna manera reparador por el que, en esta obra, un grupo de autores ;
se empeña, a la zaga de otros pioneros como por ejemplo Edgard Morin,
en lograr una teoría -o el esbozo de una. teoría— de la crisis que i
implícitamente sostiene la creencia científica de poder acceder a un
elemento racional común a los conjuntos de'hechos que en primera
instancia son percibidos como rupturas de sistema y fracasos de la \
racionalidad. Hago mía esta creencia. Tanto para mí como para los <
coautores de esta obra, decir que las crisis pueden ser pensadas significa ¡
que el sistema regulador malogrado que indica la situación de crisis, j
puede y debe ser metasistematizado, es decir, interrogado en su propio \
encuadre y en su estructura hasta que la crisis se explique y por lo tanto
escape a la crisis de la razón. Es necesario que en el contexto de una
teoría de las crisis optemos por la idea siguiente: toda crisis, aunque no j
podamos establecerla desde el comienzo en cada caso particular, debe j
significarse y funcionar finalmente como elemento y tiempo regulador ¡
de un cierto sistema (metasistema en el sentido de la escuela de Palo !
Alto) que podría ser denominado metacrítico, volviendo a ser por obra [
vital (es.decir, poder de creación, de mutación). Quizá este efecto sea el resultado
de ciertas radkalizaciones conflictivas que destruyen los espacios intermedios, las
mediaciones (véase la parte final de este capítulo).
204
de la razón teórica y más allá de la experiencia clínica y las limitaciones
intelectuales del observador, lo que siempre ha sido por derecho: una no
crisis.
Pero no quiero provocar ningún equívoco sobre las pretensiones que
alego. La omnipotencia no forma parte de la hteligencia humana y
nuestra condición es la miopía, incluso científica. Por otra parte, la
miopía puede tener sus ventajas: el pintor que entrecierra los ojos y
desacomoda la visión para ver "mejor", abandona la evidencia perceptiva
ingenua para alcanzar las relaciones de profundidad y la corresponden-
cia de líneas y colores. Precisamente k> que propongo es el movimiento
de la mirada, el derecho al efecto de profundidad, pero controlado:
incluso el pintor actúa así con una finalidad técnica. Por lo tanto,
admitamos y recomendemos la modificación del encuadre, o su esbozo,
como una medida de profilaxis contra el quietismo.mental, pero también
como una propuesta de movilización coherente en sí misma, sistemática
y no arbitrariamente. En conclusión, lo que propongo es dar un encua-
dre estricto pero abierto (estoy pensando en los "cristales líquidos" de
la física contemporánea y en las "estructuras inestables" imaginadas por
ciertos matemáticos) a la variación del encuadre, al movimiento cambian-
te que busca el trasfondo o el límite de la experiencia de crisis despojan-
do al pensamiento del investigador de sus evidencias inmediatas.
Entiendo que no sería inútil precisar por adelantado los vínculos
que existen entre mis propuestas y los enfoques desarrollados por R.
Kaes. A mi entender, la intención central de Kaes consiste en captar la
doble condición que exige el tratamiento de una situación de crisis
tratando de encontrar una salida positiva y creadora. Por un lado, es
necesaria la vivencia de un primer estado de desregulación, de confusión
o de pérdida, o incluso, de un bloqueo regulador, sin el cual no podría
haber crisis. Por el otro, la desregulación, desatada o bloqueada, debe ser
contenida dentro de ciertos límites que cumplen función de apoyo y
que, por sí mismos, constituyen un encuadre más o menos silencioso o
inaudible ("mudo", según la expresión de Bleger, 1967) que amortigua o
absorbe los efectos más graves de la crisis y que le permite evolucionar
calladamente sin peligro de ruptura. En este caso. Kaes preconiza,
siempre que sea posible, la posibilidad de retroceder hasta el encuadre
latente, sobre todo el grupal y el colectivo, de las situaciones vividas, y
la recuperación en el espacio simbólico de los elementos no simbolizados
o desimbolizados que se encuentran sumergidos o enquistados. La pro-
blemática que abordo es producto de esta postulación. Pero la misma
cuestiona el encuadre de! encuadre y me obliga a formular las bases del
205
movimiento epistémico de una crisiología en función de los vínculos
lógicos entre las operaciones que lo posibilitan. Un encuadre de opera-
ciones- mentales cuya notación consista en una serie de palabras ordena-
das entre ellas y que permita encuadrar la experiencia de la relación con
el encuadre. Quizá como la ideología -según la analiza Kaes (1976a)-
pero con un propósito científico suplementario, que se intenta conseguir
mediante una alternancia correlativa entre lo formulado y lo vivido
realizada bajo el control de principios realistas (indispensables en el
proceso "secundario") de identidad y de no contradicción y según la
"prueba de realidad". Un encuadre que, desde esta perspectiva, se
vincularía con el realizado por Freud en el psicoanálisis con respecto a la
metapsicologia, concebida a partir de su diferenciación con el mito, la
sistematización filosófica y la invención artística. Es decir, una teoriza-
ción producida por la inversión proyectiva -dispuesta rigurosamente
sobre la pantalla del discurso científico— de los aspectos dinámicos,
estructurales y económicos que subyacen inconscientemente en la expe-
riencia psíquica. Freud, refirie'ndose a la metapsicologia, hablaba de una
experiencia (Erlebnis) de carácter "endopsíquico" (endopsy chuche), ex-
traída del fondo, del trasfondo (Hintergrund) de la conciencia, y formu-
lada según principios "científicos" (véase en La naissance de la psychana-
lyse, 1956, cartas a Fliess n° 78, de 1897, y n° 84, de 1898, y en
3
Psychopathologie de la vie quotidienne, 1971, pág. 276) .
En cuanto a nuestra postura, la "experiencia" de la que hablamos es
evidentemente aquella práctica de pensamiento que desarrolla el investi-
gador de la crisis y que lo conduce a extraer los modelos verbalizables
de la confrontación vivida entre sus realidades internas personales -so-
bre todos sus funcionamientos— y las realidades externas. Diremos en-
tonces que la notación teórica de estos modelos representa, entre las
apoyaturas silenciosas de tipo maternal del cuerpo y del grupo, una
especie de apoyatura de segundo grado, quizá de tipo "paterno", estruc-
turada por la función simbólica. Esta apoyatura, perteneciente a la
misma familia que Kaes presupone (1978) en el interior del aparato
psíquico, corresponde más que a los contenidos dramáticos o a las
estructuras del inconsciente, al material y a los procedimientos desexuali-
zados manejados por el preconsciente. En efecto, el preconsciente es,
como lo he demostrado en otra oportunidad (1976), el elemento organi-
3
D. Anzieu (1975) ha mostrado claramente el papel desempeñado por el
preconsciente en Freud, en L'invention de la psychanalyse. Véase también J.
Guillaumin, 1979a, capítulo 6.
206
zador central de la disposición interna del aparato psíquico por obra de
la mediación que introduce entre los funcionamientos conscientes e
inconscientes. En este sentido, si toda teoría es por naturaleza y en
virtud de su organización simbólica, una especie de auxiliar del pensa-
miento cuya asimilación facilita en quien la conoce un buen manejo de
su aparato mental, una teoría de los procesos del pensamiento debe
necesariamente encontrar dos veces al preconsciente: en el nivel de su
4
propio empleo y en el nivel de su contenido , como lo veremos ense-
guida.
Si empleando el lenguaje de una psicología profunda interrogamos
simultáneamente a la experiencia crítica cuya práctica transicional y sus
caminos son descritos en esta obra, y a la teoría de las subsunciones y
de las operaciones lógicas presupuestas en el análisis cognitivo (con fines
puramente heurísticos) de la crisis, percibimos que se encuentran en
relación de isomorfismo, o más bien, de homología casi perfecta. Las
dos se basan en la capacidad de pensar en varias cosas al mismo tiempo
sin contradicción y sin que se bloqueen entre ellas. Por lo tanto, las dos
implican la existencia de un cierto espacio psíquico que posee una
estructura interna diferenciada y estable, capaz de proponer regímenes
diversos a los representantes de los objetos, dándoles así un modo
5
diferente de existencia y de presencia . Considero que esta exigencia
corresponde en gran medida al primer modelo tópico de Freud, que
entiendo debe ser distinguido de la "segunda" tópica en términos de
profundidad y de perspectiva (tercera dimensión) de los niveles mentales,
haciéndola corresponder a la distribución, de alguna manera plana, en el
espacio bidimensional de las posiciones y de las identificaciones del yo.
Diría, apelando a una fórmula esquemática, que la primera tópica es la
tercera dimensión de la segunda: es la única posibilidad de acordar al
psiquismo, al mismo tiempo que la profundidad, la capacidad de conte-
ner y por lo tanto de diferenciar por medio de un efecto retroactivo
6-7
formas isomorfas o asociadas .
4
Véase la nota anterior.
5
En el trabajo citado anteriormente (1979a) demuestro que el descubrimien-
to teórico capital de Freud es la comprensión de la noción de espacio psíquico
(con su dimensión de profundidad), y que esta noción, mucho más que la de
inconsciente, condiciona todos los progresos de la teoría pácoanalítica.
6
Pienso que aquello que se ha llamado grado de la creencia (P. Janet) y
forma de manifestación fenomenológica (Husserl, Ideen) concierne a un juego
207
Tanto la capacidad de expectativa y de sostener un cierto grado de j
paradoja dejando madurar y evolucionar creativamente una crisis, como
la de inflexionar una perspectiva teórica con diferentes intensidades de !
catexias sin percepción de las representaciones intelectuales pertenecien- >
tes a distintos sistemas referenciales, exigen la presencia simultánea y en
perfecta connivencia de tres actitudes parciales y complementarias:
1) una actitud de disponibilidad, consecuencia de la vigilancia cons-
ciente, para la recepción y el registro de los mensajes perceptivos i
actuales encargados de transportar la lectura inmediata de la situación en \
los términos en que se presenta; esta actitud implica una disposición i
permanente para recepcionar y consignar en el mismo plano y sin j
"prejuicios" la repetición de las viejas y nuevas formas de funciona- [
miento, más o menos incoativas o descentradas con respecto al modelo
de equilibrio cuestionado por la crisis; i
2) la acción de mantener en el nivel de huellas preconscientes, más >
acá y no más allá de la represión propiamente dicha, las representaciones
relativas al sistema simbólico regulador afectado por la crisis, siempre
presente como contrapunto del pensamiento e incluso en el discurso de ¡
los actores de la situación;
!
3) en el tercer plano, la oscura referencia a lazos y deseos que
vinculan a los actores de la crisis, en el nivel de lo no dicho, con su
condición corporal y por lo tanto con la realidad institucional en la que
viven (véanse los enfoques de Kaes sobre la "doble apoyatura").
La interrelación simultánea de estos planos presupone una distribu-
ción de la atención psíquica y de las catexias en estos tres niveles, y una
especial coordinación similar a la de una operación compleja pero unita-
ria que permita la regulación de la distancia por la simple variación,
voluntaria o no, de la visión interna. Si eventualmente esto no ocurriese
en un aparato psíquico que privilegiase abiertamente uno o dos de estos
tres niveles, se impediría al teórico tanto como al práctico la lectura
desarticuladora y en relieve de las crisis.
En el estado actual del conocimiento psicológico revelado por el
psicoanálisis, se podrían proponer algunas hipótesis sobre la naturaleza
de esta triple operación. Freud, luego de Hegel, sin haber sufrido su
208
influencia (¿está demostrado? ), designó con el término de Aufhebung*
un mecanismo psíquico que en este caso es esencial y que ha sido mal
traducido como "supresión". En Freud se trata de un proceso que no ha
sido estudiado y sigue siendo oscuro, pero que parece representar un
papel capital en la elaboración de ciertas conductas psíquicas no sola-
mente patológicas (como aquellas citadas por Freud en Inhibition,
symptóme et angoisse (1925), sino también normales, como por ejemplo
la sublimación (vinculada a la creación) y, en forma más general, el
9
proceso mismo del pensamiento. Según Hegel, cuyo profundo análisis
podría haber sido retomado por Freud (como llevan a pensar nociones
1
psicoanalíticas como las de alucinación negativa y acción diferida °, la
dialéctica, el movimiento mismo del cambio, se articulan en un momen-
to del pensamiento trivalente nombrado por la Aufhebung y donde se
dan simultáneamente una supresión, un mantenimiento (mantener, reser-
var y retener) y una aprehensión (asunción) mediante la elevación a otro
plano de lo que ha sido suprimido y mantenido a la vez. Sólo es posible
comprender el célebre juego lógico de la tesis, antítesis, síntesis, desnatu-
ralizado por la vulgarización, a partir de esta polisemia que no tiene
nada que ver con el verbalismo de cierta filosofía. La antítesis anula
(levanta, retira) lo que la tesis ha propuesto, pero de cierta manera lo
salva y lo retoma reteniéndolo mediante la síntesis que, a su turno,
suprime la contraposición luego de la presentación, superándola. Via di
11
pone, via di levare y superación creadora. Este empleo terminológico
8
"Aufltebungen", en plural, en Inhibición, síntoma y angustia (trad. francesa
de M. Tort, París, PUF, 1965, pág. 42). El vocablo (que no parece encontrarse en
otras partes de la obra) es empleado para designar una categoría genérica que
engloba, entre otros, el mecanismo de la "anulación retroactiva" (Ungeschehen-
machen). Las comillas son de Freud y expresan con toda seguridad la acción
relativa de una "supresión" que, de alguna manera, no suprime.
9
Logique I (1812-1816), en la edición completa de Berlín (1832-1845) y en
la edición de G. Lasson (1905, págs. 92-3, 99-101). Véase también F. Grégoire,
Revue de Métaphysique et Morale, 1957, págs. 88-95.
10 La primera estudiada por A. Creen, 1967, 1973 (págs. 295 y 302-3), la
segunda por J. Laplanche y J. B. Pontalis, 1964.
11
Como es sabido, términos clásicos en el lenguaje del arte, empleados por
Leonardo de Vinci en su Trattato della pittura para oponer pintura y escultura, en
tanto la primera impone la materia y la segunda la suprime. Freud emplea
metafóricamente estos mismos términos, refiriéndose a Leonardo en De la psycho-
thérapie (1904), para diferenciar la sugestión, que impone algo al paciente, y el
psicoanálisis, que suprime la neurosis. Según mi opinión, esta comparación es
209
y lógico me predispone, sobre la base de la experiencia clínica y de los
trabajos psicoanalíticos de estos últimos años, a admitir que es en el
nivel de aquello que A. Green (1973) llama "la representación de la
ausencia de representación" donde hay que buscar la comprensión de la
compatibilidad simultánea de las inscripciones consciente, preconsciente
e inconsciente en el psiquismo; mi hipótesis considera que el precons-
ciente, como régimen intermediario, es la vuelta de tuerca o el zoom que
asegura las distancias de compatibilidad, la economía de las acomodacio-
nes.
Por lo tanto, es posible una doble o múltiple presencia no contradic-
toria, gracias a un desplazamiento sin ruptura fondo/forma, pantalla/ob-
jeto, donde la pulsión puede darse su propio objeto sobre un soporte
libre y disponible, sin relieve, y donde el mismo pasa a ser el relieve. Ese
"fondo", como lo han demostrado las investigaciones sobre el sueño (B.
Lewin, 1953; A. Green, 1972; J. Guillaumin, 1974, 1979a; J. Bergeret,
1974), es probablemente el seno de la madre, incluido en el decorado o
el paisaje (J. Guillaumin, 1978, 1979b) y alucinado negativamente detrás
de los objetos del deseo. Como lo han visto J. Bleger (1967) primero y
luego R. Kaes, se trata de un fondo silencioso no simbolizado en el
presente e incluso no simbolizable que garantiza y soporta el desplega-
miento simbólico y que lo "contiene" (véase R. Kaes, que retoma el
término de Bion).
Agregaría que el ejemplo de la palabra "seno" en Lewin como en
otros teóricos conlleva una interesante diferenciación que a menudo ha
sido descuidada. Apoyándome sobre el doble sentido que el término
tiene en francés (por extensión metonímica, vientre y pecho y luego el
cuerpo entero y en sentido restringido o parcial las mamas o indistinta-
mente uno de los dos senos) pienso que entre la forma y el fondo existe
un vínculo originario dinámico (que otorga a la coordinación posterior el
valor de acción diferida); es decir, que se ubicaría entre la alucinación
negativa del soporte materno y la emergencia sobre esta pantalla de
objetos positivamente "alucinados" que, en principio, son los órganos
apendiculares de la madre antes de definirse, en un segundo tiempo,
inexacta, pues el psicoanálisis -y Freud así lo comprenderá más tarde- retira del
psiquismo del paciente, por obra de la proyección transferencial, los objetos
internos (per via di levare), le aporta nuevas introyecciones (per via di pone), para
finalmente combinar en el sujeto lo antiguo y lo nuevo, en una especie de
resignificación, mediante una acción diferida conectiva, de su experiencia pasada y
presente. Globalmente, la lectura que hago de la Aujhebung puede ser ilustrada por
este proceso (véanse págs. 23-4).
210
como pene posible del padre, dando lugar, cuando eluden la percepción,
a una agresiva avidez que intentará encontrarlos detrás de la superficie
del "seno", "en" el seno materno donde están ocultos, mediante una
inversión proyectiva del deseo que lleva al niño a enterrarlos en el suyo
propio. Según mi opinión, este vínculo originario, autóctono, consan-
guíneo y dinámico, entre el apoyo y el objeto es lo que hace posible en
el nivel más profundo la unidad de un funcionamiento mental que
permite la aparición de los objetos en íntima concordancia con un
fondo, al que sin embargo se oponen. Por otra parte, todo el movimien-
to del deseo (y como Freud lo ha comprendido profundamente de
acuerdo con el mito platónico del andrógino) postula la legitimidad
vivida de la relación subyacente con la falta: es por derecho que la
pulsión exige el objeto y que el objeto pertenece a la pulsión donde,
como lo señalaba Max Scheler (1913) ya se encuentra inscrito anticipa-
damente. Podemos decir que es el fundamento de la relación de funda-
mento. La construcción (que en la acción diferida es restitución) de un
espacio unitario y diferenciado de sentido y deseo, donde las diversas
posiciones identifícatorias del yo se coordinan en principio por desvíos y
12
deslizamientos naturales , procede de la confianza en su operatividad,
de la certeza de que en la experiencia no existe ruptura precisamente allí
donde, sin embargo, el oído y el ojo disocian los mensajes y los niveles.
En el trabajo sobre las crisis —situaciones, de ruptura, de bloqueo, de
desligamiento- se trata de restablecer este espacio reencontrando sus
recorridos y lugares con la finalidad de re-ligar (por Zurückbindung
podría decirse) las energías locas o fascinadas a sus apoyos representati-
vos latentes.
No extenderé más estas reflexiones generales y presentaré algunos
ejemplos concretos. Mostraré sucesivamente tres puntos de aplicación;
cada uno de ellos define el lugar de la primera asignación observada de
una crisis, alrededor de los cuales el análisis intercrítico podrá desplegar-
se en la búsqueda de sus apoyaturas:
1) una problemática de pareja;
2) una problemática de grupos pequeños;
3) una problemática de grupos institucionales de mediana mag-
nitud.
12
Sobre la relación entre ruptura y continuidad en el funcionamiento psíqui-
co, remito al prefacio de mi libro Le réve et le moi; Rupture, continuité, création
dans la ríe psychique, 1979. [Hay versión castellana: Los sueños y el yo. Ruptura,
continuidad, creación en la vida psíquica, Barcelona, Paidós, 1981.]
211
Me ocuparé un poco más del primer punto y en menor medida del
segundo, pues son aquellos que he tenido oportunidad de tratar asidua-
mente en mi práctica. Intentaré mostrar las necesarias correspondencias
que mantienen los diversos registros convocados por el análisis crítico y
el interés que presenta, para el tratamiento de los problemas citados
anteriormente, la reestructuración de los datos en el transcurso de la
investigación mediante intersecciones de las demás posiciones y de los
planos críticos (inter-crisis) en el marco lógico de la operación transitiva
de desintrincación explicativa y posteriormente de la reapropiación lógi-
ca de la primera problemática sobre el fondo de la segunda o las
siguientes. Los esquemas interpretativos que presentaremos se nutren de
numerosas referencias originales extraídas de materiales observados que
han sido previstos para un estudio más sistemático pero que por falta de
espacio no pueden ser mencionados aquí.
I. P R O B L E M A S DE P A R E J A S
13
En el sentido de la teoría de los conjuntos, como lo retoma Jean Piaget en
sus trabajos sobre psicología genética.
213
complejas y en consecuencia pueden admitir, con mayor flexibilidad que
los otros modelos, distanciamientos, flexiones y disociaciones temporales
sin ruptura entre los integrantes, proceso que, sin lugar a dudas, puede
"pervertirse" por obra de una renegación y "regresar" hacia los modelos
14
simétricos o disimétricos más simples . El modelo de mediación, do-
minante o totalmente explícito, representa a menudo la potencialidad
evolutiva de la segunda edad de las parejas heterosexuales estables, al
menos en nuestra cultura, y son conocidas las flexiones perversas que la
crisis de la edad intermedia puede acarrear.
El estudio de estos tres tipos de funcionamiento permite compren-
der de inmediato que la "crisis" de una pareja es, en un caso determina-
do, antes que nada la del modelo que juega el papel regulador principal
(y que puede designarse como su "modelo-encuadre") en un momento
definido. Sin dejar de tener en cuenta la complejidad de los niveles de
interacción de los individuos y de los modelos mismos, entrecruzados o
jerarquizados, y capaces de sucedersé en el tiempo según un orden de
15
maduración o " r e g r e s i ó n " , podemos ir más lejos y postular la hipóte-
sis de que la crisis de una pareja es, en primer término, crisis de
indecisión o de confusión entre dos (o tres) modelos reguladores. Pero es
evidente que esta hipótesis implica el pasaje (y por lo tanto la tolerancia
al pasaje) no conflictivo hacia lo que he designado anteriormente como
el "otro plano" de la explicación crítica.
De hecho, la tensión crítica entre modelos reguladores diferentes
existente en una pareja en un momento determinado corresponde a una
situación que sólo es crítica por la imposibilidad de encontrar una salida
en el espacio lógico común que sus integrantes se dan o creen darse.
Este espacio puede no ser homogéneo en realidad, pues puede basarse en
16
una r e n e g a c i ó n de los puntos de vista opuestos de los interesados; por
14
En mi trabajo sobre el Soi-disant Oedipe (1977) he dado ejemplos de
reducción pregenital "edípica" de los pensamientos en la práctica psicoanalítica.
1 5
Probablemente el orden genético de los tres modelos es B-A-C, ya que en
ciertos aspectos la relación especular narcisista puede ser considerada como más
"arcaica" que la relación anaclítica. Las observaciones sobre la cura psicoanalítica
que se encontrarán más adelante se orientan en ese sentido, aunque haya que
señalar que los niveles de profundidad de la regresión en una cura psicoanalítica no
se confunden con el orden de su desarrollo, aun si los mecanismos de defensa que
pueden ser privilegiados en las diferentes fases, presentan entre ellos una cierta
relación dé sucesión ligada a la psicogénesis.
16
Es posible preguntarse si la "renegación" a dúo cuyo ejemplo doy aquí, no
es el elemento constituyente, por decirlo así, de todas las situaciones de pareja, y
214
ejemplo, uno de ellos enaltece los valores culturales colectivos y el otro,
el placer de relación, mientras que ambos se esfuerzan por desconocer el
conflicto y desarrollan una creencia encubridora mediante la ilusión
compartida de una fusión ideal de las almas, creencia constantemente
socavada por la decepción que significa la dificultad en las decisiones. En
estas condiciones, la reintegración en el análisis teórico de la situación de
lecturas de planos diferentes descuidadas por uno u (y) otro de los
integrantes de la pareja conduce a homogeneizar la comprensión situacio-
nal haciéndola más compleja (en tanto es plurisistemática) y al mismo
tiempo más completa (en tanto los niveles de sistema se superponen sin
excluirse), permitiendo concebir una estrategia de desprendimiento que
no sea contradictoria o paradójica en alguna de sus instancias.
El análisis puede comenzar por el pasaje al plano intraindividual (o
intrapsíquico), cuyo estudio permite comparar los signos de crisis en los
dos sujetos comprometidos. El equilibrio del modelo vigente en la pareja
depende naturalmente de la tópica interna y de la economía íntima de
cada uno de sus integrantes, que recíprocamente proyectan algunas de
sus posiciones e imágenes identificatorias sobre el otro. Si en uno u otro
o en ambos se desconoce un cambio producido en la relación previa
existente entre los objetos internos y las organizaciones psíquicas (por
ejemplo entre el " y o " y el "superyó", la "conciencia" y el "inconscien-
te", por citar algunos casos) y si este cambio interviene, se producirán
una o varias "crisis" privadas, intrapersonales, que afectarán inevitable-
mente las relaciones extemas de la pareja. Se modificará el tipo de
demanda dirigida al compañero como soporte externo de las proyeccio-
nes y transferencias de los objetos internos. En estas condiciones, el
problema consiste en saber cuál es la respuesta que el compañero en
215
cuestión dará a la interpelación lanzada por su contendiente sujeto a una
crisis personal. Si todavía él mismo no está en crisis, la salida de la crisis
de la pareja como tal depende evidentemente de su eventual entrada
personal en crisis a partir de la de su compañero, por un efecto de
contaminación, de resonancia o de regresión bajo la angustia, o, por el
contrario, de su "resistencia" al engranaje crítico. En este último caso,
diríamos que no deja que el analista crítico lo ponga en la crisis
elaborando mensajes que reducen, tanto en él como en su compañero,
las consecuencias que éste sufre. Si por el contrario, el compañero del
sujeto en crisis está ya en crisis, las posibilidades de que pueda llegar por
sí mismo a regularla son prácticamente nulas. Es evidente entonces que,
en esta perspectiva como en la precedente, la lectura (y la eventual
regulación) de la situación crítica de la pareja puede desplazar por un
tiempo, mediante mecanismos muy sutiles, la explicación hacia el plano
intrapersonal.
Pero enfoquemos el problema desde el punto de vista "superior", es
decir desde el plano grupal o subgrupal. La crisis de la pareja puede
entonces ser encarada como el efecto cuestionador del equilibrio de un
sistema colectivo más complejo: por ejemplo, desorganización de un
conjunto familiar más amplio por crisis de una de las parejas nucleares
que lo componen. E inversamente, es posible admitir que en estas
circunstancias, la crisis de la pareja nuclear es inducida por la desorgani-
zación crítica (quizá resultado de la crisis de otra pareja) del conjunto
familiar; o todavía más allá, de un conjunto-encuadre más amplio sobre
el que se apoyaba el modelo de relación dual privilegiado por la primera
pareja observada. En este plano superior, como en el "inferior", el
análisis podrá desarrollarse horizontalmente (antes de transitar nueva-
mente hacia el estudio de la pareja inicial), orientándose hacia un
examen intercrítico de las relaciones de los diversos subgrupos de perso-
nas que constituyen el conjunto más amplio.
Sin embargo, no debemos olvidar que, aplicando la ley general que
he postulado previamente, la crisis de una pareja es concretamente tanto
dual como a la vez de cada uno de los niveles que hemos distinguido,
aunque pueda ser experimentada como más intensa en uno de esos
planos, generalmente como acción de un proceso defensivo que intenta
desconocer (ya sea buscando una solución más simple o tratando de
mantener un estado crítico que aporta beneficios secundarios) factores
críticos de suma importancia. Digamos al pasar que al lado de los nudos
críticos sobre los que convergen obviamente varios enfoques de diversos
planos del fenómeno de crisis, existen crisis falsamente simples, cuya
216
carga afectiva -generalmente muy grande- indica que están integradas
por oscuros planos explicativos velados por una pantalla de pretendida
claridad. También este tipo de crisis requiere una atención muy acentua-
da para poder explorar sus encuadres siguiendo el método preconizado.
Sea lo que fuere, en todos los casos la explicación exige no sólo la
activación sucesiva de los planos explicativos sino también, reiteramos,
su interrelación. La teoría, repetimos, puede realizar esta interrelación
mediante una lectura ensamblada en continuo desplazamiento y siguien-
do la perspectiva de los diferentes estratos y magnitudes de las unidades
de explicación. Lectura que exige una aceptación intelectual legítima y
vivida de la insuficiencia y del inmovilismo de los enfoques monosisté-
micos.
Pero con respecto a la explicación teórica, debemos decir que
también en el nivel de la práctica, de la acción (de la intervención)
reguladora sobre las parejas aparece el trabajo transitivo del pensamiento
y la función concreta de lo que R. Kaes subraya como la actitud
específica del análisis transicional. Si aceptamos la analogía de modelo
propuesta y precisada anteriormente entre práctica y teoría, creo que
sería interesante tratar de hacer un enfoque más preciso del problema.
Genéricamente podemos aceptar que la intervención en una pareja "en
crisis" es solicitada y opera en una fase intermedia de incertidumbre
sobre la probable resolución de la crisis y más precisamente sobre las
causas y referencias que convoca. En todos los casos, las intervenciones
en la pareja intentan con mayor o menor claridad reforzar, gracias a un
apoyo externo, ciertos feed-backs positivos o negativos tratando de
hacerla estallar o, por el contrario, reunificarla, o proponer un tiempo
y un espacio de espera y de elaboración no orientados previamente, es
decir, específicamente "transicionales", en el sentido que este término
tiene en la presente obra. A esta última especificación pertenecen ciertas
prácticas y consultas denominadas de asesoramiento o de psicoterapia
"de pareja" o "conyugales", e incluso ciertas reuniones judiciales llama-
das de conciliar.ión. Pero es posible presentar otra versión de la experien-
cia de vivir en pareja (más que por el simple efecto de mediación
obtenido) recurriendo a un encuadre de seguridad, conscientemente
transformado en garantía y en elemento de para-excitación contra los
intercambios paroxísticos, llevados aquí a un nivel admisible, de tal
manera que no sean bloqueantes ni destructivos. Incluso, y como es
sabido, el trabajo también puede realizarse sobre uno solo de los inte-
grantes de la pareja, según una elección estratégica que privilegiaría
individualmente "al que sufre con mayor intensidad la crisis" o "a aquel
217
que la sufre menos", intentando disponer en él y por él un espacio
transicional interno de función mutativa que podrá ser aprovechado
posteriormente por ambos o por cada uno de ellos separadamente. En
este caso, la crisis "de la pareja" ha sido tratada mediante un pasaje al
nivel o plano "inferior", intrapersonal. Asimismo, es posible concebir lo
contrario y elegir una estrategia de transición en el nivel o plano
superior; por ejemplo, trabajando a los actores de la crisis en función de
la regulación del grupo mayor o de la sociedad global. Esta orientación
interpretativa es la que generalmente eligen los consejeros inspirados en
una moral solidaria, ya sea de vieja o nueva data. Pero, en este caso, no
siempre se trata de una elaboración Ubre, y las restricciones sociales
pueden ser invocadas en nombre de la ideología o de la fe en un sentido
que nada tiene de transicional. No obstante, esas restricciones existen y
estas prácticas nos recuerdan que un análisis suficientemente totalizador
de las crisis de parejas no puede olvidarlas y debe significarlas oportuna-
mente.
En teoría, estas diversas prácticas de intervención parecen elegir
básicamente entre dos caminos principales (que no se confunden con los
dos planos, inferior y superior, de la interpretación). Uno de ellos, toma
literalmente el discurso de la pareja sobre el lugar y el nivel de la crisis y
consiste en un aporte de sentido reforzador o estructurante o en exhor-
taciones o consejos que desplazan taxativamente el tratamiento de la
•crisis hacia una salida concreta y determinada que, en principio, ha sido
rechazada por los interesados o "insuficientemente" catectizada por los
mismos. Es evidente que en este caso se corre el riesgo —asumido— de
producir la represión o la suspensión permanente de los elementos que
han sido dejados de lado o infravalorados, y, eventualmente, una depen-
dencia de la pareja con respecto a las regulaciones excesivamente hetero-
nómicas para cada uno de sus miembros. El otro camino consiste en
intentar la produpción de una nueva awforregulación de la pareja median-
te el desarrollo interior, al menos en uno de sus integrantes —y mucho
mejor si es en los dos— de un espacio interno que posea una carga
menor, tal como lo hemos descrito en términos del rol que juega el
preconsciente en el aparato psíquico, individual o grupal (en este caso
"dual"), donde se podrá intentar la evocación simultánea de los diferen-
tes planos de referencia, y la producción de una síntesis a dúo, o (e)
individual, con el concurso o no de una ayuda personalizada de tipo
psicoterapéutico.
Puesto que hemos mencionado las psicoterapias individuales, me
detendré un momento sobre este tema desde la perspectiva del trata-
218
miento de parejas. Generalmente estas prácticas están organizadas, al
menos en el psicoanálisis y en numerosas terapias de inspiración psico-
analítica, sobre un modelo materialmente binario y se basan sobre las
relaciones de pareja de un analista y su cliente, reguladas e interpretadas
según procedimientos particulares y en una óptica teórica determinada.
De hecho, el psicoanálisis y estas terapias analíticas intentan, como lo he
sugerido más arriba, proporcionar a un sujeto un espacio transicional
interno del que carece total o parcialmente, reorganizando las capacida-
des funcionales de su preconsciente, es decir, de aquello de las organiza-
ciones intrapsíquicas que le asegura los intercambios y la confrontación
equilibrada entre sus pensamientos conscientes y sus posiciones y deseos
inconscientes. En el marco del trabajo normal del preconsciente puede
efectuarse lo que he llamado la Aufhebung freudiana, o dicho de otra
manera, el complejo juego de la supresión, conservación y supresión por
asunción, que considero como una especie de reinvención constante del
deseo de objeto y del objeto mismo sobre el fondo de una alucinación
negativa de las estructuras y de la presencia del yo total, significada por
su actividad funcional de ligazón, e interiormente homologa a la presen-
cia exterior, como para-excitación de la madre en la infancia. E l
proceso psicoanalítico realiza en el tratamiento la refacción de la organi-
zación interna, es decir, de la tópica y de la economía del paciente,
determinando en él una regresión terapéutica, en el transcurso de la
cual llega a confundir, en la transferencia, sus objetos internos con el
psicoanalista. A l mismo tiempo, su organización intrapsíquica, se orienta,
por decirlo así, hacia el exterior, y se desarrolla para ser tratada
interpretativamente por el analista y luego por el sujeto mismo, en el
espacio interpersonal real y externo que el análisis prepara y garantiza.
Cuando esta organización se modifica es reinteriórizada en un estado
más favorable, luego del desarrollo de un apropiado proceso preconscien-
1 7
t e , mediante un nuevo trabajo que a veces ha sido denominado
(teniendo en cuenta la estrecha alianza a medias fusional y anaclítica
que se establece con el analista durante la cura) como identificación con
el funcionamiento del terapeuta.
Si se examina atentamente el conjunto de este proceso, es posible
percibir en acto, si puedo decirlo así, el cambio de plan cuyo esquema
he considerado como el fundamento de la operación mental (cognitiva e
7
i Véase J. Guillaumin, "Psychanalyse, épreuve de la réalité psychique", en
Nouvelle Reme de Psychanalyse, 1975, N ° 1 2 , y "Contre-transferts", en Revue
Francaise de Psychanalyse, 1976, N° 4.
219
intelectual en el examen) del análisis de las situaciones de crisis, y como
el elemento racional de la operación básica de la transicionalidad tal
como la interpreta R. Kaes. En psicoanálisis, la Aufhebung funciona
cuando retira del yo, aunque conservándolas en él, ciertas formaciones
psíquicas que provisionalmente hace pasar —para reorganizar enseguida
una nueva síntesis de la personalidad que podrá asumirlas— a un nivel
que trasciende su primer estado. Pero existe todavía algo más preciso
con respecto a la problemática de las crisis. El psicoanálisis (o la psicote-
rapia psicoanalítica) es acción crítica sobre una crisis, esa crisis que lleva
al paciente a solicitar una terapia y que en general se ha expresado
previamente en términos de crisis en sus relaciones con el mundo
exterior en un plano correspondiente a lo interpersonal, para concentrar-
se luego (por la reproducción de crisis idénticas en situaciones diferen-
tes) en el nivel del mal-estar consigo mismo y en consecuencia en el
plano intrapsíquico o intrapersonal. Esta crisis, que de alguna manera es
actual (interiorizada mediante un cambio de plano por el que alcanza, a
través de la neurosis infantil, la primera interiorización de una perturba-
ción relacional arcaica en los vínculos interpersonales con los integran-
tes de la pareja parental) será nuevamente exteriorizada en el espacio
transicional de "juego" -funcionalizado por lo que he designado en otra
18
ocasión como "anaclitosis" de transferencia- donde, en lo interper-
sonal, se despliegan las conductas de la neurosis de transferencia. En este
espacio, según un dispositivo dramático que Freud había enunciado en
1914, se desarrolla y transcurre una "crisis"' sustitutiva, asegurada y
protegida por el analista y por las reglas y prácticas que definen el
encuadre psicoanalítico (comprendiendo incluso sus apoyos y confirma-
ciones institucionales). Una vez estabilizada la neurosis de transferencia,
el tratamiento se presenta como un tiempo y un espacio de cambio,
donde efectivamente la crisis resulta operable pues posee una carga
menor y está mejor contenida que la crisis interpersonal "actual" y que
la crisis (intrapsíquica) precedente, de la que es una nueva versión
reorganizada y sobre todo formando con ambas ese espacio mental
dotado de profundidad que hemos señalado anteriormente. Estamos,
pues, cerca de la verdad admitiendo que la situación de pareja psicoana-
lítica es un operador concreto muy completo del modelo de análisis de
las crisis cuya fórmula general intento presentar aquí.
El ejemplo se vuelve todavía más interesante para nuestra intención,
g
i Véase J. Guillaumin, 1975, op. cit., y 1976a.
220
si advertimos que en el transcurso de la experiencia concreta de transi-
ción psíquica y de cambio de plano crítico que constituye el psicoanáli-
sis, la evolución del paciente y de su relación con el analista pasa por los
tres modelos de pareja que hemos descrito. Por supuesto que el orden
es variable y a veces zarandeado, pero la secuencia dominante, en
correspondencia con el movimiento de un desarrollo infantil cuya epigé-
nesis es el tratamiento, parte del modelo narcisista "simétrico" (proyec-
ción en.el analista del yo ideal, y movimientos propios de la "transferen-
cia narcisista"; véase H. Kohut, 1971), accede al modelo "disimétrico"
de dependencia anaclítica (dependencia del analista, contar con él para
las regulaciones de los propios estados internos, encontrar un placer
lúdico particular en el trabajo conjunto) y generalmente alcanza por
fin y salvo resistencias insuperables debidas al rígido predominio de
cierta estructura de personalidad en el paciente o (y) a las torpezas del
analista, el modelo que he designado como "de mediación". En este
caso, se hace posible la triangulación edípica donde la pareja encuentra
una nueva economía menos onerosa y tensa que le permite abrirse a un
tercer orden de términos reguladores que se hacen presentes en la
ausencia, introduciendo una consideración más exacta y adaptada de la
compleja realidad. Entonces, el trabajo psicoanalítico aparece finalmen-
te como la transformación del modelo dual cerrado e insatisfactorio que
regía originalmente las relaciones del paciente en un modelo más abierto
que posee tres polos desplazables según un cierto orden, desembocando
en una socialidad que combina estas nuevas relaciones con una extensa
red de múltiples lazos. Finalmente, la versión mejorada, económicamente
más realista y menos costosa, de la relación con el otro que el paciente
interiorizará gracias al. análisis, en lugar de la organización intrapsíquica
original, es el reflejo de una estructura ya socializada que se sitúa en el
borde del plano "superior" de las organizaciones grupales. El "anali-
zador" transicional proporcionado por el psicoanálisis logra hacer circu-
lar mentalmente al paciente entre modelos cuya coexistencia ha podi-
do percibir y cuya confrontación se ha vuelto posible para él en el campo
interiorizado de un aparato psíquico extendido. De esa forma puede
instalar en sí mismo una constante percepción paisajística, en profundi-
dad y transparencia, de sus propios elementos, permitiéndole una mejor
y más armoniosa visión de conjunto que lo asegura frente a súbitas
rupturas y falencias energéticas
221
en el doble sentido del término según lo entendemos aquí) a la que
aquél lo sometía en su sufrimiento y que ese entorno no llegaba a veces
a controlar lo suficiente como para lograr la exclusión de un fenómeno
de contagio de la crisis a alguno de sus miembros, incluso a un conjunto
o grupo de personas, familia, círculo de amigos, etc. Por otra parte, el
analista, solicitado en calidad de "contenedor" especializado (en princi-
pio mejor equipado para enfrentar una crisis que el paciente, renuncian-
do a hacer sufrir a su entorno y demandando ayuda, acepta tomar a su
cargo como crisis de nivel intrapersonal) puede estar también, en un
momento determinado, en mejores condiciones de regular al analizado
controlando y utilizando (a través de feed-backs apropiados) las
inducciones críticas que recibe de él y que experimenta en sí mismo
19
como formas de crisis transitorias contratransferenciales . La asunción
satisfactoria del rol presupone naturalmente un dispositivo formativo
anterior de la personalidad del analista en el sentido de una mejor
captación, en su propia experiencia, de las relaciones entre los diferentes
niveles o planos críticos señalados y de los desplazamientos mentales sin
ruptura, fondo sobre forma y forma sobre fondo, que permiten articular-
los sin anulaciones ni conflictos en un espacio transicional interno
suficientemente estable.
n. PROBLEMAS DE GRUPOS
19
Véase J. Guülaumin, 1976, op. cit.
2 0
J. GuiUaumin, P. Martel y F. Pétrequin (1979).
222
ciertos "casos difíciles". Todo ocurre como si los miembros del equipo
se sintiesen impedidos de poder examinar la situación con la suficiente
distancia como para poder manejarla haciendo variar imaginativamente la
representación, y se sintiesen obligados a asumir repetitivamente actitu-
des y disposiciones ineficaces, creando un círculo vicioso de relaciones
que puede desembocar en una cronicización de los pacientes comprome-
tidos. Este tipo de crisis, perjudicial tanto para los pacientes, el equipo
y sus miembros, como para la institución e incluso para la sociedad,
puede ser empíricamente -según nuestra experiencia y más allá de una
elaboración in situ que obligaría a pensar de otra manera lo que es
vivido de esta forma- objeto de un desplazamiento (una transferen-
cia . . . ) hacia otro plano, y después hacia otro lugar, donde se convierte
en algo simbólicamente operable y que luego podrá, en ese nuevo
estado, ser restituido al grupo de donde proviene por un efecto diná-
mico.
Concretamente, para que esto se produzca basta que uno de los
participantes del grupo originariamente en crisis, experimentando y con-
siderándose él mismo en crisis en su equilibrio personal y profesional (de
interno, de trabajador social, de psicólogo, de psiquiatra, etc.) cuente la
"situación" asociativamente, y sin otras precauciones, a los miembros de
otro grupo sin relación con el equipo inicial pero psicoanalíticamente
encuadrado (con uno o dos monitores psicoanalistas). La expresión
asociativa de sus impresiones y su acompañamiento gestual y postural
contagian transferencialmente a los miembros del nuevo grupo. En esas
condiciones, los pensamientos y actitudes desarrolladas en grupo consti-
tuyen un analizador simbólico, por homología y por homomorfía (en el
sentido de R. Kaes, 1976a), de la crisis a distancia del grupo original.
Del primer grupo en crisis al segundo grupo en crisis transferencia!, por
la intermediación de un individuo que está suficientemente "angustiado"
por la primera crisis como para sentirse motivado a hablar al segundo
grupo (menos implicado directamente y dotado por regla analítica de un
espacio más libre para la verbalización), el fenómeno critico puede
elaborarse al punto de revelar lo incomprendido o lo inconsciente del
grupo originario y, si se produce la restitución al punto de partida,
levantar sus bloqueos.
El comentario que este ejemplo, verificado a menudo por el autor
en la práctica, provoca en el discurso teórico, es el siguiente. En este
caso, el segundo grupo sirve de lugar de pasaje a la representación y a la
teorización y, desde allí, a la explicación de la experiencia vivida en el
primer grupo. En consecuencia, funciona como regulador del primer
223
grupo, posición que es necesario reconocerle aun si la concientización y
las vinculaciones que ha permitido no son directamente reinyectadas en
el primer grupo por intermedio del miembro del equipo que ha llevado
la problemática de crisis hasta el grupo de discusión. Por lo tanto
podemos decir que, encarando la crisis del primer grupo desde la pers-
pectiva de su relación y de sus comunicaciones con los fenómenos que
se producen en el segundo grupo, transformamos a la vez teórica y
prácticamente una problemática de crisis intragrupal e interindividual en
una intergrupal que, sin embargo, no niega la organización intergrupal de
cada uno de los conjuntos pero que obliga a leerlos y compararlos a
ambos sobre el fondo de la analogía y de las diferencias que puedan
presentar: con mayor precisión, de la analogía y de las diferencias (es
decir, de la relación simbólica) entre la crisis originaria y la crisis
psicodramática y verbalizada del aquí y ahora. Por lo tanto, volvemos a
encontrar el juego de planos y niveles por el que debe pasar necesaria-
mente el trabajo de intelección de las situaciones críticas y el proceso de
relación intercrítica que hemos mencionado constantemente. Agregaría
que el rol del individuo que en este ejemplo sirve de vector de la crisis
grupal, de un cuerpo grupal al otro, al que se acerca para inocularle el
virus crítico (virus que en la eventualidad pasará a convertirse en la
vacuna para el primer grupo) ejemplifica, de acuerdo con los trabajos de
R. Kaes, sobre las correspondencias entre la tópica personal y la grupal,
el lazo entre los niveles extremos de la problemática. Sólo gracias a una
lectura intergrupal puede apoyarse y establecerse, con miras a un futuro
desprendimiento, la relación generadora en forma secundaria dé crisis
individuales (interpsíquicas) del primer grupo y de sus miembros. Al fin
de cuentas, aquello que probablemente ha sido ignorado en las relaciones
intraindividuales de los miembros del primer grupo (por ejemplo, en-
vidia, rivalidades, erotización de ciertas conductas, fantasías asociadas a
proyecciones e identificaciones mal reguladas) reaparece por intermedia-
ción de una mejor integración personal de parte del individuo interesado
—realizada en un nuevo contexto menos "comprometido" u opresivo—
de las representaciones reprimidas correspondientes. El énfasis puesto en
la relación intergrupal ha atemperado la implicación intragrupal y la
fascinación por la crisis colectiva en ese participante signífero, que
llevará quizás al grupo de origen su propia distancia y su propia capaci-
dad de comprensión restablecidas.
224
ni. PROBLEMAS DE INSTITUCIONES
21
Actualmente P. Fustier continúa realizando, en la Universidad de Lyon II,
investigaciones más profundas sobre las condiciones y límites de las intervenciones
eficaces en análisis institucional (en él Centro de Investigación sobre la Inadapta-
ción de Niños y Adolescentes).
225
Estas prácticas, en parte negativas, podrían ser atribuidas a una
insuficiencia del encuadre conceptual general relativo a la comprensión
de los fenómenos de crisis, más que a una falta de conocimientos
técnicos de los responsables en psicosociología de la relación o de
grupos, o en psicología. No existe una problemática intercrítica tal como
he intentado definirla aquí, por lo que los analistas siguen adheridos, sin
posibilidad de reducirlos, a los intercambios proyectivos e identificato-
rios en los que no pueden dejar de participar y que sólo son manejables
si se cuenta con un instrumento apropiado. A veces es posible observar-
los, según un esquema conocido, "jugar al analista", callarse durante
largo tiempo, a veces con propiedad y a veces inoportunamente, buscan-
do de manera caricaturesca darse y dar a los otros una seguridad sobre
su capacidad para regular e interpretar en su fuero interno, el proceso
que se desarrolla ante sus ojos. Es urgente realizar una distinción más
neta de los planos explicativos que interfieren en tales casos, y que
hacen de las crisis tratadas verdaderas situaciones típicas de "entrecruza-
miento" crítico. Para poner en práctica esta distinción pareciera necesa-
rio que el analista en vez de saltar sincréticamente, en forma seudo
interdisciplinaria, de una referencia sociológica a una psicoanalítica pa-
sando por la dinámica de grupos lewiniana, etc., eligiera un nivel prefe-
rencia!, ubicándose en él, y dejara a los otros en reserva, es decir, en
inscripción preconsciente para que puedan superponerse contrapuntísti-
camente a una progresión reflexiva coherente en sí misma y no realizar
relaciones y vinculaciones sintéticas (o permitir que otros las realicen)
sino luego de un trabajo consecuente. A menudo he tenido la ocasión de
comprobar que el enfoque interdisciplinario está generalmente al final y
no al comienzo de la especialización. Ocurre lo mismo en el manejo de
los niveles explicativos referidos a un proceso crítico, en forma especial
en instituciones, ya se trate de la teoría o de la aplicación práctica. Es
necesario saber previamente cuál es el lugar del que se va a hablar y qué
se pretende comprender, para qué los otros lugares y sitios, los otros
discursos, se vuelvan comprensibles en relación con el primero.
Sin embargo, es indudable que el panorama se presenta confuso
cuando se consideran los tanteos actuales de los poderes públicos y de
los grupos de especialistas encargados de diseñar la estructura de las
instituciones que deben asumir la tarea de regulación de la crisis genera-
cional presente. A menudo, esta crisis provoca en los adolescentes una
22
depresión crónica y multiforme que generalmente es contrarrestada
2 2
Véanse los trabajos de J. Bergeret sobre la depresión (1974; 1976) y sobre
la drogadicdón (1978; 1979).
226
con la droga, la fuga o incluso el suicidio o con formas aberrantes y
regresivas de vida colectiva. Las vacilaciones de los responsables permiten
que la confrontación que se supone produce una reparación evolutiva de
las generaciones se practique en ciertos establecimientos cuya diversidad
(a veces erigida en doctrina) no condenaremos, pero sí su incierta y
contradictoria definición, pues no se puede discernir en ellos el esbozo
de un espacio transicional. Desde esta perspectiva, es innegable que
existe una crisis de la representación de estas instituciones y de su
función en aquellos mismos que son sus responsables.
228
más amplio. No puede por lo tanto sorprendemos que la crisis se
muestre como latente en forma constante o endémicamente manifiesta,
ni que en ella operen fuerzas internas y externas tratando de quebrar, o
por el contrario suturar, los bordes separados del espacio contenedor
desarticulado, es decir, las partes osificadas del esqueleto social. A menos
que estas fuerzas tiendan, de manera no menos destructiva, a transfor-
mar por diferenciación la totalidad del esqueleto social en tejido conjun-
tivo, pero en una conjunción entre nada, sin función ni apoyo en ningún
lado.
Frente a estos movimientos que engendran —en el sentido propio de
no lugar- utopias del deseo y del pensamiento, entiendo que, desde la
perspectiva que hemos definido como intercrítica, el análisis institucional
puede sacar partido del estudio de los proyectos, implícitos o explícitos,
que de alguna manera forman el contrato narcisista de las instituciones
consideradas. Estos proyectos se enuncian en los términos de aquello
que supuestamente la institución intenta conseguir, pero mucho más en
los términos de la relación que se establece entre esta finalidad ideal,
formulada claramente o no, y el status y los roles prescritos concreta-
mente o por reglamentaciones a. los miembros de la institución. Es
posible constatar empíricamente que la rigidez interna de este status y
de estos roles, es decir, de la intolerancia que los miembros de la
institución suelen sentir frente a ciertos desvíos que incluso pueden
llegar a producir el alejamiento de algunos de ellos, es tanto más
estricta cuanto más se intenta ocultar una cierta ambigüedad o contra-
dicciones más profundas. Por ejemplo, en las organizaciones donde se
prescribe constantemente prohibir, o donde por el contrario, se prohibe
prohibir. O bien en otras donde se afirma un status de igualdad nominal
y de desjerarquización total, o, por el contrario, un status jerárquico
muy estricto entre las diversas categorías de especialistas del equipo
responsable.
En estas condiciones, es posible asimilar la entrada en crisis de una
institución a la de su proyecto manifiesto o latente, pues si hay crisis se
cuestionará el proyecto de la institución y de sus miembros así como sus
deseos. Pueden darse dos posibilidades en el conjunto: 1) el texto del
proyecto (que puede no estar escrito y por lo tanto se enuncia en los
estereotipos verbales, el vocabulario y la sintaxis de las comunicaciones
intrainstitucionales, incluso en los mensajes de la institución a los repre-
sentantes del entorno institucional) es de alguna forma una ilusión. A
menudo es idealizado, sacralizado como una forma vacía, cenotafio de
una escena primitiva desviada y bloqueada en los silencios del texto
229
entre los deseos de los integrantes o grupos de integrantes de la institu-
ción, deseos que en algún lugar se revelan como inconciliables. El
proyecto, que desde cierta perspectiva puede no ser mas que un pospro-
yecto y de alguna manera la repetición conmemorada e inmemorial de
una palabra arcaica, se ha desviado, y por lo tanto la fe en la liturgia
comunitaria ya no sirve para disfrazar las oposiciones latentes, o 2) el
texto del proyecto es amorfo. Demasiado lábil, oscila en su definición y
su simbólica, en un estado que sólo persiste gracias a un automatismo de
tolerancia más o menos sincero que con el tiempo pierde vigencia. En un
momento dado, los miembros del grupo institucional comienzan a perci-
bir sus límites y comprenden que una convergencia distinta de la que
quisieron expresar es el origen real, el soporte y quizás el fin de su vida
en común. Desregulación por exceso de plasticidad o por exceso de
rigidez: evidentemente las dos formas de crisis exigen un análisis más
profundo, tratando de reajustar las palabras a las cosas o las cosas a las
palabras.
De esta manera el trabajo del análisis intercrítico alcanza su mayor
intensidad. También en este caso, como ya lo hemos dicho, consiste en
localizar racionalmente los puntos críticos en el plano de emergencia de la
crisis, hecho que exige realizar una comparación entre los subrupos o
categorías de actores comprometidos en la institución, desde la perspec-
tiva de su grado de desacomodo en el sistema institucional considerado.
Por ejemplo, en el caso de una categoría de especialistas, digamos "pre-
ceptores de inadaptados" en un hogar de niños, se podrá probar que
sienten un profundo malestar frente a su rol, apresado entre la práctica
específicamente didáctica y la acción educativa o psicoterapéutica. La
consecuencia es que estas personas, para conservar su lugar y salvar la
estructura formal de la institución (con los beneficios primarios y secun-
darios que resultan de este hecho), demandan constantes muestras de
seguridad y pruebas de tolerancia de parte de las otras categorías de
técnicos e incluso de los niños. Pero este primer análisis todavía sigue
siendo lineal, horizontal. Una comprensión más completa de la situación
exigiría el desplazamiento de la problemática hacia el plano de las
relaciones interindividuales, incluso de los funcionamientos intrapersona-
les, y luego hacia el plano interinstitucional, sin por supuesto perder de
vista la primera lectura. Se descubrirá entonces, por ejemplo, que la
vulnerabilidad subgrupal de los "preceptores" remite, en este caso, a la
definición académica y por lo tanto a la apoyatura social de su posición
en relación con la de sus colegas comprometidos en otras tareas educati-
vas en otros contextos. Y que la fragilidad particular de uno o varios
230
-5¿r a-
23
El estudio de las crisis tiene una evidente relación con el que se refiere al
cambio y, naturalmente, con el que se refiere a la creación, sin lugar a dudas uno
de los procesos mas importantes de cambio. El autor de este capítulo ha contribui-
do desde 1975, con un grupo de colegas de la Universidad de Lyon II, a los que se
han asociado investigadores de otras Universidades (Provenza, Lyon I y París X), al
funcionamiento de un seminario de posgrado sobre psicología de los procesos de
cambio y de regulación. El laboratorio al que pertenece realizó en noviembre de
1976 un coloquio sobre el cambio (cuyas actas fueron publicadas en Psychologie
Clinique, N° 1, Univ. Lyon II) y en 1977-1979, tres coloquios sucesivos sobre la
creación, cuyas actas están en prensa.
231
PSICOANALISIS D E L E N C U A D R E
PSICOANALITICO*
JOSE BLEGER
Winnicott (1956) define el "setting" como ' l a suma de todos los detalles
de la técnica". Propongo —por razones que se verán en el desarrollo del
tema- que adoptemos el término situación psicoanalítica para la totali-
dad de los fenómenos incluidos en la relación terapéutica entre el
analista y el paciente. Esta situación abarca fenómenos que constituyen
un proceso, que es el que estudiamos, analizamos e interpretamos; pero
incluy^también un encuadre, es decir un "no-proceso" en el sentido de
1
que" son las.constantes, dentro de cuyo marco se da eí proceso .
La situación analítica puede ser así estudiada desde eí punto de
vista de la metodología que ella significa, correspondiendo el encuadre a
las constantes de un fenómeno, un método o una técnica, y el proceso
al conjunto de las variables. Sin embargo, este aspecto metodológico
será aquí dejado de lado y sólo lo citamos para que se comprenda que
1
Aquí se podría comparar esta terminología con la utilizada respectivamente
por D. Liberman (1962) y E. Rodrigué (1966).
* Trabajo leído en el Segundo Congreso Argentino de Psicoanálisis, Buenos Ai-
res, 1966; publicado en J. Bleger, Simbiosis y ambigüedad, Buenos Aires, Paidós,
1967.
233
un proceso sólo puede ser investigado cuando se mantienen las mismas
constantes (encuadre). Es así como dentro del encuadre psicoanalítico
incluimos el rol del analista, el conjunto de factores espacio (ambiente)
2
temporales y parte de la t é c n i c a (en la que se incluye el establecimien-
to y mantenimiento de horarios, honorarios, interrupciones regladas,
etc.).
Me interesa ahora el psicoanálisis del encuadre psicoanalítico y existe
una literatura importante sobre la necesidad de su mantenimiento y
sobre las rupturas y distorsiones que el paciente provoca en él mismo en
el curso de cualquier análisis (en grados y características variables: desde
el exagerado cumplimiento obsesivo a una represión, un acting out o una
disgregación psicótica). Mi trabajo en el psicoanálisis de psicóticos me
enseñó con evidencia la importancia del mantenimiento y defensa de los
fragmentos o elementos que del encuadre hayan podido quedar, lo cual
se logra —a veces— únicamente con la internación.
Sin embargo, tampoco quiero enfocar ahora el problema de la
"ruptura" o "ataques" al encuadre. Quiero estudiar qué es lo que
3
involucra el mantenimiento idealmente normal de un encuadre .
Así dicho, pareciera que no es posible tal estudio porque ese análisis
ideal no existe. Y estoy de acuerdo con tal opinión. Lo cierto es que, a
veces en forma permanente y otras esporádica, el encuadre se convierte,
de fondo de una Gestalt en figura, es decir, en proceso. Pero, aun en
estos casos, no es lo mismo que el proceso, en sí mismo, de la situación
analítica, porque en las "faltas" al encuadre nuestra interpretación tiende
siempre a mantenerlo o a restablecerlo; diferencia importante con nues-
tra actitud en el análisis del proceso mismo. En este sentido, me interesa
examinar el significado psicoanalítico del encuadre, cuando éste no es
problema, en el análisis "ideal" (o en los momentos o períodos en que
ello ocurre); es decir, pretendo el psicoanálisis del encuadre cuando éste
se mantiene y no cuando se rompe; cuando sigue siendo un conjunto de
2
El encuadre corresponde más a una estrategia que a la técnica. Una parte
del encuadre incluye "el contrato analítico" que "es un convenio entre dos
personas, en el que existen dos elementos formales de intercambio recíproco:
tiempo y dinero" (Liberman y colaboradores, 1961).
3
El problema tal cual lo planteo es similar a lo que los físicos llaman una
experiencia ideal, es decir un problema que no se da total y precisamente en la
forma en que se define o se plantea, pero que r« de enorme utilidad (teórica y
práctica). Posiblemente sea a este análisis o problema ideal al que en una oportuni-
dad se refirió E. Rodrigué como el historial del paciente que nadie escribió ni
nadie podrá escribir.
234
constantes y no cuando se ha transformado en variables. El problema
que quiero examinar es el de aquellos análisis en que el encuadre no es
un problema. Y justamente para mostrar que es un problema. Esto me
ha de insumir necesariamente buena parte del tiempo de que ahora
dispongo, porque no se puede analizar un problema que no se define o
no se conoce.
*** v
4
Justamente me vi llevado, en parte, a este estudio a raíz de un conjunto de
seminarios sobre psicología institucional y a raíz de mi experiencia en este terreno
(escasa, por cierto, por ahora).
235
el encuadre se constituyen en un "mundo fantasma": el de la organiza-
ción más primitiva e indiferenciada. Lo que siempre está, no se^percibe
sñro_cMrido_falta; podríamos aplicar al encuadre la denominación de lo
que Wallon llamó "ultracosas", es decir, todo aquello que en la experien-
cia aparece como vago, indeterminado, sin concepción o conocimiento
de ello. Lo que organiza al yo no son sólo las relaciones^stables con Jos
objetos o instituciones sino las frustraciones y^ gratificaciones ulteriores
con los rrúsmósrNo hay percepción de lo que siempre está. La percep-
ción del objeto que falta y del que gratifica es posterior; lo más
primitivo es la percepción de una "incompletud". Lo que existe para la
percepción del sujeto es aquello cuya experiencia le ha mostrado que"
^éde'Ta1taHel .En^camfei.o..Ías relaciones estables\o'.mmovilizadas. (las
t
***
Quiero todavía hacer otra pequeña digresión que espero vaya dando
más elementos para el estudio que me propuse. Nos hemos movido hasta
hace poco muy cómodos en la ciencia, en el lenguaje, en la lógica, etc.,
sin darnos cuenta que todos estos fenómenos o comportamientos (todos
ellos me interesan en tanto comportamientos, es decir en tanto fenóme-
nos humanos) se dan' en un contexto de supuestos que ignorábamos o
que dábamos por inexistentes o invariables; pero ahora sabemos que la
comunicación incluye una metacomunicación, la ciencia una metacien-
cia, la teoría una metateoríá, el lenguaje un metalenguaje, la lógica una
metalógica, etc., etc. Si varía la "meta" . . . varía el contenido de manera
5
radical . De esta manera el encuadre, siendo constante, es decisivo de los
fenómenos del proceso de la conducta. En otros términos, el.encuadre es
s
Esta variación de la "meta" . . . o variación de los supuestos fijos o constantes,
es el origen de la geometría no euclidiana y del álgebra booleana (Iieber, 1960).
En psicoterapia, cada técnica tiene sus supuestos (su encuadre) y, por lo tanto,
también sus propios "contenidos" o procesos.
236
una metaconducta de la que dependen los fenómenos que vamos a
reconocer como conductas. Es. lo implícito, pero de lo cual dependiólo
explícito. " "
La metaconducta funciona como lo que M. y W. Baranger llaman "el
baluarte": aspecto que el analizado procura no poner en juego
eludiendo la regla fundamental; pero en la metaconducta que me intere-sa
analizar se cumple con la regla fundamental, y lo que me interesa es
justamente el examen de ese cumplimiento. Concordamos con estos
autores en señalar la relación analítica como una relación simbiótica;
pero en los casos en que se cumple con el encuadre, el problema
radica en que el encuadre mismo es el depositario de la simbiosis y que
ésta no está en el proceso analítico mismo. La simbiosis con la madre (la
inmovilización del no-yo) permite al niño el desarrollo de su yo; el
encuadre tiene la misma función: sirve de sostén, de marco, pero sólo lo
alcanzamos a ver—por ahora— cuando cambia o se rompe/ El "baluarte"
más persistente, tenaz e inaparente es así el que se deposita en el
encuadre.
***
Deseo ilustrar ahora esta descripción que hice del encuadre con el
ejemplo breve de un paciente con carácter fóbico (A. A . ) , con intensa
dependencia encubierta con una independencia reactiva; quien durante
mucho tiempo vacilaba, deseaba y temía comprar un departamento;
compra que nunca se realizaba. En un momento dado se entera acciden-
talmente de que yo había comprado hace tiempo un departamento que
todavía se hallaba en construcción, y a partir de ahí comenzó un
período de ansiedad y distintas actuaciones.
En un momento dado relata lo que había sabido y yo le interpreto
su actitud: la forma en que me lo dijo incluía el reproche de por qué yo
no le había avisado de mi compra sabiendo que ése era un problema
fundamental para él. El intentó ignorar u olvidar el episodio presentando
fuertes resistencias toda vez que yo (insistentemente por cierto) le
relacionaba este hecho con sus actuaciones, hasta que empezaron a
aparecer fuertes sentimientos de odio, envidia, frustración con violentos
ataques verbales, que fueron seguidos de un clima de alejamiento y
desesperanza. Siguiendo el análisis de estas situaciones empezó gradual-
mente a aparecer el "fondo" de su experiencia infantil, que pude
reconstruir a través del relato de distintos recuerdos: en su casa sus
padres nunca realizaron nada, absolutamente nada, sin informarle y
237
consultarle, conociendo él todos los detalles del curso de la vida familiar.
Después de la aparición e interpretación reiterada de estos recuerdos
(venciendo fuertes resistencias), inició la acusación de que todo se había
roto entre nosotros, de que ya no podía confiar más en m í ; aparecieron
fantasías de suicidio, desorientación y confusión frecuentes y síntomas
6
hipocondríacos .
Para el paciente se rompió "un algo" que era así y que debía ser
como siempre lo fue, y no concebía que pudiese ser de otra manera.
Exigía la repetición de lo vivido, de lo que para él fue "siempre así",
exigencia o condición que pudo mantener en el curso de su vida por
medio de una restricción o limitación de su yo en la relación social y
conservando siempre él el manejo de las relaciones, exigiendo una fuerte
dependencia de sus objetos.
Quiero señalar en este ejemplo cómo la "no repetición", por cumpli-
miento con el encuadre, trajo a la luz una parte muy importante de su
personalidad: lo más fijo y estable de su personalidad, su "mundo
fantasma", la transferencia delirante (Little) o la parte psicótica de su
personalidad; un no-yo que forma el marco de su yo y de su identidad.
Sólo con el "no cumplimiento" de su "mundo fantasma" puede ver que
" m i " encuadre no era el mismo que el suyo, que —antes' del "no
cumplimiento"- ya estaba presente su "mundo fantasma". Pero quiero
subrayar que el mantenimiento del encuadre es lo que permitió el
análisis de la parte psicótica de la personalidad. Lo que intento plantear
no es cuántos de estos fenómenos aparecen por la frustración o por el
choque con la realidad (el encuadre) sino —más importante aún—
¿cuánto de ello no aparece y no resulta posiblemente nunca analizable?
No sé dar respuesta a la pregunta. Lo que me interesa ahora es plantear
(discriminar) el problema. Es similar a lo que ocurre con el rasgo de
carácter, que para su análisis debe ser transformado en síntomas, es
decir, dejar de ser egosintónico. ¿Y lo que hacemos en el análisis del
carácter no debiera hacerse con el encuadre? El problema es diferente y
aun más difícil, ya que el encuadre no solamente no es egosintónico sino
que es el marco sobre el que están construidos el yo y la identidad del
sujeto, y se halla fuertemente clivado del proceso analítico, del yo que
6
Como lo dice Little (1958) para la transferencia delirante, aparecieron aso-
ciaciones referidas a su cuerpo, de experiencias muy tempranas: que se sentía in-
movilizado, y asoció que de chico era envuelto con una faja que lo mantenía com-
pletamente inmóvil. El no-yo del encuadre incluye el cuerpo, y si el encuadre se
rompe, los límites del yo formado por el no-yo tenían que ser recuperados a nivel
del cuerpo.
238
»» '
***
7
Esta compulsión de repetición no es sólo "una forma de recordar" (Freud)
sino una manera de vivir o la condición para vivir.
8
Wender (1966) describió en su trabajo que hay dos pacientes y dos analis-
tas, a lo que ahora agrego que hay también dos encuadres.
9
Rodrigué (1966) describe una "transferencia suspendida" y la "dificultad
que nace de que se habla de un fenómeno que, de existir en forma pura, tendría
que ser mudo por definición".
10
Creo que es apresurado hablar siempre de un "ataque" al encuadre cuándo
éste no es cumplido por el paciente. El analizado trae "lo que tiene" y no es
siempre un "ataque", sino su propia organización (aunque sea desorganizada).
11
La ambigüedad del "como si" de la situación analítica, estudiada por W. y
M. Baranger (1961-1962), no cubre "todos los aspectos del campo analítico",
como dicen estos autores, sino sólo al proceso. El encuadre no admite ambigüedad,
ni por parte de la técnica del psicoanalista ni por parte del paciente. Cada encuadre
239
E. Jaques (1955) dice que las instituciones son inconscientemente usa-
das como mecanismos de defensa contra las ansiedades psicóticas, pero creo
sería mejor decir que son las depositarías de la parte psicótica de la
personalidad, es decir, de la parte indiferenciada y no resuelta de los
primitivos vínculos simbióticos. Las ansiedades psicóticas se juegan den-
tro de la institución, y en el caso de la situación psicoanalítica, dentro de
lo que hemos caracterizado como el proceso (lo que "se mueve" en
1 2
oposición a lo que no: el encuadre) .
El desarrollo del yo (en el análisis, en Ja familia, en cualquier
institución), depende de la inmovilización del no-yo. Esta denominación
de "no-yo" nos induce a pensar en él como algo inexistente, pero que es
de existencia real, y tanto, que es el "meta-yo" del cual depende la
posibilidad de formación y mantenimiento del yo: su misma existencia.
De aquí podríamos decir que la identidad depende de la forma en que es
mantenido o manejado el.no-yo. Si la metaconducta varía, se modifica
todo el yo (en grados posiblemente equivalentes entre su cuántum y su
13
calidad) El no-yo es el fondo o el marco del yo organizado; "fondo"
y "figura" de una sola Gestalt. Entre yo y no-yo (o entre parte
neurótica y psicótica de la personalidad) no se.instala una„disociación
a e t a c o
5PQ.-.iy}-Jpjíy_ J > l m o he caracterizado este término en un trabajo
anterior.
N. N. era una paciente muy rígida y limitada que vivió siempre con
sus padres en hoteles en diferentes países; lo único que llevaba siempre
consigo era un cuadro pequeño. Su mala relación con sus padres y las
continuas mudanzas hacían de este cuadro su "ambiente", su no-yo: su
metaconducta, lo que le daba el "no cambio" para su identidad.
EJ__encuadre "es" la parte más primitiva de la personalidad,_esJa
240
fusión yo-cuerpo-mundo, de cuya inmovilización depende la formación,
existencia y discriminación (del yo, del objeto, del esquema corporal, del
cuerpo, la mente, etc., etc.). Los pacientes con "acting in" o los
psicóticos traen también "su propio encuadre": la institución de su
primitiva relación simbiótica, pero también la traen todos los pacientes.
Es así como ahora podemos reconocer mejor la situación catastrófi-
ca que siempre, en grado variable, supone la ruptura del encuadre por
parte del analista (vacaciones, incumplimiento de horarios, etc.), porque
en estas rupturas (las rupturas que forman parte del encuadre) se
produce una "grieta" por la que se introduce la realidad, que resulta
catastrófica para el paciente: "su" encuadre, su "mundo fantasma"
quedan sin depositario y se pone en evidencia que "su" encuadre no es
el encuadre psicoanalítico, tal como ocurrió con A. A. Pero ahora quiero
dar un ejemplo de una "grieta" que el paciente toleró hasta que se vio
necesitado de recuperar su omnipotencia, "su" encuadre.
Z., hijo único de una familia que en su infancia fue muy rica,
socialmente muy relevante y muy unida; vivió en una enorme y lujosa
mansión con sus padres y abuelos, entre quienes él era el centro de
cuidados y mimos.
Por razones políticas les fueron expropiados muchos bienes, produ-
ciéndose una gran decadencia económica. Toda la familia se forzó
durante un tiempo por vivir las apariencias de gente rica, disimulando el
desastre y la pobreza, pero sus padres terminaron por mudarse a un
departamento pequeño y por aceptar un empleo (sus abuelos habían
muerto en el ínterin). Cuando la familia enfrentó y aceptó el cambio, él
siguió viviendo "las apariencias"; se apartó de sus padres para vivir de su
profesión de arquitecto, pero disimulando su gran inseguridad e inestabi-
lidad económica; tanto, que todo el mundo lo creía rico, y él vivió y
fomentó su fantasía de que "no había pasado nada", conservando así el
mundo seguro e idealizado de su infancia (su "mundo fantasma"). Era
también la impresión que me provocaba en el tratamiento: de una
"persona bien", de una clase social y económica superior, que sin
ostentación de "nuevo rico" conservaba un aire de seguridad, dignidad y
superioridad, de estar fuera y por encima de las "miserias" y "pequene-
ces" de la vida, entre las cuales se incluía el dinero.
El encuadre se mantuvo bien, pagando también regular y puntual-
mente. Cuando se analizó cada vez más su actitud y su dualidad (el
clivaje de su personalidad), su moverse en dos mundos, manteniendo una
ficción, empezó a deberme dinero y a ser impuntual tanto como a
241
hablar (con gran dificultad) de su falta de dinero, lo cual lo hacía
sentirse muy "humillado".
La ruptura del encuadre significó aquí una cierta ruptura de su
organización omnipotente: la aparición de una "brecha" que se transfor-
mó en la vía para penetrar "contra" su omnipotencia (el mundo estable
y seguro de su infancia).
Cumplir el encuadre fue aquí la depositación de su mundo omnipo-
tente mágico, de su dependencia infantil, de su transferencia psicótica:
su fantasía más profunda era la de que el análisis le consolidaría esta
omnipotencia y le devolvería totalmente "su" "mundo fantasma". La
ruptura del encuadre significó la ruptura de un clivaje y la aparición de
una "brecha" de irrupción de la realidad.
"Vivir" en el pasado no era su fantasía inconsciente, era directamen-
te la organización básica de su existencia. Transcribo partes de una
sesión de un momento en que bruscamente sus padres sufrieron un
accidente y se hallaban muy graves; en la sesión anterior me pagó parte
de su deuda y comienza esta sesión diciéndome que hoy me trajo tantos
pesos y que todavía quedan tantos, y que esa deuda la siente "como una
brecha, como algo que falta". (Pausa.) Sigue: "Ayer tuve relaciones
sexuales "con mi mujer y al comienzo estaba impotente, y eso me asustó
mucho". (Fue impotente al comienzo de su matrimonio.)
Le interpreto que ahora que está pasando una situación difícil por
el accidente de sus padres, él desea volver a la seguridad que tenía en
su niñez, a los padres y abuelos dentro de él, y que la relación con su
mujer, conmigo y con la realidad actual lo vuelve impotente para eso.
Que él necesita cerrar la brecha pagándome todo, para que el dinero
desaparezca entre los dos, que desaparezca yo y todo lo que ahora le
hace sufrir.
Me contesta que ayer pensó que, realmente, él a su mujer sólo la
necesita para no estar solo, pero que era un mero agregado en su vida.
Le interpreto que él también desea que yo satisfaga sus necesidades
de la realidad para que ellas desaparezcan y poder volver así a la
seguridad de su infancia y a su fantasía de reunión con sus abuelos,
padre y madre, tal como era todo en su infancia.
(Silencio.) Y después dice que cuando sintió la palabra fantasía le
pareció extraño que yo hable de fantasías y que tuvo miedo de volverse
loco.
Le digo que él necesita que yo le devuelva toda la seguridad de su
infancia que él trata de retener dentro de sí para afrontar la situación
difícil, y que por otra parte él siente que yo y la realidad con sus
242
necesidades y dolores nos metemos por esa brecha, que deja ahora el
dinero, su deuda, entre los dos.
Termina la sesión hablando de un transvestista; le interpreto que él
se siente transvestista: a ratos como hijo único y rico, a ratos como el
padre, a ratos como la madre, a ratos como el abuelo, y en cada uno de
ellos como pobre y como rico.
* *,*
Toda variación del encuadre pone en crisis al ño-yo, "desmiente" la
fusión, "problematiza" al yo y obliga a la reintroyección, re-elaboración
del yo, o a la activación de las defensas para inmovilizar o reproyectar la
parte psicótica de la personalidad. Este paciente (Z) pudo admitir el
análisis de "su" encuadre hasta que necesitó defensivamente recuperarlo,
y lo que interesa subrayar es que su "mundo fantasma" aparece y se
cuestiona con "faltas" al encuadre (su deuda) y que la recuperación de
su "mundo fantasma" se ligó a "cumplir" con " m i " encuadre, justamen-
te para ignorarme o anularme. El fenómeno de la reactivación sintomato-
lógica descrita al finalizar un tratamiento psicoanalítico se debe también
a la movilización y regresión del yo por movilización del metayo. El
14
fondo de la Gestalt se transforma en figura .
El encuadre puede, de esta manera, ser considerado como una
"adicción", que si no es analizada sistemáticamente puede transformarse
en una organización estabilizada, en la base de la organización de la
personalidad, y el sujeto obtiene un yo "adaptado" en función de un
modelamiento externo a las instituciones. Es la base -creo y o - de lo
que Alvarez de Toledo, Grinberg y M. Langer (1966) han denominado el
"carácter psicoanalítico" y que los existencialistas denominan una exis-
tencia "fáctica", y que podríamos reconocer como un verdadero "yo
fáctico".
Este "yo fáctico" es un "yo de pertenencia"; está constituido y
mantenido por la inclusión del sujeto en una institución (que puede ser
la relación terapéutica, la Asociación Psicoanalítica, un grupo de estudio
o cualquier otra institución); no hay un "yo interiorizado" que dé
estabilidad interna al sujeto. Digamos —de otra manera— que toda su
personalidad está constituida por "personajes", es decir por roles, o —de
14
Debe ser este hecho lo que ha llevado a algunos autores (Christoffel, 1952)
a la ruptura del encuadre como técnica (con el abandono del diván y entrevista
cara a cara); criterio que no comparto.
243
otra manera— que toda su personalidad es una fachada. Estoy ahora
describiendo el "caso límite", pero hay que tener en cuenta la variación
cuantitativa, porque no hay manera de que este "yo fáctico" deje de
existir del todo (ni creo que sea necesario).
El "pacto" o la reacción terapéutica negativa constituyen la perfecta
instalación del no-yo del paciente en el encuadre y su no reconocimiento
y aceptación por el psicoanalista; más aún, podríamos decir que la
reacción terapéutica negativa es una verdadera perversión de la relación
transferencia-contratransferencia. La "alianza terapéutica" es —a dife-
rencia- la alianza con la parte más sana del paciente (Greenacre, 1959); y
esto es cierto para el proceso pero no para el encuadre. En este último, la
alianza es con la parte psicótica (o simbiótica) de la personalidad del
1 S
paciente (¿con la correspondiente del analista? No lo sé todavía) .
Winnicott (1947) dice que, "para el neurótico, el diván, la calidez y el
confort pueden ser simbólicamente el amor de la madre; para el psicóti-
co sería más exacto decir que estas cosas son la expresión física del
amor del analista. El diván es el regazo del analista o el útero, y la
calidez del analista es la viva calidez del cuerpo del analista". En lo que
se refiere al encuadre, éste siempre es la parte más regresiva, psicótica
del paciente (para todo tipo de paciente).
El encuadre es lo más presente, al igual que los padres para él niño.
Sin ellos no hay desarrollo del yo, pero su mantenimiento más allá de lo
necesario, o la falta de modificación de la relación (con el encuadre o
con los padres), puede significar un factor negativo, de paralización del
16
desarrollo . En todo análisis, aun con un encuadre idealmente mante-
nido, el encuadre debe transformarse de todos' modos en objeto de
análisis. Esto no significa que ello no se haga en la práctica, pero deseo
subrayar la interpretación o el significado de lo que se hace o se deja de
hacer, y su trascendencia. La de-simbiotización de la relación analista-
paciente sólo se alcanza con el análisis sistemático del encuadre en el
1 5
No creo que esta transferencia psicopática clivada y que se deposita en el
encuadre sea consecuencia de la represión, de la amnesia infantil.
1 6
Rodrigué, E. R.: en "El contexto de la transferencia" (1966, cap. 10),
compara el proceso analítico con la evolución.
Se ha insistido en que el yo en el niño se organiza de acuerdo con la
movilidad del ambiente que crea y satisface sus necesidades. El resto del
ambiente que no promueve necesidades no se discrimina y permanece como tal
(como fondo) en la estructura de la personalidad y a esto no se ha dado todavía
todo su valor.
244
momento preciso. Y con esto nos encontraremos con las resistencias más
tenaces, porque no es algo reprimido sino clivado y nunca discriminado;
su análisis conmueve al yo y a la identidad más madura alcanzada por el
paciente. No se interpreta lo reprimido; se crea el proceso secundario.
No se interpreta sobré lagunas mnésicas sino sobre lo que nunca formó
parte de la memoria. No es tampoco una identificación proyectiva; es
la manifestación del sincretismo o la "participación" del paciente.
El encuadre forma parte del esquema corporal del paciente; es el
esquema corporal en la parte en que el mismo todavía no se ha
estructurado y discriminado; quiere decir que es algo diferente del
esquema corporal propiamente dicho: es la indiferenciación cuerpo-espa-
cio y cuerpo-ambiente. Por ello, con frecuencia, la interpretación de
gestos o actitudes corporales resulta muy persecutoria, porque no "mo-
vemos" el yo del paciente sino su "meta-yo".
245
la sesión con su paciente (y en su contratransferencia), lo cual llevó a un
intenso cambio del proceso analítico y a la ruptura del yo del paciente,
que se mantenía en condiciones precarias y con un "espectro" muy
limitado de intereses, con intensas y extensas inhibiciones. El cambio del
tuteo mediante el análisis llevó a ver que no se trataba de un carácter
fóbico sino de una esquizofrenia simple con una "fachada" caracteroló-
gica fóbico-obsesiva.
Yo no creo que hubiese podido ser operante modificar el tuteo
desde el comienzo, ya que el propio candidato no estaba en condiciones
técnicas de manejar un paciente con una fuerte organización narcisís-
tica.
Sí sé que el analista no tiene que aceptar el tutear al paciente,
aunque sí aceptar el tuteo del paciente y analizarlo en el momento
oportuno (que retrospectivamente no puedo ubicar). El analista debe
aceptar el encuadre que el paciente trae (que es el "meta-yo" del
mismo), porque en éste se halla resumida la simbiosis primitiva no
resuelta, pero tenemos que afirmar, al mismo tiempo, que aceptar el
meta-yo (el encuadre) del paciente no significa abandonar el propio, en
función del cual se hace posible analizar el proceso y el encuadre mismo
transformado en proceso. Toda interpretación del encuadre (no alterado)
moviliza la parte psicótica de la personalidad. Constituye lo que he
denominado una interpretación clivada. Pero la relación analista-paciente
fuera del encuadre riguroso (como en este ejemplo), tanto como las
relaciones "extra-analíticas", posibilitan el encubrimiento de la transfe-
rencia psicótica y permiten el "cultivo" del "carácter psicoanalítico".
» * *
246
to psicoanalítico), en la cual mantiene clivada su relación idealizada con
la madre.
Cuanto más tratamos con la parte psicótica de la personalidad, más
debemos tener en cuenta que un detalle no es un detalle, sino índice de
una Gestalt, es decir, de toda una organización o estructura particular.
» * *
RESUMEN
Se propone designar situación analítica a la totalidad de los
fenómenos incluidos en la relación terapéutica entre el analista y el
paciente; esta situación abarca fenómenos que constituyen un proceso,
que es el que estudiamos, analizamos e interpretamos; pero incluye
también un encuadre, es decir un "no proceso" en el sentido de que son
las constantes, dentro de cuyo marco se da el proceso.
Se estudian las relaciones entre ambos y se define el encuadre como
el conjunto de constantes dentro del cual se da el proceso (variables). El
propósito básico es el de estudiar —no la ruptura del encuadre— sino su
significado psicoanalítico cuando se mantiene en condiciones "idealmen-
te normales".
Se estudia así el encuadre como una institución dentro de cuyo
marco suceden fenómenos que llamamos comportamientos. En éste sen-
tido, el encuadre es "mudo" pero no por ello inexistente, formando el
no-yo del paciente en base al cual se configura .el yo.. Este no-yo es el
"mundo fantasma" del paciente, que se deposita justamente en el encua-
dre y representa una "meta-conducta".
247
Se ilustra el papel del encuadre con varios ejemplos clínicos en los
que se ve la deportación en el encuadre de la más primitiva "institución
familiar" del paciente, que es una repetición de compulsión más perfec-
ta, que actualiza la indiferenciación primitiva de los primeros estadios de
la organización de la personalidad.
El encuadre, como institución, es el depositario de la parte psicótica
de la personalidad; es decir la parte indiferenciada y no resuelta de los
primitivos vínculos simbióticos.
Se estudia el significado psicoanalítico del encuadre así definido y la
repercusión de estas consideraciones sobre la clínica y la técnica psico-
analíticas.
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I N D I C E
Lirninar 7
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L A SEÑORA OGGI, por Raymond Kaspi 13
I. La fase psiquiátrica 14
II. En busca de la falta fundamental 14
III. El yo recobrado 16
Epilogo (provisional) 16
Bibliografía 24
Versiones castellanas 25
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