del militarismo
Sin derechos
no hay democracia
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El regreso del
militarismo
Este trabajo es una adecuación realizada por Alejandro
Fernández Ludeña del artículo de Joaquín A. Mejía
Rivera, “El discurso militarista y sus efectos de poder”,
revista Envío-Honduras, Año 14, núm. 50, ERIC-SJ,
Tegucigalpa, septiembre 2016, pp. 16-21.
Edición y diseño:
Editorial Guaymuras
Diseño de portada:
Marianela González
El regreso del
militarismo
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También es responsabilidad del Estado la segu-
ridad de las personas. Y, para protegernos de manera
adecuada, las autoridades deben respetar los derechos
humanos.
¿Qué significa esto? Que pueden proteger a las per-
sonas de la delincuencia o el crimen, sin dejar de respe-
tar los derechos y las garantías de toda la población.
Pero el Estado hondureño, sobre todo en los últimos
años, se ha aprovechado de la sensación de indefensión
que tiene la gente ante el avance de la criminalidad, para
restringir libertades y derechos fundamentales.
Entre otras cosas, el Estado está delegando a las
Fuerzas Armadas un poder que no le corresponde, po-
niendo en riesgo la democracia y nuestro sistema de
convivencia. Es así como vamos en camino de conver-
tirnos en una “dictadura dulce”; o sea, un sistema que
aparentemente apuesta por la libertad, la igualdad y el
imperio de la ley pero que, en el fondo, renuncia a los
valores democráticos en favor de la represión y la milita-
rización de sociedad.
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Pero esa no es la única causa. A los militares se les
ha levantado el perfil de manera sistemática. En rea-
lidad, su buena imagen obedece a una campaña bien
diseñada. La clase política y económica dominante se ha
esforzado en promover un discurso social, o sea un con-
junto de ideas, en el que los militares son los llamados a
salvar la democracia y nuestro modo de vida.
Poco a poco, los medios de comunicación han ido
introduciendo una imagen que asocia a los militares con
el orden, la paz y la seguridad. Tanto así, que hasta hay
programas educativos, como “Guardianes de la Patria”,
por medio de los cuales los militares pretenden transmi-
tir valores cívicos y religiosos a niños y niñas.
Este adoctrinamiento de la niñez por parte de los
militares no es propio de un Estado que asume sus res-
ponsabilidades en la formación de la ciudadanía. Como
ha señalado la Comisión Interamericana de Derechos
Humanos, el rol de las Fuerzas Armadas en “la defensa
del país frente a amenazas contra la seguridad prove-
nientes del exterior es incompatible con la coordina-
ción de programas de formación cívica para niños y
niñas”.
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prender importantes reformas en el sistema de seguri-
dad y justicia.
Sin embargo, hace lo más fácil y menos eficaz: au-
mentar el presupuesto de seguridad y defensa para ad-
quirir, entre otras cosas, un costoso armamento que
convierte a soldados y policías en agentes de guerra.
Veamos a continuación las medidas que ha tomado
el actual gobierno:
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das. Pero, en la práctica, depende directamente del
presidente Hernández.
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4. Un presupuesto militarista:
cuestión de prioridades
Si nos fijamos en los presupuestos de la República de
los años 2015 y 2016, veremos que el único renglón que
ha crecido es el de Defensa y Seguridad. Este recibe 14
mil millones de lempiras, cifra muy cercana a la que se
destina a la salud de la población.
Si pensamos en la falta de medicamentos, personal
e infraestructura en los hospitales y centros de salud,
resulta escandalosa la compra de armas, vehículos y uni-
formes para la policía y los militares.
Aún es más llamativo que, de los 170 millones de
lempiras que se recaudan mensualmente con la men-
tada tasa de seguridad, solo el 5% se destina al poder
judicial y al Ministerio Público. El 87% de lo recaudado
por este impuesto va para labores de seguridad, defen-
sa e inteligencia.
En otras palabras, las autoridades no apuestan al
fortalecimiento de las instituciones investigativas, sino
a la represión, al uso de la fuerza y al fortalecimiento
militar.
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rias para blindar o proteger información sensible. Es
decir, para evitar que la ciudadanía sepa qué están
haciendo las fuerzas de seguridad.
De este modo, el acceso a la información pública en
forma transparente, que es un derecho ciudadano y un
pilar de la democracia, queda en entredicho. Por tanto,
la Ley de Secretos Oficiales es incompatible con el marco
jurídico nacional e internacional en materia de transpa-
rencia, lucha contra la corrupción y derechos humanos.
6. El camino es otro
Tal estado de cosas precisa de una revisión de las
prioridades y una corrección del camino recorrido. Hon-
duras no necesita más armas ni más militares.
Lo que realmente urge para fomentar una cultura de
paz y no violencia, es:
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d) Una redistribución de los recursos, asignando más
presupuesto al bienestar de la población más vulne-
rable.
e) Políticas públicas para prevenir la violencia e inse-
guridad, creando oportunidades para la población
menos favorecida.
f) Políticas públicas para reparar el tejido social, cada
vez más dañado por la violencia y la inseguridad.
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Sin derechos
no hay democracia