Para que los propósitos del Padre Celestial se cumplan, el poder expiatorio de Cristo tiene que
ponerse a disposición de los Hijos de Dios. El sacerdocio proporciona esas oportunidades.
El poder expiatorio de Jesucristo es esencial debido a que ninguno de nosotros puede regresar a
nuestro hogar celestial sin ayuda. En la vida terrenal, constantemente cometemos errores y
quebrantamos las leyes de Dios; quedamos manchados por el pecado y no se nos puede
permitir regresar a vivir a la presencia de Dios; necesitamos el poder expiatorio del Salvador
para reconciliarnos con nuestro Padre Celestial. Jesucristo rompió las ligaduras de la muerte
física, haciendo posible que todos resucitemos; Él brinda el perdón de los pecados, supeditado a
la obediencia de las leyes y ordenanzas de Su evangelio; y mediante Él se ofrece la exaltación. La
oportunidad de beneficiarse del poder expiatorio del Salvador es la carga útil más importante de
la creación.
Para que los propósitos del Padre Celestial se cumplan, el poder expiatorio de Cristo tiene que
ponerse a disposición de los Hijos de Dios1. El sacerdocio proporciona esas oportunidades; es el
cohete. El sacerdocio es esencial, puesto que las ordenanzas y los convenios que son necesarios
en la tierra se administran solo por medio de su autoridad. Si el sacerdocio no proporcionara la
oportunidad de beneficiarse del poder expiatorio del Salvador, ¿qué propósito tendría? ¿Sería
solo un complejo petardo para llamar la atención? Dios espera que se use el sacerdocio para
algo más que solo una clase el día domingo o una oportunidad de servicio; Él espera que
distribuya la carga útil.
Pequeños defectos en los cohetes pueden causar el fracaso de la misión; las selladuras frágiles y
la fatiga del material pueden causar el mal funcionamiento del cohete. Para proteger al
sacerdocio, hablando metafóricamente, de las selladuras frágiles y de la fatiga del material, Dios
protege tanto su otorgamiento como su uso2. El otorgamiento del sacerdocio está
salvaguardado mediante las llaves del sacerdocio, que son los derechos de presidencia dados al
hombre3. De la misma manera, el uso del sacerdocio está protegido por las llaves del sacerdocio,
pero también por los convenios que los poseedores del sacerdocio hacen. En consecuencia, el
uso del sacerdocio está gobernado tanto por las llaves como por los convenios del sacerdocio. La
comisión del sacerdocio de un hombre se da individualmente y no es independiente de la
persona4; el sacerdocio no es una fuente amorfa de poder autónomo.
Eso enseña que el propósito del sacerdocio es invitar a otras personas a venir a Cristo
ayudándolas a recibir el Evangelio restaurado. Tenemos el sacerdocio para ayudar a los hijos del
Padre Celestial a ser liberados de la carga del pecado y llegar a ser como Él. Mediante el
sacerdocio, el poder de la divinidad se manifiesta en la vida de todo aquel que hace y guarda los
convenios del Evangelio y recibe las ordenanzas asociadas con ellos7. Esa es la manera en que
cada uno de nosotros viene a Cristo, es purificado y se reconcilia con Dios. El poder expiatorio de
Cristo se hace accesible mediante el sacerdocio, el cual distribuye la carga útil.
Los convenios hechos con Dios son serios y solemnes. Un hombre debe prepararse para hacer
esos convenios, aprender acerca de ellos y concertarlos con la intención de honrarlos. Un
convenio llega a ser el ofrecimiento de uno mismo en juramento. Parafraseando al dramaturgo
inglés Rober Bolt, un hombre hace un convenio solo cuando quiere comprometerse de manera
excepcional a una promesa. Identifica la verdad de la promesa con su propia virtud. Cuando un
hombre hace un convenio, se sostiene a sí mismo, como al agua, en sus manos ahuecadas; y si
abre sus dedos, no ha de tener esperanza de encontrarse de nuevo. Quien quebranta un
convenio ya no se tiene a sí mismo para comprometerse ni es una garantía que ofrecer8.
Un poseedor del Sacerdocio Aarónico hace convenio de evitar la maldad, ayudar a otros a
reconciliarse con Dios y prepararse para recibir el Sacerdocio de Melquisedec9. Cumple esas
responsabilidades sagradas al enseñar, bautizar, fortalecer a los miembros de la Iglesia e invitar
a otras personas a aceptar el Evangelio; esas son sus funciones de “cohete”. A cambio, Dios
promete esperanza, perdón, la ministración de ángeles y las llaves del Evangelio de
arrepentimiento y bautismo10.
A cambio, Dios promete que un poseedor del Sacerdocio de Melquisedec recibirá las llaves para
comprender los misterios de Dios; llegará a ser perfecto y podrá estar en la presencia de Dios;
podrá cumplir su función en la obra de salvación; Jesucristo preparará el camino delante de ese
poseedor del sacerdocio y estará con él; el Espíritu Santo estará en su corazón y los ángeles lo
sostendrán; su cuerpo será fortalecido y renovado; será heredero de las bendiciones de
Abraham y, junto con su esposa, coheredero con Jesucristo del Reino del Padre Celestial16. Estas
son “preciosas y grandísimas promesas”17; mayores promesas son inimaginables.
A cada hombre que recibe el Sacerdocio de Melquisedec, Dios confirma Sus promesas del
convenio mediante juramento18. Este juramento solo pertenece al Sacerdocio de
Melquisedec19 y es Dios quien hace el juramento, no el poseedor del sacerdocio20. Debido a que
esta situación singular incluye Su poder y autoridad divinos, Dios usa un juramento y utiliza el
lenguaje más enfático posible para asegurarnos la naturaleza vinculante e irreversible de Sus
promesas.
Hace algunos años, llegué a comprender más plenamente la relación entre el cohete del
“sacerdocio” y la carga útil de “la oportunidad de beneficiarse del poder expiatorio de Cristo”.
Cierto fin de semana, tenía dos asignaciones; una era crear la primera estaca en un país, y la
otra era entrevistar a un hombre joven y, si todo estaba en orden, restaurarle el sacerdocio y las
bendiciones del templo. El joven, que tenía treinta años, se había unido a la Iglesia cuando era
adolescente. Había servido una misión honorable, pero volvió a casa, se desvió del camino y
perdió su membresía en la Iglesia. Después de unos años “volvió en sí”22 y con la ayuda de
líderes del sacerdocio llenos de amor y miembros benévolos, se arrepintió y fue readmitido en la
Iglesia por medio del bautismo.
Después, solicitó que se le restauraran el sacerdocio y las bendiciones del templo. Hicimos una
cita para el sábado a las diez de la mañana en una capilla. Cuando llegué para las entrevistas que
debía realizar más temprano, él ya estaba allí; estaba tan deseoso de tener el sacerdocio otra
vez, que no veía la hora de que eso sucediera.
Durante la entrevista, le mostré la carta que explicaba que el presidente Thomas S. Monson
había revisado personalmente su solicitud y autorizado la entrevista. Ese joven, que siempre se
mantuvo estoico, lloró. Entonces le dije que la fecha de nuestra entrevista no tendría ningún
significado para él. Me miró asombrado. Le informé que después de que le restaurara las
bendiciones, su cédula de miembro solo mostraría sus fechas originales de bautismo,
confirmación, ordenación al sacerdocio e investidura. Otra vez se emocionó.
“He aquí, quien se ha arrepentido de sus pecados es perdonado; y yo, el Señor, no los recuerdo
más.
“Por esto podréis saber si un hombre se arrepiente de sus pecados: He aquí, los confesará y los
abandonará”23.
Sus ojos se llenaron de lágrimas por tercera vez. Luego puse mis manos sobre su cabeza y, en el
nombre de Jesucristo, y mediante la autoridad del Sacerdocio de Melquisedec y con la
autorización del Presidente de la Iglesia, le restauré el sacerdocio y las bendiciones del templo.
El gozo que los dos sentimos fue profundo. Él supo que una vez más estaba autorizado a poseer
y ejercer el sacerdocio de Dios; supo que las bendiciones del templo otra vez estaban en plena
vigencia; caminó con alegría e irradiaba una luz de felicidad. Me sentí muy orgulloso de él y
percibí lo orgulloso que el Padre Celestial estaba de él también.
Después de eso se organizó la estaca. La reunión estaba llena de santos fieles y entusiastas, y se
sostuvo a una maravillosa presidencia de estaca. Sin embargo, para mí, la histórica ocasión de
organizar esa primera estaca de un país fue superada por el gozo que sentí al restaurarle las
bendiciones a ese joven.
Me he dado cuenta de que el propósito de organizar una estaca, o de usar el sacerdocio de Dios
de la manera que sea, es ayudar al Padre Celestial y a Jesucristo en Su obra: proporcionar a cada
hijo de Dios la oportunidad de lograr la redención y la exaltación. Al igual que el cohete, cuyo
objetivo es hacer llegar la carga útil, el sacerdocio proporciona el evangelio de Jesucristo,
permitiendo que todas las personas realicen convenios y reciban las ordenanzas relacionadas
con ellos. “La sangre expiatoria de Cristo”24 puede entonces surtir efecto en nuestra vida al
sentir la influencia santificadora del Espíritu Santo y recibir las bendiciones que Dios promete.
Además de obedecer las leyes y ordenanzas del Evangelio, los invito a hacer y cumplir los
convenios del sacerdocio. Reciban el juramento de Dios y Sus promesas; magnifiquen sus
responsabilidades en el sacerdocio y ayuden al Padre Celestial y a Jesucristo; ¡utilicen el
sacerdocio para ayudar a proporcionar a otra persona la oportunidad de beneficiarse del poder
expiatorio del Salvador! Al hacerlo, ustedes y su familia recibirán grandes bendiciones. Testifico
que el Redentor vive y que dirige esta obra; en el nombre de Jesucristo. Amén.
Left
Right
MOSTRAR REFEREN