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Luisa Muraro, “Más allá de la igualdad”, Posada Kubissa (1998), Sexo y esencia, Madrid:

Horas y horas

La libertad femenina, en nuestra legislación y en la ideología corriente, se basa


específicamente en la igualdad entre las mujeres y los hombres, y presupone la igualdad
de los hombres entre sí (…)

Una libertad femenina que presupone la igualdad entre los hombres, y entre las mujeres y
los hombres, es una noción … hipermoderna. Y doblemente vinculante, porque
compromete a realizar la paridad hombre-mujer y porque, además, compromete a
realizar la igualdad entre los hombres. (…) No ya la lucha y la conquista de la libertad
femenina por sí misma sino la defensa de una cultura histórica y geográficamente
determinada.

(…) ¿Por qué hombres y mujeres no gobiernan juntos lo que juntos han creado? ¿ Por qué
el gobierno lo toman regularmente los hombres? Nuestras democracias adelantadas
afrontan este problema a un nivel secundario como el problema de una contradicción
interna del régimen democrático basado en el principio de igualdad. (…) las mujeres se
encuentran asimiladas a toda una serie de “sujetos sociales” más o menos excluidos del
goce de derechos civiles y políticos (…) una política que responde a una búsqueda de
coherencia interna por parte del paradigma de la modernidad que el feminismo se
divide(…)

¿Toca a las mujeres, toca a la política de las mujeres, comprometerse en pos de la


coherencia interna del paradigma político moderno?(…)

(…) el hecho de la diferencia sexual, que no pertenece a la esfera de lo racional/irracional.


Es un hecho. Un hecho que marca la historia de la democracia moderna sin encuadrarse
en la misma al cien por cien, prueba de lo cual es la libertad femenina, que aun
dependiendo del paradigma político moderno de la igualdad, lo excede.

Las relaciones y los intercambios simétricos que generan competición, por sí solos son
limitativos y pobres, porque destruyen la interdependencia, que es indispensable para la
vida tanto como para la convivencia y la civilización (…) Solamente las relaciones de
diferencia crean interdependencia pero ´tenemos dificultad en apreciarla, por causa de la
rapidez con la cual la transformamos en desigualdad´(…) el valor de la diferencia se ve(a)
doblemente anulado: por la desigualdad, primero, y por el igualitarismo, opuesto a esta
última, después.

Siguiendo a G. Fraisse, (...) la diferencia adquiere todo su significado cuando se opone no a


la igualdad sino a la identidad. (…) hemos comenzado a hablar de diferencia sexual en
relación con una identidad femenina negada o perdida y buscada (…) por la tradición
filosófica (…)

La diferencia sexual se da entre “dos” que no tienen identidad sin esta diferencia(…) La
diferencia sexual hace diferir de sí mismo a un idéntico ser humano y lo hace ser sí mismo:
mujer, hombre. Para el ser humano identificarse y diferir son la misma cosa, si una cosa tal
pudiera darse(…) invitación … a retomar la búsqueda del propio sentido. Esta invitación se
vive como una necesidad de mediación, existencial y cultural… mediación creadora de
identidad personal, entre un sí mismo y un no todavía, o un no más, o un tal vez nunca sí
mismo.

Este fantasma (de la usurpación) es un engaño total. El hombre, en efecto, no posee los
bienes de los cuales, si fuera el caso, ha privado a la mujer, aun cuando le hubiera quitado
algo, no está en condiciones de restituirle nada.

Ni el mundo, por una parte, ni la identidad humana por la otra, casi las dos caras de la
misma moneda, se pueden repartir entre los dos sexos: la independencia simbólica es una
condición de este ser dos, de este no ser uno, que no invalida la unidad del ser.
Independencia simbólica y necesidad de mediación.

El permanecer histórico y sensato de la diferencia sexual nos señala, entonces la


existencia de un trabajo simbólico, no registrado históricamente, pero eficaz para la
identidad humana de la sexualidad…nos faltan… los criterios y el lenguaje para hacer
historia de la mediación viviente que ha salvado la identidad humana de las mujeres.

… progreso simbólico: … la posibilidad de abrir en el viejo mundo, nuevos mundos, a


través de la creación de un sentido más grande y libre de la existencia humana y con la
invención o el re-descubrimiento de las prácticas de una mediación viviente.

Celia Amorós, “Feminismo y perversión”, Posada Kubissa (1998), Sexo y esencia, Madrid:
Horas y horas.

La propuesta de Muraro “(…) se trataría de algo así como de una extrapolación del
ejemplo de los peúcos (escarpines) a todos los ámbitos de la vida social y cultural. Lo cual,
a menos que se mantenga que la simbólica es independiente de las relaciones de poder,
parece difícil de llevar a cabo: las mujeres tendríamos que encontrarnos en una situación
de equipotencia con respecto a los varones para instituir esa simbólica propia sin
connotaciones de inferioridad ni subordinación, lo cual implica el logro de la igualdad

(…) insitiuir tales jerarquías paralelamente a las existentes en el mundo masculino, en un


“orden sibólico” sin convalidación alguna con las que, lo queramos o no, son las relevantes
en el orden patriarcal de “designaciones”, es una ilusión voluntarista que, a lo más, puede
constituir guetos contraculturales en los que se trate de ritualizar nuevas versiones del
mito del matriarcado. Un mundo donde las consecuencias del sexo fueran las mismas para
ambos sexos sería, precisamente, un mundo de igualdad. Así como la libertad, porque
ambos sexos podrían redefinir cultural y éticamente las consecuencias del sexo del modo
que estimaran más adecuado con sus proyectos como seres humanos.

… (Pero el mundo no es así, ya lo dijo Rousseau) En la diferencia sexual, la única designada


como diferente es la mujer – designada como 2el sexo”- por parte del varón que se
autoinstituye en el lugar de lo neutro… la conciencia de la diferencia mal puede surgir si
no es deducida desde una designación externa: el blanco nunca tiene conciencia de sí
como diferente, sino el negro.

La identidad masculina como identidad aproblemática se ha vuelto problemática en tanto


que identidad interpelada en la lucha de las mujeres por la igualdad. Sólo desde ahí los
varones se han visto “mirados” y saben que son individuos varones qua varones. Sus
problemas de identidad son, pues, problemas inducidos en la medida en que la
perspectiva de la igualdad ha tenido por consecuencia que los varones ongan para sí su
“diferencia” cuestionando su identidad masculina. Lo que equivale, de este modo, a estar
en igualdad de condiciones con nosotras en lo que a problemas de identidad de género
concierne.(…)

Pues no acierto a ver qué identidad humana vamos a modular en femenino al margen de
la plataforma común de humanidad sobre la que, como sexo y degradadas a la
animalidad, no nos han permitido transitar. Tampoco se me alcanza la eficacia ni la
viabilidad de ese trampolín que como “orden simbólico de la madre” inconmensurable y,
en esa misma medida, subversivo del orden patriarcal, pretende ser el punto arquimédico
-¿dónde hay puntos arquimédicos en un mundo tan complejo como el nuestro y con tal
pluralidad de frentes?- que catapulte el “progreso simbólico” de la humanidad.

¿A quién beneficia este nuevo tratado de paz entre los sexos, cuyos términos, esta vez,
han sido definidos por las propias mujeres, sin que se sepa qué batalla han ganado, a
menos que sea la victoria “ simbólica”? (…) Simbólicas, desde luego, porque no sé cómo se
va a paliar la feminización de la pobreza desde la política de la “ diferencia sexual.

En última instancia, no es mujer o varón simbólico quien quiere sino quien puede, o , por
decirlo de otra forma, las relaciones de poder son mucho menos “sufridas” que la
simbólica, estructuran el campo gravitatorio de fuerzas en que habrá de moverse la
arbitraria y estudiada coreografía del juego sexual transgresivo, así como delimitan su
capacidad de maniobra
Cita a Collin F., “lo masculino de una mujer no vale tanto como lo masculino de un
hombre”.

(…) el “pensamiento de la diferencia sexual” prescinde de que la “heterodesignación” que


estructura el discurso sobre lo femenino es un factum que constriñe la simbólica- y como
si no se tuviera donde sí la hay: la identidad femenina no tiene por qué ser adscriptiva a
partir de la base biológica de la diferencia sexual.

El feminismo de la igualdad no es perverso, aunque en el imaginario social, haya sido


recurrentemente confundido con la perversión (…) En general, la posmodernidad propone
“los géneros a la carta”. Pero me parece difícil que aquellas mujeres para quienes la
“feminidad” es el uniforme de su infra-estatus – aún la mayoría- tengan la humorada de
utilizarlo como su propio disfraz. Las feministas no queremos uniformes ni disfraces.
Sabemos de eso, por desgracia, demasiado. Queremos vestuario.

Jugar al género como ficción, mientras éste no sea una inocente simbólica sino una
relación de poder es, a su vez, una ficción: es ilusorio o cínico: Puestos a tener que jugar a
ficciones, juguemos a ser individuas.

(…) la historia ha probado, desde las sufragistas, que el “como si” puede ser performativo.
A golpe de sudor y lágrimas… Situémonos en el lugar de vuestra ficción: que un mundo de
individuos e individuas es posible, y juguemos con el margen de maniobra que esa ficción
nos deja. ¿Y nuestra identidad femenina, qué será de ella? La identidad femenina no es
sino un proceso permanente de deconstrucción, reconstrucción siempre tentativa, es una
forma de existencia reflexiva del ser-mujer con momentos de re-significación,
reinterpretativos, estipulativos, que se van fraguando como precipitado simbólico de la
propia lucha por la igualdad. Es, en suma, identidad feminista.

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