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Tempus Fugit Ediciones

Título original: La rendición del amor


Copyright © La rendición del amor
Copyright © Cruz Gómez—Valades González 2017
Diseño de cubierta: ©Tempus Fugit Ediciones
Corrección: Lucía Herguedas
Todos los derechos reservados.
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derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código
Penal).
Contenido
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Epílogo
Agradecimientos
Capítulo 1
—¡Hola! ¿Hay alguien en casa? —preguntó Lucía entrando en el piso que
compartía con sus mejores amigas, María y Silvia.
—¡En la cocina! —oyó que contestaban, y con una sonrisa en los labios se fue
hacia allí, para encontrar a su amiga María, que era quien había contestado.
—María, no sabes lo que me alegra oír que eres tú.
La aludida, al escuchar tan extraña expresión, se asomó a la ventana de la cocina,
que comunicaba con el pasillo, justo para ver a su amiga venir blanca como el papel.
Recordaba que por la mañana se había peinado su largo cabello rubio con una coleta
alta, la cual estaba medio deshecha, y sus grandes ojos color miel parecían muy
abiertos. Cualquier otra persona se habría asustado al ver el aspecto que traía, pero no,
María no, porque ya sabía la razón por la cual su compañera venía así. Y por cómo
había entrado en casa, casi dando un portazo, también sabía que no tardaría nada en
contarle qué había sucedido. Efectivamente, no pasaron ni dos segundos, que es lo que
tardó Lucía en llegar a la cocina y encontrarla, en empezar a narrar lo que le había
pasado.
Mientras iba a la cocina, Lucía iba pensando en la suerte que había tenido al
encontrar en casa a María y no a Silvia, porque sabía perfectamente que María la
entendería y la comprendería, mientras que Silvia se limitaría a soltar una sonrisa y
hacer algún comentario poco apropiado.
—¡No te vas a creer qué me han traído hoy a la clínica para que lo examine!
—Déjame adivinar: un cachorrito —contestó María mientras sonreía, porque
sabía que no era precisamente un cachorrito lo que le habrían llevado a la clínica
veterinaria donde trabajaba.
—¿Un cachorro? ¿Estás loca o qué? Sabes que no tengo ningún problema con
cachorrillos.
—Entonces... Ya sé, peces, te han llevado un acuario enorme para que lo
examines y lo limpies —dijo ya sin poder contener la risa.
—¿Un acuario? ¿En serio? Ahí es donde te metería ahora mismo si tuviera uno a
mano por reírte como lo estás haciendo. ¡Joder, que se supone que eres mi amiga!
—Venga, no te enfades, ya sabes que soy tu amiga. Vayamos al salón y allí,
sentadas, relajadas y tranquilas, me cuentas eso que te ha pasado hoy —propuso María,
ya sintiendo pena—. ¿Te apetece un café? Me estaba haciendo uno justo ahora —le
ofreció.
—Sí, gracias, me vendrá bien tomar algo caliente —aceptó Lucía.
Entraron una detrás de la otra en el espacioso salón, el cual estaba mínimamente
amueblado. Según entrabas te encontrabas a la izquierda con un sofá rinconero, donde a
las chicas les gustaba sentarse a ver sus pelis favoritas. Delante tenía una mesa bajita
llena siempre con libros que María compraba o se traía de la biblioteca donde
trabajaba. Justo enfrente del sofá estaba un mueble de estilo moderno con una gran tele
plana, al lado de la cual se encontraba un DVD y la PlayStation que Lucía se había
traído de su casa cuando se mudó a Madrid. Al fondo del salón tenían puesta una mesa
con cuatro sillas, que eran las que usaban para comer, puesto que la cocina era
demasiado estrecha para poder hacerlo allí cuando se juntaban todas. Esto, debido a
sus trabajos, por desgracia, no sucedía muy a menudo, aunque por suerte para las cenas
sí que estaban juntas, y así podían contarse su día a día.
Se dirigieron hacia el sofá de cuero negro, y allí María se preparó para pasar un
rato divertido a costa de lo que le fuese a contar su querida amiga. Ya sabía por
experiencias pasadas que más le valía no reírse delante de ella porque, aunque Lucía no
era de las que se enfadaba cuando se sentía ofendida, se pillaba unos mosqueos que
podían llegar a durar días; a una Lucía mosqueada nadie la querría tener cerca.
—¿Te puedes creer que la idiota de Lola me ha mandado un mensaje por la
intranet del trabajo para avisarme de que había una urgencia? —empezó diciendo Lucía
nada más tomar asiento.
—¿No se supone que eso es lo que tiene que hacer, avisaros a los veterinarios
que estéis libres para atender?
—Sí, claro que es lo que tiene que hacer —respondió molesta.
María se la quedó mirando con cara de no entender nada.
—Entonces, ¿dónde está el problema? —preguntó hecha un lío, porque no sabía a
dónde quería llegar.
—¡Pues dónde va a estar el problema! Es que de verdad, María, que a veces
parece que no escuchas, a ti es sacarte de tus libros y ya te pierdes.
María prefirió hacer oídos sordos a esa ofensa y esperar a ver si empezaba a
explicarse de una vez por todas.
—El problema estaba en la urgencia que venía, ¿en dónde si no? Se supone que
cuando a mí me pasa el aviso de la urgencia, me tiene que mandar un formulario que
tenemos en recepción listo para rellenar, donde se pone lo más básico para saber qué
esperar y por dónde empezar. Pues Lola me lo ha mandado sin rellenar, solo me había
puesto el nombre del cliente y poco más. Cuando he salido a la sala a llamar al cliente
para que pasase a mi consulta y empezar, veo que el hombre, porque era un hombre y
¡qué hombre!, ¡oh, Dios!, tendrías que haberlo visto, ¡uff!, ¡estaba como un tren!, el
típico tío californiano que tanto me ponen, alto, con la piel bronceada, rubio y unos
ojazos azules que cuando te miraban parecía que te estaban haciendo una radiografía.
A estas alturas, María ya estaba totalmente perdida, porque ya no sabía cuál
podía llegar a ser el problema. Lo mismo no tenía nada que ver con animales, sino con
ese hombre que parecía que le había impresionado bastante. Claro que tratándose de
quien se trataba, lo mejor era dejarla terminar y ver por dónde salía, ya que Lucía tenía
la mala costumbre de saltar de un tema a otro, cosa que dificultaba bastante poder
seguirle el rollo algunas veces. Hoy le costaba más, porque el día había sido bastante
agotador en la biblioteca, debido a la fiesta infantil que habían programado para hacer
llegar la lectura a los niños pequeños. Le encantaban los niños, pero tenía que
reconocer que hoy habían conseguido robarle todas las energías; así que cuando Lucía
empezó a explicar lo que le había pasado, era normal que le costara seguirla un poco,
pero bueno, con paciencia seguro que terminaba enterándose de qué había pasado.
—Pues si hacía radiografías con la mirada, ya te traía parte del trabajo hecho,
¿no? —contestó María.
Lucía se la quedó mirando con la boca abierta y le echó una mirada que si no
fuese porque después de tanto tiempo viviendo juntas ya estaba inmunizada, se habría
quedado inmovilizada.
—¡Cómo que el trabajo hecho! Bueno, sigo, el caso es que cuando ese súper
espécimen de hombre se prepara para entrar en mi consulta, veo que se gira y coge un
saco que traía en la mano, dentro del cual había algo que se movía. De repente, veo que
empieza a abrir el saco y sale poco a poco una pedazo serpiente de por lo menos, y no
te exagero, 15 o 20 metros, enorme, gorda, asquerosa, escamosa. Bueno, puedes hacerte
una idea de cómo me he puesto y dónde he terminado, claro.
«Por fin ya sé lo que ha pasado», pensó María, y no era algo nuevo, para
desgracia de Lucía y diversión de ella y Silvia, cuando se enterase. Ya se podía
imaginar cómo se había puesto, «seguro que pegó un grito que asustó a todos los
animales que estuvieran cerca de la clínica, y si no ha echado al pobre cliente a la calle
poco le habrá faltado, y todo esto después de gritar a Lola, la recepcionista, y de
montar un escándalo digno de ver».
—Por supuesto, en cuanto he visto a esa bestia, la cual ciertas personas que por
descontado no pueden estar bien de la cabeza llaman mascotas, me he negado a
atenderla. Y como le he dicho a Lola, que parecía mentira con todo el tiempo que lleva
allí trabajando y no avisarme de qué se trataba para trasladar a ese paciente a mi
compañero Pablo, que no tiene ningún problema en atender a esas... esas... esas bestias,
¡joder!
—Lucía, sabes que hay muchas clases de mascotas y, aunque tú no puedes ni
soportarlas, tendrías que entender que haya gente que le guste como animal de
compañía.
—¡Entender, dices! Vamos a ver, voy a volver a explicarte por enésima vez lo
que es un animal de compañía. Se supone que cuando uno adquiere un animal de
compañía es precisamente para eso, para hacerte compañía, también para tener algo
que cuidar y proteger y darle muchos mimos y cariños, también para jugar y entretenerte
con ellos. Una vez explicado esto, me puedes decir ¿cómo se supone que le vas a hacer
mimos y cariños a una cosa viscosa y resbaladiza?, y jugar, ¿cómo vas a jugar con
ella?, porque no tengo yo muy claro que si le tiras una pelota te la vaya a traer de mil
amores y moviendo la cola, la verdad. Y para cuidarte y también para protegerte, más
bien es al contrario, ¿no? Porque ¿cómo se supone que me va a proteger un animal el
cual tienes que tener encerrado detrás de un cristal para protegerte tú de él y evitar que
te coma?
—Una pelota, ¿en serio, Lucía?, ¿una pelota? No me hagas mucho caso, porque
de las dos la veterinaria eres tú, pero creo que quitando a los perros ningún otro animal
te traería la pelotita. —De toda la diatriba que había soltado solo había conseguido
retener la idea de ver a una serpiente arrastrándose por el suelo en busca de la pelota
que su amo le hubiese lanzado—. Un gato tampoco te la va a traer, o por lo menos el
que yo tenía de pequeña no lo hacía, más bien al contrario, cada vez que le lanzaba la
pelota se dedicaba a mirarme y decirme que si quería la pelota ya podía ir moviendo el
culo e ir a buscarla yo misma.
—Bueno, pero eso era porque tu gato era un consentido y tú le exigías mucho.
—¡¿Que yo le exigía mucho?! ¡Por favor!, si solo se movía cuando le tocaba la
hora de la comida, la cual tenía perfectamente aprendida, de hecho, gracias a eso me
era útil como reloj.
—Pobre señor Holmes, ¿cómo puedes decir eso de él?, menos mal que ya no te
puede oír, porque si no, bien que sentirías sus uñas en ti y, además, tendría toda mi
colaboración y mi ayuda, que lo sepas.
—¿Cómo puedes ser tan compasiva con ciertos animales y luego ponerte como te
pones por una pobre serpiente, la cual estoy segura de que es mucho más dócil y buena
que el señor Holmes? —María sabía que esa pregunta la pondría a cien y precisamente
por eso se la hizo, pero no por maldad solamente; le encantaba hacer rabiar a su amiga,
porque se ponía bastante divertida cuando se enfadaba—. Bueno, por lo menos tendrías
que estar agradecida a esta en particular, puesto que ha sido capaz de traerte a un
adonis hasta la mismísima puerta de tu trabajo.
—Sí, claro, como que voy a salir con un tío que tiene como mascota a semejante
bestia, y es una verdadera pena, porque tendrías que haber visto cómo estaba y cómo le
sentaba esa camiseta que llevaba y se le pegaba al cuerpo. Y cuando se ha dado la
vuelta y he podido echar un vistazo a ese culo, ¡oh!, casi me desmayo de la impresión.
¡Qué culo, por favor! Redondito, respingón, de los que te dan ganas de poner las manos
encima y apretar. Mala, mala me pongo solo de pensarlo.
—No tienes remedio ni solución, un pobre animal ahí sufriendo y tú babeando
por un tío.
—¿Sufriendo? No, el bicho en cuestión no tenía cara de estar sufriendo, la
verdad.
—¿Pero le has mirado la cara? ¿A tanto has sido capaz de llegar esta vez?
—¡Cómo que esta vez! —exclamó toda indignada mirando a su amiga.
—¿Tengo que recordarte lo que pasó la primera vez que entró una en la clínica,
cómo echaste a correr calle abajo, gritando como una histérica y todavía con la bata
puesta, y que no paraste hasta llegar a casa y encerrarnos a todas dentro diciendo que
estábamos en peligro y que una bestia te perseguía?
—Vale, lo admito, esa vez flipé bastante, pero solo porque cómo me iba yo a
imaginar que siendo veterinaria tendría a esos bichos como pacientes.
—Tú lo has dicho, eres veterinaria.
—Sí, lo soy, pero analicemos, ¿dónde lo soy, dónde trabajo? Soy una veterinaria
de Madrid, una ciudad. Y ¿por qué soy una veterinaria de ciudad?, y ¿de una ciudad
como Madrid? Pues porque se supone que mis pacientes van a ser lo normal, perros,
gatos, peces, tortugas, cosas así.
—¿Peces?
—Sí, bueno, muchos niños tienen acuarios, ¿lo sabías?
—Supongo que sí, ¿has atendido alguna vez alguno?
—No, la verdad es que no. Lo más raro que he atendido fue un niñito monísimo
que vino una vez con sus gusanos de seda porque se creía que se estaban muriendo
cuando estaban haciendo el capullo. Aunque sus padres se lo explicaron, hasta que no
los llevó a la clínica y se lo dije no se convenció de que no les pasaba nada y de que
después tendría mariposas en vez de sus queridos gusanos.
En esta estaban cuando oyeron abrirse la puerta de casa y apareció Silvia, la
siempre perfecta Silvia. María todavía no entendía cómo podía ser que después de
estar todo el día en el bufete donde trabajaba volviese a casa con el aspecto de recién
arreglada, sin ninguno de sus pelirrojos cabellos fuera de lugar, con sus trajes de
chaqueta como si estuviesen recién planchados; claro que si ella tuviese el tipo que
tenía Silvia de top model, también cualquier modelito que se pusiese le sentaría de
maravilla, pero, claro, la naturaleza no puede ser generosa con todos; mientras a ella le
tocó ser una chica del montón, con su lacio pelo negro, sus ojos marrones y sin nada
llamativo en su cuerpo, aunque estaba delgada, no tenía ninguna curva para resaltar, a
Silvia le tocó un precioso pelo pelirrojo que con el tiempo se volvió caoba, unos
ojazos grandes y azules y un cuerpo de infarto, y además, era alta; cada vez que se
ponía a su lado, se sentía liliputiense, menos mal que Lucía era algo más normal,
aunque no mucho más, la verdad. Era la típica rubia de ojos color miel, y ahí es donde
acababa todo lo típico, porque mientras las rubias que ella había conocido en su vida
eran tontas y solo pensaban en su físico, Lucía era todo lo contrario. Lo que menos le
preocupaba era su físico, de hecho era lo que ella llamaba una chica curvy, una mujer
que pasaba de la talla 42, pero con las curvas donde tienen que estar, y eran
precisamente esas curvas las que le otorgaban el aspecto sensual que tanto atraía a los
hombres; unidas a su espontaneidad y su jovialidad, los tenía a todos locos, sin poder
olvidar su gran inteligencia.
—Hola, chicas, ¿qué tal estáis? —preguntó Silvia.
Lucía al escuchar la puerta ya le había pedido a María que por favor no le
contase a Silvia lo del pequeño incidente con la «bestia», porque no tenía ánimos para
aguantar las pullas que la pelirroja le soltase. Pero a decir verdad, se lo podía haber
ahorrado, porque fue echarle un vistazo Silvia y ya imaginar lo que había pasado.
—Vaya, Lucía, parece que has tenido una pelea con una bestia salvaje, o ¿tal vez
era una de las que andan arrastrándose por el suelo? —le preguntó con una sonrisa en
los labios—. Anda, no te enfades y cuéntame qué es lo que ha pasado —le pidió
sentándose en el sofá y dándole un beso de ánimo, y más que nada para conseguir
quitarle la cara de enfado que se le estaba poniendo.
Llegados a ese punto, María decidió batirse en retirada y llevar las tazas del café
a la cocina. De camino, iba pensado en que por suerte al día siguiente era sábado y
estaban todas libres para hacer lo que más le gustaba, salir por ahí de tiendas y terminar
comiendo en alguna terraza, aprovechando que ya había llegado el buen tiempo a la
capital.
Al día siguiente, se levantaron pronto y aprovecharon para adecentar la casa, ya
que entre semana con sus horarios de trabajo no era posible mantener un nivel
aceptable tanto de limpieza como de orden. Era ya casi media mañana cuando
terminaron, se ducharon y se prepararon para su maratón de compras, aprovechando
que habían empezado las rebajas de verano en la mayoría de las tiendas que les
gustaban. Así que todas bien preparadas, fresquitas y cómodas salieron de casa
dispuestas a relajarse y pasar un día sin estrés ni prisas, solo dedicado a ellas y sus
caprichos.
Aunque no tardaron mucho en ponerse a discutir en mitad de la calle, porque cada
una quería ir a un sitio y cada sitio estaba en una punta diferente del barrio. María
quería pasarse por la Casa del Libro para ver cuáles eran las novedades que habían
salido; Lucía quería ir a su tienda preferida, donde siempre encontraba modelitos
acordes con su figura y su gusto, sin necesidad de tener que tirar de las típicas tiendas
de marujas; Silvia por otro lado quería ir a un taller nuevo de costura que le habían
recomendado, donde hacían trajes a medida y tenían muy buena fama; debía de ser que
los casi cien trajes que tenía en el armario no le iban bien y, por supuesto, luego había
que buscar los complementos adecuados a cada uno de ellos, no fuese a ser que se
pusiese los zapatos que no le iban a cada traje.
—María, te pasas la semana rodeada de libros, ¿no podías por lo menos un día
transigir y aceptar venir a ver ropa?, estoy segura de que en la tienda donde yo suelo
comprar hay cosas que te quedarán monísimas, y estarás preciosa para salir esta noche
de fiesta —decía Lucía intentando conseguir una aliada, mientras ponía ojitos y hacía
pucheros.
—Vosotras no lo entendéis, trabajo en un bufete rodeada de hombres donde mi
apariencia y mi aspecto debe ser siempre el correcto para que me tomen en serio y no
solo me den trabajos de poca monta. Se rumorea que vamos a conseguir un cliente
súper importante y yo esta vez no quiero quedarme fuera, y para conseguirlo necesito ir
adecuadamente vestida —se defendía Silvia por otro lado, y todo esto enfatizándolo
con la punta de su zapato y echándose la melena para atrás.
—Venga, chicas, si la Casa del Libro está aquí mismo, y os prometo no tardar
más de quince minutos en echar un vistazo y preguntar si ya me han traído los libros que
encargué —argumentaba María mirando con ojos suplicantes tanto a la una como a la
otra.
No se ponían de acuerdo y a este paso lo único que iban a conseguir era que se
les fuese el día discutiendo y entreteniendo a los transeúntes que pasaban, los cuales se
les quedaban mirando al ver a tres chicas jóvenes y guapas discutiendo medio en
broma, medio en serio en mitad de la calle, porque ya se sabe que la gente es cotilla
por naturaleza. Al final, como siempre, fue Lucía quien ofreció la solución al problema.
—¡Basta ya! ¿Por qué será que cada vez que salimos nos pasa lo mismo?,
después de la décima vez, ya deberíamos haber aprendido lo que tenemos que hacer,
hasta un hámster a estas alturas ya lo sabría. Primero, María, vamos a ir a tu bendita
Casa del Libro, pero eso sí, te pienso cronometrar el tiempo y te damos —dijo,
mientras miraba a Silvia—... ¿15 minutos?
—Vale, que sean 15 minutos, pero como dice Lucía, te pensamos cronometrar, así
que aprovéchalos bien, que después de nada te va a servir que te pongas a suplicar con
esa carita de pena que se te da tan bien poner.
—Bien, sigamos, la Casa del Libro es la que está aquí, en la calle Fuencarral,
¿verdad?
—Sí, justo a dos calles de casa —contestó María.
—Perfecto, entonces ahora, ¿dónde está ese taller de costura, Silvia?
—Me han dicho que está en la calle Carranza a la altura del metro Bilbao.
—Fantástico, entonces después de los quince minutos en la Casa del Libro —
volvió a remarcar Lucía—, seguimos calle abajo y pasamos por tu taller. ¿Cuánto
tiempo vas a necesitar, más o menos?
—Pues no sé, mis medidas ya las llevo apuntadas, así que será cuestión de ver
los modelos y elegir los que mejor se adapten a mi cuerpo y para cada ocasión que
pueda necesitarlos, ¿treinta minutos?
—¿Ves?, eso es lo que más me gusta de ti, siempre vas preparada y te entretienes
lo justo y necesario. Bien, ¿todas de acuerdo en darle a Silvia media hora?
—Sí —respondió María mientras no podía ocultar una sonrisa.
—¿Por qué sonríes? —preguntó intrigada Lucía.
—Porque cada día te pareces más al general de tu padre, dando órdenes y
organizando planes.
—¿Eh, mala amiga, cómo se te ocurre decirme eso?, ¿a que te dejo solo diez
minutos con tus adorados libros? —respondió riendo.
—Venga, no protestes, si sabes que te encanta que te comparen con tu padre, y
continúa, que a este paso se nos pasa la mañana solo planeando, porque ¿cuánto vas a
necesitar tú para ir de tiendas, bonita?
Lucía ya temía esa pregunta, porque era una loca de las tiendas y los trapitos y
siempre se le iba el tiempo de tienda en tienda, pero por desgracia su presupuesto
seguía el mismo camino que el tiempo, se volatilizaba.
—Bien, pues contestando a tu gran pregunta y teniendo en cuenta que soy la gran
estratega del grupo, creo merecerme mi buena hora de tiendas, ¿no?
Al instante dos pares de ojos se giraron hacia ella y se la quedaron mirando con
malas caras.
—Sí, claro, a mí me das solo quince minutos y tú toda una hora.
—Y yo ¿qué?, sabéis lo importante que es mi aspecto en mi trabajo y solo tengo
treinta minutos para elegir.
—No te quejes tanto, Silvia, que ya tienes ropa de trabajo para por lo menos
cinco años guardada en tu armario. Lo que necesitas es comprar más ropa de guerra y
menos de trabajo, y que sepas que mi armario está vetado para guardar tus últimas
compras —respondió Lucía.
—¿Ropa de guerra? ¿Y para qué la quiero yo, si con todo lo que tienes en el
fondo de tu armario hay para vestirme a mí, a ti y a todo un pueblo entero? —le
respondió Silvia mientras le guiñaba un ojo y le lanzaba un beso.
—Tengo una idea —sugirió María—, ¿qué tal si todas nos damos cinco minutos
más de tiempo, y mientras María remolonea de tienda en tienda, Silvia y yo la
esperamos tomándonos algo en alguna terraza fresquitas?
De repente, María se encontró encerrada entre dos cuerpos, eran sus amigas, que
se habían echado a sus brazos por la gran idea que había tenido.
Eran ya las dos de la tarde cuando por fin volvían a estar todas juntas, María y
Silvia llevaban tiempo ya esperando a Lucía, que como siempre había tardado más de
lo convenido en comprar y por lo visto, debido a la gran cantidad de bolsas que traía,
lo había sabido aprovechar muy bien. En cuanto estuvieron todas, se pusieron a pedir lo
que cada una iba a comer, porque ya se sabe que salir de tiendas agota a cualquiera y le
abre el apetito. Por suerte, estaban en el bar donde solían terminar comiendo muchas
veces, y como ya las conocían no tardaron en servirles; entre plato y plato se fueron
contando las novedades que cada una había comprado y visto.
—El libro que acabo de encontrar es de los que os gustan, así que cuando termine
con él os lo pasaré.
—¿Cuál has cogido al final? —preguntó Lucía mientras devoraba su plato de
pasta a la carbonara.
—El último de Kate Norton, El último adiós. ¿Os acordáis de que os dejé El
jardín olvidado, de la misma escritora, y os gustó? Pues es del mismo estilo, por eso he
pensado que os puede gustar también.
—¡Ah!, pues en ese caso, sí, cuando termines con él me lo pasas, por favor. Y
bien, ahora toca mi turno para enseñaros el modelo que voy a estrenar esta noche —
dijo con una sonrisa pícara en los labios.
—¿Esta noche? Chicas, yo hoy no tengo el cuerpo para mucha fiesta —dijo
desganada María.
—¡Ah, no! Ni siquiera lo pienses, ya habíamos planeado que saldríamos hoy, y no
vamos a consentir que te eches para atrás y te quedes en casa como ya has hecho en las
últimas salidas que hemos tenido —contestó con mala cara Silvia, para acto seguido
girarse hacia Lucía y pedirle que le enseñara su ropa nueva.
—No, no, no os voy a enseñar nada, ya me lo veréis puesto esta noche, y que
sepáis que también he comprado uno para cada una de vosotras —y mirando fijamente a
María añadió—: Y no voy a aceptar ningún pero a lo que te diga que te pongas, ¿te ha
quedado claro?
—¡Uf! —es todo lo que la pobre María consiguió decir mientras se atragantaba
—. Ni muerta me voy a poner algo que tú hayas comprado, he visto tu armario y tu
estilo no tiene nada que ver conmigo.
—He dicho que no voy a aceptar ningún veto a mis elecciones, y no vas a llegar
tú y dármelo.
—Oye, ¿no estás más mandona que de costumbre? ¿Por qué me tendría que poner
lo que tú me digas? Tengo mi propia ropa de guerra.
—Perdona, bonita, pero a eso que tú llamas ropa de guerra yo lo llamo uniforme
de clausura.
—Sin palabras, así me has dejado, sin palabras, no me puedo creer lo que me
acabas de decir.
—Silvia, échame una mano y ayúdame a convencer a esta cabezona para que esta
noche acepte la ropa que le he escogido y salga de fiesta con nosotras.
—Yo, si tú quieres, te ayudo, aunque la verdad es que ibas muy bien con esa
aptitud de general del ejército, pero creo que María sería más comprensiva con
nosotras y con lo que estamos intentando hacer si supiera lo nuestro.
Capítulo 2
—¡Óscar, tío, para ya! —gritó Ramón, un rubio alto, fornido y de ojos azules con
una sonrisa matadora; allá por donde pasaba las mujeres no podían evitar girarse para
mirar a tremendo espécimen.
El aludido, quien iba corriendo ya a bastante distancia, se giró y se echó a reír al
ver a su amigo todo sudado y resoplando en busca del aire que por lo visto le hacía
falta; parecía mentira que siendo un año más joven que él, que ya alcanzaba los 29,
terriblemente cerca de la treintena, tuviera tan poco aguante. Si seguía con la idea de
prepararse para llegar a ser bombero como él, ya podía empezar a entrenar, y bien
duro, puesto que las pruebas físicas, y más en Madrid, eran bastante exigentes.
—No me digas que la niña no puede más —le contestó en tono burlón Óscar—.
Te recuerdo que tienes que correr una carrera de 100 metros y otra que puede variar
entre los 1500 o los 3000, y no me vengas con que hay más pruebas, y como en esas
destacas las compensas con esta, porque eso no te va a servir de nada. De nada te vale
que consigas hacer 37 dominadas en 30 segundos, ni que en el press de banca levantes
los 45 kg como quien levanta una barra de pan. Los saltos ya sabemos que se te dan
bien, porque ya te he visto saltar cada vez que vemos una peli de miedo, y algún día me
tendrás que explicar dónde aprendiste a trepar la cuerda con esa súper velocidad que
consigues. Pero todavía te queda mejorar mucho en la carrera, y recuerda que el
domingo nos vamos a acercar al pantano de San Juan para preparar la prueba de
natación.
Ramón no se sintió molesto con el comentario de su amigo porque, aunque
parecía que le estaba regañando, sabía que Óscar era incapaz de enfadarse con nadie;
todo lo que le estaba diciendo era por su propio bien, si no fuese gracias a su ayuda
estaría todavía muy lejos de poder presentarse a la siguiente convocatoria a bombero.
—Hablando del domingo —continuó Óscar—, ya sé que Lucas nos ha invitado a
una fiesta en el local de moda del nuevo cliente de su bufete y también sé que vamos a
salir, puesto que es imposible decirle que no a ese tío. Te juro que estoy deseando
conocer a alguien que tenga la capacidad de llevarle la contraria sin morir en el intento,
claro. Pero desde ya te advierto, el domingo te voy a levantar temprano, muy temprano,
tardamos una hora en llegar al pantano y con el calor que está haciendo hay que ir
pronto para no encontrar a mucha gente ya por allí.
—¿Temprano? ¿Exactamente qué hora consideras tú temprano? Porque para mí
temprano son las ocho de la mañana.
—Ya, bella durmiente, pero no, temprano son las seis de la mañana.
—¿Perdona? Esa es la hora de entrada, no de salida. —Ramón ya sabía que le
plantearía esa hora, pero le gustaba hacer rabiar a su amigo para ver si algún día
conseguía sacarle de quicio, quería verlo gritar o desesperarse por una vez en su vida.
En todo el tiempo que lo conocía, y mira si hacía tiempo, puesto que se habían criado
juntos, nunca lo había visto dar una mala contestación ni poner mala cara.
—Vale, vale, teniente O’Neal —dijo mientras levantaba las manos en señal de
rendición—. Entonces, esta noche nos toca salir de fiesta —dijo cambiando de tema.
—Sí, no te creas que me apetece mucho, pero bueno, nunca viene mal conocer
sitios nuevos. ¿Preparado para otra carrera?
—¿Otra?
—Sí, venga, y te voy a ofrecer hasta un incentivo, adelántame y dejaré que elijas
para desayunar lo que quieras sin criticar nada, es más, no llevaré la cuenta de los gin
—tonic que te puedas tomar esta noche.
—¿Y eso me lo vas a dar con solo adelantarte? Trato hecho, prepárate para ver a
Flash en persona —dijo riendo mientras se ponía en marcha hacía el bar, que los
pillaba cerca del parque del Retiro, que era donde salían a entrenar y al que iban casi
todos los días.
La puerta del bar se abrió para dar paso a un acalorado Ramón, seguido por
Óscar. El camarero, que ya los conocía, salió de la barra para atenderlos en la mesa.
—¡Buenos días! ¿Qué vais a tomar? —preguntó amablemente.
—Buenos días, Juan, para mí hoy vas a poner un café cortado y una tostada de
pan con tomate, aceite y una lonchita de jamón de ese bueno que tienes —respondió
Ramón.
—No me lo puedo creer, todos los días protestando porque no te dejo pedir un
Cola Cao, un batido o comerte un bollo, y hoy que puedes vas y pides lo correcto, ¿para
qué entonces tanta prisa en adelantarme, que casi dejas los intestinos en el camino?
—Muy fácil, amigo mío, para conseguir lo más importante... Los gin—tonic de
esta noche —contestó riendo a carcajadas.
Óscar movió la cabeza de un lado a otro.
—No tienes remedio, de verdad que no sé qué voy a hacer contigo, pero bueno,
es lo que me ha tocado. Juan, lo mismo para mí, gracias.
—Por cierto, voy a mandarle ahora mismo un WhatsApp a Lucas para recordarle
lo de esta noche y para que nos mande la dirección del local.
—No hace falta —se adelantó Ramón al ver sacar el móvil a su amigo—, me ha
llamado esta mañana y me ha dicho que se pasaría a desayunar con nosotros ahora.
No acababa de decir esto cuando oyeron abrirse la puerta y apareció el tercer
miembro del grupo, Lucas, un joven abogado de 28 años, alto, moreno y con unos ojos
negros fríos que conseguían que todo el que estaba cerca le contase sus pecados, cosa
que sabía aprovechar muy bien en su trabajo. Era esa cualidad lo que le hacía ser tan
jodidamente bueno en su trabajo.
—Buenos días, chicos —saludó a sus amigos—. Juan, lo de siempre para mí, por
favor.
—Sabes que no te vas a morir porque algún día sonrías, ¿verdad? —dijo Ramón.
—No, que no quiero que te enamores de mí y tener que ponerte una orden de
alejamiento.
—Por eso no te tienes que preocupar, ya sabes que no me va el frío y mucho
menos en la cama —contestó.
—Querrás decir que no te va el fuego, chaval, todas las mujeres que han estado
conmigo te puedo asegurar que se fueron muy satisfechas y calientes al día siguiente.
—Sí, calientes sí que se fueron, pero por el cabreo que llevaban al salir por la
puerta, sin la promesa de que las ibas a volver a ver.
—Ya conoces mi lema, nunca repetir con la misma, solo en muy contadas
ocasiones lo he hecho, tienen la mala costumbre de aburrirme rápido; ya sabes,
conquístalas, tíratelas, hazlas disfrutar y olvídalas, es lo mejor para mí. La ciudad es
grande, todavía tengo muchos corderitos a quienes conquistar sin necesidad de repetir.
—Supongo que eso no es lo que les dirás para llevarlas a la cama, porque si no,
no conseguirías a ninguna.
—Por supuesto que no, tengo necesidades que satisfacer y sé lo que debo hacer
para lograrlo.
Óscar, quien se había mantenido al margen de la conversación, no pudo evitar
pensar en que su amigo le daba pena; es verdad que siempre estaba rodeado de mujeres
deseosas de conquistarlo, pero eso estaba bien para un tiempo. Lo que de verdad valía
la pena era encontrar a una mujer que te complementara, con quien poder compartir no
solo el dormitorio, sino también los tiempos de ocio, las aficiones, el poder contar con
esa persona tanto para cuando las cosas te iban bien como para cuando te iban mal y
necesitabas a alguien que te apoyase. Claro que esto solo lo pensaba y no se lo iba a
decir a Lucas, puesto que ya sabía que sus palabras caerían en saco roto; su amigo
hacía años había decidido blindar su corazón y no permitir que nadie entrase en él,
algún día le gustaría saber la historia que se escondía detrás de todo ese cinismo hacia
las mujeres. Después de conocer a sus padres y ver que estos tenían la misma aptitud
que él, lo mismo no había ninguna historia detrás, solo que simple y llanamente nadie le
había enseñado lo que era el amor y el compañerismo en una relación.
Todavía se acordaba de cuando lo conoció por primera vez, fue en un lío en que
metieron al parque de bomberos. Habían acudido a un rescate de un suicida en la azotea
de un bloque de pisos, y aunque todo terminó bien porque consiguieron que el suicida
bajase de la azotea, este por lo visto no opinaba lo mismo. Denunció a un compañero
del parque alegando que le había ocasionado lesiones en las costillas al obligarle a
bajar de la azotea, cosa que era totalmente falsa, puesto que no tocaron en ningún
momento al hombre. Pero eso no pudo evitar la denuncia, por suerte, su compañero era
conocido del jefe del bufete donde trabajaba Lucas y puso a su mejor chico al frente del
caso. Fue ver aparecer a Lucas en el parque vestido con uno de sus carísimos trajes de
chaqueta y mirarlo a la cara para que todos se relajaran con respecto a la denuncia;
solo había que hablar con él cinco minutos para reconocer a un ganador nato y a una
persona fría y manipuladora, capaz de hacer todo lo necesario para ganar. Ese fue el
resultado del juicio que tuvieron, consiguieron exculpar a su compañero y sacarle al
imbécil del suicida una indemnización por injurias y daños al honor de una persona
dedicada a la protección del ciudadano, tal y como declaró la jueza del caso.
Al ganar el caso decidieron celebrarlo en su bar favorito, donde se solían reunir
cuando podían, e invitaron al jefe de Lucas y a Lucas. Allí fue donde empezó a tratarlo
y vio que era un hombre bastante entretenido, siempre y cuando supieras mantener las
distancias; allí fue donde también se enteró de que compartían una afición común, y que
fue la que consiguió que su amistad creciese y se hiciese más estrecha. Es verdad que
viéndolos nadie diría que les gustaba boxear. Desde que se conocieron ya se habían
enfrentado varias veces en el cuadrilátero con diferentes resultados. Lucas, para ser un
picapleitos, como a veces lo llamaba Óscar, se defendía muy bien allí encima y daba
buenos golpes, y eso que en constitución era más fuerte él, aunque el otro le ganaba en
velocidad y agilidad. También era muy bueno poniendo nervioso al contrario, según
subía al ring se colocaba su máscara de tipo frío y se ponía a mirar fijamente a los ojos
a su adversario, consiguiendo intimidarlo con su tamaño y su postura. En cierta ocasión
que Ramón fue a verlo pelear, le confesó que parecía Satán sentado en su trono en el
infierno, esperando al triste condenado, y tenía que reconocer que llevaba toda la razón;
el aspecto, la postura que adoptaba daban la impresión de que estaba allí para juzgar y
condenar al que osase enfrentarse a él.
—Chicos, debo irme, tengo una reunión esta tarde con un cliente nuevo y primero
quiero informarme bien de quién es y qué intereses tiene antes de conocer el caso para
el bufete.
Fue esa frase lo que hizo que Óscar volviese a la realidad.
—¿Investigas a tus posibles clientes antes de citarte con ellos? ¿Lo más lógico no
sería investigar al contrario? —preguntó intrigado Ramón.
—Sí, llevas razón, no es algo que suela hacer, pero este es un cliente muy
importante y me intriga que quiera contratarnos a nosotros y no a un bufete con un mayor
prestigio. No me malinterpretes, sé que somos buenos, en realidad, muy buenos en
nuestro trabajo, pero no deja de mosquearme un poco el que nos elija a nosotros.
Quiero saber a quién tratamos y si puede haber algo de juego sucio en medio, no me
gustaría ver implicado al bufete en un escándalo.
—¿Eso no debería preocuparle a tu jefe y no a ti, que eres un empleado? —
preguntó a su vez Óscar.
—No, esto también me incumbe a mí, porque a final de mes me van a hacer socio
del bufete, por lo que el prestigio y la fama del bufete también me representará a mí.
—¿Que te van a hacer socio? ¿Y cuándo pensabas decírnoslo? Eso hay que
celebrarlo —dijeron al unísono sus amigos.
—Tranquilas, señoritas, por eso he montado la fiesta de esta noche en la zona VIP
del local de nuestro cliente.
—¿Y por qué no nos lo has dicho antes, tío? —preguntó Ramón.
—Ya me conocéis, no me gusta alardear de mis éxitos.
—¿Desde cuándo?
—Desde que no está todo oficialmente atado y el papeleo hecho.
—Abogado hasta la muerte, ¿eh? —Dijo riéndose Óscar—. Y yo que te iba a
proponer ir esta tarde al gimnasio a desechar un poco de adrenalina en el cuadrilátero.
—¿No has tenido bastante con el entrenamiento de esta mañana? —se adelantó a
preguntar Ramón.
—Pues lo siento, me encantaría machacarte en el ring, pero no puedo faltar a esta
reunión y mucho menos ahora, que estoy a punto de firmar el contrato de socio.
Bueno…, me voy, que no quiero llegar tarde, luego os mando un WhatsApp con la hora
y la dirección del local; poneos guapos, lo mismo esta noche conseguimos que unas
lindas corderitas caigan en nuestras redes —se despidió Lucas ya de camino hacia la
puerta de la calle, mientras dejaba a sus amigos riéndose en la mesa.
—Hablando de corderitas, tendrías que haber visto a la belleza que conocí ayer,
cómo estaba la tía, y eso que no pude apreciar todo su cuerpo bien.
—¿Ayer? Así que en vez de estar estudiando saliste a ligar.
—¡¿Salir?! Pero si sabes que no hago otra cosa que entrenar contigo y estudiar
todo el tiempo. No, la conocí cuando te ayudé con ese problemita que tuvisteis.
—¿Qué problema?
—¿Ya no te acuerdas?, ¿o es algo tan normal para vosotros rescatar serpientes en
las terrazas de la gente?
—¡Oh, ese incidente! No, por suerte, no es normal ese tipo de rescates. Entonces
si fue con la serpiente, tuvo que ser en la clínica veterinaria donde la llevaste.
—Acertaste, mi querido Watson, fue en la clínica donde conocí a esa diosa. Ni te
la imaginas, rubia, alta, con unos ojazos color miel impresionantes, y un cuerpo, ¡oh!,
qué cuerpo, de los que me gustan, con todas sus curvas en su sitio, de los que hacen que
te plantees todas esas fantasías que teníamos cuando éramos adolescentes.
—Ya será para menos, mira que a ti mientras tenga tetas y un buen culo, todo te
vale.
—No, te digo que era una diosa, lástima que justo cuando estaba para sacar el
móvil y hacerle una foto, el animalito decidió darse a conocer y mi diosa se convirtió
en la niña del exorcista con la cabeza dándole vueltas y todo.
—¿Para tanto fue, no exageras un poco?, o quizá la culpa no fue del animal, sino
de que te vio bien.
—Ni te lo imaginas, empezó a darle un ataque de pánico, pero de los duros, hasta
pensé que al final tendría que avisar al 112; claro, con todo el jaleo, pues no tuve ya
ánimos para coquetearle o pedirle por lo menos el teléfono. Pero ya he pensado en un
plan para conseguirlo.
—Miedo me das, tus planes suelen tener consecuencias bastante desastrosas.
—No, en realidad es muy simple, he pensado en convertirme en el gran defensor
de los animales de la ciudad, excepto de serpientes, y llevárselos todos para que les
haga una revisión.
—No está mal, ¿pero ya has pensado de dónde vas a sacar a los animalitos
necesarios para tal ataque?
—Vale, me falta pulir un poco el plan, pero ¿a que a grandes rasgos está muy
bien?
—Sí, simple e ingenioso, solo espero no tener que ir a sacarte de la comisaría
porque alguien te pille secuestrando bichos, hasta pena me está empezando a dar la
pobre chica, con la que le ha caído encima.
—Pues te diré que antes de que se convirtiese en la niña del exorcista parecía
muy interesada en mi persona.
—Sí, claro, y eso no tiene nada que ver con tu gran ego.
—No es ego, amigo mío, es confianza y hechos demostrados a lo largo de mis 28
años.
—¿Veintiocho años? ¿Qué pasa, que ya ligabas desde la cuna? —contestó
riéndose Óscar.
—Claro que sí, desde el mismo día en que nací; si no me crees siempre puedes
preguntarle a mi madre y ella te dirá que siempre fui un bebé y niñito adorable, al cual
todo el mundo quería coger y tener cerca, no como a otros que conozco.
—Si tan seguro estás de ti mismo, supongo que no tendrás ningún problema en
aceptar una pequeña apuesta, nada arriesgado.
—No, claro que no tengo ningún problema. ¿De qué se trataría?
—Te apuesto una cena en la marisquería el Barril de Argüelles a que no eres
capaz de conseguir una cita con tu diosa en menos de un mes.
—Acepto. Prepárate para ir ahorrando, porque no voy a negarme ningún
capricho, y que sepas que la has cagado al darme tanta ventaja; en menos de 15 días
estaré en una deliciosa cita con mi diosa, en la que espero que ella decida ser mi postre
—aceptó Ramón dándole un apretón de manos a su amigo.
—Entonces, ¿no quieres venir esta tarde conmigo al gimnasio y entrenar en el
ring? —preguntó cambiando de tema.
—No, ya sabes que el boxeo no es lo mío, prefiero las pesas, y aun así si luego
vamos a salir y mañana nos vamos por la mañana al pantano, quiero aprovechar para ir
estudiando el temario del examen.
—Está bien, entonces te dejo y nos vemos esta noche, a saber qué plan nos tiene
reservado Lucas, a ese sí que hay que tenerle miedo cuando hace algo.
—Está bien, entonces hasta la noche.
Capítulo 3
—Chicas, ¿a qué hora se ha hecho la reserva para la cena? —preguntó Lucía
desde el baño, que compartía con María mientras se secaba el pelo.
—No lo sé, ni siquiera sé dónde vamos a cenar ni a dónde vamos a ir después —
respondió María desde dentro de la ducha—, es más, recuerda que yo ni siquiera
pensaba salir.
—Cierto, por suerte cambiaste de opinión —dijo Lucía guiñándole un ojo, puesto
que la mampara de la ducha era toda de cristal, excepto por una franjas opacas muy
estratégicamente colocadas. Y acto seguido salió del baño y se dirigió a la habitación
de Silvia, que estaba justo enfrente del baño, para preguntar.
Mientras Lucía iba a buscar a Silvia, María no pudo recordar lo que había
descubierto esa mañana sobre la «traición» de sus amigas, nunca en toda su vida
hubiese imaginado que conspirarían en su contra, aunque fuese por su bien, como le
explicaron.
Según ella, toda esa intriga la empezaron hacía tres años, cuando ya llevaban uno
viviendo juntas. Todavía recordaba cómo se sentía en esa casa en la que había crecido
y donde, después de la muerte tan inesperada de sus padres, se encontraba tan sola y
deprimida; su tía la convenció para que buscara compañeras de piso, universitarias
como ella para que le hicieran compañía, y compartir así también los gastos de la casa.
Al principio, se opuso a la idea, ¿cómo iba a meter a unas extrañas, unas completas
desconocidas, en su casa, en el santuario que su madre con todo su cariño había
decorado, reformado, convertido en su hogar, su refugio? Pero con el paso del tiempo
la idea se le fue haciendo cada vez más atractiva, y al final optó por poner un pequeño
anuncio en el periódico de la universidad; así fue como una tarde se presentaron Lucía
y Silvia ante su puerta, interesadas. Todavía recordaba lo nerviosa que estaba, el miedo
que sentía, pero fue hacerlas entrar y sentarse en el salón a tomarse un café para
conocerse mejor y empezar a sentirse como hacía mucho tiempo que no se sentía. Había
encontrado a personas afines a ella con las que compartir espacio y así dejar de estar
tan sola.
Al principio, le costó encontrar temas de conversación una vez aclarado todo lo
relacionado con la casa, pero entre la espontaneidad de Lucía y la ternura que casi
nunca mostraba Silvia, las horas pasaron rápidas; cuando se quisieron dar cuenta, ya
era bien de noche y decidieron seguir en uno de los restaurantes que había por la zona;
así fue como sin casi darse cuenta de la noche a la mañana no solo encontró compañía,
sino también unas amigas dispuestas a hacer lo que fuese por ayudarla. Precisamente
debido a ese afán por ayudarla habían hecho un pacto, del cual ella no sabía nada hasta
esa mañana, cuando se lo explicaron.
Por lo visto, llevaban ya seis meses viviendo juntas cuando Lucía y Silvia se
dieron cuenta de lo grande que era la depresión que sufría; ellas lo entendían, había
pasado por varios hechos fuertes que afectarían a cualquiera. El golpe de gracia fue la
decepción del que era por entonces su novio de la universidad, el típico chulo, guapo
de cara y rompecorazones. La había engañado, y no solo con su forma de ser, sino con
todas las chicas que conocía, cosa que descubrió más tarde y que desencadenó el
principio de su depresión. Raúl había sido su primer novio, su primera vez en el sexo y
al final también su primera desilusión. Ese idiota se la lio a los cuatro o cinco meses
después del accidente de avión que costó la vida a sus padres, la dejó prácticamente
sola, ya que era hija única; aunque todavía tenía familia, no estaban lo suficientemente
cerca ni unidos como para que le sirviesen de apoyo.
Por lo visto, una tarde de las que ella salía tarde de trabajar, Lucía y Silvia
estaban en casa y empezaron a hablar de su depresión, su desgana, su encerrarse en
casa y salir solo al trabajo o a comer o cenar algo con ellas, el no haber tenido una cita
en todo ese tiempo y fue cuando se les ocurrió la gran idea de hacer un pacto. Le darían
dos años para reponerse, y si para entonces todavía no lo había logrado, ellas la
forzarían a hacerlo, empezando por su cambio de vestuario hasta terminar por
conseguirle una cita y una noche loca con un hombre.
—¡María! ¿Qué haces todavía dentro de la ducha y con cara de boba? Por lo que
me acaba de decir Silvia, ha reservado para cenar en un sitio nuevo, muy cool, que no
solo es un restaurante, sino que también tiene una parte de discoteca, zona VIP y una
zona de sofás y sillones donde podemos sentarnos a tomar nuestras copas
tranquilamente —explicó Lucía—. Y ha hecho la reserva para las diez y son ya las ocho
y media; tenemos que empezar a arreglarnos si no queremos quedarnos sin ella. Por
cierto, en cinco minutos te quiero en el salón para enseñarte la ropa que vas a llevar
esta noche. Antes de que se te ocurra pensarlo, no, no voy aceptar un no como respuesta
al vestido, he dicho que te lo vas a poner y lo vas a hacer; tranquila, he pensado en tus
gustos y creo que te va a encantar.
Justo cinco minutos después una misteriosa Lucía aparecía con dos bolsas en el
salón, mientras sus amigas la esperaban, una expectante ante lo que se podría encontrar
y la otra totalmente nerviosa y con miedo de lo que podría haber dentro.
—Bien, empecemos por Silvia, que estoy segura de que no va a poner ninguna
pega a lo que le he escogido —y diciendo esto abrió la bolsa y sacó de dentro un mini
vestido negro de cuello halter, con una discreta abertura vertical entre los pechos y un
cinturón metalizado en color rosa cobrizo, que seguro que le sentaba de maravilla.
También sacó unos zapatos del color del cinturón, con unos súper tacones de aguja de
como mínimo 20 cm.
—¡No puedo creérmelo! —gritó una extasiada Silvia ante lo que veía—. Me
encanta, es súper sexi y al mismo tiempo discreto, justo como a mí me gusta, gracias,
muchísimas gracias —y terminando de decir esto se acercó hasta Lucía y le plantó un
besazo en toda la mejilla; luego, se fue corriendo a su habitación para probárselo.
—Bien, una lista, ahora te toca a ti —dijo girándose hacia María—. Espero que
te guste, y te advierto antes de enseñártelo, no es un pantalón, vas a llevar un vestido, lo
mismo que nosotras, y también tacones, no tan altos como los nuestros, pero con tacón,
te pongas como te pongas, ya lo sabes.
Después de esta advertencia, que todavía consiguió ponerla más nerviosa, María
vio que se acercaba al sofá a por la otra bolsa que estaba allí; le enseñó un vestido de
gasa morado, con tirantes finos, que llegaba hasta justo por encima de las rodillas, con
un pequeño fruncido en la cintura y a juego con unos zapatos negros, de tacón fino, pero
no muy altos. Se quedó sin palabras admirando el vestido, era precioso, ligero, algo
que ella en otra época podría haber elegido para ponerse, pero que ahora no estaba tan
segura de que le sentara bien. Viendo la cara de ilusión que tenía su amiga y también
conociendo lo cabezona que podía llegar a ser, decidió mejor callar su opinión e ir a su
habitación a vestirse.
—Es muy bonito, y gracias por pensar en mí para elegirlo —le dijo cogiéndolo.
—De nada, ahora a cambiarse rápido, y así también os puedo enseñar el que yo
me he comprado —le respondió con una sonrisa pícara en los labios.
Una vez en su habitación, María se quitó el albornoz y se dispuso a ponerse el
vestido, tenía que reconocer que cada vez que lo miraba le gustaba más, aunque estaba
convencida de que no era para ella. Decidió que tendría que resistir esa noche y así a lo
mejor ya se tranquilizaban y la dejaban tranquila con sus libros. Estaba a punto de
empezar a vestirse cuando se abrió la puerta y Silvia entró en la habitación con otra
bolsa, esta vez de una tienda de corsetería.
—Menos mal que todavía no has empezado a vestirte; toma, ponte este conjunto y
hazme caso, porque pienso comprobar que lo llevas, ni loca voy a permitir que salgas
con ese vestido con tu ropa interior de monja de clausura —y diciendo esto, le dejó la
bolsa en la cama y salió por la puerta.
Dentro de la bolsa había un conjunto del mismo color que el vestido, compuesto
por un sujetador sin tirantes y un tanga de encaje. «Locas, mis amigas se han vuelto
locas, y yo sin darme cuenta», pensaba mientras se quitaba la ropa interior que se había
puesto, que consistía en un simple conjunto de sujetador y braguitas blanco de algodón,
y se ponía el que le acababan de dar. Una vez terminó de vestirse y de ponerse los
zapatos, se miró en el espejo del armario y no se reconoció; el espejo le devolvía la
imagen de una mujer elegante, moderna, sexi, joven y lista para salir de fiesta con sus
amigas y pasarlo bien.
Cuando se decidió a salir de la habitación, sus amigas ya estaban esperándola,
Silvia con su vestido negro y Lucía con un precioso vestido granate de corte imperio,
con escote palabra de honor e igual de largo que el suyo, que la favorecía muchísimo, y
unos tacones igual de altos que Silvia y del mismo color que el vestido. Ya listas las
tres, salieron por la puerta, de camino al taxi que habían llamado para llevarlas hasta el
Oráculo, el sitio donde iban a pasar la noche; en realidad, no estaba tan lejos de casa,
pero sí lo suficiente como para no ir andando con esos tacones.
Tardaron exactamente diez minutos en llegar al restaurante que Silvia había
reservado.
—Buenas noches —les saludó el maître—, ¿tienen reserva, señoritas?
—Buenas noches —contestó Silvia, al fin y al cabo, era quien la había hecho—,
sí, la tenemos, está a nombre de Silvia Abellán.
—Muy bien, señorita Abellán, su mesa ya está lista, por favor síganme.
Mientras eran dirigidas a su mesa, las chicas no podían más que admirar la
decoración del lugar; era un restaurante moderno con un toque de art déco, con mesas
suficientes para el espacio que había, consiguiendo una sensación de amplitud y de
cierta intimidad, aunque sin resultar vacío. Todo decorado de forma sencilla y elegante,
combinaba mesas cuadradas con otras redondas para grupos más grandes, con manteles
blancos bordados; en el centro de las mesas había una vela y en las grandes pequeños
candelabros plateados. Para sentarse habían escogido sillas negras, de madera y con
reposabrazos que recordaban más a sillones individuales que a sillas. De los techos
colgaban enormes lámparas de metal con grandes bolas de cristal.
Llegaron a su mesa, donde se sentaron, y enseguida les tomaron nota de las
bebidas mientras miraban la carta para elegir qué quería tomar cada una.
—Silvia, este sitio es precioso, ¿cómo lo has encontrado? —preguntó Lucía,
quien no podía dejar de admirar la decoración.
—Me habló de él un cliente nuevo del bufete, que es uno de los dueños, de hecho,
me han elegido a mí para llevar su caso.
—¿Algo complicado? —siguió preguntando.
—Puede complicarse, por lo visto, la idea del negocio se le ocurrió a mi cliente,
pero como el riesgo económico era muy fuerte, decidió buscarse un socio. Ahora
cuando todo va bien y se ha convertido en un negocio muy rentable, su socio ha
decidido que quiere todo para él y lo ha demandado, alegando que la idea fue suya y
que nunca tuvieron una relación de socios como tal, sino que él era el dueño y mi
cliente su empleado. Quiere todo el beneficio que da y no compartirlo.
—Vaya, pues sí que se puede llegar a complicar, aunque sin que te ofendas, a mí
todo eso me suena muy aburrido —dijo Lucía.
—Ya, me lo imagino, para ti todo es aburrido si no incluye algún animalito de por
medio.
—Sí, es verdad, es que son tan monos y tan divertidos. El otro día vino una
señora con un cachorro precioso, pero por lo visto muy travieso, en el poco tiempo que
hace que lo tiene le ha dado tiempo a vaciarle los cajones de la mesita. Un día le vieron
masticando algo y cuando fueron a ver de qué se trataba, resulta que había encontrado
la caja de condones que tenía guardada y estaba comiéndosela. Imaginad la escena,
ellos, que ese día tenían invitados en casa, y el perro mientras vaciando los cajones y
comiéndose los condones.
—Tú y tus perros —rio Silvia—. Aunque para mí es más divertido un juicio que
el tener que andar curando, o desparasitando bichos. A cada una lo que le gusta,
¿verdad, María? —le preguntó al verla muy callada y ausente.
—¿Eh?, sí, sí, claro, a cada una lo que le gusta; a ti tus juicios, a Lucía sus bichos
y a mí los libros.
En esto estaban cuando el camarero les trajo sus platos y se dispusieron a cenar.
Mientras ellas se daban de probar la comida las unas a las otras, puesto que por eso
cada una había pedido algo distinto para probar de todo un poco, entraron tres hombres
muy bien vestidos, con trajes y corbatas. Uno de ellos no pudo evitar que se le fueran
los ojos a la mesa de las chicas, y en ella reconoció a la veterinaria del otro día.
—Lucas, recuérdame que te regale una gran caja del vino ese que tanto te gusta, y
tú Óscar, ve preparando tu cartera para gastar tus ahorros, porque estás a punto de
perder tu apuesta —dijo Ramón.
Al decir esto, sus dos amigos, que estaban hablando con el maître, se giraron con
cara interrogativa hacia él.
—¿De qué hablas? Oye, que no me opongo a un buen regalo, ya lo sabes, pero me
gustaría saber qué he hecho para conseguirlo, para volver a hacerlo.
—Pues lo que has hecho es traerme al sitio perfecto donde encontrarme con mi
diosa.
Óscar al oír su respuesta entendió a quién estaba haciendo referencia su amigo.
Lucas, quien se había tenido que ir antes de que Ramón hablase sobre su experiencia en
el veterinario, seguía sin entender a qué venían todos esos comentarios sobre diosas.
—¿Está aquí tu veterinaria? —preguntó Óscar.
—Sí, y muy bien acompañada, por lo que veo; creo que la noche puede ser muy
interesante, y no solo para mí.
—¿Dónde está?
—En una de las mesas del fondo, en la zona del restaurante.
Ambos hombres se giraron para mirar el salón del restaurante, no les costó nada
identificar la mesa de las chicas, puesto que representaban un lindo cuadro las tres allí
sentadas.
—Wow, la rubia es la veterinaria, ¿no? —preguntó Óscar.
—Sí, esa es.
—¿Os habéis fijado en su amiga la pelirroja?, parece una top model —siguió
comentando Óscar.
Lucas, quien todavía no había dicho nada, intentó fijarse en la pelirroja, pero no
podía evitar que la vista se le fuera hacia la morenita que estaba sentada con ella; tenía
un aire de inocencia, de timidez, se la veía fuera de lugar. Tenía algo que no pudo evitar
que le intrigase, estaba seguro de que podría ser una conquista fácil para él, ya que las
mujeres nunca habían supuesto un misterio; podría ser muy divertido instruir a esa chica
tan tímida en sus gustos, aunque también podía resultar que fuese demasiado retraída
como para conseguir su objetivo. Seguro que no, estaba muy seguro de sí mismo y de su
éxito entre el sexo femenino, y decidió que la noche había dado un giro muy interesante.
—Chicos, me pido a la morenita que está con ellas, y la quiero para mí solo —
dijo Lucas.
—¿La morena? —preguntaron al unísono sus amigos.
—Pero si esa chica no tiene nada de atractivo, ¿qué puedes haber visto en ella
para que te entre ese interés?, es cierto que desde aquí parece bastante guapa, ¿y para ti
solo? Vaya, es la primera vez que te escucho poner objeciones a que nos acerquemos a
una de tus futuras conquistas —dijo Ramón mientras volvía a echar un vistazo a la
morenita, aunque él seguía viendo lo mismo que antes, una chica guapa, aunque
demasiado insulsa o tímida como para hacerse notar, y más estando al lado de sus
amigas, las cuales llamaban bastante más la atención.
—Bueno, para todo tiene que haber una primera vez, y esta es una de ellas. No
quiero que os acerquéis a ella, al menos hasta que no la haya conseguido para mí, no
quiero teneros como competencia.
—¿Estás seguro de que la que quieres es la morena? Cuando las he visto creí que
irías directo a por la pelirroja, es más de tu tipo.
—Exactamente por eso quiero a la morena, ya me he hartado de mujeres
perfectas, experimentadas y exigentes. Estoy en una etapa de mi vida en la que quiero
todo lo contrario, quiero una mujer con poca experiencia para amoldarla a mis gustos,
quiero una mujer tranquila y que se adapte a mis horarios y que no me venga con
reproches porque no le dedico todo el tiempo que ella considere que tendría que
dedicarle. Quiero a esa mujer que está ahí sentada, es perfecta para lo que estoy
buscando ahora, una mujer normal, sin casi experiencia con los hombres, tímida y nada
presumida; no tengo ni tiempo ni ganas para estar metiéndome en una conquista difícil y
exigente, estoy seguro de que no me costará mucho conquistarla y llevarla a mi terreno.
—Eso significa que a esta no la vas a compartir con nosotros —preguntó Ramón,
para dejar claras las cosas desde un principio; estaba acostumbrado a que una vez que
Lucas se aburría de sus mujeres, les dejaba que las conquistasen y se las llevaran a la
cama, e incluso en alguna ocasión compartieron cama los tres juntos haciendo buenos
tríos.
Lucas se quedó pensando en lo que le estaba diciendo.
—No, de momento, no voy a compartirla con nadie, me interesa para mí solo,
quiero amoldarla a mis gustos; esto también excluye en un principio los tríos, por como
se la ve no parece que tenga mucha experiencia, eso es algo que se nota enseguida en
una mujer. No quiero que se asuste antes de tiempo, ya lo hará cuando la lleve a mis
sitios habituales y cuando vea mi casa.
—Pero ¿a dónde vas ahora? —dijo Óscar viendo que su amigo se apartaba de
ellos y se alejaba en dirección contraria a donde estaban las mujeres.
—Voy a asegurarme de que esas chicas no se nos escapen después de cenar y se
vayan a otro sitio. Voy a decirle a Adam, el dueño, que les diga que están invitadas a
tomar algo en la discoteca una vez terminen de cenar.
Los dos amigos se miraron y se encogieron de hombros. Decidieron ir hacia la
zona de los sillones y pedir unas copas mientras esperaban a su amigo.
—No puedo comer nada más —declaró Silvia terminando su postre.
—Si es que te has puesto morada, guapa, quien te vea no puede imaginar lo que
comes, nunca he conocido a nadie que coma tanto como tú —dijo Lucía con cierto
toque de envidia en su voz, puesto que ella parecía que le engordaba hasta el aire que
respiraba.
—Todo pura genética, ya sabes —dijo con orgullo Silvia—; en realidad, es algo
que tengo que agradecer a mi madre, porque sé que si tuviese que hacer dieta sería
incapaz de seguirla durante demasiado tiempo. Es que la comida está tan rica y los
platos que hemos cenado estaban buenísimos, tanto la pasta que María se ha pedido,
como tu carne o mi pescado, y la ensalada que teníamos para compartir, una delicia —
dijo mientras se terminaba su postre de chocolate.
—Bueno, ahora habrá que quemar todas estas calorías extra que nos hemos
comido en la pista de baile, ¿no? —siguió diciendo Lucía.
—Yo, personalmente, preferiría irme a casa, estoy cansada, ya sabéis que no
estoy acostumbrada a estar hasta tan tarde levantada —dijo María.
—No, ni hablar —contestaron sus amigas—. Tú esta noche vas a trasnochar, y
vas a bailar y a beber y a disfrutar, e incluso quien sabe, quizá conozcas a alguien que
te guste y con quien puedas llegar a congeniar —no terminó de decir eso cuando se
abrió la puerta y vio entrar a tres hombres impresionantes, a cada cual más guapo—. Es
más, creo que acabo de ver a esa persona con la que puedes llegar a congeniar —
añadió.
Al comentar esto, sus amigas que estaban terminando sus cenas se la quedaron
mirando y se giraron hacia la puerta, que era hacia donde ella estaba mirando. Allí
vieron parados a tres hombres, uno moreno con unos ojos oscuros y un cuerpo de
infarto; había otro rubio, quien también estaba muy bien desarrollado y que parecía el
divertido del grupo; y el último, el mayor del grupo, era muy guapo y atractivo.
—Creo que el mayor sería perfecto para ti, María; tiene pinta de ser tranquilo y
paciente, justo lo que necesitas a tu lado, alguien que te ayude a superar tus miedos al
género masculino y al sexo —dijo Silvia.
—¿Cómo puedes saber eso? ¿Acaso los conoces? ¿Y qué te parecen los otros? —
preguntó María intrigada, puesto que ella con solo verlos no sabría decir cómo eran.
—Instinto, puro instinto y conocimiento. Tú también lo tienes, aunque nunca lo
uses. Los otros no están mal, aunque el moreno es peligroso, tiene algo oscuro, algo
siniestro.
A María no le gustó escuchar eso, cuando se había girado para mirarlos su mirada
se había cruzado con él y le hizo sentir de todo menos peligro; sintió una mezcla de
excitación, de nervios e incluso de expectación por comprobar si lo que estaba
diciendo Silvia era cierto o no. Claro que como ya había dicho su amiga, sus instintos
estaban dormidos, o más bien de viaje espiritual, desde que se equivocaron la otra vez
con Raúl.
Estaban pagando la cuenta de la cena cuando el maître se les acercó y les dijo
que estaban invitadas a tomar una copa en la discoteca por parte de la casa. Esto no les
pareció raro, creían que quien las invitaba era el cliente del bufete; lo que no podían
imaginar era que quien las había invitado era Lucas, en su afán por conocer a María y
ver si había acertado en su descripción de la chica.
Las chicas se levantaron y se dirigieron hacia la zona de la discoteca, donde se
acercaron a la barra a pedir sus copas; allí al lado estaban apoyados los hombres que
habían visto entrar mientras cenaban.
—Dos gin—tonic y… ¿tú qué vas a tomar, María? —preguntó Lucía.
—Una Coca-Cola Zero, por favor —dijo dirigiéndose al camarero, que estaba
esperando su pedido.
—No puedes tomar una Coca-Cola en un sitio como este, ¿por qué no te pides lo
mismo que nosotras? —le dijo Lucía.
—Por favor, Lucía, ya sabes que no suelo tomar alcohol y ya bastante he hecho
con tomar el vino que nos han puesto con la cena. ¿No crees que ya he accedido a
muchas cosas en una sola noche? ¿No te basta con que lleve el vestido que vosotras me
habéis elegido, y con que lleve los zapatos altos, ni con que me hayáis sacado de casa
cuando no tenía pensamiento de salir?
—Está bien, cuando llevas razón, la llevas; es verdad que ya es bastante con
haber conseguido que te pusieras ese vestido, que por cierto te está de muerte, y los
tacones —dijo dándole un beso en la mejilla.
Lucas no pudo evitar una sonrisa al oír la conversación, puesto que confirmaba
todo lo que había pensado sobre María, porque ya había averiguado como se llamaba, y
era justamente lo que quería: una mujer tranquila, tímida, sumisa en sus decisiones,
aunque algo le decía que no se lo iba a poner tan fácil como en un principio había
creído; solo había tenido que oír sus argumentos cuando quiso elegir su bebida, y no la
que le querían pedir. Estaba seguro de que eso no iba a suponer ningún problema, sino
todo lo contrario. Llevaba tiempo buscando un reto, últimamente eso de conseguir una
mujer para llevarla a su cama le resultaba aburrido de lo fácil que era, y mira por
donde, esa noche estaba de suerte. Es más, solo de verla andando desde su mesa hasta
la barra, ver como se movía, el movimiento que hacían sus caderas al andar, ver
resaltados sus pechos por el vestido que llevaba, ver todo eso había conseguido
ponerlo duro, muy duro, y eso que todavía ni la había probado. Estaba deseando que
sus amigas la dejasen un momento sola para acercarse y atacar; se moría por probar esa
boca, por comprobar qué clase de ropa interior llevaría debajo, aunque por la
conversación que había escuchado se podía imaginar que no solo le habían elegido el
vestido, sino también la ropa interior.
En ese momento, el camarero se acercó a ellas y les entregó sus bebidas, con las
cuales las chicas se alejaron en dirección a uno de los sofás que había por la zona.
Lucas decidió quedarse donde estaba, puesto que desde allí la tenía controlada y podía
ver todo lo que hacía, e incluso si se esforzaba un poco, también oír todo lo que
hablaba.
—María, tendrías que probar esta bebida, está buenísima y encima es rosa —dijo
mientras se reía Lucía—. No sabe casi nada a ginebra y sí mucho a las frutas que lleva
dentro, sabe mucho a fresas, y eso a ti te gusta.
—Gracias, pero no, prefiero seguir con mi bebida y con la cabeza despejada.
—Ah, pues yo he visto como preparaban los mojitos y es lo siguiente que pienso
pedirme, una vez que me acabe esta —dijo Silvia a su vez.
Empezó a sonar la canción de Duele el corazón de Enrique Iglesias, que les
encantaba, y decidieron salir a la pista a bailar y a cantarla igual que hacían en casa.
—No me lo puedo creer, es nuestra canción, venga, chicas, a la pista a mover el
esqueleto —gritó Lucía.
—Id vosotras, yo de momento prefiero quedarme aquí tranquila y vigilando
nuestros bolsos y bebidas —dijo María.
—María, en un sitio con tanta clase como este no te tienes que preocupar por las
bebidas, nadie va a echar nada en ellas, y además, la pista está justo ahí delante.
Podemos estar bailando y al mismo tiempo vigilar nuestras cosas, o mejor aún,
podemos dejarlas en el guardarropa que hay a la entrada —respondió Silvia, ya cogida
de la mano de Lucía en dirección a la pista.
—No, déjalo, quizás luego más tarde —dijo—, cuando la pista esté más llena. —
Así la gente no se fijaría tanto en ella, o en lo que hacía.
Los chicos, viendo que se dividían, decidieron mover ficha e ir a presentarse.
Mientras Ramón y Óscar lo hacían hacia la pista de baile, Lucas iba hacia el sofá donde
estaba ella.
—Hola, ¿me puedo sentar? Es que está todo ocupado —preguntó sentándose junto
a ella sin esperar su respuesta.
María, al ver que se sentaba, se movió un poco hacia el lado contrario y se
concentró en ir tomando su bebida poco a poco.
—Lo siento, no me he presentado, me llamo Lucas, encantado de conocerte…
—María, me llamo María, encantada.
—Parece que esta noche está esto lleno de gente, no queda ni un sitio libre donde
sentarse cómodamente. —Viendo que ella no contestaba, decidió comprobar si los
halagos la hacían reaccionar—. No sueles venir por aquí, ¿verdad? Si no, te habría
visto más veces, una mujer como tú no pasa desapercibida.
—Perdona, ¿eso va por mí? —preguntó mientras miraba a los lados, esperando
ver a alguna de sus amigas o a otra mujer allí cerca.
—Sí, claro que va por ti, yo aquí no veo a nadie más, estamos solos los dos.
María se ruborizó al confirmar que ese halago iba dirigido a ella, aunque pensó
que tendría que estar muy aburrido o borracho para dirigirse a ella, o quizás lo que
buscaba era que luego le presentase a sus amigas; eso era, él había visto que ella no
estaba sola y solo buscaba una forma de acercarse a las otras.
—Gracias, entonces, y tranquilo, mis amigas vendrán enseguida —añadió ella.
—Pues sería una pena que tus amigas llegasen antes de que nos conociésemos
mejor, ¿no crees? —dijo acercándose un poquito más a ella, pero no demasiado, para
no asustarla; estaba claro que no estaba acostumbrada a esa clase de atención—.
Bueno, María, ¿y a qué te dedicas cuando no estás sentada tomando algo y hablando
conmigo? —le preguntó con una sonrisa en los labios, sabía que la pregunta era muy
tonta, pero no quería avasallarla con preguntas más íntimas, de momento.
«Dios», pensó ella, «qué sonrisa que tiene».
—Pues soy bibliotecaria, como verás, algo muy aburrido y normal.
—¿Aburrido? De eso nada, ojalá yo pudiese estar todo el día rodeado de libros y
del silencio que hay en las bibliotecas.
—¿Te gustan las bibliotecas?
—Sí —contestó él pensando no en los libros, sino en las zonas que solía haber en
casi todas las bibliotecas donde iban las parejas—. Es muy excitante eso de coger un
libro y descubrir sitios, historias, leyendas de otros países, tanto reales como
imaginarios.
—Exacto, eso es lo que me gusta a mí también, cada vez que elijo un libro nuevo
para leer descubro sitios, personajes, leyendas e historias nuevas que descubrir. ¿Qué
clase de libros son los que te gustan? —Ella quería que él se mantuviera hablando del
tema de los libros, ese mundo lo conocía y se sentía segura cuando se hablaba sobre él.
Lucas, notando que ella se estaba relajando, decidió seguir con el mismo tema,
aunque tenía que reconocer que el mundo de los libros no era precisamente lo suyo.
—Suelo leer libros de misterio, thriller psicológicos, biografías, históricos. ¿Y
tú?
—Yo, bueno, en realidad, leo todo lo que cae en mis manos, soy lo que se suele
llamar un ratón de biblioteca —dijo riéndose y también un poco avergonzada—. Ya
sabes, siempre he sido la típica empollona que hay en todos los institutos.
—Dirás la empollona sexi que hay en el instituto.
—Gracias, me lo tomaré como un cumplido.
—Justo lo que es, eres guapa y sexi, ¿qué hay de malo por decirlo y reconocerlo?
—Está bien, no vamos a discutir por eso, ya que acabamos de conocernos; lo
dejaremos en tablas y en que cada uno tiene su gusto, aunque difiera de lo que el otro
pueda pensar —respondió María intentando que se olvidase del tema, puesto que era
algo que la incomodaba bastante; siempre se había sentido el patito feo del grupo de sus
amigas.
Llevaban ya un rato hablando y Lucas cada vez se sentía más intrigado por ella,
cualquiera que la viese vería a una mujer guapa, sexi y atractiva; no podía entender
cómo ella no lo veía también. Cuando le hizo ese comentario, al principio pensaba que
se estaba haciendo la interesante, pero al seguir hablando se dio cuenta de que era lo
que de verdad pensaba. Ya tenía un objetivo más aparte de llevársela a su cama, iba a
hacerle cambiar de opinión y que ella también viese a la mujer que los demás veían.
—Vale, acepto la tregua —dijo para tranquilizarla, pero con ninguna intención de
olvidar el tema—. ¿Y cómo siendo un ratón de biblioteca estás esta noche tan lejos de
tu ambiente?
—¡Ah! De eso tienen la culpa mis queridísimas amigas —dijo al mismo tiempo
que las señalaba en la pista, donde bailaban.
Lucas siguió la dirección de su mirada y vio a dos mujeres también muy guapas y
llamativas moviéndose al ritmo de la música.
—¿Y por qué exactamente tienen la culpa? Si no hubieses querido salir, no lo
habrías hecho, ¿no?
—Cómo se nota que no las conoces, según ellas yo soy una cabezona, pero eso es
porque no se han visto a sí mismas. Mis amigas no son de las que aceptan un no cuando
algo se les ha metido en la cabeza, con el tiempo he aprendido que es mejor hacerles
caso por lo menos una vez, y así ya te dejan tranquila —añadió mientras guiñaba un ojo
con una sonrisa en los labios, con un tono de voz que trasmitía todo el cariño que sentía
por las locas de sus amigas.
—Chica lista —rio Lucas.
—¿Y tú, qué te ha traído aquí esta noche?
—Una pequeña celebración con mis amigos —respondió echándoles una mirada
para que María supiera quienes eran.
María se quedó alucinada, pues si sus amigos eran los que él había señalado,
estaban buenísimos; ambos, tanto el rubio como el moreno, con unos cuerpos de infarto,
aunque tenía que reconocer que ninguno conseguía hacer sombra al que tenía a su lado.
Lucas la había debajo sin palabras cuando se acercó para hablar con ella, porque no
solo estaba como un tren, sino que también tenía sentido del humor e inteligencia. Le
ponía muy nerviosa tenerlo tan cerca, de hecho, no conseguía juntar más de dos
pensamientos coherentes en su cabeza, con lo que estaba quedando como una completa
idiota. Tampoco es que él fuese a querer quedar con ella otro día, esa clase de hombres
nunca se fijaban en una chica como ella.
Lucas la miraba mientras contemplaba a sus amigos, y no sabía qué pensar. No
conseguía averiguar qué podía llegar a pensar, y eso era algo que no le gustaba; si él
era bueno en su trabajo, era precisamente porque sabía ver lo que las personas
pensaban en sus gestos, en su cara, en sus ojos... Pero con María parecía que no tenía
ese don, y eso le ponía un poco nervioso; no sabía cómo iba a conseguir llevarla a
donde él quería, no sabía si le gustaba o no lo que le decía o le proponía. Estaba
deseando verla en su club de intercambio favorito, ver como se desnudaba mientras el
resto de hombres solo podían admirar su cuerpo y sus curvas, mientras lo hacía.
Se excitaba pensando en cuando la tuviera en una de esas habitaciones con él al
mando, diciéndole que se desnudase para ellos, y se pusiera en la cama y se empezara a
masturbar para que vieran como se sonrojaba, como se calentaba y como cada vez se
ponía más mojada. Entonces él entraría en acción para prepararla, para que luego los
hombres que él eligiera la pudieran tener y probarla, eso sí, con sus normas de siempre.
Él decía quién entraba y qué podían hacer, y bajo ningún concepto la podían besar, sus
besos serían solo suyos, al igual que su culo. Él ya se lo había visto cuando se dirigió
andando hacia el sofá donde estaban sentados, y en ese momento fue cuando pensó que
ese culo no lo compartiría con nadie; sería solo para su uso y disfrute, estaba seguro de
que lo iba a disfrutar mucho.
«Cálmate», pensó Lucas, notando lo duro que se había puesto imaginando todo lo
que quería hacerle y lo que iba a conseguir de ella cuando la conquistara y fuese suya.
—Lucas —oyó que María le llamaba—, me voy, ya es tarde y nos vamos. Ha
sido un placer conocerte, ya nos veremos por ahí algún otro día —dijo mientras se
ponía de pie y esperaba para darle dos besos e irse con sus amigas, que ya la habían
llamado por gestos.
Lucas se espabiló y reaccionó levantándose para darle dos besos en la mejilla.
Lo que él quería de verdad era darle un buen beso en esa boca y arrastrarla, aunque
solo fuera a los baños.
—Lo mismo digo, María, ha sido un placer hablar contigo, ¿me das tu número y
así podemos quedar algún otro día, aunque solo sea para tomar un café? Me gustaría
que me aconsejaras nuevas lecturas.
—Claro que sí, ¿tienes dónde apuntarlo?
—Sí —respondió al mismo tiempo que sacaba su móvil del bolsillo—. Dime, y
así te hago una llamada perdida para que también tú tengas mi número.
Una vez intercambiados los números y después de esos dos besos que a él le
supieron a muy poco y a ella a mucho, María se dirigió hacia sus amigas, que ya la
estaban esperando en la entrada.
Capítulo 4
A la mañana siguiente, mientras desayunaba, María sabía que no iba a ser capaz
de escapar del interrogatorio que le esperaba en cuanto las otras se levantaran, a menos
que se cambiara de ropa y se fuera a dar una vuelta por la ciudad, de esas que tanto le
gustaban, descubriendo lugares ocultos, llenos de historia. Tenía que reconocer que era
un lujo vivir en una ciudad como Madrid, a donde fueses siempre había sitios antiguos
y llenos de historia que descubrir y repletos de misterios.
Con esa idea en la cabeza se dirigió hacia su dormitorio, dispuesta a cambiarse
rápido de ropa e irse a la calle. Estaba ya llegando a la puerta de la calle, casi había
conseguido salir cuando una orden le hizo quedarse clavada en el suelo.
—¡Alto ahí!, ¿a dónde crees que vas?, intentando escapar de nosotras por
casualidad —dijo Lucía.
—¿Yo? No, escapar... porque, no... Solo quería salir a dar un paseo, nada más.
—Eso mismo pensamos nosotras, ¿verdad, Silvia?, ¿por qué ibas a querer
escapar? Al fin y al cabo, somos tus mejores amigas, ¿no? Y solo sentimos curiosidad
por saber qué fue lo que estuviste hablando tanto tiempo con ese hombre, ya que
parecía que estabais de confidencias, por lo cerca que estabais el uno del otro, y
hablándoos al oído con susurros.
Viendo que iba a ser imposible escapar de ellas, María dio media vuelta y se
dirigió hacia el salón con resignación, dispuesta a contestar a todas las preguntas que
estas tuvieran, aunque eso no quería decir que les fuese a contar todo; también tenía
derecho a guardar sus pequeños secretos, como por ejemplo la conversación que había
mantenido con él por la mañana cuando le dio los buenos días por WhatsApp.
—Bien, aquí me tenéis, ¿cuáles son esas preguntas? Y no estábamos de
confidencias, nos hablábamos al oído, porque si no, era imposible poder escuchar lo
que decíamos debido a lo alta que estaba la música —dijo mientras tomaba asiento en
el sillón, puesto que intuía que no iba a ser una conversación rápida.
—Nada, si lo único que queremos saber..., lo primero, si te lo pasaste bien
anoche con nuestra salida, si disfrutaste, esa era la idea.
—Sí, he de reconocer que me lo pasé muy bien, gracias, chicas, por obligarme a
salir; me hacía falta.
—Bien, eso mismo pensábamos nosotras. Por lo menos te podremos preguntar el
nombre del hombre con el que estabas, ¿no?
—Sí, por supuesto, se llama Lucas.
—¿Lucas? Bonito nombre, y bien, ¿algo más que añadir, o vas a seguir esperando
a que te arranquemos las palabras con tenazas? —dijo Lucía con un levantamiento de
cejas, que evidenciaba que no iba a parar hasta saberlo todo.
—Es que no hay mucho más que contar.
—¿Cómo no vas a tener nada más que contar?, si estuvisteis toda la noche
hablando los dos solos. No me digas que en todas esas horas lo único que te dijo era su
nombre, porque eso no hay quien se lo crea.
—Bueno, no, claro, estuvimos hablando de varios temas. Me dijo que estaba allí
de celebración con unos amigos suyos, que es abogado como tú, Silvia, y estuvimos
hablando de libros, de nuestros gustos literarios, aunque él prefiere mejor ver las
películas que los libros, de cosas así, nada importante.
—¿Me estás diciendo que se te acercó un tío impresionante y a ti solo se te
ocurrió hablar de libros? —Gritó Lucía con cierta incredulidad en su voz—. Y aún más
increíble, ¿que un tío así aguantó toda la noche hablando solo de libros sin querer ir
más allá?, me vas a perdonar, pero eso no hay quien se lo crea. Solo había que verlo
para saber que ese hombre no es de los que se andan por las ramas, es el típico que te
lleva a su cama en la primera noche, y tú no solo no terminaste en esa cama, sino que no
le diste ni tan siquiera un beso en condiciones.
—Bueno, nadie ha dicho que él estuviera ligando conmigo, se acercaría porque
se estaría aburriendo y yo le resultaría entretenida, lo que necesitaba para distraerse.
—María, estás ciega, de verdad, que no sé dónde tienes los ojos. Pues claro que
quería ligar contigo, ¿acaso no viste cómo estabas anoche? Ibas impresionante, sexi,
atractiva, no digo que no lo seas el resto de los días, sino que anoche lo mostrabas con
la ropa que llevabas. Por la forma en que él te estaba mirando, te aseguro que su
intención no era mantener una simple charla sobre libros.
—Pues yo os puedo asegurar que todo lo que hicimos fue hablar sobre libros y
cosas que nos gustaban, nada más —dijo ya un poco molesta por lo que estaban
insinuando.
—María, no te enfades, somos tus amigas y solo queremos saber. Es verdad que
el tío estaba buenísimo, pero también te digo que esa clase de hombres no suelen querer
una relación normal, son los típicos que tienen a una mujer distinta cada día. No creo
que eso sea lo mejor para ti, así que si solo estuvisteis hablando de libros, mucho
mejor.
—¿Cómo puedes decir que no es lo que me conviene? ¿Y si es eso justo lo que
quiero? ¿Y si lo que quiero es tener una simple aventura de una noche? —dijo ya
totalmente enfada por insinuar que sabían lo que era mejor para ella.
Sus amigas se la quedaron mirando un poco impresionadas, no era normal ver a
María enfadada ni molesta por nada; claro que nunca antes se había dado el caso de que
un hombre como ese Lucas se interesara por ella. En muchos sentidos, María era
todavía demasiado ingenua, confiada y demasiado inexperta en el tema de los chicos.
Lo único que ellas querían era evitar que le pudieran hacer daño, ya había sufrido más
de lo que nadie merecía. Lo que menos necesitaba era caer enamorada de un hombre
como ese, desde bien lejos se veía que era un hombre peligroso para ella, demasiado
experto. Si ellas hubiesen visto que cualquier otro hombre más normal, por llamarlo de
alguna forma, se hubiese acercado a ella, la habrían animado a que quedasen, se
conociesen; ella se merecía ser feliz, conseguir a un hombre que la idolatrase, que la
quisiera, con el que formar una bonita familia para no volver a estar sola, eso era lo
único que ellas querían. Por eso, cuando vieron quien era con el que estaba hablando,
se preocuparon, como es lógico y normal.
—María, cariño, precisamente porque te queremos es por lo que nos
preocupamos, no queremos que nadie más te vuelva a hacer daño; todo lo contrario, lo
que nosotras queremos es que conozcas a un buen tío que te quiera y con el que formes
una bonita familia y nos des muchos sobrinos que nos vuelvan locas, aunque a unas más
que a otras —dijo mientras miraba a Silvia, a quien los niños ponían nerviosa porque
no era capaz de controlarlos.
—Hombre, con los sobrinos no hace falta que te des mucha prisa —añadió Silvia
mientras se ponía de pie y le daba un abrazo—. Mira, María, sabes que no suelo
meterme en tus cosas y que soy de las que les gusta ir a su aire, por libre, pero en este
caso, Lucía lleva razón. Lucas no es el indicado para ti, eres demasiado dulce,
demasiado buena.
—¿Me podéis contestar a una sola pregunta?, ¿cuándo habéis hablado con Lucas
para saber cómo es, acaso lo conocéis de antes?
—No, yo no lo conozco; y tú, Silvia, ¿lo conoces?
—No, yo tampoco lo conozco, de hecho, creo que nunca antes lo había visto.
—Bien, y si ninguna de las dos lo conocéis de antes, ni tan siquiera habéis
hablado con él, ¿cómo es posible que me digáis que sabéis cómo es y lo que busca? Por
lo que yo pude hablar ayer con él, vi que es un hombre inteligente, divertido; es cierto
que a veces parecía cínico y desganado, y por supuesto, nadie puede negarme que es un
hombre atractivo, que sabe conquistar a las mujeres. No soy tan ingenua como pensáis,
y os puedo asegurar que no voy a enamorarme de él, principalmente porque os lo
vuelvo a decir, yo no le intereso de esa forma. Quizá lo que buscaba anoche era una
agradable compañía y una amiga, que es justo lo que encontró.
—No voy a volver a decirte que la forma en la que él te miraba no era como una
amiga, te miraba como un lobo acecha a una presa; tú eso no lo notaste, no me extraña.
No sé por qué piensas que nadie puede fijarse de esa forma en ti, pero te aseguro que él
no solo busca una amiga y compañera de juegos, por lo menos no de los juegos en los
que tú piensas —dijo Lucía mientras le daba un beso en la frente y salía del salón.
—Lleva razón, María, es verdad que no lo conocemos, pero tenemos algo más de
experiencia en esta clase de temas y sabemos de lo hablamos. Por mi parte, lo único
que puedo decirte es que, por favor, tengas cuidado si vas a seguir viéndolo, y también
te diré que siempre me tendrás para lo que necesites, hablar, llorar, o lo que quieras, ya
lo sabes —se despidió mientras le daba otro beso en la mejilla.
María se vio de pronto sola en el salón, después de todo lo que le habían dicho
necesitaba salir de casa y pensar en todo en lo que sus amigas le habían explicado.
Sabía que lo que decían no era con mala intención, sino todo lo contrario; ellas nunca
querrían que a ella le pasara algo, ni que sufriera. También tenía que pensar en todo lo
que habló anoche con Lucas y en la conversación que habían mantenido por WhatsApp
esa mañana, donde le había dado los buenos días y donde le había dicho que si podían
quedar a tomar el aperitivo luego más tarde. Necesitaba analizar lo que ella sentía,
tanto lo que había sentido anoche mientras hablaban como lo que sentía mientras
hablaban por el móvil. En todo esto pensaba cuando tomó una decisión.
Hacía mucho tiempo que no se sentía así de interesada por ningún tío y quería
averiguar hasta donde podía llegar esa historia con él; aunque, al contrario que sus
amigas, ella no pensaba que a Lucas le interesara en ese aspecto, pero ya se vería todo.
Así que cogió su móvil y le mandó un mensaje aceptando su invitación para el
aperitivo, proponiéndole que lo cambiasen por un paseo por el Rastro de Madrid, y
luego tomar algo en alguna terraza de las que había a lo largo de las calles de la
ciudad.
Se dirigió hacia su habitación pensando en la ropa que se iba a poner, tenía un
vestido veraniego cuya tela era muy fina, ideal para esas temperaturas que estaba
haciendo en la calle, de estilo hippie, largo y de colores color crema. Completó el
conjunto con sus sandalias de plataforma de esparto y se recogió el pelo en una coleta
de caballo; cogió su bolso y salió por la puerta, en dirección a donde habían quedado.
—Hola —le saludó una voz desde el portal.
—Hola —respondió María, sorprendida de verlo allí, en su casa; que ella
supiese, no le había dicho donde vivía—, ¿cómo sabías dónde vivía?
—Vi que pagaste con tu tarjeta la otra noche y me fue fácil conseguir tus datos —
dijo mientras se encogía de hombros.
—No sé si sentirme halagada o asustada, la verdad; sabes que eso es un delito,
¿no? Siendo abogado tendrías que saberlo, si no, ya te lo digo yo.
—¡Oh, no te preocupes! Ya lo sabía, pero ¿no vas a denunciarme, cierto? —
respondió riéndose y acercándose un poco más a ella—. Y puestos a elegir entre esas
dos opciones, yo que tú me asustaría más que halagarme —le susurró mientras la
presionaba contra la pared y le daba un beso en la boca.
Le puso una mano justo en el cuello para obligarla a echar la cabeza para atrás y
tener mejor acceso a su boca. Le presionó con la lengua para que abriera los labios y
meterse dentro de su boca. Llevaba desde la noche anterior pensando en cómo se
sentiría darle un beso, y no pensaba quedarse con la ganas ahora que la tenía solo para
él y sin nadie alrededor.
Mientras la besaba iba con su otra mano libre recorriendo sus curvas, bajando
por sus pechos, que se adaptaban al tamaño de su mano; siguió bajando por su espalda,
llegando a su culo, ese culo que tanto le había gustado. No pudo resistirse a apretar sus
nalgas, alzándola hacia su erección, la cual se notaba a través de sus pantalones.
María era incapaz de pensar, no podía creer lo que le estaba pasando; primero el
encontrárselo abajo en su casa, y después ese asalto que la había dejado temblando
como una hoja y con ganas de más, mucho más. Había que reconocer que ese hombre
sabía cómo besar, Dios, y esa mano que la estaba tocando por todas partes, y la
erección que sentía que presionaba contra su vientre... era toda sensación. Sabía que si
la soltaba, se caería al suelo en ese momento, sus piernas no le respondían.
Lucas siguió dándole pequeños besos y terminó mordiéndole el labio inferior,
mientras se iba apartando poco a poco. No se atrevió a soltarla porque la vio
temblando entre sus brazos, y eso lo único que hizo fue aumentar su ego; sabía que le
gustaba, por mucho que anoche no se lo dijese abiertamente.
—No me sueltes, por favor —le rogó ella.
—Tranquila, no pienso hacerlo —le susurró en el oído.
Y justo en esa posición fue como se los encontraron Lucía y Silvia, que habían
decidido también salir a dar una vuelta.
—Vaya, María, ¿qué era eso que nos decías hace un momento sobre la amistad?
—dijeron mientras la miraban todas curiosas y algo preocupadas.
—Hola, no sabía que estabais ahí —respondió la aludida mientras se apartaba de
él—. La amistad, sí, no recuerdo ahora. Perdonad, os presento. Lucas, estas son mis
amigas Lucía y Silvia.
—Encantado —dijo Lucas dando dos besos a cada una. Tenía la impresión de que
a esas mujeres no les gustaba mucho, y más al escuchar la forma en como hablaron a
María cuando se los habían encontrado en el portal. Tomó una decisión en ese
momento, si quería llegar a algo con ella tendría que ganarse a sus amigas, para que no
la pusieran en su contra. Sabía que las mujeres se dejaban influenciar por su grupo de
amigas, y no quería que esas dos le estropeasen toda la diversión que tenía reservada
para ella, y más después de probar su boca y saber que no iba a tardar mucho en
primero tenerla en su cama, mientras le hacía el amor de todas las formas que había
podido imaginar en esa noche pasada, y después en sus clubs favoritos—. Íbamos a dar
una vuelta por el Rastro y después a tomar algo, ¿os apuntáis? Allí he quedado con
otros dos amigos míos que estoy seguro que os gustarán, y nos lo pasaremos bien todos
juntos. —Le hizo un gesto a María, quien iba a decir algo al respecto para que se
callase.
Las chicas se miraron entre ellas y llegaron a la conclusión de que irían, tenían
que vigilar a ese tal Lucas, que parecía tan interesado en su amiga y del cual no se
fiaban ni un pelo.
Se pusieron en marcha y se dirigieron hacia el famoso Rastro de Madrid, el cual
era un mercado al aire libre, originalmente de objetos de segunda mano, que se montaba
todas las mañanas de domingos y festivos en el centro histórico de la capital de España.
—Vamos primero al barrio de Lavapiés, allí he quedado con Ramón y Óscar, mis
amigos —explicó Lucas.
María aprovechó que las chicas estaban hablando entre ellas y se adelantó un
poco con él para preguntarle algo que la tenía confundida.
—Lucas, ¿por qué no me habías dicho que habíamos quedado con tus amigos?,
así yo las hubiese avisado a ellas.
—Muy sencillo, preciosa, porque no había quedado con ellos —dijo con una
sonrisa maliciosa en sus labios—. No suelo llevar carabinas en mis citas.
—¿Entonces por qué este cambio de planes? —preguntó dudosa ella, sabiendo ya
la respuesta; seguro que había hecho algo que le provocó cambiar de idea. Lo más
seguro era que ese beso no hubiese significado lo mismo para él que para ella.
—Te aseguro que este cambio no ha sido de mi agrado, pero viendo la cara de tus
amigas cuando nos han visto y sus comentarios, he creído oportuno que me conozcan y
vean que soy un buen tío, y así no pongan muchas pegas para todas esas citas que tengo
planeadas contigo. —Más que citas, todas esas noches y tardes de sexo, tanto en su casa
como el club de intercambio al que le gustaba ir y donde disfrutaba tanto; aunque
viendo a sus amigas y como reaccionó ella a un simple beso, iba a necesitar mucha
paciencia para conseguir su objetivo.
—Pero si no has quedado, cuando lleguemos y vean que tus amigos no vienen, se
van a dar cuenta de tu treta.
—No, porque ya les he mandado un WhatsApp y ya van para allá.
—¿Así de fácil? Un simple mensaje y ya están disponibles para quedar contigo.
—Bueno, da la casualidad de que yo sabía que estaban libres y no les importaría
quedar con tus amigas —añadió, guiñándole un ojo.
Mientras ellos iban hablando de sus cosas, tanto Lucía como Silvia no les
quitaban la vista de encima.
—¿Tú te has tragado la historia de que habían quedado con sus amigos para salir
todos juntos? —preguntó Lucía.
—Por supuesto que no, pero tengo curiosidad por saber cómo va a trascurrir el
resto del día, ya que está claro que le hemos fastidiado sus planes con ella, fuesen los
que fuesen —contestó con un ligero levantamiento de sus cejas.
—¿Tan malo lo crees?
—Siento decir que sí, ojalá no fuese verdad, pero conozco a los tíos como él; en
mi bufete hay muchísimos y todos buscan lo mismo: una relación para divertirse y pasar
el rato. Cuando se aburren, si te he visto no me acuerdo.
—Pero alguna vez tienen que cambiar, ¿no? Me refiero a que llegará el día en que
se enamoren de verdad y quieran estar con una pareja estable y formar una familia.
—Sí, claro, algunos evolucionan y cambian, pero muy pocos. Sinceramente, no
veo a María siendo el tipo de mujer que hace cambiar a un mujeriego que va de flor en
flor; para eso se necesita ser más mala, más dura, hay que saber jugar su mismo juego y
ella no lo es, es demasiado buena.
—En fin, nada podemos hacer por ahora, lo único, estar pendientes y ayudarla
cuando nos lo pida o veamos que se empieza a hundir de nuevo... Estar a su lado como
siempre —dijo Lucía.
—Ni sueñes que voy a dejar que ese chulito de mierda la hunda, antes de eso me
lo cargo. De momento, es verdad que no lo conocemos y no sabemos qué pretende, así
que estaremos cerca de ella y veremos cómo evoluciona esta historia. Pero a la mínima
que haga algo que no me guste, que se prepare; este no sabe cómo nos la podemos
gastar ¿verdad?
—Cierto.
—Chicas, hemos llegado, allí están mis amigos, ahora os los presento —dijo
Lucas girándose hacia ellas—. Hola, chicos, ¿qué tal esa mañana en el pantano? —
preguntó Lucas a sus amigos.
—Bien, aunque empiezo a sospechar que Óscar pretende matarme o deshacerse
de mí por algo que le he hecho —respondió Ramón sin quitar la vista de las chicas—.
¿Nos vas a presentar, o las quieres todas para ti?
—No, claro, sería demasiado para mí —dijo riéndose—. Chicas, os presento a
Ramón y a Óscar. Chicos, esta es María, y esas sus amigas Lucía y Silvia —los
presentó mientras las invitaba a que tomaran asiento en la terraza donde estaban
sentados.
—Tú y yo ya nos hemos visto, ¿verdad? —preguntó Ramón a Lucía.
—No lo sé, aunque sí me resultas familiar, pero no sé de dónde.
—Y si te digo la palabra serpiente, ¿te acordarías? —dijo en tono burlón, solo
para ver su reacción.
—¿Serpiente? ¿Dónde? —preguntó ya poniéndose nerviosa.
—Ja, ja, ja, ja, relaja, Lucía, que no hay ninguna por aquí cerca —dijo Silvia.
Ya más tranquila, se quedó mirando a Ramón y de pronto le llegó la inspiración;
claro que se habían visto, el otro día en la clínica, ¡era el tío de la serpiente enorme!
—Claro, ahora me acuerdo, tú eres el que llevó una el otro día a la clínica donde
trabajo, ¿cómo puedes tener eso como mascota?
—No es mi mascota —respondió él.
—Bueno, pues la de tu novia, lo mismo me da —respondió ella.
—Te has vuelto a equivocar, tampoco es la de mi novia, básicamente porque no
tengo novia —dijo con un guiño—. A ver, tu última oportunidad.
Lucía se lo quedó mirando con una sonrisa en los labios, se había alegrado al
saber que no tenía ni mascota ni novia.
—Vale, tío duro, la última oportunidad, ¿no? ¿Tengo derecho a tres preguntas? —
le dijo aceptando su reto, se iba a enterar este de lo que era bueno. Lo que él no sabía
es que ella era una experta en el juego de adivinanzas y también en jugar a los
detectives, de algo le tenía que servir verse todas las series policíacas que echaban en
televisión.
—Está bien, guapa, pero antes de nada habrá que apostar algo, si no, no tiene
gracia.
—Hecho, y ¿qué has pensado que apostemos?
—Una cena, el que pierda paga.
—No, eso no vale, porque de esa forma ganamos los dos, tú teniendo una cita
conmigo y yo con una cena gratis.
—Vaya, te veo muy segura de ti misma; está bien, entonces piensa en algo.
—Vale, nada rebuscado, aprovechemos. Como vamos a ir ahora al Rastro, el que
pierda le tiene que regalar al otro algo que le guste del Rastro, así te irás con las manos
vacías a casa, guapo —le dijo devolviéndole el piropo.
—Está bien, acepto, y te concedo tres preguntas.
—Vale, la primera, ¿es la mascota de alguien de tu familia?
—No.
—Vamos bien, viendo a tus amigos no los imagino yo teniendo eso en sus casas,
así que ¿está relacionado con tu trabajo?
—No.
—Ummm, interesante, entonces solo me queda la posibilidad de que la llevases
haciendo un favor a alguien —pensaba en voz alta—. Mi última pregunta, has dicho que
no está relacionada con tu trabajo, pero si es lo que yo pienso, ¿está relacionada con el
trabajo de algún amigo tuyo?
—Sí —dijo asombrado él con lo cerca que estaba de la verdad.
—Entonces, creo que ya lo tengo, un amigo tuyo la rescató de algún sitio y te
pidió que por favor la llevases al veterinario antes de entregarla, ¿he acertado?
—Has hecho pleno —dijo Óscar, riéndose.
—Increíble —intervino Ramón—. ¿Puedo saber cómo has llegado a esa
conclusión?
—¿Se lo cuento? —dijo preguntando a sus amigas, que se estaban riendo.
—Es lo menos que puedes hacer, mujer, si no, no va a poder descansar hasta
saberlo —replicó Silvia.
—Está bien, una vez que he descartado que el monstruo no era tuyo ni de nadie de
tu alrededor, solo quedaban pocas posibilidades; la verdad, una de las opciones era que
tu jefe te lo hubiese mandado, pero como me has dicho que no está relacionado con tu
trabajo, solo me quedaba la opción de que hubiese sido un favor. Luego he visto a tu
amigo, aquí presente, que lleva un tatuaje con el escudo de los bomberos de Madrid, así
que he sumado dos y dos y me ha dado la respuesta correcta —explicó con una sonrisa
en sus labios y un brillo de diversión. Le gustaba ese chico, era divertido y tenía
sentido del humor, cosa muy importante para ella, además del extra de que estaba
buenísimo.
—¿Cómo es que conoces el significado de mi tatuaje? Eso es algo que muy pocas
personas saben —dijo Óscar intrigado.
—A eso te puedo responder yo —intervino Silvia—. Sabe lo que significa,
bueno, más bien todas sabemos lo que significa, porque mi hermano mayor es bombero
en Galicia; pero antes estuvo aquí en Madrid de bombero, y se quedaba alguna vez en
nuestra casa. Aquí, a mi amiga —dijo señalando a Lucía—, le encantan las historias y
él le contó todas, hasta la historia del cuerpo con escudo incluido.
—¿Cómo se llama tu hermano?, lo mismo hasta lo conozco.
—Juan, Juan Abellán.
—Claro que lo conozco, de hecho, somos muy amigos y aún seguimos en
contacto. Así que tú eres Pipi, su traviesa hermanita.
—¿Pipi? —preguntaron desde distintos puntos de la mesa.
—Sí, Pipi, por Pipi Calzaslargas, así es como me llamaba Juan cuando éramos
pequeños; según él me parecía a la protagonista de esa serie, tanto por lo traviesa que
era como por la obsesión que tenía mi madre de peinarme siempre con coletas o
trenzas. Hacía años que nadie me volvía a llamar así —dijo avergonzada.
Aprovechando que los demás estaban entretenidos con sus conversaciones, Lucas
se acercó a María y le pidió perdón por como se había torcido el día, puesto que su
plan era pasarlo a solas con ella y no con todos sus amigos.
—No pasa nada, además, así me siento más relajada; he de reconocer que el
pensar en estar a solas contigo me pone muy nerviosa. Dios, ¿cómo lo haces? —
preguntó con una sonrisa tímida en su rostro.
Lucas la miraba muy serio y pendiente de cada palabra que decía; no le gustaba
que ella se pusiera nerviosa por él, bueno, nerviosa sí, pero no en el sentido que ella
estaba insinuando. Le tenía miedo y él quería provocarle cualquier cosa menos miedo,
mentira, sí que quería que le temiera, siempre que fuese acompañado del placer. Ya
estaba pensado en todo el placer que iba a darle y el que él iba a recibir aleccionándola
en su mundo, en sus costumbres. Iba a ser un auténtico gozo enseñarle a disfrutar tanto
del dolor y del miedo como sobre todo del placer que podía llegar a sentir en sus
diestras manos. Pero todo poco a poco, se dijo, se notaba que ella no estaba
acostumbrada a tratar con hombres, y mucho menos con hombres tan especiales como
era él.
—No quiero que te pongas nerviosa por mí, todo lo contrario, quiero que confíes
en mí y estés a gusto y tranquila. Ya que mis planes se han torcido y que quiero tenerte
un rato a solas para mí, ¿aceptarías ir a cenar esta noche? Los dos solos.
—Lo siento, hoy no puedo, mañana trabajo y tengo que madrugar porque me toca
abrir a mí la biblioteca; tenemos organizados unos eventos que debo preparar antes de
abrir.
—Entonces dime qué día estás libre para mí; quiero tenerte, aunque solo sea para
una cena —le dijo mientras la mirada despacio de arriba abajo—, de momento —
añadió una vez terminada su inspección.
María se sonrojó todavía más, y solo pensaba en cómo era posible que un hombre
como él se mostrase interesado en alguien como ella; se notaba que era un hombre de
mundo, alguien seguro de sí mismo y sin problemas para conseguir a mujeres cien mil
veces más guapas e interesantes que ella. ¿Qué hacía perdiendo el tiempo con alguien
como ella?
—Está bien, si quieres y puedes, podemos quedar para cenar el jueves; el viernes
trabajo de tarde y entonces no tendría que madrugar al día siguiente —contestó
tímidamente.
—Perfecto, pues entonces el jueves te recojo en tu casa, ¿te parece bien a las
ocho?
—Sí, genial.
—Bueno, parejita, ya hemos terminado, ¿qué tal si nos levantamos y damos una
vuelta por el Rastro, a ver si encontramos algo interesante? —oyeron decir a Lucía
mientras le guiñaba un ojo a Ramón.
Así lo hicieron, y se encaminaron todos juntos hacia al Rastro entre risas.
Capítulo 5
Era miércoles por la noche y las chicas estaban listas para sentarse todas a ver
una peli, puesto que los miércoles era su día de cine; se alquilaban alguna película del
Ono y entre palomitas, bebidas y pipas se la veían todas juntas. Pero ese día dos de
ellas estaban más interesadas en averiguar cierta información que en la propia película.
Lucía y Silvia estaban intrigadas por la relación que había surgido entre María y Lucas,
ellas lo habían hablado y comentado varias veces; se alegraban por su querida amiga,
que se merecía ser feliz; últimamente se la veía muy feliz y animada, pero Silvia no
podía evitar pensar en que había algo raro en Lucas.
—No entiendo qué problemas tienes con él, el domingo cuando estuvimos todos
juntos se le vio un tío muy normal, hasta amigable y simpático, diría yo —decía Lucía.
—Sí, si no te lo niego, pero por desgracia en mi trabajo he conocido a muchos
gilipollas como él, y te digo que ese tío tiene algo raro, no sé cómo explicarlo, pero
tiene algo que no me gusta.
—¿Y no será, y te lo digo y espero que no te enfades, que lo que no te gusta es
que no se haya fijado en ti?
—¡No digas tonterías! —contestó molesta.
—No son tonterías, aquí todas nos conocemos y sabemos de qué pie cojeamos
cada una, y no me puedes negar que a veces pecas de ser un poquito presuntuosa y
creidilla.
Silvia la miró a los ojos fijamente y muy seria, tanto que Lucía pensó que si las
miradas matasen ella caería en ese momento fulminada al suelo; por suerte, enseguida
Silvia se echó a reír.
—Vale, tienes razón, pero solo un poquito. ¿Eh? Listilla —dijo sonriendo—.
Pero no, no es eso, estoy acostumbrada a ese tipo de hombres y te digo que suelen ser
todos unos presumidos y unos codiciosos que solo se mueven por la motivación de
superar a los demás y conseguir ser los primeros, ya sea ganando casos en los juzgados
como compitiendo por ver a cuantas incautas son capaces de llevarse a la cama en una
semana. Y reconozcamos que nuestra María incauta es un rato e inocente, ella no sabe
protegerse de tíos como esos.
—Sí, en eso te doy la razón, pero creo que todavía es muy pronto para sentenciar
las intenciones que él pueda tener. Lo mejor que podemos hacer es estar pendientes y a
la mínima que veamos que ella cambia o vuelve a estar deprimida, intervenir y estar a
su lado, como siempre.
—Hombre, eso ni se discute, ella ya sabe que puede contar con nosotras, al igual
que nosotras sabemos que ella está para lo que necesitemos. Es solo que me preocupa
que le hagan daño y que de esta no se recupere y la perdamos para siempre; acuérdate
de cómo estaba cuando la conocimos, lo deprimida y triste que estaba siempre, y
siempre escondida y perdida, y no quiero volver a verla así, y menos por otro gilipollas
como fue su ex.
—Cuidado, mujer de hielo, que oyéndote hablar cualquiera puede pensar que
tienes corazón —dijo riéndose—. Venga, déjate de malos agüeros y cambiemos de
tema, que ya viene María.
—Bueno, chicas, ¿y al final qué película es la que hemos cogido para esta
semana? —Se acercó hasta ellas María llevando una bandeja con las palomitas y las
bebidas.
—Ninguna de llorar, espero —respondió Silvia mirando a Lucía, quien había
sido la encargada de escogerla esa semana.
—No, tranquila, he sido buena y no he cogido ninguna de llorar, pero tampoco de
acción y tiros, así que no te hagas ilusiones —le contestó.
—Vale —dijo Silvia haciendo un puchero—. ¿Entonces cuál es?
—Es de un actor que nos gusta mucho y he alquilado dos, no son de este año,
pero no sé por qué nunca las hemos visto.
—¿Dos? Sabes que mañana trabajamos, vamos a parecer zombis —dijo con
resignación Silvia—. Venga, no te hagas tanto la interesante y desembucha, ¿qué
películas son?
—A 3 metros sobre el cielo y Tengo ganas de ti, de nuestro guapísimo Mario
Casas.
—¡No me lo puedo creer! —gritaron sus amigas al mismo tiempo—, con la de
ganas que teníamos de ver esas pelis; vamos, ponla ya, que tenemos ganas de echarle un
buen vistazo a ese morenazo.
Y así entre gritos, risas, comentarios y algún que otro mensaje que sonaba en el
móvil de María pasaron la noche. Cuando terminaron de ver la primera película y
pararon para reponer las bebidas (esa vez le tocó a Silvia ir a la cocina), Lucía
aprovechó que se habían quedado solas para hablar con María.
—Bueno, y ¿quién es el que te escribe tanto?
—No es nada, es solo Lucas, que me está preguntando donde quiero ir a cenar
mañana.
—¿Mañana? Así que habéis quedado a cenar, y será una cena de amigos también,
o ¿ya habéis pasado a ser algo más?
—¿Algo más?, no, si nos estamos conociendo, nada más.
—¿Conociendo? Y ¿no sois algo más? Por lo que vi el domingo por la mañana en
nuestro portal, parecía que ya os conocíais, ese tipo de beso no se le da a alguien a
quien solo se le está conociendo; te aseguro que si no llegamos a aparecer nosotras,
habrías terminado en tu habitación —dijo guiñándole un ojo.
—Por favor, sabes que no soy de las que se meten en la cama a la primera
ocasión.
—Ya, ni a la segunda, ni a la tercera, ya lo sé, pero quizás eso es lo que
necesitas, salir y desmelenarte un poco, pero solo un poco. Quien sabe, quizá Lucas
puede ser el indicado para esa tarea, aunque te advierto de una cosa, y te lo digo porque
soy tu amiga y te quiero y no quiero que te hagan daño.
—No hace falta que me digas nada, estoy segura de que en cuanto quede conmigo
un par de veces más se aburrirá e irá a buscar mujeres más de su estilo.
—Si hace eso es porque es un gilipollas y no se merece ni que le des la hora, y te
aseguro que por lo que he visto tú eres de su estilo. Lo único que te pido es que por
favor salgas, te diviertas, experimentes, pero que nunca, nunca te enamores de él; lo
siento, pero tengo la sensación de que él no es de los que se enamoran, ni de los que les
gustan las relaciones estables del estilo casarse y tener familia.
—¿Cómo puedes estar tan segura de que él no es de esos?
—Llámalo intuición femenina, he conocido a unos cuantos como él; ya sé que son
encantadores y que saben tratar a una mujer, pero, cariño, te lo aseguro, no son de los
que se casan y tienen familia; les gusta ir de flor en flor, de cama en cama, por eso te
pido por favor que tengas cuidado, y solo preocúpate de disfrutar y pasarlo bien, pero
nada de sentimientos de por medio. Para cualquier cosa que necesites, ya sea hablar o
lo que sea, ya sabes dónde estamos.
—Gracias por la advertencia y la tendré en cuenta, pero ya te he dicho que no va
a llegar tan lejos conmigo, un par de citas y se buscará a otra.
—Pues entonces te aseguro que te vas a sorprender, por lo que he visto te
aconsejo que para mañana te pongas un conjunto sexi debajo de la ropa, lo vas a
necesitar si no quieres que te vea con tu ropa habitual, porque, guapa, tú mañana por la
noche tienes fiesta.
—Estás loca —dijo riéndose—, ¿cómo se te ocurren esas cosas?, además, ya te
he dicho que no soy de las que se van a la cama a la primera de cambio y que su interés
en mí le durará poco y no llegará tan lejos.
—La que está loca eres tú, amiga mía —respondió—. Te apuesto lo que quieras a
que tú mañana en la noche estás en una cama con ese bombón encima de ti, y no para
leerte un cuento precisamente. Antes de que contestes, recuerda que últimamente estoy
ganando todas mis apuestas —le dijo mientras miraba el bonito joyero que Ramón le
había comprado como pago por haber perdido.
—Ya estoy aquí, chicas, ¿me he perdido algo? —dijo Silvia.
—Nada, solo le decía a María que ya que mañana ha quedado a cenar con Lucas
que se ponga algo sexi debajo de la ropa, porque le va a hacer falta.
—Y yo ya le he dicho que no voy a necesitar llevar nada sexi debajo, puesto que
es solo una cena y ya está.
—Que te has creído tú eso —dijo riéndose Silvia—. Más te vale ponerte algo
sexi, porque te aseguro que lo vas a mostrar, y mucho más. ¿Estarás depilaba, verdad?
Porque conociéndote eres capaz de estar solo depilaba lo justo, si te hace falta yo tengo
la cera a mano y te puedo ayudar.
—Gracias, pero no hace falta, te recuerdo que ya lo hiciste cuando fuimos a la
piscina la semana pasada, y os lo vuelvo a repetir, solo va a ser una cena.
—Bueno, eso ya lo averiguarás mañana, preciosa. Si no tienes ropa sexi para
ponerte, te puedo dejar algo, seguro que encontramos algo de tu gusto en alguno de
nuestros armarios. Pero eso ya lo preparemos mañana, que ahora quiero saber qué pasa
con H y con Babi.
Era ya muy tarde cuando se acostaron, puesto que quisieron ver las dos películas
seguidas, pero había merecido la pena. Les encantaron las pelis, pensaba acostada
María en su cama, se había sentido atraída por el personaje de Mario Casas; ¿qué será
que a las mujeres les gustan los hombres que van de duros por la vida, pero que luego
resultan ser los mejores de la peli y los que siempre están en lo bueno y en lo malo?,
quizás era eso lo que le atraía de Lucas, él tenía ese aire de hombre peligroso, malo,
pero ¿también resultaría ser bondadoso y de buen corazón como el protagonista de la
película, o sería peligroso y malo en todas sus facetas, y no solo físicamente? Lucía
tenía razón, debía tener mucho cuidado y no confundir atracción con amor, eso ya le
había pasado una vez y había pagado un precio muy alto por ello; no estaba dispuesta a
volver a pasar por lo mismo. Gracias a que encontró a sus amigas consiguió salir de la
depresión que le había ocasionado su relación con Raúl y su mala experiencia sexual,
aunque de esa todavía no se había recuperado; no había vuelto a estar con ningún
hombre desde entonces. Quizás era cierto que necesitaba salir, desmelenarse y quitarse
ese miedo a volver a estar con un hombre, no todos tenían que ser como Raúl, o tal vez
sí, no lo sabía.
¿Cómo sería Lucas en la cama?, estaba casi segura de que por lo menos sabría
satisfacer a una mujer, y no como su ex. Pero ¿y si resultaba que todos era iguales?,
quién sabe, quizás todos iban a lo que iban, a su propia satisfacción, o quizás el
problema era ella, como le había dicho su ex. Si ella no conseguía disfrutar de las
relaciones sexuales, lo más seguro es que fuese su culpa, ya que no sabía cómo excitar
a un hombre ni cómo excitarse ella misma para conseguir llegar al orgasmo; claro que
lo mismo eso del orgasmo era un mito que se habían inventado las tiendas de sex—shop
para vender más. Pero desde luego algo tenía que haber para que la gente montase tanto
jaleo por disfrutar del sexo, ¿no? Si no fuese algo satisfactorio, sus amigas no estarían
tan interesadas en ello ni en buscar algún chico con el que tener una relación, o quizás
lo que buscaban y les gustaba no era el sexo, sino el hecho de tener una relación y lo
que con ello se conseguía: a alguien a tu lado que te mime y te quiera, alguien que te dé
compañía y cariño, alguien a quien contarle todo y con quien quieras tener una familia.
Quizás el sexo solo era algo que había que pasar para conseguir todo eso. Pero
tampoco podía ser eso, porque según sus conversaciones con Lucas, y reconocía que
algunas habían sido bastante subidas de tono, tenía que haber algo más. Su intuición le
decía que no iba a tardar en averiguarlo; algo muy, muy dentro de ella estaba deseando
descubrirlo, ya era hora de dejar de esconderse y empezar a disfrutar y experimentar.
—Deja de pensar ya de una vez y empieza a vivir; oye, empezar con alguien
como Lucas, pues qué quieres que te diga, no está nada mal —se dijo en voz alta,
mientras elegía mentalmente qué ropa ponerse—. Mejor me duermo, porque como siga
repasando mi armario me voy a deprimir otra vez.

—¡Silvia! —Gritó María ya desesperada—. Silvia, por favor, ¿puedes venir?


—Ya estoy aquí, no hace falta que sigas gritando, guarda fuerzas para esta noche
—le dijo riéndose mientras entraba en la habitación, la cual parecía que había sufrido
un terremoto; estaba toda la ropa repartida entre el suelo, la cama, la cómoda y hasta
algo había caído en la lámpara.
—Muy graciosa, pero, por favor, ¿puedes ahora dejar de reírte de mí y ayudarme
a encontrar algo que ponerme, por favor?
—Creí que habías dicho que no era una cita y que no ibas a necesitar nada
especial.
—Lee —le dijo mientras le pasaba el teléfono móvil.
Silvia cogió el teléfono y leyó los WhatsApp que tenía de Lucas. El que más le
llamó la atención fue el último. «No te equivoques, lo de esta noche es una cita y una
cita en toda regla, así que deja de decir siempre lo mismo y más te vale que te
mentalices bien para todo lo que te tengo preparado, porque al igual que tú no eres una
mujer normal, mis citas tampoco lo son. Esta noche me vas a conocer y te aseguro que
yo te voy a conocer muy, muy a fondo. Por cierto, me gustaría que te pusieras ropa
interior de color negro, me encanta el negro, y más si tiene algo de encaje; ya sabes que
yo no hago sugerencias. Un beso y hasta esta noche».
—Dios mío, pero si me ha excitado hasta a mí y solo he leído este mensaje,
¿vuestras conversaciones son de este tipo? —le preguntó con una sonrisa en los labios,
mientras le pasaba el móvil a Lucía, que al oír el jaleo también había acudido a la
habitación.
—¿Puedes dejar tu vena detectivesca para otro momento y, por favor, ayudarme?,
porque por más vueltas que le he dado a mi armario, no encuentro nada que me guste.
—Wow —silbó Lucía devolviendo el móvil a María—. Vaya, por lo que leo, este
hombre es intenso y no solo en su físico. No me extraña que no encuentres nada en tu
armario; llevamos tiempo diciéndote que tienes que comprarte ropa y dejar de usar tu
ropa de monja de clausura. Por suerte para ti, tienes dos súper amigas dispuestas a
ayudarte y con armarios repletos de ropa, ¿verdad, Silvia?
—Por supuesto y, además, se me acaba de ocurrir qué ropa te vas a poner, eso sí,
no vamos a aceptar ningún pero; te vamos a elegir nosotras la ropa, tanto la interior
como el vestido, y no quiero oír ni una queja al respecto, ¿está claro?
—Lo que tengo claro es que últimamente parece que todos los que me rodean se
dedican a darme órdenes —contestó María—, pero acepto vuestra ayuda, por supuesto;
no estoy tan loca todavía como para rechazarla.
—No te muevas de aquí, voy a mi cuarto a por lo que tengo pensado, estoy segura
de que te va a quedar genial; cuando Lucas te vea, se va a morir de la impresión —dijo
Lucía de camino a su habitación.
Al rato regresó a donde estaban sus amigas y dejó toda la ropa que llevaba en la
cama: un conjunto de ropa interior en negro, con encaje en morados y con liguero a
juego; al lado puso un vestido de manga corta con escote cuadrado, liso en color
berenjena, ligeramente ajustado en las zonas justas, como eran las caderas, y con falda
en forma de tubo hasta las rodillas; también dejó unos zapatos de salón con tacones de
aguja en color negro.
—No puedo aceptar este conjunto, es precioso y tú todavía ni lo has estrenado —
dijo María admirando el sujetador, el tanga que lo acompañaba y el maravilloso
liguero.
—Pues mejor para ti, ¿no? Porque si no, no podrías llevar el maravilloso tanga
que lo complementa —río pasándole la ropa—. No te pongas todavía el vestido,
primero hay que maquillarte; tranquila, será un maquillaje muy básico, no estarías muy
mona si terminaras con ojos de panda a mitad de la noche debido a toda la actividad
que vas a tener —añadió mientras le guiñaba el ojo a sus amigas.
—No me digas esas cosas, que me van a subir los colores, ¿creéis que hago bien?
La verdad es que estoy un poco asustada con todo esto.
Sus amigas se miraron y decidieron que por hoy bastaba de reírse de ella, se la
veía muy nerviosa y preocupada; ellas como amigas suyas lo que ahora tenían que hacer
era conseguir que se relajase y quitarle todos esos miedos.
—Por supuesto que haces bien, ya iba siendo hora de salir y disfrutar. Con
respecto a lo que te da miedo, el mejor consejo que puedo darte es que confíes en él; no
lo conozco mucho, pero tengo la sensación de que es un hombre que sabe lo que hace y
lo que quiere y también que sabe qué hacer con una mujer. Pero lo que siempre, siempre
debes tener claro es que tú tendrás la última palabra; si algo no te gusta, no te da
confianza o te provoca miedo, díselo, háblalo con él y si no quieres hacerlo, no lo
haces y punto. Tú no estás para satisfacer los caprichos de nadie si a ti no te va a gustar,
¿está claro?
—Eso es, te digo lo mismo que te ha dicho Lucía; esta noche es para que tú
disfrutes, para que empieces a vivir de nuevo. Solo puedo añadir que mantengas la
mente abierta y no rechaces de primeras lo que él te proponga, porque algo me dice que
te va a dar más de una sorpresa, especialmente en el dormitorio. Tú solo céntrate en lo
que sientes, no analices ni lo pienses todo, solo siente, y lo mismo que te ha dicho
Lucía, si algo te hace dudar, o te da miedo, no lo rechaces de primeras; háblalo con él y
después ya decides, pero decides tú. Nunca, nunca tienes que hacer nada por obligación
de nadie.
Capítulo 6
Una hora después de la conversación de las chicas, llamaron al telefonillo. María
nerviosa salió de su habitación y se dirigió al portal, donde Lucas la estaba esperando.
Se despidió de sus amigas, las cuales le desearon suerte con su cita y le dieron un
montón de besos y abrazos para reconfortarla y hacerle sentir más cómoda y relajada.
Antes de salir del ascensor, respiró fuerte y se prometió intentar mantener la mente
abierta, relajarse y disfrutar de su cita. Lucas le gustaba, le gustaba mucho, quizás
demasiado, y no quería estropearlo antes de empezar algo con él.
—Buenas noches, Lucas, ¿qué tal tu día? —le saludó saliendo del portal.
Lucas se giró al oír su voz y le dio un repaso de arriba abajo, apreciando a la
maravillosa mujer que tenía delante. Todavía no podía creer en la suerte que había
tenido al encontrar a una mujer al mismo tiempo sexi e inocente; era increíble que ella
no fuese consciente de su propio valor o de la atracción que ejercía sobre los
hombres... Y ojalá nunca lo llegase a descubrir, ya que de momento la quería toda solo
para él, para disfrutarla a fondo, para enseñarle, instruirla y adaptarla a sus gustos y
deseos. Estaba seguro de que iba a conseguir un gran placer de ello y también de que se
iba a divertir como hacía mucho tiempo que no hacía.
—Estás preciosa, claro que siempre lo estás —dijo mientras le daba un dulce
beso en sus labios, un ligero roce que los dejó a ambos con ganas de más—. Tranquila,
vas a recibir muchos más de estos, y mejores, esta noche —le susurró cuando se retiró
de sus labios.
—Gracias, tú siempre tan amable.
—No es amabilidad, ya sabes que yo de eso ando más bien escaso, ¿lista para
esta noche? —preguntó con un tono de preocupación, él había planeado una cena
tranquila para empezar y después llevarla al club donde él solía ir; pero para poder
llevarla allí necesitaba que María estuviera relajada y dispuesta a probar cosas nuevas.
Estaba seguro de que en el plano sexual ella era bastante inexperta, y aunque eso le
encantaba también le preocupaba, porque no sabía cómo se iba a comportar en todo lo
que le tenía preparado.
—Sí, creo que sí estoy lista, aunque no sé qué planes tienes exactamente para
nosotros —contestó María, nerviosa.
—De momento, nos vamos a cenar al restaurante de un amigo mío, que es
bastante tranquilo y donde hay reservados, y así tú y yo podremos irnos conociendo un
poco mejor, ¿no te parece? —preguntó guiñándole un ojo y con una gran sonrisa en sus
labios.
María solo atinaba a asentir con su cabeza, puesto que esa sonrisa la había
dejado totalmente noqueada, sin respiración. Dios bendito, ¿cómo podía alguien tener
esa sonrisa, con esos labios tan carnosos y suaves y maravillosos y que sabían besar tan
bien?
—¡María, María! —La llamó Lucas—. ¿Vamos? —preguntó tendiéndole la mano.
—Sí, sí, vamos —aceptó ella cogiendo su mano y entrelazando sus dedos con los
de él. Le encantaba sentir sus manos así unidas.
Se montaron en el coche, en silencio, cada uno pensado en sus cosas, una
pensando en qué le depararía la noche y en si estaba realmente preparada para lo que
podía llegar a imaginar que él quería. Gracias a todas las conversaciones que habían
mantenido por WhatsApp, tenía una idea aproximada de los gustos sexuales de Lucas;
aunque no se lo había querido decir a él, y por supuesto no se le había pasado por la
cabeza comentar nada a sus amigas, la tenía muy preocupada. Lucas guardaba un lado
perverso en el cual ella no sabía si iba a ser capaz de manejarse; reconocía que su
experiencia era más bien escasa y que no había experimentado lo que Lucas le había
estado diciendo y lo que habían estado haciendo por teléfono. Cada vez que recordaba
las cosas que habían llegado a hacer a través del teléfono se sonrojaba, ¿cómo había
sido capaz de tener sexo telefónico con él? Desde que lo conocía había disfrutado de
más orgasmos, o lo que ella creía que eran, que en lo que llevaba de vida; sabía que
cuando al fin estuvieran físicamente solos iba a ser mucho más intenso... Eso la
excitaba, pero también la aterraba.
Mientras ella pensaba en todo esto, él también iba meditando en todo lo que
habían hecho junto a través de videoconferencias. Sabía que le había pedido alguna
cosa que para ella era un poco fuerte, aunque para lo que él solía hacer era bastante
light, como la vez que le dijo que quería que se pusiera pinzas en los pezones y que los
mantuviera durante 30 minutos, ni uno menos, y que cuando se los fuese a quitar él tenía
que verlo; todavía recordaba como se había excitado al oír sus gemidos de dolor al
quitárselos, como sus pezones estaban muy rojos y como él le había ordenado que se
masajease los pechos para conseguir aliviar ese dolor. Lo que habría dado por poder
hacerlo él mismo... Pensándolo mejor, esta noche no la llevaría al club, sino a su casa,
y le haría lo que llevaba tiempo pensando hacerle; le iba a poner el cuerpo de color
rojo para luego tener sexo bien duro.
—Preciosa, llegamos, venga, vamos a cenar y sobre todo a hablar. Quiero tratar
un tema en particular contigo —le dijo mientras la ayudaba a bajar de su coche.
Otra vez de la mano se dirigieron hacia un coqueto restaurante, al entrar María
pudo ver que era un restaurante pequeño, bastante coqueto y romántico, con un toque
clásico y de otra época que ayudaba a crear ese ambiente de romanticismo. También
pudo distinguir varios reservados e imaginó que uno de ellos era en el que ellos
cenarían.
—Buenas noches, Eduardo, ¿qué tal estás? ¿Qué tal la familia? —saludó Lucas al
dueño.
—Buenas noches, Lucas, bien, todos bien, gracias, y ¿quién es tu bella
acompañante? —respondió Eduardo, dándole la mano a María para saludarla.
—Buenas noches, soy María, una amiga de Lucas. ¿Qué tal está?
Lucas la miró enfadado, ¿qué era eso de una amiga?, ella era más que una amiga,
con sus amigas no hacía sexting, no hacía videoconferencias subidas de tono hasta
terminar los dos explotando de placer. Uy, cada vez estaba más seguro de que acabarían
en su casa, ella necesitaba aprender de una vez por todas cuál era su lugar y su posición
con respecto a él y su relación. «Amigos, dice, tendrá descaro», ya se lo explicaría
todo mucho más claro esta noche. «Qué corta va a ser la cena», pensaba Lucas mientras
seguía a Eduardo y María hacia el reservado. Una vez sentados en la mesa y con la
comida pedida, Lucas decidió que ya era hora de ir explicando ciertas cosas a María.
—Por cierto, la próxima vez que te refieras a ti misma como una amiga mía, te
voy a castigar y te puedo asegurar que no te va a gustar nada de nada.
—Lo siento, ya sé que no somos amigos, que solo somos conocidos, pero… —
balbuceó ella mirando el mantel.
—Lo estás empeorando y vas a conseguir que te castigue aquí mismo —le dijo
mirándola fijamente a los ojos.
María se quedó sin habla y con la mente en blanco, esas palabras le habían
producido un cosquilleo por toda la espalda. Se quedó paralizada, mirándolo a los
ojos, perdiéndose en esos ojos oscuros que la tenían hipnotizada; por suerte para ella,
en ese momento se encendió la luz que indicaba que el camarero les llevaba la comida.
Después de un rato cenando tranquilos cada uno sumido en sus pensamientos,
María ya no podía más con la curiosidad y empezó a sonsacar algo de información
acerca de los planes que tenía Lucas para ella para esa noche.
—Antes de salir, mis amigas me dijeron que si íbamos a ir a algún garito a tomar
algo y a bailar que se lo dijésemos, y allí podían juntarse con nosotros.
—Ahá, muy bien, qué buenas amigas tienes —contestó él con una sonrisa—.
Parece que no terminan de fiarse de mí, o ¿quizás de quien no se fían es de ti?
—¿Fiarse?, no entiendo.
—Es muy fácil, preciosa, tus amigas no se fían de mí y pretenden que no estés
mucho rato a solas conmigo, de ahí su buena intención de salir luego de fiesta con
nosotros.
—Oh, no, no creo que sea nada de eso, simplemente a ellas les gusta salir y,
claro, mientras más seamos mejor se lo pasan. Creo que Lucía había quedado con
Ramón para salir todos juntos.
—Pues siento defraudar a tus amigas, pero esta noche eres mía, solo mía, ¿has
terminado ya el postre?
María bajó la mirada hacia su plato, allí entera todavía seguía la tarta de queso
que se había pedido; aunque tenía un aspecto delicioso, su estómago se había cerrado y
no era capaz de meter un bocado más. Estaba demasiado nerviosa y expectante, así que
apartó el plato a un lado y le hizo un gesto a Lucas para darle a entender que ella ya
había terminado.
—Fantástico, vámonos ya, no aguanto más, el tenerte ahí sentada mirándome y
con ese vestido provocador está haciendo que pierda el control. Estoy deseando
quitártelo y ver qué llevas debajo.
María, que estaba levantándose, se volvió a dejar caer en la silla; no podía
creerse que él hubiese dicho eso, tenía que haber entendido mal, no podía haber dicho
lo que ella había creído oír. ¿Que le iba a quitar el vestido? ¿Que le estaba
provocando?
—Vamos —dijo Lucas viendo que ella se había vuelto a sentar.
La cogió de la mano y la arrastró fuera del restaurante, a medio camino del coche
no pudo más y se paró para poder besarla, con fuerza, mordiéndole el labio; quería
marcarla, quería que al día siguiente cuando sus amigas la vieran supieran que la había
reclamado como suya, y esa misma idea quería que se hiciesen los hombres que la
viesen. Porque las otras marcas que pensaba hacerle nadie más podría verlas, pero la
de sus labios y la de su cuello... Esas sí que las tendría bien a la vista de todos.
Al poco rato llegaron a casa de Lucas, vivía en un ático en el centro de la ciudad.
Al entrar, María desde la entrada pudo apreciar un gran salón, todo decorado de forma
muy minimalista; tenía los muebles justos, eso sí, de muy buen gusto y se veía que eran
de muy buena calidad, en tonos claros, con un juego de sofás de cuero en color negro
que dominaban el espacio y orientados hacia la gran televisión. Nunca había visto una
televisión tan grande, no tenía mueble, la tele era el mueble; el único mueble que ella
pudo ver fue un pequeño aparador que estaba al otro lado del salón, en la zona de la
mesa con las sillas.
Una vez que llegó a la entrada del salón, vio que había un pasillo a cada lado de
la puerta, según le dijo Lucas si ibas a la izquierda terminabas en la cocina y en un
baño, y si girabas a la derecha, entonces terminabas en los dormitorios. Había tres,
según le dijo, y otros dos baños, uno de ellos dentro de la habitación de matrimonio.
Entraron al salón, y Lucas se quitó la chaqueta y se dirigió hacia el aparador.
—¿Deseas tomar algo? —preguntó mientras abría una de las puertas del mueble y
sacaba una botella de whisky y un vaso.
—No, gracias, estoy bien.
—Como prefieras. Pasa y ponte cómoda, relájate, no te voy a comer —y
girándose hacia ella añadió—: Bueno, eso no es del todo cierto. Ven, voy a enseñarte la
casa, hay una zona especial que quiero que conozcas.
De la mano se dirigió hacia la zona de los dormitorios y se paró delante de una
de las puertas.
—María, me conoces lo suficiente como para saber qué quiero de ti, ¿verdad?
Sabes que me gusta mandar, me gusta tenerte bajo control, que me gusta usar juguetes y
que quiero llevarte hasta tus límites.
—Sí, sí, lo sé, ya te dije que mi experiencia es bastante limitada, pero que
intentaría adaptarme y que estaría con la mente abierta para aceptar tus juegos.
—No solo son juegos, hay unas reglas que quiero que cumplas, no te preocupes,
son muy sencillas y no son muchas; vamos a empezar muy poco a poco. Verás cómo
enseguida te las aprendes. La más importante es: a tus amigas puedes contarles lo que
quieras, pero nuestra intimidad es nuestra, y para la próxima vez que alguien te pregunte
quién soy les dices que soy tu novio o tu pareja, lo que mejor te parezca. Necesitamos
una palabra de seguridad, no te asustes —dijo rápidamente viendo la cara que estaba
poniendo—, es solo porque habrá situaciones donde puede hacer falta, y es muy
importante conocerla desde el principio, así que piensa una y dímela.
—¿Vale cualquier palabra o tiene que ser algo específico?
—Cualquier palabra que te resulte fácil de recordar y que no se te olvide.
—Rojo.
—¿Rojo?, si esa es la que quieres, de acuerdo.
—Sí, es la que quiero, aparte de ser mi color, me recuerda a los semáforos, si
quiero parar, pienso en rojo.
—Ja, ja, ja, ja, está bien, pues rojo; cuando tú me digas esa palabra,
automáticamente dejaré de hacer lo que estemos haciendo. Bien, hora de empezar,
quiero conocer tus límites y para ello te pido que te quites el vestido y te pongas de
rodillas aquí en el pasillo.
—¿Eh?
—Venga, es una orden, hazlo. No me gusta que me hagan esperar, cuando te
ordene algo no preguntes y hazlo.
María se desnudó rápido y se puso de rodillas, todavía no estaba convencida del
todo, pero había prometido que tendría la mente abierta a nuevas experiencias, y le
gustaba Lucas.
—Muy bien, y ahora así de rodillas, anda hasta el centro de la habitación y
espérame.
Gateando, entró en la habitación cuando él le abrió la puerta y se dirigió al
centro. Vio que solo había una cama y ningún mueble a la vista; la cama le gustó, tenía
la estructura para poner un dosel, aunque todavía no lo había colocado, lo mismo estaba
a medio amueblar todavía. «María, céntrate, por favor, que estás en ropa interior, de
rodillas y sin saber lo que va a pasar... Y tú pensando en doseles», se regañó
mentalmente.
—Muy bien, estás preciosa, pero te verás mejor cuando te quites la ropa interior
que llevas, aunque es una pena, porque la verdad es que te sienta muy bien; me gustan
los colores y me alegra ver que seguiste mi sugerencia del color negro y el encaje —
dijo acercándose a ella y ayudándole a terminar de desnudarse. Una vez desnuda, cogió
su cara, se la levantó y la volvió a besar, esta vez mientras le agarraba un pezón.
Empezó a pellizcarlo y retorcerlo, tirando de él; cuando la oyó gemir la soltó y sonrió
—. Bien, ahora sube a la cama y túmbate boca arriba con las manos extendidas hacia
atrás y las piernas bien abiertas, no tienes permiso para cerrarlas en ningún momento, y
por supuesto, ni se te ocurra correrte hasta que yo te dé permiso, ¿entendiste?
—Sí.
—La respuesta correcta es «sí, amo». En la cama soy tu puto amo y tú mi esclava
sexual, ¿te quedó claro? —le recriminó con un tono autoritario.
—Sí, amo.
—Muy bien, buena chica —la elogió dándole un suave beso en los labios—.
Quédate ahí en la cama como te he dicho y no te muevas, ahora vengo.
Lucas salió y se dirigió hacia su habitación, abrió el armario y cogió el cinturón
que ya tenía preparado de antes; una vez con él en la mano volvió hacia la habitación
donde ella le estaba esperando.
—Ya estoy aquí, ahora vamos a ver hasta donde llega ese compromiso —le dijo
enrollando parte del cinturón en su mano, empezando por la hebilla; tampoco quería
causarle dolor, la intención de hoy no era castigarla, sino ir probando el grado de dolor
que María tenía; necesitaba saber hasta dónde podía llegar con ella—. Creo que para
ayudarte a relajarte por esta vez y sin que sirva de precedente, no voy a vendarte los
ojos y te voy a ir explicando todo lo que voy a hacer contigo. ¡Dios!, llevo días
pensando en todo lo que te haría cuando te tuviera aquí, y así, tumbada y expuesta en
esa cama.
»Bien, como es tu primera vez voy a atar tanto tus manos como tus pies a la cama,
no quiero que te muevas ni que te levantes mientras dure nuestra sesión; lo ideal sería
que tú misma supieras contener tus instintos, pero es pronto para eso. No te asustes,
sabes que no voy a hacerte daño y, además, ya sabes cuál es tu palabra de seguridad,
así que si ves que no puedes más o te empiezas a notar mal, dila y yo pararé, aunque
espero que no necesites usarla. Quiero probar tus límites, como ya te he dicho.
Después de todo esto, cogió una cuerda y procedió a atarle las manos y los pies,
cada uno a un poste de la cama; ahora entendía por qué no había un dosel puesto, estaba
claro que no era un elemento de decoración, sino uno de tortura; «no, no, tortura no, no
pienses en eso, mente positiva y abierta, por favor; él no te va a hacer daño, solo quiere
que sientas cosas nuevas, que experimentes cosas nuevas y excitantes, solo quiere que
conozcas su mundo, lo que le gusta, y no puede ser algo tan malo, aunque ver como ha
cogido el cinturón y como lo está acariciando y esa mirada que tiene de aquí estoy yo y
hago lo que quiero, mucha confianza no es que me dé, la verdad».
—María, atenta, no es hora de pensar, es hora de sentir, deja esa cabecita tuya en
blanco y limítate a sentir. No te preocupes, ya te he dicho que no te voy a hacer daño, y
no me obligues a repetirlo más veces, o de verdad sí que te voy a hacer daño. Bien,
empecemos, te voy a dar pequeños azotes tanto en tu sexo como en tus pechos, quiero
verlos con un bonito color rojo.
Terminó de decir eso y se preparó a los pies de la cama con el cinturón listo para
ser usado. Empezó a dar pequeños golpes, primero en su sexo; María tenía que
reconocer que no eran dolorosos, pero sí provocaban cierta sensación de picor en la
piel y también, en contra de lo que ella se esperaba, estaba empezando a excitarse;
estaba sintiendo un deseo y un calor que le recorría todo el cuerpo. De repente los
golpes pararon, ella se atrevió a abrir los ojos, los cuales había cerrado sin darse
cuenta, y miró a Lucas, quien estaba admirando su obra.
—Deliciosa, te ves deliciosa, apetecible, ¿qué tal estás? —le preguntó mientras
con una de sus manos le iba masajeando la zona maltratada. Pudo apreciar que si bien
estaba roja, también húmeda; para detectarlo mejor decidió meterle dos dedos y lo
encontró suave, resbaladizo y muy mojado. Empezó a jugar con sus dedos adentro y
afuera, pudo apreciar como María empezó a tener problemas de respiración y a emitir
unos pequeños gemidos, que le sonaron deliciosos—. María, recuerda que no tienes
permitido correrte hasta que yo te lo diga —le advirtió cuando sintió un ligero espasmo
en su interior—. Vaya, parece que esto te ha gustado más de lo que tú creías.
—Estoy bien, aunque también confundida; llevas razón al decir que esto me ha
gustado. No entiendo cómo me puede haber excitado algo como esto, el sentir el tacto
del cinturón en mi cuerpo, el ver tu rostro mientras me azotabas, por favor, deja de
hacer eso o no voy a poder evitar correrme.
—No, no, no, esa no es la forma correcta de pedirme las cosas, ¿verdad?
—Lo siento, por favor, amo, deja de masturbarme o no voy a poder evitar
correrme.
—Sí que lo vas a poder evitar, porque si no, vas a ser castigada por
desobedecerme; créeme cuando te digo que eso no te gustaría, pero voy a ser bueno,
porque para ser tu primera vez has aguantado muy bien. Voy a dejar que tengas tu primer
orgasmo de la noche. María, córrete, córrete ahora y dame lo que me pertenece.
María, quien a mitad de su discurso ya no estaba en esa habitación, empezó a
convulsionar y tuvo un orgasmo que le recorrió todo el cuerpo y la dejó lánguida,
satisfecha y totalmente relajada. Ni cuenta se dio de los gritos que había dado.
—Muy bien, buena chica, y ahora te toca ser agradecida por mi bondad, así que
empieza a lamer y a chupar mi miembro, quien necesita tu atención ahora mismo —le
dijo mientras se ponía encima de ella para facilitarle el acceso.
María empezó a lamer y chupar ese descomunal aparato, el cual cada vez entraba
más rápido y rudo dentro de su boca. En una ocasión no pudo evitar clavarle los
dientes, y como represalia recibió una bofetada y una advertencia; si volvía a clavarle
los dientes la próxima vez no iba a usar un cinturón para excitarla y azotarla, sino algo
más fuerte. María volvió a su tarea, esta vez con más cuidado, puesto que lo que menos
quería era ser azotada con fuerza, a saber qué se le podía llegar a ocurrir a ese
maravilloso hombre que tenía encima. Dios, como no eyaculase pronto, era capaz de
volver a correrse, y esta vez no estaba haciéndole nada para estimularla. Con solo
sentir como él echaba las caderas para delante para meter su duro y suave miembro en
su boca bastaba para hacerla explotar de placer. Empezó a tener pequeños espasmos en
anticipación al orgasmo, Lucas al notarlo salió de su boca e introdujo su miembro en su
apretado y mojado coño. María, al sentir la potencia de esa entrada y como la llenaba,
volvió a tener otro orgasmo, el cual ocasionó que él por fin se corriera con una gran
embestida que ella sintió en lo más profundo de su útero.
Lucas se levantó, se apartó de encima y quitándose un condón, el cual ella ni
siquiera le había visto ponerse, se dirigió al baño. Al segundo regresó y empezó a
desatarla y a darle suaves masajes en sus brazos, los cuales después de estar tanto
tiempo en tensión tenía rígidos; con cada masaje que le hacía, le iba dando suaves
besos en los labios, en su frente, en sus párpados, y diciéndole que se había portado
muy bien y que estaba muy orgulloso de ella, de lo bien que había aguantado y de todo
el placer que le había proporcionado.
—¿Puedo vestirme ya? —preguntó María mirando al suelo, se sentía demasiado
avergonzada como para mirarlo a la cara.
—Depende, ¿sueles dormir con tu ropa de fiesta?
—¡Qué! —se sorprendió ella alzando la cabeza y mirando sus preciosos ojos—.
Yo pensaba volver a mi casa, bueno…, quiero decir que supuse que tú querrías que yo
volviese a mi casa después de… después de…, bueno, ya sabes.
—No, María, no sé, ¿después de qué? —preguntó con cierto tono de burla.
—Me vas a hacer decirlo, ¿cierto?
—Oh, por supuesto que lo vas a decir y a reconocer, ¿después de qué, María? —
volvió a preguntar, esta vez cogiéndola de la barbilla y acercando su cara a la de ella.
—Después de… de tener sexo, yo creía que tú preferirías que me fuera a mi
casa.
—No intentes adivinar mis preferencias, yo prefiero que esta noche te quedes
aquí, conmigo, siempre y cuando tú también quieras, por supuesto.
—Me sorprendes, no pareces el tipo de hombre al que le guste dormir
acompañado —respondió ella con voz muy suave.
Lucas, quien también estaba sorprendido porque ella tenía razón, no era la clase
de hombre al que le gustara dormir con alguien; cuando había llevado a otras mujeres a
su casa, siempre después de acostarse con ellas amablemente las echaba de su casa
para poder quedarse él solo tranquilo y a gusto en su hogar. Pero se estaba dando cuenta
de que María era distinta a otras mujeres, o por lo menos, él así lo sentía; con ella
quería probar otras cosas, y aunque quería seguir llevándola al club donde él solía ir
cada día, tenía más dudas sobre si la dejaría en brazos de otros hombres. No le hacía
ninguna gracia imaginar a otro tocándola, besándola, o teniendo sexo con ella. Debía
pensar en todo eso con calma, pero para ello necesitaba estar lejos de ella, porque
cuando estaba cerca era incapaz de pensar en otra cosa que no fuese en tenerla siempre
con él. Pero por esa noche se acababa el pensar, y se iba a dar el capricho de tenerla en
su cama durmiendo a su lado.
—Ya te he dicho que no intentes adivinar cómo soy, ni mis preferencias. Me gusta
dormir acompañado después de tener sexo con una mujer, así que ve al baño o a donde
tengas que ir, y a mi cama conmigo, ya es muy tarde y necesitamos dormir algo —le
mintió él.
Mientras se dirigía al salón a por su bolso, puesto que tenía que llamar a sus
amigas para avisarles de que no iba a ir a casa a dormir, mentalmente se iba regañando
por suponer que ella era alguien especial para él. Como le acaba de decir, el quedarse
a dormir allí no era nada extraordinario ni fuera de lo normal para él. «Tonta, que eres
tonta, ¿cómo te atreves a pensar que un hombre como él se pueda enamorar de alguien
como tú?, tú solo eres una más de sus conquistas y sus caprichos, y mientras antes lo
aprendas menos sufrirás cuando esto termine; porque esto tarde o temprano sabes que
se va a terminar, aquí no hay opción a finales felices como en los cuentos de hadas o en
las novelas románticas que sueles leer. Sabes lo que quiere, y ya te ha dicho que no está
haciendo nada extraordinario por ti; se comporta contigo igual que con cualquiera de
sus otras novias, así que cuanto antes lo aprendas y te cuides para no terminar
enamorada de él, mejor para ti». Cuando llegó al salón buscó su bolso y cogió su
móvil, que estaba dentro, y llamó a Lucía.
—Hola, guapa, ¿qué tal esa cita? ¿Necesitas algo?
—Bien, la cita bien, bueno, la verdad es que estamos en su casa.
—¡Qué! ¿Cómo que estás en su casa? ¿Y es bonita, vive solo? ¿Es un piso grande
o pequeño?
—Lucía, que te pierdes, que yo solo te llamo para que sepas que me quedo aquí a
dormir, que no voy a ir a casa.
—¡Qué! ¿Cómo que te quedas a dormir? Dime ahora mismo dónde está mi amiga
y qué has hecho con ella.
—Lucía, tranquilízate, soy yo, María, y deja de gritar, que a este paso me vas a
dejar sorda. Yo solo te llamaba para que lo supieses y no te preocupases, así que ya lo
sabes, y ahora te dejo, que tengo que ir al baño con urgencia.
—Ni se te ocurra colgarme, te recuerdo que hablas a través de un móvil, el cual
puedes llevar contigo mientras vas al baño.
—Ni muerta te hablo por teléfono mientras estoy en el baño, así que hasta
mañana. Mañana hablamos y me sometes a tu tercer grado, un beso. —Y seguidamente
colgó el móvil y lo apagó, porque conociendo como la conocía, sabía que volvería a
llamar; no le apetecía dar más explicaciones por esa noche, y más allí, en casa de
Lucas, donde él podría escuchar todo lo que dijese.
Se fue al baño, se limpió como pudo los dientes y, viendo que no tenía un pijama
con el que dormir, se quedó en ropa interior y se dirigió al dormitorio de Lucas. Él ya
la estaba esperando mientras leía unos papeles que tenía en su mesilla de noche.
—Vaya, te ha llevado un buen rato decidirte a venir, ya creía que tendría que ir a
buscarte —le dijo sonriendo.
—Sí, perdona, es que he llamado a Lucía para decirle que no iba a ir a casa, ya
sabes, para que no se preocupen por mí.
—¿Tienes que avisar de que te quedas fuera a dormir? —le preguntó él en un tono
de burla.
—Sí, porque al contrario que tú, yo no tengo la costumbre de dormir fuera de
casa; sé que si no las hubiese avisado, se habrían preocupado por mí —le contestó un
tanto molesta; no le gustaba el tono que había empleado para preguntarle, como si ella
fuese una niña pequeña, o peor, una mujer tonta.
—Ten cuidado de cómo me contestas, María, puede ser que ahora no estemos en
la otra habitación, pero sigo siendo tu amo y tienes que hablarme con respeto; por esta
vez te la voy a pasar, pero a la próxima prepárate para ser castigada, no te doy ningún
aviso más. Y ahora ven aquí y vamos a dormir.
María se acercó a la cama y se metió lentamente en ella, con cuidado de no
deshacerla mucho; se colocó de lado y se propuso dormir. Lucas se acercó a ella y la
agarró con un brazo por la cintura y le susurró en el oído:
—Tienes que aprender a controlar ese genio tuyo, si bien es verdad que no sueles
sacarlo, de vez en cuando sale. No pretendía ofenderte con mi pregunta, simplemente
me ha sorprendido el saber que tenías que avisar, y ahora buenas noches, preciosa.
Capítulo 7
—Buenos días, he traído churros —saludó María entrando por la puerta de su
casa—. Hola, ¿hay alguien? ¿O seguís durmiendo?
—Buenos días, no es necesario que grites, estamos en la cocina y, por cierto,
llegas justo a tiempo, estamos haciendo el café ahora mismo, así que vente a la cocina y
trae esos churros contigo —respondió Silvia.
«Mierda, están las dos levantadas», ella contaba con enfrentarse una a una, no
estaba preparada para un interrogatorio con las dos al mismo tiempo. Cada vez tenía
más ganas de irse a su cama y descansar, porque la verdad es que había pasado una
noche malísima y no había podido dormir casi nada, a cada rato se despertaba cuando
notaba a Lucas a su lado.
—Mejor os espero en el salón, voy a cambiarme de ropa y ahora nos reunimos
todas ahí —contestó María dirigiéndose a su habitación para quitarse la ropa de la
noche anterior, darse una ducha rápida y ponerse su pijama calentito, y reconozcámoslo,
también para irse preparando para lo que se le venía encima.
—Bien, chicas, ya estoy aquí; qué bien huele, a café recién hecho —exclamó
mientras tomaba asiento.
—Déjate de cafés, lo primero y más importante, ¿tú cómo estás? ¿Estás bien? —
empezó Silvia.
—Sí, sí, estoy bien, ¿cómo quieres que esté?
—No, nada, pues bien, así es como tienes que estar. Me alegro de ver que eres
capaz de andar, temía que cuando ese hombre te pillase te destrozase, pero entiende que
estemos un poco sorprendidas y también preocupadas; tendrás que reconocer que no es
muy normal que salgas con un hombre y en la primera cita ya te quedes a pasar la noche
en su casa, eso es más normal en nosotras, pero no en ti. De hecho, tú no sueles tener ni
citas.
—Lo sé, y agradezco que os preocupéis por mí, eso me demuestra que me
queréis. Por eso mismo de que no es propio de mí es por lo que llamé a casa, no quería
que os preocuparais por mí ni que pensaseis que me había podido pasar algo malo.
—Sí, sí te agradecemos que en esa situación te acordases de nosotras, pero tú
entiende que nos preocupemos un poco por la rapidez con la que están pasando las
cosas.
—¿No os alegra lo que me está pasando?
—Por supuesto que nos alegra —intervino Lucía—, pero también nos preocupa.
Mira, tendrás que reconocer que no estás acostumbrada a tratar a hombres como Lucas.
—Siempre con lo mismo, creo que esta conversación ya la hemos tenido y vuelvo
a haceros la misma pregunta: ¿cómo sabéis vosotras cómo es él? —preguntó María ya
un poco molesta, cualquiera diría que ella era incapaz de conquistar a un hombre, claro
que ni ella misma se lo creía, así que normal que sus amigas tampoco.
—Cariño, no te enfades —dijo Silvia—. No es que conozcamos cómo es él, pero
hemos tratado a más hombres que tú y sabemos cómo pueden llegar a ser. Perdona que
te diga esto, pero Lucas se parece mucho a la mayoría de hombres de mi bufete, tíos
exitosos, guapos, seguros y que saben que están buenos y que consiguen a las mujeres
que quieren, y que pasado un tiempo se suelen aburrir de ellas y se van a por conquistas
nuevas que le supongan otros retos. Claro que nos gusta que salgas y que empieces a
tener citas, lo que nos preocupa es que te enamores rápido de él y luego…
—Y luego cuando me deje, porque ya se ha aburrido, vuelva a deprimirme, eso es
lo que querías decir, ¿no? —terminó María la frase por ella.
Sus amigas se miraron y le dijeron que sí con la cabeza.
—Mira, no es que tú no seas una mujer especial y fantástica capaz de enamorar a
cualquier hombre, no se trata de eso. Se trata de que esa clase de hombres no son de los
que se enamoran —dijo Lucía.
—Entonces esos hombres no se casan nunca, no tienen familia, eso es lo que me
estáis diciendo, porque que yo sepa, en tu bufete, Silvia, hay unos cuantos que están
casados y tienen niños.
—Claro que los hay, pero no hablamos de ellos, hablamos de otra clase de
hombres, no tienen por qué ser abogados, te hablo de hombres… No sé cómo
explicártelo, la verdad. Lo único que nosotras queremos es que disfrutes de esta
relación, pero que por favor te protejas y no te enamores; tú sal, disfruta, tíratelo
cuantas veces te apetezca, pero no empieces a planear la boda, ¿entendido?
—Lo entiendo, y tranquilas, no soy tan frágil como pensáis, eso mismo que me
acabáis de decir ya me lo he dicho yo misma. Así que, por favor, relajaos; ahora, si me
perdonáis, me voy a dormir, que estoy muerta.
—De eso nada, bonita, ¿te crees que te vas a librar de contarnos todo lo que pasó
ayer? Tú de aquí no te mueves hasta que nos cuentes todo, y cuando digo todo me
refiero a todo; no solo a cómo estaba la cena, sino también a cómo estaba lo que te
comiste después —dijo riendo Lucía.
—Está bien, os lo contaré todo y después me dejáis descansar, ¿vale?
Después de una larga charla con las locas de sus amigas, la cual se alargó más de
lo que a ella le hubiera gustado debido a que no dejaban de interrumpirla
constantemente, consiguió llegar hasta su habitación. Una vez allí se quitó la ropa, se
dio una buena ducha y se metió en la cama a descansar. Como esa tarde le tocaba
trabajar, puso la alarma del despertador a las 2 para poder comer algo rápido y llegar a
las 3 a la biblioteca donde trabajaba.
Mientras María tenía que sufrir el interrogatorio de sus queridas amigas, Lucas
estaba en una reunión con su jefe, el señor Ortiz, un hombre ya entrado en edad, pero
que todavía conservaba ese atractivo que tanto le había ayudado en su carrera como
abogado para conseguir lo que quería tanto con las juezas como con sus otras colegas;
reconozcamos que también tenía el carisma suficiente para conquistar a algunos
abogados.
—Buenos días, Lucas, ¿qué tal va el caso del restaurante? Ya sabes que es un
cliente muy importante para nuestro bufete, y bueno, no hace falta que te recuerde todo
el beneficio que nos puede reportar tanto a nivel económico como a ti en lo personal.
Ya sabes que si todo sale como queremos pronto seremos un socio más en esta empresa.
—Va todo muy bien, señor, ya he tenido varias entrevistas con nuestro cliente y la
verdad es que no creo que tengamos ningún problema para ganar este caso; contamos
con bastantes pruebas que apoyan nuestra causa —le dijo mientras observaba la
decoración del despacho, la cual para su gusto era demasiado recargada y pasada de
moda, con tantos muebles de madera en colores oscuros.
Su jefe tenía una mesa de trabajo demasiado grande para el tamaño de la
habitación, con lo que daba sensación de asfixia, además de que era un enamorado de
los sillones de cuero; había uno para él y dos enfrente para los clientes o sus
trabajadores, como en este caso, ya que él estaba sentado en uno en ese momento. El
resto de la habitación estaba llena de estanterías, con todos sus libros sobre derecho,
cosa que para él era totalmente innecesario; gracias a todos los avances de hoy en día,
podía tener todos los libros y todo lo que necesitaba en su iPad, el cual ocupaba una
milímetro del espacio que requerían todas esas estanterías.
—¿Sabemos algo ya de quién es el abogado al que nos enfrentamos? —preguntó
Lucas, ya que él era un gran defensor de cuanta más información sobre el contrario
pudieran tener, mejor para investigar y poder averiguar sus puntos débiles.
—Sí, gracias a unos amigos he podido averiguar que ha contraído los servicios
del bufete de Alberto Cortina, y que este le ha dado el caso a una de sus abogadas
jóvenes, pero por lo que me han dicho, bastante buena; ya me han advertido de que no
nos dejemos engañar por la edad y la dulce apariencia de esta abogadita, porque por lo
visto es bastante buena y dura de pelar.
—Vaya, ¿y sabemos cómo se llama esa eminencia del derecho? —le preguntó
Lucas en tono irónico.
—Mucho mejor, tengo una foto de ella, para que así la conozcamos por lo menos
—le dijo mientras buscaba en su teléfono móvil la dichosa foto—. ¡Ajá! Aquí la tengo,
pues sí que parece joven, en fin, mejor para nosotros, toma —comentó mientras le
pasaba el móvil.
Lucas cogió el teléfono y se dispuso a mirar la foto; se quedó sorprendido cuando
en la foto aparecía María junto con su amiga la pelirroja, la que supuso que sería la
abogada. ¿Así que era una amiga de María? Mira tú qué suerte, mejor para él, así
mientras jugaba y disfrutaba de ella podía sonsacarle información de su contraria; pero
ese dato prefirió guardárselo para él y no decirle nada a su jefe.
—Vaya, pues sí que es joven, y ¿sabemos cómo se llama? —le preguntó,
devolviéndole el teléfono.
—Sí, se llama Silvia Abellán, y según me han dicho, tiene 26 años, pero no te
equivoques. Aunque es joven, por lo visto es bastante buena en su trabajo; ha ganado ya
bastante casos difíciles, sé que su jefe la tiene en gran estima, lo mismo que yo a ti —le
dijo mientras le sonreía—. Y ahora, debo irme, tengo una reunión con otros clientes.
Lucas se levantó y dándole la mano a su jefe salió del despacho. Empezó a idear
un plan sobre cómo hacerlo para sonsacar esa información que necesitaba a María.
Decidió que lo más fácil sería pillarla un día de sorpresa cuando saliese del trabajo, y
así estaría menos preparada y más dispuesta a contarle cosas.

Habían pasado ya varias semanas desde la primera cita que tuvieron, hablaban
por WhatsApp todas las noches y quedaban todos los días que podían; aunque por sus
trabajos no eran muchos, por lo menos los fines de semana sí que los tenían libres. Un
lunes por la tarde María salía tarde de casa y sabía que iba a llegar tarde al trabajo,
cosa que nunca le ocurría, pero desde que se quedaba a dormir los sábados y domingos
en casa de Lucas estaba más cansada y distraída. Para colmo de males, ese día
necesitaba llegar con tiempo porque tocaba cuentacuentos y había que preparar todos
los libros y los artículos que usaban de atrezzo, ya que mientras leían el cuento también
lo iban interpretando, así conseguían que los niños no se aburriesen mientras no leían y
se les pasaba el tiempo más rápido y divertido.
A las 5 empezó el taller de cuentacuentos y, como siempre, estaba lleno de niños
y niñas; muchos de ellos eran asiduos a ese taller y ya se conocían, lo que suponía que
todo era más cómodo y familiar para ellos.
—Buenas tardes, chicos, ¿preparados para empezar? El cuento de hoy es Juan y
las habichuelas mágicas.
—Sí, sí —gritaron los niños todos emocionados—. María, tú harás uno de los
personajes, ¿verdad? —preguntaron todos a la vez.
—Ya sabes que nos gusta mucho que tú juegues con nosotros, además, eres muy
graciosa y sabes hacer voces muy divertidas —le dijo una preciosa niña rubia con
grandes ojos azules, que se llamaba Sofía—. Además —siguió la niña—, tú también te
lo pasas muy bien con nosotros.
—Claro que voy a jugar con vosotros, ¿cómo podría negarme cuando me lo pedís
con esas sonrisas y esos ojos tan bonitos? —claudicó María, ella ya sabía que iba a
terminar haciendo uno de los personajes del cuento, todas las semanas le pasaba lo
mismo; ella salía de su casa con la firme convicción de que esa semana se comportaría
como la adulta que se supone que era, pero era ver esas caritas y oírles decir que la
querían mucho y que les gustaba que ella jugase con ellos para que su voluntad saliera
por la puerta de la biblioteca.
—Bien, niños, se terminó el cuento por hoy, ya es muy tarde y mañana tenéis
colegio, así que buscad a vuestros padres, que ya estarán esperándoos, y a casa a cenar
y a meterse pronto en la cama. Ya sabéis que necesitáis descansar mucho para crecer y
poder estudiar.
Uno a uno, los niños se acercaron a darle un beso y se fueron con sus padres,
quienes estaban en la recepción esperándolos. Cuando María salió a la recepción para
recoger sus cosas e irse a su casa, se encontró con alguien a quien no esperaba.
—¡Lucas! ¿Qué haces tú aquí? —preguntó María mientras le saludaba con dos
besos.
Lucas lo dejó pasar porque estaban en su sitio de trabajo, ya le explicaría cuál
era la forma correcta de saludarlo; la verdad es que no pensaba pasarse, pero tenía
ganas de verla, y ya de paso a ver si podía sacarle algo de información sobre su amiga
Silvia y su trabajo. Lo que nunca se había imaginado es que la encontraría rodeada de
niños, subida a un escenario improvisado que tenían en la zona infantil e interpretando
una infantil obra de teatro. Algo se le removió por dentro cuando la había visto jugar y
reír rodeada de los niños; por un microsegundo se la imaginó en su casa rodeada de sus
hijos, por suerte se había vuelto a la recepción y esa estúpida idea se le fue de la
cabeza.
—Quería verte y decidí pasar por aquí, además, tengo algo que decirte y prefería
decírtelo en persona.
—¿Qué? —se giró María rápidamente, ahí estaba, había conseguido llevársela a
la cama varias veces; por lo visto, las suficientes para aburrirse, y ya estaba
deshaciéndose de ella.
—No, no es nada malo —añadió rápido él al ver su reacción y cómo se había
puesto pálida de golpe.
—¿Entonces no has venido a dejarme?
—¿Dejarte? No, por supuesto que no, ¿de dónde has sacado esa idea tan absurda?
¿Ya estás volviendo a pensar por mí? ¿Qué te había dicho?, que nunca intentaras
imaginar qué pensaba; está claro que una advertencia no fue suficiente. Recuérdame que
la próxima vez que te tenga a mi alcance te debo un castigo —le susurró en su oído para
evitar que su compañera de trabajo lo pudiese oír—. ¿Puedo llevarte a casa? —
preguntó Lucas—, así mientras por el camino podemos hablar.
—Lucas, sabes que vivo aquí al lado, mejor, si no te parece mal, vamos al bar
que está en la esquina y me invitas a una Coca-Cola, ¿vale?
—Por mí bien, ¿intentando no quedarte a solas conmigo, preciosa? —preguntó
con tono burlón.
—No, la verdad es que no —dijo con una sonrisa ella.
Una vez sentados en una de las mesas del bar y cada uno con su bebida delante,
para ella una Coca-Cola y para él una cerveza, Lucas empezó a contarle cuál era el
motivo por el que había ido a verla.
—Hoy me ha llamado mi jefe y el jueves tengo que salir de viaje, estaré fuera
toda la semana que viene y también este fin de semana, así que no podremos quedar, lo
siento.
—No pasa nada, son cosas de trabajo —contestó María con un tono de alivio,
ella de verdad que había pensado que venía a dejarla.
—Gracias, es que este caso es muy importante para mi bufete, y aunque no es
habitual que nosotros viajemos para eso, tenemos otros empleados, en este caso en
particular, mi jefe no quiere problemas y prefiere que vayamos los abogados
involucrados en persona. Nos queda un mes para el juicio y mi jefe ya está nervioso
debido a la importancia del caso.
—Tranquilo, lo entiendo, ya sabes que mi amiga Silvia también es abogada y a
ella también le ha tocado alguna vez tener que viajar; es normal, si es un caso tan
importante para vosotros. Entonces ya no nos veremos hasta que vuelvas de viaje,
supongo.
—No, había pensado en que pasases la noche del miércoles conmigo como
despedida. Es verdad, algo me dijiste de que una de tus amigas se dedicaba a lo mismo
que yo, y Lucía ¿era...?
—Veterinaria, Lucía es veterinaria y trabaja en una clínica.
—Eso, perdona, es que soy muy malo para recordar datos que no sean sobre
cosas muy importantes para mí —le dijo mientras le guiñaba un ojo.
—No pasa nada, es lógico; con todo lo que debes de tener en la cabeza es normal
que no puedas acordarte de todo. Silvia, cuando está metida de lleno en uno de sus
juicios, se pone insoportable, no se le puede ni hablar; de hecho, ahora está con un caso
importante y nos trae a todas de cabeza; la casa la tiene llena de papeles por todas
partes, los cuales tenemos totalmente prohibido tocar. Qué raro que siendo los dos
abogados no hayáis coincido nunca.
—Sí, sí que es raro, pero bueno, en Madrid hay muchos abogados y bufetes —le
contestó distraído pensando en si podría algún día entrar en esa casa y echar un vistazo
a esos papeles—. Y con respecto a venirte esa noche, ¿qué me dices?
—No sé si podré, ya sabes que salgo tarde del trabajo, puesto que esta semana
estoy de tarde y no quiero ser una molestia para ti.
—María, no era una petición, no quería sonar autoritario, pero está visto que tú
no eres capaz de entenderlo, así que te lo vuelvo a decir. La noche del miércoles vamos
a quedar y la vamos a pasar juntos, luego antes de ir al aeropuerto te acercaré a tu casa.
Está claro que te cuesta aprender las normas, ¿qué me sugerirías tú que podríamos
hacer para que no se te vuelvan a olvidar?
—Yo creo que lo estamos haciendo muy bien.
—Buen intento, pero no te vas a librar, guapa. Y ya que te gusta tanto estar con
niños, disfrutas siendo como ellos y que hay veces que te comportas hasta como una
niña malcriada, incapaz de aprender unas simples normas, te voy a mandar deberes; no
te preocupes, que es algo muy sencillo y fácil.
—¿Deberes? Lucas, no eres mi maestro —rio María.
—¿Cómo que no, acaso no soy tu amo?
—Sí, claro que lo eres —respondió ella mirando a su alrededor para comprobar
que nadie los podía oír.
—Bueno, pues como amo tuyo, no solo te cuido y protejo, sino que también te
enseño, educo, lo cual me convierte en ¿qué? ¿En qué me convierte, María?
—En mi maestro, mi amo —contestó muy bajito ella.
—Eso es, buena chica. Y ahora te contaré cuál es tu castigo; quiero que esta
noche cuando estés en tu cama cojas papel y boli y escribas diez veces cada norma.
¿Sabrías decirme cuáles son esas normas, María?
—Creo que sí. Primero, tú eres mi amo y como tal debo respetarte. Segunda,
estoy para servirte, cumplir tus deseos y órdenes. Tercera, no debo cuestionar tus
órdenes o sugerencias; se me permite dar mi opinión al respecto, aunque por supuesto
tú siempre serás quien tenga la última palabra. Y creo que ya está.
—Te faltan unas cuantas más, no te preocupes, yo te las recuerdo ahora mismo.
Cuarta, nunca debes pensar por tu amo, ni suponer cosas por él. Quinta, debes mirar
siempre por el bien de tu amo. Sexta, debes estarle siempre agradecida del tiempo y la
dedicación que él te brinda. Séptimo, debes entregarte totalmente sin prejuicios ni
dudas. Bien, esas son todas las importantes, luego si a lo largo de nuestra relación hace
falta agregar alguna más o modificar alguna, eso ya se iría estudiando, ¿de acuerdo?
—Sí, amo.
—Bien, pues ya sabes cuál es tu castigo para esta noche. Quiero que cuando lo
termines de hacer, sea la hora que sea, me lo mandes por e—mail para yo poder
revisarlo. Y ahora será mejor que nos vayamos, te veo cansada y necesitas descansar, y
yo también lo necesito, la verdad. Venga, que te acompaño hasta tu casa.
Recogieron sus cosas y salieron del bar. Al llegar a su portal, María pensaba que
él le daría un beso y se marcharía, pero Lucas insistió en acompañarla hasta la puerta
de su casa. Una vez arriba, María cogió la llave y abrió la puerta. Por supuesto, sus
amigas estaban en el salón, no podían estar cada una en su cuarto, no, tenían que estar
en el salón justo para ver cómo Lucas la besaba y entraban en el piso.
—Hola, chicas, ¿qué tal? —saludó María a sus amigas, que no les quitaban los
ojos de encima.
—Buenas noches —saludó Lucas ocultando una sonrisa al notar el sonrojo de
María.
—Hola, pareja —saludó Lucía y se levantó para dar dos besos a Lucas—, ¿qué
tal estáis?
—Bien, gracias, bueno, yo me voy a ir, todavía tengo trabajo que terminar —se
despidió él volviendo a darle un buen beso a María, el cual él alargó solo para poder
disfrutar de la sensación de incomodidad de ella—. Tranquila, solo ha sido un beso —
le susurró—, aunque ya sabes cómo me afectan tus besos. Y que no se te olvide tu
castigo, estaré esperando el e—mail, ¿de acuerdo?
—Como tú digas, amo. Buenas noches.
—Buenas noches, mi esclava.
María se quedó con la boca abierta, no podía creer que le hubiese dicho eso
estando sus amigas tan cerca; ¿cómo podía quedarse tan tranquilo después de decirle
que estaba excitado debido a ese beso y llamarla esclava?
—Así que ahora también va a buscarte al trabajo, claro que si las despedidas son
como lo que acabamos de ver, yo también querría que viniesen a buscarme al trabajo
todos los días —dijo Lucía.
—Qué cosa tienes, Lucía. Ha venido porque quería decirme que va a estar toda la
semana fuera por cuestión de trabajo, nada más.
—Eso significa que este viernes podemos hacer una fiesta de chicas, como desde
que tienes novio los fines de semana los pasas fuera... —dijo uniéndose a la
conversación Silvia.
—Qué exageradas que sois, chicas, y no es algo tan serio como un novio, o eso
creo, es solo un amigo especial.
—¿Un amigo especial? Sí, claro, como tú digas, pues según Ramón, Lucas
cuando ha estado con otras chicas no se ha comportado como lo está haciendo contigo.
—Un segundo, Lucía, ¿cómo que Ramón?, ¿desde cuándo tú eres tan amiga de él,
y qué es eso de que con otras mujeres no ha hecho lo mismo que está haciendo
conmigo?
—Yo pienso igual que Lucía, según me ha contado Óscar, Lucas está actuando de
forma muy distinta a como solía hacer con otras mujeres.
—A ver, dejadme que me cambie de ropa y ahora seguimos con el tema, porque
me estáis dejando alucinada.
—Anda, sí, ve a cambiarte, y si hace falta también te puedes dar una ducha bien
fría, que después de esa despedida la vas a necesitar. Nosotras aquí te estaremos
esperando para hablar de lo que quieras —dijo Lucía riéndose.
Ya en su habitación y mientras se quitaba la ropa del día y se ponía su pijama,
María no podía dejar de pensar en lo que sus amigas le acababan de decir, «a ver si
ahora hablamos tranquilamente y me aclaro, porque no entiendo a qué se refieren con
eso de que Lucas está actuando de forma distinta conmigo, ¿será verdad que yo le gusto
y no solo como un rollo más?, de verdad, ¿podré hacerme ilusiones con que esta
relación será algo más que solo un pasatiempo? ¡Oh!, me encantaría tener un futuro con
él, sería fantástico poder compartir todas las noches, el saber que cuando saliese del
trabajo él estaría en nuestra casa esperándome para hablar, y acurrucarnos en el sofá a
ver una peli o jugar en su cuarto especial, el compartir el día a día, el saber que si
alguno de los dos tiene alguna preocupación va a poder contar con el otro y pedirle su
consejo, o solo para hablarlo y así desahogarse. ¡Oh!, sería tan maravilloso. Pero no,
María, eres tonta, da igual lo que tus amigas te digan, tú ya sabes lo que hay, no
empieces a hacerte ilusiones de algo más, o terminarás sufriendo el día que él decida
que ya ha tenido suficiente, y ten por seguro que ese día llegará. Así que deja de pensar
tonterías y céntrate en disfrutar y procurar no enamorarte de él. Aunque va a ser difícil
conseguir no enamorarse de él, porque es... ¡Oh, Dios!, ¿qué estoy pensando?, pero si
ya me estoy enamorando de él».
—Ya estoy aquí, ahora nos vamos a sentar las tres y me vais a contar; primero tú,
Lucía, ¿desde cuándo te ves con Ramón, y por qué has estado hablando con él de mí? Y
tú, Silvia, no te creas que te vas a escapar, porque lo mismo te pregunto a ti.
—Ramón y yo hemos quedado unas cuantas veces, la verdad es que es un hombre
muy divertido y además está muy bueno, las cosas como son. Empezamos a quedar más
después de que volviese un par de veces a mi clínica a llevar animales rescatados.
Aquí entre nosotras, yo creo que la mitad de esos bichos que me lleva no son
rescatados, aunque sigo sin averiguar de dónde los saca. Hasta el momento, me ha
llevado un par de gatos, otros tantos perros, dos agapornis y hasta una chinchilla.
—Vale, así que en una de esas visitas, ¿te invitó a salir? —preguntó María.
—En realidad, me invitó en todas las visitas, pero yo hasta que no me llevó el
cuarto o quinto bicho no le empecé a hacer caso; al final tuve que aceptar su cita,
porque ya mi jefe se estaba empezando a mosquear con tanta visita del bombero. Creo
que si no hubiese aceptado tener una cita con él, todavía estaría recibiendo animales en
la clínica.
—¿Y desde entonces os veis? —preguntó Silvia.
—Sí, hemos quedado ya unas cuantas veces y la verdad es que me lo paso muy
bien, es un hombre fantástico. Cuando tenemos un rato libre, bueno, más bien, cuando él
tiene un rato libre, quedamos; ya sabéis que se está preparando para los exámenes de
bombero, que son dentro de poco, y entre lo que tiene que estudiar y entrenarse le queda
poco tiempo libre. Aunque si no me equivoco, de eso sabes tú más que yo, ¿verdad,
Silvia?
—¿Yo? —respondió la aludida—. Qué voy a saber yo.
—No te hagas la tonta, que según tengo entendido, Óscar y tú os habéis visto
varias veces.
—No me hago la tonta, y sí es verdad que nos hemos visto un par de veces, pero
no estamos liados, ni saliendo ni nada de eso. Simplemente él estuvo hablando con mi
hermano y sabe que va a venir a pasar unos días; hemos quedado para hablar de ello y
para organizarle una sorpresa de bienvenida, nada más.
—Y para hablar sobre mí también, parece ser —dijo María, quien había
permanecido callada hasta ese momento.
—No te pongas a la defensiva, pero como entenderás, si resulta que su amigo y
mi amiga están saliendo, es normal que hablemos sobre ello, digo yo, ¿no? —se
defendió Silvia, mientras miraba a Lucía en busca de apoyo.
—Por supuesto que es normal, y más si tenemos en cuenta que no nos terminamos
de fiar del todo de él. Antes de que empieces a defenderlo —la cortó Lucía viendo que
María se disponía a hablar—, no queremos que te enfades, pero entiende que nos
preocupamos por ti. Aunque fuimos nosotras las primeras que te animamos a salir con
él, entiende que nos preocupa, porque te veo muy metida en la relación, si ya tienes la
costumbre de dormir fuera de casa, cosa que nunca antes habías hecho. Así que como
amigas tuyas que somos, decidimos indagar un poco preguntando a sus amigos, cosa
lógica.
María se quedó sin palabras, ¿cómo ofenderse o regañarles si todo lo que ellas
habían hecho era porque se preocupaban por ella? No podía decirles nada, aunque no le
gustaba enterarse de que sus amigas se veían con los amigos de Lucas y no le habían
dicho a ella nada de eso.
—Lo entiendo, pero no tenéis por qué preocuparos, ya os he dicho que no somos
novios ni nada tan serio, simplemente nos lo pasamos bien juntos y somos amigos, no
hay nada más.
—Mira, bonita, si tú te quedas más tranquila diciéndote eso, por mí vale; pero
eso no se lo cree nadie, solo hay que mirarte cuando estás con él para darse cuenta de
que para ti es algo más serio que un simple pasatiempo. Y según sus amigos, para él
también es algo más.
—No lo entiendo —dijo María confusa—. ¿Cómo que algo más? ¿En qué notan
sus amigos la diferencia?
—Pues muy fácil, empezando porque él no es un hombre que regale flores —dijo
mientras señalaba el ramo de calas que le había enviado después de su primera noche
juntos—, siguiendo porque por lo visto y siempre según lo que Ramón me ha contado, a
Lucas nunca le ha gustado dormir acompañado, nunca; cuando alguna vez ha llevado
una mujer a su casa, después de acostarse con ella, la echaba del piso con bastante
prisa, y por lo que nosotras hemos podido ver, tú ya has pasado varias noches allí, tanto
es así que tienes hasta un pijama y tus cosas de aseo en la suya.
—Os equivocáis, claro que ha habido mujeres que han pasado la noche en su
casa, él mismo me lo dijo desde el primer día.
—Desconozco el motivo por el cual él te mintió, pero yo te estoy diciendo lo que
Ramón me ha dicho a mí, y él lo conoce desde mucho más tiempo que tú, cariño.
—Yo no desconozco el motivo —dijo Silvia, llamando la atención de las otras
dos.
—¿Cómo que no lo desconoces, Óscar te ha contado algo más? —preguntó
María.
—No, pero no necesito que nadie me cuente nada más, ¿no lo entendéis? Según
todo lo que tanto Ramón como Óscar nos han contado, Lucas es el típico hombre
picaflor, se ha pasado toda su vida de mujer en mujer. Y ahora has llegado tú, María, y
lo estás cambiando. Puede ser que ni él mismo se esté dando cuenta de lo que está
pasando y haciendo, pero contigo está haciendo cosas que no ha hecho con ninguna otra,
y eso es porque tú representas algo distinto para él.
—Te equivocas tú también, puede ser que sus amigos os hayan dicho la verdad y
él esté actuando de forma distinta conmigo, pero eso no es porque yo signifique algo
especial para él o sea alguien diferente para él, no. Él está actuando así porque yo soy
diferente a la clase de mujeres con las que él suele tratar, nada más.
—¿Por qué te cuesta tanto entender que tú puedas ser alguien especial para él? Y
recuerda con quién estás hablando, somos nosotras, tus amigas, y te conocemos muy
bien. Tú no eres de las que pasa la noche fuera de casa con un hombre sin sentir nada
por él, así que deja de intentar engañarnos, que sabemos muy bien lo que sientes por
Lucas.
—Aquí no se trata de lo que yo sienta o deje de sentir por él, es de lo que él
siente por mí, y os lo vuelto a repetir: para él yo no soy nadie especial.
—Mira que puedes llegar a ser a veces cabezona, a ver, ¿por qué razón él no
puede llegar a enamorarse de ti? Explícanos, eres una mujer preciosa, buena, divertida,
cualquier hombre estaría encantado de estar contigo, ¿por qué él tiene que ser distinto?
—Lucía, no te alteres y sé razonable, yo también tengo espejos y sé lo que
reflejo. Es imposible que un hombre como Lucas se pueda enamorar de alguien tan
simple, tan normal como yo. Yo no tengo nada de especial, no llamo la atención por
donde voy, más bien todo lo contrario, suelo pasar desapercibida y yo lo prefiero. Pero
soy consciente de que es imposible que un hombre como él, con su físico, con su
inteligencia, con su estatus, se pueda llegar a enamorar de mí.
—Ya empezamos; María, tú eres una mujer fantástica y él tendría muchísima
suerte de tenerte a su lado, así que si de verdad es tan inteligente como tú dices, se
terminará enamorando de ti. Si no lo hace, entonces es que es otro gilipollas como
muchos de los que hay por ahí sueltos y no merece la pena sufrir por ellos —argumentó
Lucía ya enfadada.
—Bueno, ya dejemos el tema —intentó mediar Silvia para evitar que la sangre
llegara al río—. Como este fin de semana vamos a estar todas libres, vamos a organizar
las cosas para nuestra fiesta privada, ¿qué vamos a necesitar?
María y Lucía se miraron y decidieron que por esa noche el tema ya estaba
terminado, así que mejor pasar a cosas más divertidas.
—Pues necesitamos hacer hielos de café, muy importante —sonrió Lucía.
—¿Hielos de café? ¿Para qué? —se extrañó María.
—Ah, querida, porque me han dicho que están muy buenos si los añades junto con
hielos normales a la crema de orujo; creo recordar que por ahí tenemos una botella de
esa rica crema guardada —les dijo mientras sonreía.
—¿Y dónde has aprendido tú eso? —dijo Silvia.
—Muy fácil, de mi compañera de trabajo. También tenemos que comprar ginebra
rosa, un par de botellas de Seven Up y esos frutos rojos congelados que tienen en el
Carrefour para añadirlos al combinado.
—Hemos dicho fiesta de chicas, no botellón de chicas.
—Cuánto te falta por aprender, mi amiguita María, en toda buena fiesta que se
precie hay bebida.
—Ya, y también comida y algo más.
—Que sí, cansina, que sí, que no solo vamos a tener bebida; pediremos unas
pizzas y cogeremos tu queridísimo iPod y pondremos la música para bailar. ¿Te vale
con eso?
—Sí, sí me vale, tendré que buscar el iPod, creo que la última vez que lo vi
estaba dentro de mi bolso. ¿Quién se va a encargar de comprar las cosas?
—Las puedo comprar yo —se ofreció Silvia—. Tengo que ir el jueves a ver a un
cliente a Pozuelo, así que puedo pasarme después por el Carrefour de allí y comprarlo
todo. Además, me va a venir genial esta fiesta para desestresarme del trabajo, tengo a
mi jefe todo el día a mí alrededor por culpa de este nuevo caso y cuyo juicio es dentro
de poco.
—Vaya, todos los jefes de bufetes deben de ser iguales —se rio María—. A
Lucas le pasa lo mismo, su jefe los tiene a todos de un lado para otro por un caso
también muy importante.
—Pues decidido, el viernes fiesta de chicas en casa, nos lo vamos a pasar genial,
ya lo veréis. Además, hace tiempo que no hacemos una fiesta —concluyó Lucía—.
Ahora, si no os importa, esta que está aquí se va a dormir, que estoy muerta, buenas
noches.
—Sí, yo también me voy a la cama, pero antes os aviso desde ya, hemos quedado
en hacer una fiesta, no una macrofiesta, así que controlaos un poquito a la hora de
invitar a gente que nos conocemos, y dicho esto me voy —dijo María, pensando en que
todavía tenía que cumplir el castigo que le había puesto Lucas—. Buenas noches y hasta
mañana.
—Yo también me voy a dormir, hasta luego, chicas.
Capítulo 8
—Hola, preciosa, ¿qué tal estas? ¿Lista para irnos ya? —preguntó Lucas entrando
por la puerta de la biblioteca.
—Sí, ya estoy lista, un segundo, que le explico una cosa a mi compañera de
mañana y soy toda tuya.
—Nena, eso ni que lo digas —le contestó guiñándole un ojo con una gran sonrisa
en los labios.
—Ah, sí, vámonos —dijo ella toda sonrojada, desde luego este hombre decía
cada cosa, la tenía todo el día acalorada, y no solo por sus sonrojos.
—Por mí bien, pero ¿no tenías que decirle algo a tu compañera?
—Cierto, ¡joder! Si es que me distraes, me dices esas cosas y ya no sé ni lo que
tengo que hacer, en un segundo vuelvo.

—Ya estoy aquí, ¿a dónde vamos? ¿Nos vamos ya a tu casa?


—No, antes he pensado que nos vendría bien tomar una copa en un club que suelo
frecuentar. —En ese día Lucas había decidido que ya era hora de irla introduciendo en
sus gustos. No le gustaban nada los sentimientos que a veces le provocaba cuando la
veía con otros hombres, tenía que demostrarse que no significaban nada y la única
manera que se le ocurrió fue llevándola al Encuentros, el club de intercambio al que él
solía ir—. Pero antes necesito que abras la mente y que tengas muy claro que aunque yo
soy tu amo, en este club tú siempre vas a tener la última palabra, pero me encantaría
que no te cerraras en banda e intentaras probar cosas nuevas, ¿de acuerdo?
María se lo quedó mirando, ¿qué se supone que tenía que contestar, que de
acuerdo? Así sin más, sin más datos...
—Amo, no te enfades, ¿pero podrías ser un poquito más claro al respecto? No me
has dicho a donde vamos ni qué clase de club es para que me pidas que mantenga mi
mente abierta.
—No me enfado, tranquila. El Encuentro es un club de intercambio de parejas,
eso no significa que obligatoriamente tengamos que cambiar de pareja, por el momento
vamos a tomar una copa y a que veas el ambiente. Toma, me gustaría que llevases esto
por lo menos las veces que vayamos a sitios como el de hoy —le dijo mientras le
entregaba una caja.
María cogió sin mucha confianza la caja, al abrirla descubrió dentro un collar de
cuero con un colgante en plata con el dibujo de un lobo aullando.
—Qué bonito, me encantan los lobos, gracias.
—Es tu collar de sumisa, eso es lo que dice cuando lo llevas puesto, que eres mi
sumisa, y mía, solo mía. El lobo es mi símbolo, todo el que me conoce dentro de este
mundo sabe que me llaman así. Así que básicamente ese collar lo que dice es que tú
perteneces al lobo, o sea, a mí.
—¿Quieres que lo lleve siempre puesto? —preguntó María.
—No puedo negarte que me gustaría que lo llevaras siempre puesto, pero no te
voy a obligar a ello, por esta vez dejaré que seas tú quien decida, pero no te
acostumbres, ¿vale?
—¿Puedo pensármelo?, quiero decir, ya sé que quieres que lo lleve cuando
estemos en sitios como el Encuentro, pero ¿puedo pensarme lo de llevarlo todos los
días?
—Por supuesto.
—Gracias, amo, muchísimas gracias —contestó ella mientras se colocaba el
collar.
Al ponérselo la asaltó un sentimiento de permanencia, de que por fin había
encontrado su lugar, su sitio en el mundo, y eso la asustó. Significaba que su mundo, su
lugar, estaba al lado de Lucas siendo su sumisa, cumpliendo sus deseos. Y entonces
¿qué pasaría el día que él se fuese, el día que él ya no fuese nunca más su amo, el día
que dejasen esa relación que tenía? ¡Dios!, ¿dónde se estaba metiendo?, tenía que
pensar las cosas con calma y tranquilidad y, por supuesto, lejos de él, porque a su lado
era incapaz de razonar.
No se creía lo que le habían dicho ni Lucía, ni Silvia; ellas sabían de la relación
de ambos y pensaban que lo suyo podía durar, ser algo más de lo que era. No importaba
que según sus amigos él fuese distinto con ella que con otras mujeres, eso podía ser por
un millón de motivos y no porque lo suyo significase más que lo que hasta ese momento
él había tenido con sus anteriores sumisas o mujeres.
—Ya hemos llegado, recuerda: hoy es una primera toma de contacto, no tienes
que hacer nada que no quieras hacer.
—Pero eso es solo por hoy, ¿cierto? Tú sí quieres verme con otros hombres, ¿no?
—La verdad es que sí, sí me gustaría verte con otros, pero sabiendo que yo
siempre estaré presente y pararía el juego si notase que tú no estás cómoda, o si dices
tu palabra de seguridad, o si yo decido que se termine. No solo quiero verte con otros,
también quiero que nos vean en una de nuestras sesiones, mientras te domino, o más
adelante me gustaría ver como una ama te domina. En todas las situaciones puedes estar
tranquila, porque siempre estaría presente y yo siempre sería el que mandase en los
juegos. Pero no te empieces a agobiar, para eso todavía falta tiempo, antes tienes que
aprender a desinhibirte.
La ayudó a salir del coche, porque si era sincera consigo misma, le costaba
sostenerse en pie después de todo lo que le había dicho, ¿de verdad ella podría estar
alguna vez preparada para entregarse a otro hombre? Lo increíble es que se lo estaba
planteando, pero sabía que era lo que él quería y ella quería complacerlo, hacerle feliz.
«Estás loca, María», se dijo, «¿cómo puedes plantearte en serio una cosa así?». Se
regañó mientras le daba la mano y entraban en el club.
Si él no le hubiese dicho lo que era aquel sitio, ella no se lo podría haber
imaginado en un primer momento; era como cualquier bar al que había ido con sus
amigas. Había un ropero al entrar con un portero, quien los saludó al llegar, a Lucas por
su nombre; luego, era cierto que solía ir con frecuencia. Allí dejaron sus abrigos, y tras
una puerta entraron en el local. En un principio lo que vio fue una sala con una pista
donde había gente bailando, sillones con mesitas bajas alrededor, donde también había
algunas personas, y al fondo una barra, hacia donde se dirigieron para pedir algo de
beber, con taburetes altos.
—Buenas noches, Martín, para mí lo de siempre y para ella una Coca-Cola, por
favor.
—Enseguida, Lucas, ¿qué tal? Hacía tiempo que no te veíamos por aquí.
—Lo sé, he estado ocupado —respondió mientras mirada a María, quien estaba
inspeccionando todo con ojos asustados a su alrededor.
—¡María! —la llamó—. Ven, te presento a Martín, es uno de los dueños del club.
—Encantada.
—El placer es mío, a ti no te había visto nunca por aquí.
—No, es la primera vez que vengo.
—He traído a María para una primera toma de contacto, ella no ha ido nunca a un
sitio como este. Disculpadme, voy un momento al baño; tranquila, quédate aquí sentada
hablando con Martín —dijo notando la tensión en el cuerpo de ella.
—Bueno, así que tu primera vez, ¿y qué tal? ¿Qué estás pensando?
—¿La verdad?
—Sí, claro, toda clase de críticas siempre vienen bien al negocio para mejorarlo
—dijo guiñándole un ojo.
—Vale —respondió sonriendo—, pues enhorabuena, porque cuando Lucas me
dijo que vendríamos aquí no me esperaba esto. Me imaginaba algo más siniestro, si no
sabes lo que es podrías pensar que es un pub normal como a los que suelo ir con mis
amigas.
—Esa es la idea, aquí no solo viene gente que busca intercambios; una de las
normas de la casa es respetar el espacio de las personas, si por casualidad hubieses
entrado con tus amigas te puedo asegurar que nadie os hubiera molestado con
insinuaciones, ni os haría ir hacia las distintas habitaciones que hay aquí.
—¿Habitaciones? ¿Dónde?
—Por allí, si sigues a aquel pasillo, hay una serie de puertas y detrás hay
distintos ambientes, aunque creo que eso mejor te lo explicaría Lucas.
—No, por favor, explícame, quiero saber a qué atenerme cuando él venga.
—Está bien, hay unos cuartos con camas redondas donde pueden entrar varias
personas y mantener relaciones, también hay otro cuarto donde se está completamente a
oscuras y donde la gente se toca y puede mantener relaciones, eso sí, sin nunca saber
con quién están. Luego hay otras donde hay una gran cama para parejas que desean ser
vistas sin que haya nadie con ellas; esas habitaciones tienen un espejo grande que en
realidad dan a otro cuarto oscuro donde están las personas observando lo que hacen.
Luego hay un cuartito lleno de glory hole.
—¿Glory hole? —preguntó ella extrañada.
—Sí, son pequeños agujeros en la pared, por donde la gente puede meter sus
dedos o sus miembros para que los que estén al otro lado de la pared los usen. También
tenemos en la parte del sótano unas habitaciones especiales para los amantes del
BDSM, allí dispones de cadenas, fustas y otros materiales que desees. Por supuesto,
todo a estrenar. Este club funciona como los clubs ingleses antiguos, los socios pagan
una cuota mensual, la cual les da derecho al uso de las distintas habitaciones que
tenemos y a materiales y juguetes sexuales sin estrenar a su disposición; en todas ellas
también hay condones, puesto que la norma principal y más importante del local es que
todas las relaciones se practican usando preservativos; quien no se atenga a esa norma
es automáticamente expulsado.
—Eso está muy bien, la seguridad higiénica es algo muy importante, me gusta que
la hayáis tenido en cuenta.
—Gracias, ahora vengo a seguir hablando —dijo mientras se alejaba para
atender a otros clientes que estaban esperando sus bebidas.
María se quedó sola con su Coca-Cola, mirando a su alrededor, cuando sintió que
alguien se sentaba en el taburete que estaba a su lado.
—Hola, ¿tú eres nueva, verdad? Nunca te había visto por aquí. Soy Juanjo.
—Hola, sí, soy nueva, soy María.
—Encantado de conocerte, ¿quieres bailar?
—No, gracias, estoy bien donde estoy.
—Que estás bien ya se ve, pero estarías mejor en una de las habitaciones que hay
al fondo.
—¿Perdona?
—No hay nada que perdonar, siempre y cuando me dejes llevarte a uno de esos
cuartos.
María estaba realmente asustada, ya sabía que no podían obligarla a ir a ningún
sitio, pero ese tío parecía muy decidido a llevarla a una habitación, y encima Lucas se
había perdido desde que habían llegado. Martín no podía ayudarla, ya que estaba con
unos clientes.
—Lo siento, pero no voy a ir contigo a ningún lado —dijo mientras se tocaba el
collar de forma distraída, a ver si por casualidad él levantaba la mirada de sus tetas y
se lo veía.
—¿Por qué no?, si estás aquí es para esto, ¿no?
—Bueno, no, además, he venido acompañada.
—Lo sé, te vi cuando entraste, pero por lo que puedo apreciar tu pareja ha
decidido dejarte sola, así que ¿por qué no divertirte al igual que seguro lo está
haciendo él con otra?
María se quedó pensando en lo que Juanjo le acababa de decir, ¿y si era verdad
que Lucas se había ido con otra cuando llegaron? Pero no, él no haría algo así, si él
hubiese querido estar con otra no la habría llevado a ella hasta allí, ni tampoco habría
insistido en pasar esa noche juntos antes de irse al día siguiente de viaje.
—Te equivocas, estoy segura de que mi pareja vendrá de un momento a otro.
—Niña tonta, todos aquí conocemos a tu pareja y sabemos que él no es de tener
parejas fijas; lo que le gusta es ir cambiando de una a otra, y mientras deja a la que ese
día toque con el resto de hombres del local.
—Buenas, ¿interrumpo? —oyeron de pronto que alguien decía a su lado—. Siento
haber tardado tanto, me llamaron por teléfono y salí para hablar.
—No importa, he estado entretenida hablando con Martín, quien me ha contado
todo lo que tenía que saber sobre el local.
—Y por lo visto también has estado hablando con Juanjo, ¿qué tal estás? Hacía
tiempo que no te veía.
—Bien, estaba aquí hablando con tu amiga, como la he visto tan sola...
—Gracias, y no es una amiga, es mi novia. Y ahora, si nos permites, nos gustaría
estar a solas; si queremos compañía, ya te avisaremos, gracias y a ver si nos vemos
más.
—Muy bien, hasta luego, pareja.
—Gracias, la verdad es que no me gusta ese tío.
—A mí tampoco, ¿qué tal si nos sentamos en uno de esos sillones y hablamos?
Tampoco quiero que nos vayamos tarde, mañana tenemos que madrugar, mi vuelo sale a
las 10, así que te dejaré en tu casa a las 8.30 y de ahí me iré para el aeropuerto.
—¿Y por qué mejor no cogemos mi coche, y así yo te llevo mañana al aeropuerto
y no tienes que andar ni con tu coche ni cogiendo taxis?
—¿Estás segura de eso?, no quería decirte nada, porque lo mismo querías dormir
un poco más.
—No, claro que no, además, me encantará llevarte y siempre puedo dormir
después de despedirte.
—Bien, pues gracias. Vayamos a los sillones que están en aquel rincón y así
podremos tomar nuestras bebidas tranquilos. Me has dicho que Martín te ha contado
todo sobre el local, así que ya sabes lo que hay y las distintas diversiones que ofrece,
¿cierto?
—Sí, me ha contado lo que hay.
—Y de todo lo que te ha dicho, ¿cuál te atreverías a probar para ir empezando?
—Mientras estaba sola lo he estado pensando, y creo que no me importaría ir a la
habitación de los espejos, esa en la que estamos solos tú y yo, donde otros nos pueden
mirar detrás del espejo, pero nosotros no los vemos a ellos.
—Buena elección, es la más light de las que se ofrecen. Donde también podemos
ir para empezar es a las mazmorras de abajo, ¿Martín te ha hablado de ellas?
—Sí, también me lo ha dicho, me ha dicho que son habitaciones especiales que
están preparadas para la práctica del BDSM, con cadenas, fustas y todo el material que
se necesite.
—Exacto, de hecho, la habitación de mi casa es el modelo en el cual él se fijó
para las de la mazmorra. ¿Qué tal el otro día con tus amigas, cuando te dejé en casa?
Supuse que estarían hablando o haciendo algo juntas, puesto que cuando me mandaste el
castigo ya era muy tarde.
—Sí, lo siento, pero me ordenaste que tenía que mandártelo en la noche, y aunque
era tarde te lo mandé.
—No te estoy regañando, todo lo contrario, fuiste una muy buena esclava e hiciste
justo lo que te ordené. Espero que después de haberlas escrito tantas veces, ya estén
claras para ti.
—Sí, amo, las tengo muy claras, gracias por la lección.
—De nada, y buena chica. ¿Has terminado? Estoy deseando llegar a casa.
—Sí, por mí nos podemos ir cuando tú quieras. Vamos primero a mi casa para
coger mi coche, yo te sigo hasta tu casa después y así ya mañana nos vamos los dos en
el mío.
—Muy bien, pues vámonos. Por cierto, ¿qué coche tienes?
—Un descapotable de Peugeot en color crema.
—Muy femenino, por lo que me cuentas. Pues venga, vayamos a tu casa a por ese
coche y luego a pasar la noche juntos. Ahora cuando salgamos, ya si quieres puedes
quitarte el collar, pero no lo pierdas, puesto que cada vez que vengamos tendrás que
llevarlo puesto.
—Si me lo permites, me gustaría llevar el collar siempre puesto, también lo he
estado pensando mientras estaba sola.
—Pues sí que te ha dado tiempo a pensar en cosas —río él complacido con la
decisión que ella había tomado, pensaba que le iba a costar más trabajo convencerla
para que llevase su collar puesto siempre—. Por supuesto que te lo permito, y que
sepas que me complace mucho tu decisión y me llena de orgullo el que quieras que
todos sepan que eres mía.
Una hora más tarde ya estaban en casa de Lucas. Cuando María se disponía a ir a
la habitación a cambiarse de ropa, una mano la sujetó, le hizo cambiar de dirección y se
dirigieron hacia la habitación de la cama con dosel, hacia la habitación donde ellos
exploraban los límites de su relación.
—No, todavía no nos vamos a la cama, como esta noche me has complacido
mucho y me has hecho que me sienta muy orgulloso —le dijo él mientras rodeaba su
cuello y tocaba su collar—, he decidido que mereces un premio, así que antes vamos a
disfrutar un ratito más.
Una vez entraron en la habitación, María empezó a desnudarse, ella ya sabía que
cuando estaban allí tenía que estar solo con la ropa interior y ponerse de rodillas en el
suelo con las piernas separadas, lista para él.
—Bien, hoy vamos a usar algo nuevo, pero, tranquila, ya sabes que es un premio;
luego no vas a sentir más que un gran placer, ¿de acuerdo?
—Como tú digas, mi amo.
—Buena esclava, ven, acércate a los pies de la cama.
Una vez allí, Lucas le puso la venda en los ojos, quería que no viese nada, que
solo sintiese. Había estado pensando en lo que iba a hacer con ella en el trayecto desde
su casa hasta la de él. La empujó hasta que sus piernas chocaron con los pies de la
cama, ahí la dejó de pie y cogiendo uno a uno sus brazos se los ató a cada poste; hizo
que también abriese las piernas, pero para lo que tenía en mente necesitaba que no
estuviesen atadas. Con tranquilidad se dedicó a terminar de desnudarla, le abrió el
sujetador, cuyo cierre estaba delante, y le quitó el tanga que llevaba puesto; también le
quitó los zapatos, le gustaba verla con tacones, pero eso era solo cuando le pedía que
se exhibiese delante de él, como cuando hacía que le sirviese la cena o que le trajese
alguna cosa que él previamente había guardado en otra habitación, lejos, para que
tuviese que caminar y así poder ver como ese delicioso cuerpo que le tenía loco se
movía por su casa.
Se fue a la cómoda y sacó otra cuerda, la empezó a enrollar alrededor de sus
exquisitos pechos; no pudo resistirse a probar esos pezones, que llevaban un rato
llamándolo. Sonrió contra su piel al sentir el escalofrío que le había producido.
Terminó de enrollar sus pechos y siguió enrollando la cuerda a su cintura y luego
bajando hacia su culo; introdujo la cuerda entre los glúteos, y aprovechó para rozarle
tanto el ano como el clítoris cuando dirigió la cuerda hacía él. Terminó volviendo a su
cintura, donde acabó de enrollar la cuerda con un nudo. Se alejó para comprobar su
obra y se quedó maravillado de lo que sus ojos veían.
—Ojalá pudieras verte, estás guapísima, ahí toda expuesta para mí, y atada; me
encanta el contraste de la cuerda contra tu piel.
María lo escuchó, aunque le estaba costando trabajo, pues llevaba ya un tiempo
en el que era incapaz de concentrarse en nada; solo era capaz de sentir cada roce de la
cuerda contra su cuerpo. Le gustaba la aspereza de la cuerda y lo que le hacía sentir al
rozar sus pechos y su clítoris.
Lucas se acercó y empezó a masajear sus duros pechos, le encantaban esos
pechos, había noches en las que soñaba con ellos, con todo lo que podía hacerles. Besó
su boca, para luego bajar hacia los pechos, y empezó a besarlos. Se desplazó hacia los
pezones y comenzó a torturarla, lamiéndolos, mordiéndolos, saboreando, sintiendo los
rápidos latidos de su corazón, notando cómo se ponían muy duros, lo cual le facilitaba
la tarea de seguir mordiéndolos. Los agarró con sus dedos y tiró de ellos; ella dejó de
respirar y un pequeño escalofrío recorrió su cuerpo.
—No tienes permitido correrte todavía —le advirtió—; acabamos de empezar,
todavía queda mucho por hacer —dijo mientras se dirigía al mueble para sacar unas
pinzas para los pezones—. Ahora te voy a poner unas pinzas en los pezones, no tienen
mucha fuerza, así que no te va a doler; lo más que vas a sentir es al principio una
pequeña molestia, espero que lo resistas.
—Sí, amo.
—Bien, están unidas por una cadena, así que eso también lo notarás, ¿de
acuerdo? Voy a empezar por el derecho y después el izquierdo, ¿preparada?
—Sí, amo —le dijo mientras sentía un pequeño pellizco en los pezones al tiempo
que le ponía las pinzas. Notó el peso de la cadena, que hacía que los pezones se
estiraran hacia abajo, pero de momento era soportable; lo peor era sentir lo fría que
estaba la cadena que los unía.
—¿Qué tal? ¿Bien?
—Sí, bien, lo que más he sentido es lo fría que está la cadena.
—Sí, lo siento, para eso no tengo remedio, entonces sigamos.
Le besó los labios de nuevo, la quería totalmente relajada y entregada a él. Por lo
que ya había descubierto, lo que más la relajaba y excitaba eran los besos. Mientras
asaltaba su boca, su mano se fue desplazando a lo largo de su cuerpo; por el camino,
tiró de la cadena de las pinzas para sentir su sobresalto, y terminó llegando hasta la
entrada de su vagina. La recorrió con un dedo y notó que ya estaba muy húmeda y
preparada para él. Primero le metió dos dedos, después de retirar la cuerda, llegando a
tocar su punto g, lo que hizo que ella empezase a gemir en su boca y a no poder estarse
quieta; le encantaba oírla gemir y gritar, ya se había dado cuenta de que era muy
escandalosa y eso le volvía loco. Sacó los dedos y dejó de besarle la boca.
—Recuerda que no tienes permitido correrte todavía, ya te diré cuándo puedes
hacerlo.
—Amo, yo lo intento, pero de verdad que me va a ser muy difícil no correrme, y
más si sigues asaltándome como lo estás haciendo.
—Lo sé —dijo riéndose—, pero tienes que aprender a controlar tu cuerpo.
María pensaba que estaba loco si pensaba que ella iba a poder evitar correrse
con todo lo que le estaba haciendo, bastante le había costado impedirlo cuando le había
metido los dedos. No podía evitar moverse, pero al hacerlo solo conseguía que la
cuerda le rozara más en su culo y en su vagina, con lo que su excitación crecía por
momentos. Intentó estarse quieta para poder recuperar su respiración y el control de su
cuerpo, pero en ese momento empezó a sentir la boca de Lucas bajando por su cuerpo y
dio la batalla por perdida. ¿Cómo se suponía que tenía que controlarse, cuando estaba
sintiendo esos deliciosos labios bajando por sus pechos? Cuando llegó a su vagina, le
apartó la cuerda y le metió la lengua; empezó a morder su clítoris y a lamerla y
comerla. Le fue imposible resistir por más tiempo y suplicó por su liberación.
—Amo, por favor, te lo ruego, no puedo aguantar más, por favor, deja que me
corra.
—Un poquito más.
—Por favor, no puedo más.
—Está bien, como te has portado muy bien hoy, voy a dejar que te liberes.
No terminó él de darle permiso cuando ella empezó a retorcerse, a gritar y le
recorrió un gran orgasmo por todo su cuerpo. Lucas, que todavía estaba lamiendo su
vagina, notó toda su humedad, y aprovechó para seguir saboreándola y seguir bebiendo
de ella; tenía un sabor tan delicioso, tan dulce.
—Gracias, amo, no podía aguantar más.
—De nada, y ahora estate quieta mientras te quito las pinzas y la cuerda.
Empezó quitándole las pinzas de los pezones, para después seguir con el nudo de
la cuerda que le recorría su cuerpo.
—Ay, duele —la oyó quejarse.
—¿Qué te duele?
—Los pechos, me duelen los pechos.
—Perdona, no me acordaba —y empezó hacerle un ligero masaje—. Lo siento,
no había caído en que al quitarte las pinzas podía llegar a sentir cierto malestar, cierto
entumecimiento después de tanto tiempo con ellas puestas. ¿Mejor?
—Sí, muchas gracias, eso está mucho mejor.
—Bien, voy a terminar de quitarte la cuerda. Tenemos que seguir entrenando este
culo tuyo, no voy a poder resistir mucho tiempo sin probarlo —le dijo mientras retiraba
la cuerda que la rodeaba.
Lo último que le retiró fue la venda de los ojos; cuando se la quitó, la cogió de la
mano y juntos se fueron a su habitación para dormir y descansar un poco. Pero no había
empezado a andar cuando ella lo detuvo.
—¿Qué te pasa? ¿Te duele algo más? —le preguntó preocupado.
—No, no es nada de eso, pero, amo, ¿qué pasa contigo? Yo he recibido un gran
placer, pero ¿y tú?
—No te preocupes por mí, esta noche era para ti, ese era tu premio.
—Amo, mi regalo más preciado es tenerte a ti, sentirte a ti dentro de mí.
—María —le dijo en un susurro, como una simple frase podía conseguir
conmoverle tanto; algo raro le pasaba con esa mujer, ella le hacía sentir cosas que
nunca había sentido, y eso no estaba bien—. Dime exactamente qué es lo que me estás
pidiendo —le exigió mirándola a los ojos.
—Amo, sin despreciar el regalo que acabas de darme, ¿podría pedirte un regalo
más?
—Ya veremos, primero dime en qué estás pensando y luego ya te diré mi
decisión.
—Vale, tú dices que hoy es mi noche, bien, pues por mi noche quiero tenerte a ti.
Quiero ser yo la que lleve la voz cantante y hacerte disfrutar como tú acabas de hacer
conmigo, por favor.
Lucas no se podía creer lo que le acababa de pedir, era el cabrón con más suerte
del mundo. Ella le estaba pidiendo ponerse en sus manos para darle placer. ¿Cómo
negarse a eso?
—Está bien, por hoy y porque me has pillado de muy buen humor, te lo concedo,
pero mejor en nuestra habitación —le dijo volviendo a coger su mano para dirigirse a
su dormitorio—. Ya estamos aquí, y como quieres ser tú la que lleve la voz cantante,
¿qué quieres que haga?
—Quiero que te tumbes boca arriba en el centro de la cama, desnudo, por favor.
—Bien, aquí estoy, ¿y ahora?
—Ahora, si no te importa, cállate —le dijo y empezó a besarlo en la boca y a
bajar su mano hacia su duro miembro.
María no se podía creer que él le hubiese dejado salirse con la suya, llevaba días
deseando tenerlo así, desde la noche en que sufrió aquel húmedo sueño. Se dedicó
primero a pajearle con la mano para luego bajar dándole suaves besos por su pecho,
hasta llegar a su erecto pene. La boca se le hizo agua de pensar en tenerlo dentro;
sustituyó su mano por su boca, e hizo lo mismo que él le había hecho a ella un rato
antes, se limitó a disfrutarlo lamiendo, succionando, chupando.
—María, si sigues así vas a conseguir que me corra muy rápido.
—Eso es lo que quiero, pero ¿puedo pedirte que te corras estando dentro de mí?
Quiero sentirte dentro de mi vagina.
—Eso ni se pregunta, por supuesto que sí —le dijo mientras la sujetaba de la
cintura y la ayudaba a ponerse encima de su duro miembro—. Eso sí, no esperes que
resista mucho tiempo, estoy a punto de estallar.
—Yo también estoy a punto de explotar —le informó mientras lo montaba, y justo
en ese momento se corrieron juntos. En el silencio de la noche se mezclaron los gritos
de ella con los gemidos de satisfacción de él.

—María, hora de levantarse, venga, arriba, perezosa, tenemos el tiempo justo


para desayunar e ir al aeropuerto.
—Ya voy, ya voy, dame dos segundos —remoloneó ella en la cama; al final,
anoche entre los juegos de uno y los suyos, cuando quisieron dormir era ya muy tarde.
—Bien, ya estoy aquí —le dijo entrando en la cocina—, ¿qué has dicho de un
desayuno?
—Eso sí que lo has oído, ¿eh? —sonrió él—. Toma, aquí tienes el café y ahí las
tostadas con el aceite y el tomate que tanto te gusta.
—Gracias, creo que estoy todavía algo dormida.
—Lo he notado —le dijo dándole un suave beso en los labios—. Venga, preciosa,
termina y a vestirse, que nos tenemos que ir. Luego hasta la hora de entrada a tu trabajo
podrás descansar, ¿vale?
—Sí, sí, ya estoy despierta —le dijo.
—Espera, no te tomes ese café.
—¿Qué? ¿Por qué? ¿No me has dicho que este café era para mí?
—Sí y para ti era por lo menos antes de que le echaras la sal a él y no a las
tostadas.
—Uy, perdón, gracias por avisarme, aunque no te lo creas, no es la primera vez
que me pasa.
—Te creo, venga, espabila, que al final no llegamos.
María terminó rápido su desayuno y se vistió en tiempo récord.
—Venga, vamos, ya estoy lista, al final vamos a llegar tarde por tu culpa.
—¿Por mi culpa? —le dijo dándole un azote en el culo.
Una vez en el aeropuerto, ella ni aparcó, lo dejó en la entrada. Con un salvaje
beso se despidieron, prometiéndose que cada noche estarían en contacto mediante
WhatsApp, y más ahora, que tenían video llamadas.
Capítulo 9
Por fin ya era viernes. María estaba muerta, había sido una semana muy larga e
intensa. Aunque todavía no se había acabado, ya que esa noche tenían la fiesta que
habían planeado, solo esperaba que no desfasaran mucho y poder irse pronto a su
cuarto para hablar con Lucas. Nunca imaginó que lo echaría tanto de menos, hacía solo
un día que se había ido y ya lo estaba añorando. El saber que no estaba cerca de ella le
hacía sentirse así, era una tontería, pero no podía evitarlo, y eso que la otra noche con
la videoconferencia se lo habían pasado muy bien.
—María, aquí hay un mensajero con un paquete para ti —la llamó Lucía.
—¿Para mí?
—Sí, así que ven a por él, porque el mensajero no me lo da.
—Hola, soy María —se presentó ella una vez en la puerta de la casa—. Tome mi
DNI.
—Bien, firme aquí y le daré su paquete, gracias, y buenos días.
—Gracias a usted —le correspondió ella cerrando ya la puerta.
—¿Qué será lo que habrá dentro? —preguntó curiosa Lucía.
—No lo sé, y ¿quién me lo habrá mandado?
—Eso se soluciona abriéndolo, lo sabes, ¿no?
—Que sí, pesada, que ya lo abro —dijo de camino a la cocina para coger una
tijera para romper el paquete.
—Tía, hay que ver lo que tardas para todo, ¿cuánto tardas en abrir un paquete? —
exclamaba Lucía nerviosa.
María se puso de color rojo cuando al fin consiguió abrir el paquete; dentro había
una caja que contenía un consolador de color morado y con el mango en negro, también
un paquete de pilas y una carta con su nombre.
—Bueno, podemos suponer de quién es el regalo, ¿no? —dijo Lucía.
—Sí, creo que podemos suponer muy bien de quién es; cuando lo pille, me lo voy
a cargar por regalarme esto —dijo María, avergonzada.
—Sí, claro, te lo vas a cargar, pero a polvos —se carcajeó su amiga.
—Pero qué bruta que puedes llegar a ser a veces.
—Claro, como que es mentira, a ver si ahora me vas a decir que lo más que has
hecho con él ha sido jugar al trivial.
—Bueno, no, pero para regalarme esto, no sé yo.
—Quizá lo que tendrías que hacer es leer la carta que va con el regalito y
enterarte de lo que te dice.
—Miedo me da leer lo que sea que haya ahí escrito —le confesó a su amiga.
—Si quieres, la leo yo por ti; total, no te va a decir nada más fuerte de lo que te
pueda haber escrito en sus mensajes, ¿no? —se ofreció Lucía. Sabía todo sobre la
relación que mantenía su amiga con Lucas, puesto que un día María se había sincerado
con ella buscando su consejo, después de uno de los juegos en la casa de Lucas; le
había contado el tipo de relación que mantenían, y hasta lo del club de intercambio.
—¿No te importa?, porque creo que ahora mismo soy incapaz de juntar más de
dos letras.
—Vale, vamos a ver qué se le ha ocurrido al pervertido de tu novio.

Buenos días, María:


Quiero que mientras yo esté de viaje empecemos un juego nuevo y para eso vas
a necesitar usar el regalo que te he mandado. Para que luego no me des excusas, te
he mandado hasta las pilas que vas a necesitar para ponerlo en funcionamiento.
Quiero que uses el consolador cinco veces al día hasta que nos volvamos a ver en
persona. Eso sí, por supuesto, tiene condiciones, ya lo sabes. En realidad, solo tiene
una condición, como ya sabes, todos tus orgasmos me pertenecen y solo puedes
sentirlos estando yo presente, así que mientras usas mi regalo tienes prohibido
correrte, pero es obligatorio usarlo las cinco veces que te he dicho. Todas las noches
te voy a preguntar por ello y ya sabes que no eres capaz de engañarme, además,
también sabes que intentar engañarme llevaría un castigo, así que, cariño, disfrútalo
y piensa en mí mientras lo uses. Nos vemos pronto, un beso.

—¡Qué quiere que haga qué! —gritó María cuando Lucía terminó de leer la carta
— loco, está claro que se ha vuelto loco.
—Tía, me encanta tu novio, y no, no se ha vuelto loco, ya te lo dije cuando me
explicaste el tipo de relación que teníais, simplemente te has buscado un novio al que le
gusta jugar y eso no es nada malo, María, además tienes que reconocer que este juego
nuevo que te ha propuesto es bastante interesante.
—Nos ha jodido, a ti te parece interesante porque tú no eres quien lo tiene que
hacer. ¡Dios mío en que lío me he metido!.
—No estás en ningún lío, ojalá todos los líos fuesen como este. No tienes nada
que pensar ni razonar, solo tienes que hacerte una pregunta, ¿él te gusta? ¿Te gusta lo
que hacéis? —le preguntó mirándola a los ojos.
—Sí, sí me gusta y mucho y tengo que reconocer que me gusta todo lo que
hacemos y los juegos que me propone —reconoció mordiéndose el labio inferior.
—Pues entonces no tienes que pensar en nada, coge tu regalo, las pilas, pónselas
y a disfrutar aunque no demasiado puesto que ya sabes que tus orgasmos son suyos —le
dijo en tono burlón guiñándola un ojo.
—Tienes razón, tengo la mala costumbre de analizarlo todo y en esta relación no
es aconsejable hacerlo —reconoció cogiendo su regalo, y todo lo que le acompañaba y
llevándolo a su habitación para guardarlo.
—Yo que tú le mandaba un mensaje diciendo que ya tienes el regalo y lo que
piensas de él —le gritó Lucía desde el salón donde se había quedado viendo la
televisión.
María entró en su cuarto, le puso las pilas al aparatito y lo encendió para
probarlo, joder como se movía el cacharro, en fin mejor sería que de momento lo
guardase en su mesita de noche para tenerlo a mano y que le mandase ese mensaje que
le había aconsejado Lucía que le mandase.
—He recibido tu regalo y la carta que lo acompaña, ¿va en serio lo de las cinco
veces y el que no puedo llegar a correrme? —le dio a enviar al WhatsApp, vio que
salieron los dos tics, y a continuación se pusieron en azul, señal de que los había leído.
Al segundo una alarma sonora le informó de que había recibido un WhatsApp de vuelta
y lo abrió para leer la contestación de Lucas.

«Por supuesto que va en serio, ya sabes que en lo que a nuestros juegos se


refiere no bromeo así que más te vale cumplir con lo que te he ordenado, ¿qué planes
tienes para hoy?»

«Hoy tenemos fiesta de chicas en casa, Silvia se ha encargado de comprar la


bebida y luego pediremos unas pizzas y pondremos algo de música»

«Y algo más ¿no?»

«Sí, bueno, por lo que acabo de descubrir también tengo que mastúrbame cinco
veces y luego contarte mis progresos»

«Eso es, buena chica, y ahora te tengo que dejar estoy a punto de entrar en una
reunión, hablamos después»

«Hasta luego, Amo»

Loco, estaba loco, no, corregía, ella era la que se estaba volviendo loca por
aceptar todo lo que él le proponía, pero quizás Lucía estaba en lo cierto y no era
cuestión de locura sino de que cada persona disfrutaba del sexo de forma distinta y eso
no tenía que significar que unas fuesen más validas que otras.
—¿Quién quiere un gin-tonic bien cargado?, venga que no se diga, que luego no
tenemos que conducir ni nada de eso —gritó Lucía para hacerse oír por encima de la
música que habían puesto en el reproductor.
—Nosotras queremos uno cada una, porque mi querida María por hoy para ti las
Coca-Colas se han terminado —pidió Silvia.
—Silvia sabes que yo no bebo, para mí la Coca-Cola mejor, Lucía.
—Ni hablar, me niego, ¿qué miedo tienes? Lo más que te puede pasar es
emborracharte un poco y no supone ningún problema puesto que estamos en casa y no
hay que coger coche ninguno y si te emborrachas, yo te prometo meterte después en tu
cama, así que tú hoy vas a probar los gin-tonic y también la crema de orujo con los
hielos de café. Me encanta esta canción, es Marc Anthony, ¿vamos a bailar?
En la tarde ya habían retirado parte de los muebles del salón hacía un rincón para
tener así una pista improvisada de baile, solo habían dejado una mesa bajita cerca para
poner las pizzas que habían pedido. Justo en ese momento llamaron a la puerta, era el
repartidor con las pizzas que habían encargado.
—Vaya, yo creía que habíamos encargado unas pizzas, no unos bomberos en
acción —dijo Lucía al abrir la puerta y encontrarse al repartidor y a Ramón y Oscar
detrás —venga pasar adentro, no os quedéis en la puerta, la fiesta es en el salón, allí
están Silvia y María junto con un cuantas amigas y compañeras nuestras.
—Bien, parece que la fiesta ya no es exclusiva de chicas —anunció Lucía
entrando en el salón seguida por los chicos —Chicas, estos son Oscar y Ramón, ellas
son Arantxa, Maribel, Laura, Eva, Gema y Faby, a Silvia y a María ya las conocéis.
—Hola, cuanta mujer junta, no sé si nos conviene quedarnos mucho tiempo aquí
—dijo Ramón cogiendo por la cintura a su chica y dándole un beso.
—Podéis estar tranquilos somos chicas buenas, ¿verdad, chicas? —rio Lucía.
—Por supuesto que somos buenas —dijeron Silvia y María quienes se acercaron
a saludar a los dos chicos —, venga no os quedéis ahí parados, entrar, las bebidas están
en esa mesa y la pista de baile está en el centro del salón, y las pizzas las podéis dejar
en esa otra mesa para tenerlas a mano también.
Volvieron a llamar al timbre de la puerta y esta vez fue María abrir, temía que la
música o el ruido que hacían molestase a alguno de los vecinos, al fin y al cabo vivían
en un edificio antiguo y la mayoría de sus vecinos eran personas mayores, así que era
mejor que fuese ella abrir ya que se había criado allí y todos la conocían.
—Hola, siento molestar pero he oído el ruido.
—Sí, perdona y lo siento ahora mismo lo bajamos un poco señora Carmen —se
disculpó ella.
—No, hija, no, si no vengo a quejarme para que bajes la música, al contrario me
encanta escucharos, nos viene muy bien tener sangre joven en este viejo edificio. Lo
que yo venía a decirte es que tengo a los nietos en casa y están algo aburridos y bueno
lo que quería pedirte es si no te importa que viniesen a tu fiesta. Son tres nietos los que
tengo, dos chicos y una chica.
—No, por supuesto que pueden venir, cuantos más mejor, y si usted también
quiere entrar con mucho gusto la aceptamos.
—Gracias, hija, pero una ya no está para fiestas, pero no vayas a pensar que una
nunca se ha divertido, anda que no me he pegado mis buenos bailes en los guateques
que hacía con mis amigas en mi juventud. Aunque en mi época no había hombres como
esos que tienes ahí dentro —dijo la mujer mirando detrás de ella.
María se dio la vuelta para ver de quien estaba hablando y claro detrás de ella
estaban Oscar y Ramón —Oh, deje que le presente a esos monumentos —le susurró a la
señora Carmen— Oscar, Ramón venir un momento, os quiero presentar a la señora
Carmen una buena vecina mía.
—Encantados señora Carmen, por fin llega una mujer como Dios manda a esta
fiesta, una mujer que sabe muy bien lo que es la vida y divertirse, ¿a qué sí? —le dijo
Ramón con una gran sonrisa.
—Uy, qué peligro tienen estos hombres, María, pues que sepa jovencito que si le
llegó a pillar con unos veinte años menos usted no se me escapa.
—Ni veinte años ni nada, ya me ha conquistado, lléveme a su casa y enséñeme
todo lo que una mujer como usted debe de saber —le respondió dándola un beso en la
mejilla.
—Ramón por favor, compórtate, además no querrás que le diga a Lucía, tu novia,
que estás aquí afuera ligando con otra ¿no?.
—¿Tú eres el novio de Lucía? Normal, yo siempre he dicho que esa chica tiene
los pies bien puestos en el suelo y que sabe lo que se hace. Así que ¿usted es el novio
de María o de Silvia?.
—De ninguna, señora Carmen, Oscar es un buen amigo de todos.
—Pues no te preocupes hijo, con la fiesta que tenéis ahí dentro seguro que esta
noche te llevas alguna a casa. Y tú, María, cuando vas aprender de tu amiga y te vas a
buscar a un buen chico como ha hecho ella.
—¡Señora Carmen! No me diga esas cosas —le regaño cariñosamente ella.
—No se preocupe por ella, María también ha sabido buscarse un buen hombre, lo
que pasa que hoy está de viaje de trabajo, si no seguro que le encantaría conocer a una
mujer tan especial como usted. Y ahora, ya que me ha rechazado me voy adentro a ver
si mi novia me consuela —le dio dos besos a la buena mujer y junto con Oscar se
dirigieron al salón.
—Hasta luego señora Carmen, si consigo alguna chica hoy la informaré —se
despidió Oscar.
—Bueno, como puede ver no hay ningún problema en que vengan sus nietos,
vamos a estar en casa, y también tenemos pizzas para comer, así que no se preocupe y
dígales que bajen a divertirse un rato.
—Muchas gracias, guapa, ahora mismo les digo que bajen a ver si así no están tan
mustios como están.
Según cerró la puerta a su vecina, María se dirigió en busca de Ramón, no sabía
el lío en el que la había metido con su vecina. Le encontró bailando con Lucía.
—Como se te ocurre decirle eso a mi vecina —le dijo.
—¿Qué ha pasado? ¿Qué vecina? —preguntó Lucía.
—Aquí, tu Don Juan que le ha dicho a la señora Carmen que tengo novio y que él
estará encantado de conocerla. Con lo cotilla que es esa mujer, madre mía, mañana que
digo mañana, esta noche se va a enterar todo el edificio. Y por supuesto no vayas a
pensar que se va a olvidar de que le has dicho que mi novio estará encantado de
conocerla, voy a tener a esa mujer todo los días en mi puerta hasta que le presente a
alguien.
—Tú le has dicho eso a la señora Carmen, no me lo puedo creer —dijo mientras
se reía.
—Pues no te reirás tanto cuando sepas que ella también sabe que él es tu novio
—se vengó ella.
—¡Que! —exclamó mientras escupía su bebida— ¿también le has dicho eso?
—No, eso no se lo he dicho yo, eso ha sido tu amiga la aquí presente —se
defendió él— además que tiene de malo que ella se entere de que tienes novio, además
estoy seguro de que a Lucas no le importará conocerla si se presenta la ocasión.
—¿Lucas? ¿Qué tiene que ver Lucas en todo esto?
—Como que ¿qué tiene que ver Lucas en todo esto? Vamos a ver, tú y él sois
novios, ¿no? Pues digo yo que si esa buena mujer quiere conocer a tu novio, al que
tendrá que conocer es a Lucas, ¿o a quién pretendías presentarle? —respondió Lucía—
María ¿Cuántas copas llevas ya que se olvida hasta el novio que tienes? A ver, yo
entiendo que no estás acostumbrada a tener pareja, pero digo yo que después del par de
meses que lleváis juntos ya va siendo hora de hacerte a la idea, ¿no?
—Sí, bueno, es cierto que Lucas y yo estamos saliendo, pero no creo yo que a él
le hiciese mucha gracia eso de tener que tratar a la señora Carmen solo para satisfacer
sus instintos de periodista del corazón frustrada —respondió confusa ella. «Seguro que
a Lucas no le hace ni pizca de gracia que haya salido su nombre a relucir con mi vecina,
espero que no se enfade por ello y entienda que son cosas inevitables cuando se juntan
mis amigas y los suyos en un mismo ambiente».
Mientras las dos amigas discutían sobre quién era el novio de quien, y sobre su
vecina, Ramón decidió que quizás lo más sensato sería llamar a Lucas y ponerle sobre
aviso, ya que si ellos estaban en aquella fiesta no solo era por estar con las chicas sino
también porque él antes de irse de viaje, les pidió que cuidasen de María en su
ausencia, y que se pasasen por la fiesta por si las cosas se desmadraban mucho.
—Lucas, soy Ramón, ¿qué tal tío?
—Bien, aquí en Londres con un frío que pela y hasta las pelotas de tanto inglés
relamido. ¿Qué pasa? ¿Estás en la fiesta de las chicas? —le contestó el otro por el
teléfono.
—Sí, aquí estamos aunque no hacía falta que viniésemos a cuidarlas, es una fiesta
de chicas como ella te dijo de echo los únicos hombres de la fiesta de momento somos
Oscar y yo, aunque ahora van a subir los nietos de una vecina de ellas que estaban
visitando a la abuela. Y por eso es por lo que te llamó.
—¿Me llamas porque van a subir unos jovencitos a la fiesta? —preguntó
extrañado.
—No, te llamó porque a tu novia no le ha gustado que yo le informase a su vecina
de que tiene novio y de que ese novio estaría encantado de conocerla cuando ustedes se
encontrasen.
—¿No quería que su vecina supiese que tiene novio? —preguntó ya enfadándose,
pero se puede saber que le pasaba a esa mujer para reaccionar así por esa tontería, él
ya le aclaró en su día que si alguien preguntaba dijese que ellos eran novios. Cosa que
tenía que reconocer que le encantaba escuchar que ella era su novia, que era su mujer.
De donde había salido ese pensamiento, él nunca se había planteado la idea de tener
una pareja estable, y sin embargo desde que conoció a María cada día se lo planteaba
más y eso no le gustaba, él quería seguir teniendo su independencia, el no tener que dar
explicaciones a nadie de lo que hacía o a donde iba, por supuesto él siempre exigía a
sus parejas que le contasen sus planes pero eso no significaba que ellas tuvieran el
mismo derecho y sabía que si tenía una mujer ella tendría todo el derecho de
preguntarle sobre sus planes.
—Lucas, me escuchas.
—Sí, perdona, qué me estabas diciendo.
—Que el problema no era que no quería decir que tú eres su novio, creo que lo
que a ella le preocupa es tu reacción al saber que su vecina lo sabe y por lo que he oído
si esta vecina lo sabe ya lo sabe todo el barrio. A María lo que le preocupa es no saber
si a ti te va a molestar el que la gente sepa que sois novios y el que te tengas que verte
obligado a tener que sociabilizar con esa gente.
—Esos son gilipolleces, hay que ver como se complican la vida las mujeres, no
te preocupes, ya lo hablare con ella luego más tarde cuando hablemos. Gracias por
decírmelo.
—De nada, tío, ya sabes para eso están los amigos, bueno hasta luego y ya me
dirás como termina esa conversación, por cierto menudo genio que se gasta tu chica a
veces y eso que cuando la ves piensas que no es capaz de levantar nunca la voz ni de
enfadarse.
—Lo sé, pero eso mismo es una de las cosas que más me gustan de ella, quien la
ve cree que es una mujer tímida y sin carácter, pero te puedo asegurar que tiene bastante
genio aunque no suele sacarlo a relucir muy a menudo. Bueno, te dejo que tengo otra
reunión y no desfaséis mucho.
—Tranquilo hasta ahora solo he visto tomar dos gin tonic a María y aunque creo
que si esta algo afectada, está bien.
—¿Cómo que algo afectada? Me tienes aquí entretenido con la historia sobre no
sé qué vecina y no me dices que ella está emborrachándose.
—No te lo he dicho porque no está emborrachándose, simplemente se ha tomado
unas copas y no pasa nada porque están en casa, no tienen que coger coches ni nada.
Anda y vete a tú reunión y no te preocupes que para eso estamos Oscar y yo aquí.
¿Cómo se le ocurrió empezar a beber cuando él no estaba con ella para cuidarla?,
esa noche cuando hablara con ella le iba a tener que dejar una par de cosas bien claras,
la primera que ellos son novios, tienen una relación de momento así que no hay nada de
malo porque la gente se entere y la segunda, la próxima vez que quiera ponerse a beber
hasta coger el punto más le valía que fuese con él delante para poder socorrerla en caso
de necesidad. O que bien se lo iba a pasar castigándola por ello.
La fiesta duró hasta bien entrada la madrugada, al final habían subido los nietos
de la señora Carmen y resultaron ser unos chicos muy simpáticos y amables, que se
integraron muy bien dentro del grupo de sus amigas ya que todos eran más o menos de
la misma edad que ellas. Cuando María al fin consiguió meterse en su cama, cosa que le
costó su trabajo ya que tenía un pequeño mareo y le estaba empezando a dar dolor de
cabeza, empezó a sonar su móvil y se tuvo que volver a levantar para cogerlo ya que se
lo había dejado encima de la cómoda.
—Buenas noches, preciosa, ¿qué tal la fiesta?.
—Buenas noches, Amo, ¿qué haces levantado tan tarde?.
—Qué voy hacer, esperar a que terminase tu fiesta para desearte las buenas
noches y saber cómo ha ido todo aunque algunas cosas ya sé. Como por ejemplo que
esta noche has decido dejar de lado tus habituales Coca-Colas.
—Sí, bueno, eso ha sido culpa de mis queridas amigas, y me temo que el mareo
que tengo encima y el pequeño dolor de cabeza que tengo también va a ser culpa de
ellas.
—Sí, eso pasa cuando bebes más de dos copas de alcohol sin estar acostumbrada
—le recriminó aunque en un tono suave porque no quería incrementar el dolor de
cabeza que ya tenía —. Lo mejor que puedes hacer es ir a por un par de aspirinas y un
vaso de agua y dejártelo a mano para mañana por la mañana cuando te levantes.
—Gracias, ahora mismo iré a por ellos y me los dejaré aquí en la mesilla.
—Hazlo, es una orden por si se te olvida, ahora vete a descansar y mañana
hablamos de tu castigo.
—¿Castigo? ¿Qué castigo?.
—Cariño, del castigo que te mereces por ponerte a beber sin estar yo contigo
para poder cuidarte y protegerte, y me da igual que eso haya sido en tu casa rodeada de
tus amigos.
—Y de los tuyos, no olvides que también estaban tus amigos aquí, porque eso
supongo que también lo sabes ya que parece que estás muy bien enterado de lo que he
estado haciendo esta noche.
—Sí, también sé eso. Ahora, ve a por las aspirinas y el vaso de agua y a la cama
a dormir. Descansa, mañana hablamos, buenas noches.
—Buenas noches, Amo.
Capítulo 10
Que dolor de cabeza que tenían todas al día siguiente cuando se encontraron en la
cocina en busca del ansiado café.
—Que gran fiesta la de anoche, ¿verdad? —susurró Lucía.
—Sí, creo que ha sido la mejor que hemos hecho hasta ahora —le contestó una
resacosa Silvia— aunque creo que se nos fue la mano con los gin-tonic —rio— Ay, ni
reírme puedo.
—Tía no me hagas reír —contestó Lucía llevándose las manos a la cabeza—,
además de nosotras tres la que peor tiene que estar es María, llevaba una buena encima,
no sabía que podía llegar a ser tan graciosa cuando cogía el puntillo.
—Cierto, la verdad es que estuvimos muy bien las tres y nos hacía falta ya
corrernos una buena juerga, ¿sigue Ramón por aquí? ¿Se quedó a dormir al final?.
—No, sabes que yo respeto las normas y que está prohibido dejar dormir a un tío
en casa, se quedó un rato y cuando estaba por amanecer se fue a su casa.
—Bueno mi hermano cuando viene se queda aquí y creo que era un tío según vi la
última vez.
—Ya sabes a que me refiero. Buenos días fiestera —saludó cuando vio entrar a
María en la Cocina .
—Buenos días, y por favor no hace falta que grites estamos todas aquí, ¿no?
—No estaba gritando, toma te he preparado ya un café y tengo aspirinas también
si las necesitas —se ofreció Silvia.
—Gracias por el café, las aspirinas ya me las he tomado me lleve anoche un vaso
con agua y dos aspirinas.
—¿Ese buen consejo quien te lo dio? ¿Por cierto te noto algo acalorada, tendrá
algo que ver con cierto regalo?.
—¿Qué regalo? —preguntó Silvia intrigada.
—Ah, cierto que tú ayer no estabas en casa —dijo con un tono misterioso Lucía.
—Nunca te han dicho que eres una bocazas reina, y no, no estoy acalorada por
eso, creo que tendrá más que ver con todo lo que bebí anoche.
—No bebiste tanto así que no te quejes, y sí, me lo han dicho muchas veces —
respondió sacándola la lengua— y para no defraudar voy a seguir siéndolo. Silvia
atenta a lo que te voy a contar, es muy jugoso, resulta que el novio de aquí la remilgada
le mandó un regalo ayer, y ¿a qué no sabes lo que era?.
—Flores no, porque no veo ningún ramo nuevo en casa, supongo que sería algo
de lencería ¿no?
—Frío, frío, nada que ver. Lucas le regaló un consolador, sí lo que has oído, le
regaló un consolador y con el paquete de pilas y todo.
—Me dejas muerta, ¿enserio te ha regalo eso? —preguntó incrédula girándose
hacía María.
María solo atinó a afirmar con la cabeza mientras miraba al suelo muerta de
vergüenza.
—No me lo puedo creer, bueno hay que reconocer que el chico es original,
morboso pero original —dijo Silvia.
—Ah pero no te lo pierdas que ahí no termina la cosa.
—¿Ah no?.
—No, no, junto con el juguete venía una carta con una petición un tanto especial,
bueno más que una petición parecía una orden.
—Cuenta, cuenta, que me tienes con una intriga, y además tiene que ser algo muy
bueno viendo como está ella mirando al suelo y lo roja que se ha puesto.
—Es muy bueno, pues la petición es que tiene que usarlo cinco veces al día, eso
sí tiene prohibido correrse, y luego tiene que contarle a él todo lo que ha hecho, así
hasta que vuelvan a verse.
Con la boca abierta, así la habían dejado las palabras de Lucía, no podía ser,
¿eso le había pedido?
—Dime que me está tomando el pelo y no decía eso en la carta —buscó
afirmación.
María otra vez solo puedo afirmar con la cabeza, se había quedado clavada en el
suelo, roja como un tomate, incapaz de decir ninguna palabra.
Silvia no pudo aguantar más y soltó una gran carcajada acompañando a las que ya
estaba soltando Lucía.
—Oye el chico tiene su mérito, hay que reconocer que tiene una mente bastante
buena. En fin, que te sea leve y por poco tiempo, ¿cuándo vuelve el angelito de viaje?
—Dentro de una semana —respondió bajito María.
—¿Una semana? Pues lo siento por ti guapa, pero que mal lo vas a llevar, solo
puedo decirte que paciencia y resignación para sobre llevar tu… —se giró hacía Lucía
buscando ayuda para completar la frase ya que no se le ocurría nada.
—¿Penitencia? —colaboró la otra— Para mí sería una penitencia si tuviese que
estar toda una semana así.
—Podemos dejar ya el tema y desayunar tranquilas y en silencio, por favor —
pidió María.
—Por supuesto —aceptaron sus amigas.
El resto de la semana se les pasó a todas muy rápido, Lucía tuvo un par de
urgencias médicas en la clínica por lo visto habían entrado en un refugio de animales
donde menos cuidar de ellos hacían de todo, y Silvia estaba cada vez más nerviosa a
medida que se acercaba su juicio, sabía que se jugaba mucho en él y no quería perder ni
defraudar tanto a sus jefes como a ella misma. Para María la semana fue un poco más
larga, puesto que a medida que pasaban los días cumplir con su penitencia, como lo
habían llamado sus amigas, le costaba más trabajo, estaba todo el día en un estado de
excitación que no favorecía su, ya de por sí, despistado cerebro, y todas las noches
tenía que contarle a Lucas como lo llevaba y como se las arreglaba, hasta una noche
mantuvieron una vídeo conferencia donde ella le tuvo que demostrar como usaba a su
nuevo mejor amigo, nunca en su vida había pasado tanta vergüenza como esa noche, en
la que con el móvil puesto en la mesilla se estuvo masturbando para él . Pero por fin ya
volvía a ser fin de semana y Lucas volvía de su viaje y ya habían hablado de que el
sábado se verían.
—¿Alguna puede venir a ayudarme? —pidió María esa noche porque era incapaz
de abrocharse sola la ropa ni los zapatos.
—Voy —dijo Silvia quien estaba en su habitación terminando de revisar unos
documentos—. ¿En qué puedo ayudarte? Wow chica está espectacular —exclamó
cuando vio la ropa que se había puesto, llevaba un vestido negro muy sencillo que se
ajustaba a su cuerpo con un pequeño fruncido en un lateral y cuyo largo le llevaba justo
por encima de la rodilla.
—¿Tú crees? No me termina de convencer.
—Pero que dices, ¡estás fantástica!, ¿a dónde vas así?
—He quedado con Lucas ya que por fin ha vuelto de su viaje pero soy incapaz de
abrocharme este maldito vestido y no sé qué zapatos ponerme.
—Vale ahora entiendo todo el revuelo, lo primero necesitas relajarte, entiendo
que es difícil con la penitencia que tenías —dijo disimulando una sonrisa— y ahora
déjame que te ayude, primero vamos a abrochar el vestido, después vas a buscar esos
botines tobilleros granates que tienes por ahí guardados y el bolso que va a juego, y por
último me vas a dejar que te maquille y nada de brillos de labios, esta ropa y la noche
de hoy se merecen un buen pintalabios rojo o mejor granate, oscuros que marquen bien
las líneas de tus labios y resalten tu piel clara.
—Silvia, muchas gracias por ayudarme y por no poner el grito en el cielo por la
actitud de Lucas, sé que eres una feminista en conciencia y que este tipo de hombres así,
tan mandones no te gustan y creí que cuando te enteraras de lo del famoso regalo me
echarías una buena bronca por dejar que un hombre me mande y todas esas cosas.
—Cariño, es cierto que esa clase de actitudes no me gustan, pero lo que sí me
gusta es ver ese brillo que tienes en los ojos cuando hablas de él, y lo feliz que te veo
ahora, así que he decidido guardar mi opinión al respecto y apoyarte en todo lo que
necesites, y ahora lo que necesitas es que te ayude a terminar de arreglarte para dejar a
ese hombre asombrado y alucinado con la mujer que tiene delante, ¿ok?.
—Ok, vamos a fulminar a ese hombre.
—Esta es mi chica, así se habla.
Media hora más tarde María salía de casa perfectamente vestida y arreglada
dispuesta a sorprender a Lucas.
—Wow, si llego a saber que me ibas a esperar así hubiese vuelto antes —
exclamó él cuando la vio en el portal— hola preciosa, ¿cómo estás? —le preguntó
dándola un beso en los labios, Dios como había echado de menos esa boca.
—Y yo habría ido a donde tú estabas si sé que iba a recibir este beso —le
respondió ella intentando recuperar su respiración—, bien estoy bien, bueno dentro de
las circunstancias, ya sabes.
—Lo sé pero quería que estuvieras muy excitada para lo que tengo planeado esta
noche. Hoy vamos a volver al club de intercambio pero hoy quiero que juguemos en uno
de los cuartos —le aclaró al ver la cara de confusión que había puesto— sé que es
algo totalmente nuevo para ti por eso quería que estuviera con ganas de fiesta, por así
decirlo. ¿Preparada?
—Sí, Amo, vamos, yo te prometo intentar jugar pero siguen en pie nuestras reglas
¿no? Si digo la palabra de seguridad, el juego se termina.
—Sí, por supuesto eso siempre es una regla e inamovible estemos en la situación
en la que estemos. Quiero llevarte primero a las mazmorras que hay abajo, estoy
deseando darte tu castigo por no saber controlarte el otro día con la bebida lo cual
impidió que cumplieras con mis órdenes de 5 veces al día y que luego pudieras
explicármelo.
—Sí, Amo. Pero antes de entrar ahí dentro, ¿puedo decirte que te he echado
mucho de menos?
—Por supuesto que puedes decírmelo, es más, me alegra mucho saberlo porque
yo también te he echado de menos y tenía muchas ganas de verte —reconoció él
mientras miraba esa sonrisa que ella ponía cuando le hacía algún cumplido, le
encantaba su sonrisa y ya había asumido que no tenía nada de malo echarla de menos y
acordarse de ella y sus detalles cuando estaba fuera de viaje —. Entremos, y ya sabes
relájate no va a pasar nada que tú no quieras, en su día ya te expliqué que aunque yo soy
tu Amo quien tiene el control eres tú y teniendo en cuenta tu falta de experiencia en este
tipo de relaciones tenemos los límites un poco difuminados.
—Y si los tenemos difuminados no podríamos olvidarnos de mi castigo y pasarlo
con una simple advertencia —refutó ella con esperanza.
—Buen punto, pero no, ya sabías lo que podía pasar si no cumplías mis órdenes.
Dame el abrigo que lo dejamos en el ropero y ve entrando y pide una bebidas para los
dos eso si tu sigue con tus Coca-Colas.
—Sí, Amo.
Cuando María entró lo primero en lo que se fijó es que había mucha más gente
que cuando había estado la otra vez, cosa normal siendo un sábado por la noche, sin
mirar a nadie en concreto siguió su camino hacia la barra donde estaba Martín quien la
saludó cuando la vio llegar.
—Bienvenida de nuevo, ¿qué vas a tomar?
—Hola Martín, ¿qué tal? Pues para mí una Coca-Cola y para Lucas ponle lo de
siempre, ya sabes la cerveza esa rara que le gusta, por favor.
—Muy bien, en un minuto las tienes aquí.
—Gracias —le dijo sentándose en uno de los taburetes de la barra mientras
esperaba a que llegara Lucas.
—Ya estoy aquí, ¿ya has pedido?
—Sí, acabo de hacerlo, me ha dicho que en un minuto nos las traía. Te he pedido
tu cerveza.
—Sí, gracias. Ah, mira ya está aquí con ella, gracias Martín. María coge tu
bebida y ven conmigo, Martín, ¿está lista la habitación como te pedí?
—Sí, Lucas, está todo tal y como me dijiste.
—Gracias, venga vamos estoy deseando empezar.
Juntos de la mano se dirigieron hacia las escaleras que daban al piso de más
abajo, allí la luz era más escasa que en el resto del local, María pudo contar que había
cinco habitaciones a lo largo del pasillo, eran menos que las que había arriba claro que
si esas estaban destinadas a juego más selectos era lógico que hubiera menos. Lucas se
dirigió hacia la última habitación, y abriendo con una llave entraron en ella. Era una
habitación atípica pues no había ninguna cama en toda ella, lo que si había era una
estructura en forma de equis en el centro de la habitación y muchos armarios cubriendo
las cuatro paredes, de cada una de las puntas de la equis colgaban cadenas.
—Ve al armario que hay a tu derecha y cuelga allí la ropa que llevas, quiero que
solo te quedes con la ropa interior y con los tacones también, luego quiero que te
pongas donde la cruz de San Andrés con las piernas abiertas y los brazos en cada uno
de los extremos de ella y mirando hacia donde yo estoy, ¿entendido?.
—Sí, Amo, entendido. Se acercó al armario que le había dicho y allí vio que
había varias perchas, se quitó el vestido y lo colgó en una de ellas, debajo llevaba un
bonito conjunto de sujetador en tonos morados con bordados en negro con su tanga a
juego, también se había puesto unas medias de liga pero de las que no necesitaban
liguero para sujetarse.
—Déjate las medias, me gustan — le pidió él cuando ella ya se disponía a
quitárselas
Ella terminó de guardar sus cosas, y se dirigió hacia la cruz de San Andrés según
había oído que Lucas la había llamado, se puso de espaldas a ellas y extendió sus
brazos y abrió sus piernas hasta hacerlos coincidir con cada extremo de la cruz. Lucas
se acercó y la esposó a ella, primero las dos manos y después los pies.
—Muy bien, ¿sabes por qué estamos aquí, María?
—Sí, Amo, estamos aquí porque no cumplí con lo que me pediste por lo que
merezco un castigo para que no vuelva a ocurrir.
—Así me gusta que me escuches, muy bien, el castigo va a ser muy rápido porque
estoy deseando llevarte a los cuartos de arriba, y tengo muchas ganas de volver a
tenerte. Voy a coger un látigo y te voy azotar con él, te voy a dar diez azotes, en tu sexo
y otros diez en tus pechos y quiero que los vayas contando, ¿entendido? Repíteme que
es lo que vamos hacer.
—Vas a coger un látigo y me vas a dar con él diez veces en mi sexo y otras diez
en mis pechos y quieres que los vaya contando mientras lo haces.
—Bien, ¿lista para empezar? —se dispuso a realizar el castigo cuando ella le
afirmó con su cabeza que estaba lista para el castigo— Empieza a contar.
Después de un pequeño tiempo que a María se le hizo eterno el castigo terminó,
se sentía dolorida en las zonas donde el látigo había caído aunque tenía que reconocer
que no había dolido tanto como en un principio había creído.
—Lo has hecho muy bien —la elogió mientras la desataba—, ahora te voy ayudar
a ponerte el vestido y vamos a subir a un cuarto de los de arriba. He invitado a un
amigo mío para que la comparta con nosotros, quiero que te empieces a familiarizar con
el tacto de otro hombre aparte del mío, vamos a ir muy poco a poco pero viendo lo
húmeda y necesitada que estás creo que vas a estar preparada para ir un paso más allá.
¿Tienes alguna petición especial?.
—No quiero que nadie a parte de ti me bese —le pidió mirándole a los ojos,
suplicándoselo.
—Concedido, tus besos solo serán míos, ¿algo más?
—Mi culo, mi culo es solo tuyo también, si al final vamos un paso más allá como
tú has dicho no quiero a nadie más dentro de mi culo que no seas tú.
—Me parece muy bien, además como Amo y dueño tuyo tengo derecho a
reservarme una parte tuya para mí, y tu culo es una parte muy deliciosa, me encanta
cuando practicamos sexo anal, esa presión que me haces, estás muy estrecha en esa
zona, y eso que eres estrecha en todas partes, los movimientos tan sensuales y como
consigo que te corras tan fácil y rápido con solo un par de embestidas. Así que eso es
todo, tanto tus besos como tu culo son solo para usarlos yo, ¿no?.
—Eso es, gracias —le agradeció dándole un beso. Él profundizó el beso y
termino mordiéndole el labio inferior.
—Me gustaría que hoy probaras una doble penetración pero de verdad, no como
las que hemos hecho usando tu consolador. Subamos antes de que termine follándote
aquí abajo y termine con toda la diversión.
Capítulo 11
¿Cómo podía dormir tan tranquilo después de todo lo que había pasado en el club
esa noche?, mientras él estaba en la cama durmiendo tan plácidamente, ella no podía
dejar de pensar en todo lo que había pasado, después de salir de las mazmorras habían
subido a devolverle la llave a Martín quien se la cambió por la de otra habitación esta
vez de las plantas de arriba, allí entraron en una habitación la cual si tenía una cama y
donde dentro ya había una persona, se llamaba Ángel y era un hombre también muy
atractivo, alto, rubio, con ojos color miel y con una agradable sonrisa que les mostró
cuando ellos entraron por la puerta, por lo visto se conocían desde hacía años de estar
moviéndose en los mismo círculos.
Al entrar y cerrar la puerta, Ángel se acercó y la empezó a besar en el cuello y de
ahí ayudado por Lucas la fueron desvistiendo, primero cayó el vestido, seguido del
sujetador y de las medias y por último del tanga que llevaba puesto, Ángel se explayó
besando todo su cuerpo mientras Lucas se dedicaba exclusivamente a su boca, dándole
distintas clases de besos que la volvían loca junto con todas las sensaciones que le
provocaba la exploración del otro hombre. Lucas fue el primero en meterle los dedos
dentro de su vagina para comprobar que seguía estando muy mojada y receptiva.
Empujada por ellos y sin que se diera cuenta la fueron llevando hasta la cama,
donde cayó de espaldas para encontrarse con Ángel sentado encima de ella, disfrutando
de lamer y morder su clítoris, le encantaba jugar con ella y sentir los pequeños
estremecimientos que la recorrían, mientras Lucas bajó hasta sus pechos y empezó a
torturarlos, llegados a ese punto María ya no podía razonar ni pensar ni tan siquiera
pensar en poner objeciones a lo que estaba pasando, después de toda una semana
cumpliendo con la penitencia de su Amo estaba muy necesitada y deseaba pode sentir
un gran orgasmo recorriendo su cuerpo, así que cuando ellos cambiaron su posición y
Lucas se puso a sus pies y empezó a penetrarla lentamente mientras Ángel la
masturbaba el clítoris con sus dedos, explotó y tuvo un orgasmo demoledor que la hizo
perder la razón, a partir de ese momento todo se concentró en disfrutar del placer y
experiencia que esos dos hombres le estaban dando, así que cuando la hicieron ponerse
a cuatro patas ni lo pensó, y mientras Ángel se ponía debajo de ella para poder penetrar
su coño, Lucas se puso detrás de ella para hacer lo mismo pero en su culo. ¡Dios! Como
un solo cuerpo podía experimentar tanto placer junto, creía que iba a terminar
desmayándose de tantas sensaciones que sentía dentro de ella, por una parte tenía a uno
empujando bien dentro de su vagina mientras también se dedicaba a sus pechos y luego
estaba el otro dentro de su otra zona tan prohibida, llegó un momento en que perdió la
cuenta de los orgasmos que llevaba, a partir del cuarto había dejado de contar.
—¿No puedes dormir? —la sobresaltó Lucas.
—No, lo siento si te he molestado, estaba pensado en todo lo que ha pasado esta
noche.
—¿Y a qué conclusión has llegado?
—Me da vergüenza decírtelo.
—Mírame —la exigió cogiendo su cara entre sus manos para obligarla a que lo
mirase— para que esta relación funcione tienes que dejar la vergüenza fuera de ella,
¿está claro? Así que cuéntame.
—Pues estaba pensado en todo lo que hicimos con tu amigo, y me da apuro
reconocer que me gustaría volver a repetir otro día, me ha encantado y he disfrutado
muchísimo, nunca en mi vida pude imaginar que una mujer podía llegar a sentir todo lo
que yo he sentido esta noche estando con vosotros dos.
—No tienes nada por lo que avergonzarte, eso es culpa de la educación clásica
que siempre se ha inculcado sobre todo a las niñas, las relaciones típicas de un solo
hombre y una sola mujer, pero nadie os enseña que para disfrutar del sexo no
necesariamente tiene que ser así y el que solo haya dos personas, también es cierto que
no todas nuestras relaciones sexuales a partir de hoy van a ser con otras personas,
también quiero disfrutar de tenerte solo para mí.
Sabía que la estaba mintiendo descaradamente, pero como decirle que él no había
disfrutado tanto como se supone que tenía que haber hecho y había hecho otras veces
cuando se había dado la ocasión con otras mujeres. Pero la verdad, es que no le gusto
ver como disfrutaba y se corría en brazos de otro hombre. Quería que ella solo
disfrutara con él, y que él fuese el único en conseguir que llegase al clímax. No
entendía que había pasado para que se sintiese así pero lo cierto era que se estaba
planteando seriamente no volver al club con ella, ¿qué le había gustado la doble
penetración? Sin problemas harían como habían hecho hasta entonces, para eso tenía
muchos juguetes en la otra habitación, lo que si tenía que hacer era construir una cruz,
ahí sí que había disfrutado de verla esposada a ella. Sabía que estaba obsesionado, con
cada gesto, con cada gemido, con cada grito, con cada parte suya. Esperaba que con el
tiempo es obsesión se le fuese quitando aunque lo que nunca iba a perder era el morbo
que ella le provocaba en cada una de sus salidas.
Después de esa noche, sus encuentros fueron más escasos, se acercaba la fecha
del juicio que Lucas tenía y en su trabajo estaban cada día más nerviosos y todos los
días echaban horas extras para preparar la defensa de su cliente. A Lucas ya no solo le
tenía loco el juicio, también el tema de María le estaba transtornando, cada día que
pasaba se sentía más a gusto con ella y había algo más aunque no sabía identificar que
era, y luego estaba el tema de su amiga la abogada, había estado alguna vez en su casa,
al final no había sido capaz de echarle un vistazo a los papeles porque cada vez que lo
iba hacer se le aparecía la imagen de María totalmente entregada a él y entonces era
incapaz y volvía a dejar los papeles en su sitio. Debido a esto decidió quedar un día
con su amigo Oscar que parecía el más sensato de los tres y hablarlo con él.
—Buenas, tío, ¿qué tal? —le saludo Oscar entrando en el bar donde habían
quedado. La verdad es que le tenía preocupado esa quedada, sabía que Lucas era un tío
muy independiente y que nunca pedía consejos y mucho menos era de los que quedaban
para una simple charla entre colegas.
—Buenas, gracias por venir, mira voy a ir directo al grano, necesito que me
aconsejes porque si no al final voy a terminar loco —le dijo en tono sorprendido,
¿desde cuándo él necesitaba la ayuda o el consejo de nadie? Pero desde que había
conocido a María no parecía él mismo, esa mujer tenía algo que le estaba haciendo
cambiar, había conseguido que sintiese cosas que nunca había sentido y eso no solo le
tenía preocupado sino que también le tenía muy confundido.
—Me parece bien.
—Verás, sabes que llevo un tiempo viéndome con María, bueno tú ya sabes qué
clase de relación son las que yo tengo, pero me está pasando algo muy raro con ella,
estoy empezando a cuestionarme ciertos aspectos de nuestra relación, cosas que nunca
me había pasado con otras mujeres.
—Perdona, Lucas, pero la verdad es que no te estoy entendiendo.
—Normal, no me entiendo ni yo. Pues veras, tu sabes que a mí me gusta ir a cierta
clase de clubs y los gustos sexuales que tengo, ¿no?
—¿Has llevado a María a tus clubs? —le preguntó sorprendido, la verdad es que
las veces que había estado con María no le había parecido la clase de mujer que le
gustara el ambiente de los clubs que frecuentaba Lucas.
—Sí, sí la he llevado y he de decir que le gustó bastante y disfrutó, lo que me
tiene confundido y loco es que al que no le gustó ni lo disfrutó fui yo.
—Vaya como puedes llegar a engañar la gente, nunca hubiera imaginado que a
alguien como ella le pudiera gustar esas cosas, que interesante.
—¿Cómo que interesante? Desde ya te digo, ni se te ocurra acercarte a ella, ¿está
claro? —le dijo furioso.
Oscar lo miró y pensó que ahí tenía que haber algo más, Lucas nunca les había
prohibido perseguir a una mujer aunque fuese la que estuviese con él en ese momento.
—Está bien, tranquilo, no voy a ir tras ella, además la que a mí me interesa es
otra —le dijo mientras pensaba en cierta pelirroja de malas pulgas.
—Bien, mejor para ti, en fin, el problema que tengo es que ella me ha dicho que
le gustó y que no le importaría volver a repetir, pero yo antes me dejo matar que ver a
otro hombre con ella, y eso no es normal, eso a mí nunca me ha pasado, de sobra sabes
lo bien que me lo he pasado haciendo tríos u orgias otras veces, y la verdad es que no
entiendo lo que me está pasando, no es solo el tema de estar con otros, son más cosas,
me encarta verla contenta, ver como se ríe por cualquier tontería o detalle que le doy o
simplemente ver como duerme o el estar los dos en silencio tranquilamente en mi casa
mientras ella está leyendo algún libro sentada en mi sillón y yo trabajando en mi mesa,
me encanta ver los gestos que pone mientras lo hace, la verdad es que no sé qué me está
pasando con esta mujer y luego hay otra tema más importante y que me está
carcomiendo por dentro.
A estas alturas Oscar ya no sabía si reírse o no, tenía la impresión que si se reía
Lucas se iba a enfadar y con razón, como podía ser un tío tan inteligente para unas cosas
y no ser capaz de reconocer que se había enamorado, pero era normal que no supiera
reconocer ese sentimiento ya que sus padres no es que se lo hubiesen enseñado.
Todavía se acordaba del día que conoció a sus padres, si muy guapos, con mucha
clase pero fríos como carámbanos, llegaron y saludaron a su hijo su madre con un
rápido beso en la mejilla y su padre con un apretón de manos, como era posible que
fuesen tan distantes con su propio hijo, era normal que el pobre ahora no supiese lo que
le pasaba, pero a ver quién tenía cojones a decírselo. Claro que decía que había algo
más grave, y después de todo lo que le acaba de confesar ya no sabía que más podía
decirle.
—A ver qué es eso que te tiene tan preocupado, la verdad es que no es normal lo
que me estas contando pero me alegra saberlo —le dijo en plan enigmático.
—Pues veras lo que me tiene preocupado es que, hace cosa de una mes más o
menos mi jefe averiguó quien era el abogado de la parte contraria del juicio que tengo
ahora, pues resulta que ese abogado no es otro que Silvia, la amiga de María, cuando
me enteré me alegré porque mira por donde podría intentar usar a María para sacarle
información sobre su amiga y averiguar por donde podría ir su defensa.
—Eso es muy retorcido y no creo que sea muy ético —le dijo molesto ya que
estaba intentando hacer daño a Silvia.
—Mira a mí lo de la ética como que me da igual siempre y cuando el que gane
sea yo, la verdad, o al menos eso era lo que siempre pensaba hasta ahora.
—¿Y qué es lo que ha cambiado ahora? —de verdad que difícil era hablar con
ese hombre, había que ir sacándole las cosas con tenazas.
—Pues no sé qué es lo que ha cambiado, solo sé que no he sido capaz de usar a
María para mi fin, que no he sido de capaz de traicionar su confianza para espiar a su
amiga y eso no es normal en mí y me tiene muy preocupado, ¿desde cuándo me
preocupa lo que pueda pensar una mujer? ¿Qué más da romper la confianza que ella me
ha dado si total no somos nada y tarde o temprano nos dejaremos de ver? —decir eso
último le estaba matando, no se creía capaz de vivir un día sin ella, sin poder verla, ni
tocarla, ni sentirla.
—¿Puedo preguntarte algo sin que luego me lo hagas pagar en el ring? —le dijo
sonriendo, nunca pensó en ver a Lucas enamorado y mira por donde ahí estaba todo
preocupado y confundido sin saber que le pasaba, o cuanto se iba a divertir Ramón
cuando se lo contase.
—Claro que sí, si con eso me ayudas y vuelvo a ser yo, adelante —¡Dios que le
pasaba! Si alguna vez alguno de los capullos de sus amigos le hubiese dicho que
llegaría un día en el cual estuviera teniendo esa mierda de conversación más típica de
mujeres que de él le daría una paliza, una en la que terminarían todos en el hospital con
considerables heridas por ofenderle de esa manera.
—No me mates — le dijo viendo la mirada que tenía en la cara—, pero lo que te
pasa es algo muy simple y normal, no eres capaz de traicionar la confianza de María, ni
de compartirla con nadie porque te has enamorado de ella.
—¿Enamorarme de ella? ¿Te has vuelto loco, tío?
—No, de los dos el loco aquí eres tú, piénsalo, ya sé que no sabes identificarlo
porque con los padres que tienes no me extraña dudo que alguna vez hayan demostrado
algo de cariño hacia nadie, pero te puedo asegurar que es eso lo que te pasa, y si no
quieres tener problemas con María te aconsejaría que le contases todo a ella, que tú ya
sabías que te ibas a enfrentar a Silvia en el juicio y que en un principio querías
aprovechar la situación pero que después por suerte recuperaste la razón y decidiste no
hacerlo puesto que te has terminado enamorando de ella y ahora mejor me voy antes de
que te dé tiempo a reaccionar y me estampes contra alguna pared, lo siento macho nunca
creí que te enamorarías y la verdad es que es muy gracioso —le dijo riendo mientras se
marchaba— verás cuando se lo cuente a Ramón, va a flipar.
—Pensaré en lo que me has dicho, aunque no sé cómo podría reaccionar porque
ahí donde la ves, hay ocasiones en las que tiene un genio de mil demonios.
—Venga, no me digas ahora que no vas a saber encantar sus demonios porque no
te creo, y ahora me marcho que al final llego tarde al curro.
—Como se te ocurra decirle algo a Ramón te puedo asegurar que no vas a ser
capaz de levantarte de la cama en un mes como mínimo—le advirtió.
—Correré el riesgo, total, ¿que es la vida sin un poco de peligro en ella? —le
contestó el otro desde la puerta.
Lucas todavía se quedó un rato más en el bar, podía ser verdad lo que le estaba
diciendo su amigo, pero como era posible, ¿él enamorado? En serio, ¿cómo había
podido pasar? Pero si lo pensaba era lo único que explicaba el comportamiento que
tenía hacia ella, cómo había conseguido alguien tan inocente y puro como ella haberse
metido dentro de su corazón, y lo que era peor, ¿sería ella capaz de enamorarse de
alguien como él?.
El ambiente en casa de las chicas tampoco era muy distinto, se acercaba el juicio
que tenía Silvia y eso la tenía muy nerviosa y estresada por lo que cada vez que estaba
en casa, exigía silencio y calma para poder pensar y organizarse, sus amigas la
toleraban porque ya la conocían y sabían que una vez que se terminara el proceso todo
volvería a la normalidad.
—Me lo parece a mí, o Silvia está peor que otras veces —le preguntó un día
Lucía a María después de que Silvia les confiscara el mando de la tele porque por lo
visto estaba con un volumen muy alto y la molestaba y ella no entendían lo que se
jugaba.
—Está peor, supongo que este juicio es muy importante para ella y eso ha hecho
que se sienta más presionada.
—Eso lo entiendo pero te juro que como esto dure un poco más, una de las dos
termina en mi camilla de operaciones de la clínica y no en muy buen estado
precisamente.
—Bueno, todo se calmará ya mañana cuando el juicio empiece.
Esa noche, María y Lucas volvieron hablar a través de la vídeo conferencia, él le
volvía a pedir disculpas por desatenderla en esos días, y también le pedía que le
enseñara la ropa que llevaba puesta, y como jugaba con su mejor amigo, mientras él la
observaba y disfrutaba de las vistas, y de los gemidos que ella no podía evitar a pesar
de morderse los labios para no alertar a sus amigas sobre lo que estaba haciendo. Una
vez que los dos llegaron al clímax se despidieron y ella le deseó suerte para el día
siguiente y también le pidió que la llamara cuando saliera del juicio para que le contase
que tal le había ido. Lucas así se lo prometió aunque seguía sin ser capaz de decirle lo
de Silvia y también le dijo que quería que se viesen después para recuperar el tiempo
perdido, aunque lo que de verdad quería era tenerla en frente para ver si esos nuevos
sentimientos que estaba teniendo podían llegar a ser correspondidos, tenía que
averiguar y pronto si ella también se había enamorado, no podía vivir más tiempo sin
saber la verdad y si todavía ella no lo estaba tenía que conseguir enamorarla porque no
se veía capaz de continuar adelante sin ella. ¡Dios, como se podía haber complicado
todo tanto!
—¡María! ¡Lucía! ¿Habéis cogido alguna de vosotras la chaqueta de mi traje
rojo?
—Pronto empezamos —se resignó Lucía mientras iba hacia la habitación de su
amiga para buscarle la dichosa chaqueta por la cual las había despertado a esas horas
tan intempestivas—, vamos a ver, ¿para qué íbamos a querer nosotras tu chaqueta?
¿Para vestir a nuestras Barbies? Porque a ninguna de las dos nos vale tu ropa, así que tú
me dirás, seguro que está guardada en ese armario monstruoso que tienes, déjame que la
busque mientras tú terminas de arreglarte. Anda quítate de en medio que cuando más
rápido te vayas antes podré volver a la cama a descansar.
—Tampoco hace falta que te pongas así —respondió ofendida.
—Anda, calla y termina de arreglarte, ahora mismo te llevo la chaqueta que
buscas —dijo entrando en el armario para buscar la esquiva chaqueta la cual por
supuesto que estaba dentro —, toma tu chaqueta, y suerte en el juicio de hoy, yo me
vuelvo a la cama que anoche no dormí.
—¿Otra vez de fiesta con tu novio?
—Qué más hubiera querido yo pero no, me llamaron de la clínica por lo visto
había una urgencia y me necesitaban allí. Acabo de llegar hace escasamente una hora.
Ahora coge tu maletín con todos tus papeles, y a por ellos, arriba el poder femenino —
la despidió dándole un beso y deseándole buena suerte, y se volvió a la cama.
—Natalia estoy de los nervios, ¿podrías traerme una tila de la cafetería? —le
pidió Silvia a su secretaría quien había ido con ella hasta el juzgado.
—Por supuesto Silvia, sin problemas.
—Bueno como se encuentra nuestra abogada en el día de hoy —se le acercó su
jefe acompañado de su cliente.
—Bien, señor, lista y preparada para defender nuestros intereses —respondió
mientras saludaba a los dos —¿sabemos ya algo más sobre los abogados que van a
defender a la otra parte?
—No, todavía no sabemos nada, creo que no quieren darnos más pistas de las
necesarias y que hasta que no estemos todos dentro de la sala no van a desvelar su
estrategia.
—Muy bien, pues entonces tendremos que esperar aunque no creo que falte
mucho para que podamos ir entrando.
Según terminaba de decir esto, le llamaron para que fueran entrando en la sala
número 2 donde se iba a celebrar la vista. Silvia junto con su jefe y su cliente fueron
los primeros en llegar y empezaron a organizar los papeles donde tenían escrita toda su
estrategia y las pruebas que habían ido recopilando a lo largo de la espera de juicio.
Una vez colocado todo, tomaron posiciones.
«No podía ser verdad, ¿ese que entraba acompañando a su demandado no era
Lucas el novio de María? ¿Cómo podía ser eso real? ¿Qué probabilidad había en que
justo el nuevo novio de su amiga y compañera de piso fuese también su contrincante en
el juicio? Ahí tenía que haber gato encerrado» Prefirió guardar silencio respecto a la
relación que la unían al otro abogado y esperar a ver como se desarrollaba el juicio.
«Esto no funciona, va muy mal como sigamos así ya podemos despedirnos de
ganar esta mierda de caso, ¿cómo habían llegado a esto? Se supone que ellos habían
elaborado una estrategia infalible para ganar y además muy sencilla, disponían de
muchas pruebas que favorecían a su cliente, claro que eso era antes de saber que este
no había sido del todo sincero con ellos, ¿cómo se podía haber olvidado de que cuando
estaba al principio de su relación había firmado un acuerdo con su amante donde
dejaban muy claro que los derechos del restaurante eran para el otro y no para él? ¿Y
cómo sabía Lucas tantas cosas de lo que ellos habían hablado y comentado en su
bufete? ¿Podría María haberle contado algo sobre su caso? Y sí era así, ¿ella sabía que
él era el abogado contra el que tenía que pelear ella, o él la había engañado sin decirle
nada?»
—Letrados, una vez presentadas todas las pruebas y a falta de empezar con
algunos testigos por parte del demandante, pospongo este juicio hasta mañana por la
tarde a las cinco —dijo el juez terminando la sesión del día.
Silvia muy cabreada se dirigió hacia donde esperaban Lucas y su gente y le pidió
hablar a solas con él.
—Sí, claro, si quieres vamos a una sala de reuniones que hay en esta misma
planta —aceptó él.
—Me parece bien.
Una vez entraron en la sala de reuniones Silvia empezó a encararse con él.
—¿Cuánto tiempo hace que sabes que yo soy la abogada del contrario?
—Te puedo jurar que yo no lo sabía hasta hoy cuando al entrar en la sala te he
visto sentada en el lado contrario —viendo el cabreo que tenía la pelirroja ni muerto le
iba a decir que hacía más de un mes que él sabía que ella era la otra abogada, además
temía que si se enteraba podría terminar teniendo problemas con María y eso era lo que
menos quería, todavía le quedaban muchas cosas por experimentar con ella.
—Mientes y lo sabes, ¿si no como sabías las pruebas y la defensa que estábamos
preparando? ¿Lo sabes por María?
—Ni se te ocurra meterla a ella en esto, ¿me has oído? —le gritó muy enfadado—
Si sabíamos la defensa que tenías es simple y llanamente porque es la misma que
nosotros hubiésemos seguido.
—Tampoco es para que te pongas así, total ella es solo una muesca más en tu
cama, ¿no? —contraatacó ella.
—Lo que ella sea para mí no es asunto tuyo, así que ni se te ocurra volver a
mencionarla, ¿está claro?
—Como el agua, y ahora me voy, tengo que ir a cambiar unas cuantas cosas de
nuestra defensa gracias a vosotros.
—¡María dónde estás!— gritó Silvia entrando en casa dando un portazo.
—Estamos en su habitación —le contestó Lucía gritando también— ¿qué mosca
le habrá picado a esta ahora?—preguntó ahora un tono de voz más normal.
—No lo sé, ahora nos enteraremos supongo —le respondió María a su vez
encogiéndose de hombros.
—Claro aquí teníais que estar, ¿eligiendo la ropa para salir esta noche a celebrar
tu triunfo?
—¿Qué triunfo?
—No te hagas la tonta que no te pega, sabes perfectamente de lo que estoy
hablando.
—Te quieres tranquilizar y dejar de gritar, aquí nadie está sordo —le respondió
molesta Lucía, no le había gustado nada el tono que había empleado para hablar con
María.
—Estoy hablando del jueguecito de traición que se ha traído ella entre manos, de
eso estoy hablando.
—¿De qué traición hablas?— siguió Lucía preguntado ya que María por lo que
podía ver se había quedado sin poder articular palabra.
—A mí no me preguntes, mejor pregúntale a ella de que ha estado hablando con
su queridísimo novio abogado.
—¿Lucas? ¿Todo este jaleo es por él? —consiguió reaccionar María.
—No, todo este jaleo es porque tú me has traicionado a mí, a tu amiga, se puede
saber que te hecho yo para que le hayas contado a ese abogaducho de tres al cuarto todo
lo que yo tenía trabajado para mi caso, si lo que necesitabas era un buen tío en la cama,
habermelo consultado, te podía haber presentado a miles de ellos sin necesidad de
arrastrar mi carrera por los suelos.
—Te estás pasando, Silvia —le advirtió Lucía.
—Eso, tú ponte de su parte también, ¿sabes lo que tu gran amiga aquí presente ha
hecho? Resulta que su novio —dijo entrecomillando con los dedos la palabra novio—
es el abogado al que me enfrento en el juicio más importante de mi vida, y no te puedes
imaginar la sorpresa que me he llevado al ver como conseguía hundir todo mi trabajo
de un mes con unas simples argumentaciones y estoy segura de que lo llevaba todo
preparado de antemano porque esta —siguió explicando señalando con el dedo a María
— le ha contado todo sobre mi defensa.
—¿Cómo puedes pensar eso de mí? —preguntó a punto de echarse a llorar.
—Y ahora se pone a llorar, lo que me faltaba, sabes lo único bueno de todo esto,
que tu querido romance ya se ha terminado porque ya no le haces falta a Lucas, ya ha
conseguido todo lo que necesitaba de ti y ahora ya podrá irse a por su próxima víctima.
Ahora vas a sentir todo el dolor que yo he sentido al ver como una persona a la que
consideraba una amiga me traicionaba. No se puede comparar porque no es lo mismo
una traición tan grande como la que tú me has hecho a perder a un tío que te gusta y con
el que te lo pasas bien en la cama, pero seguro que algo te dolerá.
—¡Silvia ya basta! ¡Te estás pasando tres pueblos! — le gritó Lucía al ver como
María había empezado a llorar.
—Silvia, te juro que yo no le he contado a Lucas nada sobre tu trabajo, tienes que
creerme, nunca, nunca sería capaz de hacer nada de eso y mucho menos a una de
vosotras —balbuceó María.
—No te creo, vas de mosquita muerta y de niña buena pero todo es una fachada,
por dentro eres mala, eres una falsa y una traidora. Y sabes me alegro de que ahora
sufras, y más que te queda por sufrir cuando tu querido Lucas te de la patada.
—Él no va hacer eso, él no es como tú te piensas.
—Ay, pobrecita, si al final resulta que se ha enamorado —se burló—, pues
mejor para mí. Más vas a sufrir —sentenció saliendo de la habitación.
—¿María? Cariño, tranquilízate, no la hagas caso ya sabes el carácter que se
gasta cuando las cosas no salen como la gustan. Voy a ir ahora a intentar hablar con ella,
y por favor deja ya de llorar, sabes que en realidad no piensa nada de lo que te ha dicho
que era su orgullo el que hablaba.
—Gracias, ¿podrías dejarme sola ahora, por favor?
—Sí, claro, pero deja de llorar, veras como todo se arregla en seguida y vendrá
corriendo a pedirte perdón y a decirte que es mentira todo lo que ha dicho, ¿de
acuerdo?
—Sí, gracias.
—Bien, ahora voy a ver si consigo tranquilizar a la fiera —se despidió dándola
un beso en la frente y salió de su cuarto cerrando suavemente la puerta. Aunque en
realidad lo que quería era dar un gran portazo para hacer salir el cabreo tan grande que
la pelirroja le había puesto.
Llegó hasta la cocina donde Silvia estaba haciéndose un bocadillo y entró con
todas las armas levantadas dispuestas para la guerra.
—Tú, ya estás tardando en ir a al cuarto de tu amiga y pedirla que te perdone y
aclararle que todo lo que le has dicho no es verdad, vas a tener suerte porque ella es
buena y te perdonará sin guardarte ninguna clase de rencor porque si fuese yo no te
perdonaba en la vida.
—No pienso pedir perdón por contar la verdad, así que vete olvidando de hacer
el papel de conciliadora porque esta vez no te va a funcionar.
—Vaya, así que por fin te salió el carácter de zorra pelirroja que llevas dentro.
—¿Qué has dicho? —se giró hacia ella.
—Lo que has oído, siempre se ha dicho que las pelirrojas eran todas unas zorras
y tú en esa habitación lo acabas de demostrar, ¿necesitas que te lo explique más claro o
así ya lo has entendido?.
—Lo he entendido perfectamente, gracias. Y tranquila a esta zorra os queda poco
tiempo de tenerla por aquí, ya estoy buscando piso para irme cuanto antes.
—Tú misma solo espero que no tardes en darte cuenta del error que has cometido
y lo injusta que has sido con ella —dijo saliendo de allí porque si no se iba pronto iba
a terminar dándole dos bofetadas bien dadas y se suponía que ella era pacifista.
María se sobresaltó al escuchar el portazo de la puerta, estaba claro que Lucía no
había sido capaz de aplacar a Silvia, aunque entendía perfectamente el enfado de esta
no podía entender como su amiga podía llegar a pensar tan mal de ella, aunque si
pensaba bien en la situación podía llegar a entender porque se le había ocurrido esa
idea aunque conociéndola como la conocía se supone que tan rápido como se le hubiese
ocurrido esa idea la tendría que haber desechado. Pero y ¿si era verdad que ella sin
darse cuenta de lo que pasaba a su alrededor de alguna manera hubiese ayudado a
Lucas a espiar a Silvia? En ese momento se le vinieron a la mente ciertas situaciones en
las que él le había preguntado sobre sus amigas y sus trabajos y también estaba el día
en que ella le pilló con los papeles de Silvia en la mano aunque él le dijo que los había
encontrado en el suelo y lo único que había hecho era recogerlos, ¿pero y si no había
sido así?. ¡Oh, Dios! No podía ser, él no podía haberla usado de esa manera, ya no
sabía que pensar, lo mejor era dejarlo por ahora y ver por donde salían las cosas y ver
si con el paso de los días Silvia se tranquilizaba y podían hablar tranquilamente.
El resto de los días en la casa que compartían las chicas el aire que se respiraba
era un aire de dolor, de pérdida, Silvia no hablaba a ninguna de sus amigas y María
solo sabía encerrarse en su habitación a llorar. Lucía harta ya de la situación decidió
desahogarse con Ramón, y contarte todo lo que había pasado en esa casa en los último
días.
—Te lo juro, cariño, no hay quien pare en casa con ese ambiente —se quejaba
Lucía.
—Siento mucho lo que os ha pasado, no te preocupes estoy seguro de que dentro
de nada solucionaréis todo y volveréis a la normalidad otra vez, y bueno mientras tanto,
si quieres, puedes quedarte a dormir en mi casa, ya lo sabes.
—Lo sé, pero tengo miedo de dejar a las dos solas en la casa, Silvia es capaz de
terminar de destrozar a María y me da miedo que vuelva a caer en la depresión que
tenía, joder que putada, ahora que ella estaba consiguiendo salir adelante y había vuelto
a vivir y a sonreír tiene que pasar todo esto.
—¿No crees que exageras un poquito?
—No, tú no nos conocías cuando ella estaba tan mal, la tenías que haber visto,
nunca se reía, se dedicaba a ir de casa al trabajo y del trabajo a casa, de vez en cuando
conseguíamos que se uniera a nosotras para ver ir al cine o a tomar algo pero era como
llevarte un mueble. ¿Sabes que la noche que os conocimos era la primera vez que ella
salía en dos años?
—¿En serio?, vaya no tenía ni idea.
—Ramón, necesito hacerte una pregunta y no sé cómo te va a sentar.
—Adelante tú pregunta, sin miedo, y si puedo contestártela, lo haré.
—Gracias, aunque Silvia fue muy dura con María en las acusaciones que la hizo,
dijo algo que me temo que pueda ser cierto y me da miedo como va a reaccionar María
cuando suceda. ¿Tú crees que María para Lucas es un juguete más? ¿Unas más de las
mujeres que han pasado por su cama?
—Pues para serte sincero, al principio cuando empezaron yo también lo pensaba,
pero hace poco estuve hablando con él sobre el tema, puesto que María me parece una
mujer estupenda, y no quería que le hiciese daño, y aunque él dijo que ella era una más
y no significaba nada especial, hubo algo en su mirada, en su forma de hablar de ella
que me hizo pensar que se equivocaba, yo creo que sí siente algo más fuerte por ella de
lo que quiere reconocer.
—Sí, yo también lo pienso pero quería saber tú punto de vista ya que tú le
conoces mejor que yo. En ese caso, seguiré en mi casa y esperaré a ver por dónde salen
las cosas.
—Muy bien, como tú quieras, pero ya sabes que siempre vas a tener las puertas
de mi casa abiertas, ¿ok? —le dijo empezando a besarla.
—Gracias —le agradeció con una gran sonrisa cuando el beso terminó—, y ahora
tengo que irme ya es muy tarde y no quiero ni pensar en lo que puedan haber hecho esas
dos solas en casa.
—Vale, mañana te llamo, cuídate y cuida a María también.
—Eso haré, no te preocupes que tu chica sabe defenderse.
—Siempre y cuando no haya serpientes cerca, ¿no? —le dijo.
—Que malo eres —le recriminó acercándose a él para darle un cariñoso
puñetazo en el brazo. Momento que él aprovecho para sujetarla cerca suya y susurrarle
en el oído— qué fácil eres de provocar, y ahora a casa que ya es muy tarde, hasta
mañana mi amor.
Lucía que hasta ese momento estaba intentando soltarse de su agarre, al oír que la
llamaba su amor se quedó quieta, muy quieta entre sus brazos «no podía ser que se le
acabara de declarar de esa forma tan sosa, ¿no?».
—¿Acabas de decirme que me quieres así de esa forma tan sosa y sin gracia? No
me lo puedo creer, ¿como se te ocurre decirme que me quieres así, sin crear una
situación especial?
—Vaya, cualquiera diría que el que tu novio te diga que te quiere es algo bueno y
no algo por lo que regañarle, es más yo creo que lo suyo sería que tú le dijeses que
también le quieres, ¿no?
—Pues no, no pienso decírtelo hasta que no me hagas una declaración como Dios
manda, vaya manera más chapuza de decírmelo, hasta mañana y piensa en lo que te
acabo de decir.
Lucía llego a su casa y aunque entró saludando nadie le contestó el saludo de
vuelta, al dirigirse a su habitación vio luz por debajo de la puerta en la habitación de
Silvia, luego ella estaba en casa, llamó a la puerta de María para saber cómo se
encontraba, al ver que no le contestaba abrió un poco la puerta y miró dentro pero la
habitación estaba vacía, supuso que estaría con Lucas en su casa, mejor para ella, sabía
que la situación en la casa la estaba superando y si alguien podía conseguir que no
terminara de hundirse ese era él, Lucas. Todos los días pedía que la pequeña historia de
amor de ella no se desvaneciera en el aire, porque de verdad que de esta no conseguiría
salir adelante.
—María, ¡mírame! —le exigió Lucas— ¿Estás bien? Llevas varios días mal, ¿te
preocupa algo? ¿Tienes algún problema?
—No, Amo, no me pasa nada, es solo que estoy más cansada de lo normal pero
nada más, gracias. Como decirle que había tenido una discusión con Silvia por su
culpa, le daba miedo sacar el tema y descubrir que todo lo que ella le había dicho era
cierto, que para él, ella era una más, que nunca sería nadie especial en su vida y en ese
momento descubrir eso lo único que iba a conseguir era terminar de destruirla, así que
decidió disimular su dolor y seguir como si lo que Silvia le había dicho no le hubiera
afectado, era consciente de que se estaba engañando y estaba alargando lo inevitable
pero no se veía con fuerzas para conocer toda la verdad y también perderle a él, ya
bastante le dolía haber perdido a Silvia.
—Bien, te creo, si tú dices que estás bien, pues está bien. ¿Qué te parece si esta
noche nos acostamos pronto y así puedes descansar?
—Me parece perfecto, muchas gracias —le agradeció con un beso. Llevaba ya un
tiempo que no era capaz de dormir toda una noche seguida, se despertaba con
pesadillas igual que la pasó cuando perdió a sus padres y a Raúl tan de seguido. Solo
conseguía dormir toda la noche cuando se quedaba en su casa, así que últimamente
procuraba pasar todas las noches posibles allí en aquella casa.
Aunque Lucas no la quiso presionar, sabía que había algo que le preocupaba, por
eso estaba tan despistada y tan ausente, tenía que hacer algo, no le gustaba que ella no
confiase en él lo suficiente como para contarle que le pasaba, pero si ella no quería
contárselo ya lo averiguaría él por su cuenta. Lo que estaba claro es que algo le había
ocurrido en los últimos días y tenía que haber sido algo muy importante para que ella
estuviese así. No le gustaba verla tan triste.
Al día siguiente después de dejar a María en su casa, se dirigió hacia el gimnasio
donde Ramón entrenaba, si había alguien que podía saber que había pasado ese era él
ya que salía con su amiga.
—Hola, ¿podríamos tomar un café? —le preguntó cuándo le encontró en la sala
de musculatura.
—Sí, claro, dame cinco minutos y ahora me reúno contigo en la cafetería —le
dijo. No necesitaba preguntar por qué estaba allí, desde que Lucía se había desahogado
con él estaba esperando su visita, sabía que tarde o temprano Lucas le buscaría para
ver si él sabía algo más. Pero eso ya lo había hablado con Lucía y habían decidido que
lo mejor que ellos podían hacer era mantenerse al margen, si él quería información que
le preguntase a su novia no a él.
—Ya estoy aquí, ¿a qué debo el placer de esta visita?
—Tú siempre directo al grano, ¿eh?
—Para que cambiar además nunca habías venido a verme al gimnasio así que si
estás aquí es porque necesitas algo.
—Cierto, necesito que me cuentes si tú sabes si las chicas han tenido algún
problema, llevo un tiempo notando que María ha cambiado, está más triste, y aunque no
me quiere decir nada sé que también ha estado llorando porque muchos día ha llegado a
mi casa con los ojos hinchados. Así que si por favor tú sabes algo te pido que me lo
cuentes porque soy incapaz de sonsacarle nada.
—No me puedo creer que el gran abogado no sea capaz de sacarle una confesión
a una simple mortal —se burló él.
—No te rías, pero es cierto, a ella no puedo presionarla como hago en mis
juicios, y aunque le he preguntado ya varias veces de mil formas distinta siempre me ha
dado la misma contestación, que no le pasa nada que solo es cansancio.
—Pues siento no poder ayudarte, porque yo sé lo mismo que tú, hasta donde yo sé
no ha habido nada importante para que ella esté así. Lo siento.
—No pasa nada, creía que tú podría saber algo más, en fin gracias, ahora ya te
dejo que vuelvas a tu entrenamiento.
María no podía más, llevaba varios días pensando y había llegado a la
conclusión de que no podía seguir como seguía, la situación en casa era insoportable, y
eso la estaba afectando tanto física como mentalmente. Llevaba varios días buscando
una solución y aunque le dolía la solución a la que había llegado, no tenía más remedio
que llevarlo a cabo y terminar con todo, necesitaba salir de allí y dejar atrás todo ese
mal ambiente, así que se pidió unos días libres en el trabajo, reservo un vuelo para
Canarias para ir a pasar una temporada con sus tíos y ahora le quedaba la parte más
difícil, lo que nunca pensó que tendría que hacer, tenía que terminar su relación con
Lucas, aunque eso la desgarrase el corazón, aunque sabía que eso la terminaría
matando, no tenía más remedio que hacerlo, si pretendía volver a vivir algún día en paz
en su casa y con sus amigas que siempre habían estado con ella, tenía que hacerlo. Y
como sabía que si le tenía delante no iba ser capaz, decidió mandarle un WhatsApp
explicándole su decisión.
«Amo, lo siento pero tengo que terminar esta relación contigo, por motivos ajenos
a mí y a ti es imposible que sigamos con esta relación, además por mi parte esto ya se
estaba poniendo demasiado serio para seguir siendo un juego, así que muchas gracias
por todo, siempre me acordaré de ti, y hasta siempre» y le dio a enviar mientras
grandes lágrimas le resbalaban por la cara y su corazón se hacía pedazos. Cogió su
maleta, su bolso y salió por la puerta de casa sin decir nada a nadie sobre a donde se
dirigía ni lo que había hecho, de camino al aeropuerto paró en una oficina de correos y
le mandó su collar en un paquete a su casa.
Capítulo 12
Lucas no vio el mensaje de María hasta muchas horas después de recibirlo, había
estado de reunión en reunión y tenía el móvil en silencio. Cuando leyó el mensaje no
podía creérselo como era posible que le hubiera dejado y así con un mensaje, que le
podía haber pasado para llegar a esa decisión, necesitaba hablar con ella y arreglar las
cosas más que nada porque no sabía ni la razón ni el motivo por el cual ella le había
dejado. Intentó llamarla por teléfono pero le saltaba todo el rato el contestador, así que
decidió ir a su casa para ver si podía localizarla allí.
—Buenas noches, Lucía, ¿está María? Necesito hablar con ella —le dijo a Lucía
cuando esta le abrió la puerta.
—Lo siento Lucas, no está aquí y no sé dónde está, es más pensaba que estaba
contigo.
—No, conmigo no está, hace varios días que no la veo, hemos estado muy
ocupados con el trabajo, ya sabes.
—Sí, algo sé.
—¿Se te ocurre algún otro sitio donde pueda haber ido? De verdad que es muy
importante que hable con ella.
—Lo siento, no se me ocurre ningún sitio donde pueda estar, no te preocupes
tarde o temprano aparecerá si no es por aquí será por tu casa.
—Vale, gracias —se despidió de ella, no quiso decirle que a su casa seguramente
no iría puesto que le había dejado.
María llegó a casa de sus tíos y al encender su móvil descubrió que tenía más de
veinte llamadas de Lucas perdidas, las borró todas y llamó a Lucía para que esta no se
preocupase, porque si él la había llamado tantas veces seguramente tarde o temprano
terminaría yendo a su casa para preguntar por ella.
—Lucía, soy María.
—Se puede saber dónde te has metido, llevo horas buscándote y no soy la única,
que sepas que Lucas ha estado aquí buscándote también.
—Sí, tranquila ya he hablado con él —le mintió— estoy en Canarias, he venido a
pasar unos días aquí con mis tíos después del ambiente que hay en casa y de todo lo que
ha pasado he decidido tomarte unos días de relajación y evadirme de los problemas.
—Me parece muy bien, yo también estaba pensando que necesitabas unos días
lejos de este ambiente, así que aprovecha, recupera fuerzas y no tardes en volver aquí
te estaremos esperando con los brazos abiertos. Un beso y hasta pronto.
—Gracias, otro beso para ti.
Mientras Lucía hablaba por teléfono, Silvia estaba en la cocina y escuchó toda la
conversación, qué cosa más rara que María hiciera las maletas y se fuese sin dar
explicaciones a nadie, ni siquiera al imbécil de su novio, eso no era propio de ella,
sabía que ella había huido de allí por su culpa, por la discusión que habían tenido pero
es que tenía razón, bueno, tenía la mayor parte de la razón, sabía que ese día le había
dicho cosas que no eran ciertas y que no pensaba pero se sintió muy dolida cuando
descubrió su traición y cuando la encontró en casa entró a matar.
Lucas llevaba una semana sin poder dormir, como era posible que la tierra se
hubiera tragado a María, y como era posible que él no se hubiese dado cuenta antes de
todo lo que sentía por ella, ahora que la había perdido es cuando se dio cuenta de que
se había enamorado irremediablemente de ella, ahora que no tenía posibilidad de verla,
de hablar con ella, de convencerla de que volviese a su lado, ahora es cuando se daba
cuenta de que la quería y de que la necesitaba con él a su lado. Tenía que encontrarla,
se negaba a aceptar que todo se había terminado, y después de intentar encontrarla
mediante Ramón y Lucía sin resultado, pensó que tendría que ir a por la persona que le
quedaba, tendría que hablar con Silvia aunque esa mujer tenía algo que no le gustaba.
Así al día siguiente cuando se la encontró en los juzgados, la pidió que hablaran a
solas.
—¿Qué quieres? Ya habéis decidido algo sobre el acuerdo que os hemos
presentado —le preguntó ella cuando se quedaron a solas.
—Te he dicho que vengamos hablar a solas, pero no es sobre el caso sobre lo que
quiero hablar contigo, quiero hablar sobre María.
—Vaya, así que ahora que vais perdiendo el juicio necesitas otra vez a tu
cómplice para que te ayude a ganar.
—¿Cómplice? ¿De qué estás hablando? María y yo no somos cómplices de nada.
—No me mientas ni me tomes por idiota, ya sé que te ligaste a la idiota de María
para poder tener acceso a mis notas y mi trabajo sobre este juicio.
—¿Como se puede llegar a ser tan egocéntrica? —dijo en tono repugnante
mientras la miraba— Sabes que tú no eres el centro del universo, ¿verdad?
—Claro que lo sé, pero te diré lo mismo que le dije a tu amiguita, si no es para
conseguir mi trabajo para que un hombre como tú se iba a ligar a una mujer como ella.
Lucas estalló, al oír como insultaba y rebajaba a María no se pudo contener más y
terminó agarrándola del cuello y arrinconándola contra la pared.
—¿Me estás diciendo que porque tú eres tan egoísta y te crees que todo gira a tu
alrededor te atreviste a decirle una cosa tan cruel a ella? Escúchame y escúchame muy
bien porque no te lo voy a repetir. Nunca, nunca en toda tu vida conseguirías llegarle a
ella ni a la suela de sus zapatos, tú tendrías que estar besando el suelo por donde ella
pisa, ya que nunca vas a llegar a tener la clase, la educación y el saber estar ni la
belleza que ella tiene. Y como yo vuelva a oír de tus labios un solo comentario
despectivo hacia su persona prepárate para tener que salir del país puesto que puedo
hundir tanto tu carrera profesional como tu nombre, ¿está claro?
—Déjate de tonterías — le gritó dándole un empujón para quitárselo de encima—
y no te atrevas a amenazarme, ¿desde cuándo te preocupas tanto por un juguete? ¿O lo
qué te preocupa es no contar más con tu confidente? Y no te hagas el tonto que los dos
sabemos que la has usado para espiarme.
—¿Espiarte? Vaya que creído te lo tienes, ¿no? Qué sepas que no necesité espiar
tu trabajo para saber lo que pensabas hacer, llevo años desayunándome a principiantes
como tú, y ahora me vas a contar con todo lujo de detalles que es lo que le dijiste a
María que la ha obligado a huir como lo ha hecho —le exigió mientras la obligaba a
tomar asiento en una silla. Por fin, por fin iba a conseguir una explicación de lo que
había pasado, y todo por culpa de esa abogada que decía ser su amiga.
Silvia sintiéndose acorralada no le quedó más remedio que contarle todo lo que
había pasado, empezando por la discusión que habían tenido en su casa y siguiendo con
el vacío que le había estado haciendo en su propio hogar.
—No me extraña que haya huido y que haya cortado conmigo y con todo, después
de todo lo que le dijiste era normal que terminara estallando —se resignó él aunque
contento, porque si sabía lo que había pasado y el motivo por el cual ella se había ido
entonces podía planear una estrategia para volver a conquistarla y confesarle que sin
saberlo se había enamorado de ella.
—¿Ha terminado contigo?
—Sí, contenta, conseguiste lo que buscabas, me ha dejado sin darme ninguna
clase de explicación, claro que después de todo lo que me has dicho que explicación
podía darme, hay que encontrarla, como sea y donde sea pero hay que dar con ella.
—Entonces, ¿era cierto que no estaba espiándome?
—Por supuesto que es cierto, es más hasta el mismo día del juicio yo ni sabía
quiénes eran los abogados de la parte contraria —llegados a ese punto que más daba
una pequeña mentira si con ello conseguía volver a tener a María a su lado.
—Dios mío, que injusta he sido con ella. Y la de cosas horribles que la dije, sí
tenemos que encontrarla no me perdonaría que volviese a caer en su depresión por mi
culpa y más después de saber que no era cierto lo que yo pensaba. Tranquilo por lo que
pude escuchar el otro día, está pasando unos días con su familia en Canarias, creo que
dentro de tres o cuatro días ya vuelve.
—¿Depresión? ¿Qué depresión?.
—Pues la que ha tenido hasta el año pasado más o menos, hará cosa de tres o
cuatro años sus padres murieron en un accidente de avión y poco después de eso el
gilipollas de su novio la dejo después de que ella se enterase de que le había puesto los
cuernos con todas las chicas de la universidad, él había sido su primer novio y el
primer chico con el que mantenía relaciones sexuales, después de esa decepción y más
la perdida de sus padres, entró en una gran depresión de la que recién estaba saliendo.
De hecho el día que os conocimos era el primero en 2 años que ella salía de casa para
otra cosa que no fuese ir al trabajo o a comer a algún sitio cerca de casa. ¿No sabías
nada de esto? ¿Ella no te ha contado nada?
—No, si me había dicho que sus padres habían muerto en un accidente y que
desde entonces se había quedado sola ya que no tiene hermanos y que esa era la razón
por la que había decidido compartir piso. Pero no me había contado nada de todo lo
demás.
—Qué injusta he sido con ella, en cuanto llegue a casa intentaré hacer que me
perdone, haré lo que haga falta para conseguirlo como he podido dejar que todo se
desmadrase tanto.
—Por tu propio bien espero que así sea, y en cuanto llegue a casa quiero que
hables con ella y la pidas perdón por todo el daño que le has hecho.
—Así lo haré, no te preocupes por eso. ¿Puedo hacerte una pregunta?
—Sí, adelante, otra cosa es que la conteste.
—¿De verdad te has enamorado de ella?
—¿Tan imposible lo ves?, ya me has dejado claro que no tienes una gran opinión
de ella.
—No, no es por eso por lo que te lo pregunto, por supuesto que tengo una gran
opinión de ella, ya sé que ella es buena, y tiene un gran corazón, y siempre está
pendiente de ayudar a los demás. Lo pregunto porque no pareces la clase de hombre de
los que se enamoran, pero creo que esta vez lo has hecho y eso me alegra.
—¿Te alegra? Pues hace un momento no era eso lo que pensabas.
—Lo sé, pero no era lo que pensaba en realidad. Me alegro porque sé que ella
está enamorada de ti y si tú lo estás de ella yo puedo ayudarte a recuperarla.
—¿Ella está enamorada de mí? ¿Y entonces por qué me ha dejado si me quiere?
—Muy simple, lo ha hecho para demostrarme a mí que yo le importo y que era
inocente de todo lo que la había acusado. Para demostrar su inocencia e intentar
solucionar nuestras diferencias no ha visto más salida que dejar al hombre de su vida,
al primer hombre del que se ha enamorado.
—Pues sí es así, entonces te agradezco la ayuda pero no va a ser necesaria creo
que ya sé cómo hacer que vuelva conmigo. Y para conseguirlo necesito irme ya mismo,
así que te dejo y espero que cuando ella vuelva sepas pedirle perdón y hacerte
perdonar.
—Sí, tranquilo, pondré todo de mi parte para que así sea y suerte a ti también
para conseguir que vuelva contigo.
—Gracias, adiós.
Capítulo 13
María llegó al Puerto De la Cruz, en la isla de Tenerife donde vivían sus tíos
Carlos y Luisa con sus primos Ana y Carlos los cuales rondaban su edad, aunque ellos
ya no vivían allí porque debido a sus trabajos habían tenido que irse a vivir a otras
ciudades, de hecho su prima Ana si no recordaba mal estaba en Nueva York siendo
bloguera de moda, cosa que le iba como anillo al dedo puesto que siempre había tenido
aspecto de modelo con su altura de 1.80 cm, una constitución delgada, con su largo
cabello rubio y sus ojazos color miel bien podría pasar por una de las modelos de las
exitosas pasarelas a las que era habitual visitadora. Su primo Carlos era totalmente
contrario a su hermana, todo lo que ella lo tenía de rubia él lo tenía de moreno y unos
ojos color café ocultos detrás de unas grandes gafas de pasta negra, claro que él era un
físico y hacía años que había decidido que el mejor sitio para expandir su carrera era la
ciudad de Estocolmo, Suecia, donde nació el premio Nobel.
Antes de llegar a casa de su tía había tenido que aterrizar en el aeropuerto Reina
Sofía al sur de la isla, y de allí coger el autobús que la llevaría al norte de la isla donde
estaba la ciudad del Puerto donde vivía su tía, llegó a su destino a última hora de la
tarde, por suerte en las islas casi nunca hacía frío y no necesitaba llevar mucha ropa lo
que le supuso un gran ahorro a la hora de hacer la maleta y tener que facturarla. Cuando
llegó a su dirección llamó a la puerta de la casa de su tía quien al verla en la puerta
corrió a abrazarla y a ofrecerle un café caliente y algo de comer porque parecía que
llevaba varios días sin comer y sin descansar.
—Pero, María, hija, ¿qué haces aquí? ¿Se puede saber qué te ha pasado?
¿Cuándo fue la última vez que has comido? ¿Y qué has dormido? Pero no te quedes ahí
en la puerta, entra de una vez —le dijo mientras se hacía a un lado para dejarle espacio
para entrar.
—Como pretendías que la pobre niña entrara si no parabas de bombardearle a
preguntas. Hola, cielo, ¿cómo estás? —le preguntó su tío dándole un beso en la mejilla.
El solo hecho de estar allí con aquellas personas que la querían tanto aunque se
viesen muy poco debido a su trabajo y a que sus tíos solían pasar largas temporadas
fuera del país visitando a sus hijos, todavía se acordaba de que al morir sus padres sus
tíos le habían pedido que se fuese a vivir allí con ellos pero sabiendo que sus padres no
se llevaban bien con ellos por algo relacionado con los abuelos no le pareció bien y
decidió quedarse en su ciudad. Por suerte a lo largo de los años habían vuelto a
recuperar el trato y ahora ya volvían a tener una buena relación cosa que sabía que si su
madre siguiese viva estaría muy orgullosa de ello ya que siempre echo de menos a su
hermana aunque casi no se hablaran.
—A ver mi niña, ¿qué ha pasado? Y no es que no nos alegremos de que hayas
decidido visitarnos, ya sabes que siempre te estamos diciendo que a ver cuándo veníais
tanto tú como esas maravillosas amigas tuyas, pero tengo la sensación de que estás aquí
huyendo de algo y no porque te apeteciese hacernos una simple visita.
—Tía, por favor, hoy no me preguntes más, ¿vale? Déjame quedarme aquí un
tiempo y despejarme, ¿puedo? —preguntó ella puesto que como se había presentado sin
avisar lo mismo sus tíos tenían otros planes.
—Eso ni se pregunta, por supuesto que puedes quedarte todo el tiempo que
quieras y cuando creas que estás preparada espero que me digas que es eso que tanto te
preocupa por si puedo ayudarte, cariño. Ahora y viendo la hora que es ya, te voy a
poner un café mientras yo empiezo hacer la cena, tiempo que puedes aprovechar para
acomodarte en la habitación de tu prima Ana.
—¿No se enfadará Ana si me quedo en su cuarto? —preguntó preocupada, lo que
menos quería era crearle problemas a su tía.
—¡No digas tonterías! ¿Qué se va a enfadar? Jamás escuché tamaña tontería, si se
enfada será por no poder estar aquí contigo. Anda ve a cambiarte de ropa y ponerte
cómoda.
—¿Podría darme un baño primero? La verdad es que entre el viaje en avión y
luego el autobús no me vendría mal una ducha.
—¡Oh, cielo! Por supuesto que sí, espera que te doy una toalla limpia.
Esa noche por fin pudo dormir tranquila, después de una buena ducha y de una
gran cena, tenía que reconocer que su tía sabia cocinar muy bien, María se había
excusado y se había retirado a su habitación a descansar, la verdad es que no podía
soportar más miradas de pena y lástima que le mandaba su tía y las miradas pidiendo
paciencia que a su vez su tío le mandaba a su tía cada vez que esta trataba de sacarle
información.
Llevaba ya varios días en la isla y sus tíos todavía la trataban como si fuera de
cristal, seguían sin saber que podía haber pasado pero se imaginaban que tenía que
haber sido algo muy grave para que ella cogiese un avión y se presentara sin avisar. Ese
día la habían dicho que se iban de excursión, ya otro día la habían llevado a ver el
Teide el volcán de la isla el cual por suerte parecía que no tenía intención de entrar en
erupción porque la verdad ya era lo único que necesitaba que le pasase. Pero esa
mañana le anunciaron que le tenían preparada una gran excursión y ella pensando que
iban a ir a la playa le pareció un muy buen plan pero cuando se dio cuenta de que
cogían el coche ya no estaba tan segura y más después del día que fueron al Teide ya
que tuvieron que ir por una carreteras imposibles por la ladera de la montaña, había
habido ocasiones en las que creía que de verdad había llegado su fin y se terminarían
despeñando ladera abajo.
Sin mucha confianza se puso unos pantalones vaqueros cortos y una camiseta fina
de manga corta blanca con un dibujo de Hello Kitty, cogió su bolso vaquero también de
bandolera y se dirigió hacia el coche donde sus tíos la estaban esperando ya. Cuando
entró y le dijeron que ese día lo pasarían en el loro parque, se echó a reír, parecía que
sus tíos estaban decididos a distraerla a toda costa y a veces le daba la impresión de
que todavía la veían como una niña pequeña.
—¡Genial! —fue todo lo que consiguió decir. Bueno podía haber sido peor,
podían haber ido al parque con Lucía con lo cual tardarían todavía más en ver todo, ya
que esta insistiría en pararse en cada recinto y le contaría cada historia de cada uno de
los bichos. Al acordarse de Lucía se puso un poco más triste, la verdad es que las
echaba muchísimo de menos a las dos porque, aunque ahora no se hablase con Silvia,
todavía la seguía queriendo y le daba mucha pena la situación que tenían.
Mientras iban por el parque viendo a todos los animales que allí tenía, su tía le
iba contando anécdotas de cuando habían ido allí con sus primos, de como a su prima le
daba miedo acercarse a las aves rapaces porque una vez leyó un cuento donde un águila
se llevaba a un niño volando, y por culpa de eso no habían podido disfrutar del
espectáculo que hacían esas fantásticas aves, y otra en la que las que el que tenía miedo
era su primo pero a los delfines debido a una película sobre delfines asesinos, según le
dijeron sus tíos el día de hoy era la primera vez que iban a poder ver todos los
espectáculos porque por suerte a ella no le daban miedo los animales.
—No, claro que no me dan miedo, además vivo con una veterinaria la cual suele
sentir pena por cualquier bicho que se encuentra en la calle excepto si son serpientes
claro, esas como si se ahogaban. A continuación ella les contó las anécdotas que habían
sufrido debido a la fobia que Lucía les tenía a las serpientes. Al final tenía que
reconocer que estaba siendo un gran día, aunque su tía ya le había avisado que ya era
hora de que le contara que era lo que la había llevado hasta allí puesto que todavía la
veía muy triste y apagada y ya se había cansado de esperar que ella se lo explicase, lo
cierto es que tenía que reconocer que su tía había tenido una gran paciencia porque
sabía lo impaciente que podía llegar a ser, que esperase varios días a preguntarle ya
había sido un gran avance para ella.
—María, esta noche vamos a salir a tomar una copita tú y yo solas a ver si así
consigo que por fin me cuentes que te pasa.
La verdad es que después de todo el día en el parque María estaba rota y cansada
y solo quería meterse en la cama pero según llegó a casa su tía ya le avisó.
—María, ve a refrescarte o darte una ducha, lo que más te apetezca y te arreglas
para salir en una noche de chicas, así que sintiéndolo mucho querido Carlos te vamos a
dejar solo.
—¡Ay, que malas que sois dejándome solo y abandonado aquí en casa! —exclamó
su tío en broma, si lo que más estaba deseando era quedarse con toda la casa para él.
Media hora después, María y su tía se dirigían dando un paseo hacia la plaza
Charco donde siempre había ambiente y gente tomando algo en los distintos restaurante
que allí había, decidieron sentarse en una de las terrazas que había y después de pedir
una bebidas, su tía empezó con su ataque.
—Bien, mi niña, ahora me puedes contar de una santa vez que cojones te ha
pasado para venir hasta aquí.
—Pues... he venido aquí porque tú querías salir a tomar algo —le contestó.
—No me tomes por tonta, que todavía tengo edad para poder darte una buena
azotaina.
Al decirle eso, María se acordó de cuando le azoto Lucas y sin poder evitarlo
empezó a llorar como hacía días que no hacía.
—¡Ay, Dios, cariño! No, no te preocupes por supuesto que no te voy a dar — le
dijo compungida su tía al verla así mientras la rodeaba con sus brazos— ¿este llanto no
es por mi amenaza verdad?
—No —consiguió decir ella, negando con la cabeza.
—Bien, supongo que en esto habrá un hombre de por medio, ¿cierto?
—Sí, pero no solo es por él y más teniendo en cuenta que he sido yo la que le he
dejado aunque nunca pensé que sería capaz de hacerlo y nunca lo hubiese hecho de no
ser por todo lo que pasó antes.
—¿Y qué es lo que pasó antes? —le preguntó la buena mujer totalmente
confundida e incapaz de enterarse de nada de lo que podía haber pasado.
Viendo que no empezaba hablar decidió cambiar de estrategia.
—A ver, vayamos por partes, primero cuéntame algo sobre ese hombre.
—Pues, se llama Lucas, es abogado y es un hombre maravilloso, aunque al
principio pensé que era un capullo y un hombre muy frío e incluso borde y antipático
incapaz de sentir empatía hacía nadie, la verdad es que un hombre fantástico que se
preocupa por sus amigos, capaz de defender lo que es suyo contra cualquiera y a los
suyos también, cuando quiere también puede llegar a ser muy dulce e incluso romántico
en los momentos menos inesperados, es bastante inteligente y es imposible aburrirse a
su lado, aunque le gusta ir de hombre duro por la vida yo sé que no es cierto que sea así
y que suele preocuparse bastante por los sentimientos de los demás.
—Vamos, en resumen que estás locamente enamorada de ese hombre —le dijo su
tía quien después de escuchar todas las virtudes que por lo visto ese espécimen tenía lo
único que había sacado en claro era que su sobrina estaba irremediablemente
enamorada de ese tal Lucas.
—Sí, me temo que sí me he enamorado de él pero aunque sea un hombre
maravilloso lo único que siempre he tenido claro y algo que él me dejó muy claro al
principio de empezar nuestra relación es que él no cree en eso del amor y mucho menos
lo que quiere es una mujer enamorada detrás de él, cuando empezamos yo ya sabía que
lo único que él buscaba era una mujer con la que pasar buenos momentos juntos.
—¡Pero tú estás loca! ¿Cómo se te ocurrió aceptar semejante tontería? ¿No
tuviste ya bastante con el imbécil de tu ex? ¿Acaso nadie te ha explicado nunca que es
imposible tener una relación sin que se terminen mezclando los sentimientos?
—Tía, por favor, no me regañes —le dijo ella llorando e hipando sin parar — yo
he visto a Lucía y a Silvia salir con hombres y tener una relación con ellos sin
enamorarse y pensé que si ellas eran capaces porque yo no iba a ser capaz y
sinceramente, soy incapaz de resistirme a él.
—Bueno, eso no es del todo cierto si al final eres tú quien le ha dejado y estás
aquí ahora.
—Tía, le dejé mediante un mensaje de WhatsApp, no tuve valor para decírselo en
persona porque sabía que si se lo decía a la cara iba a ser incapaz de hacerlo y
marcharme.
—Hablando de eso de marcharte, ¿si todo iba bien entre vosotros?¿Por qué
decidiste marcharte y dejarle?
—Bueno, eso es más complicado todavía —dijo todavía más triste.
—¿Más todavía? Venga, tesoro, espera a que pidamos otra ronda y sigues
contándome.
—Bueno, pues el otro tema es algo que ha pasado entre Silvia y yo y que tiene
que ver con Lucas también.
—¿Silvia se atrevió a ligarse a tu novio? —le preguntó su tía enfada pensando lo
peor.
—No, no nada que ver con eso, Silvia nunca se atrevería hacer eso.
—Bueno, que querías que pensase si me dices que has discutido con tu amiga y
que tu novio estaba en medio de vosotras —se defendió ella.
—No es mi novio, bueno, no era mi novio.
—Si claro, lo que tú digas. Sigue contando venga.
—Ya sabes que Silvia es abogada, pues Lucas como ya te he dicho también lo es,
lo que ninguno sabía era que se iban a enfrentar en un juicio muy importante que
tuvieron unos días antes de venir aquí. Por lo visto, a Silvia no le fue muy bien en su
juicio y llegó a la conclusión de que ya que Lucas era el abogado de la otra parte yo
había hecho de espía para él y le había contado toda la estrategia que ella pensaba usar
para ganar.
—¿Pero cómo ibas hacer de espía si ninguno sabía que se iban a enfrentar?
—La verdad es que no estoy tan segura de que él no lo supiese, en estos día he
pensado en las conversaciones que hemos tenido y si es verdad que hubo alguna vez
que Lucas me pregunto como despistando sobre mis amigas lo cual incluía a Silvia y
luego recordé como un día estando en mi casa le pille con unos papeles de ella en la
mano aunque él dijo que se habían caído al suelo y él solo los había recogido. Y si
somos sinceras, estaba claro que un hombre como él solo podía estar conmigo por ese
motivo.
—¿Cómo que un hombre como él? ¿Qué pasa que tiene 3 cabezas? ¿O algo así?
—No —se rio con pena ella— Por supuesto que no, Lucas es un hombre
físicamente muy atractivo, con una atracción irresistible para el género femenino, cada
vez que íbamos a algún sitio era inevitable fijarse en como las otras mujeres se lo
comían con los ojos.
—Ya, y tú que eres ¿una morsa o qué? María, tú también eres una mujer muy
atractiva, guapa e inteligente, y no me extrañaría que a Lucas le haya pasado lo mismo
que te ha pasado a ti y haya terminado irremediablemente enamorado de ti.
—Tía no te confundas, los hombres como él no se enamoran de simples mujeres
como yo.
—¿Eso te lo ha explicado él? ¿Qué te dijo cuando le contaste las acusaciones que
te hizo Silvia?
—Bueno, la verdad, es que… —dijo María desviando la mirada hacia otro lado.
—¿Qué? Niña quieres decírmelo todo ya de una vez que me estas volviendo loca
con tantas vueltas.
—Pues que no sé qué es lo que él piensa porque yo no he hablado con él, no sabe
nada sobre la pelea que tuve con Silvia, ni de las acusaciones que esta me hizo, cuando
ya no pude más con la situación, le mande una mensaje dejándole y me fui de allí, y así
es como llegué hasta tu casa.
—¡Definitivamente tú eres tonta!
—¿Qué? —dijo asombrada— Pensé que te ibas a poner de mi parte.
—Y estoy de tu parte, cariño, eso no lo dudes nunca, pero tú eres tonta y para eso
no hay remedio.
—No lo entiendo, si dices que estas de mi parte como me puedes decir eso.
—Muy fácil, cariño, a ver has cometido unos cuantos errores bastante graves y
por tu bien y por el bien de tu salud mental espero que todavía estés a tiempo de
solucionar las cosas. ¿Cuántas veces crees que aparece el amor de tu vida en ella?
¿Crees que ese hombre, si es verdad que es tan fantástico, va a estar esperándote?
—La verdad es que no creo que me esté esperando, lo más seguro es que ya esté
con otra mujer y esta por supuesto sea cien veces mejor que yo.
—Mi niña, cuánto daño te hizo el gilipollas de tu ex, te puedo garantizar que ese
hombre todavía está disponible para ti eso sí, como tardes más en volver y hablar y
aclarar las cosas con él lo vas a terminar perdiendo definitivamente y créeme que eso sí
que te va doler.
—¿Entonces tú crees que todavía estoy a tiempo de hablar con él? ¿Pero qué pasa
con Silvia? Sabes que para mí tanto Lucía como ella son como mis hermanas y no
podría ser feliz estando con Lucas mientras Silvia me odia.
—Pues muy fácil, lo que tienes que hacer es coger el toro por los cuernos, lo
primero mañana a primera hora vuelves hacer la maleta y tu tío y yo te llevamos al
aeropuerto y te vuelves a tu casa, lo primero que vas hacer es encerrarte en una
habitación con tu amiga Silvia y no salir hasta que ella entienda que tu no sabías nada y
que eres totalmente inocente de todo lo que te acusa aunque conociéndola y sabiendo
que esa chica es todo temperamento, te puedo garantizar que después del tiempo que ha
pasado ya estará más tranquila y dispuesta a escucharte. Y luego una vez soluciones lo
de Silvia, te vas a ir a casa de Lucas, no vive con los padres ¿no?
—No, vive solo en un ático.
—Bien, mejor, pues te presentas en su casa y siento decírtelo pero te tocara
arrastrarte un poco para hacerte perdonar y una vez que lo consigas le cuentas todo lo
que pasó y el motivo por el que te fuiste de esa forma tan brusca.
—Pero y si él no quiera hablar conmigo, ¿cómo lo hago?
—Me has oído cuando te he dicho que te va a tocar arrastrarte un poco, te tocara
pedirle perdón e incluso suplicar un poquito, pero no mucho ¿eh? Que eres una mujer y
las mujeres no nos tenemos que rebajar ante nadie, aunque teniendo en cuenta la
metedura de pata que has tenido, lo siento, pero te va a tocar hacerlo un poco. Y ahora
creo que ya va siendo hora de volver a casa porque llevo tres copas encima y me
empiezo a notar algo mareada — le dijo guiñándole un ojo.
Al día siguiente, María acompañada de sus tíos se dirigió de vuelta al aeropuerto
Reina Sofía y volvía a su casa a enfrentar su futuro y ojalá todavía tuviera un futuro al
que volver.
Capítulo 14
Por fin estaba en casa, se dijo María saliendo del aeropuerto de Barajas, aunque
le había sentado muy bien esos días con su familia, la verdad era que echaba de menos
la ciudad y estaba deseando volver a su rutina diaria. Habían sido unos días muy
difíciles y más con las continuas llamadas y los continuos mensajes de Lucas, pero ya
hacía unos días que no la llamaba ni le mandaba ningún mensaje por lo que ya la tendría
que haber olvidado y haberla sustituido. Eso era lo mejor, cuanto antes él pasara página
y dejara de perseguirla antes ella podría intentar conseguir olvidarlo aunque sabía que
eso era imposible porque lo tenía clavado en su alma y en su corazón. Tendría que
aprender a sobrevivir sin él, sin sus risas, sin sus miradas, incluso sin sus órdenes.
Aunque después de lo hablado con su tía quizás no tendría que darse por vencida aún.
Paró a un taxi y le dio la dirección de su casa, esperaba que por lo menos Lucía
estuviera en casa para distraerla.
Definitivamente la suerte la había abandonado pues cuando llegó a casa se
encontró con que estaba vacía, allí no había nadie. Se fue a su habitación y se dispuso a
deshacer su equipaje, pero al entrar en su cuarto se encontró con que la cama ya estaba
ocupada, Silvia estaba profundamente dormida en su cama. ¿Se podía saber qué hacía
ella allí? Se acercó muy despacio a la cama y empezó a sacudirla para despertarla. Al
rato, Silvia empezó a reaccionar, primero se sobresaltó al ver que no estaba en su cama
y luego cuando la vio se tiró a sus brazos llorando y pidiéndole perdón.
—María, lo siento, lo siento muchísimo, por favor perdóname sé que no lo
merezco y qué te dije cosas horribles, pero por favor perdóname y que sepas que nada
de lo que te dije era verdad ni lo que yo pensaba. Por favor, perdóname y si no lo haces
dime al menos que puedo hacer para conseguir tu perdón.
—Nada, no puedes hacer nada más Silvia.
—Lo entiendo, es lógico que pienses así, ahora si me disculpas te dejo que
deshagas la maleta.
—No, no lo has entendido —le dijo María con lágrimas en los ojos— no puedes
hacer nada más porque acabas de hacer todo lo que yo necesitaba que hicieras y por
supuesto que te perdono. Anda tonta ven aquí y dame un beso, te he echado muchísimo
de menos.
—Yo también te he echado de menos, pero no he sido la única, ha habido otra
persona que también te ha echado mucho de menos.
—Sí, ya lo sé. Lucía, ¿dónde está?.
—Ella está en casa de Ramón, se ha negado a dormir aquí desde que te fuiste, de
hecho me dijo que hasta que no arreglásemos nuestras diferencias no volvería. Pero yo
no me refería a ella cuando te decía que había alguien más.
—Entonces, ¿de quién hablabas?.
—De Lucas, le has dejado destrozado con tu huida, casi se vuelve loco
buscándote, ha recurrido a todos nosotros tanto a Lucía como a Ramón e incluso a mí
para intentar averiguar dónde te habías ido.
—Sé que me ha estado buscando porque he tenido muchas llamadas suyas, pero
desde hace unos días ya no me molesta así que ya debe de haberlo superado. Lo
importante es que nosotras volvemos a estar bien —le dijo con una sonrisa triste en los
labios.
—Te equivocas con respecto a él, y si quieres saber lo que siente por ti deberías
mirar dentro de tu mesilla de noche, y ahora te dejo para que termines de instalarte,
buenas tardes y bienvenida a casa.
—Gracias —la despidió distraídamente mientras miraba a su mesilla, le daba
miedo ir y descubrir lo que fuese que hubiese dentro, pero era peor no saber así que
cogiendo fuerzas se acercó a la mesilla y abrió el primer cajón, dentro junto con su
ropa interior había una pequeña caja de una joyería muy conocida del centro de
Madrid. ¿Una joya? ¿Le había comprado una joya para demostrar sus sentimientos?
Cogió la caja y al abrirla se le escapó una exclamación y volvió a llorar otra vez,
Silvia quien en realidad no se había ido y se había quedado escuchando detrás de la
puerta al oírla llorar decidió entrar y ver qué había pasado. Al entrar se encontró a
María llorando y con una pequeña caja en sus manos.
—María, cariño, ¿Qué ha pasado? ¿Qué es eso que tienes en las manos?
—Esto — le dijo enseñándole una cadena de plata de la cual colgaba un pequeño
colgante con la imagen de un lobo llevando una flor de cala en la boca.
—Oh, María es precioso, ¿no te gusta? ¿Por eso lloras?
—No, no es nada de eso, como no me va a gustar, es precioso. Lloro por lo que
significa.
—¿Lo que significa?
—Sí, a Lucas le llaman el lobo, dentro del círculo en el que se mueve es por el
nombre por el que se le conoce, y como ya sabes las calas son mis flores, y por si no lo
recuerdas después de la primera noche que pasamos juntos, él me mandó un ramo de
calas blancas.
—Oh, María, ¿y eso no te hace feliz? Te acaba de decir que te quiere, que está
enamorado de ti.
—Claro que me haría muy feliz, pero este colgante no dice eso, este colgante
habla de que él echa de menos el morbo de nuestra relación, la obsesión que yo le he
creado porque creo que debo de haber sido una de las pocas mujeres que se han
atrevido a dejarlo, este colgante habla de su forma de ser, ¿sabías que es un Amo? Le
encanta el control, le encanta dar órdenes y que estas sean obedecidas, eso, todo eso es
lo que él echa de menos y lo que quiere, este colgante no habla de sentimientos, no
habla de amor.
—¿Pocas? Yo diría más bien la única, algo me dice que él no está acostumbrado
a que le dejen sino que es más bien él quien las deja. Te equivocas María, mira puede
ser verdad que él echa de menos todo eso que dices, pero todo eso, el control, el
morbo, la obsesión, todas ellas no excluyen al amor. Se pueden tener todas juntas y es
de la unión de todas ellas de lo que habla este colgante. Así que tu novio es un Amo,
¿eh? Interesante ¿De dónde sacaste fuerzas para dejarlo? Me refiero si vuestra relación
es la de un Amo con su sumisa, tú nunca podrías haber tenido fuerzas para oponerte a
sus deseos y lo que él más desea es a ti, tú podrías haber empezado a plantear el
abandonarlo pero a él le bastaba con una simple orden para callarte. María te conozco
y a ti no te gustan los enfrentamientos, ¿cómo fuiste capaz de decirle que le
abandonabas? ¿Cómo conseguiste que te escuchase? Porque si a mí me dicen eso te
aseguro que no hubiese llegado mucho más lejos, le mandaría callar antes y además le
daría un severo castigo por pensarlo tan siquiera.
—¿Castigo? ¿Amo, sumisa? Silvia, ¿cómo sabes tú de todas estas cosas? ¿Acaso
eres sumisa también? — pensando en las palabras que ella le acaba de decir y que le
recordaron a las dichas por su tía.
—No, cariño, yo soy la que manda, yo soy la Ama por eso se de castigos y de
cómo son las relaciones entre Amos y sumisos. Y ahora te importaría satisfacer mi
curiosidad, ¿de dónde sacaste valor para decirle que te ibas?
—Una Ama, increíble, ¿es casualidad que los dos seáis abogados? ¿O es una
asignatura más de la carrera? —preguntó incrédula todavía no podía creerse que Silvia,
su amiga, estuviese dentro del mundo del BDSM— Es que técnicamente no se lo dije
—respondió avergonzada a su curiosidad.
—Si lo piensas bien es normal que entre los abogados abunden los Amos, al fin y
al cabo, nos gusta ganar y poder manipular la voluntad de las personas para nuestro
beneficio. Así que es un paso lógico trasladar ese poder a las relaciones personales
¿Qué significa qué técnicamente no se lo dijiste?
—Pues que se lo dije mediante un mensaje de WhatsApp y luego apagué mi
teléfono para no tener que enfrentarme a él, y desde ese día no he vuelto a contestar sus
llamadas y mensajes.
—¿En serio le dejaste con un mensaje? Lo que habría dado por ver su cara en el
momento en que lo leyó —se rio Silvia.
—No tiene gracia.
—Sí que la tiene, es más estoy segura de que nunca nadie le había dejado de
forma tan original. Tiene que haber alucinado leyendo lo que le escribiste. Tú habrás
roto tu corazón dejándole, pero te aseguro que acabaste con su orgullo y su mundo
dejándolo de esa forma.
—Más bien cobarde, no original.
—Sí, la verdad es que algo cobarde sí que fue.
—No tuve más remedio que hacerlo así, sabía que si lo hacía en persona no iba a
ser capaz de hacerlo, sabía que si le tenía delante no iba a poder decirle adiós, y
necesitaba dejarle, necesitaba alejarme de él, me sentí atrapada entre los dos y al final
elegí dejaros a ambos, por eso me fui. Él es mi mundo, es el amor de mi vida, el
hombre del que estoy locamente enamorada, pero tú también eres muy importante para
mí, en todos estos años que llevamos viviendo juntas tanto tú como Lucía os habéis
convertido en mi familia, en mis hermanas.
—Lo siento, siento todo el dolor que has tenido que pasar por mi culpa, por culpa
de mi egoísmo, de mi carácter y que sepas que para mí también vosotras sois mis
hermanas —le dijo llorando también con ella.
—Olvídalo, eso ya pasó, ya terminó esta guerra, además entre hermanas todo se
perdona.
—Puede que esto ya sea pasado pero Lucas no lo es y no tiene por qué serlo.
—Qué más quisiera yo que poder recuperarlo pero no sé cómo hacerlo, tú misma
lo has dicho le he herido en su orgullo, y todas sabemos que para los hombres su
orgullo es lo más importante.
—Puede que el orgullo sea una parte importante para ellos, pero te aseguro que el
amor está por encima.
—Tengo miedo, Silvia, tengo miedo de cómo puede reaccionar, de qué no quiera
verme después de todo lo que le he hecho, tengo miedo de que te equivoques y yo lleve
razón y sea verdad que no me ama.
—No pienses en eso, lo que tienes que hacer ahora es coger ese colgante y
ponértelo, ¿dónde está el otro collar que tenías?
—Se lo mandé por correos.
—Joder, no te dejaste nada, ¿eh? bonita, bueno pues te pones este nuevo, te
presentas en su casa y si al principio no quiere abrirte la puerta, cosa normal después
de todo lo que le has hecho pues insistes hasta que te abra la puerta, una vez dentro le
cuentas todo tanto lo que pasó entre nosotras como lo que sientes por él, solo vas a
tener una oportunidad así que no te guardes nada dentro, suéltalo todo, dile como te
sentiste acorralada entre los dos, como te agobiaste y también confiésale tus miedos, tú
miedo a que no te quiera, a perderle, a que llegase un día en que fuese él quien
terminase contigo ya que tú te has enamorado de él, y de cómo todas esas cosas juntas
te llevaron a cometer la mayor locura de tu vida que ha sido huir y dejarle. Estoy segura
de que si le dices todo, él te perdonara, aunque no creo que te libres de un buen castigo.
—Lo del castigo no me preocupa ¿Tú crees que querrá hablar conmigo?
—No solo lo creo, estoy segura de ello así que lávate la cara y corre hasta su
casa.
—Gracias, muchas gracias, Silvia, sí eso es lo que voy hacer, voy a ir ahora
mismo hasta su casa.
Media hora más tarde una nerviosa María llamaba a la puerta de Lucas.
—Me pillas en un mal momento, así que si no te importa vuelve otro día, ahora
estoy muy ocupado —le respondió él a través de la puerta.
—Lo sé, solo necesito un momento, por favor ábreme la puerta.
—Vete María, no hay nada que tú me puedas decir que me interese.
—Ni tan siquiera que me perdones y que todo lo que hice fue por miedo, miedo a
perderte, a no poder vivir si eras tú quien me dejaba, miedo a lo que siento por ti,
porque sí, me he enamorado de ti, Lucas, y no sé cómo ha sido ni cuando ha pasado
pero me enamoré de ti y eso junto con otros problemas hicieron que huyera de tu lado
como la cobarde que soy —lloró contra la puerta.
—Cariño, ¿en serio te has enamorado de mí? —le preguntó él ya con la puerta
abierta y abrazándola fuerte contra su pecho.
—¡Oh, Lucas!, lo difícil hubiese sido no hacerlo, me enamoré de ti desde el
primer momento en que te vi en aquel local y te sentaste a mi lado para hablar. Pero eso
ahora no importa, ya es tarde y veo que ahora estas ocupado y que seguramente ya
tendrás otra...—era incapaz de decir y pensar que en ese momento él estaba haciendo
con otra lo mismo que hacía con ella— siento molestarte, mejor me voy. Era mejor salir
corriendo de allí antes de seguir humillándose más.
—¡Quieta, María!—le ordenó al ver que ella se disponía a dar la vuelta e irse—
¿Por qué no me lo dijiste? ¿Por qué tuviste que huir de mí?
—Porque tú no querías una mujer enamorada, tú querías una sumisa entregada, tú
querías una relación sin sentimientos de por medio que pudieran complicar las cosas. Y
luego estaba el problema con Silvia, eso es algo que también necesito aclarar contigo.
—No tienes que aclarar nada, ya hablé con Silvia y sé lo que pasó, y he de
decirte que sí, sí es cierto que yo sabía que ella era la persona a la que me enfrentaba y
que en un principio si pensé en utilizarte para ayudar a mi cliente, pero no sé qué me
pasaba en esos día que ya me resultaba imposible traicionar tu confianza. Puede que
eso fuese lo que quería al principio, lo que tú me acabas de decir una mujer con la que
tener una relación sin sentimientos de por medio pero luego me pasó lo mismo que a ti y
me enamore de mi sumisa, me enamore de una mujer maravillosa, fuerte, luchadora,
cariñosa, me enamore como un adolescente, y cuando te fuiste me rompiste el corazón y
cuando llegué ese día a casa y encontré el paquete con tu collar, me terminaste de matar.
—Cariño, lo siento, lo siento muchísimo, nunca hubiese querido hacerte daño,
créeme, pensé que para ti yo solo era una más de las mujeres que has tenido y nunca
podría haber imaginado que te estaba haciendo daño porque te juro que prefiero sufrir
antes yo a que tú sufras. Por cierto, me encanta mi nuevo collar, lo llevo puesto y
aunque tú no me perdones y no quieras volver conmigo siempre lo voy a llevar.
—Me has escuchado cuando te he dicho que estoy enamorado de ti, ni loca
pienses que voy a dejar que vuelvas a huir de mí, a partir del día de hoy te quiero
conmigo todas las noches, no voy a volver a darte la opción de que vuelvas a
desaparecer, te quiero conmigo, quiero que tanto al despertar por las mañanas como en
las noches a la hora de dormir tú seas lo primero y lo último que siempre vea. Mi
sumisa, mi amor, mi mujer.
—¿Tu mujer, tu amor? ¡Oh, Lucas! —lloró contra tu pecho.
—Sí, mi mujer y al igual que tu llevas tu collar con nuestro símbolo yo también lo
llevo —le dijo enseñándole una pulsera de cuero de la cual colgaba el mismo medallón
que llevaba ella—, los encargué después del día que fui a buscarte al trabajo y te vi con
los niños y cuando esa noche te deje tener el control. Por aquel entonces no era
consciente de que ya había empezado a enamorarme de ti, pero todo eso ahora ya no
importa, ahora lo más importante es toda la vida que nos queda por estar juntos
empezando por el día de hoy.
—Lucas, yo no me puedo venir a vivir aquí contigo, recién acabo de reconciliar
me con Silvia y no puedo dejarlas solas.
—¿Quién ha hablado de vivir aquí? —le preguntó entregándole una llave que
llevaba guardada en su pantalón.
—No entiendo, ¿de dónde es esta llave? Si no vamos a vivir aquí dónde lo vamos
hacer.
—¡Sorpresa! Esta llave es del piso que hay justo encima del tuyo, allí es donde tú
y yo viviremos, en este tiempo que has estado lejos he comprado esa casa, después de
tener una charla con tu amiga Silvia me di cuenta de que había dejado que te salieses
con la tuya sin luchar, así que empecé a idear un plan para reconquistarte y una de las
primeras cosas que hice fue comprar ese piso para poder controlarte y verte y poder
encontrarme contigo, lo he estado reformando y poniendo los muebles a nuestros gustos
aunque por supuesto tú le pondrás tu toque personal a nuestro hogar y también he
pensado que podríamos unir los dos pisos mediante una escalera, ya lo he estado
hablando con un arquitecto y cree posible que lo podamos hacer, así de esa manera
viviremos con tus amigas pero sin estar compartiendo el mismo espacio. ¿Te gusta la
idea?
—¿Qué si me gusta? ¡Me encanta! Has pensado en todo y has sido capaz de hacer
todo esto por mí, solo por mí —le dijo lanzándose a sus brazos, le necesitaba en ese
momento, había pasado mucho tiempo desde la última vez que le había tenido —dime
en esa casa nuestra, ¿hay también un cuarto especial en este piso?
—Haría cualquier cosa por ti, María, recuérdalo siempre, por ti sería capaz de ir
al infierno y volver aunque creo que eso ya lo he hecho. Por supuesto que lo hay, e
incluso mejor ya que le he incluido algunas mejoras que estoy seguro que te van a gustar
aunque las verás mejor mañana, por hoy y como despedida de esta casa y como
comienzo del resto de nuestra vida nueva vamos a disfrutar de la habitación que
tenemos aquí y prepárate, tenemos que recuperar mucho tiempo perdido y no creas que
se me ha olvidado el castigo que vas a recibir por huir de mí y no haber confiado en mí,
pero todo esto será mañana porque esta noche estaremos solos tu y yo y nuestro amor—
le dijo mientras se dirigían hacia el dormitorio donde terminar su tan ansiada
reconciliación y donde empezar su nueva y larga vida juntos.
Epílogo
Un mes más tarde

—Bien, María, hoy es tu último día de castigo después de toda la estupidez que
hiciste cuando huiste —le dijo Lucas mientras la tenía atada a la cruz de San Andrés
que había puesto en la habitación de su nuevo hogar. Es verdad que no esperaba una
respuesta puesto que ella estaba amordazada y eso dificultaba la comunicación.
Por fin se acaba aquella tortura pensaba María mientras esperaba a que Lucas la
soltara, la verdad es que cuando le dijo cuál era el castigo no se veía capaz de
aguantarlo y siendo justa tampoco creía que él lo aguantase pero estaba visto que a
cabezón y mandón no le ganaba nadie sino ¿cómo había podido resistir todo un mes sin
sentir las manos de ellas en su cuerpo o de no oír como gritaba y gemía mientras las
excitaba? o ¿cómo no había sido de capaz de volverse loco mientras se la follaba sin
que ella se pudiera mover ni hacer ningún gesto?, porque según le dijo él quería que
ella se sintiera como un mueble, despreciable como se había sentido él cuando ella le
abandono. Lo único que había sacado claro María de ese mes es que Lucas tenía una
gran resistencia, y tenacidad para ser fiel a lo que prometía y desde luego podía decir
que por la parte que a ella le tocaba había aprendido la lección y muy bien.
Desde luego no se podía decir que habían empezado muy bien su convivencia
juntos, porque tal y como él le dijo al día siguiente de reconciliarse ya se fueron a vivir
a su nueva casa ya que con la complicidad de Silvia todas sus cosas y efectos
personales ya habían sido trasladados al piso de arriba. También había que reconocer
que había sabido contratar a unos buenos albañiles que no tardaron ni dos semanas en
construir una escalera por el salón que comunicaba los dos pisos eso sí Lucas insistió
en poner una puerta en su piso y les explicó muy clarito tanto a Lucía quien por fin
había vuelto al piso al saber que las aguas habían vuelto a su cauce y a Silvia que si la
puerta estaba cerrada a menos que fuese algo muy urgente que no entrasen, no era
cuestión de sacrificar toda su intimidad por el simple hecho de hacerla feliz y no
apartarla de las que ella consideraba sus hermanas.
—Bien, María, espera un momento que vaya al baño a limpiarme un poco y
cambiarme de ropa y ahora te desato y por lo bien que te has portado todo este mes
cosa que ya sé que te ha costado mucho ya que incluso ha sido difícil para mí, tengo una
sorpresa, en realidad es algo que tengo desde hace tiempo pero que hasta el día de hoy
no te habías merecido —le explicó dándole un beso que a ella le supo a nada debido a
la mordaza que llevaba.
Debido a su posición ella tenía una vista privilegiada de toda la habitación,
todavía no entendía porque esa cruz estaba en el cuarto que compartían y no en la otra
habitación en la que estaban el resto de atrezzo que usaban en sus juegos, estaba claro
que ese juguete en especial le había calado hondo. Así pudo ver como el hombre de su
vida, el amor de su vida, se alejaba de ella para dirigirse hacia el vestidor supuso que
para coger ropa limpia puesto que ya le había dicho que iba al baño a cambiarse ya que
en su última sesión había terminado manchado tanto de su esperma como de los fluidos
de ella porque aunque ella intentaba siempre castigarle y devolverle algo del castigo
que sufría intentando resistirse y no excitarse ni correrse era algo que nunca había
conseguido, ¿cómo era posible que se excitara tanto si no podía usar ninguno de sus
sentidos? ¿Qué poder tenía ese hombre que con solo estar próximo a ella ya conseguía
desestabilizarla y convertirla en una cosa que solo podía sentir? Ella se tenía por una
persona inteligente y racional y mira tú por donde toda esa inteligencia y raciocinio
salían por la puerta en cuanto ese hombre estaba cerca y en cuanto la miraba con esa
mirada dura y perversa que tenía de Amo. En cuanto adoptaba esa aptitud ella ya estaba
perdida y no sabía por qué ni cómo se convertía en una mujer sedienta de él, de su
aprobación, de sus besos, de sus caricias y para que engañarnos, también de ese
miembro que tenía entre las piernas y que sabía usar con tanta maestría.
Por fin salía del baño ya creía que iba a estar toda la noche ahí atada cosa que
por suerte solo le hizo la primera noche de castigo aunque a medianoche se apiadó de
ella y la soltó y la llevó a la cama.
—Mi amor ahora te voy a soltar y a quitarte la mordaza, espero que después de
este mes hayas aprendido la lección y no tengamos que volver a pasar por esto porque
no sé si sería capaz de no volver a sentir tus manos encima mía y de no escuchar esos
ruidos y gemidos que haces tan sexy cuando te estoy tomando.
—Cariño, nunca más, te prometo que nunca más vamos a tener que volver a pasar
por esto —le contestó ella en cuanto se vio libre de ataduras y de esa asquerosa
mordaza que ya odiaba—. He aprendido la lección y te aseguro que te necesito que
necesito sentirte en mis manos y volver a sentirme libre cada que vez que estemos
juntos —le dijo mientras se le tiraba encima y le robaba un beso, un beso que él
profundizo introduciendo su lengua dentro de su boca y bajando sus manos hasta su culo
para enlazar sus piernas a su alrededor y llevarla a la cama, ya estaba otra vez
totalmente excitado.
—María ¿estás segura de esto? Sabes que como sigamos así no voy a ser capaz
de detenerme y después de todo lo que acabamos de hacer no sé si tendrás resistencia
todavía.
María no podía ni hablar así que decidió que a falta de palabras lo mejor eran los
hechos y volvió a cogerle sus labios y le dio un pequeño mordisco en el labio inferior
para que se centrase y supiese que es lo que ella quería y había que reconocer que el
chico era listo y las cazaba al vuelo ya que no tardo en llevarla hasta la cama y
tumbarla en ella, pero ya estaba harto de no sentirla así que decidió ponerla a ella
encima y dejar que ella llevase el control como ya hizo hace tiempo en uno de sus
primeros encuentros. Ella no desaprovecho la ocasión y decidió que se iba a dar un
festín del cuerpo de ese hombre, y empezó a darle besos y lametones a lo largo de su
torso, ¡Dios, que cuerpo tenía!, fue bajando hasta llegar a su objetivo, poniéndose de
rodillas entre las piernas abiertas de él se agachó y cogió su miembro erecto en la boca
y empezó a chupar y succionar despacio, haciendo que entrase y saliese de su boca, e
incluso hubo alguna ocasión en la que le arañó suavemente con los dientes para oírle
silbar, gracias a los gemidos que él estaba haciendo, María supo que estaba cerca de
correrse y ella también lo estaba, puesto que nada la excitaba más que ver como ella
conseguía volverle loco, así que se puso a encima de él y se introdujo su erección de
una sola estocada, y lo cabalgó duramente gracias a la ayuda de él que se incorporó y
se quedó sentado con ella encima, ayudándola con sus empujes hasta conseguir correrse
los dos dando gritos.
—No era esta la sorpresa que te tenía —le dijo él una vez consiguieron recuperar
sus respiraciones—, mi sorpresa era ésta —le dijo dándole una pequeña caja cuadrada.
—¿Qué es esto? —le preguntó ella abriendo la caja y descubriendo un precioso
anillo en oro blanco liso alrededor del cual giraba una tira llena de brillantes formando
una cinta como si lo estuviera envolviendo.—¡Dios mío, Lucas, es precioso! ¿Pero no
lo entiendo? ¿Es otro símbolo de tu posesión, lo mismo que mi collar? —le preguntó
tocando se el collar que desde que lo descubrió en su cajón el día que había vuelto no
se había quitado del cuello.
—Sí y no, si es un símbolo de mi posesión pero no con el mismo significado que
este collar. María, ¿quieres casarte conmigo y hacerme el hombre más feliz y así ser
mía no solo en cuerpo y alma sino también legalmente para así evitar que nunca más
vuelvas a escapar de mí porque no creo ser capaz de resistir tu abandono una vez más?.
—Yo... yo… ¡Dios cariño! No necesitas nada de esto para tenerme junto a ti el
resto de mi vida, yo misma no podría sobrevivir lejos de ti otra vez —le dijo llorando,
cuánto daño le había hecho.
—Voy a tener que ordenarte que contestes a mi pregunta —le dijo nervioso
porque aunque estaba seguro de que ella aceptaría nunca sabía que pasaba por la mente
de esta mujer.
—No.
—¿Cómo?
—Quiero decir que no va hacer falta que me ordenes nada, y mi respuesta es sí,
por supuesto que sí me casaré contigo porque así no solo seré tuya como tú dices, sino
que eso también demostrará que tú eres mío para toda la eternidad. Pero tengo una
duda.
—¿Una duda? ¿Cuál? —a saber que se le podía haber ocurrido ahora a la loca de
su mujercita porque aunque todavía no estaban casados para él ella ya era su mujer,
mientras esperaba esa pregunta le fue poniendo el anillo en su mano izquierda.
—¿Un Amo y una sumisa se pueden casar y tener una relación normal? Me
refiero, Lucas yo te quiero pero si me caso voy a querer el paquete completo lo cual
incluye una familia y no sé cómo puede encajar esa fantasía en este tipo de relación —
ya estaba, ya le había preguntado algo que le preocupaba mucho puesto que su sueño
siempre había sido ser madre y tener una familia numerosa, el día que ella se enamoró
de un Amo se olvidó de su sueño.
—Mi vida ya había pensado en todo eso en el momento en que compré este anillo
—le dijo mientras admiraba el anillo en su dedo—, y pensé en casarme contigo, y estoy
seguro de que nosotros vamos a ser capaces de compaginar las dos vidas porque fuera
de este dormitorio tú y yo seremos compañeros y esposos y padres y solo dentro de
estas cuatro paredes y de momento también en la otra habitación en donde
mantendremos nuestros roles de Amo y sumisa. Por supuesto, siempre y cuando no se
trate de tu seguridad, entonces da igual dónde estemos. ¿Te parece bien?
—¿Tú ya habías pensado en todo eso? —le preguntó sorprendida, como podía
todavía enamorarse más después de saber que él ya había planeado toda una vida a su
lado con niños incluidos — Entonces ahora sí que te puedo decir que sí, que estoy
deseando ser tu mujer legalmente porque en mi interior yo ya me siento así.
Y así después de todo lo que había pasado por fin había llegado a su nuevo hogar
y al comienzo de su nueva vida y claro, a empezar a preparar la gran boda entre un Amo
y su sumisa.
Agradecimientos
Las primeras personas a quienes les tengo que agradecer son a mis 4 pilares, sin
ellas hay días que no sabría cómo seguir, las primeras son Arantxa Belandrino sin su
compañía, sin su complicidad, sin su cariño nada sería igual, la vida te puso en mi
camino y ella misma fue la que nos convirtió en hermanas y que decir de Maribel Sierra
sin sus llamadas, su compresión, nuestros cafés, a la que doy la brasa todos los días con
mis cosas, sin ti no sabría qué hacer, sin ti hay muchas cosas que no hubiese hecho por
miedo, así que gracias, muchísimas gracias a las dos.
Mis otros dos grandes apoyos son mis Gemas. Gema Lazaro, una de esas
maravillosas personas que te encuentras a lo largo de tu vida si tienes suerte, sin sus
regaños, sin su sinceridad, sin su amistad mi vida sería muy aburrida y luego esta mi
Gema Alonso, no tengo palabras suficientes para describir a esta fantástica mujer, solo
decirte que sin tu ayuda, tus señoras broncas, ni tu ánimo, este libro nunca se hubiese
escrito.
Pero hay más gente importante, sí lo sé, soy una persona con suerte. No puedo
olvidarme de mis arpías, con nuestra pasión por los libros, por sus locuras, por
nuestras locas y surrealistas conversaciones por WhatsApp muchas gracias chicas. Y
también están las mujeres que están conmigo en mi día a día, mis chicas del «coffie»,
sin nuestros desayunos y sin nuestras anécdotas la vida no sería igual ni nos lo
pasaríamos tan bien, así que a todas vosotras gracias, muchísimas gracias por estar ahí
y porque sigáis ahí, espero. A todos mis amigos del «poblao», ellos lo entenderán, sin
nuestras fiestas en la urbanización y sin nuestras salidas todo sería muy monótono,
gracias.
Tampoco me puedo olvidar de mi editorial, en especial de mis editoras Ana y
Arman que son las que confiaron y tuvieron fe en este libro. Por último a mis hijos que
son mi vida, mi alma, la cual comparten con mis maravillosos padres y a todo el resto
de mi fantástica familia, he tenido la suerte de crecer en una familia donde todos nos
apoyamos y nos queremos aunque estemos lejos y eso es algo que en casos como este se
siente y mucho. Sin nada más que decir, solo puedo volver a dar las gracias a todas
estas personas que están y comparten mi mundo y mi vida.

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