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William Riveiro, César Eduardo Galarza

Teoría del Cine 2


Martes, 7 de marzo de 2017

Trabajo de fin de II Semestre 2016

El cine y la articulación de los códigos que


configuran la identidad masculina y su rol social

Fuertes, temerarios, salvadores


Como todos sabemos, el hombre siempre ha sido el eje central de la historia desde el
origen del mundo, por ejemplo, Dios no hablaba con mujeres para ser sus
representantes. El papel del hombre dentro del imaginario colectivo de la historia de la
humanidad siempre ha sido el central, no existe libro de historia o cuento que no hable
de un hombre como un “HÉROE” que siempre sale victorioso, por algo la literatura lo
llama “El camino del Guerrero”, haciendo alusión de que el hombre es el único que
puede hacer proezas o hazañas libertadoras.
Pero decir que su papel dentro del cine ha sido diferente está muy alejado de la
realidad, el cine desde sus inicios ha sido un medio para contar historias, y a través de
los años se han contado muchas, de guerra, de época, documentales, ficciones, etc.
El cine desde sus inicios es una herramienta patriarcal, machista y cosificadora,
¿A qué me refiero con esto? Desde el inicio del cine la mayoría de historias son de
hombres fuertes, temerarios, salvadores, y siempre hay una damisela en apuros que
necesita ser salvada, como es el caso de The Birth of a Nation (Griffith, 1915). El
hombre siempre ha tenido el protagonismo en el discurso patriarcal.

¿Pero qué discurso se sostiene en el cine Latinoamericano?


El cine Latinoamericano desde sus inicios, por lo menos hasta hace menos de
diez años, ha sido siempre crítico y político y social, donde normalmente siempre tiene
un tema de lucha, de resistencia, como el cine de Patricio Guzmán, Glauber Rocha,
Lucrecia Martel, solo por nombrar unos cuantos, claro que no es todo el cine
Latinoamericano, pero la mayoría sí; ¿pero la y la mirada del hombre en este cine? Para
poder explicarlo tenemos que partir desde la identidad que tiene tanto de manera
psicológica como sociológica el hombre y los códigos que la configuran.

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Recordemos que algunos teóricos a través de la historia reconocen que nuestra
sociedad está compuesta por códigos Hispano-burgueses de los que aún conservamos
conceptos como si fueses propios propios (aunque obsoletos): el papel de la mujer en la
sociedad, el no acceso a la igualdad de género, etc.; y esos códigos son en muchos
casos, (o de la mayoría), asumidos como propios en la forma en que se construyó la
identidad del hombre con respecto a su papel en la sociedad. Tomemos el caso del “Cine
de Oro” de México. Se configura la posición del hombre como tema central, éste sin
dudar es el héroe, es el líder, libertador, valiente, etc.; muy al contrario del papel que
juega la mujer, que en su mayoría sólo tiene dos papeles en las historias, o es la
prostituta o no es nada. Los ejemplos que me vienen a la mente son Aventurera (Alberto
Gout, 1949), La mujer del puerto, (Arcady Boytler, 1933), sólo como referencia.
Entonces ¿cómo el cine latinoamericano articula los códigos que configuran la
identidad el hombre dentro del cine? Bueno, desde el discurso que se crea; la mirada
patriarcal de la sociedad donde la mujer no tiene un papel más que de adorno o trofeo
para hacer alianzas familiares o resaltar la aristocracia de ciertas familias, es uno de
estos códigos. El cine latinoamericano tiene un ideario de supremacía masculina, donde
se coloca a al hombre por encima de todo, sea esta mujer o animal o cosa; él y solo él
tiene los recursos, la personalidad, el valor, el coraje, el temple, para poder llevar una
tarea o función libertaria o de descubrimiento, incluso si la mujer quiere libertarse por
ella misma, no es posible sin una presencia masculina que la ayude a hacer, aunque ésta,
esté en grupo, es necesaria la presencia masculina para poder traspasar un problema.
La cosificación de la mujer en la identidad del hombre es otro rasgo distintivo;
en las historias que el cine latinoamericano maneja, y me arriesgo a decir, que casi
siempre, el hombre no necesita a una mujer para lograr sus metas, él puede hacerlo solo,
así que la mujer en el ideario para a ser un objeto de observación, un adorno que solo
esta porque el hombre se permite hacerlo. Para explicarlo mejor, el héroe en las
películas de, otra vez, el cine mexicano lo puede hacer todo, él como hombre se puede
permitir enamorarse de la chica “guapa y buena del pueblo”, y ella no tiene otra opción
que aceptarlo, aunque al principio no esté de acuerdo; pero sus aventuras no las
comparte con ella, es como el puerto que está ahí solo para que el barco tenga donde
encallar.

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El código sexual y el rol masculino, es un código muy parecido que la
cosificación; pero su construcción se efectúa desde el discurso del placer, desde el sentir
o desde el morbo. La teoría conservadora que tenemos desde la época de la colonia es,
que la mujer solo puede tener un hombre en su vida, el cual ya tiene escogido a
temprana edad, y con el cual pasara el resto de su vida; bueno mi teoría va un poco más
allá. El hombre masculino puede, debe y está en todo su derecho de tener varias parejas
sexuales, pero la mujer de la que ÉL es dueño, no puede ser compartida, ni tocada por
nadie más; el hombre puede tratar sexualmente como quiera a la mujer, mostrar sus
partes desnudas a todos es distintivo de la idea masculina de que el hombre tiene el
derecho de hacerlo; el cine “pícaro” es una muestra de ello. En el cine argentino se
muestra a la mujer con menos ropa que al hombre siempre, como por ejemplo con Jorge
Porcel y Jorge Olmedo; o el mexicano donde la mujer se la muestra completamente
desnuda mostrando sus partes sexuales, mientras que el hombre se encuentra con
pantalón y no se ve su virilidad, como en las películas de Alfonso Sayas, Alberto Rojas,
etc.
Todo esto desde la imagen; y su ideario de códigos de construcción, desde la
semiótica. Este imaginario o construcción de la masculinidad que se hace a través de la
imagen -usando la semiótica como transmisor que pone en nuestras mentes imágenes
correctas para crear un lenguaje que desarrolla ese ideario- nos lleva a posicionar la
masculinidad en un sitio privilegiado. Y, pese a que estamos en el siglo en el que
estamos, y que muchos discrepen o no estén de acuerdo, se pone al hombre en
supremacía de todo, y más que nada en una supremacía sobre la igualdad de género que
se persigue y por la que se lucha.

El discurso de la nobleza
Los códigos constitutivos de la identidad masculina -asumiendo esto de identidad como
algo que ha ido de un arquetipo eurocentrado a una pléyade de estereotipos que se
vinculan entre sí en el catálogo de herramientas para la construcción de personajes- se
reparten entre protagonista y antagonista, entre principal y secundario, entre estelar y
personaje de apoyo. Las características masculinas se oponen y contraponen, se ajustan

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o complementan, suman más que restan para crear una cualidad primordial en el héroe o
antihéroe: La nobleza de espíritu, la hombría de bien.
Atributo inexpugnable que se construye, en primera instancia, en la fragilidad o
desventaja, se apoya en el semblante, la actitud y la mirada. Sin esta nobleza el
espectador no se rinde a la promesa de salvación que esgrime el filme, tampoco secunda
las intenciones del enamorado, ni se pone del lado del ser víctima del sistema, de su
opresión burocrática, de su desigual reparto de justicia (sistema y justicia que propician
esa mirada del hombre en la pantalla, por cierto). Incluso si el personaje es un ser duro,
en esa dureza se filtran los atributos de su nobleza, éstos se traslapan a la situación, al
discurso, a los valores, a la historia personal. Si el personaje es homosexual, esa nobleza
se refuerza en las implicaciones de su lucha; puede que él por su identidad sexual no sea
lo suficiente noble para la mayoría de los espectadores, pero si su lucha y sus motivos lo
son, éste se verá persuadido a sumarse a algo por lo que él misma lucharía si estuviese
en una posición similar.
Entonces, en el perfil del protagonista masculino subyace al menos un atisbo de
nobleza. Un atisbo que puede crecer para desarrollarse en su ciclo dramático, o que
puede decrecer para llevarle (¿llevarnos?) al abismo del que tendrá que salir hacia la luz
de la redención.
¿Puede construirse un héroe sin los códigos masculinos re-conocidos e
inmediatamente identificables? ¿Puede un héroe subsistir ante la cámara sin ese halo de
nobleza? ¿En dónde se construye este requisito? ¿En la mirada masculina, en la
femenina, en las premisas del patriarcado? ¿Es más bien una construcción moderna
sobredimensionada por la tradición litúrgica, monacal? ¿O se trata de la simple re-
elaboración del arquetipo clásico con mayores matices y posibilidades de contexto y
mundo interior?
Disfrazada de ingenuidad o sostenida por el pundonor, la nobleza del héroe es la
suma aterrizada de los códigos con los que se haya construido al personaje principal, el
cual no necesariamente debe ser heroico, ya que puede contar con la valentía de un
acólito que hará las veces de guardaespaldas, acólito en el que se desarrollan los rasgos
de entrega, lealtad y sacrificio; y así con otros roles que soportan al principal y con el
cual se van transfiriendo atributos y valores, e incluso fortalezas y debilidades.

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El antagonista también es susceptible de padecer nobleza. ¿Cuántas veces no se
ha descubierto el espectador a sí mismo comulgando con las motivaciones del malo de
la película, o poniéndose del lado del antagonista, rendido a su carisma o a sus valores,
comprendiendo lo que defiende o persigue, o veces ni siquiera eso?
La nobleza no es algo que necesariamente debe desarrollarse, basta con que
pueda sospecharse, intuirse, dimensionarse. Cuando la suma de códigos masculinos
infiltra un principio de piedad, sufrimiento o areté, se encienda la chispa del fuego en la
que el espectador, la espectadora, deberá decidir hacia qué lado tirar tirar soga antes de
que se queme; y aunque sabemos que los buenos al final siempre ganan, a veces las
victorias morales se las llevan los “malos”.
Esta nobleza constitutiva del carácter del protagonista masculino no es
independiente de su rol social dentro del contexto de la historia que se esté contando. En
el juego de roles hay una serie de requisitos que deben llenarse, y que transfieren
nobleza al ejercerse. Así el policía buscará la justicia natural pero también el
cumplimiento de la ley; el maestro lidiará con la aplicación de una pedagogía inclusiva
y liberadora pero también con la preservación de la tradición y la aplicación de las
valores colectivos; el funcionario público rehuirá de la corrupción pero puede tener una
situación que escapa a la administración de justicia para resolverse, siendo que así el
cohecho es parte del sacrificio personal. Sea como fuere, ajustándose a lo que se espera
de un personaje o estirando su moralidad, el hombre siempre sale librado y exculpado
por sus actuaciones acaecidas al amparo de sus necesidades circunstanciales.
Un aspecto que se ha publicitado a partir del siglo XX es el de la “superación”
de las mujeres. En la evidencia cinematográfica esa superación ha consistido en una
transferencia de habilidades y cualidades desde el mundo de lo masculino. La ejecutiva,
la emprendedora, la estudiosa, la aplicada, la inteligente, la independiente, y todo lo que
queramos… pero siempre y cuando o esté en contraposición a una figura masculina
reprobable, o en sintonía con una masculinidad velada que la “ennoblece”. Otra
configuración es la de víctima luchadora que no claudica y cuyo itinerario es solvente y
aprobado siempre y cuando use las herramientas masculinas que la salvaguarden en su
pureza o rectitud moral y sexual; todo es permitido, excepto usar el sexo como camino
(a menos que su contraparte masculina haya dejado de ameritarlo). En todo caso los
códigos masculinos se siguen articulando alrededor de una mirada colonial y reductora.

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