El mundo ¿real?
Jesús Bezanilla
Valladolid. 4 de Enero de 2018.
“… se puede disponer bien de la
naturaleza cuando se la obedece;”
Esta frase es del libro de Michel Onfray,
Cosmos, en su Capitulo 4.2. El cristianismo, un
chamanismo solar. Es un libro que estoy leyendo
a golpe de viaje a casa. Cada vez que vuelvo a
casa avanzo un poco en él.
El capítulo 4 es interesante. No digo con
ello que lo anterior no lo sea, pero es más bien
un planteamiento materialista de la vida basado
en observar las cosas y en hacer ver que las
cosas no siempre nos son explicables o con base
conocida. Usa para ello ejemplos de animales y
plantas, exponiendo relaciones y hechos que
realmente hacen pensar en el origen “real” de
nuestros actos voluntarios y el libre albedrio.
El capítulo 4, y en especial el 4.2.
expone a las claras los ejercicios de suplantación
realizados por la Iglesia Católica (entendida
también como concepto vital general) de los
ritos existentes anteriores. Nada nuevo, pero está
expuesto de corrido en sus puntos más
importantes y el libro vira hacia los
planteamientos hedonistas abderitas-romanos
del autor, superando a Epicteto y a los estoicos.
Aprovecha también para vindicar la actitud
“pagana” ante la vida.
La frase del inicio viene de aquí, pues
según Onfray es una conclusión de ese mundo
pagano. Y me hizo pensar en mi actividad
profesional, que como la de cualquier ingeniero
actúa obedeciendo las apetencias del político o
empresario visionario. Las mejores obras de
ingeniera son aquellas que se han plegado a las
leyes naturales con intención de surfear en ellas,
no imponiéndose a ellas. Obras majestuosas
aparte, que tienen de suyo razones variadas y
particulares.
La naturaleza nos ha demostrado
demasiadas veces que nada podemos yendo
contra ella, o que sencillamente creamos
enormes problemas cuando interferimos en leyes
naturales propias (como hacer super diques de
puerto o rios dónde no había). También
inevitablemente acabamos asumiendo que toda
acción que realicemos tendrá su repercusión,
pero mayores objetivos obligan. Creo superado
hoy día el concepto ingenieril de “domesticar” la
Naturaleza.
Y también aprendemos en nuestra
profesión, que forzar las leyes naturales de los
elementos que usamos o diseñamos, dotándoles
artificialmente de propiedades que no poseen, o
forzando las leyes básicas que sabemos, para
jugar en sus límites o sobrepasarlos, no nos trae
nada bueno o bien conlleva enormes costes de
mantenimiento.
Onfray es muy virgiliano en sus
planteamientos vitales, muy agro. Sostiene que
la mayoría de los problemas que sobrelleva la
humanidad actual derivan de esa pérdida de
contacto con la “realidad” entendida como
naturaleza: sol, universo, tierra, luna. Esas cosas.
Y su cruzada se vindica en contra del idealismo
que comenzó con Platón y que entronizaron
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después la Iglesia Católica y Aristóteles.
Las ideas suponen la conceptualización
del mundo, del entorno, de las leyes naturales.
Como ingenieros lo sabemos bien. Imagino que
en otras profesiones también se da. Yo he
sentido algo de vértigo leyéndolo pues las ideas
nos han hecho avanzar. Observar, simplemente
observar, si uno no conceptualiza,
universalizando, no me creo que sirva de mucho.
Es el genio de occidente que se comentaba en
otro post, por otro libro.
Y luego, llegaron más cosas, según
Onfray, que ahondaban en el mismo sendero.
Llegaron los libros. Y su enfermedad: creer que
los libros son la realidad, son la ley. Está es una
cuestión en la que hay que tirar de freno.
Nuestra visión de los libros es, básicamente por
educación reglamentada, de puro dogma de fe.
Creemos que los libros “dicen” la verdad. Sólo
después descubriremos que hay libros que
sostienen ideas contrarias, iniciando el camino
de la valoración más o menos práctica de lo que
allí se dice por contrapartida a nuestra
experiencia y su puesta en práctica.
A mi modo de ver, el proceso ha
seguido en el tiempo, sin detenerse en su
alejamiento de la realidad pura: prensa, radio,
televisión, y termina ahora mismo con internet.
En el capítulo 4.3, La construcción del
cielo cristiano, Onfray dice: “Los paganos
buscaban lecciones en el cielo verdaderamente
existente y allí las encontraban:”, … “el orden
del cosmos al cual hay que plegarse para
obtener sabiduría, equilibrio, verdad existencial
y todo lo que da sentido a la propia vida.”
Puede que a los paganos les funcionase,
pues su mundo era ese. Hoy día el mundo no es
ese. Vivimos en otra realidad. No digo que sea
superior, es simplemente distinta. Por tanto,
nuestra percepción de las cosas es distinta, y
debe serlo para poder vivir en ella. No se trata
de dar marcha atrás. Tan falso es juzgar el
pasado con criterios presentes, como falso es
juzgar el presente con criterios del pasado.
Y si no la aceptáramos, la realidad o las
percepciones, de seguro que nuestras
conclusiones serían muy distintas. Pues nuestras
actividades lo son. De nada sirve querer vivir en
el pasado. A la postre esos mismos paganos
sirvieron de freno a la adaptación al nuevo
mundo que se les echó encima, y eran igual de
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rígidos en el comportamiento social que lo haya
podido ser cualquier sistema de religión
monoteísta.
Como ingenieros lo tenemos muy claro.
Por supuesto podemos usar leyes muy básicas en
determinados entornos, pero en otros, estas
mismas leyes no nos valdrán. ¿De qué nos sirve
hoy día aprender el antiguo arte del sistema
diédrico? ¿Y todas sus espectaculares derivadas:
perspectivas cónicas, planos acotados, diédrica
de curvas cónicas? Son un soporte básico como
lo es la geometría plana, pero ya no forman parte
de nuestro mundo diario. Sirven para amueblar
nuestra cabeza, pero salvo sencillos bocetos a
pie de campo, no tienen mucha mayor aplicación
práctica.
Por no hablar del complejo aparataje
matemático que se sobre-aprende en las
escuelas: integrales sencillas, dobles y triples,
rotacionales, divergencias, matrices y tensores.
Es un puro formar nuestra mente para enfrentar
idealizaciones complejas de la realidad. Insisto:
no digo que no se usen, pero se usan en mucha
menor medida que lo que necesitamos los que
vivimos a pie de campo. También es en parte
gracias a los instrumentos de los que
disponemos hoy día. Sin embargo, nadie puede
discutirme que la realidad básica es mucho más
sencilla. Cierto por otro lado que usamos estas
mismas leyes, más o menos simplificadas, para
movernos por el mundo cual tablas de
logaritmos. Se trabaja día a día la superficie,
olvidando el fondo y el origen. Y eso es un
riesgo enorme, no lo negaré.
Para mí, la conclusión es mi experiencia
del problema de idealizar el mundo. Y también
su contrapartida: olvidar las idealizaciones que
nos dan terreno firme que pisar. En eso consiste
la técnica. Muy bien lo explicó Ortega, al que
prefiero en este tipo de visión del mundo
moderno.
“¡Es demasiado fácil pensar! La mente
en su vuelo apenas si encuentra resistencia. Por
eso es tan importante para el intelectual palpar
objetos materiales y aprender en su trato con
ellos una disciplina de contención. Los cuerpos
han sido los maestros del espíritu, como el
centauro Quirón fue el maestro de los griegos.
Sin las cosas que se ven y se tocan, el
presuntuoso «espíritu» no sería más que
demencia. El cuerpo es el gendarme y el
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pedagogo del espíritu.
Y como ya dije en ese post, en
conclusión, es la lucha del perspectivismo —las
distintas concepciones del mundo dependen del
punto de vista y las circunstancias de los
individuos— y la razón vital —un intento de
superación de la razón pura y la razón práctica
de idealistas y racionalistas—.
Onfray en su capítulo 4.4, El olvido
nihilista del cosmos, dice:
“El olvido del cosmos me parece uno de
los signos del nihilismo contemporáneo.
Mientras los seres humanos fueron capaces de
leer el cielo, estuvieron en contacto directo con
el cosmos, y sus vidas se rigieron por ese
mecanismo de relojería implacable que rige el
universo.
Al final, Onfray es reo de sus propios
principios. Él sostiene que todos pensamos en
función de nuestras circunstancias. ¡Que
novedad para los españoles que han oído hablar
de Ortega! Pero el usa ese filtro para
desenmascarar a los filósofos que no viven
como dicen, en primera instancia. Y luego filtra
las opiniones de los que le quedan en función de
sus propias circunstancias personales.
Eliminando, así todo, y proviniendo él
de dónde proviene (entorno pobre y rural),
descarta todo y promociona la vuelta a lo
“rural”, a lo básico, a lo antiguo. También
defiende a los perdedores que fueron laminados
en la historia de la vida por los vencedores. No
digo yo que en esto último no tenga razón.
Pero él ve el “mecanismo de relojería
implacable que rige el universo” como un mero
ver, de primera mano. No parece que quiera
inferir o idealizar nada. ¿Cómo descubrir pues
esas leyes? ¿viviéndolas sin más? ¿Sólo
mirando? ¿anotando? A mi modo de ver, si no
idealizamos no abstraemos y por tanto no
podremos aprender. Sin aprender quedaremos
para siempre anclados en el mismo punto. Es
como si él fuera un filósofo que reniega a estas
alturas de la razón, mente e idealización
verbalizada. Todo tiene debe tener un justo
término. Ese término que expuso Ortega: la
razón teórica y la razón práctica.
Puesto en términos de discusión
ingenieril: teoría ideal versus práctica real,
generalidad versus especialización, dominar la
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naturaleza enfrentándola versus adaptarse a ella.
Todos ellos son grandes temas, sin duda alguna.
El presidente francés Macron ha
declarado recientemente algo así como: El
estado ha de ser laico, pero no la sociedad. Laico
nos suena a ateo, y a muchos como pagano. Eso
me hizo buscar y descubrir las paradojas de
laico, laicismo, laicista. Laico en origen es lo
complementario a seglar (religioso de oficio),
pero aún con eso sigue siendo religioso. Y de
aquí devino el término original de “Estado
Laico”. Esto es: estado separado del poder
religioso, estado civil. No confundir laico con
profano. Son cosas distintas.
El termino fue evolucionando, y de ahí
se pasó a entender lo de separado como “sin
religión” (aconfesional) y el movimiento laicista
como aquel que entiende algo “a-religioso”, esto
es: a-teo, o siendo benevolentes: agnóstico. No
implica amoral, pues todo tiene su ética y su
moral.
Entiendo que Macron viene a decir que
el Estado no es confesional y lo que ello
conlleva, pero que la sociedad necesita ciertas
creencia y usos. No es que diga este hombre que
el Estado no tiene moral (ya se vería eso desde
el punto de vista ético pues es larga discusión).
Entiendo que lo que dice es que la sociedad
“necesita” ciertas creencias, cierto modo de
vivir, ciertos usos y costumbres.
Me cruzó Onfray con ese mismo
concepto. Necesitamos de ciertas certidumbres
que en su momento fueron dadas por el ciclo
eterno del cosmos, por la tierra, por la vida
misma. Dicho esto, de un modo u otro. Al
convertir la sociedad en laica, ha perdido el
rumbo enfrentada a una nueva realidad que la
desborda. Ese hedonismo trivial, ese vivir al día,
ese carecer de sueños que decía Ortega de
Europa allá por 1930, esa ingenuidad personal
en todo lo que nos rodea. Ese desligarse de la
naturaleza, entendida como entorno primigenio,
primordial, de acceso y contacto directo.
Definitivamente a los Ingenieros nos
han quitado el suelo de debajo de los pies.
Nuestro tiempo hace tiempo que pasó. Hemos
pasado a ser conseguidores. Hemos dejado de
ser los laicos seglares que dotaron al mundo del
bienestar básico, que ahora todo el mundo da
por supuesto, asombrándose cuando no
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funciona. Se nos pide el imposible de actuar en
el medio, dotando de infraestructuras, pero sin
afectar al “medio ambiente” en el que hemos de
operar. Ya no se nos pide el imposible de
“domesticar” la naturaleza, sino sencillamente
de surfear en ella pero consiguiendo resultados
similares a los de antes. La sociedad vive una
naturaleza idealizada, pues de común no vive en
ella.
De ahí la fuga colectiva que denuncia
Onfray
“Una parte de la historia de la filosofía
ha tratado de justificar esta extraterritorialidad:
los idealistas, los espiritualistas, los dualistas y,
evidentemente, los cristianos. Pero otra parte de
la historia de la filosofía vió y dijo
acertadamente que los real era uno y no doble;
que era material y que no estaba animado por lo
invisible; que el libre albedrío era una ficción;
que la posibilidad que querer libremente y por
consiguiente, de decidir, surgir de un deseo, de
una fantasía, pero seguramente no de la
realidad. Estos filósofos vieron el cosmos tal
cual es: no como un almacén de ficciones, sino
como un mundo que obedece a las mismas leyes
que lo infinitamente pequeño.
El campesino, el agricultor, el
horticultor, el apicultor, el marino, el criador, el
viticultor, el labrador, el silvicultor saben más
del mundo que el filósofo, que muy a menudo no
sabe de él más que lo que le dicen los libros.
Y esta última frase es la que hace
estallar todo y cose los planteamientos.
Básicamente es: que nos hemos desligado tanto
del mundo, en general, que fiamos de otras
realidades que percibimos desde un punto de
vista puramente mental. Buscamos los sólidos
platónicos de Pitágoras para explicar el mundo.
¿Y los ingenieros? Pues la mayoría
hemos sido sobrepasados por los
acontecimientos. Nos concederán como mucho
quince minutos de gloria el día de la
inauguración. Hemos sido relegados al
inframundo de la infraestructura más que a la
segunda fila. La realidad hoy día es otra, es otra.
La sociedad ya no se enfrenta a un mundo real.
No estamos solos en esto: todos los que viven en
y para el mundo “real” han sido orillados. Ahora
lo importante es el humo, la fiesta, la mente, la
pantalla, la matrix.
¿Esta realidad es nuestra realidad
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actual? ¿qué pasará cuando la gran mayoría de la
población viva en una realidad urbana y ficticia?
Ya comenzamos a verlo. A mi modo de ver es
claro en el mundo ingenieril, en dónde los medio
ambientalistas de ciudad “ordenan” cómo debe
de ser la naturaleza de fuera. Y lo hacen como si
fuera una naturaleza ideal, un jardín del que
disfrutar.
Y con ellos todos los demás urbanitas,
que no tienen ni idea real de donde viene el agua
o a dónde van sus residuos. Como mucho lo
sabrán de un modo teórico o en una visita, pero
sin problemas por favor. La realidad imperante
ha sido impuesta por la mente de la urbe. Ya no
hay orbi, no hay entorno natural; hay “medio
natural”, hay campo. Laminados por el devenir
del tiempo.
Dice Onfray “el mundo no se resume en
una biblioteca. Lo real no encaja ni se aprisiona
en un papel”. Por eso muchos grandes filósofos
y novelistas cuando fueron preguntados si
preferían un libro-biblioteca (y lo que conlleva)
o un hombre, preferían al hombre. En un hombre
se encierra todo. En la naturaleza se redescubre
todo, cuando se nos fuerza a ello.
Es la conversación de la película de
Matt Demon y Robin Williams, el increíble Bill
Hunting creo que se llamaba, sentados en el
banco. La conversación en la que el psicólogo le
dice al chaval, Bill, que sabe mucho pero que no
ha vivido la vida.
Haciendo cada día es como los
ingenieros vamos olvidando de algún modo las
idealizaciones, y vamos adaptándolas a la
realidad que peleamos. Algunos dirán que nos
rebajamos, que dejamos de ser técnicos. Yo creo
que más bien es que olvidamos las
espectaculares explicaciones ideales que la
teoría nos dió, y aventando la paja nos vamos
quedando con el grano.
Dice Onfray “El aprendiz recibía de su
maestro unas enseñanzas, un saber hacer y al
mismo tiempo una sabiduría, una sapiencia
ancestral, pragmática, empírica, pero
verdadera, porque había pasado la prueba de la
experiencia y estaba saldada por la historia”.
Pero de otro modo, es más bien como el
monje Zen. Se trata de ir vaciando la taza para
que nos quepa el mundo en nuestra cabeza. En
nuestro grado de aprendices llegamos con
“conocimientos” y se nos adiestra para
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enseñarnos las “realidades”. En el camino cada
uno vamos aportando cosas, eso está claro.
Desde fuera se nos acusa de peseteros
(de peseta, ignoro como se dice ahora con el
euro). Es parte del aprendizaje, sin duda. El
dinero y la rentabilidad es lo que mueve el
entramado. Y más cosas también, claro que sí. Y
eso hay que sufrirlo especialmente, de modo que
no renunciemos a nuestros valores.
En un tiempo que di charlas a los
jóvenes que salían de la escuela, en su último
curso les decía: ya sabéis lo que hay que saber.
Alguno lo malentendía, y lo
malentiende: el camino no estaba acabado, solo
empezado, pero tocaba salir y enfrentarse al
mundo, vivir la vida, la realidad. Ya no hacían
falta más armas teóricas para empezar el
camino, sino simplemente andarlo. Confrontar la
teoría de los libros con la realidad vivida. La
cabeza ya estaba amueblada con más de lo
necesario, el resto se aprendería andando
camino.
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Hoy no sé si ese consejo sigue valiendo.
Lo digo porque no sé si la gente sale con la
cabeza amueblada. Lo digo porque no sé si la
realidad está ya tan distorsionada que los recién
llegados no son capaces de verla. Hay
demasiada “teoría”, demasiados pocos muebles,
demasiadas máquinas y maquinitas, demasiado
ruido y pocas nueces.
Sin duda el tiempo de los ingenieros ha
cambiado una enormidad, y me temo que, salvo
para algunas mentes y cuerpos brillantes, haya
muerto ya. Ese mundo, como el de los paganos
de Onfray, no volverá. Ahora es otra cosa, y
cargarán con otras enfermedades y dislates. La
razón siempre engendra monstruos, quizá más
reales que la imaginación. Pues por nuestra
mente actuamos, y al actuar engendramos
consecuencias.
Quizá por eso me llamó la atención la
frase del principio. Lo ideal es surfear en la ola,
o esquiar en la pendiente nevada. Adaptarse,
haciendo. Difícil equilibrio.