Alfredo (Leuco), todos alguna vez nos separamos. Por decisión propia, por decisión del otro o
por decisión de ambos (“simplemente fue un adiós inteligente de los dos”, como dice el
tango). El hecho es que si hubo amor, la ruptura de una relación de pareja es uno de los
hechos más dolorosos que nos toca vivir.
Y muchas veces, afrontarlo, entender lo que pasó y adaptarse a la nueva realidad se hace muy
difícil: sufrimos, nos arrepentimos por lo que dijimos, por lo que no dijimos, por lo que hicimos
y por lo que dejamos de hacer. No es fácil aceptar, entender, esta nueva situación, en la que
además estamos golpeados, confundidos. Seguramente, muchos oyentes están pasando por
este trance en este momento.
La separación es una experiencia traumática y es necesario que los miembros de la pareja y los
hijos, si los hubiera, transiten un proceso muy parecido al duelo.
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El dolor no es necesariamente proporcional al tiempo de la relación, sino que tiene ver con
otras cuestiones como el grado de compañerismo, de comprensión, el enamoramiento y,
claro, con los recursos emocionales que se tengan: la autoestima, las experiencias vividas y las
herramientas para recuperarse de la tristeza o la adversidad.
Con sus matices, las faces de una ruptura son similares a las de un duelo. La diferencia radica
que mientras que en una muerte la otra persona ya no está, fisicamente, en el caso de una
separación, hay que entender y asumir que la otra persona sigue estando, pero ya no te quiere
y no quiere pasar su vida con vos.
La duración de este proceso varía según cada persona. Estas etapas no necesariamente se
presentan en este orden, que ahora voy a dar, se puede mezclar un sentimiento con otro y hay
emociones que se pueden sentir con más intensidad que otras, veamos:
1- Impacto inicial. Cuando una persona no se espera el anuncio de la ruptura, hay una primera
reacción de incredulidad e irrealidad. Esta sensación puede durar horas o días.
3- Tristeza: la persona puede estar deprimida, sin ganas de hacer nada. Pueden presentarse
pensamientos obsesivos: no se puede pensar en otra cosa. Suelen aparecer trastornos de
sueño, malos hábitos en la alimentación y un descuido general. La sensación de vacío, el llanto
y la tristeza son habituales. En este momento es necesario dejar que las emociones sigan su
curso natural. Aunque en ese momento la persona sea incapaz de verlo, poco a poco el dolor
se irá debilitando.
4- Enojo y rabia En esta etapa se buscan las explicaciones y las razones de lo que ocurrió, en lo
que respecta a uno mismo y al otro.
La persona se siente herida, quizás engañada, puede sentir resentimiento y rencor. La semana
pasada justamente hablábamos de cómo superar el rencor.
5- Aceptación. La aceptación no quiere decir que sea una etapa de felicidad, pero se empieza a
encontrar cierta paz. Van desapareciendo los pensamientos recurrentes y se empieza a
disfrutar más en compañía de otros.
6- Reorganización y resolución. Si se pudo transitar el duelo por la separación por carriles más
o menos saludables, en esta etapa la persona ya aceptó su nueva situación. Va a reorganizar su
vida para poder seguir adelante. Es una etapa que se caracteriza por los cambios y en donde
hay que apuntalar la autoestima.
Por supuesto que hay actitudes que colaboran para superar el proceso de duelo: mantenerse
activo y no dejar que lo afectivo bloquee toda la vida, por ejemplo. Es muy importante aceptar
la situación, reconocer que la historia terminó y saber poner el punto final. Pero, claro, eso no
siempre es fácil, la separaciones puede disparar crisis personales, pero también son una
oportunidad de crecimiento en el mejor de los casos.
Hasta acá vimos los pasos esperables en el proceso de una ruptura y el duelo que implica. Pero
muchas veces las cosas se ponen difíciles y las crisis se extienden y se complican. ¿Qué pasa en
esos casos? El viernes lo vamos a ver en el psicódromo y vamos a analizar algún caso que
deseen compartir .