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El Facebook: sexto sentido, voyeurismo y ocio infinito.

José Hamra Sassón - 2008

Status: “José participa en la red social del momento.”


Hace cuatro años no existía Facebook. Aunque no es la primera red social que se
desarrolla en Internet, es la que en estos momentos tiene más éxito. En junio pasado se
calculaba que tenía 80 millones de miembros. El mismo reporte sostiene que diariamente
ingresan al menos 250,000 nuevos usuarios (Facebook Has 115 Million People?). Un
verdadero fenómeno de masas. Facebook es una plataforma que ha revolucionado a la
propia Web 2.0, el estadio de uso público que actualmente experimentamos en Internet,
donde además de consumir información – todo tipo de información – también la
generamos.
Por otra parte, Facebook, como lo catalogó un amigo, puede ser como el cigarro: le
das un primer golpe, y ya te jaló al siguiente. Es un producto adictivo donde se puede
perder el tiempo en el ocio interminable por la cantidad de juegos, trivias e intercambio de
infinitas estampitas virtuales. Buena parta de los programas que conforman Facebook te
hacen interactuar con tus conocidos.
También es una herramienta de la cual hacen uso organizaciones sociales para
promover sus causas. El poder de las “multitudes inteligentes” (Rheingold) ha sido capaz
de generar cambios políticos presionados desde abajo, como quedó demostrado en
España tras los atentados del 2004 en Madrid. Si la experiencia se repite en el mismo
sentido, los israelíes y palestinos que interactúan en estos ambientes construyen una
nueva realidad en Medio Oriente. Hay quienes se han atrevido a afirmar que el poder que
ofrece Internet (columna vertebral de las nuevas Tecnologías de Comunicación e
Información) a los sectores sociales marginados hace temblar a quienes acaparan las
instancias de poder tradicional. Aún más, Internet es un catalizador para la apertura
política en regímenes autoritarios. Eso explica la censura contra esta y otras plataformas
de la Web 2.0 en países como China, Siria, Irán y Cuba.
Algo hay de razón hay en eso, pero lo cierto es que también se ha ensanchado la
brecha digital (la distancia entre los que tienen y no tienen acceso a Internet, además de
la calidad en el acceso). Sin embargo, para los que estamos de este lado del desfiladero,
Facebook ha cambiado la forma de relacionarnos con los demás. Esta plataforma recrea
comunidades, redefine sentidos de pertenencia. Dado lo anterior, Facebook ha generado
al menos dos efectos “sico-sociales”: el voyeurismo facebookiano y el sexto sentido a la
Haley Joel Osment.

Status: “José está impresionado por el voyeurismo facebookiano.”


Facebook es la experiencia virtual post-Sex, Lies & Videotape. Facebook, destapa el
voyeurista que llevamos dentro. Vemos, y nos dejamos ver. Los grados de privacidad
son relativos. Se accede al Facebook sabiendo que seremos vistos por quién sabe quien.
Por algunos amigos (el concepto de amistad no es relevante en este momento), pero
también por amigos de los amigos, por amigos de los amigos de los amigos, y así hasta el
sexto grado del experimento y más allá. No hay escapatoria. Se puede controlar, ¿pero
quién lo hace? Si 80 millones de individuos entramos a Facebook es porque queremos
ser vistos, que nos vean, que nos relacionen con otros.
Y así como queremos que nos vean, vemos y buscamos relacionarnos. Mientras
no se falte a la moral de la comunidad virtual, aparecemos en los monitores de otros por
estar relacionados a una misma persona. Me informan en mi home, que “fulano ya es
amigo de sutano”. ¿Y quién es sutano?, pues entramos a ver al menos quiénes son los
amigos de sutano, o quizá el profile de fulano para que nos dé alguna pista a través de un
comentario o una foto. Precisamente, están las fotos donde aparecemos, pero que
publican otros y donde somos etiquetados (los tags). Esa etiqueta alimenta las páginas
personales de quienes te conocen, pero además alertan a los amigos de tus conocidos.
Somos todos voyeuristas. Quien sea miembro de Facebook y no quiere que lo
vean, que tire la primera piedra.

Status: “José sees dead people”


Otra cualidad que he detectado en el Facebook es la de ver fantasmas de vidas pasadas.
Yo no sé los demás, pero reencontrarme con gente con la que alguna vez interactúe, es
como ver fantasmas, “gente muerta”, que ya no pertenece a mi entorno social inmediato.
Puede que no sea tan dramático, pero algo hay de eso. Compañeros y amigos de
escuela, de la infancia, del club deportivo, del movimiento scoutico. Con unos ya no había
relación, ni siquiera memoria. Con otros, las distancias y las migraciones nos habían
alejado, al menos corpóreamente.
El caso es que de pronto mucha gente está nuevamente presente. Por alguna foto
repentina, por ser amigo del amigo (algunas veces del enemigo). Se aparecen, así de la
nada. Y esos fantasmas de vidas pasadas que están vivos, regresan a ser parte del
entorno sico-social presente, aunque sea de lejitos, pero ahí están.
En lo particular, cuando me pasa esto, se me llega a enchinar la piel. Muchas
veces por el gusto de saber de ellos, otras tantas porque escarban en mi propio pasado.
La sensación es similar a las reuniones de generación escolares (hay un momento en la
vida que los años ya le alcanzan a uno hasta para eso). Uno asiste motivado por el
morbo: ¿Cómo se verán después de tantos años? ¿Cómo me veré? La experiencia es
un tanto intensa, emocionante. En mi caso, cuando después de 20 años se reunió la
generación de la prepa, la sensación me duró algunos días. Fue como formar parte de un
capítulo de Lost, plagado de flashbacks que se entrelazan para entender lo que
supuestamente es el presente. Algo similar me sucede con Facebook. Es una lluvia de
flashbacks que puede ser tan constante (aunque por goteo), como uno se “involucre” en
esta plataforma social de la red.
El voyeurismo facebookiano y el sexto sentido son además bastones para quienes
padecemos de alguna discapacidad aplicada a las relaciones públicas. No se necesita
entrar en contacto directo con nadie tras confirmar la “amistad” con otros. Simplemente
estás, te relacionas y te relacionan. Te hacen saber cómo se sienten, cómo está su gato,
si estrenaron un nuevo armazón, si se fueron o regresaron. Y haces lo mismo, sin tener
que verle la cara a nadie. Te dejas llevar por esta marea que entreteje tu vida social, que
arma el rompecabezas histórico de tu biografía personal. Ese es el Facebook, un
generador de ocio infinito capaz de sacar al ermitaño más solitario de su ostracismo.

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