“Las mujeres no pueden esperar a dedicarse por sí solas a su emancipación hasta que un
número significativo de hombres estén preparados para sumarse”2
En efecto, la involucración de los hombres en la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres
es hasta cierto punto importante, aunque no en tanto en cuanto a la fuerza y capacidad de los
hombres en la lucha exterior contra el Patriarcado, sino sobre todo por el trabajo interior que todo
hombre tiene pendiente dentro de sí mismo, en la deconstrucción de la masculinidad tradicional
que habita en nosotros.
“Todo lo que la educación y la civilización están haciendo para reemplazar la ley de la fuerza por
parte de la ley de la justicia sigue estando meramente en la superficie (…) siempre y cuando la
ciudadela del enemigo no sea atacada”3.
La metáfora bélica es bastante pertinente, ya que refiriéndose a los varones Mill hace ya hace
casi 150 años nos indica que seguimos recluidos en nuestra ciudadela, defendiendo manu
militari nuestros privilegios, dentro de una fortificación en la que residen nuestros
privilegios masculinos que tanto nos resistimos a abandonar, utilizando las armas si así se hace
necesario para no perderlos (tal como vemos tristemente día a día en los medios de
comunicación).
Como vemos, Mill en su contexto contemplaba que la implicación de los hombres por los
derechos de las mujeres era necesaria. Por eso mismo, décadas después de su muerte, se
formarían organizaciones como la Men’s League for women suffrage o la Men’s social and
political Union para apoyar a las asociaciones de mujeres sufragistas de Pankhurst y compañía,
por la consecución de los derechos políticos de la mitad de la población 4.
Stuart Mill es uno de los referentes de la Historia del feminismo, pero -como vemos- algunas de
sus reflexiones y vivencias, aun desarrolladas en un contexto tan diferente al nuestro, nos
pueden ser útiles a los hombres igualitarios de hoy en día para reflexionar acerca de nuestra
lucha por unas masculinidades igualitarias y por los derechos de las mujeres.
John Stuart Mill (1806–1873) fue un filósofo, político y funcionario británico, conocido por ser uno
de los máximos exponentes de la economía clásica, de la teoría utilitarista y del pensamiento
liberal. Quizás pueda ser considerado sin exagerar el filósofo inglés más influyente del siglo XIX
y uno de los grandes pensadores preminentes de la Historia Contemporánea. Por ello también es
uno de los hombres feministas más conocidos del pasado.
Una de sus labores primordiales consistió en llevar la cuestión del voto femenino a los debates
parlamentarios, para así impulsar con más intensidad, junto a otras mujeres, un movimiento
sufragista que ya llevaba algunas décadas en la estacada, luchando día a día por la consecución
de los derechos políticos para las mujeres.
Debemos recordar que en el siglo XIX las mujeres no tenían derecho al voto ni a ser elegidas
como representantes públicos. Además de estar subyugadas legalmente a sus cónyuges, pocas
mujeres tuvieron acceso a la educación superior, siendo relegadas a los roles tradicionales de
una cultura victoriana fuertemente represora, especialmente con ellas. En esta sociedad rígida y
asfixiante, a las mujeres se les imponía, bajo el manto del mantenimiento del honor familiar, el
estereotipo de la pureza y la honradez para restringir sus aspiraciones vitales en la búsqueda de
un marido sustentador, lo cual fue también denunciado y analizado críticamente por el propio Mill.
Stuart Mill no fue ajeno a esta dramática realidad, por lo que desde su posición como miembro de
la Cámara de los Comunes se propuso desde su asiento reivindicar la equiparación de los
derechos de ciudadanía entre los sexos. En este sentido, Mill denunció desde su escaño en la
cámara por el Partido Liberal las numerosas restricciones legales y sociales que la población
femenina sufría para el acceso al empleo y a una educación de calidad en igualdad con los
varones.
Pero la libertad individual en estos términos no puede ser ejercida ni por los niños, los enfermos
mentales, ni “los salvajes”, ya que desconocen cómo gobernarse. Con respecto a estos últimos,
Stuart considera que su cultura no les ha permitido desarrollar las facultades suficientes para
gobernarse a sí mismos, lo que resultaría un argumento enraizado en la justificación del
imperialismo británico. Sin embargo, las mujeres occidentales no pueden ser excluidas de
gobernarse a sí mismas y decidir con la misma libertad que los varones.
Como vemos, la filosofía de Bentham está muy presente en Stuart Mill, pero este la reformuló en
algunos de sus términos, convirtiéndose en el representante más importante gracias a su
obraUtilitarismo (1863). El utilitarismo es una doctrina ética que considera que la finalidad de la
acción humana es la propia felicidad, la cual está vinculada a la realización de acciones útiles. Es
bueno lo que nos es útil para ser felices. La felicidad es el único bien en sí, por lo que debemos
de lograr la mayor felicidad para el mayor número de personas posible. Nuestras acciones
involucran siempre a otr@s. La felicidad del prójimo es igual de legítima que la propia. Para
determinar si una acción es moral, se ha de calcular las consecuencias buenas y malas que
dependen de esta acción. Si lo bueno supera lo malo entonces la acción es moralmente virtuosa,
por lo que en el utilitarismo nos encontramos con una especie de cálculo beneficio de nuestras
acciones humanas.
Sin embargo, cada uno tiene un concepto de felicidad, para cada persona es diferente. No
parece posible controlar la felicidad de todo el mundo, pero sí que debemos de asegurarnos de
no intervenir en la libertad de los demás. La resolución liberal del dilema tiene consecuencias
muy interesantes, más allá de la mera doctrina ética abstracta que se propone, porquepara Mill la
libertad de las mujeres era irrenunciable.
Así vemos que la filosofía de Mill juega entre dos tensiones, la idea del bienestar general
salvaguardando la individualidad. El principio de utilidad, por la cual se busca el mayor beneficio
para la mayoría de las personas más allá de lo personal y egoísta, se puede aplicar a la cuestión
de la mujer. Mill entiende que debe de haber el mayor beneficio para el mayor número de gente,
por lo que si la mitad de la humanidad lo conforman las mujeres, resultaría contradictorio y
deshumanizante la subordinación femenina instaurada por la ley y la cultura.
John Stuart nació en Londres el 20 de mayo de 1806, siendo el hijo mayor de varios hermanos
de una familia de élite social, aunque no desde el punto de vista económico. En este entorno el
economista y pensador escocés James Mill educó a su hijo bajo los estrictos principios
del Emilio de Rousseau, obra que -recordemos- consolidó el modelo de educación patriarcal
durante el siglo XIX. El radicalismo democrático de James Mill era destacado en su época,
formando parte de diversos movimientos intelectuales y políticos radicales. Influido por David
Ricardo fue autor de importantes libros como Elementos de economía política (1821) y Análisis
de los fenómenos de la mente humana (1829). Además fue amigo, secretario y colaborador del
filósofo y también economista Jeremy Bentham, padre de la doctrina utilitarista, quien fuera muy
influyente también en el pensamiento del presente biografiado6.
A pesar de su intensa vida intelectual y política, James Mill educó personalmente a su hijo, el
cual tuvo una infancia muy dura. Antes de los 10 años ya dominaba perfectamente el latín y el
griego. Sometido a una educación intelectual del más alto nivel bajo la total tutoría de su padre, a
los ocho años ya enseñaba latín a sus hermanos, lo cual aprovechó para leer a Virgilio, Tito Livio,
Cicerón… mientras indagaba en el pensamiento de Demóstenes o Aristóteles, entre otros.
Escribió una historia de Holanda y otra de la Constitución romana. Con doce años ya se introdujo
en la lógica y a los trece ya impartía cursos de economía política. Mill se educó totalmente en
casa; nunca frecuentó una escuela donde hubiera podido jugar y relacionarse con niñas y niños
de su edad y es que su primer amigo no lo tuvo hasta los 18 años.
La educación paterna, basada también teóricamente en los postulados del utilitarismo, consistía
en someter a sus hijos a una secuencia de placeres y dolores intercalados en el tiempo. Como
producto de todo ello, en la última etapa de su adolescencia Mill se sumió en una profunda
depresión por la cual se dio cuenta de que no solo debía de cultivar los aspectos racionales de
su vida, sino también los emocionales. Fue un proceso doloroso pero fructífero a su vez.
Tal como describe en su Autobiografía (1873), el frenético ritmo de estudios y reflexión teórica
llegó a un punto inasumible psicológicamente. En 1825, año en el que fundó la “Sociedad de
debate” contra los discípulos owenistas del aquí también biografiado Robert Dale Owen, Mill
decayó en una crisis nerviosa que se prolongó durante dos años. Durante aquel tiempo nunca
quiso preocupar a su padre. De ahí que mantuviera en secreto el mal que lo afligía, lo que
constituye otro de los déficits de la masculinidad tradicional: la ocultación de los pesares que nos
afligen como hombres, habitualmente escondidos al no querer reconocer la propia vulnerabilidad.
El ambiente familiar también jugó un papel clave a la hora de que Mill adquiriese quizás una
conciencia feminista, aunque pudiéramos caer en el mero terreno de las especulaciones. En este
sentido, en la única cita que se conoce de Mill de su madre, él mismo la describió como una
mujer hermosa e inteligente. Sin embargo, James Mill no la consideraba así, más bien la
despreciaba enormemente. Stuart afirmaba que ambos llevaban una relación matrimonial en la
que “vivían tan apartados bajo el mismo techo como el Polo Norte y el Polo Sur”. Los recuerdos
más dolorosos de la vida de Mill se relacionan con el mal trato que el padre de Mill ejercía a su
esposa, ya que solía hablarla y tratarla de muy malas maneras en presencia de los invitados. Mill
llega a confesar que su educación no fue una educación forjada en el amor y el cariño, sino más
bien en el miedo a su padre7.
Tampoco Mill tuvo una buena opinión de sí mismo. Únicamente la tuvo de su vastísima
inteligencia, ya que se consideraba torpe manualmente e incapaz en el terreno de las habilidades
sociales. Su padre decidió entonces enviarlo con 14 años a Francia, a la casa de su amigo
Bentham.
La muerte de su padre quien lo dominaba en casi todos los aspectos de la vida trastornó
gravemente su existencia. Con los años, Mill reconoció que la disciplina impuesta por su padre
fue crucial para su formación y posteriormente para la conformación de su pensamiento filosófico
y político. Sin embargo, atravesó una crisis y depresión de la cual se recuperó rebelándose
contra muchas ideas que le había inculcado su padre. Así Mill se convierte en un pensador más
independiente. En su autobiografía reflexionaba sobre sí mismo lo siguiente:
Como vemos, Stuart Mill sufrió, en un caso extremo, una educación férrea, ausente de cariño y
focalizada en el cultivo de la racionalidad en detrimento de lo emocional-afectivo, un ejemplo
radical de la construcción individual de la masculinidad hegemónica y tradicional en la infancia y
la adolescencia. Sin embargo, Mill en un momento determinado se hizo consciente de la
importancia del equilibrio entre lo emocional y lo racional, entre el mundo de los afectos y el del
análisis. En este despertar hacia el mundo emocional conocerá a Harriet Hardy Taylor,
fraguándose unas de las parejas feministas más interesantes del XIX. Pero eso lo contaremos en
el siguiente capítulo…
La vida de Stuart Mill, más allá de su obra intelectual, se nos muestra como ejemplo histórico de
lo que se espera de un hombre en cualquier época de la historia o en cualquier cultura patriarcal,
pero a su vez de un ejercicio de superación excepcional de dicha imposición social para así
abrazar un hermoso compromiso político, vital e intelectual por la igualdad entre hombres y
mujeres. Stuart Mill, por eso y por muchas otras razones, está más de actualidad que nunca….
En 1827, Mill leyendo el tratado Memorias de un padre para la instrucción de sus hijos, de Jean-
François Marmontel (manual de instrucción férrea ampliamente difundido en su época para la
educación de los chicos), no pudo evitar llorar desconsoladamente. Esto le supuso tomar
conciencia de quién era realmente.
“(…) no era un leño o una piedra. Parecía que aún me quedaba algo de aquella materia con la
que se fabrica todo carácter valioso y toda aptitud para la felicidad”9.
NOTAS:
2 Ibidem, p. 152.
3 Ibidem, p. 152.
4 Véase sobre estas asociaciones activistas de hombres sufragistas la interesante obra colectiva
EUSTANCE, Claire, y JOHN, Angela, V., (Eds.), The Men’s Share?: Masculinities, Male Support and
Women’s Suffrage in Britain, 1890-1920. Routledge, 1997.
5 Sobre este libro insistió varias veces que fue una obra conjunta elaborada entre él y su mujer
Harriet Taylor.
7 Véase MELLIZO, Carlos, La vida privada de John Stuart Mill. Madrid, Alianza, 1995.
Texto 1
“El utilitarismo es, junto con el Marxismo, una de las doctrinas filosóficas que
mayor influencia han ejercido no solo en la teoría, sino en la práctica moral,
política y económica en los últimos siglos. Ha sido, por tanto, mucho más que
una filosofía académica, pues no se ha limitado a ofrecer una teoría de la
moralidad individual sino que desde sus inicios se propuso ofrecer una
justificación teórica a las decisiones sobre política económica adoptadas en el
marco intervencionista y redistribuista en el Estado de Bienestar, lo que ha
permitido caracterizarla como la filosofía “publica” de la socialdemocracia”. [1]
Texto 2
Texto 3
“Para Bentham es racional hacer lo que maximice la felicidad a lo largo del resto
de la propia vida, aun en el caso de que los deseos presentes apunten en una
dirección diferente. En esa misma mediad la razón puede dominar la pasión
aunque sólo con el propósito de alcanzar un balance global superior de
“beneficio, ventaja, placer, bien o felicidad”[4]
[1] Gutierrez Lopez, G. “Utilidad y disutilidades de la noción de
utilidad” en Lara, F./Francés, P. (eds:. Éticas sin
dogmas, Madrid, Biblioteca Nueva, 2004, pág. 25
[2] Bentham, An Introduccion to the Principles of Morals and
Legislation, Clarendon Press, 1996, c. 1.
[3] Gutierrez Lopez, G. “Utilidad y disutilidades de la noción de
utilidad” en Lara, F./Francés, P. (eds:. Éticas sin
dogmas, Madrid, Biblioteca Nueva, 2004, pág. 33
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