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LA REFORMA PROCESAL PENAL EN EL MARCO DEL

DESARROLLO INSTITUCIONAL PARA EL NUEVO SIGLO

María Soledad Alvear Valenzuela

Ministra de Justicia

Los chilenos, como la mayor parte de los demás habitantes de


Latinoamérica,vivimos la transición a un nuevo siglo como un particular momento
histórico, en el que la generalización de la democracia, la expansión de los
mercados y la internacionalización de la cultura -expresada a través de
poderosísimos instrumentos comunicacionales- parecen una característica común.
Nuestros anhelos se dirigen ahora a la consolidación y profundización de este
marco, de modo que sus beneficios favorezcan efectivamente cada vez a un mayor
número de personas.

En medio de ese panorama lleno de promesas y de oportunidades no podemos


olvidar que el Derecho resulta imprescindible para acompañar el cambio social,
para modelarlo y para evitar que quede fuera de nuestro alcance. Nuestra
convicción es que no habrá plena democracia y pleno goce de los derechos
humanos en nuestros países si no resolvemos los graves desequilibrios en la
distribución de las oportunidades sociales y si, por lo mismo, no aseguramos un
modelo de crecimiento viable. Pero insistiríamos en un muy serio error si
pensáramos que hay que posponer los sistemas de protección o el goce de los
derechos básicos para después de la modernización y el desarrollo económico y
social. Los países de la América Latina descuidamos muchas veces las instituciones
legales sobre la base que ellas conferían una "libertad puramente formal", en tanto
el desarrollo económico y el crecimiento otorgaban una "libertad real". La
experiencia ha demostrado que las libertades formales de las instituciones jurídicas
-el debido proceso, la libertad de conciencia- nos habrían evitado muchos males si
hubiéramos creído realmente en ellas. No es políticamente sensato, ni moral-mente
correcto, descuidar el estado de las instituciones jurídicas a la espera que el
bienestar económico por sí solo las mejore.

Ahora bien, como lo enseña la experiencia, la democracia no clausura la posibilidad


de que los derechos de las personas sean infringidos, pero sí permite una mayor
visibilidad en la violación de los derechos, una más pronta y justa represión de los
mismos y, por sobre todo, impide, por definición, las violaciones masivas. Para ello,
la democracia debe esforzarse por maximizar el goce de la libertad de expresión,
favorecer mediante un adecuado sistema electoral la representación y el poder de
fiscalización por parte de las minorías, asegurar la rigidez de ciertos principios
constitucionales,en particular de aquellos que acogen las reglas del ius cogens, y,
especialmente, establecer una adecuada vía de recepción de los compromisos
internacionales en materia de derechos humanos en el ámbito de su ordenamiento
jurídico interno.

La evolución política americana indica, asimismo, que la debilidad endémica de


nuestros Sistemas de Administración de Justicia ha favorecido la infracción de los
derechos, ha debilitado nuestros proyectos de desarrollo y ha desligitimado el
sistema político democrático al transformar con frecuencia sus declaraciones de
derechos en un conjunto de promesas incumplidas. Así, entonces, modernizar el
Sistema de Administración de Justicia significa optimizar el goce y la tutela de los
derechos humanos, fortalecer nuestros proyectos de desarrollo, favorecer la
indispensable internacionalización de nuestras economías y legitimar y hacer
confiable al Sistema Democrático.

Con estas premisas, en la presente década hemos desarrollado en Chile un


conjunto de iniciativas tendientes a satisfacer los requerimientos de una Justicia
que enfrente los conflictos de manera oportuna; que sea eficiente, de modo que dé
respuestas que efectivamente diriman esos conflictos; que sea cercana, de modo
que la gente aprecie quiénes son los actores del sistema y que tenga acceso a ella
independientemente del lugar en que se desenvuelva; que sea confiable, por
cuanto de esa manera la convivencia social tiene un pilar sólido en el que pueda
asentarse, y esté en sintonía con los profundos cambios políticos, económicos,
sociales y culturales que experimenta el país.

Este gran objetivo lo hemos acometido con gran decisión y con visión estratégica
de Estado, por cuanto, dada su magnitud, su concreción supera un período
gubernamental y, por lo tanto, hay tareas que hemos ejecutado, otras que
llevaremos adelante hasta el término de nuestra gestión y otras que dejaremos
iniciadas o propuestas y que son ineludibles.

De esta forma, en esta etapa, hemos propiciado una trascendental Reforma


Procesal Penal para enfrentar de mejor manera los delitos; una política
penitenciaria que combina la seguridad ciudadana con la generación de
oportunidades para la rehabilitación y la reinserción social; reformas y acciones
destinadas al fortalecimiento de la familia y al ejercicio de derechos por parte de la
infancia; reformas para modernizar la acción judicial y para establecer formas
alternativas de resolución de conflictos; optimización de la asistencia jurídica
gratuita para los sectores de más escasos recursos, y transformaciones para
mejorar la gestión y la atención de los servicios públicos vinculados con el sector.

A los precedentes desafíos han de sumarse todavía otros que dicen relación con
aspectos substantivos del sistema y respecto de los cuales se han desarrollado
estudios, previendo cambios en el futuro. Entre ellos podemos mencionar la
Reforma de la Justicia Constitucional; la Reforma de la Legislación Sustantiva Civil y
Comercial; la Reforma al Código Penal; la codificación de la Justicia de Familia; la
mejora general en la Legislación Infanto Juvenil, y la Reforma a los Procedimientos
Civil y Laboral.

Sin perjuicio de que, como hemos señalado, estamos desarrollando un conjunto


interrelacionado de cambios y que todos tienen su importancia, no podemos
desconocer la trascendencia de la Reforma Procesal Penal, sobre todo por la
inminencia de su puesta en funciones.

Se ha expresado, con razón, que los Sistemas de Enjuiciamiento Criminal son los
más elocuentes indicadores del grado de respeto por los derechos de las personas
que existe en un ordenamiento estatal o, dicho de otro modo, que el autoritarismo
se revela en la forma en que los poderes públicos encaran el reproche a las
conductas desviadas o a las formas de comportamiento anómico. En las sociedades
que han instalado a la democracia como forma de convivencia y como método para
la adopción de las decisiones públicas, y donde, por lo mismo, las violaciones
masivas a los derechos humanos suelen estar clausuradas, es el sistema procesal
penal el sector del Estado donde las formas más abusivas hacia las que
inevitablemente tiende el poder suelen manifestarse. En países donde las formas de
marginalidad son casi un producto permanente de procesos de desarrollo desigual,
el proceso ante la Justicia del Crimen no es más que el último segmento de un
largo camino de criminalización informal que afecta a los sectores más vulnerables
de la población y, por lo mismo, suele ser escenario de violaciones a los derechos
fundamentales.

Fortalecer las garantías en el ámbito del proceso penal es, así, una tarea que
entendemos exigida indirectamente por los principios en materia de derechos
fundamentales.
En la medida que el Sistema Penal en sus diversas fases pone frente a frente al
individuo y al Estado, configura una situación que es de las más delicadas que ha
de afrontar el sistema político, puesto que allí se juegan todas las promesas del
Estado Moderno: el Estado, por una parte, ha de prestar protección, pero, por otra,
y a la vez, ha de hacerlo sin transgredir los límites que le confieren legitimidad.
Protección de la víctima y restablecimiento de la paz social, sin transformar al
victimario en víctima del Estado, es el delicado equilibrio a obtener mediante el
Sistema Penal. Alcanzarlo significa, en buenas cuentas, llevar a término los ideales
inconclusos del Estado Constitucional y Democrático que, por vez primera y de un
modo ciertamente imperfecto y aún incompleto, se procuró instalar por vez primera
en nuestros países, y en Chile en particular, en la primera mitad del siglo XIX. No
debemos ver, por eso, en los actuales movimientos de reforma en la región latino
americana, un proceso que solo interese a los juristas; la reforma constituye, desde
que se fundaron las Repúblicas en nuestros países, el intento más profundo de
transformar al Estado.

En Chile opera un sistema inquisitivo de enjuiciamiento criminal. Aquí un mismo


órgano estatal está a cargo de emprender la investigación criminal y luego verificar
si esa investigación arroja o no mérito para efectuar un juicio que conduzca a la
sanción.

En un sistema inquisitivo como este, los Jueces no cuentan con condiciones


objetivas de imparcialidad. Los inculpados, por su parte, no aparecen como
ciudadanos provistos de derechos en conflicto con el Estado, sino como simples
objetos de investigación,subordinados al poder estatal.

Con estos antecedentes, hemos resuelto establecer un sistema acusatorio, que será
totalmente distinto al vigente, que permita la existencia de un debido proceso, por
la vía de separar las funciones de investigar y de juzgar, creando un juicio oral y
público, a cargo de un Tribunal Colegiado de Jueces profesionales.

Para ello, ya contamos con la figura del Ministerio Público incorporada a la


Constitución, por medio de una ley que fue publicada en 1997 en el Diario Oficial.
Asimismo, se encuentran en segundo trámite en el Senado el nuevo Código
Procesal, los Proyectos de Ley Orgánica Constitucional de Ministerio Público de
Normas Adecuatorias a la Reforma Procesal Penal; y la Reforma al Código Orgánico
de Tribunales; y, en la Cámara de Diputados, se estudia la Defensa Penal Pública,
lo que implica que hemos puesto a consideración del Congreso el conjunto de
iniciativas legales que integran la reforma.
Para entender los alcances de esta gigantesca transformación de la estructura del
Estado quizás basta tener en cuenta las dimensiones del sistema vigente. Hoy son
79 los Tribunales del Crimen especializados y cerca de 170 de competencia común
en el país que tienen la responsabilidad de llevar adelante todas las fases del
proceso penal. La reforma que propiciamos crea un Ministerio Público, que contará
con 642 Fiscales, que se harán cargo de la investigación y persecución de los
delitos, dirigiendo para tales efectos el accionar de las Policías, contando con la
infraestructura y el apoyo técnico necesario para una labor eficaz. Se establecerá
una Defensa Penal Pública - con un Defensor Nacional y 417 profesionales
abogados, públicos y privados-, que se encargará de la defensa de los inculpados,
de modo que exista un adecuado equilibrio frente al accionar de la parte acusadora.
A los Jueces se les reservan dos funciones trascendentales: la protección de los
derechos de las partes y juzgar sobre la base de las pruebas que se le presenten en
la audiencia. Habrá en el país 404 Jueces de Garantía y 378 Jueces en lo Penal, lo
que implica mayores posibilidades de arribar con rapidez a los resultados judiciales.

Todo lo anterior implica una gran inversión en infraestructura y un aumento


considerable de personas dedicadas exclusivamente a la investigación, persecución
y sanción de los actos contra la ley, por cuanto aparte de los actores centrales del
proceso, todos los organismos contarán con los profesionales y funcionarios de
apoyo que corresponda.

La instalación de este nuevo Sistema de Enjuiciamiento Criminal está muy cercana,


puesto que si se mantiene el ritmo de la actual tramitación legislativa, será posible
concretarla progresivamente a partir del año 2000, terminando el 2003, para lo
cual en los próximos meses estaremos en condiciones de nombrar al Fiscal Nacional
del Ministerio Público, encargado de poner en marcha a su institución.

Ahora bien, cuando hablamos de que se transformará radicalmente a la Justicia en


lo Criminal, significa que no solo habrá nuevos actores, edificios y equipamiento en
área, sino que la profesión jurídica deberá también considerarlos enormes retos que
esta reforma implicapara ella.

Es decir, no estamos hablando solo de cambio de normas y de estructuras físicas,


sino que también impulsamos un cambio de mentalidad, al punto de que en la
comunidad jurídica se ha hablado de una "revolución cultural".

El hecho de que a los Jueces se les reserve las funciones de tutelar los valores
fundamentales del ordenamiento, los derechos subjetivos públicos de las personas
y juzgar con imparcialidad y en justicia los conflictos que ante él comparecen, luego
de un debate abierto entre sujetos provistos de igualdad de instrumentos -qué
duda cabe-, es un cambio mayor.

Ello exigirá, desde luego, de parte de los Programas de Formación de Jueces una
especial adaptación, porque las habilidades, destrezas y conocimientos que cada
una de esas funciones requieren son también diferentes.

Pero es la profesión jurídica en su conjunto la que -considerando que la reforma


separa las funciones de investigar y acusar de las de juzgar requerirá el desempeño
de funciones diversificadas que suponen habilidades y destrezas diversas a las que
actualmente se enseñan.

A todo ello ha de sumarse que la propia profesión de abogado experimentará una


profunda diferenciación funcional entre aquellos abogados que se dediquen al litigio
civil,al litigio familiar; y aquellos que se dediquen a la defensa penal o al Juicio
Penal. Es decir, la abogacía pasará a desempeñarse en escenarios múltiples y
heterogéneos, donde las profesiones jurídicas se diferenciarán mutuamente unas de
otras, procediendo a una inevitable y creciente especialización.

En lo que toca a los programas de formación de esas mismas profesiones jurídicas


que llevan a cabo las universidades y, en particular, las Facultades de Derecho, hay
diversos desafíos a considerar para enfrentar los cambios en la profesión. Esta,
además de la necesaria preparación de los profesionales del Derecho, deberá poner
énfasis en el entrenamiento de habilidades comunicativas que favorezcan la
oralidad; habilidades estratégicas que favorezcan la ponderación de intereses y la
búsqueda de acuerdos; compresión y uso de las diversas fórmulas de
desjudicialización; y finalmente, fuertes compromisos hacia las garantías del
sistema.

Todo esto obliga a rediseñar curricularmente la enseñanza del Derecho en Chile


para lograr la formación de profesionales del Derecho que puedan enfrentar el
cúmulo de cambios que se producen en todas las áreas en que deben actuar.

Debemos considerar también que se incorporarán al sistema modernas fórmulas de


trabajo administrativo, con profesionales especializados, con apoyo de tecnología
informática de punta, de modo de facilitar el trabajo de los actores jurídicos en lo
que les es propio.
Por todo ello es que, junto con el desarrollo de las iniciativas legislativas, estamos
en una fase de trabajo de coordinación interinstitucional,en el que queremos
incorporar a todos los sectores de la comunidad jurídica, de modo de avanzar a la
etapa de transición y de implementación sin contratiempos.

Sobre el particular debemos reconocer que los avances logrados en estos años se
deben a un creciente consenso, que ha sumado el compromiso fundamental de
Senadores y Diputados, de todos los sectores, que han ido aprobando casi en forma
unánime las iniciativas legales; el aporte extraordinario del Poder Judicial, del que
hemos recibido importantes aportes para el perfeccionamiento de los cuerpos
jurídicos y apoyo para la concreción de la reforma, y de distintos sectores de la
comunidad jurídica, resaltando el trabajo de la Corporación de Promoción
Universitaria, de la Fundación Paz Ciudadana y de distintas universidades.

Hay coincidencia en que la reforma al proceso penal en su conjunto es la tarea


estratégica de modernización del Estado más importante de todas las que se han
emprendido en el último tiempo, aunque, como hemos visto, no la única. Mediante
ella estamos dando un fuerte y definitivo impulso a la modernización del área
pública. Se trata, con todo, de una tarea que nosotros solo hemos iniciado y que es
imprescindible que, quienes nos sigan, la continúen y, gradual y progresivamente,
la completen, porque será un gran instrumento para enfrentar los conflictos en el
ámbito penal de nuestra sociedad.

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