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¿Qué significa bienaventurados?

Mensaje que el Santo Padre ha enviado a los jóvenes para la preparación de


la XXIX Jornada Mundial de la Juventud 2014

Por: Papa Francisco | Fuente: visnews-es.blogspot.com.es

Queridos jóvenes:

Tengo grabado en mi memoria el extraordinario encuentro que vivimos en


Río de Janeiro, en la XXVIII Jornada Mundial de la Juventud. ¡Fue una gran
fiesta de la fe y de la fraternidad! La buena gente brasileña nos acogió con los
brazos abiertos, como la imagen de Cristo Redentor que desde lo alto del
Corcovado domina el magnífico panorama de la playa de Copacabana. A
orillas del mar, Jesús renovó su llamada a cada uno de nosotros para que nos
convirtamos en sus discípulos misioneros, lo descubramos como el tesoro
más precioso de nuestra vida y compartamos esta riqueza con los demás, los
que están cerca y los que están lejos, hasta las extremas periferias
geográficas y existenciales de nuestro tiempo.

La próxima etapa de la peregrinación intercontinental de los jóvenes será


Cracovia, en 2016. Para marcar nuestro camino, quisiera reflexionar con
vosotros en los próximos tres años sobre las Bienaventuranzas que leemos en
el Evangelio de San Mateo. Este año comenzaremos meditando la primera de
ellas: "Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de
los cielos"; el año 2015: "Bienaventurados los limpios de corazón, porque
ellos verán a Dios"; y por último, en el año 2016 el tema será:
“Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”.

1. La fuerza revolucionaria de las Bienaventuranzas

Siempre nos hace bien leer y meditar las Bienaventuranzas. Jesús las
proclamó en su primera gran predicación, a orillas del lago de Galilea. Había
un gentío tan grande, que subió a un monte para enseñar a sus discípulos;
por eso, esa predicación se llama el "sermón de la montaña". En la Biblia, el
monte es el lugar donde Dios se revela, y Jesús, predicando desde el monte,
se presenta como maestro divino, como un nuevo Moisés. Y ¿qué enseña?
Jesús enseña el camino de la vida, el camino que Él mismo recorre, es más,
que Él mismo es, y lo propone como camino para la verdadera felicidad. En
toda su vida, desde el nacimiento en la gruta de Belén hasta la muerte en la
cruz y la resurrección, Jesús encarnó las Bienaventuranzas. Todas las
promesas del Reino de Dios se han cumplido en Él.

Al proclamar las Bienaventuranzas, Jesús nos invita a seguirle, a recorrer con


Él el camino del amor, el único que lleva a la vida eterna. No es un camino
fácil, pero el Señor nos asegura su gracia y nunca nos deja solos. Pobreza,
aflicciones, humillaciones, lucha por la justicia, cansancios en la conversión
cotidiana, dificultades para vivir la llamada a la santidad, persecuciones y
otros muchos desafíos están presentes en nuestra vida. Pero, si abrimos la
puerta a Jesús, si dejamos que Él esté en nuestra vida, si compartimos con Él
las alegrías y los sufrimientos, experimentaremos una paz y una alegría que
sólo Dios, amor infinito, puede dar.

Las Bienaventuranzas de Jesús son portadoras de una novedad


revolucionaria, de un modelo de felicidad opuesto al que habitualmente nos
comunican los medios de comunicación, la opinión dominante. Para la
mentalidad mundana, es un escándalo que Dios haya venido para hacerse
uno de nosotros, que haya muerto en una cruz. En la lógica de este mundo,
los que Jesús proclama bienaventurados son considerados "perdedores",
débiles. En cambio, son exaltados el éxito a toda costa, el bienestar, la
arrogancia del poder, la afirmación de sí mismo en perjuicio de los demás.

Queridos jóvenes, Jesús nos pide que respondamos a su propuesta de vida,


que decidamos cuál es el camino que queremos recorrer para llegar a la
verdadera alegría. Se trata de un gran desafío para la fe. Jesús no tuvo miedo
de preguntar a sus discípulos si querían seguirle de verdad o si preferían irse
por otros caminos. Y Simón, llamado Pedro, tuvo el valor de contestar:
"Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna". Si sabéis
decir "sí" a Jesús, entonces vuestra vida joven se llenará de significado y será
fecunda.

2. El valor de ser felices

Pero, ¿qué significa "bienaventurados" (en griego makarioi)?


Bienaventurados quiere decir felices. Decidme: ¿Buscáis de verdad la
felicidad? En una época en que tantas apariencias de felicidad nos atraen,
corremos el riesgo de contentarnos con poco, de tener una idea de la vida
“en pequeño”. ¡Aspirad, en cambio, a cosas grandes! ¡Ensanchad vuestros
corazones! Como decía el beato Piergiorgio Frassati: "Vivir sin una fe, sin un
patrimonio que defender, y sin sostener, en una lucha continua, la verdad, no
es vivir, sino ir tirando. Jamás debemos ir tirando, sino vivir". En el día de la
beatificación de Piergiorgio Frassati, el 20 de mayo de 1990, Juan Pablo II lo
llamó "hombre de las Bienaventuranzas" .

Si de verdad dejáis emerger las aspiraciones más profundas de vuestro


corazón, os daréis cuenta de que en vosotros hay un deseo inextinguible de
felicidad, y esto os permitirá desenmascarar y rechazar tantas ofertas "a bajo
precio" que encontráis a vuestro alrededor. Cuando buscamos el éxito, el
placer, el poseer en modo egoísta y los convertimos en ídolos, podemos
experimentar también momentos de embriaguez, un falso sentimiento de
satisfacción, pero al final nos hacemos esclavos, nunca estamos satisfechos, y
sentimos la necesidad de buscar cada vez más. Es muy triste ver a una
juventud "harta", pero débil.

San Juan, al escribir a los jóvenes, decía: "Sois fuertes y la palabra de Dios
permanece en vosotros, y habéis vencido al Maligno". Los jóvenes que
escogen a Jesús son fuertes, se alimentan de su Palabra y no se “atiborran”
de otras cosas. Atreveos a ir contracorrienTe. Sed capaces de buscar la
verdadera felicidad. Decid no a la cultura de lo provisional, de la
superficialidad y del usar y tirar, que no os considera capaces de asumir
responsabilidades y de afrontar los grandes desafíos de la vida.
3. Bienaventurados los pobres de espíritu...

La primera Bienaventuranza, tema de la próxima Jornada Mundial de la


Juventud, declara felices a los pobres de espíritu, porque a ellos pertenece el
Reino de los cielos. En un tiempo en el que tantas personas sufren a causa de
la crisis económica, poner la pobreza al lado de la felicidad puede parecer
algo fuera de lugar. ¿En qué sentido podemos hablar de la pobreza como una
bendición?

En primer lugar, intentemos comprender lo que significa "pobres de espíritu".


Cuando el Hijo de Dios se hizo hombre, eligió un camino de pobreza, de
humillación. Como dice San Pablo en la Carta a los Filipenses: "Tened entre
vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús. El cual, siendo de condición
divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí
mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres".
Jesús es Dios que se despoja de su gloria. Aquí vemos la elección de la
pobreza por parte de Dios: siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos con
su pobreza. Es el misterio que contemplamos en el belén, viendo al Hijo de
Dios en un pesebre, y después en una cruz, donde la humillación llega hasta
el final.

El adjetivo griego ptochós (pobre) no sólo tiene un significado material, sino


que quiere decir “mendigo”. Está ligado al concepto judío de anawim, los
“pobres de Yahvé”, que evoca humildad, conciencia de los propios límites, de
la propia condición existencial de pobreza. Los anawim se fían del Señor,
saben que dependen de Él.

Jesús, como entendió perfectamente santa Teresa del Niño Jesús, en su


Encarnación se presenta como un mendigo, un necesitado en busca de amor.
El Catecismo de la Iglesia Católica habla del hombre como un "mendigo de
Dios" y nos dice que la oración es el encuentro de la sed de Dios con nuestra
sed.

San Francisco de Asís comprendió muy bien el secreto de la Bienaventuranza


de los pobres de espíritu. De hecho, cuando Jesús le habló en la persona del
leproso y en el Crucifijo, reconoció la grandeza de Dios y su propia condición
de humildad. En la oración, el Poverello pasaba horas preguntando al Señor:
"¿Quién eres tú? ¿Quién soy yo?". Se despojó de una vida acomodada y
despreocupada para desposarse con la “Señora Pobreza”, para imitar a Jesús
y seguir el Evangelio al pie de la letra. Francisco vivió inseparablemente la
imitación de Cristo pobre y el amor a los pobres, como las dos caras de una
misma moneda.

Vosotros me podríais preguntar: ¿Cómo podemos hacer que esta pobreza de


espíritu se transforme en un estilo de vida, que se refleje concretamente en
nuestra existencia? Os contesto con tres puntos.

Ante todo, intentad ser libres en relación con las cosas. El Señor nos llama a
un estilo de vida evangélico de sobriedad, a no dejarnos llevar por la cultura
del consumo. Se trata de buscar lo esencial, de aprender a despojarse de
tantas cosas superfluas que nos ahogan. Desprendámonos de la codicia del
tener, del dinero idolatrado y después derrochado. Pongamos a Jesús en
primer lugar. Él nos puede liberar de las idolatrías que nos convierten en
esclavos. ¡Fiaros de Dios, queridos jóvenes! Él nos conoce, nos ama y jamás
se olvida de nosotros. Así como cuida de los lirios del campo, no permitirá
que nos falte nada. También para superar la crisis económica hay que estar
dispuestos a cambiar de estilo de vida, a evitar tanto derroche. Igual que se
necesita valor para ser felices, también es necesario el valor para ser sobrios.

En segundo lugar, para vivir esta Bienaventuranza necesitamos la conversión


en relación a los pobres. Tenemos que preocuparnos de ellos, ser sensibles a
sus necesidades espirituales y materiales. A vosotros, jóvenes, os
encomiendo en modo particular la tarea de volver a poner en el centro de la
cultura humana la solidaridad. Ante las viejas y nuevas formas de pobreza –el
desempleo, la emigración, los diversos tipos de dependencias–, tenemos el
deber de estar atentos y vigilantes, venciendo la tentación de la indiferencia.
Pensemos también en los que no se sienten amados, que no tienen
esperanza en el futuro, que renuncian a comprometerse en la vida porque
están desanimados, desilusionados, acobardados. Tenemos que aprender a
estar con los pobres. No nos llenemos la boca con hermosas palabras sobre
los pobres. Acerquémonos a ellos, mirémosles a los ojos, escuchémosles. Los
pobres son para nosotros una ocasión concreta de encontrar al mismo Cristo,
de tocar su carne que sufre.
Pero los pobres –y este es el tercer punto– no sólo son personas a las que les
podemos dar algo. También ellos tienen algo que ofrecernos, que
enseñarnos. ¡Tenemos tanto que aprender de la sabiduría de los pobres! Un
santo del siglo XVIII, Benito José Labre, que dormía en las calles de Roma y
vivía de las limosnas de la gente, se convirtió en consejero espiritual de
muchas personas, entre las que figuraban nobles y prelados. En cierto
sentido, los pobres son para nosotros como maestros. Nos enseñan que una
persona no es valiosa por lo que posee, por lo que tiene en su cuenta en el
banco. Un pobre, una persona que no tiene bienes materiales, mantiene
siempre su dignidad. Los pobres pueden enseñarnos mucho, también sobre
la humildad y la confianza en Dios. En la parábola del fariseo y el publicano,

Jesús presenta a este último como modelo porque es humilde y se considera


pecador. También la viuda que echa dos pequeñas monedas en el tesoro del
templo es un ejemplo de la generosidad de quien, aun teniendo poco o nada,
da todo.

4. ...porque de ellos es el Reino de los cielos

El tema central en el Evangelio de Jesús es el Reino de Dios. Jesús es el Reino


de Dios en persona, es el Enmanuel, Dios-con-nosotros. Es en el corazón del
hombre donde el Reino, el señorío de Dios, se establece y crece. El Reino es
al mismo tiempo don y promesa. Ya se nos ha dado en Jesús, pero aún debe
cumplirse en plenitud. Por ello pedimos cada día al Padre: "Venga a nosotros
tu reino".

Hay un profundo vínculo entre pobreza y evangelización, entre el tema de la


pasada Jornada Mundial de la Juventud –"Id y haced discípulos a todos los
pueblos"- y el de este año: "Bienaventurados los pobres de espíritu, porque
de ellos es el reino de los cielos". El Señor quiere una Iglesia pobre que
evangelice a los pobres. Cuando Jesús envió a los Doce, les dijo: "No os
procuréis en la faja oro, plata ni cobre; ni tampoco alforja para el camino; ni
dos túnicas, ni sandalias, ni bastón; bien merece el obrero su sustento". La
pobreza evangélica es una condición fundamental para que el Reino de Dios
se difunda. Las alegrías más hermosas y espontáneas que he visto en el
transcurso de mi vida son las de personas pobres, que tienen poco a que
aferrarse. La evangelización, en nuestro tiempo, sólo será posible por medio
del contagio de la alegría.

Como hemos visto, la Bienaventuranza de los pobres de espíritu orienta


nuestra relación con Dios, con los bienes materiales y con los pobres. Ante el
ejemplo y las palabras de Jesús, nos damos cuenta de cuánta necesidad
tenemos de conversión, de hacer que la lógica del ser más prevalezca sobre
la del tener más. Los santos son los que más nos pueden ayudar a entender el
significado profundo de las Bienaventuranzas. La canonización de Juan Pablo
II el segundo Domingo de Pascua es, en este sentido, un acontecimiento que
llena nuestro corazón de alegría. Él será el gran patrono de las JMJ, de las que
fue iniciador y promotor. En la comunión de los santos seguirá siendo para
todos vosotros un padre y un amigo.

El próximo mes de abril es también el trigésimo aniversario de la entrega de


la Cruz del Jubileo de la Redención a los jóvenes. Precisamente a partir de ese
acto simbólico de Juan Pablo II comenzó la gran peregrinación juvenil que,
desde entonces, continúa a través de los cinco continentes. Muchos
recuerdan las palabras con las que el Papa, el Domingo de Ramos de 1984,
acompañó su gesto: "Queridos jóvenes, al clausurar el Año Santo, os confío el
signo de este Año Jubilar: ¡la Cruz de Cristo! Llevadla por el mundo como
signo del amor del Señor Jesús a la humanidad y anunciad a todos que sólo
en Cristo muerto y resucitado hay salvación y redención".

Queridos jóvenes, el Magnificat, el cántico de María, pobre de espíritu, es


también el canto de quien vive las Bienaventuranzas. La alegría del Evangelio
brota de un corazón pobre, que sabe regocijarse y maravillarse por las obras
de Dios, como el corazón de la Virgen, a quien todas las generaciones llaman
“dichosa”. Que Ella, la madre de los pobres y la estrella de la nueva
evangelización, nos ayude a vivir el Evangelio, a encarnar las
Bienaventuranzas en nuestra vida, a atrevernos a ser felices.

1
El Reino de Dios entre nosotros
Tiempo Ordinario

Lucas 17, 20-25. Tiempo Ordinario. Dejar que Jesús reine en mi alma es
abrirle las puertas para que Él haga lo que quiera. conmigo.

Por: P. Juan Gralla | Fuente: Catholic.net

Del santo Evangelio según san Lucas 17, 20-25


En aquel tiempo, a unos fariseos que le preguntaban cuándo llegaría el Reino
de Dios, Jesús les respondió: El Reino de Dios viene sin dejarse sentir. Y no
dirán: "Vedlo aquí o allá", porque el Reino de Dios ya está entre vosotros. Dijo
a sus discípulos: Días vendrán en que desearéis ver uno solo de los días del
Hijo del hombre, y no lo veréis. Y os dirán: "Vedlo aquí, vedlo allá." No vayáis,
ni corráis detrás. Porque, como relámpago fulgurante que brilla de un
extremo a otro del cielo, así será el Hijo del hombre en su Día. Pero, antes, le
es preciso padecer mucho y ser reprobado por esta generación.

Oración introductoria
Señor Jesús, para vivir unido a Ti de modo real, personal y constante,
necesito alimentar esta unión por medio de la vida de gracia y la
identificación de mi voluntad con la tuya, en esta meditación y durante toda
mi vida. ¡Ven Espíritu Santo y haz esto posible!

Petición
Jesús, dame la gracia de orar y de hablar contigo de corazón a corazón.

Meditación del Papa Francisco


Nosotros sabemos que la historia tiene un centro: Jesucristo, encarnado,
muerto y resucitado; que está vivo entre nosotros y que tiene una finalidad:
el Reino de Dios, Reino de paz, de justicia, de libertad en el amor.
Y tiene una fuerza que la mueve hacia aquel fin: es la fuerza del Espíritu
Santo. Todos nosotros tenemos el Espíritu Santo que hemos recibido en el
bautismo. Y él nos empuja a ir hacia adelante en el camino de la vida
cristiana, en el camino de la historia, hacia el Reino de Dios. 2
Este Espíritu es la potencia del amor que ha fecundado el seno de la Virgen
María; y es el mismo que anima los proyectos y las obras de todos los
constructores de paz. Donde hay un hombre y una mujer constructor de paz,
es exactamente el Espíritu Santo quien ayuda y lo empuja a hacer la
paz» (S.S. Francisco, 1 de enero de 2014).

Reflexión
El Reino de Dios ya está entre nosotros, aunque no completamente. Está
entre nosotros porque Jesús ya ha venido a la tierra y nos ha dejado su
presencia. Pero todavía falta algo. Es necesario que el Reino llegue al corazón
de cada hombre. Sólo entonces podremos decir que ya ha llegado en toda su
plenitud.

Jesús advierte que no se trata de un reino de ejércitos, de emperadores, de


palacios, etc. sino que es algo mucho más sutil, menos notorio. Es un
gobierno sobre los corazones, cuya ley es la caridad y Cristo es el soberano.

Dejar que Jesús reine en mi alma significa abrirle las puertas para que Él haga
lo que quiera conmigo. Y El sólo entra y se queda a vivir si encuentra un alma
limpia, es decir, sin pecado. Un alma en pecado es un lugar inhabitable para
Dios. Por eso decimos que hay que vivir en continua lucha con nuestro peor
enemigo, que es el pecado, porque sólo él nos aleja de Dios, la meta de
nuestra vida.

¡Cómo sería el mundo si todos los hombres viviesen en gracia, en amistad


con Dios! ¡Qué diferentes serían las cosas si todos los países adoptaran el
mandamiento de la caridad universal como ley suprema!

Entonces, sí que podríamos decir que el Reino de los cielos ha llegado a la


tierra.

Propósito
Empecemos por nuestro corazón y por nuestra casa. Que cada día Dios sea lo
más imprtante en mi vida, buscar que el Reino de Dios viva en mi corazón, a
través de la oración y la caridad a los demás.
Diálogo con Cristo 3
Jesús, ni el trabajo, ni el estudio, ni las ocupaciones cotidianas, deben ser un
obstáculo para estar unido a Ti. Sólo dejando que gobiernes y ordenes mi
vida, podrá venir a mí tu Reino. Reconociéndote hoy como mi Rey y Señor,
todo mi día se convertirá en un medio para alabarte, para glorificarte y
amarte, por medio de mi amor y servicio a los demás.

Sobre todo buscad el Reino de Dios y su justicia; todo lo demás se dará por
añadidura
San Mateo 6, 24-34. VIII Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo A.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Ayúdame, Jesús, a buscar encargarme de tus asuntos, sabiendo que Tú te
encargarás de los míos.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
1http://es.catholic.net/escritoresactuales/251/846/articulo.php?id=8938

Entonces, como yo tengo que pedir perdón, Dios me da el modo de que yo


alcance el perdón. Y, ¿cuál es el modo ése? La confesión. Dios hace la
confesión para perdonar. Dios instituye el sacramento del perdón, de la
confesión. Es uno de los mayores beneficios que Dios ha hecho a la
Humanidad. Decidme quién podría salvarse si no hubiera confesión. Sólo
podría salvarse el que a lo largo de toda su vida jamás faltó a su conciencia. Y,
¿dónde está ése? A lo largo de la vida, unos antes y otros después, unos en
una cosa y otros en otra, ¡qué fácil es que a lo largo de una vida todos
hayamos faltado a nuestra conciencia! Y Dios, que es infinitamente
misericordioso, nos da el modo de que podamos alcanzar el perdón.

Dios podría haber dicho:


-Ahí tienes una vida. Ahí tienes una libertad. Usa bien de tu libertad. Si usas
bien, gloria eterna. Si usas mal, infierno eterno.
Podría haber dicho esto, y estaba en su derecho. Y no nos hacía ningún
agravio. «Usa bien de tu libertad y te doy la gloria, pero si usas mal, te doy el
infierno».

Pero no. Él dice:


-Ahí tienes una vida. Ahí tienes una libertad. Usa bien de la libertad y te doy
la gloria eterna. Y si usas mal, pídeme perdón, que te perdono y también te
doy la gloria eterna.

¿Puede ser Dios más bueno? ¿Puede poner la cosa más fácil? Nos da el modo
de alcanzar el perdón de los pecados, si hemos usado mal de la libertad. Y ese
modo es la confesión. Instituye la confesión. ¡El gran beneficio de la
confesión!

Llama a los Apóstoles y les dice:


-A quienes vosotros perdonéis, yo les perdono; a quienes vosotros no
perdonéis, yo tampoco. 2
Dios delega en los Apóstoles el perdón. ¿Que lo podía haber hecho de otra
forma? Por supuesto. Pero lo ha hecho así. Dios perdona por medio del
sacerdote. Dios lo ha hecho así.

Y ahora dice otro:


-¿Por qué tengo que decir mis pecados a un sacerdote? Yo pido perdón a mi
aire. Yo me confieso directamente con Dios.

No vale. Porque el modo de perdonar de Dios no lo eliges tú, lo elige Él. Y si Él


ha dispuesto darte el perdón por la confesión, tienes que confesarte para que
Dios te perdone. Y si yo pido a Dios perdón a mi aire, no vale. El modo no lo
elijo yo, lo elige Él. Las condiciones las pone Él. Dios ha querido que nos
confesemos por medio del sacerdote. Y además, si Dios lo ha hecho así es
porque está bien hecho. ¿O es que nosotros vamos a enmendarle la plana a
Dios? ¿Vamos a saber mejor que Dios cómo tiene que ser el perdón? Cuando
Dios ha hecho la confesión con un hombre, es porque debe ser con un
hombre.

Voy a poner un ejemplo: Dios podía haber hecho la confesión con un muro,
con un muro de piedra, como hacen los judíos. Los judíos van al Muro de las
Lamentaciones y allí sueltan el trapo, delante del muro. Dios podía haber
hecho la confesión con un muro. ¿Por qué la hace con un hombre? Porque el
muro es de piedra. El muro no oye. El muro no entiende. El muro no
contesta. El muro no consuela. El muro no tranquiliza. El muro no anima. El
muro no alienta. El muro no orienta.

Y el pecador montones de veces necesita que le consuelen, que le


tranquilicen, que le animen, que le orienten. Y Dios, que sabe que el pecador
necesita que lo tranquilicen, y lo consuelen, y lo animen, y lo orienten, hace
la confesión, no con un muro de piedra, que ni oye, ni entiende, ni contesta,
ni consuela, ni tranquiliza, ni anima, ni nada; sino con un hombre. ¡Cuántas
veces los confesores tenemos que consolar, y tranquilizar, y animar, y
orientar! Y Dios que lo sabe, hace la confesión, no con un muro de piedra,
sino con un hombre que oye, y entiende, y contesta, y consuela, y tranquiliza.
¡Qué bien hace las cosas Dios! No queramos enmendar la plana a Dios. Dios
sabe hacer muy bien las cosas. 3
Re: Masturbación 1

por enrique_ellena » Dom Dic 16,


2012 7:46 am
Una confesión perdona los pecados cometidos y confesados, pero no lo que
cometas luego de confesar. Tampoco puedes comulgar en pecada grave sin
haberlos confesados. Por último debes superar esa tentación, de lo contrario
se anidara en tu cuerpo y no podrás superarla. Tu relación con Dios depende
en gran medida de llevar una vida sin pecados, pidiendo perdón, dando
gracias y solicitando del Señor la ayuna que necesitas. El paso que has dado si
bien es natural en tu edad, pero puede ser la puerta a una habito más grave.
Corrige ora y sacrifícate cuando los malos pensamientos se acerquen a tu
mente.

Re: Masturbación

por smj » Vie Ene 25, 2013 4:30 am


Buenos días; puedo decir que ya soy mayorcito para esos pecados, pero no
para otros. Te pongo un pasaje de
Romanos 7,14 :
"Porque sabemos que la Ley es espiritual, pero yo soy carnal, y estoy
vendido como esclavo al pecado.
Y ni siquiera entiendo lo que hago, porque no hago lo que quiero sino lo
que aborrezco.
Pero si hago lo que no quiero, con eso reconozco que la Ley es buena.
Pero entonces, no soy yo quien hace eso, sino el pecado que reside en mí,
porque sé que nada bueno hay en mí, es decir, en mi carne. En efecto, el
deseo de hacer el bien está a mi alcance,pero no el realizarlo."
Y así, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero
Pero cuando hago lo que no quiero, no soy yo quien lo hace, sino el pecado
que reside en mí. De esa manera, vengo a descubrir esta ley: queriendo
hacer el bien, se me presenta el mal. 2
Porque de acuerdo con el hombre interior, me complazco en la Ley de Dios,
pero observo que hay en mis miembros otra ley que lucha contra la ley de
mi razón y me ata a la ley del pecado que está en mis miembros.
Ay de mí! ¿Quién podrá librarme de este cuerpo que me lleva a la muerte?
¡Gracias a Dios, por Jesucristo, nuestro Señor! En una palabra, con mi
corazón sirvo a la Ley de Dios, pero con mi carne sirvo a la ley del pecado".
Sabemos que pecamos y tenemos a Dios que perdona nuestros pecados por
medio de nuestro Señor Jesucristo, pero siempre, siempre queremos cumplir
con la Ley y desde luego no decimos que la Ley sea mala y que no vale para
nada como se ha dicho aquí "total como todos lo hacen". El Señor quiere que
lo intentes y Él te ayudara.
Es Dios quien te libera, te perdona los pecados por medio de Jesús.
Y en otro pasaje de la 1º carta de San Juan nos dice:

"Si decimos que estamos en comunión con él mientras caminamos en


tinieblas, somos unos mentirosos y no actuamos en la verdad.
En cambio, si caminamos en la luz, lo mismo que él está en la luz, estamos
en comunión unos con otros, y la sangre de Jesús, el Hijo de Dios, nos
purifica de todo pe cado.
Si decimos que no tenemos pecado, nos estamos engañando a nosotros
mismos, y la verdad no está en nosotros.
Pero si confesamos nuestros pecados, él, que es fiel y justo, nos perdonará
nuestros pecados y nos limpiará de toda maldad.
Si dijéramos que no hemos pecado, sería como decir que él miente, y su
palabra no estaría en nosotros.
Hijitos míos, les he escrito esto para que no pequen; pero si uno peca,
tenemos un defensor ante el Padre, Jesucristo, el Justo.
El es la víctima por nuestros pecados, y no sólo por los nuestros, sino por
los del mundo entero.
Vean cómo sabremos que lo conocemos: si cumplimos sus mandatos." 3
Hay dos pensamientos a mi parecer en los que nos llevan a pecar; como Dios
me perdona todo " hago lo que me pide el cuerpo" y Yo sólo, por mi propio
esfuerzo quiero cumplir con los mandamientos y no pecar.
Existe otra manera de cumplir con los mandamientos y es el reconocer
nuestra humildad, nuestro pecado, nuestra limitación ante la acción del
pecado; que en nosotros está el intentarlo, pero es la fuerza que viene de lo
alto ,es la Misericordia de Dios la que nos salva por medio de Jesús y de su
sangre derramada.
Bueno eso es por donde gracias a Dios el Señor me va limpiando de mis
pecados con mi esfuerzo, pero infinitamente más con su ayuda.
Que Dios les Bendiga.

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