La invención de la noche
La invención de la noche / Flavio Guglielmi.
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En mi trabajo escribo sin juzgar a los protagonistas, también sin entenderlos. No espero hacer otra
cosa en este prólogo. Supongo que, a diferencia de nosotros, las cartas merecen algo más que terminar
siendo archivadas en la caja de algún juzgado. Esperé unos prudentes años para publicarlas, no quiero
problemas. Aunque puede dudarse de su cronología decidí respetar la propuesta de los fiscales.
E.R.
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Querida Madre:
“¿De dónde habrá surgido la idea de que las personas pueden comunicarse me-
diante cartas? (…) Escribir cartas (…) significa desnudarse ante los fantasmas, que lo esperan ávida-
mente”. Franz Kafka.
J.
7
Querida Hermana:
Escribo cartas que pongo sin ningún orden en sobres blancos, cuando llega el
momento elijo alguna y la envío. El correo te miente un poco si te dice que son de este año, o del año
pasado, en realidad no tienen fecha. Lamento la desprolijidad pero la niñez siempre nos corrompe
de un modo vergonzoso. Cuando dejábamos notas escondidas por toda la casa aprendí a escribir; no
a redactar, eso lo aprendimos con la abuela en la cocina. Redactamos cuando necesitamos dejar con-
stancia de que “El sol sale en el horizonte” y ser publicados mediante un, por cierto curioso, método
luterano: fijar nuestros escritos en la puerta de la heladera. Entre nosotros y nuestros alimentos, ese
es el lugar para las redacciones. Quizás cuando somos mayores tenemos que elegir entre ser platóni-
cos o aristotélicos, pero cuando somos niños todos somos luteranos y todas las puertas son nuestro
Wittenberg.
Sin embargo, cuando enterramos en el jardín un mensaje que puede esperar más
años de los que sospechamos, y que todavía está ahí, entonces escribimos. Los papeles están entre
nosotros y algo que no sabemos si nos alimenta o nos devora.
Ahora mando cartas de la única forma que puedo y escribo de la única forma que
sé, como alguien que espera. Sabrás que los vicios de la infancia son los peores.
J.
8
Querida Madre:
Recuerdo una clase de catequesis, nos habían contado a dónde vamos y lo que
nos ocurre cuando nos portamos mal. Volviendo a casa me dijiste que no tuviera miedo, que no me
preocupara, no porque los demonios no existieran, no porque el fuego sea simplemente una prome-
sa, sino porque siempre marchamos voluntariamente a ese lugar. Algo de mi viajó en ese momento y
no regresó. O algo, desde ahí, llegó y nunca me abandonó. No lo sé con seguridad. Creo que jamás te
agradecí lo suficiente.
J.
9
Querida Hermana:
J.
10
Querida Madre:
J.
P.D. Todavía me muevo en la oscuridad dentro del departamento, es que no me atrevo a inventar la
noche.
11
Querida Hermana:
Quizás cada cosa tenga su sustituto y cada sustitución puede darse infinita-
mente. O quizás nada se reemplaza y cada cosa se pierde infinitamente. Me gustaría que no estés
triste. Que nuestro hermano ya no se encuentre, que padre esté internado en prisión y que madre
esté detenida en un sanatorio no implica necesariamente que estemos dejando de ser familia. Es
más, te propongo lo contrario, formemos una.
J.
P.D. La psicóloga recomendó a madre que nos mande cartas. Recibí algunas y debo decir que son
verdaderamente afectuosas. Es la enfermedad, aprendiendo a escribir. Nos está llamando.
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Querido Padre:
Matar no es tan malo, quizás morir tampoco. Te envío estas palabras para que
te consuelen: “Desde que empieza, es una guerra sin piedad. O se sigue aterrorizado o se vuelve
uno terrible; es decir: o se abandona uno a las disociaciones de una vida falseada o se conquista la
unidad innata (…) los viejos mitos palidecen, las prohibiciones desaparecen una por una; el arma de
un combatiente es su humanidad. Porque, en los primeros momentos de la rebelión hay que matar:
matar (…) es matar dos pájaros de un tiro, suprimir a la vez a un opresor y a un oprimido: quedan un
hombre muerto y un hombre libre; el superviviente, por primera vez, siente un suelo bajo la planta
de los pies”.
J.
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Querida Hermana:
Una vez leímos el “El Flautista de Hamelín” en clases. Teníamos que escribir la
moraleja. No sabía lo que tenía que aprender así que apelé a la única conclusión lógica: las ratas y
los niños son la misma cosa.
Basta decir que un precipitado tribunal se formó en torno de mis escritos y el
manifiesto fue rápidamente depuesto. El magisterio de la docente, bajo la mirada silenciosa de la
directora y el control civil de la portera, fue implacable. Había una lección sobre las actitudes de los
padres y pagar las promesas.
Esperaba que la imputación sea un cargo menor, quizás imprudencia al momento
de interpretar los textos, algo que no requería la necesidad de abjurar; pero me había equivocado,
por segunda vez.
Con los años, es decir, cuando ya no servía absolutamente para nada, entendí
que efectivamente se trataba de una advertencia sobre las ratas y los niños.
J.
14
Querida hermana:
Va a decir que exagero pero por aquí, en el departamento, las paredes están
por todos lados. En su conjunto, el edificio las organiza en un laberinto demasiado sencillo, y todos
sabemos que esos son los más espantosos. Hay una puerta principal transparente en el primer nivel,
nos dieron la llave y un portero que nos saluda indiferentemente. Su apatía me hace pensar que
es una criatura peor que la del Guardián de Kafka en Ante La Ley. Da la impresión de que podemos
marcharnos cuando queramos, pero siempre volvemos. Es un lugar más inteligente y astuto que
nosotros; moriremos aquí, supongo que es solo cuestión de tiempo.
J.
15
Querida madre:
Supongo que los vecinos existen por el ruido que hacen cada tanto las paredes. Para
tener certezas marqué con lápiz los lugares donde escucho sonidos. Algunas zonas empezaron a
hacerse más oscuras y el azar fue retrocediendo sistemáticamente, como siempre lo hace. Espacios
nítidos fueron apareciendo. Seleccioné pintura y elegí colores diferentes para cada sonido que pude
distinguir, mezclándolos en las zonas que se confunden. Finalmente, tracé unas líneas que unieran
todo para seguir la secuencia durante el día. Fueron emergiendo patrones. Es interesante lo que
pueden ser los vecinos algunas veces, transcurrieron períodos donde pensé que algunos eran tu-
berías. Con algún pequeño margen de error, creo estar entre dos reservadas familias.
J.
16
Querida madre:
Quisiera que fuera de otro modo, pagar para que no existan los departamentos y
no para vivir en uno. De hecho sería lo más sensato que podemos hacer, como especie, para defen-
dernos. Vigilar que los ladrillos, uno sobre otro, no alcancen demasiada altura. Derribarlos a fuerza
de martillazos si lo logran. Un martillo enseñó a Jesús su primera profesión, y después le enseñó un
oficio más rentable como hijo de Dios. Nada como esa vieja y primitiva herramienta para derribar los
nuevos ídolos de barro y arcilla. Volverlos al mismo polvo de donde surgen y al cual se dirigen. Espe-
rando que de él broten cosas mejores que paredes, y que nosotros mismos.
J.
17
Querido padre:
J.
18
Joven J.:
Le falta algo para convertirse en novelista: sea más imbécil al momento de escribir. Su escri-
tura es correcta, demasiado, y es necesario que tenga alguna idea equivocada, algo que nadie pueda
defender. No albergue concesiones al respecto. Véase: Cristo latigando a mercaderes cerca del temp-
lo y luego hablando de poner la otra mejilla.
J.
19
Querida Hermana:
J.
20
Querida hermana:
Quizás debería dejar de mandar cartas y comprarme un diario, pero los diarios
son cartas dirigidas a la persona que menos conocemos.
J.
21
Querida hermana:
Nadie podía pronunciar como ella la palabra “nosotros”, nadie expresaba como
ella eso que se escucha cuando alguien dice “nosotros”. Verás, las familias son un modo práctico de
romper con la solidaridad, la fraternidad y eso del albedrío. Reinstaura pequeñas elites que compiten
entre sí de manera feroz y que se perdonan todo a sí mismas. El Rey ha muerto, le hemos cortado la
cabeza pero no a su sombra. Han nacido miles de pequeños reinados por todas partes. Todos somos
hijos de Dios. Mamá lo sabía. Jamás necesitó decir “nosotros”, le bastaba con un escueto “ellos”. Así
era mamá, no le faltaba nada. Desde que la internaron jamás fui a verla.
J.
22
Querido Padre:
“(…) sobre el tema del Asesinato considerado como una de las Bellas Artes. Quizá la
tarea habría sido fácil hace tres o cuatro siglos, cuando era muy poco lo que se sabía del arte y muy
contados los grandes modelos expuestos, pero en nuestra época no faltan obras maestras de valor
ejecutadas por profesionales y el público exigirá un adelanto igual en el estilo de la crítica que ha de
aplicarse (…) Empezamos a darnos cuenta de que la composición de un buen asesinato exige algo
más que un par de idiotas que matan o mueren, un cuchillo, una bolsa y un callejón oscuro”.
J.
23
Querida hermana:
J.
24
Querida Madre:
J.
25
Querida Hermana:
A veces escribo una carta y cuando la termino no estoy del otro lado. Valoro
cuando las personas terminan un escrito y lo firman siendo las mismas. No es mi caso, estoy envian-
do mis memorias, y yo no puedo viajar con ellas.
J.
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Querida Hermana:
Deseo:
1. m. Algo peligroso que habita en el bosque.
2. m. Suplica niñas inocentes, y engulle abuelas para cumplir su cometido.
3. m. No importa cuántas veces se lea el cuento, el lobo vuelve a hacer lo mismo.
4. m. No importa cuántas veces se lea el cuento, la historia termina mal para el lobo y para
todo lo que nos devora.
Hoy dudo que el deseo sea esa bestia salvaje y primitiva. Quizás es todo lo contrario, un
animal domesticado, comestible, que ayuna.
Deseo:
1. f. Una niña inocente y su abuela murieron esperando ser devoradas.
2. m. Un tenue ganado.
3. ¿f? Qué vergüenza.
4. j. Quizás la vida es más que los cuentos de la infancia.
J.
27
Querida Padre:
“Lo único que el señor Keuner decía sobre el estilo es lo siguiente: —Debería ser creíble. Una
cita es impersonal. ¿Cuáles son los mejores hijos? Los que hacen olvidar al padre”
J.
28
Irregular J.:
J.
29
Querida Hermana:
Las casas son anomalías. Debería escribir que aquellos quienes las recuerdan
son anomalías, que nosotros somos anomalías. En algún momento quizás haya sido de otro modo,
cada vez cuesta más acceder a esa memoria. Los departamentos se comen la antigua civilización y
también sus recuerdos. La mayoría no lo sabe. Se trata de los nuevos habitantes de la ciudad, sus
nuevos pobladores, que vienen a reemplazarnos. No existen muchos libros al respecto, no podemos
pensar a los departamentos, pensamos como departamentos. Somos su sueño. Somos su sueño de
la razón. Anoche hubo un corte de energía en el edificio y en la oscuridad y el silencio los departa-
mentos nos soñaron.
J.
30
Querida Hermana:
Sonó el despertador. Cuando corrí la frazada noté que no había nada, la sábana
se extendía a lo largo de manera recta y honesta. Veía mis brazos pero la cama estaba vacía. Volví a
colocar la frazada y cerré los ojos, con fuerza, mientras escuchaba la alarma. La segunda vez encon-
tré algo flácido y viscoso que mojaba la cama; pude arrojarlo al despertador pero no logré silenciarlo.
Al tercer intento había una hoja en blanco. En el cuarto intento mi cuerpo era una carta que comenz-
aba diciendo “Querida Hermana: Sonó el despertador”. Despierto una quinta vez para escribirte que,
cada vez con mayor fuerza, las cartas reclaman lo que es suyo.
J.
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Querida Madre:
“El hombre de 40 años detenido por asesinar al menor de sus hijos, en una casa
céntrica de la ciudad, no presenta antecedentes previos de violencia y la masacre se habría originado
por una discusión con su pareja en torno a la paternidad del pequeño”. E.R
Acudo a diarios privados por información, para conocer, y a sus homónimos pú-
blicos como ejercicios literarios. Es curioso que se piense lo contrario. No existe información en un
periódico.
Bukoskwski escribió el manual más acertado al respecto, hablando de un tránsito, de
un circo de emociones chiquitas y baratas, donde la humanidad está en movimiento, viniendo desde
un lugar que odia y yendo a otro lugar que odia todavía más. Cada diario es una línea de montaje,
con la secreta esperanza de que no regresemos jamás. Después de todo, mañana habrá otro diario.
Vamos desde la sección que nos disgusta hacia otra que maldecimos despreciamos todavía más.
En los diarios el final coincide, sin ninguna sorpresa para el lector, con la última pági-
na. Se termina cansado y uno agradece que haya terminado. Presumo que en eso resida la felicidad.
J.
32
Querida Hermana:
J.
33
Querida Hermana:
Cada carta está firmada dos veces. Ocurre lo mismo en las novelas. A veces los
personajes son seudónimos de un autor que firma por ellos. En otras, el autor es un seudónimo de
los personajes, que firman con su nombre. A veces son la misma cosa.
J.
34
Querida Madre:
J.
35
Querida Hermana:
No debe ser una sorpresa que la conversación no sea una de mis destrezas. Es
lo que pasa cuando suelen contarte historias sobre el mediterráneo para dormir. En general solían
cumplir su cometido sin sobresaltos, todavía tengo un libro al lado de la cama, pero un relato sobre
Hermes y sus templos consiguió más de lo esperado. Luego de entrar en el templo y realizar una
serie de servicios, el devoto susurra al oído de la estatua su consulta. Después sale a toda prisa, con
las manos puestas en los oídos y toma la mayor distancia posible con el santuario. Finalmente, al reti-
rar las manos en un lugar alejado, las primeras palabras que escuche, no importan de cuál persona o
qué tipo de frases, serán las respuestas del olímpico.
No mucho después tuve una sensación, de esas que sólo se tienen una o dos en
la vida, y eso si tenemos suerte. Aunque todavía no sé si se trata de algo afortunado, al menos a una
corta edad. Mientras estaba esperando un colectivo junto a padre, tuve la breve impresión de que
las conversaciones en la parada no eran entre las personas presentes. Parecían no tener sentido.
Cuando llegó el colectivo pensé en la posibilidad de que sean conversaciones entre lugares. Cuando
nos bajamos los diálogos eran respuestas y susurros de regiones lejanas.
Desde ese día escucho dos palabras en cualquier palabra. Una parte de mí re-
sponde cortésmente y otra, algo peregrina, contempla.
J.
36
Querida hermana:
No la culpo por lo que nos hizo. Estuve con ella cuando recibió el primer diagnósti-
co. Cuando volvimos, nos detuvimos frente a la puerta. Sin soltarme la mano, se agachó y acercó
tanto como pudo su boca. Me dijo al oído: “Quizás intente llevarme todas las cosas que quiero con-
migo”. Me abrazó fuertemente y luego entramos. Sabía que estaba en peligro, esas fueron las únicas
palabras maternales que me dedicó en su vida.
J.
37
Querida Madre:
J.
38
Querida Hermana:
J.
39
Querido Padre:
“No comprendo estas cosas, pensó. Pero es bueno que no tengamos que tratar de
matar al sol o a la luna o las estrellas. Basta con vivir del mar y matar a nuestros verdaderos her-
manos”.
J.
40
Querida Hermana:
Encontré una agenda de la abuela “366 días con Cristo y mis hermanos”. Recorté
algunas partes:
Martes 3 de Mayo: de 7 a 8 hs “Es mucho mejor sonreír en el dolor, que sufrir en la son-
risa”. 21 hs “Llamar a Viviana”.
Lunes 16 de Mayo: 7 a 8 hs “Felices los que tienen el corazón recto, porque verán a Dios”.
De 9 a 13 hs “Si tu no ves a Dios con más frecuencia ¿no será que no tienes tu corazón lo
suficientemente limpio?”.
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Lunes 13 de Junio. De 8 a 15 hs “Aceptar a los otros es cederles un lugarcito en nues-
tro corazón, pero para cederles un lugar es preciso arrinconar algunas cosas nuestras,
nuestros propios sentimientos y conveniencias. Todo esto es amar; amar es negarse a sí
mismo, olvidarse de sí, inmolarse, sacrificarse”.
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Domingo 23 de Octubre. 9 hs “Siempre más y siempre mejor”. 17 hs “Hablar con Silvina”.
J.
P.D. Supongo que fue ese fue el primer y único año universitario de la abuela.
43
Querida Hermana:
Una cita de Brecht sobre matemática de la culpa: “Toda moral del sistema está
fundada sobre esta cuestión de los medios de vida: es culpable cualquiera que no tenga dinero”.
Es cierto, como también el principio de que toda moral crítica al sistema está fundada sobre esta
cuestión de los medios de vida: es culpable cualquier que tenga dinero.
J.
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Querido Padre:
J.
45
Querida hermana:
Dormimos en los departamentos, lo que significa que por las noches nos vamos
de aquí. Verdaderamente nos vamos. Durante la mañana, disimuladamente, regresamos y nos
comportamos acordes a este hecho. En las escaleras, en el ascensor, una pequeña expresión cóm-
plice, un gesto secreto frente a nuestro guardián. Venimos de ese único lugar moldeado por nuestra
locura, maldad, desolación y estupidez, y no de esta construcción moldeada por la locura, maldad,
desolación y estupidez de otro.
J.
46
Querida Madre:
Lamento decirte que la locura nos pertenece. No quiero decir con esto que sea un
bien de familia. Cada locura nos recuerda a alguien. Es la cordura la que no es de nadie.
J.
47
Querida Madre:
J.
48
Querida Hermana:
J.
49
Querida Hermana:
Los pescados son astutos para comunicarse. Te dejo un relato insinuado entre
bocanadas, aleteos y algunos gestos menos evidentes:
J.
50
Querida Madre:
Ayer comí pescado. Lo preparé a la plancha y con limón. Fue mi última cena frente a
la pecera.
J.
51
Querida Hermana:
H. y G.
52
Querida Hermana:
J.
53
Querida madre:
J.
54
Querida Hermana:
Hoy escuché a una vecina decir que el barrio había perdido su orgullo cuando
cerraron las fábricas, que en ese lugar levantaron departamentos y no hay historia de barrio con
departamentos. Que simplemente hay alquileres que aumentan, y que hay gente que no puede pa-
garlos y que se van. Que ya nadie conoce a nadie. Que anoche soñó con la fábrica, que no la recon-
ocía. Que le tocaba trabajar en el “9 B”. Que ensamblaba a una persona. Que cuando la terminaba la
mandaba por el ascensor.
J.
55
Querida Madre:
J.
56
Querida Hermana:
Recuerdo a la Abuela decir que vivía en tiempos extraños. A diferencia de ella, no-
sotros no venimos de un pasado más o menos claro del cual nos desviamos. Nosotros no vivimos en
tiempos extraños, sino que lo somos. Supongo que la Abuela vivió, después de todo, con nosotros.
J.
57
Querida Hermana:
Una foto del Abuelo, en la parte de atrás un escrito: “Hoy encontré en el colchón
manchas nuevas. Mañana iré al médico”
Del Abuelo supimos pocas cosas, que no fue al médico es una de ellas. Quizás
también que no debería haber llevado su agenda en las fotos. Son un registro de alguien que intentó
ser humano y que, un poco como todos, fracasó. Murió entre sus manchas nuevas; supongo que con
algo de orgullo porque eran suyas, y porque eran nuevas.
J.
58
Querida Hermana:
Tenías entre seis y siete años cuando comenzaste a ser mi hermana. Volvimos algo
temprano del colegio y nos pusimos a jugar; unas muñecas algo estropeadas y un cachorro dispues-
to participaron. Todo comenzó cuando me quejé, con la mano en la frente, “El nene tiene hambre” y
señalé que no habías comprado comida. Que había platitos y cocinitas, una sartén diminuta, vasos
de buen porte, pero que te habías olvidado de lo importante. Levantaste un poco la mirada, solo un
poco, como cuando alguien acaba de decir una tontería, una de las grandes. En silencio, te despren-
diste el guardapolvo, lo moviste un poco al costado y sacaste un pezón. Sosteniendo la cabeza del
cachorro le diste de mamar. Me observabas fijamente, con algún leve cierre de párpado mientras la
lengua era reemplazaba por pequeños dientes y a la inversa. Tuve el decoro de sentarme a la mesa
en silencio. No sabía qué clase de animal estaba frente a mí. Temí que jamás te alcanzaría.
J.
59
Querida Madre:
Una firma al final de una carta es también un mensaje; la mayor parte de las veces
resulta más extraña, más urgente e incluso más importante que el contenido que la precede. Un
mensaje de unidad, de moral y de independencia en esa extraña serie de funcionamientos desuni-
dos, amorales y dependientes que somos. Todas las cartas se encuentran firmadas por el estado.
Luperca.
P.D. “Estamos en el centro de Gilead, donde la guerra no llega salvo a través de la televisión. No sabe-
mos dónde están los límites, varían según los ataques y contraataques. Pero éste es el centro, y aquí
nada se mueve. La República de Gilead, decía Tía Lydia, no tiene fronteras. Gilead está dentro de ti”.
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Querida Hermana:
J.
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Querida Madre:
J.
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Epílogo
T al vez sea necesario recordarle al lector la falta de camellos en el Corán. No son necesarios
en las escrituras musulmanas. Es en la Biblia, redactada en Roma y no el desierto, donde hay manadas
trotando entre parábolas. Escrito de la misma manera, el crimen está ahí.
Los archivos pudieron haberse perdido pero observé la primera carta al pasar y supe que sería
parte de esas cosas que no lograría olvidar o comprender. Debería haber quemado los registros pero los
estoy publicando; verán, no soy muy original en lo que escribo y tampoco en lo que hago. Paradójica-
mente, la primera frase es de Kafka.
E.R.
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