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Ejercicios para actores

Indice

Ejercicios para actores


Monólogos
Vistas de Edward Hopper (Más monólogos)
Obras cortas
1- Los asesinos. Adapt del cuento de E. Hemingway
2- Ropa de mujer

1
El diván
(La mujer mayor y el joven)

Personajes
La psicoanalista. Alicia.
El paciente. Roberto.

Consultorio de la doctora.
Una silla con brazos, cómoda. Un diván, una lámpara de pie. Un retrato de Freud o de Melanie
Klein, de algún psicoanalista que ella considere su maestro.
Ella está senatada con una libreta en la mano. Apunta cosas que le dice el paciente. Es una mujer
menuda, cerebral, vestida de oscuro.
El paciente es un hombre joven, vestido de sport, está tirado en el diván.

Ella: Entonces, dice usted, que consiguió lo que quería en la vida.


Paciente: ¿Qué? ¿No me cree?
Ella: ¿Por qué no le voy a creer? Lo acaba de decir usted. Estaba repitiéndolo nada más.
Paciente: Lo conseguí.
Ella: ¿Y qué es lo que quería?
Paciente: ¿Quiere saberlo?
Ella: Si se lo estoy preguntando... Es una frase un poco... ¿cómo decir? Amplia, para que yo use mi
imaginación.
Paciente: Está bien, Se lo digo. Quería considerarme amado.
Ella: ¡Ah!
Paciente: ¿Poco original? Quería sentirme amado en la tierra. Porque encontré mi lugar en la tierra,
mi sitio, mi casa.
Ella: ¿Entonces...?
Paciente: Ya se lo conté.
Ella: Ah, el relato que acaba de hacerme. La chica que conoció.
Paciente: Alicia, se llama.
Ella: Sintió que ella lo amaba o...
Paciente: Sí, sí. ¿Está mal?
Ella: ¿Por qué debería estarlo?
Paciente: Es tan cansador su preguntar y preguntar en la sesión. Llego a mi casa agotado a veces, la
mayoría de las veces. Lo que más me inquieta es que tengo miedo de que se me contagie. De
empezar a ser como usted, contestar con una pregunta a una pregunta. ¿No les explicó Freud que
eso es mala educación? No, no se los explicó, ya veo. ¿Se imagina la casa de ese hombre? Un
infierno, un verdadero infierno. La esposa le dice: Sigmund, ¿hoy comés guiso con estofado?; y él:
¿Por qué tendría que comer guiso con estofado?: de nunca acabar. El tipo tiene que agradecer que
no existiera el divorcio en aquella época, no como ahora por lo menos, porque sino la esposa lo
plantaba...

Ella ríe. Larga pausa.

Paciente: Pero usted no es así todo el tiempo, ¿verdad? No, no, no. No me conteste, por favor. Que
seguro va a hacerme otra pregunta. Usted llega a su casa y se pone las pantuflas, como todo el
mundo. Y alza el teléfono y habla con una amiga hasta bien entrada la noche, como todas las
mujeres solas... Después, en invierno, se mete en la cama y se tapa hasta la barbilla. El edredón con
el que se tapa es un recuerdo de familia..., estoy seguro. Usted le tiene cariño. Antes de dormirse se
toma una copa de algo fuerte, licor, creo o coñac. Y sabe que dentro de cinco o tal vez diez años,

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tendrá que tomar pastillas para dormir, ansiolíticos o algo así... La edad le hace a las personas
perder el sueño...
Ella: Roberto, ¿por qué no hablamos de usted?
Paciente: Ese es otro tema, ¿ve? Usted cree que yo me llamo Roberto. Pero yo no creo que usted se
llame Alicia. O por lo menos no se llama Alicia solamente. ¿Cómo se llama?
Ella: Alicia.
Paciente: ¿Ve? No es cierto. Usted se llama María, sí.
Ella: No, no me llamo María.
Paciente: Usted se llama María, como mi madre. Por eso no lo olvido.
Ella: Está transfiriendo...
Paciente: No, no estoy transfiriendo nada. Usted se llama María. Acabo de alquilar el departamento
al lado del suyo y en la factura de las expensas dice María Viñas.
Ella: ¿Cuándo se mudó?
Paciente: ¿No se lo dije? Ahora se lo digo. Me mudé al lado de su casa.
Ella: ¿Cuándo?
Paciente: Bueno, estamos en noviembre... Así que usted ha dejado de ponerse el batón y las
pantuflas y anda en enagua...
Ella: ¿¿Qué??
Paciente: Camisolín, le dice?... Así que... a ver que saco la cuenta... cuatro meses.
Ella: ¿Por qué nunca me dijo esto? Usted faltó a nuestro pacto.
Paciente: ¿Qué pacto?
Ella: Usted tenía que ser honesto conmigo.
Paciente: ¿Acaso me preguntó adónde vivo, si me gusta mi barrio, cuánto pago de alquiler?
Ella: ¡No es honesto!
Paciente: Ah, no me venga con eso. Dice a todos los pobres infelices que atiende que se llama Alicia
y resulta que...
Ella: No es lo mismo. ¡Usted no es ético!
Paciente: A veces creo que no voy a volver a pisar este consultorio.
Ella: ¿Me está amenazando?
Paciente: No. Si la estuviera amenazando, le diría que no pienso pagarle lo que le debo. No fui yo el
quiso contraer la deuda, si no usted, que insistía en que eran necesarias dos sesiones a la semana
durante todo el invierno... y mire el largo de la deuda ahora...
Ella: Me está chantajeando.
Paciente: Técnicamente es chantaje, sí. Pero no pienso dejar de venir. Le dije nada más que a veces
me dan ganas... Sobre todo porque me aburro. Y usted también se aburre conmigo. Cosa que no le
pasa con su amiga Flori, por ejemplo. La escucho, sí. No, no se preocupe. Nunca la oí hablarle de
mí. Siempre de Pedro y Pedro y Pedro. ¿Quién es Pedro? ¿Es su ex marido? No, porque ese se
llama Jacinto. Y usted cuando habla con él le dice el Innombrable. ¿Es un ex amante? A su edad
todavía le vienen ganas de tener amantes? Dice que ese hambre es el último que las mujeres
pierden, es cierto...?
Ella (de pie): Es un insolente. (El se encoge de hombros). ¿Qué departamento alquiló? ¿El B?
Paciente: No, el E.
Ella: ¿Cómo puede ser que me vea si no hay comunicación...?
Paciente: El tapete, tapiz, no sé cómo se dice. La alfombra que usted cuelga en la pared. Hice un
boquete.
Ella: ¿¿Qué??
Paciente: Usted se había ido el fin de semana largo a las sierras, con Laura, su sobrina y otra más...
Yo aproveché y...
Ella: ¿Por qué me cuenta todo esto?
Paciente: ¿Por qué no me dijo que se llama María? Lo admitía y punto. Yo seguía espiándola sin
hacer tanto aspaviento...
Ella (derrotada): ¿Oye todo? ¿Ve todo?

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Paciente: No: también como, duermo, me baño... Trabajo en el correo...
Ella: Sabe que voy a denunciarlo.
Paciente: Tendrá que mostrar ese cuadernito donde se supone bosqueja mi cerebro... y en realidad
juega al ta te ti. Eso a la policía no le importa. Pero sí puede importarle al Colegio de Psicólogos
que esa paciente suya, Gómez o González, ahora no me acuerdo pero lo tengo anotado, se haya
vuelto loca porque usted nunca, nunca la derivó a un psiquiatra. Mire que se cree omnipotente,
usted a veces.
Ella: Ese caso ya fue visto. Yo quería evitar a mi paciente un tratamiento traumático...
Paciente: Sí, sí, sí. Pero sabe los daños que le ocasionó ese brote psicótico...? La madre dice que ella
no tiene plata para iniciarle un juicio a usted por negligencia y mala praxis. Una señora amable, la
madre, por otra parte. Pero yo puedo ayudarla; tengo unos ahorros de los que no le hablé... a usted.
Usted siempre me dice que yo tengo que cuidar esta inclinación mía a dar demasiado y no poner
límites o... ¿cómo era? Ahora me enredé.
Ella: No hubo mala praxis y si la hubo... lo cubre el seguro.
Paciente: Por eso hablé de negligencia. Es posible demandarla por eso.
Ella: Usted es un depravado.
Paciente: ¿Y no se había dado cuenta? ¿Qué hacía mientras yo acá...? ¿Ve lo que le digo? ¡Juega al
ta te ti! ¿Se pensó la terapia es un juego de mente?
Ella: Yo no me llamo María.
Paciente: Pero sus amigos creen que sí. Les miente. Tampoco se llama Alicia. ¿Cómo se llama en
realidad?
Ella: Egle, pero no me gusta.
Paciente: ¿Por?
Ella: Una tía se llamaba así...
Paciente: ¿Por qué oculta quién es...?
Ella: No lo oculto: soy...
Paciente: Miente. Uno nunca sabe quién es. Son los demás los que le dicen a uno quién y qué es
¿no? Y como esto uno lo oye millones de veces en su vida, por poco que ésta sea larga, acaba por no
saber en absoluto quién es. Todos dicen algo distinto. Incluso uno mismo está siempre cambiando
de parecer. Usted se especializa en decirle a los demás, en ayudarlos a saber quiénes son... ¡Ahh!
Mire la hora. Nos pasamos doce minutos. Afuera la depresiva debe estar a punto de matarse... Ahora
me voy. Tal vez uno de estos días, le toque el timbre y le pida un poco de sal, un huevo, azúcar, no
sé: como un buen vecino.
Ella: ¿Ve-vendrá el jue-ves...?
Paciente: ¿A las tres, verdad?
Ella: A las tres.

Paciente asiente, sonríe.


Sale.
Apagón.

El mar cambia
Basado en un cuento de Ernest Hemingway
(Hombre joven y mujer joven.)

Personajes:
Ella. Analía.
Él. Luis.

Terraza de un bar.

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Él: Está bien. ¿Qué decidiste?
Ella: No. No puedo.
Él: Querés decir que no querés, es eso?

Larga pausa.

El: Analía... ¿es eso?


Ella: No puedo. Eso es lo que quiero decir.
Él: No querés.
Ella: Bueno. Acomodá las cosas como te gusten más. Siempre fuiste así.
Él: ¡Ojalá pudiera acomdarlas como me gustan más! ¡Ojalá!
Ella: Lo hiciste siempre, todo el tiempo.
Él: ¡La voy a matar!
Ella: Por favor, no hagas una cosa así
Él: Lo voy a hacer. ¡Te juro que lo voy a hacer!
Ella: No te va a hacer feliz.
El: ¿No podías haber caído en otra cosa? ¿No te podrías haber metido en un lío de otra clase?
Pastillas, por ejemplo. La gente común cuando se siente mal toma pastillas. Para sentirme mejor.
Vitaminas o estimulantes, dá igual. Hasta si te hubieras vuelto alcohólica sería mas fácil.
Ella: No soy alcohólica.
El: Ya sé que no. Tampoco...
Ella: Parece que no. ¿Qué vas a hacer ahora?
El: Ya te dije.
Ella: No; quiero decir, ¿qué vas a hacer, realmente?
El: No sé.
Ella (intentando acariciarlo). ¡Pobrecito mío!

El hombre se aparta.

Ella: Pobre Luis.


El: No, gracias. No quiero tu compasión.
Ella: ¿No te hace ningún bien saber que lo lamento?
El: No.
Ella: ¿Ni decirte cómo?
El: Ni cómo ni cuánto ni hasta dónde. Prefiero no saberlo.
Ella: Te quiero mucho.
El: Sí, sí; y esto lo prueba.
Ella: Lo siento; si no entendés que una persona pueda cambiar ...
El: Lo entiendo. Eso es lo malo. Lo entiendo.
Ella: ¿Sí? ¿Y eso lo hace peor?
El: Claro. Lo voy a entender siempre. Todos los días y todas las noches. Especialmente por la
noche. Lo entenderé. No tenés necesidad de preocuparte.
Ella: Lo siento...
El: Si fuera un hombre...
Ella: No digas eso. No podría ser un hombre. Lo sabés. ¿No tenés confianza en mí?
El: ¡Confiar en vos! Me estás haciendo un chiste. ¡Confiar en vos! Es realmente chistoso. Te hacés
la bromista. No esperarás que me ría.
Ella: Luis, lo lamento. Parece que eso es todo lo que puedo decir. Pero cuando no nos entendemos,
no vale la pena pretender que hacemos lo contrario.
El: No, supongo que no.
Ella: Voy a volver, si querés.

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El: No; no quiero.

Un largo silencio.

Ella: ¿No crees que te quiero, no es cierto?


El: No hablemos más estupideces.
Ella: Realmente, ¿no crees que te quiero?
El: Hay tantos modos de probar que uno quiere a otra persona... Te-quiero: son dos palabras. Pero
los hechos son otra cosa. ¿Por qué no probas lo que decís?
Ella: Haces mal en hablar así. Nunca me pediste que probara nada. No estás siendo comprensivo.
El: Sos una mujer complicada.
Ella: No.
El: Para mí es como si ahora fueras una extraña. Estuve un año entero durmiendo al lado de una
desconocida. Una actriz. Una enemiga.
Ella: Vos no sos eso para mí. Sos un hombre magnífico y me destroza el corazón irme y dejarte...
El: Porque tenés que irte, por supuesto.
Ella: Sí. Tengo que hacerlo, ya lo sabes. Seguro que el cantinero...
Él: ¿Quién?
Ella: Seguro el cantinero ese vio romper muchas parejas y formarse a muchas otras, sentadas acá,
así como nosotros, se toman de las manos o no, las retiran y...
EL: Ah..
Ella: ¿No puedes ser bueno conmigo y dejarme ir?
El: ¿Qué se supone que estoy haciendo?
Ella: No vas a perdonarme, ¿no es cierto? ¿Cuándo supiste que yo...?
El: No.
Ella: ¿No pensás que a pesar de las cosas que tuvimos y que hicimos nos pueden ayudar para
comprendernos, para ser mejores...?
El: ¡Ah!

Larga pausa.

El: "El vicio es un monstruo de tan horrible semblante... No puedo recordar la frase
Ella: No digamos vicio. Eso no es muy cortés.
El: Perversión.
Ella: Es cruel.
El: Ajá.
Ella: La carne es débil.
El: No era una frase tan estúpida.
Ella: Creo que sería mejor que no emplearas palabras como esa. No hay ninguna necesidad de
decirlas.
El: ¿Perversión o estupidez, a cuál te referís? ¿Cómo querés que lo llame? Si mi abuela viviera se
revolvería en la tumba...
Ella: No hay necesidad de clasificar...
El: Así se llama. Es una pervesión sexual. Lesbianismo. Safismo. No sé si hay alguna otra
denominación científica...
Ella: No. Estamos hechos de toda clase de cosas. Debieras saberlo. Vos solés decir esta frase, que
somos diferentes...
El: No tenes necesidad de recordármelo ahora.
Ella: Lo digo porque así te lo vas a explicar mejor.
El: Está bien. ¡Está bien!
Ella: Decís que esto está muy mal. Lo sé; está muy mal. Pero voy a volver. Te he dicho que volveré.
Y voy a volver en seguida.

6
El: No; no lo harás.
Ella: Sí.
El: No lo harás. A mí, por lo menos.
Ella: Ya vas a ver.
El: Sí . Eso es lo infernal, que probablemente quieras volver.
Ella: Por supuesto que lo voy a hacer.
El: Andate, por favor.
Ella. ¿Lo decís en serio?
El: ¡Ándate! Y cuando vuelvas me lo exlicás todo. Quiero que te vayas ahora. En seguida.

Ella se levanta y sale.

El (al mozo): El vicio es algo muy extraño. No dirá que yo no tengo razón...Sírvame otra.

Apagón.

7
La emigrante
(La mujer joven y la mujer mayor)

Personajes
Iris, la madre
Anita, la hija.

Pequeña cocinita de una sala velatoria.

Anita: Te llaman, mamá.


Iris: Todavía no está el café...
Anita: ¿A quién velan?
Iris: A una vieja que se murió de un ataque. Una ricachona.
Anita: Pobre.
Iris: No, pobres somos nosotras que no tenemos dónde caernos muertas. Ella, no. Mirá. Claro, que
para venir a morirse así... La encontró la mucama. Un día después, porque justo tenía franco. La
familia está en Europa. Londres, creo. No sé. Por eso nos contrataron a nosotros. No está bien que
no la llore nadie. Además pueden venir periodistas... Esta clase de gente siempre está pendiente de
qué dirán... ¿Allá es igual?
Anita: ¿Adónde?
Iris: En Estados Unidos.
Anita: No sé. Yo trabajo en un restaurant, qué sé yo qué pasa con los muertos a los que nadie vela...
Iris: Tampoco lo digas así. Algo sabrás, ¿no leés los diarios, no ves las noticias?
Anita: No, mamá.
Iris: Hacés mal. Por estar desinformada nuestra familia fue víctima de todas las guerras. El descuido
te hace víctima de todo. ¿Cocinás en el restaurant?
Anita: No. No me lo permiten. Soy ayudante de cocina. Pinche. Me gusta más este trabajo que el
del correo..., pero... Istvan me dijo que a lo mejor había un puesto en el cine... No, no, no te alegres.
De acomodadora, en el Gran Rex. Ya es algo, es un trabajo mejor.
Iris: Pero acá eras actriz.
Anita: ¡¡El café, mamá!! ¡Se quemó el café!

La madre se levanta, corre a la hornalla. Insulta bajito.

Iris: Qué odio. Pero sí! Que lo tomen quemado... A ver, les llevo unas copitas de licor, para
compensar. Ves esa botella? Ayudáme. Es hesperidina. No les quiero servir alcohol porque chupan
y... Viste cómo son los actores; lo huelen y ya están borrachos. Lo decía Humphrey Bogart: Un tipo
que no toma alcohol no puede ser artista. Un artista toma bebidas con alcohol y si no no es artist... A
lo mejor lo dice en un película y no él mismo... Ojo que no se tambaleen las copitas...
Anita: ¿Querés que salga y sirva?
Iris: No, dejá. Yo me arreglo.
Anita: Pero te ayudo, mamá.
Iris: No, te podés impresionar.
Anita: ¿Por la muerta?
Iris: Y sí. Los llorones serán artistas, pero la muerta está muerta.
Anita: No va a ser la primera vez que veo un cadáver.
Iris: Ah, ¿no? ¿Y a quién viste? Porque a lo de la tía Ercilia no te llevé... eras chica y... ¿a quién
viste?
Anita: A un... qué sé yo... un vagabundo, un delincuente... le dispararon y... la policía me solicitó
que fuera testigo...
Iris (detenida en el umbral con la bandeja): ¿Cómo?

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Anita: Un hombre, parecía un pordiosero, pero se vé que no... o no sé. Vino, se sentó, pidió café y
huevos revueltos. Le serví. No sé si había llegado a llevarse la taza a los labios cuando entró de
repente un tipo encapuchado y le disparó, seis, siete balazos y lo mató... Cuando fui a ver estaba
muerto y entonces Perry llamó a la policía... Muerto, muerto. Con un tiro acá (señala la frente.)
La madre se tapa la boca con una mano para sofocar un grito. Al tener la bandeja con una sola
mano, muchos vasitos se vuelcan.
Iris (por la bandeja): ¡La puta!
Anita: te ayudo, mamá.

Anita ayuda a la madre.

Iris: Ana Marcela Giacomino: yo no quiero que vivas más allá. Yo quiero que dejes Miami y vengas
a vivir acá, con tu madre. Yo, aunque no lo quieras, soy tu familia.

La madre sale con la bandeja.


La hija, sola, se sirve café.
Al cabo de un tiempo, la madre entra. Tira el café quemado, vuelve a preparar café.

Iris: Horacio está borracho. No pueden contratarlo, se los dije. Se emborracha. Lo dejó la fulanita
que vivía con él, entonces viene y llora. Al principio no lloraba. Y Robles, el muy desgraciado le
decía: Hacé memoria emotiva, acordáte de cuándo ella te metía los cuernos... Un guanaco, portarse
así con el pobre chico. El me gustaba para vos, tiene talento. Pero así como está ahora es un
estropajo el pobre. No sirve para nada.
Anita: ¿Cuál es?
Iris: El que está tirado encima del cajón. ¿Lo ves? En estos dos años que vos no estuviste hizo
‘Hamlet’, ‘Macbeth’... todo el repertorio... hizo de Marco Antonio... ¿o Julio César? Ahora no sé...
tuvo muy buenas críticas... Claro que acá no es Miami, que acá un actor se muere de hambre... ¿Vos
te presentaste en audiciones allá?
Anita: Sí.
Iris: ¿¿Y??
Anita: Nada.

Larga pausa.

Anita: Nada.
Iris: Es muy difícil.
Anita: Sí. A veces hay suerte.
Iris (atendiendo a la cafetera): Yo soy de las partidiarias del café soluble. Pero acá... además como
esta vieja era una cogotuda... ¿Por qué no les servís el café?
Anita: ¿Yo?
Iris: ¿No me querías ayudar?
Anita: Bueno...
Iris: Esta taza doble se la das a Horacio. Mirá que se la tome. Porque a veces va y la echa entre las
flores.
Anita: Yo no voy a estar vigilando...
Iris: Sí. Vas a estar vigilando porque hace falta vigilarlo. Lo entretenés, hablale de algo. Hablale
de... ¿qué hay en Miami? Hablale de Don Johnson.
Anita: Mamá, yo...
Iris: ¿Ves aquella? Mirála qué vieja está. Yo quería ser como ella... pero tu padre no me dejó
actuar... era muy celoso... Yo privilegié el amor, la familia. No era como vos. A vos la soledad no te
importa y eso está muy bien. Allá estás sola como un perro pero vos privilegiás sobre todo el arte.
El arte dramático. ¡El teatro! Aunque tampoco te va bien, pobre hija mía... Acá son unos muertos de

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hambre, pero actúan. Uno nace para algo y si no lo hace, no nació para nada. Asi es el mundo... Hay
gente más empeñosa que otra. Hay gente a la que la convencen con espejitos de colores y se
olvida...
Anita: ¿Pusiste el azúcar, mamá?
Iris: Hay al lado de las coronas.
Anita: Acá ganan bien haciendo esto?
Iris: Viven. Son actores y están actuando. Ese que está ahí, ahora se va rápido porque tiene que
hacer La Muerte de un Viajante... y aquel también porque canta canciones italianas, O sole mio y
esas cosas, en los casamientos... Esto los ayuda a vivir. Hay que pagarse el puchero.
Anita: Yo no sé si podría...
Iris: ¿Qué? ¿Llorar?
Anita: No sé si...
Iris: Llorar se puede. Un poco de memoria emotiva, como dicen ellos y un poco de... de... bueno,
uno se acuerda de todos los errores que... a veces las personas que cometen errores irremediables. I-
rre-me-diables. Y no se puede volver atrás.
Anita: Mamá, ¿de qué estás hablando? Atame la cofia en la cabeza. Dale.
Iris: No sé de qué estoy hablando. Me perdí. A la ricachona la maquillé demasiado me parece.
Tengo miedo que se le corra la pintura... Echale una miradita cuando pasés por ahí...
Anita: Te llamo si está hecha un mamarracho.
Iris: te queda linda la cofia. Dale, andá.

Anita sale.
Iris espía.

Iris: Ojalá se gusten y se deje de embromar con viajar y con... Una hija tiene que estar junto a la
madre. (Se golpea la frente.) ¡Me acordé! A veces uno se olvida de que cosa deseaba. Pero desear,
desear. De verdad, para toda la vida. Se olvida y para cuando se acuerda, ya no se puede volver al
mismo lugar. Eso era. Se lo tengo que decir a Anita cuando vuelva. ¿Qué hace allá, dijo? ¿Qué era?
Ni siquiera cocinaba, pero ¿qué era? ¿Servía mesas, fregaba? ¿Qué era...?

Final.

10
La denunciante
Basado en un fragmento de “Trampas” de Ed McBain
(La mujer mayor y el hombre mayor.)

Personajes:
Inspector.
Adelaida.

Pequeña cocina. Una mesa con un mantelito de vinilo. Una cafetera, dos tazas de café.

Inspector: Lo que pasa es que recibió una llamada obscena. Eso es lo que pasó.
Adelaida: Sí, eso me imaginé.
Inspector: No todos son los que uno podría suponer. Quiero decir que hay algunos que no agarran el
teléfono y se ponen a decir suciedades directamente, porque muchos de ellos tienen un arsenal de
trucos, no se sabe lo que está pasando hasta que han conseguido que hagas algunas cosas.
Adelaida: Eso fue precisamente lo que pasó. No me dí cuenta lo que estaba pasando. Quiero decir,
él dijo su nombre y...
Inspector: Antonio Torrente, ¿eh? De Agencia Nativa.
Adelaida: Sí. Y su dirección y su número de teléfono...
Inspector: ¿Intentó llamar a ese número de teléfono?
Adelaida: No, no.
Inspector: Bueno, si usted quiere puedo llamarlo, pero estoy seguro de que todo era falso. Una vez
tuve un caso, el tipo llamaba al azar, esperando dar con una niñera. Una chica que cuida niños por
horas, quiero decir. Al final, conseguía dar con una, le decía que estaba realizando una encuesta o
una investigación, no recuerdo exactamente, sobre malos tratos a los niños, hablaba con amabilidad
a estas chicas de quince o dieciséis años y las convencía de que les pegaran a los niños que estaban
cuidando.
Adelaida: ¿Qué quiere decir?
Inspector: ¿Yo o el pervertido? El pervertido? Les decía que era lo importante dentro de ese tipo de
trabajo era protegerse contra sus propias tendencias y los malos tratos a los niños son una cosa
abominable. Conseguía que las chicas lo escucharan y le prestaran atención, y entonces les decía:
“Sé que vos misma te habrás sentido tentada más d euna vez de darle un sopapo al chico que
estabas cuidando, especialmente si se portaba mal”, y la niñera de quince años contestaba: “Usted lo
ha dicho”. Y él decía entonces: “Por ejemplo, esta noche, ¿no sentiste la tentación de darle un buen
soplamocos?” y la muchacha dudaba “Bueno...” y él la alentaba: “Vamos, me podés decir la verdad
a mí, que soy un psicólogo infantil con experiencia” y antes de que se diera cuenta la convencía de
que la mejor manera de controlar esas tendencias era liberarlas de una manera terapéutica, dándole
una palmada, una palmadita al niño: “¿Por qué no vas a buscar al niño ahora?” Y ella corría a
buscar al niño, y él le decía que lo cachetee suavemente, y antes que uno pudiera darse cuenta, la
muchacha estaba golpeando con violencia a la pobre criatura mientras el pervertido oía todo a
través del teléfono y conseguía su propósito. Ese fue uno de los casos que cayeron en mis manos.
Adelaida: Por Dios. Algún día hasta podría escribir un libro con esa historia.
Inspector: Algún día voy a escribir un libro con esa historia.
Adelaida: Es fascinante.
Inspector: En otro caso que tuve, el tipo buscaba en los diarios anuncios de gente que vendía
muebles. Buscaba a alguien que vendiese un dormitorio infantil. Que quisiera desprenderse de los
muebles de un niño para comprar otros muebles más adecuados a su edad. Él sabía que encontraría
a una madre joven o a una adolescente al otro lado de la línea... En general, son las chicas las que
desean cambiar los muebles de su dormitorio cuando llegan a la adolescencia. Empezaba a hablar
con ella de los muebles, con la madre si estaba en casa o con la adolescente si la madre había salido,
y mientras hablaba con ellas, porque era una larga conversación, con eso de qué clase de cama es, y

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cómo es el colchón, y cuántos cajones tiene la cómoda, cosas así, y mientras hablaba por teléfono él
se... se...
Adelaida (tímidamente): Él se masturbaba?
Inspector: Y, sí.
Adelaida: ¿Cree que el hombre que me llamó se estaba masturbando mientras hablaba conmigo?
Inspector: Es difícil de saber. Por lo que usted me contó o estaba haciéndolo o estaba a punto de
hacerlo. Él intentaba que usted hablara de su cuerpo. Que por cierto, conserva aun muy buena
forma.
Adelaida: Bueno, gracias.
Inspector: Supongo que eso es lo que el pervertido quería. Hacer que usted se desvistiera frente al
espejo. Se sorprendería si le cuento cuántas mujeres se dejan engañar con una cosa así. El tipo les
hace creer que ellas tienen un cuerpazo para posar como modelos y no hay una sola mujer en el
mundo a la que no le gustaría ser modelo y luego consigue que se miren al espejo mientras él hace
su numerito.
Adelaida: Claro. Fue en ese momento cuando pensé que estaba pasando algo raro.
Inspector: Claro.
Adelaida: Cuando me dijo que me quite la blusa.
Inspector: Pero así y todo muchas mujeres no se dan cuenta ni siquiera en ese momento. Se
sorprendería de saberlo. Siguen adelante, creyendo que todo es cierto. Lo del modelaje. No
sospechan lo que está pasando al otro lado de la línea.
Adelaida: Tengo miedo de que el tipo entre en mi casa.
Inspector: No. Esos sujetos no acostumbran a hacer eso. En general no son violadores ni
estranguladores. Es otro perfil. No lo tome al pie de la letra, tampoco. Porque hay toda clase de
chiflados ahí fuera. Los espiones brotan más rápido que la maleza. El lema de ellos es: ‘se
desnudan, luego existo’. Lo digo por hacerla reír, quién sabe qué cosa tienen adentro de la cabeza
los tipos así. Es como otra raza aparte dentro de la humana... Pero, en general, los que hacen
llamaditas así no son violentos.
Adelaida: En general...
Inspector: Sí.
Adelaida: Porque él tiene mi dirección.
Inspector: Ah.
Adelaida: Y mi nombre figura en la chapita del portero eléctrico.
Inspector: Lo sé. Lo vi cuando toqué el timbre. Pero dice A. Juaristi.
Adelaida: En la guía también está así: A. Juaristi.
Inspector: Bueno, pero dudo que se le ocurra venir a visitarla. Incluso es posible que no vuelva a
llamarla. Pero si yo fuera usted cambiaría el mensaje del contestador. Muchas mujeres graban
mensajes originales, con música de fondo, tratando de dar una imagen sexy: eso hace que el tipo
piense que va a encontrarse con una mujer de mundo, sin inhibiciones. Un degenerado es
básicamente un tipo para quien la fantasía es más rápida que que el ojo y que la mano. Ha visto que
se dice que la mano es más rápida que el ojo? Bueno, estos tienen el cráneo más veloz que todo. Por
eso es mejor grabar un mensaje simple y directo: “Está hablando con el 463-8723. Por favor, deje su
mensaje después de la señal”. Nada más. No tiene que explicarle que no puede atender el teléfono
porque todo el mundo sabe que está hablando con un contestador. Y por supuesto, no debe decir:
“En este momento no estoy en casa” o algo por el estilo, porque esa es una invitación a los ladrones.
Adelaida: Sí, sí. Lo sé.
Inspector: Debería cambiar su mensaje. ¿Tiene un novio o un amigo que grabe su mensaje? Una voz
masculina seguro que desalienta al pervertido éste. A menos que usted no quiera que alguno que
llame piense que usted ya tiene un novio o un marido o...
Adelaida: No tengo a nadie. Mi hijo vive en La Plata. Pero no tengo... pareja; y no me importa lo
que piensen los que llamen... Este... este degenerado me asustó... Me asustó de verdad. No sé si me
explico. De pronto sentí que a una le puede caer encima un depravado sin provocación mediante,
como cae un rayo mortal, como la desgracia, ¿entiende?

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Isnpector: Sí.
Adelaida: ¿Podría usted grabar el mensaje? Se lo digo si no es mucha molestia.
Inspector: No, no lo es.
Adelaida: Gracias. ¿Quiere más café? Yo no le volví a servir, fui desatenta. Disculpe. Son los
nervios... Una cree que a cierta edad estas cosas ya no pasan...
Inspector: ¿Qué cosas?
Adelaida: Los... las... no sé, las violaciones, hechos así...
Inspector: A un violador no le interesan ni las beldades anatómicas, ni las exhibiciones de pierna o
de muslo; les interesa únicamente quitarse la furia, y esto no guarda relación con el sexo o el
deseo...
Adelaida: Claro. Nunca me había pasado antes una cosa así...
Inspector: Vamos a conectar su línea de la central. De modo que si la llama otra vez, enseguida lo
vamos a localizar. Ponemos una trampa en la línea.
Adelaida: ¿Trampa?
Inspector: Se llama así. Usted me avisa si el tipo la vuelve a llamar y lo buscamos. Parece algo
complicado pero no es complicado, es sencillo. Usted solamente mellama, aunque no creo que la
vuelva a llamar.
Adelaida: Lo voy a hacer. Si viene acá también le voy a avisar.
Inspector: Sï. Pero no creo que venga.
Adelaida: Le agradezco mucho lo que usted hace por mí.
Inspector: Cumplo con mi trabajo.
Adelaida: ¿Está de servicio en este momento, Inspector... Lauría...?
Inspector: Osvaldo..., puede decirme Osvaldo...
Adelaida: ¿Está de servicio ahora... ....Osvaldo?
Inspector: No del todo. Pasé por la comisaría y me dijeron de... de lo suyo... y me dí una vuelta. Así
paso por... compro la cena... es una fonda cerca del trabajo, comida casera, muy sabrosa... su casa
estaba de paso y...
Adelaida: Es mi cumpleaños hoy.
Inspector: Ah, ¿si?
Adelaida: No voy a decirle la edad.
Inspector: No hace falta.
Adelaida: No... No programé nada. ¿Quiere que haga de cenar?
Inspector: ¿Cómo?
Adelaida: ¿Quiere quedarse a cenar acá, conmigo? Soy buena cocinera. Pollo. ¿Le gusta el pollo?
¿Con salsa portuiguesa y arvejas? Podemos comprar helado en la esquina. Se queda a cenar y
festejamos mi cumpleaños.

Larga pausa.

Adelaida: ¿Se queda?


Inspector (bajo): Me quedo...

Apagón.

13
Gigoló
Mujer mayor y hombre joven

Personajes:
Aurelia, más de 50
Pipito.

Cuarto de hotel de tres estrellas.


La mujer, completamente vestida con traje sastre, sentada en una esquina de la mano. Jugando con
su sombrerito.
El muchacho, de pie, va y viene. No tiene más de dieciocho años.

Aurelia: No es que yo no me imaginaba yo...


Pipito: Ah.
Aurelia: Creí que era de chiste. Las chicas son muy graciosas. Pensé que era un chiste, una broma.
¿Me entiende lo que le digo?
Pipito: Sí, señora.
Aurelia: No, no me diga señora. Llaméme Aurelia. Las chicas, ellas... a usted le debe parecer tonto
que yo llame ‘chicas’ a unas cincuentonas... perdone. Pasa que como hoy es mi cumpleaños... yo
hoy cumplo años... No me animo a decirle cuántos... No me atrevería...
Pipito: 56.
Aurelia: ¿Cómo sabe?
Pipito: Me dijeron.
Aurelia: ¿¿Quién le dijo??
Pipito: La señora Yolanda.
Aurelia: ¡Ah, ella!
Pipito: Me dijo que si usted me preguntaba cuánta edad le doy le diga un número más chico que 56.
Para hacerla sentir... usted entiende, feliz.
Aurelia (aterrorizada): ¿Cuántos aparento...? Dígame con sinceridad.
Pipito: Yo soy malo para dar edades. Por eso me aconsejó la señora Yolanda. A ella cuando la
conocí le dí 70.
Aurelia (primero ríe y luego se corta de repente): ¡Ella tiene 49! ¿Cuántos años me dá a mí,
entonces???
Pipito (se encoge de hombros): No sé...
Aurelia: Está bien, está bien...
Pipito: ¿Quiere que me vaya?
Aurelia: Sí, ya nos vamos. Mi marido me debe estar esperando. Siempre salimos a comer al
‘Boulangerie’ para mi cumpleaños... ¿Conoce? No, no creo que conozca, a menos que lo haya
llevado Yolanda. ¿Cuánto tiempo hace que está a su servicio?
Pipito: A usted el tiempo la preocupa demasiado.
Aurelia: Un poco, sí. Para qué voy a negarlo.
Pipito: Así que no me desnudo?
Aurelia: No, no hace falta... Espere, espere un momento. Todo esto me perturbó un poco... Me da
pudor irme así...
Pipito: Me desnudo. No tiene ni que pedirlo.
Aurelia: ¡Me da pudor que me vea el conserje, no usted!
Pipito: La mayoría de las mujeres no saben cómo pedirlo. Por eso creí...
Aurelia: Yolanda no creo que no sepa. ¿Cada cuánto la... la visita?
Pipito: Ahora? Poco.
Aurelia: ¿Cuánto es poco?
Pipito: Una vez por mes... menos, a veces.

14
Aurelia: Qué discreta Yolanda.
Pipito: Tiene un chico nuevo.
Aurelia: ¿Qué?
Pipito: Ella. Contrató a otra persona. Jenaro, se llama. Es de Brasil... Ahora está más con él. A mí
me hizo a un lado. Me busca algunos trabajos, como éste. Y a la prima... la prima de la señora
Yolanda tiene un perro afghano, así que necesita que se lo cuiden y lo saquen a pasear y lo hago yo.
Soy bueno con los perros. Me gustan. ¿Usted tiene perros?
Aurelia: Sí, dos collies.
Pipito: No necesita que se lo paseen?
Aurelia: No...
Pipito: No le gusta hacer el amor?
Aurelia: ¡No! Sí, quiero decir. Pero no con usted.
Pipito: ¿Por?
Aurelia (bajo): No así.
Pipito: La señora Yolanda siempre me elogia.
Aurelia: Ya lo sé.
Pipito: ¿Entonces?
Aurelia: ¡No!
Pipito: No tiene pinta de ser mujer a la que no le gusta...
Aurelia: Basta. Me trata como a una vaca. Voy a salir yo primero, después sale usted.
Pipito: Tiene buen tipo. Buena figura.
Aurelia: ¿Cómo?
Pipito: Usted. Está muy bien.
Aurelia: Gracias.
Pipito: Yo se lo haría por gusto.
Aurelia: Gracias. Salgo yo y usted espera acá cinco minutos... Lo llamo desde un teléfono público y
entonces baja y se va.
Pipito: Yo no lo hago con alguien que no me gusta. Hay que poder elegir. La libre elección es
sagrada: así dice mi hermano.
Aurelia: Su hermano?
Pipito: Sí.
Aurelia: También es... del oficio?
Pipito: No. Coloca el cable, trabaja para la empresa de cable... También arregla televisores...
Aurelia: Ah.
Pipito está muy cerca suyo. Le toca ambos codos.
Pipito: Tiene la piel suave.
Aurelia: Por favor, Pipito...
Pipito: De verdad...
Aurelia: Bueno, gracias. ¿Dónde quedó la llave?
Pipito: ¿Usted no cree en el amor?
Aurelia: Es una llave electrónica.
Pipito: ¿No cree en el amor así de repente entre dos personas?
Aurelia: No.
Pipito (se despanzurra en la cama, cómodo): Entonces no se enamoró nunca. Por eso.
Aurelia: Ayúdeme a encontrar...
Pipito (señala el suelo): Ahí está.

Aurelia se agacha y recoge la llave. Cae en la cuenta que Pipito la está mirando.

Aurelia: ¿Qué...?
Pipito: La miro, ¿y qué? Así me la acuerdo esta noche. Cuando estoy en mi casa.
Aurelia (dulce): Qué bobo es usted.

15
Pipito: Es la primera mujer que me dice que no.
Aurelia: Mejor. Así me recuerda por eso.
Pipito: Sï, pero me rompe el corazón.
Aurelia: Mentiroso. Con todas las chicas que usted debe tener atrás...
Pipito: Pero no me gustan las chicas.
Aurelia: ...
Pipito (se levanta, se acerca): Me gustan las mujeres de verdad.
Aurelia: ...
Pipito: Déme un beso.
Aurelia: Yo...
Pipito (la besa): Así.

Aurelia responde al beso.


Pipito va sacándole la ropa y besándola.

Aurelia: No quiero.
Pipito: Ya me lo dijo. Pero yo tengo que cumplir con mi trabajo.
Aurelia: Yo...
Pipito: Un trabajo es un trabajo.
Aurelia: No...
Pipito: Pongáse ahí.
Aurelia: ¡No!
Pipito: ¿Quiere que estemos acá hasta que cumpla 57 años?
Aurelia: Yo... ¿Cuántos años me das, Pipito?
Pipito: Doce.

Aurelia y Pipito se besan, se acarician.

Apagón.

Aurelia: Tengo once...


Pipito: Estaba seguro.

16
Martingala
(Hombre joven y hombre mayor)

Personajes
El padre, don Leopoldo
El hijo, Pedro.

Sala de una casa de una familia acomodada venida a menos.


Silloncito de cretona con orejas, muy gastado. Asoma la estopa en un roto.
Una lámpara de pie, con la pantalla torcida.
El hijo incómodo en el silloncito, el padre de pie.

Hijo: Esta vez no puedo, papá. No dan las cuentas. No vivimos de rentas. Hace quince años que no
vivimos de rentas. ¿Vos lo sabías? ¿Lo sabías o no lo sabías?
Padre: Los compromisos son los compromisos. Cuando un hombre empeña su palabra, debe
responder por ella. En nuestra familia, esto siempre ha sido un valor respetado.
Hijo: ¿Qué familia, papá?
Padre: Rebolledo.
Hijo: Esa es la abuela.
Padre: Mi madre era una Rebolledo, yo soy un 50% Rebolledo...
Hijo: Pero nosotros... Etchegoyen...
Padre: Murió en un duelo. Defendiendo su honor...
Hijo: que yo sepa, él de alcurnia... Vos decís duelo pero eso fue un enfrentamiento con la policía en
la huelga de tamberos de 19...
Padre: ¡Basta, Pedro! Sea como sea para mí el honor es un valor a respetarse. Y si uno se
compromete a hacer un pago, paga. No espera a que vengan y le corten las orejas.
Hijo: La nariz.
Padre: Eso.
Hijo: ¿No se podría negociar? ¿No podrías ir vos y hablarles de hombre a hombre?
Padre: ¿A los mafiosos, a la mafia? Esponer así a tu propio padre, Pedro? No tenés vergüenza...?
Hijo: Bueno, en estos casos la vergüenza es un valor muy relativo. Prefiero el pellejo.
Padre: Esa es la sangre de tu madre.
Hijo: A veces hablás como si las personas fueran un compuesto que fabrican en un centro de
hematología...

Larga pausa.

Padre: ¿Qué?
Hijo: Qué.
Padre: Hematología... ¿qué?
Hijo: Nada, no importa.
Padre: Estoy pensando. En el joyero de tu madre quedan unas cositas. No demasiado valiosas, pero
para un primer pago... Están los aritos de la tía Selma y el... el dije... quinientos pesos, seiscientos,
no más.
Hijo: Papá...
Padre: A lo mejor negociar no es mala idea.
Hijo: No sé...
Padre: Podés hacerle un pagaré a Juancito, él... él es tu amigo...
Hijo: Papá, Juancito es un muerto de hambre. Es periodista.
Padre: ¿Tiene un sueldo, no? Trabaja en un diario. ¿Te va a negar unos pesos?
Hijo: Son quince mil pesos, papá.

17
Padre: Lo que más me asombra del juego en sí es su cuestiòn, llamemos, metafísica... Un día un
billete, y otro, y en muy poco tiempo se convierte en una cifra que le pone a uno los pelos de
punta..., escalofriante.
Hijo: Estos pensamientos ahora, papá... Van a venir de un momento a otro.
Padre: ¿No podríamos convencerlos de que se lleven el televisor, la heladera...?
Hijo: No.
Padre: Le firmamos un compromiso...
Hijo: No nos creen. ¿Cuántos compromisos...? No somos solventes.
Padre: Estás desesperado.
Hijo: Sí.
Padre: Estamos en la ruina.
Hijo: Los naipes no son mejor compañía que la bebida, no...
Padre (furioso): ¡¡Los naipes sirven para hacer solitarios nada más!!
Hijo: No vuelvas a tocar uno.
Padre: No.
Hijo: Hay que pensar algo, faltan quince minutos.
Padre: Algo... algo tengo pensado.
Hijo: ¿Qué? Escapar?
Padre: Tal vez estén vigilando la casa. Yo no puedo escapar. Pero vos sí. Por aquella ventana. La de
la piecita de la muchacha... total, ella no está. Entrás al cuarto y te trepás a...
Hijo: Irma no está?
Padre: Le debemos cuatro meses de sueldo.
Hijo: Claro.
Padre: Te vas por ahí. Te tomás un taxi hasta el puerto. Entrás al casino y ponés toda la plata en
fichas. Tengo una martingala.
Hijo: ¿Qué?
Padre: Tengo una martingala. De veras. Hace mucho que la vengo estudiando. Por placer, por
deporte. Muchos de los que juegan al bridge, juegan a la ruleta. No todos tienen como yo esta
fidelidad. El bridge es un juego de mente, algún día lo van a poner en las Olimpíadas, como el
ajedrez.
Hijo: Papá, te pido por favor...
Padre: Escucháme. Yo estaba ahí jugando y los escuchaba. Cuánto hace que juego al bridge, eh?
Vos no habías nacido y yo ya jugaba al bridge. Susy, habrás oído nombrar de ella a tu madre... Susy
era mi novia y me dejó porque no quería un jugador por marido, después conocí a tu madre, que
vivía en su propio mundo y nunca se daba cuenta de nada... Desde que Susy me dejó el bridge fue
para mí mi única amante, mi amor...
Hijo: Diez minutos. Nos faltan catorce mil ochocientos pesos, papá.
Padre: Esperá. El ocho. El ocho es la clave. Porque los señores, mis amigos, creían que una
martingala aparecía tras el minucioso estudio del azar y la matemática. Y fracasaban, vez tras vez.
Hasta que yo descubrí algo...
Hijo: ¿Por qué no lo descubriste en el bridge, papá?
Padre: Porque al bridge lo amaba. En cambio, la ruleta era como el estudio frío que puede hacerse
sobre una mujer. Como analizar los síes y los desdenes de una cortesana, una prostituta...
Hijo: Ay...
Padre: El ocho representa el infinito. Siempre, en todas las jugadas hay que apostar al ocho. A otros
números también, a cualquier otros... No al ocho con exclusividad, porque sino se descubre el truco.
La martingala debe ser mística. Apostás a otros números y también al ocho, siempre. Así.
Hijo: No lo puedo creer.
Padre: No me importa. Yo te lo ordeno. Salís por la ventana del cuartito de Elena...
Hijo: Irma.
Padre: Como se llame, me dá igual. Te llevás la plata...
Hijo: ¿Los doscientos pesos?

18
Padre: Sí. Subís al casino, vas a la ruleta y ponés fichas en el ocho. Como te expliqué. Todo no tiene
que llevarte más de cincuenta minutos...
Hijo: Papá... ¿y si falla?
Padre: No puede fallar.
Hijo: Te van a dar una hora más de tiempo.
Padre: Por supuesto. Franciosi es un mafioso pero es un amigo de toda la vida, también. Cuatro
minutos, Pedro. Empezá a moverte.

El hijo se levanta, busca la plata, se la guarda en el saco.


El padre se pasea, lo mira.
El hijo lo besa en la frente, lo mira a los ojos.
Sale. Se oye el ruido de una persiana, una ventana.
Más tarde, golpes en la puerta.
El padre se arregla el saco, se mira al espejo, se peina.

Padre: Un momento por favor...


Voces violentas: Leopoldo, abrí.
Padre: ¿No pueden esperar?

Golpes.

Padre: Entiendo. No pueden esperar. No tengo el dinerito..., así que no veo el apuro...

El padre abre, disparos, fogonazo.


Apagón

19
El telescopio
La mujer joven y el hombre mayor

André, 60/65 años


Eva, su amante.

Departamento pequeño. Frente a una ventana, André espía con un telescopio o un catalejo. Está
solo, mira atentamente. Al cabo de unos instantes, entra Eva. André trata de disimular lo que está
haciendo pero no lo logra.

Eva: ¿Qué hacías?


André: Nada.
Eva: ¿Cómo nada? Te compré las vitaminas. Estas las tomaba mi hermano y andaba muy bien.
André: Gracias.
Eva: Estabas mirando las chicas? Qué hacen? Gimnasia? (Mira por el telescopio.) Ah, no. Es una
oficina...
André: Un estudio jurídico.
Eva: Lo mismo. ¿Qué mirás ahí, André? ¿A la doméstica pasando la aspiradora? Me regalaste esto
para mirar las estrellas..., me dijiste.
André: Estaba ajustando las lentes.
Eva: ¿Para qué? Si nunca miramos nada. Nos dormimos antes.
André: Estoy estresado.
Eva: Sí, yo también. Pero no era necesario que me regalaras un telescopio para mirar las estrellas si
después no miramos nada... Yo me asomo acá y veo el conejo en la luna. Con eso me basta. Me
bastó hasta ahora, ¿por qué no me iba a...?
André: Tienes veintiséis años, Eva. Alguna vez puedes querer ver qué hay más allá.
Eva: ¿Más allá?
André: Sí.
Eva: ¿En la galaxia, decís?
André: Sí.
Eva: Sos un soñador. Te voy a decir lo que hay más allá: deudas. Un embargo de tu ex mujer por
alimentos. Aunque el cretino de tu hijo tiene veinte años y bien podría ganarse la vida por sí mismo.
Más allá hay brujerías que ella te hace y por las que vos decís que te duele la cabeza, la espalda y
que por las noches... No voy a entrar en detalles. Todas fantasías. Acá hay: B1, B2, B12. De la B12
voy a tomar yo también porque es antioxidante. Esta es la C, aparte, efervescente. Vas a tener que
tomar todas si querés...
André: Como tu amor, efervescente.
Eva (resopla): ...
André: Hoy estuvo ella enfrente.
Eva: ¿Qué?
André: Marie estuvo enfrente. En el Estudio. Su abogado, es el de ahí enfrente.
Eva: ¿De qué estás hablando, André?
André: Paso por la ventana, veo una mujer con un trajecito sastre negro y un sombrerito. Conozco
muy bien ese sombrerito, yo lo pagué. Ella lo usaba cuando fuimos de paseo por los Champs
Elisées el último verano... Me paro a ver bien y sí, es ella, es Marie.
Eva: Marie...
André: ¡Mi esposa, Eva! Marie, ¿quién esperas que sea?
Eva: No te creo. No ves un burro dos baturros. Acá hay vitamina A también. Para la vista. Viene en
la zanahoria y por eso los conejos tienen tan buena visión... No sé de dónde saqué eso. No importa.
Ensalada de zanahoria no vamos a estar comiendo porque me da asco, así que te tomás las pastillas
de vitamina A.

20
André: ¿No me crees?
Eva: No.
André: Desconfías de mí?
Eva: No sé. Hay cientos de mujeres que usan traje sastre, que van a consultar un abogado, que justo
se detienen enfrente de nuestra ventana.
André: Qué horrible que tú digas una cosa así. Era Marie. Fui y busqué el telescopio para salir de
duda. Enfoqué y allí estaba ella. Tenía su sobre de seda y de allí sacó unos papeles, una libreta.
Tomaba nota... Muy despacio, porque le cuesta hacer las letras... no sé por qué. Debe ser una...
¿cómo se dice? Anomalía del cerebro... Creo que hasta llevaba los guantes... No, eso no. Creo que
hasta podía oler su perfume.
Eva: Me estoy cansando, André. Te pido por favor que guardes el telescopio en el closet, y que
llamemos para pedir comida. ¿Qué comemos hoy? Querés que pida pizza? Querés empanadas?
Hacen tartas también en el lugar de las empanadas. O podemos salir a un restaurante... Hace mucho
que no salimos...
André: No tengo ganas de salir.
Eva: No es mala idea. Vamos, nos aireamos. Tomamos una copa...
André: ¿Una copa? ¿No es contraproducente el alcohol con las vitaminas?
Eva: No salgamos. Listo. Pido pizza.
André: La misma que ayer, entonces. Napolitana...
Eva: Bien.

Eva comienza a ponerse cómoda.


André desarma minuciosamente el telescopio.
Desde la otra habitación, Eva grita:

Eva: Tu mujer sabe dónde vivís?


André: No.
Eva: Entonces es una coincidencia el que estuviera ahí enfrente? Para mí que no era ella.
André: No era coincidencia, no. Eva. Nos hemos pasado juntos treinta años. Después de tanto
tiempo, uno conoce tanto al otro que hasta puede leer sus pensamientos, sus deseos... Una
compenetración muy profunda...
Eva: tanta no habrá sido. Que no se enteró que le metías los cuernos.

Eva regresa a la habitación.

André: Claro. ¿Qué entiendes tú? Tienes veintiséis años.


Eva: Pero prefiero morirme a aburrirme sentada en un silloncito Luis XV mirando la televisión con
un esperpento de mujer al lado...
André (comprensivo): Claro, claro.
Eva: Bueno, pido. Fainá también?
André: No.

Eva habla por teléfono.


André abre la cortina. Se pone la mano sobre el pecho, retrocede.

André (bajo): Eva, Eva...


Eva: ¿Querés algo más? Dos de carne también. Por las dudas.
André: Eva, ven.

Eva corta, luego va.

Eva: ¿Qué?

21
André: Allí está ella.
Eva: ¿Quién?
André: ¡¡Marie!!

Eva mira. No ve a nadie. Lo mira a André.

Eva: No hay nadie André.


André: Mira bien otra vez.
Eva: No-hay-na-die.
André (mirando, sollozando): Allí está ella... Mírala. Me está saludando...
Eva: ¿Qué tomaste?
André: ¿Qué?
Eva: ¿Qué tomaste? Alguna pastilla? ¡A lo mejor estas vitaminas están vencidas y te provocan
alucinaciones!
André (trastornado): Tiene a Claire en brazos. La pequeña Claire. Nunca te hablé de ella. Murió tan
pronto... Las dos hacen así con la manita, Eva... Dios mío. Habrá muerto Marie también? ¡Dame el
teléfono!
Eva (aterrorizada): No! Estás delirando.
André: Dame el teléfono.
Eva: no.
André: Llama a Marie. 426-83288. Llamala.

Eva lo hace.

Eva: No hay nadie.

André, furioso, le arranca el teléfono.

Andre: ¡¡Ve a mirar la ventana!! Mira si siguen ahí...!


Eva (temblorosa): Yo no veo a nadie.
André: ¡Estúpida! ¡Criatura estúpida! (Se asoma.) No están. (Se asoma más). Ahí están. Se fueron...
Van por la calle... (grita.) ¡Marie! ¡Está diciéndome algo que no le entiendo! Ayuda, necesitan
ayuda.

André busca su saco y se lo pone. Muy rápido.

Eva: ¿Dónde vas? ¡No te vayas! Desde cuándo creés en espíritus!


André: No voy a permitir que ella me deje así... Vuelvo, vuelvo, Eva.

André sale.
Eva se asoma a la ventana. Grita:

Eva: ¡¡André!!

Ruidos de accidente de tráfico.

Eva (llorando): André...

Sirena de un ambulancia.

Eva (se pone su saco): Pobre viejo tonto... pobre...

22
Eva se tropieza contra el telescopio.
Sale.
Apagón.

23
El falso perro
Dos hombres jóvenes

Aníbal
Renzo

Están sentados en la mesa de un bar.

Aníbal: ¿Descontamos lo de la pintura?


Renzo: Sí, sí.
Aníbal: ¿Cuánto gastaste?
Renzo: Quince pesos.
Aníbal: Estás seguro de que el látex no es tóxico.
Renzo: Sí, sí. Estoy seguro.
Aníbal: Porque si el perro se muere, ¿qué hacemos?
Renzo: No sé. Pero ya está hecho.
Aníbal: Igual. El tipo puede ir a la policía y hacer una denuncia.
Renzo: Ya lo pinté. Ya está hecho. Ya le entregué el perro. No puedo volver atrás.
Aníbal: No, digo. Estaba pensando.
Renzo: Bueno, no pienses más. Dame los doscientos cincuenta.
Aníbal: Esperá. Está la pintura, el taxi, el collar...
Renzo: Ah.
Anibal: ¿Cuánto te cobró Leticia por el collar?
Renzo: Veinte.
Aníbal: Se abusó.
Renzo: Ya le pagué.
Aníbal: No deberías haberlo hecho. ¿Si el tipo después decía que...?
Renzo: Es mi hermana. No la voy a estafar.
Aníbal: ¿Y te cobró veinte por grabarle ‘Bimbo’ al collar? Yo, si es mi hermana la ato.
Renzo: ¿Estás desconfiando? Querés que le pida un recibo?
Aníbal: No es eso...
Renzo: ...
Aníbal: Y en la perrera te cobraron algo?
Renzo: Les dejé cinco pesos por la antirrábica. Es gratis, pero fueron tan amables que...
Aníbal: Te das el lujo de ser generoso.
Renzo: Aníbal, no lo descuentes, eh. Eran cinco pesos de mi bolsillo. Punto.
Aníbal: Bueno. ¿Hiciste bien las manchas?
Renzo: Vos lo viste desconfiado al dueño?
Aníbal: No, pero... Al principio el perro lo miró con desconfianza. Me parece que elegiste uno
chúcaro...
Renzo: Era el único perro blanco de esas características en la perrera de San Antonio de Areco.
Tuve que ir hasta San Antonio de Areco...
Aníbal: No te enojes.
Renzo: No me enojo. Explico.
Aníbal: Lo chumbé un poquito, para que vaya para allá y le husmee las botamangas al tipo. Le dije
al dueño que lo encontré en un baldío abandonado. Que capaz había comido ratas y cosas así. O le
habían pegado. Como me dio pena me lo llevé, le dije, y además había visto el collar y por eso me
di cuenta que no era un perro salvaje sino que tenía dueño y después apareció el cartelito por el
barrio que lo buscaban...
Renzo: No existen los perros salvajes.

24
Aníbal: ...y supe que no era un perro del montón sino que tenía un dueño y me costó no encariñarme
con él... ¿Qué dijiste?
Renzo: No existen los perros salvajes.
Aníbal: ¿Cómo que no?
Renzo: No. El dingo en Australia. Nada más.
Aníbal: ¿Quién? En Federación, de donde yo era, los perros se venían salvajes y se comían a las
gallinas. Había que pegarles un escopetazo.
Renzo: Seguro que eso lo hacías vos.
Aníbal: tengo muy buena puntería, sí.
Renzo: Le hizo caricias el dueño al perro?
Aníbal: No sé: yo en mariconadas no me fijo...
Renzo: Lo palmeó?
Aníbal: ...
Renzo: ¡Quiero saber si lo tocó y no le quedaron las manos manchadas!
Aníbal: Ah, ah. No sé.
Renzo: Otra cosa: hice ampliar la foto del perro del tipo en un laboratorio. Porque los dálmatas no
son todos iguales. Unos tienen manchas por acá, otros por allá... Eso me salió seis pesos.
Aníbal: Al final no ganamos nada. Si contamos el gasto de viático, el transporte, estos cafés... Son
doscientos veinte para cada uno... Contra el riesgo que el tipo vaya y nos denuncie por estafadores...
Así no va.
Renzo: Bueno, ya bastante recompensa puso por un perro. Se nota que lo quería.
Aníbal: ¿Y a nosotros eso que nos importa?
Renzo: Estamos mercando con el cariño de una persona, ¿no?
Aníbal: Yo prefiero hacerle el novio a Samira, la que tira las cartas en mi cuadra a... El perro me tiró
un tarascón acá... Mirá como me dejó. Ah, te impresionaste. Pero yo soy de ley, no te voy a
descontar el fungicida.
Renzo: desinfectante.
Aníbal: Sí, eso hice. Pero ahora que me decís que le pusiste la vacuna contra la rabia me quedo más
tranquilo. ¿Te hablé de Samira? Ella te cocina, te saca al cine, a bailar, te lleva a dormir a la casa, de
lo otro ni te hablo porque no estás en condiciones de escuchar...
Renzo: Está bien.
Aníbal: Vos, Renzo, sos muy sentimental. Un sentimental nunca puede llegar a ser un gran
empresario. Quiero que entiendas esto, que me lo explicó en su momento mi viejo y yo lo aprendí
para siempre.
Renzo: ¿Tu viejo qué empresa tenía?
Aníbal: Ninguna tenía. No te hagas el tarado. Tenía cerebro, por eso te lo cuento.
Renzo: Te oigo.
Aníbal: Eso: oí bien. Nada de sentimientos en los negocios, como las putas, eh. Enamorarse más de
la cuenta, para las putas no funciona. Para nosotros tampoco. Vamos y robamos un perro. No me
mires así, ni te hagas el espantado.
Renzo: Eso es secuestro.
Aníbal: Calláte. Secuestro es con un ser humano, no con un animalito de Dios. Lo robamos, lo
tenemos en una casa. La de tu hermana en Florida, por ejemplo. Digo por decir, o donde sea.
Pedimos rescate y listo.
Renzo: No sé si...
Aníbal: Mucho sentimiento. No sirve. El que siente, pierde. Es la ley del mercado. (Pausa.) Sin
embargo, tu sentimiento puede servir a la empresa. Sí, fijáte. Porque uno no puede robarle el perro a
un amo cualquiera. Tiene que ser alguien que no maltrate al perro, que lo quiera... Porque por ahí a
alguno le da lo mismo que se lo robes o no... Hay gente mala que no quiere a los animales...
Renzo: A veces te oigo hablar y me parece que estoy delante de un asesino de masas.
Aníbal: Bueno, si al perrito el dueño no lo reclama, lo vendemos por ahí. No lo vamos a sacrificar.
Renzo: Muy reconfortante escuchar eso.

25
Aníbal: ¿Socios?
Renzo: Dejáme pensarlo.
Aníbal (le da el dinero): Tomá. Vos pensálo. Después está todo lo otro que hace un hombre decente
para vivir y vos no lo querés hacer. Te recuerdo esto porque si no es muy fácil acusar a los demás de
delincuentes. En el frigorífico siempre buscan gente. Pero al frigorífico no vas porque es vida
esclava. Yo lo comprendo muy bien. Pero tratáme bien, que yo también tengo acá dentro un
corazón. No es un tren de juguete: late, eh. Siento, aunque no parezca.
Renzo: Gracias, Aníbal.
Aníbal: La gente como vos piensa que el mundo se divide entre los buenos y los malos. Y eso es un
gran error.
Renzo: Ah, si?
Aníbal: Sí. Otros creen que se divide entre ricos y pobres, entre blancos y negros, entre perros y
gatos... No, no, no.

Larga pausa.

Renzo: ¿entonces?
Aníbal: Entre perros y amos.
Renzo: Qué interesante.
Aníbal: Y nosotros nos ponemos del lado correcto para que no nos aplasten.
Renzo: Los amos.
Aníbal: Los perros. El negocio lo hacemos con los perros. Llevate la lata de pintura. No sea que el
tipo se dé una vuelta y me vea con esto en la mano...

Renzo toma la lata.


Renzo sale.
Apagón

26
El Pollo Atómico

Hombre joven, hombre mayor

Don Conrado.
Joaquín, el Hombre Pollo

Rotisería el Pollo Atómico. La puerta. Conrado tira vinagre en la puerta.


Llega Joaquín, vestido de pollo, pero con la capucha de pollo en la mano.

Conrado: ¿Hoy no venís de incógnito?


Pollo (de malhumor): No. Treinta grados hace para ponerse la escafandra ésta.
Conrado: ¿Te peleaste con tu mujer?
Pollo: No tengo mujer.
Conrado: Tu novia?
Pollo: Tampoco.
Conrado: La fulanita que te anda atrás, ¿cómo se llama?
Pollo: ¿Qué hace?
Conrado: ¿Qué hago?
Pollo: Echa vinagre en la puerta?
Conrado: Ajá.
Pollo: Para que yo resbale.
Conrado: Pero no! Para la suerte.
Pollo: Desperdicia el vinagre para la suerte?
Conrado: Cuántas cosas no sabés, pibe. Qué infeliz que sos.
Pollo: Va a entrar un cliente, se va romper la crisma si pisa el vinagre. Después usted tiene que
pagar los gastos del accidente.
Conrado: ¿Yo?
Pollo: No, claro. Si no me paga a mí, justo va ir a pagarle a...
Conrado: Calláte, querés. Si entrara alguien acá, no habría vinagre por el piso. Aparte ¿a vos qué te
importa? ¿La pagás vos? (Pausa.) ¿hoy por dónde pensás repartir?
Pollo: ¿Hoy? No me escuchó? Hace treinta y dos grados. A las nueve de la mañana. El martes tuve
una lipotimia. Esto es todo goma espuma.
Conrado: ¿Yo te pago para que te quedes parado haciendo cebo?
Pollo: Tuve una idea.
Conrado: Dejáte de embromar.
Pollo: Inteligente.
Conrado: No. Hoy hacés la avenida.
Pollo: Escuchéme, jefe.
Conrado: No me sobra la plata.
Pollo: Traje el equipo de música.
Conrado (irónicamente): ¿Te aburrís?
Pollo: Pongo la música y bailo. Reparto los volantes...
Conrado: Yo te mato a vos.
Pollo: No, no, la idea es buena. Pongo una canción de moda.
Conrado: Te dio el berretín de artista ahora?
Pollo: Los de Emergencia me dijeron que no me atienden más si me descompongo vestido así, por
tarado.
Conrado: Si serán cretinos. Quieren que te anote en la obra social. Vos sabés que yo te quiero
anotar, no?
Pollo: Eh...

27
Conrado: Yo te quiero poner en la obra social, pero no me alcanza. Vos viste que acá no entra un
peso. Qué me mirás así? No me creés?
Pollo: Perdone que no le crea, patrón: me parece que es teatro.
Conrado (con furia contenida, ofendido): ¿Qué es teatro?
Pollo: No, digo...
Conrado: Por supuesto que es teatro. Te tienen que atender igual, porque para eso trabajan por la
salud pública. Yo, como buen ciudadano, pago mis impuestos. Aparte, mirá si te caés redondo al
suelo, no te atendien y estirás la pata ahí. ¿Lo pensaste? Les hacen un sumario por abandono de
persona. ¿Sabías vos que les hacen un sumario?
Pollo:...
Conrado: No. No sabías.
Pollo: Jefe...
Conrado: Pura ignorancia. Bueno, a ver, mostrame el espectáculo que querés dar. El show.
Pollo: ¿Qué show?
Conrado: El que querés hacer con la musiquita.
Pollo: ¿Ahora?
Conrado: ¿Qué? ¿Tenés que concetrarte?
Pollo: No, todavía no desayuné.
Conrado: Pero vos te pensaste que esto es un comedor infantil, no?
Pollo: Anoche no cené y hoy...
Conrado: Anoche no cenaste nada sólido. Si te conoceré yo, gaviota.
Pollo: No, jefe. Me hago un mate cocido en un segundito y después...
Conrado: No, mascarita. Acá te quedás y me cantás y me bailás.

El Pollo se pone la escafandra, busca un tema en el cassette del equipo. Es una melodía tropical.
Hace dos o tres pasitos estereotipados, y entrega papelitos. Hace esto unos momentos, y al ver la
desazón de Conrado, lo hace cada vez con menos entusiasmo. Detiene el equipo.

Conrado: Vos sabés, mi abuelito vino de Ucrania. Pobres, pobres como ratas eran. Los mandaron a
una colonia en Entre Ríos, en el medio del monte: la mitad de la nada. Mis abuelitos aullaban qué
decepción la pampa, qué angustia la Argentina. Muy religiosos ellos; lloraban la falta de la
sinagoga. Pero trabajaron. Trabajaron duro, pero como era trabajar duro antes, no ahora como la
gente dice que es trabajar duro y se rascan siete horas en una oficina, escaras en el culo les sale de
tanto estar sentados. No, mis abuelitos sembraron, cosecharon, criaron pollos. Sí, un criadero de
pollos se pusieron. No echaban un ojo nunca, no se iban de parranda, no se daban un gusto: oraban
y le echaban maíz a los animales. Se deslomaron, dejaron los huesos criando estos bichos. Después
lo siguió laburando mi zeide Hérshele. Son los pollos que llegan acá, por si no sabías. Te informo,
eh. Vos pensás que mis abuelitos, allá en el seno de Abraham, ¿qué hacen cuando te ven haciendo
esto, genio?
Pollo: ...
Conrado: No se revuelven en la tumba?
Pollo: No...
Conrado: No, no.
Pollo: Ah.
Conrado: ¡Ventiladores humanos son!
Pollo (resignado): Usted quiere que haga la avenida... hasta la sastrería?
Conrado: Mirá, quiero ser generoso. Hacé el numerito este. Sabés, yo apoyo a la juventud. Las ideas
innovadoras. (Inspecciona el ambiente.) Pero te parás acá. Te quiero bailando sin parar como Moira
Shearer en Las Zapatillas Rojas. La Finada iba siempre al cine a ver esa película. Te dejaba seco,
cada vez que te contaba esa historia. Una estupidez mayúscula como el noventa por ciento de lo que
hacen en Hollywood. Gente con plata y sin talento. ¡Ah, si nosotros estuviéramos allá! (breve
pausa.) Cuando digo nosotros, no pienso en vos, pibe. Escuchame bien: querés hacer el bailecito,

28
muy bien, bailás. Pero cuando dejás de bailar, vengo con la tijera de trozar y te corto las patas.
¿Entendiste?
Pollo: Sí.
Conrado: Andá a buscar volantes. Están atrás del mostrador.

El Pollo amaga salir y pronto se vuelve.

Pollo: Jefe, si bailo acá, me resbalo con el vinagre.


Conrado: Bailá un poquito más allá. Pero que te tenga a la vista. Porque a vos no hay que perderte
de vista...

Larga pausa.

Pollo: Sabe, con todo respeto, jefe. Quería hacerle una consulta.
Conrado: ¿Ahora qué?
Pollo: Le parece que me va a necesitar el 24 a la mañana?
Conrado: El 24 de diciembre se trabaja hasta el mediodía, dos de la tarde.
Pollo: Porque me ofrecieron hacer de Papá Noel en la Casa Tía. Es una changa. Hasta las cinco de
la tarde no más y yo pensé que...
Conrado: No, no, no. Vos no pensás, eso es lo que pasa. A mí el 24 me cumplís.
Pollo: Mi primo Godo me dijo que si usted le permitía, él podía venir de pollo y...
Conrado: Jamás.
Pollo: Mire que él tiene experiencia...
Conrado: No.
Pollo: Una vez hizo el payaso Ronnie.
Conrado (ofendido): ¿Vas a comparar eso con el Hombre Pollo?
Pollo:...
Conrado: No. Punto. Me voy a embolsar menudo. Te quedás bailando acá como mono de organito.
Entendido?

Pollo asiente.

Pollo: ¿Me hace el mate cocido, jefe?


Conrado (desde dentro): Dale, soy tu mucamito. (Hosco) Después te alcanzo. Ahora tengo trabajo.
Pollo: Sí, jefe.

Busca la melodía.
Se para, baila. Se cansa. Mira para adentro.
Vuelta a poner la melodía. Transpira.
Baila más lento.
Se agacha, cambia la melodía.
Baila, se marea, se sostiene.
Baila, se desmaya.
Cae.

29
Funeral
(Dos mujeres mayores)

Personajes
Elena, 50
Ilse, 60 o más. Tiene un bastón que hace dificultosa su movilidad.

Cocina de una casa acomodada.

Elena: Le preparo café?


Ilse: No.
Elena: Usted cree que el padre habrá terminado de...?
Ilse: No! Laszlo debe estar lleno de pecados! Mire: no quiero sonarle mal: pero si Laszlo le hace al
cura la lista completa de sus pecados, seguro que vive otro año más. Se le va a pasar contando y
contando...
Elena: No quiero reírme en este momento.
Ilse: La comprendo.
Elena: ¿Si?
Ilse: Dije que la comprendo.
Elena: Cree que puede comprenderme, a mí?
Ilse: No debió llamar un cura.
Elena: Él... El médico no le dio muchos días... Estoy desolada, Ilse.
Ilse: Laszlo no pidió el cura.
Elena: ¿Qué? No...
Ilse: Nunca le gustaron. Es... ¿cómo se dice? Anticlerical. No sé por qué esa idea suya...
Elena: Para que se vaya en paz.
Ilse: Ese concepto no está dentro de la cabeza de Laszlo. Además la religión nunca le importó. Él
podía ser malvado sin sentir la menor culpa.
Elena: No hable de él en pasado. Se lo ruego.
Ilse: Es que estoy contando cosas del pasado. Descripciones. Pero tiene razón. Voy a corregir.
Porque la lengua es engañadiza. Lo habrá notado. Yo digo: “él podía ser malvado...” y usted, pobre
Elena, cree que yo hablo así porque ya lo doy por muerto. Yo hablo así por el flujo y reflujo de los
verbos. En mi cabeza sigo pensando en húngaro y además: sabe qué? Yo no creo que Laszlo haya
dejado de ser malvado...
Elena: Por favor, Ilse. Tenga piedad de este momento.
Ilse: Es una conversación.
Elena: Él está agonizando.
Ilse: Lo sé. Me lo dijo nuestra hija Diana. Me llama a la noche tarde, me dice: Maman, se muere
papa. Yo vengo, pienso que usted puede necesitar ayuda. No sé, los cafés para la gente, servir el
coñac, consolar a mi niña, a sus niños... son grandes, adultos ya, pero son nuestros hijos... una los ve
como niños... y entre ellos son hermanos, mal que nos pese.
Elena: yo le agradezco que haya venido. Sabe que no tengo rencor contra usted.
Ilse: ¿Usted contra mí? ¿rencor? ¿y por qué? ¿Acaso fui yo la que le quité el marido a usted?
Elena: ...Ilse...
Ilse: Deje así.
Elena: Sí.
Ilse: Tiene parcela en el cementerio?
Elena: Compré cuando el doctor dijo que era terminal...
Ilse: Yo tengo. Le podría prestar llegado el caso.
Elena: No, gracias.
Ilse: Hará ceremonia?

30
Elena: Misa de réquiem.
Ilse: Ay, qué espanto. Disculpe, disculpe. No quise ofenderla.
Elena: No es nada.
Ilse: Es que esta manía de la religión, suya o de Laszlo me parece novedosa. Conmigo él era ateo,
comunista. Leyó El Capital en idioma alemán.
Elena: Cuidó que sus hijos fueran a colegios católicos.
Ilse: Lo sé, lo sé. Sus hijos. No mi hija. No Diana. A ella la eduqué yo. Nada debe a su padre,
aunque ahora esté ahí, hecha un trapo, llorándolo al sinvergüenza.
Elena: No lo llame así!
Ilse: Cállese! Usted también es culpable. Sabía que no me alcanzaba con lo que me pasaba para
criar a mi hija como es debido, lo sabía. No lo presionó. Pero a sus hijos los crió como señoritos de
buena sociedad.
Elena: No es cierto, Ilse. Yo intercedía. Pero usted lo importunaba a cada rato con los llamados y él
le cobró odio.
Ilse: ¡Odio! ¿Odio, dice? Él lo que no podía era separarse de mí. La buscó a usted para hacer eso.
¿No se daba cuenta que la usaba? ¿Tan estúpida era? Lo atrapó; antes que él pudiera regresar, usted
ya se había embarazado.
Elena: El estaba enamorado de mí.
Ilse: Ah, vamos.
Elena: Me lo dijo.
Ilse: No me haga reír. ¡Laszlo! ¡Laszlo es capaz de decir cualquier cosa a una chiquilla que le gusta!
¿Se creyó que usted era la primera infidelidad de él? Ah, por favor.
Elena: No saquemos a relucir trapos viejos.
Ilse (feroz): Tiene razón. Diré esto y no diré mas. Fue su marido todos estos años. Usted ha sabido
conservarlo. Por lo tanto, usted sabe qué tan infiel puede ser él. Ahora voy a callarme.
Elena: Estoy tan angustiada...
Ilse: Estoy aquí por mi hija. Esa pobre diabla impresionable. Lo ve morirse y llora. Y Laszlo no se
merce ni una sola lágrima de la niña.
Elena: El la quiere...
Ilse: Ya lo sé. Diana me lo dijo. Que me llamaba sin cesar. Pero no pienso entrar a su habitación...
Elena: ¿Qué?
Ilse: Lo que dije.
Elena: Dije que él la quiere a su hija, a Diana. A usted no la llamó nunca. No la menciona.
Ilse: No mienta, Elena.
Elena: No le miento.
Ilse: Llama a una mujer que no es usted en la hora de su muerte.
Elena: Ilse: no la llama.
Ilse: Ah, ¿no? Mi hija dice que usted está loca por los pasillos porque no la nombre, pide por su otra
mujer. Así dice. ¿Quién es esa otra mujer? Soy yo.
Elena: ...
Ilse: ¿O delira y es que llama a Diana o a su Flor?
Elena: No...
Ilse: Mire, yo nunca he tenido muchas ilusiones en Laszlo. Una vez que él se fue, con usted,
lamento sacar el tema otra vez, yo supe que mi puerta quedaría cerrada a otros hombres. Ojo! No es
que no los haya habido. Pero no he vuelto a querer. No como he querido a Laszlo. Yo sé que he
sido, que soy, el amor de su vida.
Elena: ¡Qué frase! ¡Y la viene a decir usted!
Ilse: Sabe que es verdad.
Elena: Treinta años hace que él y yo estamos juntos.
Ilse: Treinta, exactamente, hace que se fue de mi casa.
Elena (hace el gesto de salir de la cocina pero se queda): Escuche. Creo que es el padre que baja por
la escalera, voy a ver...

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Ilse: ¡Usted dice que lo conoce! ¡Usted dice que lo ama! ¡Llamó a un cura! ¿no le contó él cómo era
la Sinagoga en Munich donde nos casamos? ¿No le habló él de su tío rabino?
Elena: Voy a abrirle la puerta al padre...

Elena comienza a salir.


Ilse la toma del brazo por la fuerza. La retiene. Es un duelo.

Ilse: ¿A quién nombre?


Elena: Bettina.
Ilse: ¿Qué? ¿Quién es Bettina?
Elena: Bettina, no sé.
Ilse: Una cosa de su mente? Un delirio?
Elena (ambigua): No. Es una... No sé. Una de tantas. Una alumna suya, supongo. Una, con la que
andaba por ahí...
Ilse: ¿Bettina? ¿Y qué tiene esa Bettina? No va a decirme usted que la quería a ella como para
llamarla...? Usted no permitiría una cosa así. Su matrimonio no es endeble...
Elena: Para mí el amor, la pasión en el matrimonio es un estado pasajero. Yo no lucho más, Ilse.
Aprendí del ejemplo de usted. Es... como el resfrío. La varicela. La viruela boba.

Elena sale.

Ilse (siguiendola hasta la puerta): ¡La peste bubónica! Asi ha sido para mí. ¡La peste bubónica!
¿Qué es lo que aprendió? ¡Elena! No se vaya. Venga, conteste. ¡Elena, conteste!

Apagón

32
Lipotimia

Hombre joven, mujer joven

Joven Pollo
Fulanita

Pollo en la cama, la Fulanita a su lado le pone paños fríos en la frente.

Fulanita: ¿Estás seguro de que te dijeron en la frente?


Pollo:...
Fulanita: Para mí, son en la nuca.
Pollo: En la cabeza, me dijeron. Igual no me dan mucha bolilla ahora. Ya me atendieron tres veces.
Me tratan como a un loco escapado. No me creen que don Conrado es el que me manda. Vieras el
tipo, se hace el santo cada vez que caigo redondo.
Fulanita: le debe dar miedo que le hagas juicio.
Pollo: Juicio por qué?
Fulanita: No sé. Daños y perjuicios.
Pollo: Ah sí? De dónde sacaste eso?
Fulanita: De una serie de abogados que dan los miércoles.
Pollo: Ah, de la televisión!
Fulanita: Todo lo que pasa en la televisión lo sacan de algún lado.
Pollo: De la cabeza del que escribe.
Fulanita: Puede ser. ¿Pero el escritor en qué te pensás que se inspiró? Sí, decílo.
Pollo:...
Fulanita: En la realidad.
Pollo: No sé. Don Conrado fue y les dijo que sufro de epilepsia.
Fulanita: Eso qué es?
Pollo: No sé muy bien. Te ataca y te revolcás en el piso. Es de nacimiento.
Fulanita: ¿Y vos tenés... eso?
Pollo: No sé tampoco. Creo que no. Para mí es el calor. No fue buena tu idea del baile.
Fulanita: No lo habrás hecho bien.
Pollo: Bailáme.
Fulanita: No seas pesado.
Pollo: Por favor.
Fulanita: Un poquito.
Pollo: Sí, un poquito.
Fulanita: Dos pasitos nada más.
Pollo: Sí.

Fulanita baila.

Pollo: ¿Te quedás hoy?


Fulanita: Me espera mi patrona.
Pollo: Qué salidora es tu patrona.
Fulanita: Tiene muchos compromisos. Qué querés. Es bailarina profesional.
Pollo: Muchos compromisos con tipos tiene.
Fulanita: No. Ella es famosa, ya te dije. Bailarina exótica. Yo no trabajo para cualquiera.
Pollo: ¿Qué quiere decir bailarina exótica?
Fulanita: Que es rara.
Pollo: A mí me gustaría que te quedaras acá.
Fulanita: ¿A vivir?

33
Pollo: Ya está, Cora. Querés pelear.
Fulanita (altiva): No...
Pollo: No podemos vivir acá.
Fulanita: ¿Los querés más fríos o así está bien?
Pollo: Te ofendiste.
Fulanita: No.
Pollo: Sí. Te creés que no te quiero.
Fulanita: No sé.
Pollo: Ah, no sabés.
Fulanita: No, no sé. ¿Me querés?
Pollo: Sí, claro que te quiero. Desde que llegué de Santiago del Estero no he conocido otra mujer.
Fulanita:...
Pollo: que me guste tanto, quiero decir, a la que quiera.
Fulanita: Te querés casar conmigo.
Pollo: Yo no dije eso...
Fulanita: ¿Ves?
Pollo: Cora...
Fulanita: Ya conozco este teatro. Qué bien te queda el papel.
Pollo: ¡No!
Fulanita: ¿Te paga aguinaldo tu patrón?
Pollo: No. ¿Y la tuya?
Fulanita: Tampoco.
Pollo: Hablále al señor.
Fulanita: ¿Qué señor?
Pollo: A Dios no va a ser. Al tipo, al marido de la señora.
Fulanita: Ah. Está loco el marido.
Pollo: ¿Cómo loco?
Fulanita: Loco, loco. ¿Qué no entendés?
Pollo: Ya me siento mejor me parece. Creí que la quedaba. Pero que esté loco no quiere decir que no
le puedas hablar y pedir un aguinaldo, un premio. ¿O vos tenés miedo que ... te haga propuestas?
Fulanita: ¿Qué?
Pollo: que te toque el culo.
Fulanita: Siempre me toca el culo. O te creíste que sos el único que lo admira?
Pollo: Yo no sé por qué sigo con vos. Me hacés sufrir.
Fulanita: Capaz que sería mejor que me olvidaras.
Pollo: Si pudiera...
Fulanita: Yo soy mucha mujer para vos.
Pollo:...
Fulanita: y vos sos poco hombre.
Pollo: Vos me necesitás, Cora. Por eso yo...
Fulanita: Vos me necesitás a mí. ¿Tenés para cigarrillos hoy?
Pollo: Me insultás.
Fulanita: ¿Para cerveza?
Pollo: Ingrata. Quererte es un martirio.
Fulanita: Hoy no salís con Panchito.
Pollo: No.
Fulanita: Qué raro. ¿Está enfermo? Le va a dar el síndrome de abstinencia.
Pollo: Hay una fiesta...
Fulanita: ya sabía.
Pollo: Me dejás terminar de hablar? (Pausa) Me tengo que disfrazar de señorita. Para una orquesta.
¿Qué me mirás así? Es en un café concert, no en un bolichón de mala muerte. En la Avenida de
Mayo. Cora. Cora, no me mires así.

34
Fulanita: Sos un asqueroso.
Pollo: Yo soy la que toca el contrabajo. Un instrumento que es un mosntruo, pesa como veinte kilos.
Yo salgo del estuche en realidad. Después me siento y me hago el que toco. ¡Es de linda la música
que hacemos! Claro que no es de esas melosas románticas de tu cantor de boleros. Pero lindas
igual, riman. No, no, no, como en la cancha de Vélez, no. Sin groserías. Es un espectáculo fino,
para gente culta.¿Vos no tendrás unas medias negras gruesas para prestarme? Esas que usan ustedes,
las can cán. Porque con las que me dan me tengo que afeitar las piernas y no tengo ganas de...
Fulanita (se levanta): Esto que me decis es mucho para mí, Joaquín.
Pollo: No, no. Esperá. ¿Por qué? Me pagan bien. Por ahí en enero nos podemos ir unos días juntos a
algún lado. O venís conmigo a La Banda, así conocés a...
Fulanita: Yo en enero no tengo vacaciones.
Pollo: No, yo tampoco.
Fulanita: ¿Entonces qué me decís? ¿No ves que sos un imbécil?
Pollo: Pero puedo intentar, no sé...
Fulanita: Me tengo que ir, Joaquín. Tengo que ir a buscar a la nena de los señores al jardín.
Pollo: No, quedáte.
Fulanita: No. Yo no soy una irresponsable.
Pollo: Dame un beso.
Fulanita: Ni que lo sueñes.
Pollo: ¿Por qué?
Fulanita: Porque te portaste muy mal.
Pollo: ¿yo?
Fulanita: Me tratás mal. Me proponés una cosa, después me la negás. Me tenés engañada.
Pollo: No es cierto...
Fulanita: Sí, me tenés engañada. Lo mejor es que cada cual siga por su rumbo.
Pollo: No me des disgustos, Cora, que me baja la presión.
Fulanita: ¿Y a mí que me importa?
Pollo: ¡Y pensar que antes venías y me llorabas la milonga de que estabas enamorada!
Fulanita: Antes era antes.
Pollo: Hagamos las paces, por favor. Dame un beso.
Fulanita: no, te dije.
Pollo: Te lo compro. ¿Cuánto cuesta un beso tuyo?
Fulanita: ¿Cuánto?
Pollo: Sí, ¿cuánto?
Fulanita: No sé. ¿Para vos?
Pollo: Sí.
Fulanita: Quince pesos.
Pollo: Bueno, te lo compro. Dame el beso.
Fulanita: No, primero la plata mostrame.
Pollo: Fiáme, Cora.
Fulanita: ¡No! Ya te di demasiadas confianzas a vos. Así me lo pagás.
Pollo: ¿Yo?
Fulanita:...
Pollo: Pasáme el pantalón de pollo.

Cora se lo pasa, él busca dentro saca quince pesos.


Mientras cuenta los billetes:

Pollo: Le dije a don Conrado de tu receta del oreganato.


Fulanita: ¿Y?
Pollo: La iba a probar, me dijo.
Fulanita: Le dijiste que estaba matriculada?

35
Pollo: Sí.
Fulanita: ¿Y?
Pollo: Dice que si te pensaste que el orégano es un invento tuyo, que tenés que registrarlo?
Fulanita: Es un ordinario y un avaro tu patrón. Eso, ordinario y amarrete.
Pollo: Te tirará unos pesos igual...
Fulanita: Menos mal.
Pollo: Pero dice que seguro que la copiaste del libro de doña Petrona.
Fulanita: No la copié de ningún lado. La tengo acá (se palmea la frente). Muchas recetas tengo acá;
muchas cosas tengo acá.
Pollo (le tiende los billetes): Tomá.
Fulanita: Gracias.
Pollo: Dame el beso ahora.

Fulanita lo besa. Un beso largo y dulce.

Pollo: Qué bien besás, Cora.


Fulanita: ¿Viste?

Se siguen besando.
Ella se aparte suavemente.

Pollo: No te vayas todavía. Dame otro mas.

Fulanita: ¿Tenés otros quince?

Fulanita se levanta, se alisa la falda y sale.


Pollo se tapa los ojos con el paño de agua fría.
Parece que llora de rabia o impotencia.

36
Las amigas
Dos mujeres jóvenes

Rosalía, es rubia. Unos años mayor que Eira.


Eira

En un café

Rosalía: ¿Y?
Eira: No, no es lindo.
Rosalía: En la foto parecía...
Eira: Puso una foto de hace diez años. Los tipos hacen eso. Hacen cosas peores, pero bueno. Es
comprensible. Llegan a los cuarenta con muchos problemas, muy quebrados. Entonces tienen que
mandarte una foto, y sí, te mandan una de hace diez años.
Rosalía: Y, sí...
Eira: ...
Rosalía: No sospechó el cambio?
Eira: No.
Rosalía: Pero qué le dijiste. Del pelo, digo. No esperaba encontrarse con una rubia. Yo le dije que
soy vasca, que soy rubia.
Eira: Es un chef de cocina, un cocinero, no un especialista en etnias humanas. Además parecía
contento conmigo... digo, que lo convencí de que yo eras vos.
Rosalía: ¿A vos qué te pareció?
Eira:...
Rosalía: Decíme algo: ¿te gustó, te disgutó? ¿te dio mala impresión? ¿Le faltaba una mano, una
oreja?
Eira: ...
Rosalía: Algo.
Eira: Tenía cara de asesino serial.
Rosalía: ¿Cómo cara de asesino serial? Cómo es la cara de un asesino serial?
Eira: Indescriptible. Sentís que te corre electricidad por la piel y después se paran los pelos.
Rosalía: Pero eso es subjetivo. Decíme algo más. Que es bizco por ejemplo.
Eira: Tiene halitosis.
Rosalía: ¿Qué?
Eira: Mal aliento.
Rosalía: Pastillas de mentol y punto...
Eira: No, no. Fijate que eso coincide con el perfil de asesino serial. La mayoría de los asesinos
seriales son caníbales. Se comen a sus víctimas después de matarlas. No me mires así cuando te
hablo. Es una estadística que se hizo después de que atraparon al carnicero de Milwaukee.
Rosalía: ¿A quién?
Eira: Lo condenaron a 900 años de prisión. Atrapaba a sus víctimas, las esposaba, cuando creía que
se querían escapar se ponía y furioso y las mataba. Después las destripaba, guardaba los corazones
en la heladera y en el congelador los cráneos. Al final se los comía. Al resto del cuerpo lo hervía
antes de que se descompusiera. Era una época en que no era muy común tener un freezer, entonces
había que actuar con rapidez...
Rosalía: Lo que estás contando es asqueroso.
Eira: Nada humano me es ajeno, decía...
Rosalía: Vos me querés volver loca. Primero me decís que para olvidar a Germán trate de encontrar
a otro hombre, que lo mejor es a través de Internet, ya que a mí con los chicos se me complica para
salir... Después aparece este francés que tiene el restaurant, Cristofer. Le escribo, me escribe,

37
queremos conocernos... vos me alentás... ¡Y ahora me venís con que tiene el perfil del carnicero de
no sé dónde...!

Larga pausa.

Eira: también está el caso del Caníbal de Roterburgo. Él conoció a sus amantes por la red y después
se los comió. Con él fueron benévolos, le dieron ocho años y medio de cárcel. Muy poco, teniendo
en cuenta que aunque contara con la autorización de la víctima para devorarlo, la víctima al fin y al
cabo se murió...
Rosalía: ¡Basta, basta! ¿Qué te dijo respecto de que yo tenga cuatro chicos?
Eira: No se lo mencioné.
Rosalía: Cómo que no...?
Eira: No me pareció prudente. Para mí era una personalidad peligrosa.
Rosalía: ¡Pero qué hizo!
Eira: Nada, nada. Fue cortés, amable. Me dio una rosa roja de regalo que tiré por ahí, sin olerla, no
fuera cosa que le hubiera puesto un narcótico a los pétalos...
Rosalía: Vos mirás muchas películas, Eira. Además la rosa roja era mía! Él me la trajo de regalo a
mí.
Eira: Yo soy cuidadosa. ¿O qué? ¿Querías que te matara a vos oler la flor? Después de todo el lío lo
hiciste vos. ¿Qué te iba a pasar por tener una cita a ciegas?
Rosalía: Por lo que decís, me podía comer...
Eira: Recaudos que yo tomé porque el tipo era cocinero. Hubieras puesto el cuerpo vos. Qué tanta
vergüenza por conocer un hombre, por favor. Te hice un favor y ahora me torturás.
Rosalía: Yo no te torturo. Lo que pasa es que vos hace mucho que no tenés sexo. Eso afecta. Parece
que a nosotras no nos afecta, pero afecta...
Eira: Estás siendo insultante. Además no es que no tengo sexo. Es que no lo comento que es
diferente.
Rosalía: Ah, sí. No me lo digas. ¿Y con quién te acostaste?
Eira: No te parece una pregunta un poco íntima?
Rosalía: ¡Me estás diciendo eso a mí!
Eira: ¿Hay alguien más?
Rosalía: Soy tu amiga, ¿no? Te dí mi confianza para que te veas con el cocinero que me gustaba y
me venís con...

Larguísima pausa.

Rosalía (de pronto): No te habrás acostado con él?


Eira: No...
Rosalía: Ah. Eira: hace veinte años que nos conocemos.
Eira: Sí.
Rosalía: Miráme. (La otra lo hace.) ¡Vos te acostaste con el cocinero!
Eira: Pero no.
Rosalía: Miráme bien. Acá a la pupila. Así. Te acostaste con el cocinero. Te conozco. ¿Por qué?
Eira: Basta, Rosalía. No me gusta que hagas esto.
Rosalía: ¡Me traicionaste!
Eira: No significó ninguna cosa..., no...
Rosalía: ¡Lo hiciste entonces!
Eira: Fue así, no sé qué decirte, cómo explicarte. No vayas a hacerme una escena... Mirá por favor
que no soporto... no, no. No te pongas a llorar, no seas tarada. Preparó la comida él mismo, le puso
una hierbas griegas, cúrcuma... era un conejito trozado, cocina muy bien, no es un chef del
montón... yo creo que la comida era afrodisíaca, porque mirá que yo no iba con ninguna intención y
aparte a mí el tipo ni me gustaba...

38
Rosalía: ¡Te acostaste con el hombre que era para mí! ¡El cocinero era mío! ¡Yo lo conquisté! ¡Y me
venís con el asesino-carnicero-caníbal de no sé dónde para justificarte! ¡Sos una traidora!
Eira: Rosalía, por favor, bajá la voz. El mozo nos mira...
Rosalía: ¡Y qué! ¡Te gusta el mozo acaso!
Eira: Calláte.
Rosalía: ¡Ninfómana!
Eira: En resumen, dice el cocinero que va a llamarte.
Rosalía: ¿A mí?
Eira: Sí.
Rosalía: ¿Le revelaste que yo no soy vos al final?
Eira: Sí.
Rosalía: ¿Y para qué va a llamarme?
Eira: No sé. Para ir al cine. Le dije que te llamara.
Rosalía: Y el cocinero qué hizo, eh? Cómo se puso cuando supo que vos le hacías el test de calidad?
Eira: Sos una ordinaria.
Rosalía: No quiero verte más en mi vida.
Eira: Lo mismo me dijiste cuando te enteraste lo de Germán y ahora me decís que te hice un favor.
Rosalía: Ni que te acerques a mi casa, ni a mis hijos.
Eira: Estás aturdida. Después llamáme vos.
Rosalía: No. Nunca.
Eira: Está bien. Hacé como quieras.

Pausa.

Rosalía: ¿Cuándo me va a llamar?


Eira: El miércoles, creo. Para arreglar algo para el sábado.
Rosalía: El sábado no puedo. Me toca este fin de semana estar con los chicos.
Eira: Te los cuido yo, si querés.
Rosalía: No te molestes.
Eira: Si no es molestia. Podemos ver una película... me puedo quedar a dormir en tu casa, así no
tenés obligación de venir temprano...

Rosalía: Sí? Tu tía no se va enojar que no la ciudás ese día?


Eira: No..., si le aviso con tiempo...
Rosalía: Ah. Hay que ver si me llama el cocinero. El sábado es para ir al restaurant en el que el
trabaja?
Eira: O al cine, no sé.
Rosalía: Vos quedaste en volver a verte con él?
Eira: ¡No!
Rosalía: Ah.
Eira: te lo juro por mi tía Nidia.
Rosalía: ...
Eira: Dejá pago yo los cafés.
Rosalía: Bueno. ¿Lo hacés por culpa?
Eira (con sorna): Pagar los cafés? Sí, sí. Pedí la cuenta, vamos.

Apagón.

39
Los Magos
(Dos hombres mayores)

Sala de pasos perdidos de una Convención de Magia.

Personajes
Mago Bertoldino
Mago Alexander

1.
Alexander: Fuma?
Bertoldino: No.
Alexander: No. ¿A su edad y no fuma?
Bertoldino: No.
Alexander: Ni un puro? Uno de vez en cuando?
Bertoldino: No.
Alexander: A mí me gusta un puro después de comer. Así que no fuma nada, ni cigarro, ni habano,
ni pipa...
Bertoldino: Nada.
Alexander: Por lo tanto, no tiene un cigarrillo.
Bertoldino: Antes, hubo una época en que escupía fuego. Me echaba aguardiente en la garganta y...
ya sabe, el truco. Yo era un bambino. Diez, doce años. No recuerdo. De entonces no le encontraría
el gusto a fumarme un cigarrillo...
Alexander: Comprendo. Nervioso. Esta... convención... no sé por qué vine. No es una reunión del
sindicato. No es bueno oír cómo hace un hombre así los trucos en el escenario. Mi padre nunca lo
habría permitido. Venimos de una larga prosapia de magos en Europa, en Serbia y Hungría... La
familia se hizo en Subotica en la frontera, pero después se movió hacia el oeste, por las guerras... y
nunca, nunca en ningún lugar se daban clases de magia... Eso es nuevo.
Bertoldino: Es nuevo.
Alexander: ¿Es lo que llaman progreso ahora?
Bertoldino: Todo por televisión lo hace este señorito de ahí. Con control remoto. Me lo explicó mi
nieto. Abuelo, dice, cómprate una computadora. ¡A mi edad! Una computadora para qué? Yo saco
palomas de los pañuelos, conejos de la galera... ¿qué hago con una computadora?
Alexander: Escribir cartas.
Bertoldino: ¿Qué?
Alexander: La gente ahora se escribe cartas por ahí.
Bertoldino: ¿Y cómo?
Alexander: No lo sé.
Bertoldino: ¿Y qué seguridad tienen de que las cartas llegan?
Alexander: No sé...
Bertoldino: Yo ni siquiera escribía cartas antes. Menos ahora. Mi madre, mi padre, todos los que
quedaron en Calabria, no sabían ni leer ni escribir, así que para qué?
Alexander: Ah! A mí antes me daba mucho placer escribir cartas. Cartas de amor. No se ría. Me
salía bien. Conquistaba a una o dos muchachas. Con una fue una gran pasión. Lily. Respondía cosas
hermosas. Frases, ¡qué frases! Me quedaba tieso de solo leerlas... Un día, la conocí. Una mujer
hermosa, perfecta. Le gustaba mucho la magia. Le hago el truco de la moneda, ella ríe. Hago el
truco de los pañuelos de colores, ella aplaude. Finalmente y para no aburrirlo: contrato a Lily como
partenaire, mi ayudante, le pido casamiento. Sí, sí. O todo o nada, yo estaba muy enamorado. Ella
dice sí. Guardaba todas mis cartas en un valijín con llave, una cinta azul, atadas, desprendían olor a
violetas. Un buen día, reñimos. Una tontería, no recuerdo. Ella dice... no dice, no: grita: ¡Nunca leí
tus malditas cartas, Alex! ¿Oye? La aparto del camino de un bofetón, fuerzo la cerradura del valijín
y allí estaban las cartas, una a una, sin abrir...

40
Larga pausa.

Alexander: ¿Qué me dice?


Bertoldino: Nada, yo no hablé.
Alexander: ¿Qué me dice de lo que le cuento?
Bertoldino: ¿Se divorció de ella?
Alexander: No... Me abandonó. Era más práctico, más rápido. Ella era una mujer así.
Bertoldino: ¿Vive?
Alexander: Sí. Creo yo. Hace por lo menos cuarenta años que no la veo. No sé nada de ella. Al
principio sí. Iba sobre sus pasos. Ah, Dios nos libre de las bajas pasiones. La perseguía. País por
país. Contraje enormes deudas. Un día tomó un vapor... me engañó... ella sabía que iba tras ella... a
Grecia. El vapor partió a Grecia y ya no tuve valor... Estaba exhausto.
Bertoldino: ¿Y después?
Alexander: Alguno dijo que iba por ahí. Era una descarada. Se dedicó a la magia.
Bertoldino: ¿Cómo dijo que se llamaba su...?
Alexander: Cantaba. No, no hacía trucos. Se hacía la Marlene Dietrich.
Bertoldino: ¿Lily, dijo?
Alexander: Yo tenía la ilusión de que muriera en la guerra. Han caído tantas bombas, alguna podría
haber caído sobre ella. Pero Dios no oye mis plegarias.
Bertoldino: Creo recordar...
Alexander: Dios me odia. Sin motivo, nunca le di un motivo valedero, si uno compara mis acciones
con las de Hitler, por ejemplo... pero Él me odia igual. Es injusto.
Bertoldino: Mariú.
Alexander: Muy injusto.
Bertoldino: Mariú Vittorini.
Alexander: ¿Cómo dice?
Bertoldino: El nombre que tomó ella.
Alexander: ¿Quién?
Bertoldino: Ella! Su Lily.
Alexander: ¿De qué habla?
Bertoldino: La conocí en Siracusa.
Alexander: No es posible.
Bertoldino: Cantaba, entretenía a los americanos. No tuvo un buen destino.
Alexander: ¿Cómo sabe que era ella?
Bertoldino: Me enseñó. Unas cosas de la magia. Bert, me decía. Ella me llamaba Bert. Era muy
simpática. Bert: no necesitas que te enseñe. Has nacido sabiendo.
Alexander: Muchas otras mujeres hacen...
Bertoldino: Era una flor. Es, era la que usted dice. Cantaba, tenía un lunar aquí en la mejilla.
Hablaba de que había vivido con un mago. Nunca dijo que estuviera casada y en la guerra esos...
detalles no eran importantes. Muy hábil era, muy tramposa. Dicen que era espía, porque hablaba
muy bien el alemán. Hacía de intérprete, ya sabe: El soldado quiere que usted señora le cocine un
risotto con esto que él trae... cosas sin importancia. Pero después la detuvieron.
Alexander: No creo que sea ella. Era una mujer cobarde.
Bertoldino: Tuvo amores con un partisano.
Alexander: Lily? No es posible.
Bertoldino: Los tuvo.
Alexander: Entonces no es mi Lily. Mi esposa, ésa mujer... era una estúpida... no mucho más que
cualquier otra mujer, quiero decir, le interesaban los vestidos, los collares, los adornos de oro... No...
no entendía una sola palabra de política...
Bertoldino: La que yo le digo también era coqueta.
Alexander: Pero la que usted dice se llamaba distinto y vivía en Siracusa.

41
Bertoldino: Yo puedo dar mucha fé de cómo era ella. La conocía muy bien.
Alexander: Ahí tiene! No es la misma. Lily no se dejaba conocer por nadie.
Bertoldino: Era mi mujer. ¿Cómo no iba yo a conocerla? Me levantaba antes que ella y la veía
dormir. Si ponía una mano sobre su frente hasta sabía que cosa soñaba. Me robaba, es cierto. Me
quitaba dinero de la billetera, el poco que en aquel entonces tenía, y al poco tiempo aparecía con un
vestido nuevo o una blusa... que compraba en el mercado, a las mujeres ricas que debían deshacerse
de su ropa para poder comer...
Alexander: ¿Su mujer le robaba?
Bertoldino: Era preferible que me robara a que tuviera un amante que le regalara estas cosas, ¿no
cree?
Alexander: Lily era incapaz de robar.
Bertoldino: No conozco una sola dama que no sea capaz de hurgar el bolsillo de un hombre para
sacar lo que quiere...
Alexander: ¿Por qué la detuvieron?
Bertoldino: Cosas de la época. La guerra. Ya la he llorado mucho. Pobre Mariú...
Alexander: ¿Qué pasó?
Bertoldino: A usted lo dejó, dijo?
Alexander: Sí.
Bertoldino: Se fue con otro?
Alexander (asiente): ...
Bertoldino: Tenía inclinación a hacer ese pecado.
Alexander: Usted no sabía que ella era espía.
Bertoldino: Ella no practicaba el espionaje! Pobre mujer mía.
Alexander: No pudo impedir que...?
Bertoldino: No.
Alexander: La ejecutaron?
Bertoldino: ...
Alexander: Qué pena tan grande.
Bertoldino: Eh, sí.
Alexander: Tenía sus virtudes.
Bertoldino: Pocas, señor Alexander. Pocas virtudes, muchos defectos. Eso dije a los americanos.
Después me arrepentí. El papel de marido celoso no me va bien. Estaba loco en ese momento. Dije:
Magia? Ella hace magia delante de sus narices y ustedes no la ven, están embobados con ella! Le
andan detrás como perritos y ella les roba los planos, les oye las conversaciones en el radio que
después reparte a los enemigos... Así que la detuvieron.
Alexander: ¿Usted...?
Bertoldino: Sí, pero me he arrepentido.
Alexander: Y cómo pudieron probar que ella les robaba...?
Bertoldino: No era ella. Era yo. La magia me era muy útil. Un gran cargo de conciencia. Dios
perdona al arrepentido.
Alexander: ¿La denunció en falso...?
Bertoldino: Dios perdona.

Apagón

42
Monólogos

43
Algo me está pasando
Monólogo para un hombre

Salustio:
Antes no era igual.
Yo me sentaba acá y esperaba que ella pasara, eso sí. Pero era distinto.
Me preguntan: ¿qué era distinto?
Había viento, les digo. Se volaba todo. Tenía que agarrarme el gorro con las dos manos.
Contesto así por decir algo.
Para sacármelos de encima.
La gente me tiene harto, tanta estupidez, tanta seguridad: nada más que ellos saben por dónde va el
camino recto; lo que hay que hacer, lo que no hay que hacer... Ellos caminan el camino recto y yo
voy por cualquier lado, eso es lo que pasa.
Sí, sí, digo. Sí, sí, tiene razón, señor.
Usted sigue la bohemia, anda un poco por acá, un poco por allá. La sigue a la muchacha con los
ojos y ella ni siquiera lo mira. Altanera, lo desprecia. Le echa en cara que usted sea tan poca cosa y
ella poco menos que una diva. Más linda que un ángel, más mala que el hambre.
Levántese de la silla. Vuelva al camino. Haga su vida como un hombre.
Ande por el puerto, emborráchese con los marineros.
Cruce la bocacalle atento a la luz del semáforo; acompañe a un ciego.
Palmee el lomo de los perros vagabundos.
Así recomiendan ellos.
Sí, sí, repito. Sí, sí, tiene razón, señor. Lo voy a hacer, señor.
Silbe a las mujeres que se contoneen, dice.
Vaya a acostarse con alguna: eso corta cualquier obsesión. Conozco una que se llama Margarita y
está en la esquina de… Hay una, la Pelirroja, tiene un departamentito en… y ahí lo puede atender.
Josefa, recibe en el hotel tal…
Todos conocen una mujer para salir del apuro.
Pero mi corazón no está apurado.
A veces ya ni lo siento; estoy muy gordo.
Hace diez años escuchaba el tic tac, tic tac. Y cuando ella pasaba el corazón golpeaba tan rápido que
parecía que iba reventar.
Hace diez años que la veo ir y venir.
Carmencita. Ese es el nombre.
Alguien una vez la corrió para entregarle un paquete y la llamó por su nombre. Una compañera, otra
con el mismo delantal.
Usa un vestido azul, seriecito. Es un uniforme, trabaja en la perfumería. Allá, de acá se se ve bien el
cartel de letras verdes. Hace las tres cuadras despacio, tiene la suerte de vivir cerca del trabajo, no
tiene gasto en transporte. A lo mejor ella no piensa que es una suerte. Siempre el mismo vestidito
azul, y cuando vuelve la sigue el olor de perfume que trató de vender por la tarde y se estuvo
probando o se le quedó pegado. No siempre es un perfume barato. Ella debe recomendar perfumes
ricos, a flores. Ella huele como una flor abierta.
Los domingos no vengo. Es cuando se debe ver diferente, pero justo yo no la puedo ver. Todo debe
ser diferente. Si tuvo novios o pretendientes, hasta debió pasear con ellos de brazo, por acá.
Yo los domingos estoy lejos, en otra parte. En medio del río, pescando. Es lindo pescar, después frío
todo a la noche y mis hermanos disfrutan del pescado frito.
Me da risa el ruidito del pescado en la sartén, es como un risa ese ruidito. Le echo orégano,
pimienta negra, sal, aceite de oliva.
Nos sentamos, comemos el pescado.
Ellos dicen:
-Salustio: Cuándo vamos a conocer a Carmencita?

44
Creen que es mi novia, que un día de estos nos vamos a casar.
-Es muy tímida –les digo- tiene miedo de conocerlos.
Desde la cocina, mi madre grita:
-El amor es un pájaro rebelde.
Yo después ayudo a lavar los platos.
Nos acostamos muy tarde; son lindos los domingos, la familia…
Pero algo me está pasando, creo yo.
Porque el lunes, después el lunes me cuesta levantarme. A veces ni siquiera tomé un vaso de vino y
me cuesta levantarme igual. Me hago el propósito de hacerlo a tiempo, pero se me pega la sábana.
Llego tarde a mi banco y ya no la veo pasar. Ya pasó por ahí.
Antes esto no me pasaba, antes yo era distinto.
Estaba más enamorado o tenía esperanza, no sé.
Antes era distinto.
No cambió nada, pero yo no lo puedo entender.
Era distinto.

45
Comerse a Teodorico
Monólogo para un hombre

Un granjero. Sostiene sobre una mesa de madera basta frente a él, un gallo muy vistoso. Junto a su
mano derecha hay una cuchilla.

Granjero (lastimoso, llorando):


Después de once años, me dirás... Estoy forzado, Teodorico. No es por mi gusto. Fue el granizo.
(Enfático) Ya sé, ya sé que tendría que haber asegurado la cosecha... Pero necesitaba pagar la deuda
del hospital... ¿Qué culpa tengo yo de haberme roto la pierna? Te ruego que no me mires con odio.
Odio no, Teodorico: fue la fuerza de las circunstancias. ¿Qué? ¿Qué estás cacareando? ¡Yo no
estaba borracho! Jamás me emborracho. (Calmo) Pero había sido el Día de la Independencia, ¿qué
iba a hacer?, ¿quedarme como un idiota mirando como Myra bailaba con otro? ¿rehúsando tomar su
ponche y que ella interpretara que yo le hacía un desprecio? (Larga pausa) Sí, bebí siete vasos. De
amor por ella. Para que se sintiera querida, apreciada como licorera... ¡No! No te estoy dejando para
irme con ella. ¿Cómo se te ocurre? Sí, sí: es que veo en tus ojos que eso es lo que piensas. Ah...
volvemos a las viejas heridas... Juraste que no ibas a reprochármelo más y ahora... ¡Perjuro! Cinco
hembras tenías, cinco, para ti solo. ¡Y yo tenía hambre! ¡Fue un año de sequía! ¡El maíz estaba
como embrujado, no crecía! (Chillando) Yo no... yo no... ¡basta, basta! No me digas que eras un
patriarca y yo arruiné tu vida... (Esgrime la cuchilla, la afila). Me has hecho perder la paciencia...
(El gallo canta. El granjero rompe en llanto): ¡Voy a extrañarte tanto, Teodorico! ¡Once años
anunciando la salida del sol! ¡Once! (El gallo picotea "cariñosamente" al granjero). ¿Qué? No...
¡Noooo! Eso sería terrible, Teodorico. (Conciliador) Es... un poco perverso... Kitty, es una buena
gatita... ¿A la olla? ¿Kitty? No... ¿Con zanahorias y cebollas? (El granjero se da vuelta, esconde la
cuchilla y llama al gato): Mish, mish... Kitty, Kitty, ven con papi...

46
Cruz Roja
Monólogo para una joven

Personaje:
Linny, joven enfermera norteamericana.
Pequeño dispensario de la Cruz Roja en una zona de guerra. Cualquier guerra de los últimos diez
años, cualquier país. Hay un biombo, un escritorio, un teléfono. Sobre el escritorio una bolsita de
papel que contiene el almuerzo de Linny. Limpio sin exageración.

Linny
(golpean a la puerta)
Un momento, por favor. Estoy ocupada atendiendo. (Linny se sienta y masca con rapidez el
sándwich; escupe.) Qué asco. (Intenta tragar.) Ya abro... Qué asco. (Va hacia la puerta, abre.) Ah,
sí... No es que no tenemos. No, no hay más inyecciones de penicilina... (Con horror) ¡No!! ¿Qué
pastillas de morfina? ¡No! ¿Qué creen? ¿Qué es una tienda esto? ¿Qué es un tugurio de fumadores
de opio? No puedo darles morfina. (Va hacia el escritorio, saca un arma.) A ver si comprenden: no
hay. ¿Sufren? Ok, sufran. Cristo sufría y no se quejaba. ¡Cristo dije! Y bueno, háganse cristianos,
¿yo qué culpa tengo? Si digo que no hay más, no hay más. ¿Qué piensan?, ¿qué la fabrico yo? No,
con esos modos no se puede entrar aquí. (Lentamente.) No se puede entrar. No. (Amartilla el arma)
Hábleme más lento que no le entiendo. ¡Ay, pero qué lengua del demonio! No entiendo. Lento. ¡No
le entiendo nada! No puede entrar acá. (Portazo. Suspiro luego, vuelve al sandwich.) Así no se
puede vivir... ¡Ah, las verdes praderas de Wichita! (Se le escurre una lágrima.) Cuánta nostalgia.
(Quejido detrás del biombo; Linny sale. Fuera) Cálmese, cálmese. ¿Me oye? No, no me oye nada.
A ver... quieto, es un pinchacito nada más. Ya pronto vendrá el médico en el helicóptero y lo va a
curar... Tranquilo, tranquilo, pronto va a estar bien. (Sale del biombo; malestar por el mal olor.)
Apesta. ¿Por qué nunca está Schneider cuando se lo necesita de guardia? ¿Por qué se le mete hacer
turismo en cada país en guerra que estamos, oh Dios? (Golpes a la puerta.) ¡Otra vez! ¡¡No hay
morfina, no hay penicilina, no hay aspirina, no hay vacunas, no hay algodón, no hay ni jarabe para
la tos!! ¿OK? ¡Lo único que hay es cinta adhesiva! (Se levanta, atiende.) ¿Qué pasa? Vendas. Sí,
vendas. ¡No se puede hacer una bandera blanca con las vendas! Esto es para los heridos. No, no. Si
se van a rendir yo no les doy nada. No sé, no me importa. Yo estoy al servicio de los enfermos y
heridos. Si ustedes quieren hacer una bandera de rendición allá ustdes. Yo en asuntos políticos no
me meto. No, no me meto. Yo estoy del lado del Bien. No, no sé quién son los buenos. Ah, OK. ¿De
qué me acusan ahora? ¿Eh? Si ustedes viven como unos ateos asquerosos es culpa de ustedes. ¿O es
culpa mía ahora? Ah, ah... Eso quería escuchar, OK. Un poco de gratitud. Las prótesis van a llegar
mañana. Sí, mañana. Vienen en helicóptero. Las lanzan cada una con un pequeño paracaídas. Un
espectáculo muy hermoso. Todas piernas, sí. No, brazos no... eso toca el... a ver... (se fija en un
almanaque) ...viernes de la otra semana... ¿No tienen ninguna de esas fiestas religiosas suyas?
¿Cómo cuáles? Las paganas, las de... OK, ok. No quise faltar el respeto, lo siento. No, lo siento. Ya
lo he dicho: no quise faltar el respeto a vuestro paganismo. ¡Ah, por el amor de Dios! ¡Cuando se
ponen quisquillosos no los soporto! Terminemos. Mañana, piernas. No quiero una multitud acá
formada abarajando piernas, por favor. Nada más los jefes vienen, en orden, y atajan una prótesis
cada uno. ¡Los jefes! Cinta adhesiva les puedo dar. (Busca un rollo de cinta y se los da. Se
marchan.) Así no puedo vivir, no puedo... Ah, Wichita, Wichita, ¿qué me hizo abandonarte? ¿Fue el
amor al capitán Brendam? Ah, el amor mueve al mundo. (Va detrás del biombo. Fuera) Este
hombre no respira... Míster Abdul... Míster Abdul... Ah, ahí está, qué susto. (Suena el teléfono.
Atiende.) Sí, mi General. La sargento Linny, mi General. No, mi General. El capitán Brendam
desertó. Huyó sí. Mejor no le digo con quién. Una malvada, General. Nativa, sí. Ejecutarlo, claro.
(Pausa larga) ¿Qué? No puedo hacerles decir ‘Dios salve a la Reina’ a los nativos. No, no. Usted no
comprende. (Titubeando) Un problema religioso, psí. Ellos no creen en Dios, psí. Ateos, sí.
Comunistas, no sé. Terroristas, lo más probable. Compréndame. Aun cuando creyeran en Dios, ellos
no quieren que la Reina se salve. No. ¿Cómo que por qué, mi General? Con el debido respeto, mi

47
General. Ellos están en guerra en contra de la Reina; del Imperio, sí. ¿No es un poco...?
(Asintiendo) ¡Claro que es la Reina la que manda las latas de sopa! ¡Los potes de cacao! ¡Las latas
de atún! No, no las comieron. Dicen que había botulismo dentro. La desconfianza de los salvajes,
claro. No, por supuesto, yo no comí eso... ¿Qué por qué lo dicen? Por salvajes, desagradecidos,
ignorantes... Sí, cuatro perros se murieron. Pero enseguida los enterró el soldado Kramer, mi
General. Les echó cal encima. Perros nativos, mi General. No, el Tiger se salvó gracias a Dios. ¡Por
algo es un airedale terrier fuerte y sano y alimentado con alimento para perros americano (sabor a
pollo, siempre, sí, mi General)! El soldado Kramer tuvo que esconderlo al Tiger; los lugareños se
lo... sí, sí. Comer. Comen perros, mi General. Los estamos civilizando, mi General. Hacemos todo
lo que podemos. Pero no abren las latas de atún, no. Cambio y fuera, mi General. Los justos, sí.
Venceremos, mi General. (Estampida en la puerta.) ¡Ahora qué! (Voces y gritos en lengua del país)
No entiendo nada, despacio. Gomer, sí. Ajula gomer. ¿Todos murieron? Qué lástima. ¡No! ¿A qué
voy a ir yo? Si me dicen que están todos muertos. Ajula, ajula ¿qué quiere decir mombundia. ¿Qué?
OK, si dijeron que fue un error fue un error. Lo siento, lo siento. ¡Pero desde el aire no se sabe que
ustedes están festejando una boda! ¡Las bombas no distinguen la paz de los actos terroristas! ¿Qué
más? OK, ya se disculparán, consuélense. El General siempre se disculpa con ustedes de los
errores... ¡es una guerra, qué quieren! (Busca el arma, los apunta) Atrás. No, no, no. Yo no tengo
nada que ver. Si hay heridos me los traen y los curo como puedo. ¡Fue un error! ¿Ustedes no
cometen nunca errores? Ah, OK. Hay que saber perdonar. Dios en el Cielo nos perdona... ¡Afuera o
disparo! (Traba la puerta con una silla. Va detrás del biombo.) ¡Dios mío, no respira más! ¡Mister
Abdul! Vamos, vamos. (Sonidos de inspiración de Linny.) Ay, no puedo. Respiración boca a boca,
qué asco... No... No puedo. ¡El fibrilador! ¿Dónde está? Ay, demonio. No hay electricidad. ¡Mister
Abdul, respire! ¡Masajes cardíacos! ¡Respira, cariño, respira! Qué pena. Se murió. ¿A quién
entregarán el alma estos tipos? (Vuelve a escena, compungida con las jeringas en la mano.) ¡Se me
mueren todos, siempre! ¿Por qué me llegarán tan reventados? ¡No es justo! No puedo salvar ni uno!
Hay que hervir esto... (Comprende.) Ah... le puse demás, eso fue. OK, un error. ¡Es muy difícil estar
atento a cada detalle en una guerra! Es humano. En una guerra es humano equivocarse... y uno es
menos humano que nunca... (Llora) Ah, Wichita, Wichita...

Fin

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Flor de azúcar
Monólogo para una mujer

Comedorcito, mesa tendida que Mabel va levantando lentamente. Han acabado de cenar. Erico
permanece estático en su silla, pálido, los ojos vidriosos. (Puede ser una persona o un muñeco.)

Mabel
Estaba rico, eh? Yo tenía miedo que se pasara un poquito. Por eso añadí la albahaca. La albahaca
tapa el gusto a quemado, así decía mi abuela. ¿Te acordás de mi abuelita...? Le fue siempre fiel a mi
abuelo. Usanza antigua lo de la fidelidad. Yo... yo... (se sienta de repente, apasionada). Yo sabía
que ibas a volver, Erico. Quince años estuvimos juntos, quince años no pueden irse y desaparecer
así... en el aire... el cariño: el haber estado tan juntos en los buenos y en los malos tiempos. Las
cosas que nos pasaron: cuando salí Miss Simpatía en el Club Náutico, cuando me casé con vos,
cuando dí luz a los chicos... Cuando te echaron del trabajo, cuando te jugaste la indemnización en el
Casino, mis ahorros en el Hipódromo, diciendo que tenías una fija y... ¿te acordás? Qué infeliz,
¡cuánta infelicidad, cuanta amargura!, ¿y cuando dijiste que tuviste amnesia y te fuiste a Comodoro
Rivadavia con la bailarina que te desvalijó al final...? Pobrecita, era menor de edad. Seguro que la
engañaste.
No, no, no. No son reproches, mi amor. Es lo que saltó a la luz de las investigaciones.
Ay, te dije mi amor! La primera vez que te vi en el club, vos estabas borracho, y yo dije: Ese
hombre va a ser el amor de mi vida. Tenías los ojos brillantes... como ahora, Erico. Luchará contra
el alcoholismo y vencerá, dije yo. En fin, viste que yo soy una ilusa. En realidad... no sé si ilusa u
optimista... Masoquista, vocación de mártir? Como sea... fuiste a Alcohólicos Anónimos a buscar
nuevos compañeros con quienes emborracharte, haciendo fiestas en casa... Los pobres tipos se
estaban recuperando y vos ibas y los corrompías... ¡Pero eran lindas esas fiestas, no lo voy a negar!
Me entró como nostalgia, mirá, de acordarme. Vos tenés un humor, una rutina de chistes... el que
no se ríe con vos es porque está muerto. Dos chistes y te metías en la cama a cualquiera... ¿es así el
dicho? (Piensa.) Ah, en el bolsillo es.
Se me confunde por los nervios, la excitación de tenerte acá enfrente otra vez como antes...
¿Hago un tecito digestivo? Hay de hierbas, con canela, boldo... ¿qué querés?
Estás mudo, Erico. Es la emoción, ¿verdad? Hace diez años que saliste de esta casa... la chiquita
aquella te esperaba en la esquina... yo no sabía, claro. Yo no sabía nada de tus actividades, tus...
aficiones. Después me enteré por los diarios, el proceso. Estupro. Corrupción de menores. Hasta
violación... Toda una conmoción. Imaginate Marianita cómo lo tomó. Ella tenía catorce años. Un
año menos que la chiquita con que te fuiste...
Me oís, Erico?
Estaba pesado el lechón. No, ¡si había que ponerle enebro y no albahaca! Ahora me acuerdo, qué
boba. Bueno, pasa. Tengo tantas cosas en la cabeza... ¿te sentís bien, querido? ¿Querés que te lleve
a la cama? Pensás dormir acá, verdad? O te conseguiste una pensión? Claro que, ¿quién aloja hoy a
un ex presidiario? Es difícil, ponete en el lugar de la dueña de la pensión. Hoy le pagás el mes y
mañana le violás a todas las pensionistas mujeres.
Cuando salió tu historial en la tele, enseguida vino Safira toda revuelta, diciendo que nunca se había
imaginado que vos fueras un macho cabrío. Yo le dije que yo tampoco. Por lo que pasaba acá en
casa, eso era imposible de sospechar que afuera... ¡Ojo, Erico! Te lo digo con mucho respeto. Por
suerte la policía no hizo esa clase de preguntas. A mí me da pudor hablar de nuestra vida sexual. De
nuestra falta de vida sexual. Pero... por sobre todo, una es madre. Por eso cuando Damiancito vino y
me dijo que él quería estudiar medicina... ¿con qué se lo iba a pagar yo? Entonces se nos ocurrió
hacer tu biografía no autorizada, Erico. Fue un suceso. Y el nene dio el ingreso y aprobó. Eso te lo
debemos a vos, querido. A tus desvaríos. Todos esos informes de los forenses que conseguimos, los
testimonios de las víctimas...
Pero... ¿sabés que me pasaba a mí?

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Miráme, querido.
No, no creo que sepas.
Yo me preguntaba: a pesar de la chifladura que padece el pobre: ¿soy yo el amor de su vida? ¿soy
yo la mujer a la que él eligió por siempre para unirse espiritualmente? Digo espiritualmente porque
lo otro se vio que no. Es por eso que te recibo. Porque necesito que me lo digas. No me deja dormir
esta inquietud. Me levanto en medio de la noche... (muy angustiada) voy de acá para allá... me
pregunto, me pregunto... ¡me torturo! Y no quiero empezar a tomar pastillas todavía... Digo: ¿le
entregué mi vida a un idiota? ¿le di mi amor a un delincuente? No, no te exaltes. Sé que no entendés
de qué te hablo... la angustia la vive el resto de los seres vivos, mi amor, no vos.
Y estuve pensando...
¿Viste el jardín qué precioso está?
Le dije a Damiancito que me quite los plantines de flor de azúcar... así pongo ahí plantas de menta...
La flor de azúcar nunca me gustó, me parece tan ordinaria... es la plantita más barata en todos los
viveros... y ese color de las hojas: sangre seca, sangre sucia. La flor blanca, minúscula... En cambio,
en Grecia o en no sé dónde la menta es como una maleza. Frondosa, olorosa, enseguida se come
todo alrededor, para abajo, para arriba... ¿Ves? Asomáte, mi amor. No se vé mucho porque es de
noche. Hizo una zanja como de un metro para transplantar la menta y que eche raíces fuertes,
profundas... A mi me gusta tanto el olor de la menta...
Llegué a la conclusión que me contestaras lo que me contestaras no ibas a satisfacerme la pregunta.
Es imposible que me contestes algo que me deje contenta. Que sea honesto, sincero, que no tenga el
objetivo de arruinarme el día, los días, las noches, los años... Por eso, ni me tomo el trabajo de
preguntarte. ¿qué sentiste por mí?, respondéselo a Dios o al Diablo. Según quien te toque. El
último, probablemente. Y dentro de un rato...
Ni albahaca ni enebro, mi amor.
Arsénico.
Eso hizo más pesado al lechón.
Qué pena.
No saber cocinar bien es una pena, Erico.

Carga a Erico y comienza a llevarlo hacia el jardín.


Apagón

50
Espejito, espejito
Monólogo para una mujer

La Reina Mala del cuento de Blancanieves está sentada frente al espejo al que suele consultar,

Reina Mala:
Espejito, espejito, ¿quién es más linda que yo? (Espera.) ¿Quién? (Enfureciéndose.) ¿Quién?
(Furiosa). ¡Ah, estoy harta! Hace dos años que estamos en esto y mi paciencia llegó al límite. Voy a
repetirte la pregunta y quiero que me respondas con total claridad. En voz bien alta, modulando
correctamente las palabras... Bien. (Infantil.) Espejito, espejito, ¿quién es más linda que yo? (Larga
espera. Luego furia.) ¡Pero será posible! ¡Si se murió! ¡Blancanieves se murió! ¡La enterraron los
enanos! (Oye) ¿Qué? ¿Qué Príncipe Azul? ¡No, si tenía que ser ese infeliz! ¿Y adónde viven? ¿Y
eso por dónde es? Ah, ¡pero si es lejísimo! Yo no voy a ir otra vez disfrazada de anciana como una
idiota, haciéndome la vendedora de manzanas... No, no y no. No, te estoy diciendo. Cuando digo
que no es no. Es que no sabes todo lo que me pasó en el camino la otra vez. Como los pícaros me
veían tan vieja y achacosa, me robaban manzanas envenenadas de la canasta... ¡Envenené a medio
Reino! Al carretero, a los ladrones del monte, a un pájaro carpintero que se hizo el gracioso y me
picoteó la fruta... ¡Todos esos esfuerzos para que me digas que fue ese tarado y la despertó con un
beso! ¡Con un beso, si es de no creer! ¿Qué necesidad tiene él de andar besuqueándose con cuanto
cadáver encuentra en el camino? (Un tiempo.) No, ya sé. ¡Te estoy diciendo que no volveré! ¡No!
(Oye.) ¿Cómo que ella también? No comprendo. ¿Cómo que te pagará mejor sueldo? (Furiosa.) ¿De
qué demonios estás hablando, Espejito? (Oye.) ¿Te vas? ¿Te vas al Palacio de Blancanieves? De
modo que me abandonas. (Furia helada.) Muy bien. No, no, me parece bien. Yo estoy a favor del
libre mercado. Ahí está el paño de limpieza que te pertenece y el jabón de lavado del azogue,
puedes llevártelo, a ver si ella te friega mejor que yo... (Camina en dirección contraria al espejo,
luego se vuelve, bruscamente lo toma y lo lanza contra el piso; luego le salta encima y lo pisotea en
un arrebato de rabia.) ¡Ahí tienes! ¡Traidor! (Ella busca una capa negra que le llega hasta los pies y
una canasta.) Bueno, ahí vamos otra vez a venderle a esta tonta las benditas manzanas..., qué
paciencia hay que tener por la belleza...

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La chica serbia
Monólogo para una joven

Sí, yo ser Dinka Matijas, sobrina del autor. No, no ser de aquí. No venir de Bulgaria. No de
Rumania. No de Croacia. No Eslovenia, no Montenegro, no Yugoslavia. Venir de Serbia. Vojvodina,
en Serbia. Cuando guerra en Rumania, familia ir Yugoslavia, vivir en Sarajevo, bonita ciudad.
Cuando guerra en Yugoslavia, familia ir primero Bulgaria, después Eslovenia. Muchos emigrar.
Guerras despedazan familias, personas, corazones. Al final, en los 90, escribir tío argentino, decirle:
Tío, busque a su sobrina Dinka Matijas, artista también, bailarina, conoce nueve idiomas, todos de
Balcanes. Canta en ruso tradición popular: Kalinka, Ojos Negros, La balada de Stenka Razin, No
dejan a Masha ir hacia arroyo; y otras folklóricas de Ucrania como Los hermanos o La noche.
También canta La estepa alrededor, que hizo famosa la cantante Nadezhda Oboukhova. Dinka
Matijas canta en español mucho poco, pero canta. Tío de América pedir fotografía, yo mandar. Tío
de América preguntar si ser soltera yo decir sí. Venga, sobrina a la Argentina y casése. Sí. Yo dejé
novio allá. Emir quedó corazón partido, pero no se puede vivir solo de amor; se necesita pan, vino,
agua potable. Miel. Aceituna, queso fresco. Salchichón. Yo ser mujer, necesitar aparte vestido rojo,
zapatos de taco, echarpe de gasa para proteger cuerdas vocales. Jabón oloroso, perfume fragancia
rosa, media de nylón. Alguna bijou, un pendiente, una anillo. La mujer que lleva vida pobre, se
mustia. La vida de mujer debe ser como una flor: clara, oscura: el pétalo de una rosa: fuerte, ligera,
profunda, efímera, inolvidable, encendida. La vida de mujer es como galleta pequeña: así tan
sabrosa, tan perfumada: un mordisco, dos mordiscos, se terminó la galleta. La miseria arruina el
pensamiento, las ideas no corren por falta de alimento bueno, la papa sola no basta, la papa de Rusia
es puro almidón y agua, no se puede comer. El nabo crece mejor, más gordo, pero el nabo harta el
paladar y agota las mandíbulas. Las ideas no corren en la Rusia y la ilusión tampoco, y mujer sin
ilusión ¿qué es? Una muñeca rota. Yo no ser rota, yo venir a la Argentina, casarme con mi tío en el
secreto. Allá no se puede; allá están locos. Allá no alcanza la plata; aquí se aprovechan Allá no hay
esperanza, mucho tristeza.
Tío de América persona rara; todo el día la cabeza metida en oscuridades, no piensa en hacer la
plata. Vida de bohemia. En la Rusia, la vida de bohemia no existe, aquí es permitida. Hay bohemio
flaco, bohemio gordo. En mi país proverbio dice: El flaco se asusta cuando el gordo adelgaza. Aquí
tío pasa la tarde en cafetín y después otro cafetín, y escribe, escribe. Comedia, tragedia, pantomima,
artículo para periódico de afuera, para periódico de adentro. A veces, vienen periodistas, lo
entrevistan, tío de América, marido ahora, mucho contento. ¡Sirve aguardiente, Dinka!, grita. Yo
sirvo, vaso de cristal minúculo color verde, flor de lis grabada. Una flor de lis por vaso, periodista
se bebe el aguardiente hasta la raíz de la flor de lis. Periodistas personas muy sedientas. Beben,
beben, postulan a marido mío para premio de teatro, puesto conservatorio de teatro, cátedra honor
sin causa, prometen publicar artículo, editar obras, llevar obras a comisión de lectura de teatros
importantes, a actrices internacionales. Yo ser actriz, digo, ninguno me oye. Periodista argentino
mira escote siempre; periodista uruguayo mira nalga. Muestro rodilla, rodilla no gusta. Periodista
español mira rostro, ojo, boca: el europeo es otra cosa, más humano es, lo advertía ya madrecita que
quedó en las montañas de Kosovo y creía en todos las presagios posibles, adivinaciones, sueños,
encantamientos, el fin del mundo, el diablo, tenía miedo de ratas, lechuzas, murciélagos,
cucarachas, mal de ojo, las tormentas eléctricas con rayos, los remolinos durante las tormentas de
viento, los hombres muy morochos, los que nacieron 29 de junia, día San Pablo y San Pedro, y 30
de abril en noche de Santa Walpurgys; miedo de las corrientes de aire, el agua helada, los desmayos,
la muerte súbita, las patadas de los caballos, el rábano con mucha sal, el bacalao del norte, los
espejos rotos, las tazas con manijas cachadas. No lee, no escribe la madrecita, no habla por teléfono.
Yo tener nostalgia pero también tenerla cuando estaba en Podgorica, Belgrado, Pristina, Zagreb.
Nostalgia forma parte de Dinka Matijas como pétalo blanco margarita forma parte de margarita.
Dinka Matijas no morir de nostalgia; promesa del diablo no cumplirse; Dinka Matijas bebe cuatro
tragos de vodka, no piensa en madrecita, no piensa más en novio Emir. Yo querer quedarme en la

52
casa, como toda persona, como toda chiquilla. Antes, la casa era allá, la madrecita. Ahora ya no sé
cuál es la casa.
"Habrá guerra", dijo abuelo: murió justo antes de que empezara. Otros dijeron lo que hubiera
también él dicho: “Tito somos todos”. Pero al despertarse cada mañana, después de la guerra, todos
no éramos Tito. Éramos nosotros, era el pueblo, solo.
Pueblos de estudiosos los Balcanes. Impacientes por empezar a 'estudiar', los croatas se pusieron a
matar serbios, los serbios a matar croatas, los croatas a matar bosnios, los serbios a matar bosnios,
los bosnios a matar serbios, los bosnios a matar croatas, croatas y serbios a matar bosnios, bosnios y
serbios a matar croatas, bosnios y croatas a matar serbios... Todos gritando, igual que hace
cincuenta años: "¡Ellos empezaron primero!".
En lo que se conocía como Yugoslavia, millones de personas huyen del hogar, somos refugiados.
Mueren cientos, mueren miles.
Mientras tanto, yo y otros como yo fuimos creciendo.
La palabra Balkan viene de dos palabras turcas que significan 'miel' y 'sangre'. Dinka vivió en
tiempos de miel y crece en tiempos de sangre.
Dinka pisar Francia una vez, compañía bailarinas rusas, ballet. Dinka coser tutú bailarinas, no
encontrar marido francés, no huir del hotel, no pedir asilo a Embajada, de Francia la echan; Dinka
regresar Yugoslavia. ¡Dinka solo tener un solo maldito tío de América, en la Argentina, al sur!
“Lo que más se echa de menos es oír llorar a bebé en nuestro pueblo”, decía la amiga Inga, que
decía anciana serbia que volvió a su pueblo en Croacia, después de vivir en campo de refugiados en
Serbia.
Marido mío buena persona. Mal comerciante. Mal carácter, eso sí. Mal amante. Marido mío
comilón de carne y guiso de maíz. Pastel pequeño de carne crujiente. Yo preparo baklava en lo
oscuro; aprendido de pastelero turco de Gora, Kosovo. Pelivan, se llamaba él. Simpático Pelivan.
Marido mío no hace el amor: duele la espalda tanta hora que pasa escribiendo la espalda inclinada.
Marido no vigila esposa, espíritu abierto, no tiene celo. Marido casarse en secreto por capricho, por
hacer novela. Yo poner pantufla al marido, arreglar la casa, la cama; yo cocinar; yo sonreír.
A Dinka Matijas la mira verdulero, carnicero, zapatero. La mira en la feria el repartidor, el señor del
taxi. Todos miran a Dinka Matijas y ella mira a todos porque no es estúpida. Qué mal hace una
mirada de amor, una ilusión de amor. Dinka Matijas pasa noche acostada al lado de marido helado,
a veces ronca a veces no ronca. Cuando ronca, Dinka Matijas ponerse algodón en los oídos y rezar.
Primero muy bajo:
-Virgen de Vladimir, hazme volver, hazme regresar...
Marido mío ronca fuerte, Dinka Matijas reza a la Virgen bien fuerte:
-¡Virgen de Vladimir, déjame volver!
No sé por qué me pasa lo que me pasa.
A lo mejor sea mi niñez.
A lo mejor sea la vejez.
Dinka Matijas saca entonces de abajo de cama de matrimonio, caja de zapatos con sandalia blanca
que marido regaló para casarse. Las sandalias son bonitas, las calza. Dinka se acuesta con cabeza
apoyada sobre caja. Dinka se duerme en el suelo; marido mío quién sabe qué sueña.
Pero Dinka no sueña: Dinka no sueña.

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Bajo tu dominio
Monólogo para un hombre

Alfio está con su atuendo de mago.Viste un frac. Galera, capa, varita.


Está practicando trucos frente a un espejo de cuerpo entero, antiguo.
A su lado, está Nina, una mujer hipnotizada.

Alfio
Ahora ella está ahí, dormida.
Le digo la palabra ‘Constantinopla’ y duerme, cae en un trance mucho más profundo.
Si le digo la palabra ‘Madagascar’, no despierta pero se mantiene como la ven.
Esta es una técnica que tiene muchos niveles de sueño.
Hace mucho que practico la hipnosis. No hay secreto que se me escurra.
Es una práctica deliciosa. Hace creerle a uno que es Dios. Un poco Dios, no mucho.
He hecho el bien: ayudado a la gente a soportar el dolor. La hipnosis puede funcionar como un
analgésico.
También hice cosas que no hubiera debido. O tal vez sí. No estoy seguro del juicio con que vivimos
en este mundo. Alguno, dormido, me confesó un secreto. Dónde guardaba cierto dinero, cierta
posesión...
Los magos somos gente pobre.
Merlín era un viejo que no tenía donde caerse muerto.
El Gran Houdini corría la coneja.
Tengo dos manos, dos ojos, dos piernas, como cualquiera. Hablo tres idiomas. Podría ser maître en
un gran restorán. Podría ser profesor de francés, sombrerero, carpintero, pegar carteles en una
avenida o picar piedras. Si lograra evitar la necesidad de mostrar mi magia, podría hacer cualquier
cosa. Hasta tendría una casa, una casita de libro de cuento, dos hijos, nena y nene, y una mujercita
que supiera cocinar. No importa mucho qué: con albóndigas con salsa portuguesa me conformo.
Muchas ventanas tendría mi casa. Para que entre el sol. Ya saben; donde entra el sol, no entra el
médico...

No lo pasamos bien en asuntos de dinero.


Pero uno no puede evitarlo. La magia es un acto inevitable.
El entusiasmo, la adrenalina que despierta en el otro una ilusión. Yo sé cuánto le gusta al público el
ilusionismo. Por eso lo importante, es que nunca, nunca, pase lo que pase, descubran el truco. Si yo
fuera emperador, decretaría la horca a aquel que revelara el funcionamiento de un truco. Un artista,
un pintor, no anda por la vida predicando cuál pincel, hecho con cuáles cerdas, puede llevarlo al
éxito. Usted quiere pintar un cuadro? Muy bien. Rómpase el alma averiguando cómo se hace. Aquí
no hay nada fácil.
Pero ellos ven una rosa blanca hacerse paloma, y al conejo que brota de la galera como un rábano
de la tierra. Aplauden, aplauden. Están eufóricos; eso me gusta mucho de mi arte. Durante un rato,
ellos creen que las leyes del universo pueden ser alteradas. La materia se transforma; los cuerpos
transgreden la ley de gravedad y levitan. Algún espectador en trance dice cosas a su acompañante
que jamás en su existencia hubiera pronunciado. A veces, cuando leo la mente de una persona
sentada en la oscuridad en su butaca, y digo los números o los pensamientos de esta persona, en voz
alta, este pequeño acto de adivinación no lo satisface. El público intenta sonreír y divertirse cueste
lo que cueste, porque es una bestia mansa, domesticada hace siglos, de cuernos cortos y pezuñas
limadas. Pero ocurre a veces que esta persona, a la que no gustó que se hiciera público su
pensamiento, huye del salón y deja una estela de acritud, un mal sabor de boca.
Muy bien, digo yo. ¿Para qué ha venido?
Uno va al barbero para afeitarse la barba.
Si se enfrenta a la magia, debe estar dispuesto a todo.

54
Aquí alguien sube al estrado; yo le ordeno que mire pendular a mi varita mágica. Su nombre es
Penélope. Lo único que perdura es el movimiento. La inestabilidad. La marea. Algunos dicen que
no son hipnotizables; yo no conocí a ninguno que no fuera susceptible a mi influjo. Lo hice hasta
con un apretón de manos. Los puse bajo mi dominio.
Cuando pronuncie el nombre de alguna ciudad exótica que he elegido esa noche, como puede ser
Constantinopla, Alejandría, Babilonia, Samarkanda, ese voluntario caerá en el nivel más profundo
de sueño hipnótico. Hará su número. Lo haré aletear como una gallina, o tal vez cantar una serenata
mariachi a un amorcito de infancia... Luego, repetiré el nombre de la ciudad. Tocaré su hombro
izquierdo, donde ramificanciones de la aorta se vuelven muy fina y lo haré despertar a la realidad.
Con un chasquido de mis dedos, habrá olvidado todo lo que sucedió durante su sueño...

Este brillo que me rodea es el del precioso pajarito. La Fama, la más veloz de todas las plagas: vive
moviéndose y corriendo se fortalece; pequeña y medrosa al principio, al poco se remonta a los aires,
y con los pies en el suelo esconde su cabeza entre las nubes. Tiene ojos y bocas en sus alas, y lleva
por donde va tanto la mentira como la verdad. Dicen que vive en un palacio de bronce sonoro donde
atentos oídos oyen todas las voces, por leves que sean. Pero yo digo que no es cierto; digo que ella
vive conmigo, aquí, en mi galera y vuela solo cuando yo la hago partir y le ordeno: “Vuela!”

De vez en cuando, atraído por ella, se acerca algún jovencito y me dice: ‘Maestro, permítame ser su
discípulo, su asistente’, y yo me niego. Rotundamente. Vienen aquí a buscar el conocimiento que no
pueden darles en el colegio; pero yo les ofrezco otro destino. La vanidad está en el aire y hay que
saber vivir con ella. No debe perderse el porte; acá uno debe estarse quieto y vigilarlo todo, como si
se estuviera hecho de alabastro. Pero el que viene atrás de la fama, es quien me observará desde
bambalinas destilando su envidia; ese sirviente un día querrá ser maestro y usará su magia para
cortarme la cabeza.

(Frívolo)
Por eso yo prefiero las mujeres. Sí, señores. A lo mejor porque de mi arte las pobrecitas no
comprenden nada. Están a mi lado, luciendo su figura, el vestido de organza que siempre les
compro para la ocasión. Una ayudanta debe ser una bella muchacha. Todas, indefectiblemente,
acaban siendo diabólicas. Esto tiene de lamentable el arte de la magia.

Ella, Nina.
Ahora está allí, dormida.
Puedo preguntarle cualquier cosa y va a contestarme.
Si supiera las cosas que dice hipnotizada correría a tomar un tren expreso.
(A ella) Nina, Nina, ¿me oye?
El Maestro quiere preguntarte:
Nina, ¿estuviste husmeando en los libros de magia?
Mírenla cómo dice sí con la cabeza.
El hipnotismo vuelve a las personas a su santa inocencia.
Nina es una criatura.
A veces, estando aquí parado veía cómo coqueteaba con alguno del público.
Algún caballero.
Está claro que yo me enamoré de ella.
Sufría.
Terminada la función, iba al camarín. Ella guardaba con sumo cuidado la varita en el estuche, la
galera en su caja, doblaba pliegue por pliegue su vestido de organza. Yo la miraba hacer... había en
un florero cuatro orquídeas que algún estúpido, de un palco, le mandó... Las orquídeas no se
colocan en agua, pero Nina es tan bruta... Le digo: “Nina, estas flores son para disfrutarla con la
vista; sólo eso. Hasta que se marchitan y se mueren”. A ella no le gustó la observación.
Es díscola.

55
Creo que intenté besarla.
La besé.
Le hice una caricia.
Ella me rechazó.
La suma de mis celos y su malhumor fue un coctail explosivo.
Le ordené: Siéntese.
Ella lo hizo.
Voy a despedirla del oficio de partenaire de mago.
Ella susurró alguna maldición.
Tiene ojos de gitana.
No pueden apreciarlos porque ahora apenas están entreabiertos...
Le dije: “Voy a pedirle un último favor. Un truco nuevo que estoy practicando... Observe
atentamente la varita; el poder de la reina Penélope que llega hasta nosotros desde siglos...
Relájese.”
Luego pronuncié:
“Constantinopla”
Ella cayó en trance.
Yo dí algunas órdenes.
Hace de esto cinco años.

¿Hemos sido felices?


Sí, hemos sido felices.
La felicidad, si uno la sabe encontrar, está a la vuelta de la esquina...
Pero a nadie le gusta atravesar el puente de la servidumbre.
Ladrar como un perro a la luna.
Produce pánico.
A mí no me importa nada de todo eso.
Hay una sola palabra de todas las palabras que existen que me he prohibido pronunciar.
Nina la busca en libros, en diccionarios, me acecha cuando duermo...
Yo no la digo.
Ordeno.
Ordeno el mundo.
El mío, el suyo.
Mire esta varita con atención.
¿Quiere volver a sentirse inocente como un niño?
Sube?
Quién desea subir hoy y entrar en otro universo?

Apagón

56
Sal y ceniza
Monólogo para un hombre

1959. Hotel de descanso.


Las sierras de Córdoba, Argentina.

Un biombo. Detrás, la partenaire, una mujer joven está cambiándose.


En escena él. Está demaquillándose el albayalde la cara.

Él:
¡Sabina! ¡Sabina!
Qué mala costumbre no contestarme.
Zi blozt azoy fun zij, vi zi volt guepisht mit boyml.1
Ah, el amor hace pasar el tiempo, y el tiempo hace pasar el amor…
Oy vey!
Yo sé cómo hacerte salir pero no voy a hacerlo porque después me peleas.
Cae una media de nylon del otro lado del biombo.
Me costó mucho esfuerzo dejarte aceptar las propinas.
Está bien, consentí en que tuvieras admiradores a cambio de las propinas. Las otras también lo
hacían: Elen, Lili… después me dejaron por algún huésped de hotel que creían millonario y se iban
con él. Gajes del oficio. A veces volvían, algunos años después. Moira volvió, por ejemplo. Que
ningún mal de ojo se olvide de ella! Ya sé que te conté; te lo conté hace mucho tiempo; puedo
volver a contarte y puedes tener el suficiente don de gente como para oírme. Cuando Moira volvió
era muy inteligente, mucho más, muy diestra con los dedos, con los naipes. Aprendió
prestidigitación robando en el tranvía las carteras de las señoras, las billeteras de los caballeros…
No me oyes; no me prestas atención.
Sabina: déjame explicarte por qué no quiero que vayas con él.
Te piensas que son celos.
Silencio.
Pero yo estoy más allá de los celos. Estoy viejo. No lo digo para que me tengas piedad. Yo sé que
no puedes tener piedad por mí.
Sonido de lamento.
No te burles.
Sos una muchacha indecorosa.
Estoy ahí delante del público contando chistes y no tienes ni la buena voluntad de reírte un poco.
Me haces quedar como un estúpido. La Torá recomienda que la esposa debe tener la mitad más siete
años que el esposo. Eso recomienda, pero no por ser más joven que lo haga quedar como un idiota.
¿Cuál es el que no te gusta?
El chiste del condenado a muerte?
Practiquemos: yo lo cuento, vos te ríes.
El condenado a muerte camina hacia el patíbulo y todos los reos lo saludan. Pregunta:
- ¿Que día es hoy?
-¡Lunes!
-¡Je! –dice- ¡Linda forma de empezar la semana!
Silencio.
Eres cruel, Sabina.
Paciente: su objetivo es hacerla reír.
Probemos con otro…
Los de amor, que te gustan más. El eterno femenino!
A ver:
-Moishe, durante tu viaje vas a seguir siéndome fiel?
1
Idish. Es tan agrandada como si meara aceite.

57
-¿Cómo puedo saberlo? Yo soy un viajante de ropa interior femenina, no un profeta...
Otro:
Abraham va a probar fortuna al Brasil, y deja a su hermosa esposa en Buenos Aires. Después de dos
años vuelve y encuentra a su mujer con un bebé en sus brazos.
-¿Quién es el padre de esta criatura?, ¿es León Kaminsky?
-No, Abraham.
-¿Es Bernardo Josevich?
-No, Abraham.
-¿Es Jaime Kleinkop?
-No, Abraham.
-¿Qué te pasa?, ¿acaso no te gustan mis amigos?
Mira, este último no te hará reventar de risa, pero es un chiste galante. Elegante.
Una dama, en la calle, pierde una liga. Un rabino la levanta y al devolvérsela, entre barbas,
murmura:
-Deuteronomio, capítulo tal, versículo tal.
La señora, intrigada, regresa a su casa, busca en la Biblia, y encuentra el pasaje aludido: "La
felicidad está más arriba".
Silencio absoluto. Caen prendas al otro lado del biombo.
Parece que estás hecha de la misma ralea que tu anfitrión.
Enfático.
Es necesario que no vayas a cenar con ese hombre.
Te invitó a cenar en su cuarto? Es preciso que no vayas.
Te lo ruego, te lo imploro, Sabina.
¿Quieres que te aumente el sueldo?
¿Quieres que te compre el visón?
No puedo comprarte un visón. Un zorro, a plazos…
Sabina, mujercita…
Una enagua cuelga del biombo.
Estás tan enojada.
Una palabra que me digas no te secará la lengua.
Yo entiendo que no entiendas, porque sos muy joven. Tanto que ni siquiera sos judía. No sabes nada
de la guerra, querías ser cancionista, después actriz de la radionovela. Vienes de Berisso, ¿se llama
Berisso la localidad donde vos naciste? Es muy distinto a todo lo mío. No hablo del oficio, el asunto
de la magia ni… lo de los chistes… No, es que trato de explicarme. No quiero te vayas, nada más.
No quiero te marches a la habitación de ese hombre. Sea por la razón que sea, no quiero.
¿Es que quieres que te suplique?
¿Quieres que me arrodille?
¿Qué te prometa regalos especiales?
Silencio.
Yo no soy un asesino, Sabina. No soy un… un… homicida. Los homicidas están en las películas, en
el cine. En la vida real, hay gente. La gente sufre mucho. Cuando yo era niño, en mi casa faltó de
todo, pero hambre no faltó jamás. Eso enseña.
Risueño
Me acordé del del pollo.
Un comensal llama al mozo, después de haber sido servido, y le dice:
-Oiga, ¿qué le pasa al pollo que me trajo? Tiene una pata mucho más corta que la otra. Y el mozo le
contesta:
-¿Usted pidió el pollo para comerlo o para bailar con él?
Silencio.
No, ya sé. No ayuda a comprenderme.
No tendrías que ofenderte conmigo.
Bajo

58
Sobre todo, no tendrías que ir a decirlo a la policía.
Sabes ya como funciona esto. La adivinación, el mentalismo.
Parte lo sé, me viene a la mente un refucilo.
El don.
Parte me lo invento. Me doy cuenta por la expresión que ponen cuando los toco…
Quise enseñarte esto, todo lo que pude te lo enseñé. ¡Comes y niegas! No deberías ser así de
ingrata. No es mi culpa que sólo puedas con el truco de los pañuelos. Admito… admito y te pido
disculpas: nunca tuve que reír cuando se te voló la paloma a la viga (ríe otra vez) y todo el hotel de
Los Penitentes te decía ‘fraude, fraude’ y se moría de risa… pobre bicho, qué susto tenía. Sos muy
bruta con las manos; es una crítica que te hago, para que aprendas mejor. La magia es una cuestiòn
de práctica: tienen que acostumbrársete los huesos de las manos. Got iz an alter kuntsnmajer.2 No te
enojes también por esto. No quiero tu enojo, soy un pobre viejo, un maestro de artes antiguas… y
anémicas…
Vos crees que él es un hombre de mundo, un caballero.
Ojalá tenga cien casas, en cada casa cien cuartos, en cada cuarto diez camas y que las convulsiones
lo arrojen de cama en cama. Porque no sabes quién es…
Vos crees que soy víctima de los celos.
Un viejo impotente…
Primero pedí un voluntario.
Los del sindicato ferroviario lo mandaron al rubito pequeño, con cara de laucha. Cerró los ojos y yo
le toqué la frente. Escuchaste lo que le dije?
No, estabas atareada sonriendo al público.
Le dije:
Mi señor! Este es para usted un viaje de placer. Un viaje planeado y ansiado durante largo
tiempo. Hizo ahorros para venir.. Compró una maleta de cuero para venir hasta aquí. Hay en
usted un amor... Dos amores... pero, pero... ¿son dos o son tres? Ah, qué pícaro. Creo que son dos
nada más. Una es rubia con rulos y la otra, ¿morena, no?... la otra es... morena.
El voluntario se puso color granate. Pero le gustó. Le gustó! Por la casa de mi padre que si esa
laucha tuvo una amante alguna vez fue por pura equivocación. ¡Lo hice quedar como un héroe,
rebosante de virilidad ante los compañeros! Después te dejó a ti la propina en la galera. A lo mejor
creía que te podía seducir…
Oy, vey, Sabina.
¡Yol cheyetz vern!
Cuando vi al público mejor dispuesto, pasé entre las filas.
Vos ibas atrás mío con la galera, no podías ver mi rostro.
La palidez que me agarró.
Dije a una fulana con una panza así a punto de explotar: “Su hijo será varón”; a otra muy fea:
“Conseguirá un novio antes que termine el año”; a un señorito con cara de cretino: “Se romperá una
pierna, pero triunfará en la baraja”; y al hijo del conserje: “Su tía falleció en las primeras horas de la
tarde”. Y seguí, seguí tocándoles la frente y viendo los pequeños avatares de sus futuros: un viaje a
Europa sin retorno, una ruptura, una pena.
Así llegué hasta él. No había nada distinto, un anuncio, sino hubiera evitado acercarme.
Te piensas que me gusta evocar los malos recuerdos…
Pero no es cierto.
Vey iz mir!
Cuando pasé el dedo por la frente, ardió la marca de Caín.
Yo sé que tú no crees en eso, pobre Sabina.
Oswiecin te parece una palabra rara, ni siquiera un pueblo de la Polonia.
Este, tu galán, era un secretario ahí. Un escribiente. Ves? Tengo la bondad de revelarte el oficio de
tu futuro amante; tu futuro esposo, si tienes suerte. Te piensas que un secretario no puede hacer
pecado, porque no se entinta las manos con sangre. Pero él sí podía. Podía. Anotaba, enlistaba.
2
Dios es un viejo prestidigitador.

59
Aquí, la columna de la derecha, en su libro, los que viven. Aquí, los que van a las cámaras de gas.
No decía en ningún lado, no se sabía que la columna izquierda era la muerte en las cámaras de gas.
La gente le preguntaba: Señor secretario, ¿adónde vamos? Yo lo recuerdo perfectamente, con mucha
claridad. Te crees que estoy mintiendo, que estoy inventando. Ojalá pudiera olvidarme. Nos miraba
la estrella, el número en la muñeca y anotaba. Aquí o aquí. El no contestaba ni media palabra a la
gente; le daba de asco.
Lo vi cuando lo toqué.
El asco le vi.
Es claro, yo no soy más que un judío miserable.
A lo mejor tenga que cambiar la rutina, para ocultarlo. Para que no se revele tan fácilmente… No
soy el hombre valiente que a vos te gustaría; el hombre valiente en mi lugar no hubiera sobrevivido
allá. Yo he peleado por una papa; otros peleaban por ideales…
Por favor, Sabina, estoy tan triste.
Ven aquí y siéntate en mis rodillas. Como al principio, déjame que te cuente.
No te vayas con ese hombre sucio, con la manos manchadas por el crimen.
Sabina deja aparecer la ropa interior.
Oy oy oy. Te pondrás encajes, puntillas, para verlo.
Ya veo que estás enojada.
Era la pistola simulada, de fogueo! Bien sabes que no tenemos de las otras.
Por qué tenías que gritar?
Nada más quería verle el susto en el rostro.
Qué cara le pintaba la muerte.
Pero tenías que gritar, alertar al personal del hotel…
Te fallaron los nervios. A vos o a mí nos fallaron los nervios.
Tu galán, estaba tieso en la butaca, cagado en los pantalones.
Le conté el de Hitler, cuando visita al astrólogo.
-A ver -dice el astrólogo- sí, acá está muy clarito. Usted se va a morir un día de fiesta judía.
-Bueno, pero ¿qué día? -pregunta el nazi.
-Ah, eso no lo sé, pero cualquier día que usted se muera va a ser de fiesta judía.
Después me sacudiste vos la espalda y la pistola se disparó en el techo.
Oy vey!
No me contratan más.
No importa; le vi el susto de muerte, le olí el miedo al asesino.
¡Qué placer!Un poco estúpido, sí. Pero con eso tengo bastante.
Decís que te hice avergonzar.
Por eso serás amable con él.
Está muy mal, pero no voy a detenerte.
Te vas a verlo a él ahora?
Lo vas a consolar?
Te harás un árbol sin sombra.
Te haces de sal y ceniza.
Que tengas diez barcos repletos de oro y te lo gastes todo en médicos.
Ahora andáte.
Andáte con él, Sabina.

Apagón.

Sefarad
Monólogo para una mujer

60
La madre
Yo cuando vine lo tenía en la panza.
Venimos en el barco, yo tenía trece años.
Vienen con nosotros la madre, mis hermanas Selma y Violeta y Saúl, mi esposo. También Isaac, el
raptado por Violeta.
Ya existía Safira. Tenía dos años; a los del puerto decimos que es la hija de mi madre. Porque sino
nos dejan subir al barco. Saúl no deja de llorar viendo Esmirna. Le digo: Saúl, eres un hombre, no
llores así. Tienes dos hijos; muestra valor, entereza. El se enjuga las lágrimas con el puño de la
camisa y me dice: Cómo dos?
Así se enteró que yo tenía a Samuelico en la panza.
Hay muchas maneras de decirle a un hombre que espera un hijo, y cada mujer tiene que encontrar la
suya. Eso está escrito en la Biblia en alguna parte y si no lo está, es como si lo estuviera.
La madre me faja; de aquí el pecho hasta poco más del ombligo. Camino toda envarada por la
borda; parezco una niña altiva. Le digo a la madre: El niño me va salir con deformidades, afloje la
faja. Pero ella me dice: Qué quieres, hija mía, que nos echen a todos a los tiburones? Los marineros
son gente malvada y el capitán un antisemita. Qué haremos nosotros entre las olas, cuando no
sabemos nadar. Altamar no es un lugar para los judíos; por eso Moisés lleva y trae el pueblo
cuarenta días aquí y allá, pero siempre por el desierto. Pero qué haremos si el niño sale monstruo?
Mira, dice mi madre, saldrá lo que Dios quiera y Dios querrá que se parezca a la familia de su
madre. Tú quédate tranquila.
Saúl viene a veces, me dice, Dame un beso.
Le digo que no puedo.
Me dice: Sos mi esposa, dáme un beso.
Le digo que no otra vez.
Dice: Tenemos dos hijos.
Le digo que no tengo aire.
Dice: Lo que no tienes es amor al deber.
Mira, cállate, Saulico. Que si te beso pierdo el poco aire de los pulmones y muero acá mismo.
Pero él no me creía.
Dile a mi madre que me afloje la faja.
El me dijo:
No vengas con cuentos, Yamila. Muestra las rodillas.
¿Aquí?
Levanta un poco la falda. Nadie nos vé.
Aquí?
Por el marido una hace cosas que no hace por nadie.
Exhibirme en el barco como en la casa pública.
Pero es hombre y tiene necesidades de hombre.
Así que le muestro las rodillas y un pellizco del muslo, para que se haga ilusión y no me olvide. En
casi treinta días de navegación, la gente se olvida mucho hasta de cómo es el que tiene al lado. Es
raro lo que hace el viaje por mar, porque más te alejas, más te acuerdas del país dejaste.

61
Ysolda muerta de hambre
Monólogo para una mujer

1955.
Una mujer de 50 años.
Está frente a una cámara documental.
Es una campesina vestida de luto. Con un pañuelo negro en la cabeza. Está molesta y cada tanto se
lo arregla o se lo vuelve a anudar. Se rasca.

Ysolda:
Iba a ponerme un pañuelo de color.
Compré la tela hace más de dos meses, cuando usted me escribió que iba a venir.
Uno color bordó con unas margaritas así de grande, que parecían tortillas.
Después no me animé.
Porque yo no estoy de fiesta, estoy de luto.
En la guerra perdí a mi marido, perdí a mis hermanos, mis parientes en los bombardeos. Mi padre
murió de pena poco después. Yo no puedo estar de fiesta. Y yo menos que nadie festejé cuando
terminó la guerra.
Y sin pañuelo no quiero estar. No me gusta que se me vea el cráneo desnudo.
Me gustaría que quien me viera piense: Qué linda es la mujer italiana.
No que diga: Mamma mía, qué susto. ¡Una calavera!
Me dicen que no es asunto del cuero cabelludo, que el problema está en otra parte. No es tiña, no es
lepra, no es ninguna peste. Yo no sé. Me restrego agua de nogal, semilla de sandía. Las machaco
con el morterito y el aceite que larga le pongo nata, recién ordeñada y me frego, me frego. No crece.
Esto va para diez años. Mil pañuelos negros me hice desde ese tiempo. Un médico que anduvo de
paso una vez, me pone la mano en el hombro y se mira la punta de los zapatos. Me desahucia. Se
me salía de la boca el insulto. Yo no soy tranquila, no. Má, va!, pensé, déjalo con su pensamiento
estropiado que se vaya a hacer daño por otra parte. A mí me tocan mis hijos o a mí y yo salto como
una fiera.
Ahora mis hijos son grandes, Corradino y el otro. Entre ellos también se defienden a muerte; el
mayor no permite una sola palabra fuera de lugar para con el hermano. ¡Pasó de peleas el pobrecito!
Tengo dos hijos que son dos ángeles. El pequeñito cuando me ve sin el pañuelo, corre y me acaricia
acá en el medio de la calva. O en la nuca, donde el pelo crece apenas y queda pinchudo como cerdas
de un cepillo. “Mamá, peladita”, me dice y se ríe. Me viene una ira de meterle un esquiafo. Pero qué
se le va a hacer? Son niños. A éste lo perdono por niño que me haga burla y al Corradino por varón.
Porque Corradino me conoció con las trenzas negras, largas que me llegaba abajo del pecho.
Gruesas. Un pelo que si yo quería me hubiera puesto a tejer redes para los pescadores. Pero eso era
antes, ahora parezco un pelele. De esos que se saltan de una caja y ¡pum! asustan a los niños. Una
vez vi uno así en una juguetería, en Milano, en otro tiempo. Yo tenía la edad de mi hijo chico, once
tal vez. Tal vez, no lo recuerdo. Acompañé al padre a vender un crucifijo, con las liras del crucifijo
compramos semillas de trigo. Compramos un producto, una medicina que traía una leyenda que
decía Infalible. Contra los bichos y todas las alimañas del sembrado. Mi padre estaba tan contento!
Sembró el trigo y estaba así de alto, verdecito. No se le atrevió ni un solo gusano, no se le enredó ni
una brizna de maleza. Entonces cayó el granizo. Piedras del tamaño de un huevo de gallina.
Después volvimos a sembrar papa. Yo le decía: La papa viene de América. Antes aquí se comía la
castaña y en el este, el nabo. Mi padre me decía: La papa existió siempre, burra! Pero a mí me lo
explicó ese asunto y el de los indios, el Maestro, en el colegio. A mí me gustaba ir al colegio,
prestaba mucha atención. Cuando aprendí a leer y a escribir, mi padre me retiró. En questa casa, el
que no trabaja, no come. ¡Qué idea venir a acordarme ahora del viaje a Milano! Yo lo adoraba a mi
padre; después lo odié mucho. Cuando lo enterré él todavía estaba enquistado conmigo y yo estaba
llena de odio. Toda una vida queriéndose para venir a odiarse así! Las personas estamos mal hechas.

62
Perdón. Pero más de una vez me pasó que el nudo se desata solo y entonces es una vergüenza.
Igual, la vergüenza y yo somos viejas conocidas. Vamos de la mano.

Ahora sí. Disculpe.


Le cuento y terminamos.
Hay cosas que hacer.
Usted dígame cómo me veo.
Yo sé que esto es una entrevista seria. Pero yo soy una mujer, no quiero salir hecha un estropajo.
Que las personas miren esto y digan después: No es posible que esa donna haya despertado amores!
Gracias.

A Giorgio, mi difunto, lo llaman al frente.


Marcha, no podía escaparse. Si aquí te escapabas, eras desertor. Después te encontraban, te
fusilaban ahí mismo. Algunos huyeron a las montañas, se juntaron con los partisanos. Yo le dije, No
te pongas entre los primeros, Gigi. No hagas nada antes que los demás. Tú, tranquilo. Piensa en mí,
que te espero. En tu hijo Corradino. Tú, quieto, chito. Le di un consejo. Era valiente y terco. Un
bestia. En a trinchera se paró para ver dónde estaba el enemigo. Había una colina, no sé qué cosa
que no le dejaba ver. Le dispararon, murió el primer día de guerra. Murió tal como fue en la vida;
con la frente alta y sin hacerme caso.
Triste sí, estaba triste.
Un año, dos años.
Nos moríamos de hambre.
Para comprar el pan hacíamos una cola que salía del pueblo.
Mi padre se iba al bosque y bajaba una corneja con la escopeta.
Hacíamos caldo de corneja y corteza de pan.
Un pajarraco asqueroso. Las arcadas no nos dejaban tragar.
Le poníamos mendrugo de pan viejo. Ablandado.
Perdíamos los dientes, el pelo. Perdíamos el aire, la respiración. Perdíamos las lágrimas, ganas de
llorar. Las mujeres, la sangre que teníamos todos los meses, no volvía. La perdíamos. Perdíamos
todo, pero el hambre no la perdíamos. ¡Qué cosa maldita!
Los hombres se iban todos a la montaña: Raffaele, Gennaro, Bernabó. Massimo, el rengo. Mi padre
se fue a la montaña; él estaba bien allá, viejo como era entre los arces y los alerces.
Después llegaron los alemanes.
A las seis, toque de queda.
No se salía, no se asomaba la nariz.
Suena la sirena y hay que correr a esconderse.
Nunca en campo abierto hay que estar. En la tierra hay que correr en zigzag, no sé para qué. Para
tropezar más rápido, no sé. Todos trastornados estábamos, murieron mucho en la confusión.
Los alemanes no eran buenos.
¡Qué van a ser buenos! Antes el demonio!
Acá decían tedescos todos malignos.
Un día, juntaron quince, veinte hombre y se lo llevaron donde empieza el puente. Hay un paredón.
Los pusieron en fila y los fusilaron uno al lado del otro. Hombres rebeldes, sediciosos, que
buscaban el mal. Eso dijeron ellos. Yo los conocía; estaba el panadero, dos obreros de la fábrica de
sombreros, el hijo del enterrador, don Gianni. Ahora hay una lápida allí, de bronce, que los
recuerda.
Yo no los podía ver.
Quién ganaba, quién perdía.
Un pimiento me importaba.
Un pimiento que me hubiera comido.
Pero incordiaba todo ese asunto.
La muerte tan cerca que parecía la propia sombra.

63
A la noche no dormía.
Una noche, me paseo por la casa y oigo un llanto. En el cobertizo.
Llueve esa noche. Miro, veo las gallinas flacas todas muertas. Veo un tedesco llorándoles al lado,
haciéndoles el velorio. ¡Qué rabia que me agarró! Salgo y no sé qué voy a hacer. Matarlo, creo que
voy a matarlo. Tengo un ímpetu. Yo no soy tranquila. El tedesco se pone de rodillas y balbucea no
sé qué cosa. Me pide perdón; las gallinas se comieron la pólvora, él estaba jugando. Se me saltan las
lágrimas de la rabia. ¡Cómo se puede ser tan estúpido!, le digo. El tedesco se pone en pie y me llega
aquí, al hombro. Delgadito, un alfeñique. Nosotros estábamos consumidos, pero éramos más
robustos que él. Si lo soplaba con los pulmones que yo tenía, volaba como una hoja.
Sacó de una vianda de acero, chocolate.
Me miraba con esos ojos transparentes, de no ver nada.
Chocolate, galleta.
Yo tengo un niño que criar. Agarré todo.
Me miraba comer y sonreía.
Después se habló de lascivia.
Pero yo no sé. ¡Tenía cara de bobo!
Seis gallinas muertas. Para cuando las sacamos de la lluvia estaban duras, no servían para nada. Las
ablandé con el mortero. Algo comimos…
Otra noche, vuelve.
Trae carne del mercado negro. Un día tocino, otro jamón. Chorizo!
Corradino se ponía colorado a la medida que comía.
Yo digo: Los alemanes son malos, pero este hace esa buena acción; se va a ganar el cielo. Era un
secreto entre él y yo, pero las buenas acciones se hacen con modestia; uno no va por ahí gritando las
bondades. Los soldados tenían prohibido intimar con las mujeres; en Francia las putas les hicieron
más bajas con la sífilis que las balas en el campo de batalla.
Tú te vas a ganar el cielo, ragazzo. Le decía yo. El no entendía niente.
Un día me dice con señas: Cuando termine la guerra, te llevo a mi país. A casarte.
Yo me reí. ¡Mire si yo…, mire si yo…! ¡…con el enemigo!
Le da ínfulas ¿pero qué quería? ¡me daba risa semejante cosa!
Naturalmente, le contesto. Si ni sé quién eres, uno que está mal de la cabeza, naturalmente.
Era la guerra, en la guerra ni los hombres ni las mujeres tienen derecho a andar pidiendo amor puro.
Así que me golpea y me sangra aquí y cuando veo la sangre, yo pierdo la cabeza y le pego a él. No
sé cuánto dura esa paliza, cuando se va casi no puede caminar porque le di con el bastón de la
tranca. Yo quedé tirada en el suelo.
Después me entero que él va derecho al cuartelito, le cuenta a todo mundo su sufrimiento, llora y se
pega un tiro.
Qué necesidad de hacerse malasangre!
En una guerra, venir a padecer amores, me digo yo!
Qué rabia, qué injusticia.
Qué necesidad!
Corre el rumor, los alemanes pierden la guerra.
Nace el niño.
Después me rapan, con una navaja me cortan las trenzas negras. Todo el pelo, de raíz. Como si
fuera maleza. Así me pasean por todo el pueblo.
En señal de escarnio.
Esto les parece muy decoroso, muy justo.
Voy pelada, con el niño en brazos y me tiran basura.
Me gritan, me insultan.
Me obligan a comer comida podrida.
¿Pero qué mal hice?, decía yo.
¿Aceptar de comer?

64
¿Cuál fue al daño?
Hasta mi padre me acusó: Te lo mereces, Giovaninna.
Muérase, viejo de mierda!, le grité.
Alguna vez se lo tenía que decir, ¿no cree?
Arriba de un camioncito me llevan para que me vean todos.
Ellos, que se dicen cristianos. La gente de mi pueblo.
Yo apretaba al bebé contra la teta y le decía:
Sh, sh. Tú, toma la teta, bambino.
El niño chupaba, tranquilo.
Toma la teta.

Fin

65
El día ha pasado
Monólogo para un hombre

A tog fargayt
Chava Alberstein

La madre dice que yo le gruño.


Eso dice a la nena, que yo le gruño a ella pero no a la nena.
La nena lo sabe y me pregunta: Papá, vos no me vas a gruñir?
Nunca, mi amor, le digo.
Una vez me preguntó por qué le gruñía a la madre.
Hacía frío y coincidimos los tres en el mismo restaurant.
Yo tenía muchas ganas de estar con ella.
Pero si me lo pensaba dos veces, las ganas se me iban.
Tantas complicaciones… Tan corta es la luz del día y tan poco el calor.
Ella pide de comer para los dos, y pide vino para ella.
Yo no tomo, me dá miedo de matarla.
A la nena le pedimos puré de calabaza.
Ella separa la grasa de la carne, en el plato servido, y el cerdo de la vaca.
Nosotros somos judíos.
Nunca antes de ella había estado con una mujer judía y ella dice que nunca hubiera tenido hijos con
un hombre que no fuera judío. Así que tenemos nuestra pequeña hija. Yo sé que ella quería tener
más hijos; que ella quería tenerlos conmigo. Hasta mucho, mucho después de separarnos. Me
acusaba del mal que le hice, de mi carácter endiablado, pero su vientre me recibía: yo sé que ella
anotaba mentalmente nombres, elegía nombres para los otros hijos que vendrían. No pudo ser.
La nena, cuando se ríe, cuando coquetea es igual a ella.
Yo quería que tuviera sus ojos.
Así le decía a ella cuando estaba embarazada: Que tenga tus ojos y mi carácter.
Los ojos son la mejor parte de su cuerpo.
Cuando se enoja, mi hija es igual a mí. Seria, inflexible.
Ella nunca entendió que yo fuera así.
Le decía que era un diamante en bruto, le decía que era una reina y no lo sabía, le decía que era yo
quien había llegado para templarla. Le decía que éramos familia antes aun de conocernos. Le decía
que uno era el destino inevitable del otro.
Ella lo cree o lo creía, yo lo sigo creyendo.
La nena pregunta por qué yo le gruño a la madre.
Pregunta cosas que no vienen a cuento; de eso se trata la infancia, pienso.
Afuera el sol cae entre los plátanos, se prepara una fría tarde de invierno.
Le digo que no sé.
La nena repite la pregunta.
Pienso que esta es mi oportunidad.
Pero ella, cuando debiera quedarse en silencio, habla. Le indica a mi hija que me haga esa pregunta
cuando esté a solas conmigo; mi hija y yo, los dos solos. Sin ella.
No tiene que ver con que estés o no acá, le digo.
Le digo a la nena: No sé por qué tu madre me hace gruñir. Si lo supiera, la mitad de nuestros
problemas estarían solucionados.
Yo sé que ella es capaz de fulminarme con la mirada.
Convertirme en piedra.
Yo temo esos ojos.
Pero toma la copa y bebe. Mira el vino adentro, el movimiento.
Veo el nudo en su garganta cuando traga.

66
Su cuello largo, blanco.
Alguna vez lo habré apretado con las dos manos.
En el tiempo en que ella era mía.
Ella me lo decía así, en la cama. Ella me lo hacía saber con todo el cuerpo, que era mía.
Me gustaría verle caer una lágrima por lo menos.
Había una época en que lloraba todo el día y ahora es estatua de sal.
Daría el resto de la noche, la soledad del día, mi deseo de estar con ella, por saber qué sentía en ese
instante. Está cerrada como una ostra, y esa perla que se agita dentro suyo era mía. No puede darla a
otro, a uno cualquiera.
Nosotros éramos judíos; cuando yo estaba con ella, yo era judío. Yo la devolvía a sus raíces y ella a
las mías; y formábamos un eslabón en la cadena de hombres y mujeres que hacen nuestro pueblo
desde el inicio de los tiempos. Nos pertenecíamos. Mi casa, la de los Levi, la de ella la de los
Cohen. Estaba en el destino que nos uniríamos.
Dice que hay viento, que nos vayamos.
Puede resfriarse la nena.
Le digo que las alcanzo en un taxi.
Ella asiente.
No quiero pensar que ella se fue y se lo llevó todo.
Arrancó mi simiente y me quitó mi casa.
Pienso que es rica con todo lo que me robó. Se hizo rica. Se volvió millonaria, rica.
La veo alzar a su hija, hacer este acto que le requiere esfuerzo.
Mide poco mas de metro y medio.
Dice que me espera en la puerta, que no tarde.
Pago, ella sale. El día ha pasado ya.
La noche se hace temprano en el invierno.
Ahí está: pequeña, con su hija en brazos.
La princesa de los ladrones.
Frágil, desposeída.

67
Está enamorada
Monólogo para un hombre

Estoy atendiendo, ella pasa. Se para, mira las flores, se acerca, me pregunta por las rosas, cuánto
cuestan. Quiere tres o cuatro rosas de tallo muy largo, porque tiene un florero alto, de cristal, dice.
Estoy despachando, le digo que me espere un momento. Pero se va. Tiene un suéter que larga
pelusa, esos que usan las mujeres y se les adhiere al cuerpo. Me queda esa visión, de ella como un
gato perla largando pelos y haciendo estornudar a las flores. Como sea, no vuelvo a verla. El cadete
se queja: Qué impaciente. Quién es?, pregunto. La vecina de al lado, del edificio, del cuarto piso.
Pasan varios días, una semana tal vez. Llegan las azaleas de afuera. Las semillas prendieron, las
presentan por primera vez en Buenos Aires. Las pongo en exhibición. Azaleas Lollipop se llaman;
los pimpollos tienen fragancia, el resto de las azales del mundo no tienen fragancia. Tienen luces
plateadas en los pétalos, también. Pero se supone que es el perfume lo que las vuelve atractivas a la
clientela. Compro un pizarrón y el cadete escribe en un pizarrón “Flores importadas. Azaleas con
perfume”; él tiene mejor caligrafía. Las plantas están ahí fuera, en la vereda, y un día, dos o tres
después, aparece la mujer del principio, con una maceta con un azalea hecha gofio, muy
deteriorada. Me la muestra, parece angustiada.
Veo con el rabillo del ojo cómo se sonríe el cadete.
Pendejo, murmuro.
Ella dice que es la única planta de su balcón. La que sobrevivió una tormenta tremenda, con
granizo, hace unos meses atrás. Dice que seguro yo la puedo curar. No tiene flores, está sucia,
comida por el pulgón, postre de los ácaros. Ella le tiene afecto, comenta, pero la planta no florece,
no responde. Ella le habla, dice, le dedica una pequeña charla en las las mañanas. Le digo que lo
único que puedo hacer es una poda drástica y hay que esperar una lluvia reparadora y la primavera.
En la primavera las cosas funcionan mejor.
Ella está desilusionada.
Es una mujer de unos 40 años. A lo mejor está sola, no sé. Tiene puesto un suéter idéntico al de la
otra vez, pero me da la sensación que el otro es de un color distinto. Y este parece que se le hubiera
encogido al lavarlo con agua caliente o algo por el estilo; le ajusta. Miro todo lo que debe haber
dentro del suéter, con lujuria. Como sea, ella se entusiasma con esto, huele mi deseo; su entusiasmo
vibra en el aire. Se ríe no sé de qué y cuando se ríe se contonea todo su cuerpo, como si bailara. Le
digo que veré lo que puedo hacer, que vuelva en unos días. Ella me dice su nombre, empieza con A.
El cadete viene después, se hace el que acomoda las margaritas.
-¿Qué pasa?
-Está enamorada la dama.
-Pero si no la conozco
-Sí la conocés.
-¿Desde cuándo?- le pregunto.
- Desde siempre, en tus sueños.
Qué pendejo, pienso.
Pero el cadete no es un pendejo. Es un viejo al que contrato para que no lo manden al geriátrico.
Tiene la edad para ser mi abuelo.
Qué viejo loco, pienso.

68
La llavecita de abajo
Monólogo para un hombre

Yo no quiero hacerle mal a nadie; no quiero quedar enganchado en algo que no puedo sostener. Se
lo digo, pero ella me abraza, me dice que si vuelvo a desaparecer, viene y me mata. Y me da sus
llaves, las dos. La de abajo y la de arriba. Antes tenía nada más la llavecita de abajo, ahora las dos.
Las acepto, las meto en el bolsillo y cuando salimos de su casa, yo abro el portón con su llave y la
hago pasar. La portera está mirándome hacer. Después le dirá algo, opinará sobre mí. Los tipos que
van y vienen en su vida, aunque está sola. Yo sé que ella está sola. De ahí vamos a tomar cerveza,
comemos chivito uruguayo en un bar y ella dice que es la mejor tarde que pasó desde que vive en
Buenos Aires.
Como sea, luego de la cerveza vamos a mi casa. Ella comenta que una vez le dije que hay que tener
fé. Que le eché en cara que ella no tenía fé. Yo no lo recuerdo; pero ella menciona muchos detalles:
yo dormía con ella en la cama chica, en su casa, el día que se rompió la persiana y yo hice un nudo
para que entrara aire y luz. Está desconsolada cuando cuenta esto. Me dice que ahora tiene fé. Tiene
los ojos muy rojos de llorar. Yo la hago que se tire en el piso y le hago masajes. Le pedí que no
llore, pero llora igual. Dice: No puedo más, tengo muchos problemas. Yo sé que tiene problemas.
Que necesita a alguien que la ayude, pero no soy yo. Yo no puedo, se lo digo. No siento mucho por
nadie, no me enamoro. Creo que se lo dije más de una vez, pero no estoy seguro. Ella resopla: Yo
tampoco. Nadie me interesa más de tres días seguidos.
Creo que miente.
O habla de los otros.
Algún otro que la visita. Si es que hay otro…
Pasan dos meses hasta que la vuelvo a ver.
La llamo, a la tarde. No está. Me devuelve el llamado. Se ríe. Sabía que iba a reírse; me cuenta unas
historias divertidas, me invita otra vez a su casa, como si nada hubiera pasado. Como si ayer nos
hubiéramos visto. Dice que juega Argentina; yo le digo que quiero ver el partido con ella, pero ella
estará con su hijo. Su alegría me contagia, y me sorprende. Dice que no la conozco, pero yo siento
que la conozco completamente. Me recuerda a otras personas, otras mujeres. Es cálida, eso me
gusta de ella.
Comenta que soñó conmigo. No me dice qué, sólo eso, que soñó conmigo.
Me deja mudo.
Tiene una forma de largar las cosas a veces, que me corta la respiración.
Trago saliva.
-Quiero estar con vos –le digo.
Voy a verla, no ese mismo día. Dos o tres después.
No llevo las llaves de ella, así que tiene que bajar y abrirme.
Me critica por esto.
Sirve de beber, sirve almendras saladas.
Dormimos toda la tarde, abrazados.
De pronto, se hace la hora. Tengo que buscar a mi hijo. Salto a través de ella, que está tendida
plácidamente en la cama. El rostro tapado por el pelo y el vientre a medio cubrir por una sábana
anaranjada. Alguna vez le dije que tenía un cuerpo mítico, que parecía una Claudia Cardinale del
Tercer Mundo. Me contestó que la confundo con otra mujer. Yo creo que ella está enamorada de mí.
Hacemos ocho cuadras. Voy rápido, a buscar a mi hijo, y ella busca a su hijo también. Descubrimos
que van al mismo jardín de infantes. El tipo que le alquila su departamento vive en mi edificio. Mi
ex mujer vive a la vuelta de su casa. Estamos muy cerca. Ella dice que el destino nos une. Se
detiene cuando dice eso. Me hago el que no la oí, pero ella se detiene, espera a que me dé vuelta y
la mire. Así que dice: Estás en mi destino. Pálida, trágica. Hace dos pasos hacia mí y me abraza en
el bordillo de la vereda. Ella está en la vereda y yo en la calle; no piensa que me puede matar un

69
auto. Es linda, es tan graciosa. Le digo que tiene razón, está el Destino, apoyo una mano blanda en
su cintura. Le digo, hablamos, nos vemos, cuando me despido; ella asiente.
Pasa un tiempo, no sé cuánto. A veces ni siquiera sé dónde estoy parado y pasan semanas: no cuento
las semanas: ella dice que pasan dos meses. Me llama, está enojada. Me reclama las llaves, que se
las lleve en ese mismo momento. Que no la haga perder más el tiempo. Voy, abro con sus llaves. La
veo triste y llorosa, en la cocina. Me hace un café. Yo la beso. Quería que fuera a eso, me digo. A
estar con ella. No sabe pedir; qué boba es. Ella me quiere; yo también la quiero, pero no de esa
manera en que ella desea. Le entrego sus llaves, las cuelga en una pared. Después, me echa de su
casa. La beso, pero me echa. Escucho cómo llora atrás de la puerta.

70
No puedo quitarle los ojos de encima
Monólogo para un hombre

Viene a trabajar con nosotros, la trae el coordinador. Es joven, tiene jeans ajustados y se ríe todo el
tiempo. Dice que no toma alcohol, pero después toma. Frunce los ojos chiquitos cuando te mira. Al
final le digo que la llevo hasta la parada de subte y la acerco muchas paradas más allá. La hubiera
llevado hasta la puerta de su casa con tal de estar con ella, pero me avergüenzo. Qué linda mujer es,
es lo único que pienso cuando la tengo arriba del auto. Voy a soñar con ella, me digo.
Como sea, al día siguiente la vida sigue.
Nos vemos a la otra semana, por el trabajo. No hablamos casi. La escucho hablar por teléfono con
el ex marido; cuando corta se burla de él, me hace reír. Viene con el grupo, vamos a una iglesia, dos,
a la tercera se cansa. No sé si le interesa lo que digo; a lo mejor le parezco un estúpido. Al cabo de
un rato, se va con otra de las chicas. Dicen que están agotadas, que necesitan dormir. La encuentro
por la tardecita, antes del bendito evento. Le pregunto si quiere tomar algo conmigo. Un café, dice.
Necesito un café. Pero tomamos un whisky. Le pregunto cuánto hace que se separó; Hace bastante,
dice. Le pregunto si recuperó el erotismo; se sonríe, hace que sí con la cabeza. Le digo que yo estoy
en crisis, que no sé qué pasa. Mi mujer tampoco sabe, le digo. Pero estamos mal, hace mucho que
estamos juntos y ahora nos aburrimos, de vez en cuando nos aburrimos. Cómo es posible, digo, que
aquello que antes más te gustaba en el otro, sea ahora lo que más te irrita? Ella dice con naturalidad:
tus fuerzas son tus debilidades. Hacemos nuestro trabajo, nos despedimos después en el aeropuerto,
ella sube a un taxi sola, yo subo con otra mujer, la organizadora. Ella se va; durante un segundo
cierro los ojos y pienso: Cuando los abra, ella va a estar saludando por la ventanilla. Los abro y ella
no está. La organizadora pregunta:
-Te duele la cabeza? Debe ser por el resplandor, por las nubes.
-Seguro.
Pasan unos días. Ella me pregunta algo técnico por email, yo le contesto.
No me aguanto y la llamo.
Le digo que en el próximo viaje podemos salir a caminar. Hay un lindo río en la ciudad a la que
vamos. Ella se ríe, dice que llevará zapatillas. Tiene un par, dice, y se ríe otra vez. Llegamos al
aeropuerto a la madrugada; es ella la que me vé. Después nos juntamos con el grupo. Nos sentamos
juntos en el avión, yo la invito con whisky. Ella acepta. Pierde un zapato debajo de un asiento y se
pasa media hora en el suelo, buscándolo. No puedo dejar de mirar su cintura. Cuando lo encuentra
me lo muestra como un trofeo. Su zapato de charol de taco alto. No se queda quieta un momento,
vibra. Le pregunto si siempre es tan nerviosa. Ríe, deseo besarla en las comisuras de su boca.
En el hotel se aloja en la habitación de al lado, con la organizadora.
Está ahí, pienso yo, en la habitación de al lado. Y el corazón me palpita más fuerte.
Muy tarde, a la noche, la invito a mirar la ciudad desde la terraza del hotel. Hace demasiado frío
para una ciudad tropical. Quiero tocarle el hombro, el muslo, la mejilla. No puedo dejar de pensar
en eso, y ella no habla. Murmura muy bajo o asiente. Tiene frío, dice que tiene las piernas heladas.
Pienso en cómo serán sus piernas debajo de las medias que usa. La curva de la pantorrilla, el muslo,
la entrepierna.
Le digo que mejor subamos. Ella se va a su habitación y yo a la mía.
Me arrepiento por no haberle dado calor; me voy a ir al infierno por esto.
Entiendo a los ladrones de cuadros. Un tipo que todos los días mira un cuadro, una obra de arte en
un museo, el portero, por ejemplo, quiere tenerla. Tenerla para él, y se la roba.
Por la mañana, vuelvo a verla. Desayunamos, salimos con el grupo de compras. Acaba por
perdérseme de vista. Esta ciudad está maldita, pienso. Hace frío cuando debería hacer calor, llueve
cuando nunca llueve, ella se me pierde de vista aun cuando no puedo sacarle la vista de encima ni
un minuto.
La veo en el almuerzo, le sirvo vino.

71
La sigo aquí, allá. Me pregunto si siempre es así de nerviosa, si siempre está moviéndose.
Quiere ir a un lugar y está cerrado.
Le pido que venga a mi habitación.
Viene. Extrañamente viene. No opone resistencia. Entra riéndose, preguntándo si hay más whisky.
Hay, por supuesto que hay. Le digo que se tire en la cama de espaldas. No, dice ella. Pero por
fortuna lo hace. La toco. Su cuello, la cintura, la cadera. El pelo, su pelo. Mientras la toco me cuenta
de otra cosa, la fiesta en la que estuvimos la otra vez. Yo le contesto y la sigo tocando. No voy a
dejar de tocarla. Ella se vuelve, me besa en el centro de la palma de la mano. Así que la beso en la
boca. Tengo miedo. Gracias a Dios ella no lo tiene. Hace una lista de las cosas que le gustan de mí.
Así dice. Habla con palabras de nena, armando la frase como si fuera una nena. No lo hace adrede;
está relajada, es eso. Vos también sos salvaje, le digo. Te bebés la vida a borbotones.
Me besa, me besa.
Como sea, yo quedo de espaldas y ella se pone encima mío.
En algún momento tendré que darme vuelta, digo.
Pero ahora no. No en este momento.
Cuando me dé vuelta todo va a suceder como algo soñado.
Después, habrá que despertarse.

72
Siempre en mi mente
Monólogo para un hombre

Ella es una mujer fantástica.


La tengo todo el tiempo en la mente.
Es un sueño hecho realidad.
Es egocéntrica, es bella. Le digo que pocas veces la mujer que admiro es una mujer que me gusta.
Ella hace un gesto de no creerme. Como sea, ella y yo salimos un tiempo. La idea de ella, despierta
mi lujuria. Una vez se lo digo y se echa a reír como si le hubiera hecho un chiste. Me deja sin
aliento en la cama: es el paraíso o lo parece bastante. Después llora, llora mucho. No es que lo haga
después del sexo, sino que sufre. Tiene muchos problemas. Es una persona frágil. Al principio, me
llena de orgullo: que me muestre a mí, su debilidad. Me hace sentir hombre; dice que le duele el
pecho por amor a mí. Está dolorida. Yo antes leía sobre ella en los diarios. Parecía una persona
sabia, segura. Ya se sabe que los periodistas ponen cualquier cosa. Estando con ella me digo que es
fácil amarla; se lo digo a ella, que me pide paciencia y amor. Lo hace con una voz que parece que
está comprando maní con chocolate en el cine. Cuando le agarra la sospecha de que no la quiero, de
que salgo con otra mujer, se deprime. Yo conozco muchas mujeres, estuve con muchas. Se lo digo,
que soy un experto en mujeres. Podría tener la que quisiera, pero sólo ella me conmueve. Quiero
que entienda esto, pero creo que no puede.
Dice que su autoestima es cero.
Pero es una ególatra.
Es imposible no darse cuenta.
La ayudo, le indico qué cosas tiene que hacer en su trabajo, con su plata, para estar mejor. Quiero
protegerla, me gusta estar con ella. Cada tanto me asalta un pensamiento: ¿cómo sería mi vida con
ella? Puedo ver una vida posible alrededor nuestro, cosas que haríamos, viajes, lugares que
podríamos visitar. El mar, me gusta mucho el mar. Se le parece. La tengo todo el tiempo aquí, en mi
cabeza.
Es una mujer maravillosa.
La realidad es que trabajo mucho, muchas horas, y mis horarios son un caos. Por eso a veces no
cumplo con las citas y ella no se enoja cuando falto, cuando no voy. Siempre que le avise, no
importa que desarme un programa, dice. Porque ella aprovecha ese tiempo para hacer otras cosas,
dice. Sus cosas, leer o algo así. Ver películas. Mira muchas películas; es porque está sola por las
noches. Una vez la llamo muy tarde, cancelo la cita y me quedo con culpa, así que la llamo cerca de
la medianoche. Ella no atiende el teléfono. Alguna que otra vez, cuando atiende, la música está muy
fuerte en su casa; a lo mejor hay alguien con ella. Dice que es un poco sorda y por eso la oye tan
fuerte; los vecinos no se quejan.
Esa mujer está ensimismada.
Eso no es bueno.
La semana que se agarra gripe le digo qué tiene que hacer; ir al médico, no conformarse con tisanas,
con aspirinas. Le digo que no vaya al dispensario, sino al hospital. Tiene que tener un médico de
cabecera, no cualquier doctorcito que la atienda en la guardia. Una mujer como ella. Tiene fiebre,
no tiene un servicio de médico a domicilio, no quiere salir de la casa, me dice en el teléfono. Por la
gripe, pero yo creo que es misántropa. Llora o a lo mejor tiene la voz tomada, nada más, no me doy
cuenta en la comunicación. Le digo que salga igual, que se tome un taxi y vaya directo al hospital.
No tiene quién le haga una sopa. Me apena; igual yo no puedo ir porque paso el fin de semana con
mis hijas, afuera. Se los prometí, no puedo clavarlas de buenas a primeras y si les digo que es por
atender a una mujer que me gusta, me arman un escándalo y se le quejan a la madre. Mis hijas no
soportan la idea de que salga con otra mujer. Hace poco que me separé de mi esposa y digan lo
digan, los hijos quieren que los padres estén juntos, sobre todo en un matrimonio que anda bien,
donde no hay peleas.
Le digo a ella que no puedo seguir viéndola.

73
Así que me pasa que la extraño; estoy triste todo el tiempo sin ella, y cuando ella está porque nos
cruzamos en algún lugar, me voy. Ella sonríe, no sé cuánto le afecta. Hace notar que yo no hago
falta en su mundo, pero no sé si es así.
Como sea, vivo llamándola.
Me atiende, ríe.
Le digo de vernos.
Ella dice que sí, todas las veces.
No sé cómo hace para arreglárselas y poder: tiene una vida complicada también.
Pero después yo no puedo.
Algo pasa y no puedo.
Ella también me extraña, dice.
No llama, no me busca.
Me quiere, dice siempre.
Es una mujer extrañísima.
Parece que ella no me necesita.
No estoy seguro de eso; creo que es una estrategia.
No sé bien para qué.
Al final, la invito un fin de semana afuera.
La tengo acá adentro, entre sien y sien. No puedo quitármela de la cabeza.
Ella es como una obsesión.
Acepta venir. Suena contenta.
Pero después me manda un mensaje al celular y me dice que no puede.
Estoy manejando cuando recibo el mensaje.
Situaciones así tendrían que estar prohibidas.
Puedo matarme en un accidente.
Por ella, por su negativa.
La llamo, varios días después.
Dice que no quiere saber más nada de mí.
No sé por qué, así de repente.
Ella es una mujer muy rara.

74
VISTAS
De Edward Hopper

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Tables for ladies, 1930

Mae:
La cesta con duraznos la dejo aquí, si, Susie?
Son duraznos pelones, la gente no los quiere. Les gusta que los duraznos tengan pelusa, sino es
como si no lo fueran. Susie, hay pocas manzanas. No me oye, está haciendo cuentas. La de
adicionista es una profesión de mucha atención. Por eso yo soy mesera. A mí este trabajo no me
gusta. El de adicionista tampoco; no me gusta el restaurant. Ningún restaurant de todo el Estado, de
todo el planeta.
El me dijo que me iba a llevar a París, a pasear por Montmartre. Eso esperaba que hiciera. Aquí
estoy en ascuas, me arde la piel, los ojos, me llora la nariz. Nunca debí dejar Michigan. Ahí era otra
cosa, pero no se podía más. Las gallinas no me gustan, no eran para mí. Por mí, que se mueran
todas. Por mí, que nunca más vuelvan a poner un huevo.
Los pomelos en fila, uno tras otro. Como al cadalso.
Un día estoy aquí, era temprano en la mañana, tal vez las siete. Susie me dice: Cuida la caja
registradora mientras voy al toilette. Ella dice toilette. Estoy en eso y veo entrar a una mujer gruesa,
de color, llevaba un sombrerito muy simpático con una pluma verde. Se sienta y cuando voy me
pide licor.
Ya dije que era muy temprano y además nosotros no expendemos licor.
Dijo: Querida, un vaso de licor, discretamente y te canto una canción.
Ahí me la quedé mirando.
Me subieron todos los colores a la cara.
Soy una vaca estúpida.
Espere, le dije.
Fui atrás, a la oficina todavía vacía de Mr. Coleman y traje el whisky. Sabía adónde lo escondía. Lo
había puesto ahí el día que me llamó para retarme por no sé qué cosa de las frutas machucadas,
cómo deben ponerse en exhibición sin que se les vea el machucado y para que la gente, las damas,
las tomen igual. Me largó el reto, pero en realidad quería tocarme el trasero. Y yo que casi me
pongo a llorar porque le creí que hago mal mi trabajo!
Serví y le llevé.
Aquí tiene, señora Smith.
Voy a beberlo discretamente, querida. Tengo un mal adentro, una enfermedad. Esta es una buena
cura. Ya no se puede cantar como antes, los clubes están cerrados. Es verdad o no es verdad?
Es verdad, Señora Smith.
Voy a cantarte una estrofa. Pero muy bajito.
Echó al aire aquello de After you’ve gone.
Dos notas que salieron de su boca pero vibraron acá dentro, en mi cuerpo.
Como si las hubiera cantado yo.
Gracias por el whisky.
Por supuesto no se lo cobré.
La más grande de las cantantes de blues de todos los tiempos.
Susie tardó una vida en regresar del baño.
¿Qué hacías?, le pregunté. Estuvo aquí la señora Smith y te la perdiste. Qué estabas haciendo?
Fumabas un cigarrillo? Qué tonta, ¡la señora Smith y cantó para mí un pedacito de una canción! A
mí, esta mesera del montón. Pero qué podías estar haciendo…? Qué? Mientras la señora Smith…
Leía una carta de Charly.
Estaba roja de vergüenza.
Ah, el amor.
Me dice que no quiere verme más.
Susie! Susie! Cómo podés perder el tiempo, acá estaba la señora Smith!
Pero no me lo creyó.
Me dijo que me lo había inventado para torturarla.

76
Después se puso a chillar Charly, Charly y se sorbió los mocos un par de veces.
Fue el día más importante de mi vida.
El único día en que me olvidé del viaje a París.
Los pomelos en fila, como al cadalso. El machucón detrás para que las damas no lo vean, y lo
tomen igual. Nada como un pomelo en las mañanas, dice por ahí. Un pomelo con azúcar, qué
asquerosidad.

77
Hotel Room, 1931

Margaret:
Este no es el mismo cuarto donde estuvo él.
Pedí el mismo, pero no es éste.
El año pasado sí lo conseguí.
Ahora está ocupado. Me dijeron que tendría que haber hecho reservaciones. No es un hotel tan
importante, no atrae turistas, parejas de amantes. No hay pasajeros en esta época; octubre es un mes
feo, empieza a helar. Quién va a venir? Pero vino, vino alguien; se instaló. No sé quién, un viajante.
Enfrente está la Bolsa.
Nosotros no teníamos muchos valores.
El edificio tiene las ventanas negras, los vidrios son negros.
Es el aniversario del Jueves Negro, cuando el crash.
Algo de actividad hay. La gente de la limpieza.
Igual no me fijé. Hace rato que tuvo que haber cesado la actividad.
Son las siete de la tarde y debería salir a cenar.
No tengo de ganas de comer; hoy no.
Hace dos años que lo hago. Pido el cuarto de hotel, me siento y leo.
Me quedo así, hasta que me viene el sueño. Me caigo dormida.
El libro es de él; estaba entre sus cosas.
Me dijo: Hoy voy a volver tarde, Margaret.
Agarró un libro del estante y lo llevó con él.
Le gustaba leer; en la repisa un estante está repleto con sus libros.
Éste se llevó. Poemas; leía poemas.
¿Para qué?, me pregunto. ¿Qué utilidad tenían?
Antes de venir, esta mañana, en la emisora pasaban La vie en rose. Es una ironía, seguramente. Mi
familia, mis amigos me dicen que ya no piense, que deje de pensar un poco y salga a dar un paseo, a
caminar. Que encuentre un amigo nuevo; no un marido, no es necesario tal vez un marido todavía;
pero sí un amigo, un poco de compañía. Les explico que no quiero un amigo; pero supongo que
tarde o temprano terminaré por casarme. La pena no dura toda la vida, comentan. Hay el olvido, en
fin.
Aquí quedó el libro, aquí debajo de la cama, sus zapatos. No sé por qué se los quitó; no hace falta
estar descalzo para tirarse por una ventana. Les había dado betún el domingo anterior, y al final lo
enterramos con ese par puesto. Eran los mejores, los únicos que tenía.
Me quedé preocupada por él esa tarde, cuando no volvía.
Era más o menos esta hora cuando alguien me lo avisó. Uno, de la oficina. No esperó a entrar al
departamento, vino corriendo y me lo largó todo en la puerta. Una vez que me lo dijo, me quedé
muy tranquila. Él ya no estaba; no iba a volver.
Cuando me avisaron qué pasó: Ya no siento. No siento más; sentir dolor es algo que no me ocurre; o
estoy embrujada o a lo mejor sucede que ya no amaba a mi esposo…
Después, un doctor que visité me dijo que en realidad uno siente mucho cuando no siente.
Pienso mucho en esto, cada vez que vengo, que paso la tarde acá.
Cuando caigo dormida ya no pienso.
Es el único momento en que no pienso.

78
Room in Brooklyn, 1932

Emma:
El teléfono estuvo sonando todo el día.
No tendrías que haberme dejado sola; podría haberle pasado algo al chico. Tal vez llamaban del
Colegio, de alguna parte. Los chicos tienen accidentes, se caen, se fracturan un hueso. Hice lo
posible por levantarme e ir a atender, pero no me daban las piernas. Sí, sí. Los doctores dicen que
no las piernas no tienen nada malo, pero no son ellos los que caminan sobre estas. No están metidos
en mi cuerpo para saber; eso de los estudios es un engaño, los tratamientos ¡pura pérdida de tiempo!
Quieren experimentar conmigo, hacer sus experiencias. Sólo me hacen perder el tiempo.
A veces pienso que es una suerte que se haya perdido la tierra. Cómo iba a caminarla yo? Eran mis
tierras también, verdad? No hubiera podido ir más allá del huerto. Ayudándome con el bastón o con
Mary. Sola no hago ni dos pasos. Al final, al final de su vida, papá hacía ese trayecto en coche.
Estaba muy viejo, era el final. Tuvo suerte de no ver el derrumbe. La subasta, cómo sacaron los
muebles y los remataron ahí mismo, a mejor postor. Eso lo hubiera matado pobre papá en un abrir y
cerrar de ojos; el cáncer tuvo piedad con él.
Ahí está el teléfono otra vez.
No es necesario que atiendas.
Los accidentes existen, hay que hacerse a la idea.
Creí que me iba a volver loca la campanilla, pero había alguien cantando afuera. Sería un blues o
cosa así, desde que acá no pude oír muy bien. Quise abrir la ventana, para oír mejor, pero tuve
miedo de caer fuera. Hoy en día es muy fácil caerse de una ventana; con tantas cosas que pasan…
¿Quién vendría a asistirme a mí con rapidez? Le importo un rábano a todo el vecindario.
Es cierto lo que estoy diciendo, no me digas que no.
Pero antes, cuando yo salía a dar una vuelta y les daba moneditas a los chicos que jugaban en la
calle… entonces me saludaban con respeto, los hombres se quitaban el sombrero cuando yo pasaba,
me miraban como a una señora.
De todas formas, con lo poco que salgo, nadie me recuerda.
Cada vez estoy más segura de que hice bien en encerrarme.
No, no, no. Hice bien, muy bien.
Aquí nadie me molesta.
Me gusta la puesta de sol atrás del edificio. Todo resplandece de color anaranjado. Es a hora en que
vos llegás, servís un trago y contás las noticias de la mañana. La fragancia de tu eau de Cologne
llena la habitación; me pregunto cómo puede durarte tanto. Me traés el vaso alto, con una aceituna,
lo tomo de a sorbitos como he visto hacer a los gorriones en las fuentes, en las plazas. Me preguntás
con voz ingenua: Qué tal fue eso, Emma? Cómo estuvo hoy la cosa? Me das risa; preguntás cómo si
algo hubiera podido pasar, cuando sabés que no me muevo: fui al baño tres veces, comí un huevo
duro, una tajada de pan… A veces pienso que hay perversión en tu pregunta; debés esperar a que yo
me enoje, te maltrate. Pero yo soy incapaz de enojarme, la furia es una de esas cosas que ya no me
pasa.
Estuve sentada acá, te respondo siempre, cada día.
Acá, esperando a que llegaras.

79
New York Movie, 1939

Helen:
Vinieron a ver Lo que el viento se llevó. Vino con la esposa.
Estoy harta de esa película. Desde que Dios creó al hombre, no se ha visto otra cosa más
importante, parece. La gente se olvida pañuelos en las butacas. Por eso pedí guantes, no quiero
tocarlos con la mano; es asqueroso. Me los negaron. Que use la escobilla, dicen.
La esposa lleva un vestido drapeado y un sombrero de ala ancha. El vestido seguro se lo regaló él;
le gusta ir por las grandes tiendas, meterse en las secciones de mujer, husmear. Yo le digo que es un
pervertido y él se ríe. Qué lindos son sus dientes.
Ojalá alguno se siente arriba del sombrero de la esposa y se lo aplaste.
Las medias deben de ser Dupont.
Ahora lo último son las medias de nylon. Amy trajo la Madmoiselle y ahí lo dice.
Nos enteramos de todo por la Madmoiselle. Amy incluso escribió a la productora pidiendo que
dieran el papel a Clark Gable, el papel principal. Es fanática de él; se lo dieron, pero no habrá sido
gracias a la carta de Amy. La muy estúpida cree que sí, que su carta fue decisiva. Lo cuenta a todo
mundo, mientras les enseña sus butacas; lo cuenta aún en la oscuridad. “Sabe usted que yo escribí al
mismo David Selznick pidiendo que dieran al señor Gable el papel?” Nada, nada, lo único que me
gusta de esa maldita película es cuando la protagonista le va con el llanto: Qué será de mí, qué será
de mí?, y él le contesta: Francamente, querida, me importa una mierda.
Yo a él no pienso hacerle ningún reclamo.
Nos divertíamos juntos y punto.
Algún día encontraré algún otro.
Que también a mí me traiga vestidos y sombreros de regalo; que me haga reír.
Los acomodé, les indiqué: Por aquí, señor. Por aquí, madame. Me permití decirles: Disfruten la
película. Ella me dio quince centavos de propina; un dineral. Él, muy compuesto, la ayudó a
quitarse el abrigo, a sentarse.
Algún día llegará el hombre que es para mí.
Mientras tanto, el tiempo pasa.
Se va, se pasa.
Pero algún día, algún día…

80
Morning Sun, 1952

Jo:
Está desfilando. Es el Día de la Independencia.
Está entre los Veteranos, los Caídos, no sé qué.
Mi padre era igual, orgulloso.
Me pidió que fuera, No puedo, le dije.
Tuvo suerte. Perdió un brazo el primer día de pisar la guerra.
Muchos murieron. Jóvenes, casi niños.
Al volver, alguno que otro se pegó un tiro.
Yo odio la guerra.
Cuando estaba allá, en Francia, me escribía. Mandaba postales que no sé adonde conseguía. No sé
cómo escribía: yo no conocía su letra antes, ahora ya no es posible conocerla. Hay personas que
hacen cientos de cosas sin manos, sin necesidad de una prótesis, de un garfio. Hay pintores sin
manos, pintan apretando el pincel entre los labios. Pintan sujetando el pincel con los dedos de los
pies. Bonitas las postales, las frases: poéticas. No puedo recordar ninguna; no me emocionaban
cuando las leía. Pensaba: Este estúpido tuvo que irse tan lejos para poder ponerme dos líneas,
decirme que me quiere. En la guerra los enrolaron a todos; supongo que él no pudo elegir.
Cuando volvió me estuvo buscando.
No él, el hermano.
El hermano me contó del brazo, me dijo que lo voló una granada, una mina que pisó, algo por el
estilo. La explosión lo seccionó limpiamente, como un bisturí. Uno de ellos, de los soldados, lo
recogió de la arena y lo llevó a la enfermería. Por si podían cosérselo. Pero no pudieron. Lo
enterraron, me dijo. Cavaron una fosa y lo echaron dentro, como a un ser humano.
Yo estaba en el estudio del pintor.
Posaba.
Era un tipo vicioso, estoy segura. Me contrató para mirarme las piernas. Decía que las copiaba para
publicidades de medias de nylon. Casi no había, dejaron de haber, por la guerra. El nylon iba para
los aviones, no para las piernas de mujer. Era mentira, estoy segura. Una mentira grande como una
casa.
Ahí me encontró el hermano.
Yo acepté volver a salir con él.
Me llevó a un restaurant. Una pequeña orquesta tocaba Blue Moon.
Una chica imitaba a Rosemary Clooney.
Le salía muy mal.
Yo tenía una voz preciosa. Beatiful Brown Eyes, es mi preferida.
Ya no la canto, hace mucho que no canto.
El me lo largó así, sin vueltas.
Vamos a un hotel, dijo.
Mañana desfilo, necesito valor.
Necesito una mujer.
Yo no estoy segura.
Le falta un brazo. Me gusta que me acaricien.
Antes no nos entendíamos en ese aspecto. Por qué íbamos a entendernos ahora?
Voy. Piedad, curiosidad; no sé.
Trae su uniforme y lo cuelga en el respaldo de la silla; muy prolijo.
No sé dónde aprendió eso. La prolijidad. La madre supongo.
Me dejo la enagua puesta, el portaligas, las medias.
Solo la trusa me quito.
El me toca el muslo derecho, hacia arriba.
Me corre frío, estoy helada.
Me dice que es la brisa que se cuela por la ventana.

81
Me besa en el cuello, arriba del pecho. Besos salivosos.
Pone su mano entre mis piernas.
Pienso que me voy a poner a llorar.
Así que le desabrocho el pantalón, me siento encima.
Hago y cierro los ojos.
Tiene la mano sobre mi cadera, que descansa.
Si hago el esfuerzo puedo imaginar su otra mano. Puedo imaginar su abrazo.
Termina, me tiendo.
El a mi lado, no hablamos.
Me pide que vaya a verlo defilar.
No puedo, le digo.
Veré el desfile desde la ventana del hotel.
No tengo fuerzas para ir.
El dice que por él está bien, que no me agite.
Soy su chica, dice, aunque no esté de pie viéndolo marcar el paso, saludar a la multitud. Es tonto; es
un hombre tonto.
Cuando estoy acostada, me recita muy bajo unos versos.
Dice que los puso en la postal que me escribió.
Que escribía otro, otro con una mano derecha.
Yo no los recuerdo.
Lo oigo. Así, me quedo dormida.

82
Western Motel, 1957

Martha:
Te estaba esperando, Mark.
Hubo alguna cuestión con el conserje? No, verdad? Nos anotaste como el señor y la señora
Karlmann? Es lo mejor, claro.
Telefoneaste? Está todo bien allá? Todavía no notaron que faltabas de la oficina, por supuesto.
Nadie está demasiado atento adonde uno está parado; vivimos en un mundo repleto de indiferencia.
Estás cansado, querido.
No quiero abrumarte, no es que me hayan venido ganas de hablar de pronto.
Sólo quería decirte…
El viaje fue muy largo.
No sé por qué elegimos este lugar. Podríamos haber intentado en otra ciudad.
No, no. No estoy arrepentida. Arrepentirme no es lo mío.
Estoy en el cielo, de verdad. Cuando estamos juntos estoy en el cielo.
Aquella vez que bailamos… ¿qué era? Dinah Shore, la Orquesta de Xavier Cugat. El aniversario de
la compañía… ¿no éramos felices? No, no lo éramos, ya lo sé. Estábamos tan emocionados de
conocernos, pero era otra cosa, ya lo sé.
Debe ser el agua; el agua acá tiene otro sabor.
Me entra temor beberla; salir corriendo al baño a cada rato a…
Perdón, perdón.
Estoy siendo tan poco romántica, querido.
Es el calor, el polvo.
No sé por qué elegimos el desierto.
No, no tengo sueño. No quiero dormir. Dormí todo el viaje.
Pero claro, me imagino que estás agotado. Conduciste todo el camino.
Claro, Mark.
No sé si estaba muy callada, es que el paisaje… Me entretenía con eso.
Un poco monótono, sí.
Pero de vez en cuando un pájaro o un cactus o…
Las formas de las nubes, tan esponjosas.
No pude decírselo, Mark.
Lo intenté, pero no pude. No pude dejarlo.
Le dije que estoy con Christine en New York. Cree que estoy con Christine Ronson en New York
comprando los muebles para su boda, para la nueva casa.
Lo siento, Mark.
Lo siento muchísimo.
No voy a deshacer el equipaje.
No, no.
Pueden aceptar de vuelta la renuncia, no serías la primera persona que hace algo así en la compañía.
Muchos ni siquiera saben que renunciaste. Seguirán sin enterarse, pensarán que se trató de un error,
una broma. Una noche de borrachera en que alguien, alguno que supo de tu trabajo…
Voy a pasar la noche acá y mañana regreso en el primer tren.
No es necesario que me lleves de vuelta, de veras. Puedo hacerlo sola.
Hay té frío en este lugar; se acostumbra a prepararlo. Podemos tomar una taza, podemos…
No seas infantil! Las personas no empiezan una nueva vida cada vez que lo desean! Las personas
tienen una sola vida y la embrollan una y otra vez!
Antes de irme…
Te quiero, Mark.
Más que a mí misma. Más que a él.
Pero no puedo hacerlo. Es otra cosa, no es el amor. Es que… no puedo, Mark. Así de simple. No
sigamos más con esto. Lo decidí por el camino, antes de tomaras la habitación en el motel.

83
Mañana me voy en el primer tren.
Necesito un poco de aire ahora.
Voy a estar afuera; salgo.
Un momento de viento que sople en algún lugar.

84
Oficina de una ciudad pequeña, 1953

Elmer
Ella está en la ciudad otra vez, debe parar por allá en la zona del Hotel Presidente. Detrás de alguna
de esas ventanitas está ella. Volvió, me dijo, para verme. Llamó ayer, dejó sonar tres veces la
campanilla y después cortó. Cuando volvió a sonar, sabía que era ella. Esas cosas se saben adentro
del cuerpo.
Pero ahora está casada.
Se casó con un tipo, un tipo con clase. De esos que abundan en las grandes ciudades; un intelectual
pero con mucho dinero. No necesita trabajar, explicó ella, vende cuadros. Cuelga los cuadros en una
galería, después pasa la gente y los compra. Así embolsa la plata.
No debiste llamar, Amelia.
Fui contundente con esto.
Estas acciones no las hace una mujer casada.
Yo no quiero que a ella le vaya mal en su matrimonio.
No tengo rencores.
Insistió en que quería verme.
Tomar un trago después de la oficina. Justo ahora en la oficina estamos tapados de trabajo, es época
de balances. Todas las cuentas dan mal, están en rojo, uno de los gerentes está robando. Esto salta
en los libros del contable. Hay mucha conmoción; somos una compañía pequeña que depende de
una más grande.
Lo del trago le dije que sí.
Lo del hotel, no.
Yo no puedo ir a verla al lobby del hotel, mientras su marido no está.
No quiero volver a lo de antes.
Ella llorando por un soldado muerto en París y yo por mi hermano en Pearl Harbour. Después,
emborrachándonos. Tomando hasta caernos perdidos. Ya he estado ahí, no quiero volver a lo
mismo, a verla.
En cuanto el sol caiga atrás de aquella pared, será el momento de levantarme e ir hacia el bar. A
buscarla, a encontrarla. Pero yo no quiero ir. No me estoy engañando, no quiero ir, No quiero verte,
protesté. Ella me pidió que repitiera su nombre, tres veces seguidas: Amelia, Amelia, Amelia. Era
un juego que teníamos ¿cuánto hace?, uno o dos años atrás. Yo decía su nombre, aun estando muy
enojado y el ánimo me cambiaba y ya no estaba enojado con ella. Una mujer tan dulce… ¿cómo se
puede…?
El otro le escribía cartas, ella contestaba. Por diversión; no creo que ella se enamorara a la distancia,
a través de cartas que iban y venían, papeles. A veces me parece que Amelia es una mujer con gran
sentido práctico; pero tal vez esto último sea idea mía y yo me la esté confundiendo un poco con
otra, con otras mujeres que he conocido. Un día él le envía una foto –le habrá gustado, pienso yo-,
ella le manda una foto de ella. Así me lo cuenta después Amelia. El tipo le ofrece venir a verla:
viene, desde lejos, desde Nueva York, nada menos. Es es el fin de semana que yo salgo de pesca con
el jefe. Igual, no nos veíamos mucho. Nunca nos vimos mucho, excepto por coincidencia, en la
calle. En una ciudad pequeña uno se está cruzando todo el tiempo.
A veces me olvidaba de ella. Pero cuando volvía a verla, el deseo me asaltaba.
Me dejaba pálido y temblando. Si ella me hubiera tocado con la punta de un dedo, me hubiera
puesto a llorar, de rodillas. Hubiera besado el ruedo de su falda. Pero ella nunca me tocó; estábamos
en la calle. Esto no es posible en público.
En el bar, después, me cuenta cómo fue. No deja tomar whisky mientras me lo cuenta y cuando está
ya muy borracha le pido que se quede, que no se vaya con ese tipo. Creo que llora, no me acuerdo
con exactitud. Le digo que nunca más pienso ir a la cama con ella y ella se encoge de hombres; le
digo que esa noche no pienso acostarme con ella, y llora.
No la veo más.
Sé que se fue.

85
Un día como ayer me llama.
Así de buenas a primeras.
Creí que iba a oír el latido del corazón al otro lado del teléfono.
Me cuenta que se casó un día después de la muerte de Jorge VI. Eso fue hace seis meses. No con el
tipo con que se fue, sino con otro. Encontró otro después, el que cuelga los cuadros.
Me dice que quiere verme.
Le digo que no.
Aquí vamos de nuevo.
Tratar de nuevo, una y otra vez, una y otra vez, de estar con ella.
Hasta un idiota sabe que ninguno de los dos puede ganar.
Cualquier idiota, hasta yo.

86
Dos obras cortas

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Los asesinos
Obra corta

Basado en el cuento de Ernest Hemingway

Personajes
La cocina:
Jorge, el mozo
Nick Adams, el pinche
Samuel, el negro.
Un comensal, el chofer
Los asesinos:
Max
Al
La pensión:
Olaf Andreson

1.
El RESTORÁN DE ENRIQUE.
Un restorán. Algunas mesas. Una barra. Un reloj en la pared. Una puerta que da a la cocina. La
cocina está fuera de escena.
Entra dos hombres. Son asesinos a sueldo. Están armados con pistolas que llevan dentro del saco.

Jorge: ¿Qué van a pedir?


Max: No sé. ¿Vos qué tenés ganas de comer, Al?
Al: Qué sé yo , no sé.
Max: Yo voy a pedir costillitas de cerdo con salsa de manzanas y puré de papas Jorge: Todavía no
está listo.
Max: ¿Entonces por qué carajo lo ponés en la carta?
Jorge: Esa es la cena. Puede pedirse a partir de las seis. Son las cinco.
Al: El reloj marca las cinco y veinte.
Jorge: Adelanta veinte minutos.
Max: A la mierda con el reloj. ¿Qué tenés para comer?
Jorge: Puedo ofrecerles cualquier variedad de sánguches, jamón con huevos, panceta con huevos,
hígado y panceta, o un bife.
Max: A mí dame suprema de pollo con arvejas y salsa blanca y puré de papas.
Jorge: Esa es la cena.
Max: ¿Será posible que todo lo que pidamos sea la cena?
Jorge: Puedo ofrecerles jamón con huevos, tocino con huevos, hígado...
Al: Jamón con huevos.
Max: A mí dame tocino con huevos.
Al: ¿Hay algo para tomar?
Jorge: Gaseosa de naranja, cerveza sin alcohol, y otras bebidas gaseosas.
Al: Dije si tenés algo para tomar.
Jorge: Sólo lo que nombré.
Max: Es un pueblo caluroso este, ¿no? ¿Cómo se llama?
Jorge: Las Cumbres.
Al: ¿Alguna vez lo oíste nombrar?
Jorge: No.
Al: ¿Qué hacen acá a la noche?

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Max: Cenan, ¡comen!. Vienen acá y cenan de lo lindo.
Jorge: Así es.
Al: ¿Así que creés que así es?
Jorge: Seguro.
Al: Así que sos un vivo vos, ¿no?
Jorge: Seguro.
Max: Pero no lo sos. ¿No cierto, Al?
Al: Se quedó mudo. (A Nick) ¿Cómo te llamás?
Nick: Adams.
Al: Otro de los vivos del pueblo. ¿No, Max, que es vivo?
Max: El pueblo está lleno de avivados.

Jorge sirve la comida.

Jorge: ¿Cuál es el suyo?


Al: ¿No te acordás?
Jorge: Jamón con huevos.
Max: Todo un banana.

Max y Jorge comen con los guantes puestos.

Max: ¿Qué mirás?


Jorge: Nada.
Max: Cómo que nada. Me estabas mirando a mí.
Al: En una de esas lo hacía en broma, Max.
Max: Vos no te rías. No tenés nada de qué reírte, ¿entendés?
Jorge: Está bien.
Max: Así que pensás que está bien. Piensa que está bien. Esa sí que está buena.
Al: Ah, piensa.
Al (a Max): ¿Cómo se llama el banana ése que está en la punta del mostrador?
Max (a Nick): Ey, vos, banana, andá con tu amigo del otro lado del mostrador.
Nick: ¿Por?
Max: Porque sí.
Al: Mejor pasá del otro lado, banana.
Jorge: ¿Qué se proponen?
Al: Nada que te importe. ¿Quién está en la cocina?
Jorge: El negro.
Al: ¿El negro? ¿Cómo el negro?
Jorge: El negro que cocina.
Al: Decile que venga.
Jorge: -¿Qué se proponen?
AL: Decile que venga.
Jorge: ¿Dónde se creen que están?
Max: Sabemos muy bien donde estamos. ¿Parecemos idiotas acaso?
Al: Por lo que decís, parecería que sí. ¿Qué tenés que ponerte a discutir con este chico? (a Jorge)
Escuchá, decile al negro que venga acá.
Jorge: ¿Qué le van a hacer?
Al: Nada. Pensá un poco, vivito. ¿Qué le haríamos a un negro?
Jorge: Samuel, vení un minutito.

El negro abrió la puerta de la cocina y salió.

89
Samuel: ¿Qué pasa?
Al: Muy bien, negro. Quedate ahí.
Samuel: Sí, señor.
Al: Voy a la cocina con el negro y con el banana. Volvé a la cocina, negro. Vos también, banana.

2.
El RESTORÁN DE ENRIQUE.
El mostrador.
Off de la cocina.
Al ató a Nick y a Samuel.

Max: Por qué no decis algo? Hacéte el vivo ahora.


Jorge: ¿Qué es lo que pasa?
Max: Ey, Al. Acá este banana quiere saber de qué se trata todo esto.
Al (off): ¿Por qué no le contás?
Max: -¿De qué creés que se trata?
Jorge: -No sé.
Max: -¿Qué pensás?
Jorge: -No lo diría.
Max: -Ey, Al, acá el banana dice que no diría lo que piensa.
Al: -Está bien, puedo oírte. Escuchame, banana, alejate de la barra. Vos, Max, correte un poquito a
la izquierda que te vea bien.
Max: ¿Qué?
Al: A la izquierda, que te vea bien.
Max: ¿Así?
Al: Están lindos los dos. Para una foto.
Max: Decime, vivo. ¿Qué pensás que va a pasar? (Silencio) Yo te voy a contar Vamos a matar a un
sueco. ¿Conocés a un sueco grandote que se llama Olaf Andreson?
Jorge: Sí.
Max: Viene a comer todas las noches, ¿no?
Jorge: A veces.
Max: A las seis en punto, ¿no?
Jorge: Si viene... cuando viene...
Max: Ya sabemos, banana. Hablemos de otra cosa. ¿Vas al cine?
Jorge: De vez en cuando.
Max: Tendrías que ir más seguido. Para alguien tan vivo como vos, está bueno ir al cine.
Jorge: ¿Por qué van a matar a Olaf Andreson? ¿Qué les hizo?
Max: Nunca tuvo la oportunidad de hacernos algo. Jamás nos vio.
Al (off) Y nos va a ver una sola vez.
Jorge: ¿Entonces por qué lo van a matar?
Max: Lo hacemos para un amigo. Es un favor, vivo.
Al (off) Callate. Hablás demasiado.
Max: Bueno, tengo que divertir al banana, ¿no, bananita de oro? Bananita de oro, de chocolate...
¿comías de esas vos?
Al: Hablás demasiado. El negro y el chico este se divierten solos. Los tengo atados como una pareja
de amigas en el convento.
Max: ¿Tengo que suponer que estuviste en un convento?
Al: Uno nunca sabe.
Max: En un convento judío. Ahí estuviste vos.
Al: Yo no soy judío. Era. Pero dejé.
Max: Eso no se puede hacer.
Al: Dejé.

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Max: No es como la bebida. No se deja de ser judío.
Al: ¿Vos qué sabés?
Max: Es para siempre.
Al: Será para siempre. Si vos lo decís. Pero yo dejé.
Max (a Jorge): Si viene alguien, decile que el cocinero salió, si después de eso se queda, le decís
que cocinás vos. ¿Entendés, banana?
Jorge: Sí. ¿Qué nos van a hacer después?
Max: Depende. Esa es una de las cosas que uno nunca sabe en el momento.

La puerta de calle se abrió y entró un conductor de tranvías.

Chofer: Hola, Jorge. ¿Me servís la cena?


Jorge: Samuel salió. Vuelve en una hora y media.
Chofer: Mejor voy a la otra cuadra.
Max: Estuviste bien, banana. Sos un verdadero caballero.
Al (ríe): El sabía que a la primera, le volaba la cabeza.
Max: No, no es eso. Lo que pasa es que es simpático. Me gusta el banana.

Pausa.

Jorge: Ya no viene.
Max: Eso está por verse.
Jorge: Puede venir otra gente mientras tanto. Hay muchos clientes.
Max (a Al): Parece que acá se come bien.
Al: Recomiendan el lugar en el diario, seguro. Tres estrellas.
Max: No seas bruto. Eso es de los hoteles.
Al: ¿Qué?
Max: Las estrellas. Son para los hoteles. La calidad.
Al: Esto es una pocilga.
Max: Por eso.
Al: El que hacía los neumáticos para coches. En Francia.Clasifica a los restoranes con estrellas.
Max: No me lo vas a hacer creer. Es otro cuento tuyo. Mejor vigilá al negro. Se esta moviendo.
Al: no se mueve. (Al negro) No es cierto que no? No es un pulpo, no se mueve. Presta atención al
asunto de las estrellas. Él es un chef. ¿verdad?
Samuel: Sí.
Al: Uno muy bueno.
Max: El banana es mejor; puede hacer de todo. Cocina y hace de todo. Harías de alguna chica una
buena esposa, flor de vivo.
Jorge: ¿Sí? Su amigo, Olaf Andreson, no va a venir.
Max: Le vamos a dar otros diez minutos.

Un tiempo

Max: Vamos, Al. Mejor nos vamos de acá. Ya no viene.


Al: Mejor esperamos otros cinco minutos.

Vuelve el chofer.

Chofer: ¿Volvió Samuel?


Jorge: No.
Chofer: ¿Y qué? ¿No hay comida?

91
Jorge: No…
Chofer: En la otra cuadra todo tiene gusto a podrido. No hay nada acá, jorge? No sandwiches.
Comida…
Jorge: No está Samuel.
Chofer: ¿Por qué carajo no conseguís otro cocinero? Si esto es un restorán, tenés que tener un
cocinero. No un vago que anda dando vueltas por ahí, siempre borracho… Eso afea el lugar…
Jorge: Disculpe, pero…
Chofer: me voy de acá, Jorge. Pero si pudiera me voy del pueblo.

El chofer sale.

Max: Vamos, Al.


Al: ¿Qué hacemos con los dos chicos vivos y el negro?
Max: No va a haber problemas con ellos.
Al: ¿Estás seguro?
Max: Sí, ya no tenemos nada que hacer acá.
Al: No me gusta nada. Es imprudente, vos hablás demasiado.
Max: Uh, qué te pasa. Tenemos que entretenernos de alguna manera, ¿no?
Al: Igual hablás demasiado

Al aparece en escena. Se arregla guantes, chaqueta, bufanda, etc.

Al (a Jorge): Adiós, vivo. La verdad que tuviste suerte.


Max: Es cierto, tenés que apostar en las carreras, banana.

Los gángsters salen.


Jorge volvió a la cocina y desató a Nick y al cocinero.

Samuel: No quiero que esto vuelva a pasarme. Ya no quiero que vuelva a pasarme.
Nick: ¿Qué carajo...?
Jorge: Quieren matar a Olaf Andreson. Lo iban a matar de un tiro ni bien entrara a comer.
Nick: ¿A Olaf Andreson?
Jorge: Sí, a él. Escuchá. Tenés que ir a ver a Olaf Andreson.
Samuel: Mejor que no tengas nada que ver con esto. No te conviene meterte.
Jorge (a Nick): Si no querés no vayas.
Samuel: No vas a ganar nada involucrándote en esto. Mantenete al margen.
Nick: Voy a ir a verlo. ¿Dónde vive?
Samuel: Los jóvenes siempre saben que es lo que quieren hacer. Creen que eso les sirve para algo,
pero no sirve para nada. La pura verdad, palabra de Dios. Está escrito en alguna parte de la Biblia.
Jorge: Vive en la pensión Hirsch.
Nick: Voy. Voy.

3.
LA PENSION
La puerta delante de la pieza de Olaf.

Olaf: ¿Quién es?


Nick: Soy Nick Adams.
Olaf: Pasá.

Olaf Andreson yacía en la cama con la ropa puesta. Era boxeador. Estaba acostado con la cabeza
sobre dos almohadas. No mira a Nick.

92
Olaf: ¿Qué pasa?
Nick: Estaba en lo de Enrique, cuando dos tipos entraron y nos ataron a mí y al cocinero, y dijeron
que iban a matarlo. Nos metieron en la cocina. Iban a dispararle apenas usted entrara a cenar.

Olaf Andreson mira a la pared y siguió sin decir palabra.

Nick: Jorge creyó que lo mejor era que yo viniera y le contase.


Olaf: No hay nada que yo pueda hacer.
Nick: Le voy a decir cómo eran.
Olaf: No quiero saber cómo eran. Gracias por avisar.
Nick: ¿No quiere que vaya a la policía?
Olfa: No. No es buena idea.
Nick: ¿No hay nada que yo pueda hacer?
Olaf: No. No hay nada que hacer.
Nick: A lo mejor no va en serio. A lo mejor hicieron todo esto para asustarlo. Olaf: No. Lo decían
en serio. Lo que pasa es que no me decido a salir. Me quedé todo el día acá.
Nick: ¿No se puede escapar de la ciudad?
Olaf: No. Estoy harto de escapar. Ya no hay nada que hacer.
Nick: Tiene que haber una manera de arreglarlo.
Olaf: No. Me equivoqué. No hay nada que hacer. Dentro de un rato me voy a decidir a salir.
Nick: Yo tengo que volver. A lo de Jorge.
Olaf: Está bien.
Nick: Mejor vuelvo a lo de Jorge.
Olaf: Chau. Gracias por venir.

Nick sale.

4.
El RESTORÁN DE ENRIQUE.
CODA

Jorge: ¿Viste a Olaf?


Nick: Sí. Está en su pieza y no va a salir.
Samuel: Nada, no pienso escuchar nada.

Samuel sale y se mete en la cocina.

Jorge: ¿Le contaste lo que pasó?


Nick: Sí. Le conté pero él ya sabe de qué se trata.
Jorge ¿Qué va a hacer?
Nick: Nada.
Jorge: Lo van a matar.
Nick: Sí.
Jorge: ebe haberse metido en algún lío en Chicago.
Nick: Supongo -dijo Nick.
Jorge: Es terrible.
Nick: Sí. Es horrible. ¿qué habrá hecho?
Jorge: Habrá traicionado a alguien. Por eso los matan.
Nick: Yo me voy de este pueblo.
Jorge: Sí. Es lo mejor que podés hacer.
Nick: No soporto pensar que está esperando en su pieza sabiendo lo que le va a pasar.

93
Jorge: Bueno. Mejor dejá de pensar en eso.
Nick: Sí.
Jorge: Hay que saber dejar de pensar de vez en cuando.
Nick: ¿Cómo...?
Jorge: Lo dice Samuel. Está en la Biblia. Escrito, en alguna parte.

APAGON.

94
Ropa de mujer
Obra corta

Personajes
Sylvia
Polina

Escena 1
Bar. Noche
Entra Sylvia. Hace saluditos simpáticos con la mano y se sienta en la mesa de Polina.

Sylvia: Ey, qué cara.


Polina: Sí, sentate.
Sylvia- No me dijiste que era grave lo que te pasaba. ¿no? O es grave?
Polina- No, no es grave.
Sylvia- Estás bien. ¿no estás enferma?
Polina - No.
Sylvia - ¿Juan tampoco?
Polina - No.
Sylvia: ¿Entonces qué pasa que estás así?

Polina se pone a llorar desconsolada.

Sylvia: ¿Se están por separar?


Polina: ¡Pero no! (pausa) No sé.
Sylvia: Ay! Están mal? No me dijiste nada... Los vi tan bien el otro día en lo de Santiago... Nunca
me hubiera imaginado que...
Polina: No nos estamos por separar. Yo estoy mal. Pero él no sabe que estoy mal...
Sylvia: ¿Qué? ¿Conociste a otro?
Polina: No.
Sylvia: No me mientas, mirá que te lo leo en los ojos. Conociste a otro. No, no es eso. El tiene otra.
Con esa cara de pobrecito y...
Polina: ¡Basta, Sylvia! Para vos estar mal es que haya un tercero siempre. Hay muchas formas de
estar mal.
Sylvia: Psé. Pero si ninguno de los dos tiene otro amante es menos fácil estar mal.
Polina: Creo que es peor que eso. No sé si él se ve con otra mujer... En todo caso, no creo que sea
una mujer sola...
Sylvia: ¡Epa! Va a terminar ganándose mi admiración tu marido.
Polina: No seas cínica. ¿No ves que sufro?
Sylvia: Disculpáme. Me hace gracia. Es que siempre lo vi tan alfeñique, tan chiquitito... qué sé yo...
un pollito esmirriado...
Polina: ¿Qué?
Sylvia: Ustedes parecen siempre la pareja perfecta.
Polina: Viste? Es así. No sé si tiene una amante o un amante...
Sylvia: Ay, dios! No... No puedo creerte. Es mucho para mí. ¿Dónde dejé las pastillas...?
Polina: Necesito que me ayudes. No tomes pastillas. Te necesito lúcida.
Sylvia: ¿Cómo?
Polina: Dejáme que te cuente cuál era el arreglo entre nosotros...
Sylvia: Yo creo que vos me citaste acá para volverme loca. Porque la otra vez me viniste con el
cuento de los chihuahuas. Cada vez que me citás me decís cosas que no son normales. Me decís que
vas a vender la boutique y te vas a poner a criar chihuahuas, esos perros espantosos, horribles,

95
cucarachas que ladran. Que vas a hacer una fortuna decís, que los traen directo de Méjico. Empezás
con chihuahuas y seguís criando perros pila. Después alguien te convence que no. Pero a mí me
dejás la cabeza así de alterada. Ahora me venís con que Juan sabe Dios lo que anda haciendo. ¿Y
yo? ¿Vos pensás cómo quedo yo? ¿Vos reflexionaste alguna vez sobre la amistad, eh? Sabés que la
amistad no te da derecho a todo? Sabés que hay algo que se llama tortura mental?
Polina: Te podés callar?
Sylvia: Dejáme decirte algo más.

Pausa.

Polina: ¿Qué?
Sylvia: Ahora me olvidé. En cuanto me acuerde te digo. Seguí hablando vos.
Polina: Cuando nos casamos... Cuando nos fuimos a vivir juntos, en realidad, antes... Quiero decir,
antes de irnos a vivir juntos, él me pidió algo... Una condición, ¿entendés?
Sylvia: No entiendo. Pero no importa.
Polina: Me pidió que un día, un día cualquiera que yo eligiera, una vez por mes... Le dejara la casa
para él solo...
Sylvia: Solo cómo? Solo cuánto? El no es un tenor de la ópera que tenga que practicar y no quiera
romperte los tímpanos...
Polina: Un lapso de seis horas a convenir.
Sylvia: ¿Y qué hace? ¿qué hace? Estudia piano? Hace gimnasia artística, qué hace?
Polina: No sé.
Sylvia: ¿Nunca le preguntaste?
Polina: No.
Sylvia: Yo creo que a vos te gusta el misterio.
Polina: Parte del pacto era que yo nunca le preguntaría qué hace él en esas horas...
Sylvia: A vos te gusta el misterio y él es un pervertido.
Polina: Necesito que vayas a casa, que espíes por la ventana qué está pasando, qué está haciendo él.
Sylvia: No. Nunca, jamás.
Polina: Por favor, Sylvia. Te pido esto solo y te juro que no te pido nunca más nada en la vida.
Sylvia: La vida es muy larga, Polina. Y ya me pediste como diez cosas con esa excusa.
Polina: Por favor...
Sylvia: No. Y cambiemos de tema. Si no vamos a terminar peleadas. Vos no pensás en el significado
de la amistad. Tirás de la cuerda, tirás de la cuerda. Pero te digo bien claro: el hilo se corta por lo
más fino.
Polina: Pensé que ibas a ayudarme.
Sylvia: Leé a Cicerón, leé a Séneca.
Polina: Para qué?
Sylvia: Hablan de la amistad. Vos te creés que ser amigos es eso que dicen los cartelitos de dos
pesos que se compran en las disquerías.
Polina: No me vas a ayudar-.
Sylvia: Ya ves que no, qué lástima. Pido otro café. ¿querés más? Igual no me parece bien lo que
querés hacerle a Juan. Porque si uno hace un pacto, hace un pacto. Los pactos son para cumplirlos...
Polina: Cuando vos te veías con Sánchez fui yo la que averiguó si de verdad iba a dejar a la esposa,
como te decía a vos...
Sylvia Ya lo sé, ya lo sé y te estoy muy agradecida. Pero esto es distinto... Porque yo estaba
enamorada de Sánchez. No era mi marido, no tenía confianza con él. No le podía preguntar cosas
íntimas...
Polina: ¿Cómo que no? ¿Para qué era tu amante?
Sylvia: Amante, amante. Un amante es como un refresco. ¿Vos reflexionaste sobre la pasión y el
romance?
Polina: ¡¡No!!

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Sylvia: ¿No sería mejor que yo vaya, toco el timbre, espero a que él salga, le pregunto: 'Interrumpo
algo, Juan'?
Polina: No va a salir a abrirte. Hace como que no está. Por eso tenés que espiar.
Sylvia: ¿Y el perro? ¿Qué hago si el Atila se me tira encima? ¿Vos pensás que el imbécil de tu
marido va a dejar de fornicar alegremente para atenderme a mí?
Polina: ¡No sabemos si se acuesta con otra!
Sylvia: O con otro. No olvides esa opción, que es mucho más espantosa.
Polina: ¿Podés tratar de no angustiarme?
Sylvia: No, no puedo. Pero te puedo convidar con un ansiolítico. A lo mejor te ayuda.
Polina: Andás con esas pastillas como si fueran confites.
Sylvia: Bueno, si tomaras una, a lo mejor hasta le perdonás a Juan que no te haya dicho que es
homosexual.
Polina: ¡No sabemos si es homosexual!
Sylvia: No levantes la voz, por favor, Polina.
Polina (muy bajo): No sabemos si es homosexual. No agregues cosas todavía.
Sylvia: ¡Y yo que lo veía tan machito, tan pelo en pecho!
Polina: ¡Basta! El perro no te va a hacer nada, lo dejé atado. Suponía que me ibas a querer ayudar.
Sylvia: ¿Tres años esperaste para averiguar? Vos tenés sangre de pato.
Polina: Al principio pensaba que se drogaba y quería hacerlo a solas.
Sylvia: Que era egoísta querés decir. Porque si alguien se droga y no tiene la deferencia siquiera de
preguntarte si querés compartir... Un vicio es para compartirlo, ¿verdad?
Polina; Qué sé yo. Estoy desesperada. Le revisé los emails, las casillas... Entro en la computadora
en funciones que él desconoce... Estoy hecha un hacker...
Sylvia: ¿Y si él soltó al perro?

Larga pausa. Se miran con expresion idiota

Polina: Te lo pido por favor.


Sylvia: Está bien. ¿Dónde se supone que él va estar? ¿En el living?
Polina: Sí. O en el dormitorio.
Sylvia: ¿Y cómo miro el dormitorio?
Polina: Te trepás al fresnito.
Sylvia: ¿También eso? ¿Qué te pensás que soy? La novia de Tarzán?
Polina: No te va a pasar nada.
Sylvia: Por qué no contrataste un detective privado?
Polina: Yo...
Sylvia: Porque sos una tilinga. Me doy cuenta.. No querías que se conociera el escándalo...
Polina: ¿Vas a ir o no vas a ir? Yo te espero acá.
Sylvia: Voy, voy.

Sylvia comienza a levantarse, se cuelga la cartera. De pronto, vuelve a sentarse, abre la cartera, saca
el pastillero, se toma una pastilla.

Sylvia (sonriendo): Por las dudas... No me vaya a poner nerviosa...

Escena 2
Una hora después. Sobre la mesa de Polina hay un par de jugos de naranja. Espera inquieta.
Entra Sylvia, demudada. Se sienta y se queda como una estatua, sin expresión, pétrea.

Polina: ¿Qué pasó?


Sylvia: No...
Polina: ¿Lo viste?.

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Sylvia: Sí.
Polina: Habláme por favor.
Sylvia: Es que no sé, ¿sabés? Porque el ser humano... A veces, yo creo que uno... Es algo biológico,
de la química del cerebro...
Polina: Estaba con otro tipo????
Sylvia: No, no. Son las pastillas. Estoy hablando... Creo que mezclé los ansiolíticos con... A veces
me pasa...
Polina: ¡Me vas a venir a decir justo ahora que sos adicta!
Sylvia: Sería una manera de pedir ayuda, ¿no? Claro, sos tan egoísta que lo único que te importa es
qué carajo hace tu marido encerrado una vez por mes, a quién recibe.
Polina: ...
Sylvia: ¡Eso solo te importa!! ¿Es o no es así?
Polina: Sí, es así. ¿Me vas a contar o no?
Sylvia: No te lo merecés. Tendrías que leer lo que escribe Montaigne sobre la amistad. Freud.
¿Leíste lo que opina Freud? Que la amistad es más duradera que el amor o el matrimonio, porque
los componentes eróticos están sublimados. Pero a vos, ¡a vos no te dura nadie!
Polina: ¿Había otra mujer?
Sylvia: No...
Polina: ¿Había más de una mujer???

Sylvia menea la cabeza de manera confusa.

Sylvia: No me dijiste que tenía que saltar la reja... El perro me reconoció que si no ahora estoy en la
morgue...
Polina: ¿Había otra mujer?
Sylvia: Y dale con eso! Sí, había otra mujer.
Polina: ...
Sylvia: No es el fin del mundo.
Polina: Porque no es el hombre que vos amás...
Sylvia: ¿Querés violines?
Polina: Sos una mujer cruel.
Sylvia: Puede ser. Pero a mí me gusta la honestidad. No me ando con misterios ni...
Polina: ¿Cómo es ella?
Sylvia: ¿Quién?
Polina: ¡La otra mujer! ¿quién va a ser?
Sylvia: Ah, sí...
Polina: ¿Es más linda que yo, verdad?
Sylvia : No exactamente más linda... Muy parecida a vos..., en realidad... Con tu... estilo...

Polina se agarra la cabeza, desolada.

Polina: ¡Seguro que hacen el amor en mi cama!


Sylvia: No creo que sea el amor lo que hacen...
Polina (sofocando un grito): Sadomasoquismo...
Sylvia: Exceso de imaginación. ¿vos no conocés a tu marido, todavía? ¿te parece que él puede ser
sadomasoquista...?

Largo silencio en el que las dos se quedan pensativas.

Sylvia: No, vos no conocés a tu marido...


Polina: ¿Qué hacían?

98
Sylvia la mira directamente, habla pausado, hace los gestos de los que habla.

Sylvia: Cuando yo me asomé a esa puta ventana y dejé que el rosal me raspara toda... Lo que vi fue
a una mujer rubia mirando la tele.
Polina: Qué?
Sylvia: Te lo estoy contando mal. Vamos de nuevo. Lo que vi, al principio, fue la cabellera rubia de
una mujer... Vi la parte de atrás de su cabeza, en el sofá... Y la tele prendida...
Polina: ¿y él?
Sylvia: Él no estaba.
Polina: ¿Cómo que no estaba? Estaría haciendo café...
Sylvia: No, no.
Polina: Estaría ... ¡dios mío! Estaría arrodillando frente a ella y por eso vos no lo viste!

Sylvia hace la seña de pedir un vaso de agua. Apoya la frente en su mano, le duele la cabeza.
Sylvia toma el agua.

Sylvia: Él no estaba.
Polina: ¿Qué me querés decir?
Sylvia: La verdad es que me dan ganas de tomarme un whisky. Pero con tanta medicación...
Polina: ¿Qué? ¿Alquila el living a una extraña?
Sylvia: No era una extraña.
Polina: ¿Cómo? ¿y quién era...? ¿Rubia, dijiste...? ¿Alta? ¿Elena Soderberg?
Sylvia: ¿quién?
Polina: La conociste en una fiesta de la oficina de Juan... Una compañera suya...

Sylvia saca un pañuelo de papel, se seca la transpiracion, de la frente, el cuello. Mira el pañuelo.

Sylvia: No tengo sangre. No tengo sangre, ¿no?


Polina: No.
Sylvia: Me raspé toda con el rosal y un coso de yeso que me llevé por delante y me caí...
Polina: ¿Me rompiste el enanito de jardín?
Sylvia: ¿Cómo podés tener esas porquerías...? No te da vergüenza...?

Pausa.

Polina: ¿Qué estaba haciendo Elena en mi casa?


Sylvia: ¡Pero si no era la Elena esa! ¡Era tu marido! ¡era Juan!
Polina: ¿Cómo?
Sylvia: Nunca notaste estirada la polerita de angora, eh?
Polina: ¿qué?
Sylvia: Se pone tu ropa. La polerita de angora blanca, la pollera hindú esa que ya no usás... Pero yo
te vi en el verano... ¡estoy segura de que tenía puesta hasta tu ropa interior!
Polina: ¿cómo?
Sylvia: ¿Sos tonta o qué? ¿No me oís lo que te estoy diciendo? Se po-ne tu ro-pa. Se pone tu ropa y
se sienta a mirar la televisión. Hace eso. Mira los programas de cocina... Creo que daban la receta
de un budín y él hacía con las manos así... (Sylvia hace el gesto de batir la masa.)...como que
batía...
Polina: Juráme que me estás diciendo la verdad.
Sylvia: Juro.
Polina: Me quiero morir.
Sylvia: ¿qué?
Polina: Me quiero morir.

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Sylvia: Pero a vos no hay nada que te venga bien! Si es un mujeriego, si es gay, si se viste de
mujer...
Polina (llorosa): A vos tantas pastillas te están haciendo mal.
Sylvia: Puede ser.
Polina: No tenés más moral.
Sylvia: Pero me he vuelto muy tolerante... Para con el ser humano...
Polina: ¿cómo vuelvo ahora, eh? ¡cómo vuelvo!
Sylvia (con sentido practico): Para empezar caminás estas dos cuadras. Ponés la llave en la
cerradura y entrás. Recogés los pedazos de ese enano asqueroso que pusiste y lo limpiás. Soltás al
pobre perro...
Polina: No voy a poder mirarlo a la cara...
Sylvia: La del enano, no.
Polina: Me refiero a...
Sylvia: Ya sé, ya sé. Luego vas a la cocina, hacés un té. Te sentás, él va a venir, te da un beso... ¿y
sabés qué? Te va a traer un budín para que pruebes. Y vos lo probás y lo felicitás y le decís que salió
rico...
Polina: ¡Mi marido se viste de mujer!!
Sylvia: Vos deberías ser actriz. Esa afición al melodrama que tenés... Se viste de mujer cuatro horas
al mes... No es mucho, no es mal negocio a cambio de tener un buen marido, Polina...
Polina: ¡Mi marido se viste de mujer!!
Sylvia: Ya lo dijiste. Y yo te digo: un hombre bueno es difícil de encontrar. Un hombre bueno puede
salvar tu vida, la vida de una mujer, quiero decir. Así que la Madama Butterfly la hacés en la ópera.
En tu casa lo que hacés es: comés una tajada de budín y ¿sabés qué? Mostrále un figurín... Un
burda... Y se quedan así hasta que se hace de noche...
Polina: Mirando una revista de modas con mi marido...?
Sylvia: ¿y?
Polina: ¡es inmoral!
Sylvia: Es un buen hombre. Ha sido un buen marido...
Polina: Es bastante eso? Es bastante...?

Polina y Sylvia se miran. Terminan sus bebidas.


Hay paz.
Apagón

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