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POLARIZACIÓN, EXTREMISMO Y VIOLENCIA EN BRASIL

Por Anne Vigna

Viejas y nuevas formaciones políticas de derecha, protagonistas de las marchas contra Dilma
Rousseff, se aglutinan con un objetivo común: destruir al PT y sus conquistas sociales. La
derechización política y social aviva viejos fantasmas, como el del retorno de los militares al poder,
en un contexto de proximidad de las elecciones presidenciales.

En la apertura del Foro de la Libertad en Porto Alegre el pasado mes de abril se respiraba un olor a
victoria. Conocida en el extranjero como la primera en ser conquistada por el Partido de los
Trabajadores (PT) en 1998, y como la cuna del Foro Social Mundial, la ciudad del sur también es
sede de esta reunión de la derecha ultra liberal brasilera desde hace treinta años. Este encuentro,
que durante mucho tiempo estuvo reservado a los iniciados, se ha convertido en una ceremonia
obligada.

En 2017 el auditorio, que cuenta con 2.600 lugares, se mantuvo lleno y los expositores esbozaban
una gran sonrisa. “Las ideas liberales nunca estuvieron tan presentes en el debate público.
Llevamos a miles de jóvenes a las calles contra el Partido de los Trabajadores y expulsamos a la
izquierda del poder. Por primera vez, pienso que podemos ganar las elecciones presidenciales de
2018”, afirma Helio Beltrão, presidente del Instituto Mises, un laboratorio de ideas oficialmente
“apolítico” pero que se inscribe en la línea del economista Ludwig von Mises (1881-1973), padre
fundador de la Escuela Austríaca y absolutamente liberal (1).

Quizás no se trate sólo de una fanfarroneada. Tras trece años de hegemonía del PT, una derecha
endurecida gobierna al país sin siquiera haber pasado por las urnas. Michel Temer, el ex
vicepresidente que llegó a la presidencia tras la destitución de Dilma Rousseff, aplica
metódicamente la agenda liberal del Foro: una reforma a la Constitución que limita el aumento de
los gastos sociales a las tasas de inflación del año anterior, una gran ola de privatizaciones,
flexibilización del Código de Trabajo, proyecto de reforma de las jubilaciones (que deja sin pensión
a una gran parte de la población) e incluso la restricción de la definición del “trabajo esclavo”, muy
habitual en el país.

Este año, el nuevo intendente de San Pablo, João Doria, del Partido Social Demócrata (PSDB),
inauguró el Foro. El magnate se presentó como “un empresario que trabaja quince horas por día”.
¿Su proyecto? “Menos impuestos, menos regulación del mercado y cero trabas para el libre
comercio”. También promete privatizar lo más rápidamente posible las gestiones que aún son
públicas en su ciudad (entre las cuales se encuentran los parques y los estadios) para erradicar “la
pesadez y la burocracia del sistema público”. “Voy a cambiar los hábitos del mundo de la política,
prefiero tomar un Uber que recurrir a choferes privados”, declara bajo una lluvia de aplausos.
Doria parece ser el favorito de la nueva derecha brasilera, que el sociólogo Laurent Delcourt
describe como un “Tea Party tropical”, en clara referencia al movimiento anti-impuestos
estadounidense. De punta en blanco, este hombre encarna a la perfección el mito del self-made-
man que viene de un origen modesto. Logró conquistar tanto a las clases populares de la periferia
de San Pablo como a los privilegiados de los barrios favorecidos presentándose como un
“trabajador honesto”. De este modo, consiguió forjarse un electorado interclasista. Cada una de
sus reuniones de campaña del 2016 terminaba con un mensaje para su adversario del PT,
Fernando Haddad: “¡Que se vayan a Cuba!”.

El recurso a un discurso calcado del de la Guerra Fría caracteriza a esta “nueva derecha”. Como
ayer, el comunismo sería el enemigo a vencer, que estaría intentando adueñarse de Brasil a través
del PT. “La ideología bolivariana del PT se infiltró en la cultura, en las escuelas, en las ONG y en
gran parte de la juventud. Si no hubiéramos logrado destituir a la presidente Rousseff, nuestro
país hoy sería comunista”, explica con mucha seriedad Rodrigo Tellechea Silva, director del
Instituto de Estudios de la Empresa (IEE), que parece haber olvidado hasta qué punto el líder del
PT Luiz Inácio Lula da Silva (presidente del 2003 al 2010) seducía tanto en la Bolsa como en las
favelas (2).

Muchos de los jóvenes en las filas del Foro tienen ropa de la marca Vista Direita (“vista derecha”),
que propone una línea anticomunista con una colección de remeras con eslóganes como “¡Sé cool,
no seas comunista!” o “El comunismo mata desde 1917”. La mayoría de estos jóvenes proviene de
la rama brasilera de “Students for Liberty” (“Estudiantes por la libertad”), una organización
mundial de militancia liberal que se implantó en las universidades brasileras a partir del 2010. Tres
años más tarde, daba origen al Movimiento Brasil Libre (MBL), que encabezó las movilizaciones
para exigir la destitución de

Rousseff desde su reelección, en octubre de 2014. Los “jóvenes líderes” del MBL, innovadores en
el contexto político brasilero, se identifican por su sarcasmo, su tono burlón, pero también por los
insultos que lanzan a sus adversarios así como por su violencia. El 12 de abril de 2015, el dirigente
más conocido del MBL, Kim Kataguiri, declaraba: “No hay que contentarse con hacer sangrar al PT,
hay que darle un balazo en la cabeza”.

La derecha radical brasilera se apoya en el fenómeno de la polarización y en el “antiPTismo” que


cobró fuerza a partir de junio de 2013. En aquel momento, el país vivió las manifestaciones más
importantes desde el fin de la dictadura militar (en 1985) (3). Al principio, estas reivindicaciones
exigían una mayor inversión pública en transporte, salud y educación. “De manera inesperada, la
derecha que se manifiesta en ese momento reúne a dos grandes tendencias: una extrema, es
decir, ‘identitaria’ y ‘racista’, y otra liberal. Juntas, lograron recuperar el movimiento de protesta.
Lo reorientaron hacia una oposición al PT, principalmente a través de la instrumentalización del
tema de la lucha contra la corrupción”, explica Delcourt. El 20 de junio, sólo diez días después del
inicio del movimiento, los blancos de los manifestantes ya no eran únicamente los recortes
presupuestarios o la falta de servicios públicos, sino también los edificios públicos de Brasilia (sede
del Estado Federal) y todo símbolo ligado al PT o a un universo político desprestigiado por la
corrupción.

En 2015, la investigación sobre episodios de corrupción en el seno de la empresa petrolera


Petrobras, reveló la existencia de un sistema de financiamiento ilegal de los partidos políticos,
alimentado por las grandes empresas del sector de la construcción y de la obra pública. Todos los
partidos fueron citados desde las primeras denuncias contra los dirigentes de Petrobras, pero los
medios y los procuradores encargados de la investigación sólo retuvieron en un primer momento
las acusaciones que implicaban al PT, en el poder desde el 2003, partido al que presentan como el
creador de este sistema (4).

Quienes salían a las calles en ese momento representaban cada vez menos al brasilero promedio:
según las encuestas realizadas durante estas manifestaciones por un equipo de sociólogos de la
Universidad Federal de San Pablo (5), son blancos, urbanos y provienen de clases privilegiadas. “Lo
que motiva al 90% de estos manifestantes es provocar la caída del PT. Se oponen a sus programas
sociales: el emblemático ‘Bolsa familia’, los cupos reservados para los descendientes de africanos y
para los aborígenes en las universidades, o el programa ‘M’, que reclutó a especialistas cubanos.
Su discurso preconiza la meritocracia por sobre el ‘asistencialismo’, que según ellos sería la marca
del PT”, explica la socióloga Esther Solano, responsable de estas encuestas.

El odio –el término no es excesivo– contra la agrupación de izquierda y lo que ella representa se
ilustra en las redes sociales a través de las bromas que tienen como blanco a las poblaciones del
noreste. Se los presenta como “retardados”, “perezosos” o “aprovechadores”: una mezcla de
racismo (el norte de Brasil es más negro que el sur) y de desprecio de clase, que se expresa a veces
abiertamente en la calle. Según sus detractores de buena familia, el PT sería culpable de haber
concedido algunos derechos a las poblaciones históricamente discriminadas socavando
mecánicamente los privilegios de los más ricos. Además de la afrenta que representa permitir que
los ex “mendigos” tomen un avión –muchos ricos no toleraron compartir este espacio–, el PT
cometió un error irreparable en 2015, cuando Rousseff hizo votar una ley que obligaba a los
empleadores a declarar a sus trabajadores domésticos, a pagarles un salario mínimo y a respetar
la duración legal del trabajo (6). En el seno de esta población, “el antiPTismo funciona como un
cimiento, igual que el anticomunismo que organizaba la oposición al gobierno de izquierda del
presidente João Goulart, derrocado por un golpe de Estado militar en 1964. La misma clase social,
blanca y privilegiada, que marchaba en los años 60 contra Goulart, desfilaba ayer contra Rousseff”,
resume Delcourt.

Si los militantes de extrema derecha que preconizan el retorno de los militares al poder seguían
siendo minoritarios durante las manifestaciones de 2015, la gran mayoría de las personas que se
movilizaron apoyaba una política más represiva. “Entre el 70 y el 80% de las personas interrogadas
se pronunciaba a favor de un endurecimiento de las penas contra la delincuencia y la disminución
de la imputabilidad penal a 16 años. Por otra parte, demuestran una gran admiración por las
figuras del mundo de la Justicia así como por la Policía Federal, que dirige las investigaciones sobre
la corrupción que parecen involucrar sólo al PT”, detalla Solano. Estos datos concuerdan con las
cifras de los estudios de opinión que el Instituto Brasilero de la Opinión Pública y la Estadística
(Ibope) llevó a cabo en 2010 y en 2016 para medir el peso de las ideas conservadoras en la
sociedad. Entre esas dos fechas, el apoyo a la disminución de la imputabilidad penal pasó del 63 al
78%; la adhesión a la pena de muerte, del 31 al 49%, y la cantidad de personas que se consideran
muy conservadoras, del 49 al 59%. “En semejante contexto, no se podía esperar otra cosa: desde
el final de la dictadura los grupos parlamentarios conservadores, los que defienden los intereses
de los grandes terratenientes, de los cristianos evangélicos y de los militares, nunca estuvieron tan
bien representados en el Congreso”, explica Mauricio Santoro, profesor de Ciencias Políticas en la
Universidad del Estado de Río de Janeiro.

Poco a poco, el movimiento en las calles partió a la conquista de las instituciones. En las
municipales de octubre de 2016, el MBL –que, hasta entonces, se declaraba “ciudadano y
apolítico”– presenta cuarenta y cinco candidatos bajo varias afiliaciones políticas. Diez de ellos
serán elegidos consejeros municipales; uno, intendente de Monte Sião en Minas Gerais (25.000
habitantes). En Porto Alegre, Felipe Camozzato fue elegido bajo los colores del Nuevo Partido (PN),
ligado al MBL. “Antes del 2015, no sabía nada de política. No me interesaba para nada”, nos
explica riéndose. El novato se unió al movimiento de oposición al PT formando una batucada con
sus amigos. ¿Cómo se llamaba? “La loca banda liberal”. La orquesta retoma un canto de cancha
transformando su letra: “¡Llor PTista bolivariano!”. La canción fue entonada durante las
numerosas manifestaciones del 2015. En su despacho del Palacio Municipal, el hombre lo
recuerda con orgullo: “Nos juntábamos en la ventana de la Presidenta cuando venía a Porto Alegre
y nos pasábamos la noche cantando para que no pudiera dormir”.

Este tipo de provocaciones le procuró a Camozzato una notoriedad que pudo aprovechar durante
la campaña. Su proyecto se resume en una sola idea: nada de dinero público para los partidos
políticos. En efecto, en 2015, la Corte Suprema prohibió el financiamiento privado de las
agrupaciones políticas tras el escándalo de corrupción ligado a la empresa Petrobras. Hasta
entonces, el 70% del financiamiento de los partidos provenía del sector privado. Ahora, el monto
atribuido a un fondo público electoral se decide en el Congreso antes del escrutinio. Para el año
próximo (elección presidencial, de gobernadores, de miembros de las legislaturas nacionales y
locales), el fondo será de 300 millones de euros. “Una aberración. ¡Los partidos tienen que
encontrar ellos mismos sus recursos, como lo hacen todas las empresas!”, se indigna Camozzato.

A sus 29 años, el consejero municipal acepta no tener conocimiento sobre los problemas de la
ciudad; pero asegura haber examinado minuciosamente las leyes de la municipalidad que ponen
trabas a la actividad de las empresas. Bajo una imagen algo sosa, Camozzatto dio muestras de su
carácter al defender la portación de armas para los “ciudadanos de bien” o al denunciar a los
“jueces de ideología marxista” que liberan a los acusados. En agosto, calificó a los militantes del
Movimiento de los Trabajadores Sin Techo (MTST) de “bandidos” y de “patoteros”. “Los
partidarios del MBL saben muy bien cómo diseminar su odio. Y la gente los sigue. El año pasado,
por primera vez en mi vida, fui agredido por una banda de jóvenes enardecidos, que me trataron
de comunista y de bolchevique…”, se lamenta Raul Pont, 73 años, uno de los fundadores del PT y
ex intendente de Porto Alegre.

Con frecuencia, las agresiones ligadas al MBL se expresan en las redes sociales, donde la
organización se jacta de tener más de dos millones y medio de seguidores, y donde cuenta con
sitios de “información” que repiten sus ataques. Brasil ya está familiarizado con las herramientas
ideológicas de la prensa (7): son incontables los sitios donde el derecho a atacar prima por sobre el
derecho a informar. En este ámbito, las páginas conservadoras se destacan sobre las demás. El
71% de las personas interrogadas por el equipo de sociólogos ya citado, creía que el hijo mayor de
Lula da Silva era el propietario de una de las multinacionales de la carne más importantes del país
(Friboi). El 53% consideraba que el Primer Comando de la Capital (PCC), el grupo criminal más
grande de Brasil, desempeñaba el rol de brazo armado del PT. El pasado mes de julio, la Asociación
Brasilera de Periodistas de Investigación (Abraji) reaccionó ante los repetidos ataques de estos
sitios contra los periodistas que ponen al descubierto estos manejos, como el sitio de investigación
Agencia Pública, que fue linchado por el MBL por haber expuesto los errores de uno de sus videos
sobre la delincuencia. En respuesta, el MBL acusó a la organización de agrupar a “militantes de
extrema izquierda disfrazados de periodistas”…

Un dirigente político se destaca particularmente en este tipo de registro: el diputado federal Jair
Bolsonaro, figura de la extrema derecha brasilera, que ahora ocupa la segunda posición en las
encuestas para la próxima elección presidencial (aunque sólo cuenta con el 16% de las intenciones
de voto, según una encuesta del Instituto Datafolha del 3 de octubre). Elegido en 1990, este ex
militar nunca se destacó por su trabajo parlamentario. Sin embargo, sus provocaciones le
brindaron gran visibilidad mediática. Así ocurrió durante la votación del Congreso sobre el tema de
la destitución de Rousseff, el 17 de abril de 2016 –un escrutinio que fue transmitido en directo por
la televisión–. Bolsonaro justificó su decisión presentándola como una toma de posición “contra el
comunismo, por las Fuerzas Armadas y por la memoria del coronel Carlos Alberto Brilhante Ustra,
el terror de Dilma Rousseff”. Este coronel del Ejército torturó a la ex Presidenta (por entonces
miembro de una organización de extrema izquierda) durante los veintidós días que estuvo
detenida en 1970. El diputado fue condenado por la Justicia por sus dichos discriminatorios contra
las mujeres, los negros y los homosexuales, pero “actualmente es el hombre con mayor
notoriedad en Facebook, con más de cuatro millones de seguidores”, observa el sociólogo Pablo
Ortellano.

Bolsonaro aplaudió las recientes declaraciones del general Antônio Hamilton Matins Mourão, que
helaron la sangre de la población, y no sólo de las víctimas de la dictadura (1964-1985): “Si las
instituciones no resuelven el problema político a través de la acción de la Justicia y no expulsan de
la vida pública a todas las personas implicadas en algún delito, entonces lo vamos a hacer
nosotros. Todos los camaradas de los altos mandos están de acuerdo conmigo” (8). Algunos días
después, su superior jerárquico, el general Eduardo Villas Bôas, que comanda el Ejército,
aseguraba que “la Constitución concede a las Fuerzas Armadas un mandato para intervenir en
caso de caos” (9).

“Evidentemente, la Constitución de 1988, nacida después de la dictadura, no permite que las


Fuerzas Armadas intervengan de manera autónoma en el campo político. Pero el presidente
Michel Temer, cuya popularidad es casi nula, tiene una imagen tan frágil que ya no tiene autoridad
para imponerse al Ejército”, estima la historiadora Maud Chirio, en un artículo titulado “La
posibilidad de un golpe de Estado en Brasil” (10).

Las derechas –extrema, liberal, clásica– se disputan ahora el electorado tradicional del PT, en
particular en la periferia de las ciudades, donde los niveles de vida progresaron en el transcurso de
la última década… gracias a la izquierda. “Estas nuevas pequeñas clases medias sueñan con
emprender y consumir. Son muy sensibles al discurso de la meritocracia de la derecha o de las
iglesias evangélicas, y las seduce menos el del PT, que todavía se dirige a los pobres”, explica el
sociólogo William Nozaki, quien coordinó un estudio de la Fundación Perseu Abramo (ligada al PT)
para intentar comprender el retroceso de la agrupación en los barrios marginales de San Pablo
que se vio reflejado en la elección de Doria (11). Del mismo modo, la periferia de Río de Janeiro
votó mayoritariamente a favor de Bolsonaro y del nuevo intendente Marcelo Crivela (Partido
Republicano Brasilero [PRB], derecha), prelado de la potente Iglesia Universal del Reino de Dios.

Las iglesias evangélicas promueven una visión globalmente conservadora e individualista del
mundo y están mucho mejor implantadas en los barrios pobres que la Iglesia Católica (12). Para
seducir a este electorado, la derecha liberal expandió sus horizontes y llegó al arte contemporáneo
durante el pasado mes de septiembre. El MBL obtuvo el cierre de la exposición “Queermuseu”:
sobre las 264 obras que se presentaban, 3 habrían hecho –según los jóvenes liberales– “apología
de la pedofilia, de la zoofilia y blasfemaron la cultura cristiana”. El MBL también atacó al Museo de
Arte Moderno de San Pablo por una performance artística en la que aparecía un hombre desnudo.
“Es una estrategia para las próximas elecciones. Entendieron que las ‘guerras culturales’ ofrecen
un excelente vector de movilización, y que gracias a un discurso hostil a los movimientos
feminista, negro o LGBT, podían ganar conservadores para la causa liberal”, estima Ortellano.

Sin embargo, según el equipo de sociólogos dirigido por Ortellano y Solano –que repitió su
cuestionario durante la tradicional “Marcha por Jesús” que reunió a cerca de un millón de fieles en
San Pablo–, los evangelistas se muestran poco sensibles a las ideas liberales. “Estos fieles no saben
posicionarse en la política de izquierda o de derecha. Son conceptos que no les dicen nada. Se
califican más bien como ‘conservadores’, pero no aprueban el programa económico de Michel
Temer”, analiza Solano. ¿Algo específico de los evangelistas? Quizás no sea así.

Nada garantiza que la radicalización de la derecha augure el éxito futuro en las urnas. Los estudios
de opinión muestran que la población brasilera se opone a las reformas del trabajo y las
jubilaciones que impulsa el gobierno. “Pudimos constatarlo durante las manifestaciones por la
destitución de Rousseff. La gran mayoría no se muestra favorable a un Estado mínimo. Sólo desea
que la educación y la salud sean de mejor calidad”, explica Solano. Esto atenúa la certeza de una
victoria para los ultra liberales del Foro de la Libertad. Por otra parte, aunque la extrema derecha
(militar y civil) liberó su palabra, la derecha clásica y liberal gobierna y la que quiere regenerarla
promete ser todavía más radical, Lula da Silva se mantiene a la cabeza en las encuestas para las
presidenciales del 2018, con más del 30% de las intenciones de voto.

1. Véase “Un foisonnement d’écoles de pensé”, Manuel d’économie critique du Monde


diplomatique, París, 2016.

2. Véase Geisa Maria Rocha, “El balance social de Lula”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur,
septiembre de 2010.
3. Véase Janette Habel, “Un pays retrouve le chemin de la rue”, Le Monde diplomatique, París,
julio de 2013.

4. Véase “Corrupción sin fronteras”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, septiembre de
2017.

5. Todas las encuestas pueden ser consultadas en el siguiente enlace:


https://gpopai.usp.br/pesquisa/?rel=mas

6. Véase Renaud Lambert, “Au Brésil, la trahison des domestiques”, Manière de voir, N° 156,
“Travail. Combats et utopies”, diciembre de 2017-enero de 2018.

7. Véase Carla Luciana Silva, “‘Veja’, le magazine qui compte au Brésil”, Le Monde diplomatique,
París, diciembre de 2012.

8. Declaración pronunciada durante una conferencia en la Gran Logia Masónica del Estado de
Brasilia el 15-9-17.

9. Entrevista en el canal TV Globo, 20-9-17.

10. Libération, París, 26-9-17.

11. “Percepções e valores políticos nas periferias de São Paulo”, Fundação Perseu Abramo, San
Pablo, 2017.

12. Véase Lamia Oualalou, “El poder evangélico a la conquista de Brasil”, Le Monde diplomatique,
octubre de 2014.

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