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Gastar de más hasta que los contribuyentes se rebelen

El ciclo uruguayo parece inexorable. Crecer, gastar, entrar en atraso


cambiario, caer. 1982, 2002, ¿2022? En este enero tórrido, mientras
miles de uruguayos remojaron sus pies en las claras aguas costeras y se
quejaron de lo calurosa que ha sido la semana, otros miles de uruguayos
y uruguayas están recalientes, lejos de la costa y con la convicción
profunda de rebelarse ante un status quo que entienden insoportable. Y
mientras ven como se achicharran cultivos y praderas. El país se sigue
dividiendo y quienes podrían acercar partes no lo están haciendo.

La grieta entre el sector rural y el gobierno se ensancha minuto a minuto


y una rebelión mayoritariamente virtual se desparrama como fuego en el
pasto seco por todo el país y que seguramente derivará en una
movilización de gran escala que llegará a Montevideo.
Desde que la izquierda llegó al gobierno el relacionamiento nunca fue
peor, el gobierno pocas veces tuvo un reto de estas dimensiones por
delante. El hartazgo no es solo de productores. Son también los
camioneros, las pymes del interior, los prestadores de servicios, los
industriales como las medianas empresas de lácteos que están en el
CTI. Por más que se explique lo que pasa en el mundo y la región, por
más que se explique que los dólares que ingresan por el turismo
presionan al mercado, el desfasaje entre inflación y dólar de tantos años
es insostenible, salvo que se tomen paliativos fuertes.

La lógica de Uruguay parece ser gastar hasta que todo se vuelva


insostenible. Parece ser un ciclo inexorable. Porque la base económica
del incendio actual siempre remite al excesivo gasto. El atraso del dólar,
la suba de las tarifas, todo apunta a tratar de cerrar una brecha entre
ingresos y egresos fiscales que nunca cierra. Por más que crezca la
economía, que se suban impuestos, que aumenten las tarifas el déficit
sigue allí inamovible. Y eso cansa y desanima. Si algo bueno puede
surgir de esto es un pacto nacional, un plebiscito un gran acuerdo por el
cual los futuros gobiernos, sean del partido que sean no puedan gastar
más de lo que recauden y no puedan aumentar la presión fiscal más allá
de los niveles actuales. Una regla fiscal general. Ya se han tenido déficits
y atrasos en dictadura, en democracia, y con gobiernos de distintos
colores.

Al estrangulamiento de la mayoría de los sectores exportadores se han


sumado a lo largo de 2017 actos innecesarios de soberbia. No vale la
pena recordarlos, pero si obligan a que alguien apele a que lo cortés no
quita y lo valiente y extienda una actitud de humildad para dialogar.

No hay porque despreciar o tratar con indiferencia a quienes trabajan la


tierra,a los que emprenden sin importarles el riesgo climático de La Niña,
las carreteras deshechas, los precios internacionales ajustados. Se la
han jugado, invirtieron, aumentaron la producción y ahora precisan
respeto, tiempo para pagar sus cuentas y sobre todo sentir que el
gobierno es un socio de verdad y no un mero recaudador insaciable. Y
eso genuinamente lo sienten muchos miles de uruguayos, hoestamente,
con el corazón y el bolsillo. No se les puede acusar alegemente de
politizados. Un acto político es todo lo que uno haga y refiera a la
comunidad en la que vive, pero no ayuda en nada partidizar un
movimiento genuino de gente trabajadora e indignada.
La historia no se repite, pero reitera ciclos. Un enero de 1999 se reunían
en la Agropecuaria de Dolores productores que también veían que la
situación era insostenible. Y sin whatsapp ni nada que se le parezca se
generó un movimiento masivo que llegó a la capital en abril de 1999. El
presidente de aquel entonces no se dignó recibirlos. Eduardo J. Corso
leyó una proclama que tuvo que ser entregada a un secretario de la
presidencia. Fue el final de una etapa política del país, el histórico
batllismo que parecía la ideología casi perpetua de gobierno.

Es posible que estemos obligados a tener una moneda fuerte por


diversas circunstancias, pero si en lugar de compensar a los
perjudicados y mostrar austeridad desde el poder, se devuelve
indiferencia para el diálogo y gastos siempre crecientes, , la cosa se
complica.

Y ahora está bien complicada. Porque hay un Uruguay vocacionalmente


manso que ha dicho basta. Gente que prefiere andar mirando la marcha
de los entores, el estado de los carneros, la situación de los cultivos y las
praderas, el volumen y composición de la leche ordeñada que andar
dibujando pancartas que cree que se ha abusado de su poca vocación
por la protesta. Pero que también cuando dice basta, cuando siente que
su esencia está en peligro, tranca y es capaz de cambiar el rumbo de la
historia. Ya lo hizo por lo menos dos veces en la historia reciente tanto en
dictadura como en democracia y como decía un viejo slogan "puede
volver a hacerlo".

Cuando buscaba su chance de gobernar el Frente Amplio apoyó las


marchas de los productores, prometió un país productivo, prometió
"nunca más atraso cambiario" y prometió un gasoil productivo.
El agro respondió con inversión y crecimiento. En marzo de 2005 el
presidente Tabaré Vázquez decía textualmente que nunca más habría
atraso cambiario y el ministro Mujica decía que le gustaría un dólar a $
30. Con esos datos la apuesta estaba y la inversión se hizo.

Los últimos 18 meses fueron volviendo la situación del agro cada vez
más insostenible. Y algunos datos del entorno caldearon los ánimos, las
pérdidas de ANCAP y el convencimiento de que el agujero de cientos de
millones de dólares le cae al agro, el superávit de UTE que no le llega a
los usuarios. Las condiciones ofrecidas a UPM y la forestación tomando
buenas tierras agrícolas o lecheras porque los números no dan. Son
muchas pequeñas cosas que se suman a la angustia económica para dar
una convicción férrea de que el status quo actual es inaceptable.

El convencimiento de que el agro no es escuchado y de que lo que se


pida por las buenas no tendrá respuesta, de que hay una discriminación
hacia lo rural va cobrando fuerza, y las redes multiplican esa sensación.

Todo malestar es expandido y aumentado por las redes sociales, porque


esta sin dudas es la rebelión del whatsapp. Que permite coordinar,
discutir, y hacer del campo –aún con menos ancho de banda que en la
ciudad– una asamblea permanente en la que hasta se discute el audio
inoportuno de la Ministra de Turismo o las fotos del ministro Astori en la
playa. Todo pasa por el redondelito verde.Para bien y para mal. En las
redes la manija reditúa más que el tratar de encontrar acercamientos. La
lógica "Peñarol/Nacional, vamo arriba nosotros" mucho más que la
exortación a un diálogo con intención de construir.

ChamathPalihapitiya, que fue vicepresidente de Facebook hasta


renunciar en 2011, dijo que la red social genera impulsos de dopamina
de corto plazo que destruyen a la sociedad: no hay discursos civilizados,
no hay cooperación, crece la mutua desconfianza. Esto es un problema
global. Es discutible, que se aplique a este caso, pero no hay duda que
estamos ante un fenómeno nuevo de redes que vuelve todo más
impredecible e inmanejable.

Es claro que cualquier presidente de cualquier partido debería decir


gracias al agro que provee 75% de las exportaciones del país cada día. Y
que sin una señal muy clara de apoyo al sector, que coincida con
aquellas promesas de nunca más atraso cambiario o gasoil productivo,
será muy difícil un diálogo que devuelva al agro esperanza y la sensación
de sentirse respetados. Podrá ser un compromiso de competitividad,
podrá ser el kilowatt productivo, podrá ser el todos somos upm, podrá ser
un cronograma de emparejamiento de los costos de la energía con la
región, o un alivio en las cargas del bps o la dgi. El gobierno no puede
seguir haciendo de cuenta que no pasa nada ni puede dejar de entender
que hay un problema muy serio ante sus narices.

Uruguay es demasiado chico como para lograr el objetivo del desarrollo


dividido, el sector agroexportador es demasiado grande como para ser
ninguneado. Seguramente en algunas semanas los productores, los
fleteros, y muchos otros pequeños y medianos empresarios,
trabajadores, desocupados llegarán a Montevideo a explicar su desánimo
y a reclamar que su voz sea escuchada.

El país precisa reactivar las inversiones, el empleo, el ánimo. Y para eso


el diálogo es insustituible. Si el presidente hace bajar a su secretario
cuando los uruguayos de a caballo y tractor lleguen a la capital y apuesta
a mantener todo como está, el Uruguay entero puede estar ante cambios
que trascienden al agro. Pero si no se cambia la lógica del gasto estatal
en permanente ascenso, volveremos a enredarnos en la misma piola que
en 1982 o en 2002 y en vez de crecer en un proyecto de agregado de
valor, daremos vueltas en círculos de noria.

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