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23/7/2017 Podemos: El momento populista | Opinión | EL PAÍS

OPINIÓN

TRIBUNA ›

El momento populista
Vivimos una época en la que se está imponiendo en todas partes una manera de hacer política
que consiste en establecer una frontera que divide la sociedad en dos campos, apelando a la
movilización de ‘los de abajo’ frente a ‘los de arriba’
CHANTAL MOUFFE

10 JUN 2016 - 00:00 CEST

RAQUEL MARÍN

Hoy en Europa estamos viviendo un momento populista que significa un punto de inflexión para nuestras
democracias, cuyo futuro dependerá de la respuesta que se dé a ese reto. Para afrontar esa situación es necesario
descartar la visión mediática simplista del populismo como pura demagogia y adoptar una perspectiva analítica.
Propongo seguir a Ernesto Laclau, que define el populismo como una forma de construir lo político, consistente en
establecer una frontera política que divide la sociedad en dos campos, apelando a la movilización de los de abajo
frente a los de arriba.El populismo no es una ideología y no se le puede atribuir un contenido programático
específico. Tampoco es un régimen político y es compatible con una variedad de formas estatales. Es una manera
de hacer política que puede tomar formas variadas según las épocas y los lugares. Surge cuando se busca
construir un nuevo sujeto de la acción colectiva —el pueblo— capaz de reconfigurar un orden social vivido como
injusto.

Examinado desde esa óptica, el reciente auge en Europa de formas populistas de política aparece como la
expresión de una crisis de la política liberal-democrática que se debe a la convergencia de varios fenómenos, que
en los últimos años han afectado a las condiciones de ejercicio de la democracia. El primero es lo que he
 
propuesto llamar pospolítica para referirme al desdibujamiento de la frontera política entre derecha e izquierda.
Fue el resultado del consenso establecido entre los partidos de centroderecha y de centroizquierda sobre la idea
de que no había alternativa a la globalización neoliberal. Bajo el imperativo de la modernización se aceptaron los
diktats del capitalismo financiero globalizado y los límites que imponían a la intervención del Estado y a las
políticas públicas. El papel de los Parlamentos y de las instituciones que permiten a los ciudadanos influir sobre las
decisiones políticas fue drásticamente reducido. Así fue puesto en cuestión lo que representa el corazón mismo
de la idea democrática: el poder del pueblo.
https://elpais.com/elpais/2016/06/06/opinion/1465228236_594864.html 1/4
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OTRO ARTÍCULO DE LA AUTORA


La estrategia económica de Estados Unidos

Hoy en día se sigue hablando de democracia, pero solo para referirse a la existencia de elecciones y a la defensa
de los derechos humanos. Esa evolución, lejos de ser un progreso hacia una sociedad más madura, como se dice a
veces, socava las bases mismas de nuestro modelo occidental de democracia, habitualmente designado como
republicano. Ese modelo fue el resultado de la articulación entre dos tradiciones: la liberal del Estado de derecho,
de la separación de poderes y de la afirmación de la libertad individual, y la tradición democrática de la igualdad y
de la soberanía popular. Estas dos lógicas políticas son en última instancia irreconciliables, ya que siempre existirá
una tensión entre los principios de libertad y de igualdad. Pero esa tensión es constitutiva de nuestro modelo
republicano porque garantiza el pluralismo. A lo largo de la historia europea ha sido negociada a través de una
lucha agonista entre la derecha, que privilegia la libertad, y la izquierda, que pone el énfasis en la igualdad.

Al volverse borrosa la frontera izquierda/derecha por la reducción de la democracia a su dimensión liberal,


desapareció el espacio donde podía tener lugar esa confrontación agonista entre adversarios. Y la aspiración
democrática ya no encuentra canales de expresión en el marco de la política tradicional. El demos, el pueblo
soberano, ha sido declarado una categoría zombi y ahora vivimos en sociedades posdemocráticas.

El aumento de las desigualdades ya no afecta solo a las clases populares, sino también a
las medias

Esos cambios a nivel político se inscriben en el marco de una nueva formación hegemónica neoliberal,
caracterizada por una forma de regulación del capitalismo en la cual el capital financiero ocupa un lugar central.
Hemos asistido a un aumento exponencial de las desigualdades que ya no solamente afecta a las clases
populares, sino también a buena parte de las clases medias, que han entrado en un proceso de pauperización y
precarización. Se puede hablar de un verdadero fenómeno de oligarquización de nuestras sociedades.

En ese contexto de crisis social y política ha surgido una variedad de movimientos populistas que rechazan la
pospolítica y la posdemocracia. Proclaman que van a volver a darle al pueblo la voz que le ha sido confiscada por
las élites. Independientemente de las formas problemáticas que pueden tomar algunos de esos movimientos, es
importante reconocer que se apoyan en legítimas aspiraciones democráticas. El pueblo, sin embargo, puede ser
construido de maneras muy diferentes y el problema es que no todas van en una dirección progresista. En varios
países europeos esa aspiración a recuperar la soberanía ha sido captada por partidos populistas de derecha que
han logrado construir el pueblo a través de un discurso xenófobo que excluye a los inmigrantes, considerados
como una amenaza para la prosperidad nacional. Esos partidos están construyendo un pueblo cuya voz reclama
una democracia que se limita a defender los intereses de los considerados nacionales.

La única manera de impedir la emergencia de tales partidos y de oponerse a los que ya existen es a través de la
construcción de otro pueblo, promoviendo un movimiento populista progresista que sea receptivo a esas
 aspiraciones democráticas y las encauce hacia una defensa de la igualdad y de la justicia social.

El pueblo puede ser construido de maneras diferentes y no todas van en dirección


progresista

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Es la ausencia de una narrativa capaz de ofrecer un vocabulario diferente para formular esas demandas
democráticas lo que explica que el populismo de derecha tenga eco en sectores sociales cada vez más
numerosos. Es urgente darse cuenta de que para luchar contra ese tipo de populismo no sirven la condena moral y
la demonización de sus partidarios. Esa estrategia es completamente contraproducente porque refuerza los
sentimientos antiestablishment de las clases populares. En lugar de descalificar sus demandas hay que
formularlas de modo progresista, definiendo el adversario como la configuración de fuerzas que afianzan y
promueven el proyecto neoliberal.

Lo que está en juego es la constitución de una voluntad colectiva que establezca una sinergia entre la multiplicidad
de movimientos sociales y de fuerzas políticas cuyo objetivo es la profundización de la democracia. En la medida
en que amplios sectores sociales están sufriendo los efectos del capitalismo financiarizado, existe un potencial
para que esa voluntad colectiva tenga un carácter transversal que desborde el clivaje derecha/izquierda tal como
está configurado tradicionalmente. Para estar a la altura del reto que representa el momento populista para el
devenir de la democracia se necesita una política que restablezca la tensión entre la lógica liberal y la lógica
democrática y, a pesar de lo que algunos pretenden, eso se puede hacer sin poner en peligro las instituciones
republicanas. Concebido de manera progresista, el populismo, lejos de ser una perversión de la democracia,
constituye la fuerza política más adecuada para recuperarla y ampliarla en la Europa de hoy.

Chantal Mouffe es profesora de Teoría Política en la Universidad de Westminster en Londres.

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