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RESUMEN
I- EL PROCESO DECLARATIVO
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Y a este respecto, ha de tenerse en cuenta que en este proceso no es procedente la
acumulación subjetiva pasiva de acciones, en el sentido de no poderse postular en él la
declaración de incapacidad de más de una persona, por mucha vinculación –parental o
de cualquier otro tipo– que pudiera existir entre los varios demandados, ya que aquí
nunca podría resultar cumplida la exigencia establecida en el art. 72 de la vigente Ley
de Enjuiciamiento Civil, de existencia entre las diversas acciones de algún nexo por
razón del objeto o de la causa de pedir, por cuanto que los hechos en los que se fundaría
cada uno de las incapacidades serían evidentemente distintos: la específica, concreta y
particular afectación de la capacidad de obrar, por razón de la clase, entidad y relevancia
de la enfermedad o deficiencia de que se trate, que es siempre incomunicable por
personalísima.
A) La designación del tutor o curador. Según así resulta de los ya citados arts. 759-
2 y 760-2, sólo si se ha pedido en la demanda, pero no en otro caso, podrá también
designarse en la sentencia la persona o personas que hayan de asumir el cargo de tutor o
curador.
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Por otra parte, a la vista de la redacción del primer inciso art. 48-1 de la nueva Ley
15/2015, de 2 de julio, de la Jurisdicción Voluntaria (“Si se solicitare por el tutor o
curador el establecimiento de una retribución y no estuviera fijada en la resolución que
hubiera efectuado su nombramiento ...”), parece desprenderse que en la propia sentencia
en que ya se haga el nombramiento de tutor o curador podría también fijársele a éste
una retribución. Sin embargo, teniendo en cuenta que, en virtud de lo ordenado en ese
mismo precepto y en el art. 274 del Código Civil, la posibilidad y, en su caso, cuantía de
dicha retribución ha de estar en función del alcance y rentabilidad del patrimonio del
discapaz, y que el inventario de éste sólo se realiza después de aceptado el cargo, resulta
entonces que, en la práctica, difícilmente podrá la sentencia contener ya un
pronunciamiento de esta clase.
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ya que apreciándose en el proceso la efectiva concurrencia de cualquier
patología de las previstas en el art. 200 del Código Civil, deviene entonces
forzoso hacer la correspondiente declaración de incapacidad.
2) Para que sea procedente y admisible esta acumulación eventual será preciso
que la parte actora goce cumulativamente tanto de la legitimación para
promover esa demanda de incapacitación, como además de la específicamente
prevista en el art. 294 del Código Civil para plantear la de prodigalidad
(cónyuge o pariente en línea recta que perciba alimentos del presunto pródigo
o esté en situación de reclamarlos).
I- LEGITIMACIÓN ACTIVA
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no llegar a ser reconocido en la sentencia, de modo tal que ninguno de los
legitimados es propiamente un titular material de la acción ni ostenta derecho
alguno a obtener la declaración de incapacidad postulada en la demanda. Antes al
contrario, estamos en presencia de una acción de naturaleza pública cuyo
ejercicio, por disposición y discreción legal, se atribuye a cierto tipo de personas,
de ahí que ya junto con la demanda deba aportarse necesariamente la
correspondiente documentación acreditativa de que el actor se encuentra en
alguna de las situaciones que legalmente confieren legitimación, y ello como
propia condición de admisibilidad de la demanda.
B) Presentada una demanda de incapacidad por persona no legitimada o que no
llegue a acreditar su legitimación, procede evidentemente su inadmisión a trámite,
si bien, tal demanda ha de ser tomada como una puesta en conocimiento de la
existencia de una posible causa de incapacidad, prevista en tercer apartado del art.
757 de la LEC, de modo tal que, conforme al párrafo segundo de ese mismo
precepto, deberá darse traslado de dicha demanda al Ministerio Fiscal para que, si
lo estima procedente, sea él quien promueva la correspondiente incapacitación.
C) El litisconsorcio activo es admisible y concebible, no sólo cuando la demanda de
incapacidad es planteada por varias personas que gozan legalmente de
legitimación, sino también cuando –presupuesta, evidentemente, la legitimación
de cuando menos un actor–ya sea a través de la propia demanda inicial o durante
la tramitación del proceso, se persona alguien dotado de legitimación activa o
que, careciendo de ésta, se vea amparado por el art. 13-1 de la Ley de
Enjuiciamiento Civil, en el sentido de ser algún pariente o allegado del presunto
incapaz que, por alguna especial situación o circunstancia, pueda tener un interés
legítimo y directo en el resultado del pleito
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cualquier clase de examen médico–, el referido principio de prueba habrá de
sustituirse entonces por un relato muy minucioso y detallado en el escrito de
demanda de todos los hechos y actuaciones del demandado que constituyan
presumiblemente síntomas de una enfermedad de las previstas en el art. 200 del
Código Civil.
C) LA COMPETENCIA TERRITORIAL
I- EL FUERO COMPETENCIAL
De esta forma, frente al fuero del domicilio del demandado acogido con carácter
general por el art. 50, para el proceso de incapacitación la ley ha preferido inclinarse,
para la determinación de la competencia territorial, en favor del criterio del lugar de
residencia efectiva del presunto incapaz –que no necesariamente demandado, ya que
ahora el mismo puede ser también actor–, de modo tal que será juez competente para
conocer de la demanda de incapacidad, no aquel en cuyo partido judicial tenga el
presunto incapaz su domicilio oficial, sino donde el mismo se encuentre viviendo,
siempre que tal residencia presente vocación de cierta estabilidad o prolongación en el
tiempo, esto es, que no sea meramente episódica o accidental, en el sentido de que no
conste o se deduzca por las circunstancias o naturaleza del lugar que la estancia allí no
vaya a prolongarse más que escasos días o semanas.
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En todo caso, ha de insistirse en que el criterio anterior encuentra su límite en
aquellos casos en que, por su propia naturaleza, el ingreso hospitalario o penitenciario, o
cualquier otra clase de traslado residencial, vaya a prologarse muy poco en el tiempo
(ingresos hospitalarios en sala psiquiatría de agudos o para intervenciones quirúrgicas o
curativas puntuales, cumplimiento de penas de corta duración, estancias vacacionales
…). Así, el auto del Tribunal Supremo de 17 de junio de 2014, aunque de forma
incidental, alude a la irrelevancia, a efectos de determinación de la competencia
territorial en los procesos de incapacitación, de dichas situaciones de breve
permanencia, al excluir en el caso la competencia de los diversos juzgados
correspondientes a los varios centros hospitalarios en que el presunto incapaz había sido
trasladado en un corto periodo de tiempo, diciendo al respecto que “si bien se han
producido cambios de residencia, han sido temporales y por razón de su tratamiento
psiquiátrico”.
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sentencia, y no por ningún otro distinto, con exclusión por tanto de la posibilidad, para
esta clase de actuación, del uso del auxilio judicial.
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En este sentido, aunque es verdad, por una lado, que en muchos casos, a pesar del
cambio de residencia, el presunto incapaz podrá trasladarse sin gran dificultad a la sede
del Juzgado que esté conociendo del procedimiento de incapacidad, y por otro, que el
art. 275 de la Ley Orgánica del Poder Judicial permite a los jueces y tribunales
“practicar diligencias de instrucción o prueba fuera del territorio de su jurisdicción
cuando no se perjudique la competencia del Juez correspondiente y venga justificado
por razones de economía procesal”, ello sin embargo no eliminaría en todo caso el
problema planteado, que seguiría subsistiendo siempre que por razón de postración,
encamamiento, inmovilidad o grave enfermedad del presunto incapaz o por la gran
distancia existente entre el lugar de residencia de éste y la sede del Juzgado, no sea
factible el traslado entre uno y otro sitio por parte de nadie.
De esta forma, en aquellos casos en que, para practicar la exploración judicial del
presunto incapaz, éste no pueda trasladarse a la sede del Juzgado ni el juez al lugar de
residencia del mismo, parece entonces que, de asumirse el criterio de configurar la
vigencia del principio de “perpetuatio jurisdictionis” como universal y absoluta, la
única salida o solución posible ante ello –por lo demás, absurda, antieconómica y
desprotectora del presunto incapaz– no podría ser otra que, haciendo aplicación
analógica de lo dispuesto en el art. 22-1 de la Ley de Enjuiciamiento Civil, que la de
decretar el archivo del proceso, por resultar de todo punto imposible su continuación,
para que a su vez los activamente legitimados o el Ministerio Fiscal planteasen
nuevamente la demanda ante el Juzgado que en ese momento resultase territorialmente
competente.
2- Posición jurisprudencial
Sin embargo, a pesar de lo anterior, hasta el año 2006 toda la jurisprudencia, tanto
del Tribunal Supremo como de las Audiencias Provinciales, era conteste sin fisura
alguna en atribuir carácter absoluto al principio de la perpetuación de la jurisdicción y,
consecuentemente, en entender intrascendente a efectos de la competencia territorial en
los procesos de incapacitación cualquier cambio del domicilio del demandado
producido con posterioridad al momento de presentación de la demanda.
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se aparta del criterio tradicional, pues considera competente al juzgado receptor de la
inhibición por razón de no constar que el cambio domiciliario se hubiese producido con
posterioridad a la presentación de la demanda, sin embargo, sí que viene a aludir
también, como argumento reforzador de la decisión, a lo único que, en definitiva, es
relevante en esta cuestión, diciendo que, a estos efectos, “lo prevalente … debe ser la
facilidad para el examen judicial y pericial médico de la presunta incapaz”. Pero, el
primero en el que de una manera expresa se rechaza la aplicabilidad absoluta de la
“perpetuatio jurisdictionis” a los procesos de incapacidad es el auto de 4 de noviembre
de 2008 –que será seguido también por el de 8 de septiembre de 2009–, el cual razona al
respecto que “las especiales circunstancias de este tipo de procesos que requieren la
necesaria inmediación del Juez, y el ser lo prevalente en este caso la facilidad para el
examen judicial y pericial médico del presunto incapaz, determina la competencia del
Juzgado correspondiente a su lugar de residencia sin que sea de aplicación el artículo
411 de la LEC relativo a la perpetuación de la jurisdicción”. Sin embargo, esta nueva
línea interpretativa, en estos primeros momentos, no tiene ni mucho menos un carácter
unánime ni uniforme, pues entre todas aquellas resoluciones, las de 13 de octubre de
2008 y 26 de febrero y 10 de noviembre de 2009, a pesar de haberse producido también
un cambio residencial después de la presentación de la demanda pero antes de haberse
podido practicar el reconocimiento judicial del presunto incapaz, vuelven sin más a
considerar competente al juzgado ante el que se inició el proceso, por mor de lo
ordenado en el art. 411 de la ley y de la interpretación que tradicionalmente ha hecho
ese tribunal de dicho precepto.
Sin embargo, a partir del año 2010 nuestro alto tribunal ya empieza a aplicar de
manera continua y sin fisuras el nuevo criterio de la procedencia de la alteración de la
competencia territorial por razón del cambio, durante la tramitación del proceso, del
lugar de residencia del presunto incapaz (por ejemplo, autos de 12 de enero, 11 de
mayo, 22 de junio, 14 de septiembre o 5 de octubre de 2010). Ahora bien, en todas estas
resoluciones el fundamento principal y primario sustentador de este nuevo criterio
aparece siempre referido al supuesto de cambio residencial producido, no durante la
fase declarativa del proceso de incapacidad, sino una vez firme la sentencia de
incapacitación, en fase de seguimiento y control de la tutela, de modo tal que sólo de
forma muy incidental se alude a la necesidad de ello, para posibilitar la práctica de la
esencial diligencia de reconocimiento judicial del presunto incapaz por parte del mismo
juez que haya dictar la sentencia. Así, el citado auto de 12 de enero de 2010 –y,
prácticamente, todos los subsiguientes, que literalmente transcriben idéntica
motivación– declara lo siguiente: “El lugar de la residencia del incapaz determina la
competencia territorial, en base a lo dispuesto en el art. 756 de la LEC , fuero que
también es aplicable a los supuestos de representación y asistencia de los ya declarados
incapaces, incapacitados o declarados pródigos, 52-5º LEC., y el art. 63-1 LEC .,
vigente por aplicación de la Disposición Derogatoria Unica 1-1ª de la actual Ley,
preceptos éstos últimos que excluirían la aplicación a los procedimientos sobre tutela y
relativos a la capacidad de las personas, del principio de la "perpetuatio iurisdictionis"
consagrado en el art. 411 LEC. Tal criterio competencial es más acorde al principio de
protección del incapaz ya que el ejercicio de la tutela será más efectivo bajo el control
del Juzgado de residencia del incapacitado, y además posibilita el acceso efectivo del
incapaz a la justicia, de conformidad con el art. 13 de la Convención sobre los derechos
de las personas con discapacidad … por lo que en aras a la protección del presunto
incapaz, y para permitir un mejor acceso de los órganos judiciales al mismo a efectos de
su reconocimiento, es por lo que resulta aplicable el fuero territorial antes expresado,
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viniendo en todo caso justificado el cambio por el principio de protección del incapaz,
en relación con razones de inmediación y eficacia y la efectividad de la tutela judicial
exigida por la norma constitucional del art. 24-1 C.E . como antes se ha expresado”.
De cualquier forma, hay que reiterar e insistir en que la posibilidad de que aquí se
está tratando, de cambio de la competencia territorial durante la tramitación del proceso
de incapacidad, encuentra siempre su límite temporal en el momento de práctica de la
diligencia de reconocimiento judicial del presunto incapaz, de modo tal que, verificada
ésta, devendrá de todo punto irrelevante cualquier posterior alteración, durante el
desarrollo del resto de la fase declarativa, del domicilio, residencia o paradero de aquél,
aunque sin perjuicio, no obstante, de la trascendencia que ello sí que tendrá en la
determinación de la competencia territorial para conocer del control y seguimiento de la
tutela. Así, en el auto del Tribunal Supremo de 19 de febrero de 2009 se declara la
aplicabilidad al caso del principio de la perpetuación de la jurisdicción y, con
estimación de la cuestión negativa planteada, se acuerda atribuir la competencia al
juzgado que conoció inicialmente del procedimiento, ya que al tiempo de decretar éste
la inhibición ya se habían realizado las diligencias de reconocimiento judicial y médico-
forense del demandado. A su vez, también el auto de 8 de enero de 2013 del mismo alto
tribunal asume idéntico criterio, diciendo al respecto: “teniendo en cuenta que en este
caso concreto, la demanda se presentó en Madrid, donde el demandado tenía su
residencia, y fue efectivamente emplazado, el procedimiento de incapacidad se
encuentra muy avanzado, ya ha sido explorado el incapaz por el Juez y los médicos, se
le ha nombrado administrador y se ha aprobado el inventario de su bienes, tiene
nombrado también representación y defensa, por el turno de justicia gratuita, ante el
Juzgado de Madrid, por razones de eficacia y economía procesal, debe mantenerse la
competencia, en este caso concreto, en Madrid … por lo que … la competencia
territorial debe mantenerse en Madrid; esto sin perjuicio de que una vez se dicte
sentencia, el ulterior control de la tutela, lo sea por el Juzgado de residencia del
tutelado”.
Por último, conviene también hacer alusión aquí a que el tenor del ya referido art.
58, que ordena al Juez que el examen de oficio de su competencia territorial lo haga
“inmediatamente después de presentada la demanda”, llevó a cierta jurisprudencia a
interpretar dicho mandato en el sentido de que el único momento hábil para practicar
dicho examen y para declarar su incompetencia y remitir las actuaciones al órgano
judicial que considere competente era sólo el que media entre la recepción y la admisión
de la demanda, de modo tal que una vez admitida a trámite la misma ya no sería
procesalmente posible la declaración de incompetencia y el Juzgado vendría a
consolidar definitivamente su competencia territorial para conocer de ese proceso de
incapacidad, aunque el presunto incapaz no residiese ni tuviese ninguna vinculación con
ese partido judicial. Sin embargo, dicho criterio interpretativo, en la actualidad, con la
nueva doctrina jurisprudencial sobre la alteración de la competencia territorial por
cambio del domicilio del presunto incapaz, ha perdido ya toda vigencia, al poder
siempre el juez plantearse su propia competencia en cualquier momento anterior a la
práctica de la diligencia de reconocimiento judicial del presunto incapaz. De cualquier
forma, no puede dejarse de señalar al respecto que aquel criterio exegético carecía de
cualquier propia cobertura en el art. 58 y era frontalmente contrario a su espíritu y
finalidad, pues dicho precepto, ni expresa ni implícitamente, establece ningún límite
temporal para la declaración de oficio de la incompetencia territorial ni, menos aun,
prohibición alguna de que ello pueda hacerse con posterioridad a la admisión de la
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demanda, y lo que pretende es, precisamente, conseguir que los procesos en él
contemplados sean tramitados en todo caso ante el órgano judicial que sea
territorialmente competente con arreglo a las normas imperativas que respectivamente
los disciplinen, sin posibilidad de que tal objetivo resulte frustrado, bien por
señalamiento fraudulento por parte del actor de un falso domicilio del demandado, o
bien por cambio sobrevenido de éste antes de la diligencia de emplazamiento.
D) CUESTIONES PROCEDIMENTALES
A) ¿Qué hacer cuando el demandado que vive solo se niega a abrir a cualquiera que
llame a su casa –situación muy típica de personas con esquizofrenia u otras clases de
psicosis y de ancianos demenciados–, y por tanto también al funcionario judicial que
acude para darle traslado de la demanda de incapacidad y practicar el emplazamiento?
1- En todo caso, y después de intentada varias veces de forma infructuosa la práctica
de la diligencia en forma personal, el emplazamiento habrá de hacerse en forma
edictal, de conformidad a lo establecido en el art. 156-4 de la LEC, en relación al
164-1 de la misma ley, esto es, fijando la copia de la resolución en el tablón de
anuncios del Juzgado.
2- Ahora bien, sin perjuicio de lo anterior –que constituirá en todo caso la forma
válida y legal de llevar a cabo el emplazamiento–, para intentar en la medida de lo
posible que en estos casos el demandado pueda tener un conocimiento efectivo de
la existencia del proceso, no está de más que el funcionario judicial deje en el
domicilio toda la documentación constitutiva del traslado de la demanda, ya sea
depositándola en el buzón, o pasándola por debajo de la puerta, o entregándola a
algún vecino que sí que mantenga contacto con aquél.
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perjuicio de que de posteriormente el demandado pueda solicitar al amparo del
art. 134-2 de la LEC la suspensión –más bien, la no iniciación–del plazo para
contestar por razón de fuerza mayor?
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cualquier caso sí que nos informa de la omnímoda libertad que se atribuye al juez para
decidir la concreta persona sobre la que haga recaer el nombramiento.
De cualquier forma, como el ámbito de posibles personas entre las que pueda
plantearse la elección en la práctica siempre suele ser bastante pequeño y quedar
reducido al de los parientes más próximos del presunto incapaz, que por lo general son
aquellos que han puesto en conocimiento de Fiscalía el hecho de adolecer el demandado
de una posible carencia o mengua de su capacidad de autogobierno, ello plantea el
dilema de si tales parientes son o no “idóneos” para asumir el cargo de defensor
judicial, ya que los mismos, evidentemente, son favorables a la declaración de
incapacidad del demandado, con lo cual no parece que estén en disposición de prestar a
éste en el proceso una protección o defensa distinta y mejor que la que el propio
Ministerio Fiscal, a pesar de actuar como parte actora, pueda y vaya a dispensarle. Pero,
por lo demás, entender ante esto que el cargo de defensor judicial tendría que hacerse
recaer en otro tipo de persona, tampoco parece que en la práctica sea una verdadera
solución, ya que amén de ser dificilísimo en muchos casos encontrar a algún allegado o
pariente menos próximo que esté dispuesto a aceptar el cargo, sería preciso que el
mismo, no sólo no hubiese sido de los que hubiesen puesto los hechos en conocimiento
del Fiscal, sino además que no fuese favorable a la incapacitación, ya que en otro caso
estaríamos en idéntica situación que la ya referida de los parientes cercanos.
Establecen los dos primeros apartados del art. 759 de la Ley de Enjuiciamiento Civil
que en los procesos de incapacitación “el tribunal oirá a los parientes más próximos del
presunto incapaz, examinará a éste por si mismo y acordará los dictámenes periciales
necesarios o pertinentes en relación con las pretensiones de la demanda ... nunca se
decidirá sobre la incapacitación sin previo dictamen pericial médico, acordado por el
tribunal”, y “cuando se hubiera solicitado en la demanda de incapacitación el
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nombramiento de la persona o personas que hayan de asistir o representar al incapaz y
velar por él, sobre esta cuestión se oirá a los parientes más próximos del presunto
incapaz, a éste, si tuviera suficiente juicio, y a las demás personas que el tribunal
considere oportuno”.
B) Examen personal del presunto incapaz por parte del juez. Sobre este trámite
procede puntualizar, a su vez, lo siguiente:
-No es propiamente una prueba, en sentido objetivo y procesal, ya que la impresión
personal que el juez recibe al practicar la diligencia le sirve para modular y calibrar el
contenido de la decisión que, en función del resultado de las restantes pruebas
practicadas, haya de adoptarse, pero difícilmente podrá ser hecha valer por ninguna de
las partes para, con efectiva relevancia práctica, apoyar sus respectivas pretensiones en
el acto del juicio, y menos aún, en la apelación, pues es sabido que el art. 759-3 ordena
al tribunal de segunda instancia la repetición de oficio de las pruebas preceptivas
previstas en ese mismo precepto, y por tanto también la de examen del presunto
incapaz.
-Por idéntica razón que para la prueba pericial médica, resulta de todo punto
conveniente que este examen se practique con carácter anticipado, o por lo menos y en
todo caso antes y fuera del acto de la vista, y sin intervención de las demás partes y de
su defensores.
-¿Qué hacer en todos aquellos casos en que el demandado presunto incapaz,
debidamente citado, se niegue a acudir a la sede del juzgado para posibilitar su práctica?
Parece evidente que el juez siempre podrá ordenar que el mismo sea conducido allí por
la fuerza pública, al margen de su voluntad, pudiendo también, a tal fin, autorizar
eventualmente a dicha fuerza pública a que pueda entrar en el domicilio del demandado,
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para el caso de que éste se niegue tanto a salir de él como a franquearles el acceso; y
esto último será igualmente aplicable para el supuesto de que sea la comisión judicial la
que decida trasladarse al domicilio del demandado para practicar allí el reconocimiento.
Y ello ha de ser así, en primer lugar, en razón de que la diligencia de reconocimiento
judicial del demandado tiene en nuestro Derecho carácter preceptivo y esencial, esto es,
ha de llevarse a cabo inexcusablemente, sin que pueda nunca prescindirse de ella; pero,
por otra parte, en atención también al hecho de que el fin último del procedimiento de
incapacidad no es otro que la protección del presunto incapaz. Por ello, aunque no
exista ninguna norma expresa que, para estas situaciones, prevea y regule la adopción
de aquellas medidas extremas (aunque, de cualquier forma, la entrada forzosa en el
domicilio sí que resulta genéricamente cubierta por el art. 18-2 de nuestra Constitución),
sin embargo, una interpretación lógica, sistemática y teleológica de todo nuestro sistema
jurídico y procesal lleva necesariamente a reconocer al juez civil que está conociendo de
un proceso de incapacidad tales facultades excepcionales, pues afirmar lo contrario
conduciría a la absurda conclusión de hacer imposible la continuación del
procedimiento por el solo capricho del demandado y, sobre todo, de dejar a éste en una
posible situación de inevitable desprotección.
Así, en primer lugar y en todo caso, ha de recordarse y traerse aquí a colación el art.
752-1-2 de la Ley de Enjuiciamiento Civil, que con carácter general para los procesos
sobre capacidad, filiación, matrimonio y menores establece que “el tribunal podrá
decretar de oficio cuantas” pruebas “estime pertinentes”.
Por otra parte, en cuanto a las pruebas de interrogatorio de las partes y testificales –
en cuanto medios probatorios practicados en el acto de la vista con independencia de las
preceptivas de examen judicial y médico del presunto incapaz y de audiencia de los
parientes próximos de éste–, aunque no puede decirse que en algún supuesto particular
las mismas no sean concebibles, útiles y procedentes, sin embargo, en la mayoría de los
casos estas concretas clases de diligencias probatorias van a tener en el proceso de
incapacidad un ámbito de eficacia muy estrecho y residual, por lo que aquí su
admisibilidad sólo será adecuada cuando sea de todo punto evidente su necesidad y
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efectiva relevancia probatoria. Y en este sentido, cabe tener en cuenta los siguientes
datos y consideraciones:
1- El art. 752-2 de la LEC viene a declarar que en esta clase de procesos no “estará
el tribunal vinculado ... a las disposiciones de esta Ley en materia de fuerza
probatoria del interrogatorio de las partes”.
2- Como ya se ha referido más arriba, en este proceso el actor es parte en un sentido
puramente formal, pero no material, con lo que su intervención probatoria en el
acto del juicio dudosamente puede ser considerada como verdadero
interrogatorio de parte, dado que los hecho sobre los que versa la litis y que
fundan la pretensión –la presunta incapacidad del demandado– son siempre y en
todo caso ajenos a él.
3- Por lo demás, aunque las declaraciones tanto del actor como del demandado
presunto incapaz que tenga suficiente discreción de juicio podrían servir para la
fijación de hechos que, no siendo evidentes o sobre los que pese controversia,
sean reveladores de la concurrencia en el demandado de algún tipo de deficiencia
o patología incapacitante, sin embargo, al tiempo de celebración del juicio esa
aportación resultará en la mayoría de los casos extemporánea por tardía, dado
que quien puede tener verdadera precisión de conocer tales hechos no es el
órgano judicial –ya que la transcendencia de los mismos presenta, en general, un
carácter altamente técnico y cualificado, de difícil valoración directa por parte
del órgano judicial–, sino el perito médico, el cual sin embargo ya habrá emitido
su informe al tiempo de la vista; por ello, lo más práctico es que esa aportación al
proceso del material fáctico que puede ser útil para la prueba pericial médica se
haga a través de las audiencias de los parientes próximos y allegados del
presunto incapaz practicadas, no en el acto de la vista, sino con carácter
anticipado, para poder ser tenidas en cuenta por el perito médico.
De esta forma, el interrogatorio del actor, del demandado presunto incapaz con
suficiente juicio y de otras posibles personas en calidad de testigos prácticamente sólo
resultará factible y eficaz en el acto del juicio en aquellos casos en que exista discusión
sobre la persona más idónea y adecuada para el desempeño del cargo tutelar que haya
de constituirse.
E) LA CONGRUENCIA EN LA SENTENCIA
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cualquier otro momento procesal posterior pueda hacer cualquier parte sobre el grado,
intensidad o contenido concreto de la incapacidad pretendida.
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demanda, esto es: en las de incremento del grado de incapacidad, el eventual
agravamiento relevante de la patología que justificó la anterior incapacitación parcial; y
en las demandas de recapacitación, la eventual mejoría o curación de esa misma
patología.
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De cualquier forma, empero, las medidas tuitivas del proceso de incapacitación
participan de idénticos o similares principios que las medidas cautelares, y en
consecuencia les es aplicable, en general, el mismo régimen jurídico previsto en los arts.
721 y siguientes de la Ley de Enjuiciamiento Civil –y no sólo los arts. 734 a 736, como
reza el art. 762–, en lo que sea, evidentemente, cohonestable con los principios básicos
y esenciales de actuación de oficio y de persecución prevalente de la adecuada
protección del presunto incapaz.
Por el contrario, es evidente que, en principio y como regla general, no rige aquí el
requisito de la prestación, por parte del solicitante de las medidas, de fianza bastante
para responder de los eventuales daños y perjuicios irrogables al demandado, que
impone el art. 728-3, así como tampoco, inversamente, la posibilidad de prestación por
este último, en sustitución de las medidas acordadas, de caución suficiente para asegurar
el cumplimiento de la sentencia estimatoria que se dicte, prevista y regulada en los arts.
734-2-2, 746 y 747, ya que la adopción en el proceso de incapacidad de cualquier
medida de esta clase, independientemente de quien haya tomado la iniciativa, no puede
tener otro objeto ni fin que la protección del presunto incapaz, con lo cual ni puede
imputarse al solicitante el reproche de los eventuales perjuicios que sobre el demandado
puedan generar en su caso tales medidas –ya que éstas siempre podrían haber sido
igualmente acordadas de oficio por el juez–, ni puede dejar de prestarse al demandado la
protección que precise, por mucha caución que pueda y esté dispuesto a ofrecer. No
obstante, la exigencia de prestación de fianza al solicitante de las medidas y la
admisibilidad de caución sustitutoria de las mismas sí que sería dable en aquellos
supuestos en que, habiendo interesado la parte actora la adopción con carácter urgente
de medidas de carácter puramente patrimonial que, en el hipotético caso de que
efectivamente el demandado estuviese incurso en causa de incapacidad, serían
conceptualmente adecuadas y necesarias para la protección del mismo, los indicios
obrantes en autos sobre dicha falta de capacidad no resulten aun, sin embargo,
suficientemente evidentes en ese momento.
3- Régimen procesal
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–cuando menos, en el correspondiente relato fáctico, pero si es posible también con la
oportuna aportación documental– la concreta y efectiva necesidad de las mismas, de
modo tal que, en otro caso, la omisión de ello facultará al juez para, directamente,
denegar la admisión a trámite de la solicitud, sin dar curso a la misma.
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Enjuiciamiento Civil, si bien teniendo siempre presente que las mismas han de ser
contempladas e interpretadas desde la óptica del peculiar objeto y finalidad de esta
clase de proceso. En este sentido, las medidas aquí adoptables habrán de reunir, en todo
caso, las siguientes características esenciales:
a) Habilidad para dotar de protección a la persona o patrimonio del presunto
incapaz.
b) Estricta suficiencia para la consecución de la referida finalidad tuitiva, en el
sentido de que la restricción en que la misma consista sea la mínima necesaria
para ello.
c) Provisionalidad, de modo tal que siempre pueda resultar modificada o dejada sin
efecto en caso de que se produzca algún cambio esencial de circunstancias o de
que recaiga sentencia desestimatoria de la incapacidad.
Ahora bien, a diferencia del contenido de las medidas cautelares ordinarias, que por
definición viene siempre constituido por algún tipo de restricción en la esfera
patrimonial del demandado (art. 726-1 de la Ley de Enjuiciamiento Civil), en el caso de
las medidas tuitivas propias del proceso de incapacitación, por el contrario, la buscada
protección del presunto incapaz –sobre todo, aunque no exclusivamente, en su ámbito
personal– puede estar necesitada de actuaciones de naturaleza diferente y contenido
positivo, pero cuya imposición no tiene porque estar siempre, material o jurídicamente,
en manos del juez, de ahí que, además de las características arriba reseñadas, el
contenido de tales medidas deberá respetar en todo caso el ámbito y alcance propio del
proceso de incapacitación, en el sentido de que las mismas en ningún caso podrán
alterar ni afectar los derechos y situaciones jurídicas que sean propios de tercero, por
mucho que con ello se pudiese conseguir una mejor o más adecuada protección del
presunto incapaz, ya que, fuera de éste, ninguna otra persona es nunca parte material de
esta clase de proceso, con lo que, en tal medida, ningún tercero puede ser destinatario de
decisiones jurídicas que produzcan cualquier tipo de innovación en su estatus jurídico,
salvo que se trate de situaciones jurídicas que, constituidas con anterioridad por el
propio presunto incapaz, sean revocables a su discreción con eficacia inmediata y
automática, sin necesidad de intervención ni declaración judicial, como sería, por
ejemplo, el caso del mandato, que sí que puede ser cautelarmente revocado.
A) Sistema originario
Hasta la reciente reforma del Código Civil operada por la Ley 26/2015, de 28 de
julio, de modificación del sistema de protección a la infancia y a la adolescencia, la
redacción del entonces tercer párrafo del art. 239 –introducido a su vez por la Ley
41/2003, de 18 de noviembre– declaraba lo siguiente: “La entidad pública a la que, en el
respectivo territorio, esté encomendada la tutela de los incapaces cuando ninguna de las
personas recogidas en el artículo 234 sea nombrado tutor, asumirá por ministerio de la
ley la tutela del incapaz o cuando éste se encuentre en situación de desamparo. Se
considera como situación de desamparo la que se produce de hecho a causa del
incumplimiento o del imposible o inadecuado ejercicio de los deberes que le incumben
de conformidad a las leyes, cuando éstos queden privados de la necesaria asistencia
moral o material”.
23
De esta forma, cuando un presunto incapaz que aun no había sido incapacitado se
encontraba en la situación de desamparo prevista en dicho precepto, esto es, hallarse
privado de hecho de la necesaria asistencia moral o material, sin que existiese nadie
que, por obligación o de grado, estuviese en disposición de asumir una guarda de hecho
apta para precaver dicha situación, era perfectamente legítimo, como remedio transitorio
para ello, hasta que en la futura sentencia se decidiese lo procedente, la declaración
cautelar de ese desamparo, con la correlativa asunción por ministerio de la ley de la
tutela provisional sobre dicho presunto incapaz por parte de la entidad pública a la que,
en el respectivo territorio, esté encomendada la tutela de los incapaces.
No obstante, ha de hacerse notar que esta interpretación del referido art. 239-3, de
entenderlo aplicable no sólo a los judicialmente incapacitados, sino también a cualquier
incapaz de hecho, aunque no era en absoluto pacífica, aparecía sin embargo como la
más acorde con los principios de nuestro ordenamiento jurídico relativos a la protección
de las personas en situación de vulnerabilidad, y se apoyaba, además, como argumento
primario, en el dato de no utilizar el precepto el término “incapacitado” –que sí que se
vincula ineludiblemente a la necesidad de existencia de una previa declaración judicial
de incapacidad–, sino el de “incapaz”, que presenta un matiz y un significado más
fáctico, en cuanto que el mismo alude a toda persona en que materialmente concurra la
circunstancia prevista en el art. 200 del mismo código, de padecer una enfermedad o
deficiencia física o psíquica que le impida gobernarse por sí misma, aunque ello no haya
resultado aun constatado judicialmente a través de la correspondiente sentencia de
incapacitación. Por lo demás, resultaba irrelevante a estos efectos que no se emplease
allí el adjetivo “presunto” delante del término “incapaz”, y ya no solamente por cuanto
que, en todo caso, este precepto se refiere también a aquellos que ya han sido
judicialmente incapacitados, sino además porque la expresión “presunto incapaz” tiene
un carácter estrictamente procesal, al aludir al que es demandado en un proceso de
incapacitación –respecto del que se duda y discute sobre su posible falta de capacidad,
pero que, jurídicamente, goza aún del status de persona capaz–, mientras que el art. 239-
3 tenía una propia naturaleza sustantiva, al ser su finalidad la de posibilitar que se
dotase de una protección efectiva y material a toda persona impedida de gobernarse por
si misma que, en un momento dado, pudiese encontrarse en situación de desamparo, con
plena independencia de que estuviese o no incapacitada o incursa en un proceso de tal
objeto.
24
B) El nuevo art. 239 bis
Por otra parte, tanto el art. 762 de la Ley de Enjuiciamiento Civil como el 216-2 del
Código Civil reconocen al Juez una omnímoda facultad de adoptar de oficio, con
carácter cautelar, las medidas que estime conducentes a la adecuada protección de la
persona y patrimonio de un presunto incapaz, con lo que es evidente que, en todo caso,
a pesar del distinto tenor del nuevo art. 239 bis, siempre devendrá legítima por aquella
otra vía la declaración judicial cautelar de hallarse en situación de desamparo un
presunto incapaz y de atribuir la tutela provisional sobre el mismo a la Administración,
tal como así ya venían a insinuarlo antes las trascritas resoluciones de la Audiencia
Provincial de Valencia. En este sentido, el citado art. 216-2 declara que “las medidas y
disposiciones previstas en el artículo 158 de este Código podrán ser acordadas también
25
por el Juez, de oficio o a instancia de cualquier interesado, en todos los supuestos de
tutela o guarda, de hecho o de derecho, de menores e incapaces, en cuanto lo requiera el
interés de éstos”, mientras que, por su parte, el art. 158, después de regular todas las
clases de medidas adoptables judicialmente en protección de los menores, en su
penúltimo párrafo ordena al Juzgado, para el caso de posible desamparo de un menor,
comunicar a la Entidad Pública las medidas adoptadas respecto del mismo. Por
consiguiente, la combinación de ambos preceptos permite en todo caso entender que
también respecto de los incapaces de hecho que se encuentren en situación de
desamparo puede el juez acordar de forma cautelar el sometimiento del mismo a una
tutela provisional a cargo de la correspondiente entidad pública.
A) INTRODUCCIÓN
Sin embargo, el presente trabajo, sin entrar para nada en el referido debate, de
carácter propiamente médico-psiquiátrico, y tal vez también de orden político-social –
ajenos por completo a la competencia científica del autor, sin perjuicio en cualquier
caso de su convencida postura absolutamente favorable a esta medida–, se va a centrar
en las cuestiones estrictamente jurídicas de la legitimidad y cobertura legal en el
Derecho español del tratamiento ambulatorio forzoso y del régimen jurídico que le
resulte aplicable.
26
A) En nuestro Derecho no aparece expresa y literalmente regulada ni prevista la
medida de tratamiento ambulatorio forzoso, lo cual, a primera vista, y por aplicación del
principio que subyace e inspira el art. 4-2 del Código Civil, que prohíbe la
interpretación extensiva –y, por ende, la aplicación analógica– de toda clase de normas
limitativas de derechos, podría llevar a pensar que nos encontramos ante una dificultad
insalvable para apoyar y fundar la legitimidad y admisibilidad de esta medida en la,
aparentemente, única vía hábil para dotarle de adecuada y formal cobertura jurídica,
cual sería la aplicación analógica a la misma de la institucionalización que del
internamiento psiquiátrico involuntario hace el art. 763 de la Ley de Enjuiciamiento
Civil.
En este sentido, el art. 763 se abstiene por completo de definir o describir aquello
que constituye el objeto esencial de su regulación, limitándose simplemente a utilizar
repetidas veces la expresión “internamiento”, de forma tal que, por fuerza, el concepto
jurídico de internamiento psiquiátrico, a los efectos de este precepto, ha de extraerse
mediante remisión a lo que se entienda por tal en la ciencia y praxis médicas.
Pero, lo que por su propia naturaleza resulta en todo caso inherente al hecho y al
concepto jurídico de internamiento psiquiátrico es el sometimiento del paciente al
tratamiento terapéutico correspondiente, con la correlativa administración de la
medicación que le sea pautada, de modo tal que el posible carácter involuntario y
forzoso que el art. 763 de la L.E.C. prevé y regula para el internamiento es también
extensible y predicable de esta clase de actuación.
27
también la imposición al mismo, al margen de su voluntad, de la ingesta o inyección de
la medicación prescrita, ha de concluirse entonces que, en uso de lo regulado en el
tantas veces citado art. 763 y con idéntica legitimidad, pues, que para el internamiento,
cabrá también la autorización judicial de sometimiento forzoso a tratamiento
psiquiátrico ambulatorio, en cuanto ello no implicará otra cosa que una aplicación
meramente parcial de los instrumentos jurídicos permitidos en dicho precepto.
28
2- LA POSICIÓN JURISPRUDENCIAL
29
derechos fundamentales, es adecuada a la situación específica de la persona afectada y
se aplica … en beneficio de la propia recurrente que se ve altamente beneficiada con la
misma”.
Por lo demás, contra la posible objeción de que, de cualquier forma, el art. 763 de la
L.E.C resultará siempre insuficiente para dotar de completa cobertura al tratamiento
ambulatorio forzoso, ya que no prevé ni regula qué haya de hacerse cada vez que el
sometido a esta medida se niegue a acudir al centro sanitario correspondiente para la
administración de la medicación, hay que contestar que tal vacío legal no se da,
reiterando al efecto lo ya razonado más arriba: si la medida de internamiento
psiquiátrico regulada en el art. 763 lleva inherente en todo caso, por su propia
naturaleza y finalidad, la autorización de imposición coactiva al ingresado de la
medicación que le sea prescrita, ello mismo deviene también aplicable para el
tratamiento ambulatorio involuntario, de forma que, en los referidos casos de negativa
al seguimiento del tratamiento, su aplicación entonces habrá de hacerse de forma
impositiva –trasladando al paciente al centro de salud o acudiendo el personal sanitario
a su lugar de residencia, según las circunstancias de cada supuesto–, y con auxilio, en su
caso, de las fuerzas de seguridad, exactamente igual que cuando se practica un ingreso
psiquiátrico involuntario. En este sentido, el art. 763 nada dice sobre quién haya de
llevar a la práctica el internamiento en él regulado ni cómo haya de hacerse el mismo,
pero es evidente que el ingreso no se produce por ensalmo ni arte de magia, sino que,
por lo general, el traslado del enfermo desde su domicilio o paradero hasta el
correspondiente centro o sala hospitalaria suele revestir carácter coactivo y exigir un
cierto uso de la fuerza, con lo que, por idéntica razón, ha de entenderse igualmente
aplicable al tratamiento ambulatorio forzoso esa facultad legal que subyace y resulta
implícita en el instituto del internamiento involuntario.
Partiendo, pues, de la premisa sentada más arriba, de la plena y directa cobertura del
tratamiento ambulatorio forzoso en el art. 763 de la Ley de Enjuiciamiento Civil, la
30
consecuencia que de aquí se extrae entonces es la del sometimiento del mismo, en todo,
a la regulación contenida en dicho precepto, lo que básicamente se traduce en lo
siguiente:
a) El procedimiento que se incoe para resolver la solicitud de sometimiento a
tratamiento ambulatorio ha de incluir en todo caso, como trámites esenciales, el
examen judicial de la persona para la que se pida la medida, el informe de un
facultativo y la audiencia del Ministerio Fiscal.
b) La resolución judicial que decida la cuestión, autorizando o denegando el
sometimiento a tratamiento ambulatorio forzoso deberá revestir forma de auto,
contra el que podrá interponerse recurso de apelación.
c) La efectiva aplicación de la medida, así como también el alzamiento en su caso
de la misma, ya sea por razón de alta médica o ya por desaparición de la
necesidad de que el tratamiento siga teniendo carácter forzoso, constituye una
decisión de naturaleza pura y estrictamente terapéutica y de la exclusiva
competencia del facultativo que lleve o al que corresponda el seguimiento y
control del paciente, el que, simplemente, deberá comunicar al Juzgado la
inaplicación o cese de la medida.
d) Con la periodicidad que se haya establecido en la resolución judicial, que en
ningún caso podrá superar el carácter semestral, el facultativo que atienda al
sometido a tratamiento ambulatorio forzoso deberá informar al Juzgado sobre la
necesidad de mantener dicha medida, y el juez, en atención a dichos informes y a
cuantas otras actuaciones considere adecuado practicar, resolverá lo procedente
sobre la prórroga o no de la misma.
Sin perjuicio de lo anterior, sí que parece, empero, que para esta materia del
tratamiento ambulatorio forzoso convendría la existencia de una regulación propia y
específica, pero no por razón de ninguna necesidad de dotarle de fundamento y
cobertura jurídica, que, como se ha dicho, ya lo tiene directamente en el art. 763, sino
para salvar y dar solución a las diversas dificultades prácticas que la aplicación de esta
medida plantea.
Así, en primer lugar, sería deseable una específica regulación y determinación del
órgano judicial que pueda o haya de ser territorialmente competente para la adopción de
esta medida del tratamiento ambulatorio forzoso y para el control de su seguimiento, ya
que la aplicación del fuero previsto en el art. 763 para el internamiento ordinario, que
atribuye la competencia al juez del lugar de residencia de la persona afectada, puede en
muchos casos representar de facto un fuerte obstáculo a la vigencia práctica de esta
clase de medida, dada la falta de coincidencia entre los partidos judiciales, de un lado, y
el ámbito territorial propio de los hospitales y centros de salud, por otro. Así, por
ejemplo, la aplicación estricta en este campo de lo dispuesto en el art. 763 constituirá un
auténtico handicap siempre que, procediendo la solicitud o propuesta de adopción de la
medida de la Sala de psiquiatría en que se encuentre ingresado de forma urgente el
paciente, éste no tenga su domicilio o residencia en el partido judicial en que radica el
referido centro hospitalario, ya que, en pura legalidad, la postulación del tratamiento
ambulatorio forzoso no podría hacerse ni sustanciarse ante el juez de este partido
judicial –que es el que ha conocido del previo internamiento urgente y con el que la
Sala puede mantener un contacto más directo–, sino que debería serlo ante el juzgado
31
correspondiente al domicilio o residencia del ingresado, que puede estar a una gran
distancia del centro hospitalario.
Por otra parte, parece también evidente que el plazo máximo de seis meses previsto
en el art. 763 para resolver cada vez sobre la prórroga o no de la medida resulta
demasiado corto tratándose de un tratamiento ambulatorio, ya que en ese tiempo
difícilmente puede producirse en el paciente un cambio de circunstancias tal como para
adquirir adecuada conciencia de enfermedad y, menos aún, para desaparecer la
necesidad del tratamiento farmacológico. Por ello, para evitar una sobrecarga
innecesaria de trabajo tanto al Juzgado como al médico o centro sanitario, sería
aconsejable la elevación de dicho plazo a doce o dieciocho meses, sin perjuicio, claro
está, de seguir manteniendo la previsión contenida en el primer párrafo del parágrafo 4
del art. 763, de poder fijar el juez en su resolución una periodicidad más estrecha si lo
estima conveniente.
32
AUTO
II.-FUNDAMENTOS JURIDICOS
33
menor E. S. M., hija de aquél, ha alegado con carácter previo una cuestión prejudicial
civil, que además de resultar muy difícilmente inteligible, es de todo punto
inconsistente, ya que por mucho que en alguna ocasión en el lenguaje de la
jurisprudencia se haya podido calificar a la incapacitación judicial como una muerte
civil, es evidente empero que ello no va más allá de su mero carácter retórico, de modo
tal que en ningún caso la incapacidad puede entenderse comprendida en el ámbito del
art. 85 del Código Civil como causa de disolución “ex lege” del matrimonio, amén de
que, en última instancia, no concurriría en el presente caso la exigencia esencial
impuesta en el art. 43 de la vigente Ley de Enjuiciamiento Civil para que pueda
decretarse la suspensión del presente expediente por razón de prejudicialidad civil, de
que la cuestión prejudicial constituya el objeto de otro proceso ya pendiente.
SEGUNDO.- Entrando ya en el fondo del asunto, aunque todas las partes están
contestes al respecto en que no es jurídicamente factible que la voluntad de un varón
incapacitado y en estado de coma pueda ser suplida, mediante autorización judicial, en
orden a prestar su consentimiento para tener descendencia con su esposa a través del
sometimiento de ésta –ya sea con utilización de semen extraído de aquél o ya
recurriéndose al procedente de donante anónimo– a técnicas de reproducción asistida,
de cualquier forma, no está de más hacer hincapié aquí en que la suplencia judicial de la
voluntad de un incapaz en aquellos supuestos que, por su naturaleza o entidad, excedan
del ámbito competencial propio de los tutores no puede en ningún caso extenderse a la
realización de un acto de carácter tan personalísimo como es la decisión de tener un
hijo, ya que la misma es de todo punto discrecional y subjetiva, de un orden
absolutamente ajeno a lo que constituye la finalidad esencial que preside y justifica el
ejercicio de todas las instituciones tutelares, que no es otra que la búsqueda del
beneficio del propio incapaz, y que conlleva además la creación a cargo de éste de una
situación jurídica, la de la paternidad, que no sólo no implica per se y en cuanto tal
ningún provecho ni mejora para el que la asume, sino que, antes al contrario, genera
unas cargas y responsabilidades de tal magnitud y transcendencia que, desde luego, sólo
en virtud del personal consentimiento o actuación del afectado, y nunca por otra vía
sustitutoria, puede admitirse la constitución de la paternidad.
34
consentimiento del marido, o bien a una mujer no casada cuando un
concreto y conocido varón, tampoco unido por vínculo matrimonial, haya
contribuido a la correspondiente donación del semen y consentido la
realización de esa específica fecundación, y en el cual el así nacido tiene en
todo caso la condición jurídica de hijo del esposo de la madre o del referido
varón donante, según así resulta de la combinación de lo establecido en los
siguientes preceptos de la ley: a) art. 6-3, que impone la necesidad del
consentimiento del esposo para la utilización de las técnicas por parte de
mujer casada, salvo que los cónyuges estuviesen separados por sentencia
firme, o de hecho o por mutuo acuerdo que conste fehacientemente; b) arts.
6-4 y 8-2, que para los ya referidos casos de fecundaciones consentidas por
el esposo o, tratándose de mujer no casada, por un determinado varón
tampoco unido por vínculo matrimonial que haya contribuido a la
correspondiente donación del semen, vienen a establecer, por un lado, que
“queda a salvo la acción de reclamación judicial de paternidad” y, por otro,
que el documento extendido ante el centro o establecimiento autorizado
que refleje el consentimiento de los mismos tiene la condición jurídica de
escrito indubitado a los efectos previstos en el art. 49-2-1º de la Ley de
Registro Civil para la inscripción de la filiación; c) art. 7-1, que declara que
“la filiación de los nacidos con las técnicas de reproducción asistida se
regulará por las normas vigentes, salvo las especialidades contenidas en
este capítulo”; d) art. 8-1, que establece que “ni el marido ni la mujer,
cuando hayan prestado su consentimiento, previa y expresamente, a
determinada fecundación con contribución de donante o donantes, podrán
impugnar la filiación matrimonial del hijo nacido por consecuencia de tal
fecundación”.
2. El otro, en que las técnicas de reproducción se aplican a mujer no casada o
separada legalmente, de hecho o por mutuo acuerdo fehacientemente
consignado y sin existencia tampoco de ningún concreto y conocido varón
que, a efectos de adquirir la correspondiente paternidad, haya hecho
donación del semen para esa específica fecundación, y en el cual ésta se ha
de realizar forzosamente con material procedente de donante anónimo –“la
donación de gametos ... es un contrato ... secreto” y “será anónima” (art. 5,
números 1 y 5); “la elección del donante es responsabilidad del equipo
médico que aplica la técnica de Reproducción Asistida” (art. 6-5)–, y sin
que, como señala el art. 8-3, la revelación de la identidad del respectivo
donante anónimo pueda implicar en ningún caso determinación legal de la
filiación.
Por lo demás, tampoco por vía de la aplicación analógica del art. 9-1 de la ley es
factible conceder lo solicitado en el presente expediente, ya que este precepto no
contempla ni autoriza propiamente ningún supuesto de inseminación con semen
procedente de un esposo fallecido, sino que se limita simplemente a prever el efecto de
exclusión de cualquier posibilidad de paternidad para la eventualidad excepcional de
que, iniciado en una mujer casada el proceso de aplicación de las técnicas de
reproducción asistida y realizada ya por parte del esposo tanto la prestación del
preceptivo consentimiento como la aportación del correspondiente material reproductor,
el marido fallezca antes de que éste llegue a ser introducido en el útero de la mujer,
pero, sin embargo, por ignorancia u ocultamiento malicioso de la muerte se lleve a cabo
la inseminación.
35
CUARTO.- Ahora bien, teniendo en cuenta que, según ya se ha referido
anteriormente, el único interés perseguido por la promovente es el de poder ser madre a
través de la reproducción asistida, y que su esposo se encuentra desde hace más de once
años en estado de coma vigil irreversible, no se aprecia sin embargo la concurrencia en
el presente caso de obstáculo legal alguno para que la misma pueda libre y lícitamente
ser usuaria de técnicas de reproducción asistida con semen procedente de donante
anónimo, ya que es lo cierto que aquí, evidentemente, se da la situación de separación
de hecho del matrimonio contemplada en el ya citado art. 6-3 de la ley. En este sentido,
desde la perspectiva del fin de la norma, el estado de coma del marido cuadra
perfectamente con la situación de separación de hecho aludida en el art. 6-3, ya que este
precepto no pretende otra cosa que evitar la determinación legal de paternidades
matrimoniales subrepticiamente constituidas a través del uso, a espaldas del marido, de
las técnicas de reproducción asistida, de ahí que la necesidad del consentimiento marital
resulte eliminada para los casos en que, por no haber convivencia conyugal, no pueda
generarse duda alguna sobre la eventual paternidad del esposo, y correlativamente, que
esa misma falta de necesidad del consentimiento es aplicable al supuesto de autos, en el
que, evidentemente, el hijo que pueda tener la promovente no podrá nunca serlo
también de su esposo, al encontrarse el mismo en estado de coma vigil irreversible
desde hace más de once años.
Por lo demás, y a pesar de la presunción de paternidad matrimonial que con carácter
general rige en el ordenamiento civil español, no se aprecia empero la concurrencia en
el supuesto planteado de ninguna especial dificultad para que, en caso de llegar a tener
un hijo la promovente, el mismo no resulte inscrito en el Registro Civil como hijo
también de su marido, ya que bastará para ello, al tiempo de comunicar el nacimiento
ante dicho Registro, con aportar además un testimonio de la presente resolución o
cualquier documentación médica fehaciente de la que resulte la situación en que se
encuentra el esposo de la madre. Y finalmente, en la hipótesis de que, por descuido o
por malicia, el así nacido fuese inscrito como hijo también del esposo, al amparo
entonces de lo dispuesto en el art. 136-3 del Código Civil, una vez fallecido este último
y dentro del año siguiente a ello, sus herederos podrían siempre impugnar judicialmente
dicha paternidad.
36
Así lo acuerda, manda y firma, el Ilmo Sr. D. JOSE MIGUEL BORT RUIZ,
Magistrado-Juez del Juzgado de Primera Instancia num. Trece de Valencia.
AUTO
I- HECHOS
37
justificativos de dicha petición, más allá del transcurso del plazo legal para la
procedencia del divorcio.
En este sentido, ya en la sentencia del Tribunal Constitucional de 18 de diciembre
de 2000, que vino a reconocer al tutor legitimación para poder promover, en nombre del
tutelado, la separación matrimonial de éste, aunque dentro del sistema legal anterior de
carácter causal, claramente da a entender que el ejercicio de esa facultad del tutor sólo
deviene legítimo y justificado cuando tenga por finalidad la protección del incapaz, al
decir lo siguiente: “la separación matrimonial y la acción judicial, que constituye el
medio para obtenerla, vienen a satisfacer un interés legítimo de defensa de los cónyuges
frente a la situación de convivencia matrimonial, cuando ésta les resulta perjudicial en
las situaciones previstas por el legislador como supuestos legales de las distintas causas
de separación. (…) Dichos intereses y perjuicio posibles pueden darse en los
incapacitados casados, e incluso de modo más dramáticamente perceptible en ellos, si
quedasen por su desvalimiento bajo una sumisión absoluta a su cónyuge capaz. Dadas la
situación teórica de dicha vitanda sumisión y de dicho indiscutible interés, el único
medio de defensa jurídica del incapaz, cuando su cónyuge no consiente la separación, es
precisamente el ejercicio de tal acción. (…) En esas circunstancias la negativa de la
legitimación de la tutora para el ejercicio de la acción de separación matrimonial de la
hija incapacitada determina de modo inexorable el cierre, desproporcionado por su
rigorismo, del acceso del interés legítimo de ésta a la tutela judicial, si se advierte que,
privado el incapacitado con carácter general del posible ejercicio de acciones, dado lo
dispuesto en el art. 2 de la LEC, el ejercicio de la separación sólo puede verificarse por
medio de su tutor; con lo que, si a éste se le niega la legitimación para ello, dicho cierre
absoluto es su ineludible consecuencia”.
Pero, de cualquier forma, y por si alguna duda pudiese quedar al respecto, la
reciente sentencia del Tribunal Supremo de 21 de septiembre de 2011 (nº 625), en
relación ya al divorcio y al sistema legal actual, viene de forma contundente a
condicionar la posibilidad del tutor de promover demanda de divorcio en nombre del
tutelado a que concurra causa justificativa de ello, sin que en ningún caso pueda hacerlo
de forma discrecional y caprichosa, como lo podría hacer el propio cónyuge afectado, si
gozase de capacidad para ello. Así, en lo que aquí interesa señala la referida sentencia lo
siguiente: “la STC 311/2000, de 18 diciembre, (…) es fundamental para la resolución
del presente recurso, si bien éste se refiere a la acción de divorcio planteada por los
padres/tutores, supuesto que carece de regulación en la legislación española actualmente
en vigor y que ofrece algunos problemas propios, diferentes a los planteados en la STC
311/2000, especialmente importantes a raíz de la modificación del divorcio, efectuado
por la ley 13/2005. La STC 311/2000, de 18 diciembre plantea exactamente el
problema, al centrar la cuestión en el interés del incapacitado (FJ4), pero se refiere al
interés en la separación en un momento en que el Código civil exigía la alegación de
causas y solo sería aplicable plenamente en la separación actual, porque su estructura
después de la reforma es muy similar. Por tanto, no puede solucionarse el presente
recurso con la simple referencia a la STC examinada, sino que debe estudiarse si el
divorcio, que comporta la disolución del matrimonio a diferencia de la separación,
puede ser ejercitado por el tutor en una acción planteada en nombre y representación del
cónyuge incapacitado. (…) El divorcio actual no requiere alegación de causa cuando lo
ejercita personalmente el interesado, quien no tiene que justificar sus motivos, porque
de esta manera, el ordenamiento protege el derecho a la intimidad del cónyuge
peticionario del divorcio. (…) El derecho a la tutela judicial efectiva permite ejercer las
acciones cuya titularidad corresponde al incapacitado por medio del representante legal,
tal como establece el art. 271,6 CC , que atribuye a los tutores la legitimación “para
38
entablar demanda en nombre de los sujetos a tutela”, siempre con autorización judicial,
que no se requerirá “en los asuntos urgentes o de escasa cuantía”. Esta norma no
distingue la naturaleza de la acción que se está ejerciendo en nombre de la persona
incapacitada, y así están también incluidas en el art. 271,6 CC las acciones para pedir el
divorcio y la separación. La tutela judicial efectiva queda protegida por este medio y la
tradicional teoría académica acerca de los derechos personalísimos no puede aplicarse.
(…) Las anteriores razones llevan a concluir que los tutores están legitimados para
ejercitar la acción de divorcio en nombre de una persona incapacitada, siempre que por
sus condiciones, no pueda actuar por sí misma. (…) La representación legal del tutor le
impone el deber de ingerencia en la esfera jurídica del incapaz cuando sea necesario
para obtener su protección, si bien no libremente, sino con las limitaciones que derivan
de la naturaleza de función que tiene la tutela y por ello el ejercicio de la acción de
divorcio por parte de los tutores debe responder a las mismas reglas que rigen la
representación legal por las siguientes razones. 1ª Debe aplicarse lo dispuesto en el art.
216.1 CC , que es la norma general que rige, en cualquier caso, la actuación de los
tutores, porque “las funciones tutelares constituyen un deber, se ejercerán en beneficio
del tutelado y estarán bajo la salvaguarda de la autoridad judicial”. Por ello, el art. 271
CC exige autorización judicial para entablar cualquier tipo de demanda. 2ª En segundo
lugar, el ejercicio de esta acción debe obedecer a los intereses del incapaz, por lo que
debe justificarse que la actuación se lleva a cabo en interés del incapaz, tal como
concluyó, en una legislación distinta, la STC 311/2000. 3ª Hay que tener en cuenta que
en los procedimientos de derecho de familia en los que son parte menores e incapaces se
requiere la actuación del Ministerio Fiscal, que deberá velar por sus intereses, con lo
que se garantiza que las acciones de los tutores no sean caprichosas o arbitrarias.
Constituiría una falacia negar el ejercicio de la acción de divorcio a los tutores sobre la
base de que a partir de la reforma de 2005, no se exige la alegación de causas. Lo único
que efectuó la reforma fue eliminar la necesidad de expresar la concurrencia de causa,
para proteger el derecho a la intimidad del cónyuge que pide el divorcio; esta
configuración no puede impedir el ejercicio de la acción cuando exista interés del
incapaz, pero de ello no se deduce que los tutores puedan ejercitar arbitrariamente dicha
acción, porque deben justificar que existe un interés del incapaz en obtener la disolución
de su matrimonio, lo que van a permitir la actuación del tutor”.
39
Notifíquese esta resolución a las partes y al Ministerio Fiscal, con la advertencia de
que, contra la misma, cabe interponer RECURSO DE APELACION, que deberá
prepararse ante este mismo Juzgado en el plazo de CINCO días.
Así lo acuerda, manda y firma, el Ilmo Sr. D. JOSE MIGUEL BORT RUIZ,
Magistrado-Juez del Juzgado de Primera Instancia num. Trece de Valencia.
40