La teoría del delito está conformada por el estudio de los
presupuestos jurídico-penales de carácter general que deben concurrir para determinar la punibilidad de una conducta como delictiva.
Al ocuparse esta teoría de los presupuestos o condiciones jurídico-
penales de "carácter general", significa que dichos elementos o condiciones son "comunes a todo hecho punible". En consecuencia, la teoría general del delito no se ocupa del estudio de los elementos o requisitos específicos de un delito en particular (v.gr. parricidio, aborto, hurto, robo o malversación de caudales públicos). De conformidad a la doctrina nacional dominante, los presupuestos jurídicos generales o elementos de todo delito son: la conducta (acción u omisión), la tipicidad, la antijuridicidad y la culpabilidad (aunque no faltan quienes, a lo anterior, agregan la punibilidad).
La existencia de una teoría general del delito responde a la necesidad
de permitir una "jurisprudencia racional, objetiva e igualitaria, de modo que contribuya de forma esencial a garantizar la seguridad jurídica" (JES-CHECK). Sin perjuicio de lo anterior, no es posible olvidar que todo el desarrollo del pensamiento dogmático en el ámbito penal tiene por finalidad la solución razonable y justa de un caso concreto de la vida real. Por lo tanto, la estructura teórica, su sistematización, los conceptos o criterios que en ella se forjen están llamados a ofrecer una solución adecuada a los casos reales de la vida, y de ningún modo se puede pretender forzar y alterar la estructura e individualidad de un caso concreto para obligarlo a calzar en los esquemas y categorías teórico-abstractas formuladas por la doctrina.
I. El concepto de delito.
1. La estructura del delito se basa en el Derecho Positivo. Para el
I estudio del Derecho Penal, la referencia al Derecho positivo se relaciona fundamentalmente con la Constitución Política y la ley penal. En la Constitución encontramos la consagración expresa de ciertos principios penales de vital importancia (v.gr. el principio de reserva o legalidad, el principio de culpabilidad ), o bien, la Carta Fundamental ha asumido determinada concepción antropológica, política-social- económica, adoptando una perspectiva filosófica y axiológica de la vida individual y social, todo lo cual se proyecta al campo penal (v.gr. la concepción antropológica del hombre como un ser libre: fundamento material de la culpabilidad; consagración de ciertos bienes jurídicos fundamentales y el marco de su ejercicio y disponibilidad individual o social; o sobre el fin del Derecho Penal y los objetivos de la sanción penal).
Sobre la base normativa constitucional, el legislador penal establece
un marco legal dentro del cual puede moverse con cierta libertad el estudio dogmático. Dicho marco legal constituye un verdadero "dogma" para la ciencia penal, razón por la cual se le denomina dogmática penal. En el establecimiento del marco legal, el legislador se funda en un determinado momento histórico, en determinados supuestos políticos, filosóficos y valorativos. Es así como es posible advertir, en la evolución de la teoría del delito, la presencia del pensamiento positivista, el neokantismo o el objetivismo fenomenológico. De lo anterior se desprende que el punto de partida y base de sustentación de toda teoría del delito es la concepción que el Estado tenga acerca de la misión, sentido y alcance del Derecho Penal en la estructura social en la que está llamado a servir. En la actualidad, la doctrina está de acuerdo en que la misión del Derecho Penal en un Estado democrático de Derecho es, dentro de un marco razonable y a través de normas imperativas o prohibitivas que contemplan una sanción penal para el caso de su infracción, el evitar que los miembros de la sociedad realicen ciertas conductas que pongan en peligro o dañen bienes (jurídicos) estimados fundamentales por la sociedad para una convivencia pacífica que permita la autorrealización personal y social.
Entendida así la misión del Derecho Penal, queda en claro que ella supone la concurrencia de dos ideas principales:
a) La existencia en la sociedad de un conjunto de bienes que, a juicio ,
social, se consideran básicos o esenciales para el adecuado, pacífico y justo desarrollo de la persona en la sociedad (v.gr. la vida, la salud, la libertad, el honor, la propiedad), razón por la que el Derecho le otorga su máxima protección, adquiriendo el carácter de bienes "jurídicos" a través de la sanción penal.
b) El legislador penal pretende evitar que los hombres pongan en
peligro o dañen, en ciertas y determinadas formas, los bienes jurídicos protegidos. Esto significa que el propósito del legislador penal no es resguardar a dichos bienes de cualquier tipo o clase de hecho peligroso o dañino; toda vez que el destinatario natural de las normas jurídicas son los hombres, aquél sólo puede pretender poner bajo control lo que de los hombres depende: su actuar voluntario (y final).
2. Si se examinan algunas disposiciones de la parte general del
Código Penal, es posible encontrar una referencia expresa y directa una referencia tácita e indirecta a los elementos característicos y comunes a todo hecho delictivo (interpretación teológica).
Art. 1 del C.P.: "Es delito toda acción u omisión voluntaria
penada por la ley.
Las acciones u omisiones penadas por la ley se reputan siem-
pre voluntarias, a no ser que conste lo contrario". El Art. 1.° transcrito establece de partida que la base de sustentación de un delito es la acción u omisión; con lo cual se declara expresamente que la responsabilidad penal lo es por un hecho cometido (acción u omisión) y no por la especial condición o estado o modo de vida del protagonista de aquel.
Esta misma disposición deja constancia que no toda conducta es
fuente de responsabilidad penal sino sólo aquella que por disposición expresa del legislador se encuentra penada por la ley, con lo cual, se reconoce el segundo elemento del delito: la tipicidad. En un Estado de Derecho, la tipicidad suele tener rango constitucional y derivarse del principio de reserva o legalidad, consagrado en nuestra Constitución Política de 1980, Art. 19 N" 3" incisos séptimo y octavo que señalan: "Ningún delito se castigará con otra pena que la que señala una ley promulgada con anterioridad a su perpetración, a menos que una nueva ley favorezca al afectado" (nullapoena sine lege) y "Ninguna ley podrá establecer penas sin que la conducta que sanciona esté expresamente descrita en ella" (nullum crimen sine lege); disposiciones que, de manera semejante, se repiten en los Arts. 1° y 18 del C.P. El principio de tipicidad puede ser examinado desde una perspectiva formal, la que supone que sólo la ley puede ser fuente de delito y penas. Bajo una perspectiva material, en cambio, el mencionado principio implica que es un deber del legislador determinar en la ley penal, con la necesaria o suficiente precisión, aquella conducta que pretende prohibir u ordenar. Y, de igual modo, las penas factibles de ser aplicadas para su futura y eventual infracción. Consecuencia de lo anterior es la no admisibilidad en el trabajo legislativo penal de términos, expresiones o voces vagas o equívocas, o bien de cláusulas generales, a no ser que ello, por la naturaleza de lo tratado, sea algo inevitable (v.gr. Art. 106: seguridad exterior; Art. 292:
orden social; Art. 373: buenas costumbres).
La expresión "penada por la ley" antes señalada ha sido considerada,
junto al Art. 10 del C.R, que contempla causales de irresponsabilidad penal, el soporte legal del tercer elemento del delito: la antijuridicidad. Por lo tanto, no toda conducta típica es, necesariamente, antijurídica. Bien puede suceder que una conducta típica (v.gr. la muerte o lesión de una persona) no sea contraria a Derecho por haber tenido lugar en circunstancia tal que, jurídico-penalmente, configuraba una situación de justificación; en cuyo caso, la destrucción, lesión o peligro que afecte a un bien jurídico determinado se encuentra permitida o autorizada, es decir, no es algo prohibido o contrario a Derecho (v.gr. si la muerte o lesión tuvo lugar en un contexto de legítima defensa).
Finalmente, la expresión "voluntaria" y la "presunción de
voluntariedad" consagradas por el Art. 1° del C.P-, en relación con el Art. 10 del C.P., se han estimado, por un sector de la doctrina, como una referencia a la culpabilidad del autor respecto de su hecho. De esta forma, la responsabilidad penal sólo puede surgir en la medida que el autor de una conducta típica y antijurídica sea culpable respecto de ella. Ahora bien, la doctrina nacional dominante, considera que la culpabilidad penal implica un juicio de reproche que se dirige al autor de un delito, porque, habiendo tenido la posibilidad de ajustar su comportamiento conforme a Derecho, se decidió por un actuar contrario a él (v.gr. no pueden ser considerados culpables por los hechos típicos y antijurídicos que ejecuten los enajenados mentales o los menores de 16 años, quienes por padecer de un trastorno psíquico o presentar un estado de desarrollo biopsico-social incompleto, carecen de una capacidad para conocer lo antijurídico y autodeterminarse conforme a dicho conocimiento).
Normalmente, la doctrina dominante suele describir un delito
diciendo que es toda conducta típica, antijurídica y culpable. Sin embargo, toda vez que la ley penal chilena establece, en algunos casos excepcionales, ciertas condiciones para la punibilidad de un delito, algunos autores creen necesario agregar, a los elementos del hecho delictivo antes indicados, la "punibilidad" como un elemento nuevo, distinto y separado de los anteriores. En consecuencia, el delito sería toda conducta, típica, antijurídica, culpable y punible. Las condiciones de punibilidad pueden ser de dos clases: a) condiciones de punibilidad objetivo-general: de su concurrencia depende la existencia de un hecho jurídico-penalmente relevante para cualquier persona (v.gr. en el delito de auxilio al suicidio contemplado en el Art. 393 del C.P., la conducta de auxilio sólo se sanciona si se produce la muerte del suicida); y b) condiciones de punibilidad objetivo-especial: de su concurrencia no depende la existencia de un hecho jurídico-penalmente relevante frente a la generalidad, sino tan sólo la expresa y especial excepción respecto de una persona concreta y determinada (v.gr. la llamada "excusa legal absolutoria" contemplada en el Art. 489 del C.P., que exime de pena por los delitos de hurto, defraudaciones o daños a ciertos parientes ). Tratándose de condiciones de punibilidad de carácter objetivo-general, no cabe duda de su pertenencia al plano de la antijuridicidad penal. En efecto, la antijuridicidad de un hecho delictivo depende fundamentalmente de la gravedad del daño o peligro a que es expuesto un bien jurídico por una conducta determinada y, además, a consideraciones de política criminal de "oportunidad o conveniencia de la pena", como una forma de control y/o sanción social respecto de un hecho socialmente disvalioso y que condicionan su antijuridicidad penal (MIR PUIG). Ahora bien, la ubicación sistemática de esta clase de condiciones de punibilidad lo es en el tipo penal, ya que es en él donde el legislador penal establece todos y cada uno de los elementos c requisitos que, a su juicio, son necesarios e indispensables para que se configure con relevancia penal un hecho socialmente disvalioso. En e caso de las condiciones de punibilidad de carácter objetivo-especial, si existencia en nada afecta el carácter antijurídico -penal del hecho ni 1; culpabilidad de su actor, razón por la cual dichas condiciones son estima das por la doctrina como "causas personales de exclusión de la pena", e; decir, por razones de política criminal, el legislador penal ha estimado "oportuno o conveniente", no obstante el carácter antijurídico y culpablí de un hecho, no sancionar penalmente al protagonista de éste si cumple > reúne determinada calidad o condición.
3. El actual texto del Art. 1° del C.P. ha suscitado diversas
interpretacio nes en la doctrina nacional, al igual que en la doctrina española frente a u texto semejante vigente antes de la reforma urgente y parcial del C.P. espa ñol de 1983. De manera unánime la doctrina ha sostenido que el Art. 1 °, conjunta mente con el Art. 18 del C.P. constituyen un reconocimiento expreso un principio fundamental del Derecho Penal contemporáneo y que está consagrado en nuestra Constitución Política (Art. 19 N o 3): el principio de reserva o legalidad penal. Las discrepancias han surgido en torno las expresiones "voluntaria" y "presunción de voluntariedad", contempladas en el Art. 1° del C.P. Como es lógico suponer, el contenido de presunción dependerá del contenido que se pretenda otorgar a la expresión "voluntaria".
Las principales interpretaciones surgidas sobre el particular son:
A) Siguiendo el pensamiento de PACHECO y de JOSÉ VICENTE y
CARAVANTES, se ha sostenido que la expresión "voluntaria" alberga tres ideas: la libertad, la inteligencia y la intención. En consecuencia, y según esta interpretación, el Art. 1° del C.P. sólo estaría definiendo el delito doloso (SILVELA; CUELLO CALÓN; JIMÉNEZ DE ASÚA) (en Chile, FUENZALIDA; FERNANDEZ; LABATUT; NOVOA; ETCHEBERRY).
Por su parte, el Art. 2° del C.P. se referiría al delito culposo o
imprudente: "Las acciones u omisiones que cometidas con dolo o malicia importarían un delito, constituyen cuasidelito si sólo hay culpa en el que las comete".
No obstante, no se debe pensar que siempre que el legislador penal
use I la expresión "delito", necesariamente se está refiriendo al delito doloso y excluyendo el delito imprudente o cuasidelito, ya que en diversas oportunidades aquella expresión está empleada en forma lata o genérica, es decir, comprensiva de dolo o culpa (v.gr. Arts. 18, 21, 50, 61, 63, 74, 75, 94, 95, etc.)
En apoyo de esta interpretación, se suele citar la discusión que hubo
en la comisión redactora del C.P., recordándose que en la sesión 116 a se acordó incluir el Art. 2°, a pedido del comisionado FABRES, porque los cuasidelitos no estaban incluidos dentro de los verdaderos delitos ni en las faltas, ya que para éstos se requería de voluntad o malicia, en cambio en los cuasidelitos se exigía imprudencia o culpa. Más adelante, en la sesión 120'' de la comisión redactora, el comisionado RENGIFO había expresado que la definición del Art. 1° comprendía tanto el delito doloso como al cuasidelito, ya que la expresión "voluntaria" significaba acción u omisión libre. Sin embargo, este razonamiento fue rechazado, aunque no quedó constancia en actas de las razones que se tuvieron en vista para ello.
B) Un sector de la doctrina española, siguiendo a VIADA y GÓMEZ
DE LA SERNA, frente a un Código Penal español que carece de una disposición semejante a nuestro Art. 2° del C.P, postulaba que la voluntariedad a que se aludía por el Art. 1° era comprensiva tan sólo de la libertad e inteligencia, y en ningún caso de la intención, ya que de incluírsele se estaría excluyendo del concepto de delito a las conductas imprudentes.
C) PEDRO ORTIZ piensa que la expresión "voluntaria" no se refiere ni
al dolo ni a la culpa, sino que está referida, pura y simplemente, al querer o voluntad que mueve al sujeto a obrar; por ello, el legislador en el Art. 2° del C.P. se refiere por primera vez al dolo y a la culpa. La cualidad o característica de voluntariedad que el legislador presume está referida a la conducta y no al delito.
D) JUAN BUSTOS Y EDUARDO SOTO han postulado que la
expresión objeto de discrepancia no se refiere al dolo ni a la culpa, sino a culpabilidad en sentido restringido, es decir, a parte de sus elementos: a la imputabilidad y a la conciencia (virtual) de la antijuridicidad .
E) ENRIQUE CURY es de opinión que el legislador, con la expresión
"voluntaria", se quiso referir sólo a uno de los elementos de la culpabilidad la conciencia (virtual) de la antijuridicidad.
F) LUIS COUSIÑO cree que la expresión "voluntaria" "no alude
exclusivamente al dolo (intención o malicia), sino, también, a la libertad e inteligencia, como atributos del espíritu que en definitiva están ligados a 1 acción típica, a su antijuridicidad o a la culpabilidad por el hecho".
II. La Estructura jurídica del delito.
Principales concepciones doctrinarias.
1. La concepción causal clásica del delito.
A. La acción. Influenciados por el positivismo naturalista y como
reacción a la teoría hegeliana de la imputación, BELING y VON LISZT postularon que la acción debería ser conceptualizada como "movimiento corporal voluntario que causa una modificación en el mundo exterior perceptible por los sentidos". El carácter "voluntario" del movimiento corporal se reduce y limita, única y exclusivamente, a afirmar la concurrencia de un; simple y mera "voluntad de causar"; en otras palabras, a comprobar la existencia de una inervación muscular voluntaria. Para esta concepción, la sola presencia de un impulso de la voluntad es suficiente para afirmar que e. movimiento humano, simple o complejo, constituye una auténtica acción Dentro de esta doctrina se establece una marcada diferencia entre el "impulso volitivo" y el "contenido de la voluntad"; en consecuencia, el objetivo, meta o propósito que persigue el actor con su comportamiento, el "hacia dónde se quiere dirigir el sujeto", si bien es algo que existe, no es parte integrante del concepto de acción, y sólo cobrará relevancia jurídico- penal en un ámbito distinto: la culpabilidad. La naturaleza subjetiva de la finalidad o propósito que anima o guía al agente le impide ser parte integrante de la acción, la cual es concebida con carácter eminentemente objetivo.
EJEMPLO: Si una persona conduciendo un automóvil, ajustándose en
todo momento a la Ordenanza del Tránsito, atropella a un suicida que se arroja, de manera imprevista, a las ruedas del vehículo, ha realizado objetivamente una acción homicida, toda vez que los movimiento de conducción del automóvil han sido, en todo momento, impulsados por la voluntad y dichos movimientos han sido la causa del atropello.
En esta concepción la división insalvable entre la voluntad (impulso
volitivo) y el contenido de ésta en el terreno de la acción, se proyecta a toda la estructura jurídica del delito. De esta forma, lo externo-objetivo se recoge y estudia en el ámbito de la tipicidad y de la antijuridicidad; en cambio, lo interno-subjetivo será objeto de estudio en el campo de la culpabilidad.
B. La tipicidad. Tiene lugar si en el mundo real externo se produce
un movimiento corporal voluntario que se ajusta plenamente a la descripción objetiva que el legislador ha hecho de una conducta que desea prohibir.
EJEMPLO: Si el dueño de una casa que vive solo lanza un objeto
pesado al patio interior de su vivienda y éste cae en la cabeza de un niño que en ese momento había ingresado furtivamente a la propiedad para recoger la pelota que se le había caído mientras jugaba en la casa vecina y, como consecuencia del golpe, muere el menor, quien lanzó el objeto pesado objetivamente ha realizado una acción típica de homicidio. En efecto, el Art. 391 del C.P. sanciona al que mate a otro... y el dueño de casa objetivamente ha realizado una acción que ha causado la muerte de otro.
C. La antijuridicidad. Toda acción típica encierra o permite una pre-
sunción simplemente legal en el sentido que, sin perjuicio de ser típica, es además antijurídica. El carácter indiciario de la antijuridicidad de que es portadora la conducta típica se confirma o afianza en la medida que, en el caso concreto en que se encontraba el sujeto, no concurría en su favor "objetivamente", una causal de justificación formalmente descrita en la ley penal. Es decir, no existía una norma permisiva que autorizara, en dicho caso, la realización de una acción típica (v.gr. la lesión o muerte de un agresor en una situación de legítima defensa). El objeto sobre el cual recae el juicio de antijuridicidad es de carácter objetivo, toda vez que se trata de una acción (de naturaleza objetiva) desvalorada; razón por la que las causales de justificación también están concebidas y se deben determinar objetivamente, con absoluta prescindencia de elementos subjetivos (v.gr. presencia de una finalidad defensiva en la legítima defensa).
D. La culpabilidad. Es de carácter eminentemente subjetivo y
supone la existencia de un vínculo psicológico entre el autor y su hecho; relación psíquica que puede asumir dos formas o modalidades: dolosa o culposa. En esta concepción, la culpabilidad cuenta, además, con un presupuesto: la imputabilidad, que no es sino la capacidad de un sujeto que le permite conocer y querer, es decir, dirigir su voluntad en determinado sentido y valor (carecen de esta capacidad v.gr. los enajenados mentales o los menores). Es en el plano de la culpabilidad donde, según esta concepción doctrinaria, procede examinar el contenido de la voluntad, lo subjetivo-interno del hecho delictivo.
Con el transcurso del tiempo, los partidarios de esta doctrina clásica
fueron admitiendo que el dolo para ser tal debía exigir como factor inte- grante del mismo, el conocimiento por parte del actor acerca del carácter antijurídico de su conducta; con lo cual, se gestaba un concepto de dolus malus.
E. Visión crítica. La doctrina causal clásica sobre estructura del
delito ha sido objeto de diversas críticas dentro de la cuales las más relevantes son:
a) Uno de los objetivos que tuvo en vista esta doctrina fue el
proporcionar un concepto de acción que permitiera incluir todas y cada una de las formas que pudiera presentar el comportamiento delictivo. No obstante, tal como es posible apreciar, un concepto causal naturalístico de acción como inervación voluntaria muscular no puede dar debida cuenta de una conducta omisiva, en donde aquello está ausente, o bien, si en delitos como la injuria, la acción de injuriar se reduce a una simple inervación voluntaria de las cuerdas vocales, es imposible que dicho concepto pueda alcanzar a captar el "sentido social negativo" que implica aquella acción para la persona afectada.
b) La existencia de la tentativa, de los elementos subjetivos de lo
injusto o de los elementos normativos del tipo penal, no puede ser explicada satisfactoriamente si se postula que el tipo penal, y consecuentemente la tipicidad de un hecho delictivo, sólo supone la descripción puramente objetiva (no subjetiva ni valorativa) de la acción, que es algo estrictamente objetivo. En efecto, toda tentativa de un delito determinado supone, necesariamente, la consideración de un elemento subjetivo que guía y hace inteligible el comportamiento objetivo de un sujeto. De lo contrario, es absolutamente imposible conocer o determinar el sentido y alcance de una conducta considerada, única y exclusivamente, bajo una perspectiva puramente objetiva. Así, por ejemplo, si A es sorprendido apuntando un arma de fuego en dirección de B, bajo una perspectiva meramente objetiva no es posible saber a ciencia cierta si la acción protagonizada por A estaba encaminada a matar, lesionar o asustar a B; a no ser que se conozca la finalidad que animaba a A al realizar la acción objetiva de apuntar. De esta forma, si el objetivo era matar o lesionar a B, la conducta habría fracasado y jurídico-penalmente se habría configurado una tentativa de homicidio o lesiones; en cambio, si el propósito era asustar a la víctima y ésta se hubiere percatado de ello, aquella meta se habría consumado. Por otro lado, existen delitos cuyos tipos penales exigen, junto a la presencia de elementos objetivos, elementos subjetivos o normativos sin los cuales son atípicos. Si tomamos como ejemplo el delito de hurto o robo (Art. 432 del C.R), ambos delitos exigen como elemento típico, junto a la apropiación de la cosa mueble ajena, "el ánimo de señor y dueño". En el delito de injurias (Art. 416 del C.R), junto a la expresión proferida o acción ejecutada, se requiere en el actor el «animus injuriandi»(discutible). En el delito de abusos deshonestos (Art. 366 del C.R), los tocamientos o palpaciones deben ir acompañados del «animus lascivus». Para los partidarios de la doctrina objeto de crítica, estos elementos subjetivos especiales integran, junto al dolo, la culpabilidad y suponen una especie de "dolo específico" o "dolo reduplicado". En otras palabras, los seguidores de aquella doctrina afirman la tipicidad sin considerar para nada los elementos subjetivos, los cuales, de estar ausentes, sólo importan declarar la no culpabilidad de la conducta, mas no su tipicidad. Por otro lado, hay tipos penales que contemplan para la tipicidad de una conducta la concurrencia de elementos normativos, por lo que la ausencia de cierta valoración jurídica o social importaría la atipicidad de aquélla, razón por la que no es posible estimar que en dichos tipos penales el legislador penal se ha limitado a una simple descripción no valorativa de una conducta. Es el caso, por ejemplo, de los delitos de ultrajes públicos a las buenas costumbres (Art. 373 del C.P.), en que se sanciona a los que de cualquier modo ofendieren el pudor o las "buenas costumbres" con hechos de grave escándalo o trascendencia.
c) Si la antijuridicidad es concebida como un juicio de desvalor
jurídico-formal del aspecto objetivo del hecho delictivo, ella existe en la medida que una conducta (considerada objetivamente) se oponga, objetiva y formalmente, a la ley positiva. Por otro lado, las causales de justificación que la ley penal puede contemplar de manera expresa y formal también son consideradas desde una perspectiva puramente objetiva. Lo anterior puede llevar en la práctica a afirmar la antijuridicidad de una conducta cuando objetiva y formalmente, se oponga a la ley positiva, aunque en el hecho concreto, realizado no se haya producido ninguna lesión o puesta en peligro de un bien jurídico. También puede ocurrir en este esquema que, en un caso concreto, cuando objetivamente una acción cumple o realiza una causal de justificación formalmente descrita en la ley penal positiva, se declare que dicha acción fue ajustada a Derecho y no antijurídica, aunque el actor al llevarla a cabo no actuara con una finalidad de aquella clase.
d) Concebida la culpabilidad como simple relación psicológica entre
el autor y su hecho y con un presupuesto que sería la imputabilidad, dicha doctrina está incapacitada para responder y explicar satisfactoriamente ciertas situaciones e instituciones enclavadas en dicho terreno: la culpa inconsciente; la ausencia de culpabilidad por estado de necesidad o error de prohibición. En efecto, la culpa inconsciente tiene lugar cuando el actor no previo, pudiendo hacerlo, la producción del resultado como consecuencia de su actuar. Como la expresión lo indica, la culpa "inconsciente" no implica en la realidad algún tipo de relación subjetiva entre el sujeto y su hecho, razón por la que dicha doctrina no puede explicar esta especie de culpabilidad imprudente o culposa. Por otro lado, el reconocimiento en el ámbito de la culpabilidad de ciertas situaciones del estado de necesidad exculpante o el error de prohibición, cuyo efecto es la eliminación de aquélla, no es posible de explicar sobre la base de los elementos que según esta doctrina configuran la culpabilidad. Quien protagoniza un estado de necesidad exculpante puede ser una persona plenamente imputable y haber actuado dolosa o negligentemente; es decir, la ausencia de culpabilidad no obedece a la ausencia de los elementos que integran la culpabilidad según aquella doctrina, sino a la ausencia de otro factor (no contemplado por ella: la normalidad del contexto situacional) y que conforma, también, la estructura de la culpabilidad.
2. La concepción causal neoclásica del delito.
A. La acción. La influencia del pensamiento neokantiano de
STAMMLER, RICKERT y LASK determinó que, junto a las ciencias de la naturaleza encargadas de observar y describir los hechos, se reconocieran las ciencias del espíritu cuya misión era la de comprender y valorar el sentido de los hechos. Bajo esta nueva perspectiva, la acción, considerada como simple inervación muscular voluntaria, pasa a ser concebida en términos valorativos como "conducta humana" (MEZGER), "comportamiento voluntario" (V. HIPPEL) o "realización de la voluntad humana" (M.E. MA-YER). Bajo esta doctrina, la voluntad no es considerada única y exclusivamente en una dimensión mecánico- causal: motor y fuerza de movimientos musculares, sino como portadora, además, de un cierto y determinado "sentido social": de una idea, un propósito o una finalidad que anima el actuar humano.
A pesar de haber reconocido este nuevo enfoque causal donde la
acción suponía un factor objetivo-externo: lo voluntativo-causal, y un factor subjetivo-interno: lo voluntativo-final. En definitiva, esta doctrina persistió en mantener la división entre la voluntad como fuerza causal y el contenido de la voluntad como fuerza final y, por ende, en afirmar que la acción se agotaba en lo objetivo-externo: lo voluntativo-causal, relegando al terreno de la culpabilidad lo subjetivo-interno, al igual como lo hiciera la doctrina antecesora.
Esta doctrina pretendió ofrecer un concepto unitario de acción que pu-
diera abarcar todas y cada una de las modalidades que puede asumir el comportamiento delictivo, ya que todas ellas son manifestaciones externas de una voluntad. Sin embargo, en el caso de las conductas omisivas, aquella pretensión fracasó, entre otras razones, porque el concepto postulado de acción se funda esencialmente en algo que está ausente en la omisión: la causalidad, y, además, porque un factor importante a considerar en la omisión es la violación de un deber legal de actuar: el sujeto no ha querido iniciar un proceso causal o bien no ha querido detener o contrarrestar uno en movimiento.
B. La tipicidad. Para esta doctrina, el tipo penal expresa la
antijuridicidad material de un hecho delictivo y sigue siendo una descripción fundamentalmente objetiva, aunque se reconoce la concurrencia, en ciertos casos, de elementos valorativos o ciertos elementos subjetivos especiales del tipo o de lo injusto. Por ello, cuando se establece la tipicidad de una conducta determinada se puede presumir, por regla general, su antijuridicidad material.
C. La antijuridicidad. Este elemento del delito implica no sólo la
contravención formal de la ley, sino además la existencia de una lesión o peligro para un bien jurídico protegido. El hecho que la tipicidad sea la descripción de la antijuridicidad material de una conducta explica el que, normalmente, establecida la tipicidad se pueda afirmar su antijuridicidad material, lo cual sólo reconoce como excepción el que concurra una causal de justificación, en cuyo caso una conducta típica no es materialmente antijurídica.
Dentro de este esquema explicativo y, al igual que en la concepción
causal clásica, todavía quedan sin respuesta satisfactoria la tipicidad y la antijuridicidad de la tentativa o delito frustrado, o bien de la admisión de los elementos subjetivos en el tipo de injusto. D. La culpabilidad. La concepción neoclásica del delito mantiene los mismos elementos que conforman la culpabilidad, según la concepción clásica: 1) la imputabilidad; 2) el dolo (incluyendo el conocimiento de la antijuridicidad) o la culpa; y 3) ausencia de causales de exclusión de la culpabilidad (inexigibilidad). Sin embargo, la culpabilidad no se sigue conceptualizando como una especie de "relación psicológica" entre el sujeto y su hecho. A partir de ahora, será entendida como un "juicio de reproche" que se dirige al autor de un hecho ilícito cuando podía haber ajustado su obrar conforme a Derecho. Concebida la culpabilidad como algo normativo, es posible explicar el error de prohibición o las causales de exclusión de la culpabilidad. No obstante, esta concepción sigue presentando una seria limitación o defecto: el hecho de seguir considerando que el dolo o la culpa sean elementos que conforman la culpabilidad. Por un lado, el dolo o la culpa (consciente) son elementos de naturaleza psicológica, razón por la que no se explica cómo pueden conformar un elemento de carácter normativo como sería la culpabilidad. Todo pareciera indicar que la ubicación sistemática de aquellos factores (dolo o culpa) debería ser en el plano del injusto típico y no en la culpabilidad. En efecto, en el terreno de lo típico-prohibido, el legislador sólo puede pretender evitar aquellas conductas dolosas o imprudentes que causen v.gr. la lesión o muerte de una persona y en modo alguno toda acción que "causalmente" ocasione la lesión o muerte de una persona, y esto por la sencilla razón que sólo un comporta- miento doloso o imprudente es portador de un cierto y determinado "desvalor jurídico-social".
3. La concepción final del delito.
El fundador de esta nueva sistemática jurídico-penal fue HANS
WELZEL, y una de sus principales ideas fue oponerse a la división reinante de separar entre la voluntad y el contenido de dicha voluntad.
A. La acción. La acción humana se define no sólo por su poder causal,
sino además por la capacidad que todo hombre posee, sobre la base de su experiencia, para supradeterminar el suceder causal conforme a ciertos fines, metas u objetivos. En otras palabras, la acción humana está conformada por una finalidad o contenido de una voluntad que determina y orienta los movimientos simples o complejos que se desarrollan en el mundo real externo. Para la concepción final, lo esencial de toda acción humana es que ella es algo "vidente", es decir, el poder causal que detenta el hombre al protagonizar una acción siempre lo hace guiado por la consecución de una determinada meta o fin. Así, cuando el hombre actúa no lo hace "porque sí", sino en vista hacia algo concreto y determinado. Para WELZEL y los seguidores del pensamiento final ortodoxo, la finalidad es una característica esencial de toda acción humana en un plano lógico-ontológico, es decir, es algo preexistente al derecho y que éste no puede sino reconocer como algo que le viene dado, que pertenece a la realidad, a la naturaleza de las cosas y que por ello constituye para el legislador un presupuesto lógico-objetivo. Una consecuencia de importancia al aceptar aquello es que el legislador penal, cuando sanciona hechos delictivos, sólo puede pretender prohibir conductas (finales) que puedan ocasionar causalmente la lesión o puesta en peligro de bienes jurídicos protegidos, y en modo alguno la simple causación desencadenada por un hombre que lesiona o pone en peligro un bien jurídico tutelado. En efecto, no es lo mismo que un hombre apunte y dispare un arma de fuego en dirección de una persona a la que ha visto y pretende dar muerte (conducta dolosa), o bien a la que ha visto y no pretende alcanzar (conducta imprudente), que la conducta de un hombre que apunta y dispara un arma de fuego en dirección a unos arbustos donde se ha escondido un conejo, lugar en el que se encuentra, además, durmiendo un vagabundo, al que hiere o mata de forma absolutamente imprevisible. Si bien en todos estos supuestos existe un común denominador que viene dado por el poder causal desplegado por el hombre, sólo en los dos primeros casos se ha producido una acción (final) desvaliosa constitutiva; en el primer supuesto, de un delito doloso de homicidio; en el segundo caso, de un delito culposo de homicidio, y, en la tercera hipótesis, una acción final de disparar en contra de un animal que, accidentalmente, ha causado la muerte de una persona. Por ello, se afirma que la ley penal sólo puede prohibir acciones (finales) que causen ciertos resultados, y en ningún caso prohibir la simple o mera "causación" de resultados. Es razonable que el legislador penal prohiba que las personas realicen conductas (finales) que pongan en peligro o dañen la vida o la salud de sus semejantes. En cambio, es absurdo imaginar que el legislador se limite a prohibir la producción de resultados que dañen o pongan en peligro la salud de las personas, cualquiera que sea la fuente de su origen: la conducta humana o bien la fuerza ciega de la naturaleza.
Si bien toda acción humana que cause un daño o ponga en peligro
un bien jurídico tutelado es portadora de un desvalor social; no obstante, no toda conducta humana desvaliosa socialmente, es jurídica-penalmente relevante. Al legislador penal sólo le interesan ciertas y determinadas conductas socialmente disvaliosas; aquellas que son portadoras de un desvalor social grave e importante. Sólo éstas son seleccionadas y tipificadas penalmente; es decir, por el especial compromiso de desvalor social que encierran, el legislador penal las ha descrito en la ley, y de esta forma ha comunicado a los miembros de la sociedad que, desde el momento en que dicha ley entre en vigencia, dichas conductas son constitutivas de delito y, por ende, sometidas a la sanción penal. Ahora bien, el desvalor jurídico-social de que son portadoras las conductas típicas sólo se puede cimentar y proyectar sobre la base del dolo o de la imprudencia. Sólo un proceso causal estructurado sobre esta base (y no algo puramente causal o accidental) puede aparecer y ser algo socialmente- desvalióse. Esto lleva a sostener que la ubicación sistemática del dolo o la imprudencia es la tipicidad y no la culpabilidad.
B. La tipicidad. Para los finalistas, el tipo penal sigue siendo la
descripción que hace el legislador de una conducta que pretende prohibir. Sin embargo, como para ellos el concepto de acción posee una dimensión subjetiva (finalidad) que comanda o guía una dimensión objetiva (movimientos corporales), el tipo penal implica, para mantener la lógica de su pensamiento, una naturaleza mixta: objetiva-subjetiva, a diferencia de la concepción puramente objetiva postulada por el causalismo, fruto de concebir la acción como algo eminentemente objetivo. En su conformación es posible advertir la presencia de elementos objetivos y subjetivos propios de una conducta que es la base de todo hecho delictivo que el legislador quiere y puede prohibir.
C. La antijuridicidad. Quien realiza una conducta típica contraviene
aquella norma penal (prohibitiva o imperativa) que pretende proteger un bien jurídico determinado; no obstante, la antijuridicidad supone que la conducta típica no sólo es contraria a una determinada norma, sino que además es contraria al ordenamiento jurídico. Lo anterior tiene lugar si aquella conducta típica no ha sido desarrollada en el marco de una causal de justificación que otorgue el carácter de lícito o justificado a un hecho típico.
En el ámbito de la antijuridicidad, la doctrina final del delito posee
como característica el que el hecho antijurídico o conforme a derecho, sea integrado no sólo por factores puramente objetivos, sino también subjetivos. Ello como consecuencia de postular un concepto de acción que supone la presencia de una dimensión subjetiva (finalidad) y una objetiva (movimiento corporal). En consecuencia, para que una conducta concreta esté justificada o no, ello dependerá no sólo de que "objetivamente" concurra una situación legal de justificación, sino que "subjetivamente" el actor haya actuado con una finalidad de obrar justificadamente. De esta forma, no es suficiente para justificar un homicidio, sobre la base de una legítima defensa, el que una persona apunte y dispare en contra de otra causándole la muerte, (justo en el momento que la víctima se disponía a disparar en contra de quien disparó primero), aunque esta última ignorara aquella situación de peligro que le amenazaba. Si bien para los causalistas las justificaciones son algo de carácter estrictamente objetivo, los finalistas consideran que el concepto de acción es uno y el mismo en cualquier terreno. Por ello, si la acción delictiva de homicidio supone una conducta dolosa encaminada a causar la muerte de alguien, de igual modo, la acción justificada de homicidio supone no sólo un curso causal letal, sino además que el actor haya desencadenado y guiado dicho curso con una "finalidad defensiva", es decir, de actuar en forma socialmente valiosa y conforme a derecho. D. La culpabilidad. Se la concibe bajo un prisma normativo y no como una relación psicológica entre el sujeto y su hecho. Sin embargo, y a diferencia de la concepción causal neoclásica del delito, excluye de su estructura el dolo y la imprudencia. De esta manera, la culpabilidad es un juicio de reproche personal que la sociedad dirige al autor por haber protagonizado un hecho típico y antijurídico cuando, en el caso concreto en que se encontraba, podría haberse abstenido de ello y haber obrado conforme a derecho. Según esta doctrina, la culpabilidad está conformada por los siguientes elementos:
a) La imputabilidad, que es una especie de capacidad general para
conocer lo injusto de un hecho y autodeterminarse conforme a dicho conocimiento (capacidad que estaría ausente en las personas enajenadas mentales o menores de edad penal);
b) La conciencia virtual de lo injusto del hecho concreto, lo que
supone un conocimiento meramente virtual o potencial. Para formular un juicio de reproche, a la sociedad le basta con que el sujeto haya tenido la posibilidad de haber sabido el carácter injusto o ilícito de su obrar, no siendo necesario un conocimiento real y efectivo de aquello. Este segundo elemento constituye, para la doctrina causal, un factor integrante del dolo y, por ello, se afirma que su concepto es de un dolo malus, es decir, un conocer y querer realizar una conducta delictiva a sabiendas que posee dicho carácter, razón por la que se precisa de un conocimiento actual o real y no meramente potencial o virtual.
c) La exigibilidad de la obediencia al Derecho (contexto situacional
normal). "No se trata aquí de la capacidad general de decisión conforme a sentido, por consiguiente de la imputabilidad, que existe con independencia de la situación dada, sino de la posibilidad concreta del autor, capaz de culpabilidad, de poder adoptar su decisión de acuerdo con el conocimiento de lo injusto" (WELZEL).
4. La concepción social de la acción.
Respecto de esta concepción de la acción es preciso hacer, antes de
explicar su contenido, una aclaración previa: su objetivo no es reformular la estructura del delito, sino tan sólo el concepto de acción, de forma tal que se pueda lograr alcanzar el objetivo común que hasta ese momento no ha podido conseguir la concepción causal o final; en pocas palabras, un concepto de acción común para todas las formas o modalidades que puede asumir el comportamiento delictivo (delito por acción, delito por omisión, delito doloso o delito culposo). Según los partidarios de esta doctrina, si bien la concepción final ha logrado explicar satisfactoriamente el delito doloso por acción, y la concepción causal, el delito culposo por acción, ambas concepciones han fracasado frente al delito omisivo, donde no hay una causalidad responsable de la producción de un hecho delictivo (doctrina causal) desencadenada y guiada por una cierta y determinada finalidad delictiva (doctrina final). Frente a este fracaso, los seguidores de esta nueva concepción de la acción (E. SCHMIDT; MAIHOFER; WESSELS; JESCHECK) sostienen que es imposible encontrar un factor común de las distintas modali- dades del comportamiento delictivo en el ámbito del ser o de la realidad. En consecuencia, sólo cabe tratar de establecerlo en el terreno valorativo. Por ello, para el Derecho Penal la acción no puede ser sino una conducta o comportamiento "socialmente relevante" y esta característica constituye un denominador común de todo hecho delictivo.
Para los detractores de la concepción social de la acción, lo
"socialmente relevante" es una característica que se deduce de la tipicidad de un hecho y no de aquello que hace que un comportamiento sea calificable de acción. Por lo tanto, según estos autores, tal pareciera que la llamada doctrina social de la acción no es propiamente una teoría sobre la acción, sino sobre la tipicidad de la acción; con lo cual la acción quedaría reducida a un simple comportamiento humano, lo que, a juicio de los partidarios de la doctrina social, es de por sí insuficiente, porque al Derecho Penal sólo le interesan aquellos comportamientos poseedores de relevancia social y que se evidencian por la realización de un delito doloso, imprudente u omisivo. 5. Hacia un sistema teleológico o funcional del Derecho Penal.
Su origen se encuentra hacia 1970 con el trabajo de ROXIN sobre
"Política Criminal y Sistema del Derecho Penal". Sobre esta nueva visión JESCHECK hace presente que, en la actualidad, aún no se ha formulado un "nuevo sistema", no se ha ofrecido una nueva topografía de los presupuestos del delito, aunque es preciso reconocer la existencia de una nueva base "racional orientada a los fines", cuyo objetivo es llevar a cabo la unidad sistemática de Derecho Penal y Política Criminal en el campo de la
teoría del delito.
El razonamiento teleológico-sistemático se caracteriza por un total
alejamiento del razonamiento lógico-objetivo del finalismo, y se asemeja al neokantismo en que la deducción de los diferentes niveles sistemáticos proviene de los valores y fines que juegan el papel rector en cada uno de ellos. Por otro lado, se diferencia de aquella corriente por la superación del relativismo axiológico, toda vez que el valor rector por excelencia, con apoyo en las ciencias sociales, es el fin de "prevención" que anima a
la administración de justicia penal.
Para ROXIN, un futuro sistema requiere satisfacer tres exigencias fun-
damentales: orden conceptual y claridad, referencia a la realidad y orientación a las finalidades político-criminales. Lo anterior supone que las categorías de la estructura del delito (tipicidad, antijuridicidad y culpabilidad), deben desarrollarse y sistematizarse desde el principio a partir de su función político-criminal. De esta forma, para él, el valor rector asociado al tipo penal es la determinabilidad de la ley penal conforme al principio del nullum crimen; a la antijuridicidad vincula la solución social de los conflictos, y a la culpabilidad, la necesidad de pena en atención a consideraciones de prevención general o especial. Algunos seguidores del pensamiento de ROXIN, como por ejemplo RUDOLPHI, han discrepado en cuanto a que el principio de nulla poena sea, real y efectivamente, el valor rector en el plano de la tipicidad. A su juicio, dicho principio sólo constituye un criterio puramente formal y meramente limitador y no entrega verdaderamente una línea directriz positiva, susceptible de ser concretada. Su discre- pancia también la plantea respecto de creer que la "solución social de conflictos", sea un auténtico criterio rector en el terreno de la antijuridicidad, toda vez que básicamente no proporciona un valor de referencia normativo, sino únicamente un diagnóstico descriptivo.
Bajo esta nueva perspectiva, se ha creído ver una salida a un
problema que hasta el momento se ha presentado por un sector de la doctrina como una verdadera aporía en el ámbito de la culpabilidad: el poder actuar de otro modo, facultad que se basa en la existencia del libre albedrío humano, el que, según un sector doctrinario, no es algo comprobable ni de modo general ni individual. En cambio, una derivación del concepto de culpabilidad a la necesidad de pena, permitiría dejar al margen el problema irresoluble de la libertad de voluntad. Como una forma de compatibilizar la culpabilidad y las necesidades preventivas generales y especiales ROXIN adhiere a la doctrina forjada por la jurisprudencia alemana sobre la "teoría del espacio de juego". Según esta teoría, la pena ajustada a la culpabilidad no es una pena exacta, sino que ocupa el marco comprendido entre un máximo y un mínimo. Dicho marco constituye un "espacio de juego" en el que el juez puede moverse, atendiendo a las necesidades preventivas existentes al momento de concretar la pena que ha de imponer. En esta línea de pensamiento, este autor es de opinión que las necesidades de la prevención general resultan satisfechas con la pena mínima dentro del marco adecuado a la culpabilidad, de forma tal que la pena definitiva, dentro del citado marco, habrá de determinarse de conformi- dad a las necesidades de prevención especial. Lo anterior lleva a ROXIN a sostener que el último elemento del delito tradicionalmente aceptado, la culpabilidad, debe ceder paso a la "responsabilidad", y en donde queda reducido a un factor integrante de esta última.
JAKOBS, en cambio, representa una corriente radical y, su
inquietud, es principalmente de tipo metodológico. Este autor pretende una sistematización del derecho penal vigente plenamente "explicativa" del sistema, lo cual no ocurre con el método ontológico de construcción de los conceptos. Para él, el sistema penal depende de las " funciones sociales" (sistémicas) que debe cumplir: solución de conflictos y estabilización del sistema. Bajo esta perspectiva eminentemente "social" se explica la ausencia de valores y principios garantísticos, ya que la construcción dogmática habría perdido toda autonomía valorativa. A modo de ejemplo, JAKOBS ha desarrollado su pensamiento en forma radical hasta el extremo de disolver completamente el concepto tradicional de culpabilidad en la prevención general. Este autor niega que, la capacidad de actuar de otro modo, sea el fundamento ontológico del juicio de culpabilidad como lo sustenta la doctrina dominante. Para JAKOBS "únicamente el fin da contenido al concepto de culpabilidad" y el fin de la imputación de la culpabilidad radica en el efecto preventivo-general (en la "estabilización de la confianza en el ordenamiento, perturbada por el comportamiento delictivo"). La culpabilidad se "fundamenta en la prevención general y se mide según ésta".
Según B. SCHÜNEMANN, uno de los problemas que los partidarios
de la nueva visión funcionalista o teleológica deberán abordar es el de decidir si los "materiales" con los que se va a construir el nuevo sistema, provienen de la realidad natural, de la naturaleza de las cosas y, por ello, es algo pre-existente que le viene dado al Derecho (como lo ha reconocido el naturalismo y el finalismo); o bien, su origen está en una realidad normativa, por la existencia de un valor o fin reconocido como algo valioso y digno de ser alcanzado y protegido penalmente. En la concepción teleológica-funcionalista, es preciso establecer ciertos "criterios valorativos determinantes", lo que a juicio de este autor, podría reducirse a dos planos valorativos independientes: de una desvalorización objetiva especialmente intensa (específicamente penal) del hecho; y de la responsabilidad individual del autor por dicho hecho. Cada una de estas dos valoraciones básicas puede desdoblarse, a su vez, en dos subvalor aciones: sólo es posible hablar de una desvalorización específicamente jurídico-penal (de «injusto penal») cuando, en primer lugar, el hecho está prohibido y, en segundo lugar, resulta indeseable en medida cualificada (es decir, cuando un bien jurídico que merece protección ha sufrido un menoscabo relevante y la protección penal contra el concreto ataque se muestra adecuada, necesaria y proporcionada). Por su parte, la responsabilidad subjetiva requiere, en primer lugar, que el hecho fuera realmente evitable para el autor individual (= que le fuera reprochable) y, en segundo lugar, que la motivación del hecho esté desvalorada de forma cualificada (= que genere una necesidad de pena).
De la dicotomía de las valoraciones básicas jurídico-penales
propuestas por SCHÜNEMANN, se desprende que, únicamente, un sistema bipartito satisface las exigencias lógicas, con lo cual, se excluye el sistema tradicional tripartito o cuatripartito (tipicidad, antijuridicidad y culpabilidad, además de, eventualmente, la acción). Las distinciones sistemáticas tradicionales (tipicidad-antijuridicidad; culpabilidad- causas de exclusión de la culpabilidad) no son sino sucesivas concreciones y diferenciaciones de los dos elementos básicos que son el injusto y la responsabilidad.
Los críticos de una concepción teleológica-funcionalista han formula-
do, principalmente, a juicio de SILVA SÁNCHEZ, las siguientes observa- ciones:
a) Conformar un modelo opuesto a las pretensiones científicas y
supracionales de la dogmática, al estar estrechamente vinculado a un determinado derecho nacional (HIRSCH).
b) La reformulación normativa de las distintas categorías y conceptos
dogmáticos tradicionales, implicaría una creciente confusión, lo cual, podría llevar a revivir las viejas teorías de la imputación (HIRSCH, NEUMANN).
c) Las teorías funcionalistas se prestan para ser "instrumentalizadas"
en sentido autoritario y contrario a las garantías de un Estado de Derecho, (NAUCKE).