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El derecho al recurso de apelación

Por EDUARDO JORGE PRATS


Napoleón R. Estévez Lavandier es una de las figuras más señeras del nuevo Derecho
Procesal Civil dominicano. Con tres obras claves en la materia -una Ley 834 de 1978
comentada, otra abordando la casación civil y una sobre las competencias de la Suprema
Corte de Justicia-, más un manual indispensable sobre las garantías del crédito, Estévez
Lavandier, junto con Hermógenes Acosta, Fabio Guzmán Ariza, Alexis Read, Juan Biaggi
Lama, Américo Moreta, Edynson Alarcón y Yoaldo Hernández, entre otros, es de los más
destacados sucesores de la última generación de juristas vivos educada por el fundador
del procesalismo dominicano, Froilán Tavares, o sus discípulos, y entre los cuales
encontramos fundamentalmente a Juan Manuel Pellerano Gómez, Rafael Luciano
Pichardo, Mariano Germán Mejía y Artagnan Pérez Mendez. Recientemente, este brillante
joven abogado, prolífico doctrinario y dedicado profesor universitario nos acaba de regalar
otra enjundiosa monografía de lectura obligada e intitulada “La apelación civil dominicana”.

En ella, el autor señala, con justa razón, que la Constitución ha “consagrado un derecho ‘a
recurrir’ y no un derecho especial ‘a apelar’”.
En efecto, durante mucho tiempo, la doctrina ha discutido intensamente el carácter
constitucional o no de los recursos, en particular de los recursos de apelación y casación.
Hay autores que han sostenido que tanto la apelación como la casación son “recursos
constitucionales” en la medida en que están consagrados por la Constitución, por lo que le
está vedado al legislador limitarlos o suprimirlos. Sin embargo, lo que la Constitución
consagra es la garantía institucional de dichos recursos.
Al respecto la Constitución establece que “toda decisión emanada de un tribunal podrá ser
recurrida ante un tribunal superior, sujeto a las condiciones y excepciones que establezcan
las leyes” (artículo 149, párrafo III), lo que significa que el legislador tiene un amplio
margen para regular los recursos, modulándolos y restringiéndolos, atendiendo a diversas
circunstancias. Así, es constitucionalmente admisible que el recurso de apelación sea
limitado en materia civil, comercial y de tierras, pues la Constitución sólo garantiza la doble
instancia al acusado en materia penal -y no al fiscal por cierto como inconstitucionalmente
establece el Código Procesal Penal.
Y lo mismo ocurre con la revisión de las decisiones del juez de amparo y de las decisiones
jurisdiccionales firmes ante el Tribunal Constitucional, la cual puede estar supeditada al
requisito de la especial relevancia o trascendencia constitucional, tal como dispone la Ley
Orgánica del Tribunal Constitucional y de los Procedimientos Constitucionales.
Ahora bien, que los recursos sean modulables por el legislador no significa que éste pueda
sencillamente suprimirlos absolutamente o hacerlos de tal modo inviables que se
desnaturalice el derecho fundamental a la tutela judicial efectiva. Cuando la Constitución
establece que “toda sentencia puede ser recurrida de conformidad con la ley” (artículo
69.9) y que “toda decisión emanada de un tribunal podrá ser recurrida ante un tribunal
superior, sujeto a las condiciones y excepciones que establezcan las leyes” (artículo 149,
párrafo III), eso no significa que el legislador es libre de regular o no los recursos, sino que
el legislador está obligado a regular los recursos.
Tampoco significa que el derecho al recurso sólo sea exigible cuando el recurso haya sido
previamente regulado por el legislador.
El recurso configurado por el legislador tiene que ser, por demás, efectivo, pues, como
bien ha establecido la Corte Interamericana de Derechos Humanos, “la inexistencia de un
recurso efectivo contra las violaciones a los derechos reconocidos por la Convención
constituye una transgresión de la misma por el Estado Parte en el cual semejante situación
tenga lugar. En ese sentido debe subrayarse que, para que tal recurso exista, no basta con
que esté previsto por la Constitución o la ley o con que sea formalmente admisible, sino
que se requiere que sea realmente idóneo para establecer si se ha incurrido en una
violación a los derechos humanos y proveer lo necesario para remediarla.
No pueden considerarse efectivos aquellos recursos que, por las condiciones generales
del país o incluso por las circunstancias particulares de un caso dado, resulten ilusorios.
Ello puede ocurrir, por ejemplo, cuando su inutilidad haya quedado demostrada por la
práctica, porque el Poder Judicial carezca de la independencia necesaria para decidir con
imparcialidad o porque falten los medios para ejecutar sus decisiones; por cualquier otra
situación que configure un cuadro de denegación de justicia, como sucede cuando se
incurre en retardo injustificado en la decisión; o, por cualquier causa, no se permita al
lesionado el acceso al recurso judicial” (Corte I.D.H., Garantías judiciales en Estados de
Emergencia, Artículos 27.2, 25 y 8 de la Convención Americana sobre Derechos
Humanos, Opinión Consultiva OC-9-87 del 6 de octubre de 1987, Serie A, No. 9).
Como bien indica el Magistrado Hermógenes Acosta en su voto disidente en la Sentencia
TC/489/15 del Tribunal Constitucional “la potestad de regular los requisitos de
admisibilidad del recurso no puede ser ilimitada, ya que de ser así, este podría suprimir
todos los recursos en el momento en que así lo decidiere, sin tener que dar motivos
razonables para justificar dicha decisión”. Admitir esa ilimitada potestad de regulación
legislativa de los recursos sería, afirma Acosta, “reconocer la potestad que tiene el
legislador para vaciar de contenido todo el sistema de justicia”.
De ahí que la apelación, en tanto recurso de configuración legislativa como todo recurso,
puede ser limitado, pero tal limitación no puede ser de tal magnitud que implique su
supresión total de modo irrazonable, como ocurrió con la limitación de la casación, lo que
llevó a nuestros jueces constitucionales especializados, aunque no lo admitan
expresamente en la referida sentencia, a dictar una sentencia que exhorta al Congreso
Nacional a flexibilizar el acceso a un recurso tan importante como la casación.

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