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Diego Núñez

Política II

El tiempo de lobo de Haneke

La concepción apocalíptica de lo moral y emocional de Michael Haneke adquiría


en El tiempo del lobo un sentido literal. El tiempo del lobo retrata la debacle de la
humanidad como especie y como cualidad del hombre, hecha materia en medio de un fin
del mundo de origen nórdico, inspirado (dicen) en el Völuspá o Canto de la vidente,
poema que presagia el momento inmediatamente precedente al Ragnarök, el terrible
Armagedón vikingo. Haneke desata un apocalipsis que no es explosivo ni espectacular,
sino implosivo, gélido y sordo; que no es exterior, sino interior.

Una familia atrapada en su huida a ninguna parte observa con ojos atónitos la
agonía y descomposición de los valores, la ética y los sentimientos que hacen
merecedores al ser humano de tal nombre, entregado sin remedio a la rapiña, la carroña y
la depredación de sí mismo, ciego por la desorientación derivada del absurdo y el
patetismo que rigen el cosmos, el egoísmo incentivado por el instinto primario de la
supervivencia y la crueldad como reacción fruto del pánico cerval a lo inexplicable.

Una idea sugestiva y acorde con las inquietudes personales y la sensibilidad visual
de su director, experto en acertar en el centro de las pulsiones enfermizas y perturbadoras
más recónditas por medio del impacto de unas imágenes cuya frialdad camufla y acentúa
al mismo tiempo su venenoso significado.

No obstante, desde un inicio poderoso, dominado por la lograda atmósfera


desconcertante y angustiosa, la fuerza del filme se va consumiendo poco a poco hasta casi
apagarse. La causa: una exagerada y muchas veces injustificada tendencia al hermetismo,
un ritmo en exceso desafiante, un agotamiento por saturación.

Es el reverso maldito del particular estilo de Haneke, aquel que, bardo de la


alienación, la culpa y el pesimismo humanos, quien también, a modo de exaltación de sus
propios temores, acertó a filmar en - La hora del lobo -título de equivalentes
reminiscencias mitológicas- el concepto del infierno en la tierra, parido en realidad por
del interior de uno mismo.

Que El tiempo del lobo sea ascética hasta sus últimas consecuencias no significa
que por ello sea más profunda, ni que llegue más lejos en sus premisas que parábolas
similares producidas por el cine industrial. Esta innegociable aspereza tan solo la hace
más pretenciosa o, especialmente en este caso, fallida, dadas las posibilidades del relato
y el talento de autor y elenco, encabezado por una Isabelle Huppert, actriz fetiche de
Haneke y que repetía entendimiento con el autor tras la polémica La pianista.

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