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24/6/2015 <b>OSCURIDAD</b> Por Livia

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OSCURIDAD por Livia

Resumen: La Oscuridad siempre había sido una constante en su vida. La penumbra de una alacena

bajo las escaleras; las tinieblas que envolvían sus pesadillas; magia negra y magos tenebrosos; la

Oscuridad contra la que tuvo luchar y vencer. Sin embargo, sombras y negrura no habían quedado
atrás.

Ahora eran parte él. Dedicado a Sorata

Categorías: Harry Potter Personajes: Draco Malfoy, Harry Potter

Géneros: Drama, Romance

Advertencias: Ninguno

Desafíos: Ninguno

Series: Ninguno

Capítulos: 23 Completo: Sí Palabras: 189055 Lecturas: 97428 Publicado: 03/07/06 Actualizado:

12/11/07

1. Capitulo I por Livia

2. Capitulo II por Livia

3. Capitulo III por Livia

4. Capítulo IV por Livia

5. Capítulo V por Livia

6. Capítulo VI por Livia

7. Capítulo VII por Livia

8. Capítulo VIII por Livia

9. Capítulo IX por Livia

10. Capítulo X por Livia

11. Capítulo XI por Livia

12. Capítulo XII por Livia

13. Capítulo XIII por Livia

14. Capítulo XIV por Livia


15. Capítulo XV por Livia

16. Capítulo XV-2 por Livia

17. Capítulo XVI por Livia

18. Capítulo XVII por Livia

19. Capítulo XVIII por Livia

20. Capítulo XVIII_2 por Livia

21. Epílogo - Primera parte por Livia

22. Epílogo - Primera Parte (continuación) por Livia

23. Epílogo - Segunda Parte por Livia

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Capitulo I por Livia

Notas del autor:

Disclaimer: Ya me gustaría, pero a parte de los personajes que han surgido de mi imaginación, los
demás no

son míos.

Este fic está dedicado con especial cariño a Sorata, que a pesar de haberse ido al quinto pinto, ahí
por

donde anda más o menos Canadá, espero que su hermana tenga oportunidad de hacérselo llegar.
Besitos

desde España, mi niño.

CAPITULO I

Draco Malfoy salió de una de las chimeneas de la zona VIP del Ministerio de Magia inglés. Sus
penetrantes ojos grises recorrieron con

impaciencia la sala, en busca de las personas que habían prometido recogerle. No habían llegado
todavía. Dejó su bolsa de mano en el

suelo y encendió un cigarrillo. Esperaba que el resto de su equipaje sí hubiera llegado ya a la


mansión y los elfos se hubieran encargado de

acomodar sus cosas. Sólo el leve fruncir de labios hubiera denotado su impaciencia para alguien
que le conociera bien. Para los demás,

aquel joven alto y rubio, ataviado con una elegante túnica, era todo un compendio del saber estar
de alguien acostumbrado a ser el centro
de atención de miradas ajenas.

Se entretuvo observando a los magos y brujas que a pequeños intervalos salían de las dos
chimeneas frente a él. No reconoció a ninguno.

Había pasado demasiado tiempo. Dio una nueva calada a su cigarrillo y entornó los ojos cuando
una inesperada corriente de aire empujó el

humo hacia ellos y parpadeó molesto. Desvaneció el cigarrillo entre sus largos y delgados dedos
mientras sus labios dejaban escapar el

resto del humo de forma lenta y suave. Seductora incluso.

Dirigió nuevamente su mirada hacia la puerta y esta vez esbozó apenas una sonrisa. La joven
morena que acaba de atravesarla caminaba

con paso decidido hacia él, balanceando sugerentemente sus caderas. Enfundada en un ajustado
vestido negro de corte muggle, Pansy

Parkinson atravesó la sala luciendo cuerpo y sonrisa. Dejándose admirar.

- Draco, cariño, te ves increíble. –dijo la joven ofreciendo su mejilla para que Draco la besara–
Blaise siente no haber podido venir. –y

aclaró con un gracioso mohín– Una nueva inauguración.

- Tampoco tú te ves mal. –admiró Draco recorriendo el cuerpo de su amiga sin ningún recato–
Aunque la puntualidad siga sin ser una de

tus cualidades.

Pansy sonrió maliciosamente.

- Sabes que tengo otras muchas virtudes, querido. Aunque algunas de ellas no salten a la vista.

- Queda poco que no salte a la vista, cariño. –puntualizó él alzando elegantemente una de sus
cejas.

Ella sonrió y Draco recogió su bolsa de mano. Siguió a su espectacular ex compañera de escuela,
preguntándose cómo Blaise podía

sentirse tranquilo mientras su novia se exhibía tan descaradamente, contoneándose sin ninguna
vergüenza. Pero Pansy siempre había sido

así; capaz de lucir incluso el uniforme del colegio de una forma absolutamente inmoral.

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- ¿Cómo está tu madre? –preguntó ella una vez en su automóvil– ¿Va a regresar también?
¿Quieres ir a comer algo primero ó prefieres que

te lleve a casa?
Draco no pudo evitar soltar una pequeña carcajada. Una de esas tan privadas, sólo reservadas
para sus pocos íntimos.

- Mi madre está bien, gracias. Y no, no tiene intención de volver de momento. –se agarró al
salpicadero sacudido por el brusco arranque

del vehículo– ¿Seguro que sabes conducir esto?

Ella le dirigió una mirada molesta y Draco dejó escapar lentamente el aire que había retenido.

- Creo que prefiero que me lleves a casa. –decidió– Estoy cansado.

- Pues mañana cenarás con nosotros. –decidió ella a su vez en un tono que no admitía réplica–
Blaise se muere por verte.

Draco asintió con una sonrisa algo asustada, agarrándose con más fuerza al asidero de la puerta
del automóvil.

Le había costado un buen rato, pero por fin había logrado deshacerse de Pansy y estaba solo.
Recorrió despacio el camino de regreso al

salón perdiendo su mirada en los cuadros de sus antepasados que vestían las antiguas paredes.
Recordó con acritud cómo su padre le había

obligado a memorizar el árbol genealógico familiar a bien temprana edad. El bisabuelo Evon
Malfoy le guiñó un ojo cuando pasó por

delante de su retrato y él le devolvió el guiño. Siempre había sido su favorito.

Entró nuevamente en el amplio salón con la sensación de que era mucho más grande de lo que
recordaba. Y mucho más frío. Tal vez fuera

nostalgia. Y un poco de tristeza. Draco se permitió un suspiro, no habría podido decir exactamente
a cuenta de qué, pero sin lugar a dudas

para exhalar con él algún sentimiento al que no quería enfrentarse. Se dirigió hacia el mueble bar y
comprobó satisfecho que seguía tan

bien provisto como siempre. Se sirvió un whisky, tomándose su tiempo para seleccionar la botella,
elegir uno de los vasos largos de fino

cristal que reposaban alineados en el estante y verter el ambarino líquido en él. Paladeó el
delicioso aroma preguntándose una vez más si

había hecho bien en volver. Después, se dejó caer en la gran butaca de cuero negro que había sido
la preferida de su padre, sin poder evitar

a los pocos segundos la sensación de estar profanando algo que no le pertenecía. La esencia de
Lucius Malfoy parecía impregnar todavía

cada partícula de la reluciente piel que sentía bajo su mano.


Recordaba como si fuera ayer el día que su progenitor le había llamado para hablar con él de su
futuro.

Estaba sentado en esa misma butaca frente a la enorme chimenea, entonces encendida. Ya habían
cenado y Lucius saboreaba un vaso de

whisky de la misma forma en que lo estaba haciendo él ahora. Las llamas iluminaban su rostro de
una forma irreal. Sus claros ojos grises

daban la impresión de haberse convertido en dos pequeñas ascuas saltarinas, refulgiendo en ellos
el rojo fuego que crepitaba frente a él.

- Siéntate, Draco. –le había dicho en aquel tono falto de toda emoción que siempre utilizaba con
su hijo, sin tan siquiera concederle la

atención de mirarle.

Draco lo había hecho en silencio, esperando con paciencia a que su padre volviera a tomar la
palabra.

- Me temo que las cosas no están yendo por el camino que esperábamos, hijo.

A Draco le había parecido que el tono que matizaba la voz de su padre esa noche estaba
impregnado de un deje extraño. Si no hubiera sido

Lucius Malfoy quien le hablaba, hubiera jurado que sonaba a derrota.

- He hablado con nuestros abogados esta mañana. –había proseguido Lucius– Y les he ordenado
hacer algunos cambios en mis voluntades

para prevenir las posibles consecuencias de un desenlace no totalmente en acuerdo con nuestros
intereses.

Lucius había vuelto entonces el rostro hacia él y Draco había sentido un ligero escalofrío. Jamás
hubiera pensado ver el sentimiento de

impotencia que en ese momento su faz traslucía.

- Todas nuestras propiedades, las cámaras de Gringgotts, nuestros negocios, han sido puestos a tu
nombre, designando a tu madre como

albacea hasta que cumplas la mayoría de edad.

Si a Draco le hubieran enseñado a expresar emociones, sin lugar a dudas ese hubiera sido un buen
momento para soltar una gran

exclamación. Sin embargo, se había limitado a permanecer inmóvil en su propio sillón y lo único
que se permitió fue arquear las cejas en

una muda interrogación.

- Mañana tu madre y tú partiréis hacia Zürich. –le había informado a continuación Lucius– Y allí
permaneceréis hasta que todo esto
termine.

Después había guardado un pequeño silencio, dirigiendo su mirada nuevamente hacia las llamas,
ignorando una vez más la necesidad de

Draco de no tan sólo recibir órdenes, sino de obtener un porqué a la mayoría de directrices que
habían dirigido siempre tan férreamente su

vida.

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- Sea cual sea el resultado, Draco, el Ministerio no podrá tocarte, porque no habrás participado en
esta maldita guerra. Y cuanto más lejos

estés de aquí, más lejos estarán ellos de caer sobre nuestra fortuna.

- Pero padre, –se había atrevido a hablar él por primera vez– he estado preparándome para este
momento durante mucho tiempo. Siempre

dijiste que debía unirme a la causa, que…

Entonces su padre le había mirado de esa forma tan peculiar que muchas veces había sido el
preludio de un rígido y doloroso castigo por

no haber estado a la altura de lo que se había esperado de él.

- No te he educado para que cuestiones mis decisiones, sino para que las obedezcas. –Lucius había
deslizado las palabras entre dientes,

afiladas como puñales– Si esto acaba mal, no dejaré que mi fortuna caiga en manos de nuestros
enemigos y que nuestro apellido sea

pisoteado y mancillado junto a los de los demás vencidos. Mi linaje seguirá adelante contigo, mal
que les pese.

Y en ese momento Draco había comprendido.

Su padre no había intentando librarle de la esclavitud de una marca y de la obediencia ciega a un


sangre mezclada que exigía pureza en

sangre ajena.

No había tratado de evitarle los horrores de una guerra demasiado cruel o de impedir que pudiera
salir mal herido o incluso muerto de ella.

No había sido su preocupación por las posibles y crudas represalias que caerían sobre su hijo si se
unía a la causa en la que siempre había

sido educado y que, como parecía pensar, no iba a ser la que se llevara la victoria.
Lo único que Lucius Malfoy había deseado era dejar tras de sí un heredero que le sobreviviera para
seguir ostentando con orgullo su

apellido; que a pesar de que él sucumbiera en aquel sin sentido, la familia Malfoy pudiera contar
con futuras generaciones que pisaran con

pie firme y doblegaran voluntades en beneficio de la familia.

Lucius sólo había puesto los medios para que los Malfoy no se extinguieran bajo la vorágine de una
guerra en la que, cada vez con más

fuerza, se perfilaba un equivocadamente desacreditado vencedor.

El conflicto mágico había durado casi cuatro años más, que Draco vivió desde la seguridad de la
distancia. Tal vez la única cosa por la que

le estaría eternamente agradecido a su padre. Todo había acabado una tarde de agosto, hacía
ahora seis meses. Y junto con la noticia de

que el Señor Oscuro había sido vencido, llegó la de la muerte de Lucius.

Draco no recordaba haber sentido nada.

***

A la mañana siguiente Draco era recibido por el Ministro de Magia, Rufus Scrimgeour. Aquella
entrevista había sido acordada desde

varias semanas antes de abandonar Zürich, por lo que el heredero Malfoy había tenido tiempo
suficiente para preparar su estrategia frente a

las más que probables peticiones que seguramente el Ministro le dirigiría.

Scrimgeour no era como Fudge, a quien su empecinamiento en no querer ver la realidad le había
llevado a una precipitada destitución. El

nuevo Ministro había sabido rodearse de los magos y brujas adecuados y conducía con mano firme
el resurgimiento de la sociedad mágica

tras la desoladora guerra. Era un hombre, ante todo, realista. Y la realidad del mundo mágico en
ese momento era que había mucho

destruido y mucho por reconstruir. Gente sin hogar que necesitaba casas donde alojarse; niños sin
familia que necesitaban orfanatos que

les acogieran o ancianos que se habían quedado solos y había que ubicar cuanto antes; viudas que
no contaban con otro medio de vida que

la pensión que el Ministerio pudiera proporcionarles para seguir sacando adelante a sus hijos;
negocios que necesitaban de un fuerte

empujón económico para poder ponerse en marcha otra vez; heridos que ya no se recuperarían y
a los que se les debería procurar una
asistencia permanente a lo largo de su vida.

Scrimgeour tenía que sacar dinero de donde fuera y como fuera. La guerra había vaciado las arcas
del Ministerio. Y tal como había

previsto Lucius Malfoy en su momento, las expoliaciones a las familias mortífagas fueron el primer
medio de financiación que el

Ministerio había puesto en práctica. Con lo que no contaba era que, tal como había hecho Lucius,
las mayores fortunas del mundo mágico

que habían militado en el lado oscuro hubieran tomado las mismas precauciones y puesto a sus
hijos al frente de sus negocios y de sus

capitales. Jóvenes que, como Draco, no habían participado en la guerra y que ni siquiera habían
sido señalados con la infame marca del

derrotado Señor Oscuro.

Ahora el Ministerio tenía que enfrentarse a la humillante situación de que la economía del mundo
mágico se encontrara concentrada en las

manos de no más de una docena de primogénitos de apenas veinte años, hijos de algunos de los
mortífagos más odiados y que mayores

estragos habían causado.

Para sorpresa de todos y enojo de muchos, esos jovenzuelos se habían convertido en los
generosos benefactores que les estaban ayudando

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a sobrevivir. Apellidos como Zabini, Nott, Parkinson o Crabbe, se cincelaban en lustrosas placas
conmemorativas en las paredes de las

nuevas alas del hospital mágico, centros de acogida para menores, residencias para ancianos o
comedores públicos para los más

necesitados. Era el precio que los herederos les obligaban a pagar. Que a pesar de que ellos fueran
los teóricos perdedores de esa guerra,

magos y brujas no tuvieran más remedio que tragarse el orgullo y recordar que Nott había
construido todo un nuevo pabellón en San

Mungo para hechizos irreversibles cuando fueran a visitar a sus familiares o que Parkinson les
estaba alimentando cada vez que acudían a

un comedor público.

Pero Rufus Scrimgeour sabía que le falta todavía captar al más carismático de todos los legatarios
de quienes habían liderado el lado
oscuro y una de las fortunas más cuantiosas. Pretendía que el nombre de Draco Malfoy se
esculpiera en alguna placa conmemorativa lo

antes posible. No había sido fácil llegar hasta él, porque el joven había permanecido en el
extranjero durante los casi cuatro años que había

durado la guerra. Y después, a diferencia de los demás, no había mostrado ningún interés en
pavonear su apellido ni en regresar. Ni

siquiera para hacerse cargo de los restos de su padre, lo que hizo a través de sus abogados.

Scrimgeour conocía, por las informaciones que había conseguido, que Malfoy había proseguido
sus estudios en Zürich y que desde allí

manejaba con gran habilidad el imperio financiero que había heredado. A su parecer, era el más
discreto de ese grupo de exhibicionistas

económicos del que formaban parte el resto de sus compañeros. Tenía incluso esperanzas en que
se avendría a colaborar en alguna obra

social sin exigir colgar su puñetero nombre en ella.

Draco había escuchado todo el parlamento del Ministro de Magia educadamente, pero
manteniendo una actitud más bien fría y distante. A

pesar de vivir en Zürich, no había perdido el contacto con sus amigos y sabía de aquella
desenfrenada exhibición de apellidos que tanto

parecía divertir a sus ex compañeros de colegio. Todos habían acabado cediendo y colaborando
con las propuestas del Ministerio, entre

otras cosas, porque ninguno de ellos era tan estúpido como para no hacerlo y sabían mejor que
nadie lo que les convenía. Además, aquella

forma que habían encontrado de humillar a los que habían acabado con sus progenitores les
parecía elegantemente irónica. No era que

ninguno de ellos fuera a echar demasiado de menos a sus respectivos padres. Quien más quien
menos había vivido en propia carne las

mismas experiencias que Draco. Pero todos ellos eran orgullosos sangre limpia que, a pesar de
verse ubicados por su apellido en el bando

de los vencidos, seguían disfrutando de la vida que habían llevado siempre. Con la satisfacción,
además, de poder restregárselo por las

narices a la sociedad mágica que les había señalado, juzgado y condenado, sin preocuparse de si
sus convicciones eran realmente las

mismas que las de sus padres o si tan sólo no les había quedado más remedio que seguirlas.

El Ministro de Magia le había hecho a Draco una larga exposición de cuales eran las necesidades
más urgentes a cubrir en ese momento y
detallado todas y cada una de las estimadas y generosas aportaciones de sus amigos. Draco había
abandonado el Ministerio casi tres horas

después con un galopante dolor de cabeza y la promesa de estudiar todas las propuestas que
Scrimgeour le había entregado en un grueso

dossier. Después, se había aparecido en su mansión para darse un relajante baño y arreglarse para
dar una vuelta con Blaise antes de ir a su

casa a cenar.

***

A pesar de las advertencias de Blaise de que sería deprimente, Draco había insistido. Nunca pensó
que el alma se le fuera a caer a los pies

de esa forma. El Callejón Diagon era una pura miseria. Seis meses después del fin de la guerra, la
mayoría de los negocios que una vez

florecieron y dieron vida a uno de los estandartes del mundo mágico eran apenas una sombra de
lo que habían sido. Muchos todavía

permanecían cerrados. A través de los cristales rotos de la tienda de mascotas podían verse jaulas
vacías colgando del techo, o destrozadas

en el suelo. Nadie tenía intención de mantener una mascota, cuando mantenerse a sí mismo ya
era bastante peliagudo. La tienda de túnicas

de Madame Malkin estaba abierta, pero no había un solo cliente en su interior. También Floorist
and Boots había reabierto sus puertas. Y

en el escaparate de la tienda de escobas podía verse un par de modelos antiguos que antes de la
guerra nadie hubiera comprado.

- Olivanders… –musitó Draco deteniéndose ante la tienda en la que había comprado su primera
varita.

- El propietario todavía sigue en paradero desconocido. –dijo Blaise a su lado– Aunque aún no se le
ha dado por muerto oficialmente, ya

nadie duda de que lo esté.

- ¿Crees que era necesario todo esto Blaise? –preguntó el rubio sin apartar la vista todavía de la
sucia fachada.

- No lo sé. –reconoció su amigo– Pero no podemos cambiarlo. Por mucho que nos empeñemos en
darle la espalda y seguir con nuestras

vidas como si nada hubiera pasado. –dejó escapar un leve suspiro– Pansy y yo nos hemos
planteado la posibilidad de marcharnos a

Frankfurt o a París.
Guardaron silencio mientras reanudaban su paseo. La gente que pasaba a su lado lo hacía con
paso rápido, sin entretenerse. Como si

quisieran permanecer el tiempo imprescindible en aquel lugar. Después de cuatro años, la mente
de Draco seguía conservando el recuerdo

vivo de un Callejón Diagon bullicioso y próspero. Él no lo había visto declinar; no había


contemplado el lento deterioro causado por la

guerra; no había sido testigo del cierre de negocios o de la desaparición de algunos de sus
propietarios, como el Sr. Olivander. No lo había

visto hundirse en aquella impensable decadencia.

- Vámonos. –dijo por fin– Creo que ya he visto suficiente.

Desandaron el camino hasta llegar nuevamente al muro mágico que separaba el Callejón Diagon
del Caldero Chorreante.

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- ¿Te apetece una cerveza? –preguntó Blaise señalando la ajada barra del establecimiento, una vez
dentro.

- ¿Aquí? –preguntó a su vez Draco, arrugando la nariz– Siempre he tenido la impresión de que este
tipo debe limpiar los vasos con la

lengua.

Blaise sonrió ante el inalterable elitismo de su amigo e iba a sugerir otro establecimiento más
acorde con sus gustos cuando Draco le

detuvo bruscamente, apuntando con un gesto silencioso de cabeza hacia una de las mesas al
fondo del local. El inconfundible cabello

pelirrojo de un Weasley resaltaba entre la melena castaña de Granger y el pelo negro de quien sin
duda era Potter, a pesar de que al estar

sentado de espaldas a ellos, no podían verle el rostro.

- Algunas cosas no han cambiado tanto. –murmuró Draco con ironía.

- Me temo que sí. –dijo Blaise al tiempo que le daba un leve empujón y él mismo andaba unos
pasos para tener una mejor perspectiva de

los tres Gryffindors.

Draco alzó una ceja en ademán interrogativo y su amigo le hizo tan sólo un gesto de que esperara.
Ninguno de sus tres ex compañeros de
Hogwarts se había dado cuenta de su presencia todavía, sumergidos en la conversación que
mantenían.

Bueno, ahí estaba el héroe, se dijo Draco. Él que había salvado el mundo mágico del Señor Oscuro
y sus mortífagos para entregárselo a sus

hijos, no pudo dejar de pensar con ironía. La sangre sucia en ese momento estaba sirviendo una
taza de té. Después le puso azúcar y lo

removió con la cucharilla. Seguidamente tomó la mano de Potter y depositó la taza en ella con una
sonrisa. Draco dudó unos momentos.

¿No era con Weaslely con quien estaba saliendo Granger a finales del sexto curso? A lo mejor era
que Granger había descubierto que los

héroes le resultaban más interesantes, pensó con diversión. Y si no hubiera sido por aquel último
gesto de Potter, Draco no se hubiera

detenido en su intención de dirigirse hacia la chimenea, cansado de contemplar a esos tres que
jamás habían sido santos de su devoción. El

moreno había extendido la mano torpemente hacia las pastas de té que había en el centro de la
mesa sin acertar en su primer intento y

después Granger la había conducido suavemente, hasta se diría que con ternura, hacia el plato.

─ ¿Qué diablos le pasa a Potter? –preguntó con sarcasmo sin alzar mucho la voz– ¿Alguna
maldición le ha dejado más tonto de lo que ya

era o qué?

─ Ciego. –fue la escueta respuesta de Blaise.

Draco se había quedado tan atónito, que a la sugerencia de Blaise de tomar una copa en algún
otro sitio, se había limitado a negar con la

cabeza y a dirigirse hacia la chimenea del Caldero. Ambos habían llegado a la mansión Zabini pocos
segundos después. Nunca le había

preocupado demasiado lo que pudiera suceder con Potter si llegaba a enfrentarse al Señor Oscuro.
Cosa que también durante mucho

tiempo dudó que llegara a ocurrir. Pero seguramente se habría sentido menos sorprendido si le
hubieran dicho que estaba muerto. Y no es

que en ninguno de los dos casos fuera a sentir pena por él. Sólo le privaba de una de sus
diversiones favoritas, pensó con cierto fastidio.

Meterse con Potter y sus amigos siempre había sido el deporte nacional de Slytherin. Y ahora que
la situación estaba claramente a su favor,

la ocasión se hubiera pintado sola.


Definitivamente, aquella guerra lo había cambiado todo.

Más tarde, durante la cena, Draco se las ingenió para sacar a colación el tema de Potter y
satisfacer su curiosidad.

─ Sólo sé lo que es vox populi. –le contó Blaise– Que no salió muy bien parado de su
enfrentamiento con el Señor Oscuro. Por lo visto

estuvo un par de meses en coma y cuando despertó, no veía. Al principio pensaron que era
consecuencia de alguna de las innumerables

maldiciones que había recibido...

─ Imagínate Hogwarts envuelto en fuegos artificiales. –interrumpió Pansy– Dicen que fue todo un
espectáculo... –Blaise le dirigió una

mirada reprobadora– …está bien, ya me callo...

Blaise odiaba que le interrumpieran.

─ ...pero que la recuperara era solo cuestión de tiempo. –prosiguió– Al parecer recibió tantas
maldiciones que lo sorprendente no es que

esté ciego, sino vivo.

─ El Profesor Snape siempre dijo que ese chico no era feliz si no hacía todo lo contrario a lo que se
esperaba de él... –esta vez la mirada de

Blaise fue mucho más incisiva– ...me callo.

─ Todo un detalle, cariño. –agradeció su pareja– Me gustaría terminar antes del postre, si me lo
permites. Para pasar a otros temas más

interesantes…

Pansy le dedicó una sonrisa encantadora.

─ A la vista está, –siguió Blaise irónicamente– que no la recuperó.

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─ Y si me permites decirlo, –interrumpió nuevamente Pansy desafiando con la mirada a su novio –


ya puede estar contento de que sólo

haya sido eso.

─ ¿Y qué hace ahora? –preguntó Draco con curiosidad.

Blaise se encogió de hombros.

─ ¿A quién le importa? –respondió.

Draco se quedó unos instantes pensativo.


─ ¡Oh, oh, oh, conozco esa mirada! –exclamó Pansy entusiasmada– Draco, cariño, ¿en qué está
pensando tu mente brillante y retorcida?

─ A veces das miedo. –dijo éste con una carcajada.

─ ¿Sólo a veces? –apuntó Blaise con sarcasmo.

Pero ella no hizo caso a ninguno de los dos comentarios.

─ Vamos, Draco, suéltalo. –apremió con impaciencia– Me aburro mucho últimamente y necesito
un poco de diversión.

Draco tenía en sus labios aquella sonrisa desvergonzada que Pansy tanto adoraba.

***

A pesar de ser un hombre firme, de imperturbable carácter la mayoría de las veces, Rufus
Scrimgeour hubiera dado cualquier cosa por no

tener que enfrentar la situación a la que ahora se veía obligado.

- Es una proposición sorprendente, lo sé. –dijo– También a mí me dejó atónito.

El hombre sentado frente a él parecía estar todavía recuperándose de aquella insólita propuesta.

- Harry jamás lo aceptaría. –habló Remus convencido.

- Sé que sería una decisión muy difícil para él. –reconoció Scrimgeour– Por esa razón pienso que es
mejor que no lo sepa, de momento.

Remus abrió los ojos con incredulidad. ¿De verdad estaba el Ministro considerando seriamente
aceptar aquella proposición?

- ¿Se ha vuelto loco? –no pudo menos que decir, olvidando que a quien tenía delante era al
Ministro de Magia.

- Piense en las ventajas, Sr. Lupin. –intentó convencerle Scrimgeour– ¿Qué es un año de su vida si
después puede tener su futuro

asegurado para siempre? Si la situación económica del Ministerio fuera otra, habríamos
proporcionado a Harry todos los medios y la ayuda

que en sus actuales circunstancias necesita. Es lo menos que se merece.

- ¿Y que gana él con esto? –preguntó Remus, enojado– ¿Humillarle? ¿Vengarse?

- Tal vez sólo demostrar, igual que todos los demás, que está dispuesto a enterrar el pasado.

Lupin negó con la cabeza, dando a entender que le era difícil de creer.

- Sé que no será agradable para Harry. –admitió Scrimgeour y Remus dejó escapar un bufido de
disgusto– Para su tranquilidad le diré que
se le ha investigado exhaustivamente, como hemos hecho con todos. Está limpio. Es sólo un joven
hombre de negocios decidido a invertir

en nuestra comunidad. Dispuesto a trasladar varias de sus empresas aquí y a crear un montón de
puestos de trabajo, Sr. Lupin. Justo lo que

necesitamos para que nuestra sociedad florezca otra vez. Ni siquiera le interesa que se sepa que
es él quien está detrás de esas compañías.

Sólo ha pedido una cosa a cambio…

- A Harry. –le cortó Remus sin poder ocultar su contrariedad.

El Ministro de Magia dejó escapar un suspiro de impotencia, incapaz de negar la parte sin duda
mortificante de aquella proposición. A

disgusto, no vio otra salida que hacerle ver al licántropo la realidad de la situación de Harry Potter.

- Siento si piensa que lo que voy a decir es cruel, –se excusó de antemano– pero Harry ahora es un
minusválido. –Remus le dirigió una

mirada furiosa– Y como desgraciadamente no tiene familia, está bajo la tutela del Ministerio,
como otros muchos magos y brujas que han

tenido la desgracia de no salir bien parados de esta guerra. Y debido a esa incapacidad, ahora
depende legalmente de nosotros.

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Scrimgeour dirigió una mirada penetrante al pálido rostro del hombre sentado incómodamente
frente a él, asegurándose de que sus

palabras estaban siendo correctamente entendidas.

- Y si alguien presenta una solicitud formal para hacerse cargo de Harry, ocuparse del
adiestramiento que necesita para poder valerse por si

mismo en el futuro, ofrecerle un lugar donde vivir, cubrir sus necesidades y nos da las garantías
necesarias… –suspiró– …el Ministerio

tiene la potestad de concederle su custodia. Harry no es capaz de cuidar de si mismo en este


momento. Reconozcámoslo.

- Entonces, –dijo Remus conteniendo su enojo– si está dispuesto a entregarle y no necesita del
beneplácito de nadie para hacerlo, ¿para qué

me he hecho venir aquí?

- Porque Harry confía en usted y la situación puede parecerle menos difícil si es usted quien se la
plantea. No pretendo obligarle... –
respondió el Ministro dejando entrever que si era necesario, lo haría– Ni convertirlo en un hecho
traumático. Todo será mucho más fácil

para Harry si usted le convence de que es lo mejor para él.

- Y para el Ministerio. –gruñó Remus.

El Ministro sonrió.

- Y para el Ministerio. –admitió.

Muy a su pesar, Remus empezaba a reconocer que Scrimgeour tenía una parte de razón en todo lo
dicho. Y era que Harry necesitaba de

alguien que cuidara de él. Conseguir una casa adecuada para una persona ciega estaba fuera de
sus posibilidades. Y de las de Harry

también desde que su generosidad había vaciado casi completamente su cámara de Gringotts
durante la guerra. Él mismo habría solicitado

su tutela. Pero sus propias circunstancias y las leyes todavía vigentes sobre licantropía se lo
impedían. Y sabía que Harry no quería

convertirse en una carga para la familia Weasley, que ya tenían suficiente con sus propios
problemas. Tampoco podía seguir eternamente

encerrado en aquella habitación de San Mungo, de la que sólo salía cuando sus amigos o él mismo
le sacaban de allí casi a la fuerza,

angustiado por tener que enfrentarse a un mundo que ahora no podía ver.

Algo en la mirada de Lupin, le dijo al Ministro que, aun y desaprobando sus intenciones, tal vez el
licántropo empezaba a ver las cosas

desde su perspectiva.

- Además, –habló Scrimgeour en un tono más relajado– una vez firmados los papeles de la tutela,
la ley obligará al Sr. Malfoy a cumplir

con todo lo prometido. Y un mago del departamento de asuntos sociales se encargará de verificar
mensualmente que todo está en orden.

No vamos a abandonar a Harry a su suerte. –le aseguró con firmeza.

Remus Lupin asintió, sintiéndose culpable y derrotado, sin muchas opciones más que aceptar el
desagradable papel que las circunstancias

le estaban otorgando. Sin embargo, añadió:

- Pero no permitiré que le engañe. Harry sabrá que es el Ministerio quien le entrega a Draco
Malfoy.

Continuará...
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24/6/2015 <b>OSCURIDAD</b> Por Livia

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Capitulo II por Livia

Notas del autor:

Disclaimer: Ya me gustaría, pero aparte de los personajes que han surgido de mi imaginación, los
demás no

son míos.

CAPITULO II

Janneth Arashi era la medibruja que había tratado a Harry Potter desde su llegada a San Mungo,
seis meses atrás. Recordaba como si fuera

ayer el clamor que había recorrido cada pasillo, cada sala, cada habitación del hospital cuando la
noticia de que el Señor Oscuro había sido

derrotado había llegado junto a la última remesa de heridos y por desgracia, también junto a los
últimos caídos.

El entusiasmo, la exaltación por la victoria había llenado de un júbilo irracional a medimagos,


enfermeras y pacientes. Los que podían

caminar, habían abandonado sus habitaciones y se habían unido al alborozo que reinaba en los
pasillos. Los que no, se abrían paso en sus

sillas flotantes o ayudados por enfermeras y familiares. Janneth había pensado que más que un
hospital, San Mungo había parecido en

aquel momento un inmenso psiquiátrico lleno de locos gritones. El caos fue absoluto durante más
de media hora, agravado por los portales

que se abrían continuamente en los mismos corredores o donde podían, ya que el acceso a
urgencias estaba saturado como consecuencia de

la cruenta batalla.

Sin embargo, la desbordante alegría que magos y brujas, sanos o enfermos, proclamaban a gritos
por todo el hospital había empezado a

apagarse lentamente cuando, con los últimos heridos, llegó también el rumor de que de un
momento a otro se abriría el portal que traería al

héroe de la gran hazaña. Los más pesimistas decían que muerto.

Así que cuando un grupo de hombres y mujeres con rostros crispados y tensos habían aparecido
rodeando una camilla que era transportada
por algunos de ellos con paso rápido y urgente, la gente había enmudecido y se había apartado
con respeto, dejándoles vía libre hacia el ala

de urgencias. Rodeado de túnicas desgarradas y amigos con semblantes graves, nadie había
podido realmente ver al joven que yacía

inconsciente en la camilla.

Janneth jamás había visto a Harry Potter en persona. Alguna foto en El Profeta a la que
seguramente no había prestado demasiada atención

porque siempre estaba demasiado ocupada. Incluso para dedicarle tiempo al periódico. Y en ese
momento le había parecido mucho más

joven de lo que ya era.

El joven ya había entrado en coma cuando llegó al hospital. Tras casi seis horas habían logrado
cerrar heridas, detener hemorragias,

recomponer huesos y drenar su cuerpo de las maldiciones que se estaban cebando en él. Agotada
y nerviosa, Janneth había salido a

enfrentarse al nutrido grupo de amigos, miembros de la Orden del Fénix y representantes del
Ministerio que esperaban fuera, para decirles

que el futuro del héroe no era demasiado alentador por el momento.

Había sido la primera que había visto a Remus Lupin fuera de si.

La segunda, cuando un par de días antes un furioso y desesperado Remus había irrumpido en su
consulta e inmediatamente había sabido

que algo iba mal. Contrariamente a lo que pensó el día que le conoció, Lupin no era un hombre
que perdiera los estribos fácilmente. Tenía

un temperamento amable y tranquilo. Y era una persona infinitamente paciente, como había
demostrado con Harry. Pero el hombre que

prácticamente había asaltado su consulta le recordó demasiado al de esa tarde de agosto.

Ahora, tenía sentado frente a ella al hijo de uno de los mortìfagos más temidos de la era
Voldemort. De quien había sido su mano derecha.

Daba escalofríos constatar el parecido físico entre ambos. Draco Malfoy tenía los mismos ojos fríos
y arrogantes de su padre. La misma

pose orgullosa y despectiva. Y al mismo tiempo, aquella natural elegancia e innegable atractivo
que parecía conferirle la prerrogativa de

mirar a los demás por encima de su hombro sin que nadie pudiera cuestionarle el privilegio.

- Sr. Malfoy, ¿tiene idea de lo que significa hacerse cargo de una persona que ha perdido la
capacidad de ver? –preguntó– ¿Tiene la más
remota noción de los cuidados que necesita, de cómo hay que tratarla, de lo que puede esperar de
ella?

- No soy un experto, obviamente. –respondió el joven educadamente– Para eso están los
profesionales.

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Janneth asintió, complacida por la respuesta. Tal vez hubiera esperanza.

- A pesar de que sus intenciones le honran, –la medibruja forzó una sonrisa– ¿qué le hace pensar
que puede hacerse cargo del Sr. Potter?

Draco Malfoy sonrió con benevolencia.

- ¿Qué le hace pensar que no puedo?

Janneth apretó los labios en un gesto de contrariedad. Evidentemente, se había precipitado. A


pesar de todo, le había prometido a Remus

que haría cuanto estuviera en su mano para desanimar a Malfoy de su empeño.

- Una persona que ha nacido con el sentido de la vista y lo pierde de repente, no es fácil de
manejar, Sr. Malfoy. –advirtió– Pasa por una

larga y dura etapa traumática. Empezando por un primer estado de shock, al que suele seguirle
una fase de negación, en la que el paciente

está convencido de que el medimago está equivocado o se ha cometido algún error en el


diagnóstico. Le sigue una fase de ira. –Janneth

guardó silencio durante unos segundos para observar atentamente cualquier reacción en el rostro
de Malfoy– Y cuando el paciente admite

por primera vez que lo que le está sucediendo es real, cuando suele, digamos, negociar con
Merlín, Morgana o los dioses en los que crea

algún ofrecimiento o promesa a cambio de curarse, cosa que por supuesto no sucede, se hunde en
la depresión.

- Insinúa que el Sr. Potter esta ¿deprimido? –preguntó Draco, sin poder ocultar el leve deje irónico,
intentando imaginarse también a quien

podría haber recurrido el Gryffindor en esa fase de supuesta negociación.

La medibruja le dirigió una mirada severa, haciéndole llegar claramente el mensaje de que no
estaba dispuesta a admitir el menor sarcasmo

sobre aquel asunto.


- Lo mejor para el Sr. Potter es seguir en San Mungo, donde podemos continuar tratándole,
evaluando su estado y preparándole para

enfrentar y aceptar su nueva vida. –dijo secamente– Ocuparse del Sr. Potter es asunto nuestro.

Draco apoyó los codos en los brazos del sillón y cruzó los dedos en ademán pensativo.

- Mb. Arashi, me temo que desde ayer el Sr. Potter es asunto mío y como su tutor, yo decidiré si lo
que le conviene es permanecer aquí, en

un ambiente aséptico y frío o por el contrario trasladarle a mi casa, donde recibirá de forma
personalizada todas las atenciones que

necesite.

Janneth frunció el ceño sin poder evitar dejar aflorar su disgusto. ¡Así que el maldito Ministro ya
había firmado! Dudaba de que Remus lo

supiera todavía, así como que nadie deseara estar muy cerca de él cuando se enterara. El
licántropo tenía puestas todas sus esperanzas en

que Malfoy se desalentara cuando conociera el panorama que le esperaba si decidía seguir
adelante. Sin embargo, ese tipo tenía pinta de no

desalentarse ni que El Profeta publicara que la Bolsa de valores mágica, había caído, dejándole en
la ruina.

─ El problema del Sr. Potter en este momento, aparte de físico, tiene una vertiente psicológica
muy importante. –argumentó Janneth

tratando de mantener su fría calma profesional– Necesita un apoyo que estoy segura Ud. no
puede darle.

El joven alzó una ceja con una expresión que la medibruja entendió como desafiante.

- Como le he dicho antes, una persona que pierde inesperadamente la vista, debe pasar
forzosamente por varias etapas. Volveré a

explicárselo, Sr. Malfoy, porque me gustaría asegurarme de que lo ha comprendido


perfectamente.

Draco hizo un gesto con su mano, indicando que estaba dispuesto a escuchar.

- Al principio, el Sr. Potter no supo como reaccionar, algo completamente normal en estos casos.
En esta primera etapa no suele haber

ningún tipo de demostración emocional. El paciente ni ríe, ni llora, ni habla. No sabe que sentir ni a
quien culpar. Aunque en el caso del

Sr. Potter, diría que el culpable está bastante claro.

En este punto la medibruja no pudo evitar mirar a Malfoy con cierto aire acusador, aunque él
fingió no notarlo.
- Después, cuando empezó a recuperarse del shock inicial, al darse realmente cuenta de su
discapacidad, se sumergió en un inevitable y

profundo estado depresivo, que le llevó a reaccionar con violencia. No quería que nadie le
compadeciera, que nadie le hablara o le tocara.

Sus amigos no podían acercarse a él. Ni siquiera el Sr. Lupin. Sus niveles mágicos se descontrolaron
hasta tal punto, que nos vimos

obligados a sedarle so pena de que cualquier persona que entrara en su habitación acabara
realmente herida. –la medibruja miró

significativamente a Malfoy– El potencial mágico del Sr. Potter es demasiado poderoso como para
arriesgarse a enfrentarse a él en plena

crisis sin los conocimientos ni los medios necesarios.

Bueno, si eso no le causaba a Malfoy cierto reparo, es que era un inconsciente o un cínico.

- ¿Y cuánto tiempo cree Ud. que puede durarle el estado depresivo del Sr. Potter? –preguntó
Malfoy suavemente, sin que ahora asomara

ningún tipo de ironía en su voz.

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Tal vez inconsciencia y cinismo fueran de la mano en su caso, concluyó Janneth antes de
responder, a pesar de todo.

- El primer paso es la aceptación, Sr. Malfoy. Mientras no renuncie psicológicamente a su antigua


vida, la que tenía cuando podía ver, no

podrá seguir adelante. –le dijo con frialdad profesional– Y créame, el Sr. Potter todavía no lo ha
aceptado. Por esa razón, lo mejor para él

es seguir aquí, donde podemos ayudarle… y controlarle.

- ¿Es irreversible? –preguntó Malfoy.

La medibruja asintió levemente con la cabeza, con tristeza.

- El Sr. Potter recibió un fuerte golpe en la parte posterior del cráneo, donde se encuentra la zona
visual. –explicó– Probablemente al caer,

se golpeó contra una piedra o algo igualmente duro. Nunca lo sabremos. Como consecuencia, se
lesionó la corteza cerebral visual. –

Janneth dejó escapar un pequeño suspiro– En definitiva, Sr. Malfoy, nunca volverá a ver.
Malfoy se mantuvo en silencio durante unos momentos, al parecer meditando sobre todo lo que
la medibruja le había dicho. Durante unos

preciosos segundos, Janneth mantuvo la esperanza de haberle convencido.

- ¿Cree que el Sr. Potter podrá estar listo para irse mañana, a mucho tardar pasado mañana? –dijo
al fin.

Janneth miró fijamente al joven sentado frente a ella, preguntándose si no la habría entendido o lo
que era peor, no la había querido

entender.

- ¿Ha escuchado algo de lo que le he dicho, Sr. Malfoy? –preguntó intentando dominar su enojo.

- Atenta y cuidadosamente, Mb. Arashi. –respondió Draco con calma, devolviéndole la misma
mirada– Pero como me parece haber

comentado ya, y espero que usted también me haya prestado la suficiente atención, el Sr. Potter
está ahora bajo mi tutela legal. Desde ayer

para ser exactos. Por lo tanto soy yo quien decide a partir de este momento lo que es mejor para
él.

Janneth hizo intención de decir algo, pero Draco la detuvo con un gesto de su mano.

- He contratado una enfermera privada que se ocupará del Sr. Potter. Y a una terapeuta del que
me han dado excelentes referencias para

que le enseñe a desenvolverse en su nueva situación. Tal como le prometí al Sr. Ministro, dentro
de un año él Sr. Potter será capaz de

valerse por si mismo.

Janneth entrecerró los ojos y miró a Draco con reserva. Tal vez había subestimado al joven
sentado frente a ella.

- Pues le deseo mucha suerte, Sr. Malfoy. –no pudo evitar decir con sarcasmo– Porque no va a ser
tan fácil como sin duda Ud. cree.

Draco se limitó a sonreír.

- Usted sólo téngale listo dentro de dos días. –dijo.

Y abandonó la consulta de la disgustada medibruja sin darle opción a decir una palabra más.

***

- Tranquilo, Harry. –Remus palmeó suavemente la mano que se agarraba nerviosamente a su


codo– Todo irá bien.

Ambos agotaban los últimos metros del cuidado camino de tierra que conducía a la entrada
principal de la mansión Malfoy. Lupin
contempló el tenso semblante del joven, sintiendo una nueva punzada de culpabilidad. La que le
hundía un poco más en el mar de

remordimientos en el que se ahogaba desde que había hablado con él. Aunque dudaba mucho de
que Harry le hubiera comprendido

realmente. Las pociones que le suministraban para mantenerle tranquilo y controlar su magia le
sumergían en un estado que Remus estaba

seguro que no le permitía dilucidar lo que sucedía verdaderamente a su alrededor. Harry sólo se
había mostrado angustiado porque iban a

sacarle de un entorno que ya conocía y en el que se sentía relativamente seguro. No porque el


propietario del nuevo espacio donde tendría

que desenvolverse a partir de ahora perteneciera a Draco Malfoy. Remus estaba convencido de
que había dado su consentimiento sin saber

verdaderamente a qué estaba consintiendo. ¡Merlín! ¡No creyó que nadie pudiera superar a
Voldemort en su escala de personas más

odiadas! Pero el nuevo Ministro le seguía muy de cerca.

- Remus... –la voz de Harry sonó algo encogida.

- Lo sé, Harry, lo sé. –intentó animarle– Pero piensa que dentro de un año habrás podido superar
esto y tendrás un lugar cómodo y

adecuado donde vivir. ¡Tal vez sea yo quien se mude a vivir contigo entonces!–bromeó.

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- Sabes que me gustaría, Remus. –Harry sonrió débilmente tras sus gafas oscuras– Me gustaría que
lo hicieras ahora…

- A mí también, –suspiró el licántropo con impotencia– pero de momento es imposible.

Harry asintió en silencio.

- Vendré a visitarte con frecuencia. –prometió Remus– Y quiero que me mantengas informado
sobre si Malfoy te está tratando bien.

Harry volvió a asentir.

- Bien, hemos llegado.

La mano en su brazo apretó un poquito más. Remus tomó aire y llamó. Un servicial elfo doméstico
les abrió casi inmediatamente la puerta

con una gran reverencia.


- El amo les espera en el salón. –les informó.

- Cuidado, Harry, hay un escalón. –advirtió Remus mientras guiaba al joven hacia el interior.

El enorme vestíbulo era casi tres veces más grande que el apartamento en el que Remus vivía en
esos momentos, se admiró el licántropo.

El suelo de mármol negro pulido brillaba como un cristal, reflejando en él las lámparas de vidrio
veneciano que colgaban del techo. Las

paredes laterales estaban cubiertas por dos gigantescos tapices con motivos mitológicos griegos. A
ambos lados de la puerta que daba paso

al corredor, había dos grandes jarrones de porcelana, engarzados en una peana del mismo mármol
negro que el suelo.

El corredor era muy ancho, casi un segundo vestíbulo y al fondo se divisaba una elegante escalera,
esta vez de mármol blanco veteado, que

sin duda conducía a los pisos superiores. A ambos lados se alzaban varias puertas de caoba de gran
altura, todas cerradas, a excepción de a

la que les estaba conduciendo el elfo. Remus no pudo evitar pensar que si no fuera por la magia,
aquel ser tan diminuto no podría abrir

puertas de semejantes proporciones, ya que los tiradores estaban completamente fuera de su


alcance. Prácticamente todos los tramos de

pared libres estaban cubiertos por retratos de la familia Malfoy. En el centro de aquel gran espacio
había una mesa redonda de grandes

proporciones, vestida con una tela que Remus no supo identificar, pero saltaba a la vista que debía
ser carísima. En el centro de dicha mesa

había un juego de jarrones, todos ellos con ramos de jazmines y algunos objetos decorativos.

El elfo se detuvo ante las dos puertas abiertas e hizo pasar a sus invitados.

La habitación era tan inmensa como el resto de la casa que Remus había visto hasta entonces.
Draco Malfoy estaba de pie frente a la gran

chimenea del salón, con expresión seria. Alzó los ojos hacia ellos cuando el elfo les anunció y sus
labios esbozaron inmediatamente una

sonrisa protocolaria a la que Remus no correspondió.

- ¡Bienvenidos! –saludó en un tono que sin dejar de ser amable, tenía ese punto de frialdad
característico.

Estrechó la mano de Remus, como si el hecho de que fuera un licántropo, que en su época de
escuela había dejado suficientemente claro
que le repugnaba profundamente, hubiera dejado de ser un problema para él. Éste le dirigió una
mirada penetrante, cargada de

advertencias. Malfoy se limitó a sonreír nuevamente y a tomar la mano de Harry del brazo de su
ex Profesor para estrecharla

educadamente.

- Me alegro sinceramente de que aceptaras este arreglo, Potter. –dijo manteniéndola entre las
suyas durante unos segundos.

Harry hizo un leve movimiento de asentimiento y recuperó inmediatamente su mano.

- Puky llevará el equipaje a tu habitación. –dijo pretendiendo no darse cuenta del sutil
movimiento.

Remus rebuscó en su bolsillo y extrajo el baúl encogido de Harry y se lo entregó al elfo.

- No has traído mucho. –comentó el Slytherin.

- No tiene mucho. –fue la cortante respuesta de Remus.

­ Bien… –Malfoy se mostró incómodo durante unos escasos segundos– Te acompañaré a tu


habitación para que descanses. –dijo después

dirigiéndole una significativa mirada a su ex Profesor, dándole a entender que ya era hora de que
se despidiera.

Remus miró a Malfoy con enojo. Quizás porque había esperado que le dejara permanecer con
Harry durante un rato más, asegurándose de

que el joven estaría bien. Pero por lo visto su antiguo alumno no estaba dispuesto a permitirle
quedarse más tiempo del necesario. Abrazó a

Harry con cariño, susurrándole palabras de ánimo que sólo éste pudo oír.

- Bien Malfoy, volveré la semana que viene, para ver como va todo. –dijo extendiendo su mano.

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Y cuando Draco la tomó para estrecharla a modo de despedida, un brusco y sorpresivo tirón le
dejó a pocos centímetros del rostro del

licántropo.

- Soy un hombre lobo, Malfoy. –susurró junto al oído del joven– Recuérdalo.

- ¿Me está amenazando, Lupin? –preguntó Draco entre dientes, intentando retirar la mano que
aquel hombre, en apariencia de constitución

delgada y frágil, estaba estrujando con descomunal fuerza con la suya.


- Solo advirtiéndote, Malfoy. –siguió susurrando Remus– No sé lo que persigues o lo que
pretendes. Pero un solo rasguño, tan solo uno. O

el más leve indicio de que le estés atormentando y tu cuerpo se llenará de pelo tres veces al mes.
Palabra de licántropo.

Soltó su mano con otro gesto brusco y Draco estiró los doloridos dedos, tratando de recuperar la
movilidad y que la sangre volviera a

circular.

- ¿Remus? –la voz de Harry sonó algo inquieta.

- Estoy aquí, Harry. –respondió éste inmediatamente.

Remus volvió a abrazar al joven y tras unas palabras de despedida dejó la mansión Malfoy. No sin
antes dirigir una última y significativa

mirada a su propietario, quien todavía seguía masajeando su maltrecha mano.

Bien, ahí estaba. Harry Potter. El héroe. El salvador del mundo mágico. La mano ejecutora de
Dumbledore. El verdugo del Señor Oscuro.

El noble y valiente Gryffindor amigo de pobretones y sangre sucias. El defensor de muggles. Un


sangre mezclada, como no podía ser

menos. Draco esbozó una sonrisa irónica. ¿De qué le había servido tanto despliegue de poder a
ese idiota? Repasó con desprecio la

inmóvil figura de su ex compañero frente a él. La misma ropa vieja y usada de siempre. El mismo
pelo que parecía seguir sin conocer lo

que era una cepillo. Su enfermizo aspecto de buena persona, al que ahora había que añadir esa
patética pose de desamparo. La que tenía

justo en ese momento. Ya no había miradas furiosas seguidas de ácidos insultos.

De hecho, ya no había miradas…

- Te acompañaré a tu habitación. –dijo algo ásperamente, saliendo de su ensimismamiento al


darse cuenta de la nerviosa incomodidad del

Gryffindor, quien parecía sentirse completamente fuera de lugar, como así era.

Tras una pequeña vacilación, le tomó del brazo para acompañarle.

- Yo te cogeré a ti, si no te importa. –le dijo Potter, recorriendo su brazo, para finalmente asirle del
codo– Es más fácil para mí.

Se sorprendió de la docilidad con la que el Gryffindor se dejaba conducir, caminando un paso


detrás de él, tanteando al frente con su
bastón. Fue entonces cuando Draco tuvo la impresión de que su ex compañero de escuela no
estaba en posesión de todas sus facultades.

Porque, ciego o no, seguía siendo Harry Potter y él Draco Malfoy. Había esperado, como mínimo,
algún comentario hiriente.

- Las habitaciones están en el primer piso. –explicó cuando llegaron al pie de la escalera– Así que
tendrás que subir algunos escalones.

- ¿Cuántos? –preguntó Potter.

Draco le miró un poco sorprendido.

- La verdad, –respondió con un poco de guasa– nunca me he entretenido en contarlos.

- No importa, yo lo haré. –dijo el Gryffindor sin al parecer sentirse molesto por el tono– Sólo
avísame cuando lleguemos al último.

- La baranda, a tu derecha. –le advirtió Draco, algo descolocado e incómodo.

Vio como Potter tanteaba con la mano en la dirección indicada hasta encontrarla. E
inconscientemente, él también empezó a contar los

escalones. El lento ascenso hasta el primer piso continuó en silencio, mientras Draco contaba y
observaba con una mezcla de impaciencia

y fascinación los torpes e inseguros movimientos del Gryffindor, maldiciendo en su fuero interno a
la enfermera, que no llegaría hasta el

día siguiente.

- Treinta y seis. –dijo al llegar al rellano.

Potter asintió.

- De todas formas, Puky te ayudará con las escaleras y con todo lo que sea necesario. –le dijo– De
hecho, está a tu único y exclusivo

servicio a partir de ahora. Pídele lo que necesites.

- Gracias. –dijo el Gryffindor en el mismo tono impersonal con el que había hablado desde el
principio

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Fueron apenas unos segundos los que Draco se cuestionó el porqué de aquella extraña sensación
en el estómago. El porqué no podía sentir

la añorada y exultante sensación de triunfo que había esperado, como cuando lograba meterle en
un buen aprieto con Snape, en Hogwarts.
- ¡Puky! –ordenó tan punto llegaron a la habitación– Ocúpate del Sr. Potter.

- Si amo.

El pequeño elfo se apresuró a tomar la mano de la que Draco se desprendió con alivio.

- Discúlpame, tengo asuntos que atender. –se excusó ansioso por desaparecer de allí– El elfo te
traerá la comida a la habitación, si lo

deseas. Yo tengo que salir.

Draco sólo hizo una pequeña inclinación de cabeza, sin pararse a pensar que Harry no podía verla y
abandonó el cuarto con rapidez.

***

Durante las semanas siguientes, Draco estuvo muy ocupado. Tal como le había prometido al
Ministro Scrimgeour, había empezado a

trasladar algunos de sus negocios a Inglaterra. Buscar los emplazamientos adecuados, locales,
contratar personal, en definitiva, poner en

marcha sus compañías no era cosa de dos días. Aunque, por supuesto, el Ministro le había dado
todas las facilidades y había puesto a un

par de funcionarios a su disposición para ayudarle en todos los trámites. Fácilmente se le hacían
las nueve de la noche revisando papeles,

firmando documentos y calculando costes. Esa había sido su vida desde que había abandonado
Inglaterra. Y le gustaba. Le daba seguridad.

Los números no mentían. Dos y dos siempre serían cuatro, en Zürich o en Inglaterra. Su madre
solía decirle que, a pesar de que Lucius

había sido un hombre concienzudo con sus finanzas, la visión de Draco para los negocios superaba
ampliamente la de su padre. Además, él

no tenía otros asuntos que distrajeran su mente como había sido el caso de su progenitor. Así que
se había dedicado a ello en cuerpo y

alma. Y por primera vez en su vida, lejos de presiones y de la permanente angustia de no cumplir
con las expectativas de Lucius, había

sentido algo parecido a lo que debía ser la felicidad. Y a no ser por el empecinamiento de su madre
en casarle, esa felicidad hubiera sido

completa.

Aquella noche Draco abandonó el despacho que sus abogados le habían cedido en sus oficinas un
poco más temprano de lo que venía

siendo habitual. Ese mediodía Pansy le había ido a buscar a la hora de comer y cuando le había
preguntando como andaban las cosas con
su nuevo inquilino, se había dado cuenta de que no le había vuelto a ver desde la tarde de su
llegada. Sabía que Lupin acudía puntualmente

cada semana para visitarle, porque había habilitado las protecciones mágicas de su mansión para
que cada miércoles permitieran entrar al

licántropo. La verdad era que se había prácticamente olvidado de Potter, como de un tema
molesto en el que se prefiere no pensar. No le

quedó más remedio que reconocer que había prestado muy poca atención a lo que ocurría en su
propia casa, sumergido totalmente en su

trabajo. De todas formas, las cosas debían funcionar bastante bien, porque de lo contrario ya
habría tenido el hocico del licántropo

resoplando en su nuca. Pero, para estar totalmente seguro, decidió que esa noche llegaría
temprano y cenaría en casa por primera vez en

días.

Mientras esperaba la hora de la cena y decidía si subir a ver a Potter en ese momento o después,
repasó el correo que había llegado por la

mañana. Entre la numerosa correspondencia encontró la notificación de la primera visita del


asistente social del Ministerio. Draco repaso

mentalmente su agenda y comprobó con fastidio que tendría que cancelar la reunión del viernes
por la mañana con los agentes

inmobiliarios. Debía estar presente cuando el tipo del Ministerio visitara a Potter.

Puky apareció en ese momento para informarle de que la cena estaba lista. Bien, iría a ver a Potter
después.

- Por cierto, Puky, ¿cómo le va al Sr. Potter? –preguntó mientras éste le servía.

El elfo abrió mucho los ojos y sus orejas oscilaron nerviosamente hacia abajo. El pequeño ser
empezó a titubear y después a pedir

disculpas para, a continuación, empezar a golpearse la cabeza contra las patas de la mesa. Draco le
ordenó que se detuviera, primero

sorprendido y después enojado, temiéndose algún desatino por parte de su sirviente.

- ¡He dicho que basta, Puky! –vociferó al final, viendo que éste no se detenía en su auto castigo.

- ¡El amo ordenó servir al Sr. Potter, amo! ¡Pero Punky no lo ha hecho, amo! ¡Punky merece el
castigo!

Draco masajeó sus sienes con cansancio. Una pequeña venita en su sien empezó a palpitar
anunciando la eminente jaqueca.

- ¿Y por qué me has desobedecido? –preguntó, esperando alguna respuesta estúpida.


- ¡Esa mujer no me deja entrar, amo! ¡No deja que Punky se acerque al Sr. Potter!

Draco alzó una platinada ceja, nuevamente sorprendido. Bueno, si por el mismo sueldo la
enfermera hacia las funciones de elfo también,

no iba a ser él quien se lo recriminara.

- ¡Puky le oye gemir y sollozar, amo! –dijo Puky empezando a golpearse otra vez contra una de las
patas de la mesa– ¡Y Punky no puede

hacer nada, amo! ¡Punky está seguro de que el Sr. Potter está enfermo, amo!

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¡Mierda! Potter enfermo y él sin enterarse. El de asuntos sociales llegaría en dos días y Lupin sería
capaz de… ¡a la mierda con Lupin! ¡Se

iba a enterar esa enfermera por no mantenerle al corriente! Enojado, dejó caer el tenedor y
arrojando después la servilleta sobre la mesa

con furia, salió airado del comedor. Subió las escaleras ya de muy mal humor. Estaba cansado y la
jaqueca empezaba a hacerse notar. Lo

que menos deseaba en ese momento era tener que lidiar con problemas domésticos. Cuando
finalmente llegó a la habitación e intentó abrir

la puerta, no pudo. Alguien había puesto un hechizo en ella.

- ¡Lárgate maldito remedo de sirviente! –se oyó la voz furiosa de la enfermera desde el otro lado
de la puerta.

- ¡Abra, Frida! –ordenó Draco en un tono que no dejaba otra alternativa.

Se oyeron unos pasos apresurados y a los pocos segundos el rostro rollizo y azorado de Frida
apareció tras la puerta.

- Lo siento, señor Malfoy. No sabía que era usted. –se excusó– Este maldito elfo no hace más que
incordiar.

Puky se escondió tras su amo y Draco miró a la mujer con aire de estar perdonándole la vida.

- Vengo a ver como está Potter. –dijo secamente.

- Bien, señor. Como siempre. –dijo ella bajando la voz y señaló la cama– Ahora duerme.

Draco miró a la enfermera con desconfianza. Nadie que no fuera él ponía hechizos en SU propia
casa que le impidieran acceder a SUS

propias habitaciones. Se acercó a la cama donde Potter descansaba. Efectivamente, parecía


dormido. Aunque su aspecto pálido y
demacrado no le gustó demasiado.

- ¿Está enfermo? –preguntó.

- ¡Por supuesto que no, señor Malfoy! –aseguró la enfermera.

Sin embargo, algo en la expresión excesivamente amable de la mujer le hizo recelar.

- ¿Sigue dándole esa poción? –inquirió.

Frida dirigió su mirada hacia la cama y puso cara de lástima.

­ Es una pena, tan joven… –dijo con voz apenada– Pero me temo que todavía sería demasiado
peligroso no hacerlo, señor.

Draco dirigió otra vez sus ojos hacia donde el Gryffindor dormía.

─ La Mb. Arashi dijo que había que ir reduciendo la dosis paulatinamente. –le recordó.

─ Así es señor. –confirmó ella– Es lo que estoy haciendo.

─ Bien. –Draco echó una última mirada a la cama– Asegúrese de que esta puerta esté siempre
abierta. –le advirtió.

Y no pudo dejar de percibir el claro alivio de Frida cuando abandonó la habitación sin hacer más
preguntas. Draco volvió al comedor

pensativo, seguido del elfo.

- ¿Y cuándo dices oír esos gemidos y sollozos? –preguntó mientras retomaba los cubiertos y
empezaba a cenar.

- Cada noche. –contestó el elfo– Puky se queda detrás de la puerta todas las noches, porque esa
mujer no le deja entrar.

Draco sabía que un elfo no le mentía a su propio amo. Entre otras cosas, porque no podía. Así que
si Puky había oído gemidos y sollozos,

es que los había oído. Tal vez sólo fuera que a media que Potter iba recuperando el nivel de
conciencia que la poción le había quitado, la

realidad le resultaba demasiado dura de aceptar. De todas formas, estaba dispuesto a llegar al
fondo del asunto. No quería sorpresas el día

que el mago de asuntos sociales se presentara para su evaluación.

- Muy bien, –habló– harás como cada noche. Y en cuanto esos… sollozos empiecen quiero que me
avises inmediatamente.

- Si, amo.

- Búscame en el salón.

- Si, amo.
El elfo se retiró, francamente aliviado de no recibir ningún castigo, tal como había creído que
sucedería.

24/6/2015 <b>OSCURIDAD</b> Por Livia

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Cuando Puky fue a buscarle tres horas después, Draco ya se había adormilado en su sillón, rendido
por el cansancio y por la poción que

había tomado para el dolor de cabeza. Abandonó el salón seguido del pequeño sirviente y subió
las escaleras con rapidez. A medida que se

acercaba, podía oír con mayor claridad los sollozos de los que el elfo había hablado. Comprobó
con enojo que el maldito hechizo estaba

otra vez en la puerta. Reprimiendo su furia la abrió silenciosamente y penetró en la habitación,


que ahora estaba en penumbra.

Esta vez, aunque Potter parecía seguir dormido, no estaba quieto y tranquilo como cuando le
había visitado horas antes, sino que se movía

agitadamente en la cama. Pronunciaba palabras ininteligibles ahogadas por los sollozos que
rompían su voz. Frida estaba sentada a su lado,

y la primera impresión de Draco fue que trataba de calmarle. Pronto se dio cuenta de que no era
así.

La enfermera tenía su varita en la mano, y la agitaba por encima de la cabeza del Gryffindor,
mientras sus labios se movían en un casi

imperceptible murmullo. Su expresión en ese momento no tenía nada que ver con el rostro
amable y compasivo que le había mostrado a

Draco durante su visita. Sus ojos brillaban extraviados en un placer sádico y vengativo, mientras
sus labios se curvaban en una sonrisa

cruel.

─ ¿Qué cree que está haciendo? –preguntó Draco sin alzar la voz.

Frida dejó escapar un grito, sorprendida en su vil entretenimiento, y se levantó de un salto de la


cama. La varita salió volando de su mano y

fue a parar a la de Draco.

- Repetiré la pregunta, ¿qué cree que estaba haciendo? –dijo otra vez Draco con voz helada.

La enfermera pareció recuperarse del sobresalto sufrido y endureció nuevamente su mirada,


llevándola a un punto de maldad que

distorsionó sus aparentemente bonachonas facciones.


- Lo que merece. –respondió con desdén.

- ¿Qué pretendía? ¿Volverle loco? –masculló Draco entre dientes.

La sonrisa sádica asomó otra vez a los labios de la mujer.

Un par de horas más tarde, y sin que a Draco le importara lo intempestivo de la hora, una
sorprendida y compungida Pansy aguantaba el

chaparrón sentada en el sofá de su propio salón, junto a un soñoliento y malhumorado Blaise.

Draco estaba furioso. Y furioso era decir poco.

- ¿Te das cuenta del lío en el que estoy metido ahora? –renegaba el rubio intentando controlar sus
estribos– Si el asistente social se da

cuenta de que Potter ha estado sufriendo pesadillas inducidas estoy perdido, Pansy. ¡Y ya no
digamos si llega a enterarse Lupin! ¡Justo lo

que ha estado esperando! –paso una mano por su pelo con desesperación– ¡Maldita sea, Pansy!
¿Cómo se te ocurre enviarme a la viuda de

un mortífago? –acabó ya gritando, fuera de si– ¡Es a Potter a quien tengo en mi casa, por todos los
dioses! ¿O acaso pretendías ponerle el

camino fácil al Ministerio para que pueda expropiarme y yo acabe con mis huesos en Azkaban
acusado de intentar cargarme al héroe?

­ No es para tanto, Draco… –gruñó Blaise recostándose en el sofá con mal disimulada pereza–
…unas cuantas pesadillas no matan a nadie.

El rubio le envió una mirada helada y el otro se encogió de hombros.

­ Lo siento, Draco. No pensé… –intentó disculparse su amiga, al borde de las lágrimas.

- ¡No pensaste! –bramó él– ¡Se trata sólo de humillarle, Parkinson! ¡De avergonzarle por tener que
aceptar mi ayuda! ¡De que viva

sabiendo que tendrá que estarme agradecido por el resto de su puñetera vida! ¡NO DE QUE UNA
ENFERMERA RESENTIDA LE

VUELVA LOCO CON EL FIN DE QUE ACABE SUICIDÁNDOSE!

Draco siguió paseando nerviosamente por el salón.

­ E…era una amiga de mi madre. –trató de justificarse Pansy entre sollozos– Me dijo que
necesitaba el trabajo. Pero te ayudaré. –se

ofreció de buena fe– Te ayudaré a buscar a alguien.

- ¡Oh, por supuesto que lo harás! –respondió él, tajante– ¡Desde mañana mismo, Pansy!

***
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Draco seguía todavía bastante furioso con su amiga. Aunque la visita del asistente social había ido
mucho mejor de lo que esperaba. Pero

al Slytherin no le gustaba que le llamaran la atención, cosa que había hecho el mago del Ministerio
por no haber sustituido todavía a la

enfermera que había despedido y por no haberla elegido desde el principio con más cuidado. La
posterior llamada de la Mb. Arashi vía

floo mordió todavía más su orgullo. Estaba enojada porque no se habían seguido sus instrucciones
con respecto a las dosis de la poción

tranquilizante, ya que ello iba a retrasar el proceso de adiestramiento del Sr. Potter. Exigió que le
llevara de inmediato al hospital para

realizarle un chequeo. Draco tuvo que morderse la lengua y aceptar la orden.

Y como se temía, despistar a la medibruja no había sido tan fácil como al asistente social.
Comprendió que sospechaba algo cuando le

comunicó que esperaba ver a Potter en su consulta dentro de dos semanas para una nueva
revisión.

- Le haré directamente responsable de cualquier incidencia en la salud del Sr. Potter. –le había
amenazado con expresión agria– Ya le

advertí en su momento que cuidar de él no iba a ser cosa fácil.

Y Draco tuvo que morderse la lengua otra vez, cosa a la que no estaba acostumbrado y tragarse las
ganas de vociferar que él no tenía la

culpa de los errores de los demás.

No, cuidar personalmente de Potter no había entrado en ningún momento dentro de sus planes.
Pero encontrar una enfermera que le

inspirara la suficiente confianza después de lo ocurrido le estaba resultando muy difícil.


Principalmente porque Draco no era persona de

confiar en nadie. Y no estaba dispuesto a aceptar a ninguna de las del hospital, por temor a que no
fuera más que una correveidile para la

Mb. Arashi.

Y no es que ocuparse de Potter estuviera resultando tan complicado como la medibruja insinuaba.
En realidad, en esos momentos el
Gryffindor no era más que una dócil sombra del héroe que alguna vez fue. Además, Puky estaba
pendiente de él la mayor parte del tiempo

y Draco sólo tenía que preocuparse de ir disminuyendo la medicación. Potter se pasaba el día
sentado en uno de los sillones de su

habitación, apenas hablaba ni mostraba interés en moverse de allí. El elfo le llevaba la comida y le
ayudaba en todo lo que era necesario.

Sólo las noches a veces eran un poco más complicadas. Cuando parecía vivir todavía las
consecuencias del maleficio de la maldita

enfermera. Aunque Draco no estaba totalmente seguro de que las pesadillas no hubiera sido un
hecho habitual en las noches de su ex

compañero de escuela.

Desde esa noche en la que había sorprendido a la enfermera ejecutando su retorcido plan, Draco
había vuelto cada noche a la habitación de

su invitado antes de acostarse él mismo. Con la excusa de dejar preparada la dosis de poción que
Puky debía suministrarle al día siguiente

con el desayuno. Después, ya que estaba allí, se sentaba un rato y le observaba hasta asegurarse
de que el sueño iba a ser tranquilo. No

sabía porque lo hacía. Remordimientos, se dijo. Por haber dejado a una persona, ahora incapaz de
defenderse, expuesta a una situación que

no podía adivinar, ni de la que podía protegerse.

Si la noche se presentaba agitada le daba un poco de poción para dormir sin sueños, tal como le
había indicado la medibruja. No iba a

permitir que en la próxima revisión Arashi tuviera nada que recriminarle. Aunque lo que ésta
nunca sabría era que Draco había descubierto

otra forma de calmar al Gryffindor, que no confesaría ni bajo amenaza de tortura: dejar que Potter
cogiera su mano.

Había sido de forma casual al principio. Cuando Potter en uno de sus desesperados manoteos
había tropezado con la mano de Draco, que

reposaba sobre la colcha. El primer instinto del rubio había sido soltarse de inmediato. Pero Potter
le agarraba con tanta fuerza, que había

decidido esperar a que se tranquilizara un poco. Y para su sorpresa, el Gryffindor se había


sosegado más fácilmente que otras veces. En

ese momento siempre le invadía una sensación extraña. Porque ese contacto le incomodaba y al
mismo tiempo le producía un ligero

encogimiento en el estómago.
Potter no era consciente de ello, por supuesto. De otra forma el Slytherin jamás se lo habría
permitido.

Ahora Draco no podía evitar pensar que, a pesar de los odios pasados y de todas las broncas que
habían tenido con Potter y sus amigos, era

cuanto menos triste verle así. Si eso era todo lo que había conseguido por ser el héroe del mundo
mágico, más le hubiera valido que el

Señor Oscuro se lo hubiera cargado de buenas a primeras, junto a sus padres. La vida podía ser
muy desagradecida a veces, concluyó el

Slytherin.

Después de de casi dos meses y a pesar de haber elaborado con gran entusiasmo el plan para
mortificar a su enemigo de escuela, sentía

como ese entusiasmo se iba deshinchando a medida que pasaban los días.

Continuará...

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Capitulo III por Livia

Notas del autor:

Disclaimer: Ya me gustaría, pero aparte de los personajes que han surgido de mi imaginación, los
demás no

son míos.

Gracias a Eire por betear.

NOTA:No hace mucho que subí el capitulo anterior, pero es mi regalito antes de irme de
vacaciones, ya que

no volveré a actualizar seguramente hasta finales de agosto o principios de septiembre. ¡FELICES

VACACIONES!

CAPITULO III

Estaban casi a finales de Abril. Pronto se cumplirían dos meses desde que había firmado aquella
insensata tutela. La que le había

precipitado en un pozo de responsabilidades y obligaciones que tan siquiera imaginó.


Tras la última visita, la Mb. Arashi le había dicho que se las arreglara como quisiera pero que tenía
que conseguir que Potter abandonara

ese sillón y saliera de su habitación. Pronto la presencia de la poción en el cuerpo de su tutelado


sería mínima y tendría que empezar a

enfrentarse a la realidad que le esperaba tras la puerta en la que se protegía. No podía seguir
permitiendo que se aferrara a esas cuatro

paredes, que ahora ya eran para él tan familiares y seguras como lo había sido su habitación de
hospital.

- Dentro de diez meses el Sr. Potter tendrá que encararse él sólo al mundo. O al menos eso es lo
que Ud. prometió. –le había recordado la

medibruja con acritud– Y no lo conseguirá si sigue atrincherado en esa habitación, con un elfo que,
menos masticarle la comida, lo hace

todo por él.

Draco pensó, molesto, que esa mujer se las arreglaba siempre para encontrar la manera de
recriminarle la tutela de Potter y hacerle sentir

que había sido la peor decisión de su vida. Y aunque ahora también él fuera de la misma opinión,
no estaba dispuesto a darse por vencido y

a humillarse dándole la razón. Eso sería lo último. Así que muy a su pesar, decidió que a partir de
ese momento, aunque tuviera que

modificar su rutina de trabajo, comería en la mansión cada vez que le fuera posible. Empezando
por ese mismo día.

Con la confianza que da la seguridad de haber tomado la decisión correcta, ordenó a Puky que
subiera a buscar a Potter y le acompañara al

comedor. A los pocos minutos, el elfo apareció de nuevo con semblante compungido, diciendo
que el Sr. Potter no quería bajar y que no

había manera de convencerle. Tras dudar unos segundos, Draco se levantó de la mesa fastidiado y
se encaminó hacia la escalera,

diciéndose mentalmente que no debía perder la paciencia, que eso era lo que precisamente
esperaba la medibruja de él.

Como siempre, encontró a Potter sentado en el sillón frente a la chimenea, callado e inmóvil.
Respiró hondo y avanzó con decisión. Se

plantó ante él, cruzó los brazos y buscó el tono más autoritario de todo su repertorio.

- ¿Por qué no quieres bajar, Potter? –le preguntó.

La cabeza del Gryffindor se movió apenas en dirección a la voz y Draco se dio perfecta cuenta de
cómo sus manos se crispaban sobre los
brazos del sillón.

- Sé que ya no estás tan aturdido como pretendes hacerme creer. –le hizo saber– Así que espabila
y mueve tu culo de ese sillón.

El Gryffindor siguió inmóvil. Draco volvió a respirar hondo antes de hablar.

- Entiendo que te sientas más seguro aquí. –le dijo, tratando de sonar comprensivo– Pero alguna
vez tienes que dejar esta habitación. Y

hoy es tan buen día como cualquier otro.

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Depositó su mano sobre el brazo de Potter, para indicarle que se levantara. No obstante, él no se
movió.

- Por las buenas, o por las malas Potter. –gruñó, empezando a perder la paciencia.

Notó el estremecimiento que recorrió el cuerpo del joven sentado y Draco se golpeó mentalmente
por lo que acababa de decir. Se trataba

de sacarle de la condenada habitación, no de aterrorizarle y que luego se lo contara al asistente


social. Ya había sido demasiada suerte que

no pudiera recordar los manejos de la enfermera apenas un mes atrás.

- Me refiero a que saldrás de aquí de todas formas, –aclaró– aunque tenga que levitarte. Tú
mismo.

Con franco alivio, vio como por fin Potter buscaba con la mano el bastón que tenía apoyado contra
el brazo del sillón y lo encontraba.

Después se levantó y se quedó de pie frente a él. Extendió la mano. Entonces Draco se dio cuenta
de que buscaba su brazo para poder

asirse a él, como había hecho el día que había llegado. Tal como le había recriminado también la
medibruja, Draco no se había molestado

en recorrer con el Gryffindor la casa, ni siquiera el cuarto donde dormía para ubicarle. Un ciego
necesita saber las dimensiones de una

habitación, donde está la puerta, la ventana, los muebles, para poder aprenderlo y poder moverse
con seguridad en ella, le había dicho. Él

simplemente se había limitado a depositar toda esa responsabilidad en Puky y a olvidarse de


Potter. Pero un elfo está acostumbrado a

servir, no a enseñar. Y facilitarle la vida a su huésped había sido lo que había hecho el pequeño y
solícito sirviente. Por primera vez, Draco
se preguntó si Potter no habría salido antes de la habitación porque nadie le había enseñado
cómo, ni qué podía encontrar una vez fuera.

─ ¿Podrás seguirme así? –preguntó afianzando la mano del otro joven en su codo.

El Gryffindor asintió y lentamente, Draco emprendió la marcha. Al llegar a las escaleras le recordó
que eran treinta y seis escalones y le

guió en el descenso, un peldaño por delante de él. Cuando por fin arribaron al comedor, le ayudó a
sentarse y con un silencioso suspiro de

alivio se dirigió hacia su propia silla, al otro lado de la mesa y también se sentó. Bueno, después de
todo no había sido tan difícil, pensó

satisfecho de si mismo. La comida estaba ya en la mesa. Tomó la cuchara y estaba a punto de


introducirla en el delicioso consomé que los

elfos de la cocina habían preparado cuando se dio cuenta de que Potter seguía inmóvil.
Recriminándose mentalmente nuevamente su

estupidez, se levantó y acudió a su lado.

─ El primer plato es consomé. –le aclaró mientras llevaba su mano derecha hacia los cubiertos–
Aquí tienes la cuchara… y el cuchillo. –

tomó su mano izquierda– Aquí está el tenedor, el plato… –Potter palpó el borde y después sus
dedos chocaron con el tazón– …y la copa

está frente al plato, ¿de acuerdo?

El Gryffindor asintió en silencio. Tras contemplarle durante unos segundos, Draco regresó a su
lugar en la mesa.

No supo si fue en el momento en que sintió sus manos bajo las suyas, dejándose llevar. O cuando
torpemente Potter volcó la copa y su

contenido se extendió por el mantel y aquel pequeño incidente pareció altearle tanto. Tal vez
fuera cuando llegado el postre, en un

arranque que le sorprendió a él mismo, decidió pelar una manzana, cortarla en gajos y dejársela
en el plato, al alcance de la mano.

Simplemente Draco se había dado cuenta de que nunca había ayudado a nadie y de que nunca
nadie le había ayudado a él. Si acaso había

recibido órdenes; se le habían dado instrucciones y normas que cumplir. Su padre le hubiera
molido a Cruciatus si se hubiera enterado de

que su hijo, un Malfoy, se rebajaba a pedir ayuda de alguien fuera cual fuera el motivo. Si bien su
padre ya le había molido con esa

maldición por otras muchas razones que ahora no quería recordar. Draco había crecido solo y se
había acostumbrado a ser autosuficiente y
a no depender de nadie. También a que nadie dependiera de él. Y no es que Potter le estuviera
pidiendo ayuda. No con palabras. Pero todo

lo que el Gryffindor callaba, cada uno de sus gestos lo gritaba a voces. Y Draco siempre había
tenido muy buen oído. Aunque sólo ahora,

había empezado a escuchar.

A partir de ese día, Harry desayunó, comió y cenó con Draco, siempre que éste se encontraba en la
mansión. Aunque los primeros días

había seguido resistiéndose un poco, acabó por acostumbrarse a subir y bajar escaleras, a veces
con la ayuda de Puky otras con la del

dueño de la mansión, y a tomar sus comidas en compañía. Y a pesar de que todavía no había
logrado mantener ninguna conversación con

él, Draco no perdía la esperanza. Porque estaba seguro de que si no se esforzaba en tratar de
charlar con su invitado, la medibruja también

se lo recriminaría.

A mediados de Mayo, a pesar de haber dejado de tomar la poción tranquilizante, Potter parecía
encontrarse calmado y relajado. Puky no le

había descrito ningún síntoma que pudiera hacer sospechar que la conducta violenta que tanto
preocupaba a la medibruja Arashi pudiera

volver a reproducirse. El asistente social se había mostrado complacido después de su última visita
y tampoco había recibido ninguna

queja, al menos alguna realmente importante, de la quisquillosa medibruja. Estaba tan satisfecho
y orgulloso de si mismo, que incluso

había dejado que el pobretón y la sangre sucia acompañaran a Lupin en su última visita.

***

Aquella noche Draco estaba especialmente cansado. Había estado revisando papeles hasta tarde
junto a sus abogados, ultimando los

últimos detalles de la puesta en marcha de la primera empresa que entraría en funcionamiento en


apenas una semana. A pesar de todo,

subió las escaleras en busca de Potter, al ver que Puky no le había llevado todavía hasta el
comedor, como ya era habitual. Pensó con

optimismo que quizá la visita de sus amigos aquella tarde hubiera animado lo suficiente al
Gryffindor como para lograr mantener una

mínima conversación con él.

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Llamó a la puerta y sin esperar respuesta entró. La habitación estaba vacía. Un pequeño ruido
procedente de la puerta frente a él le dio la

pista de que el Gryffindor debía estar en el baño. Así que esperó. Por los sonidos que llegaban a
través de la puerta parecía como si buscara

algo que no encontraba, como si estuviera revolviendo cajones y armarios. Draco se preguntó si
sería correcto entrar y ayudarle. Pero de

repente el ruido cesó y ya no se oyó nada más. Seguramente había encontrado lo que buscaba.

─ Potter, ¿estás bien? –preguntó– La cena ya está lista.

No hubo respuesta. Algo inquieto y tras unos momentos de vacilación, Draco resolvió abrir la
puerta, aún a riesgo de sorprender al

Gryffindor en algún momento íntimo. Nada más entrar, el destello del pequeño objeto que Potter
tenía en su mano fue suficiente para que

el corazón le diera un vuelco. Se abalanzó sobre él, sintiendo que el pánico le invadía e intentó
arrebatarle la cuchilla que sostenía en su

mano derecha. Al sentirse atrapado, Potter se defendió con más fuerza de la que Draco hubiera
esperado y acertó el primer codazo en

pleno estómago del Slytherin. Draco se encogió durante unos segundos, pero no le soltó. Siguió
sujetando su muñeca, sacudiéndola

después con fuerza para hacerle soltar la fina hoja de acero cuyo filo tenía ya un reborde rojizo.

─ ¡Suéltala, maldita sea! –masculló inútilmente– ¡Suéltala!

Pero la desesperación parecía darle fuerzas al Gryffindor, que se retorcía y trataba de librarse del
fuerte agarre del rubio, ya fuera a patadas

o golpeando con la mano que tenía libre. La que ya tenía un pequeño corte en la muñeca, que
para alivio de Draco no era más que una leve

herida.

Harry trató de empujar al Slytherin, hacia atrás con su cuerpo y darse la vuelta para de esta forma
liberar su muñeca más fácilmente. Pero

Draco, algo más alto que él, le sujetaba firmemente contra su pecho con su brazo libre. Al no
conseguir su propósito, el moreno dio una

fuerte patada acertando uno de los tobillos de Draco, logrando que perdiera el equilibrio y que
ambos cayeran al suelo. Durante unos
segundos, el Gryffindor debió pensar que lo había logrado, porque casi consiguió incorporarse.
Pero un tirón en la muñeca que Draco

todavía sujetaba le hizo soltar un grito de rabia. El consiguiente forcejeo hizo que ambos jóvenes
rodaran por el amplio baño durante unos

instantes. Al final, la mayor envergadura física de Draco y sin lugar a dudas, la facultad de éste de
poder ver los movimientos del otro, se

impuso.

─ ¡Déjalo ya, Potter! –jadeó logrando inmovilizarle por fin bajo su cuerpo– ¡Y suelta la cuchilla!

¡Terco Gryffindor! Golpeó varias veces contra el suelo la mano que tenía todavía agarrada por la
muñeca.

─ ¡He dicho que la sueltes!

Harry dejó escapar un quejido de dolor y esta vez la mano se abrió, soltando el cortante objeto
que se deslizó velozmente con el impulso

de la sacudida hasta chocar contra la pared, rebotar, y quedar inmóvil a pocos centímetros de ella.

Durante unos momentos, Potter se quedó quieto, resollando, y Draco todavía con todos los
músculos tensos y resoplando también, pensó

que por fin se había dado por vencido. Sin embargo, de improviso se retorció como una anguila,
tratando de golpearle nuevamente y el

rubio tuvo que hacer acopio de todas las energías que le quedaban para seguir manteniéndole
inmovilizado bajo su cuerpo.

- ¡Suéltame! –exigió Potter con voz ronca.

- No hasta que te tranquilices. –jadeó Draco, sorprendido a pesar de todo de oír su voz.

Harry seguía intentando liberar su muñeca, que Draco todavía tenía atrapada. Pero el Slytherin no
pensaba darle la oportunidad de que

pudiera apoyarse en las dos manos y ciego o no, lanzarle contra alguna pared, armario o bañera.
No iba a cometer el error de subestimarle

otra vez. Dejando aparte su potencial mágico, físicamente Potter era mucho más fuerte de lo que
parecía a primera vista. Draco era

consciente de que había necesitado de todas sus fuerzas para dominarle y no quería ni pensar en
lo que sucedería si el Gryffindor

empezaba a descontrolarse mágicamente. Las palabras de la Mb. Arashi volvieron a su mente, esta
vez, en toda su magnitud.

─ ¡Suéltame, maldita serpiente! –escupió Harry con rabia– ¿No te has reído ya lo suficiente?
¿Todavía necesitas más diversión?
─ Esto no me divierte. –respondió Draco tras unos segundos– Sólo pretendo ayudarte. Y era cierto.
Aquella situación realmente nunca

había llegado a resultarle divertida. Potter lanzó entonces una carcajada histérica.

- ¡Un huevo vas a querer ayudarme, Malfoy!

- Hablo en serio Potter. –se reafirmó Draco, consciente de que a pesar de todo esas palabras
debían sonar totalmente ridículas en su boca.

- ¡Si en realidad quisieras ayudarme, no me hubieras detenido hace unos momentos, maldito
idiota!

Draco se quedó en silencio, frenando nuevamente los rabiosos intentos del otro joven por
deshacerse del peso de su cuerpo sobre él. Ahora

que había logrado retener también su otra mano, el Gryffindor jadeaba frenético, incapaz de
librarse de aquel aplastamiento. Agotado y

enfadado, Draco se preguntó cómo no se había dado cuenta, cómo no le había visto venir.
Después de todo, parecía que no había

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escuchado tan bien como creía. Dejó caer su cabeza sobre el hombre de Potter con gesto abatido.

─ Si te calmas y prometes no golpear ni patear, te soltaré. –concedió– Pero no sin antes


explicarme lo de esa cuchilla.

─ ¿Temes que un pobre ciego pueda hacerte daño, Malfoy? –se burló el moreno, eludiendo la
segunda cuestión.

─ Temo que tú puedas hacer daño.

─ ¡Y una mierda!

El Gryffindor tenía el rostro enrojecido por el esfuerzo en debatirse, por la rabia y las lágrimas que
pugnaban por salir y que retenía con

todas sus fuerzas.

─ Claro que, cómo quedarías tú Malfoy, si un ciego lograra burlarte. –resopló con sarcasmo– Cómo
se lo explicarías al Ministerio, ¿eh,

Malfoy?

Bueno, ese si era definitivamente Harry Potter, se dijo Draco, no muy seguro en esos instantes de
que se alegrara de tenerle de vuelta. Pero
si quería guerra, por Merlín que la tendría. Después de todo, ¿no era lo que había estado
esperado?

─ ¿El mismo Ministerio que te ha vendido a cambio de unos cuantos puestos de trabajo, Potter? –
contraatacó entonces Draco susurrando

junto a su oído– A Scrimgeour no le costó mucho tomar esa decisión, créeme. Es más, creo que le
importa un carajo lo que pase contigo

mientras yo le dé lo que él quiere.

Harry volvió bruscamente la cabeza, intentando apartar de él la fría y mortificante voz.

─ ¿Quién te iba a echar de menos, Potter? –continuó Draco en tono mordaz– ¿Ese licántropo que
no tiene donde caerse muerto? ¿Esa

sabelotodo sangre sucia que vive en los libros, esos que tú ya no puedes leer ni compartir con ella?
¿O la comadreja cuya familia no ha

sido capaz de acogerte porque les hubieras dado más problemas de los que ya tienen?

─ ¡Cállate! –gritó Harry.

─ Solo te quedo yo, Potter… –le dijo con sarcasmo– Que desilusión, ¿verdad?

El Gryffindor negó violentamente con la cabeza y sus negros cabellos rozaron suavemente el
rostro de Draco, provocándole una agradable

cosquilleo.

─ Hazte a la idea de que ahora dependes de mí y que yo no voy a compadecerte como lo han
hecho ellos. –dijo tratando de que su voz no

flojeara.

Podía sentir como el cuerpo de Potter temblaba bajo el suyo, sacudido por los sollozos que
vanamente intentaba reprimir. Y en ese

momento Draco quiso abrazarle. Hundir su rostro en aquel suave cabello negro que rozaba su
mejilla con cada pequeña sacudida. Decirle

que podía llorar cuanto quisiera porque él estaría allí para secar sus lágrimas. Y para evitar que
volviera a derramarlas. Para tomar otra vez

su mano y tranquilizarle si alguna idea demasiado peligrosa volvía a cruzar por su cabeza.

─ He prometido hacer de ti un ciego de provecho y eso es lo que vas a ser. –fue lo que dijo en su
lugar– Un Malfoy jamás falta a su

palabra, tenlo presente. Así que se acabaron las contemplaciones, Potter.

Le soltó bruscamente y se puso en pie, con el cuerpo y el corazón doloridos. Recogió la cuchilla y
revolvió en el armario en busca de más
objetos que el Gryffindor pudiera utilizar para auto agredirse, sacando de él unas tijeras y un
pequeño corta uñas.

─ Ahora levántate. –ordenó– Te espero abajo para cenar. No me hagas volver a subir a buscarte.

Pasados unos minutos, Harry se incorporó lentamente hasta quedarse de rodillas. También estaba
magullado. Pero el cuerpo era lo que

menos le dolía. Tanteó en busca de sus gafas oscuras, caídas durante la pelea, pero no las
encontró. Por supuesto, no vio el pie que estuvo a

punto de empujarlas para que él las encontrara y que al final reprimió su impulso para poder
seguir contemplando aquellos hermosos ojos

verdes que se habían ocultado tras ellas hasta ese momento. Las lágrimas todavía resbalaban por
las sofocadas mejillas de Harry. Se sentía

humillado y miserable. Burlado. Y si alguna vez había odiado a Malfoy, ese sentimiento no era
nada comparable con el que en ese

momento quemaba en su pecho. Pero no era al único.

Scrimgeour había planteado la cuestión y Remus le había dado el empujón final. Es una gran
oportunidad, Harry, le había dicho el propio

Ministro. Ojalá aparezcan más personas como el Sr. Malfoy dispuestas a ayudar a otros como tú,
Harry, había continuado diciéndole,

orgulloso de si mismo. Y ese otros como tú se le había clavado como una espina abriéndose paso a
través de su espesa conciencia. Una

más. O mejor dicho, se había clavado en su orgullo. El que se tenía que tragarse cada vez que
alguien le ayudaba hasta en las cosas más

sencillas y habituales. Todo cambiará cuando tengas el adiestramiento adecuado, Harry, había
tratado de animarle Remus. Será duro al

principio, pero verás como al final lo agradecerás. No, no lo vería, había estado a punto de decirle.
Ahí estaba el quid de todo el asunto.

Que no había nada que él pudiera ver.

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Parecía que todos eran incapaces de entender que cuando despertaba por las mañanas no era
precisamente agradecimiento por seguir

todavía vivo lo que sentía. Ahora no había diferencia entre cerrar los ojos o tenerlos abiertos. Que
fuera de día o de noche. Que en la
habitación las lámparas estuvieran encendidas o apagadas… Se sentía indefenso y asustado la
mayor parte del tiempo. Angustiado por

cada paso que tenía que dar. Avergonzado cada vez que su mano tanteaba en busca de cualquier
objeto y era finalmente conducida por otra

mano que le ayudaba a alcanzarlo. Aquella sensación de completa inutilidad era tan sofocante,
que incluso se hubiera negado a comer para

evitarse la duda de si el tenedor iba a encontrar su trozo de carne en el plato.

Recordó con amargor como los primeros días, después de recuperar la conciencia, ni tan siquiera
quería salir de la cama. Y como al final,

una decidida y enojada enfermera había acabado sacándole a la fuerza. Cómo aquella
desorientación que permanentemente sentía le hacía

ir a parar siempre hacia la misma pared, de la que sabía era una habitación no muy grande. Porque
la misma persistente y enérgica

enfermera se lo había dicho. En realidad le había dado una tournée por todo el cuarto, para que
pudiera ubicarse y moverse por él con

libertad. Pero él acababa siempre en esa maldita pared. Y cuando por fin había logrado
familiarizarse con su entorno, saber donde estaba

cada cosa, y sentirse seguro en esa habitación… le cambiaban el escenario. Pero no a cualquier
otro escenario, no señor. Tenía que ser la

maldita mansión Malfoy para que su humillación fuera total y completa. Para que ya no le quedara
ni tan solo un miserable resquicio de

autoestima que poder rescatar del fango donde la habían hundido.

Se puso en pie con alguna dificultad y buscó la pila para poder orientarse y saber en qué dirección
estaba la puerta. No es que le apeteciera

seguir las órdenes de Malfoy. Pero había entendido perfectamente que no le quedaba más
remedio. Tendría que ser paciente y esperar a

encontrar otra oportunidad. El pequeño corte ahora le escocía. ¡Si no hubiera dudado tanto,
maldito fuera! Se tragó las lágrimas y apretó

los labios. Cuando sus manos encontraron la lisa superficie de porcelana, supo que tenía que ir
hacia su derecha. Había dejado el bastón

apoyado en la pared, al lado de la pila. Lo cogió y salió del baño con la esperanza de no
equivocarse y acabar contra otra maldita pared.

Una vez más. Atravesó la habitación, contando los pasos hasta la cama y desde allí hasta la puerta.
Tras unos momentos de vacilación,

salió al pasillo. Un silencioso suspiro de alivio escapó de unos labios, a su espalda.


Harry sabía que las escaleras quedaban a su izquierda desde la puerta de su habitación. A
diecisiete pasos de distancia para ser más

exactos. Así que empezó a contar otra vez. Cuando creyó haber llegado a la escalera, tanteó con el
bastón. Su mano se extendió en busca

de la baranda y después, con cuidado, buscó con el pie el primer escalón. El miedo encogió su
estómago. Aquellas interminables escaleras

le daban pánico. Siempre las había bajado con la ayuda de Puky… o Malfoy. En esas ocasiones,
intentando auto convencerse de que no era

Malfoy quien le estaba ayudando, para poder seguir conservando un poco de su orgullo.
Especialmente desde que la reducción de la

poción tranquilizante le permitía pensar con más claridad y darse cuenta de cuanto sucedía a su
alrededor. De lo verdaderamente

bochornoso de su situación. Respiró hondo y bajó el primer escalón. Se detuvo. Y apretando las
mandíbulas con determinación, bajó el

siguiente. Volvió a detenerse. En cuanto logró llegar al tercero, alguien arrebató suavemente el
bastón de su mano, sustituyéndolo por un

codo que ya empezaba a hacérsele familiar. Reprimió el sobresalto y no dijo nada.

─ No vas a hacerlo solo, Potter. –habló la voz, algo menos fría que hacía unos instantes– Como te
dije antes, pienso ayudarte. Lo creas o

no.

Durante unos segundos, Harry pensó en retirar la mano. Pero poder apoyarse en alguien, aunque
ese alguien fuera Malfoy, le daba más

seguridad de la que estaba dispuesto a admitir en ese momento. Se sentía todavía demasiado
nervioso y sí, también demasiado asustado

como para no aceptarla. Así que pasados unos segundos en los que estaba seguro que Malfoy
había esperado también su rechazo, asintió

con la cabeza y dejó que una vez más el Slytherin le guiara hasta el comedor.

Aquella noche, como otras muchas, le costó demasiado dormirse.

A la mañana siguiente se levantó muy cansado. Arrastró con pesadez sus pies hasta la ducha,
siguiendo a su bastón. Si hubiera tenido su

varita, hubiera intentando convocar sus gafas, perdidas durante la refriega del día anterior. Pero
no la tenía. Janneth le había prometido que

se la devolverían cuando empezara con su entrenamiento, que hasta entonces no le sería de


ninguna utilidad. Pero Harry sospechaba que la
verdadera razón era que no se atrevían a dársela. Si lo hubieran hecho, pensó molesto, no hubiera
sido necesario ir buscando cuchillas por

los armarios con tan patético resultado. Todavía le hervía la sangre al recordar cómo Malfoy le
había sorprendido. No había podido darle

una imagen más miserable de si mismo.

No había acabado de vestirse, cuando el Slytherin ya estaba llamando a la puerta. Y entrando,


porque el condenado hurón nunca esperaba

respuesta. Simplemente entraba. A lo mejor pensaba que aparte de ciego estaba mudo y no era
capaz de pronunciar un simple Adelante.

Apretó las mandíbulas y consiguió controlarse. Como había tenido que hacerlo el día anterior.
Sabía que si permitía que su magia se

descontrolara nuevamente, acabaría hasta las cejas de poción otra vez. Y no pensaba tolerar que
volvieran a hacer con él lo que quisieran,

que volvieran a decidir sin contar con su opinión. Al menos con su opinión consciente.

- ¿Estás listo? –oyó que preguntaba Malfoy.

Él asintió, pero después preguntó.

- ¿Sabes donde están mis gafas?

Draco se encogió de hombros.

- ¿Para qué las quieres?

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- Las quiero. Eso es todo. Y como comprenderás, no puedo ver donde cayeron. –añadió con
sarcasmo.

Draco tardó unos segundos en hablar, meditando su respuesta. Aquel era un magnífico momento
para quitarle de una vez por todas aquella

recurrente muleta.

- La medibruja me comentó que no las necesitas. –dijo al fin– Que simplemente te escondes tras
ellas, porque siempre has llevado gafas y

te dan seguridad.

- ¿No vas a devolvérmelas? –preguntó Harry secamente.

- No. Es más, se rompieron al caer al suelo y no pienso gastar mi dinero en algo que no necesitas.
Entonces Harry le tendió silenciosamente su bastón. Draco enarcó una ceja, clavando los suyos en
aquellos inexpresivos pero todavía

hermosos ojos verdes.

- Puedes romperlo también. –le dijo– Seguramente tampoco lo necesito.

Draco dejó escapar un bufido de exasperación.

- Vamos a llevarnos bien, Potter. Sólo son las ocho y media y queda mucho día por delante.

Y sin más preámbulos, tomó su mano y la enganchó a su codo como si fuera un accesorio más de
su atuendo. De hecho, llevar a Potter

sujeto a su brazo ya no le resultaba tan incómodo como al principio. Es más, había empezado a
considerarle casi como una extensión de él

mismo, lo cual no le hacía sentir del todo mal.

Potter estaba enfadado, eso nadie habría podido negarlo. Y después de dos meses de silencio,
Draco casi agradecía encontrarse con una

actitud distinta a aquel dócil mutismo. Ahora que podía ver sus ojos, también veía las ojeras que
delataban una noche en vela. Tampoco él

había dormido demasiado. Y sospechaba que el Gryffindor le habría oído las dos veces que había
entrado en su habitación durante la

noche para comprobar que seguía en la cama y durmiendo. A la vista estaba que fingiéndolo.

- ¿Quieres que le diga a Lupin que venga a hacerte compañía? –le preguntó durante el desayuno–
Tal vez necesites hablar con alguien…

- No necesito hablar con nadie, gracias. –le respondió el moreno en tono cortante.

- Está bien. Le llamaré antes de irme. –decidió ignorando la respuesta.

- ¿Quieres hacerme la competencia fingiéndote sordo, Malfoy? –dijo Harry con aspereza,
estrujando la servilleta que en ese momento tenía

en la mano.

- Te he oído. –contestó Draco– Pero creo que hablar con alguien en quien confíes te hará bien. Tal
vez disipe tu mente de pensamientos

poco recomendables.

Harry hizo una pequeña mueca y escupió en tono sardónico.

- Me conmueve tu preocupación.

Después guardó silencio y no volvió a hablar durante el resto del desayuno.


Después de lo sucedido, Draco había admitido que probablemente la situación se le estaba
escapando de las manos. Tampoco Lupin

parecía haber tenido demasiado éxito. Antes de irse aquella tarde, y a pesar de que casi nunca
solían dirigirse la palabra, el licántropo había

comentado que Harry parecía “un poco” alterado. Y que le agradecería que estuviera pendiente
de él.

Seguidamente, Draco había llamado a Puky para que le contara qué había pasado durante su
ausencia. El elfo le explicó muy acongojado

que el Sr. Potter se había puesto muy nervioso con el Sr. Lupin y que le había gritado. Que le había
dicho cosas horribles y que después se

había pasado el resto de la mañana llorando, sin que el Profesor pudiera consolarle en forma
alguna. Casi no había comido, a pesar de la

insistencia de ambos y después, por la tarde, había permanecido inmóvil y callado mientras el Sr
Lupin le hablaba y le abrazaba. Pero no le

había parecido que eso al Sr. Potter le consolara mucho.

Así que el Slytherin se había tragado otra buena dosis de orgullo y había visitado a la Mb. Arashi en
busca de ayuda. Contrariamente a lo

que esperaba, la medibruja no se había mostrado sorprendida, pero si preocupada. Y aliviada de


que Draco hubiera detenido a Harry a

tiempo. Después, el rubio había tenido que aguantar todo un rosario de reproches por no haberle
prestado más atención a su tutelado y no

haberle visto venir.

Para su intranquilidad, la medibruja le había asegurado que Potter podía volver a intentarlo. Que
no debía fiarse de su comportamiento

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tranquilo ni de su actitud aparentemente cooperadora. Ya le había engañado una vez. La parte


positiva de aquel asunto era que con aquel

intento Potter había demostrado que ya había tocado fondo y que a partir de ahí sólo cabía
esperar que empezara a recuperarse.

Le advirtió, una vez más, que no sería fácil. Y que en ese momento, sin restos de poción
tranquilizante en su sangre y en posesión de todo

su potencial mágico, probablemente iba a enterarse de quién era Harry Potter. De hecho, pensó
Draco para sí, eso ya lo sabía. A la
medibruja sólo le había faltado preguntarle si había hecho testamento. Aunque se limitó sólo a
sonreírle de forma maliciosa.

Sin embargo, le había dado acceso a la chimenea de su despacho y también a la de su casa para
que la llamara si volvía a surgir algún

problema. En cualquier momento y a cualquier hora. Considerando que siempre le había hecho
sentir en su presencia como un miserable

hijo de mortífago, supuso que debía tomarlo como un gesto de confianza. Sólo esperaba que la
confianza de la mujer no estuviera puesta

en que Potter lograra machacarle a conciencia y que ella pudiera llegar a tiempo para disfrutar del
espectáculo…

También le había dado dos consejos: primero, que no dejara a su tutelado solo demasiado tiempo.
Segundo, que le mantuviera distraído. Y

después de darle algunas direcciones donde podía encontrar material para personas
discapacitadas, le despidió con una amable sonrisa,

deseándole cáusticamente, mucha suerte.

Continuará...

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Capítulo IV por Livia

Notas del autor:

Disclaimer: Ya me gustaría, pero aparte de los personajes que han surgido de mi imaginación, los
demás no

son míos.

Gracias a Eire por betear.

CAPITULO IV

Dado que Draco odiaba ir de compras, le pidió a Pansy que le acompañara. Ella accedió encantada
y ambos viajaron hasta el callejón

mágico de Frankfurt donde se encontraba una de las tiendas de lista que le había facilitado la
medibruja.

─ Al menos aquí las cosas se ven más alegres. –comentó Pansy mientras se sumergían en el bullicio
de gente que circulaba por el callejón
mágico.

─ A nosotros nos tocó la peor parte. –dijo Draco– Pero nos recuperaremos.

Pansy le miró con expresión irónica.

─ ¡Y tú eras el que no quería volver! –exclamó divertida– Dijiste que tu madre te había puesto la
varita en el pecho para que lo hicieras.

Él se encogió de hombros mientras buscaba su pitillera.

─ Después de todo, sí tenemos algo que agradecerle a Potter. –dijo sarcásticamente mientras
encendía un cigarrillo– Ahora vivimos

nuestras vidas como queremos. –y recalcó– Elegimos.

Dio una profunda calada, observando como las duras pero hermosas facciones de su amiga se
ensombrecían de repente.

─ No más golpes, ¿verdad? –murmuró ella.

Draco se detuvo y la rodeó con sus brazos. Y la bruja se refugió en ellos como tantas veces en el
pasado. Cuando el simple hecho de poder

acurrucarse y llorar en agotado silencio era el premio al final del día. Cuando su mano delgada y
pálida se escurría entre la negrura de su

pelo con gesto cansado, pero firme. Y Pansy recordaba perfectamente la inconfundible voz de
Draco arrullándole en esas ocasiones, en ese

tono especialmente grave, más intenso, con ese timbre apagado y casi ausente que le transmitía
confidencia y afecto. La comprensión de

compartir la misma carga.

─ No más de nada, cariño. –susurró él.

─ A veces… a veces todavía tengo pesadillas, ¿sabes? –confesó Pansy a media voz.

─ Todos las tenemos. –admitió Draco suavemente.

Ella le miró con sus grandes ojos oscuros llenos de tristeza

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─ No suelo hablar de esto con Blaise. –confesó– Él tuvo suerte con sus padres. Lo sabe, pero creo
que no entiende cuan duro llegó a ser.

Porque él nunca lo sufrió.


Draco besó con cariño la frente de su amiga, pensando también lo afortunado que había sido
Blaise. Y al alzar los ojos por encima de su

hombro, sonrió.

─ Desde aquí estoy viendo una fabulosa tienda de túnicas y ropa a medida. –dijo.

Como esperaba el efecto fue inmediato.

─ ¿Dónde? –preguntó ella volviendo la cabeza en dirección hacia donde él miraba.

Draco sonrió ante los ojos nuevamente ilusionados y a la vez suplicantes de su amiga.

─ ¡Está bien! –fingió rendirse– Con la condición de que no te lleves la tienda entera.

Dos horas después, junto con su paciencia, Draco llevaba encogidos un montón de paquetes
repartidos por todos sus bolsillos. Para odiar ir

de compras, había accedido a todos y cada uno de los caprichos de Pansy. Así que cuando por fin
entraron en la tienda que realmente les

había llevado hasta allí, dudaba mucho que le quedara sitio libre para encoger nada más.

─ ¿Qué piensas comprar? –le preguntó Pansy curioseando por las estanterías.

─ En realidad no lo sé. –reconoció Draco.

─ ¿Le gusta leer? –volvió a preguntar Pansy, señalando una estantería a su derecha– Libros
parlantes.

Draco se acercó y eligió cuatro o cinco títulos. Finalmente depositó tres en la cesta que flotaba a
su lado. Ambos amigos siguieron

recorriendo con creciente curiosidad las estanterías de la fascinante tienda. Veinte minutos
después, cuando se dirigieron a pagar su

compra, en la cesta aparte de los tres libros había dos puzzles mágicos, un reproductor de música
que se activaba por la voz, copia exacta

de los aparatos muggles y varios CD's de música diversa, ya que Draco desconocía la que le
gustaba a Potter.

─ Tienes un extraño sentido de lo que es humillar a la gente, Draco. –dijo Pansy muy risueña
minutos más tarde, sentados ya a la mesa de

un acogedor restaurante.

Él se limitó a alzar una platinada ceja.

─ Me refiero a que acabas de gastarte una pequeña fortuna en Potter.

Todos aquellos artículos eran especialmente caros ya que llevaban hechizos complicados y de gran
precisión.
─ Lo sé. –respondió él mientras desplegaba cuidadosamente su servilleta y la colocaba
pulcramente en su regazo.

Ella siguió mirándole con aire de esperar una explicación algo más extensa, con una traviesa
sonrisa en sus labios que a Draco se le antojó

algo molesta.

─ Sólo es para tenerle entretenido. –aclaró– Necesito tiempo para ocuparme de mis negocios.

─ Ah… –entonces ella pareció recordar algo– Por cierto, creo que ya he encontrado a otra
enfermera para ocuparse de Potter. Esta vez de

confianza. –remarcó.

─ No es necesario. –rechazó Draco encendiendo un nuevo cigarrillo.

Su amiga le dirigió una mirada penetrante.

─ Acabas de decir que necesitas tiempo para ocuparte de tus negocios…

─ He decidido utilizar el despacho de mi padre. –contestó él sin emoción– Puedo llevarlos desde
casa.

─ ¡Vaya! –se sorprendió la Slytherin– ¿Estamos hablando del mismo despacho en el que no te has
atrevido a entrar todavía desde que has

vuelto?

Draco apretó los labios en un gesto de contrariedad. Pansy conocía demasiado de su vida; le
conocía demasiado bien a él.

─ Solo es un despacho. –dijo dejando escapar el humo entre sus labios con algo de brusquedad–
De todas formas, voy a cambiar la

decoración.

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─ ¡Puedo ayudarte en eso! –se ofreció ella con exagerado entusiasmo– Lo dejaré irreconocible.
Extremadamente chic.

Después le dirigió una mirada de amarga complicidad.

─ Para que puedas olvidar todo lo que te hizo allí.

Draco no dijo nada, pero su mirada se heló y Pansy supo que no había sido buena idea
mencionarlo. Así que cambió rápidamente de tema.

─ Creo que estás un poco estresado, Draco. ¿Por qué no entrevistas a esa enfermera y decides que
te parece? Así podrás olvidarte de Potter
y dedicarte a lo que más te gusta, cariño: hacer dinero. –Pansy hizo un pequeño mohín– Además,
te echamos de menos en la última

reunión del grupo.

─ ¿Y de qué hablasteis? –preguntó él en tono sarcástico, satisfecho por el giro de la convesación–


¿De quién había logrado más placas con

su nombre? ¿De a quién le había lamido más veces el señor Ministro el culo?

─ Oh, sin lugar a dudas ese eres tú, querido. –respondió ella algo ofendida– En eso estamos todos
de acuerdo. –Draco le dirigió una mirada

burlona– ¿A quién sino iban a entregarle a nuestro héroe?

La llegada del camarero con sus platos interrumpió momentáneamente la conversación. Pansy
contempló en silencio a su amigo mientras

les servían. Le conocía bien. Mucho mejor de lo que él mismo suponía o le gustaría. No en vano
habían pasado juntos toda su niñez y

adolescencia. Quizás había sido la proximidad de sus respectivas mansiones la que había facilitado
que se sostuvieran el uno al otro

durante los interminables veranos en los que su educación era otra y el látigo cortaba el aire y los
Cruciatus acompañaban la tarde. Bueno,

más bien Draco la había sostenido a ella, porque su rubio amigo era demasiado orgulloso para
reconocer que su espalda estaba tan

castigada como la suya o confesar que necesitaba gritar y llorar como ella lo hacía. Incluso hubo un
momento que tuvo esperanzas con él.

Hasta que le sorprendió perdiendo su mirada en los mismos traseros que a ella le interesaban.

Bajo el caparazón de frialdad y cinismo que la mayor parte del tiempo exhibía, Draco escondía el
corazón al que nunca había dejado llegar

a nadie. Incluso a ella le era difícil muchas veces atisbarlo.

─ Todos se preguntan cuando vas a llevar a tu obra benéfica a una de nuestras reuniones, tal como
prometiste. –dijo Pansy cuando el

camarero se hubo retirado– Nos gustaría decidir entre todos dónde colgarle la placa
conmemorativa.

Ella esbozó una sonrisa vivaracha. Aunque después, tuvo que reconocer que si aquella no había
sido la mirada más indignada que le había

visto a Draco en mucho tiempo, no le había visto ninguna.

─ Estupideces. –masculló él– No recuerdo haber prometido tal cosa.


─ Lo hiciste, cariño. Lo recuerdo perfectamente. Además, Theodore se va a disgustar mucho si no
lo haces.

─ ¡Pues que le den! –sentenció Draco secamente.

Pansy frunció el ceño, olvidando que ese gesto provocaba arrugas. Aunque sabía que Nott y Draco
no se habían llevado nunca demasiado

bien, también era cierto que su rubio amigo jamás había dejado pasar la ocasión de meterse con
Potter o con alguno de sus amigos.

─ ¿Hay alguna posibilidad de que me cuentes por qué ahora te preocupas tanto por Potter?

Draco le dirigió una mirada indiferente y ella afianzó su intuición de que iba por el buen camino.

─ Quiero decir que de repente olvidas tus promesas de avergonzarle públicamente, le compras
cosas caras, estas dispuesto a trabajar desde

casa en un despacho que no te trae más que malos recuerdos… y que yo no soy idiota, Draco.

Él la miró con declarado disgusto primero; después apoyó los cubiertos en el plato y cruzó las
manos en actitud reflexiva.

─ Hace un par de días le sorprendí en el baño con una cuchilla en la mano. –dijo por fin– La
medibruja que le trata dijo que seguramente

volverá a intentarlo.

Ambos guardaron silencio durante unos momentos.

─ ¿Y a ti te preocupa que lo consiga? –preguntó Pansy afablemente.

─ Bueno, se supone que es responsabilidad mía. –respondió él– Así que tengo que conseguir
mantenerle vivo durante los meses que faltan.

Después podrá hacer con su vida lo que le dé la gana.

Volvió a tomar los cubiertos y empezó a comer. Pansy le miró con más comprensión de la que él
pudo imaginar.

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─ A veces es difícil reconocer que no tan sólo nosotros sufrimos, ¿verdad? –dijo– De vez en cuando
visito alguno de los comedores, ya

sabes, –puso los ojos en blanco– los que llevan mi nombre.

Él le devolvió una mirada, ahora fría, esperando a que continuara.

─ Hay muchos niños, ¿sabes? Niños cuya única oportunidad de hacer una comida al día está en
esos comedores. Y me pregunto, –frunció
el ceño, intentando encontrar las palabras adecuadas sin que una Slytherin como ella pareciera
excesivamente sensiblera –…me pregunto

que culpa tienen ellos de todo lo sucedido. Me refiero a la guerra, Draco. ¡Son magos, por el amor
de Merlín! Muchos de ellos media

sangre, lo sé. Y, sin embargo…

─ Y, sin embargo, seguramente han tenido padres que les han dado lo que nosotros nunca
recibimos. –terminó Draco– No se puede tener

todo en esta vida, ¿cierto?

Su amiga le miró a los ojos y vaciló unos segundos antes de decir:

─ Ya no puedo despreciarles como antes, Draco.

Él la sorprendió dedicándole una sonrisa amable.

─ Te estas ablandando, Parkinson. –le dijo sin asomo de reproche.

─ Igual que tú, Malfoy.

***

Había pasado apenas una semana desde su frustrado intento y en contra de todo lo que Harry
hubiera deseado, Malfoy había seguido

mostrándose amable con él, atento a todas sus necesidades. No le había dado ninguna
oportunidad de desahogar su frustración con ningún

nuevo enfrentamiento verbal. Y Harry lo deseaba con toda su alma. No necesitaba un Malfoy
atento y servicial, sino un saco de boxeo

contra el que poder golpear de la forma que fuera para poder aliviar la tensión y la rabia que le
corroían. La inutilidad y el vacío en que se

había convertido su vida. Además, tenía la desagradable y certera sensación de estar


constantemente vigilado. Y eso le desesperaba más

que otra cosa porque no podía contrarrestarlo de ninguna forma.

Siguiendo con su rosario de atenciones, Malfoy había aparecido dos días después del incidente con
un montón de cosas para que pudiera

entretenerse y según sus propias palabras, dejara de calentarse la cabeza con ideas poco
saludables. Pasada la sorpresa inicial, seguido del

consiguiente berrinche interno, íntimamente Harry acabó reconociendo que le habían encantado
los libros y sobre todo poder escuchar

música. Pero no tenía ninguna intención de ponerse a hacer estúpidos puzzles como si fuera un
colegial. Tampoco se lo había agradecido.
Se había pasado el resto de semana encerrado en su habitación, entretenido con los libros y la
música, luchando contra toda una batería de

sentimientos contrapuestos, que a lo largo del día le llevaban a recorrer una amplia galería de
estados de ánimo. De la desesperación a la

serenidad; del berrinche a la calma; del miedo al coraje; de la impotencia al conformismo. Y al final
del día, a sucumbir al más puro

agotamiento emocional.

Aunque había tratado, no había podido eludir a su tutor a la hora de las comidas, ya que seguía
obligándole a bajar al comedor. Y ya fuera

Puky o el mismo Malfoy, le acompañaban para descender esos escalones que tanto odiaba. Se
sentía impotente ante la sensación que le

invadía cada vez que estaba en lo alto de la escalera. Harry siempre había creído que el vértigo era
algo que uno tenía sólo cuando podía

ver. Y él jamás lo había tenido. Sin embargo, cada vez que descendía un escalón tenía la sensación
de que no iba a encontrar el siguiente y

que acabaría rodando escaleras abajo.

Por otro lado, estaba satisfecho de haber recuperado su confianza en la mesa y haber logrado
desterrar la incómoda sensación de ridículo

de los primeros días, cuando se sentía tan torpe que estaba convencido que incluso habiendo
podido ver, no habría podido estar a la altura

de los refinados modales de un Malfoy. Todo estaba siempre en el mismo sitio para que él pudiera
encontrarlo fácilmente, al alcance de su

mano. Sabía cual era su silla, porque también siempre era la misma y Harry tenía controlados los
pasos desde la puerta del comedor hasta

ella. Malfoy le informaba puntualmente de lo que había para comer y él tomaba el cubierto
adecuado. Ese era el principio y el fin de la

conversación que había entre ambos durante toda la comida. No porque Malfoy, Harry no podía
entender todavía el porqué, no hubiera

tratado de ir un poco más allá del menú del día. No obstante, Harry siempre frustraba cualquier
intento del Slytherin parapetándose detrás

de insípidos monosílabos que acababan por hacer desistir a su ex compañero de escuela en su


empeño. Harry se había dado cuenta de que

eso le fastidiaba más de lo que el Slytherin estaba dispuesto a demostrar y se regodeaba en ello,
ya que era una de las pocas armas, si no la

única, que tenía a su alcance.


***

Hacía apenas un rato, Malfoy había subido a buscarle porque esa tarde iba a conocer a su futura
terapeuta. Y ahora Harry estaba sentado en

el salón, algo nervioso, porque adivinaba que la relativa tranquilidad de la que había disfrutado iba
a terminar. Malfoy se había pasado toda

la cena del día anterior hablándole de ella. Le había asegurado que era la mejor. Y que le había
costado mucho conseguirla porque estaba

muy solicitada. Sólo le había faltado echarle en cara los galeones que iban a costarle sus servicios.
Y durante toda su extensa exposición,

Harry se había estado preguntando en que momento ese ser, en apariencia tan sociable y
preocupado por él, se había apoderado del cuerpo

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de Malfoy. Y dónde estaría realmente el odioso Slytherin ególatra y pendenciero que él había
conocido. Tal vez el Ministerio tuviera un

programa secreto de reeducación de cerebros con transfusión de sangre sucia incluida, con el
objetivo de convertir a todo hijo de mortífago

en un mago socialmente aceptado, se dijo con sorna.

- ¡Hola Harry! ¡Soy Mary Louise Blond! Pero puedes llamarme Lou.

Harry dio un pequeño bote en su sillón y dirigió la cabeza hacia la alegre voz. Una mano pequeña y
suave tomó la suya.

­Encantado… –musitó.

Y sin darle tiempo a decir nada más Blond, que no había soltado su mano, la llevó hacia su rostro.

─ Tus manos son tus ojos, Harry. –le dijo– Sería bueno que te acostumbraras a hacer esto con la
gente que conoces. Y cuanto te presenten

a alguien nuevo. Te darás cuenta de que es muy fácil identificar a las personas por sus rasgos
faciales.

Harry no estaba muy seguro de que le gustara ir tocando caras. Se quedó con la mano en la mejilla
de Blond, sin saber que hacer

exactamente.

- ¡Venga! ¿A qué esperas? –le animó la terapeuta.


Y el joven empezó a recorrer su rostro, con algo de retraimiento al principio. Mary Louise parecía
una mujer relativamente joven. Su

rostro era ovalado, de cejas finas y ojos pequeños, con unas aun imperceptibles arrugas en su
contorno. Su nariz, un poco ancha en su

punta, era seguida de una boca no demasiado grande y labios delgados. Las mejillas eran suaves,
donde se notaban un par de hoyuelos y su

barbilla redonda. Llevaba el cabello corto, con un flequillo que caía algo desigual sobre su frente.
Su voz sonaba cálida y risueña.

- Bien, ahora que ya me conoces, háblame un poco de ti. –Mary Louise se sentó frente a su
paciente– Por supuesto, sé quien eres, quién no

lo sabe. –dijo en tono jocoso– Pero a quien yo quiero conocer es a la persona que hay detrás de tu
máscara, saber como te sientes, lo que

esperas... Es importante antes de empezar.

Harry se tensó visiblemente en su asiento. No había esperado, ni sentía el menor deseo de


contarle a nadie cómo se sentía. Y menos a una

desconocida. Aunque desbordara simpatía.

Dos horas después, Mary Louise volvía a sentarse en otro sillón, en otro salón, éste mucho más
pequeño y acogedor.

─ No será fácil. –dijo aceptando la bebida que Draco le ofrecía– Está demasiado encerrado en sí
mismo. Nada fuera de lo que ya esperaba,

por otra parte. Harry es muy hábil ocultando sus sentimientos, porque siempre lo ha hecho. –la
mujer sonrió anta la mirada de Draco– He

hablado con sus amigos antes de venir aquí.

Draco se sentó frente a ella y esperó a que la terapeuta continuara su disertación.

─ Sé, por lo que la Mb. Arashi me ha contado, que fue necesario. Pero pienso que la poción
tranquilizante que ha estado tomando durante

tanto tiempo no le ha hecho ningún bien. No al menos en cuanto a la parte que a mí me interesa.
–aclaró– Su sistema táctil kinestésico, está

menos desarrollado de lo que debería a estas alturas, teniendo en cuenta que hace nueve meses
que perdió la visión.

─ ¿A qué se refiere? –preguntó Draco.

─ Me refiero a la capacidad que las personas ciegas desarrollan para saber donde están ubicados
los diferentes objetos que les rodean en
relación con su propio cuerpo y eje, que les permite realizar los movimientos necesarios para
llevar a cabo una actividad. –explicó Blond–

Los sentidos de Harry han estado adormecidos durante demasiado tiempo. –objetó– Necesita
todavía demasiado tiempo para decidirse a

efectuar cada movimiento. Sigue asustado y se siente aislado. Y sin duda con un innegable
sentimiento de rencor contra todo el mundo. De

alguna forma, se siente traicionado con la decisión del Ministerio de dejarle en sus manos, Sr.
Malfoy. –Draco alzó una ceja, imaginando

la versión que los amigos de Potter le habrían contado a la terapeuta– Probablemente se sienta
también resentido con sus amigos,

principalmente con el Sr. Lupin, por haberlo permitido. Aunque le es difícil expresarlo, porque al
fin y al cabo son todo lo que tiene.

Mary Louise hizo un pequeño silencio y enfocó sus pequeños y penetrantes ojos negros en Draco.
Éste recordó el episodio que Puky le

había contado. Tal vez Lupin se lo hubiera callado. O la terapeuta no había creído conveniente
mencionárselo a él.

─ La Mb. Arashi me ha hablado del pequeño sobresalto del otro día. –Draco asintió en silencio–
¿Ha estado tranquilo desde entonces?

─ Eso parece. Aunque no le he perdido de vista. –se apresuró a puntualizar.

La terapeuta le dedicó una sonrisa tranquilizadora.

─ No volverá a repetirlo. –aseguró– En cuanto empecemos con el adiestramiento, no tardará en


darse cuenta de que puede seguir adelante

perfectamente, aunque no pueda ver. Sólo es cuestión de tiempo. Y de confianza.

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─ Eso espero. –dijo Draco.

Blond dejó su vaso encima de la mesita y se puso en pie.

─ Volveré mañana a las diez. –informó.

Y cuando estaba ya en la puerta, se volvió hacia Draco.

─ Estaría bien que hablara con él. –le dijo– Sobre los motivos que tuvo para traerle aquí.

A Draco no le hizo ninguna gracia el comentario y automáticamente su mirada se endureció,


detalle que no pasó desapercibido para la
mujer.

─ Mis motivos son personales, Sra. Blond. –respondió fríamente– Y no pienso discutirlos con nadie.

─ Pero él merece saberlos. Ayudaría bastante. –Mary Louise hizo una pequeña inclinación de
cabeza– Buenas tardes, Sr. Malfoy.

***

Nadie le había prometido que sería un camino de rosas, pero después de tres semanas, Harry
estaba la borde de la desesperación. Se

suponía que él era un buen mago. O al menos lo había sido. Poderoso, además. Y la técnica que
Lou le había explicado le pareció, al

menos en su teoría, mucho más fácil de lo que había resultado ser en realidad.

La terapeuta le había puesto como ejemplo a los murciélagos y a su peculiar sistema de


orientación, basado en la ecolocación. El mismo

principio en el que se basaban los sonares muggles. Los murciélagos se orientaban por medio del
eco de los sonidos que emitían y que

recogían después de rebotar en presas u obstáculos, siendo capaces de volar y cazar sin vacilación
incluso en la más tenebrosa y negra de

las noches.

Se trataba de que Harry aprendiera a lanzar su magia de forma controlada y con la potencia justa
rebotándola para que chocara con los

posibles obstáculos que se encontraran en su camino y le devolviera una percepción aproximada


de su situación y tamaño, permitiéndole

esquivarlos o ir hacia ellos.

Evidentemente, él no había nacido para murciélago, pensó con exasperación el Gryffindor cuando,
una vez más, oyó que algo se estrellaba

contra una pared. Aprender a lanzar su magia hacia fuera, sin canalizarla a través de ningún
hechizo no había sido lo más difícil. Lo

realmente complicado era que el objeto contra el que la lanzaba no saliera despedido por los aires
y con suerte no acabara hecho añicos.

Ahora empezaba a entender porque Lou le había pedido a Malfoy que llenara una habitación vacía
con objetos y muebles de los que no le

importara desprenderse, pensó con ironía.

─ Relájate y respira despacio. –oyó que le decía la voz de Lou a su lado– Nadie dijo que fueras a
conseguirlo en dos días.
─ Es inútil, Lou. No puedo.

─ Vamos, Harry, concéntrate. ¡Claro que puedes hacerlo!

Sintió las manos del terapeuta en sus hombros, intentando que se relajara. La imaginó de
puntillas, porque la mujer era bastante menuda. ─

Debes conseguir que tu magia no salga con tanta… rabia. Esto no es un duelo, Harry. Ni se trata de
vencer a ningún enemigo. Se trata de

que tu magia fluya suavemente, como si la hicieras bailar, ¿comprendes? Déjala que emane como
si la derramaras, no como si la arrojaras.

Lou observó el rostro crispado del joven. La manera en que aferraba su varita como si fuera a
romperla en cualquier momento. A parte de

la innegable ira que Harry guardaba dentro de él y que encontraba su deshago contra todo objeto
que se ponía a su alcance, estaba el hecho

de que le habían enseñado a utilizar su magia de una forma agresiva y contundente. Mortal. Su
entrenamiento se había concentrado en ese

aspecto durante los meses previos a su enfrentamiento al Señor Oscuro. Y no cabía duda de que
ello le había ayudado a sobrevivir. Y a

vencer. Pero ahora le resultaba difícil no utilizarla como arma arrojadiza contra todo lo que se le
pusiera por delante. Harry necesitaba ante

todo, tranquilizarse. Y Lou no había encontrada todavía la manera de que lo hiciera.

─ Dejémoslo por hoy. –le dijo al fin– Descansa. Mañana lo intentaremos otra vez.

El joven asintió con gesto vencido.

─ ¿Te acompaño al salón? ¿A tu habitación?

Harry negó con la cabeza.

─ Voy a quedarme aquí un rato. Gracias.

Cuando se quedó solo, Harry convocó su bastón, volver a tener su varita tenía sus ventajas y con él
se dirigió hacia una de las paredes de la

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estancia, donde se apoyó con gesto derrotado. Aquellas sesiones le agotaban. Tal vez fuera la
tensión nerviosa, que no le permitía relajarse.

O aquel intenso lanzamiento de magia, que le dejaba exhausto. Necesitaba hablar con Remus.
Necesitaba desahogarse con alguien.
Entonces recordó que la semana anterior le había dicho que la próxima habría luna llena. Es decir,
la presente. Remus tardaría unos días en

volver a visitarle. Después pensó en pedirle a Malfoy que dejara que Ron y Hermione lo hicieran. Y
al instante decidió que no se sentía

con ánimos para aguantar las diatribas de Ron contra el Slytherin, ni de volver a pasar un
momento tan tenso como el de la última vez que

su amigo y su “tutor” se encontraron en el vestíbulo, cuando Hermione y Ron ya se iban. Suspiró


con frustración.

Contrariado, captó los característicos pasos del dueño de la casa acercándose, a pesar del sigilo
con el que eran dados y a los pocos

segundos ya sabía que no estaba solo.

─ ¿Lou te ha dicho que necesitaba que me consolaras? –preguntó con sarcasmo.

La voz de Draco no pudo evitar sonar sorprendida.

─ ¿Cómo…?

Harry suspiró.

─ Hueles a tabaco, Malfoy. Mezclado con esa colonia que te pones en cantidades poco saludables
para la nariz de nadie.

─ Es muy buena. Y cara. –esgrimió el Slytherin, ofendido.

─ No lo dudo. –respondió él– Pero apestas.

Draco parpadeó un par de veces y frunció levemente el ceño, antes de decidir que no se lo tendría
en cuenta. Al fin y al cabo qué podía

saber Potter de colonias y otros refinamientos.

─ ¿Cómo te va? –preguntó.

─ Lo sabes perfectamente. –respondió el Gryffindor con desgana– ¿Para qué preguntas?

─ Solo me intereso por tus progresos. –dijo Draco, dispuesto a no dejarse provocar.

Desde que Harry había vuelto a ser él mismo, no era que su relación hubiera sido demasiado
cordial. En realidad no había esperado otra

cosa. Nunca lo había sido. Y desde que había empezado sus sesiones con Blond estaba
especialmente agresivo con él.

─ ¿Qué progresos? –preguntó Harry con sarcasmo– Mira a tu alrededor, ya que tu si puedes. –
remarcó incisivo– Apuesto a que queda poco

que no haya "hecho bailar" con mi magia.


─ Bueno, –reconoció Draco repasando el desolador panorama– No ha sido con un suave vals,
precisamente.

Se recargó en la pared junto al Gryffindor y se cruzó de brazos.

─ Tal vez no le estés poniendo el suficiente interés. –insinuó– Para un mago como tú no puede ser
tan difícil, Potter… ¿o sí?

Vio como Harry apretaba con fuerza el bastón entre sus manos y sus labios se torcían en una
mueca que intentaba contener palabras poco

amables.

─ Lo que tu digas, Malfoy. –respondió entre dientes.

Draco dejó escapar un audible y exagerado suspiro.

─ ¿Comemos? –preguntó– Al menos para eso no necesitas magia.

Intentó coger su mano para llevarle hasta el comedor, pero Harry la apartó con brusquedad.

─ Puedo hacerlo solo, gracias.

─ Muy bien. –aceptó Draco– No tardes. Tengo hambre.

Un par de semana después, la terapeuta comentó a Draco que había notado en Harry un ligero
cambio. La irascibilidad de su magia no

había disminuido. Pero parecía que sus movimientos eran mucho más fluidos y seguros. El
Slytherin le confirmó que ahora Potter se

movía por toda la casa sin ningún problema. Y que no aceptaba su asistencia. Lo único que se le
seguía resistiendo eran las escaleras.

Aunque no lo confesara y a pesar de que había desestimado su ayuda desde ese día, Draco se
sentía aliviado de que el Gryffindor

continuara aceptando la de Puky para descenderlas.

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***

Habían pasado ya cuatro meses desde que Draco había vuelto a Inglaterra y por fin se había
dejado convencer. Había asistido sólo a dos o

tres reuniones de las que celebraban sus ex compañeros de escuela. Y como había esperado,
habían sido aburridas, cargadas de

conversación estúpida e improductiva.


Hacía tiempo que Blaise y Pansy se empeñaban en que tenía que celebrar una en la mansión
Malfoy. Que no podía seguir siendo tan

antipático con todo el mundo y demostrarles que formaba parte del grupo. Que no les
menospreciaba. Aunque, muy Malfoy por su parte,

así fuera. Al final, Draco había dado su brazo a torcer, más por sus dos amigos que por él mismo y
había dejado a Pansy el campo libre

para que organizara la cena. Lo único que les había advertido desde el principio era que no
pensaba exhibir a Potter. Así que si algunos de

los que iban a asistir lo hacían con esa única finalidad, más valía que se quedaran en casa.

La primera vez, Pansy le había visto de lejos. Iba acompañado por aquella mujer que debía ser la
terapeuta de al que le había hablado

Draco. Ambos habían desaparecido tras una de las enormes puertas del corredor y la joven había
vuelto a la carga con los elfos de la

cocina, intentando convencerles de que una vichyssoise sería un primer plato ligero y agradable,
preguntándose nuevamente qué podían

tener aquellos pequeños seres contra los puerros.

Dos o tres días después, Pansy oyó el sonido de la chimenea del salón y supuso que era la
terapeuta que acababa de marcharse. Así que

cargada todavía con unas cuantas servilletas de diferentes tonos entre las que estaba decidiendo,
abandonó el comedor para dirigirse al

salón, que estaba justo al lado.

Potter estaba sentado en una de las butacas. Su bastón reposaba en uno de sus brazos. Estaba
muy quieto y tenía los ojos cerrados. Parecía

descansar. Así que Pansy se acercó despacio. Si estaba dormido, no quería despertarle. Sin
embargo, al sentir su proximidad el joven se

movió y volvió el rostro en su dirección.

─ Hola. –dijo tímidamente– Soy Pansy. Pansy Parkinson. No sé si me recuerdas.

Harry ladeó un poco la cabeza y asintió.

─ Si, te recuerdo. –respondió Harry– Slytherin. Ibas con el grupo de Malfoy.

─ Si, ¡esa soy yo! –exclamó en un tono exageradamente alegre.

Después, se hizo un incomodo silencio, en el que Pansy jugueteó nerviosamente con las servilletas
que tenía en las manos.
─ ¡Oh! –recordó de pronto– Lo había olvidado. Draco dice que tienes que reconocer a las personas
tocando sus caras.

Acercó uno de los reposapiés que tenía a su alcance y se sentó. Y antes de que Harry pudiera
reaccionar, la Slytherin había tomado sus

manos y se encontró recorriendo su rostro.

¿Qué diablos le iba contando Malfoy a la gente?

- Adelante, –le alentó la Slytherin– tómate el tiempo que necesites.

¿No era adorable? Potter había enrojecido. Las manos del joven recorrieron suavemente su rostro
y ella pensó que era una sensación muy

agradable. Tendría que decirle a Blaise que la acariciara de esa forma. Con ese toque tan delicado
y lento que hacía que la piel

cosquilleara. Abrió los ojos y se concentró en el rostro de Potter. ¿Cómo no se había dado cuenta
en la escuela? Era atractivo. No en la

forma en que lo era Draco, tal vez. No tenia una belleza tan llamativa ni agresiva. Las facciones del
Gryffindor eran más dulces, aunque

ahora estuvieran endurecidas por los golpes que la vida había dejado en ellas. Pansy pensó que
daban ganas de darle un buen achuchón. De

abrazarle y besarle; de decirle que todo iba a esta bien.

Y comprendió lo que Draco había visto en él. Era un superviviente, igual que ellos. Sin familia,
también como ellos. Porque la madre de

Draco nunca había sido de gran ayuda para él. Un solitario. Acostumbrado a valerse por si mismo,
como habían tenido que hacer ellos.

Acostumbrado al dolor. Al físico y al del alma.

Era evidente que había despertado en Draco un sentimiento de protección muy parecido al que
durante años sintió por ella. Que aún sentía,

a pesar de estar con Blaise. Y empezaba a sospechar que algo más.

─ Gracias... –oyó que le decía Potter– ...por dejarme...

─ Ha sido un placer. –respondió ella en tono seductor.

¡Oh, Merlín! ¿Pues no había enrojecido otra vez? Draco la mataría, pensó con diversión.

─ ¿Estás aquí por lo de la cena? –preguntó el Gryffindor tratando de sacar un tema de


conversación para no sentirse incómodo.

─ Si, va a ser genial. –auguró Pansy– Ya era hora de que Draco se decidiera. –y añadió– Y que
conste que si no lo ha hecho antes estoy
segura de que ha sido por ti.

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─ ¿Por mí?

Pansy vio elevarse sus cejas por encima de aquellos increíbles ojos verdes en un gesto de
incredulidad. ¿Ya tenía esos ojos cuando estaba

en Hogwarts? Tal vez fueran esas horrorosas gafas que llevaba entonces lo que le había impedido
apreciarlos como ahora.

─ ¡Por supuesto, Harry! Puedo llamarte Harry, ¿verdad? –él asintió algo aturdido por la imparable
conversación de la chica– Se preocupa

por ti, cariño.

Harry pareció no saber que decir.

─ Aunque seguramente me mataría si supiera que te lo he dicho. –soltó una risita suave– Así que si
aprecias en algo mi vida, guardarás el

secretó. –acabó en tono dramático.

Por un momento, Harry casi sonrió. Sus labios se entreabrieron y Pansy estuvo segura que había
esbozado una sonrisa, la más breve de la

historia de las sonrisas. Pero lo había hecho.

─ Y no te preocupes por tu cena, querido. –siguió diciéndole, satisfecha– Le diré a ese elfo
testarudo de Puky que te la suba a tu

habitación. Vichyssoise. –pronunció orgullosa en un casi perfecto acento francés.

─ ¡Oh! –se limitó a decir Harry, tratando de no denotar su ignorancia sobre lo que podía ser eso.

─ ¡Crema de puerros! –aclaró ella alzando las manos hacia el techo– Porque te gustan los puerros,
¿no?

─ Bueno...

Harry no estaba muy seguro de qué contestar. Aunque vichyssoise sonaba mucho más excitante
que crema de puerros.

- Voy a estar algunos días por aquí. –le hizo saber la joven– Draco está demasiado ocupado para
perder el tiempo en estas cosas. Pero la

verdad es que esta casa necesita que le laven la cara. –y añadió enfadada– Y algún elfo que yo me
conozco, un buen tirón de orejas. ¡Hay

mantelerías que hace siglos que no se han lavado!


Pansy dirigió entonces una mirada traviesa al joven sentado frente a ella.

- ¿Te gustaría acompañarme cuando termines con tu terapeuta? O mejor, vendré a buscarte a esa
habitación tan misteriosa en la que los dos

os encerráis cada día. Siento curiosidad, ¿sabes? No puedo evitarlo. Soy curiosa por naturaleza.

Y parlanchina, no pudo evitar pensar Harry.

- Bien, decidido entonces. ¿Qué te parece si me acompañas al comedor? –aunque no esperó


respuesta y tiró de Harry para que se

levantara– He hecho sacar cuatro o cinco mantelerías de esos roñosos cajones que no deben
haberse abierto en años. ¡Dioses! Intento

decidir cual escoger y ni siquiera estoy segura del color original del tejido.

­ No creo que en eso pueda ayudarte… –intentó decir Harry mientras sentía la mano de Pansy
tomar la suya para guiarle fuera del salón–

No, deja que yo te coja, por favor.

Pansy siguió atentamente la mano de Harry persiguiendo su codo hasta encontrarlo.

- ¡Oh, no te preocupes por eso, cariño! –respondió ella muy risueña, mientras empezaban a
andar– Yo te los describo y tú me ayudas a

decidir. ¿No jugaste nunca de niño a adivinar objetos o personas describiéndolos? ¡Yo era muy
buena! Genial en realidad, a decir de

Draco. Que viniendo de él ya es mucho. –se detuvo de repente haciendo que Harry trastabillara un
poco– Porque tú recuerdas los colores,

¿verdad?

­ Bueno, si…

- Perfecto, perfecto. –exclamó ella entusiasmada– Te nombro mi ayudante a partir de ahora.

Harry, medio divertido, medio asustado, se dejó llevar preguntándose si esa chica desayunaría
lenguas cada mañana.

A la hora de la cena, Harry estaba agotado. Pero se sentía extrañamente contento. Pansy podía
acabar poniéndole a cualquiera la cabeza del

revés, pero había sido entretenido. Las horas habían pasado volando. Todavía no entendía como
había conseguido arrastrarle por media

mansión y cómo él se había dejado. Aunque la verdad era que Pansy no preguntaba.
Sencillamente te llevaba.

Draco le observaba desde el otro lado de la mesa con curiosidad. Pansy le había contado antes de
irse todo lo que habían estado haciendo
esa tarde y a él no le había quedado más remedio que preguntarle cómo lo había conseguido. En
una sola tarde ella había logrado sacar

más palabras del Gryffindor que él en cuatro meses. Según su amiga habían hablado de Hogwarts,
de sus profesores, de los partidos de

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Quidditch y mantelerías. ¡Mantelerías!

- Sólo tienes que buscar un tema de conversación que le interese. O que compartáis! –le había
dicho Pansy con toda naturalidad– Tú

también fuiste a Hogwarts, Draco. –le recordó– ¡Y es tan mono! Un verdadero cielo. No se ha
quejado ni una sola vez.

- ¿Y a Potter le interesan las mantelerías? –había preguntado él con sarcasmo– ¡Dioses, Pansy!
¡Tendré suerte si después de esto no intenta

suicidarse otra vez!

Aparte de haberse ganado un buen puñetazo en el hombro por parte de su amiga, sus palabras le
habían ayudado a reflexionar. ¿Qué era lo

que podía compartir él con Potter, aparte de peleas, maldiciones, insultos y odios pasados?

Después de darle muchas vueltas durante un par de días, había llegado a la conclusión de que sí
había algo que los dos compartían. Algo

que los dos habían disfrutado. Y que seguramente Potter echaba de menos. Y tras consultárselo a
Blond se dispuso a ponerlo en práctica.

- ¿Te gustaría dar un paseo, Potter? –le preguntó al cabo de un par días, una vez Pansy ya se hubo
marchado. El Gryffindor estaba

escuchando música en su habitación, tumbado en la cama.

- No realmente. –fue la franca respuesta.

Draco desconectó el aparato, ganándose una mueca de fastidio del Gryffindor.

- Te gustará. Hace una tarde estupenda. Te abrirá el apetito para cenar.

Harry dudó entre ponerse terco y soltar alguna frase ácida que desanimara a Malfoy o acceder sin
más.

- Esta bien. –aceptó.

No tenía ganas de discutir. Después de todo, Malfoy se estaba comportando de una forma
bastante civilizada con él. Se puso la túnica que
el rubio le dejó en la mano y bajó las escaleras con cuidado, pero sin su ayuda.

- ¿Vamos al jardín? –preguntó.

Bueno, al menos sería un paseo corto, pensó.

- ¡Vaya! Empiezas a conocerte esto como la palma de tu mano, ¿eh Potter? –le admiró Draco–
Cuidado el…

­ …escalón. –terminó Harry.

Draco sonrió.

- Espera aquí un momento.

Había dejado la escoba preparada sobre uno de los bancos de piedra.

- Deja tu bastón aquí. –le dijo después, quitándoselo de la mano– No vas a necesitarlo.

Harry empezó a sentirse inquieto. ¿En qué clase de paseo estaba pensando Malfoy? Cuando el
Slytherin puso en su mano el mango de una

escoba para que la reconociera, entró en pánico.

- ¡Ah, no! Si pretendes que me suba a una escoba es que te has vuelto loco.

- Yo guiaré, Potter. –aclaró Draco con ironía– Mí locura tiene un límite.

Harry dio un vacilante paso atrás y negó con la cabeza. Draco observó su rostro, de pronto
desencajado y sus manos, huérfanas de

cualquier apoyo, moviéndose nerviosas como si lo buscara desesperadamente.

- Para tu tranquilidad, te diré que se lo he consultado antes a Blond. –le dijo– Y le ha parecido una
estupenda idea.

­ Otra loca… –masculló Harry entre dientes.

- Vamos, sube. –insistió Draco– No voy a tirarte de la escoba si eso es lo que te preocupa.

- Tal vez tu no me tires, ¡pero yo puedo caerme, Malfoy! –dijo con claro terror.

Harry oyó un audible resoplido por parte del Slytherin y su voz sonó decepcionada cuando habló
nuevamente.

- Creía que te gustaría volver a volar. –le dijo– Lo siento, ha sido una estupidez. Debí recordar que
un pobre ciego como tú solo puede

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quedarse sentado en su sillón con un libro parlante en el regazo.


Draco observó como Potter apretaba los puños y sus labios se fruncían en una clara muestra de
que había dado en la línea de flotación de

su orgullo.

- Volvamos. –dijo a continuación, entregándole su bastón.

Pero Potter no se movió. Dudaba. El peso de su cuerpo se apoyaba de una pierna a otra, inseguro
y más frágil de lo que Draco recordaba

haberle visto en mucho tiempo. Imaginó la lucha interna que en ese momento el Gryffindor estaba
librando consigo mismo. Y decidió

echarle un cable.

- No te soltaré, Potter. –le aseguró– Y si una vez arriba no te sientes cómodo, bajamos y punto.
Sólo… inténtalo.

Deslizó la escoba entre sus piernas y al ver que el otro no hacía gesto de rechazarlo, montó él
también. Llevó los brazos de Potter a su

cintura y éste la rodeó, cerrando las manos con fuerza en su túnica, sin que ello evitara que Draco
pudiera percibir su temblor.

- ¿Te sientes seguro? –preguntó– Voy a subir…

- Adelante... –respondió Potter, aunque su voz sonó de todo menos confiada.

Draco dio una patada en el suelo y se elevó. Inmediatamente el agarre en su cintura se hizo mucho
más estrecho y convulso.

- ¿Todo bien ahí detrás? –preguntó.

Un movimiento afirmativo contra su espalda y oyó a Potter dejando escapar el aire que había
retenido muy despacio. Durante un buen rato

no hablaron. Draco condujo la escoba suavemente, sin grandes oscilaciones ni movimientos


bruscos. La tensión de las manos de Potter en

su túnica fue aflojando lentamente, aunque siguió agarrado a él como a una tabla de salvación. El
cuerpo del Gryffindor, tan pegado al

suyo, le transmitía una agradable sensación de calidez. Le hacía sentir más físicamente necesario
que nunca. Y esa era una experiencia que

había descubierto que le gustaba. Como el sentir su mano tomando su codo para bajar las
escaleras. O cuando había cogido la suya durante

todas aquellas noches en que se agitó sumido en sus pesadillas. Aunque en ese momento todavía
no lo percibiera de ese modo. Sin

embargo, recordó que Potter jamás había palpado su rostro. Lo había hecho con Blond, con sus
amigos, con el licántropo, con el asistente
social, incluso con Pansy. Pero no había mostrado el menor interés en él. Y Draco anhelaba sentir
esos dedos en su cara. Que recorrieran

cada uno de sus rasgos y los reconocieran. Deseaba que acariciaran su mejilla y rozaran sus labios.
Que contornearan sus ojos y dibujaran

su mentón. Que delinearan su nariz y se deslizaran despacio y sin prisa entre las hebras de su pelo.

Ahora el aliento del Gryffindor resbalaba suavemente por su nuca y su piel cosquilleaba con cada
una de sus tibias exhalaciones. Draco

deseó que aquel paseo aéreo no terminara nunca.

- Descendamos, Malfoy.

La voz, algo entrecortada de Potter, le sacó bruscamente de su ensoñación.

- De acuerdo. –accedió, decepcionado.

Tomaban tierra al cabo de pocos segundos.

­ ¿Puedes… darme mi bastón? –pidió el Gryffindor.

­ Claro…

Puso el bastón en su mano.

- No es necesario que me acompañes. –le dijo Harry.

Y sin darle otra opción, Draco le vio desaparecer por la puerta del jardín, con paso vacilante,
preguntándose que había hecho mal.

Aquella noche Harry no bajó a cenar. Y arropado en su oscuridad, lloró. Esta vez no fueron
lágrimas de rabia o de indignación. Fue

tristeza en su forma más pura. Por todo lo que había perdido y jamás volvería a tener.

Continuará...

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Capítulo V por Livia

Notas del autor:

Disclaimer: Ya me gustaría, pero aparte de los personajes que han surgido de mi imaginación, los
demás no

son míos.
Gracias a Eire por betear, pero más, por aconsejar.

CAPITULO V

Draco se había guardado su decepción y actuaba como si no se diera cuenta que, desde la tarde
que volaron, Potter estaba taciturno y más

esquivo de lo que ya era habitual. Blond, le había dicho que seguramente era porque había tenido
que enfrentarse al hecho de que ya no

podía realizar por si mismo una actividad de la que había disfrutado, más que de otra cosa, cuando
podía ver. Pero que no debía sentirse

culpable por ello, ya que esa era una de las tantas cosas que Harry tenía que afrontar y superar.
Cuanto antes, mejor. El rubio había tenido

la más que ligera sospecha de que la terapeuta le había utilizado para enfrentar a Potter a esa
situación y quemar una etapa más en su

reeducación. Y si había algo que a Draco Malfoy no le gustaba era que le utilizaran. Menos sin su
consentimiento. Lou nunca supo cuan

cerca había estado de cobrar sus últimos galeones.

También Pansy se había visto abandonada por su ayudante en la laboriosa tarea de poner la
mansión Malfoy a punto y organizar la cena

para Draco, prevista para el sábado de esa misma semana. Por más que lo había intentado, había
sido tajantemente rechazada por un más

que huidizo Harry que, en cuanto acababa su sesión con Lou, escapaba a su habitación donde
permanecía hasta la hora de comer. Y no

volvía a bajar hasta la cena.

La semana engulló sus días con rapidez y el sábado llegó en lo que apenas pareció un suspiro. El
día transcurrió entre pequeños ataque de

nervios de Pansy, la indiferencia de Harry, y el malhumor de Draco, poco predispuesto para una
cena que no consideraba más que una

engorrosa obligación. Sin embargo, dispuesto a comportarse como un perfecto anfitrión, a las
ocho en punto estaba en el vestíbulo de la

mansión junto a Pansy y Blaise recibiendo a sus invitados, vestido impecablemente para la ocasión
y con una sonrisa postiza en los labios.

Lucian Bole, Millicent Bulstrode, los inseparables Crabbe y Goyle, Daphne Greengrass, el estúpido
de Pritchard con el lame culos de

Warrington… hasta llegar, cómo no, a Theodore Nott. Draco, haciendo gala de sus más exquisitos
modales, les dio la bienvenida a todos
como en los mejores tiempos de la mansión Malfoy, cuando eran sus progenitores los que acudían
invitados por los suyos y él era obligado

a permanecer junto a ellos para saludar personalmente a cada una de las familias. Abrazos y
encajadas de manos, afectados besos por parte

de las damas, comportándose todos como viejos amigos que hace tiempo que no se han visto y
están deseando intercambiar noticias y

experiencias.

Poco después, la cena transcurría en un ambiente distendido y amable mientras se comía, bebía y
reía. Pansy observó orgullosa el resultado

de sus esfuerzos, deslizando su mirada de brillantes ojos negros a lo largo de la mesa. Todo estaba
perfecto. La comida, después de

innumerables peleas con los elfos de la cocina, deliciosa. La mantelería elegida había recuperado
su color original, salmón muy pálido y la

cubertería brillaba. Sentada al lado derecho del anfitrión, quien presidía la mesa, contempló los
rostros satisfechos de todos sus ex

compañeros de escuela, complacida de haber podido conseguir reunirlos en tan pacífica armonía.
Depositó suavemente su mano en la de

Draco para llamar su atención. A pesar de su permanente sonrisa y de la distendida conversación


que mantenía con sus invitados, Pansy

sabía que estaba tenso como un muelle presto a saltar en cuanto le provocaran.

- Relájate, querido. Todo está yendo a las mil maravillas. –le dijo.

Él la miró sin perder su sonrisa, pero su tono de voz demostró cuan lejos estaba de sentirse
sosegado.

- ¿Eso es lo que crees? –preguntó oscureciendo sus ojos grises en dirección a Nott– Ojala no te
equivoques.

Ella le sonrió con confianza y después centró de nuevo su atención en Daphne, sentada frente a
ella, quien relataba entusiasmada su

reciente viaje a Nueva York y las excelencias de los dos callejones mágicos de aquella gran ciudad.

Llegaron a los postres y después al café sin ningún incidente remarcable. Y Draco casi estuvo a
punto de darle la razón a Pansy y relajarse.

Lo cual hubiera sido un error. Porque, como había estado temiendo durante toda la noche,
Theodore Nott sacó por fin el único tema de

conversación que el rubio quería evitar.


- Y bien, Draco, ¿cuándo nos vas a hablar del héroe que tienes escondido en alguna parte de esta
inmensa casa? –Nott le guiñó un ojo con

falsa complicidad– Dinos, ¿cómo te va con Potter?

Draco dio un sorbo más a su café y después dejó la taza calmadamente en su platito. Pansy sabía
que aquella combinación de sonrisa

esplendorosa y mirada helada no presagiaban nada bueno. Y a pesar de la también radiante que
exhibía Theo, su mirada era desafiante.

Pansy volvió a depositar su mano sobre la de su amigo en un ademán tranquilizador, mientras


miraba de reojo a Blaise, que como

esperaba, parecía atento a intervenir si se hacía necesario.

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- Sinceramente, Theo, no tardé mucho en darme cuenta de que meterse con un pobre ciego no
tiene demasiado aliciente. –respondió Draco

con apatía– Así que, si he de serte franco, no le presto demasiada atención.

Sonrisas congeladas en los labios de ambos y miradas demasiado calientes, amenazando romper el
pacífico equilibrio en el que había

transcurrido hasta entonces la velada.

- Después de esta copiosa cena a mi lo único que me interesa saber es dónde escondes el brandy,
amigo. –bromeó Blaise oportunamente,

antes de que Theo sacara el pie del tiesto y Draco se sintiera obligado a volvérselo a meter.

El rubio le dirigió una mirada agradecida.

- Pasemos al salón entonces. –sugirió a sus invitados.

Y levantándose, guió al grupo de Slytherins hasta la estancia de al lado, nuevamente entre risas y
conversaciones frívolas.

***

Harry había permanecido en su habitación toda la tarde. No tenía ningún interés en el frenético
deambular de Pansy ni en su agobiante

parloteo. Tampoco Malfoy parecía gozar de uno de sus mejores días. Así que comió en silencio y se
retiró en cuanto pudo, alegrándose de

pasar desapercibido en medio del estresante ambiente que parecía envolver la mansión ese día.
Hasta el servicial Puky andaba algo
desquiciado. Aunque si tenías a una histérica Pansy dando órdenes sin parar detrás, hasta el elfo
más sumiso y obediente acababa por

volverse loco.

Pasó la tarde leyendo, mejor dicho, escuchando un nuevo libro que Puky le había entregado un
par de días antes de parte de Malfoy.

Prácticamente hasta la hora de la cena. Comió sin hambre, decidiendo que la Vichyssoise no era
realmente un plato que le gustaría repetir

y después se sentó en el sillón habitual a escuchar un poco de música. Debió quedarse dormido,
porque despertó de repente debido a un

ruido que no supo identificar y con la sensación de que no estaba solo en la habitación.

- ¿Puky?

El elfo no respondió. Así que pensó que habían sido imaginaciones suyas, o que todavía estaba
algo perdido en el ensueño de aquella siesta

tardía. Se levantó con la intención de ponerse el pijama, visitar el baño y acostarse. Pero no había
dado ni dos pasos cuando algo se

interpuso entre sus piernas, haciéndole tropezar y caer. Inmediatamente unas sonoras carcajadas
inundaron la habitación.

- Que torpe eres, Potter. –dijo una voz que Harry no reconoció– Deberías mirar por donde
caminas. ¡Oh, Merlín! ¿He dicho mirar?

Más risas y unas manos le levantaron bruscamente.

- ¿Te aburres, Potter? –volvió a hablar la misma voz– Eso de estar todo el día a oscuras debe ser
bastante aburrido, ¿no creéis, chicos? –las

manos que le agarraban le hicieron girar– Pero nosotros venimos dispuestos a proporcionarte un
poco de diversión.

Harry fue violentamente empujado hacia delante y cuando pensó que iba a caer nuevamente,
otros brazos le agarraron con fuerza para

empujarle con la misma brusquedad hacia los siguientes brazos que le recibieron. El moreno se
encontró girando como una peonza en un

círculo que le pareció de tres o cuatro personas, aunque la situación no era como para que pudiera
determinarlo con exactitud.

- ¿No vas a decir nada, Potter? ¿No vas a agradecernos que hayamos subido hasta aquí para
alegrarte la velada?

Harry estaba mareado y asustado. Las risas fáciles y flojas que sonaban en la habitación
evidenciaban el alto grado etílico de los que sin
duda eran invitados de Malfoy. El último empujón volvió a mandarle directamente a besar el
suelo, entre un nuevo estallido de carcajadas

que perforaron sus oídos como un taladro.

- Levántate, Potter. –ordenó la desagradable voz.

Harry jadeó con pánico, sintiendo que su oscuridad nunca había sido más oscura. Sus uñas se
clavaron en la alfombra, preguntándose si

Malfoy o incluso Pansy sabrían lo que estaba pasando allí. La sola posibilidad de que así fuera y a
pesar de todo hubieran decidido

ignorarlo, cubrió su cuerpo de un sudor frío y vació de aire sus pulmones, haciéndole sentir más
solo que nuca. Apenas había logrado

arrodillarse cuando fue izado por una mano ruda e impaciente.

- Y dime, Potter, ¿por qué te esconde Malfoy? –quien fuera, en ese momento mantenía el rostro
muy cerca del suyo, porque su aliento

apestando a alcohol llenó sus fosas nasales, revolviéndole más el estómago– ¿Qué le has dado al
maricón de Draco para que no quiera

compartirte con nadie?

Una desagradable lengua le lamió la cara, ensalivando su mejilla. Harry intentó apartarse,
asqueado. Pero de pronto había más brazos

sujetándole; más manos palpando su cuerpo de forma desagradable; caricias licenciosas


recorriendo intimidad que solo otras manos, aparte

de las suyas, habían tocado.

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­ Mmm… duro y apretado. –masculló Nott entre dientes deteniéndose en su trasero– Perfecto.

Dos risitas ebrias sonaron con sorprendente coordinación a ambos lados de Harry, mientras él se
retorcía inútilmente, mucho más asustado

que antes.

- Todas nuestras obras sociales tienen hermosas placas con agradecidas inscripciones, ¿lo sabias,
Potter? Y Draco parece haberse olvidado

de lo que prometió. –le ilustró el Slytherin sin ceder un centímetro en la distancia que separaba su
rostro del de Harry– Tendremos que

enmendar esta descuidada distracción de nuestro anfitrión.


Un brusco estremecimiento recorrió el cuerpo de Potter y si no fuera porque sabía que no era
posible, Theo hubiera jurado que sus ojos

habían cobrado vida para poder oscurecerse bajo la sombra de sus palabras.

El Slytherin compartía en ese momento la expresión obscena que también reflejaban los rostros
de sus dos compañeros, abotargados sus

cerebros de alcohol y resentimiento a partes iguales. Y un deseo enfermizo de mortificar y diezmar


honor y dignidad de quien

consideraban les había arrebatado la suya. Y de paso, inconfesable secreto que Theo guardaba en
el recoveco más escondido de su alma,

golpear también el orgullo de quien había obtenido pleitesía como príncipe y lealtad como líder, a
su entender, sin otro derecho que el que

otorga la arrogancia y la desmedida importancia dada a un apellido.

Malfoy siempre había sido celoso de lo suyo. Y por alguna razón, había decidido convertir a Potter
en propiedad exclusiva, rompiendo las

reglas del juego para, una vez más, imponer las suyas. Y en esta ocasión él, Theodore Nott, no se lo
iba a permitir.

­ Veamos…

Harry contuvo la respiración al sentir la varita de Nott rozar su mejilla, recorrer su garganta y
cruzar después su pecho, deteniéndose a la

altura de su estómago. Y por un segundo, tuvo la vana ilusión de que frenaría allí.

- Difícil decisión, ¿eh, Theo? –articuló Pritchard con dificultad, humedeciéndose los labios.

Su beodo compañero asintió con entusiasmo, esperando también a que Nott se decidiera por fin y
empezara la verdadera diversión.

- En realidad, no. –aseguró el interpelado con voz algo más pastosa.

Retiró la varita y posó sus manos torpemente en el cinturón de su víctima, sonriendo satisfecho al
comprobar la expresión de alarma que se

pintaba en el rostro de Potter cuando el botón de sus pantalones abandonó el ojal.

- Veamos para cuanto texto da tu trasero, Potter. –dijo masticando cada palabra en tono
malicioso.

Un violento forcejeo siguió a la exclamación ahogada del Gryffindor, cuyos denodados esfuerzos
por resistirse no lograron más que

enardecer más a sus atacantes, que entre empujones, pugnas y carcajadas, acabaron dejándole sin
pantalones y calzoncillos,
vergonzosamente expuesto sobre la cama.

***

Draco paseó distraídamente la mirada por el salón, mientras le servía el tercer vodka a Millicent.
Aquella tipa bebía como una cosaca,

pensó con desagrado. Recuperó su propia copa y sorbió un poco de whisky mientras daba un
segundo y más ansioso vistazo por toda la

habitación. Para confirmar que ni Nott, ni Warrington, ni Pritchard se encontraban allí. Maldijo en
silencio y se dirigió sin perder tiempo

hacia la puerta de salón, bajo la atenta mirada de Blaise, quien no tardó en seguirle.

- Draco, ¡espera!

Pero el rubio subía ya las escaleras, comiéndose los escalones de tres en tres. Blaise vio con
preocupación que llevaba la varita en la mano

y apresuró el paso, sacando también la suya.

Cuando Draco abrió la puerta no sabía realmente que esperaba encontrar. Pero sin duda no
estaba preparado para la imagen que le recibió.

Potter estaba sobre la cama, sus brazos dolorosamente torcidos sobre su espalda por Warrington.
Pritchard sujetaba sus caderas desnudas

con fuerza contra el colchón, sofocando los desesperados intentos del Gryffindor por librarse de
él. Nott, sentado a horcajadas sobre sus

piernas, dibujaba lenta y concienzudamente con su varita sobre una de sus nalgas.

Fue Warrington, el primero en levantar la cabeza y encontrarse con el rostro sorprendido y


después iracundo de Draco, quien se dirigió

inmediatamente hacia ellos con aire amenazador. Y Nott, el primero en sentir la descarga de su
furia, cuando la varita le fue arrancada de

la mano y otra se clavó en su nuca como si quisiera atravesarla. Draco no encontraba palabras
para expresar lo que en aquel momento

hervía en sus venas. Así que con un embate furioso le derribó de la cama, lanzándole al suelo con
un golpe seco.

­ Draco, no es para tanto… –intentó justificarse– …sólo es un…

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Antes de que pudiera acabar la frase, el pie de Draco estaba en su garganta, apretando sin
compasión. Theo miró aterrado al rostro que se

imponía sobre él desde la altura, sus ojos oscurecidos de forma feroz, su expresión brutal e
irreconocible. El ánimo de la serpiente que se

encontraba en el suelo había mudado de la diversión al pánico y, desesperado, se aferró al tobillo


del rubio intentando apartar de su cuello

la presión que estaba apunto de partirle la nuez.

- ¡Draco, basta! –gritó Blaise– Detente, Draco, por lo que más quieras.

Y en vista de la ira que en ese momento obcecaba a su amigo, Blaise tuvo que hacer gala de toda
su persuasión física para lograr apartarle

de su objetivo. Le mantuvo todavía unos instantes sujeto contra su propio cuerpo, mientras Draco
temblaba de forma ostensible, sacudido

por la furia y por los esfuerzos en lograr reprimir las ganas de seguir rompiéndole el cuello a su ex
compañero de Casa.

- Que se larguen de aquí, Blaise. –siseó entre dientes– ¡Todos! ¡Antes de que me arrepienta!

Blaise sólo había tenido que apuntar su varita en dirección a Warrington y Pritchard cuando entró
en la habitación siguiendo a Draco, para

que ambos abandonaran de un salto a su víctima. La misma varita les indicó la puerta y ellos no se
lo hicieron repetir dos veces. Después,

levantó sin muchas contemplaciones a Nott del suelo y lo arrastró también fuera de la habitación
antes de darle a Draco la oportunidad de

hacerlo.

Sólo cuando vio la puerta cerrarse, Draco consiguió encontrar la calma suficiente para dirigir la
mirada hacia la cama. De alguna forma,

Potter había logrado cubrirse con la colcha y permanecía encogido con el rostro oculto entre sus
pliegues. No muy seguro de lo que podía

decir en ese momento, Draco se acercó lentamente, dándose tiempo para encontrar la
seguramente inexistente frase que pudiera ayudar en

aquel desagradable trance.

- ¿Estás bien, Potter? –preguntó suavemente, no encontrando finalmente otras palabras.

- ¿Tú qué crees? –respondió la voz del moreno, mezcla de irritación y lamento.

Los pies de Draco tropezaron en ese momento con los pantalones y la ropa interior que habían
sido abandonados en el suelo en arrugada y
revuelta pila. Los recogió, dejándolos a los pies de la cama, invadido por un nuevo acceso de ira.
¡Por todos los dioses! ¡No sabía cómo

enfrentar aquella situación! Deslizó el gris endurecido de sus ojos sobre silueta envuelta bajo la
fina colcha. Una pequeña mancha rojiza

empezaba a dibujarse donde la tela cubría el glúteo herido. Draco titubeó unos instantes y
después hizo acopio de aire antes de pronunciar

su siguiente frase.

­ Tal vez… tal vez deberías dejarme ver…

- ¡No!

Potter había desgarrado la respuesta de forma casi salvaje, acompañada de un movimiento brusco
hacia el centro de la cama.

- Lárgate, Malfoy.

El resentimiento en su voz golpeó a Draco en pleno estómago, retorciéndolo de forma


inmisericorde.

- Déjame ayudarte. –dijo, imprimiendo a su voz una firmeza que no sentía.

La desordenada melena de pelo negro negó con rotundidad y los nudillos en sus manos
emblanquecieron por la fuerza con que sus puños

se cerraron sobre la colcha.

- Por favor, vete. –y esta vez, las palabras ahogadas contra el colchón sonaron a súplica.

***

A la mañana siguiente Draco esperaba francamente nervioso en el comedor, aguardando a que


Potter bajara a desayunar. No sabía si era su

misma impaciencia, pero la espera se le estaba haciendo excesivamente larga. Tal vez porque
llevaba horas levantado y el momento de

enfrentar con el Gryffindor lo ocurrido la noche pasada le estaba desquiciando. Hasta el punto de
que no había pegado ojo en toda la

noche. Miró de nuevo su reloj y se preguntó si, finalmente, tendría que subir a buscarle.

No hizo falta.

Harry apareció en la puerta del comedor justo cuando el rubio estaba considerando la posibilidad
de enviar a Puky para tantear el terreno.

- Buenos días.

- Buenos días. –respondió Draco, consiguiendo como siempre que su voz no reflejara su estado de
ánimo– ¿Cómo te encuentras?
Ya sentado, Harry se limitó a hacer un leve movimiento de cabeza, que podía interpretarse de mil
maneras. Había desahogado su

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impotencia y su rabia hasta quedar agotado y sus ojos secos. Había dormitado a intervalos,
inquieto y demasiado nervioso para poder

conciliar el sueño que necesitaba, por lo que sus ojeras eran bastante pronunciadas esa mañana.
Al principio, la nalga había escocido con

saña y él había intentado moverse a una posición más cómoda, de lado, tratando de que el leve
peso de sábana y colcha la atormentaran

menos que boca abajo. Cuando Malfoy había abandonado la habitación, se había duchado y
limpiado la herida, pero no había servido de

mucho. Así que sobre las dos de la mañana, decidiendo que ya había tragado suficiente dosis de
autocompasión, convocó a Puky, quien no

le sorprendió apareciendo preparado con todo lo necesario para la cura.

Por la mañana se había levantado con el firme propósito de no dejarse caer, ni mostrarse
vulnerable o inseguro. Ya había sido

suficientemente patético el día anterior. Así que había tomado la resolución de dejar que la
procesión fuera sólo por dentro y sostener su

ánimo con el grado suficiente de furia que le permitiera no desmoronarse y abordar la cuestión
que le había quemado más que su nalga.

- ¿Qué les prometiste? –preguntó casi a bocajarro, sin que siquiera el desayuno hubiera tenido
tiempo de aparecer.

A pesar de la distancia física que sabía les separaba, –la mesa era bastante larga– casi pudo oír los
dientes de Draco rechinar cuando éste

apretó las mandíbulas en un gesto de culpabilidad.

- ¿La idea era exhibirme como a un mono de feria, Malfoy? –continuó ante el silencio del otro– Si
querías lucirme en tus reuniones

sociales, sólo tenías que hacérmelo saber. Me habría aprendido de memoria el texto y recitado
con mi mejor dicción. –ironizó– Así tus

amigos no hubieran tenido que tomarse tantas molestias.

Draco cerró los ojos con fuerza y estrujó inconscientemente la servilleta que había estado
toqueteando distraídamente. No pudo evitar
pensar que si hubiera seguido el consejo de Blond, la conversación ahora no sería tan difícil como
pintaba. Pero, como había oído en

alguna parte, quien siembra vientos, recoge tempestades. Así que no le quedó más remedio que
buscar en su interior algo de ese valor que

sobraba a los leones y del que a veces adolecían las serpientes.

- La idea era humillarte. –reconoció haciendo acopio de coraje– Pero jamás, jamás, ¿entiendes?,
jamás llegar a lo que sucedió ayer. Es

más, abandoné esa intención hace mucho tiempo.

Harry dejó escapar el aire suavemente. Parecía como si después de todo, hubiera esperado que la
respuesta fuera otra.

- Pero por lo visto, la intención no te abandonó a ti, porque tus amigos hicieron un buen trabajo. –
dijo en tono cortante.

Draco apretó los labios, reprimiéndose las ganas de decirle que no eran sus amigos. Que hubiera
matado a Nott allí mismo si Blaise no se

lo hubiera impedido. Que jamás se había sentido tan angustiado ni lleno de ira como cuando le vio
expuesto de aquella forma… ¡Dioses!

Tragó con fuerza y se removió incómodo en su silla, aparcando pensamientos demasiado


embarazosos para ese momento.

- Siento lo de ayer, debes creerme, Potter. Jamás instigué para que sucediera. Y te juro por todo lo
más sagrado, que jamás volverá a

suceder. –guardó un pequeño silencio, quizá esperando una indulgencia que no llegó– Dicho esto,
aceptaré cualquier decisión que quieras

tomar al respecto. Sea la que sea.

Durante unos atormentados segundos, Draco esperó la respuesta de labios del moreno, quien
parecía estar sopesándola concienzudamente.

Por fin, Potter levantó el rostro otra vez en dirección a su voz. Ahora no había en él enojo, ni
indignación. Tampoco odio. Sólo

determinación.

- ¿Me dejarías marchar, Malfoy? –preguntó provocando que a Draco le diera un vuelco el corazón.

- ¿A dónde irías? –preguntó éste a su vez, sin lograr que su voz no sonara algo tensa.

- No lo sé. –admitió Harry– Pero estoy seguro de que tienes los medios necesarios para encontrar
un lugar donde Lou pueda seguir

adiestrándome hasta que esta tutoría termine. –y añadió en un tono extrañamente tranquilo–
Lejos de ti y de tus amigos.
Draco no pudo leer nada en la expresión totalmente vacía del Gryffindor.

- A cambio, prometo no mencionar este incidente al asistente social. –añadió Harry, creyendo que
el silencio demasiado prolongado del

otro era una probable negativa.

Los ojos de Draco se endurecieron.

- No hacía falta llegar al chantaje, Potter. –le dijo, herido– Si quieres irte, no te lo impediré. Lo
arreglaré para que puedas marcharte lo

antes posible.

- Gracias. –dijo el Gryffindor sin alterar su actitud.

Y abandonó el comedor y el desayuno, dejando a Draco furioso, decepcionado y dolido.

***

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Durante la siguiente semana la magia de Harry rebotó, sacudió e hizo pedazos cualquier objeto a
su alcance, sin que Lou fuera capaz de

sacarle una sola palabra de los motivos que habían renovado aquel destructivo estado de ánimo. Y
cuando intentó hablar con Malfoy, la

terapeuta se encontró con que era imposible localizarlo a una hora razonable del día, por lo visto
demasiado ocupado con su trabajo.

Desorientada, se preguntó qué podía haber sucedido con Harry, cuando justo la semana antes
había empezado a controlar su magia y a

dirigirla con bastante acierto. Tal vez el chico necesitara un pequeño desahogo, se dijo. Al fin y al
cabo tenía veinte años y la ceguera no

era impedimento para que un montón de hormonas sacudieran un cuerpo joven y sano como el
suyo. Así que tras una de esas desastrosas

sesiones, decidió abordar la cuestión.

- Creo que hay un tema del que todavía no hemos hablado y al que necesitas, tal vez, prestar un
poco de atención.

Harry, fastidiado por no haber podido escapar a su habitación inmediatamente, dio muestras de
no comprenderla.

- No quiero que te avergüences, porque es algo completamente normal. –le previno Lou– Y sano. Y
todos necesitamos un desahogo de vez
en cuando.

- ¿A qué te refieres? –preguntó Harry, sin entender todavía por donde iban los tiros.

- Dime, ¿tenías alguna novia o amiga especial antes de que todo esto sucediera y que desearías
que te visitara?

Comprendiendo al fin, Harry enrojeció violentamente y negó con la cabeza.

­ No… no tuve mucho tiempo para esas cosas. –mintió.

- ¿Tal vez te gustaría un poco de compañía, entonces? No creas que es una idea absurda, Harry.
Una buena sesión de sexo hace milagros.

Conozco a una chica que estaría encantada de ocuparse de un chico tan guapo como tú.

Ahora Harry ya estaba de un rojo furioso, sin saber ni como permanecer sentado.

­ Lou,…yo… yo te lo agradezco… pero de veras… no… no de verdad…

Lou reprimió una pequeña carcajada, porque no era la primera vez que veía esa reacción.

- Si lo que temes es que la presencia de esa chica pueda molestar al Sr. Malfoy, yo hablaré con él.
Lo comprenderá.

- ¡Dios! –gimió Harry escondiendo la cara entre las manos.

Lou despegó una de esas manos de su rostro y la tomó entre las suyas.

- Tal vez no voy en la dirección correcta. –insinuó palmeándola.

Harry dejó escapar un resoplido, sintiendo que sus mejillas no podían arder a más temperatura.

- Nada de chicas, ¿verdad? –Lou sonrió– También puedo arreglarlo.

Harry se preguntó si junto a los estudios que debió realizar la terapeuta regalarían también un
curso de alcahuetería. Deseó tener su capa de

invisibilidad para poder esconderse debajo. Mejor aun, fundirse y desaparecer de la faz de la tierra
para siempre jamás. Recuperó

bruscamente su mano y se levantó. Y con un apresurado hasta mañana, se esfumó por la puerta,
dejando a Lou con una sonrisa divertida en

los labios.

La terapeuta recogió su túnica y se dirigió hacia el salón para regresar, vía chimenea, al centro
donde trabajaba habitualmente. Distraída,

dándole vueltas a la escena que acababa de vivir con su nervioso paciente, tropezó en el corredor
con una compungida Pansy Parkinson.

- Lo siento. –se disculpó Pansy.


Lou le echó un vistazo al rostro preocupado de la joven y a Harry, que desaparecía escaleras arriba
con más rapidez de la que le había visto

subirlas hasta el momento. Volvió a mirar a la morena y se dijo que tal vez tuviera frente a ella una
inestimable fuente de información.

***

Janneth estrujó con fuerza la arrugada sábana, humedecida por el sudor. La lengua y los labios de
su compañera la llevaban a jadear como

si la próxima bocanada fuera a ser la última, mientras su piel se abrasaba en un deseo cada vez
más urgente. Ansiosa, una de sus manos

abandonó la maltratada sábana para enredarse apremiante en el corto cabello de Lou, que
perdida entre sus muslos, apretujaba su carne con

el mismo ímpetu que su boca excitaba aquel puro nervio que toda mujer protege entre sus
piernas. Un gemido gutural y profundo

acompañó el último movimiento de sus caderas contra la boca de su compañera, que aferró con
fuerza sus nalgas contraídas y clavó en

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ellas sus dedos pequeños y ágiles, acompañando los últimos espasmos de aquel fabuloso orgasmo.
Un rosario de pequeños besos cubrió su

vientre y ascendió hasta sus pechos hasta llegar a su rostro enrojecido y sudoroso.

- Joder, Lou, tendríamos que hacer esto más seguido. –suspiró.

- No será porque yo no quiero. –respondió ella dejando un pequeño beso en sus labios– A veces
creo que tu trabajo te produce orgasmos

mucho más intensos que yo.

- ¡No seas burra! –Janneth dejó escapar una risa clara y saciada mientras apretaba el cuerpo
delgado y elástico de su compañera contra sus

formas más redondas y rotundas.

- Sabes que tengo razón. –se quejó Lou– Siempre soy la última de tu lista.

La medibruja suspiró aceptando el reproche. Pero contraatacó:

- Porque tú eres la primera en la lista de todo el mundo, cariño. –acarició la piel suave y húmeda
de la espalda de Lou, quien enredó sus

piernas entre las suyas.


Janneth alargó un brazo hacia la bata que había dejado sobre la silla que había junto a la estrecha
cama de la habitación de guardia y

alcanzó un paquete de cigarrillos junto con un encendedor muggle.

- ¡Y tú eres médico! –bufó Lou.

Janneth se limitó a sonreír y a encenderlo.

- ¿Qué querías contarme sobre Harry? –preguntó mientras dejaba escapar el humo de la primera
calada con lenta satisfacción.

Lou le arrebató el cigarrillo y también dio una calada.

- No anda muy fino. –explicó– Por lo visto algunos amigos de Malfoy se pasaron de listos con él.

Janneth hizo ademán de incorporarse bruscamente.

- No te envares, cariño. –se adelantó Lou deteniendo la diatriba que Janneth estaba a punto de
disparar– El chico está bien. Sólo que ahora

quiere irse de la mansión y Malfoy parece que no va a impedírselo.

- ¿Irse? ¡No puede irse! –exclamó la medibruja– Hablaré con él.

Lou negó con la cabeza.

- Harry es muy reservado. Ya deberías saberlo. –le recordó la terapeuta– Pero dando algún rodeo,
he conseguido enterarme un poco del

asunto. –Lou sonrió con malicia– He hablado con la morenita amiga de Malfoy esta mañana.

­ ¿Y…? –preguntó Janneth, impaciente.

- Según su propia confesión, en el colegio no se habían llevado muy bien, pero ahora se lo comería
a besos. –Janneth alzó una ceja,

sorprendida– No te emociones, según ella es sólo una forma de hablar. –aclaró Lou con una
pequeña carcajada.

- Pero, ¿has logrado sacarle lo que pasó? –preguntó la medibruja intrigada, y a la vez deseosa de
tener algo con lo que poner a Malfoy, por

fin, en un buen aprieto.

Lou hizo una pequeña mueca, mientras volvía a arrebatar el cigarrillo de entre los dedos de su
amante.

- Tengo la impresión de que me ha obsequiado con una versión censurada. –respondió– Pero, por
lo visto Malfoy celebró una cena el

sábado pasado y algunos de los invitados subieron a la habitación de Harry y le zarandearon un


poco.
­ Bastardos… –escupió la medibruja.

- Pero, Malfoy y el novio de la chica acudieron al rescate antes de que la cosa pasara a mayores.

- Hay que denunciar a esos desgraciados. –dijo Janneth apagando el cigarrillo contra el suelo como
si estuviera machacando una

imaginaria cabeza– Algunos de los amigos de Harry son aurores, hablaré con ellos. –decidió con
energía.

- ¿Contando con el testimonio de quién? –preguntó Lou en tono socarrón– Harry no hablará,
prefiere huir. Y creo que sólo el acusado

sentimiento de culpabilidad que ahora mismo debe tener Malfoy le está dejando salirse con la
suya. Y él tampoco dirá nada, por supuesto.

Los trapos sucios se lavan en casa, ya me entiendes.

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- ¿Y su amiga? –preguntó Janneth con el ceño fruncido– ¿No puedes sacarle algo más?

- No te hagas ilusiones. No se delatarán entre ellos. Tienen un destacado sentido de la lealtad


hacia los suyos. -sonrió– Tú deberías saberlo.

Lou sabía que a su compañera no le gustaba demasiado que le recordaran que ella también había
sido una Slytherin.

- ¡Pues ya me dirás tú que hacemos! –resopló Janneth, enojada.

Lour sonrió con malicia.

- ¿Quieres escuchar mi teoría?

Janneth suspiró, acomodándose mejor para poder contemplar el rostro ansioso de su compañera.

­ Le temo a tus “teorías”…

Lou ignoró deliberadamente su comentario.

- Creo que lo que fuera que sucediera ese sábado, le ha dado a Harry la excusa perfecta para huir
de Malfoy. Porque no sabe como

enfrentarse a una situación que se ha convertido en algo completamente inesperado y que cree
que ni de lejos puede manejar. En resumen,

que no sabe como lidiar con Malfoy y prefiere poner distancia entre ellos.

Janneth primero la miró como si no pudiera creer lo que su compañera estaba insinuando y
después estalló en carcajadas. Lou le dirigió
una mirada molesta.

­ No… no… –logró pronunciar la medibruja– … me niego a tu absurda teoría.

- ¡Vale! –gruñó Lou, enfurruñada– Ríete si quieres, pero el tiempo me dará la razón.

­ Tu romanticismo es enfermizo…

- ¡Muy bien! –Lou se incorporó para sentarse y cruzar las piernas al estilo indio frente a su
amante– Entonces, dime, ¿por qué Malfoy

subió, según su amiga, como alma que lleva el diablo en cuanto sospechó lo que podía estar
pasando? ¿Por qué le defendió delante de

quienes, en teoría, son sus amigos?

- ¿Porque si se entera el Ministerio se le cae el pelo? –respondió Janneth con una sonrisa
condescendiente.

- No me contradigas, Jen, tú no estás ahí cada día para verlo. –Lou tomó aire, un poco
encabritada– Se preocupa constantemente por Harry

y lo ha demostrado de muchas formas.

- Lou, cariño, Malfoy se preocupa porque tiene un plazo que cumplir con el Ministerio. Y ha ido a
tropezar con otro más terco que él. Eso

es todo. –dirigió a su compañera una mirada indulgente– Hablaste con sus amigos. Conoces la
historia. –dejó escapar un suspiro– Y Harry

le pone las cosas difíciles porque es imposible que sea de otra forma. No se soportan. Nunca lo
han hecho. Harry ha tenido que aceptar este

arreglo porque no le ha quedado otra. Pero nunca se lo perdonará. Así que deja de ver flores y
violines donde nunca los habrá.

- ¿Y ahora quién está hablando? –rebatió Lou con ironía– ¿Remus Lupin o tú?

Janneth puso los ojos en blanco.

- Por favor, Lou, ¡otra vez con eso! –contempló el rostro aún más enfurruñado de su compañera–
Lupin es una persona muy agradable,

pero nada más. Te lo he dicho un montón de veces.

­ Si a diferencia de mi, no militaras en los dos bandos, tal vez me sería más fácil creerte…

- Ven aquí, tonta. –Janneth le echó un vistazo a su reloj de pulsera– Aún nos queda media hora…

Todavía con el gesto enfurruñado, Lou se dejó arrastrar entre los brazos de su amante.

***
Si la medibruja Arashi había mostrado su completo escepticismo sobre la teoría de su amante,
había otra persona que tampoco comulgaba

con las teorías de la suya: Blaise Zabini.

Harry Potter no le caía ni mejor ni peor que antes. Blaise siempre había sido un discreto partidario
del vive y deja vivir. Aunque las

circunstancias le hubieran llevado a “no dejar vivir” con demasiada tranquilidad a más de uno.
Concretamente a sus enemigos naturales en

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Hogwarts. Para que le dejaran vivir a él, había tenido que acomodarse a lo que todo Slytherin que
mereciera ese nombre debía cumplir: su

cuota de fastidio diario a Gryffindor y a poder ser, más especialmente a Potter y allegados. Y una
vez cumplida tan importante misión, uno

podía olvidarse del mundo hasta el día siguiente. Siempre y cuando tu compañero de cuarto no
fuera el Príncipe de Slytherin en persona ya

que entonces, además, tocaba resignarse y compartir amenazas, malhumores, escuchar diatribas
interminables y soportar alguna que otra

pataleta histérica cuando Gryffindor, siguiendo con su mala costumbre, le ganaba un partido a su
Casa.

Gracias a Merlín, Draco había madurado. Con demasiada rapidez, se dolió, debido a las
circunstancias. Y Blaise casi hubiera preferido

seguir lidiando con el Draco de la pataleta, en lugar de que esas circunstancias le hubieran
convertido en lo que hoy era: un joven

escarmentado, desconfiado, esquivo y demasiado solo.

No le importaba y tampoco le molestaba que Draco hubiera mostrado su preferencia por tener
amantes de su mismo sexo. Durante su

adolescencia pensó que, como él, Draco disfrutaba experimentando. Pero cuando su número de
conquistas masculinas empezó a superar

ampliamente a las femeninas, Blaise tuvo que reconocer que las inclinaciones de su amigo estaban
más que definidas. Y al igual que

Pansy, le protegió. Porque nadie podía estar completamente seguro de las ideas que Lucius Malfoy
podía tener a ese respecto. Y en esas

fechas, el cuerpo de Draco ya estaba suficientemente castigado. Así que antes de esperar a
descubrir si la homosexualidad entraba dentro
de los cánones de una familia como los Malfoy, más valía ser discreto.

Pero de ahí a que Draco pudiera sentir algún tipo de atracción por Potter, como se empeñaba en
intentar convencerle Pansy, distaba un

abismo. Y si al final había cedido a los ruegos de su novia para que hablara con el Gryffindor e
intentara convencerle de que no

abandonara la mansión Malfoy, había sido más por evitarle problemas a su amigo que por otra
cosa.

Encontraron a Potter en el salón, al parecer manteniendo una acalorada diferencia de opiniones


con la mujer que era su terapeuta. Blaise

torció el gesto y cuando iba a retirarse en espera de mejor ocasión, Pansy le dio un ligero empujón
y se vio en el salón sin posibilidad de

escape.

- ¿Qué tal, Lou? –saludó Pansy– ¿Interrumpimos?

- En absoluto. –negó la mujer, con expresión enfurruñada– Yo ya me iba.

Potter hizo ademán de querer abandonar también el salón, pero Pansy le tomó del brazo y le
retuvo. Gesto que claramente le incomodó.

- Espera, Harry. Nos gustaría hablar contigo.

- Ahora no, Pansy. –musitó él tratando de seguir adelante.

­ Por favor…

Harry dejó escapar un pequeño gruñido y accedió. Pansy le guió otra vez hasta el sofá.

- Potter, soy Blaise Zabini. –se presentó el novio de Pansy.

Harry volvió el rostro en dirección a la voz, a su izquierda. Ya sabía que no era Malfoy quien
acompañaba a Pansy porque no olía como él.

La loción que Zabini utilizaba era mucho más suave que la del dueño de la casa y seguramente no
fumaba. Permaneció en silencio,

esperando que el otro volviera a hablar.

- No estoy acostumbrado a pedir favores, pero voy a pedirte uno. –habló Zabini con cierta
incomodidad– Y es que no nos midas a todos

con el mismo rasero, Potter. Lo que pasó la otra noche fue lamentable. Pero me gustaría que no
nos juzgaras por la actitud de unos pocos.

Incluido a Draco.

Harry ladeó un poco la cabeza.


- ¿Os lo ha pedido él? –preguntó.

- No. –negó Blaise– Pero si te vas, tendrá que dar muchas explicaciones y puede tener problemas.
Somos sus amigos, y nos gustaría

evitárselos.

- A los míos les gustaría que yo no estuviera aquí. Y no han podido evitarlo. –dijo Harry con acidez.

Blaise apretó los labios e intercambió miradas con Pansy. Ella alzó las cejas y le azuzó a seguir
adelante.

- Tal vez traerte aquí no fuera una idea muy afortunada. –reconoció el Slytherin– Pero irte ahora
tampoco lo es.

Harry torció una sonrisa en dirección a la voz de Blaise.

- ¿Ah, no? –sonrió sarcástico– Después de todo no soy un comedor benéfico o un albergue para
los sin techo, ¿verdad? Soy de carne y

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hueso y no de piedra. Detalle que en algún momento alguien olvidó cuando pretendió convertirme
en su obra social particular.

­ Harry… –empezó Pansy cogiendo su mano.

- ¡No, Parkinson! –dijo retirándola con brusquedad– ¡No quiero lástima, ni pena, ni siquiera oír
vuestras patéticas disculpas! Los tres

sabemos porqué estoy aquí y que ahora pretendáis disfrazarlo de lamentable equivocación no me
hará sentir mejor.

Blaise dejó escapar un bufido entre el enojo y la impotencia. Estuvo a punto de levantarse y
abandonar el salón, pero la mirada de su novia

le mantuvo clavado en su sitio.

- Entonces, sé práctico y aprovecha lo que se te ofrece. –dijo devolviéndole una mirada enojada a
Pansy por lo que le estaba obligando a

hacer– El mal ya está hecho. Así que demuestra un poco de inteligencia y procura sacarle partido a
la situación.

Harry, con los labios apretados en una mueca obstinada, guardó silencio, dándole vueltas
nerviosamente a su bastón. Entonces sintió que

su mano era nuevamente tomada con suavidad y antes de que pudiera negarse, ya estaba sobre la
mejilla de Pansy.
- Creí que habíamos empezado a ser amigos. –Harry intentó retirarla, pero ella la mantuvo con
firmeza– Danos una oportunidad, Harry.

Quédate. Tal vez descubras que compartimos más de lo que tú crees.

El Gryffindor maldijo en silencio a la chica. ¿Qué les pasaba hoy a todos? Había discutido por lo
mismo con Lou apenas un rato antes. Y

no. Él no pensaba cambiar de idea.

***

- No, Sr. Malfoy. No considero que el Sr. Potter esté listo para dejar esta casa todavía. ¿Cómo se le
ha podido ocurrir? No está preparado

para vivir solo. –el asistente dirigió una mirada severa al joven– Los informes que me ha pasado la
Sra. Blond no son todavía lo

suficientemente aceptables. Y no creo que sea necesario recordarle que usted se comprometió a
ejercer esta tutela durante un año.

- Y no pienso desatenderla, Sr. McGregor. –Draco se encontraba en una situación bastante


incómoda–Y la Sra. Blond seguirá adiestrando

al Sr. Potter, como hasta ahora. –aseguró–Draco– Los arreglos que hay que hacer a la vivienda
estarán terminados en menos de un mes, o

al menos eso me han prometido. Usted mismo podrá revisarla antes de que el Sr. Potter se instale
y le prometo que no lo hará hasta que

usted dé el visto bueno.

El asistente social siguió con su expresión rígida e inflexible. Tenía órdenes muy específicas de su
superior. Que a su vez tenía órdenes

también muy concretas del Director del Dpto. de Asuntos Sociales; y éste del propio Ministro de
Magia. Tendría que consultar antes de

tomar ninguna decisión. Potter era un tema demasiado sensible.

- Entonces, si le parece, volveremos a hablar en ese momento, Sr. Malfoy. –dijo, esperando ganar
tiempo antes de dar una respuesta.

- Me parece bien. –respondió Draco, deseoso de acabar con el enojoso asunto.

Despidió al mago del Dpto. de Asuntos Sociales a pie de chimenea, maldiciendo una vez más el día
en que se le había ocurrido la brillante

idea de tutelar a Potter y traerle a su casa. Al pasar por delante de la habitación de los desastres,
como solía llamarla desde que Potter

practicaba en ella, oyó el ruido de algo partiéndose, o estrellándose. Ese día habían empezado un
poco más tarde debido a la visita del
asistente social. Tal como había prometido, el Gryffindor no había mencionado nada del incidente
del sábado al mago del Ministerio. Y

Draco no podía dejar de sentirse resentido con él por aquel chantaje. Desde ese día, no había
cruzado más palabras que las imprescindibles.

Y lo más exasperante, era que todos parecían pensar que aquella decisión había partido de él. Que
era él quien quería deshacerse de Potter

lo antes posible.

Iba a pasar de largo pero un nuevo estallido de algo golpeando con furia contra algo, le detuvo
ante la puerta. Y en un impulso, entró.

Cerró con cuidado para no distraer a maestra y alumno. Blond parecía “ligeramente” exasperada.
A pesar de que habitualmente tenía el

aspecto de ser la paciencia en persona.

- ¿Por qué tengo la impresión de que lo haces para desesperarme? –estaba diciéndole a Potter en
ese momento– Hace un par de semanas

casi lo habías conseguido. Y ahora parece que estemos como al principio. ¿Puede saberse que te
pasa?

- ¿Podemos dejarlo por hoy? –preguntó Potter, también en un tono bastante tenso.

- ¡No, no podemos!

Draco se apoyó en la pared, al fondo de la habitación, sin poder evitar esbozar una sonrisa
complacida. Al parecer no era el único al que

Potter era capaz de sacar de sus casillas.

- Está bien. –volvió a hablar Lou haciendo una profunda inspiración– Siento haber perdido los
nervios.

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La mujer, aunque bastante más bajita que Harry, se situó a su lado y tomó su mano para colocarla
sobre la suya, que empuñaba su propia

varita. El contraste era bastante divertido, pensó Draco.

- ¿Sientes como mi magia empuja? –preguntó Lou– Suaaave… sin movimientos bruuuscos…
dejándola salir sin enojaaarme, ni ponerme

nerviooosa.
La única respuesta fue un fuerte resoplido. Haciendo como que no lo había oído, Lou tomó la
mano de Harry con determinación.

­ Bien, ahora tú. ¿A qué esperas? Lánzala, despacio y sin prisa. Suave Harry, suaaave…

Draco vio volar una pequeña mesita que había formado parte de la decoración del despacho de su
padre. Por un momento, se preguntó

cuánta de esa potencia que Potter parecía estar reprimiendo en parte, habría utilizado contra el
Señor Oscuro para vencerle. Por lo visto,

Lou acababa de darse cuenta de su presencia en la habitación y le hizo una muda señal para que
se acercara, mientras el Gryffindor seguía

sacudiendo muebles. Frunció el ceño, pero ella le hizo un ademán todavía más contundente.
Finalmente, decidió obedecer.

- Necesito salir a gritar al pasillo un momento. –le dijo la terapeuta con el aspecto de estar
reprimiendo un ataque de nervios– Volveré

enseguida.

Colocó la mano de Draco sobre la de Potter y éste dio un respingo.

- Vuelvo en seguida. –dijo entonces Lou en voz alta, para que Harry pudiera oírle.

Durante unos momentos los dos se quedaron quietos, desconcertados. Draco fue el primero en
reaccionar.

­ Bueno Potter, ya sabes, suaaave…

Harry sintió como la otra mano de Draco se posaba sobre su hombro.

- Puedo hacerlo solo, gracias. –dijo en tono cortante, con un pequeño movimiento de su hombro
para deshacerse de esa mano.

- Si pudieras hacerlo solo, ya lo habrías hecho. –respondió el otro, sujetándole con más firmeza– Y
yo no me estaría gastando una fortuna

en una terapeuta a la que estás desquiciando.

- ¿Quieres intentarlo tú, Malfoy? –preguntó Harry con acidez.

- A mi no me hace falta, Potter. Yo puedo ver.

El Gryffindor se quedó en silencio durante unos segundos, al parecer sorprendido por la crudeza
de la respuesta.

- ¡Eres un cabrón! –reaccionó empujándole y deshaciéndose de él con brusquedad.

Pero Draco volvió a atrapar la muñeca de la mano con la que Harry sostenía su varita.

- Suave y sin enojarse. –repitió, testarudo.


El Gryffindor se dio rápidamente la vuelta y si Draco no la hubiera apartado, su cara hubiera
recibido un buen puñetazo. Detuvo el puño

con su otra mano, mientras Potter se revolvía intentando deshacerse del fuerte agarre que ahora
le sujetaba.

- ¿Cómo sabías que mi rostro estaba ahí? –preguntó con sarcasmo– ¿Ves como no es tan difícil?

- ¡Vete a la mierda, Malfoy! –jadeó Harry intentando desasirse con todas sus fuerzas.

Pero Draco todavía recordaba la refriega que habían tenido un par de meses atrás en el baño de la
habitación del Potter. Y esta vez no iba a

dejar que le cogiera desprevenido. Le dio bruscamente la vuelta sin soltar sus muñecas, de forma
que el moreno quedó con los brazos

cruzados sobre su pecho, de espaldas a él. Atravesó también una de sus piernas entre las del
Gryffindor para impedirle soltar la patada que

en la anterior ocasión le había hecho caer.

- ¡Suéltame Malfoy! –gritó Harry ya fuera de sí– ¡Suéltame!

- Cuando te tranquilices. –respondió éste con mucha calma.

Potter siguió retorciéndose e insultándole hasta agotarse. Draco tuvo que esquivar un par de
cabezazos bastante bien dirigidos, hasta que

finalmente, tras unos largísimo e intensos minutos, el Gryffindor se aflojó exhausto contra su
cuerpo.

- Te odio. –jadeó.

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- Lo sé. –respondió Draco– Y si lo que quieres es marcharte cuanto antes, más te vale poner los
sentidos que te quedan en lograr avanzar

en esto.

Esta vez Potter no respondió a su sarcasmo. Draco le soltó despacio y contempló como se
masajeaba las doloridas muñecas, con una

expresión indescifrable en su rostro. También a él le hubiera gustado masajearse cierta parte de su


cuerpo, de pronto muy despierta y

excitada tras la pequeña refriega. Procurando mantener un poco de distancia esta vez, volvió a
poner una mano en su hombro y la otra se

posó suavemente en la que el Gryffindor sostenía su varita.


- Inténtalo otra vez. –le dijo.

Sintió la magia de Potter pulsar impetuosa bajo su mano y su piel cosquilleó al sentir los
impacientes tirones del poder que se desplegaba,

todavía enojado.

- Despacio. -susurró– Suéltala lentamente.

Inconscientemente su dedo pulgar había empezado a acariciar el dorso de la mano del Gryffindor,
quien ahora estaba muy quieto. Draco

podía sentir su magia latiendo de forma más sosegada.

Harry intentó respirar despacio, tal como le recomendaba siempre Lou, tratando de controlarse. El
dedo de Malfoy acariciaba suavemente

su mano y sintió como poco a poco, la tensión acumulada en la suya, cedía. Tragó saliva con
fuerza, intentando dominar un pequeño

estremecimiento cuando el brazo del Slytherin medio rodeó su cintura y éste apoyó la barbilla
sobre su hombro para susurrarle que soltara

su magia despacio. Luchó por concentrarse mientras la esencia de Malfoy llenaba


perturbadoramente su espacio, aflojándole la voluntad

como si fuera un globo al que se le escapaba el aire poco a poco.

Ahora que Potter parecía haberse relajado, Draco estaba más tenso que la cuerda de un violín. Tal
vez esperando todavía que en cualquier

momento el moreno le rebotara a él como a esos muebles y objetos que yacían desparramados
por toda la habitación. Las pulsaciones que

sentía bajo su mano cesaron de repente. En su lugar, percibió el pequeño torrente que fluía a
través de la varita del Gryffindor, aumentando

poco a poco su intensidad. Nada rebotó. Ni saltó. Ni se rompió. La magia de Potter chocó
suavemente contra la silla que tenían enfrente y

después se replegó.

- Creo que por fin has captado la idea. –dijo a su lado una voz que no podía ocultar su satisfacción.

Y los dos respingaron sobresaltados. Draco soltó a Harry, como si quemara. Y Harry se separó de él
sintiendo en sus mejillas un repentino

ardor. Lou se aguantó las carcajadas por la reacción de ambos, porque el momento había sido
demasiado sublime para estropearlo.

Continuará...

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Capítulo VI por Livia

Notas del autor:

Disclaimer: Ya me gustaría, pero aparte de los personajes que han surgido de mi imaginación, los
demás no

son míos.

Gracias a Eire por betear.

CAPITULO VI

Aquel fin de semana, Harry le había dicho a Malfoy que desearía pasarlo en La Madriguera, con la
familia Weasley. Desde que vivía en la

mansión, los Weasley le habían invitado en varias ocasiones, a través de Ron y Hermione cuando
le visitaban, pero ni su estado de ánimo

ni Malfoy, le habían permitido aceptar hasta el momento.

A pesar de que no se sentía demasiado tranquilo dejándole marchar, Draco había accedido.
Después de todo, tal vez ya era hora de ir

acostumbrándose a la idea de que vería a Harry cada vez con menos frecuencia, a partir del
momento en que abandonara definitivamente la

mansión Malfoy. Sin embargo, que hubiera elegido precisamente ese fin de semana, para así
poder celebrar su 21 cumpleaños con sus

amigos, le había entristecido. Había esperado poder celebrar esa fecha con él. Como una especie
de despedida. Principalmente, porque

tenía la impresión de que en aquel último mes, el Gryffindor estaba mucho más relajado y cómodo
en su presencia. Y que lo acontecido

durante aquella funesta cena se interponía cada vez menos entre los dos. Sabía por Puky y gracias
al ungüento que él mismo le había

facilitado, que las humillantes letras casi se habían borrado de su piel. Unos días más y
desaparecerían para siempre.

***

Harry fue recibido en La Madriguera entre estallidos de entusiasmo por la numerosa familia. Y por
Remus, que por supuesto también
había sido invitado. Para el joven fue un verdadero alivio comprobar que, a pesar de no poder
verlas, las cosas no habían cambiado

demasiado. Molly le había preguntado si en esa maldita mansión no le alimentaban lo suficiente,


porque seguía demasiado delgado. Pero

que no se preocupara, porque ya se encargaría ella de ponerle remedio. Los gemelos seguían tan
guasones como siempre, aunque se

apresuraron a comunicarle que ahora tenían absolutamente prohibido hacerle víctima de


cualquiera de sus bromas, así que podía estar

tranquilo. Y en un discreto aparte, le informaron de que su negocio poco a poco iba


recuperándose y que pronto podrían repartir beneficios

otra vez. Aunque todavía no serían tan generosos como antes de la guerra. Bill y Fleur no se
hallaban en Inglaterra, porque estaban

pasando unos días en Francia, con los padres de ella. Pero Charly, que había vuelto a su trabajo en
Rumanía, si que se encontraba pasando

ese fin de semana en casa de los suyos. También, como era costumbre, Ginny y Ron mantenían la
eterna discusión sobre la idoneidad del

último novio de ella.

- Harry se ve muy bien, Remus. –comentó Hermione, observando a su amigo bromear con los
gemelos desde el otro lado de la mesa

durante la cena– ¿Has visto cómo se mueve? No le he visto tropezar con nada desde que ha
llegado. Ni una sola vez.

- Parece que Malfoy está haciendo bien su trabajo, ¿verdad? –dijo Remus sin poder evitar sonar
algo agrio.

En su fuero interno, reconocía que Harry tenía un aspecto saludable y un ánimo mucho más
alegre. Sus movimientos eran seguros y

fluidos. Incluso su apariencia había mejorado. Ahora era mucho menos descuidada. La ropa que
vestía era de su talla y no parecía

precisamente barata. Por lo visto Malfoy se había preocupado también de proporcionarle un


vestuario nuevo.

- Bueno, –respondió Hermione suavemente– todos temíamos por Harry y al final parece que las
cosas no han resultado tan catastróficas

como esperábamos. –sonrió– Parece que nuestro querido héroe sigue pudiendo con lo que le
echen.

Remus frunció el ceño en dirección a su ex alumna y después volvió la mirada hacia Harry, que en
ese momento reía a carcajadas.
¡Merlín! ¿Cuánto hacía que no veía a Harry reírse de esa forma?

- De todas maneras, me sentiré más tranquilo cuando deje por fin esa casa. –reconoció el
licántropo– Malfoy me dijo la semana pasada que

el apartamento esta prácticamente listo.

- ¿Hablaste con él?

Remus esbozó una sonrisa maliciosa.

- Me gusta recordarle de vez en cuando que le tengo en mi punto de mira.

Hermione sonrió con benevolencia. Entre las veladas amenazas de Remus y las no tan veladas de
Ron, el pobre Malfoy debía andar con el

culo bastante apretado.

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Después de la cena salieron todos al jardín. Aquella noche había lluvia de estrellas y aunque Harry
no podía verlas, se estiró junto a los

demás en su correspondiente manta, escuchando las exclamaciones de sus amigos y sonriendo


ante los comentarios particularmente

graciosos de los gemelos.

- ¿Puedo?

- Claro Herm. –Harry notó como su amiga levantaba su cabeza para colocarla sobre su regazo–
¿Qué pasa? ¿Ron te ha echado de su

manta?

- ¡Pobre de él si se atreviera! –dijo ella con humor– No, es sólo que apenas hemos hablado desde
que has llegado. Y tengo ganas de que

me cuentes como va todo. Realmente.

Harry sonrió.

- Bien. Bastante bien.

Ella acarició con ternura el negro cabello de su amigo. Pensaba que la vida había sido muy injusta
con él. Incluso cruel.

- ¿Y esa sonrisa? –preguntó– ¿Es porque pronto podrás dejar de “disfrutar” de la compañía de
Malfoy?
Harry, con los ojos cerrados y concentrado en los agradables movimientos de la mano en su pelo,
dejó escapar un pequeño suspiro.

- No, no voy a irme, Herm. He decidido esperar a que el año termine.

Ella interrumpió unos instantes su gesto, sorprendida, para después continuar y preguntar con
calma:

- Creí que lo que más deseabas era marcharte de allí.

A pesar de la escasa luz que llegaba del cielo, Hermione pudo ver como Harry se mordía un poco el
labio, como si dudara qué respuesta

dar.

­ Si, bueno… lo he pensado mejor. –dijo tras ese breve silencio– En realidad, me da pereza
empezar de nuevo en otro lugar. Después de

todo, ya me he acostumbrado a todas esas escaleras y corredores.

Y a sentir su brazo firme bajo su mano. A adivinar su presencia por la fragancia que le anunciaba o
por su forma rápida y decidida de

caminar. A su voz, ahora cálida y todavía a veces un punto arrastrada, recitándole el menú del día
o preguntándole por el último libro que

hubiera escuchado.

- ¿Lo sabe Remus?

Harry abandonó sus pensamientos y negó con la cabeza.

- Pero se lo diré antes de irme. –prometió.

Hermione estudió atentamente el rostro de Harry, iluminado apenas por la luz que la luna
derramaba sobre el jardín.

- No te habrá amenazado, ¿verdad? –insinuó preocupada.

Harry soltó entonces una carcajada que hizo que los demás ocupantes del jardín volvieran el rostro
hacia ellos.

- ¡Claro que no!

La única amenaza era sentir su cuerpo tan próximo al suyo. Esa mano en su cintura, la barbilla
sobre su hombro. Su aliento rozando su

oreja y su voz susurrando “suave”, erizándole todo lo que podía erizarse. Maldijo sin mucha
convicción a Lou, por permitir al Slytherin

acercarse a él de esa forma mientras ella desaparecía de la habitación con cualquier excusa y se
tomaba su tiempo en regresar.
- ¿Entonces? –Hermione frunció el ceño de esa forma que, si el moreno hubiera podido ver, habría
reconocido como el familiar gesto de la

castaña cada vez que algo no le cuadraba demasiado– Harry, estabas entusiasmado el día que nos
dijiste que Malfoy había accedido a

ejercer su tutela a distancia.

Él hizo un amago de encogimiento de hombros antes de responder.

­ Bueno, tal vez… me precipité, Herm. Después de todo,… –las palabras parecían difíciles de
encontrar– …no ha sido tan malo como

esperaba. Y creo que lo correcto es aguardar que la tutela acabe y entonces podré irme sin que
nadie pueda reprocharme nada.

¿Comprendes?

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Hermione entrecerró un poco los ojos.

- ¿Sinceramente? No.

Se inclinó un poco sobre él y susurró a su oído.

- Ahora dime la verdadera razón.

Harry dejó escapar un pequeño gruñido, molesto por tanta insistencia.

- ¿Sinceramente? No lo sé. –respondió dando por zanjado el tema.

Pero sí la sabía. Aunque no fuera capaz de confesársela ni a él mismo.

***

Cuando Harry regresó el domingo por la noche, Draco le estaba esperando en el salón. Tenía
montones de pergaminos y libros de

contabilidad desparramados sobre el sofá, e iba repasando números e informes mientras


aguardaba. A las nueve en punto, la cabeza de

Remus Lupin apareció en la chimenea, pidiendo paso. Segundos después salía de ella sujetando
firmemente a Harry junto a él y una bolsa

en la otra mano, mucho más abultada que cuando el joven se había marchado. Lupin le dirigió una
mirada furiosa y con un seco “buenas

noches”, volvió a entrar en la chimenea.

- ¿Qué le pasa a ese tipo?


- No te preocupes por él. –le dijo Harry con una sonrisa– Se le pasará.

Harry no parecía en absoluto inquieto, así que Draco decidió olvidarlo.

- ¿Has cenado? –preguntó, cerrando libros y recogiendo pergaminos.

- No creo que pueda oí hablar de comida en muchos días. –le aseguró el moreno palpando su
estómago.

Draco observó orgulloso como Harry enfocaba su magia, se dirigía hacia uno de sus sillones y se
sentaba sin ningún problema.

- ¿Muchos regalos? –preguntó observando la abultada bolsa de viaje.

El rostro de Harry se iluminó con una expresión de niño feliz que Draco todavía no le había visto
nunca y que le llenó el estómago de

mariposas.

­ Bueno… un jersey de la Sra. Weasley, porque según ella en las mansiones suele haber muchas
corrientes de aire –sonrió– Charlie me ha

regalado una botas hechas con piel de un dragón, que si hay que creerle, mató él mismo; ­Draco
resopló con ironía– los gemelos una

cantidad increíble de chucherías de Honeydukes, según ellos para endulzar mis momentos
amargos contigo; ­Harry amplió su sonrisa al

escuchar un nuevo bufido del rubio– Ginny unos vaqueros muggles, de esos que tienen rotos por
todas partes, ya sabes… –Draco frunció

el ceño, porque no sabía y menos entendía que alguien pudiera regalar algo que ya estuviera roto–
…y estos tienen uno justo en la parte de

atrás, donde… empieza la pierna y acaba… ya sabes… –Harry hizo una pequeña mueca– ya que
considera que el hecho de que yo no vea,

no debe privar a los demás, –en este punto enrojeció un poco– de la vista de mi estupendo
trasero.

Draco soltó una exclamación de incredulidad y Harry no pudo evitar reírse con más ganas.

- Creo que la señora Weasley sonó exactamente como tú. –dijo– Pero Hermione ha sido mucho
más práctica. –explicó a continuación–

Junto con Ron me han regalado una cadena y una chapa de plata. En el anverso está grabado mi
nombre y apellido y en el reverso se podrá

grabar la dirección de donde vaya a vivir y un teléfono de contacto. Por si me pierdo. –Harry
meneó la cabeza, divertido– Parece que han

olvidado que sólo estoy ciego, pero no mudo.


- No es tan mala idea. –convino Draco, contento de que alguien hubiera demostrado que dentro
de la cabeza solía haber un cerebro– Si

alguna vez te pasara algo… imagina que quedaras inconsciente, que no pudieras hablar… o

- Todo lo que me podía pasar, ya me ha pasado, Malfoy. –le interrumpió Harry con ironía– Creo
que mi cuota de desgracias está

suficientemente cubierta.

Durante unos momentos los dos se quedaron en silencio, Harry mirando al frente, en dirección a
ningún sitio y dándole vueltas a su bastón

entre las manos. Draco contemplándole y deseado ser el bastón.

- Yo, también tengo algo para ti. –dijo finalmente el rubio rebuscando en su bolsillo.

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Después, Harry sintió su mano tomar la suya y depositar algo en ella. Unas llaves.

- Puedes mudarte cuando quieras. –le dijo– El apartamento está listo.

Harry jugueteó con las llaves en su mano durante unos instantes. Y después pronunció las palabras
que dejaron al Slytherin completamente

desconcertado.

- En realidad, no había tanta prisa.

Draco parpadeó un par de veces, contemplando el rostro plácido y despreocupado de Harry. En


ese momento no sabía si estrangularle, o

alegrarse de poder tener la oportunidad de verle con esos impresentables vaqueros muggles que
le había regalado la arpía de la Weasley,

con agujeros en lugares tan inapropiados.

- ¿Malfoy? –la voz del moreno sonó algo insegura– ¿Te has… enfadado?

Draco apartó de su pensamiento los vaqueros y volvió a enfocar su mirada en Harry.

- Sólo me estaba preguntando si realmente sabes lo que quieres, Potter. –respondió sin salir
todavía de su asombro– Porque si por un

momento has creído que vas a volverme loco con tus caprichos, estás muy equivocado.

- Entonces, ¿prefieres que me vaya? –preguntó Harry muy serio, con un atisbo de inquietud en la
pregunta.
- Yo no he dicho eso. –se apresuró a aclarar Draco, antes de que el Gryffindor se arrepintiera de su
decisión– ¿Por qué has decidido

quedarte? –preguntó después con bastante curiosidad.

Harry dejó escapar un suspiro algo teatral.

- Porque tú eres el único que se ha atrevido a subirme a una escoba. –dijo- Y, ¿sabes? hace días
que estoy intentando reunir el valor

suficiente para volver a hacerlo. Y pienso que si alguien puede darme el empujón que me decida a
intentarlo otra vez, ese sin duda eres tú.

Draco empezó a preguntarse si no tendría que haber enviado a Potter a esa casa llena de Weasleys
mucho antes.

­ Así que has decidido quedarte, porque quieres que te pasee en escoba… –suspiró afectado– Si
eso no es ser caprichoso, Potter, ya me

contarás lo que es.

Harry chasqueó la lengua.

- Si, otro capricho, lo sé. Pero, ¿qué quieres? No tengo mucho más en que entretenerme.

- ¿Ahora? –preguntó Draco esbozando la amplia sonrisa que Harry no podía ver.

­ Pues mira, lo consideraría como un regalo atrasado de cumpleaños… –aceptó el moreno.

- ¿Ya te he dicho el tiempo que hace que no practico piruetas? –preguntó Draco con malicia,
tomándole de la mano.

- ¿Piruetas? –repitió Harry con un ligero tono de inquietud mientras se levantaba.

- Piruetas. –confirmó el rubio- Me vuelven loco. A parte de jugar al Quidditch, era lo que más me
gustaba. –y añadió– Una vez me

presenté a un concurso.

­ Bromeas… –afirmó Harry seguro de que no podía ser de otra manera– Tú no te presentarías a un
concurso sin saber que ibas a ganar.

- ¿Quién te ha dicho que no gané? –deslizó Draco en tono burlón.

Y llevó tras él a un confundido Harry por la larga extensión de corredores hasta alcanzar el jardín.

Aquella noche el moreno daba vueltas en su cama sin poder dormirse, todavía envuelto en la
excitación del reciente vuelo nocturno. No

había habido piruetas, por supuesto. Malfoy había volado suavemente, igual que la otra vez. Sólo
que en esta ocasión, él se había sentido

mucho más relajado. Y había disfrutado. Del aire otra vez contra su cara; de la sensación de
libertad que confería sentirse suspendido en
medio de la nada, sin suelo ni techo, -ni paredes– sin que nada pudiera detenerle. Y aunque su
corazón guardaba el sinsabor de no ser él

quien manejaba la escoba, también había latido “un poquito” más deprisa cuando se había
agarrado con firmeza al cuerpo del conductor.

No acababa de entender qué le sucedía. O mejor dicho. No quería entenderlo. Porque si


empezaba a analizarlo un poco más

profundamente, acabaría pidiéndole las llaves que había devuelto a Malfoy y huyendo de allí como
había sido su primer propósito.

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No comprendía todavía muy bien el porqué, pero ahora estaba seguro de que el Slytherin le
ayudaba sin segundas intenciones, fueran las

que hubieran sido al principio. O eso, o era la serpiente más retorcida sobre la faz de la tierra. Pero
había demasiados detalles que le

demostraban que verdaderamente se preocupaba por él. Nunca los mostraba de forma
demasiado ostensible y la mayoría de las veces se

encubrían bajo la fina ironía que le caracterizaba. No obstante, estaban ahí. Sutiles, pero fáciles de
reconocer si se ponía empeño, aunque

uno estuviera ciego.

Sin embargo, la respuesta que a Harry se le hacía más fácil y sencilla a todas las preguntas que por
días no había dejado de hacerse, era que

Malfoy sentía pena. Pena por él. Que al fin y al cabo el Slytherin también debía tener su
corazoncito y que se había dejado conmover por

su situación. Sólo que esa respuesta, le dolía al suyo. Porque Harry no quería compasión. El
quería… Bien, lo que el quería no tenía

demasiada importancia ya que se quedaría bien guardado donde estaba. Después del duro y
amargo trago con Roger, sabía muy bien lo que

podía esperar.

De todas formas, había sido un regalo de cumpleaños estupendo.

***

A pesar de que Narcisa había insistido hasta la saciedad, Draco no tenía la menor intención de
pasar el mes de agosto en Zürich. Tampoco
le hacía demasiada ilusión que ella le visitara en Londres, así que la había desanimado sobre
ambas opciones diciéndole que no iba a

tomarse vacaciones ese año, porque tenía demasiado trabajo para viajar a Suiza o para poder
atenderla a ella y a los invitados que pretendía

que la acompañaran como era debido, si ella volvía a Inglaterra. Le prometió que se verían,
inexcusablemente, en Navidad. Y con aquella

promesa, Narcisa pareció quedarse temporalmente conforme. Después de todo, nunca había sido
una madre demasiado apegada, aunque él

fuera su único hijo.

En realidad Draco sí planeaba tomarse unos días de descanso. Y en esos planes sólo había cabida
para otra persona. Y esa era Harry.

Todavía no había hablado con él, pero estaba seguro de que el Gryffindor aceptaría sin ningún
problema. Después de todo, él era su tutor y

si decidía irse de vacaciones, lo lógico era que su tutelado le acompañara. Además, estaba el
asunto del aniversario…

Pronto se cumpliría un año desde que el mundo mágico había quedado libre del Señor Oscuro y su
Salvador, atado a su propia oscuridad.

Durante su última visita al Ministerio, Scrimgeour había hecho partícipe a Draco de sus
entusiásticos planes de celebración y del destacado

lugar que Harry ocupaba en ellos. Tal como le había explicado en su día la Mb. Arashi, Draco sabía
que debido al coma que el Gryffindor

había sufrido inmediatamente después al duro enfrentamiento, era incapaz de recordar las horas
anteriores a la pérdida de conocimiento

definitiva. Amnesia selectiva lo había denominado la medibruja. A pesar de todo, Draco no estaba
dispuesto a permitir que le atormentaran

con celebraciones en las que Harry no tenía mucho que celebrar.

No ahora que las cosas iban tan bien.

No ahora que Harry parecía mucho más accesible y receptivo.

No ahora que volaban casi cada noche y su sonrisa se dibujaba sobre su espalda y oía su voz
animándole a volar más rápido mientras se

abrazaba con fuerza a él.

No ahora que había escuchado también su risa. No iba a dejar que un estúpido aniversario se la
volviera a llevar.

***
Draco andaba con el corazón ligero y un estado de ánimo tan apacible como no había gozado en
mucho tiempo. Su mirada era menos fría,

incluso algo distraída cuando unos ojos verdes andaban cerca. Y sus labios insinuaban
permanentemente una sonrisa que bailando en su

comisura, estaba lista para asomar a la menor ocasión. Y a pesar de no tener ya excusa para que se
contara con su presencia en la

habitación de adiestramiento, aprovechaba la menor oportunidad para colarse en ella como un


colegial travieso. Aunque él entraba con

mucha dignidad, por supuesto.

Lou, muda espectadora de parte de aquel proceso, se partía discretamente el pecho, divertida e
intrigada por saber quién de los dos sería el

primero en ceder a la tensión hormonal que allí se respiraba. Porque si aquello no terminaba
pronto en una gloriosa follada, esos dos

acabarían con más callos en la mano que un alumno de Hogwarts limpiando calderos para ese tal
Snape, bestia negra de los estudiantes de

pociones, según tenía entendido. Así que, aparte del cariño que era imposible no tomarle a Harry,
acudir a la mansión Malfoy se había

convertido en su trabajo predilecto y sin duda, en el más entretenido. Especialmente desde el día
en que, discretamente, le había hecho

saber al Sr. Malfoy por dónde iban las inclinaciones del Sr. Potter. ¡Por Morgana! Hubiera dado
cualquier cosa por plasmar su cara en una

fotografía mágica en ese momento. Si aquel rubio hermoso y estirado se había estado
conteniendo porque no estaba muy seguro de que

aquel extraño nerviosismo que el guapo moreno exhibía cada vez que se le acercaba no fuera más
que producto de la inseguridad y la

incomodidad de su propia situación, a partir de ese momento ya no tendría excusa. Lou se había
asegurado de ello. Además, estaba la

apuesta que había hecho con Janneth y que por supuesto pensaba ganar.

Y como la terapeuta estaba convencida de que no sería Harry quien diera el primer paso, se
dedicaba a vigilar atentamente a la otra parte,

la que siempre entraba más tiesa que el palo de una escoba, saludando de esa manera tan formal
y distante. Lou sólo tenía que hacerse la

desentendida y esperar a que bajara la guardia, cosa que hacía cuando creía que no era
observado. Y entonces aparecía. Esa mirada. La que
se comía a Harry con los ojos, dulcificando sus facciones, por lo habitual rígidas y circunspectas. La
que se bebía cada gesto del moreno,

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siguiendo embelesado todos sus movimientos, atento a cada cambio de expresión del mago ciego.
La que decía que se moría de ganas de

ser él quien estuviera a su lado, de poder tocarle, de que surgiera una nueva excusa para poder
tener su cuerpo tan cerca del suyo como

había tenido oportunidad de tenerlo días antes, en esa misma habitación.

Y Harry… Harry era un manojo de nervios cada vez que le percibía cerca. Perdía la concentración,
dejaba de prestar atención y su varita

se convertía en un palito inútil entre sus dedos. En ese momento la terapeuta le estaba enseñando
varios hechizos de orientación bastante

complicados, que le permitirían situarse fácilmente cuando se encontrara en lugares que no le


fueran familiares, principalmente en la calle.

Así que Lou, con toda la mala intención del mundo, le preguntaba entonces en un susurro si
necesitaba que el Sr. Malfoy le echara

nuevamente una mano. La reacción del moreno no se hacía esperar. Fruncía el ceño y apretaba los
labios, mientras sus mejillas se cubrían

de un ligero rubor. Y, milagrosamente, Harry volvía a ser el mago hábil y poderoso que solía ser.

Y para seguir al tanto de la marcha de aquel latente romance que no acababa de decidirse a salir a
la luz, cuando ella no estaba, Lou había

encontrado a la cómplice perfecta.

Como había prometido, Pansy se estaba ocupando de redecorar el antiguo despacho de Lucius
Malfoy para que su hijo pudiera utilizarlo.

Y le había prohibido a su amigo que pusiera un pie allí hasta que ella hubiera terminado. Draco lo
había hecho vaciar hacía más de un par

de meses y todo su contenido había tenido un destino muy especial: la habitación de los desastres.
Así que aquellos elegantes y refinados

muebles ahora andaban despanzurrados por obra y gracia de Harry. Justicia divina, le había dicho
Draco.

En ese preciso momento, estaba muy ocupada decidiendo colores para las paredes y estampados
para las cortinas. Dudaba entre un color
crema suave y un ocre bastante subido de tono para las paredes. Así que optó por ir a consultar a
su futuro ocupante. Salió al amplio

pasillo cargada con varias cartas de colores, dejándose guiar por el murmullo de voces hasta el
comedor.

Harry estaba sentado a la mesa con el tablero de uno de los puzzles que le habían comprado sobre
ella y la caja con las piezas en su regazo.

No parecía muy contento, porque sus labios se apretaban en una pequeña mueca de contrariedad.
Draco estaba de pie a su lado, vigilándole

con atención. Como todavía no la habían visto, bueno, Draco no la había visto, decidió detenerse
discretamente tras una de las enormes

puertas y observarlos. Sentía curiosidad por ver cómo se desenvolvía la relación entre ellos cuando
estaban solos.

─ … ya te he dicho que esto no es infantil. –estaba hablando Draco.

Harry se encogió de hombros. Cogió con desgana una pieza de la caja y la hizo rodar entre sus
dedos. Después intentó encajarla y el

pequeño zumbido que señalaba error le indicó que nuevamente se había equivocado. De un
manotazo, las piezas esparcidas sin ton ni son

sobre el tablero volaron al suelo.

─ Compraste esto para desesperarme, ¿verdad, Malfoy? –preguntó irritado.

Sin inmutarse Draco le respondió con ironía.

─ Probablemente, Potter.

Levitó las piezas desde el suelo y las depositó dentro de la caja. Después arrastró una silla junto a
la del Gryffindor, colocó bien el tablero

y cogiendo la pieza llave, la puso en la mano de Harry.

─ Inténtalo otra vez. –pidió.

El moreno resopló con disgusto, pero colocó la pieza que automáticamente tomó su lugar en el
centro del tablero.

─ Tienes que construir a partir de esa pieza. –le dijo Draco sin hacer el menor caso al nuevo
resoplido– Tócala e intenta hacerte una idea

de lo qué es.

─ ¿Por qué no me lo dices tú y así acabamos antes?

─ ¿Por qué tienes que hacerlo todo tan difícil? –preguntó a su vez Draco sin perder el
temperamento.
Harry dejó escapar un suspiro de resignación, llevó su mano hasta el tablero y palpó la pieza.

─ Un bulto. –dijo a los pocos segundos, poco dispuesto a colaborar.

Pansy vio como Draco tomaba la mano de Harry y la llevaba nuevamente sobre la pieza.

─ Segunda oportunidad. –le dijo.

El Gryffindor intentó retirarla pero Draco la retuvo. Pansy estuvo a punto de dejar escapar una
risita. Los dos eran igual de tercos.

─ No vas a dejarme tranquilo, ¿verdad? –preguntó Harry fastidiado.

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─ No. –respondió el otro con determinación.

Tras un nuevo resoplido, el Gryffindor volvió a palpar el relieve de la pieza y esta vez se entretuvo
un poco más.

─ Parece… parte de… ¿una nariz?

─ Bien. –Draco asintió satisfecho– Intenta encontrar la otra parte.

Harry volvió a apretar los labios en un gesto de irritación, pero empezó a revolver cuidadosamente
en la caja donde estaban las demás

piezas.

Pansy siguió observando como su poco paciente amigo desplegaba todo un tratado de aguante
guiando a Harry en la lenta búsqueda de

cada pieza. Al cabo de un rato, la nariz y los ojos empezaban a perfilar el rostro que componía el
puzzle. Aquello podía parecer aburrido,

pero Pansy estaba segura de que más de uno hubiera pagado por ver a Draco y a Harry
tranquilamente sentados haciendo un puzzle.

¡Merlín bendito! Cuando se lo contara a Blaise no iba a creerla.

─ Esto parece… parte de una oreja. –oyó que decía Harry en ese momento.

El Gryffindor parecía haberse calmado y Pansy hasta se hubiera atrevido a asegurar que había
empezado a divertirse con el juego. Había

dejado de fruncir los labios con aquel gesto de terquedad tan… Potter y seguía las instrucciones de
Draco sin que aparentemente ello le

molestara ya.

─ Podría serlo si el pobre hombre oyera con la boca. –insinuó Draco.


─ ¿Parte de un labio, entonces?

─ Más bien sí. –sonrió el Slytherin.

Harry se detuvo de repente y volvió el rostro en la dirección de la que le llegaba la voz de Draco.

─ ¿Estás sonriendo, Malfoy? –preguntó con susceptibilidad– ¿O te estás riendo?

─ No, no me río, Potter. –aseguró él.

Inesperadamente, Pansy vio como Harry extendía la mano hacia el rostro de Draco y como éste,
sorprendido por el gesto, contenía la

respiración. La mano alcanzó su mejilla y la rozó apenas, tímidamente. Draco se había quedado tan
quieto que parecía una estatua de cera.

Desde su posición, Pansy hubiera jurado que su amigo había perdido la respiración.

─ L…lo siento. –oyó que se disculpaba Harry retirando la mano, avergonzado ­ Ha sido un…
impulso.

─ No me molesta. –se apresuró a decir Draco – Puedes hacerlo si quieres.

Ahora la que estaba conteniendo la respiración era Pansy, aguardando con expectación la reacción
del Gryffindor. Oh, vamos Harry, le

alentó mentalmente, lo está deseando, ¡tócale de una maldita vez!

Algo vacilante, Harry volvió a extender la mano en busca del rostro del Slyttherin. Las puntas de
sus dedos se apoyaron en la pálida

mejilla, todavía indecisas y reposaron unos instantes antes de iniciar un suave movimiento y
recorrerla despacio. Draco había cerrado los

ojos y parecía totalmente concentrado en la sensación de los delgados dedos recorriendo su piel.
Extasiado. Como si hubiera estado

esperando esa caricia durante toda su vida. Incluso desde allí, Pansy pudo ver el pequeño
estremecimiento de su amigo cuando Harry tentó

su otra mano hacia él y tomó con ambas su rostro, tratando de recordarlo. Sus pulgares
acariciaron suavemente los párpados cerrados y

después se extendieron hacia sus sienes, abandonándose allí durante unos momentos. Draco
estaba dejando escapar el aire lentamente,

como si intentara controlar sus emociones y le estuviera resultando muy difícil. Harry había
tropezado con el lacio flequillo que caía

indolente sobre su frente y frotaba las platinadas hebras entre sus dedos, mientras su mano
izquierda viajaba hasta la rectilínea nariz y la
recorría despacio con un dedo, deteniéndose en su punta para dejarlo caer después lentamente
sobre el labio superior de Draco.

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Pansy se sentía arrebatada, fascinada contemplando lo que sin duda era una escena mucho más
sensual de lo que sus protagonistas podían

llegar a imaginar en ese momento. Vio como Harry deslizaba entre sus dedos el sedoso cabello de
Draco mientas el pulgar de su otra mano

había encontrado sus entreabiertos y finos labios y había empezado a recorrerlos


cuidadosamente, al tiempo que el resto de sus dedos

delineaban suavemente la barbilla. Pansy estaba segura de que si Draco seguía reprimiéndose
mucho más tiempo, acabaría colapsando.

Cuando por fin Draco no pudo evitar atrapar con sus labios el gentil dedo que los recorría y Harry
detuvo bruscamente sus movimientos,

Pansy volvió a perder la respiración. El cartón de la única carta de colores que todavía sostenía en
sus manos casi se deshizo en ellas de

puro nerviosismo. ¿Y si Harry le rechazaba? Jamás había visto a Draco tan entregado a alguien.
¡Merlín bendito! ¡Jamás había visto a

Draco entregado a nadie! Durante unos angustiosos segundos repasó mentalmente lo poco que
conocía de la vida amorosa del Gryffindor.

Recordó que había salido con aquella estúpida Ravenclaw en quinto curso y después, en sexto,
había oído rumores de que la hermana de

Weasley estaba muy colgada por él, aunque no sabía a ciencia cierta si Harry la había
correspondido.

Draco seguía jugueteando con el dedo entre sus labios. Ahora tenía los ojos abiertos y observaba
fijamente el rostro de Harry. La

incertidumbre y el temor que se leía en su mirada gris hicieron que el estómago de Pansy se
encogiera. Era tan extraño ver en ella aquel

ansioso anhelo en lugar de la frialdad y la seguridad que habitualmente reflejaba. Su amigo asió
entonces la muñeca de Harry y sus labios

continuaron camino por la palma de su mano. Draco susurró algo que Pansy no pudo oír.
Contrariada aguzó el oído, mientras veía a Harry

negar con la cabeza. ¡Mierda, el Gryffindor le estaba rechazando! La expresión de Draco en aquel
momento no decía nada. Sólo miraba a
Harry como si quisiera comérselo con los ojos. Soltó la mano del moreno, que todavía tenía entre
las suyas y esta vez fue él quien tomó su

rostro y lo acercó al suyo, para seguidamente dejar en sus labios el beso más dulce que Pansy
jamás hubiera visto. ¡Merlín! ¡Sí! ¿Sí? …

¡SI! La Slytherin tuvo que reprimir sus ganas de gritar y de aplaudir mientras contemplaba
entusiasmada como Harry se perdía en los

brazos de su amigo. La expresión de felicidad en el rostro de Draco, hablaba por si sola, mientras
sus labios seguían murmurando palabras

que Pansy no podía oír, pero fácilmente imaginar. Lo que hubiera dado por poder ver también el
rostro de Harry, que no se había movido

un milímetro de entre los brazos de su Draco y estaba aferrado a su túnica como si en ello le fuera
la vida.

Recogió apresuradamente las cartas de colores que había dejado en el suelo y volvió con rapidez al
despacho, con la intención de

desaparecer discretamente. Las paredes podían esperar. Lo que no sabía, era si ella podría esperar
a contárselo a Lou.

***

La playa de North Beach en Tenby era una de las más espectaculares de Gales. Aguas limpias,
seguridad y buenas instalaciones.

Seguramente por eso, era muy popular entre la gente de cierta edad, mayormente jubilados.
Aunque en verano también recibía gran

cantidad de turismo familiar. El pueblo tenía un castillo, un club de golf, un museo e incluso una
galería de arte. En definitiva, un lugar

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tranquilo donde disfrutar de largas horas de reposado ocio y paz.

Draco había escogido un encantador hotel ubicado en una casa gótica del estilo de construcción
de la costa de Pembrokeshire, un poco

retirado del pueblo. Estaba rodeado de un hermoso arbolado y de un jardín con flores exóticas. Si
hubiera elegido un destino vacacional

mágico, como siempre había hecho, gozar de la tranquilidad que deseaba para ambos hubiera sido
una esperanza demasiado frágil. Porque

hubiera sido muy difícil que no les reconocieran y ser portada de El Profeta a las pocas horas de
llegar.
El rubio sabía que tenía que darle cierto tiempo a Harry, porque éste todavía se sentía muy
inseguro en su recién iniciada relación. Desde

aquel primer acercamiento, la tarde del puzzle, había habido otros besos y algunas caricias, pero el
Gryffindor no parecía muy dispuesto a

ir mucho más allá de momento. Draco esperaba que aquellas dos semanas sirvieran para acabar
con los restos de desconfianza que, a pesar

de todo, sabía que Harry aún sentía.

Cada vez que bajaban a la playa y se tumbaban sobre la caliente arena, Draco tenía que reprimir
unas irrefrenables ganas de acariciar

aquella piel morena en la que había descubierto, no sin rabia, un rosario de cicatrices repartidas
por todo el cuerpo. Sabía quién las había

dejado ahí. Y lamentó haber creído, en algún momento de su vida, que el monstruo que había
señalado la piel que él ahora amaba, era la

mejor y única opción para el mundo mágico.

A pesar de todo, Harry era perfecto. Tenía un cuerpo hermoso, de proporciones armoniosas,
compensado en todos sus aspectos. Y sin

lugar a dudas, la cumbre de esa perfección se encontraba bajando por la bien formada espalda, allí
donde ésta perdía su nombre, seguido

de unos muslos fuertes y bien torneados, cubiertos por un fino vello negro.

Draco ya no sabía que era peor. Si cuando era él quien cubría de crema protectora esa piel suave y
caliente, sintiendo cada músculo y cada

forma bajo sus hambrientas manos. O cuando eran las de Harry que le recorrían a él muy
despacio, tanteando la blanca superficie de la

suya, rozándola tan suavemente que su piel se erizaba de un placer nervioso y anhelante. Pero en
esa playa siempre había demasiada gente.

Por las tardes daban largos paseos, durante los cuales Draco le describía detallada y
concienzudamente el paisaje, las calles, las tiendas, la

gente que bulliciosa se movía por aquel turístico pueblo.

Amaba que Harry sonriera de la forma en que lo hacía entonces y que preguntara y se interesara
por cuanto sucedía a su alrededor.

Amaba su expresión concentrada y atenta, cuando estaba pendiente de cada una de sus palabras.
Y Draco redoblaba sus esfuerzos para que

pudiera hacerse una idea correcta de lo que le estaba explicando.


Amaba sentir su mano asirse firme a su codo mientras él le guiaba y le veía seguirle tranquilo,
confiándole cada uno de sus pasos.

Amaba ver desde su cama, como sus ojos se cerraban cada noche y escuchar después su
respiración acompasada, guiándole a él hacia su

propio sueño.

Amaba su voz soñolienta por las mañanas, cuando se estiraba como un gato todavía entre las
tibias sábanas y podía besar sus labios con un

cálido buenos días perdiéndose en ellos.

Y amaba la calma y la templanza que Harry parecía haber encontrado, esperando fervientemente
que, al menos en parte, él fuera el

responsable.

Porque deseaba que su vida fuera perfecta. Apacible y cómoda. Segura. Deseaba que jamás le
pidiera las llaves de ese apartamento que

Draco había comprado y acondicionado para él.

La casualidad, sus ganas de intimidad y algunas buenas propinas después, fueron la razón de que
Draco descubriera la existencia de una

calita apartada a la que solo se podía llegar por mar, muy tranquila y lo más importante, desierta.
Había alquilado una pequeña motora y se

había lanzado a la aventura, -después de todo, un cacharro muggle no podía ser tan difícil de
manejar- con Harry agarrado a su asiento de

plástico como a una tabla de salvación y con la expresión de no tenerlas todas consigo. Esto no es
más peligroso que volar en escoba,

Potter, se había burlado él, eso sí, en tono cariñoso. Además, prometo no hacer piruetas. Harry
había mascullado algo por lo bajo y se

había hundido más en el pequeño asiento, no muy seguro de que la prometida sorpresa le
estuviera gustando demasiado.

No tardaron más de quince minutos en llegar. Draco ayudó a Harry a descender de la tambaleante
embarcación y después de dejarle en la

playa, la empujó hasta embarrancarla en la arena. Sacó la cesta con la comida que le habían
preparado en el hotel, las toallas y una

sombrilla.

- ¿Dónde estamos? –preguntó Harry, mientras le seguía cogido al otro extremo de la sombrilla.

- En una preciosa cala, desierta y muy, muy privada.


- ¡Vaya! ¿Debo preocuparme?

- Sin duda, deberías. –Draco sonrió– Porque esta vez pienso embadurnarte de protector solar
hasta donde no lo necesitas.

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Otro vaya mucho más bajito salió de los labios de Harry, mientras esperaba que Draco colocara las
toallas y la sombrilla, con un creciente

cosquilleo en el estómago.

- Ven.

Harry sintió la mano de Draco tomando la suya, conduciéndole hasta su toalla. El moreno se sentó,
se quitó la camiseta y se la tendió al

rubio para que la guardara. Draco se limitó a lanzarla bajo la sombrilla, sin molestarse en ver
donde caía. Se arrodilló detrás de él, destapó

el tubo de bronceador y se embadurnó las palmas de las manos. Después, apoyó suavemente la
espalda de Harry contra su pecho y empezó

a extender la pringosa sustancia por sus pectorales, su estomago, sus hombros, sus brazos…

- No quiero que te quemes. –dijo depositando un beso sobre la negra cabellera.

Las manos se movían suavemente sobre la piel de Harry rozándola de forma distinta esta vez,
lenta y concienzudamente. Una corriente de

excitación despertaba en cada parte de su cuerpo que Draco tocaba, dejándola sensible y
vulnerable a las sugestivas caricias que poco

tenían que ver con extender un poco de protector solar para evitar quemaduras. Harry jadeó
apenas el reencuentro con sensaciones que

hacía tanto tiempo no sentía, porque sus labios fueron tomados con dulzura y su boca invadida
después por una lengua ávida que la

recorrió con entusiasmo.

Draco, a su vez, se deleitaba en pasear sus dedos sobre la piel caliente y algo húmeda por el calor,
notando con gran placer los pequeños

estremecimientos que sus caricias, más arriesgadas que otras veces, provocaban mientras le
besaba. Presentía que Harry estaba más

predispuesto que en otras ocasiones. Y cuando sintió su cuerpo plegarse a sus atenciones, sin el
gesto nervioso que había acompañado a
sus anteriores intentos de avanzar en un contacto más íntimo, comprendió que tal vez tendría una
oportunidad.

Harry notó el movimiento de Draco tras él, sentándose, sus largas piernas acomodándose a cada
lado de las suyas. Sus brazos le rodearon y

él los tanteó hasta encontrar sus manos y entrelazarlas con las propias. Apoyó la cabeza en su
hombro, ladeándola ligeramente, esperando

que sus labios acudieran nuevamente al encuentro de los suyos. Esta vez el rubio le saboreó
lentamente, sin prisas. Una mano se soltó de la

suya para acariciar su mejilla con ternura y después perderse entre los mechones de su pelo. Al
poco rato un ligero tirón expuso su cuello

al ávido paso de la boca que lamió, chupó y mordisqueó hasta que Harry gimió suavemente y dejó
escapar un suspiro relajado.

Draco sintió la mano que había quedado libre posarse sobre su muslo y oprimirlo suavemente, al
ritmo de los pequeños jadeos que Harry

había empezado a emitir mientras él torturaba dulcemente la suave piel de su garganta. Llevó la
otra mano del moreno hasta su otro muslo

y mientras mordisqueaba clavícula y hombro, buscó a tientas una de las pequeñas areolas del
pecho que subía y bajaba acelerado por sus

caricias y la dibujó lentamente con un dedo, para después atrapar el pezón entre dos y oprimirlo
suavemente hasta conseguir un delicioso

gemido acompañado de una presión mucho más fuerte sobre sus muslos. Ahora Harry tenía los
ojos cerrados y boqueaba suavemente,

rendido a sus caricias. Draco deslizó su mano a través del liso estómago, regodeándose en su
exquisito tacto, bordeando el pequeño

ombligo y siguiendo el camino a partir de él, del fino vello que se perdía más allá de la cinturilla del
bañador, recordándole el límite. Antes

de que le diera tiempo a preguntarse si Harry le permitiría traspasarlo, el moreno apartó la mano
detenida en el borde de su bañador, con

un gesto casi brusco.

­ Espera... no… –jadeó despegándose del otro cuerpo, apretando con más fuerza de la que
pretendía la muñeca de Draco.

- ¿Qué sucede? –preguntó éste tratando de contener sorpresa y deseo por partes iguales– ¿No te
sientes cómodo? ¿Prefieres tocarme tú a

mí?
El moreno negó con la cabeza, inconsciente todavía de que seguía estrujando la muñeca de Draco
en su mano.

­ No, es sólo que… yo… –su voz sonaba demasiado insegura y avergonzada para poder encontrar
las palabras que explicaran su reacción.

- Creo que ahora mismo un baño sería una buena idea. –interrumpió Draco suavemente,
sacándole del apuro– Ya seguiremos con esto…

en otro momento.

Harry asintió con fuerza y aceptó la ayuda de su compañero para levantarse. Ambos caminaron en
silencio hasta la orilla, deteniéndose

cuando Harry sintió una fría y moribunda ola lamer sus pies. Un escalofrío recorrió su cuerpo.
Draco, sin soltarle de la mano, retrocedió

hasta situarse a su lado.

- ¿Miedo? –preguntó, tratando de expresar con esa palabra lo que el rostro de su compañero
expresaba en ese instante.

Harry apenas asintió, tratando de disipar la sensación que en esos momentos se arremolinaba en
su entrepierna y en su estómago,

encogiéndolo, provocándole un incómodo desasosiego.

- No debes tenerlo. Yo estoy contigo.

La voz de Draco le llegó cálida, rebosando la comprensión y el cariño que Harry necesitaba.

Lo sé. –apenas susurró.

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Y apretó la mano que estrechaba la suya en respuesta.

Después de aquella mañana, Draco no volvió a intentar un acercamiento más íntimo entre los dos,
limitándose a los besos y caricias que

Harry aceptaba sin oposición. Y a pesar de que su deseo era cada día más fuerte y difícil de
contener, dominó sus ansias a la espera de que

su pareja estuviera preparada para aceptar un mayor grado de intimidad entre ellos. Sólo era
cuestión de paciencia, se decía, Harry

necesitaba ir despacio, sin sentirse presionado. Trató de ponerse en su lugar y comprender. Y


darse una ducha de agua fría cada vez que

podía.
Durante la cena, dos días antes de que terminaran aquellas apacibles vacaciones, Draco no pudo
evitar resumir todos aquellos sentimientos

que reventaban en su pecho en una sola frase, muy Malfoy a pesar de todo.

- Cuando regresemos a Londres, no voy a dejar que vuelvas a tu habitación. Necesito tenerte
conmigo.

Harry detuvo el tenedor a pocos centímetros de su boca. Imaginaba que, como en su propia
habitación, en la de Draco no debía haber dos

camas, sino una sola de matrimonio. No le había importado dormir con su tutor en la misma
habitación durante aquellas dos semanas, cada

uno en su cama. Pero lo que Draco estaba proponiendo alcanzaba un grado de intimidad que él
todavía no estaba preparado para asumir.

- Me refiero a que ya me he acostumbrado a no dormir solo. –le tranquilizó su pareja– Quiero


verte a mi lado al despertar por las mañanas.

- ¿Puedo pensármelo? –preguntó Harry con una leve sonrisa.

­ ¡Oh, vamos, Harry! Hemos estado durmiendo juntos casi dos semanas… Dormir. –recalcó– Nada
más.

Harry dejó el tenedor en el plato y se mordió un poco el labio, con un gesto algo nervioso.

­ Es que… tengo la impresión de que esto es como un paréntesis, ¿sabes? y que cuando
regresemos todo tiene que volver a ser igual que

antes.

Draco estudió con atención la expresión ahora seria y otra vez insegura del moreno.

- ¿Por qué? Nada puede volver a ser igual que antes. –afirmó– No para mí. Y definitivamente, no
es un paréntesis.

Harry pareció vacilar unos momentos y finalmente preguntó:

- ¿Y por qué querría alguien como tú compartir su vida con alguien como yo?

La pregunta no tomó a Draco totalmente por sorpresa.

- ¿Y por qué no?

La sonrisa de Harry se torció amarga en sus labios. Le estuvo dando vueltas a la servilleta durante
lo que a Draco le pareció una eternidad,

socavando su paciencia y sus nervios.

­ Yo… yo salía con alguien antes de que todo esto sucediera. –empezó a explicar el moreno. Volvió
a vacilar antes de continuar– No

públicamente, porque… bueno, mi vida siempre ha sido un tanto complicada.


- ¿Quién? –la pregunta saltó de los labios de Draco de forma totalmente agresiva.

Harry dudó unos momentos, tal vez algo sorprendido por la brusquedad de la pregunta. Pero al
final dijo:

- Roger Davis. No sé si le recuerdas. Era el capitán del equipo de Quidditch de Ravenclaw. Iba un
curso por delante de nosotros.

El Slytherin asintió para sí mismo, rescatando de su memoria la imagen de un rubio no demasiado


alto pero fornido, a su parecer, con la

forma de reírse más estúpida que había escuchado jamás.

- ¿Qué sucedió? –inquirió, rebanando con saña la punta del pimiento frito que tenía en el plato.

- Me dejó. –confesó Harry con la voz algo quebrada– Después de casi cuatro años… –sus labios se
apretaron en una mueca de dolor

todavía no superado– Vino a verme al hospital una tarde y me dijo que no podía con esto. Que lo
sentía mucho pero que no creía poder

cargar con una persona en mis condiciones.

- Pues para ser un Ravenclaw no demostró ser muy inteligente. –espetó Draco con dureza.

Y el pimiento sufrió un nuevo ataque, más próximo a los asaltos de Jack el Destripador sobre sus
víctimas, que de un comensal sobre una

hortaliza. Harry dejó escapar un pequeño suspiro.

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- Dime, Draco, ¿Por qué ibas a poder tú?

La penetrante mirada gris se posó en los ojos verdes que le miraban sin ver.

- Te recuerdo que yo ya llevo cinco meses lidiando contigo. –respondió con ironía.

­ Ya… –Harry apretó los labios, tratando de no nombrar al maldito Ministro– Y tengo que esperar
que dentro de siete más, no pongas mi

baúl en la puerta, me des las llaves de ese estupendo apartamento y me mandes a vivir mi
estupenda vida de ciego de provecho, como

dijiste una vez. Porque no voy a dejar que lo hagas con mi también estupendo corazón destrozado,
Draco.

El rubio dejó también sus cubiertos en el plato y observó detenidamente la determinación que de
pronto había aparecido en el otro rostro.

- Creí que sentías algo por mí. –musitó dolido.


- Precisamente.

Harry podía sentir la tensión al otro lado de la mesa. Draco debía estar mirándole fijamente,
porque no le oía moverse, ni tampoco el ruido

de los cubiertos. Se sintió incómodo.

- Mira, –decidió seguir– no dudo en absoluto de lo que puedas sentir por mí ahora. Aunque no
estoy muy seguro de que no estés

confundiendo amor con algún otro sentimiento…

Draco frunció el ceño y procuró modular su voz, para que no sonara tan enojada como empezaba
a sentirse él en ese momento.

- Te equivocas si crees que es compasión u alguna otra tontería por el estilo. –le cortó.

- Déjame terminar. –pidió Harry, a pesar de todo.

Y tomó aire antes de continuar, dándose valor.

­ Tal vez ahora no, Draco, pero piensa en más adelante. Cuando el tiempo pase y todo siga igual;
cuando te des cuenta de que siempre

tienes que llevarme detrás de ti; que no podemos ver juntos un partido de Quidditch o una
película muggle. Que no puedo compartir

contigo tu amor por el arte, por ejemplo, porque no puedo verlo. Y te canses de tener que estar
siempre gastando saliva en describir cosas

que jamás podré ver. Cuando te des cuenta de que hay un montón de actividades que harías y no
haces tan solo por mí. –guardó un

pequeño silencio– Y si las haces, te preguntarás por qué tiene que ser solo y en un momento u
otro desearás a alguien a tu lado con quien sí

puedas compartirlas.

El silencio seguía patente al otro lado de la mesa y Harry se dio cuenta de que sus palabras, más
que intentar abrirle los ojos a Draco a su

realidad, se los estaban abriendo a él mismo. Haciéndole volver a tocar de pies en el suelo,
bajándole de la hermosa nube en la que había

estado flotando aquellas últimas semanas.

­ Y tus amigos… –continuó– ¿Qué ibas a decirles a tus amigos? A los que no se atreven a atacarme,
por supuesto, a los que jamás te dirán

a la cara cuanto te desprecian por estar conmigo. Los que te sonreirán y después te clavarán
dardos envenenados por la espalda. –sonrió
con ácido sarcasmo– ¿Y cómo vas a protegerme de los otros? ¿Me tendrás eternamente
encerrado en la mansión por temor a que alguno

pueda volver a hacerme daño?

Draco contempló el semblante de Harry, ahora enrojecido por el discurso que había ido
exaltándole poco a poco. ¿Cómo no lo había

previsto? Él, que analizaba, calculaba, preveía y no daba un paso sin estar seguro de todos los
factores de la ecuación, no había despejado

la X de la que ahora mismo tenía sobre la mesa. La X que, en ese caso, era igual a miedo. El miedo
que había visto en su rostro en aquella

calita, tan solo unos días antes. Sentimiento contra el que ya era muy difícil luchar cuando estabas
en posesión de todos tus sentidos. Lo

sabía por propia experiencia. Imaginó la incertidumbre de tener que guiarse sólo por el tono más o
menos convincente de una voz o por el

tacto más o menos cálido de una mano sobre la tuya. De intentar adivinar la certeza de unas
intenciones sin poder ver la expresión de un

rostro o el brillo de unos ojos. O sin poder captar aquel gesto, que como decía el refrán, valía más
que mil palabras.

Finalmente, optó por una respuesta simple.

- Vas a tener que confiar en mí.

***

Cuando el primero de septiembre Lou volvió a su trabajo en la mansión Malfoy, no esperaba


encontrarles haciéndose arrumacos por los

rincones, pero tampoco aquella férrea discreción. Se suponía que cuando uno se halla en la fase
inicial de una relación está especialmente

alegre, comunicativo, con esa sonrisa estúpida en los labios la mayor parte del día. Sin embargo,
pronto captó que la discreción de Harry

era tristona y apagada. La de Malfoy seria y contenida. Y fue fácil llegar a la conclusión de que no
se trataba de una excesiva protección de

su intimidad sino de un verdadero desastre, románticamente hablando. Tenía que hablar con
Parkinson lo antes posible y preguntarle si

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tenía alguna visita atrasada con el medimago del departamento de oftalmología o realmente había
visto lo que había visto.

Pero la morena tenía sus propios planes, y por más que Blaise le había querido hacer ver que la
iban a mandar a paseo, si no algo peor, ella

insistía en que intentarlo valía la pena. Así que, con más decisión que cordura, se plantó en el
Ministerio, harta de ver a Harry

languideciendo por las esquinas y a Draco aventando a cualquiera que se atravesara en su camino,
fuera elfo o amigo.

- ¿Tienes un momento, Granger?

Hermione levantó la cabeza de su escritorio, para quedarse completamente perpleja al ver a Pansy
Parkinson en la puerta de su despacho.

A pesar de todo, hizo ademán con la mano para que pasara. La morena así lo hizo y se sentó en
una de las incómodas sillas que había

frente a la mesa. Cruzó las piernas con elegancia y le dirigió a la Gryffindor una de sus más
esplendorosas sonrisas.

- Se que te parecerá extraño. –dijo tratando de sonar lo más convincente posible– Pero necesito tu
ayuda, querida.

Hermione frunció el ceño y se echó atrás en su sillón, pensando que su día no podía continuar ya
de formas más sorprendente.

- ¿Y en qué puedo ayudarte, Parkinson?

- Verás, –siguió la Slytherin ante la abierta actitud escéptica de la otra– me temo que a Draco se le
ha metido una idea en la cabeza, para la

que necesitará algún apoyo en campo enemigo. –sonrió– No te ofendas. Pero en su testarudez, es
incapaz de ver la que se le puede venir

encima. Y me temo que eso pueda trastornar todavía mucho más a Harry.

A pesar de no comprender en absoluto de lo que estaba hablando Parkinson, la sola mención de


su amigo hizo que Hermione pusiera todos

sus sentidos alerta.

- ¿Podrías concretar, por favor? –pidió tratando de no parecer ansiosa.

Y con una sonrisa satisfecha, Pansy empezó a deshilvanar la historia que ella conocía y la que le
había logrado arrancar a Draco, para una

atenta Hermione, quien después de todo, ya no parecía tan sorprendida.

- Bueno, ¿y qué esperaba? –dijo en tono sarcástico cuando Pansy terminó– ¿Qué Harry se le
echara en los brazos olvidando de un plumazo
el pasado? ¿Qué confiara en él con los ojos cerrados? –y cerró los suyos golpeándose
mentalmente por el símil utilizado– ¡Y te extraña que

se sienta asustado, por Dios santo!

- ¿Has estado escuchando, Granger? –preguntó Pansy con impaciencia.

Después de todo, la Gryffindor siempre había tenido fama de poseer un coeficiente intelectual
bastante alto. Aunque en ese momento no

estuviera haciendo gala de él.

- Si, Parkinson. Te he escuchado. –Hermione suspiró con algo de resignación– Supongo que hasta
para Malfoy sería de una crueldad sin

precedentes jugar con los sentimientos de una persona en las circunstancias de Harry –admitió.

Por supuesto, no le dijo a la Slytherin que había estado intentando encontrarle una explicación a
aquella repentina decisión de su amigo de

no abandonar la mansión Malfoy, y que su relato acababa de aclararle bastantes cosas.

- ¿Y bien? ¿Estarás ahí el próximo miércoles, entonces?

Hermione sonrió con algo de malicia. La idea de Remus sacudiendo a Malfoy era por más,
tentadora.

- ¿Sabe Harry que Malfoy piensa hablar con Remus?

- Diría que no. –respondió Pansy– De otra forma, estoy segura de que ya habría intentado
disuadirle. Y no creo que le haga muy feliz saber

que Lupin ha despellejado a Draco después de pedirle su “bendición”. –acabó poniendo los ojos en
blanco.

Verdaderamente Draco tenía que estar muy enamorado o haber desarrollado peligrosas
tendencias suicidas en un tiempo record, se dijo

Pansy. Pensamiento que no se alejaba demasiado del que en aquellos momentos cruzaba por la
mente de Hermione.

- Estaré allí. –prometió– Porque si alguien va a salir malparado en toda esta historia, no permitiré
que sea Harry.

Continuará…

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Capítulo VII por Livia


Notas del autor:

Disclaimer: Ya me gustaría, pero aparte de los personajes que han salido de mi imaginación, los
demás no

son míos.

Como siempre, gracias a Eire por betear.

Aviso: De todos es sabido o aceptado, que se ha establecido como fecha del cumpleaños de Draco
el 5 de

junio. Pero para los intereses de mi fic es el 27 de Noviembre. Así que no me enviéis rr diciéndome
que me

he equivocado ¿eh? Besitos.

CAPITULO VII

Negarse a él mismo que estaba nervioso, hubiera sido negarse una verdad evidente. Draco
paseaba arriba y abajo del pequeño salón

adyacente al comedor, ensayando mentalmente una vez más el discurso que pensaba soltarle a
Lupin. Le hubiera gustado poder recibir al

licántropo en su nuevo despacho. Hubiera sido más imponente, más solemne. Y unos cuantos
centímetros de mesa entre los dos tampoco

hubieran estado de más. Pero parecía que Pansy no tenía ninguna prisa en acabarlo, pensó algo
molesto.

Había tomado aquella aventurada decisión dos semanas después de su regreso de Tenby. Dos
semanas en las que había intentado

infructuosamente convencer a Harry de la solidez de su amor por todos los medios posibles. Pero
el moreno siempre respondía que era

mejor dejar las cosas como estaban, decisión de la que seguramente en un futuro no muy lejano
los dos se alegrarían. Sin embargo, Draco

no estaba dispuesto a darse por vencido. En la vida había tenido una idea más clara de lo que
quería. Y era a Harry a su lado.

Después de mucho meditarlo, había llegado a la conclusión de que lo único que podía demostrar a
Harry la sinceridad de sus sentimientos,

era que hiciera partícipe de ellos a alguien que fuera importante para él. Y dada su orfandad,
decidió arriesgarse con el licántropo, ya que

éste siempre había dado muestras de una actitud claramente paternal hacia el joven. ¡Merlín
bendito, si casi le rompe la mano el día que
dejó a Harry en la mansión! Y aunque en casa no solía llevarla encima, esta vez su varita estaba en
el bolsillo de su pantalón. Sólo por si

acaso.

Remus llegó a las tres en punto, como cada miércoles. Era el único día de la semana que tenía la
tarde libre y desde que Harry vivía con

Malfoy, había dejado de ser la tarde de corregir exámenes y preparar clases, para convertirse en la
tarde de Harry, única y exclusivamente.

No había faltado a su cita más que esas dos semanas en las que su tutor se lo había llevado de
vacaciones y cuando coincidía con la fecha

de su maldita transformación mensual. Ahora hacía ya tres semanas que no veía a Harry, porque la
posterior a su regreso de Tenby había

habido luna llena. Estaba ansioso por abrazarle y por saber como le habían ido las cosas en la
playa. No es que le hubiera hecho mucha

gracia que Malfoy se lo llevara, pero tenía que admitir que no había podido ser más oportuno.
Scrimgeour había tenido que conformarse

con una foto del héroe para la maldita celebración del primer aniversario de la desaparición de
Voldemort. Muy a su pesar, tenía que

reconocer que el Slytherin estaba cumpliendo correctamente con su parte del trato y que Harry se
encontraba mucho mejor que cuando le

había dejado. Según la Mb. Arashi, gozaba de buena salud y psicológicamente estaba mucho más
equilibrado y tranquilo. Después de todo,

había pasado ya un año, plazo que suele durar el duelo de una pérdida física, sea de la índole que
sea. Y parecía que Harry estaba por fin

en la fase de cerrar definitivamente esa herida. Al menos, en la medida que era posible hacerlo.
Los informes que la medibruja recibía

mensualmente de la terapeuta eran igual de alentadores. Tras el bloqueo inicial, el moreno


avanzaba a buen ritmo y pronto estaría listo

para enfrentarse él solo al mundo. Seguramente entonces podrían pasar mucho más tiempo
juntos, incluso podría quedarse temporadas con

él, en la escuela. Cuando hubiera terminado definitivamente con su adiestramiento, ya no sería ni


peligroso ni dificultoso para Harry

desplazarse por Hogwarts. Aunque tenía sus reservas sobre las escaleras móviles. Minerva, la
actual directora de la institución, ya le había

dicho que no tenía ningún inconveniente en que su ex alumno se alojara con él todo el tiempo que
quisiera y cuando quisiera.
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Extrañamente, cuando salió de la chimenea no era Harry quien estaba en el salón esperándole,
sino Malfoy. Además…, miró a su

alrededor desconcertado, ese no era el salón de siempre. Durante unos segundos su mirada se
clavó en la del rubio con verdadero temor.

- Harry está bien. –se apresuró a aclarar Draco, comprendiendo– Le he dicho que se retrasaría
usted un poco, porque quería que

habláramos en privado primero. –y le mostró amablemente uno de los sillones de la estancia.

Más tranquilo, Remus se sentó donde Malfoy le había indicado y esperó a que éste lo hiciera
frente a él. A pesar de sus ademanes

reposados y seguros, el fino instinto del licántropo le decía que el joven no estaba tan relajado
como su pose aparentaba.

- ¿Y bien? –preguntó intrigado.

Draco apoyó los codos en su sillón y entrelazó los dedos en un ademán formal, haciendo
íntimamente acopio de aplomo.

- Voy a serle totalmente franco. –empezó– Cuando traje a Harry aquí, mis intenciones no se
correspondían totalmente con las expresadas

al Ministro Scrimgeour.

El rostro de Remus adquirió una expresión displicente.

- Te agradezco la franqueza, pero sólo me estás confirmando algo que para mí siempre fue obvio.
–dijo secamente.

Draco apretó ligeramente los labios antes de continuar. No iba a ser fácil.

- Seguramente. –concedió– Sin embargo, todos estos meses me han dado la oportunidad de
conocer a Harry. De conocerle y apreciarle. –

Remus frunció levemente el ceño– ¿Tanto le sorprende?

- Lo que me sorprende es que hayas tardado diez años en hacer el esfuerzo. –respondió el
licántropo en tono incisivo.

- Digamos que Hogwarts eran otros tiempos. –se defendió Draco.

Remus se acarició el fino bigote, considerando las últimas palabras del Slytherin.

- Mucha gente le aprecia. –se limitó a decir después– Es un gran persona.

- Lo sé. –Draco insinuó una sonrisa– Además de terco y obstinado.


- Sin duda. –afirmó Remus como si el rubio acabara de nombrar dos grandes virtudes– Y gracias a
eso, mucha gente le debe el poder vivir

hoy en paz. Aunque sólo se acuerden de él para tratar de exhibirle en una absurda celebración. –
añadió a continuación, dolido.

- Nadie le exhibirá mientras yo pueda evitarlo, se lo aseguro. –afirmó Draco muy serio.

Remus se preguntó entonces si aquellas vacaciones, la segunda y tercera semana de agosto, no


habrían sido ninguna casualidad. Ladeó un

poco la cabeza y miró a Malfoy con más interés, sin tener todavía muy claro si debía empezar a
preocuparse. El Slytherin parecía como si

estuviera a punto de decir algo, pero no acabara de decidirse.

- ¿Algo más? –preguntó con cierta impaciencia.

- Estoy enamorado de Harry, Sr. Lupin. –le soltó entonces Malfoy, a bocajarro, pasando de
discursos y sin perder un ápice de su

compostura.

Remus recibió la insólita declaración con la misma sensación que si le hubieran pateado el
estomago. Miró al joven sentado frente a él con

intensidad, como si tratara de leer sus más profundos pensamientos y desnudar sus verdaderas
intenciones. Pues si, parecía que había que

empezar a preocuparse seriamente, se dijo segundos después. Parpadeó un par de veces y ladeó
la cabeza hacia el otro lado para seguir

observándole con suma concentración, mientras se daba tiempo a digerir la inesperada revelación.
Los grises ojos de Malfoy se

mantuvieron firmes y serenos, sin la frialdad que habitualmente los caracterizaba.

Por su parte, Draco había visto la mirada de Lupin oscurecerse durante unos segundos y se
preguntó si habría llegado el momento de

rescatar la varita de su bolsillo. Pero el licántropo no hizo ningún movimiento que le hiciera pensar
que ese momento había llegado. Sólo

le oyó preguntar, con más calma de la que el rubio había esperado:

- ¿Y eres correspondido?

Ahora la mirada que le devolvía Draco era tan fija e intensa como la de Lupin. Consideró
cuidadosamente sus palabras.

- Por lo visto hubo un desgraciado que le abandonó cuando Harry se quedó ciego. Y ahora está
convencido de que nadie puede querer
permanecer a su lado debido a su discapacidad. Cree que yo también me cansaré y acabaré
dejándole.

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Lupin apretó los labios recordando al Ravenclaw causante de aquel desgarro en el por aquel
entonces tan frágil corazón de Harry.

- ¿Y no lo harás? –preguntó endureciendo un poco el tono de voz.

- Si mis intenciones no fueran leales, no estaría hablando ahora mismo con usted. –respondió sin
poder reprimir un cierto grado de ironía,

pateándose mentalmente después por ello. No era el mejor momento para dejar asomar su
carácter.

Lupin hizo un inconsciente movimiento afirmativo con la cabeza, pensativo. No podía negar que le
había cogido por sorpresa. Aquella

declaración era lo último que jamás hubiera esperado oír de labios de Draco Malfoy. Aunque igual
de increíble le parecía que Harry

pudiera albergar algún tipo de sentimiento hacia el estirado Slytherin. Alzó los ojos para dirigirse
nuevamente al joven que seguía

mirándole de frente y con determinación.

- Entonces, ¿me estás pidiendo permiso o algo así? –preguntó sin poder evitar sonar tan
estupefacto como en realidad se sentía.

- O algo así. –admitió Draco– Creo que usted es el único que puede ayudarme a hacerle
comprender que el hecho que esté ciego no es

ningún impedimento para que alguien le ame.

Y antes de que Remus pudiera meditar cuidadosamente su respuesta, porque sin duda había que
meditarla, la puerta del salón se abrió de

repente, dejando paso a un Harry jadeante y con expresión alarmada.

- ¿Remus? –preguntó ansioso.

- Estoy aquí, Harry. –dijo éste levantándose presuroso y yendo hacia él– Estoy aquí, ¿qué te pasa?

El joven le agarró nerviosamente y palpó sus manos. No había varita.

- ¿Harry?

La voz de Draco también sonó preocupada. Harry se volvió en su dirección y recorrió sus brazos
hasta llegar a sus manos. Tampoco había
varita.

­ Bueno, en realidad… –trató de explicar con la respiración todavía entrecortada.

La realidad era que ahora no sabía que decirles sin que sonara estúpidamente ridículo. Iba a matar
a Hermione en cuanto llegara. Y a la

otra histérica que chillaba junto a ella desde la chimenea del otro salón, también.

- Sólo estábamos hablando, Harry. –le tranquilizó Draco, dirigiendo también oscuros pensamientos
hacia su propia amiga con gran

clarividencia.

- ¿Y qué clase de tonterías le has contado? –preguntó el moreno totalmente a la defensiva,


mientras era guiado por Remus y se sentaba

junto a él en el sofá– ¿Qué te ha contado, Remus? Porque te aseguro que…

- Está bien, tranquilízate. –le interrumpió el licántropo oprimiendo cariñosamente su mano– No


voy a morderle ni nada por el estilo, si es

lo que te preocupa.

­ … ¿ah, no? … –se le escapó, totalmente desconcertado.

- No antes de que tú y yo tengamos una pequeña conversación, al menos. –le dirigió una mirada al
Slytherin, dándole a entender que no

cantara victoria todavía– ¿Podrías darnos unos minutos? Me gustaría hablar a solas con Harry.

El rubio asintió y abandonó en silencio el pequeño saloncito. Se dirigió pensativo hacia el salón
mayor, todavía sin poder creer que la

conversación se hubiera deslizado por cauces tan civilizados. Conectó otra vez la chimenea
principal y se sentó con elegancia en el sillón

frente a ella. Una morena y una castaña bastante alteradas no tardaron en salir, con rostros
sofocados y nerviosos.

- Vosotras dos, –ordenó en tono helado, señalando el sofá frente a él– sentaos.

Pansy le dio un codazo a Hermione, indicándole que era mejor obedecer y no chistar. Conocía bien
esa mirada en los grises ojos de su

amigo.

- Y ahora, –susurró el rubio entre dientes, en un tono tan bajo que ambas tuvieron que agudizar el
oído para escucharle– ¿quién de las dos

va a contarme qué le habéis dicho a Harry para alterarle de esa forma?

Pansy arrugó un poco la nariz e intentó una sonrisa conciliadora. Hermione se limitó a fruncir el
ceño y a devolverle una mirada tan
desafiante como en sus mejores tiempos de escuela… o peores, según el punto de vista.

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- Lo que has hecho ha sido una temeridad. –le recriminó Harry horas después, una vez solos.

Draco sonrió y volvió a besar al joven atrapado entre sus brazos.

- Sin duda ha valido la pena. –ronroneó.

Harry se acomodó mejor contra su pecho y frunció un poco el ceño.

- No te perdonaré que me hayas hecho sentir tan ridículo. –le dijo– Entre los dos me habéis
tratado como una criatura de cinco años.

Draco sonrió con malicia.

- No creo que una criatura de cinco años me inspirara los pensamientos que ahora mismo tengo. –
rebatió desabrochando un poco la camisa

del moreno para dedicarse a lamer y besar la tierna piel de su garganta.

La respuesta fue un suspiro satisfecho y un pequeño movimiento de cuello para que Draco pudiera
explorar mejor aquel sensible lugar.

Harry alzó la mano para buscar la rubia cabeza y deslizar sus dedos entre las sedosas hebras. El
cabello de Draco era tan suave, tan liso,

tan dócil entre sus dedos. Esta última, cualidad de la que su dueño evidentemente carecía, pensó
sonriendo. Suspiró nuevamente cuando la

lengua alcanzó el lóbulo de su oreja y los dientes tomaron su lugar para mordisquearla
lentamente.

- Casi debe ser hora de cenar. –dijo un poco obnubilado por las deliciosas sensaciones que Draco
despertaba sobre su piel.

­ Mmmm… que más da… –susurró el rubio poco dispuesto a abandonar aquel placer que tanto le
había costado conseguir.

Draco sintió como la mano en su pelo tiraba despacio de él para separar su boca de tan agradable
dedicación y los labios de Harry rozaban

su mejilla siguiendo camino por ella hasta encontrar los suyos. Prisionero de esa boca, Draco se
hundió en el beso suave y lento que Harry

había iniciado, permitiendo que fuera esta vez su lengua la que recorriera y explorara cada rincón
de la suya. Y mientras dejaba que la
dulzura de ese beso le envolviera, se dio cuenta de que ya no podría echar nada de menos, porque
el todo de su vida se encontraba entre

sus brazos.

­ Draco, yo… ­musitó Harry abandonando sus labios.

- Sólo cuando estés listo, amor. –le interrumpió suavemente– Cuando estés listo.

***

Narcisa contempló con fría languidez los gruesos copos de nieve chocando contra los cristales de
la ventana. Su mente estaba en esos

momentos muy lejos, en Londres. Sostenía la taza de té con innata elegancia, con el gesto
suspendido de llevársela a los labios. Finalmente

lo hizo, sin que sus hermosos ojos azules distrajeran su atención de la tormenta de nieve que
había empezado a media tarde, y que en esos

momentos rugía con fuerza en el exterior. Pero sin duda, con mucha menos que la indignación que
se arremolinaba en su pecho. Volvió

por fin los ojos hacia su invitado y sonrió con esa falsa dulzura, tan ensayada a lo largo de los años.

- Parece que mi hijo ha perdido el norte. –dijo suavemente– En lugar de humillarle con su
generosidad, le ha convertido en su amante.

¿Estás seguro Theodore? ¿Estás seguro de que simplemente no está jugando con él?

- Me gustaría poder decirle que sí, señora Malfoy. –respondió el joven, con rostro grave– Pero me
temo que no es así.

Narcisa observó la expresión preocupada en el compañero de su hijo. Los Nott siempre habían
sido una buena familia. Sangre limpia y

magos de estirpe antigua, como los Malfoy. Los padres no habían sobrevivido, como muchos, a la
ignominia de la guerra.

- Le lleva con él a todas partes. Y la gente empieza a hablar. –explicó Theodore– Se les ha visto
juntos cenando en diferentes restaurantes,

asistiendo a conciertos o simplemente paseando por el Callejón Diagon. Si bien es cierto que no
han hecho ninguna ostentación pública de

su relación, tampoco la esconden. –dijo sin poder evitar verter todo su desprecio en esas
palabras– Es tan evidente que Draco bebe los

vientos por ese mestizo, que ni siquiera eso ha sido necesario para levantar toda clase de rumores.

Narcisa apretó con rabia contenida el pequeño pañuelo de encaje de Bruselas que guardaba en su
mano. Sabía perfectamente de donde le
venían a Draco esa clase de inclinaciones. Oh, si. Y no era de la rama Black precisamente, se dijo,
de ninguna manera. Al menos su

cuñado había sido discreto. Y Draco podría permitirse las inclinaciones que le diera la gana,
mientras cumpliera con sus obligaciones y

fuera también sumamente discreto. Y más una vez hubiera contraído matrimonio. Que conservara
a Potter como amante, si ello le

complacía. Tampoco iba a amargarle el capricho al chico. Al fin y al cabo no podía esperarse que
un Malfoy fuera fiel, recordó con

resentimiento. Tampoco un sangre mezclada como Potter debería aspirar a otra cosa que ser el
entretenido de un sangre limpia como era su

hijo.

Sin embargo, las inclinaciones de Draco no eran en ese momento su principal preocupación, como
parecía creer Theodore. La sociedad

mágica era totalmente permisiva con ese tipo de relaciones, aunque familias como la suya no las
admitieran abiertamente por razones de

linaje, ya que se hacía imprescindible asegurar la continuidad de sus ilustres apellidos. Era
necesario que hiciera una visita a su hijo antes

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de lo previsto y le recordara su deber. No tendría que haberle descuidado tanto durante todos
aquellos meses, se recriminó. Demasiado

ocupada en preparar el terreno para su futuro matrimonio. No iba a echar por la borda todos sus
desvelos y esfuerzos por un simple

capricho de su hijo. El compromiso se iba a celebrar aquella Navidad, le gustara o no a Draco.

El carácter de su hijo era cerrado y difícil. Y una tarea bastante ardua el hacerle pasar por donde él
no estaba dispuesto. Especialmente

desde que su padre faltaba. Narcisa suspiró levemente. No es que hubiera aprobado siempre los
métodos que Lucius había utilizado pero…

al menos entonces Draco no rechistaba. Sin embargo, su hijo amaba el dinero y el poder como
todo buen Malfoy. Narcisa estaba segura de

que jamás renunciaría a lo que era suyo ni por nada, ni por nadie. Y que haría los sacrificios
necesarios para conservarlo. Draco había sido

educado en una dura disciplina para que así fuera. Para dirigir y ser obedecido, como lo había sido
Lucius.
El cumpleaños de su hijo sería el próximo 27 de Noviembre y previendo más dificultades de las
que había pensado, Narcisa ya no podía

esperar a encontrarse con él en Navidad. Decididamente le había descuidado durante demasiado


tiempo.

***

Harry había estado muy mimoso aquellos últimos días. Mimoso y deliciosamente desinhibido. Y a
Draco aquel cierre de mes le estaba

costando Merlín y ayuda, incapaz de concentrarse en lo que debía. En lugar de centrar su atención
en números y balances, su mente se

perdía en el apasionado beso de la noche anterior o en las manos que habían estado acariciando
su pelo la otra tarde, mientras leía en voz

alta para Harry, cómodamente recostado en sus rodillas. Y desde que aquella mañana durante el
desayuno, el mago ciego le había pedido

que hiciera sitio en su habitación para sus cosas, Draco no daba pie con bola, más nervioso que un
colegial en su primera cita.

Por la tarde había vuelto temprano, dejando a uno de sus contables más que molesto porque no
había ratificado ninguno de los balances

que le había presentado y el pobre hombre necesitaba de su aprobación para conciliar las cuentas
de todas sus empresas antes de cerrar el

mes. Pero la cabeza de Draco estaba en otras cosas. Encontró a Harry y a Puky muy atareados en
su habitación, el uno ordenando y el otro

memorizando la nueva ubicación de sus pertenencias y familiarizándose con espacios y muebles.


Después de asegurarse de que todo

estaba en orden y al alcance de su pareja, Draco decidió que era una noche perfecta para salir a
cenar.

No sabía como aquella base de pan recubierta de cualquier cosa, que llamaban pizza, podía
entusiasmar tanto a Harry. Pero esa noche, si se

lo hubiera pedido, le habría llevado incluso al famoso restaurante muggle Myna Bird, donde
aparte del tradicional pollo, cerdo o cordero,

se podía comer cebra, canguro, avestruz, cocodrilo, cobra, escorpiones y langostas. Su postre más
renombrado era escorpión cubierto con

chocolate y una hoja de oro de 24 quilates, servido con helado de mango. Draco no recordaba
peor mal rato en toda su vida, después de

que un verano, el loco de Blaise le obligara a pagar una apuesta tragando hormigas asadas con
arroz y ensalada de langostas fritas. Todavía
no había superado lo del escorpión.

Afortunadamente, Harry devoró con mucho más entusiasmo su pizza y casi la mitad de la de
Draco, disfrutando como un niño la

posibilidad que aquel plato ofrecía de comerlo con los dedos. De postre, nada de escorpión;
lionesas bañadas en chocolate. Y si no fuera

porque cualquier tratado de modales en la mesa lo hubiera considerado totalmente inapropiado y


de una nefasta educación, Draco hubiera

limpiado el chocolate en los otros labios a lamidas. Pero tuvo que conformarse con contemplar el
sensual movimiento de la lengua de

Harry saboreándose a si mismo.

De regreso a la mansión, subieron las escaleras entre risas y tonterías, sus cuerpos pegados el uno
al otro, mientras Draco estampaba

pequeñas mariposas en la mejilla a ningún centímetro de la suya. Ya en la habitación, los


pequeños besitos se convirtieron en una

exhaustiva exploración de bocas y jugueteo de lenguas, junto a manos hambrientas de tocar.


Draco empezó a desabrochar muy despacio

los botones de la camisa de su amado, atento a cualquier gesto que le indicara que debía
detenerse. A los pocos segundos, su mano paseaba

libremente por la piel caliente y tersa de su pecho, bajaba hasta su vientre y dibujaba con un dedo
la redondez de su ombligo. Harry separó

apenas un instante su boca de la suya, para inhalar con fuerza y dejar escapar después un suave
ronroneo, reclamando seguidamente los

finos y sensuales labios del rubio para seguir devorándolos, esta vez con más intensidad.

- Harry, –jadeó Draco haciendo un verdadero esfuerzo para separarse de esos labios de miel– si no
paramos ahora, después no podré

detenerme.

Harry restregó su mejilla lentamente contra la de él.

­ Te deseo… –susurró en un tono bajo e íntimo.

Un latigazo de adrenalina recorrió el cuerpo de Draco de arriba abajo. Deslizó sin pensárselo dos
veces la camisa del moreno por sus

brazos y la dejó caer al suelo, sin preocuparse de pisarla mientras empujaba suavemente a Harry
hacia la cama, donde le recostó después.

Se inclinó sobre él y continuó acariciando la piel morena, tostada todavía por el sol de Tenby.
- ¿Nervioso? –susurró ante el pequeño estremecimiento que sacudió levemente el cuerpo de su
amante.

Un sí apenas audible escapó de los labios de Harry, quien sintió de pronto un intenso calor en sus
mejillas.

- Es casi como la primera vez. –musitó.

- De hecho, lo es. –sonrió Draco– Tu primera vez conmigo.

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Harry notó las manos de Draco recorrer su pecho y su aliento cálido sobre el cuello. La humedad
de su lengua dibujar dos círculos

perfectos alrededor de su pezones y después, tras unos breves instantes, el firme pecho del rubio
contra el suyo, piel con piel, mientras su

boca volvía a ser devorada con pasión. Alzó las manos en busca de su cabeza, para apretar todavía
más su boca contra la suya, mientras un

calor lento y persistente empezaba a invadir su vientre. Hacía tanto tiempo de la última vez que
había experimentado esa sensación, que

casi la había olvidado, reencontrándose con ella con un irrefrenable anhelo.

Las caderas de Harry habían empezado a refregar contra las suyas de forma insistente. Draco
descendió otra vez hasta su pecho y se

entretuvo torturando los ya endurecidos botones que se alzaban en él, mientras desabrochaba su
pantalón. Lo deslizó por sus piernas para

después concentrar su atención en el abultado slip y oprimir con su boca el hinchado miembro
que se adivinaba bajo la tela. Notó como el

cuerpo de Harry se estremecía y un gemido largo y sensual abandonó su boca.

- Eres tan hermoso, Harry. –alabó mientras liberaba su cuerpo de la última prenda que aun lo
cubría.

El moreno jadeó una sonrisa.

­ Tendré que fiarme de tu palabra. De hecho… ­gimió al sentir las manos de Draco en sus muslos–
…hace tiempo que… no me veo…

Draco resiguió con un dedo la larga cicatriz que atravesaba el muslo derecho del Gryffindor y
después la dibujó con la lengua, haciendo

que éste se estremeciera nuevamente con aquel roce suave.


­ Pero me gustaría tanto poder verte a ti ahora… –susurró Harry con otro pequeño jadeo.

Draco escuchó, embriagado por la visión que tenía ante él, el deseo de su amante. Se sentó a
horcajadas sobre sus caderas.

- Me estás viendo, amor. –susurró a su vez– Tu mirada es la más hermosa que jamás me haya
tocado…

Tomó la mano de Harry y cerrando los ojos, la llevó hacia su rostro; besó su palma y la hizo
descender despacio por su cuello, hasta llegar

a su pecho.

­ …la más suave que jamás me haya acariciado...

Apoyó la palma abierta sobre uno de sus pezones y la frotó despacio sobre él, endureciéndolo,
haciendo después lo mismo con el otro.

­ … y cuando me recorre logra erizar todo el vello de mi cuerpo, ¿no lo notas?

Descendió la mano lentamente por su estómago hasta su vientre y la detuvo allí, justo donde el
vello se hacía más espeso, en un intento de

controlar la fuerte excitación que le consumía

­ …y el parpadeo de tus ojos, el más sugerente que nunca se haya insinuado sobre mi piel. –dijo
mientras besaba cada una de las puntas de

los dedos de Harry.

Observó el rostro arrebolado del moreno, sus labios húmedos, entreabiertos, dejando escapar el
aire a pequeñas ráfagas; su cuerpo

reaccionando deliciosamente al táctil estímulo de cada una de sus palabras.

­ No te detengas… ahora…. –rogó Harry con un pequeño jadeo– Necesito seguir… mirándote…

Draco sonrió, esperando poder contener las fuertes y urgentes oleadas que atacaban su
entrepierna.

­ Sólo siente como esa mirada logra encenderme… ­dijo con voz ronca mientras llevaba la mano de
Harry hasta su erección.

El Gryffindor acarició la turgencia que llenó su mano y escuchó complacido los entrecortados
suspiros que ahora escapaban de la boca del

rubio. Y entre gemido y gemido, Draco logró recuperar la suficiente lucidez como para recordar
que debía prepararle.

Harry sintió como Draco introducía lentamente un dedo en su orificio y contuvo por unos
segundos la respiración mientras éste avanzaba

cuidadosamente.
­ Mucho tiempo… –murmuró el rubio besando la rodilla que tenía justo al lado de su rostro, al
tiempo que acariciaba la erección de su

compañero.

Harry gimió y su mano empezó a moverse nuevamente sobre la hombría de Draco.

­ No, detente… –jadeó Draco– … o me harás terminar.

Y llevó esa mano hasta su rostro, para que no perdiera el contacto con él, mientras empezaba a
introducir el segundo dedo en su cálida

estrechez. Cuando las caderas de Harry empezaron a ondular con verdadera necesidad y los
pequeños quejidos fueron sustituidos por

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ansiosos gemidos, Draco situó su erección entre las firmes nalgas del moreno y empujó despacio.
Harry descendió sus piernas para rodear

con ellas las caderas del rubio y éste se acomodó sobre él, apoyándose en sus codos sobre la
cama. Comenzó a moverse lentamente,

disfrutando de sentirse tan estrechamente atrapado, envuelto en la apretada tibieza de su


amante.

Harry empezó a recorrer la cara de Draco, tratando de visualizar con sus dedos cada línea de
expresión, cada gesto, cada mueca. Intentando

adivinar por el tono de cada gemido, por el énfasis con que era exteriorizado, el nivel de excitación
en el que se encontraba su amante. Las

embestidas fueron cada vez más rápidas, al igual que el ritmo con que el vientre de Draco rozaba
su erección y Harry notó como perdía

cualquier control sobre su cuerpo y se dejaba arrastrar por las hondas oleadas de placer que
arremetían sus entrañas. Convulso, se agarró

con las manos crispadas a los hombros del rubio y mezcló gemidos, jadeos y gimoteos para gritar
finalmente el nombre que jamás pensó

gritar durante un orgasmo.

- Voy a correrme. –jadeó Draco segundos después– Mírame, Harry… siéntelo… –apretó la mano
contra su cara con más fuerza y gritó

sobre ella el éxtasis de su culminación.

***
- ¿Cómo es que no he visto hoy al Sr. Malfoy? –preguntó Lou con curiosidad cuando terminaron la
sesión de ese día.

­ Porque está en el Ministerio y hoy come con el “Señor Ministro”. –Harry pronunció la última
parte de la frase con algo de sorna.

- ¿Y no le acompañas? –preguntó extrañada.

Desde que Harry y Malfoy habían consolidado su relación, el mago ciego se había convertido
prácticamente en una prolongación del codo

de Malfoy, pensó Lou con una sonrisa. Se sentía feliz por Harry. Por ambos en realidad. Cuando
Draco Malfoy se dejaba conocer, no era

tan estirado ni antipático como parecía a primera vista. Mucho menos cuando esos ojos verdes
andaban cerca, le había dicho sin cortarse

un pelo al propio Malfoy hacía apenas unos días. Draco, lejos de molestarte por el atrevimiento,
había sonreído. Aunque después le había

lanzado una mirada de “vuelva a su trabajo y no sea chismosa”, que lejos de ofenderla, la había
hecho estallar en carcajadas para

desconcierto del rubio de ojos grises.

- Eso es lo que a él le hubiera gustado, pero no, gracias. Scrimgeour no está en mi lista de personas
favoritas.

Habían llegado frente a la chimenea del salón.

­ Quizá ahora debería estarlo… ­rió Lou.

- Tal vez. –rió también Harry.

Después de todo era el culpable de que él se encontrara allí.

- Me voy. –dijo la terapeuta besando su mejilla- Y práctica esos hechizos de visualización. –le
recordó con entusiasmo. Muy pocos de sus

pacientes habían logrado llevarlos a cabo y estaba verdaderamente asombrada con el nivel que
Harry estaba alcanzando– Hasta mañana.

- Lo haré. Hasta mañana.

Harry salió del salón extendiendo su magia suavemente ante él. La mayor parte del tiempo ya no
utilizaba el bastón. Encaminó sus pasos

hacia el nuevo despacho de Draco, que ahora estaba prácticamente terminado. Pansy y Blaise
habían estado fuera casi mes y medio,

recorriendo Europa, y la decoradora oficial no había vuelto a su labor hasta un par de semanas
antes.
- Oh, querido, ¿terminaste ya?

Una extra cariñosa Pansy le abrazó hasta ahogarle, como siempre.

- ¿A qué huele? –preguntó él arrugando la nariz– ¿Barniz?

- Esta mañana han terminado con las contraventanas y los marcos de las puertas. –dijo ella con
orgullo.

- Júrame que lo tendrá para su cumpleaños. –exigió Harry con un pequeño gesto de exasperación.

- Te lo juro, Harry. Solo faltará colgar las cortinas. Pero hay que dejar secar el barniz primero.

- ¿Y la comida de cumpleaños? –quiso saber también– Dime que Hermione ha hablado ya con Ron,
por favor. Y que sigue vivo. –añadió

con una ligera ansiedad.

­ Bueno,… está en ello. –respondió Pansy con precaución– Está tratando de encontrar la mejor
manera… de enfocarlo.

- ¿Sabes? Todavía estamos a tiempo de suspenderlo. –dijo Harry, quien cuanto más lo pensaba,
más se convencía de que esa era la mejor

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opción– No quiero que el cumpleaños de Draco se convierta en un cúmulo de malas caras y


situaciones incómodas.

­ Bueno, creo Hermione ya se lo ha dicho a Lupin…

Harry dejó escapar un resoplido.

- Creo que Draco tiene razón. Sois unas liantas de mucho cuidado. ¡Las dos!

Pansy se colgó con un mohín de su brazo y ambos salieron del antiguo despacho de Lucius.

- Oh cariño, no te pongas nervioso. La comida será perfecta. –le dijo, para después morderse
ligeramente el labio y murmurar– No como la

última vez.

Harry meneó la cabeza y afrontó los remordimientos de Pansy una vez más, quien le había
confesado sentirse culpable por haberse

empeñado en celebrar esa cena.

- No fue culpa tuya, Pansy. Así que no vuelvas a nombrarlo. –palmeó con cariño la mano que
tomaba su brazo– Estoy seguro de que todo
saldrá bien. Especialmente porque Hermione le pondrá un bozal a Ron si hace falta. –añadió sin
poder evitar imaginarse a su amigo en uno

de sus momentos álgidos, con el rostro tan rojo como su pelo y soltando barbaridades por la boca.

De las que siempre solía arrepentirse después.

- Entonces no hay problema. –dijo Pansy alegremente– Porque a Blaise hace mucho tiempo que le
he domesticado.

- Genial. –ironizó Harry.

- ¿Verdad? En fin, ¿asaltamos la cocina?

El moreno soltó una carcajada.

­ Luego te quejas de que tu elfina te encoge las faldas… –soltó con mala intención– Y dirás que ese
fabuloso vestido que tardaste dos

largas horas en comprar te hace las caderas anchas. –se burló después, recordando la dosis de
paciencia que había gastado esperando

sentado junto al probador.

Ella se encogió de hombros, algo picada. ¿Por qué tenía que contar con Harry para todas esas
cosas? Suspiró. De hecho, tal vez porque era

el único que tenía más tiempo para dedicarle.

­ Total tú no podrás verlo…

- Muy graciosa.

- Era broma.

- Ya lo sé.

El despacho estuvo listo una semana antes del cumpleaños de Draco. Y éste admitió, para regocijo
de Pansy, que le había quedado digno

de un Malfoy. Después, una vez a solas, Draco había arrastrado a Harry hasta el inmenso y mullido
sofá que le había pedido a su amiga

encarecidamente que añadiera a la decoración y procedieron a inaugurarlo oficialmente.

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- Aun no puedo creer que seas mío. –susurró Draco, todavía dentro de su amante, apartando unos
mechones del desordenado flequillo.
- Aun no puedo creer que me convencieras. –sonrió Harry sumergido en la placidez que invadía su
cuerpo cada vez que Draco le hacía el

amor– A veces, todavía pienso que es un sueño del que voy a despertar de un momento a otro.
Hay instantes en que lo siento todo tan…

irreal.

El mago ciego percibió el aliento cálido de su pareja a poca distancia de sus labios. Después, cómo
eran presionados dulcemente, en un

beso corto y tierno.

­ Esto es muy real… –ronroneó Draco acariciando el rostro todavía arrebatado por la actividad
realizada apenas unos minutos antes.

Harry dejó escapar un pequeño suspiro y volvió a hablar en aquel tono de voz bajo e íntimo que
estaban utilizando los dos, como si

temieran ser oídos.

- Sé que jamás volveré a ver. -admitió– Pero todavía a veces, cuando abro los ojos por la mañana,
aun en la cama, me desoriento pensando

que es de noche porque me rodea la oscuridad. Hasta que recuerdo… –Harry trató de deshacer el
pequeño nudo que se había formado en

su garganta–…que la luz se ha ido para siempre.

Draco le abrazó con fuerza, en silencio, dándose cuenta de que era la primera vez que Harry le
hablaba sobre como se sentía en su mundo

de oscuridad.

- Muchas de esas veces, creo que todavía estoy en Hogwarts, ¿sabes? –continuó con el rostro
medio escondido en el hombro de Draco–

Creo que despierto justo después de haber logrado dormir apenas unas horas, cuando Remus vino
a buscarme...

Draco acarició con ternura el negro cabello, deslizándolo entre sus dedos.

- E intento recordar... –Harry negó lentamente sobre la suave piel pálida– ...pero no hay recuerdos
más allá de ese momento...

- ¿Y quisieras que los hubiera? –preguntó Draco en un susurro.

Harry tardó un poco en responder.

- No sé... tal vez... Quizá tan solo sea que necesito comprender cómo sucedió todo. Porqué he
acabado ciego... porqué no pude evitarlo...

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- Hay recuerdos que es mejor que se queden donde están, amor. –le interrumpió Draco
resiguiendo con el dedo la famosa marca– ¿De qué

serviría que pudieras, además, atormentarte con la evocación de momentos que es mejor olvidar?

­ Janneth dice que jamás recordaré… ­murmuró el moreno, como si a pesar de todo siguiera sin
verle la ventaja.

- Y yo digo que es mejor así. –aseguró Draco.

Delineó con los propios los labios del moreno, arrancando de ellos un apacible suspiro.

- Te amo, Draco. –declaró de repente Harry.

El rubio no pudo evitar estremecerse ante la inesperada confesión. De hecho, era la primera vez
que Harry pronunciaba esas palabras.

- Claro que me amas. –le dijo, sin embargo, con voz risueña– Nadie puede resistirse a mis
encantos.

- Entonces, yo tengo mucho mérito, –Harry tenía una sonrisa burlona en los labios– porque no
puedo verlos.

- Pero puedes sentirlos… –rebatió Draco en tono travieso, ondulando sus caderas– …y… tocarlos…

­ Mmmm… si… ­suspiró Harry, siguiendo el mismo movimiento.

- ¿Listo para otro asalto? –preguntó el rubio– Te aseguro que tengo una sonrisa muy seductora en
los labios, a la que sin duda no podrías

resistirte.

Harry dejó escapar una risa corta y suave.

­ Y algo que se está endureciendo muy deprisa… otra vez… –gimió después– ...y eso si puedo
notarlo…

Y Draco creyó que su vida no podía ser más perfecta y feliz.

Hasta dos días después.

Había tenido una reunión con sus abogados el día anterior y esa fue la razón de que le extrañara
un tanto haber recibido una lechuza de

Richard Maveric convocándole a un nuevo encuentro para esa misma tarde. Cuando llegó al
bufete, el abogado le recibió con una sonrisa

que a él le pareció algo forzada. Le siguió en silencio, con la sensación de que Maveric no se sentía
muy comunicativo, lo cual tampoco
dejaba de sorprenderle dado el carácter del mago. Sólo cuando se detuvieron delante de su
despacho, y antes de entrar se volvió hacia él y

le dijo tu madre está aquí, Draco comprendió que las sorpresas sólo acababan de empezar.

Narcisa Malfoy estaba sentada en uno de los cómodos silloncitos dispuestos frente a la mesa del
abogado. Su pelo rubio, algo más oscuro

que el de Draco, recogido en un moño alto, dejaba al descubierto un cuello blanco y delgado, la
flacidez de la edad bien disimulada bajo

un experto hechizo de glamour. Aquel recogido le daba un aspecto elegante y a la vez severo,
rematado por un sobrio vestido verde

oscuro, cuyo pronunciado escote cerraba el valioso broche que Lucius le había regalado con
motivo del nacimiento de Draco.

- Madre, –saludó besando la mejilla que ella le ofrecía– no recibí ninguna lechuza diciendo que
venías.

- Te ves bien, cariño. –respondió ella con una fina sonrisa, eludiendo el sutil reproche– Muy bien.
Hasta me atrevería a decir que mucho

mejor que cuando dejaste Zürich.

Draco se limitó a devolverle la sonrisa y después a alzar una ceja en dirección a Maveric que ya se
había sentado tras su mesa de despacho.

- ¿Y bien? –preguntó al fin– ¿Qué es tan importante que no mencionaste ayer y requiere la
presencia de mi madre?

El abogado adoptó una pose grave y le entregó un sobre lacrado, en el que Draco inmediatamente
reconoció el sello de su padre. Miró a

Narcisa, interrogante, quien le devolvió una mirada igualmente solemne.

- Creí que tu buen juicio no lo haría necesario. –le dijo su madre- Pero ya que todavía no has dado
ningún paso para sentar cabeza, espero

que esto te ayude a recordar cual es tu obligación, Draco.

Con la seguridad de que lo que guardaba ese sobre no iba a gustarle en absoluto, Draco rompió el
sello y extrajo un pliego de pergamino

escrito del puño y letra de Lucius Malfoy.

Querido hijo:

Si estás leyendo estas líneas, significa que estás a punto de cumplir 21 años sin haber asumido
todavía una de tus principales obligaciones

para con nuestro apellido, es decir, proveer a la familia de un nuevo heredero.


Si bien es cierto que al cumplir 17 años alcanzaste la mayoría de edad y por ende todo nuestro
patrimonio pasó a tus manos, en mis

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voluntades reservé una cláusula que sólo debía serte revelada, si llegado tu vigésimo primer
cumpleaños, todavía no habías cumplido con

esa obligación. De haber sido así, hubiera quedado automáticamente sin efecto.

Draco, cuatro años son más que suficientes para que hayas podido disfrutar de la vida que todo
soltero, joven y acomodado, admito tiene

derecho a concederse. Pero ese plazo ha terminado. A partir de la medianoche del día 27 de
noviembre, tendrás exactamente seis meses

para contraer matrimonio y un año a partir de esa fecha, para que mi futuro nieto venga en
camino.

De no ser así, a partir de la medianoche del 27 de mayo, perderás todos los derechos sobre tu
herencia. Mi fortuna y negocios pasarán a

manos del familiar vivo más cercano…

Draco dejó de leer a partir de ese momento. Estrujó el pergamino entre sus manos y lo arrojó
sobre la mesa de Maveric. Dirigió una mirada

desafiante a Narcisa.

- No voy a casarme con Victoria von Kaffman, madre.

***

La llegada de Narcisa Malfoy había trastornado por completo la vida en la mansión. Y ese era el
motivo al que Harry achacaba el mal

humor de Draco.

Había oído la agria discusión entre madre e hijo una semana antes, cuando Narcisa había llegado a
Malfoy Manor acompañada de Draco.

Se habían encerrado en el despacho y aunque Harry no pudo entender sus palabras, el tono de
ambas voces era claramente irritado. Más

tarde, la cena había transcurrido en un silencio tenso y desagradable. Narcisa le había saludado
fríamente y no había vuelto a dirigirle la

palabra. Tampoco Draco había hablado mucho y él se había mantenido en un precavido silencio.
Después, su pareja le había pedido que
empezara a subir, que él no tardaría en acompañarle. Y cuando estaba a media escalera, Harry
había podido oír claramente a Narcisa

dirigirse a su hijo en un tono de profundo desprecio, lo suficientemente alto seguramente para


que él también pudiera oírla. No quiero

volver a ver a ese mestizo en mi mesa, Draco. Si tiene que estar aquí, que coma en la cocina con
los elfos, que es su lugar. No había

podido oír la respuesta de Draco, pero si el inconfundible sonido de un cachete inmediatamente


después y un airado ¡Modera tu lengua,

Draco Malfoy, soy tu madre!

Cuando Draco se había reunido con él en el dormitorio, su respiración sonaba alterada y a pesar
de no poder verle, Harry intuía que estaba

tratando de no dar rienda suelta al enojo que estaba seguro el rubio sentía en esos momentos,
para no perturbarle. En lugar de la familiar

conversación que mantenían cada noche mientras se desvestían y realizaban las actividades
habituales antes de acostarse, habían

permanecido en un sepulcral silencio. Pero al salir del cuarto de baño, Draco le había tomado de la
mano y la había apretado con calidez,

llevándole hasta la cama. Y una vez en el lecho, se había acurrucado entre sus brazos y le había
dicho, sabes que te amo, ¿verdad? Claro,

había respondido Harry suavemente y había acariciado su cabello hasta que había sentido el
cuerpo de Draco aflojarse y caer dormido.

Ni que decir tiene que Harry había suspendido la comida de cumpleaños que habían planeado con
Pansy, por temor a que la presencia de

sus amigos indispusiera todavía más los ánimos de la señora Malfoy contra él y como
consecuencia, Draco acabara en otra ácida discusión

con su madre.

Las cosas no mejoraron con el paso de los días. Draco obligaba a su madre a soportar su presencia
en la mesa y ella finalmente había

optado por ignorarle, lo cual en el fondo Harry agradecía. Porque no hubiera sabido qué tipo de
conversación poder entablar con aquella

odiosa mujer.

Las mañanas pasaban más o menos deprisa y sin problema. Después del tenso desayuno de cada
día, Harry se escabullía a la habitación de

los desastres, y esperaba allí a Lou. Cuando ella se iba, la mayoría de las veces Draco se hacía el
encontradizo en el pasillo, para que no
tuviera que entrar él solo en el comedor, cosa que Harry le agradecía. Las tardes las pasaba con el
rubio en su despacho, oyéndole trabajar

como un poseso o encerrado en su habitación con una insólita y fervorosa afición a los puzzles, si
Draco tenía que salir por algún asunto.

Con un poco de suerte, algunas tardes Pansy le recogía y le llevaba de compras, cosa que le
agradecía infinitamente aunque tuviera que

montar guardia delante de un probador. La hora de cenar, no era más que una repetición del
desayuno y el almuerzo.

Había intentado hablar con Draco de lo que estaba pasando, pero éste rehuía diplomáticamente el
tema cada vez que Harry lo sacaba a

colación. No te preocupes, amor, le decía, no tendrá más remedio que acostumbrarse y aceptarte.
Pero Draco estaba preocupado, y no

hacía falta poder verle para saberlo. Para alguien que había desarrollado mucho más el resto de
sus sentidos y había aprendido a intuir las

reacciones, mucho mejor que si pudiera verlas, no le pasaban desapercibidos los matices de su
voz, más nerviosos e irritables; ni la tensión

que siempre encontraba en su cuerpo cuando le tocaba; no se le escapaba la relación cada vez
más difícil que Draco mantenía con Narcisa.

A principios de Diciembre, Harry sorprendió una conversación entre madre e hijo, cuando volvían
con Pansy de dar una vuelta por el

Callejón Diagon y comprar algunos regalos. Draco parecía furioso, actitud que últimamente se
daba con más frecuencia.

- ¡No, madre, no te atrevas! –le oyó decir en aquel tono de gélida furia que jamás pensó volver a
oírle.

- Tú tienes tus invitados y yo puedo tener los míos, cariño, ¿no te parece justo? –le respondió
Narcisa. Y añadió en tono filoso– Solo

asegúrate de esconder al mestizo para cuando Victoria llegue.

Pansy dirigió una rápida ojeada al rostro de Harry, tenso y dolido y oprimió su brazo con cariño.

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- No te preocupes, Pansy. –susurró él– Ya sé que no le caigo bien. No se ha molestado en


disimularlo.

Pansy vio salir a Narcisa, moviéndose con su natural elegancia y la cabeza muy erguida del
despacho de Draco. Ella no les vio. La puerta
se cerró tras la dama con un tremendo portazo.

- ¿Quién es Victoria? –preguntó Harry a media voz, mientras ambos se dirigían a su lugar favorito,
la cocina.

Pansy puso los ojos en blanco y extendió un brazo al frente, dejando caer su mano en actitud
remilgada, gesto que evidentemente, hizo

solo para ella.

- Victoria von Kaffman, hija de Hans von Kaffman, propietario de uno de los laboratorios suizos
más importantes. Multimillonario, por

supuesto. Las pociones que se elaboran en sus laboratorios abastecen todo el mercado suizo, y
prácticamente la mitad del alemán. Ahora

está en plena expansión. Intenta hacerse con la otra mitad del mercado germano y está entrando
con mucha fuerza en Austria, Suecia y

Dinamarca.

- ¡Guau! –dejó escapar Harry con admiración– ¿Qué más lees aparte de Corazón de Bruja?

Ella se rió bajito y empujó la puerta de la cocina, sosteniéndola hasta que Harry hubo entrado.

- Victoria es hija única y la heredera del imperio de pociones von Kaffman. O más bien, lo será el
afortunado que acabe siendo su marido.

–aclaró con ironía– Por lo que sé, a ella la educaron en un colegio suizo muy exclusivo en el que lo
más sobresaliente que se aprende es a

hacer un buen hechizo de glamour para estar encantadora y perfecta a cualquier hora del día.

Harry no pudo por menos que soltar una carcajada.

- Yo no me reiría muy alto. –le advirtió Pansy frunciendo el ceño– Porque Narcisa lleva años
intentando casar a Draco con esa estirada. Y

si está planeando invitarla a la mansión en Navidad… hummm… esto tiene mala pinta.

Harry se atragantó de pronto con la porción de pastel que estaba comiendo, el cual Puky les había
servido tan pronto había visto entrar a

aquel par de golosos en la cocina.

- Pero no creo que haya que preocuparse demasiado. –Pansy golpeó contundentemente su
espalda– Draco te ama. Y a ella siempre la ha

detestado.

No quería preocupar a Harry más de la cuenta. Pero Pansy estaba segura de que, conociendo a
Narcisa, aquella maniobra iba a costar

disgustos.
- Bueno, –dijo Harry cuando pudo hablar– al menos eso explicaría porqué Narcisa me odia tanto,
aparte de por mi sangre, por supuesto. –

acabó con una mueca.

La morena limpió cuidadosamente los restos de chocolate que habían quedado en los labios de
Harry.

- A muchos ya no nos importa eso de la sangre. –aseguró Pansy atacando su propia ración de
pastel– Además, te juro que jamás le había

visto a Draco la mirada de tonto que borda cuando te mira a ti. –y añadió– Y negaré haberlo dicho,
por supuesto.

- Por supuesto. –rió Harry.

Aunque íntimamente había perdido las ganas de reírse.

Continuará...

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Capítulo VIII por Livia

Notas del autor:

Disclaimer: Ya me gustaría, pero aparte de los personajes que han saldo de mi imaginación, los
demás no

son míos.

Como siempre, gracias a Eire por betear.

No os acostumbréis, ¿eh?, que poder subir un capítulo en una semana no pasa siempre. Besitos.

CAPITULO VIII

Draco dio un pequeño tirón, y trató de mover el brazo, entumecido por el peso de Harry sobre él,
sin despertarle. El reloj sobre la mesita de

noche marcaba las seis de la mañana. Todavía faltaba una hora para ponerse en pie, pero como
venía sucediéndole desde hacía días, sabía

que no volvería a dormirse. Descansaba poco y mal. La mayor parte de las noches no dejaba de
darle vueltas a aquella última voluntad de

su padre, le maldecía inútilmente y trataba de encontrar una solución legal al problema. Hecha la
ley, hecha la trampa, decía el refrán
popular. Draco no quería perder las empresas a las que tanto trabajo había dedicado, para que
otro se llevara el fruto de sus esfuerzos y

desvelos. Era una cuestión de orgullo y amor propio. Tampoco estaba dispuesto a renunciar a
Harry. Era una cuestión de corazón.

Trató nuevamente de estirar el brazo y esta vez Harry se movió lo suficiente como para que
pudiera sacarlo de debajo de su cálido cuerpo.

Lo levantó en alto y lo flexionó varias veces, sobrellevando aquel molesto hormigueo que indicaba
que la sangre volvía a circular como

era debido. Durante un rato, se dedicó a contemplar a su dormido compañero, preguntándose


cómo se habrían dado las cosas si Harry no

se hubiera quedado ciego. Seguramente, no se hubieran dado, se dijo. Era tan íntimo y agradable
despertar junto a alguien, pensó. Junto a

alguien que quieres. Draco nunca había permitido que ninguno de sus amantes se quedara a pasar
la noche. Y él nunca se había quedado a

pasarla en cama ajena. Ahora no podría vivir sin sentir el cuerpo de Harry junto al suyo cada
mañana, caliente y relajado y su ya familiar

forma de despertar, con un pequeño gruñido, buscando su rostro a continuación para saber si
también estaba despierto. Y cuando Draco

besaba su mano, sonreía, dejaba escapar un suave, suspiro de satisfacción y se acurrucaba en


silencio. Ninguno de los dos decía nada

durante unos minutos, dejando que la tibieza del sueño les abandonara lentamente. Hasta que
Draco susurraba que tenía que levantarse y

Harry lo hacía con él, siguiéndole hasta la ducha, mientras preguntaba si hacía sol o estaba otra
vez nublado.

Draco oyó el acostumbrado gruñidito y sonrió. A los pocos segundos una mano reptó desde su
pecho hasta su rostro y él, como cada

mañana, la besó con dulzura. Y antes de que la pareja siguiera con el ritual mañanero, el repentino
“plop” de Puky apareciendo en la

habitación interrumpió el apreciado silencio.

- El desayuno está listo, amo Draco. –anunció el elfo.

Draco observó la mesa junto al balcón, en la que acababa de aparecer el desayuno.

- Gracias Puky. –agradeció con voz rasposa.

Hacía un par de semanas había decidido que Harry y él merecían seguir gozando de su intimidad
perdida y especialmente de tranquilidad.
Había ordenado a Puky que les sirviera el desayuno cada mañana en su habitación y de esta forma
podían disfrutar de su mutua compañía

y de una conversación relajada.

- Arriba, perezoso. –susurró besando el negro pelo sobre su pálido pecho.

Harry se desperezó y esperó con una sonrisa a que Draco se levantara y envolviera su tibio cuerpo
desnudo en una abrigada bata, también

como cada mañana, le guiara hasta la mesa y le ayudara a sentarse. Por supuesto habría podido
hacerlo él solo. Pero dejar que lo hiciera

Draco era agradable y muy tierno. Y le hacía sentirse amado y protegido. Más ahora, que fuera de
esa habitación la atmósfera era puro

hielo.

- Tus tostadas están untadas. –indicó Draco. Puky nunca se olvidaba de hacerlo– Con mermelada
de frambuesa, tu preferida. –suspiró con

fingida resignación mientras se sentaba frente a su compañero– Tendré que hablar con ese elfo
para que deje de malcriarte.

- Adoro que me malcríes. –Harry sabía perfectamente que Puky no hacía más que seguir las
instrucciones que recibía.

Draco atrapó los verdes ojos del moreno, fijos en un punto vacío frente a él mientras
mordisqueaba su tostada. Si no fuera por la

inmovilidad de su mirada, no se diría que estaba ciego. Sólo un poco distraído, ensimismado en
sus propios pensamientos.

- Vendré a buscarte a las 12.00. –dijo sirviéndose más zumo de naranja– ¿Qué te apetece hoy?
¿Italiano? ¿Francés? El árabe tiene

demasiadas especias para mi gusto. La última vez tuve ardor de estómago durante dos días.

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­ Exagerado… ­sonrió el moreno, a quién le encantaba el picante.

- Tengo un estómago delicado, qué quieres.

- Por eso no hay nada como comer en casa. –Harry seguía mordisqueando su tostada, pero ahora
no sonreía– No creo que comer fuera cada

día sea la solución, Draco.


Como en cada ocasión que trataba de tocar el tema, sólo recibió un espeso silencio desde el otro
lado de la mesa.

­ Tal vez… tal vez debería tratar de hablar con ella. –sugirió– En realidad, no nos hemos dado una
verdadera oportunidad de conocernos…

La mano de Draco tomó la suya sobre la mesa.

- Olvídalo, Harry. –le dijo el rubio suavemente– Después de Navidad regresará a Zürich y
volveremos a nuestra vida.

- Pero es tu madre, Draco. –insistió– Y esta también es su casa. Tal vez quiera quedarse.

Y aunque Draco no quería ni tan siquiera pensar en esa posibilidad, sabía que entraba dentro de lo
probable.

- Pues entonces, tal ese vez será el momento de trasladarse al campo. -dijo- Aire puro, pájaros
cantando, flores, paz y tranquilidad.

­ Draco…

- ¿O te gustaría más la Riviera francesa? –frunció un poco el ceño, tratando de enumerar


mentalmente las mansiones de la familia- Tal vez

prefieras la Toscana italiana, ­sonrió­ pasta, pizzas…

­ Draco…

- Se me está haciendo tarde. –le cortó nuevamente mirando su reloj- ¿Te duchas conmigo? –
preguntó a continuación en tono insinuador.

- No, si quieres llegar a donde quiera que tengas que ir a su hora.-respondió Harry, esta vez con
una pequeña sonrisa.

- Muy bien. –depositó un pequeño beso en los acogedores labios de su compañero– Recuerda que
vendré a buscarte a las 12.00.

Harry asintió en silencio y volvió la cabeza hacia la ventana, para sentir el tibio sol de invierno en
su cara.

***

Lou estaba entusiasmada con su alumno. Pero Harry lo estaba todavía más ante la perspectiva de
poder empezar a escabullirse de la

mansión sin ayuda de nadie. No es que no estuviera también un poco asustado. Pero la excitación
que le producía la posibilidad de entrar y

salir a su antojo sin depender de nadie, superaba cualquier temor.

- El próximo lunes haremos la primera salida. –le dijo Lou con una amplia sonrisa.

Y sin poder contenerse, volvió a abrazarle.


- ¡Oh, Harry, Harry! –apretó la mano del joven contra su mejilla– ¡Estoy tan feliz por ti! ¡Has
conseguido tanto en tan poco tiempo! Hubo

momentos en que pensé…

Harry dejó escapar una sincera carcajada.

- Venga, dilo. –la animó– Di que pensaste que no iba a conseguirlo.

- Cariño, –admitió la terapeuta– el Harry que conocí hace ocho meses no tiene nada que ver con el
que tengo ahora delante.

Harry esbozó una sonrisa satisfecha.

- He tenido mucha ayuda. –reconoció después– Una terapeuta genial…

­ Pelota…

­ … buenos amigos, a Remus…

- Y a ese rubio estirado que seguramente te mata a polvos cada noche.

- ¡Lou! –exclamó Harry sonrojándose.

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Esta vez fue ella quien soltó una alegre carcajada.

- Si, bueno, yo también tengo mucho que agradecerle al Sr. Malfoy, después de todo. –dijo la
mujer con picardía– Te veo el lunes, ¿vale? –

se despidió con un último abrazo.

- Hasta el lunes.

Harry oyó el sonido de Lou desapareciendo en la chimenea y sacó su varita del bolsillo para volver
sobre sus pasos y encaminarse hacia la

habitación que ahora compartía con Draco. Sin embargo, un obstáculo que reconoció
inmediatamente como una persona, se interpuso en

su camino.

- ¿Tiene mucha prisa, Sr. Potter? –preguntó la fría voz de Narcisa Malfoy– Me gustaría tener unas
palabras con usted.

Sorprendido, en un primer momento no supo qué contestar. La Sra. Malfoy nunca le dirigía la
palabra, ignorándole como si formara parte

de la decoración. Después, pensó que tal vez fuera una buena oportunidad para intentar un
acercamiento. Más si era ella la que había dado
el primer paso.

- Por supuesto. –accedió.

Enfocó su magia hacia el sillón que recordaba debía estar a su derecha y después de asegurarse de
que así era, se sentó. Esperó, un poco

nervioso, a que ella empezara a hablar.

- Se maneja usted muy bien. –admitió Narcisa.

- Gracias, Sra. Malfoy.

Ella guardó un pequeño silencio antes de tomar nuevamente la palabra, durante el cual Harry se
sintió embarazosamente observado.

- Ha sido reconfortante para mí regresar y comprobar personalmente el espíritu de colaboración


del que tanto había oído hablar, del que

goza actualmente nuestra sociedad. –le hizo saber ella con voz suave– Ver la solidaridad que existe
hacia los que lo han perdido todo por

culpa de esa desgraciada guerra…

- Si, es admirable. –dijo Harry educadamente, pensando sobre todo en personas como Pansy o
Blaise.

- Me siento especialmente orgullosa de mi hijo, Sr. Potter. –continuó Narcisa– Y de lo mucho que
ha hecho por usted. Y sin lugar a dudas,

muy honrada de que el Ministro Scrimgeour confiara a mi familia a quien dio y perdió tanto por
todos nosotros.

Harry se removió algo incómodo en su asiento y esta vez no dijo nada, inseguro todavía de lo que
podía estar por venir a pesar del tono

moderado y amable de la dama.

- Por ello, no deja de sorprenderme que un héroe como usted, -la palabra héroe fue pronunciada
esta vez con cierta sorna– en el fondo

pueda ser tan egoísta.

- ¿Egoísta? –repitió Harry, sin comprender.

- ¿Cómo llamaría usted a que Draco pueda perderlo todo por su empeño en aferrarse a él?

Narcisa observó con ojos fríos y calculadores al joven sentado frente a ella, sopesando si estaba
tan desconcertado y sorprendido como

parecía.

­ ¿Qué… qué quiere decir? –preguntó Harry sintiendo un nudo en el estómago.


Se oyó un suspiro condescendiente y nuevamente la voz de Narcisa recuperó su tono amable.

- No es que le culpe, Sr. Potter. Tal vez si yo me encontrara en su misma situación, sola,
físicamente incapacitada y con poco dinero en el

banco, también intentaría encontrar a alguien que solucionara todos mis problemas.

Harry enrojeció violentamente y su mano apretó con tanta fuerza la varita que todavía tenía en
ella, que hubiera podido romperla.

Definitivamente, no habría posibilidad de que pudiera entenderse con esa mujer.

- Draco me ama, Sra. Malfoy. Igual que yo a él. –dijo intentando mantener su creciente malestar
bajo control.

Narcisa dejó escapar una risa suave enmascarando la burla.

- Oh, estoy segura de que cree sinceramente estar enamorado de mi hijo, Sr. Potter. –dijo en tono
compasivo– Es imposible no hacerlo.

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Pero Draco ha tenido muchos amantes. Y no veo razón para pensar que con usted vaya a ser
diferente. –sonrió ante el gesto herido del

joven.

- ES diferente. –contradijo Harry rotundamente.

Draco se había enfrentado a Remus por él. ¿Quién en su sano juicio hubiera hecho algo así sin
estar enamorado?

- No se engañe, Sr. Potter. Mi hijo es caprichoso. Seguramente su padre y yo tengamos la culpa


porque accedimos a todos sus deseos. –

reconoció con voz culpable– Y ahora su capricho es usted.

A pesar de su aparente entereza, Narcisa esperaba que Potter fuera más vulnerable de lo que
estaba dispuesto a dejar entrever; y dada su

condición, su autoestima tan fácil de quebrar como el cristal.

- Draco no arriesgará su futuro por nadie, Sr. Potter. Téngalo presente. –afirmó– Se casará, dará un
heredero a esta familia como es su

deber y conservará la fortuna y la posición a la que está acostumbrado y que por linaje le
corresponde.

Así que era eso, pensó Harry angustiado. Su malhumor, todas esas noches dando vueltas en la
cama sin dormir, las discusiones con su
madre… Draco tenía que casarse y tener un heredero para no perder sus derechos y todavía no
había encontrado el modo de decírselo. Esa

era la razón de que evitara sus preguntas, de que le hubiera quitado de la cabeza la idea de hablar
con su madre… En ese momento

necesitaba muchas respuestas y hubiera querido salir corriendo de aquel salón y de la incómoda
compañía para obtenerlas. Pero

permaneció quieto y compuesto, al menos hasta donde podía y esperó a que la Sra. Malfoy
terminara con lo que sospechaba sería el golpe

de gracia.

- Sin embargo, estoy dispuesta a hace un trato con usted. –habló de nuevo Narcisa– Sé que la
aparente resistencia de mi hijo al matrimonio

no es más que una inútil pataleta, que le llevará a incomodarme hasta que no le quede más
remedio que claudicar, sólo porque su orgullo

no le permite aceptar órdenes de nadie.

- Yo no soy la pataleta de nadie, Sra. Malfoy. –dijo Harry entre dientes.

Ignorando el comentario, Narcisa prosiguió con su discurso.

- Pero si usted me ayuda a que Draco acepte el compromiso de matrimonio que he tomado en su
nombre, le prometo que no impediré su

relación con mi hijo en el futuro. La nueva Sra. Malfoy no tendrá porque saber que su esposo tiene
una amante. Y usted perderá pocas de

las ventajas que ahora tiene.

Harry se quedó de una pieza. Durantes unos segundos, se preguntó si había oído bien.
Desesperada, concluyó. Esa mujer debía estar muy

desesperada si tenía que recurrir a él para convencer a Draco. Por primera vez, esbozó una
pequeña sonrisa.

- ¿Sabe? La ceguera no va emparejada con la deficiencia mental, Sra. Malfoy. –dijo en el tono más
educado del que fue capaz– Tal vez yo

no pueda ver, y mi cámara en Gringotts tenga más telarañas que galeones. Pero no estoy solo.

A pesar de no poder ver su rostro, Harry pudo sentir la frustración y la ira que la madre de Draco
estaba conteniendo contra él.

- Se equivoca al rechazar la oportunidad que le ofrezco, Sr. Potter. –amenazó Narcisa en un tono
mortalmente helado– Le aseguro que no

le gustará tenerme como enemiga.


- No me ofrezca lo que no está en disposición de darme, Sra. Malfoy. –y prefirió callarse que
tenerla como enemiga no era ninguna

novedad.

A continuación, Harry sólo oyó un furioso revuelo de falda y un taconeo rápido y excesivo en
dirección a la puerta del salón. Instantes

después, se dio cuenta de que estaba temblando. Y que sus manos estaban tan agarrotadas, una
de apretar la varita y la otra de estrujar el

brazo del sillón, que tardó un rato en desentumecerlas. Cuando logró tranquilizarse y pensó que
ya sería capaz de enfocar su magia para

poder salir del salón, se levantó y abandonó la habitación para dirigirse a la cocina y pedirle a
Punky una taza de tila bien cargada.

***

A pesar de que Draco sabia que Maveric no tenía la culpa de los desvaríos de su padre, ni de las
ansias de su madre por cumplirlos, no

podía evitar encontrarse tenso y resentido, nuevamente sentado frente a la mesa del elegante y
sobrio despacho de su abogado.

- Bien, Richard, ¿hay alguna otra voluntad más que mi afectuoso padre dejara y sería interesante
que yo conociera? No sé… algo como

descuartizarme o arrancarme las pelotas si no cumplo con mi “obligación”. –preguntó, afilando su


mirada sobre el abogado.

Maveric esbozó un amago de sonrisa antes de responder. Ambos habían acordado discutir el
asunto con calma pasados unos días, en

privado, cuando los ánimos estuvieran un poco más relajados.

- Lo siento, Draco. –se excusó– Pero las últimas voluntades son sagradas y no pueden revelarse
hasta que así sea dispuesto por quien las

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otorga.

Draco asintió a contrapecho. Respiró profundamente y liberó su resentimiento.

- ¿Tengo algún tipo de restricción a partir de ahora? –preguntó en un tono mucho más cercano al
habitual.

- No, podrás seguir disponiendo de tu dinero y manejando tus negocios. Espero que más allá del
27 de mayo. –dijo el hombre alzando una
ceja.

- Entonces, –Draco cogió una de las costosas plumas que el abogado exhibía sobre la mesa y
escribió una cifra en un pergamino– necesito

que hagas esta transferencia.

Maveric contempló el pergamino, impávido, durante unos segundos.

- ¿Y dónde se supone que debo transferir esta cantidad indecente de dinero?

Draco sonrió.

­ Sácalo de mi cámara privada y transfiérela a la cámara 582. Y… ­miró fijamente al abogado, con
una sonrisa burlona en sus labios– …si

no me preguntas a quien pertenece esa cámara, no te verás obligado a mentir si mi madre hace
gala nuevamente de su curiosidad.

El hombre también sonrió.

- No preguntaré. Me conformaré con adivinar.

Observó unos instantes al joven sentado frente a él, en ese momento la viva imagen de Lucius
Malfoy y después se decidió a hablar.

- ¿Aceptarías un consejo, Draco?

- Para eso te pago, Richard. –respondió este con su habitual ironía.

El abogado asintió, ahora serio.

- Cásate. Haz un matrimonio de conveniencia, si quieres. Pero hazlo. No te arriesgues a perderlo


todo por alguien que…

Maveric observó que los ojos grises de su cliente se volvían acero en apenas unos segundos y se
obligó a ser lo más delicado posible.

­ … por alguien que a lo mejor está dispuesto a esperarte. Después de todo, en las voluntades de
tu padre no hay nada sobre que no puedas

separarte o divorciarte más tarde. –dirigió a su cliente una mirada de entendimiento– Entre otras
cosas porque imagino que nunca barajó

esa posibilidad. Ningún Malfoy lo ha hecho hasta la fecha.

Draco se removió en su asiento, descruzó una pierna y cruzó la otra.

- Entonces, estas sugiriendo que me case, tenga un hijo, me divorcie y después viva feliz y
contento con mi actual pareja…

- Creo que en las actuales circunstancias, es una opción bastante aceptable. –confirmó el
abogado– Tu madre pondrá el grito en el cielo
cuando te divorcies, sin duda. Pero creo que podrás soportarlo. –acabó con flema británica.

- ¿Sabes? Debo ser el Malfoy menos Malfoy de todos los Malfoy de mi estirpe, porque tengo la
sensación de que si hiciera eso, mi

conciencia no me dejaría dormir tranquilo.

El abogado dejó escapar un suspiro, armándose de paciencia. Porque tenía que lograr
convencerle. Primero, porque apreciaba al joven y no

estaba dispuesto a verle caer en la miseria sólo por haberse embraguetado de quien lo había
hecho. Y segundo, pero no menos importante,

porque una gran parte de las elevadas comisiones del bufete dependía de los negocios de Malfoy.
Y que cayeran en manos de algún

pariente estúpido era algo que Maveric estaba dispuesto a evitar a toda costa. Se levantó y se
dirigió al mueble bar para servir un par de

whiskies.

- Sé práctico, Draco. –aconsejó tendiéndole minutos después una de los vasos al joven– Se te exige
que te cases, no que ames a la persona

con quien lo hagas. Nadie te está pidiendo que dejes al Sr. Potter. –dijo reconociendo
abiertamente el nombre de la persona que convivía

con el joven, por primera vez– Ni siquiera tu madre. Consérvale como amante el tiempo que sea
necesario si tan importante es para ti.

Draco dio un sorbo a su whisky. Su rostro en ese momento era una máscara inexpugnable.

- No hace falta que sea la Srta. van Kaffman. –aunque Narcisa iba a tener un disgusto– Buscaremos
a otra candidata. Firmaremos un

acuerdo prematrimonial para asegurarnos de que no haya problemas con el divorcio ni con la
custodia de tu hijo después. Y mientras tanto,

si ello ha de tranquilizar tu conciencia, hay fórmulas legales para proteger al Sr. Potter también.

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- Has pensado en todo, ¿verdad? –dijo Draco secamente.

- Es mi trabajo. –respondió el abogado con la misma seriedad– Bien, aunque en la actualidad el


futuro del Sr. Potter se encuentra más que

protegido…

- La vivienda y su adiestramiento fueron acuerdos firmados con el Ministerio. –le recordó Draco.
- Lo sé, yo los redacté. –le recordó a su vez Maveric, sonando ligeramente ofendido– Aunque esto
no entraba dentro de ese acuerdo. –el

abogado agitó el pergamino en el que Draco había escrito la, según él, indecente cifra.

Lo cual le había llevado a confirmar que el Sr. Potter era mucho más importante para su cliente de
lo que, en principio, había creído.

- Tal vez haya algo en lo que todavía no has caído. –Draco alzó una ceja, con una ya conocida
expresión de autosuficiencia– Que cuando

el próximo mes de marzo la tutela del Sr. Potter regrese al Ministerio, también lo hará la cifra que
has escrito en ese pergamino. Y en las

actuales circunstancias, dejar en manos del Ministerio la administración de la cámara 582, puede
ser un poco peligroso para los intereses

del Sr. Potter, ¿no crees?

Draco se quedó unos momentos en silencio, recriminándose mentalmente por no haber caído en
ello.

- ¿Qué sugieres? –preguntó, procurando no sonar molesto.

­ O que cambies esa cifra por una mucho menos atractiva o… –el abogado le dirigió una mirada
aguda.

- ¿O…? –le alentó Draco con un poco de impaciencia.

- O que propongas al Ministerio una tutela permanente. –dijo el abogado tendiéndole unos
papeles.

Draco los tomó, sorprendido.

- ¿Aceptarían? –preguntó después de revisarlos.

- ¿Por qué no? –respondió Maveric– De esta forma te aseguras que el Sr. Potter esté tan protegido
como tú deseas y –remarcó– tienes la

excusa perfecta para que permanezca a tu lado sin levantar susceptibilidades. Ni siquiera tendría
que abandonar la mansión, porque

seguiría siendo legalmente su hogar, como hasta ahora.

Draco frunció el ceño, quedándose pensativo durante unos instantes.

- ¿Estas seguro de que lo que deseas no es incapacitarme a mi por locura? –cuestionó con ironía.
El abogado sonrió con su habitual

parquedad– Porque lo que estás sugiriendo es que convivan bajo el mismo techo mi futura esposa,
mi madre, el hombre al que amo y en

algún momento mi futuro hijo, sin que yo me vuelva loco.


El abogado se encogió de hombros.

- Es una opción.

- Bien, deja que lo piense. –Draco guardó en su cartera los papeles que el abogado le había
entregado.

El hombre titubeó unos momentos antes de hablar de nuevo. Había una cuestión más que
deseaba tratar, aunque le había sido

rotundamente prohibido mencionarla.

- Hay algo más Draco. –el joven alzó la mirada con cierta brusquedad– Si acabas tomando las
decisiones equivocadas, ten en cuenta que

arrastrarás a tu madre contigo.

- ¿Qué quieres decir? –preguntó casi con violencia, en sus ojos una clara amenaza de que no
estaba dispuesto a que más “voluntades” le

tomaran por sorpresa.

­ Tu madre no quería que te lo mencionara. Es… enojoso para ella y ya sabes lo orgullosa que es. –
Draco asintió, invitándole a seguir–

Verás, tu padre no se preocupó de proteger a su pareja con el mismo interés que tú lo estás
haciendo con la tuya. –Draco dejó su maletín en

el suelo, atento a las palabras de Maveric, pero sin que a pesar de todo éstas pudieran
sorprenderle– Y ya sabes como es tu madre, Draco. –

un poco manirrota habría querido pronunciar si la prudencia y el respeto hacia su cliente no se lo


hubieran impedido – La fortuna personal

de Narcisa actualmente no cubriría ni la mitad de sus gastos. Tu madre depende de ti, Draco. De
que sigas al timón de la nave.

Que su padre era un cabrón no era nada nuevo para Draco. Tampoco que a su madre le encantaba
derrochar y exhibirse, arropada por todo

lo que el dinero podía dar. Aquella nueva información sólo añadía un lastre más a la ya más que
complicada situación.

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- No tienes mucho tiempo para tomar una decisión, Draco. –le advirtió Maveric mientras
estrechaba su mano.

- Lo sé, Richard. Lo sé.


Cuando llegó a la mansión, con la cabeza revuelta en un tiovivo de pensamientos, Harry no estaba.
Seguramente se encontraba fuera con

Lou, paseando su entusiasmo por alguna calle llena de muggles como un preso al que por fin le
han concedido la condicional.

Estaba orgulloso de que Harry pudiera valerse por sí mismo. Aunque no dejaba de entristecerle un
poquito que ya no le necesitara como

antes. En contraposición, ahora era él quien le necesitaba más que nunca. Ya no podía imaginar su
vida sin la mano de Harry en su codo o

palpando su rostro para conocer su estado de ánimo. No poder acariciar su piel morena y suave.
No poder seguir besando sus labios

carnosos y dulces. No poder penetrar su cuerpo cálido y generoso, entregándose a él con aquella
pasión que hacía que la sangre le hirviera

en las venas; que su piel ardiera sedienta por sentir sus manos recorrerla de esa forma única y
especial con la que sólo Harry podía hacerlo;

que su mente se deshiciera en pensamientos incoherentes, enturbiada por las intensas


sensaciones que le envolvían cada vez que las piernas

del moreno le rodeaban y sentía sus muslos apretarle contra él, gimiendo su nombre.

Aunque recordó que últimamente Harry había estado muy quisquilloso con el asunto de las
discusiones con su madre. Ante su insistencia,

había acabado por contarle una verdad a medias. Que Narcisa estaba desesperada por casarle,
porque le hacía ilusión un nieto que pudiera

continuar con el apellido de la familia. ¿Y qué quieres tú?, le había preguntado entonces Harry,
con un desesperado intento de esconder su

ansiedad. Yo te quiero a ti, le había respondido él. Después le había hecho el amor como un
salvaje, hasta vaciarle de preguntas. Y a pesar

de que el tema había quedado zanjado, Draco seguía teniendo la impresión de que Harry no había
quedado de todo convencido. Como si

realmente sospechara que no había sido totalmente sincero con él.

Sabía que Harry jamás aceptaría ser sólo su amante. No aceptaría quedar relegado en espera de
que él terminara con las obligaciones que

le permitirían conservar su fortuna y después, regresara a él. Harry jamás sería el segundo plato de
ninguna mesa. Y Draco tampoco quería

que lo fuera. Sólo le quedaba confesarse a sí mismo cuánto estaba dispuesto a sacrificar por ese
amor, teniendo en cuenta que de su

decisión no tan sólo dependía su futuro.


***

A pesar de la clara oposición de Draco y de la silenciosa animadversión de Harry, Narcisa Malfoy


había seguido adelante con sus plantes y

en ese momento tenía a todos los elfos revolucionados, con la misión de dejar la mansión Malfoy
como los chorros del oro. Había obviado

las amenazas de su hijo, porque sabía que éste, a pesar de todo, no podía impedirle invitar a los
van Kaffman si así lo deseaba. Como sabía

que cuando estuvieran allí, a Draco no le quedaría más remedio que hacer gala de su educación y
recibirles como la etiqueta demandaba. Y

para evitar cualquier situación violenta o fuera de lugar, había extendido la invitación a más gente.
Entre otros, al Ministro de Magia y a su

familia, quien había aceptado encantado compartir con ellos la comida de Navidad.

A medida que la fecha se acercaba, la voluntad de Harry de no dejarse intimidar por la que se le
venía encima y de desafiar con entereza

aquella maniobra de la Sra. Malfoy, empezaba a hacer aguas. El malhumor de Draco era tan
patente y acusado que temía que llegado el

momento, en lugar de trinchar el pavo como era su cometido de anfitrión, acabara trinchando a
quien no debía (aunque se lo mereciera).

Sobre todo porque uno de los invitados de la Sra. Malfoy era, entre otros, Theodore Nott, según
ella gran amigo de su hijo.

Así que con el pasar de los días y la tensión entre madre e hijo “in crescendo”, Harry se iba
convenciendo de que lo mejor que podía hacer,

y sin que sirviera de precedente, era retirarse y dejar pasar las fiestas con la mayor tranquilidad
posible para todos. No quería que cualquier

desprecio o insulto a su persona o una palabra fuera de lugar pudiera acabar provocando una
Navidad digna de ser mencionada en la

sección de sucesos de El Profeta.

La decisión de Harry suscitó la primera discusión de la pareja, apenas tres días antes de
Nochebuena. Cuando le hizo saber a su compañero

su intención de pasar esas fechas en La Madriguera y Draco, como era predecible, no se lo tomó
demasiado bien.

- ¡No puedo creer que me hagas esto! –le dijo, enfadado.

- Es mejor así, Draco. –intentó razonar Harry– Es una situación demasiado incómoda, trata de
comprenderlo. No quiero causar más tensión
entre tú y tu madre. No mientras tengáis invitados.

- ¡No son MIS invitados! –gritó el rubio exasperado, golpeando con algo en la mesa.

Con un periódico, le pareció a Harry por el sonido.

- Cálmate, ¿quieres? –le dijo entonces el Gryffindor, empezando a enojarse también– Regresaré
después de las fiestas y hablaremos

seriamente de esta situación, Draco. Porque tengo la sensación de que debemos aclarar muchas
cosas.

- ¿Aclarar? –Draco le tomó por los hombros y le sacudió un poco– ¿Qué quieres decir con aclarar?
¿Acaso crees que dejaré que mi madre

se salga con la suya?

El rubio casi había estado a punto de decirle ¡mírame Harry! para exigir su atención, mientras su
pareja le seguía dando instrucciones a

Puky sobre lo que quería meter o no en la bolsa de viaje. Se había mordido la lengua en el último
segundo.

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- Por favor, Draco, hablemos cuando regrese. Esto también está siendo difícil para mí.

Y finalmente, Draco no tuvo más remedio que dejarle marchar, maldiciendo a su madre, a los van
Kaffman y a todos los insensatos que

iban a arriesgarse a celebrar las Navidades en su casa aquel año.

Harry llegó a La Madriguera no demasiado orgulloso de sí mismo, con la sensación de que había
hecho precisamente lo que Narcisa

quería. Pero, vista la discusión, era bastante improbable que Draco comprendiera cómo le
afectaba aquella situación. Lo incómodo y

avergonzado que no podría evitar sentirse, a pesar de todo, ante los van Kaffman, después de que
Narcisa les hubiera hablado de él como

del fulano de su hijo, tal como la dama (si le podía seguir dando ese nombre), se había encargado
de hacerle saber a espaldas de Draco. O

lo hiriente que sería sentarse a la misma mesa que Nott, después de que aquel mal nacido hubiera
ultrajado su cuerpo con aquellos

garabatos. O lo difícil que habría sido poder mantener a Draco a raya, a pesar de todas sus
promesas de autocontrol, dispuesto a defenderle
a capa y espada contra el primero que osara respirarle cerca.

Así que escondió su pequeña cobardía volcando todos sus esfuerzos en evitar que Ron se
presentara en la mansión Malfoy dispuesto a

romperle la cara a Draco, convencido su pelirrojo amigo de que “el hurón le había echado”.
Procuró mostrarse despreocupado y contento,

intentando demostrar a todo el mundo con su actitud, que prefería pasar esas fechas entrañables
con ellos, porque esos días la mansión

Malfoy iba a llenarse con gente demasiado estirada para su gusto. Además, Remus, quien podía
haber hecho las preguntas más

embarazosas, no estaba. Le había tocado quedarse de guardia con los alumnos que no iban a
pasar las fiestas en sus casas.

Y los demás decidieron fingir seguirle la corriente.

***

No es que nunca hubiera tenido grandes conversaciones con su madre. Incluso podría decirse que
las discusiones que mantenían desde que

Narcisa había regresado a Londres era mucho más de lo que habían llegado a hablar en Zürich
durante los anteriores cuatro años. Pero

desde que Harry se había marchados dos días antes, Draco no le dirigía la palabra.

Con el ceño fruncido, el joven observó su reflejo en el espejo de cuerpo entero de la habitación
mientras ajustaba el nudo de la pajarita.

Había excusado su presencia para recibir a sus invitados aquella tarde, aduciendo problemas de
última hora con algunas transacciones que

debía realizar sin falta ese día, antes de las fiestas. De lo que había informado puntualmente a su
madre a través de Puky, quien andaba

loco haciendo de corre-ve-y-dile por toda la mansión.

Se colocó la túnica de gala y en el último momento decidió deshacer la coleta y dejar su pelo
suelto, tal como le gustaba a Harry y en

contra de la etiqueta, de forma que a su madre le diera un pequeño ataque y borrara de su rostro
la sonrisa de malsana satisfacción que

exhibía desde hacía dos días, aunque sólo fuera por unos momentos. Finalmente, echando un
último vistazo a su perfecto aspecto,

abandonó la habitación para reunirse con Narcisa y sus dos invitados en el salón antes de la cena
de Nochebuena.
Hans van Kaffman era un hombre alto y recio, con un rostro rubicundo, de mejillas enrojecidas por
pequeñas venitas casi de color

violáceo; ojos pequeños de penetrante mirada azul para la que nada solía pasar desapercibido. Su
escaso cabello rubio en la cabeza, era

suplido por unas patillas espesas que se unían a un bigote abundante, demasiado largo y rebelde
en sus puntas. Su sonrisa era engañosa,

por lo amable y afable que parecía a primera vista. Pero no para alguien que, como Draco, estaba
acostumbrado a tratar con individuos que

utilizaban la apariencia como pantalla para proteger sus verdaderas intenciones.

Su hija Victoria era una joven de aspecto agradable, con el aire y los ademanes de alguien que ha
sido educada para agradar. Había

heredado los ojos azules de su padre y su sonrisa encantadora. Pero en su caso, la mirada de la
joven heredera no reflejaba nada que no

fuera un estado constante de sorpresa, como si todo lo que la rodeaba provocara en ella una
condición de permanente admiración, pero

manteniendo el suficiente punto de elegancia como para no llegar a la estupidez. Su tez era
mucho más clara, y al igual que su pelo castaño

y su figura esbelta pero menuda, herencia de su difunta madre. No era una belleza
despampanante, pero sus rasgos, arropados por vestidos

caros y complementos caprichosos e igualmente costosos, ayudaban a redondear un conjunto


suficientemente atractivo para cualquiera.

Especialmente si además, se fijaba en su cuenta corriente.

Draco contempló el panorama desde el umbral del salón, causando en los allí reunidos diferentes
sentimientos, mientras a él se le revolvían

las tripas. Hans van Kaffman levantó su pesada corpulencia del sillón donde estaba sentado, para
salir al encuentro del anfitrión de la casa

y sacudir su mano en un apretón tan fuerte, que por un momento Draco no pudo por menos que
recordar a Lupin. Victoria elaboró un

estudiado sonrojo y una caída de pestañas digna de la mejor escuela de seducción, mientras que
los ojos de Narcisa brillaban con la ilusión

de estar a punto de conseguir su meta. Ilusión que casi le hizo pasar por alto que el suave pelo de
su hijo caía libre sobre sus hombros.

- ¡Mi querido joven, cuánto tiempo! –al estrecho apretón de manos le siguió un contundente
golpe en la espalda, que le sacudió a Draco los

pulmones– Me alegra comprobar que eres de los míos, el trabajo antes que la devoción
A Draco le salió una sonrisa movida, pero logró recuperar su espalda lo suficiente como para
seguir erguido y enfrentar la mirada del

hombre que le sobrepasaba al menos medio palmo.

- Lamento no haberme encontrado aquí para recibirles. –mintió con una sonrisa de compromiso.

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Y volviéndose hacía la hija del magnate, sentada en el sofá junto a su madre y todavía
convenientemente sonrojada, tomó la mano que ésta

le tendía y depositó en ella un beso rápido, en el que sus labios tocaron apenas la perfumada piel.

- Un placer volver a verte, Victoria.

La joven sonrió de vuelta, con aprendida timidez y seguidamente intercambió una miradita
ruborizada con Narcisa. Draco les dedicó a

ambas la mejor de sus sonrisas de salón, pensando que aquella iba a ser una noche muy, muy
larga.

Al principio de la cena, no le fue difícil seguir la conversación banal en la que su madre era
especialista, en la que incluso van Kaffman se

envolvió aunque con tanto entusiasmo como él. Sin embargo, poco a poco el magnate fue
llevando la plática hasta su terreno y después del

primer plato, Draco se encontró sumergido en una interesante exposición sobre la


manufacturación a gran escala de pócimas y brebajes

mágicos. Van Kaffman estaba, sin lugar a dudas, muy orgulloso de su negocio y habló sin parar, sin
negarse ningún elogio, de sus

comienzos, de cómo había solucionado los problemas para elaborar pociones perecederas y de sus
planes de expansión. Muy a su pesar,

Draco le escuchó fascinado por el tema. De hecho, Pociones siempre había sido su asignatura
favorita y todavía le gustaba, de vez en

cuando, elaborar por sí mismo alguna poción que necesitaba, en lugar de comprarla.

Mientras Draco le discutía con bastante entusiasmo a van Kaffman la conveniencia de los
encantamientos de conservación, especialmente

sobre algunas pociones que según él por culpa del hechizo disminuían su eficacia, Narcisa seguía la
conversación con igual o mayor

entusiasmo del que hacía gala su hijo en ese momento. Había aconsejado acertadamente a Hans
por dónde debía entrarle a Draco si quería
ganárselo sin demasiada reticencia. Narcisa estaba segura de que los negocios del suizo le irían
como anillo al dedo a su hijo y que su

corazón, siempre dividido entre finanzas y pociones, le darían el empujón definitivo hacia los
brazos de Victoria.

- Como vamos a estar unos días por aquí, –dijo van Kaffman, ya relajado tras la cena, fumándose
un habano y degustando un exquisito

coñac añejo– tengo curiosidad por saber cómo llevas tus negocios. No me mal interpretes, pero
eres muy joven, Draco, y aunque a la vista

está que te manejas bastante bien, estoy seguro de que con mi experiencia podría echarte una
mano.

- No lo dudo, pero no creo que sea necesario. –rechazó Draco amablemente– Tampoco me
gustaría que me mal interpretara, pero no me

gusta mezclar… –se entretuvo buscando una palabra que sonara bien– “amistad” con trabajo.

Le echó una mirada de reojo a su madre. Así que unos días por aquí, pensó contrariado. Habría
pocas posibilidades de que Harry volviera

si esos dos no se marchaban después de Navidad tal como habían creído.

- ¡Oh, vamos, muchacho, hay confianza! –le instó el suizo con unos golpecitos sobre su hombro.

- Soy una persona desconfiada por naturaleza, Hans. No es nada personal, por lo que le ruego que
no se ofenda.

El suizo no pudo evitar mirar con mal disimulada contrariedad a su anfitrión, que le sonreía con
tanta cortesía como lo había estado

haciendo él durante toda la noche.

- ¡Claro que no me ofendes, muchacho! –aparentó– A mí tampoco me gusta que nadie se meta en
mis asuntos. ¡Buena política, muchacho,

buena política!

Ante el patente malestar del magnate, Narcisa se creyó en la conveniencia de mediar en aquel
pequeño rifirrafe, no se fueran a torcer las

cosas, a su parecer tan bien encaminadas hasta el momento.

- Disculpa a mi hijo, Hans. –intervino– Siempre ha sido muy suyo. Pero estoy segura de que tenéis
demasiadas cosas en común para no

acabar compartiendo vuestros puntos de vista en cuestión de negocios durante estos días que
pasaréis con nosotros.

- Sabes que me encantaría, madre. –Draco le dirigió a Narcisa una sonrisa con dardo– Lástima que
estaré de viaje durante las próximas dos
semanas. Y que cuando regrese, ya no estarán aquí. –terminó con cara de pena.

- No me habías dicho nada de eso, querido. –le reprochó ella en un tono más tenso del que
pretendía.

- Madre, ¿desde cuándo te preocupas por mis viajes de negocios? –siguió sonriendo él– Además,
estoy seguro de que Victoria estará

encantada de que la lleves de compras por Londres. Ya sabes lo negado que soy yo para esas
cosas…

Narcisa apretó los labios y dirigió una rápida mirada a van Kaffman, tan sólo para comprobar que,
como sospechaba, no parecía muy feliz.

La cara desolada de Victoria, hablaba por sí sola.

***

La cena de Nochebuena en La Madriguera había sido lo suficientemente bulliciosa y entretenida


como para que Harry olvidara durante un

rato su inquietud por cómo debían estar yendo las cosas en Malfoy Manor. Tras las cena, la familia
se reunió alrededor del árbol para el

acostumbrado intercambio de regalos. Y aunque los paquetes que ese año cobijaba el abeto de los
Wealsely eran bastante escasos, hubo

jersey de mamá Weasley para todo el mundo. Sin embargo, había un regalo que a pesar de no ser
muy voluminoso, llamaba por sí mismo

la atención, envuelto en un precioso papel plateado, con una lazada verde musgo rodeándolo. Lo
acompañaba una elegante tarjeta en la

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que estaba escrito el nombre de Harry, con letra clara y pulcra.

- Estoy segura de que es de Draco, Harry. –le dijo Hermione con entusiasmo, entregándoselo–
¡Ábrelo, vamos!

El joven, sentado en el suelo entre su amiga y Ginny, desenvolvió el paquete sin poder reprimir la
emoción de poder tener algo de Draco

cerca de él durante aquellos días. Después de pelear un poco con el papel, sus manos nerviosas
lograron dejar al descubierto una elegante

caja de joyería, que trató de abrir en vano al no encontrar el cierre.

- ¿Me ayudas, Herm? –pidió impaciente.


Su amiga observó unos momentos la cajita y después presionó uno de los lados. El estuche se
abrió, para dejarla después sin aliento.

- ¡Dios mío! –murmuró para sacar seguidamente el objeto del estuche para ponerlo en las manos
de su amigo– Es un reloj… Y o mucho

me equivoco, o es de oro, Harry –añadió boquiabierta.

La atención de la familia Weasley al completo se concentró entonces en el hermoso reloj que


Harry sostenía en sus manos, con

exclamaciones de admiración y sorpresa.

- ¡Mucho debe tener que hacerse perdonar el hurón! –gruñó Ron, sin embargo.

E inmediatamente un dolorido ¡auch! le hizo adivinar a Harry que alguien, le había hecho saber a
su amigo que era un bocazas.

- Póntelo, Harry. –apremió Ginny– ¡Por Morgana, ese precioso!

- ¿Y de qué le sirve si no puede verlo? –gruñó nuevamente Ron, al parecer sin haber
escarmentado.

- ¡No seas cazurro, Ronald! –le regañó su novia– Es un reloj para ciegos, ¿lo ves? –levantó el nítido
cristal que protegía la esfera– Harry

podrá palpar las manecillas. Algunos incluso tienen hechizos que anuncian las horas con alguna
melodía.

El pelirrojo hizo una mueca de fastidio. Ese hurón estaba en todo.

- ¡Y tiene una inscripción, Harry! –notó Ginny mientras éste daba vueltas al reloj entre sus manos.

­ “Eres la luz que iluminó mi oscuridad. Draco.” –leyó Hermione, emocionada.

- Merlín bendito, ¿no es hermoso, cariño? –dijo la Sra. Weasley abrazando al joven, todavía
aturdido por el costoso regalo y por toda la

excitación que había suscitado a su alrededor. Pero sobre todo por la inscripción.

Él sólo le había comprado una corbata. Que había elegido Pansy.

Después, mientras comían dulces y chucherías todavía sentados en el suelo junto al árbol,
Hermione ya no pudo seguir reprimiendo las

ganas de soltar lo que le había estado carcomiendo desde que Harry había llegado a La
Madriguera el día anterior.

- Es por Narcisa, ¿verdad? –Harry apretó los labios– Os está poniendo las cosas difíciles.

Su amigo dejó exhalar un pequeño bufido y finalmente dijo en tono irónico:

- Le encantaría verme en la cocina, como un elfo más. –y añadió, precavido– Sin menospreciar a
los elfos, Herm.
Su amiga frunció el ceño y adoptó una expresión determinada.

­ Entonces, si quieres saber mi opinión…

- La va a saber de todas formas. –intervino Ron con sonsonete zampándose, a pesar de su edad, la
tercera rana de chocolate.

Harry sonrió. A veces echaba de menos esos momentos.

­ … deberías estar a su lado mañana. –continuó ella sin hacer caso– Dejándole solo no estás
consiguiendo otra cosa más que ponerle las

cosas fáciles a su madre.

- No sé, Herm. Draco ya está soportando suficiente tensión. –dijo– Y, sinceramente, yo también.

- Bueno, –habló su amiga en tono desabrido– entonces deja que esa suiza remilgada y encopetada
envuelva a Draco con sus encantos,

ayudada por las artimañas de su madre.

Harry suspiró molesto.

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- Pansy, ¿verdad?

- ¿Quién si no? –intervino nuevamente la voz irritada de Ron– ¿Sabías que ahora hasta comen
juntas?

- ¡No seas exagerado, Ron! –le reprochó su novia– Sólo hemos tomado un café un par de veces.

­ Que peligro… –murmuró Harry para sí, acariciando todavía emocionado su reloj.

- ¿Decías? –preguntó su amiga.

Él negó con la cabeza y siguiendo el ejemplo de su amigo, se llevó a la boca una nueva rana de
chocolate.

- Yo mismo te acompaño mañana, si quieres. –se ofreció Ron, como quien no quiere la cosa.

Su novia se le quedó mirando con expresión incrédula, para después esbozar una dulce sonrisa.

- ¿De verdad lo harías, Ronald?

- Claro. –respondió él, desarmado por tan repentina dulzura– Así de paso me aseguro de que el
hurón no le haya regalado también un reloj

a la tipa esa.

Hermione abrazó a su novio y le besó hasta dejarle sin aire.


- ¡Eh! ¡Pareja! –se quejó Harry tratando de llamar su atención– ¡Eh! ¿Podría alguien interesarse
por mi opinión?

A media mañana del día de Navidad, un decidido pelirrojo asomaba su pecosa faz en la chimenea
del salón principal de la mansión

Malfoy. Desierto. Tal como había imaginado Ron siempre, los ricos se levantaban justo a la hora de
comer. Cansados de tanto trabajar,

pobrecitos. ¡Merlín los maldijera a todos!

- Prueba en la habitación de Draco. –dijo una voz a sus espaldas.

Ron renegó bajito y después pronunció de no muy buena gana:

- ¡Habitación de Draco Malfoy en Malfoy Manor!

Contrariamente a lo que esperaba Ron, Draco estaba muy despierto. Cavilando desde hacía horas
el repentino interés de van Kaffman por

sus negocios y si urdir ese matrimonio, palabra que gracias a Merlín no se había pronunciado la
noche anterior, no tendría mucho que ver

con que el magnate pudiera meter la zarpa en ellos. Lo primero que haría al día siguiente sería
pedirle a Maveric que investigara un poco

los de van Kaffman, por si acaso y qué interés podía tener en los suyos. Y lo siguiente, sería hacer
la maleta, recoger a Harry y marcharse

los dos un par de semanas a la Toscana. Después de todo, podía conectar una de las chimeneas de
la mansión italiana con Londres e ir y

venir cada día sin ningún problema. Su mirada tropezó entonces con la caja que contenía los
gemelos de oro que le habían regalado los van

Kaffman la noche anterior, abandonada con desidia sobre el escritorio y se preguntó con fastidio si
tendría que ponérselos. Aunque sólo

fuera para quedar bien. Pero el poco amigable rostro de un Weasley flotando en su chimenea
interrumpió la disyuntiva.

- Conecta tu chimenea a la red, Malfoy. –gruñó Ron– No tengo todo el día.

- Feliz Navidad para ti también, Weasely. –le saludó Draco con ironía.

La comadreja sólo traía cara de malhumor así que, aunque sorprendido, no creyó que se tratara de
nada grave relacionado con Harry.

Seguramente sólo quería desearle feliz Navidad.

En lugar de responder a los buenos deseos navideños de Draco, el pelirrojo volvió ligeramente la
cabeza, hablando con alguien a su
espalda.

- De verdad, Harry, ¿qué le ves?

La cabeza de Ron dio una pequeña sacudida, como si alguien le hubiera dado un pescozón.

- ¡Ya te vale, Herm! ¡Sólo era una forma de hablar!

El corazón de Draco dio un vuelco cuando segundos después, Weasley salía de su chimenea
acompañando a Harry, con su bolsa de viaje

en la mano.

- Bueno amigo, aquí te dejo. –se despidió Ron– Si te entran ganas de volver, ya sabes, sólo asoma
la cabeza a nuestra chimenea y vendré a

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buscarte.

- Gracias Ron.

Ron se volvió entonces hacia Draco y esbozó algo muy parecido a una sonrisa.

- Feliz Navidad, Malfoy. –y con un ligero gesto de cabeza en dirección a Harry, añadió– Me lo
cuidas.

Apenas un segundo después de que Weasley desapareciera por la chimenea, Harry fue rodeado
por unos brazos impacientes y unos labios

ansiosos de los suyos.

- ¿Me has echado de menos? –preguntó Harry sin poder evitar sonreír su satisfacción por el
recibimiento.

- No debería hacerte ni caso. –le reprendió Draco sin apenas despegar los labios de su piel– Por tu
culpa ayer tuve la cena de Nochebuena

más horrorosa de toda mi vida.

- Pero hoy enfrentaremos la comida de Navidad juntos. –le reconfortó el moreno, decidido a la
fuerza por sus amigos– ¿Sabes? –continuó

dispuesto a hacerse perdonar alimentando un poquito su ego– Hermione me echó una bronca de
mil demonios por haberte dejado solo.

- Esa chica empieza a caerme bien. –ronroneó el rubio, sin dejar de besarle.

- ¿A qué hora comemos? –preguntó Harry a quien las apasionadas atenciones que recibía ya le
estaban haciendo bullir ciertas ideas en la
cabeza.

Draco sonrió sobre su mejilla.

- ¿Qué hora es ahora?

Harry también sonrió.

­ Mmmm… déjame comprobarlo.

Abrió con gran ceremonia la esfera del reloj que llevaba en su muñeca y palpó las manecillas.

- Diez y media, más o menos. –y preguntó en tono provocador– ¿Crees que tendremos tiempo
para que te “ilumine” un rato?

- ¡Dioses, cómo te he echado de menos!–gimió Draco devorando la ansiada boca como si en lugar
de dos días llevara dos meses sin poder

besarla.

Y de pronto se detuvo, como si de repente se hubiera acordado de algo muy importante. En sus
ojos chispeó un brillo malicioso.

- Aunque antes debo arreglar un par de cosas.

Y dándole un rápido beso, dejó a un Harry muy desconcertado en medio de la habitación, mientras
él tomaba un puñado de polvos floo de

la repisa de la chimenea, dispuesto a igualar fuerzas.

Cuando Narcisa pasó revista al comedor, una vez los elfos hubieron hecho su trabajo, frunció con
delicadeza el ceño y volvió a repasar la

mesa. Victoria y su padre, Zabini y Parkinson, Theodore, cuya presencia no acababa de entender
irritaba tanto a su hijo, Richard Maveric

con su esposa y su hija soltera, Goyle con su novia y el inseparable Crabbe. Y por supuesto el
Ministro Scrimgeour con su esposa y sus

dos hijos, dos adolescentes que esperaba no causaran demasiados problemas. Bien, si no se había
olvidado de sumar, junto con Draco y

ella eran diecisiete comensales a la mesa. Sin embargo, había veinticinco servicios.

- ¡Puky! –llamó, a un tris de perder los nervios ya que era casi la una, hora en que los invitados que
estaban tomando un aperitivo en el

salón, pasarían al comedor.

Aparte de que Draco, todavía no había dado señales de vida, por más que había enviado a
buscarlo más de veinte veces ya. Casi tantas

como Victoria van Kaffman había preguntado por él.


- ¡Oh, aquí estás elfo estúpido! –gruñó la dama, perdiendo por unos instantes su siempre fría
compostura– Arregla inmediatamente esta

mesa. Te has equivocado al poner los servicios.

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- No, ama. –respondió el elfo, bajando las orejas– He seguido las instrucciones que me ha dado el
amo Draco.

Los azules ojos de Narcisa empequeñecieron un poco más.

- ¿Draco te lo ha ordenado?

- Si, ama.

Bien, tal vez su hijo había decidido invitar a unos cuantos amigos más en el último momento.
Aunque no le agradaba que no la hubiera

consultado antes.

Un rumor de voces acercándose le indicaron que los invitados estaban por entrar en el comedor.

- ¡Más te vale que no te hayas equivocado, Puky! –amenazó apresuradamente para volverse a
continuación y exclamar– Ah, mi querido

Rufus, vengan conmigo por favor.

El inmenso comedor destinado a recepciones especiales, fue llenándose poco a poco con la
animada conversación de los invitados, la

mayoría todavía con las copas del aperitivo que habían estado tomando, en su mano. Narcisa
localizó por fin, aliviada, la rubia cabeza de

su hijo y cuando iba a dar un paso hacia él para recriminarle su ausencia durante toda la mañana,
se detuvo en seco. Draco llevaba a Potter

de la mano. Y estaba a punto de descubrir que ese no iba a ser el último sobresalto que iba a
recibir ese día.

Para horror de Narcisa Malfoy, nacida Black, sangre pura donde las haya, dechado de elegancia y
buenos modales, reina del glamour y de

la belleza en su momento, por su exquisito comedor empezaron a desfilar un montón de


sonrientes pelirrojos, enfundados en sus mejores

galas. Su horror se convirtió en pánico cuando Molly Weasley se atrevió a saludarla y agradecerle
su amable invitación, así como desearle

una feliz Navidad.


- ¡Me alegro de verte, Harry! –exclamó el Ministro, entusiasmado de poder estrujar al héroe– Te
echamos de menos el pasado verano.

Harry trató de no ahogarse dentro del abrazo de Scrimgeour.

- Bueno, –resolló el joven, a quien Draco se apresuró a rescatar– no me encontraba en Londres en


ese momento. –se excusó.

Mientras él y Harry hablaban unos minutos con el Ministro y su familia, Draco observó de reojo a
su madre, pálida y rígida junto a van

Kaffman y su hija, todavía en shock después de estrechar la mano y recibir un montón de buenos
deseos de todos y cada uno de los

miembros de la pelirroja familia.

- ¡Oh, qué poca educación la mía! –se lamentó un segundo después, tomando nuevamente a Harry
de la mano para llevarle junto al

pequeño grupo– Harry, permíteme presentarse a Hans van Kaffman y a su encantadora hija
Victoria.

- Hemos oído hablar mucho de usted, Sr. Potter. –saludó van Kaffman estrechando la mano del
moreno con un fuerte apretón.

Víctoria se limitó a hacer un leve gesto con la cabeza, con expresión de aprensiva, como si la
ceguera pudiera contagiarse.

- Encantado de conocerle. –respondió Harry educadamente.

Y antes de que la situación se hiciera más incómoda, llegó el Ministro de Magia al rescate,
llenando de alabanzas a Harry hasta hacerle

enrojecer. Hans van Kaffman observó detenidamente al joven ciego, sin pasar por alto el detalle
de que Draco no había soltado todavía su

mano, preguntándose si Narcisa, incluso él mismo, no habrían menospreciado el poder que Potter
tenía sobre el joven Malfoy. Y aunque

aparentaba que le abrumaba más que otra cosa, Potter parecía contar también con la entusiástica
estima del Ministro de Magia inglés, y

supuso que por extensión, de la mayoría de la sociedad mágica. Ciego o no, era un héroe, tuvo que
recordarse. El Héroe.

Una sonriente Pansy se acercó al grupo.

- ¿Puedo robártelo un momento? –preguntó a Draco tomando a Harry del brazo.

Victoria la bañó con una mirada demoledora. Seguramente porque la palabra “robártelo” que
Pansy había elegido cuidadosamente,
insinuaba claramente a quién pertenecía el afecto de Draco. Y también porque Pansy le caía
rematadamente mal. Sentimiento mutuo, por

otra parte.

Cuando unos minutos después se sentaban a la mesa, a la heredera van Kaffman se la llevaban
todos los demonios al comprobar que era

ese Potter quien gozaba del lugar de privilegio a la derecha de Draco, en la cabecera de la mesa, el
mismo que había ocupado ella la noche

anterior y había esperado seguir ocupando. Su escasez de luces le dificultaba todavía mucho más
llegar a comprender cómo Draco podía

preferir a un ciego antes que a ella.

De repente, un alboroto de exclamaciones y risas (las carcajadas provenían especialmente de la


parte pelirroja de la mesa), llamaron la

atención de todos sobre Theodore Nott. Unas hermosas letras, impresas en rojo brillante,
resplandecían en su frente, desafiando la etiqueta

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y el buen gusto.

- ¿Qué diablos lleva escrito? –preguntó Draco intrigado, que al encontrarse al otro extremo de la
mesa no acababa de leer la palabra con

claridad.

Harry se inclinó un poco hacia su compañero y susurró con malicia:

- Pone, C A P U L L O.

Draco soltó una carcajada que se ganó una indignada mirada de su madre, quien trataba por todos
los medios de hacer desaparecer la

vergonzosa palabra de la frente de su furioso invitado.

­ No es que haya sido idea mía… –siguió susurrando Harry con cara de ángel–...aunque debo
confesarme autor material de la fechoría.

Pansy sólo tuvo que dirigir mi varita.

- ¡Merlín bendito, Pansy! –exclamó Blaise ahogando una carcajada.

Su novia le dirigió una sonrisa de total inocencia. Después miró a Draco y en un tono de voz lo
suficientemente alto como para que

Victoria van Kaffman la oyera dijo:


- Bonita corbata, Draco. ¿Dónde la has comprado?

Su rubio amigo le dirigió una mirada risueña, mientras alisaba delicadamente su corbata con la
sonrisa de un niño travieso que ha logrado

salirse con la suya.

- Regalo de Harry.

Continuará...

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Capítulo IX por Livia

Notas del autor:

Disclaimer: Ya me gustaría, pero a parte de los personajes que han surgido de mi imaginación los
demás no

son míos.

CAPITULO IX

Conociéndole, era poco probable que Draco Malfoy desistiera de su empecinamiento con Potter.
Y, aunque nunca habían sido íntimos,

compartir habitación durante siete años en Hogwarts obligaba a acabar conociendo a los
compañeros que hubieran tocado en suerte, por

poco interés que se tuviera en ello. Theodore siempre se había sentido desplazado en aquel
pequeño grupo. Al Príncipe no se le podía

llevar la contraria sin que Crabbe y Goyle gruñeran su advertencia como buenos perros
guardianes; Zabini, el amigo del alma, tenía un

lugar de privilegio a su lado y era el único al que Malfoy escuchaba. Aparte de Parkinson. Nott
nunca tuvo un papel definido en aquella

habitación de cinco, que perfectamente podría haber sido de cuatro, puesto que la mayor parte de
las veces fue ignorado. Ya por aquel

entonces Theodore era un muchacho ambicioso con una gran necesidad de reconocimiento. Los
Malfoy eran poderosos y socialmente

influyentes. Y él hubiera hecho hasta lo imposible por poder ganarse el favor del Príncipe de
Slytherin. Pero nunca lo tuvo. No fue más
que uno de los tantos que tuvo que inclinarse ante él y sus caprichos. Ahora, parecía que Potter no
era ningún antojo.

Theodore había oído rumores a finales de sexto. Cuando Parkinson, quien parecía la pareja ideal e
inseparable de Malfoy, había decantado

sus preferencias hacia Zabini. Y al Príncipe no sólo no le había molestado si no que pareció sentirse
la mar de feliz por sus dos amigos. Un

Malfoy no era persona que se dejara engañar o abandonar, por lo que Nott dedujo que la relación
de Pansy con Draco jamás había sido la

que todos pensaban. Así que si las inclinaciones de Malfoy eran las que parecían, también era más
que probable que estuviera realmente

enamorado de Potter, por increíble que pareciera. Una persona generalmente fría y cabal como él,
jamás se habría atrevido a montar el

número del día de Navidad sin una buena razón. Con esas mismas palabras se lo había dicho van
Kaffman.

El magnate estaba ofendido. Y no era para menos. Su hijita inconsolablemente herida. Y dado que
había sido evidente que la Sra. Malfoy

no tenía ningún tipo de ascendiente sobre su descarriado hijo, el suizo estaba muy enojado
porque su sueño de unir dos apellidos como van

Kaffman y Malfoy se había desvanecido después de perseguirlo durante tanto tiempo. Sus
quimeras imperialistas habían muerto cuando

Victoria había sido rechazada tan inaprensiblemente a favor de alguien que, por muy héroe que
fuera, no dejaba de ser más que un

mestizo. Y que, además, jamás le podría dar un heredero al linaje Malfoy.

Pero no todo estaba perdido, le había asegurado Theodore. Si se lo permitía, él personalmente se


encargaría de devolver aquel suculento

pez al cesto. Y su hermosa, elegante y rica hija, tendría el marido rico, elegante y también
hermoso, que se merecía.

Además, conseguir desbaratar aquella inadecuada pareja se había convertido para Theodore en
algo personal. Muy personal. Tanto como

lograr que aquellas infames letras acabaran de desaparecer por completo de su frente.

***

Desde que Lou le había dado el visto bueno, Harry no perdía ocasión para salir él solo a pasear o a
hacer algún pequeño encargo, para

probarse a sí mismo más que a nadie, que podía hacerlo. Al principio, Draco se había sentido
bastante nervioso por saberle deambulando
por ahí solo, sin ninguna ayuda. Incluso le había seguido en un par de ocasiones para quedarse
tranquilo y le había pedido a Pansy que

hiciera lo mismo otras tantas. Aunque Lou le hubiera asegurado que no debía temer por él. Que
era perfectamente capaz de moverse sin

ayuda de nadie y encontrar el camino de vuelta a casa sin ningún problema. En realidad, su labor
con Harry, prácticamente había

terminado. Ya no había nada más que pudiera enseñarle.

Y Draco sabía que poder escabullirse de la mansión era un alivio para su compañero. Narcisa
estaba intratable desde Navidad y con pocas

intenciones de abandonar la residencia Malfoy. Haciendo un gran esfuerzo, había intentando


mantener una conversación civilizada con ella

y hacerle entender una vez más sus sentimientos, pero había resultado inútil. En un arrebato,
Narcisa le había dicho que sólo volvería a ser

su hijo en el momento que diera el Sí ante el mago que celebrara su matrimonio. Hasta entonces,
y mientras se dedicara a buscarle la ruina

a la familia, no era necesario que volviera a dirigirle la palabra.

Enero transcurría más rápido de lo que Draco hubiera deseado, sin haber tomado todavía una
decisión definitiva. En más de una ocasión se

había planteado confesar a Harry toda la verdad. Pero perder la sonrisa y la felicidad que ahora
asomaba a ese rostro a pesar de su ceguera

no entraba dentro de sus propósitos. Deseaba seguir oyendo, por ejemplo, sus gritos de
entusiasmo cuando bajaban en picado con su

escoba o Draco se atrevía con alguna que otra pirueta no demasiado peligrosa. Porque Harry había
aprendido a pegarse a su cuerpo de tal

forma que cuando volaban, los dos eran uno. Como lo eran en la cama, donde el entusiasmo se
convertía en súplica de amante ansioso por

ser saciado.

Por su parte, Richard Maveric no dejaba de mandarle lechuzas con nombres y fotos de posibles
candidatas con gran tenacidad,

recordándole con cada una de ellas que el tiempo no se detenía y se hacía necesaria una decisión.
Y en esos momentos, agradecía que

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Harry fuera ciego, porque más de una vez el moreno se encontraba en su despacho cuando una
nueva foto llegaba a sus manos. Después,

se sentía culpable por haber tenido ese pensamiento.

En su fuero interno, Draco sabía que la decisión estaba tomada desde hacía tiempo, aunque se
resistía a materializarla por una mera

cuestión de orgullo, apurando las semanas en espera de que apareciera ante sus ojos la solución
milagrosa. No es que fueran a morirse de

hambre, ni mucho menos. Y, a pesar de todo, tampoco dejaría a su madre en la miseria. Nadie
podía ser tan estúpido como para pensar que

un Malfoy pudiera ser tan poco previsor. Pero no se resignaba a que le arrebataran todo lo que le
correspondía por nacimiento, sólo porque

la pareja que había elegido, evidentemente, no podía darle un heredero.

Encerrado una mañana más en su despacho, Draco trabajaba preparando el terreno para lo que, a
pesar de todo, sabía sería inevitable.

Cerrando asuntos y atando cabos. Enfrascado en sus números y sus maquinaciones, se sorprendió
cuando el reloj de péndulo dio la una.

Sin darle tiempo a preguntarse si Harry ya habría regresado, Puky apareció en el silencioso estudio
para anunciarle que había un hombre

pelirrojo en la entrada que necesitaba verle con urgencia. Apenas unos segundos tardó en
relacionar al pelirrojo, que no podía ser otro que

Weasley, con la ausencia de Harry y salió de su despacho prácticamente a la carrera.

Un sudoroso Ron le esperaba en el vestíbulo, sin parar de manosear con impaciencia la túnica de
auror que sostenía entre las manos.

- Harry ha tenido un accidente. –dijo tan pronto vio asomar a Draco por la puerta– Le ha
atropellado un coche.

Draco llegó al hospital muggle donde habían llevado a su compañero a través de un portal oficial
que Ron, como auror, pudo abrir y que

les dejó bastante cerca del edificio. Hermione les estaba esperando delante de la puerta del
servicio de urgencias. Había sido gracias a la

chapa que Harry a regañadientes había consentido finalmente en grabar y llevar, que el hospital
había podido llamar a su amiga y ésta a su

vez, avisar a Ron.

- ¿Dónde está? –preguntó Draco muerto de angustia, maldiciendo a Lou y sus ideas sobre la
seguridad de un ciego andando solo por calles
llenas de coches y otros peligros.

- Tranquilízate Malfoy, gracias a Dios no ha sido mucho. –le calmó ella– He estado con él hasta
ahora, pero acaban de llevárselo para

hacerle unas radiografías.

- ¿Qué ha pasado? –preguntó mientras Hermione les conducía hasta la sala de espera.

- El coche le ha golpeado de lado y ha dado algunos tumbos. –explicó la castaña– Tiene algunos
rasguños y contusiones, pero el médico

me ha dicho que no son importantes. Pero como ha perdido unos momentos el conocimiento al
golpear contra el bordillo, ahora están

comprobando que todo esté bien antes de dejarle marchar a casa.

- ¡Dioses! Juro que es la última vez que sale solo. –Draco estaba de un furioso aterrado– Se lo dije
a la maldita terapeuta. No, me dijo, no

hay de qué preocuparse, Harry es perfectamente capaz de salir y volver a casa sin ayuda. Pienso
mandarle un howler en cuanto llegue a

casa y me va a oír. ¡Vaya si me va a oír!

- Malfoy, –dijo Ron, bajando la voz– esto está lleno de muggles, y estamos llamando la atención.

El rubio miró a su alrededor y vio que, efectivamente, los ojos de la mayoría de personas sentadas
en la sala de espera estaban fijos en

ellos A regañadientes, se dejó conducir por el pelirrojo hasta una hilera de sillas de plástico y
tomaron asiento.

- ¿Y el conductor? –preguntó Ron, todavía en voz baja.

- Se dio a la fuga, ¿podéis creerlo? –respondió Hermione enojada– Una enfermera me ha dicho
que, por desgracia, a veces pasa y es

bastante difícil poder detenerle después.

- ¡Muggles inútiles! –refunfuñó Draco sin poder ocultar su preocupación.

Ron y Hermione se miraron. ¿Aquel manojo de nervios era el frío, impasible y arrogante Draco
Malfoy que ellos conocían?

Cuarenta minutos más tarde, Harry aparecía en la sala de espera acompañado por el doctor que le
había atendido, quien les entregó el

informe médico y les dio las explicaciones oportunas, tranquilizándoles sobre el estado del
paciente. Si Ron y Hermione pensaban que ya

lo habían visto todo, se equivocaban.

- ¿Estás bien, cariño? –preguntó Draco.


Harry asintió. Ron parpadeó un par de veces, con la boca abierta, sin terminar de encajar todavía
dentro de sus parámetros a Malfoy

llamándole cariño a nadie. Observó como el rubio repasaba con cuidado las heridas que estaban a
la vista. La mejilla rasguñada, un

chichón que se elevaba por encima de la ceja izquierda del Gryffindor, su mano izquierda,
igualmente raspada. El pantalón estaba roto a la

altura de la rodilla y a través del agujero se podía ver también una herida, amarillenta por el yodo
con el que había sido tratada.

- ¿Qué sucedió? –preguntó con calma, como si jamás hubiera estado nervioso.

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- No sé, creo que alguien me empujó cuando iba a llegar a la acera… –Harry parecía no estar muy
seguro– …todo ocurrió muy deprisa…

- Bien, ya pasó. –tomó con cuidado el mentón del moreno y le besó suavemente en los labios–
Ahora te llevaré a San Mungo. Quiero que

la Mb. Arashi te eche un vistazo.

Definitivamente, un Malfoy tierno tampoco estaba dentro de los esquemas del pelirrojo.
Hermione le hizo cerrar la boca de un codazo.

- No es necesario, de verdad. –se negó Harry- Estoy bien, Draco.

- Sólo para estar tranquilos. –insistió Malfoy mientras el Gryffindor seguía negando con la cabeza–
Vale, para que yo esté tranquilo. –

admitió– No me fío de los muggles, ya lo sabes.

Entonces Harry asintió dócilmente, mientras su mano buscaba el rostro de Draco.

- Gracias, Herm. –dijo después, extendiendo su mano al aire.

La castaña la tomó y también la colocó en su rostro. Lo mismo hizo Ron. Harry sonrió al notar la
sudorosa piel del pelirrojo.

- Así que tú también estás aquí. –le dijo, feliz de tener también a sus amigos a su lado– No le digáis
nada de esto a Remus, ¿vale? –pidió a

continuación– No hace falta angustiarle cuando todo ha pasado ya.

Tres Horas después Harry y Draco llegaban por fin a la mansión. Éste último con la tranquilidad de
que el Gryffindor estaba bien, después

de haber sido examinado exhaustivamente por la Mb. Arashi.


Tras dejar a Harry en su habitación descansando, Draco volvió a su despacho dispuesto a cumplir
su promesa de mandarle un howler a

Lou. Un sobre no demasiado grande esperaba encima de su mesa. No llevaba remitente. Imaginó
que había llegado en su ausencia y que

uno de los elfos, seguramente Puky lo había dejado allí. Lo abrió intrigado. De su interior extrajo
una hoja de pergamino en la que apenas

había escritas tres frases, con una pluma de no muy buen calidad a juzgar por los chorretones de
tinta que salpicaban el papel aquí y allá.

Asegúrese de tomar la decisión correcta, Sr. Malfoy. La próxima vez, ese ciego mestizo no tendrá
tanta suerte. Lo de esta mañana sólo ha

sido un aviso.

Draco se quedó helado, mirando fijamente el pergamino que tenía en la mano, releyéndolo de
nuevo para asegurarse de que realmente

había entendido bien. Su rostro palideció de rabia y miedo. Creo que alguien me empujó, habían
sido las palabras de Harry. Y el automóvil

se había dado a la fuga. Tenían que haber estado vigilando a Harry. Siguiéndole desde Merlín
sabría cuando, hasta encontrar el momento

oportuno para actuar. ¡Dioses! ¡No le habían matado porque no habían querido! Un
estremecimiento recorrió todo su cuerpo. Podían

haberle matado, se repitió mentalmente una vez más, mientras pasaba nerviosamente la mano
por su pelo. Y según la nota que tenía en la

mano, no descartaban hacerlo si él no tomaba la decisión correcta. Un montón de ideas cruzaron


atropelladamente por su cabeza. Tenía

que averiguar quién había mandado aquel escrito. Y tomar medidas. La primera, que Harry no
volvería a salir de Malfoy Manor aunque

tuviera que atarlo a la pata de la cama.

Aquella misma tarde, con la única certeza de que el preocupante mensaje había llegado vía
lechuza después de que él se hubiera ido, Draco

visitó a su abogado.

- ¿Qué piensas? –le preguntó.

El abogado se acarició la barbilla, pensativo, sopesando su respuesta.

- Soy un sangre pura, de lo contrario tu padre jamás hubiera dejado sus asuntos en mis manos. –
respondió tras meditarlo unos instantes– Y
no es difícil reconocer en esto la mano de alguien que también lo es. –alzó el pergamino que Draco
le había entregado.

El joven asintió en silencio.

- Esta paz es mucho más frágil de lo que pueda parecer. –continuó– Hay mucho resentimiento
sumergido, que no puede salir a la superficie

porque ahora no es políticamente correcto. Por ambas partes. –aclaró.

Maveric volvió a leer la nota que tenía sobre su mesa, negando imperceptiblemente con la cabeza.

- La comunidad mágica justo empieza a recuperarse. ¿Y gracias a quién? A los descendientes de


todos contra los que estuvo luchando

durante tantos años. –Draco iba a decir algo pero Maveric le detuvo– Magos y brujas que han
perdido tanto en esta desgraciada guerra no

perdonan que sean ellos los que les estén tendiendo ahora la mano. Seguramente, lo consideran
humillante e injusto. Y no te engañes,

Draco, también hay mucho resentimiento por parte de quienes consideran que si no eres sangre
limpia, no tienes derecho a ejercer la

magia. Muchos que sonríen de frente y maldecirían cuando les das la espalda si pudieran. Los dos
conocemos a más de uno.

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Draco asintió y sus mandíbulas se apretaron pensando en Theodore Nott.

- Pero no todos. –dijo.

- Es cierto, no todos. –reconoció el abogado– Pero no hacen falta demasiados para alterar el débil
equilibrio que todavía tenemos.

- Toda esta disertación ha estado muy bien. –reconoció Draco– Pero no me has dicho nada que no
supiera ya. ¿A dónde quieres ir a parar?

Maveric enfrentó los grises ojos de su cliente, en ese momento tan fríos y acerados como habían
sido los de su padre. A veces, Draco se

parecía más a él de lo que el propio joven adivinaba o le gustaría.

- Al Sr. Potter.

Draco se removió en su asiento, incómodo. En su mirada había un claro aviso a Maveric de que
más le valía tener cuidado con lo que fuera

a decir.
- Convendrás conmigo en que, a pesar de ser el gran héroe para unos, es sin duda el más odiado
para otros. Él acabó con el Señor Oscuro y

junto a éste, cayeron la mayoría de sus partidarios, muertos o encarcelados de por vida, que para
el caso es lo mismo. Potter no sólo

terminó con un mago tenebroso, sino con una forma de vida, con unos ideales y con las
aspiraciones de dominación y poder de cuantos le

seguían. Cuando el Señor Oscuro murió, murieron las esperanzas de volver a una sociedad mágica
pura, pero hermética, en la que no

tendrían cabida ni mestizos ni sangres sucias.

- Dicen las malas lenguas que Señor Oscuro era mestizo. –apuntó Draco con sarcasmo.

- Ahora ya no importa. –dijo Maveric encogiéndose de hombros– Lo que si importa, es que un


sangre pura como tú, de una familia antigua

y respetada, hijo de quien fue mano derecha del Lord, se exhibe al lado de Potter, permitiendo
adivinar una relación que va más allá de una

de las altruistas obras benéficas de ese alegre grupo de herederos del que, todo el mundo piensa,
tú formas parte.

­ Richard…

- ¿Te has detenido a pensar que van Kaffman es un sangre pura también? ¿Te has detenido a
pensar en la ofensa que inflingiste a su hija y

a él mismo sentando a Potter a tu lado el día de Navidad?

- Richard, no sigas… –hizo ademán de levantarse.

Pero el abogado puso una mano en el hombro del joven y se lo impidió.

- No, Draco, vas a escucharme. Vas a escuchar las consecuencias que está acarreando todo esto.

Durante unos segundos, Maveric creyó que Draco iba a levantarse de todas formas y mandarle al
infierno. Pero tras una ligera vacilación,

el joven volvió a acomodarse en su sillón. Eso sí, con cara de pocos amigos.

- Personalmente, no tengo nada en contra del Sr. Potter. –reconoció– Pero estoy seguro de que a
muchos les disgusta vuestra relación,

Draco. No podría afirmar que van Kaffman pueda estar detrás de esa nota. Es demasiado listo y
poderoso como para ponerse en evidencia.

Pero lo que si puedo confirmar es que está más que interesado en tenerte como yerno. Y es
también un hombre de muchos recursos. –el
abogado abrió los brazos en un gesto de impotencia– O puede tratarse de cualquiera que no
puede soportar verte mezclado con un mestizo

como Potter, que además es el héroe que hundió su forma de vida.

Draco siguió con la vista fija en él, sumido en un helado mutismo.

- ¿Qué has averiguado de van Kaffman? –preguntó finalmente.

- No mucho. –admitió el abogado– Tendrás que darme un poco más de tiempo.

Pero Draco empezaba a tener la sensación de que si algo no tenía, era tiempo.

***

Desde el accidente, Draco estaba insoportable y Harry se sentía agobiado. Había tenido que
conformarse a no poder salir solo, esperando

con paciencia a que al rubio se le pasara la obsesión por su seguridad y la desmesurada protección
a la que le sometía. Después de todo, no

había sido para tanto. Unos cuantos rasguños, nada más. Podía pasarle a cualquiera, incluso a
alguien con visión perfecta.

Desgraciadamente, cada día había un montón de atropellos en Londres y ninguna de las víctimas
era ciega. No se cansaba de decirle que

sólo había sido cuestión de mala suerte. Pero Draco no atendía a razones.

- ¿Todo bien, Harry? –preguntó Pansy.

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- Aja. –el pequeño que tenía en sus rodillas pataleó un poquito, pero el Gryffindor le tenía bien
sujeto– Espero que no tarde en dormirse.

Al principio, cuando había empezado a acompañar a Hermione al hogar infantil se había sentido
incómodo y fuera de lugar. ¿Qué se

suponía que podía hacer él allí? Lo único que podía oír eran llantinas y correteos de pies pequeños
e impacientes. Y, sinceramente, eso le

ponía muy nervioso. Sin embargo, Hermione no le había hecho el menor caso, ignorando sus
protestas. Y cuando Pansy se había unido a

ella, poco después de que empezaran a frecuentarse gracias a la ocurrencia de Draco de hablar
con Remus, ya no había tenido manera de

escapar.
No dejaba de sorprenderle la tenacidad de ambas jóvenes en acudir a su cita semanal con el hogar
infantil. Después de todo, no hacía falta

verlas para saber que ninguna de las dos era un dechado de paciencia; era suficiente con lo que
Harry podía oír. Buena voluntad sí ponían,

no lo iba a negar. Pero había llegado a la conclusión que para enfrentarse a llantos, protestas,
gritos, papillas y pañales, hacía falta más

templanza que para hacerlo a un escuadrón de mortífagos.

Después de semanas de quedarse sentado en un rincón oyendo el guirigay y esperando a que


llegara la hora de irse, un día Hermione le

había colocado en el regazo a dos pequeñas fieras de no más de cinco años.

- Este es Harry Potter. –la había escuchado decir muy enojada– El que castigó al mago malo. Así
que si alguno de los dos se atreve a

hacerle enfadar, no quiero ni pensar en lo que os pueda hacer.

- ¡Herm! –había exclamado él, ofendido.

- Lo siento, Harry. Estoy desesperada. ¡Como se muevan, te juro que los petrifico a los dos!

Después, en vista de que esos dos granujillas iban a parar a su rincón jueves sí y jueves también y
harto de ser considerado una especie de

castigo para niños revoltosos, decidió que al menos tenía que encontrar una manera de
entretenerse. Él y sus fierecillas. Así que le pidió a

Draco que la próxima vez que fuera a Frankfurt a comprarle libros le trajera algunos cuentos
infantiles. A él nunca le habían contado un

cuento, aunque Dudley tenía muchos y sabía que tía Petunia se los leía de pequeño antes de
dormir. Por lo tanto, Harry se sentía bastante

perdido en el tema. Había escuchado los que le había traído Draco hasta aprendérselos de
memoria, aguantando con paciencia la guasa de

su compañero durante el proceso, unas veces con más disposición que otras.

- Yo quería ser auror, ¿sabes? –le había dicho en una ocasión con resentimiento, una noche que
Draco jugueteaba con él en la cama,

pidiendo que le contara un cuento para dormirse– ¡Pero ya ves! ¡Nunca planeé acabar contando
cuentos y soportando las burlas de quien

“se supone” me quiere tanto!

- Vamos, no te enfades, yo no me burlo, Harry. –había asegurado Draco intentando besarle– Si lo


encuentro adorable…
- ¡Vete a la mierda, Draco! –le había contestado de mal humor.

- Me has mandado a la mierda ya tres veces, amor.

- ¡Pues no te busques una cuarta!

Después de que Draco agotara las existencias de la tienda especializada en Frankfurt, Harry se
había dado cuenta de que en el mundo

mágico se habían escrito muchos tratados sobre hechizos y maldiciones, que incluso había libros
que mordían, o leyendas sobre criaturas

mágicas, pero pocas historias verdaderamente para niños. Así que no le quedó más remedio que
recurrir al mundo muggle.

- ¿Qué quieres aprender qué? –le había preguntado Draco, intrigado.

- Braille, Draco. Es un código que representa las letras mediante puntitos en relieve y se reconocen
con los dedos. Sirve para leer. –y

añadió para fastidiar– Lo inventó un muggle francés.

Casi pudo sentir como Draco fruncía el ceño.

- ¿Y para qué necesitas eso? ¡Nuestros libros hablan!

Él había dejado escapar un suspiro de pura resignación.

- Ya sé que los muggles no te gustan demasiado, Draco. Pero yo me crié entre ellos y no me
gustaría tener que renunciar también a eso.

Además, estoy a punto de terminar con Lou y tendré mucho más tiempo libre del que ya tengo.

Pudo haber añadido, cuanto más lejos de tu madre, mejor. Pero prefirió no echar más leña al
fuego. Hermione le había encontrado un

centro especializado y le había inscrito. Así que ahora los martes, aprendía a leer y a escribir en
Braille. Y los jueves, domaba fierecillas a

base de cuentos en el hogar infantil. Lunes y miércoles, para no ser menos, Pansy le llevaba de
tourneé por los comedores sociales que ella

patrocinaba. Y por primera vez, Harry empezó a pensar que podía hacer algo más que haber
aprendido a no tropezar con los muebles. Si

no hubiera sido por la presencia de Narcisa y lo maniático que estaba Draco últimamente, casi
hubiera dicho que era feliz.

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A pesar del accidente, Harry no podía acabar de entender aquella especie de paranoia que parecía
atacar a Draco cada vez que le decía que

tenía intención de salir; cosa que ya no podía ocurrírsele hacer si no era acompañado de alguien.

Todavía no se había atrevido a explicarle la propuesta que le había hecho Lou…

- ¿Sr. Potter?

Harry levantó la cabeza en dirección a la voz, rogando para que el pequeño en su regazo no
despertara… otra vez.

- ¿Sí?

- Le agradecería que entregara esto al Sr. Malfoy. –la mujer puso un sobre en su mano– Es el
presupuesto que nos pidió para las reformas

del comedor de los niños.

Sorprendido, Harry guardó el sobre en su bolsillo. Draco no le había mencionado que pensara
colaborar con el hogar infantil.

- Se lo daré. Gracias.

- Gracias a usted, Sr. Potter.

Llegó a la mansión a través de la chimenea del pequeño salón adyacente al comedor, acompañado
de Pansy. Ya casi nunca utilizaba la del

salón principal, porque Narcisa solía pasar muchas horas allí y prefería no tener el “placer” de
tropezar con ella. Se encaminó hacia el

despacho de Draco, seguro de que todavía le encontraría trabajando, dispuesto a arrancarle de sus
números y proponerle un paseo en

escoba a pesar del frío. Para algo se habían inventado los hechizos calefactores. Draco trabajaba
demasiado últimamente. Un apagado

rumor de voces a través de la puerta le indicó que su compañero no estaba solo y dudó si entrar.
Finalmente se decidió por llamar,

anunciando su presencia.

Cuando Potter entró en el despacho, Maveric no pudo dejar de notar la cálida sonrisa de Draco.
Igual a la que le había visto el día de

Navidad. Y sólo pudo pensar que era una lástima que las cosas fueran tan difíciles.

- Me han dado una carta para ti. –oyó que decía Potter.

- ¿Hemos terminado, Richard? –preguntó Draco mientras abría distraídamente el sobre.

- Sí. Si vienes mañana por la tarde a mi despacho, ya tendré la documentación preparada para
firmar. ¿Qué te parece sobre las cuatro? –el
abogado empezó a recoger sus papeles y a colocarlos en su portafolios mientras esperaba la
respuesta– ¿Draco?

Apoyado con ambas manos sobre la mesa, Draco lucía pálido y trastornado.

- Sí, a las cuatro estará bien. –dijo finalmente, mientras le alargaba una pequeña hoja de
pergamino que Maveric supuso había salido del

sobre que Potter acababa de entregarle.

En él, había una única y amenazadora frase escrita.

¿Se da cuenta de lo fácil que es llegar hasta él, Sr. Malfoy?

Ambos hombres se miraron. Draco con temor. Maveric con preocupación.

- ¿Quién te ha dado el sobre, Harry? –preguntó Draco, sin que su tono de voz permitiera que el
mago ciego pudiera adivinar su estado de

ánimo en ese momento.

- Una mujer del hogar infantil. –respondió éste tranquilamente. Después sonrió– No me habías
dicho que pensabas costear las obras del

comedor.

­ Bueno, lo estoy considerando… –su mirada se dirigió a Maveric nuevamente– Me gustaría hablar
con ella… ¿la reconociste por la voz?

- No, –negó– de todas formas no conozco a todo el mundo. –inmediatamente, extrañado,


preguntó –Además, ¿no hablaste tú ya con ella

primero?

- En realidad fue Richard. –improvisó el rubio.

- No te preocupes, Draco. –intervino el abogado, siguiéndole la corriente– Yo me ocuparé de esto.

***

Sin poder darle una razón consistente que le convenciera, Draco seguía siendo incapaz de retener
a Harry en casa sin tomar una actitud que

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para el moreno hubiera sido completamente irracional. De ninguna manera iba a angustiarle
confesando que el atropello no había sido

fortuito o que el presupuesto de las reformas del comedor infantil no era tal. Harry ya había
pasado demasiado para sobresaltarle ahora con
que la pareja que formaban no era del gusto de alguien y que ese desagrado se había convertido
en una agresión física directamente

dirigida hacia él. Ya tenía suficiente con la declarada desaprobación de Narcisa.

Aunque desde el principio no había querido involucrar a nadie más que a Maveric, al menos hasta
estar seguro de poder identificar a su

enemigo, finalmente había decidido recurrir a Blaise para salvaguardar a Harry durante las horas
que él no podía mantenerle vigilado.

Como esperaba, su amigo no se tomó demasiado bien que no hubiera confiado en él desde el
principio.

- ¿Por qué no acudiste a mí antes? –preguntó enfadado– ¿Acaso no sabes que siempre puedes
contar conmigo?

­ Ya me conoces… –se disculpó Draco– Pero no le digas nada a Pansy. –pidió– Está demasiado
encariñada con Harry y terminaría

contándoselo.

- Probablemente. –admitió Blaise– Bien, ¿qué quieres que haga?

- De momento, tener ojos y orejas atentos. ¿Seguís asistiendo a esas estúpidas cenas?

- No como antes. El grupo se ha reducido, ya lo sabes. Desde lo que sucedió en la tuya. –explicó su
amigo.

- ¿En quién confías? –preguntó Draco.

- En Greg y en Vincent, por supuesto. La actitud de los demás, a excepción de los tres que ya
sabemos, es bastante ambigua. Cuando lo de

Harry, ninguno se alegró especialmente, pero tampoco hubieran intervenido de haber estado
delante, ¿comprendes? Esa es mi opinión.

Draco asintió en silencio.

- ¿Sospechas de alguien? –interrogó Blaise. Hizo una pequeña mueca– Aparte de Theo.

- Sinceramente espero que Nott no esté involucrado en esto, Blaise. –dijo el rubio en aquel tono
que su amigo reconoció como el de “quien

se la hace a un Malfoy la paga”– Porque sólo necesito esto, –señaló la punta de su dedo– para
hacer de él puré de idiota.

Los dos se quedaron en silencio durante unos instantes, saboreando sus bebidas.

- Van Kaffman me preocupa. –prosiguió Draco– Hasta donde ha podido escarbar mi abogado, la
cosa no pinta demasiado limpia. Aunque
por supuesto, nada lo suficientemente escandaloso como para que pueda tener problemas.
Richard cree que podría estar interesado en

utilizar mis empresas para algún fin que todavía desconocemos. –dejó escapar un pequeño
suspiro­ Mientras sigan siendo mías…

­ Y tu matrimonio con Victoria le abriría las puertas… ­afirmó Blaise, pensativo.

Draco dejó escapar una pequeña carcajada despectiva.

- Demuestra ser bastante estúpido si cree que un simple matrimonio le abriría paso al patrimonio
de los Malfoy.

Draco apuró su copa y le hizo un mudo gesto interrogatorio con el vaso a su amigo. Blaise negó
con la cabeza. Él se sirvió un segundo

whisky.

- Después está mi madre. –dijo volviendo a sentarse con el vaso ya lleno– Hay momentos en que
no sé que papel juega realmente en todo

esto… Aparte de querer un nieto que asegure su bienestar económico, por supuesto.

- Tu madre pertenece a la vieja guardia, Draco. Sólo actúa como lo haría tu padre si estuviera vivo.

Draco sonrió con cinismo.

- Si mi padre estuviera vivo, a estas alturas o él o yo, ya habríamos pasado a mejor vida.

Blaise frunció el ceño en dirección a su amigo.

- Si tu padre estuviera vivo, seguramente muchas de las circunstancias que se han dado, nunca
hubieran tenido lugar. –replicó.

­ Seguramente… –acabó reconociendo Draco apenas en un susurro. Inmediatamente, añadió en


un tono más vivaz– Pero como no es el

caso, ciñámonos al presente. Hablaré con Greg y Vincent.

- ¿Y qué le vas a decir a Harry? Seguramente se preguntará por - qué de pronto, lleva
guardaespaldas.

­ Ya pensaré en algo…

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- ¿No sería más fácil que le contaras la verdad? –sugirió Blaise– Incluso sería más fácil protegerle
también.

- No creas que no lo he pensado. –admitió Draco– Pero Harry no puede ver, Blaise. No puede
saber si quién está a su lado va a ayudarle o
a hacerle daño. No puede defenderse de un hechizo, porque no puede ver una varita apuntándole,
ni intuir el movimiento que a ti o a mí

nos haría reaccionar y protegernos aún sin verla. ¿Hacia dónde o quién podría dirigir él un
Protego, si fuera necesario? –negó con la

cabeza– Saberlo sólo le causaría angustia.

Dejó escapar un profundo suspiro, recordando la conversación de algunas noches atrás, en la que
Harry no había podido ocultar lo que su

situación podía llegar a mortificarle a veces.

- El quería ser auror, ¿sabes? Ponte en su lugar e imagina su impotencia. Verse reducido a
depender de los demás cuando seguramente es

el mago más poderoso de nuestra generación. –Blaise asintió en silencio, comprendiendo el punto
de Draco– El camino recorrido hasta

ahora ha sido demasiado largo y difícil para verle perder la confianza que ha recuperado y le ha
devuelto las ganas de seguir adelante. No

quiero verle derrumbarse nuevamente, Blaise.

***

El joven discretamente mezclado con el gentío, sonrió. La reacción de Malfoy había sido tan
previsible… Como si todavía se encontrara

en sus años de escuela, había echado mano de sus antiguos “guardaespaldas” y éstos, como los
dos fieles perros guardianes que nunca

habían podido dejar de ser, se turnaban para acompañar a Potter a todas partes. Pero si con ello
creía que el mago ciego sería intocable,

esta vez el Príncipe estaba muy equivocado. Seguramente, sus dos ex compañeros de Casa
estaban advertidos, aunque no podía saber hasta

qué nivel. Era posible que, como en la escuela, no hubiera sido necesario que Malfoy les diera
muchas explicaciones. Ellos siempre habían

obedecido sin preguntar. Lo más probable es que estuvieran prevenidos contra hechizos y
maldiciones. Pero no contra lo que él había

ordenado utilizar. Un arma muggle. Lo que jodería todavía más a Malfoy. Había llegado el
momento de terminar con aquel asunto de

forma definitiva. Al caballero suizo se le estaba acabando la paciencia.

Las calles del pueblecito mágico estaban abarrotadas de magos y brujas de todas las edades, a
pesar del frío y la nieve que a principios de
febrero todavía las cubría. Era sábado por la mañana y muchos aprovechaban para hacer sus
compras, pasear y saludar a conocidos y

amigos a cada pocos pasos. Y para que el bullicio fuera total, coincidía con uno de los permisos
que Hogwarts concedía a sus estudiantes

de cursos superiores. Así que era casi imposible entrar en Honydukes para intentar comprar
aunque sólo fuera un caramelo de limón.

Vincent Crabbe dirigió una mirada enfurruñada al apetecible escaparate del establecimiento desde
la distancia. A sus 21 años seguía

siendo tan goloso y glotón como lo había sido siempre. Y en su fuero interno, deseó ser uno de
esos estudiantes que alegremente se

gastaba la paga en caramelos y chucherías. Como había hecho él a su edad, pensó con añoranza.

- Podemos entrar si quieres. –oyó que le decía Potter.

Vincent miró al mago que, aterido, permanecía pacientemente a su lado esperando a que dejara
de babosear a distancia y se decidiera de

una vez a entrar en la tienda o a seguir camino hacia las Tres Escobas.

- ¿De verdad no te importa? –preguntó el grandullón con voz ansiosa.

- No, no me importa. –confirmó Harry con un suspiro.

Después de una semana entera batallando con Draco y su paranoia de que debía ir acompañado a
todas partes, se había dado por vencido.

Ahora hacía dos que iba prácticamente colgado del brazo de los ex guardaespaldas de su pareja,
sin poder dejar de verle la ironía. En el

pasado había tenido que protegerse de ellos y ahora le protegían. Maldijo en silencio una vez más
la obsesión de su compañero y la

devoción de esos dos por complacerle.

Por más que había intentado hacerles comprender, la semana pasada a Goyle y ésta a Crabbe, que
no hacía falta que apartaran a la gente a

su paso, ni que le llevaran prácticamente de la mano como si fuera un niño, no lo había logrado. Lo
trataban como si estuviera hecho de

cristal y fuera a romperse en cualquier momento. Harry estaba desesperado. Y muy molesto con
Draco.

- ¡Apartaos!

- ¡Por el amor de Dios! –gimió Harry mientras era envuelto por el brazo talla extra grande del
Slytherin e introducido en Honeydukes casi
en voladas.

Oyó las airadas protestas de los que debían haber sido retirados sin muchas contemplaciones y
luego los murmullos apagados a su

alrededor. Sintió un incómodo calor en la cara producto del bochorno que en ese momento estaba
sintiendo. Tenía que hablar muy

seriamente con Draco.

- ¿Estarás bien aquí, Harry? –oyó que preguntaba la voz de Crabbe.

Se limitó a asentir, intentando ignorar los cuchicheos que le rodeaban.

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Media hora después, abandonaban la tienda con una buena carga de dulces, que Vincent
custodiaba tan celosamente como al propio Harry.

A diferencia de en su época de estudiante, el goloso Slytherin no pensaba tocar su azucarada


mercancía hasta llegar a casa. Sabía que tenía

que cuidar de Potter sin distraerse. Draco le había dicho que era muy, muy importante para él. Y si
era importante para Draco, lo era

también para Vincent. Seguiría apartando gente y protegiéndole a pesar de las protestas del mago
ciego.

Vincent Crabbe podía parecer una inmensa mole de carne sin demasiado cerebro, a quién a
primera vista cualquiera hubiera tachado de

bobalicón, corto de miras. Pero no lo era. En ese momento habría podido enumerar con exactitud
cuántas personas se habían acercado a

Harry en la tienda; cuántas de ellas eran adultos y cuántas niños; y de ellos, cuántos del sexo
masculino y cuántos del femenino. En ningún

momento había presentido un peligro real para Potter, aunque había mantenido durante todo ese
tiempo un ojo en los dulces y el otro en su

protegido.

- Es temprano aún. –dijo observando a su alrededor con sus ojos pequeños y despiertos, mientras
caminaban por la calle principal de

Hogsmeade– ¿Quieres que paseemos un rato? ¿O necesitas comprar alguna cosa más?

- No, gracias. –rechazó Harry amablemente– Prefiero esperar a Draco tomando algo caliente.
Deseaba llegar cuanto antes a las Tres Escobas y encerrarse en el privado que Madame Rosmerta
reservaba siempre para Draco y para él

cuando iban a su establecimiento, lejos de miradas curiosas y constantes saludos.

- Buena idea. –se avino Vincent– Una copa de hidromiel caliente con especias me vendrá bien.
¡Odio la nieve!

Sus mano enguantada asió con un poco más de fuerza el brazo de Harry y éste hizo una mueca
resignada. No había manera de hacerle

entender al chicarrón que para él era más fácil y más seguro ser quien le cogiera a él del brazo.
Pero al parecer, Crabbe tenía la sensación

de que sólo si le machacaba la ya dolorida extremidad y le mantenía pegado a su lado, Harry sería
capaz de caminar con más seguridad.

Sin embargo, el mago ciego ignoraba que aquel último apretón que le había clavado de forma tan
incómoda al rollizo cuerpo de su

acompañante, en ese momento no era fruto de la casualidad. Como Vincent tampoco consideraba
que lo fuera la presencia de un hombre

moreno, algo bajo de estatura pero de complexión fornida que estaba seguro haber visto ya al
menos en un par de ocasiones. La primera

cerca de la librería, dónde había acompañado a Potter en busca de unos libros. ¿Para qué querría
Potter libros si no podía leerlos? La

segunda, cuando salieron de Honeydukes, parado en medio de la calle, hablando con otro mago.
Ahora estaba en la entrada de las Tres

Escobas, apoyado junto a la puerta, leyendo un ejemplar de El Profeta.

Vincent tenía buena memoria para las caras. Tal vez nunca hubiera podido memorizar una lección
de Historia de la Magia correctamente,

porque le aburría sobremanera. O hubiera necesitado ayuda en Herbología, porque confundía los
nombres de las plantas que la Profesora

Sprout les mostraba durante sus clases. Pero jamás, jamás olvidaba un rostro.

- ¿Te importa si nos desviamos a la oficina de correos? –preguntó dando un giro brusco que hizo
trastabillar a Harry– Tengo que enviar

una lechuza.

- ¡Oye! –protesto Harry, irritado– Si vas a girar, avísame, porque…

Lo siguiente que supo era que el aire se vaciaba bruscamente de sus pulmones, aplastado contra la
dura nieve de la calle por la inmensa

mole que era el cuerpo de Vicent Crabbe.


***

Harry yacía desnudo en la cama, atento a los sonidos que le llegaban de la suave fricción de ropa
abandonando el otro cuerpo y cayendo al

suelo. No poder ver a su amante siempre le producía una mezcla de frustración y excitación. Sintió
el colchón hundirse por el peso de su

compañero, a su lado. Sus labios se entreabrieron, anticipando la bienvenida a los que no


tardarían en posarse sobre los suyos.

Deseándolos. Aun más, anhelándolos. Aguardando impaciente la degustación de aquella mezcla


de menta y tabaco, que les conferían su

sabor único. Sabor a Draco.

Sin embargo, una mano de dedos largos y delgados asió su tobillo y alzó su pierna, apoyando su
pie contra un pecho firme y fuerte. Lo

siguiente que percibió fue el aliento cálido vertiéndose sobre sus dedos y la humedad de la boca,
cerrándose sobre ellos. Jadeó con

sorpresa y después extendió sus brazos, tal como un Cristo muggle, abandonándose a aquella
nueva y placentera sensación. La boca

abandonó sus dedos y mordisqueó el empeine del pie, para seguir recorriendo camino a pequeños
mordiscos hasta el tobillo y después la

pantorrilla. Harry sintió un pequeño tirón y como era arrastrado sobre la sábana para acabar con
su pierna sobre el hombro de su amante y

sus nalgas sobre sus rodillas, pegadas al cálido vientre. Los labios de Draco empezaron a descender
por el interior de su muslo, besando y

lamiendo, agitándole las entrañas con un fuego vivo y ardiente cuando llegó a la ingle. Sintió como
la recorría con la lengua lentamente

varias veces, arriba y abajo, arriba y abajo y como el roce de su mejilla sobre sus testículos no
ayudaban en mucho a los denodados

esfuerzos que estaba haciendo para seguir controlando su intenso deseo.

- Estas ya muy duro, león. –el suave ronroneo de Draco resbaló sobre su vientre, que onduló hacia
la cálida ráfaga de su aliento.

Sin poder hacer otra cosa que gemir y perder la respiración, Harry sintió las manos de Draco
deslizándose por debajo de sus nalgas. Las

masajeó suavemente durante un rato y después las amasó con un poco de rudeza, separándolas y
oprimiéndolas, deslizando sus dedos

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pulgares entre ellas, frotando su entrada sin penetrarla, tan solo volviéndole loco de ganas.

­ Draco, por el amor de Dios… –suplicó frenéticamente agarrado a la sábana.

Como respuesta, el rubio abandonó sus nalgas para alzar su otra pierna colocarla también sobre su
hombro y empezar a torturar la sensible

piel de su muslo nuevamente, raptando su lucidez y vertiéndola en un pozo de sensaciones cada


vez más profundo

- Dame tu mano. –oyó que le pedía Draco.

Y él, procurando dominar los temblores de su cuerpo la extendió hacia delante. Draco la tomó
para llevarla hasta su propio pene, rígido e

hinchado y deslizar la mano de su amante lentamente sobre él.

- Siéntelo, Harry. –jadeó ahora el rubio– Está duro… y erecto… por ti…

El moreno, sin soltar el miembro erguido que tenía en su mano, levantó con impaciencia sus
caderas y lo llevó hasta su entrada, frotando

suavemente el glande sobre ella, arrancando un desesperado gemido de su dueño.

­ Por lo que más quieras… ­le urgió.

Harry sintió como sus piernas se doblaban bruscamente hacia atrás, hasta chocar contra su pecho;
la fuerte embestida que le siguió, le

arrancó un gemido gutural y profundo, tan brutal como la acometida de su amante.

­ No te detengas… –suplicó con voz ahogada después– …sigue…

Oía los jadeos fuertes y ansiosos de Draco, entremezclados con los suyos; sentía su aliento batir
contra su hombro en exhalaciones cortas y

rápidas; su pecho húmedo resbalar sobre el suyo, mezclando sus sudores; su vientre friccionar
sobre su erección, a punto de estallar; sus

testículos chocando contra sus nalgas, embistiéndole con un ritmo frenético, casi feroz.

­ Así es como lo quieres, león… duro… rápido…

Harry enloquecía cuando Draco le poseía de aquella forma. Y el rubio lo sabía. Cuando llevaba
todas sus sensaciones al límite. Cuando

exaltaba su piel hasta el extremo; hasta el borde del delirio sensorial que el moreno era capaz de
soportar. Su boca fue por fin asaltada con

ganas, devorada y recorrida con lujuria de amante hambriento. El familiar hormigueo recorrió
todo su cuerpo, concentrándose con
intensidad en su vientre, descendiendo hasta su miembro, acumulando aquel picor que ardió en
su punta previo a la potente eyaculación

que sacudió todo su cuerpo.

Después advirtió como los dedos de Draco se clavaban con fuerza en sus caderas, la última
embestida firme y profunda, el grito ronco que

acarició su oído, los espasmos que temblaron sobre su vientre y finalmente, el cuerpo sudado y
aun tembloroso que cubrió el suyo.

- Creí que esta vez me daría un ataque al corazón. –murmuró Harry mordiendo levemente el
hombro que encontró junto a su boca.

El suave cabello de Draco cosquilleó sobre su cuello antes de que los labios del rubio llegaran
hasta los suyos.

- ¿Has disfrutado? –preguntó besándole despacio, acariciando suavemente su mejilla.

Harry sonrió.

- ¿No me has oído? –dijo en tono juguetón– Porque yo si te he oído a ti.

Draco sonrió también. Pero su sonrisa era triste. Lo único que le consolaba era que Harry no podía
verla. Reposó su cabeza sobre el pecho

del moreno y dibujó con un dedo pequeños círculos sobre el pezón todavía erecto.

Las palabras de Maveric martilleaban todavía en su cabeza. No habían dejado de hacerlo a cada
segundo desde el día en que casi había

perdido a Vincent también. Esto no tendrá un final feliz para el Sr. Potter si persistes en
mantenerle a tu lado, Draco. Olvídate de lo que

te dije sobre la tutoría permanente. Las cosas han tomado ahora un cariz diferente. Si le amas
tanto como parece, tal vez deberías

plantearte alejarle de ti lo antes posible.

- Te amo, Harry. –expresó apenas en un susurro– Nunca lo olvides.

Continuará...

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Capítulo X por Livia

Notas del autor:


Disclaimer: Ya me gustaría, pero a parte de los personajes que han surgido de mi imaginación los
demás no

son míos.

CAPITULO X

Una vez más estaba al otro lado de la calle, contemplando la ventana a través de cuyas cortinas
corridas sólo podía ver a contraluz la

silueta que de vez en cuando la cruzaba. Lupin había sacado la basura hacía apenas un rato, con
aire taciturno. Sus amigos, como cada día,

habían acudido a visitarle al final de la tarde, al salir del trabajo. No habían fallado ni un solo día
desde que Harry se había trasladado a su

nuevo apartamento. A él no había logrado verle. Tenía la impresión que el moreno no había
puesto un pie fuera de la vivienda en todo el

mes que hacía que vivía en ella. Draco dio la última calada a su cigarrillo y con gesto derrotado tiró
la colilla al suelo, aplastándola

lentamente con el pie. La apartó de una pequeña patada hasta hacerla caer de la acera, pisoteada
y deshecha. Como él.

Lo peor había sido verle quedarse quieto y callado, como un año antes. Como si hubiera vuelto a
emborrachar sus sentidos con aquella

poción que había inhibido sus fuerzas y aletargado su razón. Solo una vez, una sola, Harry había
extendido su mano hacia él. Seguramente

tratando de comprender. Pero él había apartado la cara, dejando su gesto acariciando el aire.
Después, el brazo del moreno se había

desplomado vencido, entendiendo que no obtendría comprensión alguna.

Draco le había dejado marchar sin más explicación que la de que el año había terminado. Que la
tutela volvía al Ministerio y que era mejor

que sus vidas tomaran caminos distintos a partir de ese momento.

Por supuesto, ahora tenía que protegerse de un licántropo furioso y un pelirrojo deseoso de
echarle sus manazas al cuello. Seguramente

Granger tramaba algo mucho más retorcido.

Había sido cruel, pero necesario. El abandono de su amante tenía que parecer real y sólo lo sería si
el propio Harry creía que lo era. De

haber sabido la verdad, el Gryffindor no habría aceptado separarse de él. Habría acudido a sus
amigos, a los aurores, al mismísimo
Ministro si hubiera hecho falta. Le habría dejado encerrarle en su habitación si con ello Draco se
hubiera sentido más tranquilo. Sin

embargo, el Slytherin no estaba convencido de que ni tan sólo su mansión fuera segura. Como no
lo estaba de su madre, demasiado

apegada a van Kaffman. Y lo que Draco menos necesitaba era un escándalo. Más teniendo en
cuenta el tipo de personas que adivinaba

estaban detrás de aquellas notas. Las que habían marcado el principio de aquel forzado paréntesis
en su relación con Harry. No estaba

dispuesto a poner en peligro a la única persona que había amado en toda su vida. No por
problemas que le atañían única y exclusivamente

a él. Por culpa de su padre y sus delirios de procreación para preservar su apellido. Confiaba en
que Harry seguiría adelante durante el

tiempo que tardara en resolver aquel asunto y pudiera volver a buscarle, arropado por Lupin, el
cariño de sus amigos y de la familia

Weasley. No estaría solo. De eso Draco estaba seguro. Era lo único que aliviaba un poco el nudo
que oprimía su corazón desde el día que

había tomado la difícil decisión. Harry tenía amigos que le querían y daba gracias a Merlín por ello.

A él, Pansy apenas le dirigía la palabra.

Cabizbajo, deambuló por la calle esperando que el tránsito de muggles disminuyera y encontrar un
rincón discreto donde poder

desaparecer. Seguramente lo haría en el mismo callejón de cada día, abrigado entre las sombras
de contenedores de basura y de los

montones de cajas apiladas contra las desconchadas paredes, en las que se abría la puerta de
atrás de lo que durante el día era una

concurrida verdulería.

De todas formas, no pensaba quedarse mucho más en Londres. Volvería temporalmente a Zürich
en cuanto acabara de dejar las cosas

arregladas en la capital inglesa. Pensaba abandonar sus negocios en manos de Maveric, hasta que
“esa” última voluntad de su padre, se los

quitara de las suyas definitivamente. Le dolía, porque había invertido mucho esfuerzo y dedicación
en ellos. Habían sido su vida, su gran

amor durante mucho tiempo. Pero ya no le preocupaba. Nunca le había quitado el sueño el poder
quedarse sin nada. Porque un Malfoy,

conservando o no los derechos que por cuna le correspondían, jamás vería la miseria ni de lejos. Y
sospechaba que él o los autores de las
anónimas notas también lo habían comprendido así cuando Draco no había hecho ningún esfuerzo
por proteger sus intereses. Cuando no

había corrido a echar inmediatamente a Harry de su vida y a casarse con la heredera van Kaffman
para salvaguardarlos.

A su abogado, Draco nunca le había hablado de los bancos muggles suizos, -secreto que formaba
parte de esa faceta íntima y escondida

que todo Malfoy tiene- aunque era de ingenuo pensar que no los conocía.

La banca suiza había sido uno de los grandes descubrimientos de Draco. Y quizá, por primera vez
en su vida, había sentido cierto aprecio

por algo muggle.

Los banqueros suizos tenían que mantener de un modo estrictamente confidencial cualquier
información sobre un cliente o su cuenta. Este

secreto bancario se encontraba entre los más estrictos del mundo muggle y tenía su origen en una
antigua tradición histórica de más de 300

años de antigüedad. La legislación suiza establecía que cualquier banquero que revelara
información sobre su cliente sin su

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consentimiento, se arriesgaba a pasar varios meses en prisión. Las únicas excepciones a estas
normas estaban relacionadas con delitos

graves para los muggles, como eran el contrabando de armas o el tráfico de drogas. Sin embargo,
el secreto bancario no se levantaba por la

evasión de impuestos. Y se debía al hecho de que no declarar unos ingresos o unos activos no se
consideraba delito en Suiza. Así pues, ni

el gobierno suizo, ni cualquier otro gobierno (el mágico incluido), podía obtener información sobre
la cuenta bancaria de un cliente.

Primero había que convencer a un juez suizo, muggle por supuesto, de que se había cometido un
delito grave que podía ser penado por el

Código Penal de aquel país.

Y lo más interesante, era que el secreto bancario nunca se levantaría por cuestiones privadas
como podían ser herencias o divorcios, si el

cliente había mantenido su información bancaria de forma estrictamente confidencial. Los


demandantes eran los que tenían que demostrar
que la cuenta existía, si querían que un juez aceptara la demanda. A ese respecto, las cuentas
numeradas ofrecían el máximo de

confidencialidad.

Y Draco Malfoy, ahora tenía tres. La segunda para que Narcisa no quedara desamparada cuando
fuera desheredado. La última a nombre de

Harry Potter, para asegurarle al Gryffindor un futuro de bienestar si las cosas se complicaban para
él, en la que el Ministerio de Magia

jamás podría poner sus manos.

Los beneficios de los negocios muggles que todavía tenía en Suiza estaban desviados a esas
cuentas. Sociedades anónimas en las que no

aparecía el apellido Malfoy por ningún lado, de las que nadie podría sospechar.

El Slytherin pensaba desaparecer el tiempo suficiente como para que se olvidaran de él, durante el
cual aprovecharía para retocar los

últimos detalles de su plan para establecerse en Estados Unidos. Después, volvería a buscar a
Harry. Y a expensas de saber que el corazón

del moreno estaría tan roto como el suyo, esperaba que fuera capaz de comprender y perdonarle.

***

No podía negarse que el jodido Malfoy tenía buen gusto, pensó Ron. El apartamento,
convenientemente situado en una planta baja, era lo

suficientemente grande como para que dos personas vivieran holgadamente en él. La distribución
de espacios había sido pensada y creada

para una persona invidente. Ningún mueble entorpecía el paso y todo estaba al alcance de la
mano, de forma que su propietario sólo

tuviera que extenderla para encontrar lo que estuviera buscando. Las puertas, en lugar de abrirse
hacia dentro, o hacia fuera, eran

correderas y se escondían en el interior de la pared, encantadas para que se apartaran en cuanto


alguien se acercaba ellas. Hechizos

similares tenían las ventanas, las puertas del armario del dormitorio, la alacena o los armarios de
la cocina.

Aunque el detalle más inesperado, el que les había dejado a todos sorprendidos, especialmente a
Lupin, era el pequeño sótano, que a todas

luces había sido añadido a la vivienda original. Para acceder a él había que atravesar una gruesa
puerta de acero, escondida tras otra de
madera, pesada de mover manualmente pero que Harry podía abrir y cerrar con un
encantamiento de voz. Una escalera no muy larga daba

acceso al lugar. A un metro más o menos del último escalón, a la derecha, se alzaba una fuerte
reja, de pared a pared, tras la cual se había

colocado una cama y una alfombra. La reja se cerraba cuando alguien entraba en el recinto, siendo
imposible salir hasta que ésta se abría

por sí sola a primera hora de la mañana, dejando libre a quien estuviera dentro. Por lo visto,
Malfoy temía que Lupin pudiera olvidarse de

tomar la poción matalobos algún día.

Si, el Slytherin había pensado en todo, se dijo Ron con resentimiento. Sus ojos, del mismo azul que
un cielo de verano, se desviaron hacia

la butaca donde Harry se había sentado después de comer. Tenía puestos los auriculares y
escuchaba música una vez más. Harry ahora

hablaba poco y el pelirrojo maldijo nuevamente al hurón por ello y rogó a Merlín por millonésima
vez que le diera la oportunidad de

echarle la mano encima y arreglarle las cuentas a la maldita serpiente. Porque Harry tampoco
sonreía. Había sido tan gratificante verle

hacerlo otra vez, meses atrás. Le había visto más feliz de lo que jamás pensó que volvería a verle
desde esa tarde de agosto. Harry también

prefería estar solo la mayor parte del tiempo. Aunque no lo lograba, porque ninguno de sus
amigos estaba dispuesto a darle el gusto.

Tampoco había querido quedarse con Remus hasta final de curso en Hogwarts, así que cada tarde,
terminadas las clases, el Profesor de

DCAO llegaba al apartamento a través de la chimenea del salón-comedor y volvía a marcharse a


primera hora de la mañana para atender

sus clases.

A nadie le gustaba que Harry se quedara solo durante todas aquellas horas, por lo que la Sra.
Weasley se asomaba a la chimenea siempre

que podía para comprobar que todo iba bien. También Lou había tratado de animarle con el
proyecto con el que Harry había estado tan

entusiasmado pocas semanas antes. La terapeuta le había convencido de su capacidad para


ayudar a otras personas con el mismo problema

que él. Con un curso de formación previa, pero sobre todo, basándose en su propia experiencia,
Harry podía enseñar y apoyar a magos o
brujas que, como él, tuvieran que aprender a desenvolverse en la oscuridad. Sin embargo, el
moreno se había negado a iniciar la

preparación que Lou había planeado para comenzar en apenas una semana, aduciendo a que en
ese momento no se sentía capaz de ayudar

a nadie. También había dejado colgado el aprendizaje del sistema Braille, aunque le había
prometido a Hermione retomarlo en cuanto se

sintiera con más ánimos.

De hecho, los esfuerzos de Harry en ese momento estaban concentrados en una sola cosa: en
tratar de no hundirse. Quería odiar a Draco,

pero no podía. No conseguía dejar de amarle ni que al mismo tiempo dejara de dolerle el corazón.
Sólo necesitaba tiempo, se había dicho.

Tiempo para que doliera menos y acabara sólo por sentir aquel amortiguado resquemor, como
con tantas otras cosas en su vida. El paso de

los meses y la ilusión de un nuevo amor habían borrado el recuerdo de Roger. Pero Harry sabía
que jamás olvidaría a Draco.

Un audible suspiro hizo que Ron desviara la mirada del tablero de ajedrez mágico, al sillón donde
estaba Harry. El pelirrojo estaba

jugando una partida contra las blancas e iba ganando. Molly, Hermione y Ginny se habían ido de
compras y había sido imposible

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convencer a Harry de que las acompañara. Aunque sólo fuera para airearse. Remus tenía junta de
evaluación en Hogwarts. Así que Ron se

había ofrecido a quedarse con él hasta que Lupin regresara. Librándose, tenía que reconocer, de
una fastidiosa tarde de tiendas. Se levantó,

no sin antes echarle una mirada de advertencia al alfil blanco, que parecía tener intención de
moverse en cuanto él perdiera de vista el

tablero.

- ¿Te apetece un té? –preguntó sacando un auricular de la oreja de su amigo.

- Vale. –respondió éste en tono lacónico.

Ron se dirigió hacia la pulcra cocina para prepararlo.

***
Hermione había llegado esa mañana al trabajo todavía ojerosa, con la resaca de las dos noches en
vela pasadas en el hospital mágico a base

de inquietud y café. Para su desespero, había tenido que sortear algunos periodistas que la
esperaban en el Ministerio para obtener alguna

nueva noticia sobre el estado de Harry Potter y atravesar el atrio casi a la carrera. Cuando
finalmente había logrado llegar a su despacho y

encerrarse en él, se sentía agotada.

No quería ni pensar lo que hubiera sucedido si Remus no hubiera acabado con la junta de
evaluación mucho antes de lo previsto y

regresado más temprano al apartamento que ahora compartía con Harry. Todavía nadie entendía
como había podido quedarse encendido el

gas de la cocina sin que Ron se diera cuenta. Cuando el pelirrojo había despertado, ya en San
Mungo, aseguró recordar haber cerrado el

mando de la cocina al retirar la tetera del fuego. Y Hermione sabía que Ron no era tan descuidado
como para olvidarse de algo así. Sin

embargo, cuando Remus había llegado al apartamento, Harry y él habían inhalado gas suficiente
como para que estuvieran los dos a un

paso de abandonar este mundo.

La joven sacudió levemente la cabeza, intentando apartar de ella pensamientos inquietantes y se


sentó tras su mesa de trabajo. Después de

todo, gracias a Dios, Ron y Harry estaban bien y seguramente les darían el alta al día siguiente.
Miró con desánimo la pila de pergaminos

que había dejado pulcramente amontonados el viernes pasado y que hoy, martes, todavía la
esperaban para despacharlos. Se dijo que tal

vez trabajar un poco le distraería del recuerdo del pelirrojo que había dejado en el hospital,
peleando con su madre porque no le dejaba

vestirse y marcharse ya de allí.

Al poco rato, Hermione estaba ya tan concentrada en su trabajo que no se dio cuenta del
transcurrir de las horas. Era casi mediodía cuando

oyó la puerta de su despacho abrirse y levantó la vista airada, dispuesta a echar a cajas
destempladas a quien osaba interrumpirla. Sin

embargo, la voz murió en su garganta cuando bajo el marco de la puerta se encontró con la única
persona que pensó no volvería a ver.

- Tienes mucho valor presentándote aquí, Malfoy. –dijo al fin, saliendo de su estupor.
Draco cerró la puerta a sus espaldas y se sentó en una de las dos sillas que había frente a la mesa
de Hermione, sin esperar invitación.

- ¿Cómo está? –preguntó.

La voz de Malfoy sonó sinceramente preocupada. Hermione dejó la pluma cuidadosamente en el


tintero y cruzó las manos sobre la mesa,

dirigiendo a su inesperado visitante una mirada resentida.

- Seguramente mañana les darán el alta. –dijo secamente– Y por si estabas pensando en ir a verle,
no creo que sea una buena idea. –le

advirtió.

Malfoy negó con la cabeza.

- No, no era en eso en lo que pensaba. –Draco tomó aire y enfrentó la dura mirada de Hermione–
He venido porque necesito tu ayuda.

Ella puso cara de incredulidad y después de desconfianza. Pero esa era la reacción que Draco ya
había esperado.

- No creo que a Weasley se le olvidara cerrar el gas. –habló antes de darle tiempo a Granger a
decir nada más– Tampoco el atropello de

Harry fue un accidente casual.

Hermione observó como el rubio rebuscaba en el interior del bolsillo del elegante traje que llevaba
bajo la túnica y extraía de él unos

pergaminos cuidadosamente doblados, que le tendió. Ella los tomó intrigada. Después de leer las
tres notas, miró a Draco con expresión

confundida.

- ¿De qué va todo esto, Malfoy? –preguntó sintiendo como los nervios que habían atacado su
estómago el pasado fin de semana, volvían a

cebarse en él.

Draco estaba en Zürich cuando leyó la noticia en el periódico mágico suizo. En ningún momento
tuvo la menor duda de que aquel

accidente casero del héroe ciego y su amigo no podía ser fruto del despiste o la mala suerte.
Demasiada causalidad, se había dicho con

rabia. Después de todo, alejarse de Harry no parecía haber servido de nada. Entonces, la idea le
había golpeado de repente, y su

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privilegiado cerebro había iniciado una actividad ardua y frenética sopesando todas las ventajas y
los inconvenientes del audaz plan que

iba tomando forma en su mente. Y, aunque para su amargura, algunos de los inconvenientes le
afectaban directamente a él, estaba

firmemente dispuesto a seguir adelante. Otra cosa que le disgustaba era tener que compartir su
plan, porque, al menos para una parte de él,

necesitaba ayuda.

Así que, muy a su pesar, no le quedó más remedio que destapar ante una extraña como era
Granger intimidades de su familia, que hubiera

preferido guardar sólo para sí, para poder conseguir esa colaboración.

­ Entonces, apenas falta un mes para que se cumpla el plazo… –Hermione no pudo evitar usar
cierto tono malicioso– ¿estás a punto de

quedarte sin un knut, Malfoy?

Draco suspiró con paciencia.

- No soy tan estúpido, Granger. –respondió con cierta prepotencia– ¡Por supuesto que no voy a
quedarme en la miseria!

Ella sonrió por primera vez.

­ Costaba imaginarlo… ­y después frunciendo el ceño, acusó– Pero han estado a punto de matar
tres veces a Harry por tu culpa. Y de paso

a Ron.

Draco aguantó estoicamente la severa mirada de la Gryffindor. Asintió en silencio, asumiendo con
ese gesto su parte de responsabilidad.

­ Supongo que piensas hacer algo al respecto… –dijo ella ante ese silencio– Alejarte de Harry no ha
servido para nada, Malfoy. E irte con

él a Estados Unidos sólo sería una solución temporal que no resolvería la raíz el problema. Le
utilizarán para vengarse de tu decisión de

todas formas. Y de paso de él. Es estúpido pensar que no haya quien todavía le guarde
resentimiento por haber matado a Voldemort.

Si tu supieras, pensó Draco en ese momento. Estaba seguro de que Harry no había contado nunca
a sus amigos lo sucedido con Nott

durante aquella cena en su casa. Claro que lo de la enfermera, el Gryffindor no podía recordarlo…
- Esa es la razón por la que estoy aquí. –declaró.

- Puedo ayudarte a ponerte en contacto con los aurores. –ofreció Hermione, más relajada al
comprobar que Malfoy estaba dispuesto a

entrar en razón– Conozco a bastantes. Empezando por Ron. Y si se trata de proteger a Harry…

- No. –la cortó él con impaciencia– Mi idea es otra. Por eso necesito tu ayuda.

Hermione le dirigió una mirada recelosa. Malfoy tenía una expresión de fuerte determinación en
su rostro, y sospechó que fuera lo que

fuera lo que iba a escuchar a continuación, el Slytherin lo había meditado cuidadosamente.

- Nadie se atrevería a meterse con Harry si no estuviera ciego, ¿cierto? –dijo Malfoy y ella asintió
lentamente– Nadie lo haría si supiera

que iba recibir con toda seguridad una poderosa maldición a cambio. Porque Harry podría
defenderse. No estaría a expensas de un bastón

y de la confianza “ciega” en los que tiene a su alrededor.

- Pero Harry es un invidente, Malfoy. –le recordó Hermione– Y por desgracia eso nadie lo puede
cambiar ya.

- ¿Estás segura?

Ella se le quedó mirando, confundida, sin comprender de momento por dónde iban los tiros.

- Si no recuerdo mal, la Mb. Arashi me explicó en su momento que la cabeza de Harry había
golpeado contra algo que había lesionado

irreversiblemente su corteza cerebral, en el área de la visión. –Hermione asintió– La caída que


provocó ese golpe, tuvo que suceder

después o como mucho al mismo tiempo que se producía la muerte del Señor Oscuro. Porque
sería ridículo pensar que éste no hubiera

aprovechado para matarle cuando tenía a Harry en el suelo, seguramente inconsciente.

­ Es de suponer… ­aceptó la Gryffindor, intrigada por saber a dónde quería llegar Malfoy.

­ Imagina sólo por un momento, que Harry no llegara a golpearse la cabeza…

Hermione pestañeó intrigada, sin dejar de notar la expresión cada vez más entusiasmada de
Malfoy.

- Que pudiera evitarse que ese golpe llegara a producirse…

Los ojos de Draco brillaban ahora con la emoción que esa esperanza le producía y los clavó en la
joven frente a él con ansiedad, esperando

que la famosa inteligencia de ella la ayudara a llegar a la conclusión que él esperaba, sin su ayuda.
Al cabo de un momento, los ojos
castaños de Hermione se abrieron enormemente, al tiempo que su boca.

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- ¿Estás sugiriendo…? ¡Eso es impensable, Malfoy! –exclamó.

El sonrió con suficiencia.

- ¿Por qué? –preguntó, dispuesto a rebatir todos y cada uno de los argumentos que ella pudiera
darle.

Hermione siguió mirándole con estupefacción.

­ Porque… ¡es imposible! –volvió a repetir moviendo las manos como si quisiera apartar esa idea
de ella.

- Tú podrías sacar uno. –le dijo con una sonrisa maliciosa Draco– Estoy seguro de que sabes cómo.
–después señaló la puerta, aludiendo al

rótulo que estaba serigrafiado en ella– Departamento para la Investigación de Nuevas Aplicaciones
de la Magia. Eres la jefa…

- ¿Te has vuelto loco? –casi le gritó la castaña.

- No, Granger, nunca he estado más cuerdo.

Se miraron en silencio, calibrándose el uno al otro.

- Hablas en serio, ¿verdad? –dijo por fin Hermione casi en un susurro.

Draco asintió.

- ¿Te das cuenta de lo peligroso que puede ser? –el Slytherin volvió a asentir– ¿Te das cuenta de
que si, sin querer, cambiáramos algo que

impidiera que Harry acabara matando a Voldemort, estaríamos cambiando también nuestro
presente por una pesadilla que apenas estamos

superando?

- Sólo hay que evitar que Harry se golpee, nada más. –insistió Draco, tan convencido que la
castaña empezaba a sentir que sería difícil no

sucumbir ante la idea.

- ¡Pero no sabemos en qué momento sucedió eso, Malfoy! –siguió resistiéndose a pesar de todo
Hermione, aporreando nerviosamente la

mesa con las manos.

- Pero podemos averiguarlo.


Hermione le miró exasperada. El Slytherin estaba decidido a hacerlo, no le cabía la menor duda.

- No sé si has pensado en algo, Malfoy. –dijo intentando tranquilizarse, adoptando su mejor tono
de erudita sabelotodo– Si bien estaríamos

cambiando el futuro de Harry, también irremisiblemente el tuyo. Y parte del de todos sobre
quienes Harry tiene influencia. –le dirigió una

mirada penetrante– En el supuesto de que lo lográramos, –Draco se dio cuenta de que estaba
utilizando el plural y no pudo evitar esbozar

una pequeña sonrisa de triunfo– Harry nunca viviría en tu casa, nuca llegaría a conocerte como lo
ha hecho. Jamás iba a enamorarse de ti.

Vuestras vidas no iban a cruzarse porque no habría ningún motivo para ello, ¿comprendes? No
sabemos cuál es la alternativa de futuro de

Harry si no se hubiera quedado ciego. Pero apostaría a que no es estar a tu lado, perdidamente
enamorado de ti.

Draco se quedó en silencio. No cabía duda de que a Granger le gustaba llamar a las cosas por su
nombre. Un velo de tristeza cubrió sus

pupilas plateadas durante unos segundos, oscureciéndolas y apagando el brillo del entusiasmo
que las había iluminado un poco antes.

Hermione se preguntó si no habría sido demasiado cruel.

- Tampoco a nadie se le ocurrirá atacarle por mi causa. –dijo. Suspiró, intentando esconder el
dolor que en el fondo todo aquello le

producía– He tenido en cuenta todos los pros y los contras, Granger. Sé perfectamente como
funciona un giratiempo. Y estoy dispuesto a

arriesgarme.

- ¿Sabes la cantidad de normas que estaríamos infringiendo? –le recordó Hermione, haciendo un
último y denodado esfuerzo por no

dejarse convencer.

Porque la idea era tentadora. Demasiado. ¿Cómo no se le habría ocurrido a ella? Porque ella no
tenía ideas descabelladas, se respondió. No

desde hacía tiempo, al menos.

- No quieras hacerme creer que jamás has infringido una norma, Granger. –le respondió Malfoy
con ironía.

- ¡Qué sabrás tú! –gruñó ella.

- Bueno, siempre andabas con Harry. Y por lo que tengo entendido, él era todo un experto.
Hermione se cubrió el rostro con las dos manos y sacudió la cabeza en un gesto de impotencia.

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- Nadie más que nosotros dos lo sabría. –murmuró, todavía con el rostro escondido.

- Sólo nosotros dos. –aseguró Draco.

- Podrían despedirme, Malfoy.

- Entonces yo te daré trabajo. –la tranquilizó él.

­ No si acabamos los dos en Azkaban… ­gimió ella.

- Tenemos dos mentes privilegiadas, Granger. Demasiado para ellos. –la animó Draco.

Ella por fin descubrió su cara y le miró con los ojos algo entrecerrados, fijamente, intentando
descubrir lo que realmente se escondía tras la

ahora serena mirada gris.

- Debes estar muy enamorado.

Y él respondió simplemente.

- Lo estoy.

***

Hermione no se sorprendió de su sangre fría cuando entregó la solicitud que había redactado
cuidadosamente, alegando que necesitaba el

giratiempo para fines de investigación. Como le había recordado Malfoy, ella ya tenía experiencia
en infringir reglas. Y cuando se lo

entregaron, casi un mes más tarde y después de firmar un montón de pergaminos, un familiar
cosquilleo la había recorrido de arriba abajo.

Igual que el día que habían decidido ir en busca de la piedra filosofal, sorteando a Fluffy, el
rottweiler de tres cabezas y los restantes

obstáculos; o cuando había hecho la poción multijugos a escondidas, en aquel baño abandonado;
o el que había sentido al utilizar el

giratiempo que le había entregado la Profesora McGonagall para salvar a Sirius y también a
Buckbeak; o cuando había animado a Harry a

crear el ED y había ideado esas monedas… De hecho, tenía que reconocer que tenía una vasta
experiencia sorteando normas y

reglamentos…
Se había colgado el giratiempo al cuello y lo había escondido cuidadosamente bajo su blusa. Una
vez en casa, tuvo que guardarlo con gran

celo para que Ron, con su costumbre de revolverlo todo, no lo descubriera. El pelirrojo nunca se
había sacado del todo la espinita de no

haberles podido acompañar a Harry y a ella en la aventura del giratiempo durante su tercer curso.

Lo que más le hubiera gustado habría sido poder decirle a Harry que Draco estaba en Londres y
cuánto se preocupaba por él. Poder decirle

cuánto amor había descubierto en el fondo de esos ojos grises y que todo era suyo; el sacrificio
que iba a hacer para darle una nueva vida.

Pero al igual que Draco, sabía que si su amigo llegaba a enterarse de la verdadera razón por la que
el Slytherin le había dejado, no le

permitiría que le apartara nuevamente de su lado. Draco le había prohibido decírselo. Y ella había
jurado que no lo haría. De todas formas,

si lo conseguían, Harry jamás podría recordar una parte de una vida que no habría vivido.

Había sido casi un mes de arduos preparativos, hasta conseguir el giratiempo. No podía recurrir a
Harry, –él no tenía recuerdos– así que

con paciencia, había ido sonsacando a Remus, a Ron, a Kingsley, a Tonks y a todos cuantos ese día
se encontraban allí, incluida ella, toda

la información que pudo sobre lo que sucedió después de aquel duro enfrentamiento entre
Voldemort y su amigo. Porque nadie estuvo

directamente presente mientras sucedía. Necesitaba deducir lo más aproximadamente posible el


momento en que el Señor Oscuro fue

vencido, para poder calcular con la máxima exactitud la hora y el momento en que tenía que hacer
retroceder el giratiempo. No estaba

dispuesta a contemplar más de lo necesario de una lucha de la que ella había visto las severas
consecuencias en el cuerpo de Harry.

Y por fin, a un mes del cumpleaños de Harry y a casi otro del segundo aniversario de esa victoria,
estaban preparados. Y nerviosos.

Hermione se dio cuenta de que, la única vez que había visto a Draco Malfoy alterado fue en aquel
hospital muggle, cuando el accidente de

Harry. E impensablemente, fue ella quien acabó tranquilizándole a él.

- Saldrá bien. Sé que saldrá bien. –le había dicho, haciendo al mismo tiempo ejercicio de auto
convencimiento.

***
El lugar donde Voldemort y Harry habían medido sus fuerzas, a medio camino entre Hogwarts y
Hogsmeade, terreno hasta donde el

Gryffindor había logrado arrastrar al mago tenebroso para alejarle de la escuela, era ahora un
vasto espacio protegido por una cerca de

energía mágica que se conservaba tal como había quedado después de la lucha. Devastado. Un
recuerdo en la memoria de todos, de lo que

no podían dejar que volviera a suceder. Un aviso para las generaciones futuras. Nadie había vuelto
a pisarlo. Un cielo mágico que simulaba

una hermosa noche estrellada, cubría todo el recinto. Sólo que las estrellas que titilaban en ese
cielo eran los nombres de todos los caídos.

- Da escalofríos. –no pudo evitar murmurar Draco.

- ¿No habías venido nunca? –preguntó ella con voz trémula. Él negó con la cabeza– Lo encantó el
Profesor Flitwick.

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Hermione no podía evitar emocionarse cada vez que visitaba ese lugar. Había demasiados
nombres, que para ella tenían rostro, y recuerdos

de momentos felices brillando en ese cielo. De reojo, vio como Draco miraba a su alrededor,
inquieto.

- No creí que hubiera tanta gente. –comentó el rubio observando a los visitantes que, silenciosos,
se diseminaban alrededor de la cerca–

Esto va a dificultar las cosas.

Algunos observaban el cielo mágico, seguramente buscando el nombre de algún familiar o amigo,
señalándolo cuando lo encontraban.

Otros parecían recitar oraciones por los seres queridos que habían perdido. O lloraban. Los más,
simplemente permanecían en un

respetuoso silencio. Hermione le tomó del brazo y le llevó hasta unos árboles, algo apartados.
Draco observó como extraía de debajo de su

chaqueta lo que el Slytherin reconoció como una capa de invisibilidad.

- Es de Harry. –aclaró ella.

Y tras otear disimuladamente a su alrededor, les cubrió a ambos. Seguidamente sacó el giratiempo
por el escote de su blusa y pasó la larga

cadena por encima de la rubia cabeza de Draco, de forma que ambos quedaron rodeados por ella.
- ¿Estás listo? –preguntó.

Ambos se miraron unos momentos. Los ojos de Draco brillaron decididos y seguros. Y ella hizo
suya esa confianza. Ya sin vacilación, la

joven dio las vueltas necesarias a la ruedecita. El paisaje se disolvió ante sus ojos y tuvieron la
sensación de que volaban hacia atrás a gran

velocidad, percibiendo al mismo tiempo colores y formas difuminadas. Aquella sensación duró lo
que les pareció una eternidad. Y cuando

pensaron que no resistirían más y los oídos iban a estallarles de dolor, volvieron a notar tierra
firme bajo sus pies y las imágenes a su

alrededor volvieron a recuperar sus contornos.

Eran la cuatro de la tarde del once de agosto de 2000. Los gritos y el furioso zumbido de los
hechizos llegaban bastante amortiguados hasta

el grupo de árboles donde Hermione y Draco se encontraban. A sus espaldas, Hogwarts se veía
envuelto en una humareda multicolor, de la

que sólo sobresalían sus torres más altas. Éstas últimas, macabramente iluminadas por la luz
verdosa de la marca tenebrosa flotando sobre

ellas, dándole al conjunto un aspecto fantasmagórico e irreal. Frente a ellos, se elevaba una gruesa
columna de fuego y humo, proveniente

de las primeras casas que se encontraban a la entrada de Hogsmeade, y que habían sido las
primeras en arder.

- Nosotros estamos todavía en los terrenos de Hogwarts. –susurró Hermione con voz ahogada,
refiriéndose a ella y a todos los que ese día

defendieron la escuela. Consultó su reloj– Llegaremos por ese camino más o menos en veinte
minutos.

Draco asintió en silencio y pegados el uno al otro, avanzaron con cautela bajo la capa, dejando los
árboles a su derecha, en dirección a

donde se erigiría el futuro recinto de homenaje a los caídos. A pesar de que el sol de agosto
todavía brillaba con fuerza a esa hora de la

tarde, el lugar estaba ensombrecido por una tenue neblina grisácea y el aire que se respiraba era
denso y sofocante, con un vago olor que

recordaba el azufre sin llegar a ser exactamente como el de ese elemento químico. Draco pensó
que realmente los infiernos debían haberse

abierto aquel día.

De pronto, el rubio se detuvo en seco, haciendo que Hermione chocara bruscamente contra su
espalda. Habían caminado envueltos bajo la
difuminada visión que les proporcionaba la capa, agravada por la bruma que flotaba a su
alrededor. Y de repente Voldemort se alzaba ante

ellos, inmenso en su figura y más amenazador de lo que jamás podrían haberle imaginado. Harry,
de espaldas, retrocedía en aquel

momento esquivando un haz malva que pasó rozándole el pelo y Draco casi juró que se lo había
chamuscado. Los dos contuvieron la

respiración, hipnotizados por el duelo que ahora tenía lugar ante sus ojos. Lo más escalofriante era
el silencio, apenas roto por los haces

luminosos que escindían el aire. Ambos contendientes luchaban utilizando magia no verbal, lo que
hacía aquella colisión de poderes

todavía más peligrosa. Draco se dio cuenta de que seguía respirando cuando Hermione le clavó las
uñas con fuerza en la mano y tuvo que

reprimir un quejido. Ni aun así apartó la mirada de aquel espeluznante espectáculo.

Aunque seguían sin poder ver su rostro, por la expresión de triunfo en el de Voldemort,
comprendieron quién estaba llevando la peor parte.

Sin embargo, la negra túnica del Señor Oscuro estaba chamuscada en el hombro derecho y a la
altura del estómago, podía verse piel

ensangrentada entre los jirones de tela que colgaban. Un movimiento apenas imperceptible de su
muñeca, hizo que la varita de Voldemort

escupiera un nuevo haz de luz, ésta vez azul. El movimiento de Harry fue intuitivo, pero no lo
suficientemente rápido. Un grito rasgó el

silencio. La herida que acababa de recibir era la que correspondía a la cicatriz que atravesaba su
muslo de arriba abajo. Draco la recordaba

perfectamente, porque la había acariciado y reseguido a besos muchas veces. Ahora sabía como
había sido infligida. Mientras él se perdía

en ese recuerdo, ambos contendientes habían rotado ligeramente, Harry arrastrando la pierna y
ahora Draco y Hermione podían ver las

caras de ambos. La de Voldemort, saboreando ya el éxito; la de Harry… ¡dioses!, jamás le había


visto la expresión que en ese momento

tenía en su rostro.

- Va a hacerlo. –susurró Draco terroríficamente fascinado– Lo que sea que hiciera, lo hará ahora.

Hermione se limitó a emitir un pequeño gemido de angustia y a clavarle las uñas con más fuerza.
Él ya ni las sintió.

Harry de pronto se había quedado muy quieto. Demasiado. Por primera vez, se oyó la siseante voz
de Voldemort, retándole, insultándole,
restregándole las calamidades de su vida y lo mísera que sería su muerte.

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- ¿Te rindes? –bramó el monstruo– ¿Tan pronto vas a darte por vencido? –una escalofriante
carcajada hirió los oídos de cuantos la oyeron–

Dumbledore se sentiría decepcionado, ¿no crees? Todas sus esperanzas puestas en ti… su más
fiel… fracaso…

En lugar de responder, Harry siguió mirando fijamente a su enemigo. Sin embargo, Draco tuvo la
impresión de que era como si realmente

no le viera; como si Harry estuviera concentrado en algo que iba mucho más allá de Voldemort.

- ¡POTTER! –le increpó el Señor Oscuro, rabioso ante la falta de respuesta.

Un seguido de furiosas maldiciones impactaron en el cuerpo del Gryffindor, zarandeándolo con


violencia, como si fuera un muñeco de

trapo. Hermione casi gritó y Draco se apresuró a cubrirle la boca con la mano. Él mismo tuvo que
reprimir un irrefrenable impulso de

saltar de debajo de la capa y acudir en su ayuda. Harry ganó, tuvo que recordarse. Fue Voldemort
quien murió. Aunque en aquel punto de

la contienda pareciera todo lo contrario. Por unos segundos, recordó las palabras de Hermione y
se preguntó si, de forma totalmente

inadvertida para ellos, habrían alterado algo de aquel pasado que ahora se desarrollaba ante sus
ojos. No, se dijo, apartando

inmediatamente esa perturbadora idea de su mente. Su mera presencia como espectadores no


podía influir en los acontecimientos que

estaban teniendo lugar.

Ahora Hermione estaba totalmente abrazada a él, y escondía el rostro contra su pecho, incapaz de
seguir contemplando la dura escena. Se

dio cuenta de que él la abrazaba con la misma fuerza, los puños tensamente cerrados sobre la
chaqueta de ella, intentando dominar el

miedo que sentía a pesar de todo.

Harry había caído de rodillas y estaba doblado sobre sí mismo. Tenía una mano apoyada en el
suelo, soportando el peso del cuerpo. El otro

brazo no estaba a la vista, escondido bajo éste, como si estuviera sujetando su estómago.
Mientras el Señor Oscuro se despachaba a gusto con su joven enemigo provocándole, atentando
en ese momento contra la memoria de sus

padres, Draco, quien por su situación le veía de lado, se dio cuenta del fulgor que crecía bajo el
cuerpo todavía arqueado de Harry. No

sabía exactamente qué era lo que el Gryffindor estaba haciendo, pero estaba seguro de que
Voldemort todavía no se había dado cuenta, ya

que el mago tenebroso se alzaba frente a él y le observaba desde arriba.

- ¡En pie, Potter! No querrás que te mate de rodillas. –se burló.

El brazo de Harry tembló un poco, mientras apoyaba todo el peso de su cuerpo en él hasta doblar
la rodilla de la pierna buena y empezar a

levantarse lentamente.

­ Por todos los dioses… –murmuró Draco a continuación– Granger, tienes que ver esto…

La joven a duras penas levantó un poco el rostro y miró de reojo. Dos segundos después, sus ojos
se abrían como platos contemplando la

escena. Y por lo visto no eran los únicos desconcertados, porque el Señor Oscuro miraba a su
enemigo con una expresión de atónita

incredulidad en su rostro reptiloide.

Harry sostenía una esfera que llenaba todo el hueco de su mano, de un blanco brillante y cegador,
mezclado con pequeños destellos

plateados.

- Dios mío, –susurró Hermione apenas sin voz– …al final lo utilizó…

El movimiento de Harry fue mucho más rápido de lo que nadie esperaba en sus condiciones.
Arrojó la esfera que fulgía en su mano contra

Voldemort, antes de que éste pudiera reaccionar, agotando sus últimas fuerzas en la maniobra.

Un estallido de luz traspasó cada poro de aquel ser execrable. Un agudo aullido inundó el vasto
espacio. El más aterrador y espeluznante

que ser humano jamás hubiera oído. Tan desgarrador como si el infierno se hubiera abierto de
pronto dejando escapar el clamor de los

atormentados espectros que lo habitan. Y en realidad, el averno sí se había abierto. Para recibir a
una de las almas más oscuras, mas

crueles y retorcidas de la historia de los tiempos.

- Su magia en estado puro. –murmuró Hermione con voz ahogada, no muy segura de que Draco
hubiera entendido lo que acababa de ver–
La magia de un mago está ligada a lo que su corazón alberga. Y el de Voldemort acaba de recibir
una sobredosis de Harry Potter.

En aquel momento vinieron a la memoria de Draco las palabras de Lou: que parecía que Harry
había aprendido a utilizar su magia como

un arma arrojadiza y que esa era una de las razones por la que le era tan difícil controlarla.

Durante unos interminables segundos, ambos contemplaron inquietos el retorcido y desecado


cuerpo que yacía a unos metros de ellos, que

resplandecía todavía envuelto en una luz ahora mortecina. Harry, que seguía de pie a pocos
metros más, dejó escapar en ese momento un

grito casi tan desgarrador como el del propio Voldemort. Su cuerpo acusó en ese instante el
atormentador dolor y las consecuencias de las

maldiciones recibidas en el momento de entrar en el estado en que se había sumido para lograr
aquella fantástica proeza. Se tambaleó un

momento más, antes de que la pierna herida finalmente le fallara y perdiera el equilibrio cayendo
hacia atrás. Draco y Hermione

contuvieron el aliento cuando su cabeza golpeó con violencia contra el nudo que sobresalía de una
de las ramas de un árbol abatido durante

la pelea.

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- Medio minuto. –susurró Draco obligándose a reaccionar.

Entonces, ante la falta de respuesta, se dio cuenta de que Hermione parecía encontrarse en un
estado catatónico, fija su mirada en el

inmóvil cuerpo de Harry.

- ¡Granger! Aurores o quien sea no tardarán en llegar. –le recordó sacudiéndola por los hombros–
Sólo necesitamos medio minuto, tal vez

menos.

Aquellos increíbles acontecimientos no habrían durado más de tres minutos, calculó. Los tres
minutos más intensos y terroríficos de su

vida. Y no estaba dispuesto a repetirlos. Estaba seguro de que Granger tampoco. Aliviado, vio que
la joven reaccionaba y accionaba la

ruedecita del giratiempo. Esta vez, la sensación fue un visto y no visto. Ambos sacaron sus varitas y
la capa de invisibilidad cayó a sus
pies.

Harry gritó. Se tambaleó. Su pierna herida falló. Y cuando perdió el equilibrio e inició la terrible
caída hacia atrás, su cuerpo quedó

suspendido en el aire. Lentamente, como si fuera uno de aquellos trucos de levitación que
utilizaban los magos muggles en sus

espectáculos, fue descendiendo hasta ser depositado en el suelo con sumo cuidado. Lejos de la
fatídica rama.

Todavía con el brazo en alto, la varita frenéticamente sostenida en su mano, Draco supo que, a
pesar de sus previos y firmes propósitos, no

se iría sin decirle adiós. No debía hacerlo, pero lo haría. La temblorosa presión de la mano de
Granger en su hombro, le dijo lo mismo.

­ Acordamos no interferir más de lo necesario… –le recordó.

Pero la fuerza con la que latía el corazón de Draco en ese momento era mucho más poderosa que
cualquier precaución anteriormente

decidida. Que cualquier prudencia cautelosamente acordada. La mano en su hombro aflojó y al


volver el rostro, vio la comprensión

asomando en los húmedos ojos castaños.

­ No debe verte… –le advirtió Hermione a pesar de todo.

Draco se dirigió con paso rápido hasta donde Harry yacía, porque sabía que no tenía mucho
tiempo. Se arrodilló a su lado y contempló con

dolor el sufrimiento en el cuerpo que amaba. Su rostro contraído en un puro tormento. Acarició su
mejilla, empapada en sudor y sangre y

sintió escurrirse las lágrimas por las suyas.

- Te pondrás bien, amor. Podrás ver muchos amaneceres a partir de ahora.

Se inclinó para tomar sus labios con dulzura, presionándolos suavemente. Plegándose a esa
caricia, Harry entreabrió un poco los suyos, en

un acto reflejo, permitiéndole profundizar ligeramente el beso. Entonces sus ojos se abrieron
durante unos segundos y Draco pudo

contemplar cuán hermosos eran, el verde refulgiendo vivo otra vez en el fondo de sus pupilas.

­ Roger… –exhaló apenas.

Y sus ojos se cerraron nuevamente, junto con su conciencia.

El corazón de Draco se encogió hasta dejar de sentirlo en su pecho.


Cuando Hermione se había despedido de Malfoy, también su corazón estaba en un puño. Ver
como Harry había acabado con Voldemort

había sido duro e impactante. Aterrador. Algo que difícilmente olvidaría. Y que por más que lo
deseara, jamás podría compartir con sus

allegados. Por otro lado, se sentía orgullosa de ser ella quien había encontrado ese viejo hechizo
que en principio, Harry le había dicho que

se veía incapaz de utilizar.

Por otro lado, ver la mirada de Malfoy cuando se despidió de Harry, su expresión dolorida cuando
éste pronunció el nombre de Roger,

había sido también muy triste para ella. En aquel momento sintió que, accediendo a participar en
aquella locura, había ayudado a quitarles

a los dos lo más importante que habían tenido en sus vidas. Aunque Malfoy hubiera accedido a
ello voluntariamente y no pudiera dejar de

admirarle por eso.

Apenas habían cruzado una palabra en el camino de regreso, que había sido silencioso y encogido.
Ambos perdidos en sus propios

pensamientos. Con la callada inquietud de qué encontrarían cuando llegaran a casa. Inseguros
sobre cuántas partes de su vida se habrían

perdido y no podrían recordar por haberse dado en un pasado que no habrían vivido durante los
casi dos últimos años.

Se habían despedido con un correcto pero frío apretón de manos, sutilmente impuesto por
Malfoy, quien parecía haberse replegado en sí

mismo y encerrado bajo su coraza de frialdad habitual.

Hermione introdujo la llave en la cerradura de la puerta del pequeño apartamento muggle que
compartía con Ron. Y cuando ésta dio la

vuelta, se dijo con ironía que lamentablemente, en su ahora desconocido pasado, su situación
económica tampoco había mejorado

demasiado ya que seguían viviendo en aquella caja de zapatos. Comprobar que todo parecía estar
como ella lo había dejado aquella misma

mañana, le dio cierta tranquilidad y auto confianza para enfrentarse a lo que viniera. O eso pensó.

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Aunque era temprano, decidió empezar a preparar la cena para distraerse. Mientras ponía la
lechuga en remojo, descongelaba el pescado y

buscaba huevos y harina, su cabeza no dejaba de trazar la manera más adecuada de enfrentar la
nueva situación. Autodominio, se decía,

mucho autodominio. Y ella de eso tenía de sobras. No debía mostrarse sorprendida por ninguna
de las cosas que seguramente ahora

ignoraba, sino que tenía que tratar de averiguarlas de la forma más sutil posible, sin que fuera
obvio para los demás.

Y justo cuando dejaba la ensalada sobre la mesa de la cocina, oyó abrirse la puerta de entrada y el
sonido de voces masculinas hablando en

un tono alto y distendido, mezclado con risas y jaleo.

- ¡Herm! –llamó el vozarrón de Ron inundando todo el apartamento– ¡Ya estamos aquí!

Había cosas que ningún giratiempo era capaz de cambiar, pensó Hermione sonriendo. Oyó pasos
dirigiéndose a la cocina y respiró hondo,

preparada para enfrentarse a su pelirrojo.

- Aquí tienes el vino, como prometí. –oyó que decía una voz jovial a sus espaldas.

Y Hermione se congeló. Se repitió mentalmente que estaba preparada. Durante aquel último mes
se había mentalizado e incluso

escenificado situaciones probables y como afrontarlas con naturalidad. Tal como había estado
practicando durante la última hora. Y en ese

mismo instante todas acababan de venirse abajo como un frágil castillo de naipes.

Harry estaba plantado frente a ella, sonriéndole, con una botella de vino en la mano. Su pelo
negro mucho más largo de lo que le había

visto llevarlo nunca y sus ojos más verdes y brillantes de lo que podía recordar. Enfundado en su
túnica de auror, le pareció incluso más

alto y no tan delgado. ¡Dios! Si Malfoy llegaba a verle iba a morir de la impresión.

- No me digas que no te acordabas que Roger y yo veníamos a cenar. –le dijo Harry con una mueca
divertida– Prometiste lasaña y no te la

voy a perdonar.

Hermione vio como todos sus propósitos de entereza se iban por el desagüe y sin poder evitarlo
rompió a llorar, dejando a su amigo

estupefacto y preocupado.
- Bueno, ensalada y pescado también esta bien, Herm. –aseguró, el moreno dándose cuenta de lo
que había sobre la mesa de la cocina–

Siento… no haber comprado vino blanco… –se disculpó, no muy seguro de cómo reaccionar.

Y cuando Hermione le abrazó con aquella apabullante intensidad, Harry empezó a asustarse,
preguntándose qué le habría sucedido a su

amiga para encontrarse en aquel estado.

- ¡Ron! –gritó ya entrando en pánico– ¡Creo que Herm no se encuentra muy bien!

Mientras seguía aferrada a Harry y oía los pasos presurosos de Ron dirigiéndose hacia la cocina,
Hermione no pudo evitar pensar en

Malfoy y en qué sorpresas se habría encontrado él al regresar a su vida.

Continuará...

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Capítulo XI por Livia

Notas del autor:

Disclaimer:Ya me gustaría, pero a parte de los personajes que han surgido de mi imaginación los
demás no

son míos.

Gracias a Eire, como siempre, por betear.

CAPITULO XI

Draco estaba sentado tras su escritorio, reclinado cómodamente en el sillón, con la mirada perdida
en las inquietas llamas de la chimenea.

Llevaba casi una hora inmóvil y absorto en sus pensamientos, prácticamente desde que se había
encerrado en su despacho después de

cenar. Él único detalle que ahora le faltaba a su sacrosanto refugio, era el amplio y confortable
sofá en el que Harry y él habían hecho el

amor tantas veces. Había sido sustituido por dos butacones de cuero, de idéntico buen gusto, pero
fríos y vacíos. El resto estaba igual, tal y

como lo había decorado Pansy en su momento.


Sin embargo, la sustitución de un sofá por dos butacas no era el cambio más significativo que se
había producido en su vida.

Cuando se había despedido de Granger, hacía ya de eso dos semanas, no había ido directamente a
casa, sino que se había entretenido en

uno de los locales que había frecuentado antes de que Harry entrara de lleno en su vida. No se
habían sorprendido de verle, así que dedujo

que había seguido acudiendo con asiduidad. Se había templado el cuerpo con un par de whiskies y
entre sorbo y sorbo, rechazado cuantas

proposiciones de sexo caliente y sin compromiso le habían susurrado al oído.

Draco se conocía lo suficiente como para sospechar lo que podía encontrarse al llegar a su hogar.
Antes de que la influencia de Harry sobre

él cambiara su vida, siempre había tenido claro que acabaría cumpliendo con el trámite del
matrimonio, si dependía de él más tarde que

temprano, porque entraba dentro de sus obligaciones con la familia. Que tendría un hijo, trataría
de ser feliz con su esposa en la medida de

lo posible y que procuraría cubrir las apariencias de aquella forma elegante e impecablemente
digna de un Malfoy, para seguir disfrutando

de lo que realmente le seducía.

En su fuero interno había rogado por no ser tan previsible. Ni tan estúpido. Pero lo había sido.

En ese universo paralelo que no había vivido, su madre se había salido con la suya. Y su padre
también ya que, aparte de estar casado con

Victoria van Kaffman, ahora tenía un hijo de apenas seis meses. Se alegró, y no es que hubiera
mucho de que alegrarse, de haber tenido al

menos el buen sentido de ponerle a su primogénito el nombre de su bisabuelo favorito, Evon, en


lugar de Lucius como al parecer había

insistido Narcisa.

Pasado el shock inicial, que le sobrevino a pesar de todo, al día siguiente Draco había
prácticamente “huido” al despacho de su abogado.

Comprobó con cierto alivio que sus negocios iban viento en popa, aunque no tardó en darse
cuenta que su principal preocupación había

sido y según Maveric seguía siendo, mantener a Hans van Kaffman, ahora su suegro, lejos de ellos.

También se encontró con que, en lugar de a Harry Potter, lo que había obtenido a cambio de
trasladar sus empresas a Inglaterra, era un
cargo interino en el Ministerio. Como Consejero para Asuntos Económicos. Puesto que le iba como
anillo al dedo y por el que,

altruistamente, no recibía compensación alguna más que el prestigio del cargo y la oportunidad de
intervenir en asuntos de su interés.

En definitiva, tenía la vida que económica y socialmente un Malfoy exigía y merecía. Con el
pequeño detalle de que ahora Harry no estaba

en ella. O al menos no de la forma en que a él le hubiera gustado.

Porque si bien era cierto que el grupo de herederos que beneficiaba a la sociedad mágica con sus
obras y donaciones benéficas existía, no

eran en ningún caso el alegre grupo jactancioso y hasta cierto punto despreocupado que Draco
había conocido. Porque ahora, existía

también una unidad de aurores que, incluido dentro de su trabajo habitual, tenían el de seguir de
cerca todos y cada uno de los

movimientos que realizaban, incluidos los suyos y que se había convertido en la particular
pesadilla del grupo. Y esa pesadilla, como no,

tenía nombre y apellido: Harry Potter.

De todo aquello se había enterado hacía apenas una semana. Con la lechuza que había llegado a la
mansión desde el Ministerio,

interesándose por su salud, ya que hacía días que no aparecía por su despacho. Y recordándole
que tenía una reunión con el auror Harry

Potter, aplazada desde hacía también varios días debido a su incomparecencia.

Sin embargo, Draco había decidido seguir “enfermo” el resto de la semana. Cuando se le había
presentado en bandeja la oportunidad de

ver a su ex pareja, se había sentido de pronto incapaz de enfrentarse a aquel nuevo Harry,
seguramente bastante más en la línea del

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insoportable y fastidioso Potter toca cojones que recordaba de la escuela, que del Harry tierno y
enamorado que había gemido entre sus

brazos. Tuvo que reconocerse a sí mismo que tenía miedo. Miedo de ver en sus hermosos ojos
verdes, los que ahora podían también ver, la

mirada de desprecio y de odio que tantas veces le había dirigido en el pasado. Aunque, en esa
etapa de sus vidas, él tampoco se hubiera
quedado atrás. A pesar de todo, el Harry de Hogwarts había quedado relegado en sus recuerdos
desde el momento en que había decidido

instalar en su vida a ese otro Harry, indefenso y necesitado, del que se había enamorado
perdidamente.

Y ahora el Gryffindor debía ser de todo menos indefenso o vulnerable. Y la ternura y el amor que
guardaba para sus momentos privados,

tenían otro destinatario que no era él. Sino ese desgraciado que cuando más le había necesitado le
había abandonado y roto en mil pedazos

el corazón. Corazón que, por su culpa, le había costado tanto conquistar. Ahora Draco odiaba a
Roger Davis mucho más que antes. Y

como buen Malfoy, se había propuesto hacerle la vida imposible hasta donde él pudiera
intervenir.

Le echaba de menos. Draco nunca creyó que se pudiera añorar a alguien de una forma tan física.
Con cada latido y con cada trocito de piel.

Que su boca pudiera saborear recuerdos de piel salada y húmeda, impregnada de orgasmo. Y que
el aire retorciera remolinos de aquella

fragancia cítrica, combinación entre brillo y sensualidad, en repentinas oleadas. Que sus manos
sintieran ese bosque salvaje y oscuro, de

hebras increíblemente dóciles cuando las domaba entre sus dedos. O que sus brazos acusaran el
inmenso vacío del cálido cuerpo que por

las noches ya no rodeaban.

Con un ligero suspiro, Draco se levantó para abandonar el estudio y retirarse a dormir a un lecho
ahora mucho más frío, –gracias a Merlín,

su habitación seguía siendo sólo suya– donde el eco de una voz ronca y ansiosa flotaba sobre él
cada noche y le endurecía hasta doler.

Ya no podía seguir eludiendo su obligación y al día siguiente tenía que presentarse en el


Ministerio.

***

Hermione había tenido que sujetar su alborozo cuando leyó el mensaje que hacía apenas unos
segundos había entrado por la pequeña

ventanita, al lado de la puerta, destinada a ese fin.

Siento molestarte, Granger. Pero sería de gran ayuda para mí saber donde está mi despacho. Te
espero en el atrio. Actúa con discreción.

La nota no iba firmada. Pero era un detalle innecesario. La alivió inmensamente tener noticias de
él, porque después de dos semanas,
parecía que la tierra se lo hubiera tragado. Había estado un poco preocupada al averiguar que
Malfoy no había aparecido por el Ministerio

durante todo ese tiempo. Hermione había esperado verle, si no al día siguiente, a no tardar
mucho. Aceptaba que debían ser discretos

porque, oficialmente, ella y Malfoy no eran amigos. Más bien todo lo contrario. Pero había
confiado en poder hacerse la encontradiza en

algún momento y tener la oportunidad de intercambiar un par de palabras con él. Se moría por
saber cómo le había ido en el reencuentro

con su vida.

Le encontró junto a la fuente, leyendo El Profeta. Cuando sus ojos grises, otra vez increíblemente
fríos, se apercibieron de su presencia,

Draco dobló cuidadosamente el periódico, lo colocó bajo su brazo y recogió su porta documentos,
que descansaba en el suelo junto a él.

Siguió sin mediar palabra a la joven Directora del Departamento para la Investigación de Nuevas
Aplicaciones de la Magia hasta los

ascensores, que como siempre a esa hora, tenían una numerosa cola ante cada uno de ellos.
Después de diez minutos, Hermione salió del

ascensor en la primera planta y Draco la siguió, sin que todavía hubieran intercambiado un solo
vocablo entre ellos. El corredor por el que

caminaban estaba lleno de puertas, todas iguales, siendo el único distintivo que las diferenciaba el
rótulo serigrafiado en ellas con letras

doradas. La castaña se detuvo ante la que rezaba “Draco Malfoy – Consejero para Asuntos
Económicos”. A aquella hora de la mañana, el

corredor estaba todavía bastante transitado por magos y brujas que se dirigían a sus respectivos
puestos de trabajo. Y ambos ya habían

captado más de una mirada extrañada de ver a Hermione Granger en una planta que no le
correspondía.

- Vienes tres días a la semana. –susurró rápidamente Hermione– Sólo por las mañanas. La
secretaria que se ocupa de tus asuntos se llama

Paula MGregor, -señaló al final del pasillo, donde se encontraba el pool de secretarias– es la
pelirroja. Y necesito hablar contigo.

- Contactaré. –musitó Draco escuetamente, sin mirarla.

Y concentró seguidamente toda su atención en adivinar qué maldito hechizo le habría puesto a la
puerta, para poder abrirla y conocer por

fin su despacho.
Durante unos pocos días, Draco había logrado concentrarse en resolver asuntos de los que, hasta
ese momento, no había tenido la menor

idea. Se había sumergido en su trabajo con la intensidad y la devoción que su mente, ágil y
analítica, estaba acostumbrada y necesitaba.

Ocupado en redescubrir su propia vida y en fingir una rutina que, después de todo, no le había
sido tan difícil recrear. Se había llevado

montones de pergaminos a casa y encerrado en su estudio durante horas para ponerse al día
sobre los temas en los que se suponía había

estado ocupado hasta esa fecha. Y de paso, interpuesto un escudo infranqueable en forma de
puerta cerrada, entre Victoria y él.

A finales de la semana anterior, se había cruzado con Granger en la cafetería y ella le había
susurrado que la unidad de Harry, tenía turno

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de noche y que ese era el motivo de que no le hubiera visto hasta el momento. Pero que se fuera
preparando, porque el próximo lunes el

auror tenía intención de ir a por él. Y no precisamente para darle un abrazo, después de que
hubiera aplazado su reunión por casi un mes.

- No es el Harry que tú recuerdas, Malfoy. –le había advertido ella con una sonrisa entre consejera
y maliciosa– Así que vete preparando.

Y ese lunes, Draco llegó a la inevitable conclusión de que jamás habría podido estar preparado.

La voz que gritó ¡Malfoy! y le detuvo casi en seco a mitad del corredor fue enérgica y autoritaria.
También impaciente y un punto

exasperada. Harry avanzaba en su dirección a grandes zancadas, tal como le había advertido
Granger, con cara de pocos amigos. Pero tenía

que haberle advertido de mucho más. Porque en ese momento, la figura que se dirigía hacia él con
ímpetu arrollador, era el dios de la furia

más hermoso que jamás nadie hubiera podido imaginar. Durante unos interminables instantes, los
ojos de Draco desdibujaron cualquier

otra cosa que no fuera pelo negro rebelándose en mechones desordenados y demasiado largos;
nada que no fuera una túnica que ondeaba

con prisa sobre unos hombros algo más anchos de lo que lo habían sido, abierta sobre una camisa
blanca que intentaba contener formas
más contundentes de las que él había acariciado. Estaba seguro de que si el suelo no hubiera
estado enmoquetado, las botas del Gryffindor

hubieran taconeado cada paso con un sonido apocalíptico y amenazador. Y él hubiera seguido allí
de pie, esperando sin pestañear a que le

devastara.

Cuando Harry se detuvo frente a él, llenando con su presencia todo aquel espacio, Draco se ahogó
en su propio aire.

- Eres una serpiente muy escurridiza, Malfoy. –masculló el auror a modo de saludo– Llevo días
intentando hablar contigo.

Sus ojos despedían destellos verdes. Era la única explicación razonable, se dijo Draco, al brillo
enojado y arrebatador que le estaba

barriendo de arriba abajo, con una mirada tan intensa y profunda que asfixiaba cualquier
respuesta.

- ¿No le pediste cita a mi secretaria, Potter? –preguntó al fin, reencontrando una voz que no le
sonó a la suya.

Sus ojos se deslizaron con más detenimiento en la proximidad de cada forma, tratando de
recordar si los pantalones de los aurores habían

sido siempre tan ajustados. O si el paquete de Harry había gritado alguna vez de manera tan
ostensible y descarada su forma y volumen

como en ese momento.

- No me jodas, Malfoy... –respondió el auror de mal talante.

Y Draco rememoró mil y una formas de contradecirle. Mil y un gemidos diferentes escapando de
los labios que ahora se fruncían en un

rictus enojado.

­ …esa reunión estaba programada desde hace un mes.

Le hubiera gustado poder gritarle que poco más de un mes atrás, Harry no conocía otra manera de
reunirse que no fuera con él. Otro sabor

que no fuera el suyo. Ni otra voz. Ni otro aliento. Ni otras manos. Ni otra forma de gemir que no
fuera bajo su cuerpo. Un mes que en

lugar de treinta días había tenido setecientos treinta…

- ¿Me estás escuchando, Malfoy? –oyó que le preguntaba.

Draco parpadeó unos instantes, recobrándose, y después retomó el camino en dirección a su


despacho. Pasos deliberadamente lentos,
tratando de darse tiempo a reencontrar la calma que necesitaba para enfrentar esa mirada otra
vez sin temblar de frustración y de deseo.

- Podemos discutir lo que sea ahora, si tú quieres. –ofreció mientras su estómago insistía en
retorcerse en bucles estrechos y cerrados que

caracoleaban hasta su garganta.

Harry le siguió con una mirada enfurruñada, que no auguraba una conversación demasiado
alentadora. Cuando cerró la puerta tras él,

Draco encomendó su salud mental a todos los dioses del universo presente, del universo pasado y
de cualquier otro universo que pudiera

existir.

***

Ron llegó temprano a casa esa tarde y se dejó caer en el sofá, muerto de cansancio. Hermione se
mordió la lengua para evitar decirle una

vez más que sacara los pies de la mesa. Sabía que su marido había tenido una semana movidita.
Por lo visto Harry tenía una intuición

especial para ganarse el turno de noche siempre en la semana menos adecuada. Con el agravante
de que habían tenido que trabajar también

sábado y domingo. Y Radcliff, que les tenía un cariño “muy especial”, se había negado a
concederles el lunes para descansar, aduciendo

que debido a la vandálica oleada que se había desatado en las últimas semanas, necesitaba a
todos sus efectivos. No era justo. Pero nadie le

discutía su sentido de la justicia al Jefe de Aurores.

Llamaron a la puerta y Hermione imaginó que era Harry, que venía a desahogar su previsible mal
humor con una cerveza. También

decidió reprimirse las ganas de fruncir el ceño cuando comprobó que era Roger y se obligó a forzar
una sonrisa.

- ¿Está aquí? –preguntó la rubia pareja de su amigo.

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- No. –negó la joven en un tono más bien cortante, apartándose para dejarle pasar– Pero no creo
que tarde.

Que Harry y Roger vivieran en el apartamento de abajo, a veces tenía sus inconvenientes. Como
que Roger apareciera con más frecuencia
de la que ella hubiera deseado y era capaz de soportar.

- Tenía reunión con Malfoy. –aclaró Ron desde el sofá con una mueca de desagrado.

­ Ah…

El recién llegado se sentó junto al pelirrojo, como si aquella simple frase lo explicara todo.
Hermione volvió a la cocina a seguir doblando

ropa, mientras ambos hombres se enfrascaban en una conversación, cómo no, sobre Quidditch. El
monotema de Roger.

Apenas media hora después, un vendaval agotado de paciencia y molido de cansancio, invadía el
tranquilo hogar de los Weasley.

- ¡Ese tipo me saca de mis casillas! –exclamó Harry con un gesto de exasperación, arrojando su
túnica de auror contra una de las sillas de

la cocina– Scrimgeour debió beberse toda su cordura el día que le dio ese cargo. –abrió la nevera y
sacó dos cerveza muggles.

- Como si estuvieras en tu casa. –invitó Ron en tono burlón, aceptando la que le ofrecía su amigo
de su propia nevera. Y después añadió–

Seguro que le hechizó de alguna forma.

Roger resopló en su flequillo. A veces tenía la impresión de que cuando esos dos estaban juntos,
nadie más contaba.

- No, eso ya lo comprobé. –respondió Harry contrariado, desparramándose también sobre el sofá–
¡Por el amor de Dios! ¡Me ha tenido dos

horas haciendo preguntas tontas y sin sentido! ¡Como si él no supiera mejor que yo de qué va
todo esto! ¡Una completa pérdida de tiempo!

- Cálmate amor. –intentó tranquilizarle Roger, con un amago de abrazo.

Aunque abrazar a Harry cuando estaba tan temperamental, nunca había resultado ser una buena
idea. Sin embargo, la pregunta de siempre,

le hervía en los labios. Y a pesar de que, tal vez, el momento no fuera el más adecuado, no pudo
evitar formularla.

- ¿Te ha dicho algo sobre la subvención para el Quidditch?

- Si, –Harry dio un largo trago a su cerveza– que no hay subvención porque hay otras cosas más
importantes que resolver antes.

- ¡Maldito Malfoy! –maldijo Roger– ¿Cuántas veces la ha tirado atrás ya?

Hermione había estado escuchado la conversación en silencio, como si no estuviera prestando


atención. Pero eligió ese preciso momento
para dejar de morderse la lengua.

- Pues aunque sea Malfoy, creo que tiene razón. –dirigió una mirada desafiante a Roger– Hay
cosas más importantes que necesitan

atención antes que el Quidditch.

- La gente también necesita entretenerse, cariño. –argumentó Ron débilmente.

El pelirrojo conocía de sobras ese tono de “no me lleves la contraria porque yo tengo razón” y la
mirada que le siguió. No insistió. Harry

guardó silencio y se limitó a mirar a su amiga, una vez más, intrigado. Roger decidió que era el
momento oportuno para ir a buscar él

mismo la cerveza a la que nadie le había invitado.

Cuando Hermione dejó la cocina cargada con la ropa que había estado doblando, Harry la siguió
hasta su habitación.

- Herm, ¿puedo entrar?

Ella abrió la puerta tras unos segundos y le dejó pasar.

- Me gustaría que me explicaras que te pasa con Roger. –empezó suavemente, tratando de que no
sonara a reproche, porque no buscaba un

enfrentamiento directo con ella, sino respuestas.

- Nada. –respondió Hermione dándole la espalda, colocando las sábanas en el armario– ¿Qué me
va a pasar?

Harry titubeó unos segundos y después se sentó en la cama, esperando que ella dejara de parecer
tan ocupada e hiciera lo mismo.

- No es la primera vez que le hablas en ese tono, Herm. –le hizo notar– Es como si de pronto te
molestara su sola presencia.

Ella se volvió de forma algo brusca y cerró el armario de un manotazo.

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- Eso no es cierto, Harry. –trató de desmentir sin mucho éxito– Es sólo que a veces me resulta un
poco egoísta, eso es todo.

Harry pareció dudar un poco antes de pronunciar su siguiente frase.

­ Últimamente estás un poco… rara. –dijo– Somos amigos. –le recordó– Si tienes algún problema o
alguna preocupación me gustaría que

me lo contaras. Sabes que haré cuanto esté en mi mano para ayudarte. Lo que sea.
De repente, ella le miró con una expresión extraña en los ojos.

- ¿Lo harías? –él asintió con vehemencia, haciéndole notar lo estúpido de la pregunta– Entonces
deja a Roger y me harás feliz.

­ Herm… –murmuró él, sorprendido de tal petición.

- ¿Sabes? –siguió ella sintiendo la irrefrenable necesidad de soltar lengua y dejar de morderla–
Nunca me había parado a pensarlo. Pero

¿dónde estaba Roger cuando todos los demás arriesgábamos el cuello en esa maldita guerra? ¿O
es casual que él se encontrara en otra parte

cada vez que la cosa se ponía fea? ¿En qué momento estuvo luchando contigo, codo con codo? Yo
te lo diré, porque en estos últimos días

lo he estado analizando detenidamente: en ninguno.

Harry tenía una expresión aturdida en su rostro.

- Hizo una gran labor en la retaguardia. –le defendió, incapaz de entender aquel ataque a su
pareja– No estás siendo justa, Hermione. No

todo el mundo sirve para enfrentar una lucha y no por ello ha de sentirse avergonzado. Colaboró
en lo que pudo, como muchos otros.

- No Harry, es un cobarde. –afirmó ella con más desdén del pretendido– Y te clavará un puñal por
la espalda cuando menos te lo esperes.

Tomó el rostro del moreno entre sus manos y enfrentó su mirada dolida.

- Sé que no puedes comprenderme, Harry. Pero soy tu amiga y si alguna vez te has fiado de mí y sé
que lo has hecho, hazme caso y déjale.

No te conviene.

Él la miró más desconcertado que enojado. Y cuando por fin pudo hablar, lo hizo en un tono bajo y
calmo, no exento de cierta advertencia.

- Si hay algo que crees que debiera saber, –dijo– y si eres mi amiga como entiendo que lo eres, no
sé a qué estas esperando para decírmelo.

Guardó un pequeño silencio, esperando, estudiando con atención el rostro de su amiga. Y ante la
falta de respuesta, continuó:

- Pero si no te estás basando en nada real y sólo hablas de oídas o por intuiciones, haré cuenta de
que esta conversación no ha tenido lugar,

porque quiero que sigamos siendo amigos.

Hermione le miró fijamente, todavía sosteniendo su rostro y por unos instantes Harry creyó que se
echaría a llorar.
- No quiero que peleemos, Harry. –aseguró en tono afligido– Olvida lo que te he dicho. –acarició
su mejilla con gesto fraternal– Olvídalo,

he estado algo estresada últimamente.

Harry sonrió y la abrazó, dando por finalizada la conversación. Pero no olvidó. Hermione nunca
hablaba por hablar.

***

Parado frente a la cuna, Draco contemplaba a Evon dormir. Su cabello era tan corto y rubio que
parecía casi inexistente. El pequeño pecho

subía y bajaba acompasando el movimiento de una respiración tranquila. Sus sonrosados mofletes
de vez en cuando hacían muecas que a

veces parecían hacerle sonreír y sus pequeños labios se movían como si estuviera succionando el
pecho de su madre. Pero Draco recordó

que su madre no le daba el pecho, porque amamantar lo estropeaba y Victoria había tomado no
sabía qué poción para que la leche se le

retirara. Al igual que había hecho su propia madre, según había descubierto Draco después. Y
también como con él, y eso sí podía

recordarlo, la alimentación y cuidado de su hijo estaba en manos de los elfos de la mansión.

- ¿Qué hice cuando Evon nació, Puky? –preguntó de pronto, causándole al elfo un pequeño
sobresalto.

- ¡Oh! ¡El amo estuvo muy contento! –respondió con un nervioso movimiento de orejas.

- Pero, ¿qué hice exactamente? –insistió. El pequeño sirviente parecía no saber que contestar– Me
quedé mirándole, le cogí en brazos,…

¿qué?

- ¡Oh, no amo! –negó Puky como si acabara de escuchar una barbaridad– Usted nunca ha cogido al
pequeño amo en brazos.

Draco siguió con la mirada fija en la diminuta figura que reposaba en la cuna. No, no lo había
hecho. Porque hasta ese momento su hijo

había sido el menor de sus problemas. Era el único que no había reclamado su atención. Y, para
qué mentirse, todavía no sabía como

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enfrentarse a su paternidad. Dio por sentado que la estricta educación Malfoy del Draco que sí
había estado presente el día que nació Evon,
le había impedido hacerlo. Como a su propio padre. No recordaba que nunca le hubiera sostenido
en brazos. Jamás le llevó con él a

ninguna parte hasta que tuvo edad suficiente para valerse por sí mismo y comportarse. Es decir, a
los cinco años más o menos. ¡Todo un

hombrecito!

- ¿Y la señora? –preguntó– ¿Ella le coge en brazos?

- ¡Oh, si! –afirmó Puky contento de poder dar por fin una respuesta afirmativa– ¡Ha habido
muchas visitas!

Draco apretó los labios y asintió, comprendiendo.

- Gracias Puky, eso es todo.

El elfo se retiró a su lugar, a los pies de la cuna, para seguir vigilando el sueño de su pequeño amo.

Draco cerró la puerta con cuidado, para no despertar a su hijo y cuando empezaba a descender las
escaleras de pronto se dio cuenta. Volvió

el rostro y contempló con añoranza la puerta cerrada. La habitación de Evon era la que una vez
había sido la de Harry.

Llegó al comedor intentando apartar la sombra de su amado bajando la escalera un paso tras él y
el eco del bastón que había recorrido cada

rincón de la casa. Su esposa y su madre ya estaban sentadas a la mesa, esperándole.

- ¿Dónde estabas? –preguntó Victoria, denotando impaciencia en su voz.

Draco le dirigió una mirada helada. Se cuestionó una vez más como había podido dejarse
convencer. Aunque ahora ya era demasiado tarde

para lamentarse de su estupidez.

- Con Evon. –respondió.

Narcisa frunció el ceño.

- ¿Hay algún problema? –preguntó– ¿Puky ha descuidado…?

- Soy su padre. –la interrumpió él secamente– Estoy todo el día fuera de casa, y no creo que sea
extraño que quiera ver a mi hijo cuando

regreso.

- No, claro que no, hijo. –se apresuró a decir su madre, mientras dirigía una mirada de advertencia
a Victoria.

Si Draco había tenido un mal día, más valía no molestarle. En realidad debía llevar una buena
racha de malos días, pensó Narcisa. Su
nuera había estado lloriqueando, quejándose de la poca atención que recibía de su marido. Que ya
no podía recordar la última vez que

Draco había visitado su habitación. Narcisa había tratado de consolarla, recordándole sin embargo,
su papel en la familia. Y que los

Malfoy, les gustara o no, no se distinguían precisamente por tener un talante cariñoso ni
demasiado efusivo.

La cena transcurrió en silencio por parte del señor de la casa, que escuchó con aire ausente el
parloteo de las dos mujeres, sumido en sus

propios pensamientos. Hasta que llegados los postres, decidió que era el momento de llamar la
atención de las damas.

- He notado, Victoria, que con todo lo del embarazo, el nacimiento de Evon, el ajetreo ahora con el
niño, te ves un poco estresada, cariño.

–sonrió a su esposa con fingido afecto– Creo que necesitas un descanso, distraerte.

- Realmente sí estoy un poco agotada. –se apresuró a afirmar ella, esperanzada.

- Tal vez un viaje te sentaría bien. –sugirió Draco, manteniendo su sonrisa.

Los ojos de Victoria brillaron de emoción. Narcisa sonrió, satisfecha de que su hijo hubiera
recordado que era un caballero. Pero los

hombres, ya se sabe, siempre tan ocupados en sus asuntos, sus negocios…

- Por desgracia, mis negocios me lo impiden, pero estoy seguro de que a mi madre le encantará
acompañarte.

…y en encontrar la manera de deshacerse sutilmente de una esposa y de paso de una madre que
pudiera incordiar con sus

amonestaciones…

- ¿Y en qué destino has pensado? –preguntó Victoria, entusiasmada.

…y esa alma de cántaro, dejándose engatusar como una bendita. Narcisa decidió que tendría que
impartir algunas lecciones sobre las que

Victoria no había sido ilustrada en ese carísimo internado suizo. Dirigió una mirada de reproche a
su hijo, que éste deliberadamente

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ignoró.

­ Donde tú quieras, cariño. Paris, Viena, Roma… lo que te haga feliz.


- ¿Has estado en Nueva York alguna vez, Victoria? –preguntó Narcisa.

- No, nunca. –exclamo ésta, ilusionada ante la perspectiva.

Bien, si su hijo quería librarse de ellas para poder campar a sus anchas, no le saldría barato.
¡Merlín! ¡Cómo odiaba que a veces se

pareciera tanto a Lucius! Se preguntó si Draco utilizaría también el apartamento que su marido
había usado como picadero para sus

correrías extramatrimoniales, cuya existencia supuestamente ella había ignorado.

Ambas mujeres miraron a Draco, en espera de su respuesta.

- Nueva York entonces. –concedió él, complaciente.

Draco recibió más besos y abrazos de los que podía soportar, pero aguantó estoicamente el
aluvión de febril afecto que de pronto se le

había venido encima. Aunque se preguntó dónde estaría el afecto que le debería haber recordado
a su esposa a un pequeño de apenas seis

meses que quedaría en manos de sus sirvientes durante lo que él intentaría que fuera, una
prolongada ausencia.

***

Hermione dejó su despacho un poco más temprano que otras veces, sintiéndose algo culpable por
haberle mentido a Ron. Pero por fin

Malfoy había contactado, citándola en la Diana Memorial Fountain, en Hyde Park, al salir del
trabajo. Durante todo ese tiempo se había

empezado a preguntar si realmente el Slytherin no se habría conformado con la vida que ahora
tenía y corrido un tupido velo sobre su

relación con Harry. O que tal vez se hubiera desanimado después de lo que había sido, más que un
encuentro, un encontronazo con su ex

pareja unos días antes.

Sin embargo, aquella nota le había hecho recuperar su fe en él. En que no se habría dado por
vencido y que, aunque no lo hubiera

mencionado en ningún momento, estuviera dispuesto a recuperar a Harry fuera como fuera. Era
una idea romántica, novelesca y valiente.

Y Hermione se sentía muy aventurera últimamente. Y más que predispuesta a ser nuevamente
cómplice en cualquier enredo que Malfoy

estuviera dispuesto a planear. Aunque jamás se había visto en el papel de celestina, nunca había
hecho más suyo el refrán “nunca digas de
este agua no beberé”.

Al principio le había costado reconocerle entre tanta gente que paseaba y pasaba un rato de ocio
en aquella parte del parque. Draco estaba

sentado en el ancho borde de piedra que rodeaba la fuente. Vestía ropa muggle, unos vaqueros y
una sencilla camisa. Pero lo más chocante

era el cochecito que tenía a su lado y que mecía lentamente. Si no hubiera sido por su
inconfundible pelo platinado, Hermione hubiera

pasado de largo.

- Vaya, Malfoy, no creí jamás verte rodeado de tanto muggles sin que ello te causara un sarpullido.

La sonrisa fue completamente irónica, muy Malfoy, mientras esperaba a que ella se sentara a su
lado.

- Ya ves Granger, uno acaba acostumbrándose a todo tipo de compañías.

Hermione también sonrió, aceptando la tornada.

- ¿Es tu hijo? –preguntó.

Draco asintió y sus ojos se iluminaron al posarse sobre el bebé dormido en el cochecito.

- Lo único bueno que he sacado de todo esto. –dijo.

Hermione asintió en silencio.

- Se parece a ti. -afirmó– Mucho.

Esta vez la sonrisa de Draco fue amplia y sincera, llena de orgullo paternal.

- Y ¿cómo va todo? –preguntó después, tratando de hacer desaparecer aquel signo de debilidad de
su rostro.

Hermione meneó la cabeza, divertida. Era Malfoy después de todo.

- Bueno, teniendo en cuenta que ni siquiera puedo recordar el día de mi boda, creo que bastante
bien. –respondió con un suspiro.

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Draco soltó una pequeña carcajada.

- ¿Tú también te casaste? Espero que tuvieras más suerte que yo. –y añadió con sarcasmo–
Aunque si fue Weasley el afortunado, no sé si

llamarlo suerte…
Hermione le estampó un puñetazo en el brazo, dándose por contenta con el “auch” que soltó el
rubio.

- Sigues pegando fuerte. –se quejó Draco sobándose el brazo.

- Y tú sin saber cerrar la bocota. –le reprendió ella, satisfecha de que todavía se acordara de aquel
puñetazo en tercero.

­ Que he venido en son de paz, Granger…

Ella le dirigió una sonrisa cándida.

- Por lo visto, mi mejor amigo acabó de dilapidar lo poco que quedaba en su cámara para que Ron
y yo pudiéramos celebrar una boda

decente. –explicó después– ¡El muy cretino!

- ¿Por qué no se lo impediste?

Hermione le miró como si hubiera preguntado una soberana tontería.

- ¡Oh, intenta detener a Harry cuando se le mete algo en la cabeza! –la castaña se encogió de
hombros– Harry es muy reservado con sus

cosas. Y, realmente, no creo que durante esos cuatro años a nadie le preocupara de donde salía el
dinero que nos ayudó a sobrevivir. –miró

a Malfoy con un gesto de impotencia– ¡Así es Harry!

No has traído mucho, recordó Draco haber comentado aquella primera vez. Tanto como la
inmediata y cortante respuesta de Lupin: no

tiene mucho.

Permanecieron en silencio durante algunos incómodos minutos, contemplando la algarabía de


gente a su alrededor.

- ¿Y a ti, cómo te va? –preguntó al fin Hermione.

Draco tardó algunos momentos en responder, muy ocupado contemplando a su hijo, que
empezaba a dar claros indicios de querer

despertar.

- Voy a iniciar los trámites de divorcio. –dijo secamente– En cuanto Victoria vuelva de viaje.

­ ¿Se ha ido… de viaje? –preguntó Hermione incrédula, contemplando el hermoso bebé que en
aquellos momentos abría sus ojitos.

- Las mandé a las dos a Nueva York. –explicó Draco, esta vez con una sonrisa maliciosa– Y créeme,
ni la madre ni la abuela sintieron

ningún remordimiento por dejarle solo tanto tiempo.


Draco deshizo los enganches que sujetaban a Evon y lo izó, para sentarlo en sus rodillas. El
pequeño bostezó y después su carita se

iluminó con una radiante sonrisa, que derritió a su padre.

- No creo llevar pañuelos suficientes para limpiar tus babas, Malfoy. –le advirtió Hermione
divertida– ¿Puedo? –preguntó después

extendiendo sus manos hacia el pequeño– Oh, vamos, Malfoy, no voy a romperlo.

Tras una breve reticencia, Draco le entregó el niño. Lejos de sentirse extraño, Evon siguió
gorgojeando alegremente en el regazo de

Hermione, mientras Draco contemplaba la serie de tonterías que la joven bruja le hacía a su hijo.
Se preguntó si él también se vería tan

ridículo haciendo esas cosas. Y descubrió que no le importaba.

- A Harry siguen gustándole los niños. –declaró inesperadamente Hermione, sonriéndole con
entendimiento– De hecho, creo que hasta

sería capaz de adoptar uno si no tuviera por pareja a ese imbécil de Roger Davis.

- ¿De veras? –dijo el rubio, tratando de no parecer demasiado ansioso ante la mención del nombre
que había pugnado por salir de sus

labios desde que Granger había llegado.

- Se le dan bastante bien. –siguió explicando Hermione mientras le hacía carantoñas a Evon– De
hecho, le estoy entrenando. –declaró en

tono malicioso.

Draco no supo si sorprenderse ante tal declaración. Después de todo, no era tan extraño que
Pansy hubiera acabado congeniando con

Granger. Las dos eran igual de peligrosas…

- Algunos sábados Ron y él me acompañan al orfanato Bulstrode. Bueno, al principio tuve que
arrastrarles. –reconoció la joven– Trabajo

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allí como voluntaria los fines de semana, con mi suegra y mi cuñada. –aclaró después– Y aunque
todavía no ha conseguido dar una papilla

sin que su ropa y sus gafas sufran en el intento, creo que acabará consiguiéndolo. –la joven no
pudo evitar una pequeña carcajada– En

cambio, es genial cambiando pañales, cosa que no puedo decir de Ron.


Hermione observó a Draco, contemplando a su hijo con una sonrisa en los labios. Y se preguntó si
estaría imaginando a Harry

cambiándole los pañales a Evon.

- Si te esfuerzas un poco, tendrás tu oportunidad, Malfoy. –dijo suavemente la bruja– Está claro
que estás dispuesto a reconquistarle. –

afirmó – ¿O no estamos aquí para hablar de eso?

El pálido rostro de Draco se tiño de un leve rubor, pero no dijo nada.

- Diría que las cosas no andan muy finas entre ellos. –le informó Hermione, con más entusiasmo
del que se hubiera esperado de una buena

amiga.

- ¿Tú crees? –preguntó Draco, tratando de no parecer excesivamente anheloso.

­ Aunque si sigues exasperándole de esa forma en todas vuestras reuniones… –le recriminó
frunciendo el ceño.

- ¡Es que él llegó en pie de guerra, Granger! –se defendió Draco.

- ¿Y qué esperabas? –dijo ella– Habéis sido perro y gato durante muchos años.

- Me temo que debo darte la razón. –reconoció el joven con gesto derrotado.

- Entre todos los defectos de Harry, que los tiene, –remarcó Hermione en tono irónico– está el de
tener un corazón demasiado grande. Y el

de confiar ciegamente en la gente que ama. Pero no es tonto. –Hermione le dirigió una mirada
traviesa– Y creo que ahora mismo puede

estar en la fase de replantearse algunas cosas con respecto a su relación con Roger.

- No es tan fácil, Granger. –discrepó Draco con desánimo.

- Tampoco tan difícil. –en un impulso, que casi le tomó más por sorpresa ella a que a Malfoy, cogió
la mano del rubio y la apretó con

cariño– Sólo hay algo que Harry desee más que otra cosa en ese mundo. Una familia. La que nunca
pudo tener. –la mano de Draco siguió

quieta en la suya, sin hacer gesto de querer desprenderse de ella– Harry no supo lo que era tener
un amigo o que alguien se preocupara por

él hasta que llegó a Hogwarts, Malfoy. Creció con su familia muggle, que le odió por ser lo que era
y le hizo la vida imposible hasta

extremos que ni puedes imaginar. Perdió a sus padres, a su padrino y a un montón de amigos en el
camino. Y a pesar de su desgracia
después, jamás vi a Harry tan feliz como cuando estaba contigo. Te amaba con todo su inmenso
corazón, de eso puedes estar seguro.

Como demostraste que tú le amabas a él. –rectificó– Como le amas todavía.

El rubio se desprendió suavemente de la mano de Hermione, para coger la que Evon le tendía y la
besó. El pequeño dio un chillido de

alegría y empezó a moverse hacia delante y hacia atrás en el regazo de Hermione, babeando feliz.

- La situación no es la misma. –musitó Draco, mientras buscaba un pañuelo en su bolsillo– No me


necesita. El problema es que ahora sólo

puede recordar de mí los malos momentos.

­ Pues haz que vuelva a confiar “ciegamente” en ti. –dijo contemplando embobada como Draco
limpiaba a su hijo– ¿O esa famosa y

petulante frase de que “no hay nada que un Malfoy no pueda conseguir”, era sólo eso, una frase?

- Estas jugando peligrosamente con mi ego, Granger. –advirtió él, a pesar de todo, con una sonrisa
sincera.

- Créeme, nunca jamás pensé desear ver a tu ego ponerse en marcha como ahora, Malfoy. –
reconoció ella también con una sonrisa,

devolviéndole a Evon.

Draco se levantó y colocó al niño cuidadosamente en el cochecito. Ató las correas y cuando estuvo
seguro de que todo estaba

correctamente dispuesto se volvió hacia Hermione, que le miraba entre fascinada y enternecida.

- ¿Qué? –preguntó un poco a la defensiva, sintiéndose incómodo bajo esa mirada.

Ella negó con la cabeza y alzó las manos en son de paz.

- Creo que le caes bien a Evon. –dijo después el Slytherin, esperando no haber sido demasiado
brusco– Estoy seguro de que le gustará

volver a verte.

- Cuando quieras, Malfoy. Sólo mándame una nota y estaré encantada de sentar a Evon en mis
rodillas nuevamente. Es un niño adorable.

- Gracias, Granger.

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- Hermione. –le corrigió ella– Mis amigos me llaman Hermione.


El Slytherin sonrió.

- Los míos, Draco.

***

El molesto zumbido del despertador irrumpió en el silencio de la habitación. Harry gruñó bajito
sobre el pecho de su pareja y tras unos

perezosos momentos, se volvió lo suficiente para que su mano alcanzara el odioso aparato y lo
paró. Permaneció todavía unos instantes

abrazado al cuerpo caliente y familiar, antes de ordenarse mentalmente levantarse. Cómo un


autómata abandonó el cálido lecho, donde

Roger siguió durmiendo sin despertarse, para entrar en el cuarto de baño y darse la ducha que
arrancara los últimos hilos de sueño.

Minutos después, salió del baño con la toalla enrollada a sus delgadas caderas y miró hacia la
cama. Estaba enamorado de Roger, se dijo,

en un tono quizás peligrosamente cercano al auto convencimiento. La noche pasada habían hecho
el amor, a pesar de que él le había hecho

notar a su compañero que estaba cansado y que no se sentía demasiado predispuesto. Sin
embargo, la insistencia de Roger había acabado

excitándole, como siempre, y habían tenido un encuentro satisfactorio y placentero. No ardiente,


ni salvaje, ni tan siquiera apasionado.

Satisfactorio y placentero, se repitió mentalmente. Harry sacudió la cabeza y pequeñas gotitas


salieron disparadas de su negro cabello en

todas direcciones. Con un pequeño suspiro, abrió un cajón de la cómoda en busca de una camisa
limpia. Había tenido el mismo sueño, una

noche más. Ese del que Roger se reía. Pero que a él siempre le parecía tan real como si lo hubiera
vivido. Tanto, que cuando salió del

hospital acabó por preguntarle a su pareja si realmente él había estado allí y le había besado.
Roger se había reído y ahora que lo pensaba,

había sido la primera vez que había visto a Hermione dirigirle esa mirada de antipatía que ahora
era tan habitual. Estabas exhausto y muy

mal herido, Harry. Delirabas. –le había dicho su amiga– En ese estado la mente juega malas
pasadas. Y él había tenido que darle la

razón. No había otra explicación. Sin embargo, con frecuencia despertaba con el dulce sabor de
esos labios sobre los suyos y por más que

los probara, no eran los de Roger.


Revolvió el cajón de la cómoda con impaciencia, buscando la camisa de uniforme limpia. Estaba
seguro que debía haber una, porque tenía

tres. Una que todavía no había lavado, la que se había quitado la noche anterior y la que tenía que
estar en cajón y no encontraba. Abrió el

resto de cajones, por si Roger la había guardado en el lugar equivocado. Pero no la encontró.
Incluso rebuscó en el cesto de la ropa sucia.

Sólo había la del día anterior. Harry dejó escapar un suspiro de exasperación. Era la segunda vez
en una semana. El martes pasado se había

quedado sin calzoncillos.

- Roger, –dijo sacudiéndole suavemente– ¿has visto mi camisa de uniforme limpia?

El rubio entreabrió apenas los ojos y negó con la cabeza.

- En el cajón. –murmuró con un gruñido.

- No está.

- Pues coge una de mis camisas blancas entonces. –dijo Roger volteándose para seguir
durmiendo– Bajo la túnica nadie lo notará.

Harry volvió a la cómoda y abrió otro cajón, del que extrajo una camisa blanca de su pareja. No
entendía qué pasaba últimamente con su

ropa, pensó mientras doblaba los puños porque las mangas le venían un poco largas. Sólo
esperaba que ésta prenda no hubiera desparecido

como su polo azul, uno de sus preferidos y su camisa color burdeos, otra de sus favoritas. Suerte
parecida había corrido parte de su ropa

interior, sin que todavía hubiera podido encontrarle una explicación. Roger le decía que
simplemente era un despistado y algo

desordenado. Que ya aparecerían. Pero él sabía que no era ni tan desordenado, ni tan olvidadizo.

Salió del apartamento y bajó las escaleras hasta la planta baja. Ron ya le estaba esperando en la
puerta.

- Estaba a punto de subir a buscarte. –gruñó el pelirrojo– ¿Se te han pegado las sábanas, otra vez?

- No encontraba mi camisa. –respondió el moreno de mal humor.

Ron frunció el ceño. La excusa de la ropa empezaba a estar un poco gastada. Harry tendría que
encontrar otra mejor cada vez que se

quedara dormido Sin embargo, no insistió. El moreno parecía haberse levantado con el pie
izquierdo aquella mañana.
Llegaron al Ministerio sin haber cruzado más de dos palabras. Ron miró de reojo a su amigo, más
callado y taciturno de lo que era habitual

en él.

- ¿No tienes reunión con Malfoy hoy? –se arriesgó a preguntar, suponiendo que tal vez esa fuera
una de las causas del malhumor del

moreno– ¿Vas a decirle lo de Pritchard?

Harry dejó escapar un gruñido. ¡Joder! ¿Ya había pasado un mes? Lo había olvidado
completamente. Parecía que su mañana iba a seguir

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peor de lo que había empezado.

- La jodida reunión. –masculló.

Como jefe de la unidad, Harry tenía un pequeño despacho, en el que se encerró junto con su
primer café del día. Contempló su mesa y le

dieron ganas de arremeter contra todos los pergaminos que había encima de ella de un manotazo.
Pero no lo hizo. En su lugar, cerró los

ojos y se masajeó las sienes, intentando aclarar sus pensamientos.

Tenía una conversación pendiente con Roger, que no sabía como afrontar, pero que no podía
seguir postergando. Lo había intentado una

vez y su compañero había dejado de hablarle durante tres días. No es que a él le importara seguir
manteniéndoles a los dos, pero empezaba

a cansarse de ser el único que se levantaba a las siete de la mañana. Roger era jugador profesional
de Quidditch. Pero la guerra había

interrumpido la liga profesional. Y la posguerra no estaba siendo la época más adecuada para
hacerla resurgir. Lamentablemente y sin que

sirviera de precedente, tenia que darle la razón a Malfoy en eso. Pero había miles de cosas que
Roger podía hacer mientras tanto y no tan

sólo ponerse de mal humor cada vez que le decía que la subvención había sido aplazada.

Después estaba Herm. Su amiga le preocupaba. Ni siquiera Ron había podido averiguar lo que le
pasaba a su mujer. Al principio, incluso

ambos habían temido que estuviera enferma, porque si algo tenía Hermione era memoria. Y de
repente parecía haber olvidado hasta el día
de su propia boda. La habían estado vigilando cuidadosamente, sin que ella se diera cuenta.
Incluso Ron había consultado con un

medimago amigo de sus padres que trabajaba en San Mungo. Y para estar más seguros, Harry lo
había hecho con la medibruja Arashi,

quien le había tratado después de su enfrentamiento con Voldedmort. Ambos medimagos


coincidieron en que podía ser un efecto post

traumático por todo lo vivido durante la guerra o por el estrés de las palizas que Hermione se daba
después. Trabajaba como una loca, eso

los dos lo sabían. Y después, todavía sacaba tiempo para colaborar con diversas organizaciones
benéficas como voluntaria. Ayudaba en

uno de los comedores públicos todos los fines de semana, donde reciente e incomprensiblemente
había hecho grandes migas con Pansy

Parkinson y dos tardes a la semana trabajaba en el orfanato que habían construido junto al
hospital mágico, junto con su suegra Molly

Weasley y su cuñada Ginny. Gracias a Merlín, para alivio de su marido y de su mejor amigo,
parecía que aquellas lagunas de memoria

eran cada vez menos frecuentes y tal como le había dicho la medibruja a Harry, seguramente no
habría nada de qué preocuparse.

Y por supuesto, estaban sus problemas con aquellos estúpidos Slytherins a los que Scrimgeour se
empeñaba que mantuviera bajo el punto

de mira y de los que él estaba ya más que harto. La mayoría, aparte de arrogantes y estúpidos, no
entrañaban mayor peligro que pescar un

resfriado por los aires que se daban o sufrir de ceguera pasajera debido al deslumbramiento que
su exhibición de joyas y lujos provocaba.

Inofensivos, a excepción de dos o tres que su intuición le había hecho decidir que debía vigilar un
poco más de cerca. Y, aunque había

incluido a Malfoy en ese saco, reconocía que había sido más porque era Malfoy que por otra cosa.
Porque la serpiente rubia no había

hecho nada de lo que hubiera motivo de preocupación desde que había vuelto a Inglaterra, aparte
de casarse y tener un hijo. Y tocarle a él

las narices, por supuesto. En eso no había perdido su toque. Por su culpa, había tenido que hacer
un cursillo acelerado sobre economía y

finanzas, que se le habría atragantado todavía mucho más, si no hubiera sido por la inestimable
ayuda de Hermione. Y aunque había sido
muy básico, “Finanzas para no financieros”, al menos había conseguido seguir a Malfoy en sus
disertaciones y logrado que dejara de

pasearse sobre su ego.

Estaba por ver la cara que pondría cuando le dijera que la noche anterior habían detenido a uno
de sus amigos por haberle lanzado un

Imperius a un muggle. Pritchard estaba borracho y no había encontrado cosa mejor que hacer que
maldecir al pobre hombre y hacerle

bailar en peligroso equilibrio sobre uno de los bordes del puente de Londres, llamando la atención
de un montón de muggles. La Brigada

de Desmemorización había tenido bastante trabajo después.

Cuando Harry volvió a mirar su reloj eran casi las once y media. Dejó el papeleo que estaba
poniendo al día a medias y se levantó con

resignación. Cruzó la pequeña área que él y su grupo tenían asignada y salió al pasillo para tomar
el ascensor para bajar hasta la primera

planta, donde Malfoy tenía su despacho. Repasó mentalmente los asuntos que tenía que tratar
con él. Le resultaba enojoso tener que

controlar a ese grupo de descerebrados podridos de dinero. Pero ODIABA tener que controlar a
Malfoy. Había intentado liberarse de esa

obligación, entre otras cosas porque no había reunión en que los dos no acabaran a la greña, pero
Scrimgeour no se lo había permitido. Un

año más, le había dicho. Y si su informe era favorable, tenía previsto ofrecer a Malfoy ese cargo de
forma permanente. Harry no se había

reprimido y le había dicho que estaba loco. Privilegios de ser el héroe.

Ya ante la puerta del Consejero para Asuntos Económicos, Harry inspiró profundamente y llamó.
Nadie le respondió. Volvió a llamar, esta

vez con más energía, con igual resultado. Empezó a maldecir en voz baja. Si Malfoy se había
olvidado de su cita nuevamente, esta vez

pensaba tomar medidas. Estaba a punto de irse, cuando le pareció escuchar voces. Tal vez Malfoy
sufría de una repentina sordera y no le

hubiera oído, concedió. O todavía no había terminado con una reunión anterior y había ignorado
deliberadamente que alguien estaba

aporreando su puerta. Dejándose guiar por aquel mal humor mañanero que todavía no le había
abandonado, decidió abrir y recordarle a

quien fuera que se había terminado su tiempo y empezaba el suyo.


Entró dispuesto a soltar la habitual diatriba que seguramente haría que, también como siempre, la
reunión empezara con mal pie. Sin

embargo, la primera palabra murió en su boca al encontrarse con la imagen más sorprendente que
jamás hubiera podido imaginar. Por un

momento no supo si reír o enfadarse por si aquel era un nuevo método del Slytherin para socavar
su paciencia.

Malfoy estaba en el suelo, a cuatro patas, en mangas de camisa y ofreciendo una espléndida vista
de su trasero. Un excitado y alegre

gorgojeo surgía de alguien que quedaba oculto tras el rubio y que por lo tanto Harry no podía ver.
Y ¿esos extraños ruiditos eran…

pedorretas?

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­ Ejem… ¿Malfoy?

Sobresaltado, Malfoy dio un gracioso bote, meneando su culo de una forma que Harry encontró
bastante… interesante. Jamás había visto a

la rubia serpiente enrojecer. Y verle hacerlo hasta la raíz del pelo fue lo más gratificante que había
contemplado en mucho tiempo.

­ ¿Interrumpo… algo? –preguntó, ahora sí, procurando contener la risa.

- Disculpa. –dijo Malfoy intentando hacer acopio de dignidad sin lograrlo demasiado.

El Consejero se había puesto en pie y estaba bajándose las mangas de la camisa apresuradamente,
todavía con un rojo intenso en su cara.

Alcanzó su túnica del respaldo del sillón y se la puso con misma rapidez. Harry contempló al
hermoso bebé rubio que el cuerpo de su

padre había estado ocultando.

- ¿Es tu hijo? –preguntó.

- Si. –respondió Malfoy ya repuesto y formalmente vestido– Me temo que hoy me he quedado sin
canguro.

Aunque Harry intentó adoptar una mirada enojada, la sonrisa siguió bailando en sus ojos.

- Me maravilla las excusas que eres capaz de encontrar para aplazar nuestras reuniones, Malfoy. –
dirigió una mirada al sonriente bebé que

reclamaba a grititos la atención de su padre– Estás empezando a caer muy bajo.


Draco estaba a punto de responder cuando Evon, cansado de intentar conseguir su atención y no
conseguirlo, rompió en llanto.

- ¡Por el amor de Dios! –Harry se quitó la túnica de forma algo brusca y se desplomó en una de las
sillas, frente a la mesa de despacho con

cara de resignación– ¡Coge a tu hijo, Malfoy! Prometo no deshacer tu imagen pública de Slytherin
frío y sin sentimientos.

Era tan alucinante ver a Malfoy en aquella faceta que estaba seguro de que cuando se lo contara a
Ron, le preguntaría qué se había fumado.

- ¿Seguro que no te importa? –preguntó Draco sentándose frente a él, al otro lado de la mesa, con
el pequeño otra vez sonriente, en su

regazo.

Harry se limitó a hacer un gesto con su mano, indicándole que podían empezar en cuanto
estuviera listo. Una de las carpetas apiladas a la

derecha de la mesa, salió del montón y se posó delante de Malfoy, abriéndose seguidamente.
Todo aquel proceso debió parecerle al

pequeño Evon la mar de excitante, porque no dejó gritar y de lanzar sus manitas en dirección a la
carpeta, tratando de alcanzarla.

- Bien, –empezó Draco intentando ignorar los desaforados esfuerzos de su hijo–he estado
estudiando el impuesto de circulación con el que

el Ministro ha propuesto gravar el tráfico de escobas…

Harry parecía encontrarse mucho más cómodo que la última vez. Estaba sentado en una postura
completamente relajada, a diferencia de su

anterior reunión, en la que Draco tuvo la impresión que iba a saltar en cualquier momento de la
silla. Sus labios se curvaban en una

pequeña sonrisa condescendiente, en lugar de mantenerlos apretados y tensos, como en esa


ocasión. Sus ojos tenían un brillo de diversión,

mientras seguían con curiosidad los esforzados movimientos de Evon por alcanzar tanto objeto
fascinante encima de la mesa, esperando

ser tocado y babeado. Claro que Draco estaba seguro de que gran parte de la diversión se la
estaba proporcionando él mismo, tratando de

detener aquellas inquietas manitas y mantener un discurso coherente al mismo tiempo.

­ …pero creo que hay bastante trabajo que hacer antes. Lo primero es confeccionar un censo de
escobas y clasificarlas por modelos. –

apartó por tercera vez la mano de Evon del pergamino– Lo que al mismo tiempo va a ser lo más
difícil, porque dudo que nadie se sienta
muy dispuesto a colaborar si el resultado va a ser un nuevo impuesto. –ya que carpeta y
pergamino estaban fuera de su alcance, la mano se

dirigió a la atrayente pluma roja abandonada justo al lado– No creo que las tiendas de escobas
lleven un registro de sus clientes, lo cual me

lleva a sugerir, que a partir de ahora, con cada venta se registre el nombre del propietario.
También sería conveniente…

­ Malfoy, tu hijo se está comiendo la pluma… –le interrumpió Harry, sin duda disfrutando del
pequeño quebradero de cabeza que le estaba

causando a su padre.

- ¡Dioses, Evon! –murmuró Draco quitándole de la mano la baboseada pluma– ¿Acaso quieres
ahogarte, hijo?

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Evon hizo notar inmediatamente su desacuerdo al ser privado de su entretenimiento, con una
nueva sesión de llanto.

­ Creo que no le gusta que no le dejen salirse con la suya… –apuntó Harry, divertido. Y añadió con
cierta malicia– Debe ser genético…

- ¿Me alcanzas el dragón de peluche? –pidió Draco, haciendo caso omiso del último comentario.

Un dragón, como no, pensó Harry mientras se levantaba y cogía el peluche de la sillita de bebé. Se
lo dio a Malfoy, pero se quedó de pie.

- Creo que es mejor que lo dejemos para otro día. –dijo– Para cuando tengas canguro.

Y aunque en la última frase había habido algo de retintín, Draco estaba por jurar que Harry no
estaba enfadado. Ni siquiera molesto.

- Me parece bien. –aceptó.

- La semana próxima. ¿El lunes a la misma hora?

- Estupendo.

- Bien.

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Harry se quedó unos momentos plantado ante la mesa, como si tuviera algo más que decir, pero
finalmente cogió su túnica de la silla y se
dirigió hacia la puerta.

- Nos vemos, Malfoy.

Draco hizo un pequeño gesto con la cabeza, perdido su último pensamiento en aquel trasero
redondo y firme que acababa de desaparecer

por la puerta. Mientras tanto, Evon había decidido que ya tenía su dragón de peluche demasiado
visto y que la corbata de su padre tenía un

sabor nuevo y mucho más interesante.

- ¿Tienes hambre, hijo? –preguntó Draco a los pequeños ojos grises que le miraban risueños, al
tiempo que recuperaba su corbata. Sonrió–

Creo que el próximo lunes te llevaré a conocer la cafetería.

Cuando Harry volvió a su pequeño despacho, Ron ya le estaba esperando con un par de
sándwiches. Uno de queso y jamón y otro de pollo

con mayonesa. Y una cerveza de mantequilla muy fría.

- Tienes cinco minutos. –le advirtió el pelirrojo con la boca llena, a punto de terminar el suyo– Nos
los ha traído Hermione. –tragó con un

sonido gutural.

- ¿Tienes que engullir de esa forma? –le reprochó Harry.

- Tenemos que trasladar a Harrison desde Azkaban. –explicó el pelirrojo sin toman en cuenta el
comentario– En un par de horas se reúne el

Wizengamot para su juicio.

Harry estudió los dos sándwiches encima de su mesa y eligió el de pollo con mayonesa.

- ¿Qué tal la reunión con Malfoy? –preguntó Ron, terminando también con su cerveza.

- Bien. –fue la escueta respuesta.

- ¿Bien?

Ahora que se daba cuenta, Harry no había llegado gruñendo, maldiciendo y jurando que le iba a
presentar la dimisión a Scrimgeour. Ni

siquiera había mostrado su disgusto por tener que ir a Azkaban otra vez. Radcliff a veces podía ser
un verdadero hijo de puta, se dijo el

pelirrojo. El Jefe de Aurores sabía de sobras lo poco que le gustaba a su amigo sentir la presencia
de los dementores demasiado cerca de él.

- ¿Bien? –repitió con incredulidad.


Harry se encogió de hombros y acabó con el sándwich en dos bocados. Abrió uno de los cajones de
su mesa y sacó una pastilla de

chocolate, que metió en el bolsillo interior de su túnica.

- Vamos, –dijo– Los malos tragos, cuanto antes mejor.

Y salió del despacho seguido por un desconcertado pelirrojo.

Continuará...

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Capítulo XII por Livia

Notas del autor:

Disclaimer:Ya me gustaría, pero a parte de los personajes que han surgido de mi imaginación los
demás no

son míos.

Gracias mil a Eire por sacar tiempo de donde no lo tiene.

Nota: Perla Negra ha tenido la gentileza de hacer un bonito dibujo del capitulo anterior, de cuando
Harry y

Draco se reunen en el despacho de éste último y el pequeño Evon casi se come la pluma. Podréis
encontrar el

dibujo en ese capítulo, tras el párrafo de referencia. ¡Muchas gracias Perla!

CAPITULO XII

Aquella tarde Draco había regresado a la mansión con el corazón caliente y el alma más
compuesta que nunca. Además de con un

sobreexcitado Evon, que se negó a dormir y obsequió a su padre con una buena sesión de
desesperadas lágrimas cada vez que intentaba

acostarle en la cuna.

­ Pequeño tirano… –susurró Draco cuando, una vez más, las lágrimas cesaron al sacarle de la cuna.

Besó la suave mejilla, mientras sonreía al escuchar los pequeños hipidos que el bebé soltaba como
consecuencia del sentido llanto.

- No vamos a tener que darle la razón a Harry, ¿verdad? –siguió susurrando mientras sostenía al
niño contra su pecho– Porque aunque le
ame, me fastidia tener que dar la razón a un Gryffindor. Eso es algo que todo buen Slytherin sabe y
que tú deberás aprender, hijo.

Evon se frotó los ojos con el puño, muerto de sueño a pesar de todo. Miró a su padre con los ojitos
medio cerrados y éste paseó por la

habitación unos minutos más, con la esperanza de que esta vez el sueño le rindiera
definitivamente. Quizás le estaba malcriando, pensó al

mismo tiempo que esbozaba una de esas sonrisas que, alguien que no haya podido conocer
todavía la paternidad, clasificaría de alelada y

completamente idiota. Pero descubrir que quería tener a su hijo a su lado a todas horas no podía
ser malcriarlo, se dijo, sino darle lo que él

mismo jamás había recibido. Orgulloso de sí mismo, depositó su pequeño tesoro en la cuna, esta
vez sin ninguna protesta. Recordó que la

primera vez que se había atrevido a coger a Evon en brazos se había sentido tan inseguro, tan
temeroso de no saber cómo hacerlo

exactamente, de que le llorara, de que se le cayera, de que por miedo a eso le apretara demasiado
y le hiciera daño… y no podía recordar

cuántas cosas más. ¡Había crecido tanto en aquel último mes! Se preguntó cómo Victoria podía ser
tan estúpida como para perderse la

experiencia de ver a su hijo cambiar día a día. De descubrir nuevos gestos y nuevas expresiones;
de satisfacer su inagotable curiosidad y

disfrutar de cada cosa nueva que el pequeño aprendía. Y agradeció a los dioses que lo fuera,
porque así Evon era sólo para él. Su sonrisa de

las mañanas, cuando le sacaba de la cuna, era suya. Y ese impaciente balanceo, tendiéndole los
bracitos para que le cogiera en cuanto le

veía, reclamaba única y exclusivamente a su padre. Bueno, también era el destinatario de sus
berrinches, de sus babas y de algún que otro

escape sobre sus pantalones. Pero ya se sabe, quien con niños se acuesta, mojado se levanta.

Casi al mismo tiempo en que acostaba a su hijo, Puky aparecía en la habitación para anunciarle
que tenía visitas. El elfo le dirigió una

mirada recelosa, sin poder dejar de preguntarse con preocupación porqué el amo Draco
últimamente pretendía quitarle su trabajo.

- Los Sres. Nott y Warrington le esperan en la salita, amo. –dijo sin estridencias.

La última vez que había hablado con un tono un poco más alto de lo que su amo consideró
apropiado en aquella habitación, éste le había

dirigido una mirada gélida, de esas que a Puky le ponían tan nervioso.
- Diles que ahora bajo. –le indicó Draco con fastidio.

Blaise había hablado con él por la mañana para contarle la noticia que, a pesar de no ser pública
todavía, ya corría como la pólvora dentro

de su círculo. Draco sabía que habían tratado de comunicarse con él durante todo el día y le
molestaba que acudieran a su casa a esas

horas, para pedirle seguramente lo que jamás estaría dispuesto a hacer. De esos tres imbéciles,
uno ya se había puesto fuera de juego él

solito. Warrington era tan idiota o más que Pritchard, así que no creía tener que molestarse
demasiado por él. Nott ya era harina de otro

costal. Pensaba tomarse su tiempo para estudiar detenidamente las medidas a tomar con él.
Draco no había olvidado.

Abandonó la habitación de su hijo con el semblante mudado en la expresión más fría de todo su
repertorio.

- Buenas noches caballeros. –saludó una vez en la salita– Un poco tarde para andar de visita.

Con un gesto de su mano, les indicó que volvieran a sentarse.

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- Lo sentimos, Draco. –Warrington parecía muy nervioso– Hemos intentado localizarte durante
todo el día de hoy, pero ha sido imposible.

–y justificó con gesto angustiado– Han detenido a Graham.

El rubio permaneció impasible ante las palabras de su ex compañero de Casa.

­ ¿Y…? –preguntó.

Warrington le miró desconcertado mientras que Nott, quien todavía no había abierto la boca,
apretaba los labios con irritación.

- ¡Por todos los magos! –exclamó el primero– ¡Debemos ayudarle! ¡Es uno de los nuestros!

Draco alzó una ceja con ironía.

- Tienes contactos en el Ministerio, Draco –habló Nott con frialdad– Podríamos sacarle esta misma
noche.

- ¿Después de una Imperdonable? –preguntó el rubio con sarcasmo.

- Sólo era un muggle. –siguió justificando Warrington en el mismo tono alterado– Pero Graham
estaba algo bebido. Eso debería ser un

atenuante, ¿no crees?


- No existen atenuantes para la idiotez, Cole. –respondió Draco con frialdad.

- Entonces, ¿qué vas a hacer? –preguntó Nott en el mismo tono.

Draco le dirigió una mirada aburrida.

- Nada. –dijo– Si Graham no saber beber, ya es hora de que aprenda.

- Puede acabar en Azkaban, Draco. –gimió Warrington– No podemos dejar que eso suceda.

- Sabes que el Ministerio está pendiente de todos nuestros pasos, esperando la menor
oportunidad… –le recordó Nott.

Draco repiqueteó con los dedos sobre el brazo del sillón, denotando su impaciencia.

- Pues si ese imbécil se la ha puesto en bandeja, no es culpa nuestra. –dijo, tajante– No pienso
involucrarme en esto y vosotros deberíais

hacer lo mismo.

- A los demás no les hará gracia saber que abandonas a uno de los nuestros a su suerte. –amenazó
Nott.

Draco estrechó su helada mirada gris y su voz se arrastró peligrosamente.

- Los demás se cuidan de sus propios asuntos, como hago yo, Theo. Y no andan por ahí
emborrachándose y atacando muggles. –sonrió con

ironía– Además, ¿dónde están? No veo a nadie más aquí.

Nott apretó las mandíbulas tratando de dominar su cólera.

- ¿Y dónde están tus principios, Draco? –masculló– ¿O es que vas a dejar que un montón de sangre
sucias, mestizos y simpatizantes de

muggles se salgan con la suya? ¿Acaso no sientes ningún respeto por tu propia sangre, tú, un
Malfoy?

- Mide tus palabras, Theodore. –y esta vez el tono fue claramente amenazador.

Nott lanzó una carcajada burlona.

- No me amenaces, Draco. –dijo entre dientes– Porque a lo mejor a tu suegro tampoco le hará
ninguna gracias saber que le estás dando la

espalda a todo tu linaje con esa actitud tan… integradora que gastas últimamente. –acabó con
desprecio.

Draco se puso en pie de un solo movimiento. Tan inesperado que Warrington dio un respingo y
dirigió una mirada inquieta a su

compañero quien, aparentemente, no se inmutó.


- ¡Largaos! –siseó Draco a punto de perder la compostura mientras su mano se deslizaba
automáticamente hasta su varita.

El sutil movimiento no pasó desapercibido a ninguno de sus dos visitantes. Y a pesar de su


bravuconería, ni siquiera Nott estaba dispuesto

a enfrentarse al mago hábil, poderoso y cabreado que en ese momento era Draco Malfoy.

***

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A principios de Julio, empezaba a notarse un frenetismo inhabitual en el Ministerio. Gran parte de


la plantilla iniciaba sus vacaciones la

segunda quincena de ese mes y todo el mundo tenía prisa por dejar las cosas más o menos
arregladas antes de tomarse un merecido

descanso. La primera quincena de Agosto, el Ministerio quedaba prácticamente vacío, porque a


los que se habían ido en Julio, les faltaban

todavía dos semanas para regresar. Y los que empezaban el 1 de Agosto, se despedirían ese día sin
mucha pena de los compañeros a los

que le había tocado “pringar” ese año.

Las vacaciones de los aurores se programaban de forma distinta, por turnos y de manera rotativa.
Y sólo podían tomar quince días de

forma seguida. Ese era uno de los motivos por los que Harry Potter no andaba de muy buen
humor aquella mañana. La mitad de sus

aurores se habían ido aquella semana y en su lugar, ahora tenía en su equipo a cinco veteranos a
los que no les hacía la menor gracia

recibir órdenes de alguien que tenía casi la misma edad que alguno de sus hijos. Para acabar de
redondear el día, era su cumpleaños. Y

sabía que, al igual que el año pasado, debía esperar la consabida broma. La vez anterior se habían
conformado con una tarta de velas

inapagables. Pero encontrar dos horrorosos patitos de goma encima de su mesa, como
representación de los 22 que ese día cumplía, le

había molestado más de lo que había podido imaginar. Todavía más, tener que callar los
estridentes cuak-cuak que ambos empezaron a

emitir tan pronto puso el pie en su despacho y que escaparan de la mesa al tratar de
desencantarlos y tirarlos a la papelera. Cuando los dos
patitos habían estallado en el aire y no había quedado de ellos ni el pico, las risas habían cesado.
Aunque tal vez había tenido mucho que

ver la mirada especialmente sádica que el Jefe de Unidad había dirigido hacia los cubículos más
veteranos y alejados de su despacho.

Aquella que utilizaba de vez en cuando para recordar a los desmemoriados quién había acabado
con Voldemort.

Después de la contundente demostración, había logrado pasar el resto de la mañana con bastante
tranquilidad.

En ese preciso momento, se dirigía hacia la cafetería donde, según la nota que le había enviado
Malfoy, se encontraría con él para celebrar

su reunión. Cuando llegó, comprobó que el local estaba abarrotado. Risas, conversaciones en
tonos demasiado altos y excitados,

despedidas y promesas de lechuzas desde el lugar de vacaciones de los que tenían la suerte de
poder marcharse. Harry oteó desde la puerta,

intentando localizar al Consejero para Asuntos Económicos entre toda aquella algarabía.
Finalmente, vislumbró su platinada cabeza en una

de las mesas del fondo, apenas visible entre varias brujas que le rodeaban entre exclamaciones y
risitas.

­ No puedo creerlo… –murmuró Harry para sí mismo, negando con la cabeza.

Al acercarse, pudo comprobar que los pulmones de Evon seguían en plena forma, pero que al
contrario de lo que le había parecido desde

lejos, su padre no parecía demasiado contento.

­ Señoras… –le oyó decir– …por favor, señoras, estoy esperando a una persona para comer, si
fueran tan amables… –y cuando sus ojos

grises repararon en él pareció realmente aliviado– ¡Ah, Potter! Me alegro de que hayas llegado.

Harry miró fijamente a Draco y después a su alrededor.

- ¿Hay huelga de canguros o de elfos domésticos, Malfoy? –preguntó en un tono seco, ausente de
amabilidad.

Las brujas que hasta ese momento le habían estado haciendo carantoñas y monerías al último
representante de la dinastía Malfoy, se

retiraron discretamente. Patitos encantados estallando y desintegrándose en el despacho del


auror era la noticia de una mañana, en la que

por lo visto el Salvador del mundo mágico no se había levantado de su mejor humor.
- ¡Feliz cumpleaños, Potter! –le deseó Draco dedicándole una sonrisa encantadora– ¿Tienes algo
en contra de los patitos de goma?

Harry le dirigió una mirada helada. Nada que Draco no hubiera previsto y no pudiera manejar.

Una hora más tarde, tal vez no hubieran discutido demasiado sobre ese impuesto de circulación
que el Ministro quería instaurar para las

escobas; pero los dos habían conseguido quedar pringados de papilla hasta las cejas. Y Evon,
neófito todavía en asuntos de plato y

cuchara, les contemplaba sonriente con su precioso bigote de pescado con verduras, burlándose
de ellos.

Harry apartó un mechón de pelo de su frente y se colocó bien las gafas. Arrebató la pequeña
cuchara de la mano de Malfoy con una

expresión de determinación en su rostro, murmurando algo parecido a Slytherins inútiles.

- ¡Dame, Malfoy! A este paso vamos a cerrar la cafetería. Y por si no te has dado cuenta, todo el
mundo nos está mirando. –Draco le

dirigió una mirada cándidamente sorprendida– Cógele las manitas para que no las meta en el
plato otra vez.

Draco tenía al niño sentado en su regazo. Besó discretamente la rubia cabecita mientras
observaba atentamente las maniobras de Harry con

el plato de papilla y la cuchara.

- Abre la boquita, Evon. –dijo el moreno con la gran sonrisa que sólo dedicaba al pequeño– Así…
ahhhhh… muy bien… ahhhh… ¿lo ves,

Malfoy? No es tan difícil.

Harry puso unos morritos muy graciosos, imitando inconscientemente los mismos movimientos de
los del pequeño. Draco le contempló

embelesado, casi deseando que la siguiente cucharada fuera para él.

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- ¿Dónde aprendiste? –preguntó inocentemente.

- Tengo una amiga que no acepta un no por respuesta. –gruñó Harry– ¡Malfoy, que le cojas las
manos, por el amor de Dios!

Demasiado tarde. Con un agudo chillido de alegría, Evon había conseguido chapotear nuevamente
su mano en el plato y dejar las gafas de
Harry parcialmente cubiertas de una masa espesa de color verde.

- ¡Merlín, lo siento! –se disculpó Draco, tratando de contener la risa– De veras lo siento, Potter.

Harry se quitó las gafas y con una servilleta se limpió la nariz y parte de la mejilla.

- No, Malfoy, no lo sientes. –dijo– Te lo estás pasando en grande, gilipollas.

- No digas palabrotas delante de mi hijo. –le reprendió Draco, tapando las orejitas de Evon– Un
auror respetable como tú debería cuidar su

lenguaje.

Harry le dirigió una mirada desenfocada, mientras trataba de limpiar sus gafas.

- Malfoy, ¿te estás riendo de mí?

Y de pronto un potente dejà vu, golpeó a Draco. ¿Estás sonriendo, Malfoy? ¿O te estás riendo?
Después Harry había recorrido

suavemente su rostro y él le había besado por primera vez.

- ¡Malfoy, te estoy hablando! –le llegó la voz impaciente de Harry.

- Disculpa, estaba… recordando una cosa.

Harry se había levantado y se estaba colocando la túnica después de haberse lanzado a sí mismo
un hechizo limpiador. Un pequeño

artilugio que el auror llevaba prendido a su cinturón no dejaba de emitir unos persistentes y
molestos bips, que sin embargo parecían

entusiasmar a Evon, que lanzaba su cuerpecito hacia delante, pretendiendo alcanzar de cabeza
aquel intrigante sonido.

- Pues recuerda esto también. –dijo el auror– Mañana a las 9.00, no puedo aplazarlo más porque
la semana que viene, si puedo, no pienso

estar aquí. Así que consíguete a alguien que cuide de Evon, ¿de acuerdo?

Draco asintió, observando satisfecho como Harry dedicaba una pequeña caricia a la cabecita de su
hijo, quien le correspondió con un

nuevo gritito y una radiante sonrisa.

- Más te valdría limpiarte tú también, Malfoy. –se burló después– No querrás que tu famosa
elegancia quede en entredicho, ¿verdad?

Y con una sonrisa socarrona en los labios, Draco le vio perderse a toda prisa entre las mesas de la
cafetería.

***
El once de agosto, declarado festivo para celebrar la derrota del Señor Oscuro a manos del
Elegido, caía en viernes ese año. El cuerpo de

aurores al completo debía estar presente ese día para ocuparse de la seguridad del evento,
repartidos entre el Ministerio, el Callejón

Diagon, Hogwarts, Hogsmeade y el recinto en conmemoración a los caídos, popularmente


conocido como “El cielo de los héroes”. Éste

último iba a ser el emplazamiento dónde se concentrarían la mayoría de discursos y actos.

También se podría visitar Hogwarts, ya que Voldemort había tenido el detalle de atacarlo durante
las vacaciones de verano, cuando los

únicos estudiantes que quedaban eran los que iban a luchar contra él. Si hubiera sucedido en
época escolar, aparte de haber sido mucho

más nefasto, el Señor Ministro habría tenido serias dificultades para incluir la escuela en el
recorrido conmemorativo. Porque su nueva

Directora, Minerva McGonagall no habría accedido. Sin embargo, dadas las circunstancias, la
estricta bruja se había sentido lo

suficientemente generosa como para incluso ceder el campo de Quidditch de la escuela para un
partido de exhibición.

En Hogsmeade estaban igualmente dispuestos a celebrar el día por todo lo alto. En el menú de Las
Tres Escobas, podría degustarse el plato

especial del día denominado “De la Victoria”, que una vez en la mesa, se convertiría en el platillo
favorito del comensal. Honeydukes

había elaborado una serie de dulces y caramelos alegóricos a la jornada y con las ranas de
chocolate se podrían encontrar cromos de los

héroes de la guerra, con Harry Potter a la cabeza.

Se preveía que la celebración sería mucho más alegre y colorida que la del año anterior, cuando
todo se palpaba todavía demasiado

reciente.

Como cada mañana, Ron esperaba a Harry en el vestíbulo del edificio. Cuando le vio bajar el último
tramo de escalera, no pudo evitar

soltar un resoplido.

- ¡Ah, no! –explotó enojado, empujando a su amigo y jefe escaleras arriba otra vez– Me gusta tan
poco como a ti, pero no vas a chuparte

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tres días de arresto y nosotros el turno de noche sólo por una cuestión de vestuario.

- No es una cuestión de vestuario y lo sabes. –protestó Harry– Y no se atreverá.

- ¡Oh, sí lo hará! –aseguró el pelirrojo convencido– Tal vez no el año pasado. Pero éste se atreverá,
créeme.

Pero Harry siguió firmemente clavado en el primer escalón.

- Sólo es un maldito discurso y unos pocos aplausos. Das las gracias, saludas y te largas. –gruñó
Ron, que comprendía perfectamente a su

amigo y sentía en el alma tener que obligarle.

Al igual que el año anterior, Harry había sido designado para formar parte de la guardia de aurores
que acompañaría al Ministro, privilegio

reservado usualmente a los aurores más veteranos. Pero vistos los continuos rechazos del héroe a
unirse a la parafernalia de la celebración,

esa era la única manera que el Ministro había encontrado de tenerle al alcance de la mano en el
momento adecuado. Harry lo sabía.

Radcliff lo sabía. Sus compañeros lo sabían. Sólo cabía resignarse.

El moreno había tenido una agria discusión con el Jefe de Aurores el día antes, al intentar por
todos los medios declinar el supuesto

“honor”. Pero Radcliff había sido tajante en su advertencia y muy claro con las consecuencias que
esta vez tendría el sufrir una gripe

inesperada en pleno Agosto. Como la que había padecido el joven Jefe de Unidad durante la
pasada celebración.

Se suponía que los aurores que formaban parte de esa guardia tenían que lucir su uniforme de
gala para acompañar a Scrimgeour, no el de

trabajo. Que era precisamente el que Harry llevaba puesto en ese momento, dispuesto a
escabullirse les gustara o no a Radcliff y al

Ministro. Después de un tenso tira y afloja con Ron, finalmente había terminado bajando Roger y
logrado convencerle de que volviera al

apartamento para cambiarse.

El Jefe de Aurores no pudo evitar un suspiro de alivio cuando vio aparecer a Potter en el atrio del
Ministerio junto con Weasley. Por lo

visto, su discurso del día anterior había surtido el suficiente efecto como para templarle al joven
los nervios. O eso creía él.
- ¡Harry, muchacho! –saludó Scrimgeour estrechando con fuerza la mano del auror minutos
después– Celebro que este año goces de buena

salud para poder acompañarnos a los actos de conmemoración.

Harry esbozó una sonrisa de compromiso y dirigió una mirada con dardo a Radcliff.

- ¿Nos vamos, Jefe? –ordenó más que preguntó el Ministro.

Y la comitiva se puso en marcha.

Harry no había vuelto nunca a ese lugar desde “ese” día. Ahora tenía un apretado nudo en el
estómago. En ese momento odiaba a Ron, por

no haberle concedido la oportunidad de evadirse. A Radcliff por obligarle a estar allí. Al Ministro
que soltaría el obligado discurso, que

acabaría centrando la atención de todo el mundo en él. A los periodistas que harían que su rostro
apareciera en la primera página de El

Profeta al día siguiente. A todos cuantos se encontraban allí aquella mañana, susurrando y
señalándole, haciéndole sentir poco más o

menos que expuesto en un escaparate.

- No voy a perderte de vista, Potter. –amenazó Radcliff, a su lado– Así que no te atrevas a mover
un pie de este entarimado hasta que el

Ministro se retire.

Harry, con la mirada al frente y más tieso que el palo de su escoba, ni tan siquiera parpadeó. No
miraría. No hablaría. No escucharía. No

recordaría. Se sumiría en un estado autista voluntario que le permitiera aislarse y evadirse de


cuanto le rodeaba. De la gente que paseaba,

sonriendo, incluso riendo por el lugar que una vez había sido un infierno. Su infierno.

A veces pensaba que ni siquiera un Obliviate sería capaz de alejar los fantasmas de su memoria.

No muy lejos, algo apartado de la muchedumbre, Remus Lupin contemplaba al joven que más que
nunca parecía la réplica de James

Potter. El cuerpo rígido, la pose tensa, el rostro sin ninguna expresión, expresándolo todo. Pero
Harry era joven, fuerte. Pronto sería capaz

de volver la cara y mirar de frente ese recinto, sin sentirse como un edificio al que le tiemblan los
cimientos, a punto de desmoronarse.

Cuando alcanzara su propia edad, esa guerra sería un recuerdo amargo, pero ya no dolería. No
como él, que después de haber sobrevivido
a dos y dejado atrás a muchos amigos estaba demasiado cansado para olvidar. Para tan siquiera
hacer el esfuerzo de intentarlo. Harry era la

principal razón de que él siguiera adelante. Porque se lo debía a James y a Lily. A Sirius. A
Dumbledore. Y a todos los que pusieron sus

esperanzas en ese niño desgarbado que hasta los once años no supo que era un mago. Porque
había llegado a quererle como al hijo que

nunca tendría. Y si hubiera podido, hubiera ocupado su lugar sin dudarlo un solo instante. Ron
había hecho bien en frustrar sus

intenciones, porque Harry debía enfrentarse a sus fantasmas. Y vencerlos.

Remus desvió unos segundos la mirada hacia el castillo de Hogwarts, recortándose a lo lejos. Sus
ojos color miel tenían la expresión

serena que casi siempre lograba tranquilizar a quien estuviera a su lado. Sus labios se curvaron
apenas en una sonrisa al recordar que, tal

vez, con un poco de paciencia, Harry no sería el único capaz de mantenerle con los pies sobre la
tierra.

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Draco estaba escuchando poco o más bien nada del discurso de Ministro. Discretamente sentando
en uno de los últimos asientos de la

tribuna, su atención estaba centrada en la espalda del auror de pelo negro, de pie junto
Scrimgeour, que por su inmovilidad más parecía

una estatua que un ser humano. No podía ver su rostro, pero lo imaginaba. Deseaba con toda su
alma que hubiera sido posible llevarse a

Harry otra vez a Tenby. O a dónde fuera. En realidad no importaba el lugar mientras hubiera
podido alejarle de aquel mal trago. Hubiera

querido poder abrazarle y besarle hasta borrar cualquier recuerdo que no fueran sus labios sobre
los de él. Se prometió que Harry no estaría

en ese estrado el próximo año.

Cuando minutos más tarde irremediablemente Harry se vio obligado a tomar la palabra, su voz
sonó tan extraña que ninguno de sus

allegados fue capaz de reconocerla.

Dos horas después, Ministro y séquito se habían trasladado a Hogwarts para asistir al partido de
Quidditch. Hermione entrecerró los ojos y
trató de enfocar el rostro de su amigo, sentado junto al ministro en la tribuna de Ravenclaw,
donde los representantes del Ministerio habían

sido ubicados. Scrimgeour hablaba animadamente con Harry, como si estuviera tratando de
persuadirle sobre algo a lo que él se negaba

firmemente con la cabeza, sin dejarse convencer. Otro rápido vistazo a la tribuna de Slytherin,
para comprobar que Draco había

transfugado y abandonado el elenco ministerial. Conversaba con quien Hermione supuso que
debía ser Zabini y con la joven morena que

no podía ser otra que Pansy. Los jugadores hicieron su aparición en el campo en ese momento.
Hermione vio a Roger, con una sonrisa de

oreja a oreja y más contento que unas castañuelas. El cazador dirigió un entusiástico saludo hacia
la tribuna de Ravenclaw, que por lo que

la castaña pudo comprobar, no fue correspondido. Ese Davis era imbécil. Definitivamente.

***

Ron todavía no había llegado a casa cuando horas después la Profesora McGonagall se puso en
contacto con Hermione a través de la red

floo. Ella era una mujer comprensiva, había dicho la Directora de Hogwarts a su ex alumna. Y,
después de todo, Potter había tenido un día

duro. Razón de que hubiera hecho la vista gorda durante un par de horas. Pero ya era tiempo de
que alguien fuera a buscarle y se lo llevara

a casa.

Lo que la ya preocupada Directora no esperaba, era que quien apareciera en los terrenos de
Hogwarts apenas media hora después no fuera

Hermione sino Draco Malfoy.

- ¿Dónde está? –preguntó el rubio sonriendo interiormente ante la cara de estupefacción de su ex


Profesora.

- En la Torre de Astronomía. –respondió McGonagall– ¿Ha hablado con la Sra. Weasley?

- No se preocupe, Profesora. –la tranquilizó él– Me ha explicado la situación.

La bruja asintió, no muy segura de que Malfoy fuera la persona más adecuada para convencer a
Potter de que ya era hora de que bajara de

esa Torre. Hubiera preferido contar con la presencia de Lupin, pero esa noche habría luna llena.
Vio desaparecer al rubio Slytherin

escaleras arriba con un suspiro de resignación y un punto de inquietud.


Los goznes de la vieja puerta que daba paso a la Torre de Astronomía seguían rechinando con el
mismo sonido agudo que en sus tiempos

de estudiantes. Así que Harry volvió la cabeza en esa dirección apenas Draco entró. Estaba
sentado en el suelo, apoyado contra la muralla,

con lo que parecía una botella de firewhisky entre las piernas. Su túnica de auror estaba tirada con
descuido en medio de la torre, como si

la hubiera lanzado al aire. Los guantes, junto a sus pies, estaban aplastados por un par de botellas
de cerveza, vacías. A pesar de que eran

las ocho de la tarde, todavía apretaba el calor. El moreno se había arremangado las mangas de su
blanca camisa, que llevaba desabotonada

hasta el pecho. El sudor había hecho resbalar las gafas casi hasta la punta de su nariz y el largo
flequillo le cubría prácticamente los ojos.

Harry le siguió con la mirada algo desenfocada entre mechones de pelo negro, mientras se
acercaba a él y se sentaba después a su lado.

- ¿Has asaltado una licorería, Potter?

Harry se encogió de hombros y se llevó a los labios la botella. Después de dudar un momento, se la
ofreció a Draco. Éste aceptó y le dio

también un buen trago.

- ¡Aggghhhh, Potter! ¿De dónde has sacado esta mierda? –preguntó devolviéndosela.

- ¿Demasiado para tu refinado paladar? –se burló el moreno con voz pastosa.

Y como si de pronto cayera en la cuenta, miró al Slytherin y cuestionó:

- ¿Qué coño haces tú aquí?

Draco sonrió de medio lado.

- Por lo visto McGonagall tiene miedo a que te caigas de la Torre.

Harry resopló y alzó otra vez la botella. Después dejó caer la cabeza hacia atrás, apoyándola en la
muralla.

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- Deberíamos irnos. –insinuó Draco intentando arrebatarle la botella– Está anocheciendo.

- Estamos bien aquí, gracias. –respondió Harry, refiriéndose a él y al firewhisky, el cual defendió
con las dos manos– Pero tú puedes irte
cuando quieras. –ofreció señalando torpemente la puerta que daba a la escalera de caracol que
conducía a la parte de atrás del castillo.

- Estas borracho, Harry.

- No, no lo estoy. –negó éste con contundentes movimientos de cabeza– Todavía no lo suficiente…

Draco dejó escapar un gruñido y se levantó para quitarse su propia túnica. En vista de que no iba a
conseguir arrancarle de allí fácilmente,

arremangó las mangas de su camisa y volvió a sentarse. Esta vez, le cogió por sorpresa y consiguió
la botella.

- ¿Qué haces? –preguntó Harry irritado.

Draco cerró los ojos y tragó con fuerza. ¡Mierda de whisky de garrafón!

­ Ya sabes lo que dicen, si no puedes con ellos… –respondió con voz ronca por la quemazón–
¡Joder! ¿Cómo puedes beberte esto?

- No quiero compañía, Malfoy. Así que lárgate.

Como única respuesta, Draco se llevó nuevamente la botella a los labios, para después toser como
un condenado. El cielo en ese momento

era un lienzo de rojos y naranjas, envolviendo un sol cada vez menos amarillo y menos brillante.
Encerrándoles a los dos en aquella

mortecina, pero hermosa luz de anochecer. Durante un buen rato permanecieron en silencio,
pasándose la botella con una recién

encontrada camaradería, sumido cada uno en sus propios pensamientos. Harry no volvió a pedirle
que se marchara. Y Draco acostumbró la

garganta al ardiente líquido a fuerza de hacerlo bajar por ella. Al cabo de un tiempo, el rubio sintió
que su cabeza empezaba a enturbiarse

peligrosamente y decidió que era el momento de volver a sugerir una retirada. Una luna redonda y
blanca iluminaba ahora el cielo. La

tenue sombra que hasta ese momento había sido Harry a su lado, volvió a tener rostro y cuerpo
bajo el resplandor blanquecino. Los

cristales de sus gafas brillaron cuando intentó ponerse en pie, escurriéndose pared abajo un par
de veces antes de lograrlo.

- Mañana tendremos un resacón de mil demonios. –gruñó Draco en voz alta, contemplando los
esfuerzos de su compañero.

Harry había logrado mantenerse derecho y se agarraba a una de las almenas como si en aquel
momento fuera lo único sólido en su vida.
Para cuando Draco fue capaz de procesar la imagen, el moreno se balanceaba entre dos almenas,
con las piernas entreabiertas en un intento

de mantenerse firme, la cabeza gacha y refunfuñando palabras incoherentes contra algo con lo
que en ese momento parecía tener un serio

problema

- ¿Qué coño haces? –gritó levantándose de un salto.

Mala idea, porque el whisky de garrafón suele ser muy traicionero y la muralla onduló ante sus
ojos.

Sin abandonar aquel ligero vaivén que su cuerpo había decidido de forma totalmente
independiente, Harry volvió un poco la cabeza para

enfocar a Malfoy, que trataba de levantarse justo a su lado.

- Intento mear, Malfoy. ¿Te importa?

Draco logró ponerse en pie y decidió que mear era una buena idea. Así que, como si se tratara de
un urinario, se situó entre las dos almenas

siguientes y bajó la cremallera de sus pantalones. A su lado, Harry dejaba escapar un gemido de
satisfacción. Después de unos momentos

en los que sus dedos y su pene parecieron jugar al escondite, Draco logró sacarlo y unirse al placer
de chorrear el aire que ahora parecía

divertir tanto a su compañero.

- Mañana no tendrán que regar el césped. –aseguró Harry con una risita floja.

Se dio la vuelta con desmaña y se escurrió muralla abajo otra vez. Draco no tardó en acompañarle.
¡Merlín, bendito! Hermione iba a

matarle, fue capaz de pensar. Y Evon. No podría darle un beso de buenas noches a su hijo. En ese
momento sintió a Harry gatear sobre él,

intentando alcanzar la botella prácticamente vacía que había quedado de su lado.

- ¿No has ahogado suficientes penas ya? –preguntó Draco intentando no sonar tan beodo como se
sentía.

- Tengo un par que todavía se resisten. –respondió Harry, que haciendo gala de la ventaja etílica
que le llevaba, cayó encima de las piernas

del Slytherin cuan largo era.

- No pueden haber sobrevivido. –aseguró Draco, negando sin mucha coordinación con la cabeza–
Van a declararte zona catastrófica en

cualquier momento.
Harry soltó una risa achispada y Draco sintió cómo su estómago vibraba sobre sus piernas. Y a su
propia entrepierna vibrar por cuenta

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propia.

- Levántate, Harry. Vas a dejarme las piernas llenas de moratones.

El moreno volvió la cabeza hacia él desde el suelo, con dificultad. Frunció el ceño y apretó los
labios como si estuviera a punto de tener

una rabieta.

- ¡Tú qué sabes de moratones! –acusó en tono ebrio.

Y si tú no te levantas pronto, sabrás lo que es un Malfoy caliente, gimió el rubio en silencio. Con
algún que otro aprieto, Harry logró

incorporarse y quedarse de rodillas frente a Draco, con una expresión enfurruñada y retadora.
Torpemente, empezó a sacar la camisa de

sus pantalones y la subió hasta retorcerla bajo su cuello.

- ¿Ves? –mostró señalando alternativamente con un dedo su estómago, costado, pecho…

Mientras Harry le mostraba todas y cada una de las cicatrices que Draco ya conocía, el rubio
rogaba para que no se le ocurriera bajarse los

pantalones para enseñarle la del muslo. En su estado, no creía poder encontrar la suficiente
fortaleza como para aguantar la visión de Harry

con los pantalones por las rodillas. Y quedarse quieto.

­ Pero la más grande está aquí… –oyó que decía entonces el moreno arrastrando la última sílaba
de algunas palabras.

Con desesperación Draco vio como el Gryffindor empezaba a desabrocharse el cinturón. Por
suerte para él, con serias dificultades, lo cual

le dio tiempo a abortar la exhibición.

­ Tú no eres el único, presumido… –dijo intentando ponunciar cada palabra con la suficiente
claridad– …yo también… tengo…

Draco se incorporó un poco tambaleante hasta quedarse también de rodillas. Con dedos inhábiles
desabrochó su propia camisa, ante la

mirada curiosa del moreno. Después le mostró la espalda. Pero la luz de la luna y la borrachera de
Harry no eran buenos aliados para que
éste pudiera ver claramente lo que Malfoy quería enseñarle. Así que el Gryffindor sacó la varita de
su bolsillo y con un Lumos iluminó la

blanca espalda.

- ¡Wow! –sopló el Gryffindor sobre la piel pálida– ¿Quién te hizo esto, Malfoy?

Un sinfín de líneas de color marfileño, ahora casi tan pálidas como su piel cruzaban la espalda del
Slytherin. Con un dedo, Harry resiguió

algunas de ellas, para comprobar que apenas podían notarse al tacto. Draco se estremeció al
sentir la suave caricia.

- Fue mi padre. –confesó.

- ¿Por qué? –preguntó el Gryffindor sorprendido.

- Procuro olvidarlo. –respondió él– Y tú deberías hacer lo mismo. Olvidar, Harry. –se dio la vuelta,
apoyándose en una mano para no caer

en el giro– A veces es bueno correr un velo sobre las cosas que nos hacen daño. –su propia mano
se atrevió a recorrer una de las marcas en

el estómago del moreno– En cambio, otras, sería tan bueno poderlas recordar…

Harry inclinó la cabeza hacia un lado y siguió mirándole fijamente, como si esperara que siguiera
hablando. Se balanceó peligrosamente

hacia delante y Draco le detuvo con la palma de la mano contra su pecho.

- Hora de volver a casa, león. –susurró.

­ No… –negó Harry.

­ Davis estará preocupado…

El moreno volvió a negar.

­ No está…en casa… –siseó mientras Draco, haciendo acopio de equilibrio, lograba ponerles en pie
a los dos.

No iba a ser capaz de aparecerse, pensó Draco. Ni con Harry ni solo. No digamos de llegar fuera del
límite de los terrenos para poder

hacerlo. En ese momento se daba por satisfecho con lograr bajar la estrecha escalera de caracol y
encontrar a McGonagall para que les

prestara una chimenea.

***

Abrió los ojos y volvió a cerrarlos inmediatamente al sentirlos heridos por la potente luz que se
derramaba sobre la cama. Volvió a
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abrirlos, esta vez con su mano como visera y miró a su alrededor.

- McGonagall estaba algo cabreada ayer por la noche. –dijo una voz conocida– Aunque, tranquilo,
yo me llevé la peor parte.

Draco Malfoy entró en su campo visual con una taza de café en cada mano. Le tendió una.

- Después de todo, tú eras su Gryffindor favorito. –el rubio sonrió– ¿Resaca?

Harry se incorporó hasta quedarse sentado y tomó la taza de café.

- ¿Estamos en Hogwarts? –preguntó tras el primer sorbo, ante la familiaridad del mobiliario.

- Si. –confirmó Draco– En una habitación para invitados o algo así.

Harry dio otro sorbo a su café y tomó sus gafas de la mesita de noche. Entrecerró los ojos,
intentando hacer memoria de cómo había

llegado hasta allí.

- Después de vernos bajar a los dos las escaleras, McGonagall dijo que podríamos ganarnos la vida
como equilibristas… –explicó Draco–

pero que era mejor que nos quedáramos a dormir aquí.

Harry se preguntó cómo era posible que el Slytherin pareciera más fresco que una rosa cuando él
se sentía como una miserable mierda.

Localizó su túnica, pulcramente doblada sobre el respaldo de una silla y los guantes encima del
asiento. Sus botas estaban justo al lado.

- Oye, siento haberte dado la tarde. Y la noche. –se disculpó algo incómodo.

- Oh, no lo sientas. –dijo Draco, risueño– De hecho estuviste muy… comunicativo.

Harry volvió la cabeza bruscamente hacia el rubio, que en ese momento le tendía un plato con
tostadas, con un latido disonante en el

pecho. Lo rechazó y siguió con la mirada a la figura alta y esbelta que volvió a depositarlo encima
de la mesita situada entre dos sillones,

justo frente a la cama.

- ¿Comunicativo? –pronunció con cautela.

Malfoy tomó asiento a su lado, mordisqueando una tostada.

- Es bueno poder desahogarse de vez en cuando. –afirmó con una expresión extraña en su mirada–
Y créeme, tú tenías el saco bastante
lleno.

Harry tragó saliva y el rubio vio subir y bajar su nuez de Adán con fuerza.

- No lo habías hablado con nadie, ¿verdad? –preguntó Draco suavemente, casi en un susurro– De
cómo te sentías…

Harry dio otro trago a su café, tratando de darse tiempo a recordar. Intentando hacer memoria de
lo que le habría soltado su bocota

borracha a Malfoy. ¡A Malfoy, precisamente!

Por su parte, Draco observando la tensión en el amado rostro, escondía la sonrisa tras su propia
taza de café. Porque Harry ya había estado

roncando antes de caer en la cama, completamente fuera de juego, la noche anterior. Pero, sin
lugar a dudas, no podía presentársele

ocasión mejor para justificar todo lo que conocía sobre él; lo que había logrado arrancarle con
mucha paciencia y grandes dosis de ternura

en esa otra vida.

- Estás muy raro últimamente, Malfoy. –fue lo único que dijo Harry antes de levantarse y dirigirse
hacia la silla junto a la que estaban sus

botas.

Depositó la taza de café en la mesita, se calzó, tomó sus guantes, su túnica y después miró a Draco
con expresión apremiante.

- ¿Nos vamos? Habrá que disculparse con McGonagall.

Se detuvo en la puerta, frunciendo un poco el ceño, como si reflexionara. Después dijo:

- Yo, me disculparé con McGonagall.

***

Alexius Luxellet era un maestro de pociones magnífico. Aunque había nacido en Ginebra, había
pasado su infancia en Nidwalden, en el

centro de Suiza. Hasta que ingresó en el colegio de magia suizo, muy cerca de Berna. Una vez
acabados los estudios, con matrícula de

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honor en Pociones, había entrado en la escuela superior de Viena para hacer la maestría. Después,
había regresado a Berna, donde había
empezado a trabajar como ayudante de su antiguo maestro y mentor, ya retirado de la enseñanza.
Un par de años más tarde, Hans van

Kaffman le reclutaba como jefe de laboratorio de su compañía.

Habían sido unos años de absoluta dedicación y plena satisfacción en su trabajo. Había podido
comprar una hermosa casa y se había

casado con una encantadora bruja que había conocido en Viena. Con ella, había tenido dos hijos
que eran el centro de su existencia y su

mayor alegría. La vida le sonreía. Hasta que Étienne, el menor, había contraído aquella extraña y
grave enfermedad mágica.

Poco a poco, la felicidad se había ido diluyendo, al mismo ritmo que conocía la angustia y la
preocupación. Su pequeño necesitaba muchos

cuidados para poder seguir adelante. Permanecía ingresado en el hospital mágico de Zürich la
mayor parte del tiempo y los gastos eran

cuantiosos. También el tratamiento, aunque él pudiera prepar la mayoría de pociones que su hijo
necesitaba. Sin embargo, no por ello los

ingredientes dejaban de ser demasiado caros para su ya maltrecha economía. Tenía facilidades,
claro está. El señor van Kaffman era muy

amable en ese sentido. Hasta que se dio cuenta de cómo iba a tener que pagárselos.

La primera vez le dijo que era un favor muy especial para un amigo suyo, al que debía mucho.
Alexius no pudo negarse. Después de todo,

él también le debía mucho a van Kaffman. Y aunque no le gustó, hizo la poción. No tardó en llegar
una segunda y después una tercera.

Cuando intentó negarse a las siguientes, su hasta entonces generoso y amable patrón, le recordó
todo lo que había gastado y seguía

gastando en ingredientes para las pociones de su hijo. Los que seguiría necesitando por tiempo
aún indefinido. Y Alexius claudicó. En

poco más de un año, había montado un nuevo laboratorio, esta vez clandestino, para la
elaboración de pociones prohibidas. A partir de ese

momento, Industrias Van Kaffman habían despegado definitivamente y empezado a expandirse. Y


Alexius Luxellet dejó oficialmente la

compañía, con la excusa de tener que ocuparse de su hijo enfermo y pasó a trabajar en la sombra.
Tan clandestinamente como clandestino

era su laboratorio y las pociones que en él se fabricaban.

Habían pasado cinco años desde entonces. Étienne parecía haberse estabilizado y, aunque cada
vez pasaba menos tiempo en el hospital,
seguía necesitando su caro tratamiento. Alexius le debía tantos galeones a van Kaffman que no
podría pagarle ni trabajando para él durante

tres vidas. Sabía que estaba atado a ese laboratorio para siempre y durante una larga temporada,
incluso había dejado de importarle,

limitándose a alegrarse de los avances de su hijo. Sin embargo, desde hacía algún tiempo, una
nueva inquietud se había instalado en su

vida. Hacía unos meses, una de las remesas que habían enviado a Alemania, había sido
interceptada. No había nada que pudiera

relacionarla con Industrias van Kaffman. De momento. Las autoridades alemanas, habían
empezado a investigar, pero habían llegado a un

punto muerto y a falta de pistas, habían abandonado la pesquisa.

Ahora Alexius tenía miedo. Si le detenían y le encarcelaban, ¿qué sería de Étienne, de su familia?
Por mucho que ese mago engreído y

altanero que supervisaba la producción y los envíos para van Kaffman, le asegurara que no había
manera de que pudiera llegar hasta ellos.

Nott, que así se llamaba el petulante joven, le había dicho que su patrón había encontrado una
forma segura de camuflar los ya grandes

beneficios que la venta de pociones prohibidas le proporcionaba, para que no llamaran la atención
y provocaran preguntas enojosas.

No habría nada que pudiera hacer sospechar de Industrias van Kaffman si todos permanecían con
la boca cerrada.

Continuará…

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Capítulo XIII por Livia

Notas del autor:

Disclaimer:Ya me gustaría, pero a parte de los personajes que han surgido de mi imaginación los
demás no

son míos.

Gracias mil a Eire, como siempre.

CAPITULO XIII
El resto del mes de agosto había pasado tranquilo y apacible. Draco no había vuelto a ver a Harry
desde aquella mañana en Hogwarts,

después de la compartida borrachera. Tampoco a Granger para poder saber de él. Se dijo que
pasado el periodo estival, cuando todos

volvieran a su rutina de trabajo diaria, tendría la oportunidad de retomar el contacto. Así que,
armándose de paciencia, se dedicó a disfrutar

de su hijo. Y a ingresar una generosa cantidad de galeones en uno de los bancos mágicos de Nueva
York, para que su esposa y su madre

pudieran prolongar su estancia un mes más.

La primera semana de septiembre, tenía tantos asuntos que resolver sobre la mesa, que no le
quedó demasiado tiempo para preguntarse por

dónde andaría el moreno. Sólo le vio de refilón una mañana, cruzando el atrio a la carrera seguido
de algunos de sus aurores.

El lunes de la semana siguiente, recibió un mensaje del Ministro Scrimgeour solicitando reunirse
con él el martes a las 10.00 de la mañana.

El dichoso asunto del impuesto sobre las escobas, pensó Draco con fastidio. Sin embargo, se
equivocaba.

La gran sonrisa de la secretaria del Ministro al hacerle pasar, tendría que haberle dado la primera
pista. La presencia de todos los

Directores de Departamento del Ministerio, la segunda. Y la disposición de varias copas con vino
espumoso en una mesa auxiliar, junto al

escritorio de Scrimgeour, la tercera.

- ¡Estimado Draco! –le recibió el Ministro estrechando con fuerza su mano– Siéntate, por favor.

Draco así lo hizo, desconcertado y un poco a la defensiva.

- La semana pasada Harry, Harry Potter, –aclaró como si ello fuera necesario– me entregó las
conclusiones de su informe.

Scrimgeour puso la mano sobre una carpeta de color azul que tenía encima de la mesa. Draco
observó el nada despreciable grosor de

pergaminos, sorprendido de que Harry hubiera hecho un trabajo, al parecer, tan exhaustivo. No
era el tipo de persona que perdiera el

tiempo analizando y escribiendo. Sino más bien todo lo contrario.

- En definitiva, no he leído nada que no esperara leer. –afirmó el Ministro, satisfecho– Tengo que
decir que has hecho un gran trabajo,

Draco. Que estas haciendo un gran trabajo, de hecho. –rectificó.


- Gracias, señor.

Draco adivinaba lo que iba a decir el Ministro a continuación. Y debería haberse sentido contento.
Seguramente el Draco que había

empezado a colaborar con el Ministerio habría estado esperando aquel nombramiento con
impaciencia. Sin embargo, ahora tan sólo tenía

la molesta sensación de que Harry estaba librándose de él.

- Por ello, me satisface poder ofrecerte el puesto de Consejero para Asuntos Económicos de forma
permanente y expresarte que me sentiré

muy honrado de que aceptes.

- El que me honra es usted, señor Ministro.

Scrimgeour sonrió ampliamente. Tenía muchos planes que discutir con aquel joven, demasiado a
decir de algunos, pero sin ninguna duda,

brillante y meticuloso en asuntos de galeones. Justo lo que él necesitaba.

***

Daley era un pecoso irlandés de casi cuatro años, testarudo y contestón a pesar de su corta edad.
Y la debilidad de Harry Potter.

Delgaducho y desgarbado, el auror siempre decía que le recordaba un poco a él, con esos
mechones de pelo negro cada uno por su lado,

entorpeciendo su mirada de ojos negros y profundos, casi siempre enfurruñada. Pero Hermione
no podía con él. Y en las ocasiones en las

que Harry no podía acompañarla al orfanato, libraba una verdadera batalla perdida contra aquel
pequeño terremoto que sólo el moreno

parecía capaz de contener.

Aquella tarde Daley había pataleado y expresado a grito pelado su disgusto porque Harry no había
podido acudir a su cita semanal y

contarle la batallita de rigor. Historias sobre aurores temerarios que siempre acababan venciendo
a los magos malos con espectaculares

hechizos de nombres fascinantes y difíciles que el moreno se inventaba. Hermione siempre


regañaba a Harry por inflamar todavía más la

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ya desarrollada imaginación del niño. Por supuesto, no hacía falta tener ningún don para la
adivinación para suponer lo que Daley quería

ser de mayor.

Y esa tarde Hermione estaba harta. A punto del ataque de nervios. Había intentado organizar
juegos, leerles un cuento, incluso transfigurar

varios objetos para distraerles. Pero con su rabieta, Daley había conseguido alterar al resto de
niños y ahora, que durmieran la siesta que

ella necesitaba más que ellos, parecía poco menos que imposible.

- ¿Se puede saber qué está pasando aquí?

Pansy Parkinson era una joven atractiva, pero sus facciones de ángulos duros y mirada
recalcitrante cuando se lo proponía, la habrían

hecho una firme candidata al papel de madrastra de Blancanieves. A no ser por el generoso
corazoncito que latía bajo su pecho.

- ¡Gracias a Dios, Pansy! –suspiró Hermione, aliviada– Creí que hoy ya no vendrías.

- Eres demasiado blanda. –se burló la Slytherin mientras contemplaba el apresurado correteo de
pies pequeños hacia sus respectivas

colchonetas– ¿O es que gastaste todas tus energías intentando educar a esos dos Gryffindors que
arrastrabas contigo a todas partes?

- Te recuerdo que estoy casada con uno. –respondió Hermione con cierta molestia– Y que el otro
le ha allanado el camino al Slytherin,

quien por cierto también iba contigo a todas partes, para que se convierta en Consejero.

Satisfecha de si misma, Hermione se sentó en una de las colchonetas para vigilar a los pequeños
durmientes. Pansy hizo un gracioso mohín

y se sentó a su lado. La habitación era ahora un remanso de paz.

- Esos imbéciles del Ministerio no se merecen a alguien de su talento. –susurró Pansy pendiente de
los ojitos que todavía no se habían

cerrado– Pero sin lugar a dudas es un gran logro para nosotros. Ya sabes, para los Slytherin
cabrones y mal intencionados de los que nadie

se fía y que “tu” amigo debe vigilar.

Hermione frunció el ceño.

- A él le molesta tanto como a vosotros, créeme. Además, ese puesto para Draco significa que las
cosas están cambiando, ¿no? –Pansy hizo
otra mueca, no del todo conforme– Supongo que estará contento. –continuó Hermione sin darle
tiempo a la Slytherin a entrar más en el

espinoso tema.

- ¿Contento? –Pansy puso los ojos en blanco– Parece que en lugar de nombrarle Consejero, le
hayan nombrado guardián de la cripta. –

Hermione sonrió ante la referencia muggle– No sé que tiene en la cabeza últimamente…

Hermione dejó escapar un pequeño suspiro. Lo había estado pensando. Mucho. Y había decidido
que era hora de echar una mano.

- Tal vez deberías organizarle una fiesta o una cena para celebrarlo. Seguro que le animaría. –
sugirió.

Pansy se entusiasmó de inmediato. Hermione acababa de tocar el resorte adecuado.

- ¡Dioses! ¡Hace siglos que no tenemos una cena como Merlín manda! –sonrió con malicia a
Hermione– Habrá que aprovechar que esa

teutona anda lejos…

- ¿Debo entender que la encantadora esposa de Draco no te cae bien? –preguntó Hermione con
inocencia.

Pansy frunció el ceño y apretó los puños.

- ¡No la soporto! –calló en seco al darse cuenta de que había elevado demasiado la voz y recorrió
la habitación con la mirada, para

asegurarse de que ningún niño había despertado– No sé en qué estaría pensando Draco el día que
decidió casarse con ella. –susurró

después.

Hermione dejó escapar un pequeño suspiro.

- Tampoco yo sé que porqué Harry sigue aguantando a Roger. –dijo con desazón– Nunca está
cuando le necesita. No es porque sea mi

amigo, pero después de por todo lo que ha tenido que pasar, sin duda se merece a alguien mucho
mejor. –aseguró con cierto dramatismo.

- Lo mismo digo de Draco. –afirmó también Pansy.

Parecía que la conversación iba bien encaminada, pensó Hermione. Y esperaba que Harry la
perdonara si alguna vez se enteraba de lo que

iba a contar a continuación, pero allá iba.

- ¿Te he hablado alguna vez de los parientes muggle de Harry? –la morena negó con la cabeza–
Dame tu palabra de bruja de que jamás le
mencionarás a Harry o a nadie que lo sabes.

Pansy, curiosa donde las haya, se apresuró a dársela.

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- ¡Dioses! –musitó minutos después, todavía atónita– ¿Y esos Dursley aun viven? ¿Cómo es que
nadie se ha presentado en su casa y les ha

maldecido todavía?

Hermione adoptó una expresión rendida.

- Harry sería incapaz de hacer algo así. Porque, a pesar de todo, son su única familia. Y siempre ha
deseado poder tener una. –satisfecha,

comprobó que sus palabras parecían estar causando la impresión adecuada– Así que, cuando llegó
Roger y le sacó del armario, hizo de él

su mundo. –Pansy asintió, completamente sumergida en la historia– Además, por aquel entonces
estábamos ya inmersos en la guerra y las

cosas se estaban volviendo cada vez más duras para todos, pero especialmente para Harry. La
verdad es que… él… él siempre pensó que

no sobreviviría. Y supongo que tener a alguien por quien hacerlo le dio las fuerzas suficientes
como para, al menos, intentar lograrlo.

Pansy dejó escapar un pequeño suspiro.

­ Nunca es fácil para nadie… –musitó.

Después miró a Hermione con expresión perspicaz.

- ¿Y dónde está el gran defecto de ese Roger para que a ti repatee tanto? –preguntó.

Hermione hizo una mueca de desagrado.

- Tengo la impresión, –empezó a hablar de nuevo– de que esperaba que Harry siguiera con el
papel de héroe de por vida. Quiero decir que

ser la pareja del Salvador del mundo mágico viste mucho, no sé si me entiendes. –Pansy asintió–
Cuando terminó la guerra, a Harry le

surgieron ofertas de todo tipo, algunas de lo más disparatadas. –explicó– Le ofrecieron cantidades
ingentes de dinero para que contara lo

que había pasado durante su enfrentamiento con Voldemort. Pero Harry nunca lo ha hecho. Ni
siquiera a los íntimos.

A no ser que te consigas un giratiempo y te arriesgues a averiguarlo por ti mismo, se dijo.


­ Una empresa americana quiso contratarle como asesor de Artes Oscuras;­prosiguió– aunque
digamos que lo que querían no era

exactamente un asesor, si no más bien alguien que pudieras solucionarles “problemillas”, ya me


entiendes…

­ No puedo creerlo… –dijo Pansy, pasmada.

­ Pues esta no es la más descabellada… –sonrió Hermione, recordando la cara de Harry cuando
recibió aquel paquete– Una mujer, cuya

identidad no llegamos a saber, le ofreció también una significativa cantidad para tener un hijo
suyo.

- ¡No puedo creerlo! –repitió Pansy, tapándose la boca para ahogar una carcajada.

- Pues créetelo. –aseguró Hermione divertida, recordando aquel momento– Ver la cara que se le
quedó a Harry, con el potecito en una

mano, según la carta que le acompañaba, hechizado para conservar el contenido, y una revista de
esas donde salen mujeres desnudas en la

otra, no tuvo precio. –en este punto Pansy se daba pequeños cabezazos contra la pared,
intentando contener las carcajadas– Es que era una

mujer muy detallista.

- Y, ¿en definitiva? –preguntó la morena cuando por fin pudo hablar.

- Pues que Roger nunca pudo comprender porque Harry prefirió conformarse con ser auror y
llevar una existencia relativamente tranquila,

dando por cerrada una etapa de su vida que no quería recordar, ni que le recordaran.

­ Comprendo…

Permanecieron en silencio unos momentos, repasando con la mirada si había algún movimiento
en las pequeñas colchonetas. Después de

aquella extensa y sorprendente explicación sobre la vida de Potter, Pansy se sentía “flojilla”.
Palabra con la que solía denominar a aquel

sentimiento que la asaltaba cuando algo la calaba demasiado y le molestaba reconocerlo. Después
de todo, parecía que la vida de héroe

consentido sólo había sido perfecta de puertas hacia fuera. Como la suya. Casi se sentía dispuesta
a perdonarle al auror aquel vergonzoso

registro en la mansión de sus padres, un par de años atrás... Y lo peor era, que ahora se sentía
también en la obligación de corresponder a la

confianza de la que había sido objeto por parte Hermione.


­ Confidencia por confidencia… –empezó con cara de circunstancias.

Hermione no pudo evitar sonreír complacida.

- Cuenta, también tienes mi palabra de bruja. –se apresuró a asegurar.

- Verás, Draco se casó con Victoria por cuestiones familiares, nada más. Para tener un heredero y
cumplir con todo ese protocolo familiar

que tienen los Malfoy. –hizo una mueca de asco– En realidad, Victoria no nos ha caído nunca bien
a ninguno de sus amigos. –confesó–

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Incluso tratamos de disuadirle, pero no nos hizo caso.

Pansy negó con la cabeza, recordando las discusiones que habían tenido Blaise y ella con su amigo,
intentando hacerle entrar en razón.

- El problema era que a él tanto le daba Victoria como cualquier otra. –continuó– Y como la
teutona esa le gustaba a su madre y esa mujer

puede ser más pesada que un hipogrifo, para que le dejara en paz, claudicó. –vaciló unos
instantes– En realidad él tiene los mismos gustos

que Potter, ¿sabes?

La expresión de asombro de la castaña fue perfecta.

- ¡Vaya! –musitó– ¡Jamás lo hubiera sospechado!

­ Ya ves…

Y de repente, sin saber exactamente porqué, Pansy sintió la necesidad de decir:

- Draco no es como su padre. Nunca lo ha sido.

Hermione sonrió a su nueva amiga y le dio un cariñoso apretón en el brazo.

­ Lo sé… –murmuró.

Las dos jóvenes se miraron en silencio. Y de repente, ambas sonrieron.

La llegada de Pansy a Malfoy Manor horas después fue como una tormenta de arena en el
desierto; o como un repentino maremoto en una

playa tranquila; como uno de esos tornados que se forman de vez en cuando y arrasan con todo lo
que encuentran por delante. Esa fue la

impresión que tuvo Draco en cuando su amiga puso un pie en su casa.


- ¡Por Merlín, Pansy, deja de alborotar! ¡Acabo de acostar a Evon! –se quejó el rubio clavándole
una mirada enojada a su amiga, mientras

cerraba con cuidado la puerta de la habitación de su hijo.

- ¡Por todos los dioses, Draco! –se exasperó ella bajando un poco la voz– ¿Por qué no quieres
celebrarlo? Una cena, unos cuantos

amigos… Después de todo, el jodido Ministro te ha dado el puesto. Y Victoria esta lejos, lejos… –
agitó teatralmente su mano– ¡Diviértete

un poco, Draco!

Él frunció el ceño, mientras negaba taxativamente con la cabeza, a pesar de sospechar que tenía la
partida perdida de antemano.

- Cenas no, Pansy. De verdad. –rogó.

Pero ella desplegó otra vez todo su entusiasmo.

- Pero si no me cuesta nada, tonto. Me encanta organizar cosas, ya lo sabes.

­ Pero el niño… –trató de justificar.

- ¡No pongas a tu hijo como excusa, Draco Malfoy! –le advirtió ella, enfadada– ¿Acaso no tienes
elfos en tu casa?

Draco se masajeó las sienes mientras Pansy seguía con su parloteo, intentando convencerle. El
rubio se preguntó de dónde podía sacar

tanta energía. Su amiga estaba tan arrebatada, tan contenta, TAN PESADA… Que finalmente,
acabó cediendo.

- Pues no se hable más. –cerró ella– Que últimamente sales poco y follas menos, cariño.

- ¡PANSY!

­ …y eso empieza a afectarte. ¡Mírate! Estas perdiendo tu glamour, cielo. –dijo dándole dos
cariñosas cachetadas en la mejilla.

­ Pansy…

- ¿Si, cariño?

- Yo repasaré la lista de invitados.

Los labios de Pansy sonrieron pero sus ojos deletrearon ¡mierda! con todas sus letras. Aquello
podía entorpecer sus planes. Bueno, sus

planes y los de Hermione.

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­ Quería que fuera una sorpresa… –intentó.

- No quiero sorpresas, Pansy. Absolutamente ninguna sorpresa. –recalcó arrastrando muy


despacio cada palabra.

***

- ¡Esto ya es demasiado! –gritó Harry fuera de sí cerrando el cajón con furia– ¡A ver! ¿En qué
momento se ha mudado Pevees a nuestro

apartamento y yo no me he enterado?

La figura adormecida en la cama se movió perezosamente.

- ¿Y ahora qué, Harry? –gruñó Roger.

Una vez más, el moreno se preguntó porqué no lograba empezar el día como cualquier mago
normal.

- ¿De verdad quieres saberlo, Roger? –dijo en un tono que el ocupante de la cama percibió
excesivamente alterado a tan temprana hora–

¿O preferirás darte la vuelta y seguir durmiendo, como cada mañana?

Roger resopló con fastidio.

- Si es algún problema de camisa o calzoncillos, no hay porque ponerse histérico, Harry. Coge los
míos. Ya te compraré otros.

Si Roger hubiera tenido la precaución de mirar a su pareja, hubiera visto que sus verdes ojos
tenían un brillo amenazador. Le hubiera visto

alcanzar la cama en dos zancadas. Y tirar de la sábana en la que estaba enredado hasta hacerle dar
con sus huesos en el suelo.

- Tal vez, –siseó Harry– podrías si tuvieras dinero para ello. –se dio un golpe con la mano abierta
en su frente– ¡Pero que digo! Para tener

dinero, hay que hacer algo así como ¡TRABAJAR!

Roger se levantó dolorido del suelo, con una expresión entre sorprendida y enojada. Abrió el cajón
de su mesita de noche y arrojó un

montón de galeones a los pies de Harry.

- ¡Tal vez YO también sepa como ganar dinero!

Harry parpadeó incrédulo, sin poder ocultar su sorpresa.

- ¿De dónde lo has sacado? –balbuceó.


- Me han ofrecido el puesto de cazador en un equipo búlgaro. Con Krum. Esto es un adelanto.

Roger volvió a la cama, se cubrió con la sábana y se acurrucó dándole la espalda. Harry se quedó,
todavía perplejo, mirándole durante

unos instantes y después empezó a vestirse con verdadero malhumor.

- ¿Y cuándo pensabas decírmelo? –interrogó.

Roger levantó ligeramente la cabeza de la almohada.

- Seguramente el día que pueda verte más de cinco minutos seguidos. –gruñó.

- ¿Me estás diciendo que no te hago caso? –preguntó Harry, incrédulo.

- Te estoy diciendo que apenas estás en casa y nunca tienes tiempo para mí. ¡Si hasta para follar
contigo hay que pedir día y hora! –explotó

el rubio.

- ¡Tú no te levantas a las siete de la mañana para ir a trabajar, Roger! –le reprochó Harry, molesto.

El rubio se incorporó hasta quedarse sentado en la cama, con expresión enojada.

- ¡Y cuando no, trabajas toda la noche, Harry! ¡Maldita sea, esto no es lo que yo esperaba de
nuestra relación!

- ¿Y qué esperabas? –preguntó el auror, intrigado.

- ¡Por todos los dioses, Harry! ¡Eres el maldito héroe que venció al Señor Oscuro! –gesticuló Roger
con exasperación– ¡Yo esperaba…

algo más!

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Harry parpadeó atónito, sin saber qué decir. Pero Roger todavía no había terminado.

- ¡No necesitabas ser auror! ¡No necesitabas levantarte a las siete de la mañana cada día! –
vociferó, fuera de sí– ¡Podríamos estar viviendo

de puta madre si hubieras querido!

A Harry le pareció que el aire de la habitación se había vuelto de pronto demasiado denso. Y los
botones de la camisa excesivamente

pequeños, porque estaba haciendo verdaderos esfuerzos para poder abrocharlos. Tal vez era por
sus manos, que en ese momento

temblaban de puro coraje.


- Creí que este tema ya había quedado definitivamente zanjado. –dijo en el tono más contenido
del que fue capaz– No voy a seguir con

esta conversación ahora, Roger. Hablaremos esta noche.

El mago rubio miró hacia la mesilla de noche, dónde el reloj marcaba ya casi las ocho.

- Creo que no. –se burló.

Y se cubrió la cabeza con la sabana para seguir durmiendo.

Harry llegó al Ministerio furioso, dándole vueltas a la exasperante actitud de su pareja y


preguntándose al mismo tiempo porqué el hechizo

de localización que ponía en sus prendas nunca funcionaba. El día había empezado mal, pero no se
presentaba mucho mejor. Todos los

lunes a primera hora había reunión de todos los jefes de unidad con el Jefe de Aurores. Harry
estaba convencido de que a Radcliff él no le

caía particularmente bien. A veces, le recordaba desagradablemente a Snape con aquella actitud
de “no creas que me siento impresionado

aunque hayas matado al Señor Oscuro”, que esgrimía siempre en su presencia. Tampoco los
aurores bajo sus órdenes corrían mejor suerte.

Conocidos como “la quinta del biberón”, por ser los más jóvenes del cuerpo, a menudo tenían que
aguantar las bromas y chanzas que el

resto de aurores de mayor edad se permitían a su costa. Harry solía esgrimir que no era más que
envidia porque no había unidad más sólida

y compenetrada que la suya. No era ningún secreto que todos los componentes del equipo de
Harry habían formado parte en su día de

aquel legendario ejercito creado en sus años de escuela. El mismo que le había seguido y apoyado
durante la guerra. Algunos, por

desgracia, no volverían a empuñar una varita. Otros, como Hermione, Neville o Luna, habían
optado por carreras diferentes. Pero Harry

estaba orgulloso de seguir contando con los hermanos Weasley, Ron y Ginny, con Ernie
MacMillan, Dean Thomas, Padma Patil, Katie

Bell, Colin Creevey, Angelina Johnson y Terry Boot. Y que todos fueran endiabladamente buenos y
mucho más hábiles y tan curtidos

como algunos de los aurores más antiguos que andaban por allí, era algo que no les había
granjeado demasiadas simpatías desde el

principio. Pero una guerra curte a la fuerza. Al parecer de Harry lo que más jodía a Radcliff era que
no podía tocarle. Ni a él ni a nadie de
su grupo. Por eso buscaba cualquier forma de hacer la vida del joven auror lo más “entretenida”
posible a la menor ocasión. Como aquella

mañana.

- Tarde, Potter. –gruñó el Jefe de Aurores sin levantar la vista de su pergamino– Tú y tu grupo
turno de noche esta semana.

Un murmullo de risitas que nadie se molestó en disimular recorrió a los presentes. Era la segunda
vez en un mes. ¡Genial! Ron y los demás

iban a maldecirle hasta los huesos. No se molestó en protestar porque era una batalla perdida. La
asignación de turnos era prerrogativa del

Jefe. Y todo el mundo sabía que había que llegar temprano a la reunión del lunes. Porque el último
era el que pringaba. Una de las leyes no

escritas de Radcliff. Así que se limitó a dirigir a la concurrencia una mirada indiferente y se mordió
la lengua. Después de hora y media de

tratar diferentes asuntos que iban desde las detenciones de la noche anterior, pasando por las
pistas obtenidas hasta la fecha de un grupo de

graciosos que se dedicaba a enviar fantasmas sin hogar fijo a casas muggles, asegurándoles que
éstos les recibirían con los brazos abiertos

con la consiguiente histeria de los propietarios, hasta un breve recordatorio de la obligatoriedad


de vestir el uniforme reglamentario,

momento en que Harry si recibió una severa mirada de Radcliff, el Jefe de Aurores llegó al asunto
estrella del día.

- Como todos sabéis, los de la séptima planta están preparando la feria benéfica para recaudar
fondos para viudas y huérfanos de

empleados del Ministerio.

- Hasta que no volvamos a tener liga de Quidditch, ¿qué otra cosa pueden hacer? –dijo alguien con
sorna.

Radcliff esbozó una sonrisita burlona.

- Bien, todos los departamentos están haciendo sus aportaciones. –continuó– Los del Consejo
Regulador de Escobas, están organizando

una carrera de escobas y los del Centro Examinador de Apariciones piensan premiar la aparición
más rápida, con dos meses de conexión

gratuita a la red floo o uso gratuito de un traslador durante un mes. Lo sabremos cuando los de la
Oficina de Trasladores y los de la Red

Floo se pongan de acuerdo. –Radcliff alzó una ceja con ironía– Esperemos no lamentar demasiadas
escisiones en el proceso.
Un coro de risas acompañó el comentario del Jefe de Aurores.

- Los de la quinta planta son demasiado estirados para hacer nada, y no se espera que lo hagan, –
nuevas risas– así que pasaremos

directamente a la cuarta. Los de la División de Bestias, Seres y Espíritus van a montar un pequeño
zoo de criaturas mágicas que será,

según ellos, la delicia de los niños, contando con el inestimable asesoramiento del Profesor de
Criaturas Mágicas de Hogwarts, -Merlín nos

asista-, Rubeus Hagrid. Para vuestra tranquilidad diré que los dragones han quedado
definitivamente tachados de su lista.

Esta vez fue Harry quien sonrió discretamente, seguro de que Hagrid encontraría alguna otra
criatura con la que sorprender y hacer correr

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al personal.

- Los del Comité de Excusas para los Muggles y los del Cuartel General de Desmemorizaciones, han
unido fuerzas para crear una

exposición de objetos muggles. Por lo que me han dicho, hay algunos bastante curiosos. –dijo
Radcliff en un tono que ponía en duda que

cualquier objeto muggle pudiera ser de su interés– Todo ello bajo los expertos conocimientos del
Sr. Arthur Weasley, que a pesar de

pertenecer a nuestra planta, se ha unido a los de la tercera con gran entusiasmo.

Entusiasmo era poco, recordó Harry. Según Ron, su padre llevaba dos semanas de frenética
actividad desempolvando todos los objetos que

había ido almacenando en La Madriguera a lo largo de los años, orgulloso y excitado ante la
perspectiva de poder mostrarlos y explicar a

sus congéneres para qué servía cada uno de ellos.

- Y llegados a la segunda planta, –sonrió el Jefe de Aurores– y dando por sentado que los muy
honorables miembros del Wizengamot no

están para ferias y nuestros compañeros de la Oficina Contra el Uso Indebido de la Magia han
transfugado capitaneados por Weasley hasta

la tercera, debo decir que toda las responsabilidad cae sobre nuestros hombros, señores.

Hubo un murmullo de predispuesto asentimiento. Radcliff sacó varios pergaminos de su cajón.


­ Bien, examinadas todas sus propuestas…

Un momento, pensó Harry sorprendido, ¿cuándo había pedido Radcliff propuestas?

­ …debo decir que una exhibición de duelo sería lo típico que se espera de nosotros, por lo tanto lo
he descartado, Stevenson. –el

susodicho se encogió de hombros– Organizar un juego de Aurores y Mortífagos para los niños
tampoco me parece muy adecuado,

Morgan. Queremos que se diviertan, no que tengan pesadillas por la noche.

El auror en cuestión enrojeció y musitó una disculpa.

- Y definitivamente no organizaremos un concurso de bebedores de cerveza de mantequilla,


Taylor. –masculló el Jefe de Aurores

frunciendo el ceño en dirección a otro de sus aurores– Pero… –y ahora Radcliffe si sonrió y para
mosqueo de Harry lo hizo en su

dirección– …la propuesta de Johnson y Thomas es bastante interesante.

Y añadió:

- Pero no he visto la suya, Potter.

- La hubiera visto, si hubiera sabido que había una propuesta que proponer. –respondió Harry en
tono ácido.

- Es lo que tiene el turno de noche, Potter. –le respondió su jefe con ironía– Tal vez cuando dejen
de pegársele las sabanas, podrá saber lo

que pasa durante el día.

Harry se limitó a desafiarle con la mirada. Pero para su inquietud, el Jefe de Aurores parecía muy
contento. Demasiado.

- Definitivamente escojo la propuesta de Johnson y Thomas. –hubo entusiásticos aplausos y


vítores– Aunque… –las muestras de júbilo se

detuvieron por unos instantes– debo hacer una salvedad: sólo solteros.

Inmediatamente un rugido de quejas y protestas se extendió por la oficina del Jefe de Aurores.

- Lo siento, señores. –cortó de forma tajante Radcliff– No deseo que un evento benéfico se
convierta en causa de divorcio. Así que sólo

admitiré aurores solteros. –dirigió una mirada maliciosa a Harry– Después de todo, si hacemos
caso a las habladurías, tenemos a uno de los

más deseados entre nuestras filas.

Harry enarcó las cejas cuando comprendió que hablaba de él.


- Le recuerdo que tengo pareja. –dijo molesto, aunque en ese preciso momento se preguntara por
cuánto tiempo– Así que sea lo que sea

que cause tanta exaltación, no cuente conmigo.

Radcliff abandonó su mesa para caminar con paso lento y amenazador hacia el moreno, quien le
vio venir sin mover un músculo,

aguantándole la mirada y preguntándose todavía de que diablos iba todo aquello.

- Si no se ha casado durante las últimas veinticuatro horas, Potter, y me consta que no lo ha hecho,
para mí sigue soltero y en mi lista. –

después sonrió con cierto sadismo– O puede que prefiera quedarse definitivamente con el turno
de noche, cosa que no creo que su equipo

le agradezca.

A media mañana, todo el Ministerio sabía que bajo la consigna “Un galeón, un beso”, los jóvenes –
y no tan jóvenes–, apuestos y solteros

aurores de la segunda planta, estaban dispuestos a contribuir desinteresadamente con sus labios a
recoger fondos por el bien de la causa

benéfica. Lo que hiciera falta para huerfanitos y viudas. Después de todo, ¿qué jovencita no había
soñado con besar a un auror alguna vez?

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Y si la mañana había sido, como poco, agitada, acabó de la forma más desconcertante. Harry tenía
intención de dormir unas cuantas horas

antes de entrar de servicio a las diez de la noche. Incluso esperaba tener tiempo de aclarar algunos
puntos con Roger, que le estaban

carcomiendo las entrañas desde su discusión a tan temprana hora. Había tenido que armarse de
valor y paciencia para enfrentar las miradas

asesinas de sus aurores, por tener que trabajar de noche una vez más. Sólo esperaba que le
hubiera quedado algo de esa paciencia para

poder sostener una conversación lo más civilizada posible con Roger. Se dirigía hacia una de las
chimeneas del atrio, cuando una voz

femenina le detuvo.

- ¡Potter! ¡Por Merlín, cuanto tiempo! ¿Qué es de tu vida? Creo que no te había visto desde que
revolviste el sótano de casa de mis padres

en busca de cosas… oscuras y maliciosas…


Harry se volvió sin muchas ganas.

- Era mi trabajo, Parkinson. –masculló Harry, maldiciendo la inoportunidad de encontrarse con la


Slytherin precisamente en un día que ya

había sido muy completito.

­ No, si lo entiendo… –dijo la Slytherin en un tono extrañamente comprensivo.

Para su sorpresa, Pansy se colgó de su brazo y empezó a andar en dirección contraria a la que él se
dirigía.

­ …y no te guardo rencor, de veras. –aseguró ella en tono vivaz– Después de todo es un honor que
Harry Potter revuelva en tu sótano.

El auror se detuvo en seco y se soltó del agarre de la joven.

­ Mira Parkinson, ya he tenido una mañana suficientemente jocosa… Si tienes alguna queja,
preséntala en el atrio, en la oficina de

Reclamaciones.

La bruja se le quedó mirando, entrecerrando un poco los ojos y repasándole de arriba abajo, como
si le estuviera evaluando.

- Estas muy estresado, Potter. –concluyó– Creo que necesitas airearte un poco.

Él dio un pequeño resoplido de impaciencia. Ya había tenido suficientes contrariedades para una
mañana de lunes.

- Mira, Parkinson, tengo prisa. Algunos trabajamos esta noche y quisiéramos dormir antes.

Sin embargo, la morena se colgó de su brazo nuevamente, como si lo que acababa de decirle le
importara un pimiento.

- Llámame Pansy, por favor. ¿Has probado la tisana de toronjil? –y empezó a enumerar– 20 g de
hojas de toronjil secas; 20 g de hojas de

ruda secas y 20 g de semillas de alcaravea, también secas. Mézclalo bien y recuerda guardarlos en
un recipiente hermético. …

Esta tía está loca, pensó Harry quien, en contra de su voluntad, se encontró alejándose de nuevo
de la zona de chimeneas.

­ … Agregas una cucharilla colmada con la mezcla a 200 ml de agua caliente y la dejas reposar unos
20 minutos. Después lo cuelas y ya

está lista para tomar. Puedes añadirle miel, si te gustan las cosas dulces. –sonrió con picardía– Yo
creo que una tacita por la mañana y otra

por la noche antes de acostarte obrarán maravillas.


Se detuvo y miró al joven mago, quien parecía a punto de estallar, negando pensativamente con la
cabeza.

- Conozco un sitio donde sirven un vino de valeriana buenísimo. Tiene un sabor muy agradable y
favorece la relajación. –apretó con

ademán experto el brazo del auror– ¡Pero mira qué tenso estás, Harry! Puedo llamarte Harry,
¿verdad? Después de todo, estoy a punto de

invitarte a cenar.

Harry abrió la boca e intentó decir algo. Pero no pudo.

- Definitivamente necesitas una buena copa. Por cierto, ¿no te has planteado nunca quitarte esas
gafas horrorosas? Con esos ojos que tienes

es un crimen que sigas llevándolas…

Más que aturdido, Harry dejó que la Slytherin le arrastrara hacia la salida, en dirección a la cabina
de telefónica que ocultaba la entrada al

Ministerio.

Pansy necesitó tres copas de vino de valeriana y de toda su ágil verborrea para persuadir a Harry
Potter de que asistir a la cena que se

celebraría en su casa ese fin de semana en honor de Draco Malfoy, era el mejor plan que había
tenido en mucho tiempo para una noche de

sábado.

***

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Ron Weasley miró a su amigo y jefe con resentimiento.

- Es una venganza, ¿verdad? –dijo entre dientes, lo suficientemente bajito como para que
Hermione, quien iba charlando detrás de ellos

con Ginny, no le oyera– Por lo del día de la conmemoración.

Harry resopló una vez más contra su flequillo dando gracias a Merlín de haber llegado por fin a la
mansión de los Zabini. El pelirrojo no

había parado de refunfuñar desde que habían salido de su apartamento.

­ Te repito que no es una venganza, Ron. Realmente… no sé cómo Parkinson me convenció. –


reconoció todavía confundido– Pero no
puede ser tan malo. –se animó– Después de todo, se supone que trabajamos para la integración
¿no?

De reojo, vio el rostro enrojecido de su amigo, intentando contenerse, principalmente porque ya


la habían tenido con Hermione antes de

salir y sabía que el pelirrojo no deseaba acabar en el pequeño sofá de su salón esa noche. A pesar
de todo Ron, susurró:

- Pero, ¿cenar rodeados de Slytherins, Harry? ¿Siendo el invitado de honor Draco Malfoy, Harry?
¿Es-tás ton-to, Ha-rry?

Haciendo acopio de paciencia, el moreno le dio la espalda a su refunfuñón compañero para tocar
la campanilla mágica que había junto a la

puerta.

- Últimamente te estás cubriendo de gloria, amigo. –susurró Ron ácidamente antes de que un elfo
muy dispuesto abriera la puerta y les

diera la bienvenida con múltiples reverencias.

Pansy jamás había dudado de la capacidad de adaptación de Draco a todo tipo de situaciones. La
máscara fría e imperturbable que su

exigente educación y otras circunstancias habían forjado en él, cubriría cualquier atisbo de
sorpresa o enfado. O eso esperaba. A Blaise ya

se lo explicaría después.

Sin embargo, cuando el elfo anunció la llegada de los últimos e inesperados invitados y éstos
entraron en el salón, Pansy puedo ver toda

una sucesión de rápidas e intensas emociones en el rostro de su amigo, antes de que pudiera
camuflarlas. Bien, bien, ahí había habido algo

que no esperaba y que tendría que desentrañar, pensó la morena intrigada.

Los demás, no fueron tan hábiles. Blaise arqueó las cejas en dirección a su pareja. Crabbe y Goyle
se quedaron con la boca abierta. La

novia de éste último, le dio un poco discreto codazo para que la cerrara. Daphne Greengrass y
Lucian Bole se miraron sin poder ocultar su

sorpresa. Sin embargo, Millicent Bulstrode se dirigió con una amplia sonrisa en su nada afortunado
rostro hacia Ginny y Hermione,

quienes frecuentaban su orfanato, rompiendo el hielo.

- Bienvenidos. –saludó alegremente Pansy a los recién llegados

Blaise, recuperándose rápidamente de la sorpresa se apresuró a darles también la bienvenida. No


era cuestión de ser maleducado teniendo
en cuenta que tres de ellos eran aurores y además, uno, Harry Potter. Pansy debía haberse vuelto
rematadamente loca. O su maquiavélica

cabecita estaba tramando algo de lo que aún no le había hecho partícipe. No había más opciones.
Los demás invitados, algo intimidados

por la presencia de Potter y la hosca corpulencia de Weasley, se apresuraron a imitar el gesto de


sus anfitriones.

­ Y ahora que creo que ya estamos todos… –Blaise miró con expresión interrogante en dirección a
Pansy y ella asintió con una sonrisa– …

podemos pasar al comedor.

Pero Pansy no fue lo suficientemente rápida para evitar la dolorosa tenaza que fueron los dedos
de Draco cerrándose alrededor de su

delgado brazo cuando cruzaban la puerta.

- Pansy, sólo por curiosidad, –susurró el rubio entre dientes– ¿qué entendiste cuando dije
“absolutamente ninguna sorpresa”?

- Relájate, cariño. –sonrió ella dando unas apremiantes palmaditas sobre la mano que la retenía y
ya más que segura de que debía tener una

conversación con su amigo– Va a ser una cena magnífica. ¿Te he dicho que hay vichyssoise de
primero?

Draco apretó los labios y soltó a su amiga, sin otro remedio que resignarse. Después de todo, y
tras dos semanas sin haberle visto, Harry

estaba allí. Abandonó el salón unos segundos después que los demás, dándose tiempo a
serenarse. Cuando ingresó en el comedor, Pansy ya

había distribuido a todo el mundo, así que el asiento vacío al lado de Harry obviamente era el
suyo. Cuando se sentó, no pudo dejar de

notar las miradas que intercambiaron Hermione y su amiga. De descarada complicidad. Sus ojos
grises se posaron en Pansy, cargados de

sospechas y después en Hermione, sentada frente a él. Ambas le devolvieron una sonrisa
inocente.

- Y bien, Harry, ¿mucho trabajo últimamente? –preguntó, pensando que ya se ocuparía de esas
dos más tarde.

- La verdad es que sí. –respondió el Gryffindor tomando su cubierto.

A Harry le sorprendió un poco la familiaridad del nombre, pero después de aquella memorable
borrachera en la Torre de Astronomía, tal

vez él mismo se la había concedido. Esperaba que Malfoy tuviera la delicadeza de no recordarle
ese día.
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- ¿Haciendo informes? –siguió interrogando Draco.

­ Er… entre otras cosas… –Harry estaba mirando con mucha atención su tazón, lleno de una crema
de color lechoso, sin acabar de adivinar

qué era.

- Vichyssoise. –dijo Draco, para sacarle de dudas.

­ Oh…

- Crema de puerros. –aclaró el rubio– La especialidad de Pansy. –y bajando la voz– En realidad de


sus elfos.

­ Ah… –Harry se llevó a la boca la primera cucharada, mantuvo el contenido unos segundos y
después tragó con fuerza.

Draco sonrió con disimulo. Él ya sabía que a Harry esa crema no le gustaba.

­ Supongo que tu presencia aquí se debe a los largos años de amistad con los Zabini… o los
Parkinson. –esto último lo dijo mirando a

Pansy, quien volvió a sonreír candorosamente.

- Bueno, al menos conozco sus sótanos. –afirmó Harry, respondiendo a la ironía.

Los ojos del moreno tropezaron con los de Ron, a quien por su expresión la dichosa crema de
puerros le estaba gustando tan poco como a

él. Sin embargo, Hermione parecía encantada.

- A Draco le gusta ser sarcástico… –intervino Pansy entonces.

- ¿De veras? –la interrumpió Ron, fingiendo una exagerada incredulidad.

Y no pudo seguir hablando porque Hermione le dio un pisotón de aviso por debajo de la mesa.

­ … pero en realidad se siente tan satisfecho como todos nosotros de cómo están yendo las cosas…

Draco miró a su amiga, intrigado también por saber lo que “él” pensaba sobre “esas cosas”.

- Quiero decir que, si nos remontamos a unos pocos años, quién hubiera dicho que estaríamos
todos sentados a una misma mesa en paz y

armonía. –explicó con entusiasmo– O que un Gryffindor ayudaría a un Slytherin a convertirse en


Consejero.

Harry abrió la boca para aclarar que él sólo se había limitado a cumplir con su trabajo, pero
Hermione se le adelantó.
- Estoy completamente de acuerdo. Y creo que esto merece un brindis. –dijo levantando su copa–
¡Por nosotros!

Ron miró a su esposa atónito, considerando por un momento una recaída en aquel extraño
comportamiento de meses atrás. Tardó unos

segundos en seguir a los demás y levantarse para chocar su copa, a pesar de todo, sin mucho
entusiasmo. Su mirada se cruzó nuevamente

con la de Harry y el moreno se limitó a encogerse de hombros, tan desconcertado como él.

- ¿Cómo es que Davis no te acompaña? –preguntó Draco a su vecino de mesa una vez volvieron a
sentarse.

- Está en Bulgaria. –respondió Harry, hundiendo de nuevo su cuchara en el tazón, dispuesto a no


dejarse abatir por unos simples puerros

licuados– Haciendo unas pruebas para un equipo de quidditch.

- ¿Va a jugar con Krum? –preguntó Draco y después deseó haberse mordido la lengua.

Al igual que en Gran Bretaña, en Bulgaria había más de un equipo de quidditch. Sin embargo,
Harry no pareció darse cuenta de su desliz.

- De hecho, ya le han dado un adelanto, así que supongo que si. Jugará con ellos. –dijo en un tono
algo tenso.

Draco se sorprendió. Lo normal era que un equipo probara primero a un jugador y sólo si tomaba
la decisión de contratarlo podían darle un

adelanto. Cuando había hablado con Víctor, de eso hacía escasamente un mes, éste sólo se había
comprometido a probar a Davis, no a

contratarlo sin verle jugar antes.

- No pareces muy contento. –se arriesgó a comentar.

- Lo estoy. –afirmó Harry secamente– Después de todo es lo que él quería.

Draco se dio cuenta de que estaba entrando en un tema espinoso y que si no quería estropear el
buen entendimiento que tenían, era mejor

dejarlo aparcado de momento. Así que desvió la conversación hacia otras cuestiones. Empezó por
agradecerle su recomendación al

Ministro, de la que por supuesto Harry declinó cualquier mérito. Así que después de estar un rato
dedicándose reconocimientos el uno al

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otro, –Ron engullendo vichyssoise y alucinando– acabaron hablando de trabajo. Y después de
Evon. Y de lo difícil que era conseguir una

buena escoba en esos momentos. Y de Evon. Momento en que Pansy aprovechó para fingir secar
la barbilla de su amigo con la servilleta

en un significativo gesto, arrancando las risas de los presentes. Y Ron pensó que, cuando se reían,
hasta parecían normales. De las

oscilaciones del mercado de valores –del que Harry opinó poco– y otra vez de trabajo. Los tres
aurores contaron algunas anécdotas

graciosas sucedidas durante sus patrullas, especialmente durante el fastidioso turno de noche,
que inevitablemente derivó en el “pequeño”

problema que Harry tenía con su ropa. Tema en el que, para vergüenza del moreno, el bocazas de
Ron se explayó a gusto.

La cena fue, en general, agradable para todos. Hasta el punto de que se prometieron repetirla.
Ginny había encontrado muy interesante la

compañía de Lucian Bole y Ron había acabado gratamente sorprendido al descubrir que Blaise
había sido un acérrimo fan de los Chudley

Cannons y que ambos coincidían en esperar que la liga profesional –en ese punto hubo miradas
acusadoras en dirección al Consejero– no

tardara demasiado en obtener la financiación adecuada.

Cuando ya se despedían, Hermione consiguió un rápido aparte con Draco.

- Ginny seguramente va a ir con Lucian y Daphne al Callejón Diagon para tomar algo. Y creo que
Ron y yo seguiremos conservando un

ratito más con Pansy y Blaise. –dijo en un tono que dejaba claro que le estaba creando la
oportundidad– ¡Así que improvisa, Malfoy!

Sin darle tiempo a decir nada, Hermione le dio la espalda para enfrascarse en una conversación
con Pansy sobre su gato Crookshanks y las

ventajas de que fuera mitad gato y mitad kneazel. Harry estaba a unos pasos, despidiéndose de
Goyle y su novia mientras esperaba a sus

amigos.

- ¿Te apetecería ir a tomar una copa a alguna parte? –le preguntó Draco llegando junto a él y
tratando de sonar lo más casual posible–

Parece que todo el mundo ha hecho ya sus planes.

Los verdes ojos de Harry se detuvieron dudosos en los de Draco durante unos segundos, en los
que el rubio pensó que rechazaría la
invitación. Después se dirigieron hacia donde estaban Ron y Hermione y ésta última le hizo adiós
con la mano.

- ¿Por qué no? Todavía es temprano. –aceptó finalmente el moreno. Y añadió con un poco de
sarcasmo– Hoy debes tener canguro…

- Lo tengo, no te preocupes. –sonrió él.

Atravesaron el extenso jardín de entrada, hasta llegar a la puerta de hierro que daba acceso a la
calle.

- Bien, ¿a dónde vamos? –preguntó Harry, caminando detrás del rubio, sin haberse apercibido de
los esfuerzos de Ron por llamarle, ni de

los de Hermione por callarle.

- Al Soho. –respondió Draco con un guiño.

Harry casi se detuvo, extrañado.

- Vaya, Malfoy, eres una caja de sorpresas. –dijo apresurando después el paso para alcanzar al
Slytherin.

Se aparecieron en Oxford Street y bajaron un trozo por Charing Cross Road hasta torcer a mano
derecha por Goeslet Yard. Draco se

detuvo ante un lujoso club gay llamado Shaun & Joe. No hicieron cola. El rubio extrajo un carné de
su billetera y se la mostró a uno de los

porteros quien les dejó pasar esbozando para ambos una cordial sonrisa de bienvenida. Todavía
intentando comprender cómo podía

conocer el Slytherin tan bien el West End de Londres, y más concretamente aquel local, Harry le
siguió hasta el interior. No hubiera

podido decir en qué momento Draco le había tomado de la mano para no perderle entre la
multitud de cuerpos sinuosos moviéndose al

ritmo de Lovin’ you. Fue una sensación extraña y tuvo que reconocer, nada desagradable. La mano
de Draco era delgada y suave y sus

largos dedos encerraban prácticamente la suya. Batallando con un inesperado cosquilleo en la


boca del estómago, Harry intentó distraer su

atención observando a su alrededor. La decoración del local era una mezcla de ricos terciopelos en
colores borgoña, rojo rubí y negro

Onyx, con grandes espejos de ojo de buey y paredes enteladas tachonadas con luces de botón.
Tras bordear la zona de baile y una de las

barras, llegaron a la zona VIP, dónde el rubio tuvo que enseñar nuevamente su carné para que les
dejaran pasar. Al entrar, Harry pudo
comprobar que la sala era más reducida y el ambiente más tranquilo, la música sonaba de forma
suave y la gente podía mantener una

conversación sin tener que alzar demasiado la voz. Mientras se dirigían hacia la única barra que
había en aquel exclusivo privado, un par

de hombres saludaron a Malfoy y él les devolvió el saludo.

- ¿Qué vas a tomar? –preguntó Draco volviéndose hacia el moreno– ¿Puedo hacerte una
sugerencia? –Harry asintió, sintiéndose un poco

fuera de lugar y Draco hizo su pedido al camarero– Dos Brooklyn Raspberry Collins, por favor.

­ ¿Y eso es…? –preguntó Harry.

- Ginebra con licor de frutas del bosque y frambuesa, un toque de zumo de limón, hielo picado y
un chorrito de soda.

- Suena bien. –admitió Harry.

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Mucho mejor que Vichyssoise, pensó. Mientras esperaban que les sirvieran, Harry se dedicó a
mirar a su alrededor con curiosidad. Nunca

había estado en un club de ambiente, aunque había oído hablar de ellos. Hasta que presintió la
aguda mirada del Slytherin sobre él y

decidió encararle y preguntar:

- Y dime, no te habrás hecho miembro de un club gay sólo para complacer a tus amistades,
¿verdad?

- No quiero tanto a mis amistades. –ironizó el rubio alzando una ceja.

- Eso me temía.

El camarero sirvió en ese momento sus cocktails y Draco dejó quince libras sobre el mostrador,
rechazando el cambio. Harry se preguntó

si las bebidas serían tan caras, o el Slytherin estaba siendo muy generoso con la propina. De todas
formas, aquel club no era Las Tres

Escobas…

- Vamos a sentarnos. –dijo Draco.

Prácticamente todo el perímetro de la sala estaba bordeado por unos cómodos sofás de color
borgoña, delante de los cuales había unas
mesitas de cristal donde poder dejar las bebidas. Al otro lado, había dos pouff por cada mesita, de
un color algo más claro. Se dejó guiar

nuevamente hasta uno de los sofás que había libres y se sentaron.

- ¿Sorprendido? –preguntó Draco después de beber y dejar su cocktail sobre la mesa.

Nadie que estuviera viéndole en aquel momento podría adivinar jamás que tenía el pulso a cien y
la cena revolcándose contra las paredes

de su estómago.

- ¿Lo dices porque hemos venido a un local muggle? –preguntó Harry en tono irónico,
resistiéndose a confesar que la sorpresa le había

dejado bastante confundido– Aunque no creo que haya nada así en el mundo mágico.

- No en Londres. –confirmó Draco– Pero te asombraría lo que puedes encontrar en el callejón


mágico de Ámsterdam o en Copenhague.

­ No he tenido mucho tiempo para viajar… –Harry rescató su bebida de la mesita y dio un nuevo
sorbo a su cocktail.

Se quedó con él en la mano y desprendió una de las rodajas de fresa que decoraban el borde de la
copa, por hacer algo y encontrarse menos

incómodo. Sentía los ojos del rubio clavados en él, pendiente de cada movimiento o gesto que
realizaba. Y tuvo que reconocer que hacía

tiempo que un tío no lograba ponerle tan nervioso. Mordisqueó la rodaja mientras intentaba
reubicar a Malfoy en un nuevo esquema

mental.

- ¿Vienes mucho por aquí? –preguntó para romper el embarazoso silencio que se había creado
entre ambos.

Draco negó pausadamente con la cabeza. Su pelo platinado en ese momento estaba teñido de
púrpuras y azules por efecto de las luces y

sus labios se curvaban en una sonrisa apenas insinuada.

- No, no mucho. –admitió.

De hecho, Draco no era capaz de recordar lo asiduo que había sido ni el momento en qué había
decidido hacerse socio.

- ¿No habías venido nunca a un club de este tipo? –preguntó después el rubio.

­ No, en realidad yo… –la mirada de Harry se perdió sin poder evitarlo en el par de tíos que
estaban en el sofá de al lado, a espaldas de
Draco, que en esos momentos se comían la boca como si fuera lo último que fueran a hacer en sus
vidas– …bueno, son sitios más bien

para ligar, ¿no?

­ Y tú tienes a Roger… –Harry asintió, experimentando un repentino malestar ante la mención de


su pareja– ¿Cuánto lleváis juntos?

- Desde finales de sexto. –confesó el moreno con un suspiro– Él estaba en séptimo entonces.

- Eso es bastante tiempo. –afirmó Draco, consciente del grosor de la muralla que tenía que
derribar– Supongo que no te hará mucha gracia

que ahora se vaya a Bulgaria a jugar.

Observó atentamente la reacción de Harry, buscando la brecha que le permitiera colarse en aquel
espacio íntimo y personal que el

Gryffindor protegía con tanto celo.

­ Aunque tal vez te dé oportunidad de explorar… otras posibilidades. –añadió ante su silencio.

Cuando volvió el rostro hacia él, los ojos verdes de Harry brillaron a través de los cristales de sus
gafas heridos por pequeñas chispas de

luz que iluminaron su mirada de una forma irreal y muy atractiva. Sus labios se entreabrieron y él
los humedeció con aquel movimiento

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lento y sensual que Draco le había visto hacer tantas veces de forma inconsciente, cuando no
estaba muy seguro de qué respuesta dar.

­ Tal vez… –musitó finalmente.

Harry se encontraba en un momento vulnerable. Draco había reconocido aquel tono de su voz; la
peculiar forma de pronunciar aquellas

dos palabras, evasivas y llenas de promesas a la vez; además del inquieto ir y venir de sus dedos
sobre la copa, denotando su nerviosismo.

Dejó la suya sobre la mesita de cristal y se puso en pie. No iba a dejar escapar la ocasión. Así se
apareciera el mismísimo Merlín bailando

una lambada en medio de todos aquellos muggles. Antes de que Harry pudiera reaccionar, Draco
le había quitado la copa de las manos y le

arrastraba hasta la pequeña pista de baile del VIP.


­ Yo no… esto… Malf… Draco… ¡yo jamás he bailado con un tío!… –dijo a media voz, intentando
desasirse de la firme mano que le

agarraba sin parecer demasiado brusco o maleducado– ¡Vale! No sé bailar, ¿de acuerdo? ¿Me
estás escuchando?

Draco hizo oídos sordos al nervioso discurso que el moreno soltaba tras él, mientras le conducía
con paso decidido al centro de la pista.

Cuando se detuvo y abrió los brazos en una clara invitación, Harry estaba sofocado y contrariado.

- Ya hace rato que te has dado cuenta de que aquí hay mayoría de tíos. –dijo Draco con calma
mientras colocaba una mano en su cintura–

Así que a nadie le va a llamar la atención que tú y yo bailemos. –le atrajo un poco hacia él y acabó
de rodearle con el otro brazo– No es tan

difícil, sólo sígueme.

Harry apretó los labios en un gesto de impotencia. Tampoco era cuestión de llamar la atención
montando una escena. Resopló en su

flequillo, se recolocó las gafas y finalmente, sintiéndose torpe y atrapado, se planteó qué hacer
con brazos y manos. Draco le dirigió una

mirada divertida, preguntándose dónde acabaría finalmente colocarlas. Tras una breve indecisión
y después de una rápida ojeada a las

parejas más cercanas, el moreno optó por situarlas en el mismo lugar que su pareja de baile.

Bailaron en silencio. Draco haciendo grandes esfuerzos por dominar sus impulsos y Harry sin
perder de vista sus pies, concentrado en no

pisarle y no parecer más torpe de lo que ya se sentía. Y en evitar cruzar su mirada con un moreno
que no perdía ocasión de guiñarle el ojo

y fruncir los labios en su dirección cada vez que quedaban encarados en algún giro. El ligero vaivén
de sus cuerpos siguiendo el lento

ritmo de la música había acabado finalmente en un contenido contacto entre ambos. Harry estaba
haciendo verdaderos esfuerzos para que

su barbilla no quedara instalada sobre el hombro del Slytherin, mientras sentía de vez en cuando
el suave rozar de su pelo sobre la mejilla.

- ¿Más cómodo? –susurró Draco junto a su oído.

- Bueno, todavía no te he pisado. –susurró él a su vez– Puedes estar contento.

- Estoy contento. –afirmó el rubio.

Y esta vez, la voz de Draco recorrió al Gryffindor de arriba a abajo como un eco que hizo
reverberar todo su cuerpo.
- ¿Por qué me has invitado aquí hoy? –preguntó Harry, por fin.

Necesitaba comprender porqué de pronto tenía la sensación de que el lenguaje corporal de


Malfoy le estaba enviando señales claramente

insinuadoras a su propio cuerpo. Además, desde que la distancia entre ellos era más estrecha, una
sofisticada fragancia a maderas

orientales, aromática y muy masculina, había empezado a envolverle. Un aroma que le hacia
pensar en fogosidad y en pasión. Y que

estaba avivando su imaginación de forma un tanto desbocada. Aquella nueva perspectiva de


Malfoy era, como poco, sorprendente. Pero

tenía su punto de morbo. Después de todo, por muy engreído y arrogante que fuera, era un
hombre atractivo. Y si las intenciones del rubio

eran las que parecían, Harry empezaba a explicarse aquella incomprensible e inusitada relajación
en la crispada relación que siempre

habían tenido.

- Como te dije antes, deberías explorar nuevas posibilidades. –respondió Draco en el mismo tono
de voz tranquilo que estaba logrando

mantener durante toda la conversación.

Los labios de Malfoy prácticamente rozaron la oreja de Harry al pronunciar la frase. Después, el
moreno sintió la tibieza de su aliento, un

poco más abajo, justo sobre el cuello de su camisa.

- Entonces, no podrías haberme traído a mejor sitio. –convino Harry mientras mantenía una
pequeña lucha interna decidiendo si apartarse

o seguir mareándose en esa fragancia, fingiendo que no se daba cuenta de la velada insinuación–
Tengo dónde elegir.

Una de las manos de Draco abandonó su cintura y subió por su espalda lentamente, mientras
sentía que le estrechaba un poco más contra

él.

- Bueno, yo no estaba pensando en cualquiera. –susurró Draco de nuevo.

- Ya, seguramente podrás recomendarme a alguien de confianza. –sugirió separándose un poco.

Necesitaba respirar. Harry se estaba ahogando en un cúmulo de sensaciones que no recordaba


haber experimentado nunca con tanta

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intensidad. Ni siquiera con Roger. Todo su cuerpo era consciente de la ligera pero firme presión
del otro cuerpo contra el suyo; del

acompasado y lento balanceo de las caderas bajos sus manos; de la cercanía del otro al rostro; de
la respiración algo ansiosa sobre su

cuello.

­ Puedo…

El tono ronco e íntimo con el que Malfoy pronunció su afirmación le erizó la piel. Supo que iba a
besarle casi al mismo tiempo que sus

labios estaban ya posándose sobre los suyos, sin darle opción a rechazarlos. Delgados, húmedos y
suaves, delineando los suyos como si

conocieran todos sus secretos. Sintiéndolos tan familiares después de haber despertado un sin fin
de mañanas añorando su sabor, deseando

que fueran reales y no producto de su agónico delirio, tal como había acabado por creer. No era la
sensación de un primer beso. De un

primer contacto que tanteaba y descubría. Con el corazón latiendo a mil por hora dejó que Draco
invadiera su boca, reclamándola con la

misma autoridad de quien reivindica lo que le pertenece, explorándola y reconociéndola como si


la hubiera añorado durante mucho

tiempo. Como si su lengua supiera cómo despertarle el ansia; en qué momento profundizar el
beso y cuándo suavizar el contacto para

saborearle despacio y volverle loco. Cuando se separó de él, jadeante y aturdido, Harry se dio
cuenta de que estaba estrujando la elegante

camisa de Malfoy entre sus puños de forma bastante impropia.

­ Yo… hace tiempo que deseaba hacer esto. –musitó Draco con voz entrecortada.

En sus ojos brillaba un anhelo que el auror no recordaba haber visto nunca antes.

- Déjame entrar en tu vida, Harry. –rogó a continuación– Dame la oportunidad de demostrarte lo


que siento por ti.

Había empezado una nueva canción, pero ambos estaban en medio de la pista sin moverse, tan
sólo mirándose el uno al otro como si nada

más existiera. Harry todavía sentía su corazón latir con fuerza, nervioso y excitado. Con todas las
sensaciones recién vividas a flor de piel.
Hizo un esfuerzo por serenarse y buscar un poco de lucidez entre el remolino de atropellados
pensamientos que inundaban su cabeza. Las

palabras dame una oportunidad flotaban en una pequeña nubecita, empeñada en pasear sin
descanso por su cerebro.

- Estás casado, Draco. –logró recordarse, sin encontrar nada más coherente que decir.

- No lo estaré para siempre. –respondió él.

Y Draco contempló con angustia la expresión confusa del moreno, todavía intentando asimilar la
inesperada sucesión de acontecimientos

que se habían dado esa noche. Sin embargo, no le había rechazado de plano, pensó esperanzado.
Se había limitado a poner de manifiesto

un hecho que, desgraciadamente, no podía negar.

- Vayamos despacio, ¿de acuerdo? –sugirió– Después de todo, ambos tenemos cosas que arreglar
en nuestras vidas.

***

A pesar de ser domingo, Hermione se había levantado temprano aquella mañana. Andaba ansiosa
de un lado a otro del apartamento,

poniendo un poco de orden y preparando el desayuno después. Roger todavía tardaría un par de
días en volver de Bulgaria, así que había

pensado en invitar a Harry a desayunar. Y prepararse el terreno para poder cotillear un poco. Ya
había enviado a Ron un par de veces a su

apartamento a buscarle, pero no había obtenido respuesta. El pelirrojo, muerto de hambre, había
decidido bajar una tercera por su cuenta.

Después de todo, Harry tenía el sueño pesado. Y si se había acostado tarde, como así parecía que
había sido, tenía pocas probabilidades de

poder despertarle. Todavía no podía entender que clase de espíritu de integración se le había
cruzado por la cabeza a su amigopara irse de

copas con Malfoy.

El apartamento de abajo permaneció silencioso durante todo el día.

Continuará…

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Capítulo XIV por Livia

Notas del autor:

Disclaimer:Ya me gustaría, pero a parte de los personajes que han surgido de mi imaginación los
demás no

son míos.

Gracias, como siempre, a mi maña favorita.

CAPITULO XIV

Ron le había preguntado a Harry en varias ocasiones a lo largo de la semana a qué se debía su
buen humor. Después de todo, él y Roger

habían tenido una fenomenal bronca que se había podido oír desde el apartamento de arriba con
más claridad de la que hubieran deseado

sus inquilinos. Harry no había sabido que contestarle. Tal vez porque esa semana habían
conseguido trabajar de día, le había respondido

finalmente con ironía. Y gracias a Merlín, las salidas que habían tenido que hacer no habían sido lo
suficientemente importantes o

peligrosas como para tener que utilizar ni hechizos ni demasiada concentración. Porque el grado
de atención del jefe de la unidad rozaba

los niveles mínimos exigidos para la supervivencia de un auror, dispersa en los besos cuyo
recuerdo todavía hacían volar mariposas en su

estómago.

En realidad, lo que había acaparado la mayor parte de su tiempo era una aburrida investigación
sobre unas partidas de pociones que habían

sido introducidas en el país de forma ilegal, y que habían sido decomisadas siguiendo instrucciones
del Departamento de Cooperación

Mágica Internacional, que a su vez, había sido alertado por su homólogo en Alemania. Que las
pociones además estuvieran en la lista de

las prohibidas, le puso un poco de aliciente al asunto. Pero no demasiado.

Con su siempre especial ironía, Radcliff había asignado la investigación a Harry y a su equipo,
alegando que ser auror no se trataba

siempre de salir a la carrera, lucirse con unos cuantos hechizos bien lanzados y atrapar al
delincuente de turno. A veces, sólo se trataba de

largas y tediosas horas dedicadas a remover la mierda de los demás –literalmente– con aburridas
vigilancias, interrogatorios que podían
hacer perder la paciencia al más paciente o simplemente buscando información y siguiendo pistas
que no llevaban a ninguna parte.

Así que Harry se había pasado horas hablando a través de la red floo con un funcionario alemán,
intentando adivinar el significado de cada

palabra que el buen hombre pronunciaba en su mejor inglés. Hasta que finalmente se había
resignado a tener que ir a buscar a alguien de

su propio Departamento de Cooperación Mágica Internacional que hablara alemán, y que pudiera
traducirle lo que el funcionario con su

mejor voluntad intentaba explicarle. Como se había temido, fue Cordula Noséqué, -su apellido de
origen germánico siempre le había

resultado imposible de pronunciar- la que se había ofrecido inmediatamente para echarle una
mano donde hiciera falta, -por lo visto todo el

mundo se sentía muy literal aquella semana– como siempre, secretamente esperanzada de que
las inclinaciones gay del auror no fueran

más que habladurías.

Después de la aburrida semana, Harry casi agradeció que llegara finalmente el domingo. Amaneció
soleado y con una temperatura bastante

agradable a pesar de que se encontraban prácticamente a finales de septiembre, poniendo así el


tiempo su granito de arena a la esperada

feria benéfica. Hogsmeade llenó sus calles de gente y alegría, engalanándolas con banderolas y
guirnaldas que presagiaban un día lleno de

ocio y diversión. Un cartel mágico, a la entrada del pueblo, anunciaba la diversidad de


entretenimientos y horas a las que tendrían lugar.

- La carrera de escobas es a las once y media, Harry. –le recordó Ron sin poder ocultar su
entusiasmo, con la Saeta de su amigo en la

mano– ¿Seguro que no te importa prestarme tu escoba? A lo mejor aún estás a tiempo de
participar tú…

- Harry NO está casado. –le recordó un malhumorado Roger al pelirrojo.

Al contrario que Ron, cómodamente vestido con unos vaqueros y una sudadera, Harry lucía de
nuevo el uniforme de gala del cuerpo de

aurores, impecable, botas relucientes, guantes impolutos y su cabello, empeñado en dar un toque
personal al conjunto, desgreñaba

mechones cada uno por su lado. Ginny, quien caminaba junto a él también hecha un figurín, barría
discretamente con la mirada la calle

frente a ellos, esperando divisar a cierto Slytherin que le había prometido dejarse caer por allí.
- Hoy vas a arrancar suspiros, Harry. –soltó Hermione maliciosamente, dispuesta no tanto a echar
un piropo a su amigo como a fastidiar a

Roger.

Harry le dirigió a su amiga una sonrisa, mientras Roger le lanzaba una mirada asesina. Hermione
amplió todavía más su propia sonrisa. El

rubio Ravenclaw no había vuelto demasiado contento de Bulgaria. Por lo visto, las cosas no habían
ido tan bien como él esperaba y haber

llegado al final de la semana sin tener noticias de Krum le tenía un tanto desesperado. Y Harry, en
lugar de animarle y ser tan cariñoso

como solía ser cuando estaba disgustado o preocupado, le había hecho poco o ningún caso. En
realidad, después de la fenomenal bronca

que habían tenido el miércoles, tras su regreso, apenas había puesto un pie en el apartamento.
Ahora, encima, tendría que pasarse el

domingo soportando que una panda de babosas y babosos besaran a su pareja sin poder hacer
nada por evitarlo, ni darle a él opción de

intentar recomponer un poco las cosas con Harry. No tenía el menor deseo de aguantar aquella
fantochada, así que iba ya con la intención

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de aprovechar el tiempo para resolver alguno de sus “asuntos”. Se palpó el bolsillo para
asegurarse de que no había olvidado nada. Al fin y

al cabo, se dijo para tranquilizar su conciencia, era el mismo Harry quien le había obligado a esos
trapicheos, harto de que le echara en

cara que era el único que estaba sosteniendo la economía de la pareja. Él no tenía la culpa de que
su antiguo equipo se hubiera disuelto por

culpa de la guerra.

Roger necesitaba desesperadamente que Krum llamara y dijera SI, para recuperar su autoestima y
el respeto de Harry.

Por su parte, Hermione, al igual que su cuñada, también buscaba con la mirada a un Slytherin que
estaba segura tendría que aparecer en un

momento u otro. No en vano estaban en juego unos labios que consideraba suyos, bastante mal
resignado ya a que ahora fueran de otro,

como para ni siquiera pensar en compartirlos con un montón de desconocidos. Además, seguía
intrigada por saber qué había pasado
aquella noche de sábado entre él y Harry y pensaba cogerle por banda y someterle al tercer grado
en cuanto le echara la vista encima. A su

amigo, había logrado sonsacarle poca cosa. Que habían ido a tomar una copa, que Draco parecía
haberse convertido en una persona

bastante más agradable de lo que había sido y que habían estado charlando y bebiendo
-moderadamente– hasta bien entrada la madrugada.

Se había pasado el domingo durmiendo hasta el mediodía y después ganduleando en el sofá el


resto del día. Por supuesto, no había oído a

Ron aporrear su puerta hasta el cansancio. Pero cuando al final de la conversación, sin venir
exactamente a cuento, Harry le había

preguntado, ¿crees que mis gafas son horrorosas?, Hermione había dejado escapar una risa feliz,
con la certeza de que su amigo no se lo

estaba contando todo. Pansy le había dicho que tampoco había podido sacar nada en claro de
Draco, más hermético que una cámara de

Gringotts.

- Ahí están Erni y Dean. –señaló Ron, a quien la preocupación por la salida de Harry con Malfoy le
había durado exactamente lo que había

tardado en zamparse su desayuno.

A excepción del pelirrojo, el resto de los miembros de la unidad de Harry estaban solteros.
Algunos, como él, tenían parejas que ante la

noticia de que sus aurores quedaban a merced de labios ajenos, habían sentido un entusiasmo tan
desbordante como el de Roger. Pero

como había dejado muy claro el Jefe de Aurores, según su estado civil, eran aptos para aquel
servicio. Quince minutos después, “la quinta

del biberón”, estaba reunida alrededor de su jefe, dispuestos al sacrificio. Unos más que otros.

- ¿Cuándo empieza vuestro turno? –preguntó Ron que, a pesar de todo, sentía un poco de pelusilla
al estar excluido del grupo por la simple

minucia de estar casado.

- A las once. –Harry miró su reloj– En diez minutos.

Tomó aire y se encaró con sus compuestos aurores.

­ Señoras, señores, ¿están preparados para una de las misiones más… –sonrió con ironía– …
peligrosas de su carrera?

- En cuerpo y alma, señor. –se cuadró Dean con entusiasmo.


Harry se recolocó las gafas y miró divertido a su amigo, ligón por vocación.

- Dean, tienes claro de qué va esto, ¿verdad? –el otro sonrió con regocijo– No queremos asistir a
una boda precipitada dentro de unos

meses…

- ¿Nadie te ha hablado de los hechizos anticonceptivos, jefe? Nunca se sabe cuando puedes
necesitar uno.

Como si yo los necesitara, pareció decirle la sonrisa socarrona de Harry.

- Besar, casanova, única y exclusivamente. –le recordó el jefe de unidad mientras le agarraba del
brazo y echaban a andar– Preferiblemente

en la mejilla. Así que labios apretados y lengua bien guardada.

- Habla por ti, Harry. –respondió Thomas lejos de mostrar desánimo.

El resto les siguieron con niveles de entusiasmo que oscilaban entre la falta total del mismo de
Harry y el desbordante de Dean.

- Tarde, Potter.

- En punto, señor. –le contradijo Harry, fastidiado.

Sorprendentemente, Radcliff no continuó importunándole. Parecía de bastante buen humor.

- Sustituyan a sus compañeros. –ordenó el Jefe de Aurores– El turno es de veinte minutos.

Cada auror estaba bajo una pequeña marquesina profusamente adornada con flores de
tonalidades empalagosamente cursis como blanco,

celeste o rosa. Había un total de diez, tantas como aurores componían una unidad, con una larga
fila delante de nueve de ellas y una

larguísima cola en la última, curiosamente, vacía.

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- Potter, –le detuvo Radcliff cuando ya se había dado la vuelta para encaminarse a sus veinte
minutos de tortura– puede que su turno sea un

poco más largo.

El auror frunció el ceño, sin comprender qué había hecho esta vez para merecer tal distinción.

- Esa es la suya. –dijo el Jefe de Aurores señalando la marquesina vacía de la que partía aquella
interminable hilera de magos y brujas–

Debería sentirse halagado. Llevan desde las nueve de la mañana esperándole.


Mientras que los integrantes de las colas formadas delante del resto de marquesinas estaban
compuestas mayormente por brujitas

suspirantes o magos jovencitos con las hormonas pegando brincos, anhelosos de caer rendidos en
los brazos del o la auror de turno, la de

Harry era de lo más variopinta. Recorrió con mirada resignada la larga hilera que por lo visto iba a
tener que tragarse él solito. Haciendo

acopio de paciencia, y maldiciendo en silencio a Johnson y a Thomas, padres de aquella brillante


idea, se dirigió hacia su lugar. Cuanto

antes empezara, antes acabaría.

La primera era una bruja mayor, huesuda y pálida, pero con un brillo intenso y vivaz en sus
hundidos ojos negros. Antes de que Harry

pudiera plantearse cómo proceder, si debía dejar que le besaran o debería tomar él la iniciativa, la
bruja extendió la mano y acarició la

mejilla del joven auror.

- Sólo quería conocerte en persona. -musitó– Y agradecerte…

No dijo nada más. Depositó su galeón en la bandeja que había dispuesta para ese fin y cedió su
lugar al siguiente de la cola, sin darle

tiempo a Harry a reponerse de su sorpresa. A continuación, un hombre de mediana edad, le


estrechó la mano y le dijo con orgullo que los

nombres de sus dos hijos estaban en el cielo de los héroes, pero que se alegraba mucho de que el
suyo no hubiera acabado allí. Con un

nudo en la garganta, Harry sólo fue capaz pronunciar un estrangulado gracias. Durante las horas
que siguieron, recibió más abrazos y

estrechó más manos de las que iba a encajar seguramente durante el resto de su vida. Hubo besos
también, pero estaba tan conmocionado,

tan sacudido por todas aquellas muestras de afecto y gratitud que no esperaba, que ni siquiera se
dio cuenta. Porque aquel no era el

rimbombante agradecimiento del Ministro; ni un acto organizado a mayor gloria del Ministerio y
sus intereses. Era el reconocimiento de la

gente que había sufrido en propia carne y en la de sus seres queridos una guerra que había
desgarrado a la sociedad mágica durante

demasiado tiempo.

Por primera vez, Harry sintió que estaba en paz consigo mismo y que su propio corazón curaba
una herida que hasta entonces se había
resistido a cicatrizar completamente.

***

Draco también se había levantado de muy buen humor aquella mañana. Lo primero que había
hecho, incluso antes de desayunar, había

sido mandarle una lechuza a Harry, confirmando la cita. Después había ido a la habitación de Evon,
para ver si estaba ya despierto. El

pequeño estaba de pie en la cuna, firmemente agarrado a la baranda de madera, atento a la


puerta. Cuando vio a su padre, se le iluminó el

rostro mientras soltaba un gritito de alegría y empezaba a balancearse con ímpetu, hasta caer
sentado de culo. Draco le tomó en brazos y

después de llenar su carita de besos, palpó el pañal a través del pijama.

- Estamos cargaditos esta mañana, ¿eh? ¡Puky! –llamó.

Después de todo, había algunas cosas que, si podía evitar, un Malfoy no hacía. La confirmación de
Harry había llegado mientras jugaba

con Evon en su cama, esperando a que el desayuno estuviera listo.

- Creo que papi te va a abandonar hoy, Evon. –le dijo al pequeño con una gran sonrisa– Te llevaría
a la feria, pero tengo planes para comer

que todavía no te incluyen.

Evon se limitó a gorjear y a seguir gateando por encima de la cama, esperando a que su padre le
atrapara por el pie y le arrastrara de nuevo

hacia él, cosa que le provocaba unas increíbles carcajadas.

Previsoramente, Draco había reservado el mismo privado que tantas veces habían utilizado él y
Harry en Las Tres Escobas para no ser

molestados. Con la esperanza de que el auror pudiera comer con él después de esa estúpida
contribución que su departamento iba a hacer

para la recogida de fondos, que a alguien todavía más estúpido, se le había ocurrido. Iba a pasar
por alto ese hecho, sólo porque los labios

de Harry iban a ser únicamente para él para el resto de la tarde.

Draco estaba deseando poder decirle la verdad, pero sabía que todavía era demasiado pronto. No
debía apresurarse. Justo el moreno había

descubierto que compartían los mismos gustos y que se sentía atraído por él. El pasado sábado, el
joven Consejero había tenido que hacer
un verdadero ejercicio de autocontrol para que, mientras le besaba, sus manos no fueran más allá
de lo prudente. Después de todo, tal

como le había asegurado Hermione, Harry sólo podía recordar un beso que ella misma le había
dicho mil veces que formaba parte de su

delirio tras la lucha contra Voldemort. Habían hablado mucho aquella noche. Sobre sus vidas
después de Hogwarts, la guerra, sus

respectivas relaciones… Draco estaba convencido que debido a sus problemas con Roger y la
posibilidad de que se largara a Bulgaria,

Harry estaba más receptivo que nunca a hacer cambios en su vida. Y a incluirle en ellos. Habían
abandonando el local de madrugada y se

habían despedido con un último y todavía más intenso beso. Draco quería darle algo en lo que
pensar durante el resto de la semana…

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También él había pasado toda la semana flotando en su particular nube. Inusitadamente distraído
y refrenando las ganas de dejarse caer por

la segunda planta con cualquier excusa. Sólo que no había ninguna excusa suficientemente creíble
como para que él apareciera por allí sin

levantar comentarios.

El viernes habían coincidido en la cafetería. Harry comía con Creevey y Thomas. Minutos después
se les había unido McMillan. Observó

con cierta diversión, que no demasiado lejos de esa mesa, la pelirroja Weasley lo hacía con Lucian.
Él tampoco estaba solo, le acompañaba

Laurence Harker, el sustituto del malogrado Barty Crouch, Jefe del Departamento de Cooperación
Mágica Internacional. Casi al final de la

comida, Harry se había levantado no sin antes dirigirle una significativa mirada y se había dirigido
en dirección a los aseos. Él se había

disculpado con su acompañante y le había seguido con el pastel de carne y la ensalada dándose de
tortazos en su estómago. Tan sólo

entrar, notó el potente flujo de magia sellando la puerta y un brusco tirón a su túnica le había
pegado a los labios que había deseado volver

a saborear durante toda la semana. Después de todo, parecía que el moreno sí había estado
pensando en algo. Extasiado, Draco se había
dejado devorar sin oponer resistencia, disfrutando de la inesperada iniciativa que tomaba Harry
después de aquella noche. Había sido un

encuentro algo brusco al principio, liberador de adrenalina y tensión en un intenso intercambio de


salivas. Después, Harry se había

tranquilizado y le había llevado suavemente al final de un beso que Draco tuvo la impresión que
había pasado por todas las fases del

estado anímico del auror.

- Acordamos ir despacio, –había jadeado el rubio intentando recuperar la respiración– pero te juro
que si vuelves a hacer eso no sales de

aquí caminando erguido.

Harry le había sonreído con cierta chulería.

- ¿Y qué te hace pensar que el que no iba a poder sentarse después de salir de aquí iba a ser yo?

Draco había parpadeado un par de veces, sin encontrar respuesta suficientemente rápida e
ingeniosa a la inesperada pregunta. Jamás había

contemplado aquella posibilidad.

- Tengo un trasero muy delicado, Potter. –había declarado él, por fin, en tono irónico.

- No te preocupes, suelo utilizar buenos lubricantes. –le había informado Harry en el mismo tono.
Y moviendo anular e índice con un

gesto bastante insinuador, había añadido– Y si aun así fuera necesario, soy bastante hábil.

- Ya me siento más tranquilo... –había respondido el Slytherin, tragando con fuerza ante las
imágenes demasiado gráficas que habían

empezado a desfilar por su mente– Esto no ha sido muy buena idea. –había murmurado
seguidamente, sintiendo como su ropa interior

empezaba a apretar más de la cuenta– Se supone que tengo que seguir hablando con Harker de
aburridos presupuestos.

- Lo siento. –había dicho Harry con una expresión que delataba que no lo sentía en absoluto–
Necesitaba comprobar que no estaba

equivocado… –había reseguido suavemente con un dedo los labios de Draco– …ya sabes, los
aurores precisamos comprobar todas las

evidencias.

Seguidamente, el moreno había quitado el hechizo de la puerta, antes de que alguien se


preguntara porqué no se podía entrar en el aseo de

caballeros.
- ¿Comemos el domingo? –le había preguntado Draco, satisfecho de que el bulto en la entrepierna
que el moreno trataba de disimular con

su túnica, fuera a causarle la misma incomodidad que a él.

El moreno había asentido y había salido por la puerta justo en el momento en que entraba Percy
Weasley. Él y Harry ni siquiera se

miraron.

Draco lo había hecho segundos después, también con su túnica bien abrochada.

Tras dejar instrucciones a Puky para que, aprovechando el soleado día llevara a Evon a dar un
paseo, se reunió con Pansy y Blaise en

Hogsmeade.

- ¡Adivina!

Pansy extendió su mano hacia él con ademán nervioso. Draco sonrió ante el soberbio anillo de
compromiso que su amiga lucía en la mano,

para abrazarla después con cariño.

- Ya era hora, Zabini. –reprendió a Blaise con falso enojo por encima del hombro de ella– En tu
familia os tomáis vuestro tiempo para

tomar decisiones.

- Al menos no las apresuramos como otros. –respondió su amigo señalando la mano en la que
Draco lucía su anillo de casado.

- Serás mi padrino, ¿verdad, Draco? –preguntó Pansy con los ojos brillantes.

- Claro mi niña. Será un placer llevarte hasta el altar para que te cases con este dechado de
prudencia. –sonrió él.

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Pansy tomó del brazo a los dos hombres que amaba, y los tres echaron a andar por la concurrida
calle principal del pueblo mágico.

- ¿Para cuándo el feliz acontecimiento? –preguntó Draco.

- 28 de octubre. –respondió Blaise– Ahora que me he decidido, la futura Sra. Zabini no quiere
esperar más.

- Bien, hecho, nena. No le des tiempo a arrepentirse. –aprobó Draco con un guiño.

- Después de todo, no hay tanto que preparar. –dijo ella con cierta tristeza– Ni demasiada gente a
la que invitar.
- No digas tonterías, amor. –le reprochó Blaise en un tono cargado de cariño, que hizo sospechar a
Draco que no era la primera vez que

Pansy pronunciaba esa frase– Estarán los justos y necesarios. Los que nos quieren y queremos.

­ Voy a estar yo… –afirmó el rubio en tono presuntuoso, como si contando con su presencia nadie
más fuera necesario.

- Tú eres el padrino, idiota. –sonrió por fin Pansy, dándole un codazo– Y espero que ese día te
dejes a tu esposa en casa.

Después sonrió con picardía.

­ O vengas acompañado de alguien más… interesante. Y no estoy hablando de tu hijo. –remarcó.

Draco dejó escapar un suspiro.

­ Creo que pasas demasiado tiempo con Granger… –opinó, dispuesto en principio a desviar la
atención de ese tema.

Si no hubiera sido por la intervención de Blaise.

- Pansy parece tener la extraña idea de que te has encaprichado de Potter y piensas convertirle en
tu próximo amante. –se burló su amigo.

Bueno, qué más daba en ese momento, que más adelante, meditó por unos instantes. Después de
todo eran sus amigos. Los únicos amigos

de verdad en quien podía confiar.

- No voy a convertir a Potter en mi próximo amante, Blaise. –dijo con una sonrisa que poco hacía
sospechar lo que iba a decir a

continuación– Espero que sea algo más.

Blaise detuvo sus pasos en seco tras la sorprendente afirmación y miró a Draco con expresión
incrédula.

- ¿Lo ves? –canturreó Pansy en tono triunfal– ¡Te lo dije!

- ¡No puedes estar hablando en serio! –exclamó Blaise.

Pero la expresión en el rostro de su amigo era demasiado seria como para estar tomándole el
pelo.

- He estado hablando con mi abogado. –confesó Draco en un tono de voz algo más privado–
Quiero divorciarme de Victoria.

- ¡Merlín bendito, estás hablando en serio! –repitió Blaise, todavía atónito.

- ¡Di que sí! –le apoyó Pansy sin dudar un segundo.

De pronto, el rostro de Draco se había vuelto, más que serio, entristecido.


- No te emociones, Pansy. Llevará su tiempo.

El futuro matrimonio aguardó en silencio a que su amigo siguiera hablando.

- Gracias a Merlín, firmé un acuerdo prematrimonial. –explicó Draco– Por mi suegro, más que por
otra cosa. Para que no pudiera acceder a

mis negocios y dinero a través de mi esposa. Aunque yo muriera, ella jamás podría tomar el
control de la fortuna de la familia, que pasaría

directamente a mi hijo y mientras no alcanzara la mayoría de edad, quedaría en manos de mis


abogados.

Draco hizo una pequeña pausa, y los otros dos esperaron pacientemente a que continuara.

- Pero si me divorcio, perderé a Evon. –sus ojos fueron un fiel reflejo de la angustia que esa
posibilidad le producía– Tengo pocas

posibilidades de conseguir su custodia siendo tan pequeño. –suspiró– En realidad, según mi


abogado, ninguna. Y si Victoria decide

regresar a Suiza, no podré impedir que se lo lleve con ella. Y yo me volveré loco si eso llega a
suceder.

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­ Cariño… –musitó Pansy apretando su brazo con afecto.

Draco se encontraba nuevamente en un callejón sin salida. ¿No era irónico? Había logrado poner
la vida de Harry patas arriba, esperando

el momento de poder entrar en ella y cuando prácticamente lo había logrado, se encontraba


atrapado en la suya.

- De momento, lo único que puedo hacer es intentar hablar con Victoria y tratar de convencerla de
que el niño se quede conmigo.

Pansy bufó enfadada.

- Pero como correrá a contárselo a su padre, que por desgracia no es tan estúpido como ella,
tienes pocas posibilidades. –dijo con enojo,

pronunciando en voz alta lo que Draco no había dicho.

­ Eso me temo… –admitió él.

Miró a sus amigos con desazón. No había llegado hasta allí para que ahora todo se viniera abajo
por culpa de una custodia.
- ¿Y no hay ninguna… no sé… alguna restricción especial en tu familia con respecto a que los
herederos deban permanecer con el

progenitor de la rama Malfoy o algo así? –preguntó Blaise.

Draco sonrió con amargura.

- Nunca ha habido divorcios en mi familia, Blaise. Por lo que supongo que a nadie se le ocurrió que
pudiera existir la necesidad de

establecer algo así.

­ Así que sentarías un precedente… –intentó bromear su amigo para quitar un poco de tensión a la
conversación.

­ Ya ves…

Sin darse cuenta, habían llegado ya a la zona donde se celebraba la carrera de escobas.

­ No me digas que Weasley participa… –se rió Blaise reconociendo la cabellera pelirroja que
destacaba entre todas las demás.

Ron se encontraba muy atareado preparando su escoba, bajo la atenta mirada de su esposa.

- Eso parece. –respondió Draco, dando así por zanjada la anterior conversación.

- ¿Deberíamos desearle suerte? –preguntó Blaise con un pequeño gesto de cabeza hacia
Hermione, que acababa de darse cuenta de su

presencia.

- Por favor, Blaise, somos unos caballeros. –le recordó Draco haciendo gala nuevamente de su
perdido buen humor.

Siguieron la carrera junto a Hermione, quien estuvo más pendiente de Pansy, su anillo y sus planes
de boda, que de un eufórico Ron que

quedó en un nada despreciable segundo puesto. Claro, que según le hizo saber Draco
amablemente después, nada que no fuera un primer

puesto podía tomarse en consideración. Después de que su mujer le convenciera que el Slytherin
tan sólo estaba bromeando, y Hermione le

mandara también a Draco una mirada de amenazadora advertencia, los cinco encaminaros sus
pasos hacia el zoológico de Hagrid.

El Profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas estuvo muy contento de ver a los dos Gryffindors,
pero miró con cierto recelo a los tres

Slyltherins que les acompañaban. Sin embargo, el bonachón semi gigante no tardó en mostrarles
con su atolondramiento natural, todos sus
tesoros. Desde un imponente atheonan que agitaba nerviosamente sus alas y relinchaba sin parar,
pasando por un par de clabberts, cruce

entre mono y rana, un diricawul que no hacía más que desparecer en un estallido de plumas y
reaparecer en cualquier otro punto de la jaula

mágica que evitaba que en una de esas desapariciones escapara, hasta una pareja de escregutos
de cola explosiva, sobradamente conocidos

por los cinco ex estudiantes de Hogwarts. A Buckbeak, Draco prefirió contemplarlo desde cierta
distancia. Hagrid se sintió decepcionado

de que se marchaban antes de haber podido mostrarles el resto de sus criaturas.

Unánimemente, decidieron pasar de largo de la exposición de objetos muggles de Arthur Weasley


porque Ron estaba harto de ellos, para

Hermione no eran ningún novedad y los Slytherins no sentían demasiado interés. Así que enfilaron
hasta donde los compañeros del

pelirrojo estaban cumpliendo con su abnegada tarea.

Sorprendidos, observaron la cola que se extendía ante Harry y la diversidad de gente que la
formaba, a diferencia de las otras nueve.

Pronto se hizo evidente que el auror no terminaría a la una, ni tampoco a las dos. Blaise y Pansy
acabaron por despedirse para ir a comer,

deseándole a Draco mucha suerte. Y mientras Ron, acompañado de Hermione se dirigía hacia la
marquesina de su amigo, para unirse en la

espera a los demás aurores de su unidad, el Slytherin se refugió en un discreto rincón desde el que
poder observar sin ser demasiado

evidente.

Eran casi las cuatro de la tarde cuando Harry se despidió del último mago que esperaba, física y
emocionalmente agotado. Su equipo, más

amigos que aurores en ese momento, había permanecido cerca de él durante las últimas dos
horas, silenciosos y también emocionados.

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Pendientes del hombre que había sido compañero, amigo y finalmente maestro. Al que habían
seguido desde quinto curso hasta ese mismo

instante, con más fe de la que el propio Harry había tenido en sí mismo en más ocasiones de las
que le gustaría reconocer.
Además de un sobrecogido Draco, también Radcliff, a cierta distancia, observaba atento el
desarrollo de los acontecimientos. Cómo los

suyos rodeaban a Potter y se convertían en una apretada piña, arropándole. Prácticamente


sepultado entre sus aurores, desde allí apenas

podía ver unos cuantos mechones de su pelo negro y rebelde. Harían cualquier cosa por él, pensó
el Jefe de Aurores. Porque los lazos entre

ellos iban mucho más allá de su deber profesional. Sabía que tenía ante él la mejor unidad que
tendría bajo sus órdenes durante mucho

tiempo. Dos o tres años más, y serían la joya de la corona del cuerpo. No le cabía la menor duda.
Igual que sabía que en cuanto Potter se

centrara por fin y dejara atrás la carga que venía arrastrando tras él por mucho que pretendiera
haberse desecho de ella ese once de agosto,

se daría cuenta de que era un líder nato, capaz de dirigir y manejar bajo sus órdenes no tan sólo
una Unidad de Aurores. Era sin duda uno

de los magos más extraordinarios desde los tiempos de Merlín. Sólo había que darle tiempo y sería
también el mejor Jefe de Aurores que

jamás hubiera tenido el Ministerio. Así que Radcliff pensaba seguir machacándole hasta tener
preparado a su sucesor para cuando llegara

el momento.

Cuando observó que Harry finalmente se despedía de sus compañeros, Draco se apareció en Las
Tres Escobas para esperarle. No era

prudente que les vieran juntos en público. Él aun era un hombre casado y no quería que nada
pudiera complicar todavía más su futuro

divorcio. Ni, que después de lo que acababa de ver, el cariño de todas esas personas pudiera
diluirse al tomar a Harry por un rompe

matrimonios.

Pocos minutos después, el ruido de la puerta al abrirse hizo que el corazón de Draco latiera más
deprisa.

­ Hola, siento la tardanza…

Draco pensó una vez más que Harry estaba imponente y que seguramente, él, estaba
desarrollando una atracción fetichista hacia los

uniformes. Concretamente hacia los de auror.

- No importa. Madame Rosmerta ha hechizado la comida para que se mantenga caliente.

Harry parecía nervioso y cansado.


- No tengo demasiada hambre. –confesó el moreno tras echarle un vistazo a la mesa.

El nudo que había tenido en el estómago durante toda la mañana, todavía seguía allí. Las muestras
de afecto de sus compañeros no habían

hecho más que estrecharlo un poco más. Se había quedado en medio de la habitación, sin
moverse, como si de pronto no supiera qué hacer.

Contemplando al hombre que, sin duda, lograría obsequiarle con unos cuantos nudos más.
Lamentó no sentirse tan efusivo como hacía un

par de días en los aseos de la cafetería del Ministerio.

- ¿Estás bien? –preguntó Draco, tomando la iniciativa y acercándose al inmóvil auror.

Harry asintió y contuvo la respiración a la espera de que esa mano elegante y pálida llegara hasta
su mejilla. Draco acarició suavemente su

rostro y sin poder hacer nada para evitarlo, su cuerpo tembló. Sus emociones todavía seguían a
flor de piel. Se ordenó a sí mismo

tranquilizarse y comportarse como lo que se suponía que era, un aguerrido auror. Sin embargo,
cuando los brazos del rubio le rodearon,

perdió todo control sobre sí mismo y se desmadejó en su abrazo.

- Te amo. –susurró Draco con voz entrecortada– Te amo tanto, Harry…

Harry se estremeció, aferrándose con más fuerza a aquel cuerpo firme y cómodo que acogía la
agitación que sacudía al suyo. Todavía no

entendía cómo Malfoy había podido enamorarse de él ni en qué momento había sucedido.
Tampoco como él podía haberse convencido tan

rápidamente de que así era. Lo único que sabía era que en ese preciso instante sus brazos eran el
mejor lugar del mundo.

***

Alexius había estado inquieto toda la semana. Cuando el Sr. Nott aparecía por allí, casi nunca era
un buen presagio. O estaba descontento

con el ritmo de la producción, o le recriminaba no tener suficiente mano dura con los empleados
que tenía bajo su cargo, o que había

gastado demasiado en partidas que para el arrogante joven no tenían importancia, como
calefacción o comida. Entonces le echaba en cara

la generosidad de su común patrón para con él y le amenazaba con retirarle la llave del almacén
de ingredientes. En esta ocasión había

llegado con un tipo grande, con cara de gandul, al que había presentado como Sr. Warrington.
Ambos habían estado encerrados en los
sótanos del edificio por horas durante un par de días. Allí sólo había la caldera que alimentaba la
calefacción del edificio, algunos calderos

que utilizaba cuando se quedaba corto con los del laboratorio, cajas viejas y otros trastos. Alexius
no podía comprender qué podían estar

haciendo ambos jóvenes durante las horas que pasaban en ese lugar. El segundo día, la curiosidad
había podido más que él, y se había

acercado a la puerta que daba acceso a las escaleras que bajaban hasta el subterráneo. Un
potente flujo de magia le había detenido en el

umbral, incluso antes de abrirla. Magia oscura. Asustado, había retrocedido y escapado de allí a
toda prisa. No quería saber. Era más

seguro no saber.

***

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El lunes siguiente a la feria benéfica, había sido un principio de semana sorprendente y


esclarecedor. Harry se encontraba en su pequeño

despacho, donde se había encerrado desde primera hora de la mañana para no oír comentarios. Y
para conseguir la privacidad suficiente

para poder perderse en los recuerdos de la tarde anterior sin ser molestado. Todavía podía sentir
los brazos de Draco alrededor de su

cuerpo; sus manos acariciando su espalda, relajándole y él dejándose llevar por su boca como un
quinceañero, una vez más. Harry sabía

que de no haber sido por su estado de ánimo aquella tarde, habría habido algo más que besos y
caricias. Deseaba a Draco. Sus labios tenían

ese “no sé qué” que ponía del revés su estómago cada vez que le besaba. Esta vez no había ningún
armario del que salir, ni tampoco la

indecisión ni el miedo a la inexperiencia de los dieciséis. Ahora eran veintidós, con mucho sobre
sus espaldas y poco de la inseguridad que

había mandando en sus sentimientos durante su difícil adolescencia. Tenía una relación
sosteniéndose en la cuerda floja, que no estaba

muy seguro de no querer dejar caer y la oportunidad de abrirse a otra con la persona más
inesperada. Tal vez Roger y él habían quemado

ya todas las etapas y había llegado el momento de poner punto y final y que cada uno siguiera su
camino.
Por otro lado, el simple hecho de estar considerando la posibilidad de tener algo con Malfoy
tendría que haberle hecho recapacitar

seriamente sobre su estabilidad mental. La emocional se la había dejado en ese club de ambiente,
unos días antes. El Consejero estaba

casado. Tenía un hijo. Y por mucho que fuera un matrimonio de conveniencia, era un matrimonio.
Y el papel de tercero en discordia, a

Harry no le entusiasmaba demasiado. Pero no podía dejar de pensar en él y morirse de ganas por
saber cómo sería tenerle en la cama,

descubriendo ese trasero, según el rubio, tan delicado.

Finalmente, había logrado relegar el trasero de Draco a un segundo plano y centrar su atención en
lo que debía, enfrascándose en los

nuevos informes que habían llegado desde Alemania y posteriormente, desde Austria y Suecia.
Parecía que se estaban enfrentando a unos

delincuentes muy bien organizados con una red de suministro meticulosamente coordinada. Y
cuando más sumergido se encontraba en su

lectura, la puerta de su pequeño reino acristalado se había abierto de forma intempestiva, para
dejar paso a Ron y a Dean. Su amigo tenía el

rostro enrojecido hasta ese tono que alcanzaba cuando estaba colérico. Harry había fruncido el
ceño, fastidiado, porque aquel rojo furioso

sólo podía significar problemas. Y si esos problemas eran que una vez más Thomson les había
quitado la sala de entrenamiento en

beneficio de su propio equipo, saltándose el turno, esta vez iba a haber maldiciones de por medio.
Se pusiera como se pusiera Radcliff.

- ¡No te lo vas a creer, Harry! –había escupido Ron.

De detrás de los dos aurores, había aparecido la menuda figura de Pansy Parkinson, todavía más
empequeñecida por el contraste con la

altura de los dos hombres, esbozando una sonrisa bastante divertida.

- ¡Dime que no son tuyos! –había bramado el pelirrojo.

Y la morena, ante un estupefacto Harry, se había desabrochado los ceñidos vaqueros que llevaba,
abriéndolos lo suficiente para mostrar un

bóxer en una mezcla de azules difuminados.

- Se lo compré a un tipo rubio el domingo, en la feria benéfica, cuando ya nos íbamos. Además de
un par de camisas y otro bóxer muy
mono de color beige con rayitas marrones. –explicó Pansy– No recuerdo su nombre, pero le
conozco. Jugaba en el equipo de Ravenclaw

cuando íbamos a Hogwarts.

Harry se había quedado mirando una de las piezas de su perdida ropa interior, incapaz de decir
nada coherente. Después se había levantado

de un salto, había prácticamente arrancado su túnica del perchero y con un si me disculpáis,


pronunciado entre dientes, había salido en

busca de cierto rubio jugador de quidditch, embustero y ladrón.

***

­ ¡Bastardo, hijo de una mantícora, cabrón, babosa rastrera, moco de dragón putrefacto…!

Hermione se masajeó las sienes, harta de la diatriba.

- Ya vale, Ron. –le detuvo– Hace rato que te hemos entendido.

La joven dirigió una mirada comprensiva al mago de ojos verdes que, en silencio, oía sin escuchar
el acalorado discurso de su esposo.

- ¡Es que por culpa de ese cabrón, nos hemos chupado más turnos de noche que puntos perdimos
con Snape en clase de Pociones! –estalló

nuevamente Ron– ¡Vendía su ropa, por todos los magos!

Harry levantó la mirada para dirigirla hacia sus dos amigos.

­ Todavía no puedo creérmelo… –musitó– ¡Vendió mi camisa por trescientos galeones!

- A saber por cuánto vendería tu ropa interior. –no pudo evitar bromear Hermione.

Harry le dirigió una mirada molesta, porque él no le veía la gracia por ninguna parte.

- Si quieres saber mi opinión, –gruñó Ron todavía exaltado– yo no le hubiera dejado marchar tan
alegremente, Harry. Yo le hubiera

arrestado y amenazado con pasar una buena temporada en Azkaban.

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- Déjalo, Ron. –le pidió Harry con cansancio– Con que se vaya a Bulgaria y desaparezca de mi vista,
es suficiente.

- ¡Y nosotros que pensábamos que lo de la ropa era una excusa barata cada vez que se te pegaban
las sábanas! –insistió el pelirrojo– ¡Pues

no nos hemos tragado turnos de noche por culpa de ese mal nacido!
Harry dejó escapar el aire con fuerza y dirigió su mirada verde hacia Ron.

- ¿Por qué no me haces un favor y vas a ver si ya ha recogido sus cosas y se ha largado?

- Con mucho gusto. –el pelirrojo esbozó una sonrisa sádica.

­ Er… Ron, –le detuvo Harry– será mejor que dejes tu varita aquí.

Con un bufido de disconformidad el auror obedeció a su amigo y depositó la varita encima de la


mesa de la cocina. Atravesó el pequeño

salón-comedor convencido de que Harry era demasiado condescendiente. Si por él fuera, el


maldito Roger estaría en preventiva en una

celda del Ministerio, aunque sólo fuera para meterle el susto en el cuerpo. Cuando abrió la puerta,
y en su rostro ya asomaba una sonrisa

satisfecha porque a Harry se le había olvidado hacer cualquier referencia al uso de los puños, a
punto estuvo de chocar con un sobresaltado

Draco Malfoy, plantado ante la entrada, a punto de llamar al timbre.

- Hola. –saludó el rubio recomponiéndose– He llamado abajo pero no hay nadie.

Por unos segundos, Ron se le quedó mirando como si el hecho de que Draco Malfoy estuviera
delante de su puerta no pudiera ser más que

una visión. Una bastante fastidiosa.

- ¿Qué quieres, Malfoy? –preguntó por fin y recordando de pronto la promesa que le había hecho
a Hermione, se prometió que en su

próxima frase intentaría emplear un tono menos ofensivo.

Ese Weasley tan amable como siempre, pensó por su parte Draco, intentando no dar rienda suelta
a su afilada lengua. En ese preciso

momento, Hermione y Harry salieron de la cocina, intrigados por las voces y esperando que no
fuera nuevamente Roger intentando reparar

lo irreparable.

- Pensé que querrías tener esto. –dijo Draco entregándole a Harry un bolsa con varias prendas– No
hubiera quedado muy bien que te lo

hubiera dado en el Ministerio.

­ Pues… gracias. –agradeció el moreno tomándola.

- No te quedes en la puerta, Draco. –invitó Hermione, frunciendo el ceño en dirección a su marido


por su poca consideración.

El rubio Consejero vaciló unos segundos, pero aceptó la invitación y entró.


- Es lo que Pansy compró. –explicó a continuación– A excepción de lo que llevaba puesto el otro
día. –Draco levantó las manos en ademán

inocente– Me ha dicho que se lo queda de recuerdo.

­ Ah, er… supongo que… está bien. –asintió Harry, encogiéndose de hombros.

Después de todo, no sabía cuánta gente andaba ya por ahí con su ropa interior bajo los
pantalones. Hermione dejó escapar una pequeña

carcajada y Ron negó con la cabeza, como si pensara que estaban todos locos.

- La verdad es que Blaise no ha sabido exactamente cómo tomárselo. –dijo Draco, sonriendo
también.

Durante unos instantes, pareció que no había nada más que decir y que la única opción coherente
era que el Consejero se despidiera y se

marchara. Pero Hermione sabía que si se había tomado la molestia de traerle la ropa
personalmente a Harry, era porque había esperado

encontrarle solo y tener una oportunidad más de continuar con el acercamiento del que, el
puñetero de su amigo, se callaba como un

muerto.

- ¿Por qué no te quedas a cenar, Draco? –preguntó la castaña como si acabara de llegarle la
inspiración.

Ron le lanzó una mirada asesina.

- No quisiera causar molestias. –respondió Draco educadamente, dudando de la conveniencia de


aceptar.

Después de todo, la mirada del pelirrojo le estaba invitando a dar media vuelta e irse por donde
había venido. Sin embargo, la de Harry

decía quédate.

- ¡Si no es molestia! –aseguró Hermione– Sólo tengo que añadir un poco más de pasta a la olla.
Ponte cómodo.

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Y tomó de la mano a su marido para arrastrarle hasta la cocina antes de que pudiera abrir la boca
y estropearlo.

- ¿Es qué te has vuelto loca, Herm? –preguntó el malhumorado pelirrojo en cuanto pusieron un
pie en la cocina– Que te prometiera cuidar
mi lenguaje cuando nos encontráramos con él no significa que esté dispuesto a sentarle a mi
mesa.

Hermione le miró con impaciencia. Estaba tan entusiasmada por el paso que acababa de dar Draco
y tenía tantas ganas de gritar de una vez

la verdad y dejar de consumirse en aquel obligado silencio, que se sentía capaz de petrificar a su
esposo por el resto de la noche si era

necesario.

- A veces eres tan ciego, Ron… –refunfuñó mientras abría el armario para buscar un nuevo
paquete de espaguetis.

Agitó su varita para prender el fuego de la cocina y colocó la olla que ya había dejado preparada.

- ¿Ciego? –masculló el pelirrojo.

Hermione se volvió hacia su marido con los brazos en jarras.

- Tan ciego como para creer que Draco iba a molestarse en venir hasta aquí para traerle la ropa
personalmente a Harry, cuando podría

haber enviado a cualquiera de sus elfos. O para no preguntarte porqué rechazó Harry la propuesta
de comer con nosotros el domingo y

desapareció tan deprisa, cuando en otras circunstancias hubiera agradecido nuestra compañía. O
porqué estuvo tan contento toda esa

semana, después de irse de copas con Draco y a pesar de las broncas con Roger.

Hermione había soltado todo su discurso prácticamente sin respirar y el sofoco había dado a sus
mejillas un tono casi tan rojo como el pelo

de su marido.

- ¿Qué insinúas Hermione? –preguntó Ron entrecerrando los ojos, mosqueado con la confianza
que se tomaba su mujer llamando al hurón

por su nombre de pila.

- ¡Por el amor de Dios! –exclamó la castaña alzando las manos– ¿Y tú eres auror?

Por toda respuesta, el pelirrojo frunció todavía más el ceño y caminó sigilosamente hasta la puerta
de la cocina para asomar discretamente

la cabeza. Cuando se volvió hacia su mujer otra vez, había perdido el color.

- Creo que el hurón le está metiendo la lengua hasta el fondo de la garganta. –tartamudeó– En mi
casa… en mi salón… ¡a Harry!

Hermione sonrió entonces con dulzura y se puso de puntillas para besar a su descompuesto
esposo.
- Ron, cariño, sé que puede ser un poco difícil de aceptar al principio. –le dijo suavemente– Pero
créeme, están hechos el uno para el otro.

- ¿Tú crees, Herm? –preguntó él ya mansamente, sentándose en una de las sillas de la cocina
como si le hubieran abandonado las fuerzas–

Se odian…

Hermione negó con la cabeza, sintiendo aquella ternura que siempre despertaba en ella cuando
Ron era Ron en su más pura esencia.

- ¿Cuándo me he equivocada, amor? –preguntó ella a su vez, sentándose sobre sus rodillas y
revolviendo un poco su pelo– Draco es el

hombre que Harry necesita, por muy extraño que te parezca ahora. –aseguró– Estoy convencida
de que pronto lo entenderás.

­ Si tú lo dices… –aceptó Ron, mostrándose desolado.

- Yo lo digo.

­ Vale…

Ron no habló mucho durante la cena, pero observó con profesional detenimiento cada
movimiento de Malfoy, hasta el punto de hacer

sentir al rubio verdaderamente incómodo. Y también a Harry, quien por el contrario parecía
“excesivamente” contento, teniendo en cuenta

que tan sólo una hora antes estaba enfadado y abatido.

- Ha sido una cena muy agradable. –agradeció Draco levantándose un par de horas después– Pero
mañana hay que trabajar…

- Tienes razón.

Harry se levantó también de la mesa de la pequeña cocina, donde los cuatro habían estado
bastante apretujados. Aunque no es que le

hubiera molestado que el muslo de Draco hubiera estado pegado al suyo durante toda la cena.

- Y ahora ya no tengo excusa para llegar tarde. –añadió en dirección a su pelirrojo amigo.

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- Más te vale. –le advirtió éste– Porque tengo muchas ganas de ver al equipo de Jonhson
trabajando de noche unas cuantas semanas

seguidas.
Y mientras ambos aurores se enfrascaban en una pequeña discusión sobre quién merecía más el
“honor” del turno de noche, Hermione

aprovechó para intercambiar dos palabras con Draco.

- Nos vemos el viernes en la Diana Memorial Fontain. –le dijo– Sin excusas. Tenemos cosas de que
hablar.

Draco asintió, mientras se ponía su túnica, consciente de que sí había cosas de las que tenían que
tratar.

- ¿Nos vamos? –preguntó Harry.

Agradeciendo nuevamente la agradable velada, Draco siguió al moreno hasta la puerta, a tiempo
de ver el guiño de Hermione antes de

cerrarla. Bajaron el tramo de escaleras en silencio. Harry se detuvo ante la puerta de su


apartamento y le dirigió al Slytherin una mirada

cargada de incertidumbre.

- Por supuesto que quiero entrar. –respondió Draco a la muda interrogación, disipando cualquier
duda con una irresistible sonrisa en sus

labios.

Mientras ponía la llave en la cerradura, después de levantar las protecciones, Harry no podía dejar
de pensar que los cacharros de los

últimos tres días estaban en la cocina todavía sin fregar, que seguramente los platos sucios de la
cena del día anterior seguirían sobre la

mesita de la sala y que su cama estaría desecha y con la sábanas en las que habían dormido él y
Roger durante más de una semana. Y que

no quería que Draco se llevara una impresión equivocada. Bueno, de hecho, no muy equivocada,
porque la limpieza de su apartamento

siempre había estado en el último lugar de su lista de prioridades. ¿Y por qué diablos le
preocupaba todo aquello cuando lo que en realidad

debería inquietarle era si no se estaría precipitando?

- ¿Encuentras el agujero, Harry?

La voz de Draco fue un suave ronroneo detrás de su oreja, su aliento cálido batiendo contra ella.
Las caderas del rubio rozaron levemente

su trasero, desterrando cualquier duda del auror al fondo de su cerebro.

­ Pasa… –su voz se perdió durante uno segundos después de dar la luz– …siento el… desorden…

Draco recorrió con mirada divertida el desastre que se extendía ante ellos.
- Parece que Davis no estaba muy contento cuando se fue. –comentó con una pequeña carcajada.

­ Parece que no… –musitó Harry recogiendo una de sus camisas, completamente desagarrada.

- Definitivamente, este tipo tiene un problema con tu ropa. –ironizó Draco.

Roger había sacado toda la ropa de Harry de armario y cajones y la había hecho jirones,
diseminándola por el salón-comedor.

- ¡Será cabrón! –exclamó el moreno recogiendo un pantalón que estaba en las mismas
condiciones.

Tal vez todavía estuviera a tiempo de incluir su nombre en la lista de los que estaban en busca y
captura y encargarle a Ron la “agradable”

tarea de detenerle.

- Olvídate de eso ahora. –Draco le tomó del brazo para acercarle a él y redirigir su atención– Davis
es historia y yo estoy aquí…

Harry soltó el pantalón y se dejó arrastrar hasta sentir los brazos del Consejero rodear su cuerpo y
sus labios delinear los suyos.

­ Tienes toda mi atención… –aseguró.

Y apenas en unos segundos, ya no existía Roger, ni la ropa, ni el desorden, ni su inquietud por el


qué pudiera pensar Draco. Todos sus

sentidos estaban concentrados en el beso que, como los anteriores, lograba que su mente se
vaciara de todo pensamiento coherente y su

cuerpo reaccionara rápidamente a cada estímulo que labios y lengua provocaban a través de su
boca. Instantes después, la túnica de Draco

se había unido al revuelto de prendas en el suelo y las manos de Harry habían encontrado su
camino bajo la elegante camisa.

- ¿Estas seguro de esto? –jadeó el rubio mientras perdía corbata y camisa.

­ Lo… estoy… si tú… lo estás. –respondió el auror sin dejar descansar su boca, que había empezado
a recorrer la piel del esbelto cuello.

Dieron unos pasos, tambaleantes, la ropa esparcida por el suelo enredándose en sus pies. Draco
hizo volar sus zapatos, sin prestar atención

hacia dónde salían despedidos mientras sus dedos se afanaban en los botones de la camisa de
uniforme de Harry.

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­ Cuidado… –rogó el moreno al notar que Draco perdía la paciencia y tironeaba del siguiente ojal–
…tiene que servirme para mañana…

Draco farfulló unos cuantos improperios destinados a acordarse de la familia de Davis, mientras se
resignaba a seguir desabotonando. Pero

Harry, más práctico, apartó sus manos y sacó la camisa por su cabeza, dejando su rebelde mata de
pelo alegremente alborotada.

Los anhelantes ojos grises recorrieron embelesados el torso desnudo de su compañero,


comprobando que todo estaba cómo lo había

dejado. Incluso mejor, pensó humedeciéndose los labios, seguramente gracias al entrenamiento al
que los aurores se sometían

regularmente. Los verdes le recorrieron a él con la curiosidad del primer encuentro, oscurecidos
por el deseo que Draco podía ver por

primera vez en ellos. Y esa mirada que le descubría y examinaba con evidente complacencia, avivó
todavía más el fuego que había estado

conteniendo durante aquellos tres largos meses, estallando en cada poro con la sensación de que
su piel ardía.

Se abrazaron de nuevo, y esta vez las caricias fueron más demandantes, azuzando sus sentidos
hacia un estallido de sensaciones difíciles

de contener. El beso vibró en sus bocas, sostenido por los labios hambrientos de ambos,
empeñados en devorarse como si no hubiera

mañana. Las manos de Harry se introdujeron en el pantalón y se deslizaron por debajo de la ropa
interior de Draco, hasta encontrar la

suave piel de sus nalgas, que imaginó pálida y perfecta como la que en esos momentos podía ver,
acariciándolas, apretándolas, haciéndolas

suyas con impaciente entusiasmo.

­ Espera… jadeó Draco deteniéndole de pronto– …necesito ir despacio.

El auror estaba muy excitado y ansioso. Dejando escapar un pequeño gruñido, Harry dirigió a su
compañero una mirada confundida y algo

molesta. El Consejero depósito un pequeño beso en sus labios y le tomó de la mano para
conducirle hasta el sofá.

Draco no quería una sesión de sexo ardiente y desesperado que les precipitara a ambos un final
rápido y abrupto. No deseaba que las ganas

contenidas durante tanto tiempo explotaran sin más, llevándose los dulces recuerdos de tantas
noches, tardes o mañanas de amor con
Harry. Draco necesitaba reencontrar al hombre que había amado. Al que amaba. A SU Harry.
Degustarle lentamente, reconociendo olor y

sabor en cada pedacito de piel. Comprobar si temblaba con las mismas caricias y si su voz todavía
enronquecía cuando se acercaba al final

y le pedía que embistiera más rápido, más fuerte.

- Le tienes mucho aprecio a tu trasero, ¿verdad? –preguntó Harry con una sonrisa burlona en los
labios, mientras se dejaba tumbar,

completamente ajeno a los verdaderos pensamientos del hombre que se inclinaba sobre él.

- Podrás tener mi trasero en cualquier otro momento. –prometió Draco besándole suavemente–
Pero hoy necesito… hoy… ­los hermosos

ojos verdes se clavaron en él con curiosidad– …hoy déjame hacerte el amor, Harry.

Había tantas cosas en los ojos de Draco en ese instante, que Harry se sintió abrumado. Casi
asustado por la intensidad del gris que vertía

sobre él sentimientos que creyó imposibles de albergar por otra persona en tan poco tiempo.
Tantas emociones a la vez, que por unos

momentos el auror se sintió tan desconcertado y sorprendido como aquella noche en el Shaun &
Joe.

­ Draco… –susurró apenas antes de que el rubio presionara sus labios contra los suyos,
lamiéndolos después despacio hasta conseguir

hacerle desear que nuevamente los besara con la misma intensidad que segundos antes.

Si Harry tenía intención de decir algo más, se borró de su mente en un soplo, cuando en los
minutos siguientes su cuerpo fue adorado por

entero, haciéndole estremecer y gemir como no podía recordar. Las manos de Draco acariciaban,
pellizcaban u oprimían como si los

resortes para disparar cada sensación no fueran ningún secreto para él. Harry se doblegaba al
placer de cada mimo y cada roce como si

descubriera por primera vez las delicias de otra piel sobre la suya.

Y Draco, sumergido en la devoción por aquella piel añorada y caliente, sentía que le faltaban
manos para recuperar su tacto y su textura.

Emocionado, contempló el rostro sofocado de su amante y los familiares movimientos con los que
su cuerpo gritaba que necesitaba

albergarle ya dentro de él. Penetrarle fue como sentirse en casa otra vez, cálido y acogido, su voz
ronca y gimiente dándole la bienvenida.
Cuando una de las manos de Harry abandonó el hombro en el que se sostenía y acarició su mejilla,
el corazón de Draco casi se detuvo.

Volvió la cabeza con involuntaria brusquedad, para besar su palma y ocultar en ella rostro y
sollozo. Sintiendo que por unos segundos le

faltaba el aire y regresaba su alma.

***

Ron miró su reloj de nuevo y maldijo por lo bajo.

- Potter, espero que estés ya vestido y a punto de salir por esa puerta. –masculló subiendo otra
vez las escaleras, después de una inútil

espera de casi diez minutos, en la puerta de salida del edificio donde vivían.

Cuando llegó frente al apartamento 1B, le extrañó y preocupó no encontrar el hechizo de


protección que Harry solía imponer

habitualmente. Así como poder abrir la puerta con un simple Alohomora. El panorama que le dio
la bienvenida hizo que el corazón le

subiera directo a la garganta. Sacó su varita rápidamente mientras invocaba a todos los dioses
conocidos para que Roger no se hubiera

vuelto loco y, despechado, hubiera vuelto para dañar a Harry. Avanzó con cautela, arrastrando
camisas y pantalones con sus botas,

mientras sentía un sudor frío escurriéndose por su espalda. El apartamento era exactamente igual
que el suyo, así que sabía dónde buscar.

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Observó que Hedwig estaba en su jaula, al lado de la ventana y que parecía dormitar
completamente tranquila. Un breve vistazo a la

cocina, sólo para constatar la pila de platos sucios y encaminó sus pasos al dormitorio principal. La
puerta estaba entornada y Ron la

empujó con suavidad, con la varita y el ánimo preparados para lo que fuera. Segundos después se
daba cuenta de que, realmente, no estaba

preparado para todo.

A pesar de la penumbra, se distinguía claramente que en la cama había dos cuerpos. Ron apretó
con fuerza su varita, esperando que a

Harry no se le hubiera ocurrido perdonar a ese idiota, porque en ese caso el repertorio de
maldiciones que pensaba lanzar no irían
destinadas sólo a Roger. Avanzó con cautela, hasta que una pila inesperada de sábanas
abandonadas en el suelo se le enredó en los pies,

haciendo peligrar su equilibrio durante unos instantes. Superado el obstáculo, pudo acercarse lo
suficiente como para comprobar que el

compañero de cama de Harry efectivamente era rubio. Pero no era Roger.

¡Me cago en Merlín, los Slytherins en general, los consejeros en particular y la maldita integración
mágica y su puta madre! Sintiéndose

mucho mejor, el pelirrojo guardó su varita. No estaba muy seguro de perdonarle a Harry con
demasiada facilidad el susto que todavía tenía

en el cuerpo. Echó un último vistazo a la cama, donde el hurón y su amigo dormían como dos
benditos y salió sigilosamente de la

habitación. Se dirigió directamente a la jaula de Hedwig.

- Ven, bonita. –dijo acariciando las nevadas plumas de la lechuza, que se posó dócilmente en su
brazo– Creo que tu amo acaba de

quemarse una mano con café hirviendo esta mañana y llegará un poco tarde al trabajo.

Ron buscó pluma y pergamino entre el revoltijo de cosas del desordenado salón-comedor.
Finalmente pudo garabatear cuatro frases y

enrolló el mensaje para Radcliff en la pata de la lechuza. Abandonó el apartamento todavía sin
tener muy claro si alegrarse por Harry o

echarse a llorar. A pesar de todo lo que dijera Hermione.

Continuará…

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Capítulo XV por Livia

Notas del autor:

Disclaimer:Ya me gustaría, pero a parte de los personajes que han surgido de mi imaginación los
demás no

son míos.

Gracias mil a Eire, como siempre.

CAPITULO XV
Una vez más, Hermione se encontraba en la Diana Memorial Fountain, esperando a Draco. Sus
labios esbozaban una inconsciente sonrisa,

feliz de lo bien que parecían estar yendo las cosas. No le había visto el pelo a Harry desde el lunes
después de la cena en su casa. Pero era

más que evidente que en el apartamento de abajo por las noches había más de una persona. No
es que fueran escandalosos. Pero los techos

y paredes del edificio en que vivían no eran excesivamente gruesos y podía oírse perfectamente el
rumor de voces y de cómplices risas.

Recordó divertida, que su pobre marido todavía estaba intentando digerir la imagen de Harry,
relajadamente dormido en los brazos de ese

hurón presumido, engreído y arrogante. Sin embargo, no había vacilado en echarle una mano a su
amigo del alma. Muy al estilo de Ron,

eso sí. Compréndelo Herm, ha sido por su bien, le había contado por la noche con carita de ángel.
Imagínate que el jefe le descubre. O le

maldice Radcliff o lo hacen los demás, había acabado, refiriéndose a sus compañeros.

El bote que había dado Harry de la cama aquella mañana le había pegado casi al techo. Draco le
había contemplado, entre sorprendido y

divertido. No eran esos los despertares que recordaba con el moreno. Harry había llegado al
Ministerio descompuesto y soltando

maldiciones. Pero su pelirrojo amigo ya le estaba esperando en el pasillo, con un vaso de


humeante café –para qué están los amigos si no–

que le vertió en la mano tan pronto éste la alargó para tomarlo, pensando con inocencia que era
todo un detalle por parte de Ron. No

escandalices, Harry, había gruñido el pelirrojo tras el consiguiente alarido de su jefe. Ungüento,
venda y listo. Gracias, Ron, supongo, fue

todo lo que pudo decir un dolorido Harry tras la somera explicación que recibió mientras era
curado. Si, ya... Yo también he oído eso de

que un clavo saca a otro clavo, pero Harry, -mirando a su amigo con cierto desasosiego- es que
Malfoy no es un clavo, es un punzón. Ya

hablaremos, Ron, había respondido él mientras se dirigía al despacho de Radcliff con su


espectacular vendaje.

Cosa que había sido del todo imposible puesto que, según su marido, Harry se desvanecía como
por arte de magia –y nunca mejor dicho–

una vez terminada la jornada de trabajo.


Hermione acababa de mirar de nuevo su reloj cuando vio a Draco, caminando en su dirección. Esta
vez llevaba a Evon colgado de la

mochila porta bebé, que ella misma le había regalado. Recordaba perfectamente cómo había
fruncido el ceño y sus palabras después:

Granger, no voy a colgar a mi hijo de “esto”. Ella le había hecho notar la cantidad de padres que
transportaban cómodamente a sus bebés

de aquella forma. Draco había echado un vistazo a su alrededor y gruñido muggles… Pero por lo
visto, finalmente le había encontrado la

utilidad y cambiado de opinión. O estaba tratando de complacerla, algo bastante improbable.

- Oh, déjame a esta ricura de niño. –pidió ayudándole a sacar a Evon de la mochila.

Evon sonrió hasta que en sus sonrosadas mejillas se formaron dos adorables hoyuelos, que debían
ser herencia de su madre, porque los

Malfoy no los tenían. Hermione besó sonoramente al pequeño y lo sentó en sus rodillas, ante la
resignación de su padre.

- Tengo un paquete de galletas en el bolso. –indicó al rubio– De las que le gustan a este pequeño
glotón.

­ Granger… –tono amenazador.

Hermione ignoró deliberadamente que Draco utilizaba su apellido, como hacía siempre que no
estaba de acuerdo en algo.

- No seas aguafiestas, papi, y dale una galleta a tu hijo. Las he comprado expresamente para él.

Draco refunfuñó algo por lo bajo, pero Hermione no le hizo caso, entretenida en hacerle monerías
al niño. Estaba comenzando a pensar

seriamente en proponerle a Ron la idea de aumentar la familia. A Evon se le iluminaron los ojitos
en cuanto vio la galleta que le daba su

padre y se la llevó a la boca sin perder tiempo.

- ¿Lo ves? –sonrió Hermione. Y sin dejar de mirar embelesada al pequeño devorando su galleta,
preguntó– ¿Y bien? ¿Cuándo vas a

contárselo?

Como respuesta, sólo recibió un pequeño resoplido.

­ Draco, que cuándo vas a contárselo… –insistió.

­ Querrás decir “vamos”. –respondió por fin él– Estoy seguro de que si intento hacerle creer
semejante historia me pateará el trasero hasta
que no… –la sonrisa burlona de Hermione le hizo detenerse– No te sonrías, Granger. No tiene
gracia.

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Ella se mordió el labio, intentando sofocar la risa.

- ¿Qué clase de imagen retorcida tienes en tu sucia mente, Granger? –preguntó entonces él con
suspicacia.

Hermione estalló por fin en carcajadas y Evon, feliz, se unió a la fiesta con una inmensa sonrisa
llena de galleta. Draco frunció el ceño

hasta que prácticamente sus rubias cejas se juntaron.

- Perdona, –se disculpó ella, tratando de recomponerse– pero es que, no he podido evitarlo.

Draco le dirigió una mirada helada. Tan helada como caliente estaba su culo desde hacía dos
noches. Oh, vamos, Draco, no seas niño.

Prometo tratar tu “delicado” trasero con muuucho cuidado. Y no es que el moreno no lo hubiera
hecho. Sólo que la virilidad de Harry

jamás le había parecido tan grande como cuando la tuvo insertada en su virginal agujerito.

- Bien, –dijo Hermione, ya seria de nuevo– ¿cuándo quieres que lo hagamos? Hablamos primero
con Harry supongo. Aunque estoy

deseando poder decirle la verdad a Ron. Y supongo que tú hablarás también con tus amigos.
Podríamos celebrar una cena y contárselo a

todos a la vez, ¿no? ¿En tu casa o en la mía? ¡Qué tontería! Mejor en la tuya. Es más grande. ¿Qué
te parece si…?

- Hermione, mi mujer llega mañana. –la interrumpió Draco, masajeándose las sienes,
preguntándose cómo podía hablar tan rápido sin

tratar de respirar– No creo que una cena sea la manera más adecuada de que descubra que voy a
pedirle el divorcio.

Evon había terminado con su galleta e intentaba llegar desde el regazo de Hermione al paquete
que Draco había dejado sobre el banco,

entre ellos. Como nadie le hacía caso, decidió que un estallido de llanto era lo más adecuado para
llamar la atención.

- No cenará. –recriminó Draco cuando Hermione le dio otra galleta.

- Seguro que sí. –y tras una pequeña pausa– ¿Crees que tendrás problemas con el divorcio?
Draco negó con la cabeza.

- No puedo hablar con Harry sin saber en qué acabará todo esto. –confesó, por fin.

Esta vez fue el turno de Hermione para fruncir el ceño.

- ¡Tonterías! –explotó– No vuelvas a cometer el mismo error, Draco. Estoy segura de que si antes
hubieras hablado con él, te hubieras

ahorrado muchos malos ratos. Comerte tú solo todo lo que pasó y además hacerle pasar a Harry el
disgusto de creer que le habías

abandonado…

- Y seguiría ciego. –le recordó Draco entre dientes.

- Pero ahora no lo está. –se encrespó ella– ¡Por el amor de Dios, Draco! No tienes que seguir
cuidando de él. No tienes que protegerle.

Harry es perfectamente capaz de valerse por sí mismo. ¡Es un auror! ¡La gente espera que sea ÉL
quien les proteja!

Hermione se dio cuenta de que Evon la miraba muy sorprendido, con la segunda galleta quieta en
su boca y sus preciosos ojitos grises fijos

en ella, aturdido por aquella brusca explosión. Arrepentida, depositó un beso en la rubia cabecita.
Cuando volvió a dirigirse al padre, su

tono fue mucho más suave.

- Oye, sé que echas de menos al Harry que tenías. Al que llevabas de tu codo y te necesitaba. El
que dependía de ti para casi todo. –

Hermione le miró con cariño– Pero ese Harry no volverá, Draco. Tú lo hiciste posible.

­ Lo sé… –murmuró él sin molestarse en ocultar la nostalgia.

- Cuéntale la verdad. –le animó Hermione– Deja que sepa todo lo que hiciste por él. Cuánto le has
amado y que sigues haciéndolo. Y si

finalmente no puedes divorciarte o las cosas se ponen difíciles, estoy segura de que lo
comprenderá y estará a tu lado. –le obligó a volver

el rostro hacia ella, tomándole suavemente por la barbilla– No le ciegues con la ignorancia, Draco.
No esta vez.

Él asintió en silencio y tomó a Evon del regazo de ella para sentarlo en el suyo. El pequeño
cumpliría nueve meses al día siguiente. Draco

se había perdido los primeros seis. Y los sentía tan irrecuperables como lo era el Harry que
Hermione tan acertadamente había descrito.
- Quiero recobrar a Harry, Hermione. Pero no soportaría perder a mi hijo en el camino. –
reconoció.

- Lo sé, Pansy me contó.

Los ojos castaños de la joven bruja le miraron con comprensión. Después de todo Evon era su hijo,
su sangre.

- No quiero que Evon pueda salir mal parado de toda esta situación. –aclaró Draco– Jamás me lo
perdonaría.

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Ella palmeó nerviosamente sobre sus rodillas, mientras su cerebro empezaba a trabajar a toda
velocidad. No habían llegado hasta ese punto

para que todo se perdiera por culpa de un divorcio y la batalla por una custodia.

- Necesitamos protegerle. –afirmó tajante– Leí algo hace tiempo, en alguna parte. Era un hechizo
bastante antiguo… –frunció el ceño,

esforzándose por recordar– Dame un par de días, lo encontraré.

Se despidieron veinte minutos más tarde, después de que Hermione lograra arrancarle a Draco la
promesa de que tras el viaje que tenía

previsto para dentro de un par de semanas, hablarían con Harry sin más demora.

- Recuerda que Harry acaba de romper con una relación de casi cinco años, Draco. –había dicho
ella– Que seguramente está más tocado de

lo que nos ha dejado ver a nadie y que a la menor vacilación, hará lo que hace siempre:
esconderse en su concha como un caracol y fingir

que no pasa nada.

Victoria paseaba malhumorada y preocupada por su habitación, guardando algunos enseres


demasiado personales y delicados como para

que la elfina que estaba deshaciendo su equipaje los tocara. La bienvenida de Draco habías sido
correcta, pero distante. No la que se

esperaba de un esposo que no había visto a su esposa durante dos meses y medio. Evon había
roto en llanto cuando le había cogido en

brazos y sólo se había calmado cuando su padre le había acunado en los suyos. Molesta, había
optado por subir a su habitación con la

excusa de cerciorarse de que su elfina estaba deshaciendo las maletas correctamente.


Dejó encima de la cama algunos de los regalos que había comprado para Draco y que se le habían
quitado las ganas de darle. Había

esperado que su esposo la echara de menos y había fantaseado con aquel reencuentro durante los
últimos días, ya cercano el regreso.

Victoria empezaba a dudar de que su vida matrimonial realmente lo fuera. No era elegante, ni
apropiado para una dama como ella

comentar sobre “esos” temas. Pero hubiera sido de gran ayuda tener amigas con las que poder
comparar su vida conyugal. Si esa, esa…

Pansy Parkinson –sólo pensar en ella la sacaba de quicio– hubiera sido otro tipo de chica, menos
odiosa y menos “fresca” –después de

todo vivía en descarado concubinato con su novio– tal vez hubiera podido tener a alguien con
quien hablar.

Tal como mandaban los cánones de las familias de su rango, Victoria había entregado su virginidad
a su esposo durante la noche de bodas.

Tal vez Draco, siguiendo con su habitual comportamiento correcto, pero frío, no hubiera sido
excesivamente cariñoso, pero sí cuidadoso.

Y en lugar de saborear las mieles de aquella mítica primera noche de intimidad, Victoria se había
encontrado con un acto mecánico,

desprovisto de cualquier pasión, que a ella no le había reportado ningún placer. Ni esa, ni el resto
de noches que siguieron, en las que

invariablemente él abandonaba la habitación para volver a la suya. Hasta que le había hecho saber
a Draco, muy ruborizada, su primera

falta. En ese momento, Victoria había tenido la descorazonadora impresión de que a su esposo se
le quitaba un peso de encima. Sin

embargo, durante todo el embarazo, Draco había tenido un comportamiento amable y atento que
le había hecho adquirir esperanzas.

Principalmente en los últimos meses, cuando había logrado que estuviera pendiente de ella y se
preocupara más que nunca por su

bienestar. Incluso juraría que se había sentido verdaderamente asustado cuando Evon había
decidido anunciar su llegada de improviso, un

mes antes de lo previsto.

Draco no la había tocado durante aquellos ocho meses y a Victoria le había parecido, hasta cierto
punto, comprensible. Tampoco ella se

sentía muy atractiva con su inmenso vientre. Pero había seguido sin demostrar demasiado interés
en hacerlo pasada la cuarentena y ya
repuesta del parto. En los meses posteriores al nacimiento de Evon, habían tenido encuentros
esporádicos y en ninguno Victoria había

conseguido que se quedara en la cama con ella una vez terminado el acto. Narcisa se limitaba a
aconsejarle que tuviera paciencia. Pero

claro, cómo decirle a la propia suegra que su hijo dejaba mucho que desear en la cama.

Con un suspiro, se sentó ante su tocador y se miró al espejo. Tal vez no fuera una belleza
exuberante, pero era atractiva. Su cuerpo se había

recuperado perfectamente tras el parto, ayudado por los carísimos ungüentos y pociones con los
que se había preocupado de restablecerse.

Era joven, bonita, rica… y necesitada. Y no podía comprender porqué Draco no la deseaba.

Apartó un bucle castaño de su frente y acarició con lentitud su mejilla. Tersa y suave. Sonrió
quedamente a su reflejo y cerró los ojos,

cubriéndose su rostro de un ligero rubor. Otros hombres sí la deseaban… Reconoció avergonzada


haber coqueteado un poquito. Sólo un

poquito, pero había resultado tan… excitante. Tan estimulante y agradable. Y en alguna de esas
ocasiones, incluso había deseado que

Narcisa no se encontrara allí. Pero sí estaba y Victoria había tenido que comedir su
comportamiento. Especialmente cuando de regreso, se

habían desviado hasta Ginebra para visitar a su padre y pasar la última semana con él.

Se preguntó qué habría pasado si hubiera tenido la oportunidad de conocer a Theo antes de que
su padre se empecinara en su matrimonio

con Draco. Tal vez hubiera podido convencerle de que le concediera la oportunidad de elegir.
Theodore Nott también era un sangre pura.

Su familia tenía tanto abolengo como la de los Malfoy y su fortuna tampoco era como para
despreciar. Además, gozaba de la confianza de

su padre, ya que eran socios en algunos de sus negocios. Victoria rememoró por unos instantes el
breve encuentro. Cómo aquellos ojos

negros como ónices la habían mirado con deseo, haciéndola enrojecer furiosamente. Y cómo
después, su mano grande y algo áspera se

había atrevido a acariciar su encendida mejilla por un breve instante.

Las manos de Draco eran suaves, pero frías. ¿Por qué no podían acariciarla con la misma pasión
que había descubierto en la de Theo?

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Cuando el auror Harry Potter entró en la sala de interrogatorios, Cole Warrington encogió en el
asiento su considerable y desgarbada

altura. Si le dieran a elegir, casi prefería las dolorosas manazas de ese brusco pelirrojo, que la
inquietante mirada que parecía querer

penetrarle el cerebro del hombre que tenía ante él. Potter dejó caer la carpeta que llevaba en la
mano con un sonoro plaf sobre la mesa, que

casi le arranca un brinco. Después arrastró la silla, se sentó y continuó mirándole fijamente con
una expresión impenetrable en su

semblante. El detenido retorció sus sudorosas manos bajo la mesa, esperando a que el auror
hablara. Potter abrió la carpeta que había

soltado segundos antes y la estudió con interés, pasando lentamente las hojas y echándole de vez
en cuando a él un rápido vistazo. Cole no

quería ni pensar en cómo se iba a poner Theo cuando se enterara de que le habían atrapado en
aquella tontería. Pero ¿cómo iba nadie a

imaginar que los aurores realizarían aquella sorpresiva redada en el Callejón Knockturn?

- Estas jodido, Warrington, lo sabes, ¿verdad?

Las palabras de Potter resonaron por toda la pequeña habitación, con un eco amenazador.

- ¿Poción para hacer enloquecer, Warrington? –el auror frunció el ceño en dirección a las
anotaciones que estaba leyendo– Para provocar

pérdidas de memoria, infartos y… ¿trastornar los apetitos sexuales de un individuo? –Potter


levantó la vista del pergamino– ¿A quién ibas

a vendérselas?

Cole tragó saliva y trató de recuperar un poco de aplomo.

­ No… no iba a venderlas… sólo… las tenía… –tragó de nuevo– …de vez en cuando me gusta
entretenerme y las hago, pero jamás las

utilizo. –aseguró intentando parecer convincente– Jamás las utilizo ni las vendo. Te lo juro.

Potter le miró por encima de sus gafas con una mueca en la boca.

- Ya, sólo las sacas a pasear. –cerró de bruscamente la carpeta, con un sonoro golpe de su mano
sobre la mesa y Warrington dio un

respingo– Son pociones muy avanzadas. Muy difíciles de elaborar.


- Los Slytherin siempre hemos sido buenos en pociones. –se le ocurrió decir, dejando que a sus
labios asomara una pequeña sonrisa de

suficiencia.

Sin embargo, Potter soltó una carcajada, clara y sonora. Después, apoyando los brazos sobre la
mesa, se inclinó sobre ésta para acercarse

un poco más a él.

- Warrington, vamos a ser realistas y sólo por centrarme en los de tu Casa. –se burló en un tono
algo paternalista– Malfoy era bueno en

pociones; Nott, era bueno en pociones; incluso Zabini, Bulstrode o Parkinson. Tú jamás hiciste una
poción a derechas, amigo. Lo sé,

porque yo estaba allí. Snape ni siquiera te admitió en su clase de pociones avanzadas de sexto. Y si
ese hijo de puta siguiera vivo, estoy

seguro de que no se molestaría en desmentirlo.

Cole enrojeció violentamente y se removió nerviosamente en su asiento.

- Ahora bien, –continuó el auror con voz tranquila– una vez establecido que no has podido
hacerlas tú, lo único que se me ocurre es que, o

las has comprado para utilizarlas contra alguien, o estabas intentando venderlas por cuenta de
alguien. Ni en un caso ni en otro vas a salir

mejor parado, así que te conviene hablar si no quieres caer solo.

Puta mierda, puta mierda, puta mierda. Era todo lo que la atolondrada mente de Cole era capaz de
pensar en ese momento. Eso y que Nott

le iba a matar con sus propias manos en cuanto se enterara de lo que había hecho. Esas pociones
tenían un precio muy alto en el mercado

negro. Y su poca cabeza, junto con una fortuna no tan generosa como la del resto de sus
compañeros, le habían llevado a sustraer de vez en

cuando unas cuantas de las partidas que llegaban a Inglaterra, para venderlas por su cuenta y
quedarse con el beneficio. Si hablaba, estaba

frito. Y eso le asustaba mucho más que cualquier amenaza que el auror pudiera proferir.

­ Yo… me las encontré. –inventó apurado– Olvidadas en una caja… en el Callejón.

Potter dejó escapar un resoplido impaciente.

- ¿Qué tipo de caja? –preguntó en un tono que daba a entender que no estaba dispuesto a creerle,
pero que se resignaba a escuchar su

versión.
- Marrón, con un fleje de color naranja.

Dos horas después, el auror abandonaba la sala de interrogatorios convencido de que Warrington,
por supuesto, no decía la verdad, que

encubría a alguien y que estaba tan aterrorizado que prefería enfrentarse a una condena en
Azkaban que delatar a su, o sus cómplices.

- Asegura que se las encontró y admite que pensó en aprovechar la situación y venderlas. –
reportaba poco después Harry al Jefe de

Aurores– Confieso que, el que supiera el color del fleje, me desconcertó.

- ¿Por? –preguntó Radcliff.

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- Porque los flejes de color naranja no son muy habituales. Suelen ser blancos, transparentes,
incluso negros. Puede haber encontrado

realmente la caja y decidido aprovecharse, tal como dice. O saber cómo es sencillamente porque
conoce al proveedor o trabaja para él.

- Presiónele un poco más. –exigió el Jefe de Aurores– No me dio la impresión de que fuera un tipo
tan duro. Así que no se me ablande,

Potter. Estoy seguro de que usted sabrá encontrar el modo de que el Sr. Warrington se sienta más
colaborador.

- Sí, señor.

Harry salió del despacho del Jefe de Aurores como alma que lleva el diablo. Ya se preocuparía de
Warrington al día siguiente. Perdió el

tiempo justo para garabatear las principales anotaciones que le servirían para realizar el informe
escrito sobre el interrogatorio, que tendría

que esperar a primera hora del día siguiente. Tenía cosas más importantes que hacer justo en ese
momento. Salió como una exhalación de

su despacho y esquivó las mesas de sus compañeros con la habilidad que da el haber tenido que
hacerlo en más de una ocasión. Aunque

por diferente motivo.

- ¿Dónde es el fuego? –preguntó Dean con una sonrisa maliciosa.

- No me preguntes. –respondió Ron con un gruñido, recogiendo también sus cosas.


- Bueno, -dijo Dean encogiéndose de hombros– sea quien sea, parece que le sienta bien. Al menos
trabajamos de día.

Ron se limitó a refunfuñar un hasta mañana, y a dirigirse hacia las chimeneas del atrio, solo, una
vez más.

Una semana sin verse y aquello era una verdadera locura. La habitación olía a Chow Main de
marisco con arroz frito, a sudor y a sexo. Los

envases de comida china habían caído al suelo, con su contenido apenas por la mitad. Las copas de
vino blanco estaban sobre la mesilla de

noche, vacías. Y Harry había acabado escondiendo los palillos bajo el colchón, porque Draco se
había empeñado en encontrarles utilidades

bastante más obscenas e indecorosas que comer un simple arroz.

Desnudo, boca abajo sobre la cama, Harry gemía quedamente. Draco, entre sus piernas, le
penetraba con exasperante lentitud,

acrecentando su deseo con cada embestida. El rubio siempre manejaba su cuerpo de forma tan
magistral, que Harry no podía dejar de

admirar su habilidad para hacerle enloquecer, como si llevara las instrucciones tatuadas en el
trasero y su compañero sólo tuviera que

seguirlas. Mientras él todavía le estaba descubriendo, Draco parecía tener ya todo un decálogo
sobre sus puntos más sensibles, cómo

acariciarlos y en qué momento. Sabía lo que le gustaba, lo que no soportaba y lo que debía evitar.
Nadie podía aprender tanto de la

intimidad de otra persona en tan poco tiempo, se decía perplejo. Le desconcertaba que conociera
tanto sobre sus gustos, como por ejemplo

cuáles eran sus comidas favoritas, y Harry estaba seguro de que no habían hablado mucho sobre
sus apetencias culinarias. Incluso le había

regalado una colonia, indudablemente no de las que se podían encontrar en la perfumería de la


esquina, que justo olerla por primera vez

supo que era perfecta para él.

- Me vuelve loco ese olor cuando se mezcla con el de tu piel. –le había dicho el rubio.

¿Cómo podía saberlo, si todavía no se la había puesto? Pero uno no hacía esas preguntas en voz
alta cuando le estaban haciendo la

mamada del siglo y lo único que podía lograr articular eran gemidos, ya bastante ocupado en
concentrarse en no correrse demasiado

pronto.
Harry no estaba acostumbrado a que le llenaran de atenciones. Y cuando estaba con Draco, se
sentía adorado hasta la punta de la uña de su

dedo meñique. La devoción que destilaba cada beso, cada caricia, henchía su pecho con un
sentimiento nuevo y embriagante que no quería

perder. Y no era sólo cuando hacían el amor. Era también la forma en que le miraba, en que le
hablaba o le sonreía. Cómo tomaba su

mano, sólo para guardarla entre las suyas o el gesto de apartarle el rebelde flequillo de sus ojos.
Como si el mundo de Draco empezara y

terminara en él. Y a veces, Harry se sentía demasiado abrumado. Y asustado de la intensidad de


sus propios sentimientos.

Las manos de Draco se deslizaron por su espalda para anclarse finalmente en sus hombros. Él alzó
un poco más las caderas y ofreció a su

amante una mejor posición, para que la penetración fuera más profunda y placentera para ambos.

­ Draco… más… deprisa… –reclamó a los pocos segundos.

Los brazos de Draco se enroscaron en su torso y tiraron de él hasta enderezarle y pegar su espalda
al sudoroso y pálido pecho de su

amante. Harry buscó su mano y sus dedos se entrelazaron, fuertes, sólidos, mientras se movían el
uno contra el otro cada vez más rápido,

jadeantes y apasionados.

El pelo de Harry cosquilleaba sobre su hombro cada vez que el auror inclinaba la cabeza hacia
atrás, producto del fuerte vaivén que ya

llevaban. Tenía los ojos cerrados y boqueaba con fuerza mientras su mano se deslizaba ahora con
movimientos cortos y rápidos sobre su

propia erección. Con la excitante visión de su amante masturbándose y gimiendo, Draco sintió
como traspasaba el punto de no retorno y se

dejó ir, culminando en el interior del moreno.

- ¿Te ayudo, amor? –preguntó todavía con la voz trémula por la intensa corrida.

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Y sin esperar respuesta, mordió con fuerza la unión entre hombro y cuello de Harry. Como
esperaba, éste se sacudió vivamente y eyaculó

con fuerza, dejando escapar un grito ronco.


­ Es que me matas… –resopló el moreno después, desplomándose sobre el lecho.

Draco se dejó caer a su lado, también exhausto. La espalda de Harry subía y bajaba con rapidez.
Podía escuchar su fuerte jadeo, tratando

de recuperar la respiración. Las puntas de su cabello se pegaban húmedas a su nuca. Su piel se


veía brillante por el sudor.

- Ha sido perfecto –afirmó el rubio estirándose para acercar el cálido cuerpo de su compañero al
suyo.

Harry se dio la vuelta perezosamente dentro de su abrazo, hasta quedar de cara a él. Esbozaba
aquella sonrisa feliz que Draco tanto amaba.

Sus ojos en ese momento eran de un verde brillante, tan hermosos, tan llenos de vida. Una vez
más reafirmó antes sí mismo que había

hecho lo correcto. Esos ojos mirándole de la forma en que lo hacían en ese momento, valían
cualquier sacrificio que hubiera tenido que

hacer.

- Te he echado de menos. –afirmó.

El moreno amplió su sonrisa y acarició el pálido pecho despacio, bajando hasta su estómago y
volviendo a subir, deleitándose en la

suavidad de la piel bajo su mano.

- ¿Tan mal anda la economía del mundo mágico? –bromeó.

Draco tomó aire y se armó de valor.

- Mi esposa regresó el sábado pasado.

La mano se detuvo abruptamente y en los ojos de Harry destelló un pequeño sobresalto. ¿Cómo
había podido olvidar aquel “pequeño”

detalle?, se recriminó el moreno. Aquella semana con Draco había sido tan intensa, tan perfecta.
Tenía que haber recordado que lo bueno

en su vida nunca duraba demasiado tiempo.

- Te amo. –aseguró Draco, consciente del cambio de expresión en el rostro antes sonriente– Pero
tengo una conversación pendiente con

Victoria. Y tal vez necesite algún tiempo para resolver esta situación.

Harry asintió, todavía en silencio. Dejó que Draco le besara, y muy a su pesar, leyó en sus ojos que
no le estaba correspondiendo con las

ganas que su compañero esperaba.


- El lunes tengo que ir a Zürich, por negocios. –explicó Draco, tratando de no darse por enterado–
Estaré fuera casi toda la semana. Pero

cuento con poder estar aquí el viernes. Y entonces hablaremos.

Harry asintió nuevamente. Sin embargo, preguntó:

- ¿Estas seguro de esto, Draco?

- ¿Qué quieres decir? –Draco sintió que el corazón le subía a la garganta.

Harry se deshizo del abrazo en el que estaba encajado y se incorporó para sentarse.

­ Que tienes esposa, un hijo, una vida… –titubeó unos instantes, como si no encontrara la palabra
que buscaba– …y que yo me siento un

completo mezquino por haber olvidado que ellos existían.

Draco se incorporó también y le tomó suavemente por los hombros.

- Lo único que quiero que sientas es que nos aceptas a mi hijo y a mí en la tuya, Harry.

El moreno se levantó, deshaciéndose nuevamente de su contacto, para tomar su bata de la silla y


ponérsela. Draco empezaba a tener la

angustiosa sensación de que aquella concha de la que había hablado Hermione se dibujaba ante
sus ojos cada vez con más claridad y que

iba a necesitar mucho más que buenas palabras para sacar a Harry de su interior.

- ¿Por qué te casaste con ella? –le preguntó Harry de repente, mirándole desde la inquisidora
profundidad que ahora eran sus ojos– Quiero

decir que… ¿cómo se puede tener un hijo con alguien a quien no amas?

Cogido por sorpresa, Draco se quedó tan cortado que durante unos instantes, no supo qué decir.

- Bien, aun estamos a tiempo de detener esta locura. –sugirió Harry antes su falta de respuesta–
Antes de que nos hagamos daño o se lo

hagamos a tu familia.

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Dándole la espalda al aturdido rubio, se encaminó hacia la puerta para salir de la habitación. ¿Por
qué aquella conversación tenía que

surgir precisamente en ese momento?, se preguntó Draco desesperado.

- ¡No digas tonterías! –casi gritó, dando un salto de la cama para tomar del brazo al hombre que
amaba y obligarle a encararse con él.
No, no debía perder los nervios. Pero sentía que Harry se le escapaba, escurridizo como un pez, y
que si no encontraba pronto la red con la

que detenerle, iba a perderle en ese océano de dudas en el que ahora mismo nadaba.

Y por primera vez, fue consciente de la cantidad de veces que le había dicho cuánto le amaba;
pero que Harry jamás había pronunciado

esas palabras para él.

- ¿Me amas? –preguntó, sin importarle que su voz destilara ansiedad, incluso temor.

Harry parpadeó un par de veces, como si a él su pregunta también le hubiera cogido por sorpresa.
Le miró con aquella intensidad que

conseguía acelerarle el pulso, encadenándole al verdor de sus ojos.

- Me siento bien contigo. –reconoció el moreno– Muy bien, de hecho, pero…

Draco supo que ese “pero” podía romperle el alma.

­ …no sé si es amor, Draco.

Bien, directo a dónde más duele. Pero no hay nada que un Malfoy no pueda manejar, se dijo Draco
haciendo ejercicio de auto confianza.

- Sólo prométeme una cosa, –Harry hizo un leve gesto de asentimiento– que el viernes estarás
aquí y me escucharás.

- Te esperaré. –prometió.

Como en sus mejores noches de insomnio, Harry se la pasó dando vueltas en la cama con la voz de
Draco resonando en su cabeza. ¿Me

amas?

Hans van Kaffman nunca había sido un hombre fácil de conformar. Ni nadie que aceptara
fácilmente la posibilidad de perder. Fuera en lo

que fuera. O admitir un no por respuesta. Había cometido pocos errores en su vida. Y uno de ellos
había sido subestimar a su yerno. Ni

siquiera la boda con su hija le había llevado al terreno que él quería. Cuando, poco antes de la
guerra, Lucius y él hablaron de la

posibilidad de unir a sus hijos, Hans ya sabía que Draco era un joven muy inteligente y
prometedoramente dotado para los negocios. Sin

embargo, había resultado más obstinado y difícil de manejar de lo que en principio había creído. Y
la cabeza hueca de su hija no es que

hubiera sido de gran ayuda. Si Victoria se preocupara de algo más que de estúpidos vestidos y
reuniones sociales tal vez habría podido
influir en su esposo de alguna forma. En lugar de ello, se marchaba casi tres meses, dejándole sólo
y a sus anchas. Porque el magnate

también sospechaba que su yerno tenía la bragueta bien servida y que no era precisamente bajo
las faldas de Victoria. De hecho, si tenía

que fiarse de Nott, las faldas no eran el terreno por el que Draco solía moverse con mayor
comodidad. Aunque el joven había resultado lo

suficientemente discreto como para no poder seguirle el rastro. Y había tenido el detalle de darle
un nieto.

Con aquel matrimonio, Hans había esperado obtener un aliado, pero sólo había obtenido evasivas.
Contrariamente a su madre y a una

buena parte de su círculo de amistades, Draco se había mostrado incomprensiblemente más


dispuesto a integrarse pacíficamente y sin

rencores en aquel nuevo orden social establecido tras la guerra de lo que nadie hubiera esperado
jamás de él. Como la mayoría de sus

amigos, van Kaffman había creído que se trataba de una estratagema para no llamar la atención.
Pero el tiempo había corrido y su yerno no

había movido un dedo para aprovechar el indudable liderazgo entre los suyos, ni para utilizar su
puesto en el Ministerio más allá de lo

prudente y conveniente. Van Kaffman había terminado pensando que su yerno era el comediante
más sagaz que jamás hubiera conocido o

realmente se había convertido en un pusilánime.

Saber esperar tampoco estaba dentro del elenco de virtudes que el suizo poseía. Miró el reloj que
descansaba sobre la repisa de la

chimenea y dejó escapar un nuevo bufido de enojo. Casi las diez. Antes de que pudiera
encomendar a todos los diablos al culpable de esa

espera, la puerta del salón se abrió para dejar paso al dueño de la casa.

- Lo siento, Hans, una cena de negocios. –se disculpó Draco– Si hubiera sabido que estaba usted
aquí, hubiera tratado de regresar antes.

Estrechó la mano de su suegro con firmeza. Sus apretones siempre intentaban destrozarle la
mano. Después le indicó que tomara asiento y

Draco lo hizo frente a él.

- Inesperada visita. –comentó el rubio para quien la sorpresiva presencia del hombre en su casa no
era ninguna alegría– ¿Ha visto ya a

Evon?
El suizo se permitió una breve sonrisa.

- Vivaracho, el chaval. ¿Pues no quería quedarse con mi puro?

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Draco frunció el ceño.

- Seguramente no ha subido fumando a la habitación del niño, ¿verdad? –preguntó secamente.

­ No, claro que no… –su suegro pareció algo incómodo.

Draco le dirigió una mirada de advertencia en ese sentido antes de preguntar.

- ¿A qué debemos su grata visita, Hans?

Y se abstuvo de añadir “y a hora tan intempestiva”.

- También negocios, muchacho. –respondió su suegro, recuperando con esa palabra su habitual
talante– Y espero que tú puedas ayudarme.

Draco tan sólo sonrió y se preparó para escuchar lo que fuera que tuviera que decirle su suegro, y
que por lo visto no podía esperar,

aparentando su mejor disposición. Que después de dejar a Harry en su apartamento con la


sensación de que el moreno no las tenía todas

consigo, no era mucha.

Casi una hora después, y a pesar de su atenta inmovilidad y fría apariencia, estaba haciendo
grandes esfuerzos de autodominio para no

reventarle la boca a ese cerdo sin escrúpulos que era el abuelo de su hijo.

- No serían grandes cantidades cada vez, por supuesto, colocadas en cada una de tus sociedades y
cuyos importes no levantarían sospechas.

–aseguró van Kaffman- Después, mi hombre se encargaría de efectuar las transacciones legales
que las transferirían a cuentas también

completamente legales.

El suizo volvió a reclinarse en su sillón, completamente satisfecho de su exposición y dio una larga
calada a su puro. Después miró a su

yerno, exigiendo una respuesta.

- Nunca creí que el mercado de ingredientes y pociones ilegales pudiera dar tantos beneficios. –
admiró Draco, a pesar de todo,

sorprendido.
Van Kaffman sonrió ampliamente, orgulloso de sí mismo. Aquel jovencito todavía tenía mucho que
aprender.

Draco miró a su suegro con la misma intensidad que éste esperaba su contestación.

- Así que la propuesta, si no he entendido mal, es dejarle utilizar mis empresas como pantalla para
el blanqueo de dinero procedente del

tráfico ilegal de ingredientes prohibidos y venta de pociones igualmente ilegales. A parte de dejar
a “su hombre de confianza” pastelear en

mi contabilidad y en mis cuentas.

- Nunca he dudado de tu inteligencia, Draco. –alabó van Kaffman sin perder su inmensa sonrisa
mofletuda.

- ¿Entonces por qué la insulta? –preguntó el rubio de forma cortante.

El puro balanceó peligrosamente en la comisura de los gruesos labios de su suegro.

- ¿De verdad cree que voy a arriesgar todo lo que he logrado construir hasta ahora para que acabe
sirviendo como lavandería de su

porquería?

La tez de van Kaffman empezó a tintarse de un color rojizo intenso.

- Todo mi imperio será de Victoria algún día y por lo tanto tuyo. –le recordó– No creo que sea
prudente por tu parte que empieces a

despreciarlo tan pronto.

Draco le dirigió una mirada helada.

- Le parecerá una banalidad –dijo– pero yo me muevo dentro de la legalidad, Hans. Y no tengo
ninguna intención de cambiar mi política. –

sus ojos se aceraron mucho más– Nadie va a utilizar mis empresas para blanquear dinero, Hans.
Nadie.

- ¿Es tu última palabra? –preguntó el hombre poniéndose en pie.

Ante el despectivo silencio de su yerno, van Kaffman le dirigió una mirada amenazadora.

- Entonces atente a las consecuencias. –masculló.

Y con paso airado se dirigió a la chimenea, lanzó un puñado de polvos floo y desapareció.

Igualmente furioso, Draco se quedó durante unos instantes contemplando las llamas en las que
había desaparecido su suegro, tratando de

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calmarse. Tenía que andar con algún problema serio para presentarse a esas horas de la noche con
semejante propuesta. No estaba

dispuesto a que los problemas de su suegro, le salpicaran a él. Seguramente pedirle ahora el
divorcio a Victoria sería más complicado que

nunca, se dijo. Y su recuerdo volvió a la tristeza y las dudas que empañaban los ojos de Harry
cuando se había despedido hasta el viernes

siguiente. Sus labios habían estado tan apagados en aquel último beso… De repente, se puso en
pie y salió con paso apresurado hacia su

estudio. Una vez allí, abrió con su varita el último cajón de la mesa y sacó el viejo libro que
Hermione le había enviado a principios de

semana. Durante más de una hora estuvo estudiando atentamente aquel complicado hechizo y
leyendo las anotaciones que la aplicada y

metódica Gryffindor había escrito en el pergamino que marcaba la página.

­ Puky… –llamó cuando terminó.

El fiel elfo apareció de inmediato.

- Necesito que me acompañes a la habitación de Evon. Tienes que ayudarme.

Puky siguió a Draco a pequeños saltitos, contento una vez más de poder servir a su amo.

A lo largo de la anterior semana, a Ron le había parecido que Harry estaba un poco más serio de lo
normal. Se abstuvo de preguntar nada,

ya que su amigo tampoco demostró intención de confiarle lo que fuera que le estuviera
barruntando por la cabeza. Era evidente que volvía

a estar solo porque el apartamento de abajo había estado muy silencioso. Y Ron se preguntó si
Malfoy y él habrían peleado. Lo cual, fuera

dicho de paso, no le causaría ninguna sorpresa. No obstante, no era la sensación de una bronca de
enamorados la que el pelirrojo tenía.

Harry parecía más bien preocupado, incluso triste. Al llegar el viernes, Harry había parecido
remontar un poco su humor y a diferencia del

resto de la semana, había vuelto a marcharse muy puntual, rogándole que terminara un informe
por él. Ron pensó que fuera lo que fuera

que hubiera pasado entre ellos, debían haberlo resuelto. O al menos habían quedado para
solucionarlo.
Sin embargo, estaban a miércoles y el jefe de unidad andaba gruñendo por todo, con los estribos
demasiado sueltos, dando la impresión de

que no había nada que no fuera capaz de irritarle. Ron estaba seguro de que en lugar de
arreglarlo, la cosa había acabado de estropearse

todavía más. Culpa de Malfoy, seguro. Por lo visto, Harry se había clavado por fin el punzón en el
culo. No es que se alegrara, pero él ya

le había avisado.

A media mañana, Angelina llegó a la zona donde se ubicaba su unidad muy excitada, seguida de
Ginny resoplando tras ella, quien

esbozaba una sonrisa entre complacida y nerviosa.

- Harry acaba de mandar a Thomson a la enfermería. –informó Angelina casi sin respiración– Al
muy imbécil se le ocurrió tocarle las

narices con lo de los turnos para la sala de entrenamiento.

- Harry le dijo que la sala era nuestra esta tarde y que osara contradecirle si tenía huevos. –
continuó Ginny, disfrutando todavía de la

imagen mental de Thomson volando por los aires y chocando contra la pared del fondo de la sala.

­ Y Thomson se ha atrevido… –sentenció Ron con un bufido.

- El muy imbécil. –repitió Angelina.

Justo en ese momento entró Harry como una exhalación, seguido de Taylor y Johnson. Mientras el
moreno se encerraba en su despacho de

un portazo, con tal expresión de furia que ninguno de los suyos se atrevió moverse de su asiento
para preguntar qué había pasado, los otros

dos jefes de unidad se fueron directos al despacho del Jefe de Aurores.

Dean y el pelirrojo se miraron.

- Habla con él Ron. –rogó el mago de piel oscura– A este paso no vamos a llegar al viernes. Ni él
tampoco.

El vocerío en el despacho de Radcliff fue más que notorio a los pocos segundos de que los dos
aurores cerraran la puerta. Pocos minutos

después, la puerta volvía a abrirse para dejar salir a Taylor y a Johnson, ambos con una más que
enojada expresión en sus rostros, seguidos

de Radcliff.

- ¡Potter! –vociferó el Jefe de Aurores.


El grito resonó por toda la estancia, imposible de no oírse incluso dentro de un minúsculo
despacho con la puerta cerrada. El jefe de unidad

abrió la puerta con la misma mala leche con la que le habían llamado.

- ¡Señor!

Ron sintió que su corazón se paraba. Y por la expresión en el rostro de sus compañeros, supo que
también estaban mentalizándose para lo

peor. El resto de aurores que se encontraban allí en ese momento, estaban estáticos y atentos,
esperando el desenlace con malsana

curiosidad. En los labios de algunos, incluso se esbozaba una pequeña sonrisa de satisfacción.

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- ¿Acaso no tiene medida de su propia magia, Potter? –bramó Radcliff con sus espesas cejas
fruncidas, hasta darle una expresión primitiva

y amenazadora.

Claramente Harry iba a responder algo, pero antes de que pudiera hacerlo y Ron agradeciera a los
dioses que le hubieran escuchado

callando a su amigo antes de que pudiera hablar, Radcliff volvió a dejar oír su voz de trueno por
toda la sección.

- ¡Hágase cargo del equipo de Johnson, Potter! –ordenó el Jefe de Aurores taxativamente– ¡Hasta
que pueda volver al trabajo!

Un murmullo de descontento se extendió entre los hombres de Thomson, que como el resto,
había esperado una sanción ejemplar sobre el

joven auror. Radcliff acalló rápidamente cualquier protesta con una mirada furibunda y volvió a su
despacho a grandes zancadas.

­ Qué­ha­sido­eso… –musitó Ginny buscando en los demás una explicación a lo que acababan de
presenciar.

Harry parecía tan confuso como ellos. Pero se limitó a echar una mirada poco amigable en
dirección a dónde se ubicaban los cubículos del

jefe de unidad que había mandado a la enfermería y sus hombres se dieron por enterados. El
joven auror volvió a encerrarse en su

despacho, aunque esta vez el portazo no fue tan notorio.

Cuando una semana antes, una lechuza les había entregado la participación de boda de Pansy y
Blaise, Hermione se había sentido halagada
por el detalle y Ron había rechinado los dientes. Había quedado con ella para tomar un café en el
Callejón Diagon y así poder agradecerle

personalmente la invitación y ofrecerle la ayuda que necesitara.

Encontró a Pansy mucho más nerviosa de lo que era previsible en una novia. Para ser correctos, en
un estado de ánimo próximo a la

histeria. Según ella todo iba mal. Habían tenido que retocarle el vestido ya dos veces, porque los
nervios le habían dado por comer. Y por

más que intentaba controlarse, la ansiedad no se lo permitía. Los pintores todavía no habían
acabado con los retoques en la mansión Zabini

y los pronósticos del tiempo que Pansy consultaba cada día, amenazaban con impedir la
ceremonia que ella había previsto en el jardín.

Hermione se abstuvo de decirle que qué otra cosa podía esperarse a finales de Octubre…

- A este paso, hasta sin padrino voy a tenerme que casar. –suspiró desanimada.

- ¿Y eso? –preguntó Hermione con una paciente sonrisa.

- ¡Porqué no hay manera de hablar con él! –exclamó la Slytherin exasperada– ¡Draco no me dijo
que iba a estar fuera tanto tiempo!

- ¡Oh! –musitó la castaña, sin saber qué decir.

­ Y esa… esa estúpida que tiene por esposa, –prosiguió Pansy estrujando la servilleta que tenía en
el regazo como su fuera el cuello de

Victoria– ni siquiera es capaz de decirme cuándo regresa.

Pansy dejó la taza de café en el plato de forma algo brusca.

- Me caso dentro de una semana, Hermione. –habló en tono desesperado– Y el que se supone
debe pronunciar los votos de entrega, se va

de viaje sin decirle a nadie cuando regresa.

- Draco no se olvidará de un compromiso así. –la animó Hermione– Seguro que lo tiene presente y
estará ahí el día de la boda, puntual

como siempre.

- ¡Antes, Hermione! –casi chilló, exasperada la morena– ¡Le necesito antes! Para el ensayo de la
ceremonia, quedamos en escribir los

votos juntos,… ¡dioses! ¡Le necesito, Hermione! Draco es como mi familia, lo único que tengo
aparte de Blaise y necesito que esté

conmigo estos días. ¿No podía haber pospuesto ese viaje sabiendo que me hace falta aquí?
Pansy parecía al borde de las lágrimas y Hermione realmente no sabía que decir para animarla. De
hecho, tenía que reconocer que aquella

no era una forma de actuar demasiado propia de Draco.

Después de consolar a su amiga lo mejor que pudo, asegurándole que su padrino de boda no
tardaría en volver, regresó a su apartamento

con el corazón un poco inquieto. Preparó la cena sin poder de dejar de darle vueltas a la ausencia
de Draco. Se planteó si sería adecuado

presentarse en su casa y preguntar a su esposa por él, con cualquier excusa de trabajo. Tal vez
pudiera averiguar más que Pansy, ya que era

notorio que Victoria sentía la misma animadversión por su amiga que la que ésta sentía por ella.

Cuando un poco más tarde Ron llegó a casa, estaba tan excitado con la noticia que traía, que
Hermione tuvo que postergar la pregunta que

estaba deseando hacerle.

- ¡Merlín, Hermione! ¡No sabes lo que ha pasado hoy!

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Y entusiasmado, el pelirrojo procedió a contarle a su esposa lo sucedido aquella mañana entre


Harry y Thomson y la condescendiente y

sorprendente actitud del Jefe de Aurores después.

- ¡Todavía nadie se lo cree! –exclamó Ron exaltado– Harry tenía cara de estar dispuesto a maldecir
incluso a Radcliff si le provocaba. Y ya

nos temíamos todos en qué turno íbamos a acabar para siempre jamás.

- ¿Y has podido averiguar qué le pasa? –preguntó observando como su marido devoraba la cena
como si no hubiera comido en días.

- Chica, está visto que a nuestro amigo la vida en pareja no le sienta bien. –respondió Ron sin
perder el humor– Estaba cantando que

Malfoy y él jamás podrían acabar bien.

Hermione frunció el ceño, tratando de no preocuparse más de la cuenta.

- ¿No se han visto últimamente?

- ¡Y yo qué sé! –el pelirrojo hizo una mueca– Cualquiera se lo pregunta…

- Tal vez debería hablar con él… –sugirió ella.


- ¡Ni se te ocurra! –la previno su marido– A menos que pretendas dejarme viudo antes de tiempo.

A medida que transcurría la semana, Harry se sentía más herido. Se daba cuenta de que estaba
haciendo pagar su mal humor a quien no

tenía culpa –Thomson era la excepción– aunque la rabia era más que nada contra sí mismo. Por no
haber previsto, o más bien haberse

empeñado en ignorar, lo que inevitablemente había acabado pasando. Draco era un hombre
casado, con un hijo pequeño al que criar y

educar. Y aunque fuera verdad que no amaba a su esposa, tenía unas apariencias que guardar.
Más ahora que tenía un cargo importante en

el Ministerio. ¡Era un Malfoy, por el amor de Dios! ¿En qué momento se le había olvidado ese
pequeñísimo detalle?

El corazón se le había ensombrecido en el momento en que Draco había mencionado que su


esposa había regresado. Durante los días

pasados había sido tan feliz, que había llegado a olvidar que existía una Sra. Malfoy. De hecho, se
había comportado como un colegial.

Después, había pasado toda la semana con un pequeño nudo en el estómago, impaciente por que
llegara el viernes y escuchar por fin lo

que Draco tuviera que decirle. Pero había esperado en vano. Al principio, aunque se había sentido
un poco decepcionado, pensó que tal

vez Draco había tenido algún problema con sus asuntos y que contactaría con él al día siguiente.
Pero no lo hizo. Ni el sábado, ni el

domingo. Enviar una lechuza a su casa estaba fuera de toda opción.

Tampoco el lunes o el martes tuvo noticias suyas. Así que finalmente el miércoles, Harry había
decidido tragarse el orgullo y descender un

piso para aclarar las cosas de una vez. El despacho del Consejero estaba cerrado a cal y canto.
Extrañado, se dirigió al final del corredor

donde se encontraba una amplia zona abierta en la que trabajaba un pequeño pool de secretarias
que atendían a los diferentes Consejeros

de la planta. La bruja que solía encargarse de los asuntos de Draco, le dijo que éste estaría fuera
varios días. Había enviado una lechuza

diciendo que él y su querida esposa habían decidido realizar un pequeño viaje privado, debido a
que todas sus obligaciones no le permitían

pasar con ella todo el tiempo que desearía. ¿No es encantador?, había suspirado la secretaria. Si lo
deseaba, ella no tenía inconveniente en
anotar una cita en la agenda del Sr. Malfoy para cuado éste regresara. Harry había respondido que
no se molestara, mientras tenía la

sensación de un jarro de agua helada vertiéndose sobre su cabeza. Finalmente, Draco había hecho
examen de conciencia y la balanza se

había inclinado a favor de su familia.

Thomson se le había atravesado justo quince minutos después y había pagado su rabia y su
frustración. No es que le remordiera la

conciencia. Y menos después de haber salido más airoso del incidente de lo que realmente
esperaba.

El jueves, había decidido llevarse al equipo del accidentado jefe de unidad a la sala de
entrenamiento. Ya que tantas ganas tenían, les daría

el placer. No quedó un solo auror sin vapulear. Los suyos dejaron de reírse cuando insinuó que
serían los siguientes. Y Radcliff, mudo

espectador en la sombra, tuvo que reconocer que hacía tiempo que no se lo pasaba tan bien. No
sabía que cable se le había cruzado a

Potter, pero bienvenido fuera.

El viernes, Harry seguía intratable, pero como había planeada una nueva redada, esta vez en
algunos negocios que tenían localizados en el

Londres muggle, se dejó energía y mala leche en la tarea.

El sábado discutió con Hermione de buena mañana. La joven bruja tuvo la mala suerte de
despertarle después de otra mala noche, para

hablarle de la única persona de la que Harry no quería oír hablar en ese momento. Para contarle
su preocupación por la ausencia de Draco,

a una semana de la boda de Pansy y Blaise. Seguramente fuera el cansancio, mezclado con una
buena dosis de desengaño y coraje lo que le

hizo contestar al auror que por él como si el Consejero había decidido irse a las Malvinas y no
volver. La sonora bofetada que Hermione le

propinó acabó de sacudirle el poco sueño que le quedaba. Aparte de dejarle estupefacto y
dolorido.

A Pansy el ambiente de aquel saloncito nunca le había parecido más claustrofóbico. Sobrecargado
y agobiante. La Sra. Malfoy ni siquiera

había tenido el detalle de recibirles en el salón principal. Desde que la nueva Sra. Malfoy había
llegado a Malfoy Manor, ellos ya no

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estaban en la lista de los bien recibidos. Más por ella que por Blaise, lo sabía.

- Y dime, querida, ¿estás nerviosa? –preguntó Narcisa con amabilidad.

- La boda es dentro de tres días. –respondió Pansy con la mejor sonrisa que fue capaz de exhibir.

- Es totalmente comprensible que te encuentres un poco alterada, querida. –afirmó la dama,


dejando su taza de té en la mesita y cruzando

las manos sobre su regazo– Contraer matrimonio es un paso importante en la vida de una joven. Y
de un caballero, por supuesto. –añadió

con una ligera inclinación de cabeza hacia Blaise.

Este correspondió con el mismo gesto.

- Sra. Malfoy, ¿sabe si Draco tiene previsto regresar de su viaje en las próximas horas? –preguntó
Blaise, tratando de evitar que fuera

Pansy quien sacara el tema.

Su prometida estaba un “pelín” histérica. Ya estaba haciendo un gran esfuerzo manteniendo la


encantadora sonrisa que se había encastado

en los labios desde que habían atravesado el umbral de la mansión.

- Me temo que no, querido. Draco y Victoria están pasando unos días en nuestra casa de Zürich. –
Narcisa sonrió con un poco de picardía–

Necesitaban unos días para ellos. Mi hijo está siempre tan ocupado…

- Sin embargo, Sra. Malfoy, –insistió Blaise, apretando con fuerza la mano de Pansy para que
siguiera “educadamente” callada– Draco es

el padrino de boda de Pansy. Se comprometió a ello y, sinceramente, sería la primera vez que
faltara a su palabra.

Narcisa Malfoy pareció verdaderamente confundida al oír la declaración del joven mago.

- No recuerdo que me comentara nada al respecto. –dijo en un tono de voz que parecía bastante
sincero– De todas formas, Victoria y yo

regresamos hace poco y he de confesar que no he podido hablar todavía demasiado con mi hijo.
Puede que haya confundido las fechas…

- No sé si sería abusar de su amabilidad, Sra. Malfoy, pedirle que mandara una lechuza a Draco
para recordárselo. –el joven sonrió

comprensivo– Me disgusta disturbar estos días de tranquilidad que está pasando junto a su
esposa, pero necesitamos al padrino de boda
para el sábado…

Narcisa pareció bastante dispuesta a considerar la petición.

- Apenas les robaremos un día. –intervino Pansy demostrando, para tranquilidad de Blaise, un
total dominio de sí misma– Y una boda es

siempre un acontecimiento alegre. Probablemente a Victoria y a Draco les traerá felices recuerdos
de la suya. –y apretó los dientes con

fuerza.

Narcisa Malfoy sonrió.

- No os preocupéis, –concedió– Esta misma noche le enviaré una lechuza recordándole su


compromiso.

- Se lo agradecemos mucho, Sra. Malfoy. –Blaise besó la mano de la dama– Y por supuesto, la
esperamos también a usted para que

comparta este gran día con nosotros.

Narcisa sonrió con agrado. Sinceramente, no entendía qué problema podía tener Victoria con
aquella encantadora pareja.

Después de la lechuza que Pansy le había enviado la tarde anterior, Hermione les esperaba a ella y
a Blaise en su despacho. Pero no al

hombre de porte estirado y severo que les acompañaba. Aunque lo realmente chocante, era la
estampa de su amiga, llorosa y desmoronada,

cogida al brazo de Blaise. Una imagen de Pansy Parkinson que la Gryffindor nunca hubiera
esperado ver.

- Sé que algo malo le ha pasado, Hermione. –sollozó.

- Cálmate, cariño. –la ayudó a sentarse en una de las sillas frente a su mesa– ¿No ha habido
respuesta a la lechuza que envió la Sra.

Malfoy? –preguntó dirigiéndose a Blaise.

El joven, con semblante serio, negó con la cabeza.

- Creo que incluso ella empieza a sentirse un poco inquieta. Aunque, por supuesto, no ha querido
demostrarlo.

- ¿Has hablado con Ron? –preguntó Pansy con voz quebrada.

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Hermione miró su reloj.


- No creo que tarde.

Y rogó fervientemente para que lograra traer a Harry con él.

Nadie había querido entrenar con él. Más que querido, atrevido. Así que finalmente Harry se había
aislado al fondo de la sala, donde hacía

un par de años habían instalado un pequeño gimnasio. No era gran cosa. Y sólo los magos o brujas
que procedían de familias muggles

solían utilizarlo a veces.

Ron le observaba desde lejos. Parecía que Harry había hecho buenas migas con el saco de boxeo y
desde hacía un buen rato tenía una gran

conversación con él, a puño cerrado. ¿Por qué su amigo tenía que ser siempre tan hermético?

Desde el sábado pasado no se hablaba con Hermione. El pelirrojo todavía no entendía el arrebato
de su mujer y lo único que había sacado

en claro eran balbuceos y un montón de incoherencias que le habían dejado en la misma inopia.
Ella había bajado a disculparse el domingo

por la noche, y Ron la había acompañado. Habían acabado discutiendo. Hermione le había llamado
testarudo y cabezón y Harry la había

mandado a meterse en sus asuntos.

Y ahora Hermione pretendía que llevara a Harry a una pequeña reunión en su despacho con los
amigo de Malfoy, para hablar de Malfoy.

Ron dejó escapar un fuerte resoplido cuando Angelina le derribó, por no estar prestando
suficiente atención a lo que hacía. Para lo bueno y

para lo malo, había dicho aquel sacerdote muggle durante la ceremonia de su boda. ¡Y cuánta
razón tenía!

Poco después, mientras se secaba tras una reconfortante ducha, Ron iba rumiando su estrategia.
Estaba casi vestido cuando Harry entró en

el vestuario, procedente también de las duchas, con una toalla anudada a sus caderas y el pelo
todavía chorreando.

- Creo que el próximo día voy a probar lo del saco. –le dijo Ron en tono desenfadado.

- Al menos no se queja. –bromeó Harry mientras sacaba una muda limpia de su taquilla.

Bien, al parecer aquel desahogo de energía le había mejorado el humor.

- ¿Te apetece una cerveza después? –preguntó el pelirrojo.

- Claro.

- Antes tengo que pasar por el despacho de Hermione, ¿te importa?


Harry se encogió de hombros.

- Te espero en el atrio.

­ Harry…

El pelirrojo le clavó una mirada exasperada.

- De verdad, no tengo ganas de volver a discutir con ella. –afirmó Harry, con más desánimo que
enfado.

Cerró su taquilla y se sentó en el banco de enfrente para ponerse las botas. Ron se sentó a su lado,
mirándose la puntera de las suyas.

- ¿Y si tiene razón, Harry? Parece realmente preocupada.

El moreno miró a su amigo con fingido sobresalto.

­ ¿Preocupándote tú también por Malfoy, Ron? El Apocalipsis debe estar muy cerca…

-¡Idiota! –masculló el pelirrojo, dándole un pequeño puñetazo en el hombro.

Harry se levantó y tomó su túnica de auror, que colgaba del pomo de la taquilla. Embutió la ropa
sucia en su bolsa de deporte y la encogió

para poder metérsela en el bolsillo.

- Malfoy se ha ido de rositas con su mujer, Ron. –torció una sonrisa– Pregúntaselo a su secretaria.

- Pues sus amigos no parecen opinar lo mismo. –contravino el pelirrojo– Porque ahora mismo nos
están esperando en el despacho de

Hermione.

Harry miró fijamente al pelirrojo durante unos instantes; como si todavía no pudiera creer que
fuera Ron quien le estuviera invitando a

unirse a aquella paranoia.

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- Esta bien, vamos. –accedió finalmente.

Y ambos aurores abandonaron el vestuario para dirigirse a la tercera planta, donde Hermione
tenía su despacho.

Mientras esperaba junto a Ron el ascensor, y a pesar de que no acudía de buena gana, Harry tuvo
que confesarse que en su estómago había

un pequeño nudo con bastantes posibilidades de crecer. Cuando el quejumbroso elevador se paró
en su planta, estaba inusualmente vacío.
Subieron y Ron pulsó el botón del tercer piso.

- No perderás los estribos, ¿verdad, Harry? –preguntó el pelirrojo rompiendo el incómodo silencio
con el que habían llegado hasta allí.

Harry se limitó a mirarle con cara de mala resignación. Ron le dio unos golpecitos en la espalda.

- Sabía que podía contar contigo.

Salieron del ascensor y continuaron en silencio hasta el despacho de la Directora para la


Investigación de Nuevas Aplicaciones de la

Magia. El pelirrojo llamó a la puerta por mero formalismo.

- Me lo has prometido. –susurró Ron antes de entrar sin esperar respuesta.

La expresión de alivio de Hermione cuando le vio fue tan evidente, que en el fondo, Harry se
alegró de no haberse negado. Al igual que

Ron, saludó educadamente a Blaise y a Pansy. Ella tenía los ojos enrojecidos, como si hubiera
estado llorando. Les acompañaba un

hombre, alto y seco, de expresión grave, vestido con una clásica y seria túnica de color negro.

- Permítanme que me presente. –dijo el desconocido con voz firme y profunda– Soy Richard
Maveric, abogado del Sr. Malfoy.

Harry estrechó su mano, un poco desconcertado por la presencia del abogado en lo que él había
creído era una reunión informal. Hermione

hizo aparecer un par de sillas más y los dos aurores se sentaron.

- ¿Y bien? –preguntó Harry con algo de impaciencia.

El abogado de Draco tomó inmediatamente la palabra.

- Hace algunos días, un par de semanas para ser exactos, –explicó utilizando un tono de orador
entrenado– el Sr. Malfoy viajó a Zürich

para resolver asuntos relacionados con negocios que todavía tiene en Suiza. No me indicó los días
que estaría fuera. –admitió- Pero sus

asuntos allí nunca suelen entretenerle más de una semana. Revisar cuentas, firmar documentos y
reunirse con su Consejo de

Administración para validar decisiones que esperan su autorización.

Marveric hizo un pequeño silencio, repasando el rostro de cada uno de los presentes.

- A mediados de esta semana, la Srta. Parkinson acudió a mi despacho para expresarme su


inquietud ante la prolongada ausencia del Sr.

Malfoy y preguntarme si yo sabía la fecha de su regreso. –un ahogado sollozó llegó desde la
esquina donde ella y Blaise estaban sentados–
El Sr. Zabini y la Srta. Parkinson tenían previsto contraer matrimonio mañana, siendo el Sr. Malfoy
el encargado de llevarla al altar.

Harry recordó entonces haber recibido una invitación de boda, que debía andar perdida por
alguna parte del caos que era su apartamento.

- Prometió acudir a los ensayos de la ceremonia, ayudarme a escribir mis votos. –intervino
entonces Pansy- Y tenía que aprenderse su

pequeño discurso de entrega. Sabe lo importante que es todo esto para mí y… –otro sollozo
quebró su voz, impidiéndole continuar.

Hermione le puso en las manos una humeante taza de té y le dirigió una sonrisa cariñosa.

- No es propio de Draco. –afirmó Blaise agradeciendo con la mirada el gesto de la castaña– Si


hubiera tenido algún problema para llegar a

tiempo, nos lo hubiera hecho saber. Estaba orgulloso de que Pansy le hubiera conferido el lugar
que en otras circunstancias hubiera

correspondido a su padre. Siempre ha sido como una hermana para él y jamás, jamás –remarcó–
la dejaría colgada sin una buena excusa.

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Capítulo XV-2 por Livia

Notas del autor:

Estoy teniendo problemas para subir esta capítulo. A ver si ahora, partiéndolo, lo consigo.

Las miradas de Harry y Hermione se cruzaron por unos instantes.

- Evidentemente, los asuntos privados del Sr. Malfoy no me conciernen. –habló nuevamente
Maveric- Pero sí los legales y financieros.

El abogado sacó algunos documentos de un maletín que había dejado a los pies de la silla donde
estaba sentado.

- Y lo que me ha llevado a dejarme convencer por los amigos del Sr. Malfoy para venir hoy aquí,
han sido ciertos movimientos extraños en

algunas de sus cuentas, concentrados entre ayer por la tarde y esta mañana.

- ¿Cómo de extraños? –preguntó Harry cogiendo uno de los pergaminos que Maveric le tendía.

- Bueno, no tal vez para alguien que no esté muy avisado en estos menesteres. Pero llevo muchos
años llevando los asuntos de la familia
Malfoy. Y conozco perfectamente la manera de trabajar de Draco. –dijo concediéndose la
familiaridad del nombre por primera vez–

Permítame.

El abogado señaló algunas partidas en el pergamino que Harry sostenía.

- Durante esta última semana ha habido algunos asientos un tanto inusuales ¿lo ve? –explicó
Maveric– No son cantidades importantes.

Pero algunas horas después desparecen en transacciones, principalmente en compra-venta de


valores. Permítame hacerle notar además, que

las sociedades implicadas son todas inglesas. Ninguna suiza.

Ron, a su lado, tragó saliva. Si para aquel hombre no eran sumas importantes, se preguntó a partir
de qué cifra lo serían.

­ ¿Y esto nos lleva a…? –preguntó Harry recolocándose las gafas, mareado de tanto número.

- A que la forma de trabajar del Sr. Malfoy ha cambiado radicalmente en la última semana o esas
decisiones no puede haberlas tomado él.

–sentenció Maveric, en tono grave.

Harry deslizó la vista por el tupido pergamino lleno de números y repasó una vez más los que
estaban señalados en tinta verde

fosforescente.

- ¿Está sugiriendo que alguien puede haber estado coaccionando al Sr. Malfoy para que realice
este tipo de… operaciones? –preguntó.

- No lo estoy sugiriendo, Sr. Potter. –respondió el abogado secamente– Lo estoy afirmando.

Harry se echó atrás en su silla y enfrentó la expresión de palo del concienzudo abogado.

- Sin embargo, según su secretaria, el Sr. Malfoy se ha tomado unos días libres para un viaje
privado con su esposa. –dijo– Tal vez el

problema sea tan sólo un empleado que se ha concedido más atribuciones de la cuenta y al que
tendrá que plantearse si poner de patitas en

la calle…

Hermione le lanzó una mirada furibunda, pero él no se arrugó. No sin antes haber sopesado todas
las posibilidades.

- Me temo que para poder realizar estas operaciones, es imprescindible la firma original del Sr.
Malfoy, gráfica y mágica. –le ilustró el

abogado en tono árido.

Ron y él intercambiaron una rápida mirada. Y tras meditarlo unos instantes preguntó por fin:
- ¿Está poniendo este asunto en nuestras manos de forma oficial, Sr. Maveric?

- Si son ustedes aurores el Ministerio, y creo que lo son, eso es exactamente lo que estoy
haciendo, señor Potter. –respondió el abogado

con cierto deje irónico.

Antes de que Harry pudiera responder, unos golpes suaves sonaron en la puerta. Ron, que era
quien más cerca estaba, se levantó y abrió

para advertir al visitante que no era el mejor momento.

­ Por todos los…

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Un familiar gorgojeo hizo que los demás volvieran sus miradas hacia la puerta.

- ¡Evon! –exclamó Pansy levantándose de un salto.

Pero cuando intentó acercarse para tomar al niño de los brazos de Puky, una especie de barrera
mágica la empujó, haciéndola trastabillar.

- Lo siento, Srta. Pansy. –se disculpó el elfo, compungido– Pero sólo puedo entregar al niño a la
persona que ahora tiene su custodia.

Un gritito ahogado resonó en el despacho de forma mucho más audible de lo que quien lo había
emitido hubiera deseado, haciendo que

todas las cabezas volvieran entonces hacia Hermione.

Indiferente a ello, Puky caminó con paso decidido hacia la persona a la que había tratado de llegar
durante la última semana. Habían sido

días estresantes para el pobre elfo. El jueves de una semana atrás, por la tarde, el hechizo en el
que había colaborado con su amo Draco, se

había activado. El era el portador. Quien debía entregar a Evon a su nuevo custodio. Pero el mago
en cuestión había sido un poco

problemático de localizar. No había sido fácil para Puky cuidar de un activo y travieso bebé de casi
diez meses, y al mismo tiempo tratar

de buscar el momento adecuado para entregarlo a un tutor que no paraba quieto, desarrollando
una actividades poco recomendable para su

amito.

El pequeño ser le tendió al hijo de Draco, esperando a que el auror lo cogiera en brazos. Casi al
mismo tiempo, Hermione repitió el mismo
chillido extraño, esta vez sin pretensión de ahogarlo, al tiempo que empezaba a caminar de un
lado a otro, pasitos cortos y apresurados,

con una mano en la cadera y la otra cubriéndose el rostro.

- ¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Dios mío!

- ¿Herm? –musitó Ron, sorprendido por aquel extraño comportamiento de su mujer.

De pronto se detuvo y miró fijamente a Harry, que como todos los demás, la miraba a ella
tratando de comprender si se había vuelto loca

de repente. Puky seguía sosteniendo a Evon, que ahora emitía pequeños grititos excitados en
dirección a las atrayentes gafas del moreno,

esforzándose en alcanzarlas sin conseguirlo.

- ¡Por el amor de Dios, Harry! ¡Coge al niño para que el hechizo pueda completarse! –su amigo
siguió mirándola atónito, como si en esos

momentos Hermione fuera un ser de otro planeta– ¡Que le cojas te digo!

Harry dio un respingo y se apresuró a cumplir la orden tras el grito histérico de su amiga. Cuando
tomó en brazos al pequeño, sin dejar de

mirar a Hermione como a un ser desconocido y poco recomendable de conocer en ese momento,
un breve resplandor de color rojizo les

cubrió a los dos durante apenas unos segundos. Sólo entonces, la castaña se permitió dejar
escapar un pequeño gemido y se derrumbó en

su sillón, tras la mesa de su despacho.

- Cariño, –tanteó Ron con mucha prudencia acercándose hasta ella– estoy seguro de que tienes
una explicación para esto, ¿verdad?

Los demás seguían en sus sillas, mudos, mirándola fijamente y esperando también una respuesta a
su inexplicable comportamiento.

Hermione asintió sin decir palabra. Su rostro estaba congestionado, contrito en una expresión
mezcla de congoja y angustia.

- Bueno, –dijo con un hilo de voz levantando sus ojos hacia él– ahora sí podemos decir que Draco
está en serios problemas.

Continuará…

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Capítulo XVI por Livia

Notas del autor:

Disclaimer: Ya me gustaría, pero a parte de los personajes que han surgido de mi imaginación, los
demás no

son míos.

CAPITULO XVI

Con Evon sentado alegremente en sus rodillas, haciendo desaforados esfuerzos por alcanzar sus
lentes y él por mantener las rápidas y

traviesas manitas fuera de su alcance, Harry hizo la inevitable pregunta.

- ¿Qué clase de hechizo era ese, Herm?

Ella se atusó el pelo nerviosamente e inclinó un poco la cabeza hacia un lado, como si no pudiera
seguir manteniéndola recta sobres sus

hombros. Cerró los ojos con fuerza, buscando en su interior el ánimo que necesitaba para
contestar. Porque aquella pregunta tan sólo era la

primera de las muchas que vendrían detrás. Y Hermione tenía una idea muy clara de dónde
terminarían. Así que después de decirse a sí

misma que nadie hubiera podido prever como se acabarían desarrollando las cosas, miró a su
amigo y dijo:

- Un hechizo de confidencialidad, por favor Harry.

Los demás concurrentes a la reunión apenas le vieron mover silenciosamente los labios. Hermione
recorrió los rostros de los presentes,

obviando el de su marido, a su lado, preguntándose cómo detendría el estallido.

- Creo que la mayoría de nosotros sabemos que Draco tenía intención de divorciarse. –dijo
Hermione, empezando por lo que le pareció

más sencillo– Había establecido un contrato prematrimonial que impediría que en ese caso o
incluso si él faltara, su esposa pudiera acceder

a la fortuna Malfoy, siendo su hijo el único heredero. Su abogado se ocuparía de todo hasta que
Evon alcanzara la mayoría de edad. –

Maveric la miró con los ojos muy abiertos, olvidando, ante la sorpresa de que la bruja pudiera
revelar un acuerdo tan celosamente

guardado, su flemática pose– Le preocupaba poder perder la custodia de Evon, pero todavía
mucho más, lo que en el proceso en sí pudiera

pasarle al niño.
Un pequeño grito de triunfo resonó en la habitación y las miradas de todos se deslizaron durante
unos segundos sobre Evon, quien con

expresión triunfante sacudía las gafas de Harry en su mano.

- Recordé un viejo hechizo que había leído en alguna parte y que podía ayudar a Draco a proteger
al niño. Y como no íbamos a poder

vernos en unos cuantos días, le prometí enviárselo en cuanto lo encontrara. Y lo hice hará como
unas tres semanas, antes de que se fuera

de viaje.

Hermione tomó aire antes de continuar, observando la pequeña lucha que Harry mantenía con
Evon para recuperar sus lentes. Podía

adivinar la mirada de su marido clavada en ella, porque casi la sentía quemando en su cogote.

- El hechizo puede realizarlo cualquiera de los dos progenitores, para proteger al hijo del otro
progenitor, familiar o de cualquier otra

persona que considere un peligro para su descendencia. Nunca se activará por la simple voluntad
de un padre, por ejemplo, de quitarle la

custodia a la madre o viceversa, debido a pleitos o discusiones, o mala fe. –explicó– Solamente,
cuando la persona que lo ha realizado

sienta sobre ella y en consecuencia sobre su hijo, o directamente sobre éste, una amenaza de
peligro real y definido. En ese momento, el

hechizo se activa espontáneamente y traslada la custodia del menor a una persona de confianza,
designada por quien realiza el hechizo, y

de quien se tiene la absoluta seguridad de que protegerá al menor y lo amparará mientras dure el
peligro por el que el hechizo se ha

activado. Al mismo tiempo, se genera un documento legal, que guarda el Ministerio, impidiendo
que cualquier otra persona que no sea la

designada, pueda reclamar al menor.

Hubo un pequeño silencio mientras todo el mundo asimilaba las palabras de Hermione y después
miraba a Harry con curiosidad. A

excepción de una persona, que tenía la mirada fija en la alborotada cabellera castaña.

- Podrá parecerte una pregunta de lo más ingenua y sé que seguramente también tendrás una
buena respuesta, Herm. –el tono de Ron era el

más tenso y contenido que, quien le conociera, le hubiera oído jamás– Pero escuchar algo
razonable sobre porqué tú y Malfoy os veíais,

sería de gran ayuda para mí.


Hermione tomó aire y volvió un poco la cabeza para mirar a su marido.

- La tengo, Ron. Pero es un poco larga. Y difícil. –dijo ella suavemente.

- Creo que tenemos tiempo. –respondió el pelirrojo– Pero si va a ser algo que no me va a gustar,
preferiría oírlo en privado.

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Ella se dejó llevar entonces por la tensión del momento y no pudo reprimir decir con exasperación:

- ¡Tu frente sigue tan limpia y despejada como antes de entrar en este despacho si es eso lo que te
preocupa, Ronald Weasley!

Ron enrojeció violentamente y apretó las mandíbulas. Hermione palmeó nerviosamente la mesa y
después miró a su marido, a pesar de

todo sintiéndose algo culpable por todas las ideas que debían estar barruntando en la cabeza del
temperamental pelirrojo. No es que la

mirada que Harry le dirigía en ese momento fuera mucho más tranquilizadora.

- Centrémonos, por favor. –reclamó Maveric como si estuviera llamando al orden en un tribunal–
Entiendo, por lo que acaba de explicar,

que el Sr. Malfoy puede estar en verdadero peligro en estos momentos.

Hermione asintió.

- ¿Y por qué designaría Draco al Sr. Potter como tutor? –inquirió el abogado, extrañado– ¿Por qué
no a alguien más cercano como su

madre, por ejemplo?

­ Bueno, Harry es auror y es… bueno… Potter. –intervino tímidamente Pansy– Draco debió
considerar que era la persona más segura del

mundo para proteger a su hijo.

Hermione negó con la cabeza y miró a Harry.

- Esas son buenas razones, pero no la principal. –afirmó dejando que una vacilante sonrisa
asomara a sus labios– De hecho, Harry es la

persona que ha estado más cerca de Draco en toda su vida. Seguramente el único a quien confiaría
algo tan importante y valioso como su

hijo.

- No exageres, Hermione. –le recriminó el auror, incómodo de sentir aquel nuevo escrutinio sobre
su persona– Apenas hará tres meses que
empezamos a llevarnos bien.

Sin embargo, su amiga le lanzó una de esas miradas que él había aprendido a conocer tan bien –y
a veces a temer– en Hogwarts.

- Suéltalo ya, Herm. –le acució su marido todavía de no muy buen humor– Lo que sea que te esté
haciendo poner esa cara de “sé algo que

tú no sabes y matarías por saber”.

Ella enrojeció un poco, como una niña atrapada en falta y miró al moreno, que seguía sin gafas, y
de momento, parecía haber renunciado a

recuperarlas.

- ¿Sabes, Harry? Después de tantos años volví a utilizar un giratiempo. –Ron masculló un ¡Merlín
nos asista! negando fervientemente con

la cabeza– ¿Recuerdas? Cambiamos el futuro de… algunos en aquel momento.

Harry asintió en silencio y una pequeña punzada en su corazón acompañó el recuerdo de Sirius.

- Bueno, en realidad la idea fue de Draco. –reconoció Hermione. Después miró a su marido– No
puedo recordar nuestra boda, Ron. Ni el

nacimiento de los gemelos de Bill y Fleur. Ni tan siquiera ese pequeño viaje a Gales, para celebrar
nuestro primer aniversario. –Ron la

miró confuso y ella trató de sonreír– Tampoco para Draco fue fácil encontrarse con una esposa
con la que no recordaba haberse casado, un

hijo que no vio nacer, y que la persona que amaba estaba en ese momento completamente fuera
de su alcance. –hizo una pequeña pausa

para tomar aliento– En realidad ninguno de los dos puede recordar nada posterior al 11 de agosto
del 2000. Tan sólo estos últimos… casi

cuatro meses. –Hermione se dio cuenta de que Harry palidecía– Sencillamente porque quienes
estaban viviendo nuestras vidas en ese

momento eran “otros” nosotros.

A excepción de para Harry y Ron, aquel último concepto pareció quedar bastante confuso para
todos los demás.

- ¿Por qué utilizasteis el giratiempo, Herm? –preguntó Harry, casi en un susurro, como si su voz se
hubiera perdido en la última frase que

había pronunciado Hermione.

- Para cambiar un futuro. –respondió ella suavemente– ¿Para qué si no?

Cuando Harry habló nuevamente, su voz tenía, además, un pequeño temblor.


­ ¿No… no maté a Voldemort? –preguntó con la angustia reflejada en cada sílaba.

- ¡Oh, por supuesto que lo hiciste, Harry! –él pareció volver a respirar ante esa declaración– Pero
te quedaste ciego. Irremisible e

irremediablemente ciego.

Y ante el asombro y creciente curiosidad de todos, Hermione empezó a desgranar la parte de la


historia que ella conocía y parte de la que

Draco le había dejado conocer. Maveric, una vez más sorprendido, confirmó que el documento
anexo a las voluntades de Lucius Malfoy,

en el que obligaba a Draco a casarse antes de seis meses y a engendrar un heredero si no lo había
hecho antes de los veintiún años, existía.

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Pero que había quedado invalidado al haberse celebrado el matrimonio antes de esa fecha. Y
aunque para Ron fuera demasiado increíble

imaginarse desfilando con su familia por el comedor de la mansión Malfoy el día de Navidad ante
una aturdida Narcisa, toda esa historia

era demasiado rebuscada y complicada como para que nadie hubiera podido inventársela. Mucho
menos su mujer.

- Después de todo, –concluyó Hermione con desánimo– parece que sólo lo malo es capaz de
resurgir fácilmente, por mucho que nos

empeñemos en cambiar el futuro.

Una preocupación, todavía más densa, de qué podría haberle pasado a Draco, oprimió el ánimo de
los presentes.

- ¿Llegasteis a averiguar entonces de quién provenían las amenazas? –preguntó Blaise.

- No. -negó Hermione– De hecho, yo no supe lo que estaba sucediendo hasta que Draco vino a
verme aquí aquella mañana, para

proponerme lo del giratiempo.

- ¿Qué haremos ahora? –preguntó Pansy con un hilo de voz.

Todas las miradas se concentraron en el moreno que todavía permanecía en silencio,


completamente sumergido en sus propios

pensamientos y aparentemente ajeno a la conversación. Evon ahora estaba muy quietecito en su


regazo. Las gafas habían sido sustituidas
por un muñequito que le había dado Puky, que el pequeño mordía con desesperación, babeando
profusamente.

- ¿Harry? –llamó Ron, al ver que éste no parecía tener intención de salir de su trance.

Por fin el aludido alzó los ojos. Miró a su compañero y después a los demás. Como si de pronto la
sangre volviera a correr por sus venas,

se levantó, sosteniendo con cuidado a Evon, con una mirada de determinación. Y aquel brillo
peligroso que sólo Ron y Hermione habían

podido ver en determinadas ocasiones.

- Voy a llevar al niño a casa y pondré algunas protecciones. -dijo– No tardaré. Espérame en el
despacho de Radcliff.

***

El domingo por la noche, Draco se había instalado en su mansión de Zürich, dispuesto a levantarse
temprano al día siguiente y poder

empezar a resolver los asuntos que le habían llevado allí. Sólo tenía en mente regresar lo antes
posible y tener con Harry la conversación

que le debía. Odiaba tener que darle la razón a la sabelotodo de Granger. Pero Harry no podía
seguir ignorando por más tiempo la verdad,

si no quería perderle de nuevo.

Incansable, había sido el primero en llegar y el último en irse, para disgusto de sus empleados, que
se veían en la obligación de quedarse

hasta que el Sr. Malfoy decidía dar por terminada su exhaustiva jornada de trabajo.

Sin embargo, el jueves por la noche cuando Draco regresó a casa, le esperaba una inesperada
sorpresa.

- La Sra. Malfoy ha llegado esta tarde, amo. –le informó el elfo que estaba a cargo de la propiedad
en su ausencia– La señora le espera en

el comedor.

Extrañado y también inquieto, se dirigió hacia la mencionada estancia donde, efectivamente,


Victoria le aguardaba ya sentada a la mesa,

hojeando el último número de Corazón de Bruja.

- ¿Sorprendido, cariño? –preguntó ella alcanzando a robarle un pequeño beso en los labios,
cuando él se acercó para saludarla.

- Ciertamente. –reconoció algo preocupado– ¿Ha habido algún problema? ¿Evon?


- El niño está bien. –confirmó ella con una dulce sonrisa– Simplemente tenía ganas de verte.
Tampoco es tan sorprendente que desee pasar

unos días a solas con mi marido.

Draco apretó los labios pero no dijo nada. Se sentó frente a ella y la cena apareció en sus platos.

- Tal vez mañana podamos ir al teatro. –sugirió Victoria alegremente– Hay dos o tres obras en
cartelera que parecen bastante interesantes.

Podemos…

- Victoria, no estoy aquí de vacaciones. –la interrumpió él, procurando sujetar su creciente
malhumor– A estas horas estoy ya muy cansado

y sólo deseo poder cenar en paz y retirarme a dormir.

A pesar de todo, ella sonrió complaciente.

- Tal vez pueda ayudarte a relajarte después de cenar. –insinuó con una sonrisa sugerente.

- No lo creo. –rechazó él con frialdad.

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­ Draco…

Victoria había pronunciado su nombre en un tono tan dolido que él se sintió un poco culpable.
Dejó los cubiertos apoyados en el plato y la

miró con un sentimiento mezcla de pena y remordimiento. Y decidió que aquel era tan buen
momento como cualquier otro.

- Tenemos que hablar, Victoria. –dijo– Después de todo, no he sido ni estoy siendo justo contigo.

Ella le dirigió una mirada inquieta, temerosa de lo que su marido estuviera a punto de decirle.

- Eres la madre de mi hijo. –empezó tratando de buscar las palabras más adecuadas– Y siempre te
respetaré por ello. Pero no te amo,

Victoria. Lo siento.

Un pequeño temblor agitó el labio de ella, mientras sus ojos se volvían más cristalinos.

- Mereces estar con alguien que te quiera. –prosiguió Draco– Y seguramente encontrarás a un
hombre que te merezca más que yo.

Ella parpadeó exageradamente, no muy segura de haber entendido bien sus palabras.

­ ¿Estás… estás sugiriendo que nos divorciemos? –preguntó con voz asustada.

Draco asintió y ella se llevó la mano a la boca para ahogar un sollozo.


- No llores, por favor. –rogó él, incómodo– Mucha magos y brujas se divorcian y siguen con sus
vidas después.

- Pero no nuestras familias. –le recordó ella– ¿Qué crees que dirá la gente?

Draco cerró los ojos un momento, intentando no perder los nervios.

- ¡Estaremos en boca de todos! –continuó Victoria con pequeños hipidos, mientras las lágrimas
resbalaban por sus mejillas– ¡Dirán que no

he sido una buena esposa!

- No te preocupes por eso, Victoria. Yo asumiré toda la culpa del fracaso de nuestro matrimonio. –
la tranquilizó su esposo.

Draco posó su mirada en el ejemplar de Corazón de Bruja que Victoria había dejado a un lado,
sobre la mesa. Tal vez debía ir

mentalizándose a ocupar la portada por unas cuantas semanas… Sólo esperaba poder mantener a
Harry al margen de lo que seguramente

iba a ser el escándalo social del año.

- Bien. –musitó ella, dando la impresión de que se había quitado un peso de encima.

Él la miró durante unos instantes y meneó un poco la cabeza. Si eso era todo lo que la
preocupaba…

- Sólo hay una cuestión más que deberíamos tratar, Victoria. –Draco trató de poner su mejor cara
de póquer, ni demasiado ansioso, ni

demasiado despreocupado– Me gustaría que Evon se quedara conmigo, si tú no tienes


inconveniente. Como mi heredero, desearía que se

criara en la mansión Malfoy.

Al principio, ella pareció un poco sorprendida. Después, dio la impresión de estarlo meditando
detenidamente, mientras bajo su caparazón

de tranquilidad, el corazón de Draco perdía su latido en espera de la respuesta.

- ¿Podré verle siempre que quiera?

- Por supuesto. –afirmó Draco con vehemencia.

- Entonces, está bien.

¿Tan fácil?, se pregunto Draco todavía sin poder creérselo. Tenía que enviar una lechuza esa
misma noche a Maveric para que preparara

los pergaminos. Y hacérselos firmar a Victoria antes de que pudiera o alguien la hiciera
arrepentirse. ¡Merlín bendito! ¡Cuando hablara con
Harry al día siguiente estaría todo solucionado! Apuró de un solo trago la copa de vino, tratando
de disimular su euforia. ¡Por sus ancestros

que la llevaría al teatro, de tiendas o lo que a ella se le antojara! Se lo había ganado.

Un ligero mareo pareció querer hacer subir la poca cena ingerida de su estómago a la garganta. Tal
vez, con la excitación, se había tomado

aquella copa demasiado aprisa. Se dio cuenta de que Victoria estaba hablándole, pero su voz le
llegó lejana, con un eco distorsionado y

extraño.

- ¿Te encuentraaaas bieeennn Dracoooo?

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De pronto el mantel se acercaba a su rostro a una velocidad de vértigo. Draco ya no sintió su


cabeza golpear contra la mesa.

- No le harás daño, ¿verdad? –preguntó Victoria minutos más tarde con cierta inquietud al hombre
que hacía levitar el cuerpo de su esposo.

Theordore Nott sonrió con malicia y dejó caer a Draco sobre la cama.

- ¿Seguro que está bien? –insistió Victoria.

- Sólo está drogado, querida. No le pasará nada, te lo prometo.

Ella asintió, pero se retorció nerviosamente las manos. Observó cómo Nott sacaba del interior de
su túnica unos pergaminos, los revisaba

rápidamente y se los mostraba.

- Ahora escúchame con atención, Victoria. –le dijo en un tono exageradamente paternalista–
Tienes que conseguir que firme estos

pergaminos. ¿Recuerdas lo que te expliqué antes? –ella asintió– Te transfieren poderes para que
tú puedas firmar cualquier documento en

su nombre. –le repitió, a pesar de todo.

Victoria volvió su mirada sobre Draco, profundamente dormido.

- ¿Y si se niega, Theo? –preguntó angustiada.

- Tranquila, no lo hará. –la calmó él, mostrándole un pequeño frasco– Esto le mantendrá lo
suficientemente ido, como para que ni

pregunte, ni sepa lo que hace. Te será muy fácil, ya lo verás.


Ella pareció sentirse más confiada. Aunque seguía sin entender porqué su padre quería el control
de las empresas de su marido o porqué

éste se negaba a colaborar con él, ni en sueños se le ocurriría contradecir a su progenitor; ni tan
siquiera preguntar.

Tal como Theo le había dicho, manejar a su esposo había sido mucho más sencillo de lo que
pensaba. Draco había firmado cuantos

pergaminos le había puesto por delante, aunque había tenido que sujetar su mano para darle más
firmeza al trazo. Después, el socio de su

padre le había suministrado una nueva dosis de narcótico y le habían dejado encerrado en la
habitación, durmiendo como un bendito.

A la mañana siguiente, ante la presencia de un notario, de quién Nott se había preocupado en


asegurar su silencio con una buena suma,

habían formalizado los documentos firmados por Draco. A continuación, Theo había sacado de su
elegante cartera otro montón de

documentos, previamente preparados a nombre de Victoria, para realizar las transacciones que
ayudarían a blanquear el dinero procedente

de los negocios menos legales de Hans van Kaffman, en los que desde hacía tiempo él tenia una
nada despreciable participación.

Sentada ante el escritorio de Draco, con todos aquellos pergaminos ante ella esperando su firma,
Victoria se sintió reconocida e

importante.

- Adelante, querida. –la animó Theo con cierta impaciencia– Todo esto corre cierta prisa.

Ella le sonrió. Tomó la pluma y la mojó cuidadosamente en el tintero. Después, estampó su


nombre al pie del documento. Theo lo apartó a

un lado y ella procedió a firmar el siguiente. Cuando el mago fue a depositar el segundo
pergamino sobre el primero, se dio cuenta de que

la firma no estaba. Con el segundo pergamino todavía en la mano, fue testigo de cómo la firma de
Victoria se desvanecía, desdibujándose

lentamente.

- ¡Por todos los…! –miró al notario sin comprender lo que estaba sucediendo.

Éste cogió el documento que Victoria acababa de firmar y contempló también como su firma se
desvanecía a los pocos segundos. Sacó su

varita y la pasó por encima del documento que cedía los poderes a Victoria Malfoy.
­ La firma mágica del cedente es muy débil. Es una posible razón… –comentó. Y tras meditarlo
unos instantes añadió dirigiéndose a

Victoria- O que usted haya firmado algún tipo de acuerdo prematrimonial que la inhabilita para
cualquier cuestión relacionada con los

negocios de su marido.

Nott entrecerró los ojos, con una expresión nada tranquilizadora en su rostro. Ella titubeó, no muy
segura de lo que debía responder.

- ¿Firmó usted algún documento previo a su matrimonio con el señor Malfoy? –insistió el notario,
temeroso de perder el sobresueldo que

se estaba ganando con aquella dudosa intervención.

­ Bueno… pues… creo recordar que sí. –admitió finalmente ella.

Theo dio un furioso puñetazo sobre la mesa y miró a Victoria como si quisiera estrangularla.

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- ¿Qué firmaste? –preguntó entre dientes.

­ Yo… yo… no lo sé… ­gimió.

Temblorosa y angustiada, la joven se quedó sentada en el despacho mientras veía desaparecer a


un iracundo Theodore Nott tras un sonoro

portazo.

Aquel viernes, ya estaba perdido. No había tiempo de volver a Londres y realizar las pertinentes
averiguaciones. Así que no fue hasta el

miércoles de la siguiente semana cuando Nott logró saber que ni los negocios ni la fortuna de la
familia Malfoy pasarían jamás a manos de

Victoria. La única firma autorizada, gráfica y mágica era la de Draco Malfoy. En su defecto, la de su
abogado, Richard Maveric. Y en

cuanto alcanzara su mayoría de edad, su único heredero, Evon Malfoy.

Había llegado el momento de tener unas palabras con el maldito Draco Malfoy.

***

El jueves por la tarde, aunque todavía bastante aturdido y con lo que parecía un resacón de mil
demonios, Draco había logrado dejar la

cama y ponerse en pie. Había intentado salir de la habitación, pero un potente hechizo se lo
impidió. A trompicones, había tratado de
encontrar su varita. También había sido inútil. Tenía un recuerdo bastante brumoso de lo que
había pasado. Lo último que recordaba

claramente era estar cenando con Victoria y su euforia por haber solucionado la cuestión del
divorcio de forma tan rápida y amigable.

Después, su mente se perdía en una niebla espesa y mareante, con voces que le hablaban pero no
podía recordar qué decían.

Cuando un rato después la puerta se abrió, dejando paso a Theodore Nott, Draco supo que sus
problemas justo acababan de empezar.

- Por fin estás despierto. –dijo el recién llegado- Y espero que lo suficientemente despejado para
que mantengamos una pequeña

conversación.

Desde la cama donde estaba sentado, Draco le envió una mirada de odio concentrado.

- ¿De qué va todo esto, Nott? –preguntó.

- Va de tu escaso sentido de la colaboración con tu familia política, amigo mío.

­ Ya…

Draco se puso en pie, aparentando que sus piernas estaban más firmes de lo que las sentía en
realidad, y hundió las manos en los bolsillos

de su pantalón. Nott jugueteó con la varita que tenía en la mano, como un gesto de advertencia.

- Sé razonable, Draco. –le conminó su ex compañero de Casa- Y todos saldremos ganando.


También a ti te reportará jugosos beneficios.

- No me interesa. –Draco se encogió de hombros, en actitud desdeñosa- Se lo dije claramente a mi


suegro en su momento y no he

cambiado de opinión.

- Parece mentira que un hombre tan inteligente como tú, tenga en realidad tan poca visión. –se
burló Theo- ¡Piensa en las ventajas! ¡En

todo los galeones que podrías ganar!

­ ¿Qué parte de “no me interesa” no has entendido, Nott?

Theo le miró con astucia.

- Entonces, te contaré algo que seguro TÚ, si entenderás. –dijo con una sonrisa pérfida- En estos
momentos, Victoria debe estar ya en casa.

Ha ido a buscar a tu hijo. –el corazón de Draco dio un vuelco, pero no lo demostró- He de
reconocer que tu esposa tiene escasas luces,

pero sabe seguir las instrucciones al pie de la letra.


- No te atrevas a tocar a mi hijo. –dijo Draco entre dientes, dando un paso hacia su secuestrador.

- Ni se te ocurra. –advirtió Theo enarbolando la varita hacia él.

Draco se detuvo. Sopesó sus posibilidades y concluyó que eran inexistentes. No tenía varita y
probablemente si intentaba atacarle

físicamente, Nott le derribaría al primer envite. ¿Y si el hechizo no funcionaba? Estaba seguro de


haberlo realizado bien, pero era tan

antiguo, no tenía referencias… En ese momento, no tenía ninguna seguridad de que su hijo
estuviera a salvo.

- ¿Qué es lo qué quieres? –preguntó tragándose la ira.

Nott esbozó una sonrisa de triunfo y le tendió varios pergaminos, que extrajo del interior de su
túnica.

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- Esto es lo más urgente. –dijo tendiéndoselos- Y asegúrate de dejar bien clara tu firma mágica.

Draco había firmado a contrapecho aquellos pergaminos y también los que Nott le había
presentado el viernes a primera hora de la

mañana. No habían vuelto a drogarle, seguramente porque les interesaba tenerle bien despierto y
que siguiera firmando aquellas malditas

transacciones que encubrirían los beneficios obtenidos de forma ilegal por su suegro. Empezaba a
sospechar que Nott también era parte

interesada en ello.

Al mediodía, la puerta de su habitación se había abierto nuevamente. Esta vez deforma


intempestiva. Apenas tuvo tiempo de intentar

detener el fuerte puñetazo que le derribó al suelo. Nott se agachó sobre él y cogiéndole por el
cuello de la camisa le sacudió violentamente.

- ¿Dónde diablos está tu hijo, Malfoy? -escupió en su rostro- Tu mujer asegura que no está en la
mansión, ni tampoco el elfo que suele

cuidarlo. –le golpeó nuevamente- Te crees muy listo ¿verdad?

Por toda respuesta, Draco soltó una carcajada liberadora de la tensión acumulada durante
aquellos dos días. ¡El hechizo había funcionado!

Y agradeció a Merlín y a todos los dioses que Puky hubiera logrado llegar hasta Harry y entregarle
a Evon. También a Granger su
vocación de ratón de biblioteca.

Ahora, ya no tenían ningún poder sobre él.

***

Perder a un Consejero del Ministerio no es cualquier cosa, pensó Radcliff. Y teniendo en cuenta de
que el Ministro había demostrado

tenerle un especial aprecio a Malfoy, cuando se enterara seguramente resurgiría su alma de Jefe
de Aurores y empezaría a patear culos. El

suyo el primero si no podía darle respuestas. Una vez más, acarició su barbilla con una mueca de
preocupación. Granger le había tenido

que explicar dos veces cómo funcionaba ese hechizo que había convertido a Potter en el
inesperado custodio de un bebé de diez meses.

Una de las primeras cosas que habían hecho, era comprobar que el documento que Granger
aseguraba se había generado, existía. Al mago

del Registro Mágico no le había hecho ninguna gracia que llegaran justo cinco minutos antes de
que cerrara su pequeña oficina. A pesar de

todo, no le habían hecho perder demasiado el tiempo. El pergamino nombrando a Harry Potter
como tutor legal de Evon Malfoy estaba en

su cubeta de “Entradas”, con fecha 19 de octubre de 2002, entre los pergaminos de nacimientos y
defunciones habidos en las dos últimas

semanas en el mundo mágico. En otras circunstancias, Radcliff se habría partido el pecho a


carcajadas observando a Potter releerse el

documento hasta tres veces, seguramente tratando de asimilar su nueva responsabilidad. Pero
todo lo que implicaba ese hecho era

demasiado serio como para tomárselo a broma.

Por otra parte, el abogado del señor Malfoy había sido muy claro en toda su exposición. Aunque el
conjunto de aquella trama parecía

bastante enrevesado, el motivo económico se perfilaba con más posibilidades que cualquier otro.
Dos de los aurores de Potter habían ido a

hasta la mansión Malfoy para interrogar a la madre del desaparecido. Y también para
tranquilizarla sobre la situación de su nieto antes de

que montara un escándalo en el Ministerio cuando se diera cuenta de su desaparición. Para su


sorpresa, la dama no se había preocupado

por la ausencia de Evon, convencida de que Victoria se lo había llevado con ella a Zürich. Enojada,
exigió la devolución de su nieto y que
le fuera revelada la identidad del supuesto nuevo tutor. Pero a Boot y a McMillan nadie les había
dicho que pudieran hacerlo así que,

disculpándose, le negaron esa información. Después, la Sra. Malfoy, más nerviosa de lo que quería
aparentar y a la vez muy enfadada

porque no le facilitaban el paradero de Evon, les había dado la dirección de la mansión suiza, tras
intentar inútilmente acceder a ella a

través de la red floo. Potter y su unidad, habían viajado hasta el Ministerio de Magia suizo y desde
allí, vía traslador, hasta la mansión de

los Malfoy en ese país. No habían encontrado a nadie. Ni tan siquiera a los elfos que servían en
ella.

Ahora, a las tres de la mañana, en su despacho ya sólo quedaban él y Potter.

- Repasemos. –dijo el Jefe de Aurores con voz cansada– El Sr. Malfoy viajó por red floo a su
mansión de Zürich el domingo 8 por la

noche. Y tenía que estar de vuelta el viernes 13. –mal día, apuntó para sí– Sin embargo, su
secretaria recibió una lechuza el día… –repasó

sus anotaciones– …ese mismo viernes, comunicándole que había decidido tomarse unos días de
descanso en compañía de su esposa.

Según Narcisa Malfoy, su nuera dejó la mansión el jueves por la tarde para reunirse con su esposo.
También el jueves es el último día que

los empleados del Sr. Malfoy aseguran haberle visto, porque el viernes no apareció por la oficina, a
pesar de haber dicho a su contable que

quería darle unas cuantas instrucciones antes de regresar a Londres esa tarde.

Radcliff le dio un sorbo a su tercera taza de café. Sabía que con tanta cafeína no habría forma de
dormir esa noche. Resignado, siguió

repasando todas sus anotaciones bajo la atenta mirada de Potter, que permanecía en silencio, con
una expresión seria y concentrada.

- Así que durante la siguiente semana todo el mundo piensa que el Sr. y la Sra. Malfoy están
pasando unos tranquilos días de descanso en

Zürich. Pero esta semana, sus amigos…

- Pansy y Blaise. –apuntó Harry.

­ … empiezan a preocuparse porque se casan este sábado, es decir, hoy y el padrino de boda no ha
dado todavía señales de vida.

- Exacto. –corroboró el jefe de unidad.

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Al contrario que Radcliff, él no sentía cansancio alguno, demasiado tenso y sobreexcitado por todo
lo que le había sido revelado en

aquellas últimas horas. Trató de no perderse de nuevo en sus pensamientos y seguir prestándole
atención a su superior.

- Y dado que Narcisa Malfoy, parece tan sorprendida como ellos de que su hijo tomara ese
compromiso y no haya vuelto todavía, deciden

visitar al abogado del Sr. Malfoy por si este tuviera alguna información que ellos desconocían.

Radcliff dio otro sorbo a su café y trató de desentumecer los músculos de su espalda, a esas horas
ya tensos y agarrotados. Los años no

perdonan, pensó con molestia.

- La pregunta es ¿quién? –dijo

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