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Cristina Castillo Martínez – Cervantes y los Géneros narrativos Aúreos: De la Galatea al Persiles

CERVANTES Y LOS GÉNEROS NARRATIVOS ÁUREOS:


DE LA GALATEA AL PERSILES

ISBN - 84-9822-182-X

Cristina Castillo Martínez


Universidad de Jaén
cristinacastillomartinez@yahoo.es

THESAURUS: Cervantes, novela pastoril, novela bizantina, libros de aventura


bizantina, prosa de ficción, Galatea, pastores, Persiles, siglo XVI y siglo XVII.

OTROS ARTÍCULOS RELACIONADOS CON EL TEMA EN LICEUS: “La prosa del


siglo XVII”, “Teoría de la novela en Cervantes”, “Las Novelas ejemplares”, “Libros de
pastores”, “Los siete libros de la Diana de Jorge de Montemayor y sus continuadores”
“Libros de aventuras bizantinas”, “Lope de Vega. Vida. Lírica. Narrativa”, “Lope de
Vega novelista”.

RESUMEN O ESQUEMA DEL ARTÍCULO:


Cuando se estudia a Cervantes, y más cuando se ha vivido de cerca la intensidad del
IV Centenario de El Quijote, parece que sólo quedan ojos para las divertidas aventuras
del ingenioso hidalgo de la Mancha, pasando por alto, en muchas ocasiones, que no
fue ésta la única obra en prosa escrita por el autor alcalaíno, que, desde luego, no fue
la primera y que ni siquiera puso en ella sus mayores expectativas como narrador.
Para conocer de una manera más profunda y acertada la teoría de la novela en
Cervantes, es preciso leer además de la que, por muchos méritos, le ha concedido
tanta fama, el resto de sus obras: desde la primera, La Galatea, a la última, El
Persiles, pasando obviamente por las Novelas ejemplares. Este tema se centra con
exclusividad en el estudio y análisis de dos de ellas: la que abre y la que cierra su
producción.

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1. Introducción: Cervantes y la narrativa del Siglo de Oro

Los siglos XVI y XVII se caracterizan en el ámbito literario, entre otras muchas
cosas, por ser un período de experimentación narrativa, en el que los autores van
indagando en busca de nuevos espacios de ficción que puedan satisfacer las
expectativas de un público lector ávido de novedades.
Los principales géneros o subgéneros de la narrativa del Siglo de Oro son: los
libros de caballerías (iniciados con el Amadís de Gaula, cuyo refundidor fue Garci
Rodríguez de Montalvo), los libros de pastores (con Los siete libros de la Diana a la
cabeza), las novelas bizantinas (siguiendo el modelo de Los amores de Clareo y
Florisea), las moriscas (como la Historia del Abencerraje y la hermosa Jarifa) y las
picarescas (con el primer título, el Lazarillo de Tormes). A los que se sumaría ya en el
XVII (puesto que aquéllas surgieron a mediados del siglo XVI), la llamada novela corta,
que recoge elementos de los anteriores marcos narrativos para construir un molde con
unas nuevas características más acordes con los gustos de los lectores del Barroco.
De todos es sabido que Miguel de Cervantes, aunque escribió teatro y poesía, y
en ambos manifestó un gran interés, sin embargo, donde se movió con mayor soltura
fue precisamente en el campo de la prosa de ficción. Dentro de este ámbito fue donde
adquirió una mayor fama, demostrando conocer no sólo los intereses de los lectores,
sino también las diferentes formas y los distintos moldes de escritura del momento. De
hecho, se puede afirmar que, de una u otra manera, los cultivó todos. Escribió una
novela pastoril: La Galatea (1585); un libro de caballerías: El Quijote (1605 y 1615) –
aunque hay un sector de la crítica que pone en duda su adscripción al género–; una
novela bizantina: Los trabajos de Persiles y Sigismunda; y doce relatos breves bajo el
título de Novelas ejemplares en cuyo prólogo afirma haber sido “el primero en novelar
en lengua castellana”. Bien es verdad que entre su producción narrativa no se
encuentra propiamente dicho una novela morisca, ni tampoco una novela picaresca;
pero bien es cierto que conocía ambos géneros, puesto que hace uso de algunos de
sus elementos o características en obras mayores como El Quijote (en el caso del
morisco Ricote o el interesantísimo personaje de Ginés de Pasamonte), o en algunas
de las Novelas ejemplares (como Rinconete y Cortadillo o El coloquio de los perros),
en donde crea episodios que sí que podrían llevar los adjetivos de picaresco o
morisco.

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2. La teoría de la novela en Cervantes

Aunque nunca escribió una poética como tal, Cervantes manifestó su interés
por el hecho literario como creador, y en ocasiones también casi como si fuese un
teórico o un preceptista. Es más que probable que conociera algunas de las poéticas
más importantes de su época, especialmente la del tratadista aristótelico Alonso López
Pinciano. La evolución y la experimentación que se percibe a lo largo de sus obras es
una clara muestra de ello, desde la Galatea, inicio de su quehacer narrativo, al
Persiles, título publicado de manera póstuma.
Sus ideas acerca de la literatura están dispersas a lo largo de su amplia
producción: se pueden encontrar en las Novelas ejemplares, en los Trabajos de
Persiles y Sigismunda, en el Viaje del Parnaso, en las Ocho comedias y ocho
entremeses... y, por supuesto, también en El Quijote, tanto el de 1605 como el de
1615. En muchos casos, basta con echar un vistazo a los prólogos (aprovecho para
subrayar la gran importancia que estos preliminares adquieren en la literatura de la
Edad Media y del Renacimiento) para poder percibirlas e incluso para conocer algo
más del panorama literario del momento, pero también en el mismo interior del texto
podemos chocar con un Cervantes reflexivo acerca de esta cuestión.
Un único ejemplo voy a poner en el caso concreto de la novela en Cervantes,
puesto que Liceus ya ha dedicado todo un tema al estudio y consideración de este
aspecto. Se trata del final de la primera parte de El Quijote, una triste escena en la que
vemos al protagonista enjaulado. Es en ese momento cuando el canónigo vierte una
crítica hacia los libros de caballería, enumerando las características que tiene que
tener una novela para que adquiera cierta calidad. Éstas se basan fundamentalmente
en la idea de la verosimilitud, con el deseo de que la ficción no escape al
entendimiento del que lee. Así es como lo explica:

Hanse de casar las fábulas mentirosas con el entendimiento de los que las
leyeren, escribiéndose de suerte que, facilitando los imposibles, allanando las
grandezas, suspendiendo los ánimos, admiren, suspendan, alborocen y
entretengan, de modo que anden a un mismo paso la admiración y la alegría
juntas; y todas estas cosas no podrá hacer el que huyere de la verosimilitud y
de la imitación, en quien consiste la perfeción de lo que se escribe.

El escritor alcalaíno intentó que este proyecto se hiciera realidad en el Persiles,


en el que aunaba una gran variedad de sucesos excepcionales, ya fueran raptos,
naufragios, figuras fantásticas, escenas sorprendentes..., tomando como modelo a

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Heliodoro, aunque revisado con la intención de lograr lo posible extraordinario, para


que personajes y situaciones, en principio sorprendentes, pudieran adquirir un claro
tinte de verosimilitud (Riley: 1989, pp. 87-99), como veremos más adelante.

3. La primera novela: La Galatea (1585)


3.1. ¿Por qué una novela pastoril?

El 24 de octubre de 1580 Cervantes pisaba suelo español después de cinco años


de cautiverio en Argel. Su situación, como la de muchos soldados, era bastante
precaria pues, después de haber servido en el ejército, se encontraba sin oficio ni
beneficio y habría de buscarse la vida por otros derroteros muy distintos a los que
había seguido hasta el momento. Los caminos que se le ofrecieron al paso para
sobrevivir fueron muy diferentes. En un primer momento comenzó a trabajar como
recaudador de impuestos y tiempo después como comisario real de abastos para las
galeras reales. Sin embargo, no tardaría en dedicarse de lleno a la literatura. El género
escogido para adentrarse en este mundo fue la novela pastoril, que, desde la
publicación hacia 1559 de la Diana de Jorge de Montemayor, había empezado a
suscitar un gran interés entre los lectores por lo idealizado de sus descripciones, por el
particular tratamiento del amor, y quien sabe si también por la posibilidad de que tras
el disfraz de pastor se escondieran personajes de la vida real, entre otros muchos
aspectos que, a veces, se escapan a nuestro conocimiento.
Se trataba, por tanto, de un esquema nuevo que contaba ya con un público
aficionado y que, en consecuencia, podría ser provechoso para el ex soldado desde
un punto de vista económico. A lo que habría que
añadir el prestigio que gozaba la bucólica entre los
humanistas, apoyada en la importante difusión de las
teorías neoplatónicas. Un ámbito, en definitiva, que
entroncaba directamente con Teócrito, Virgilio y
Sannazaro, en lo que a la tradición bucólica se refiere,
así como con Platón, León Hebreo y otros en lo que
respecta al idealismo y a las teorías acerca del amor;
es decir, un puente claro entre el siglo XVI y la
Antigüedad a través de Italia. País este último que
Cervantes conoció durante su estancia junto al que
llegaría a ser el cardenal Acquaviva, y en el que

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seguramente tuvo la posibilidad de acceder a buena parte de la literatura italiana que


le influiría tiempo después.
De manera que, sobre esa larga tradición del pastor literario y, más en concreto,
tomando como base el moderno esquema de los libros de pastores, en 1585 da a las
prensas La Galatea (Alcalá, Juan Gracián). Por aquella época, además de la Diana, ya
habían aparecido otros textos de semejantes características, como la Segunda Diana,
del salmantino Alonso Pérez (Valencia, 1563), la Diana enamorada, del valenciano
Gaspar Gil Polo (Valencia, 1564), Los diez libros de Fortuna de Amor, de Antonio de
Lofrasso (Barcelona, 1573) y El pastor de Fílida de Luis Gálvez de Montalvo (Madrid,
1582).

Cervantes arriba al género con el deseo de abrirse camino en el campo de las


letras, sometiéndose, en parte, a los parámetros que tácitamente lo configuran, puesto
que siempre que se le presenta la ocasión introduce, como veremos, alguna novedad
que confiere un nuevo aire a lo pastoril.

3.2. Estructura de La Galatea

La Galatea se divide en seis libros y, como en el resto de los títulos que componen
el género, no cuenta una única historia, sino varias que se van entrecruzando
formando un variopinto mosaico con un denominador común: el amor. Un sentimiento
que no sólo se vive y se expresa verbalmente (puesto que los pastores se ven siempre
en la necesidad de exteriorizar la tristeza que les embarga, ya sea a esa naturaleza
idílica que en todo momento les acoge o a algún pastor que, por voluntad y a veces
incluso por casualidad, les escucha); sino que también se discute y se comenta. Así lo
vemos, por ejemplo, en el libro tercero cuando los pastores conversan y dan su
opinión acerca de cuál es el mayor mal para el enamorado: si son los celos, la
ausencia, el desdén o tal vez la muerte, convirtiéndose, con ello, en teóricos del amor,
o en filósofos de este sentimiento.

Por las páginas de esta obra se pasean más de ochenta personajes. Y aunque el
título lleve el nombre de Galatea, no será esta pastora protagonista en solitario. Su
historia de amor se mezclará con la de otros enamorados (pastores o no),
configurando un amplio abanico de casuísticas amorosas que debió de ser de gran
interés para el lector del momento (según se cree, mayoritariamente femenino), que
veía en estas obras modelos de comportamiento en sociedad o incluso manuales de
refinados sentimientos.

La trama principal de esta novela de Cervantes corresponde a los amores que


Elicio y Erastro sienten por la hermosa pastora Galatea, quien se muestra indiferente a

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sus sentimientos, hasta que un día sus padres deciden casarla con un pastor
desconocido. De hecho, la obra se abre con las quejas de Elicio; es decir, es un
comienzo in medias res, técnica muy habitual en los libros de aventuras bizantinas.
Sobre esta historia inicial, se van tejiendo –de acuerdo a una estructura habitual en el
género– otras tramas (un total de seis) que plantean los más diversos casos de amor,
como el de Lisandro y Leonida, quienes se aman a pesar del enfrentamiento de sus
familias; el de los hermanos gemelos Teolinda y Rosaura, por un lado, y Artidoro y
Galercio, por otro, cuyo parecido da lugar a muchos enredos; el de Rosaura y
Grisaldo, obstaculizado porque ella, no así él, procede de familia humilde; o el de los
dos grandes amigos, Timbrio y Silerio, que anteponen su amistad al amor cuando
conocen a la bella Nísida, de la que ambos se han enamorado. Todo se resolverá
finalmente con la aparición de Blanca, hermana de aquélla.

Este último caso reviste un particular interés, pues se trata de una versión del viejo
cuento folclórico de los dos amigos, procedente del Disciplina clericalis de Pedro
Alfonso, que dentro del ámbito pastoril reelaboró Alonso Pérez en su Diana, y de la
que se pueden encontrar paralelos en la gran obra de Boccaccio, el Decamerón
(jornada 10, VIII), y en la de otros grandes escritores que hicieron versiones de ellas:
Don Juan Manuel en El conde Lucanor, y Juan de Timoneda en El Patrañuelo. Muchos
años más tarde, lo haría José Zorrilla en su Dos hombres generosos. El propio
Cervantes lo recrea, aunque desde diferentes perspectivas, en varias de sus obras: es
el caso de Andrés y Clemente en la Gitanilla o de Anselmo y Lotario en el conocido
relato intercalado de El Quijote: “El curioso impertinente” (Avalle-Arce, 1975).

Muchos de los libros de pastores pueden considerarse novelas en clave, por


plantear la posibilidad de que tras los nombres de algunos pastores se escondan
personajes reales, cuya identificación, en algunos casos, escapa al conocimiento del
lector actual, pero que podía ser fácilmente reconocible por los lectores de la época. El
ejemplo más evidente es el de El pastor de Fílida, en el que la relación de los pastores
Siralvo y Fílida es trasunto de la del autor con doña Magdalena Girón. Algo similar
sucede en La Arcadia, aunque esta vez Lope de Vega no habla de sus amores, sino
de los de don Antonio de Toledo, quinto duque de Alba, identificado con el pastor
Anfriso. Y en los mismos términos podríamos hablar de La Galatea, puesto que cabe
conjeturar la identificación de Meliso con Diego Hurtado de Mendoza, de los pastores
Tirsi y Damón con los poetas Francisco de Figueroa y Pedro Laínez, y de Lauso con el
propio Cervantes.

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3.3. La libertad frente al amor

Como ya se ha señalado, el principal sentimiento que da sentido a este tipo de


libros es el amor, vivido y discutido. Los pastores en la Galatea –y también en el resto
de las novelas del género–, van a adoptar una postura frente al amor, aunque sea
para oponerse a él. Y esto último es precisamente lo que le otorga un cariz especial a
uno de los casos que plantea Cervantes en su novela pastoril: el de la desamorada
Gelasia, “dedicada desde su niñez al servicio de la casta Diana”. Una pastora que
rechaza el amor y que, a pesar de ello o precisamente por ello, despierta el interés en
otros personajes que se enamoran de ella. Gelasia, tras escuchar las acusaciones que
los pastores que habitan aquellos contornos vierten sobre su persona por ser la cusa
de sus penas de amor y por no querer actuar para evitarlo, esgrimirá una contundente
defensa de su postura, aferrándose a la importancia de la libertad, tal y como
manifiesta en este soneto, que ha terminado por ser uno de los más conocidos de este
escritor que en el Viaje del Parnaso confesó tener de poeta la gracia que no quiso
darle el cielo:

¿Quién dejará, del verde prado umbroso,


las frescas yerbas y las frescas fuentes?
¿Quién, de seguir con pasos diligentes
la suelta liebre o jabalí cerdoso?

¿Quién, con el son amigo y sonoroso,


no detendrá las aves inocentes?
¿Quién, en las horas de la siesta, ardientes,
no buscará en las selvas el reposo,

por seguir los incendios, los temores,


los celos, iras, rabias, muertes, penas
del falso amor que tanto aflige al mundo?

Del campo son y han sido mis amores,


rosas son y jazmines mis cadenas,
libre nací, y en libertad me fundo.

Su actitud suscitará un gran atractivo en otro pastor que, al menos hasta el


momento, también se ha declarado enemigo del amor. Lenio se llama. Éste, tras

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frecuentar la compañía de Gelasia, caerá en las redes del Amor, de quien tan libre se
había declarado. Lejos queda aquel debate filosófico que había entablado en este
mismo libro IV con el pastor Tirsi, uno en contra y otro a favor del amor, empleando
unos argumentos muy cercanos a los expuestos por León Hebreo en sus Diálogos de
amor (en otras ocasiones tendrá en cuenta Los Asolanos de Pietro Bembo). Así lo
muestra la pintura que ambos dibujan del dios Cupido como apoyo de sus argumentos
y que no son infrecuentes en las novelas pastoriles ni en otros ámbitos de la literatura
del momento. Dice Lenio, cuando se muestra enemigo del Amor:

Píntale niño desnudo, alado, vendados los ojos, con arco y saetas en las
manos, por darnos a entender, entre otras cosas, que en siendo uno
enamorado se vuelve de la condición de un niño simple y antojadizo, que es
ciego en las pretensiones, ligero en los pensamientos, cruel en las obras,
desnudo y pobre de las riquezas del entendimiento. (427)

Palabras que contrastan con las de su amigo Tirsi:

Porque píntale niño, ciego, desnudo, con alas y saetas; no quiere significar
otra cosa sino que el amante ha de ser niño en no tener condición doblada,
sino pura y sencilla; ha de ser ciego a todo cualquier otro objeto que se le
ofreciere, sino es a aquel a quien ya supo mirar y entregarse; ha de ser
desnudo, porque no ha de tener cosa que no sea de la que ama; ha de tener
alas de ligereza, para estar pronto a todo lo que por su parte se le quisiere
mandar; píntanle con saetas, porque la llaga del enamorado pecho ha de ser
profunda y secreta y que apenas se descubra a la mesma causa que ha de
remediarla. (447-448)

3.4. Alternancia prosa/verso

Uno de los recursos que forman parte de la caracterización de este subgénero


narrativo consiste en salpicar el texto de composición poéticas de varios metros y de
diferente condición (tanto culta como popular, castellana o italianizante), que
normalmente coinciden con la expresión más lírica y musical del sentir de los pastores.
En el caso concreto de La Galatea, no podemos pasar por alto, además, el inmenso
interés que Cervantes sintió, a lo largo de toda su vida, por la poesía, hasta el punto
de insertarla en todas y cada una de sus obras, desde la Galatea, al Persiles, pasando
por el Quijote o las Novelas ejemplares. No obstante, en la Galatea se hace más

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evidente por ser característica genérica y porque el considerable número de


composiciones convierte a la obra en un breve cancionero, compuesto por sonetos,
octavas reales, tercetos, liras, canciones, villancicos..., en los que en no pocas
ocasiones se percibe la huella de Garcilaso. El mejor ejemplo lo encontramos nada
más adentrarnos en su lectura, en un conjunto de octavas en las que practica un
recurso habitual en la época, la diseminación recolectiva:

Mientras que al triste, lamentable acento


del mal acorde son del canto mío
en Eco amarga, de cansado aliento,
responde el monte, el prado, el llano, el río,
demos al sordo y presuroso viento
las quejas que del pecho ardiente y frío
salen a mi pesar, pidiendo en vano
ayuda al río, al monte, al prado, al llano [...]

Pero quizá una de las composiciones a las que más atención ha prestado la
crítica haya sido el canto en octavas entonado por Calíope en el libro VI. La presencia
de esta ninfa causa la sorpresa en los pastores mientras celebran el funeral de Meliso.
Este canto, construido a imitación del “Canto de Orfeo” de la Diana de Montemayor y
semejante también al “Canto de Erión” de El pastor de Fílida, reviste especial
importancia al estar destinado a la alabanza de varios poetas contemporáneos, entre
los que se encuentran: Alonso de Ercilla, Francisco de Mendoza, Liñán de Riaza, Lope
de Vega, Góngora, fray Luis de León o Lupercio y Bartolomé Leonardo de Argensola,
entre otros.

3.5. Novedades

El escritor alcalaíno asume el molde pastoril, pero no se somete a él por completo.


Lo que hace es introducir algunas novedades que provocan la sorpresa en el lector. La
más importante figura al comienzo de la narración, cuando ante los ojos de Elicio y
Erastro, y de los lectores en última instancia, Lisandro acuchilla a Carino: «Y, sin poder
dezir más, cerró los ojos en sempiterna noche». De este modo, la sangre y la muerte
irrumpen con violencia en el sosegado mundo pastoril y perturban, con su dureza, la
serenidad propia de estos campos. Cervantes lo hace a sabiendas de que está
quebrando violentamente uno de los rasgos considerados esenciales por los lectores
habituales de este tipo de obras. A partir de aquí, quien se ha adentrado en su lectura

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ya sabe a qué atenerse; es consciente de que no se halla ante el mundo cerrado e


ideal de la bucólica clásica; está informado de que Cervantes ha abierto sus puertas
de par en par a la realidad en una de sus vertientes menos idealizadas. Por lo que no
le extrañará que junto a ese asesinato, aparezcan, dispersos a lo largo de la obra,
raptos, incendios…

3.6. Una segunda parte prometida

La novela concluye sin que se cierren algunas de sus peripecias fundamentales, ni


siquiera la central. Eso sí, Cervantes, antes de soltar la pluma, crea las necesarias
expectivas en el lector para que espere la llegada de una Segunda parte de La
Galatea en la que encontrará el fin de todas aquellas historias:

El fin deste amoroso cuento y historia, con los sucesos de Galercio, Lenio
y Gelasia, Arsindo y Maurisa, Grisaldo, Artandro y Rosaura, Marsilio y Belisa,
con otras cosas sucedidas a los pastores hasta aquí nombrados, en la
segunda parte desta historia se prometen, la cual, si con apacibles
voluntades esta primera viere rescibida, tendrá atrevimiento de salir con
brevedad a ser vista y juzgada de los ojos y entendimiento de las gentes

Lo cierto es que nunca llegó a escribirla, sin embargo, sí parece ser que tenía
interés en ello, a juzgar por las reiteradas veces en las que se refiere a ella tanto en el
Quijote de 1605 (cap. VI), como en la dedicatoria de las Ocho comedias y ocho
entremeses..., en el prólogo al Quijote de 1615, o en la dedicatoria al Persiles. La
temática pastoril debió de atraerle en gran medida, puesto que tanto en la primera
parte de El Quijote como en la segunda la retoma para enfocarla desde diferentes
puntos de vista. El ejemplo más claro es el del episodio intercalado de Grisóstomo y
Marcela (caps. XI-XIV) que tantas reminiscencias presenta del personaje de Gelasia
trazado en la Galatea. Y es que, como afirma Avalle-Arce este tema pastoril “no
constituye un ensayo juvenil abandonado en épocas de madurez, sino que se inserta
con tenacidad en la médula de casi todas sus obras” (1974, p. 229).
El éxito de La Galatea fue inmediato según se puede deducir de las varias
ediciones y reediciones que se realizaron: en 1590, en Lisboa; en 1611, en París; en
1618, en Barcelona, entre otras. Incluso en el siglo XVIII hallamos reminiscencias de
su influencia. El francés Jean Pierre Claris de Florian, sobrino de Voltaire, hizo una
adaptación en 1783. Compendió la obra de Cervantes en 4 libros y los adaptó al

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contexto y la estética del XVIII. Poco tiempo después, en 1798, un español, Cándido
María Trigueros, haría algo semejante.

4. Los trabajos de Persiles y Sigismunda (1617)


4.1. “... se atreve a competir con Heliodoro”

Si la novela La Galatea fue el primer texto con el que Cervantes se estrenó como
profesional de las letras tras su regreso a España, el último que dio a las prensas,
aunque hacía tiempo que había iniciado su escritura, fue también una obra narrativa:
Los trabajos de Persiles y Sigismunda. Historia septentrional.

Apareció publicada en 1617 (Madrid, Juan de la Cuesta), un año después de la


muerte del escritor, y se dice que el prólogo lo concluyó tres o cuatro días antes de
fallecer. La dedicatoria que dirige al conde de Lemos es bien ilustrativa a este
respecto:

“Puesto ya el pie en el estribo,


con las ansias de la muerte,
gran señor, ésta te escribo.

Ayer me dieron la Extremaunción y hoy escribo ésta. El tiempo es


breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan, y, con todo esto,
llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir [...]. Pero si está
decretado que la haya de perder, cúmplase la voluntad de los cielos”.

El Persiles, como comúnmente se conoce el texto, se inscribe dentro del grupo


de los libros de aventuras bizantinas, cuyo primer título fue La historia de los amores
de Clareo y Florisea, de Alonso Núñez de Reinoso (1552), obra construida sobre el
modelo de Teágenes y Cariclea de Heliodoro, redescubierto en el siglo XVI.
Al igual que sucedió con los libros de pastores, Cervantes también se dejó
seducir por la moda de las aventuras bizantinas. Y aunque hoy pueda parecer
sorprendente, fue la obra en la que más empeño puso, a la que posiblemente dedicó
más tiempo y con la que pretendía obtener un puesto de importancia dentro del ámbito
literario. Su escritura se dilató durante varios años y cuando el cura en el capítulo 47
de la primera parte de El Quijote conversa con el canónigo acerca de los libros de
caballerías, y alude a un tema que los podría salvar, parece estar describiendo el
propio Persiles:

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...con todo cuanto mal había dicho de tales libros, hallaba en ellos una
cosa buena: que era el sujeto que ofrecían para que un buen entendimiento
pudiese mostrarse en ellos, porque daban largo y espacioso campo por donde
sin empacho alguno pudiese correr la pluma, descubriendo naufragios,
tormentas, rencuentros y batallas; pintando un capitán valeroso con todas las
partes que para ser tal se requieren, [...] pintando ora un lamentable y trágico
suceso, ahora un alegre y no pensado acontecimiento; allí una hermosísima
dama, honesta, discreta y recatada; aquí un caballero cristiano, valiente y
comedido; acullá un desaforado bárbaro fanfarrón; acá un príncipe cortés,
valeroso y bien mirado...

Además, en el prólogo a las Novelas ejemplares se refiere a ella como un libro


“que se atreve a competir con Heliodoro”. Su intención, está claro, fue retomar el
modelo propuesto por el autor griego y superarlo, otorgándole modernidad; pero es
posible que tuviera en cuenta también otra serie de textos: por un lado, las
aportaciones de Núñez de Reinoso en su Clareo y Florisea y las de Lope de Vega en
el Peregrino en su patria; y, por otro, algunos aspectos narrados por Olao Magno en
su Historia de las gentes septentrionales (1555) –resumida en 1562 y reflejada en el
Jardín de flores curiosas (1570) de Antonio de Torquemada–, o por los hermanos
Zeno en Dello scoprimento dell’isole Frislanda, Eslanda... de 1558, aunque, eso sí,
para presentar una historia de aventuras desde su particular punto de vista, en la que
deja entrever algunos episodios inspirados en su propia experiencia como soldado y
también como viajero.

4.2. Estructura de El Persiles

La obra, dividida en cuatro libros, narra la historia de dos jóvenes enamorados


(Persiles, príncipe de Thule, y Sigismunda, hija del rey de Frislandia) que deciden salir
de su tierra y emprender un viaje hacia Roma, la capital del cristianismo, para que el
Papa bendiga su unión. Para mantener de forma más fácil su castidad, se hacen pasar
por hermanos, mudando sus nombres por los de Periandro y Auristela. Comienzan así
un largo peregrinar salpicado de las más diversas aventuras que, como sucede en el
resto de las obras del género, provocará que los amantes se separen y se
reencuentren en varias ocasiones hasta que finalmente obtengan el premio a sus
“trabajos”. Término este último entendido como “peregrinaciones” o “viajes” y también
como “dificultades” o “pruebas”.

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La obra se puede organizar en dos partes. La primera (libros I-II) transcurre en el


norte, en espacios de los que muy poco se sabía en aquel entonces, y en los que la
imaginación podía construir historias sorprendentes, siempre sometiendo lo
maravilloso al rigor de la verosimilitud.
El itinerario, construido seguramente sobre las rutas utilizadas por los viajeros
europeos, tiene, entre otras paradas, Dinamarca, Islandia, Noruega, Irlanda, Inglaterra,
Escocia o Lituania. Estos lugares son los testigos de las separaciones y reencuentros
de los protagonistas. La segunda (libros III y IV), sin embargo, acontece en el
Mediterráneo (Francia, Italia, Portugal y España). En estos últimos países suceden,
junto a los episodios de aventuras más típicamente bizantinas, otros más centrados en
aspectos relacionados con el amor y el honor. Es ésta la parte más atípica, en la que
probablemente el autor siguió más de cerca los pasos de Lope de Vega en el
Peregrino en su patria.

Esta trama que podría parecer sencilla se va


enredando con múltiples episodios que aportan una
gran variedad a la obra, y que Cervantes quiso utilizar
para atraer la atención del lector. Sucede así con el
incendio en las isla de los bárbaros; los llantos del
enamorado portugués Manuel de Sosa Coitiño –que
lamenta que durante su ausencia su amada Leonora
haya ingresado en un convento–; ciertos encuentros
inesperados, como el de un barco de cuya jarcia
penden los cadáveres de cuarenta hombres muertos a
manos de un grupo de mujeres a las que habían
intentado violentar; la historia de Feliciana de la voz,
encontrada en el interior de una encina; o el curioso
relato mezcla de hechicería y licantropía narrado por Rutilio, maestro de danzar y
engañado por una bruja: “Y diciendo esto, comenzó a abrazarme no muy
honestamente. Apartéla de mí con los brazos y, como mejor pude, divisé que la que
me abrazaba era una figura de lobo” (179). Para la creación de este episodio,
Cervantes se hace eco de los numerosos casos de licantropía de los que se hablaba
en toda Europa en el siglo XVI, algo que no extraña que se trasladara a la literatura.

Especialmente llamativos son los episodios ocurridos en el Septentrión y para


cuya creación Cervantes debió de tener muy presentes los libros de viajes que tanto
interés suscitaron durante la época. En ellos se debió de documentar e inspirar. Uno

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de los relatos más interesantes a este respecto es aquel en el que habla del patinaje o
del esquí, una práctica que Periandro pudo presenciar cuando la nave en la que
viajaba se quedó aprisionada en el hielo:

Caminaban sobre solo un pie, dándose con el derecho sobre el calcaño


izquierdo, con que se impelían y resbalaban sobre el mar grandísimo trecho, y
luego, volviendo a reiterar el golpe, tornaban a resbalar otra gran pieza de
camino; y desta suerte en un instante, fueron con nosotros y nos rodearon por
todas partes (255).

Como sucede con las novelas griegas y en los citados libros de viajes,
Cervantes habla también de animales fabulosos, como el pájaro-pez barnaclas, la
rémora y el pez náufrago, que cuadraban perfectamente en esas desconocidas tierras
del norte y aportaban buenas dosis de exotismo a la narración, algo que, en principio,
podría ir en desmedro de la verosimilitud buscada por el alcalaíno, pero que trató de
tal manera que resulta creíble. Para evitar el problema de la verosimilitud, lo que hace
es situar la acción en lugares poco conocidos, y no mostrar los hechos directamente,
sino a través de la narración de algún personaje que fue testigo o que, a su vez lo oyó,
tal y como aconsejaban las poéticas del momento.

Este planteamiento argumental, tan rico en personajes y en historias, ser va


complicando de tal manera que, en ocasiones, afecta a la estructura, que se resiente
por su desorden, especialmente al final de la obra. Tal vez ello se deba a que el
proceso de creación y redacción no se dio en un único momento, sino que se dilató
durante buena parte de la vida de Cervantes, y a que éste murió sin poder dar a la
novela un último retoque que limara esos altibajos.

4.3. Sentido y significación de El Persiles

Se ha discutido mucho acerca del sentido del Persiles. Se ha dicho que se trata
de una obra realista, y sobre todo se ha insistido mucho en otorgarle una
interpretación alegórica o religiosa, concibiendo a Periandro y Auristela como
personajes ejemplares, cifrados de acuerdo a la ideología de la Contrarreforma. Es
decir, el autor alcalaíno habría asumido los parámetros del género bizantino, pero no
se habría quedado en la mera anécdota de la separación de los amantes, ni en la
problemática amorosa suscitada por ello; sino que habría convertido la obra en una
peregrinación, en el sentido religioso del término, pues según dice la Biblia “omnes
sumus peregrini super terram”. Y un continuo peregrinar es precisamente la vida de
estos personajes, en especial la de Periandro, a quien descubrimos al comienzo de la

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novela en el interior de una gruta en la isla Bárbara, en la más profunda oscuridad,


tanto externa como internamente, y al final de la misma, después de un largo recorrido
no exento de dificultades, en la ciudad santa, símbolo de la luz. No podemos olvidar,
además, que Persiles y Sigismunda ocultan sus nombres y su verdadera identidad
para preservar su castidad. Con lo que Cervantes, por tanto, estaría defendiendo la
idea de un matrimonio puro y bendecido.
Pero por encima de esas interpretaciones ha de considerarse las palabras del
propio Cervantes cuando afirma, en la segunda parte de El Quijote, que el Persiles es
una obra de entretenimiento y como tal hay que leerla:

Con esto le despedí, y con esto me despido, ofreciendo a Vuestra


Excelencia los Trabajos de Persiles y Sigismunda, libro a quien daré fin
dentro de cuatro meses, Deo volente; el cual ha de ser o el más malo o el
mejor que en nuestra lengua se haya compuesto, quiero decir de los de
entretenimiento

4.4. Una obra póstuma

Lo que llama la atención es que escribiera una novela bizantina después de


haber condenado la inverosimilitud de los libros de caballerías en El Quijote. Por
desgracia, no tenemos ningún documento que certifique cuándo fue escrito el Persiles,
pero lo que sí que conservamos son referencias en otras de sus obras. La primera en
el prólogo a las Novelas ejemplares (fechado el 14 de julio de 1613):

Tras ellas, si la vida no me deja, te ofrezco los Trabajos de Persiles,


libro que se atreve a competir con Eliodoro, si ya por atrevido no sale
con las manos en la cabeza, y primero verás, y con brevedad,
dilatadas las hazañas de don Quijote y donaires de Sancho Panza, y
luego las Semanas del jardín.

También en el Viaje del Parnaso incluye una referencia no ya a su proyecto de


escribir esta obra, sino a una escritura que ya está en marcha y que promete terminar
pronto. No mucho más tarde, vuelve a hacer lo mismo en varias dedicatorias: la de las
Ocho comedias y ocho entremeses, y también en la segunda parte de El Quijote, ya
citada.
Todo esto lleva a suponer que la obra debió de ser escrita tiempo antes, a
pesar de que fuera la última publicada. Hay quien dice que, incluso es la primera obra

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de Cervantes. Lo que sí está claro es que el Persiles fue escrito en distintos momentos
de la vida del autor, pues es fácilmente perceptible en la narración una progresión
deshilvanada cuyos signos permite observa una lectura atenta.
Son varias las hipótesis planteadas en torno a esta cuestión: la que más
fortuna obtuvo durante mucho tiempo fue la de los cervantistas Rudolph Schevill y
Adolfo Bonilla, quienes en su edición del Persiles de 1914, planteaban una posible
influencia de los Comentarios reales del Inca Garcilaso de la Vega en el libro primer
del Persiles, lo que les llevó a concluir que esta obra no podía haber sido escrito con
anterioridad a las fechas de 1608-1609. Tiempo después Viljo Tarkiainen (1921)
modificó esta fecha, a partir de la referencia que Cervantes hace a la Historia natural
de Plinio en el capítulo XVIII de la primera parte, y que hasta 1599 no apareció en
español. Fue Tarkiainen también el primero en afirmar que la obra fue ejecutada en
dos momentos distintos. Y Mark Singleton afirmó que el Persiles era la obra de un
amateur, y por tanto, anterior incluso a la Galatea.
Sobre estos trabajos, otros investigadores han ido matizando fechas,
subrayando algunas otras alusiones a obras en el interior del texto, así como al
conocimiento de la vida del propio Cervantes. Es el caso de Rafael Osuna, quien
apoyándose en estas referencias internas, así como teniendo en cuenta también el
contexto histórico, postula la posibilidad de que los dos primeros libros pudieran haber
sido escritos como muy pronto en 1580. El libro tercero, entre 1606 y 1609, mientras
que el cuarto lo pudo ser meses antes de que el autor muriera. No podemos olvidar
que algún personaje responde a la realidad de su época y permite establecer
conjeturas sobre la fecha de elaboración del texto.
En opinión de Avalle-Arce, pudo haber empezado a escribirla en torno a 1599.
y antes de 1605 ya tenía los dos primeros libros. Mientras que los dos últimos los
habría escrito entre 1612 y 1616.
Carlos Romero, a partir de todas estas teorías, pone como fecha posible de
inicio de la redacción el año de 1596. Fue entonces cuando apareció la Filosofía
antigua poética de Alonso López Pinciano, que tan en cuenta tuvo Cervantes (Lozano
Renieblas, pp. 19-37).
Cervantes debió de sentir un especial atractivo por esta temática puesto que la
trata también en algunas de sus Novelas ejemplares como La española inglesa y El
amante liberal.
Aunque hoy se trate de una de las obras menos conocidas de Cervantes, lo
cierto es que sólo en 1617 fue publicada seis veces. En 1618 conoció otra edición
española y fue traducida en el mismo siglo XVII al francés, inglés e italiano, y en el
XVIII al portugués y al alemán.

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5. Bibliografía

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Henares, Centro de Estudios Cervantinos.
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