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Después del fin del “fin de la historia” nos encontramos, según Garcés, en un tiempo
póstumo. Ya no estamos en la condición posmoderna sino en un tiempo extra que es
también el tiempo de las prórrogas; como si de un partido de fútbol se tratara, es un tiempo
de descuento, de los minutos que restan. Una de las consecuencias de este cambio es la
sustitución del tiempo de la promesa por el tiempo de la amenaza, que cierra posibilidades
y formas de vida. Vivimos, en interdependencia global, bajo el signo de la catástrofe
(económica, ecológica, humanitaria). Lo que se produce, según Garcés, es una
desconexión entre el tiempo y la vida, que pone en cuestión la posibilidad de la práctica de
transformación de nuestras vidas y sus límites. Que el tiempo se acabe quiere decir que se
acaba el tiempo vivible, es decir, el tiempo en el que podemos intervenir sobre las
condiciones de vida, donde se inserta el límite de lo vivible.
La autora alerta que nos estamos acostumbrando a vivir el tiempo restando, bajo la
pregunta del “hasta cuándo”, a la vez pregunta por los límites de los recursos naturales y
del propio sistema que hace de la explotación y del crecimiento económico sus únicos
argumentos: ¿Hasta cuándo podremos usar sin freno el petróleo? ¿Hasta cuándo
aguantarán las burbujas (económicas, inmobiliarias…) sin estallar?
La propuesta de una ilustración radical pasa por el combate contra la credulidad (con la
ayuda de la crítica), por una crítica de la cultura (su desenmascaramiento como sistema de
sujeción política) y por volver a poner en el centro el debate sobre el estatuto de lo
humano (que involucra también un nuevo sentido de las humanidades y una pregunta
dirigida al corazón del humanismo: ¿puede el humanismo dejar de ser un imperialismo?).
Las humanidades, desde esta perspectiva, involucran a todas aquellas actividades con las
que "elaboramos el sentido de la experiencia humana y afirmamos su dignidad y libertad."
Se trataría, en el contexto de crisis actual, de asumir la tarea de redefinir los sentidos de la
emancipación. Al mismo tiempo, elaborar un sentido de la experiencia humana en el que
se tendría que evitar la dominación de unos modelos culturales sobre otros, escapando del
imperialismo que ha caracterizado tradicionalmente al humanismo. Finalmente, lejos de
evocar un pasado idílico ilustrado, la tarea del presente es "elaborar el sentido de la
temporalidad", es decir, una vez nos encontramos en un tiempo póstumo debemos
interrogarnos por las condiciones "compartidas, recíprocas, igualitarias" del tiempo vivible.
De este modo, Marina Garcés nos invita, en este nuevo ensayo, a seguir pensando la
dimensión común del mundo en el que habitamos y el sentido del tiempo por vivir.
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