Santo Tomás aconsejaba a sus discípulos que al iniciar cualquier estudio, comenzarán a
introducirse en el mar del conocimiento por los arrochuelos para poder sumergirse en lo profundo
del mar del conocimiento. Por tanto, será para nosotros un paradigma metodológico ir
descubriendo los prolegómenos y los elementos introductorios de lo que será el Derecho en la
Iglesia, para luego, basados en estas herramientas, poder acercarnos a su tradición jurídica desde
los mismos inicios de la misma.
El ser humano, por naturaleza, es un ser social y necesita establecer una serie de acuerdos para
poder convivir. El fin que persigue toda sociedad es alcanzar el bien común, por tal motivo los
seres humanos buscan códigos de relación comunes para alcanzar dicho fin.
En el campo civil se habla de relaciones personales, sociales y jurídicas. Las primeras giran en
torno a la relaciones interpersonales, las segundas buscan fines propios de las relaciones
ciudadanas, y las últimas pretenden establecer la justicia y tutelar los derechos individuales y
comunitarios en base a unas normas (leyes) establecidas por el Derecho Civil y algunas
derivadas de los usos comunitarios y costumbres que los ciudadanos han establecido sin
intervención de los estados, pero luego aprobadas por ellos.
Es importante saber el origen de estas relaciones jurídicas, su génesis y los fines que persiguen.
Las sociedades son originarias de estas leyes o derecho positivo y los seres humanos establecen
acuerdos para la convivencia en paz.
Ustedes, mis queridos hermanos, se preguntarán ¿para qué sirve el Derecho en la Iglesia?, ¿Quién
lo inventó? ¿Qué necesidad hay de un derecho en la Iglesia si ya tenemos unas normas provenientes
del Estado? ¿Cuál es su fin y su utilidad en un mundo que proclama la relativización de normas
generales y promueve el derecho particular por encima del social? ¿qué tiene que ver mi fe con
todo esto? ¿ qué beneficio le puede traer a nuestro pueblo agitado y preocupado por las necesidades
y problemas urgentes que debe atender unas normas estipuladas y ofrecidas por la Iglesia? Esto
reclama que debemos ubicar epistemológicamente el status ad quo de nuestro estudio. Ya quedaría
satisfecho de facilitarles la posibilidad de descubrir la utilidad y el bien que nos pueden procurar
una larga tradición de reflexión acerca de este punto.
En el caso de la Iglesia Pueblo de Dios también existe un Derecho Originario orientado al
establecimiento de las normas y leyes donde se tutelen los derechos individuales y se garantice la
justicia. De allí podemos citar una frase de Ulpiano, el gran jurista romano que definió de manera
amplia lo que entendía por justicia o lo que era para él un concepto similar: Iustitia es constans et
perpetua voluntas suum quique tribuere, que se traduce como la constante y perpetua voluntad de
dar a cada uno lo suyo.
No obstante, no es sólo la justicia y el bien común el fin último del derecho dentro de la Iglesia
sino también, y sobre todo, facilitar, garantizar, la Salvación de todos los seres humanos; y así lo
señala expresamente el canon 1752 de nuestro Código de Derecho Canónico.
Como lo señala un gran experto en derecho llamado José María Piñero: comprendemos un poquillo
que, siendo compañeros en el viaje de la historia, nos tenemos que poner de acuerdo los que
vivimos juntos si queremos entendernos mutuamente y ayudarnos los unos a los otros. En el siglo
de la prisa eso lo vemos más claro: un poco fastidian al conductor los semáforos abundantes, pero
él comprende que la ciudad sin semáforos sería un caos y lo imposible. La ley es el semáforo de
nuestra marcha. No avanza el carro por una luz roja o verde o deje de haberlo sino por el motor
que lo impulsa. El hombre no anda por la ley. Pero la necesita.
Y cito una vez más don José María Piñero: Porque si el ser humano es realmente libre, es más
libre todavía –si cabe- ante el misterio de su fe: esta fe nuestra que, mucho más y mucho antes
que aceptar frías verdades, que apenas me digan nada, es responderle sí a Dios que se declara en
amor, y aceptar y vivir ese sublime mensaje de amor en el mundo. ¿Habrá algún gobierno en el
mundo que se atreva a dar leyes de cómo enamorarse? Como reza aquel sabio pensamiento
filosófico que ustedes habrán meditado alguna vez: Primun vivere, deinde filosofare (primero
se debe vivir para luego filosofar).
Ya sabemos por sagrada escritura que el mismo Dios estableció una serie de mandamientos y
normas de vida por medio de los profetas para garantizar la relación con Él y entre los miembros
de su Pueblo (Ex 20, Dt 5). Por tal motivo, agradecemos profundamente que la Iglesia, después de
largos años, haya rescatado el concepto de Pueblo de Dios para establecer las relaciones entre sus
miembros no sólo desde la jerarquía sino desde la comunión y participación, tan proclamadas y
vividas por muchos de nuestros antecesores en nuestra querida América Latina (a saber Medellín,
Puebla, Santo Domingo y Aparecida).
La Palabra de Dios tiene un lugar preeminente en la Ley de la Iglesia. No se concibe que exista
un derecho eclesiástico o canónico en contraposición a los valores del Reino de Dios. Pero así
como avanza la teología y la historia es dinámica, la Iglesia debe aggiornarse, ponerse al día con
los nuevos tiempos que vivimos. Y lo que era en ocasiones un valor casi inmutable dentro de la
vida de la Iglesia, ha tenido que adecuarse a las nuevas circunstancias del tiempo y de la historia.
Les doy un ejemplo, en el anuncio del hoy san Juan XXIII previo a la apertura del Concilio
Vaticano II, manifestó al Pueblo de Dios que habían llegado nuevos tiempos, y que debíamos
purificarnos con los aires del mundo. Esto significó un giro coopernicano, que luego ahondaremos
en nuestro estudio, y era precisamente en el redescubrimiento que la Iglesia era Pueblo de Dios, y
su nueva imagen debería ser la Jesucristo Buen Samaritano. En la misma debían restituirse los
derechos de los laicos, se renovaba la Constitución propia de la Iglesia, se habrían nuevos campos
de participación de los fieles en la misma y sobre todo, se debía reestructurar y renovar el derecho
en la Iglesia a la luz de sus contenidos, que ya caduco debía proponerse en 1983, con la
promulgación de nuevo código de derecho canónico para todo el Pueblo Santo de Dios.
2. Una segunda interrogante sería: ¿qué relación hay entre la Ley de Dios y la ley de la
Iglesia?
Muchas veces se ha hablado del derecho divino positivo haciendo alusión a los mandamientos
de la ley de Dios. Por teología moral sabemos que en el ser humano existe la ley natural.
Precisamente lo que Cristo dejó dispuesto en los evangelios eso es la ley divina cristiana: son los
signos de la religión en que creemos. Son inmutables y eternos. La Palabra no varía en el tiempo
sino que adquiere nuevas formas de interpretación según cada tiempo y cada contexto
sociocultural. Aquí nace la misión de la Iglesia: hacer que el mensaje se traduzca en el hoy y en
el aquí de cada pueblo.
Pero a la vez son simples y sencillos de comprender: valen para todas las épocas y para todos
los pueblos. No pueden agotarse en una fórmula. La ley de la Iglesia reviste el mínimo ropaje que
necesita, para traducirlo a un lenguaje que lo haga más eficaz aquí y ahora.
Toda ley en la Iglesia es amor porque busca concretar lo que exige el amor en cada época y
en cada sociedad y comunidad de creyentes. En el derecho se habla de utilidad de la ley y de
vigencia, es decir, si una ley no es útil para el servicio de la sociedad y las circunstancias cambiaron
pierde fuerza de ley. Por ejemplo, ¿qué sentido tendría colocar una ley sobre el tránsito vehicular
donde no existen carros? Si en la sociedad existiese la primacía del amor estarían demás las leyes
y normas, en atención a la frase de San Pablo Amar es cumplir la ley entera. Recordemos la frase
Ubi caritas et amor ibi Deus est.
San Juan Pablo II lo asomaba cuando decía que sin amor la vida humana perdería su sentido y
el hombre caería en el caos total. Teresa de Calcuta decía que el amor duele, y ¿qué sentido tendría
dictar normas mundiales para eliminar el flagelo de la pobreza si no hay seres humanos que las
vivan ni las practiquen? Existe una suprema ley en la Iglesia, la que da vida a toda ley, la que
explica la existencia de una ley, pero más importante es que exista una comunidad que tenga la
capacidad de vivir y aceptar esa ley. Como fin último esa ley busca que los seres humanos, amados
por Dios sin medida, alcancen la eficacia de ese amor, el único que los puede salvar y los salva.
De tal forma que la Iglesia tiene las connotaciones de una sociedad y por tanto, se hace
necesaria la presencia de unas normas o leyes que regulen su vida. Es frecuente entre los
canonistas señalar que la Iglesia, en la medida que se muestra como sociedad, le es aplicable el
clásico adagio ubi societas ibi ius. Este aforismo es luminoso siempre que no se esgrima como
simple tópico. Podríamos deducir que sin realidad societaria, no hay Derecho puesto que la
existencia de situaciones intersubjetivas, de relaciones sociales, de grupo social es imprescindible
para adjudicarle el término jurídico.
También se podría decir que sin derecho tampoco hay sociedad porque lo que se fundamenta
en este aforismo es la simultaneidad entre Derecho y Sociedad. Dicen los profesores de EUNSA
que es el Derecho-en cuanto estructura ordenadora- quien es capaz de elevar a la categoría de
sociedad la simple coexistencia entre los hombres (EUNSA 52-53).
Por tanto, no resulta engorroso comprender que si la Iglesia se presenta como pueblo es porque
existen elementos jurídicos en la condición ontológica de sus miembros y en los vínculos que los
unen en cuya virtud quedan unidos en un mismo linaje o grupo social. Por consiguiente también
se puede aseverar la simultaneidad que debería existir entre la Iglesia y el Derecho.
Primera investigación:
Todo documento oficial de la Iglesia de rango universal debe ser promulgado. Existe uno en
el Derecho con el cual se oficializa y se le da fuerza de ley al nuevo código de derecho canónico
para toda la Iglesia. Es el promulgado por el Juan Pablo II el 25 de enero de 1983 (casi 25 años
después del anuncio dado por Juan XXIII de querer convocar un concilio y revisar el código
anterior, promulgado el año 1917). Me refiero a la Constitución Apostólica Sacrae Disciplinae
Leges, en la cual Juan Pablo II establece una relación directa entre el código y el Concilio
Vaticano II.
Código: Libro compuesto de rótulos, en su origen era una maceta de 24 folios de carta
comunidad de Egipto.
Posteriormente fue utilizado como una colección de leyes Codex Gregorianum y el
Hermogenianum.
Su característica predominante es la sistemática.
Hagamos una lectura de los cánones 4, 5 y 119 del CIC, cuyos contenidos expresan las
normas, leyes y costumbres universales que quedan revocadas una vez promulgado el CIC del
1983.
La edición de 1989 es la oficial de la Iglesia. Fue aprobado por la Pontificia Comisión para
la interpretación auténtica. Ya menciona las fuentes del CIC del 83. Éstas son: principalmente el
CV II y el CIC de 1917. No se puede traducir el código a las lenguas vernáculas sin el permiso de
la Santa Sede. EL órgano de publicación oficial de la S.S es AAS.
Con el motu proprio (m.p.) Cum Iuris Canonici, 15.09.1917, Benedicto XV instituye la
Pontificia Comisión para la interpretación del CIC, promulgado el 27.05.1917 por la Constitución
Apostólica (C.Apost) Providentissima Mater Eclesia. Esta comisión funcionó hasta la constitución
de la Pontificia Comisión para la revisión del CIC, nombrada por Juan XXIII el 28.03.1963. Con
el m.p. Recognitio Codice Iuris Canonici del 02.01.1984 Juan Pablo II instituye el Pontificio
Consejo para la interpretación auténtica del CIC.
Cabe destacar que existe un Código de Derecho Canónico para las Iglesias Orientales, y que
fue promulgado el 18.10.1990. En el mismo las Iglesias Orientales, que consideran al Papa como
el Patriarca de Occidente, no reconocen la jurisdicción universal del mismo. Es fue producto de
los cismas acaecidos en tiempos antiguos, en especial, el del 1054, que ustedes ya habrán
estudiado.
3. Criterios emanados de la Const. Ap. Sacrae Disciplinae Leges. (Cuento de Fray Luis de
León) No cabe duda que hubo intentos de regresión en el proceso (Vetera Sapientia).
a. El CIC 17 debía ser reformado: la Iglesia está en constante relación con el divino fundador.
De esto deriva que el derecho deba ser reformado continuamente según las nuevas
exigencias de la misión salvífica de la Iglesia. Por lo cual, se hace referencia directa al c.
1752 de nuestro CIC actual Salus animarum.
b. Fue un deseo constante de Juan XXIII, promotor de la revisión del código. Debe expresar
los lineamientos emanados por el CV II.
c. Posteriormente, Juan Pablo II subraya la naturaleza de la revisión: Esta colegialidad
responde perfectamente a la índole y al Magisterio del VC II. Además, señala que la Iglesia
es como un sacramento de Salvación, por tanto el código no es sólo sancionatorio sino y
sobre todo facilitador de la Salvación, en especial en la doctrina teológica renovada por
el VC II.
En el libro de José María Piñero podemos encontrar una breve historia del CIC, en las páginas
20 a la 21. Narra una tradición canónica desde los principios de la Iglesia, primero con los
Apóstoles y luego, con los Obispos, unas veces unidos con otros obispos en concilios ecuménicos
(págs. 44 a la 45) y otras veces solos con cada uno de los obispos de las diócesis, donde se
comenzaron a concretar las leyes y normas de la Iglesia. Señalamos como fecha importantísima el
año 1140, cuando el famoso monje Graciano, de Bolonia (Italia), compuso su Decreto, que es el
primer intento de una colección completa de textos legales de toda la Iglesia, llamada Concordia
Discordatium Canonum. Y luego con el que se considera padre del Derecho Canónico.
San Raimundo de Peñafort que, por encargo del Papa Gregorio IX, promulga la primera
colección oficial de leyes de la Iglesia el 5 de septiembre de 1234. Se conoce mundialmente con
el nombre de Decretales.
También en la Guía que les facilitaré aparece, en sus páginas 19 a la 24, la exposición del
desarrollo histórico del mismo. Otra fuente importante del decurso histórico es la explicación del
libro del CELAM, el derecho de la Iglesia, de Cenalmor, que desarrolla el tema en sus páginas 65
a la 79. También explica el desarrollo histórico del derecho el tomo I del libro de José María
Piñero, llamado La ley de la Iglesia, en sus páginas 43 a la 55.
Desde el punto de vista formal, el libro del código de 1983 (CIC 83) aparece más amplio que el
del CIC 17. De los 86 cánones del CIC 17 se ha pasado a los actuales 203 sobre las normas
generales en la Iglesia. La razón estriba en una especie de introducción general a todo el derecho
de la Iglesia latina. En este libro están contenidas las normas que permiten una segura lectura, su
correcta interpretación y justa aplicación de todo el derecho canónico. Todas las normas tienen un
valor jurídico vinculante. Su estructura no deja espacio a la ambigüedad interpretativa, además
goza de precisión conceptual, y esto es la clave para comprender, interpretar y aplicar todo el
derecho en la Iglesia. Cabe destacar que las normas no contemplan todos los casos posibles porque
el Derecho nunca agotará la vida de la Iglesia (ejemplo, el ataque del perro al guardia, la lesión de
los derechos de una persona en particular de una cultura, existencias de normas propias para una
Iglesia particular, la situación de corrientes contraceptivas para regular la demografía, etc.).
1. Cánones Introductorios :
Busquemos en nuestros códigos el esquema general de las normas generales en la Iglesia,
pero no si antes comenzar a clarificar una serie de conceptos importantes que nos servirán
como preámbulo para comprender el sentido de cada una de las normas.
a. Vamos a analizar los cánones del 1 al 6 del CIC 83. Valdría la pena resaltar que el sujeto
de todo el derecho es la Iglesia católica latina. Así lo expresa el c. 1. Que representa el
principio general en el cual se excluye de la obligación de observar estas normas a los fieles
cristianos que pertenecen a la Iglesia Católica Oriental. La filosofía y el derecho canónico
son claros: diversae leges, diversis gentibus et culturis. Otro elemento, es que jamás debe
aducirse este código como derecho supletorio de las demás Iglesias ni el código de las
demás iglesias a ésta, si no se dice expresamente.
b. El c. 2. Se le llama de derecho litúrgico.
Los ritos son gestos, las acciones, las palabras que se pronuncian en la celebración de la
liturgia. Las acciones litúrgicas se celebran mediante ritos. Por tanto, las leyes litúrgicas
son para las acciones más no para los ritos. Son leyes que se refieren a los ritos en sus
aspectos sustanciales, sea de modalidad celebrativa. Las normas relativas a la liturgia están
contenidas en los libros litúrgicos y en los otros libros emanados por la competente
autoridad eclesiástica.
Podemos precisar también que son litúrgicas en sentido estricto las normas que se refieren
al modo de celebrar (por ejemplo, está prohibido tener dos celebraciones simultáneas en el
mismo templo. Antes, existían los altares privados, hoy es una gracia especial que sólo
concede la Santa Sede a algunas Iglesias centenarias, como el vaticano).
Existen los convenios entre la Santa Sede y algunas naciones. Por ejemplo, el convenio
establecido en el año 1964 entre la SS y el estado venezolano (del cual les voy a pedir
una investigación: qué normas coaccionan a la Iglesia a actuar sin cierto margen de
libertad).
d. El c. 4 hace referencia a los derechos adquiridos y los privilegios. Por privilegio se entiende
en el léxico jurídico como una norma concedida por la SS para determinados casos, Iglesias
particulares propios de estas entidades. El nuevo código no abroga ni deroga estos
privilegios. Los mismos reúnen las siguientes características: han sido dados por la SS, no
han sido revocados por la autoridad competente, se hallan en uso habitual (en uso).
¿Qué significa abrogar y derogar? En sentido amplio la pérdida de la observancia de
una norma así como su fuerza vinculante
Derecho adquirido: es cualquier derecho subjetivo concedido por una ley positiva mediante un
acto jurídico. La diferencia con el derecho legal o concedido es que el primero no requiere de un
acto jurídico como causa, sino de un hecho, como por ejemplo, el nacimiento y el bautismo. La
edad, por ejemplo, es una condición para ejecutar un acto jurídico y por eso no puede ser
considerada como un derecho adquirido.
Privilegios: son particulares facultades concedidas por la autoridad competente a personas físicas
o jurídicas de tal manera que quedan autorizadas ejecutar determinados actos jurídicos que de
otra forma no podrían hacer. Para su permanencia en vigor debe existir el uso actual del mismo y
la no revocación del mismo.
Tipos de costumbres:
Secundum legem: cuando determinan el modo o los modos de cumplir lo establecido en la ley (el.
C.27 señala que la costumbre es el mejor intérprete de las leyes). Introducida como derecho
supltorio.
Preter legem (extralegales): Se entiende por éstas como las que van más allá de la ley imponiendo
alguna obligación o derecho no prescrito en la misma ley. Son las que regulan una nueva materia
o añaden algo no contemplado por las leyes. Debe ser razonable y conservada por treinta años
continuos y completos (c.26)
Epiqueya: Se entiende como la interpretación de las leyes desde la razón o ley natural, de tal
manera que si una ley va en contra de la condición humana o es inútil, se puede flexibilizar,
dispensar para un caso particular, etc.
Contra legem: Cuando son contrarias a lo establecido por alguna ley, y tienden a
sustituirla o derogarla.
Los requisitos son: 1. Aprobación del legislador (c.23), 2. Racionalidad: son irracionales
las que actúan contra el derecho divino y son reprobadas expresamente por el derecho, 3.
Comunidad capaz: el c. 25 dice al menos capaz de ser sujeto pasivo de la ley. 4. Ánimo o
intención de introducir derecho: convicción de que ese modo de actuar es justo, debe ser
respetado y aporta soluciones racionales a los problemas de la comunidad, 5. Plazos: el
c.26 establece que las secundum legem no estiman plazos determinados, la praeter legem
deben haber sido observadas durante 30 años, frente a las que el legislador prohíbe futuras
costumbres contrarias deben ser centenarias o inmemoriales (nadie recuerda su origen).
Condiciones para ser sujetos de obligación: a. haber sido bautizado en la Iglesia católica
o recibida en ella; b. tener uso de razón suficiente; c. haber cumplido 7 años de edad, salvo que
el derecho disponga expresamente otra cosa. Unos de los criterios es la territorialidad (leyes
territoriales) o dirigiéndose a él de forma inmediata, con independencia del lugar donde esté
(leyes personales). (Cf. C. 12-15) Esta relación implica sobre todo los vínculos de la profesión de
fe, de los sacramentos y del gobierno eclesiástico.
Los cc. 102-107 acumulan tres conceptos generales para definir la relación del
lugar de las personas en la Iglesia.
Ya sea el Domicilio o cuasidomicilio ya sea parroquial o al menos diocesano,
constituyen la sede jurídica de la persona: el lugar que la ley considera su centro
de actividad jurídica.
El domicilio real: se adquiere por la residencia en el territorio de una parroquia o
diócesis, que vaya unida a la intención de permanecer allí perpetuamente si nada
lo impide, o se haya prolongado al menos por 5 años.
El cuasidomicilio real: se adquiere por la residencia en ese lugar que vaya unida
a la intención de permanecer por lo menos 3 meses.
Uno y otro se pierden al ausentarse del lugar con la intención de no volver.
El domicilio o cuasidomicilio legales: son aquellos que establece el derecho con
independencia de la intención o el hecho de no residir; y se pierden al desaparecer
la circunstancia a la que estaba vinculada su adquisición (p.e. cc. 103 y 105).
Con relación al territorio, la persona se llama vecino allí donde tiene su
domicilio; forastero donde tiene su cuasidomicilio; transeúnte , si encuentra fuera
del domicilio o cuasidomicilio que aún conserva; y vago si no tiene ni domicilio
ni cuasidomicilio.
Existen unos factores que inciden en el estatuto jurídico de la persona física.
El concepto de persona física y los factores están contenidos en las páginas 101-
106 de Cenalmor. Estos son: comunión eclesiástica, sanciones, uso de razón y
edad, territorio, parentesco, consanguinidad, afinidad, parentesco, rito, estado o
condición canónica.
Los cánones donde se expresa la potestad de gobierno en general son los cánones
30 al 34 y 129 al 145.
La potestad de gobierno o de jurisdicción –como poder ejercido autoritativamente
por fines espirituales para con los fieles, al que éstos deben obediencia- es única y
los pastores de la Iglesia la reciben y mantienen en su unidad.
En el caso del canon 135 /1:
Dictando leyes que determinen, fundamenten y protejan los derechos subjetivos y tracen
las obligaciones de cada uno, disponiendo incluso de antemano de sanciones penales:
potestad legislativa ordinaria o penal.
Emitiendo sentencias y señalando obligaciones: potestad judicial contenciosa o penal.
Dictando disposiciones para la interpretación y la aplicación de las leyes y la ejecución de
sentencias, incluso penales y administrando los bienes temporales: ejecutiva o
administrativa, ordinaria o penal.
El canon 130 muestra que la potestad de gobierno se ejerce de suyo en el fuero externo. El
fuero interno se identifica con la conciencia, pero también interviene la Iglesia con su ejercicio
de la potestad de gobierno. Se refiere al ejercicio oculto o público de dicha potestad. Para lo
externo en cuanto son públicamente conocidos y demostrados en el mundo físico, si no pueden
ser demostrados por faltar las pruebas o no poder presentarlas se dice que actúa en fuero interno
o ámbito interno. Por ejemplo, cuando la Penitenciaria Apostólica dispensa de un impedimento
matrimonial, lo hace para el fuero interno, si se hace en el fuero interno no sacramental, debe
quedar asentado en un documento escrito que hay que conservar en el archivo secreto; por
ejemplo, en el caso de pederastía.
Sería bueno recordar qué significa potestad ordinaria y potestad delegada. Lo especifica el
canon 131/1,2.