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Mujeres indígenas y economía

urbana: el caso de Cuenca


durante la colonia
Jacques Poloni

TEXTO COMPLETO

1La mujer indígena en la historiografía andina se encontraba hasta hace poco a la sombra de su
cónyuge. Existen todavía pocos trabajos que enfocan el tema (Lavrin 1985, Levinsky 1987,
Silverblatt 1990) sin embargo, cada vez se le da mayor énfasis a su papel en la sociedad colonial. El
desarrollo de los estudios históricos sobre la mujer ha alcanzado el área andina. A la luz también
de su múltiple presencia y participación en la sociedad contemporánea, está ganando mayor
espacio no solamente en el quehacer social sino también en el científico. Y bien se pueden
trasladar, hasta cierto punto, estas preocupaciones actuales al pasado colonial.

 1 Sobre el tema de la participación indígena en el mercado colonial, ver Olivia Harris,


Brooke Larso (...)

2Aquí no se trata de presentar un cuadro completo del papel económico de la mujer indígena, sino
solamente de enfocar algunos elementos de su participación en los circuitos comerciales de una
economía colonial local, la de la ciudad de Cuenca1. Esta presencia, se vislumbra en los
mecanismos de intercambio —y secundariamente de producción— importados por los españoles.
Por razones ligadas a la casi ausencia de documentación para las décadas que siguieron a la
fundación de la ciudad de Cuenca en 1557, se enfocará sobre todo los siglos xvii y xviii, sin que, por
la misma causa, se pueda dar mayor énfasis a la cronología de esta participación.

¿EXISTE UN ESPACIO PARA LA MUJER EN LA ECONOMÍA COLONIAL?

3El sistema colonial se caracteriza por el afán de los grupos dominantes de obtener mano de obra
indígena. Tanto la encomienda como la mita eran modalidades para acceder a la misma (Stern
1986). El propio sistema del tributo cumplía esa función aunque de manera indirecta. El hecho de
que gran parte o la totalidad de éste debía pagarse en dinero, obligaba al indígena a buscar
numerario, vendiendo algunos excedentes de los que podía disponer o su propia fuerza de trabajo
(Assadourian 1982). De esta manera, las cargas fiscales que pesaban sobre el mundo indígena,
tenían como resultado integrarlo al sistema de la economía de mercado incipiente. Teóricamente,
la mujer estaba exenta de tales obligaciones, aunque la vemos acompañar a su marido en el
servicio de la mita en las minas y estar sujeta a trabajos por el hacendado (cuidado del ganado y
tareas domésticas, por ejemplo). Si bien no disponía completamente de su tiempo para desarrollar
otras actividades, tenía que participar en la búsqueda febril de dinero para hacer frente a las
obligaciones fiscales de la unidad doméstica. Y podemos plantear que era ella la que más
disponibilidad de tiempo tenía para tal propuesta.

 2 Vale mencionar, sin embargo, la importancia de las migraciones definitivas que


emprenden las mujer (...)

 3 Nos referimos aquí a las quejas de los indígenas contra los caciques a cuyo cargo era la
entrega d (...)

4A diferencia de lo que nos muestran los estudios de caso sobre las comunidades campesinas
actuales, durante la colonia la mujer era un actor social cuya movilidad era mucho más intensa.
Hoy es el hombre quien sale a la búsqueda de trabajos temporales, migraciones a veces de muy
larga distancia —ver por ejemplo la emigración de la población rural azuaya a Estados Unidos
(Cordero y Astudillo 1991). La mujer se queda en el pueblo, teniendo a su cargo el cuidado de la
chacra y del ganado familiar (Wachtel 1991)2. Al contrario, en épocas remotas, el hombre
encontraba dificultades para salir de sus obligaciones: ¡cuántos documentos nos muestran
mitayos que se quejaban ante las justicias coloniales que habían servido la mita durante uno, dos y
a veces diez años, sin haber podido dejar la hacienda, atrapados en la dependencia por las deudas
que debían reintegrar a su dueño! Además, la disminución de los “originarios” en las
comunidades, por la amplitud del forasterismo, hacía recargar con mayor frecuencia el turno de la
mita sobre los comuneros3. De esta manera la mujer tenía que suplir la ausencia del hombre tanto
para las necesidades del hogar como para hacer frente a las obligaciones de los tributarios. Por
estas razones, tenía un mayor margen de maniobra para actuar en el mercado y especialmente
urbano.

5Porque, ¿en qué otro lugar podía intervenir la mujer en la economía colonial sino en la ciudad y
su mercado? No solamente estaban ahí las oportunidades de obtener numerario sino también
había una demanda al por menor de productos de primera necesidad, la de los grupos hispánicos
de la sociedad colonial. En efecto, hasta principio del siglo xviii, la presencia de los blancos y aún
de los mestizos en los pueblos era todavía reducida. Así, la población indígena disponía de un
cierto grado de autonomía, y lo podía aprovechar para responder a las demandas en productos
agrícolas de la población urbana.

6El último elemento que se debe subrayar para plantear la posibilidad que la mujer sea
plenamente un actor económico en la sociedad colonial, es que la estructura agraria en los Andes
meridionales de la Audiencia de Quito, nunca alcanzó el nivel de las regiones centrales y
septentrionales. En efecto, el complejo “hacienda-obraje” no tuvo lugar en el Sur, y las haciendas
del corregimiento de Cuenca no llegaron a las extensiones que conocemos más al Norte (Tyrer
1988 y Rueda 1988). Salvo en las zonas de ganadería (sector de Alausí y de Cañar), los españoles
fueron medianos propietarios; en las zonas de agricultura comercial (producción de caña de
azúcar y de frutos en los valles, de Paute o de Girón por ejemplo), si bien la presión hacendataria
sobre la tierra fue intensa, despojando a los usufructuarios indígenas, no llegó sin embargo a
constituir grandes dominios. Esta relativa debilidad de los representantes locales de la sociedad
dominante ofreció reglas de juego más flexibles para dejar un espacio a las actividades que podían
desarrollar ciertos sectores de la sociedad indígena.

7Pero cuando se habla de mujeres indígenas, ¿de quién hablamos? Aquí vale la pena tomar en
cuenta el caso de los miembros de las dinastías cacicales. En el espacio del antiguo territorio
cañari, presenciamos el caso de mujeres caciques que, según se titulan, ejercían la autoridad. Sin
enfocar aquí el problema de las reglas de sucesión en los cacicazgos, estas mujeres podían tener
mayores oportunidades para intervenir en el mercado. Sin embargo, las que más aparecen en la
documentación, son las indígenas del común.

PRIMERO EL PEQUEÑO COMERCIO, LUEGO LA ACTIVIDAD ARTESANAL

 4 No queremos decir, por supuesto, que no existían tales actividades en los pueblos, sobre
todo la p (...)

8Al hablar del pequeño comercio y del artesanado, estamos enfocando casi exclusivamente a la
ciudad de Cuenca4. Aún para los pueblos más importantes como los de Alausí o Azogues, apenas
hemos encontrado algunas fugaces menciones de tales actividades, que no consideran el grupo
femenino de la población indígena. Pero en la capital del corregimiento, su papel parece ser
fundamental por lo menos en el sector comercial. Con estas vendedoras nos encontramos en el
nivel cotidiano del intercambio colonial, y es de insistir que la documentación es poco abundante
al respecto.

 5 anh/a, C. 114-247.

 6 Las regatonas eran vendedoras de sal, las yerbateras, de alfalfa; las latoneras ofrecían
artículos (...)

 7 anh/a, C. 112-668, fol. 5.

 8 Esta venta era presentada como ilegal por los pulperos. En 1721, se expresaban así: “en
muchas cas (...)

9El comercio que enfocamos aquí se ejercía en las plazas públicas así como en las calles principales
de la ciudad; en efecto, no existía en Cuenca un mercado como tal, a diferencia de lo que sabemos
para Potosí u Oruro (Burket 1985:137). Bajo muchos nombres encontramos las mujeres indígenas
en la Cuenca colonial. El Cabildo de Cuenca en su afán de poner orden al comercio en la ciudad y
deseoso de evitar las estafas, encargó a Domingo Tello de la Chica, regidor y fiel ejecutor de la
ciudad, de averiguar los pesos y medidas de los vendedores5. En las notificaciones que ordenó a
los comerciantes, el 31 de octubre de 1758, aparecen varias categorías de vendedoras. Se trata de
las “gateras”, las “regatonas”, las panaderas, las yerbateras, las fruteras, las “latoneras”, los —¿o
las?— “mercachifles de bandolas”, etc.6. A esta enumeración habría que añadir por lo menos a las
“chicheras”7, cuya bebida se destinaba más que todo a la clientela indígena y las vendedoras de
leña, producto que los habitantes de las aldeas cercanas a la ciudad de Cuenca traían a la plaza. Un
artículo cuya venta parece haber estado a cargo tanto de mujeres como de hombres era el
aguardiente alterado; se los llamaban los ”dardanarios”8. Estos sin embargo hacían comercio
tanto en la calle como en las tiendas ubicadas en “casas particulares”.

 9 Tenemos el caso de Catalina Yanachi que poseía tierras en Monay; a su domicilio venían
compradores (...)

10Si bien el mayor desarrollo de este pequeño comercio parecía efectuarse en las plazas y las
calles, no habría que limitarlo a la sola zona urbanizada. Por haber estado Cuenca rodeada de
terrenos de cultivo en los cuales los dueños se dedicaban a cultivar hortalizas y legumbres, hay
huellas de una venta directa del productor al consumidor9. La agricultura periurbana alimentaba
algunos flujos de comercio, y los indígenas participaban de ella, porque el comercio que
emprendían provenía de las pequeñas demasías que sus chacras podían producir.

 10 El protector de naturales a nombre de las gateras escribe: ”este refugio no lo hallaron


[los pobre (...)

 11 En el mismo sentido, añaden: “hallandose mis partes priuadas deste recurso vnico que
tenian en dha (...)

11de dar “agua por vino, licor de cabuia y loquera por aguardiente, con que los miserables de los
yndios pierden fácilmente sus vidas” (fol. 5v). Su defensa ofrecía también argumentos positivos,
presentando las ventajas de este “micro-comercio”. En primer lugar, “están en la plasa de la
mañana a la noche sin serrar las puertas como lo hasen dhos pulperos que vnos ban a jugar juegos
prohiuidos, y otros a sus paseos y diuertimientos” (fol. 5). En segundo lugar, otros clientes acudían
a ellas, los más pobres; a diferencia de los pulperos —según dicen—, venden “por quartillos”,
aceptan el trueque, fían con prendas, proveen “cuatro mercados” (pan, sal, ají y queso)10. En fin,
ponían de relieve su participación a la economía doméstica indígena cuya ”prosperidad“ era el
interés bien entendido de las autoridades; dicen: ”a gran costa de su solicitud, trauajo, y vigilansia,
acudan a sus maridos hijos, y parientes tributarios, a pagar los reales Tributos a su Magestad, y a
mantener, con algún alimento, en las mitas de las religiones, estancias, casas y hasiendas de los
Vesinos“ (fol. 5v)11. Allí se ve claramente cómo el tributo tuvo otro efecto, el de favorecer la
participación del sector femenino de la población indígena en el mercado. A pesar de su
argumentación, el tesorero de la Real Hacienda de Loja (de la cual dependía Cuenca en aquella
época) mandó, el 13 de noviembre de 1721:

que en ningún pretexto las gateras de esta dha ciudad vendan publicamente ni quartilleen, queso,
velas, rapaduras, tauaco, javon, ni en las calles por ninguna otra persona se benda, ni menudee
aguardiente, ni los xeneros mencionados... [que] se deuen uender en las tiendas publicas de
pulperias (fol. 9).

 12 anh/a, C. 114-966.

12El auto fue pregonado el 16 de noviembre por la voz de Miguel Tacuri. Sin embargo, como es
fácil suponer, tal fallo de la justicia quedó sin efecto frente a las necesidades... En efecto, en 1797,
los mercaderes “del portal de la casa del Señor Gobernador Intendente” depositaron de nuevo
una queja ante esta autoridad contra las vendedoras indígenas12:

Hemos experimentado que las yndias gateras que benden pan en dhos portales, se exceden
tambien a bender las especies que no les tocan como son jabon espeserias, arina, y liensos (...) en
grabisimo perjuicio de nuestras ventas. (...) Experimentamos que las yndias que llaman latoneras
benden toda merseria, sintas, franjas, y otras cosas de las mismas especies que nosotros tenemos
(fol. 1).

 13 En este último caso, plantearía el problema del pago o no de la alcabala por parte de
los indígena (...)

13La reivindicación de los mercaderes sugiere impedir que las indígenas vendan otra cosa que pan
y frutas. De esta manera se puede apreciar en aquella época (pero anteriormente con seguridad)
que su actividad mercantil se extendía más allá de la simple oferta de algunos excedentes
agrícolas. Desgraciadamente, la fuente no especifica por ejemplo si los artículos textiles vendidos
por ellas eran “productos de la tierra” o “de Castilla”13.

14De los dos documentos analizados, se desprende que este “comercio informal” antes de que
existiera el concepto, representaba una clara competencia para los dueños españoles y mestizos
de las pulperías de Cuenca que pagaban 30 pesos de arriendo anual. Así se aprecia el dinamismo
de las vendedoras indígenas, más allá de lo que ellas mismas decían (sus clientes no eran
solamente los más pobres); y no existían dos circuitos de venta, uno para los españoles y otro para
los indígenas. Estas “gateras” y sus comparsas, a la vez que cubrían la demanda en productos de
primera necesidad, cumplían un papel esencial para la vida de la ciudad, mostrandó así su
significativa integración a la economía colonial urbana.

 14 Cabe indicar que de toda la documentación que hemos estudiado hasta ahora, es la
única mención enc (...)

 15 anh/a, C. 130-976.

15La actividad comercial de la mujer indígena no estaba, sin embargo, solamente expuesta a la
persecución judicial de los pulperos. ¡Sufrían otras exacciones! En 1809, algunas indias de San
Sebastián que se titulan “mindalas de esta plaza”14 se quejaron ante el Intendente Ayme-rich de
que “todos los días reciben golpes, insultos, y robos de los negros compradores, queriendo se les
de por un real lo que vale dos”15. Mayor gravedad podían representar para su actividad mercantil
los atropellos que recibían en los caminos cercanos a Cuenca. En efecto, estaban agredidas por
españoles y mestizos que les obligaban a que les vendieran los productos que traían, y a bajo
precio.

 16 anh/a, C. 78-565.

16Por encima de esa venta en calles y plazas de Cuenca está la participación de las mujeres
indígenas en las pequeñas empresas comerciales que eran las tiendas. Ahí sus actividades se
desarrollaban a veces al lado del esposo o de los familiares. En 1650, María Guayanchug, cacica de
Sigsig, exigía a su cuñada, viuda de Francisco Badillo, el pago de una deuda de cien pesos16. Este
préstamo era para comprar novillos y llevarlos a Cuenca desde Riobamba donde residía esta
cacica. En su queja, acusa a su hermano de haberse quedado con la plata y de haber instalado
”tienda de tratante y mercader en la dha uilla“ (de Riobamba) dedicándose al comercio de ganado
y de “ropa de Quito”. Luego se casó en Cuenca, y puso también “una pulpería en una tienda de
Gerónimo (...) y después en otra de Elena María esquina del conuento del Señor San Agustín”.

 17 anh/a, Gob. Adm., L. 6, fols. 120-134.

 18 Con esas cifras, estamos muy lejos de la situación que describía Alonso del Castillo de
Herrera en (...)

 19 Con ese procedimiento, no se obtiene la identidad de los dueños de las tiendas, sino la
de los “oc (...)

 20 Los españoles y, en menor escala, los mestizos, podían residir en otro barrio o en los
cuartos de (...)

 21 En 1575, había 922 mujeres indígenas en el cercado de Lima y 645 hombres según el
censo de Toledo; (...)

 22 Siendo estas mujeres “ocupantes de tiendas”, habría que añadir las vendedoras
residentes en San Se (...)

17El caso de la parroquia de San Sebastián, más de un siglo después, es más significativo todavía.
En el censo del Intendente Vallejo en 1778, se conserva la numeración de la población de este
barrio casa por casa (cuadro l)17. Ahora bien, se indica que en las 534 casas censadas, se
registraron 405 tiendas18. Así, las tres cuartas partes de ellas albergaban un puesto de venta que
servía a la vez de lugar de residencia; y si 107 están indicadas como “vacías”, esto no significaba
por lo tanto que no servían para el despacho de productos. De esta manera queda clara la
importancia de la función comercial en la ciudad, y la presencia generalizada de las tiendas a lo
largo de las calles de los barrios de Cuenca. Si bien la fuente no indica el tipo de estos tenderetes,
hemos tratado de precisar la identidad de los ocupantes de las tiendas. El censo reparte la
población entre españoles, mestizos, indios, pardos y negros esclavos, pardos y negros libres;
subdivide cada grupo en hombres y mujeres casados, en hombres y mujeres solteros,
respectivamente. Para el cálculo, hemos decidido apuntar el “primer ocupante” que aparece,
siguiendo la misma jerarquía racial y civil del documento19. De esa manera, tenemos 115 indios
como primeros ocupantes de tienda, lo que corresponde casi al 40% del total (cuadro 2) de los
tenderos, cuando representaban solamente el 23% del total de la población del barrio de San
Sebastián. Esta diferencia se debe fundamentalmente a que muy raros eran los blancos que vivían
en las tiendas20. La cifra, la consideramos como un índice de la participación indígena en el
pequeño comercio urbano, aún si es de suponer que no todos los miembros de la familia se
dedicaban a esa actividad. Considerando ahora solamente el grupo de los indios (cuadro 3), la
oposición de género no parece evidente: 61 hombres por 54 mujeres. Pero hay que pensar que
casi todos los “hombres casados” de San Sebastián vivían con sus esposas, cuando todas las
“mujeres casadas” que eran “primeras ocupantes” de tiendas eran a la par jefe de hogar, por estar
ausente su marido. La diferencia entre solteros y solteras —en favor de las segundas—, sí es clara;
eso muestra la importancia del grupo de las mujeres, y de las mujeres solas, en las ciudades
coloniales21. Así, sumando las categorías “mujeres casadas”, “mujeres solteras” a las esposas de
los “hombres casados”, se puede tener una idea de la importancia del grupo de las vendedoras
indígenas22 en Cuenca colonial de finales del siglo xviii. Aún si el documento no lo menciona
específicamente, se puede afirmar sin riesgo de equivocarse que las indígenas eran muy activas
como comerciantes en este barrio, al lado de españolas y mestizas.

Cuadro 1. Población de San Sebastián en 1778

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Fuente: ANH/A, Gob. Adm., Lib. 6

Cuadro 2. “Primeros ocupantes“ de las tiendas de San Sebastián en 1778


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Fuente: ANH/A, Gob. Adm., Lib. 6

Cuadro 3. “Primeros ocupantes” indígenas de las tiendas de San Sebastián en 1778

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Fuente: ANH/A, Gob. Adm., Lib. 6

 23 Sobre los arrieros, ver Luis Miguel Glave (1983 y 1985).


 24 anh/a, C. 78-728, fol. 1.

18Finalmente hay que mencionar la eventual presencia de mujeres indígenas en el sistema de los
arrieros23. Tenemos algunos pocos casos de contratos de fletamientos realizados por ellas. En
1645, aparece una indígena, Elvira Macas, que fletó durante tres años un “macho” y una mula por
un valor de treinta pesos24. Esta comerciaba en las rutas tradicionales de los intercambios de los
mercaderes de Cuenca: Loja y Zaruma al Sur, Riobamba al Norte y el puerto de Bola hacia la costa.
Si bien es el único ejemplo evidente de tal participación, no se puede dejar de lado el uso
comercial de las recuas de muías o yeguas de carga —o simplemente las pocas cabezas—que
poseían las mujeres indígenas en su patrimonio personal.

 25 anh/a, Not. 3, L. 520, fol. 21 y L. 523, fol. 420.

 26 anh/a, C. 1 12-298.

19La información sobre la presencia de la mujer indígena en actividades de tipo artesanal es


todavía más escasa que para el comercio. En efecto, la gran mayoría de las profesiones artesanales
repertoriadas eran masculinas. Aún actividades como la fabricación de cerámica o la trenza de
sombreros conciernen solamente a los hombres, cuando estas actividades aparecen como
“profesión”. De todas las menciones de artesanos indígenas que aparecen por ejemplo en las
escrituras notariales, sólo hemos podido encontrar una pintora —Juana, en 1670— y una ollera —
Magdalena, en 168025. La actividad de mayor relieve donde estaban presentes las mujeres era la
fabricación de velas. Al respecto, el caso de Magdalena Xara es el más espectacular. Se trata de un
juicio entre su albacea testamentaria y sus acreedores, priostes y mayordomos de nada menos
que 18 cofradías26; éstos habían entregado cera a la difunta para hacer velas y cirios, fabricación
que quedó inconclusa, por lo cual reclamaron la devolución de la materia prima o el pago de los
pedidos.

 27 anh/a, C. 93-533.

20Sin embargo, un documento aislado —pero tardío— puede brindar una información que no
cuadra con el esquema propuesto. En 1804, Antonio Curillo indicó que había heredado de su
madre dos hornos para hacer tejas en el lugar dicho “El Tejar”, en el sector de San Sebastián27. A
la fecha, intentó un juicio contra Micaela Rondan, india, que “ha estado aprouechando (...) el
espacio de ueinte años de sus respectiuos alquileres, que en cada hornada, pahan por el uno a dos
reales y por el otro a un real”. Pero el caso es demasiado excepcional para hablar de una presencia
femenina en esa rama de la actividad artesanal.

 28 anh/a, C. 116-982, fol. 16.

21Más bien se la puede imaginar al lado de su esposo atendiendo a la clientela en estas


profesiones en la intersección entre el artesanado y el comercio: zapatería, sastrería, sombrerería,
etc. Y en el esfuerzo por mantener ese estatus social que diferenciaba a los artesanos indígenas
del común de indios, activa estaba la mujer para que los descendientes ocuparan puestos
similares. Dentro de un conflicto de tierras y de la probanza de una de las partes, un testigo nos
enseña cómo Catalina Juncal había enviado a su hijo Pedro Quito para que aprendiera el oficio de
pintor en la ciudad de Quito28.

 29 En 1767, el alcalde ordinario de Cuenca, Manuel Isidro Crespo escribe: “en la juridicion
de dho pu (...)

 30 anh/q, Diezmos, C. 4, 15-IV-1741.

22El último sector donde se espera una presencia de las mujeres indígenas es el de la producción
de tejidos. Si bien el corregimiento de Cuenca no fue un centro importante, se trabajaba la lana
para la fabricación de bayetas; más todavía, en el siglo xviii, Cuenca se convirtió en una
significativa región de producción para los tocuyos que se exportaba hacia Lima via Loja y Piura
(Palomeque 1979)29. Sin embargo, con ese tema nos alejamos de la ciudad a pesar de su
importancia para las economías domésticas indígenas. Además, si la producción de textiles no
estaba ausente de la ciudad, era fundamentalmente una actividad rural. En 1741, los caciques a
nombre de los indios del pueblo de Gima manifiestan: “los pobres yndios e yndias tienen sus
obejas para de las lanas ylar y vestirse hasiendo sus uayetas o para paga de sus tributos y otras
pensiones que tienen agenas”30.

LOGROS Y LÍMITES DE LA PARTICIPACIÓN INDÍGENA FEMENINA

23Después de este panorama muy impresionista por las lagunas de la documentación, quedaría
por hacer un balance de la participación de las mujeres indígenas en la economía colonial urbana
en Cuenca. ¿Lograron o no su integración? ¿Estas pequeñas actividades eran absorbidas por las
cargas fiscales del hogar o les permitieron “acumular” ciertos bienes? ¿Llegaron a constituir una
categoría con un cierto grado de autonomía tanto frente a la sociedad dominante como frente a
los otros estratos sociales indígenas? Para tratar de responder a estas preguntas, analizaremos dos
materiales: las escrituras de compra-venta de tierras y los testamentos.

 31 Esta encuesta se basa en los libros de la Notaría tercera conservados en el anh/a.


Comprende 94 li (...)

 32 Sólo en ese total se incluye también los contratos realizados por el grupo
denominado mestizos en (...)

24Los registros notariales son una valiosa fuente para el conocimiento de las sociedades; y, dentro
de las oficinas de los escribanos coloniales, se hacían presentes también los indígenas. Aparecían
sobre todo en el marco de transacciones comerciales sobre bienes prediales e inmobiliarios.
Hemos procedido a una encuesta que cubre el período 1592-169931. De esta manera, obtuvimos
un total de 1118 contratos32, sea de compra, sea de venta de tierra que conciernen unos 1434
contratantes indígenas. Ahora, ¿cuál era la presencia de las mujeres en ese tipo de transacciones?
A lo largo del siglo, eran 598, lo que representa el 41,7% del total. Un porcentaje semejante se
aprecia tanto cuando eran “vendedoras” de tierras como cuando eran “compradoras” (cuadro 4).
Cuadro 4. Las mujeres indígenas a través de los contratos de compra -venta de tierra en el
siglo xvii

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25El conjunto de los contratos de compra- venta delimita una cronología de la participación
indígena al mercado de la tierra en el siglo xvii, dividiéndose éste en cuatro períodos. De 1592 a
1620, la curva de las transacciones indígenas vacila, con alzas y bajas de corta duración; de 1621 a
1639 el número de las actas crece cuando entre 1640 y 1661 decrece; en fin, a partir de 1662, se
registra una nueva fase de fuerte incremento. En ese tipo de transacciones, la proporción de
mujeres osciló entre el 28,6% para las primeras décadas y el 54,6% para las de la vuelta del siglo. El
período de mayor presencia femenina (1640-1660), correspondió entonces a una fase de
retroceso indígena del mercado de la tierra, lo que podría indicar su mayor capacidad de resistir a
las presiones de la coyuntura. Una originalidad puede notarse: mientras para el conjunto de la
población indígena, los compradores de tierras eran siempre más numerosos que los vendedores,
tal fenómeno no aparece en las mujeres, como si para ellas los bienes circularan más fácilmente.

26El mayor número de estas mujeres aparecen como “casadas”, sin embargo eran ellas quienes
operaban delante del notario, como si tuvieran cierta independencia económica para actuar en los
marcos de la economía colonial. A pesar de que la fuente es poco precisa en cuanto al estado civil
de los contratantes, se puede notar que el 28,1% eran viudas cuando casi todos los hombres eran
casados. Se desprende así una vez más la situación de mayor “soledad” —antes y después del
matrimonio— del grupo femenino, en la ciudad más que todo. Y bien se puede decir a través de
estos contratos que el número de las mujeres estaba sobre-representado en Cuenca: el 31,6% de
ellas eran oriundas de la ciudad misma, mientras solamente el 24,5% de los hombres lo eran.
Además, su “integración” a la economía urbana era mayor, puesto que los tres cuartos de los
bienes que compraban se localizaban en los barrios o en las afueras inmediatas a Cuenca mientras,
para los hombres, esta orientación urbana de las compras superaba apenas el 60%.

27De esta rápida presentación de la relación entre mujeres indígenas y la ciudad de Cuenca, se
confirma su presencia y se aprecian sus intereses en el mercado de los solares y casas urbanas.
¿Qué quiere decir sino que las pequeñas ganancias que, día tras día, acumulaban con su labor, las
invertían en bienes raíces? De los reales que obtenían con las menudencias que vendían, con los
artículos que fabricaban, lograban juntar las decenas de pesos que costaba un solar en la Cuenca
del siglo xvii.

 33 Estamos, sin embargo, lejos de las cifras que indica Elinor Burkett para Arequipa en el
siglo xvi: (...)

 34 Queda pendiente sin embargo la pregunta de saber hasta qué punto la práctica
testamentaria traduce (...)

28Esas laboriosas y magras acumulaciones por parte de las mujeres indígenas del tiempo de la
Colonia, se ven también a través de los testamentos. ¡Esa práctica no era únicamente el infantazgo
de los grupos pudientes de la sociedad cuencana! Numerosos indígenas testaban aun cuando su
patrimonio se reducía casi a una pequeña chacra y a la casa de su morada. Y allí, encontramos a las
mujeres33. No se trata aquí de presentar un análisis detallado de los testamentos de mujeres, sino
solamente de indicar algunos rasgos que los pueden caracterizar34.

29La mayoría de los testamentos que hemos encontrado en los libros notariales o en los
documentos sueltos del Archivo Nacional de Historia-Sección Azuay, conciernen a mujeres que
eran oriundas de los pueblos del corregimiento de Cuenca pero que residían en la ciudad. Muchas
eran viudas, lo que hace pensar que la práctica testamentaria servía para asegurar las sucesiones,
sobre todo cuando tenían bienes propios que habían recibido en dotes. En efecto, la práctica de
las dotes en el medio indígena no era desconocida aunque sólo se capta a través de las
declaraciones de las testadoras. Si bien nunca indicaban la “profesión” que habían podido ejercer,
volvemos a encontrar el patrimonio predial e inmobiliario que poseían tanto en la ciudad como en
el campo. Más interesante parece ser la presencia de las indias —o por lo menos de algunas— en
las relaciones monetarias en el contexto colonial de escasez de numerario. Tenían deudas y
créditos con otros indígenas y con españoles. Hasta podían ser proveedoras de dinero para ciertos
sectores de la sociedad indígena por su acceso al mercado y, de allí, al circulante.

 35 Otro aspecto de ese papel de mediador entre las “dos sociedades” es la presencia de la
mujer en la (...)

30A partir del estudio de los patrimonios muebles, surgen algunas interrogaciones. Se notan
grandes diferencias en cuanto al tipo de la vestimenta (nativa o española), a la riqueza de la vajilla
(cubiertos de plata), a la cualidad de los tejidos de la ropa de cama (“de la tierra” o importada), a
las características de los muebles (taburetes o sillones forrados) y, por fin, al número y variedad de
las joyerías (naturaleza del metal, adornos de chaquiras o de esmeraldas). Dos preguntas pueden
plantearse a raíz de estos inventarios. Primero, ¿hasta qué grado se acercaban al “modelo” que
podían representar las mujeres españolas y mestizas? De hecho, si vimos a la mujer indígena más
presente en la ciudad que el hombre, cabe enfocarla también como un agente del mestizaje35.
Segundo, ¿hasta qué punto los patrimonios traducían diferencias sociales entre sí? Aún tomando
en cuenta las limitaciones de la fuente, los testamentos muestran una diversidad muy marcada de
los niveles de riqueza.
 36 En 1684, los caciques “de las cinco leguas desta ciudad de Cuenca” se quejaron ante el
corregidor (...)

 37 cf. por ejemplo anh/a, C. 112-310, queja de los Indios forasteros de la ciudad de Cuenca
del 23 de (...)

 38 Tal es el caso por ejemplo de Magdalena Zuchud, india de Azogues que pidió en 1670 el
amparo de un (...)

 39 anh/a, C. 115-671; queja fechada del 4- xii-1800.

31El cuadro de la participación de las mujeres indígenas parece alentador, sin embargo no hay que
hermosearlo demasiado... Porque, ¿de cuántas mujeres estamos hablando? Si bien nos
encontramos frente a la imposibilidad de medir el fenómeno por ausencia de censos de tipo socio-
profesional, queda pendiente la pregunta. En efecto, al lado de algunas mujeres que lograron
conquistar un sitio en la economía colonial de manera relativamente ventajosa, ¿cuántas otras se
hundían con sus familias en los lazos de dependencia dentro de las haciendas a través del sistema
del concertaje? Aún en la propia ciudad, el servicio doméstico estaba allí para sujetarlas (Glave
1987). El fenómeno de los servicios domésticos que vemos funcionar en Cuenca afectaba tanto al
hombre como a la mujer, a diferencia de La Paz de 1684: era una modalidad del servicio de la
mita36; era el derecho que tenían los curas al servicio mensual de pongos y guasicamas; este
derecho se lo atribuían también los vecinos indebidamente, cuando estaba prohibido por auto de
1684 proveído por el presidente de la Real Audiencia Don Lope Antonio de Munive37. La
domesticidad femenina se ve de manera más indirecta a través, por ejemplo, de las donaciones de
tierra que recibían las indígenas de sus amas en-retribución de sus servicios personales38. En los
testamentos de españoles, aparece ese tipo de donación como una forma de cancelar la deuda
que tenían con sus domésticos; una cuadra, medio solar por los años de trabajo... Mal se conoce la
condición de esas indígenas; no se tiene contratos de empleo como los que menciona Elinor
Burkett para Arequipa (1985: 135). Además, cuántos casos existen como el de María Guarisela
quien se dedica “desde su puerilidad (tiene más de 25 años) a andar en barias casas estrañas por
uer si con mi seruicio me fomentaba” y huía de varias casas por los maltratos que recibía39. La
domesticidad como forma de explotación, como modalidad de dependencia, y la casa del amo
como lugar de violencias privadas...

32Sin embargo, el servicio doméstico podía convertirse en otra manera de escapar al destino de
exclusión que pesaba sobre el indígena. Trabajar en casa del español, en la ciudad, permitía
acceder a ciertos elementos de la cultura dominante que podían ser aprovechados para fines
personales: un mejor acceso al idioma, conocimientos del funcionamiento socio-jurídico de la
sociedad dominante, etc. De esta manera, aparece la diversidad de las situaciones sociales de las
mujeres indígenas en la ciudad, con la peculiaridad de sus mayores oportunidades de manejo, a
diferencia de los grupos masculinos.

33De este bosquejo del papel de la mujer indígena en la economía urbana de Cuenca, se
desprende esa “visión distinta” de la cual habla Elinor Burkett (1985: 152). A pesar de la relativa
escasez de documentación, se puede ver a la mujer indígena, activa en los circuitos comerciales de
la ciudad, presente en algunas ramas de la artesanía; dinámica en el mercado incipiente de la
tierra, especialmente en la ciudad misma; participando del sistema de créditos en el marco de la
falta de numerario. Si bien muchas indígenas vivían en la sujeción de los hacendados y de las
amas, podemos decir sin embargo que éstos constituían uno de los sectores de la población nativa
que escapaba al modelo tradicional unívoco de dominación sobre la sociedad indígena: su
quehacer concurría a los procesos de diferenciación social interna y favorecía el mestizaje, desde
abajo, de ciertos sectores indígenas. La línea de fractura “racial” no alcanzaba a ocultar otras, de
tipo socio-cultural.

Abreviaturas

34ANH/A: Archivo Nacional de Historia - Sección Azuay

35ANH/Q: Archivo Nacional de Historia-Quito

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NOTAS

1 Sobre el tema de la participación indígena en el mercado colonial, ver Olivia Harris, Brooke
Larson y Enrique Tandeter (1987).

2 Vale mencionar, sin embargo, la importancia de las migraciones definitivas que emprenden las
mujeres a veces desde muy jóvenes para ocupar trabajos en la ciudad, por ejemplo, como
domésticas (Arizpe).

3 Nos referimos aquí a las quejas de los indígenas contra los caciques a cuyo cargo era la entrega
de los mitayos, y a la lucha de las autoridades indígenas para obtener que el contingente de
mitayos se base en el quinto de la población “útil y presente”; sobre el problema de los forasteros,
ver Nicolás Sánchez-Albornoz (1978).

4 No queremos decir, por supuesto, que no existían tales actividades en los pueblos, sobre todo la
producción de tejidos; si bien no hay que separar ciudad y campo, enfocar éste sale de nuestro
propósito.

5 anh/a, C. 114-247.
6 Las regatonas eran vendedoras de sal, las yerbateras, de alfalfa; las latoneras ofrecían artículos
de mercería. Un documento de 1721 (anh/a, C. 94-210) presenta las “gate

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