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Elección Divina 1

Textos extraídos de: “TEOLOGÍA SISTEMÁTICA” por LEWIS SPERRY CHAFER

“No me elegisteis vosotros a Mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os


he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca;
para que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, Él os lo dé”.
Juan 15:16

Aunque la doctrina de la elección divina presenta dificultades que son insolubles para la mente
finita, el hecho de la selección divina no está limitado a que Dios escoja para la gloria eterna a
algunos de entre muchos; es algo que puede observarse en cualquier parte del Universo. La
variedad existe en toda la creación de Dios: hay clasificaciones entre los ángeles; se dice que una
estrella difiere de otra en gloria; los hombres no nacen de la misma raza, con las mismas ventajas,
ni con las mismas habilidades congénitas. Estas variaciones en las condiciones humanas no se
deben a una mayor o menor eficacia del libre albedrío humano, puesto que los hombres no
escogen su raza, ni sus condiciones de vida, ni si ha de ser en un país civilizado o primitivo, ni
escogen tampoco sus dones naturales.
Por otra parte, es algo claramente manifiesto para todos cuantos reciben la revelación, que la
actitud de Dios para con toda la familia humana es de compasión infinita y de amor ilimitado y
sacrificado. Aunque los dos hechos revelados –la elección divina y la universalidad del amor
divino– parecen incompatibles en la esfera del humano entender, aquí, como en cualquier otro
campo, el modo de honrar a Dios es creer y descansar en Él. Por consiguiente, ¡a Dios sea toda la
gloria! ¡Y a Él se preste consideración en primer lugar! Aquellos sistemas del pensamiento religioso
que exigen que la doctrina de Dios se acomode a la noción de supremacía del hombre, que
empiezan por el hombre, defienden al hombre y glorifican al hombre, son fundamentalmente
falsos y, por tanto, producen un error que deshonra a Dios. El orden de la verdad está establecido
para siempre en la primera frase de la Biblia, “En el principio Dios”. Él es quien planeó, quien
ejecuta y quien llevará a cabo con perfección infinita todo cuanto se ha propuesto. Nunca será
derrotado o quedará decepcionado. El verdadero sistema del pensamiento religioso comienza
por Dios, defiende a Dios y glorifica a Dios; y la criatura ha de acomodarse al plan y al designio del
Creador. La caída del hombre es la única causa de la malicia del corazón que resiste a la
supremacía divina.
Habiendo declarado que el creyente es bendito “con toda bendición espiritual en los lugares
celestiales en Cristo” (Efesios 1:3), el Apóstol pasa a enumerar algunas de estas inmensas
posesiones y posiciones en Cristo; ¿y qué cosa hay más puesta en orden que el que la
contemplación del modo de obrar de Dios con los hombres comience por una declaración de
la soberanía de Dios en la elección? Cuanto Dios otorga a Sus criaturas debe necesariamente ser
absoluto en Su naturaleza. Lo único que descubre en el hombre caído es un objeto de Su gracia
sobreabundante.
El primer hombre, Adán, estaba ante Dios sobre la base de una perfección natural, siendo el
auténtico paradigma del designio creador de Dios; pero Adán cayó del estado de perfección
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natural, y desde entonces, tanto para él como para su descendencia, sólo la gracia de la
regeneración pudo presentar dignamente ante Dios a cualquier ser humano. Dios no está atado
por ninguna obligación en el ejercicio de Su gracia. Puede escoger, como lo hace, a quienes
quiere, puesto que ni ve ni prevé en el hombre cosa alguna buena que pueda ser base o motivo
para Sus bendiciones. Todo cuanto de bueno pueda encontrarse en el hombre redimido es
obrado en él por la gracia de Dios. Es designio de Dios para aquellos que Él escoge que sean
“santos y sin mancha delante de Él”; pero éste es un resultado operado por la gracia de Dios,
nunca por el hombre mismo.
Ciertamente, el hombre no ha escogido a Dios, y Cristo lo enfatizó al decir: “No me elegisteis
vosotros a Mí, sino que yo os elegí a vosotros”. Incluso el primer hombre, antes de la caída y
totalmente libre para escoger, no escogió a Dios; ¡cuánto más cierto es que el hombre caído no
escogerá por sí mismo a Dios! Por consiguiente, la provisión de la base de la redención no es
suficiente en sí misma; la voluntad pervertida del hombre necesita ser cambiada por Dios.
El corazón no regenerado ha de ser hecho inclinado a querer, así como transformado en su
carácter esencial.
Todo esto lo emprende y lo realiza Dios en Su gracia soberana: elige, llama, inclina el corazón,
redime, regenera, preserva y presenta sin mancha ante Su gloria a los que son objeto de Su gracia
soberana. Por otra parte, emplea los medios adecuados para la realización de Su designio. Del
lado divino, las terribles exigencias del pecado deben ser satisfechas por el sacrificio de Su Hijo
Unigénito; no es bastante que el pecado sea declarado abominable, sino que es preciso que su
maldición sea llevada por el Cordero de Dios, que la voluntad del hombre sea convertida, que la
regeneración sea operada por el Espíritu Santo, y que toda bendición espiritual y celestial sea
garantizada por la provisión de una unión real con Cristo.
Del lado humano, cuando la oposición del hombre contra Dios ha sido quebrantada divinamente,
entonces él cree para salvación de su persona. Tan exigentes y reales son todos los medios divinos
empleados para la salvación de los hombres perdidos, que se requiere del hombre el que crea
y elija así ser salvo por la gracia de Dios, tanto como el que llegue a realizarse por él en la cruz del
Calvario una redención efectiva.
En el terreno de la experiencia humana, el hombre es consciente solamente de su poder de
escoger o rechazar la salvación que es en Cristo; y, a causa de la realidad de esta elección humana,
es salvo o se pierde de acuerdo con su fe o incredulidad en Cristo como su Salvador.
Aunque en la doctrina de la elección divina hay muchísimo que trasciende las limitaciones del
finito entender, es verdad que el hombre no origina nada -ni siquiera el pecado, puesto que el
pecado comenzó en los ángeles-. Es Dios quien ha escogido a Sus elegidos; y aun cuando esta
selección es al mismo tiempo soberana y definitiva, no obstante, ningún ser humano que desee
ser salvo y cumpla los requisitos que propone el Evangelio, se perderá jamás.
La malicia del hombre caído se descubre en su natural disposición a denegar a su Creador el
honor y la obediencia que la criatura le debe. La incapacidad del hombre para reconocer los
límites de la condición en que ha sido creado en este mundo, o para quedar satisfecho con ello,
es una evidencia primordial de la caída. En verdad que nada puede surgir en el hombre natural
que pueda ser base del favor divino. Una tal base ha de tener su origen en la gracia soberana de
Dios; y lo que de esta manera surge, es perfecto y digno de Dios.
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El tratado sobre la doctrina de la elección se divide en dos partes, a saber, (a) el hecho de la
elección divina, y (b) el orden de los decretos electivos. Este estudio del hecho de la elección
divina puede subdividirse en cuatro aspectos, que son: (a) los términos usados, (b) una revelación
clara, (c) las verdades esenciales que comporta, y (d) objeciones a la doctrina de la elección.

A) Los Términos Usados


1. EL USO BÍBLICO. En el uso bíblico, la palabra elección designa un soberano designio de Dios
expresado en fórmulas que recalcan su independencia de todo humano mérito, estirpe originaria
o cooperación. Toda la doctrina está en armonía con la verdad, anteriormente expuesta, de que,
en la creación de Dios, tanto la variedad como la selección están presentes en todas partes. El
término se usa en relación a Israel (Isaías 65:9,22), a la Iglesia (Romanos 8:33; Colosenses 3:12; 2
Timoteo 2:10; 1 Tesalonicenses. 1:4; 1 Pedro 5:13), y a Cristo (Isaías 42:1; 1 Pedro 2:6).
2. ESCOGIDOS. Esta palabra es sinónimo del término elección.
Los elegidos de Dios son escogidos por Él desde toda la eternidad. Como la elección, el término
es aplicado a Israel (Isaías 44:1), y a la Iglesia (Efesios 1:4; 2 c 2:13; 1 Pedro 2:9), y se usa también
de los apóstoles (Juan 6:70; 13:18; Hechos 1:2).
3. ATRACCIÓN. Hay una atracción general, según está mencionada en Juan 12:32; “Y yo, si fuere
levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo”; y una atracción irresistible, que Cristo
mencionó: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero”
(Juan 6:44).
4. LLAMAMIENTO. Este aspecto de la actividad divina es semejante a la atracción. Ningún texto
de la Escritura define mejor el llamamiento divino, con todo lo que esto significa en su efectividad,
que Romanos 8:30: “Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos
también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó”.
5. DESIGNIO DIVINO. De nuevo, el término designio o propósito sugiere algo estrechamente
afín a la elección. Está escrito: “Dándonos a conocer el misterio de su voluntad, según su
beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo” (Efesios 1:9); “conforme al propósito
eterno que hizo en Cristo Jesús nuestro Señor” (Efesios 3:11).
6. PRESCIENCIA. Este término específico significa meramente que Dios conoce de antemano.
Se usa de Israel (Romanos 11:2) y de la Iglesia (Romanos 8:29).
7. PREDETERMINACIÓN Y PREDESTINACIÓN. Estas palabras, casi completamente sinónimas, se
usan en el Nuevo Testamento para declarar la verdad de que Dios determina lo que sucederá,
antes de que ocurra. Estas palabras se refieren más bien a aquello a lo cual los hombres están
destinados por Dios que a los hombres mismos. La predeterminación y predestinación de Dios
preceden a la historia entera. Así como la presciencia reconoce la certeza de los acontecimientos
futuros, así también la predeterminación y la predestinación hacen segura la futurición de estos
acontecimientos. Ambas actividades de predeterminar y de predestinar no podrían funcionar
separadamente. Tampoco se suceden la una a la otra, sino que dependen mutuamente la una de
la otra y cada una es imposible sin la otra.

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