Contenidos: Introducción.
Elementos específicos del proceso de individuación en el niño, la
construcción de la conciencia de sí mismo.
Las interacciones y transformaciones en el periodo postnatal.
. Las interacciones recíprocas.
El fracaso en los procesos de transformación.
. Las angustias arcaicas.
Bibliográfica.
Marta Rabadán
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La evolución en la comprensión de los trastornos infantiles desde una perspectiva del desarrollo
madurativo que reúne las aportaciones de la psicología evolutiva, de la clínica y de los aspectos
biopsicosociales, así como el efecto del movimiento inclusivo en la educación, han incidido también en
una nueva concepción de la terapia psicomotriz. Las definiciones de reeducación y de terapia
psicomotriz han evolucionado hacia términos más inclusivos y normalizadores en los que se contempla
la “intervención de ayuda psicomotriz individual o en grupos reducidos” (Bernard Aucouturier.2004).
Estas dificultades aparecen cuando ha habido una fragilidad en los procesos de aseguración
profunda frente a las angustias (ver p. 221 libro los fantasmas de acción; libro los bebés y sus
madres), lo que induce a un estado de fijación repetitiva, negativa; a la repetición compulsiva.
Aprender a observar, a valorar los síntomas que presentan los niños con alteraciones de la
expresividad motriz desde una perspectiva del desarrollo madurativo, requiere una formación sólida
de los profesionales en todos los fenómenos y transformaciones (afectivas y cognitivas) que se
dan en el proceso de desarrollo normal del niño, hacia la construcción de la identidad, la
construcción de una conciencia de sí mismo.
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La psicomotricidad se interesa por la maduración psicológica del niño en el período en que la acción,
lo sensoriomotor y el juego son fundamentales para su desarrollo armónico. La intervención de
ayuda psicomotriz se interesa especialmente por el llamado proceso de individuación del niño, de
construcción de la propia identidad, o de la conciencia de sí mismo.
El proceso de individuación es un término dinámico que estudia y analiza como el niño llega a
constituirse como un sujeto autónomo, como se desarrolla y construye su aparato psíquico, de cómo
adquiere el sentimiento de “existencia segura”. El proceso de individuación, de diferenciación, es un
proceso complejo de separatividad que implica transformaciones, cambios, crisis. Los bloqueos, las
fallas en estos procesos de transformación pueden producir alteraciones posteriores en el desarrollo.
La cuestión radica en saber cómo el niño podrá establecer la diferenciación y la distancia de su figura
maternante, puesto que ella misma forma parte de alguna manera del aparato psíquico del bebé por
su condición de envoltura, de continente de protección y de sostén.
Dentro del saco uterino, la calidad de los intercambios entre la madre y el bebé está condicionada a
factores anatómicos, fisiológicos y afectivos. Una buena calidad de estos intercambios puede ser una
garantía para que la madre considere al futuro niño como una persona con potencialidades de
separación y de individuación. En la vida uterina, el feto, siempre que se den buenas condiciones,
tiene todas las necesidades fisiológicas cubiertas: la temperatura es estable, no hay gravedad, los
movimientos están amortiguados, la piel está envuelta por el líquido amniótico, esta situación de
homeostasis favorece una vivencia de placer y un esbozo de de unidad corporal. También hemos
tener en cuenta que un medio de intercambios desfavorable entre la madre y el feto puede fragilizar
este esbozo de unidad corporal.
A partir del nacimiento el bebé debe adaptarse de forma brusca a unas nuevas condiciones de
vida. Aparece una revolución sensorial: a los sentidos llegan olores, luces, ruidos diversos, las
sensaciones de frío y de calor, de sed, la sensación de hambre, la adaptación a la gravedad y a los
movimientos no controlados y bruscos de las extremidades..., el bebé siente su integridad biológica en
peligro, y su aparato psíquico y biológico inmaduros no le permiten identificar ni diferenciar esta
invasión sensorial. El bebé tiene una predisposición innata hacia el contacto interpersonal que hace
posible la realización de intercambios sincrónicos con la figura de apego. Los bebés manifiestan
expresiones especulares o complementarias a las de los adultos con los que se relacionan, estas
capacidades demuestran la existencia de un sistema motivacional innato y básico que permite
compartir y coordinar intersubjetivamente estados emocionales internos, vivir la emoción a través de
la expresión del otro y experimentar de esta manera los sentimientos y las emociones reflejadas en la
figura maternante. A través de estos contactos con la mirada el bebé tiene acceso al estado afectivo
de la madre de la misma manera que la madre se siente emocionada y transformada por la
expresividad del bebé, se transforman emocional y tónicamente el uno al otro.
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bebé es capaz de vincularse en interacciones con los objetos o con las personas. La llamada
interacción diádica. Cuando el bebé empieza a tomar conciencia de la separación que existe entre la
madre y él, utiliza recursos para compensar esa pérdida y aparece la utilización, el apego al objeto
“transicional”.
Después de los 3 años, cuando el niño ha accedido a una conciencia de unidad corporal, a la
globalidad, aparece según la teoría freudiana, la angustia de incomplitud, los niños sienten el miedo a
perder el “falo”, a la castración. Las niñas necesitan reasegurarse, completando simbólicamente su
cuerpo. Lacan teniendo en cuenta la teoría freudiana sobre la función estructuradora del complejo de
Edipo, pone el acento en la importancia de la función paterna, insistiendo particularmente en el rol
paterno de separación desde el origen de la vida del niño. Según Lacán la castración simbólica es
indispensable tanto para el niño como para la niña, es el padre quien como representante de la ley,
separa al niño de su madre y le obliga a organizarse en una relación triangular. Por su función
simbólica, aleja definitivamente al niño de la fusión originaria, de su deseo de ser el que satisface el
deseo de la madre. Todas las acciones y juegos del niño y de la niña en esta etapa, van a permitirle
reasegurarse en relación a esta incomplitud.
Para la niña resulta más fácil aceptar la angustia de incomplitud porque no tiene riesgo de perder “el
falo”, mientras que el niño sí que lo tiene y lo vive tanto o más cuando en el imaginario de sus padres
aparecen verbalizaciones que aumentan la angustia de castración (te voy a comer...). Esta angustia
genera en el niño compensaciones por la vía tónica y motriz. Aparecen los juegos de competencia
motriz, saltar lo más lejos posible...correr con velocidad y chocar, accidentes simbólicos de coches,
ambulancias, juegos de médicos... Los gestos del niño en estos juegos simbólicos se caracterizan
porque los objetos se alejan del cuerpo hacia el exterior y este movimiento dirigido hacia el exterior
va a favorecer a las relaciones sociales juega con otros niños y juega a compensar su temor a la
castración. La rapidez de la acción y el gesto vuelto hacia el exterior no permite al niño interiorizar de
manera suficiente sus acciones, como consecuencia suele haber una falta de atención y de
concentración en su pensamiento. Las niñas suelen interesarse por los disfraces, los zapatos, las
muñecas, acercan los objetos a su cuerpo con gestos lentos, centrípetos, dirigidos hacia sí,
favoreciendo la interacción de las acciones y la identificación con la imagen femenina. Esta
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interiorización de las acciones permite que las niñas tengan una representación de sí mismas más
precoz que en el niño, más capacidad de concentración pero unas relaciones sociales más limitadas, la
niña busca a uno o dos compañeros/as y se pega a ellos. Tiene más constancia en sus relaciones. En
los aspectos motores la niña se orientará más hacia los juegos de precisión y se proyectará con más
facilidad en la representación gráfica. El niño tendrá más tendencia a proyectarse en el espacio por
medio de las construcciones, a partir de los 4 años y medio aparecerán las construcciones simétricas,
es decir la proyección de los dos lados idénticos de su cuerpo, mientras que la niña dibujará más
precozmente la simetría. La angustia de incomplitud se resuelve por medio de la claridad y de la
identificación con su propio sexo, cuando consigue resolver la diferencia que hay entre su sexo
imaginario y el real. La reparación simbólica de esta herida debe ser respetada y vivida en la sala de
psicomotricidad. Cuando la primera representación del yo no pasa a través del placer sino del dolor
nos encontramos con las alteraciones de la representación de sí mismo.
En las representaciones fragilizadas de la imagen del cuerpo hay zonas de sufrimiento, vivencias que
no están integradas en la unidad de placer, estas zonas de sufrimiento fragilizan la conciencia de
unidad corporal, la representación de sí mismo. Ante esta fragilidad el niño tiene dificultades para
contener los afectos y las emociones se pueden vivir como invasivas. Durante los 3 primeros años de
vida, la angustia de pérdida del otro es indisociable de la angustia de pérdida del propio cuerpo,
porque hacen falta al menos 3 años para que el niño pueda acceder a una unidad de placer, a una
representación de sí mismo, que el niño va a proyectar progresivamente.
Las emociones y sensaciones que recibe el niño a partir del momento del nacimiento, le producen
experiencias difíciles de contener, angustias imposibles de catalizar por su inmadurez neurológica y
psicológica. El bebé es incapaz de diferenciar aquellas sensaciones que vienen del interior de su
cuerpo y las sensaciones que llegan del exterior. Según Winnicott, si el niño se siente sostenido
sólida y confortablemente por los brazos de su madre, por su mirada..., se sentirá protegido de estas
angustias arcaicas vinculadas a la experiencia de separación y a su inmadurez neurológica para
poder contenerlas. El sostén protector de la madre le permitirá vivir, a través de las satisfacciones
compartidas como, las caricias, los cuidados, el diálogo tónico, las sensaciones cutáneas, el entorno
sonoro y olfativo, unas señales de orientación que progresivamente potenciaran en el bebé un
sentimiento de diferencia entre el interior y el exterior de su cuerpo, entre el yo y el no yo. Para que
el niño pueda soportar la ausencia de la figura maternante, condición indispensable para conseguir su
autonomía, es necesario que haya podido interiorizar su imagen, tener una representación de la figura
maternante, construirla como objeto interior que da seguridad. Con esta capacidad de representación
interior durante su ausencia, el niño accede a una capacidad más elaborada de simbolización, base
precursora del lenguaje.
Cuando se producen dificultades en los intercambios entre la madre y el bebé, se pone en peligro la
habilidad de la díada para construir secuencias de diálogo que transformen y signifiquen las vivencias
del bebé, así como, el desarrollo de la conciencia de sí mismo y la conciencia de la existencia del otro.
Según Bernard Aucouturier puede haber zonas del cuerpo que han sufrido y que no pueden integrarse
en la totalidad del cuerpo, el sufrimiento es tan grande que las emociones y las imágenes quedan
reprimidas en el inconsciente, pero las tensiones del cuerpo debidas al estrés sufrido quedan
manifiestas. Esta angustia puede ser compensada por el placer de la expresividad somática y por las
compensaciones simbólicas.
Las angustias arcaicas de pérdida del cuerpo. Winnicott fue el primero en hacer referencia
a los acontecimientos afectivos dolorosos que sufre el bebé en la etapa anterior a la permanencia del
objeto. Winnicott también afirmaba que estas huellas no tienen un lugar psíquico donde organizarse y
son la causa y el origen de las angustias arcaicas de pérdida del cuerpo.
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Dentro de la intensidad de las relaciones cuerpo a cuerpo entre la mamá y el bebé se producen
situaciones de indiferenciación producidas por los estrechos e intensos intercambios: contactos en la
situación de amamantamiento donde los cuerpos de la madre y del niño se interpenetran por el
contacto piel sobre piel, por el pezón dentro de la boca, por la leche que entra dentro del cuerpo del
bebé, por la intensidad de las miradas. En esta situación de intensa comunicación, la separación entre
la madre y el niño puede producir una reacción dolorosa, que se sitúa en el origen de la angustia de
perderse en el cuerpo del otro, de licuarse. En la sala de psicomotricidad podemos observar esta
angustia, por el miedo al vacío, por el miedo al espacio abierto. Sería el niño que corre sin poderse
parar en un movimiento que nunca se acaba. Son los niños que no pueden situarse ni en el tiempo ni
en el espacio reales, los niños inestables que se pierden en la velocidad, su movimiento no tiene una
forma definida, suelen ser niños con un tono bajo. También pueden buscar de forma repetitiva un
continente para su cuerpo, se encierra dentro de los armarios, dentro de los espacios cerrados, de las
casas que construyen sin puertas ni ventanas. En las relaciones con los demás pueden ser muy
invasivos, con dificultades en las estrategias de relación. El pensamiento del niño está confuso y
posteriormente tendrá problemas para dar sentido a las acciones, para hacer exposiciones narrativas,
incluso pueden darse dificultades de lenguaje.
La angustia de despellejamiento.
Podría estar vinculada con los primeros contactos con la piel del bebé, con la forma en que ha vivido
el vestido y desvestido; los contactos, las posibles erosiones de la piel, eccemas, lesiones.... Estas
situaciones pueden estar en el origen de la angustia del desprendimiento de la envoltura del cuerpo. A
los bebés no suele gustarles el momento de desvestido, se pueden observar reacciones somáticas
como, cambio de color de la piel, escalofríos, descargas emocionales con llanto, apnea respiratoria...
En la sala de psicomotricidad lo podremos observar en los niños que tendrán miedo a que les
toquemos, que no quieren quitarse los zapatos o los calcetines. Que buscan siempre que se los tape
con las telas, buscan protegerse dentro de las casas. Se muestran muy preocupados por las pequeñas
heridas que puedan producirse, suelen ser reticentes al masaje, prefieren hacérselo ellos. Podría
decirse que son niños que están siempre a la búsqueda de una nueva piel, de un nuevo yo.
Como principios de acción favoreceremos los envolvimientos, los contactos progresivos los arrastres,
el masaje, la movilización respiratoria, y posteriormente la vivencia del interior y del exterior en el
espacio.
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La imagen del cuerpo, es propia de cada sujeto, está ligada a la historia personal de cada uno, la
imagen del cuerpo es la síntesis viva de nuestras experiencias emocionales y relacionales, es una
memoria inconsciente de nuestra vida relacional, y al mismo tiempo es actual, viva, se halla en una
situación dinámica e interrelacional y evoluciona siempre con la persona. Es a través de nuestra
imagen del cuerpo entrecruzada con nuestro esquema corporal que podemos entrar en comunicación
con el otro. En psicomotricidad se utiliza a menudo el concepto “totalidad corporal”, para referirnos a
la relación establecida entre el cuerpo instrumental y el cuerpo entendido como una imagen.
La “expresividad psicomotriz”, será la forma como el niño o niña se relaciona con el exterior, es decir,
las relaciones que establece con los otros, con el espacio, con los objetos, con el tiempo, con el propio
cuerpo. Cuando observamos dificultades en las relaciones que establece el niño con su entorno, (con
los otros, con los objetos, con su propio cuerpo), hablamos de “alteraciones de la expresividad
motriz”. Estas alteraciones están enraizadas en el proceso de individuación, de separación de la
situación de simbiosis vivida con la madre durante el embarazo, donde se daba una situación de
satisfacción total de las necesidades.
La unidad de placer. La unidad de placer se crea partir del espejo de placer que da el otro al bebé.
En el inicio de la vida y hasta los 6-8 meses aproximadamente, el niño vive sensaciones y placeres
parcelados. A través del espejo de placer que le ofrece el otro, el bebé puede reconocerse y sentirse
unificado. Las teorías psicoanalíticas nos dicen que los bebés durante los primeros meses de vida
(hasta los 6 a 8 meses) tienen una vivencia del cuerpo fragmentada (parcializada), antes de esta
vivencia pues había existido la vivencia de una unidad. No hay sensación de fragmentación si antes no
ha habido una experiencia de unidad. La cuestión es que esta unidad ha sido vivida con el otro y
después ha de poder ser vivida en la ausencia del otro, a través de la reactualización de los recuerdos
de esta unidad de placer. De ahí la importancia de permitir vivir al niño esta unidad y prolongarla en
la ausencia del otro. Es necesario que haya ausencia del otro para que el niño pueda crear el
movimiento interior que moviliza la evocación de los recuerdos placenteros, pero es necesario que
esta ausencia esté situada en un fondo de seguridad y de bienestar. La representación interna de esta
unidad es el primer esbozo de representación de sí mismo al que accede el niño sobre los 8 meses.
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La interacción y el fondo mutable. Entendemos la interacción como una acción que viene del
niño, que es capaz de modificar el mundo exterior. Para que esto sea posible es necesario que este
mundo exterior se deje transformar, que no sea rígido. La madre disponible establece un diálogo
tónico-emocional con el bebé, un reencuentro a nivel profundo e inconsciente. Existe una unión de los
arcaicos imaginarios de ambos, la pérdida de uno en el otro. Una madre disponible, puede perderse
en esta comunión de arcaicos y al mismo tiempo ser ella misma, permanecer auténtica. La interacción
del niño sobre el otro hace que modifique su comportamiento, transforma el mundo exterior y
adquiere la ilusión de que es él quien transforma el mundo, que lo transforma con sus acciones
visuales, vocales, motrices y entonces “vive” que el mundo exterior es mutable/transformable frente a
sus acciones. Cuando aparece la inhibición, la agresividad, pueden ser una respuesta de protección
del niño a una carencia en estos procesos de mutua transformación. El niño va a encontrarse con la
realidad que supone la relación con los otros: que hay personas que se dejan modificar intensamente
y que hay otras que se resisten a esta transformación. El encuentro con la realidad exterior favorece y
le permite acceder a la representación de sí mismo y más tarde a la simbolización. Para que la
interacción se de en un fondo mutable es necesario que el mundo exterior se deje transformar por el
niño sin ser destruido, sin desaparecer, sino que exista en su propia realidad.
El continente psíquico. El continente psíquico se podría definir como la capacidad del niño para
contener la intensidad de las descargas de afecto y de pulsión y su capacidad para contener las
producciones alucinatorias que vienen del placer. La madre tiene un rol determinante en el arranque
de la vida psíquica del bebé, algunos autores creen que los pensamientos preexisten de alguna
manera a la capacidad de pensar, estos pensamientos originales estarían constituidos por impresiones
sensoriales (huellas) o emociones muy primitivas, relacionadas con la experiencia de ausencia, de
falta (de carencia) de la presencia de la madre, impresiones dolorosas que el bebé procura proyectar
fuera de sí. Para que el niño pueda pasar de una actividad de pre-comunicación y de pre-
pensamiento, a una comunicación tan compleja como el lenguaje, necesita tener un “continente
psíquico”, capaz de diferenciar lo interior de lo exterior, el yo del no-yo y finalmente el yo del otro.
A partir del momento en que el niño accede a este continente psíquico, gracias al otro, el niño accede
también a la representación de sí mismo. Es lo que forma la estructura interna del niño, solamente a
partir de esta estructura de unidad de placer, más tarde podrá acceder a las partes. Cuando el niño
vive en un mundo de relaciones pobres y caóticas, vive una no totalidad, sin capacidad de
organización. Tiene poca representación de sí. La representación que tiene de sí mismo está
fragilizada, con vacíos, con poca energía a nivel de cuerpo y de psique. Se dan situaciones de
descargas pulsionales, de emociones no contenidas.
El concepto de pulsión. Pulsión a nivel etimológico quiere decir impulso. La pulsión se referirá a los
impulsos biológicos. Entenderemos el impulso biológico como la manera que tiene el ser humano de
conservar la integridad del cuerpo y también la conservación de la especie. En el inicio de la vida,
impulso biológico y necesidad biológica es lo mismo. La pulsión es el movimiento que asegura la
continuidad del ser humano, su supervivencia. Lo podemos reconocer como un impulso de vida, deseo
de vida, necesidad de vivir. El placer que nace de estos impulsos que han sido satisfechos por el otro
va a permitir que el niño registre recuerdos de placer ligados al impulso biológico. Estos recuerdos
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serán utilizados por el niño a partir del momento en que necesite satisfacer sus necesidades
biológicas. En la ausencia de esta satisfacción (de alimentación de cuidados), el niño va a buscar otra
cosa, el recuerdo y la evocación de este recuerdo. A partir del momento en que hay recuerdos el
impulso se convierte en pulsión, porque los recuerdos son ya un esbozo de mentalización. La
búsqueda de recuerdos crea un movimiento muy fuerte en el niño. Este movimiento es una energía
psíquica en la que todo ser humano está movilizado, porque la globalidad de la persona se moviliza en
este movimiento. El niño que succiona en el vacío, en ausencia del alimento, tiene un movimiento
interior. Pulsión y afecto de placer son indisociables. Pero también son indisociables pulsión y afecto
de displacer o sufrimiento, porque si este impulso biológico no es respondido de una manera
satisfactoria, surge un sufrimiento en el cuerpo biológico y el niño va a registrar estos recuerdos de
sufrimiento. Cada vez que aparezca el impulso biológico el niño hará una asociación con los recuerdos
de sufrimiento.
En todos los trastornos de la expresividad somática y en sus diferentes grados, siempre se encuentran
los problemas de separación-individuación, de la presencia y de la ausencia, de la aparición y de la
desaparición, del dentro y del fuera. En todos los casos la falta de unidad de placer no permite el
despertar sensorial necesario para una amplia percepción del objeto primario, su imagen
queda difusa. El niño se quedará siempre buscando la nitidez de esa imagen. La capacidad para
producir imágenes está también alterada. El imaginario del niño está fijado, tal como lo está su cuerpo
a causa de las tensiones somáticas y de las emociones. El niño no puede vivirse como su propio
continente, no puede hacer aparecer y desaparecer su propia jubilación en el espejo que le ofrecen
los otros. La dialéctica del aparecer y desaparecer queda por construir. La intuición de la totalidad del
cuerpo quedará ampliamente abierta a todas las proyecciones que provienen de los fantasmas de
incomplitud.
Desde la perspectiva de Bernard Aucouturier la ayuda psicomotriz terapéutica supone una
intervención muy profunda centrada en las angustias originales de pérdida. Estas angustias tienen
unas raíces somáticas y relacionales que pueden bloquear a la vez el fluir de las emociones y la
movilidad del imaginario.
La ayuda psicomotriz supone poner en marcha con y para el niño una intervención que se refiere a
la etapa anterior a la permanencia del objeto. La movilidad tónico-emocional, la movilidad del
imaginario se sitúan a este nivel profundo de intervención.
Debemos estar atentos al juego simbólico (juego de representación y de proyección), como estrategia
de ayuda psicomotriz. A menudo este juego es repetitivo y aseptizado de emoción, que mantiene la
fijación del imaginario, de las producciones motrices y de las representaciones, no puede ser otra
cosa que un juego de reaseguramiento superficial de las angustias, frente a los juegos de
reaseguramiento profundo centrados en las angustias originales de pérdida del cuerpo.
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La ayuda psicomotriz sólo puede ponerse en práctica a través de la vivencia de una calidad de
comunicación entre el psicomotricista y el niño. En el seno de esta relación, las producciones del niño
serán miradas y escuchadas en su significación profunda y la apertura al sentido de estas
producciones estará en relación a la historia corporal lejana de aquel que ayuda y también a la
historia de su propia separación.
“La ayuda psicomotriz se puede considerar, educativa, preventiva o terapéutica en función de sus
contenidos profundos, esta ayuda tendrá el nivel que la persona del psicomotricista le dará con su
formación teórico/práctica, clínica, y su análisis institucional”. B. Aucouturier .
A partir del conocimiento teórico que tenemos del proceso de individuación del niño de 0 a 6 años,
Bernard Aucouturier y su equipo de formadores han desarrollado unos conceptos teóricos básicos en
los que se sustenta la intervención de ayuda psicomotriz. Estos conceptos están orientados en el
desarrollo de dos vertientes:
1. PRINCIPIOS TEÓRICOS
Volver a las fuentes de la comunicación (La vuelta a modos de comunicación arcaicos es lo que
constituye el principio fundamental de la terapia psicomotriz).
Establecer unas condiciones de diálogo en las que la iniciativa está en manos del niño (La
intervención debe ser prudente y progresiva para que desaparezca el temor al juicio del otro o la
posibilidad de no ser aceptado).
Ofrecer nuestra disponibilidad corporal (Es necesario que el adulto esté corporalmente al alcance y a
la altura del niño, que deje su cuerpo y actitudes naturales distendidas).
El ajuste del lenguaje (Para alcanzar al niño profundamente, debemos hacerlo a nivel de su propio
lenguaje, gestual, corporal, verbal).
La vida en grupo. (Exceptuando a los niños con alteraciones muy graves de la personalidad, es
preferible la dinámica del grupo por la riqueza de las situaciones que se generan).
El cuerpo como lugar simbólico (El análisis de los actos nos permitirá descubrir unas constantes, unas
fijaciones que pongan de relieve los fantasmas inconscientes).
La implicación del cuerpo del adulto (El cuerpo del terapeuta debe ser revelador de lo que el niño no
puede decir, de los fantasmas que expresan su obrar).
El dominio de las pulsiones y reacciones tónicas. del adulto (La contratransferencia)
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