Cuando en 1905 Freud expuso en los Tres Ensayos la primera versión de su teoría de la
pulsión, lo hizo a partir del estudio de las perversiones sexuales. Esquemáticamente, su
camino lo lleva a considerar la perversión como universal: las pulsiones parciales son
fundamentalmente perversas. Esta especulación freudiana no es una psicología, no tiene nada
que ver con la observación, es una metapsicología.
En el muy lejano siglo XIX, que fue un siglo con una preocupación médico-legal... "policíaca",
la psiquiatría enunciaba la noción moderna de perversión sexual. La definición que se forjó en
aquel momento, y que seguimos utilizando hoy cuando decimos en el lenguaje corriente la
palabra "perversión", es la de una desviación del instinto sexual —y merece que nos
detengamos un instante a pensarla. Por un lado, la referencia a un instinto sexual "natural"; un
orden de la naturaleza comparable al de las prácticas de los animales, y que constituye la
normalidad; por el otro, lo desviado, lo diferente, lo "otro". En realidad no fue una definición lo
que se forjó; fue más bien un inmenso catálogo, una nomenclatura, una suerte de movimiento
metonímico, de desplazamiento, como el de un diccionario. Habitualmente, cuando hacemos
la historia de la perversión en psicoanálisis, situamos el trabajo de Freud en el contexto de
esta preocupación policíaca (medico legal) del siglo XIX, y mencionamos a Havelock Ellis y a
Krafft-Ebing. Vamos a hacer lo mismo, pero antes, hablaremos del sexo en Roma y del
Marqués de Sade. Y en un segundo tiempo hablaremos de qué es lo que pasa en el trabajo
analítico cuando nos manejamos con una u otra teoría respecto a la perversión.
Las prácticas sexuales que difieren del coito entre un hombre y una mujer con el fin de la
reproducción existen desde siempre. La idea de una transgresión sexual a la ley de Dios
aparece también, por ejemplo, en la Biblia: Sodoma y Gomorra, destruidas por Dios, se
entregaban a la lujuria y aunque el texto de la Biblia es alusivo y no entra en detalles
engorrosos sobre lo que hacían los Sodomitas y los Gomorrenses o gomorranos, la palabra
sodomía deriva de allí y nos aclara en qué andaban.
Dejemos de lado el paisaje judeo-cristiano: los estudios sobre las sociedades griega y romana
dan cuenta de un panorama sexual complejo, donde las prácticas, extremadamente
codificadas, serían declaradas instantáneamente perversas según la definición del siglo XIX, y
según nuestro propio código. Lo contrario también es cierto. Prueba de que la sexualidad esta
tan ligada al lenguaje y a los códigos, que podríamos decir "la sexualidad es la sexualidad del
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Otro" —entendiendo por otro el lugar del código como en el Grafo de Lacan. Si superponemos
dos calcos, uno con el código erótico romano, y otro con el código erótico llamémoslo
"dominante occidental", con muchas comillas y con mucha prudencia, descubriremos que no
hay coincidencia alguna, y que sin embargo hay líneas que se cruzan y otras que se
asemejan. Pero el resultado será el mismo que si calcamos el mapa de Europa sobre el mapa
de Australia.
Para hablar de Roma voy a referirme principalmente al excelente trabajo de Pascal Quignard, L
e Sexe et l'Effroi
. La tesis de Pascal Quignard es que, cuando Augusto reorganizó el mundo romano bajo la
forma del imperio, ocurrió una mutación incomprensible: el erotismo de los griegos —gozoso y
preciso— se transformó en una suerte de melancolía asustada. Esta transformación llevó unos
treinta años, de 18 antes de Cristo a 14 de nuestra era, y sin embargo nuestras propias
pasiones derivan de ella. De esta metamorfosis, el cristianismo no fue más que una
consecuencia, que retomó este erotismo en el estado mismo que los funcionarios romanos de
Augusto lo habían formulado.
Nos dice que la moral sexual romana era muy rígida, ligada a la posición social, y
estrictamente activa para los hombres. El padre de Séneca la resume en las palabras que le
presta al cónsul Quintus Haterius: Impudicitia in ingenuo crimen est, in servo necessitas, in
liberto officium. (La pasividad es un crimen para el
hombre libre, un deber absoluto para el esclavo, y un servicio que el liberto debe a su amo).
Los usos son estrictos —la sodomía y la irrumación son virtuosas; y la felación y la pasividad
anales, infames. La prohibición de la pasividad concernía a todos los hombres libres,
cualquiera fuera su edad; en Grecia, la pasividad de los hombres estaba prohibida a partir del
momento en que la barba comenzaba a crecer —y una vez que habían sido todos pasivos,
cuando eran imberbes. El erastes y el ero
menos
, el amante iniciador y el joven amado, dejaban de ser amantes cuando el joven, iniciado,
entraba en la edad adulta. La
pudicicia
en Roma es una virtud de hombre libre: y un hombre es
púdico
en Roma, mientras no haya sido sodomizado. Ovidio es el primer romano para quien la "
voluptas
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" es recíproca, y que sostiene que el deseo masculino debe ser domado para anticipar —de
manera
impúdica
— sobre el placer que sentirá la matrona. Cuando Ovidio publica el
Arte de Amar
, donde sostiene la reciprocidad de la relación amorosa, Augusto lo exilia a los confines del
mundo. Tiberio confirma el exilio, y Ovidio muere al margen del Danubio en el año 17. Como
dice Pascal Quignard, Ovidio fue el mártir de esta metamorfosis.
El amor sentimental de una matrona es un crimen tan grave como la pasividad del patricio. El
patricio puede ser homosexual activo, y la matrona masturbar manualmente a su amante
adulterino, y son considerados como perfectamente inocentes. Todo ciudadano puede hacer lo
que se le dé la gana a una mujer no casada, a una concubina, a un liberto, a un hombre servil.
Coexistían en Roma los actos más chocantes con el rigor moral más estrecho. Hay una
represión feroz de las faltas al código —que nos parecen ligeras con respecto a prácticas
asquerosas: la joven violada es inocente; pero la matrona violada debe morir (¡su útero es
propiedad del esposo!); el liberto que besa a un niño libre debe morir; Valerio Maximo cuenta
que Publius Maenius mató a un pedagogo que había dado un beso a su hija de doce años. Al
mismo tiempo, los niños eran intocables del nacimiento a los siete anos, y de los siete a los
doce, los placeres ligados a la impubertad domesticaban a la niña...
Cuando entramos en estos paisajes romanos, es imposible pensar en una "normalidad" que
correspondería a un “instinto natural”. La sexualidad es un lenguaje y no tiene nada de
natural... La transgresión, entonces no es la transgresión de nada natural, sino que es la
transgresión de una palabra, y de una palabra que es instituyente de las relaciones al otro: la
ley.
El discurso que en el siglo XIX trataba a la norma sexual de “natural”, y a las perversiones
sexuales como desviaciones de lo “natural” se inscribe en negativo contra.... el siglo anterior
probablemente. El siglo XVIII es el siglo de las grandes revoluciones, de grandes tormentas
en los discursos. En el tema que nos concierne, por un lado había un discurso dicho libertino
—que correspondía a la decadencia de una aristocracia viviendo en el lujo y la lujuria— y un
discurso moralizante y religioso paralelo a éste otro.
¿Qué es lo que Sade escribe? ¿Qué torbellino crea en el discurso dominante del siglo XVIII?
¿Cómo ataca Sade el lenguaje del erotismo? (Uso el verbo “atacar” en el sentido musical,
como el ataque del arco a la cuerda al principio de una zarabanda o de una gavota de Bach
para chelo; se habla del ataque de tal o tal intérprete). ¿Qué fue lo que provocó para que su
nombre quedase para siempre asociado a una pulsión, a un tipo de crimen, a lo infantil, y en
suma, a lo perverso? Sade es típicamente el ejemplo del “perverso” en lo que respecta a la
relación del deseo y de la ley y en la historia de su vida, la ley contra la que se debate es la de
una mujer, su suegra —pero ¿qué quiere decir en este caso, perverso? ¿Acaso se trata de
una escritura perversa? Personalmente, en cuanto a la escritura, me parece Proust mucho
más perverso que Sade: en Proust, el lector se deja adormecer y encantar en un ensueño
idílico de una infancia amodorrada —cuando de golpe irrumpe la sexualidad adulta sin
anunciarse de antemano; en Sade, hay una voluntad de no realismo , de imposible; hay una
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verdadera “ pornografía ”
—grafía, escritura; escritura no sobre las conductas amatorias, sino escritura de todas estas
figuras eróticas, que se recortan y se combinan como figuras retóricas... Lo que Sade escribe,
digo “escribe” y no “describe”, es el fantasma, y por ende escribe lo real, sin realismo. La
empresa de Sade consiste en llevar al paroxismo la transgresión del enunciado de las reglas
morales, transgresión en el lenguaje mismo. Escribe en lo que Catherine Millot llama: posición
perversa ([1]). Imagina una ley suprema que es la ley del goce. “Líbrate, Julieta, líbrate sin
temor a la impetuosidad de tus gustos, a la sabia irregularidad de tus caprichos, a la fogosidad
ardiente de tus deseos”. Y lleva esta lógica a su máxima expresión; lo que puntúa Lacan en
su artículo “Kant con Sade”, es cómo el deseo y la ley coinciden. Barthes nos demuestra de
qué manera existen las figuras de Sade en el lenguaje; cómo Sade hace pasar la estructura
social prerrevolucionaria de un escenario —el escenario de la realidad social— a otro: el de la
práctica libertina ([2]).
Pero volvamos al siglo XIX. Un estudio sistemático y exhaustivo para fundar una clasificación
descriptiva: las enormes sumas de Krafft-Ebing y Havelock Ellis, los dos autores más
conocidos. La Psychopathia Sexualis de Krafft-Ebing es una larga enumeración descriptiva de
casos de transgresiones sexuales. ¿Cuál es la diferencia con una obra de Sade? La diferencia
es enorme: el narrador de Sade es uno de los personajes, un libertino (Juliette) o una víctima
(Justine); en Krafft-Ebing, no hay narrador sino la mirada del médico que conlleva una
interpretación implícita de las prácticas eróticas en tanto que extranjeras a sí mismo, enfermas,
condenables, “otras”, como alienadas. Patología de la degeneración —pensemos en una
palabra de uso relativamente corriente, “degenerado”, y lo que significamos con ella— en la
que se ordenan las prácticas más diversas: homosexualidad, pedofilia, zoofilia, incesto,
fetichismo, sado-masoquismo; (sadismo, masoquismo, también fueron términos inventados en
esta época), narcisismo, coprofilia, necrofilia, exhibicionismo, voyeurismo... De este “furor
clasificatorio”, ¿puede decirse que el goce esté ausente? Este catálogo ha sido modernizado
por la psiquiatría actual que lo ha reducido considerablemente, reemplazando la palabra
perversión por parafilia , designando con este nuevo
vocablo las prácticas que conciernen un objeto, ya sea el
partenaire
tomado como un fetiche, el propio cuerpo del
paráfilo
, o bien un animal.
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Es que hay en esta propuesta algo subversivo, y tanto nos hemos acostumbrado a decirlo,
que ya no lo escuchamos; Freud está diciendo: el perverso no es el otro; lo somos todos. Som
os todos perversos.
Somos inicialmente perversos, perversos polimorfos, perversos de manera múltiple. Ser
perversos es lo que nos constituye sexualmente. Primero, somos perversos; después, el resto.
¿La patología? La patología es lo que ocurre cuando algo se queda fijado, cuando algo insiste.
Es que también hay una noción de desarrollo, una idea de que estamos en movimiento hacia
un devenir hombre o mujer. Y cuando somos hombre y mujer seguimos siendo perversos: el
fantasma es perverso. El deseo es perverso. Las pulsiones que constituyen la sexualidad son
perversas.
1905: Tres ensayos sobre la Teoría Sexual . Freud introduce la noción de pulsión. La pulsión
sexual es como el hambre: algo que empuja; que tiene un objeto, con el que se satisface, y un
fin, la satisfacción.
Y de ahí pasa a examinar las aberraciones sexuales, que llama “desviaciones en cuanto al
objeto” (homosexualidad, pedofilia, fetichismo, travestismo) y “desviaciones en cuanto al fin”
(visual: exhibicionismo, voyeurismo; ligado al sufrimiento: sadismo, masoquismo; ligado a la
sobre-estimación de una zona erógena...) —la enumeración, como Sade, como Krafft-Ebing; y
esta vez, con un movimiento de reversión, en el que la enajenación de Krafft-Ebing da lugar a
re-posicionar al sujeto: La perversión nos concierne a todos: el niño es un perverso polimorfo.
La dificultad de retomar esta formulación, y Philippe Sollers en un artículo sobre Sade "Carta
de Sade", pone el dedo en la llaga, hace una crítica fuerte al psicoanálisis: es que el
psicoanálisis hace de Sade, hace del perverso, un niño. En realidad, del neurótico también,
Freud hace un niño; llevamos todos a cuestas el niño sufriente que fuimos. Pero en la crítica
de Sollers, hacer de Sade un niño, es una manera de volverlo inofensivo, de neutralizarlo, otra
manera de cumplir con la voluntad policíaca del siglo XIX.
Freud no se contenta con un punto de vista descriptivo. Su aporte fundamental con respecto a
la perversión es el de un punto de vista de la organización psíquica: la perversión no se
caracteriza en el psicoanálisis de Freud por una descripción de comportamiento, sino por una
estructura, por dos mecanismos psíquicos propios a la estructura perversa, la denegación o
desmentida y la escisión del yo.
La desmentida supone una escena mítica, la de un niño confrontado a una percepción, la del
sexo de la madre – lo que en la lógica de la fase fálica equivale a la percepción de la
castración; por un lado, el yo percibe una realidad; y al mismo tiempo la desmiente - lo que
veo no existe; o según la célebre formula de Mannoni:
Je sais bien, mais quand même,
ya lo sé, pero aun así.... En este mismo movimiento de la desmentida, el yo se escinde: en
una parte que acepta la percepción de la castración; y en otra parte que NO la acepta, que la
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3) El fantasma del neurótico, es un fantasma perverso. Cuando Freud dice “la neurosis es
el negativo de la perversión”, una lectura posible es que el fantasma perverso es equivalente al
fantasma del neurótico; el perverso actuaría el fantasma neurótico. Otra manera de leer esta
frase de Freud, concierne la lógica de la castración: el perverso positiva un signo negativo.
Menos se vuelve más.
4) La relación del perverso con la ley es fundamental ; desafío y transgresión, son dos
características de esta relación. La ley del padre, la prohibición del incesto, el perverso no los
reconoce. Este no reconocimiento de la ley paterna supone poder oponer una desmentida a la
amenaza que le da todo su peso. Apenas surge, el signo de la negación se encuentra invertido
y se positiva: no hay desmentida más eficaz de la castración que la de esta transposición a
través de la cual se transforma en lo contrario. Pero este mecanismo cobra un estatuto de ley:
en la que lo negativo se positiva sin cesar. Desaparece el principio de no contradicción; los
contrarios pueden en lo sucesivo coexistir ([3]). (La palabra y el cuerpo, lo abyecto y lo
sublime, y en el caso de André Gide, el amor de su prima y mujer Madeleine y el deseo por
los jóvenes canallas. Paradójicamente, en esta báscula, o polaridad, el perverso se vuelve
creador de nuevas leyes, innovador en el arte, o legislador.)
5) La voluntad de goce, que Lacan descubre en los escritos de Sade, hace consistir al
perverso en un desafío a la muerte.
Una primera idea muy difundida dice que los perversos no vienen a consultar al psicoanalista.
Creo que este prejuicio participa de una fantasía, que hace del perverso el Otro maléfico que
goza riéndose de mí; éste no es en absoluto el perverso de las categorías freudianas; luego
pensamos que si un perverso hace una demanda de análisis, está en la posición en la que
siente la angustia de castración. Sin soportarla, como el neurótico. Es a partir de esa posición
que el análisis es posible. Es decir que damos una vuelta al concepto para anularlo.
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exhibicionista que los vecinos descubren, sin denunciarlo. Tiene miedo. Está triste,
preocupado, y se queja de no poder controlar sus impulsos. Es muy lúcido sobre lo que le
sucede, y se siente atrapado. Todo su ser está comprometido con esta actividad que lo ha
carcomido, empobrecido, fijado.
— hay demandas, muy frecuentes, en las que el futuro analizante llega con un discurso “el
perverso, es el otro”. En ningún momento de su relato él mismo aparece como perverso; sin
embargo, está desde hace mucho en una relación perversa durable, con un contrato perverso
y todo. Esta relación en la que se ha dejado llevar se ha vuelto imposible, insoportable. Esta
des-subjetivado, al límite de la pérdida de identidad. No debemos olvidar un elemento
fundamental a la historia psicoanalítica de la perversión: el perverso, es desde el principio, el
Otro de la histeria. La angustia de sentirse amenazado por un Otro, perverso, padre, capaz de
penetrar y destruir. Este padre perverso, padre del fantasma de la neurosis, es el padre
castrador. El padre del traumatismo.
Ya que estamos hablando de diagnóstico, vamos a mencionar dos casos a los que a veces
nos confrontamos en la escucha:
— y un tipo de caso muy espinoso en todo sentido, por los problemas que acarrea para poder
pensarlos, son los “perversos” jurídicos, los que el juez envía a tratamiento terapéutico; o aun,
muchos psicólogos y psiquiatras trabajan con pacientes detenidos, casos de perversos
criminales; no son “casos de análisis” pero muchos de ellos piden tratamiento mientras están
en la prisión. La escucha de tales “perversos” es en sí un desafío y está llena de enseñanza.
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En el análisis del neurótico, podría parecer natural que se cree una neurosis de transferencia.
Pero esta es una neo-formación, la creación mórbida de un tejido vivo. Cuando trabajamos con
la perversión, el artificio, el invento psicoanalítico aparece tanto más claramente: allí donde
había perversión, se trata de crear una neurosis.
Una neurosis artificial, desmontable, provisoria e interpretable, que reemplace a la perversión.
Esta "creación mórbida" empieza a crearse desde las primeras entrevistas. Si las condiciones
para que se cree están reunidas, el analista puede entonces aceptar de tomar a este paciente
en análisis. Puede, habiendo aceptado, proponer un marco al análisis, una frecuencia de
sesiones, los honorarios, y enunciar la regla fundamental (dirá todo lo que piensa, sin
censurarse, mismo si esto le parece absurdo o sin sentido).
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le confiesan haberlo engañado: viven juntas, y no le han dicho nada a propósito, porque
deseaban ambas tener el mismo analista y temían, si confesaban la relación, que él no
aceptase.
El psicoanalista continúa recibiendo a las dos muchachas. Quieren, según sus propias
palabras, poner un hombre entre ellas. A cada una el psicoanalista pregunta: “¿Y como sabe
que yo soy un hombre?”
Para una de ellas, esta pregunta va a abrir la dimensión de la neurosis de transferencia; por
cierto, ella no sabe nada, y puede ser que no sepa nada de la propia identidad sexual; el
analista, puesto que pregunta, debe saber; y si él no sabe, pues alguien debe saber. Esta
analizante es la que —según el propio analista— tiene una estructura histérica. Llevará su
análisis hasta el final.
La otra muchacha, que el analista ha escuchado de entrada como “perversa”, ríe cuando el
analista le hace la pregunta, y responde: "Yo sé que Ud. es un hombre, porque es una
evidencia". La pregunta obtiene el efecto opuesto al de la otra paciente: es el principio de una
utilización perversa de las sesiones, que se volverán el escenario de un guión que le conviene:
hablar de cosas obscenas a un tercero —un hombre— que está obligado a escucharla. Este
goce, lo encuentra en las sesiones mismas. Interrumpe el análisis sin que haya habido la más
mínima modificación de su posición.
Este analista pensó, inicialmente, que había recibido a una neurótica y a una perversa; y que
el trabajo con el perverso no puede ir más allá de un cierto punto. Pero podríamos pensar lo
que pasó de otro modo:
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Un punto de vista sobre la perversión
pregunta del analista, en lugar de abrir para ella el espacio de la neurosis, lo cierre. No puede
haber duda alguna sobre el sexo del analista; es una evidencia. Estamos en plena
desmentida: no hay castración posible; lo que ve, la evidencia misma, lo demuestra. La
pregunta no puede ser escuchada más que como un desafío, una invitación al juego. Nada
viene a poner en duda la posición de saber de la muchacha misma. Lo que se instala
entonces, entre el analista y la muchacha, no tiene de análisis más que el aspecto exterior.
Supongamos que en la perversión aparezca ese niño, que confrontado a la escena en la que
percibe la falta en el Otro materno, retrocede hasta el momento anterior a la percepción, hace
un alto en la imagen, como quien aprieta el botón del video y deja la imagen fija; la recorre con
la mirada, y desplaza un objeto para ponerlo frente a lo que no desea ver en el momento
siguiente: este objeto, equivalente al falo imaginario de la madre, estará presente para evitar lo
insoportable. No es solamente el fetichista quien hace la elección de la perversión en ese
momento; para cada perversión, hay una elección de objeto fetiche. Esto es lo que llamamos
la "defensa perversa". El niño que escuchamos en ese analizante, es el que percibe la falta y
se angustia. Antes de retroceder. La escucha debe sostener todo lo que concierne la pérdida,
la falta, la ausencia.
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En los momentos en los que se perfila la angustia de castración, los procesos perversos se
ponen en movimiento, a veces de manera espectacular, con periodos de pasaje al acto, y con
"picos" perversos, dirigidos hacia el analista. Son los momentos en los que el analizante se
confronta a un límite.
Una joven ve desarrollarse lo que llamamos "defensa perversa" a partir de una pérdida en la
realidad: la muerte violenta de su hermano mellizo en la pubertad. Su comportamiento sexual
se vio completamente trastornado; hacía gozar al hermano muerto. Como dice en su libro
Catherine Millot, "erotizó la pulsión de muerte". Su compulsión era de prostituirse con la mayor
cantidad de hombres posible, llevando siempre al extremo el peligro de sus prácticas. Buscaba
ser más fuerte que el horror que le producían sus actos. Cuando llego al análisis, buscaba
desesperadamente una ley, un límite, y la transferencia se estableció con una particularidad,
su extrema puntualidad, su cumplimiento a la letra de lo que había sido acordado. Esta
paciente, que escuchó como a una histérica, tiene momentos en los que es patente la defensa
perversa; estos momentos tienen que ver con fechas aniversarias del hermano, en las que se
desatan tormentas: tormentas en las que no viene a su sesión, en los que manifiesta una
extremada agresividad, en los que amenaza de pasajes al acto en las sesiones; a esta
violencia, la única respuesta posible es amarrarse al lugar de escucha, sin jamás contestar en
el registro de la realidad. (Por ejemplo, pensar que cuando dice: "voy a romper todo lo que hay
en este sitio" , manifiesta una
demanda, expresa un fantasma, y jamás una posibilidad real de la que haya que asustarse).
Que el análisis continúe, es el único objetivo posible, salir de la tormenta sin que la barca se
haya volcado.
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librarse a su actividad preferida: hacer gozar al otro; con el moralista, desafía y transgrede la
ley, probablemente para poder asegurarse de su existencia.
En el caso de esta joven se trataba de desplazar la escucha hacia el duelo del hermano.
Porque el desplazarse permite dar la vuelta del torbellino, sin caer en el abismo.
A veces pasa, que en un análisis, un paciente hasta ese momento neurótico, atraviese un
momento perverso. Frente al fantasma de castración, una salida perversa puede ser la
solución transitoria que un neurótico utilice para evitar la angustia.
Lacan comenta dos de estos casos —que llama perversiones reaccionarias— en el seminario
La Relación de Objeto.
El primero, es el caso de un paciente fóbico que está en análisis con una analista mujer. El
analizante había contado a la analista sus fantasías sexuales que la concernían; y la analista,
en lugar de escucharlas como lo que eran, fantasías, le respondió como si ella, su persona, se
sintiese tocada: "Ud. sabe muy bien que eso no es posible", etc. El paciente se vuelve
transitoriamente voyeur , armando un dispositivo para mirar orinar mujeres en un baño público.
La intervención de la analista había confundido los diferentes registros en juego en una
situación clínica, y la reacción del paciente pasa sobre el mismo registro real que esta
intervención.
El segundo caso que Lacan comenta brevemente es el de un hombre que hace un pasaje al
acto exhibicionista en el momento mismo en que su mujer está pariendo. Lo que está en
juego, es una nueva realidad, la de la paternidad; este hombre, confrontado de una manera
nueva a la angustia de castración, pasa al acto de demostrarse no castrado con este
comportamiento inesperado.
Estos casos de perversiones transitorias, que son pasajes al acto en un contexto neurótico,
indican a qué punto el pasaje al acto en un contexto perverso es posible cada vez que hay
falta, pérdida, duelo, ausencia, y que el paciente dispone de una tal facilidad para convertir el
sufrimiento en goce.
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El analizante intentará hacer del analista Otro absoluto, una madre fálica, un cómplice
todopoderoso; pero no tardará en apercibir la falta en el otro, lo que provocará aun más su
angustia. Intentará hacerlo desaparecer en los momentos dolorosos de la transferencia: la
presencia física del analista se vuelve insoportable; "no quería venir a la sesión, tenía miedo
de verla cuando Ud. me abría la puerta"; o el que pide al analista de no levantarse al final de
la sesión, él es capaz de partir solo, sin tornarse ni a saludar.
Esta confrontación con la falta en el Otro será el descubrimiento de una nueva manera de
confrontarse a la angustia; que podrá quizá permitirle de aceptar que el tiempo no es
reversible, que no se puede retroceder frente a lo ineludible.
Al final del análisis, hay que afrontar una pérdida: pérdida del que he sido; y una separación:
la del analista con su analizante. Y una vez más recordemos que falta, separación, ausencia,
muerte, castración, son en el contexto de la perversión una serie de equivalencias.
La relación a la muerte está siempre presente; en Sade, que como nadie aísla el fantasma
perverso, el goce del crimen, el gusto de lo abyecto, el desafío a la muerte hasta el límite y
más allá cuando se trata del otro; ser el que va a morir y no morir por fin. Al horizonte de la
voluntad de goce, estructural en el perverso, el goce máximo: la muerte.
Cuando algo ha sido realmente perdido, el peligro de retroceder, de desmentir, como el niño
frente a la escena de la falta en el Otro.
La joven que había perdido a su hermano mellizo. Cada aniversario de la muerte del hermano
provocaba una suerte de pánico perverso. Un día pudo escuchar la música que amaba su
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hermano, a recordarlo, y poco a poco, de frase musical en frase léxica, de sonido en imagen y
de recuerdo en relato, el significante del hermano muerto pudo tomar su lugar; y fue posible
simbolizar la muerte del hermano. Un sueño vino a cerrar este trabajo como una cicatriz: el
hermano le decía adiós. Y en el análisis, como en un cambio de estación, imperceptiblemente,
a la vez poco a poco y de pronto, como las hojas verdes en los árboles, fueron apareciendo
otros temas, otras opciones. Como por ejemplo el amor, ser mujer, la escritura.
Creo que es una interrogación muy difícil. Que solamente se puede responder en el après-coup
. Que hay
que intentar deshacerse de esta pregunta durante el análisis. Si desaparece, desaparece; pero
no puede ser de ninguna manera la brújula de un análisis.
— o que esto solo sea parcialmente posible, y que se presente como ilusorio; y que por el
contrario, los mecanismos perversos encuentren una nueva economía:
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Y finalmente, acaso la creación artística, literaria, musical, deportiva… ¿no son una manera de
tornar positivo el signo negativo, de recrear el objeto de la falta? ¿No se trata acaso de hacer
gozar al Otro, de desafiar y de transgredir el orden, o de crear un orden nuevo, de descubrir
nuevas leyes en el espacio y en el tiempo, nuevas maneras de captar la mirada o de encantar
los oídos? ¿De inventar nuevas maneras de decir?
BIBLIOGRAFÍA
BONNET, G., Les Perversions Sexuelles , Paris, PUF, coll. Que Sais-Je.
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Un punto de vista sobre la perversión
Métapsychologie
Abrégé de Psychanalyse
ISRAEL, L., "La Perversion de Z … A" in Le Désir à L'Oeil , Strasbourg, Arcanes, 1994
MANNONI, O., "Je sais bien mais quand même" in Clefs Pour L'Imaginaire , Paris, Seuil.
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Un punto de vista sobre la perversión
ILLOT, C., Gide, Genet, Mishima, Intelligence de la Perversion , Paris, Gallimard, 1996
[1]"La posición perversa se expresa a la vez en una lógica sin principio de contradicción, en
una topología de las superficies en la que el derecho y el revés son idénticos, en una ética que
consiste en triunfar de la falta a través del goce, y en una estética que hace surgir la belleza de
los bordes del horror." (C. Millot)
[2]Imaginemos, dice Barthes una sociedad sin lenguaje. En tal contexto un hombre se acopla
con una mujer, a tergo, y mezclando en la acción un poco de pasta de trigo. A este nivel no
hay perversión alguna. Es solamente la suma progresiva de algunas palabras que el crimen va
a plasmarse poco a poco, aumentando de volumen, de consistencia, y llegar a la más fuerte
transgresión. Si al hombre lo llamamos padre de la mujer que posee, y de ésta decimos que
esta casada ; la práctica erótica
ignominiosamente clasificada, y llamada
sodomía;
y la pasta de trigo asociada extrañamente a esta acción se vuelve, bajo el nombre de
hostia
, un símbolo religioso, cuya denegación es un sacrilegio. Sade es excelente para atrapar esta
cuajada del lenguaje: la sintaxis, afinada por siglos de cultura, se vuelve un arte elegante (en
el sentido en el que se dice de las matemáticas, que una solución es elegante): reúne el
crimen con rapidez y exactitud: “Para reunir el incesto, el adulterio, la sodomía y el sacrilegio,
encula a su hija casada con una hostia”.
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