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ENCUENTROS EN VERINES 2004

Casona de Verines. Pendueles (Asturias)

HAY QUE SER ABSOLUTAMENTE POSMODERNO

Elena Medel
«Si la poesía culta ignoró con sempiterno desprecio la existencia naciente de
una cultura de masas montada por los grandes capitales, se amuralló en su reducto y
quedó relegada, estos marineros audaces la desafían desde los propios mares de la
cultura de masas: en lugar de ignorar el éxito de My Fair Lady, de Camelot o de los
programas de televisión, se los incorpora, los usa». A finales de 1970, Cristina Peri
Rossi aludía así a los poetas de la célebre Nueve novísimos poetas españoles, tan
discutida y criticada, tan necesaria por su intención de reactivar el abotargado
panorama poético español.
La poesía joven española —y entiendo por poesía joven la de aquellos
autores casualmente nacidos a partir del año de la publicación de la antología de
Castellet, y cuyos primeros libros se editaron en torno al año 2000—, a diferencia
de la de épocas pasadas, se caracteriza por una admirable variedad. En este sentido,
la antología Veinticinco poetas españoles jóvenes constituye el mejor ejemplo,
reuniendo a poetas de muy dispares tendencias: surrealismo y experiencia,
simbolismo y realismo sucio, poetas del silencio, apegados a las formas más
clásicas… Poetas que conviven sin riñas mediáticas, que publican en las mismas
editoriales, ganan los mismos premios, colaboran en las mismas revistas, asisten a
los mismos congresos y valoran con su lectura la obra ajena, por mucho que visite
sus antípodas.
Cada uno declara una influencia distinta y extrae sus poemas de situaciones
diversas. Sin embargo, en poéticas y conversaciones empieza a manifestarse una
referencia cuya asiduidad me alegra: la de la generación novísima. Nombres como
los de Pere Gimferrer y Leopoldo María Panero frecuentan cada vez más la
genealogía de aquellos jóvenes autores que, como lectora, yo prefiero: quienes
apuestan por la metáfora críptica sin desechar una temática cotidiana. En
consonancia con esa ley del péndulo que promulgan los libros de bachillerato, creo
que —dentro de este ecléctico pero incipiente panorama— los autores cuyas
propuestas poéticas me resultan de mayor interés son aquellos que abogan por
rescatar el discurso poético de la coqueluche, actualizándolo a nuestras
circunstancias culturales y vitales. Ellos celebraron la belleza como resultado del
poema, recuperaron para su actualidad la exuberancia y riqueza del lenguaje frente
al excesivo coloquialismo al que las reivindicaciones lo abocaban. No obstante, la
aportación novísima clave para mí fue la incorporación al discurso poético de
elementos pertenecientes a la cultura de masas. El cine, los cómics y la música pop
plagaban los textos de referencias fácilmente reconocibles para el lector,
multiplicando en cercanía los poemas. Una elegía amorosa, un paisaje bucólico, de
poco servían tras milenios de literatura, eran argumentos trillados y caducos; lo
necesario era buscar nuevos elementos, integrarlos en la literatura, lograr una
identificación mucho más contemporánea, alzando a la poesía como un arte nunca
ajeno a su alrededor, fuera de un altar hipócrita. También en 1970, Juan Antonio
Masoliver Ródenas achacaba el primer intento de «civilización de los mass media»
a Rafael Alberti —menos— en Sobre los ángeles, y Federico García Lorca —
más— en Poeta en Nueva York. Son intentos más sutiles que los llevados a cabo
por autores como Leopoldo María Panero o Manuel Vázquez Montalbán —
inolvidable su “Conchita Piquer”—, a quienes podríamos considerar, por el peso
decisivo del contexto, los primeros hijos de una cultura cuyos componentes de más
peso cruzan el charco.
Algunos nietos de los mass media hemos decidido no seguir ignorando a la
cultura popular, un imaginario tan lícito como el proporcionado por las
enciclopedias. Según Paul Eluard, «no existen formas consagradas ni palabras
sagradas o vulgares»; todo depende de los prejuicios con que el lector se presente
ante el poema. Para mí, que he crecido almorzando mientras veo la televisión, que
conozco a las princesas de los cuentos por medio de las películas de Walt Disney, el
poema que Juan Antonio González Iglesias dedica a Martín López Zubero es
mucho más válido que uno ensalzando la hermosura de las hojas otoñales. Porque
uno ha escogido mirar a su alrededor, encontrar a un deportista convertido en icono
merced al poder catódico, y elevarlo en objeto poemático; mientras que el otro ha
optado por perpetuar un cliché histórico, prefiriendo ser epígono a labrarse una
personalidad propia. La literatura debe estar viva, respirar en los espacios en
blanco, y no es útil si nace directamente muerta. La poesía debe encontrar sus
nutrientes en el día a día. Y la vida, a comienzos del siglo XXI, en España, la
retransmiten los módems, el mando del televisor, los mensajes que iluminan la
pantalla del móvil. Esta recuperación de los mass media busca un nuevo lector,
amplía el campo de atención de la poesía: fuera de las aulas y las bibliotecas, atrae
mediante símbolos de sencilla filiación. Sería erróneo negar una realidad social: si
la memoria de los peces de colores dura tres segundos, la nuestra se sirve de cinco,
y olvidamos todo lo que tiene más de quince o veinte años. Ahora más que nunca es
necesario que el poema actúe como un espejo: si lo que tiene frente a él es un
documental o una canción de Benjamin Biolay, que así aparezca reflejado en la
página.
A los elementos ya utilizados por los novísimos se incorporan nuevos rasgos
desarrollados en estos treinta años, de auge reciente para quienes cuentan la historia
y asentado para quienes la vivimos: la tecnología representada por Internet y los
videojuegos, y la televisión no sólo como fábrica de iconos, sino como medio
productor de temas, auténtica ventana al exterior. De las imágenes nacen imágenes;
no resulta extraño que cine y cómic continúen inspirando a los poetas. Dentro de su
Libro de Uroboros, Álvaro Tato centra la sección “De re épica” en la
modernización de los mitos, convirtiendo a personajes de viñetas en protagonistas
de poemas laudatorios, combinando el soneto con la poesía visual. Este poemario
es, en general, una deliciosa cadena de actualizaciones: leyendas encontradas en los
libros, coplas populares… Álvaro Tato acierta y entiende el culturalismo no como
una aburrida sucesión de citas que encabezan un poema, sino como una manera de
observar y reflexionar. “Estela plateada”, “Corto maltés”, “Los cuatro fantásticos”
y “Robin” son objeto de admiración, y se sitúan a la misma e irónica altura que el
mismísimo Don Rodrigo Díaz de Vivar.
También “Han Solo”, personaje de la saga de La guerra de las galaxias,
merece un soneto de Álvaro Tato. La pantalla grande sigue siendo, con diferencia,
la fuente de inspiración más atrayente para los poetas jóvenes. Ava Gardner y el
Steve MacQueen de Los siete magníficos ejercen como símbolos en David Mayor;
la atmósfera de la película griega Mikrés Aphrodítes es el pretexto para el poema de
Carmen Jodra con el que comparte título, igual que en el caso de Jeremy, amor
joven y Juan Carlos Reche, quien dedica un poema a Maribel Verdú, atribuyendo a
la actriz logros dignos de una Heroína. Y José Daniel García convierte su poema
“Sonrisa americana” en exponente singular: edifica su reflexión sobre la pérdida de
la inocencia partiendo de una referencia inicial, la de la película Las vírgenes
suicidas de Sofia Coppola, que remite a su vez a la novela originaria de Jeffrey
Eugenides y la banda sonora del filme, a cargo de Air.
La pequeña pantalla, en minoría con respecto a su hermana mayor, es una
musa en auge. Carmen Jodra dedica un haiku a la serie Ellen, y convierte al
Monstruo de las Galletas en inolvidable emblema infantil en “Que sólo tengo
dieciocho años”. En este sentido, Jodra se alza como una clarísima muestra de la
innovación temática dentro de la poesía más joven; en los textos que ya conocemos
de su futuro tercer libro, se adentra en dos temáticas apenas exploradas y que retrata
con enorme acierto: la radio e Internet. “Hoy por hoy con Iñaki Gabilondo” refleja
un mosaico de voces y defiende la coexistencia en literatura de la intención social y
la puramente estética, utilizando como pretexto las interferencias en la recepción
del programa; por su parte, “Slash” es un agudo retrato de la usuaria de Internet en
general y, en particular, de las adictas al slash, un fenómeno desarrollado en la
esfera cibernética, en el que se extraen personajes de ficción de su contexto original
para protagonizar otras historias, de variopinto contenido, desde lo humorístico a lo
sexual.
De los videojuegos se sirve Juan Carlos Reche en “Insert coin”: un combate
se desarrolla en la pantalla paralelamente a una relación amorosa; este culturalismo
vivo impregna su poemario El dolor y la velocidad. Similar actitud encontramos
igualmente en María Eloy—García, quien ironiza con el discurso científico y
sacraliza lo cotidiano en Metafísica del trapo y su posterior El ciclo de hipermuriel
—el mundo, nunca mejor dicho, visto por una empleada de supermercado—, y en
Alberto Santamaría, que reconoce a Platón en el mensaje en un bote de crema
bronceadora, se refiere a Señor Chinarro y Los Planetas con el mismo respeto que a
Wallace Stevens y juega al collage con versos de José Hierro y Gerardo Diego.
Esta integración en el discurso poético de elementos surgidos de la cultura
de masas es una realidad que se abre paso con fuerza, aunque por el momento
parece limitarse a unos pocos poemas dentro del poemario. Hay, sin embargo,
excepciones que es justo analizar con mayor detenimiento: Mi nombre es Rojo, de
Mercedes Díaz Villarías; Napalm. Cortometraje poético, de Ariadna G. García; y
¿Estás seguro de que no nos siguen?, de Antonio Portela. Estos tres libros parten de
lugares e intenciones comunes, para a continuación bifurcarse en su desarrollo y
resultado: cada uno apuesta por un aspecto concreto para recrear su mensaje.
La música pop vertebra el ejército de recursos literarios con los que
Mercedes Díaz Villarías arma Mi nombre es Rojo. Cita a Björk antes de desplegar
sus referencias: poemas cuyos títulos toman versos de canciones (“Y cada vez que
aprieto mis uñas en la espalda de otros espero que lo sientas”, traducción literal de
Alanis Morissette en You oughta now) o aluden a iconos de la cultura pop, creados
por el cine (Marlene Dietrich, Marilyn Monroe o Juliette Binoche) y la música
(Pink, Madonna, Shirley Manson o Britney Spears); y poemas que, como muñecas
rusas, guardan en su interior ecos de canciones (cierra “Garbage: plumas, cuchillas
y la boca seca. Shirley M.” con parte del puente de When i grow up, de los propios
Garbage; y en “My loneliness me está matando. Britney S.” cita a la propia Spears:
«oh pretty baby I shouldn’t have let you go»). Díaz Villarías actúa como una
grabadora que registra los testimonios femeninos y moldea un contexto propio para
cada uno; transcribe el caos, conectándolo sugerentemente al lector.
Napalm. Cortometraje poético hace explícito su contenido ya en la portada:
el título y la viñeta, a camino entre el story board y el póster de cartelera, enclavan
la literatura de Ariadna G. García en un ambiente cinematográfico, encerrando
incluso una banda sonora a cargo de Korn. Por tanto, desde el principio la autora
sitúa su discurso en la revisión de los mass media, solidificando las voces que rigen
el hilo poético mediante la adopción de un imaginario que enlaza con diversos
subgéneros cinematográficos. Thriller de ciencia ficción, en Napalm aparecen
maletas—frigorífico, jeeps, pistolas y hackers, siguiendo un esquema propio del
guión de cine, nutriéndose de recursos como la elipsis o el flashback. Sin embargo,
Ariadna G. García no obliga a que el verso se adapte a la narración
cinematográfica; Napalm se compone de poemas que funcionan como una entidad
individual, pero cuya lectura conjunta desvela los rasgos de una peculiar historia de
amor cuya originalidad bien podría ser contada en celuloide.
Frente a estos dos poemarios, centrados en un punto preciso de la cultura de
masas, se sitúa ¿Estás seguro de que no nos siguen?, de Antonio Portela, el poeta
joven que deposita un mayor empeño a la hora de desarrollar esta conjunción de
cultura tradicional y nueva cultura. Música, cine, televisión, prensa y, sobre todo,
vida y actitud. Antonio Portela cita con desparpajo a David Bowie, Fangoria, Albert
Pla, Los Zombies y el horóscopo del ABC, pasea por sus textos a Suede y The
Velvet Underground, porque a todos los considera piezas imprescindibles en el
puzzle de su mundo creativo. ¿Estás seguro de que no nos siguen? es un canto a la
libertad; fruto probable de este epicureismo es la abundante presencia de
actualísimos iconos. Portela alaba al incombustible Iggy Pop y a una Steffi Graff
cuya decadencia se vislumbra, relaciona la hermosura del ejercicio con Bricomanía,
festeja los beneficios de la tecnología y encadena coherentemente a Virgilio,
Homero, Horacio, Píndaro, Ovidio, Safo, Dante, Virgilio y Alaska, en un poema
certeramente titulado “Breve historia cultural de Occidente”. No es la única poética
en ¿Estás seguro de que no nos siguen?; Portela también firma “Hay que ser
absolutamente posmoderno”, versos a los que el tiempo ubicará como referencia
para entender un modo determinado de concebir la poesía.

Hay que ser absolutamente posmoderno.


Simultáneo a cada hombre del presente,
a todas las edades de la Historia,
mi memoria se fragmenta.
Yo y mis contemporáneos
hemos aprendido el olvido.
Estoy libre del pasado y juego con él:
descanso con otras formas eternas.
Puedo elegir mi tiempo. No así mi espacio.
Mi vida y mi cultura se componen
de formas de calidoscopio.
Nunca fuimos tan libres.
Hemos olvidado viejas lenguas,
nuestro credo
y las formas antiguas de poder.
Es el comienzo de una nueva era
menos novedosa que las anteriores.
Mi momento es el resumen
de todos los momentos del mundo.

Antonio Portela hace gala en ¿Estás seguro de que no nos siguen? de una
posmodernidad deliberada, muy optimista. Empapa su literatura de un sentimiento
feliz, pleno de vitalidad; el autor clamaría afirmativamente ante la pregunta
«¿todavía es posible el amor en el mundo posmoderno?», planteada por Rebeca
Campbell, una de esas autoras frívolas que tanto venden pero a las que nadie se
atreve a citar en público.
Los poetas jóvenes que escriben en otras lenguas del Estado no son ajenos a
esta, digámoslo ya, tendencia. La gallega Estíbaliz Espinosa recurre al cine en
algunos de los poemas de —orama (“Fotogramas”, que combina la sucesión
frenética de imágenes con la incorporación de títulos de películas, personajes y
otras coordenadas cinematográficas inolvidables; y “Homenaxe a outro cine”, una
sátira de los filmes románticos estadounidenses) y número e (con la presencia de
los cyborgs, nacidos con la literatura de ciencia ficción, y consagrados en la
pantalla grande), en el que también aparecen barbies como símbolo de soberbia o se
citan lemas de triste procedencia y publicitario uso (arbeit macht frei). Yolanda
Castaño, en cambio, nombra en O libro da egoísta al modisto John Galliano y la
marca Dior (“A Coruña, 16 de febreiro de 1999”), iconos de la modernidad gracias
a las revistas de tendencias y el star system mundial. En cuanto a la poesía catalana,
las referencias se limitan a aspectos periféricos dentro de la cultura popular:
Melcion Mateu construye su Ningú, petit en base al cómic clásico de principios del
siglo XX Little Nemo in Slumberland, de Winsor McCay; y Ángels Gregori
propone en Bambolines hacer graffiti «amb versos de l’Auden». Y si no me refiero
a la joven poesía en euskera es por desconocimiento involuntario; el de las escasas
ni siquiera ediciones bilingües, sino traducciones, es una asignatura pendiente para
la gran mayoría de catálogos editoriales a nivel nacional.
He venido refiriéndome a un rasgo que me atrae enormemente no sólo como
lectora, sino también como escritora. Repasando los poemas de Mi primer bikini
encuentro prácticamente una referencia a la cultura de masas por poema: un poema
dedicado por completo a la televisión, los pitufos y Goku, Cenicientas y Bellas
Durmientes en vídeo, títulos compartidos con canciones de Ash y La Oreja de Van
Gogh y películas de terror, visitas a Zara… Trato, simplemente, de predicar con el
ejemplo. Esta aspiración no está ausente en el poemario en el que trabajo: frases de
series de televisión, odas a películas y, por supuesto, la música que suena de fondo
en los anuncios armonizan un conjunto en el que, de no ser por estos elementos,
reinaría la hostilidad. Se trata de la incorporación de un imaginario común, de
referencias culturales vigentes igual para el estudiante universitario que para la
panadera de la esquina. Yo desconfío de esa Altísima Poesía que busca indagar en
qué sé yo y se recita con los ojos en blanco; demasiadas aspiraciones y muy
manidos efectos. Apuesto —muchos apostamos— por una poesía que combine un
qué y un cómo próximos, sin caer en expresiones banales que conviertan a los
libros en meros reproductores de ideas inconexas. En tiempos novísimos se le
llamó, con encendido desdén, cocacolanización (Gaspar Gómez de la Serna). Ahora
habrá quien cuelgue otras etiquetas que yo misma he mencionado: cultura popular,
cultura de masas, mass media. Poco me importa. Yo sólo cruzo los dedos y
recupero en voz alta el verso de Antonio Portela: «hay que ser absolutamente
posmoderno». De todos los caminos posibles, lo considero el más interesante por el
que los poetas de mi generación podemos transitar.

Bibliografía
Nueve novísimos poetas españoles (edición de José María Castellet;
Barcelona, Península, 2001; incluye Apéndice documental)
Veinticinco poetas españoles jóvenes (edición de Ariadna G. García,
Guillermo López Gallego y Álvaro Tato; Madrid, Hiperión, 2003)
Yolanda Castaño (Santiago de Compostela, 1977) O libro da egoísta (Vigo,
Galaxia, 2003)
Mercedes Díaz Villarías (Albacete, 1977) Mi nombre es Rojo (Córdoba,
Plurabelle, 2004)
María Eloy-García (Málaga, 1972) Metafísica del trapo (Madrid,
Torremozas, 2001) El ciclo de hipermuriel (Málaga, Litoral, 2004)
Estíbaliz Espinosa (A Coruña, 1974)—orama (Pontevedra, Tambo, 2002)
número e (A Coruña, Espiral Maior, 2004)
Ariadna G. García (Madrid, 1977) Napalm. Cortometraje poético (Madrid,
Hiperión, 2001)
José Daniel García (Córdoba, 1979) Stupid world (Córdoba, müsu, 2003)
Àngels Gregori (Oliva, 1985) Bambolines (Barcelona, Galerada, 2003)
Carmen Jodra (Madrid, 1980) Rincones sucios (Toledo, Melibea, 2004)
Melcion Mateu (Barcelona, 1971) Ningú, petit (Barcelona, Edicions 62 /
Empúries, 2002)
David Mayor (Zaragoza, 1972) Poemas en Veinticinco poetas españoles
jóvenes
Elena Medel (Córdoba, 1985) Mi primer bikini (Barcelona, DVD, 2002)
Antonio Portela (Huelva, 1978) ¿Estás seguro de que no nos siguen?
(Barcelona, DVD, 2003)
Juan Carlos Reche (Córdoba, 1975) El dolor y la velocidad (Sevilla,
Renacimiento, 1999)
Alberto Santamaría (Santander, 1976) El hombre que salió de la tarta
(Barcelona, DVD, 2004)
Álvaro Tato (Madrid, 1978) Libro de Uroboros (Madrid, Hiperión, 2000)

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