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Cuenfe) :
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Madame Zilensky
y el rey de Finlandia
Todo el mérito de haber traido a Madame Zilensky
a la Universidad de Ryder se debia al sefior Brook,
director del departamento de misica. La universi-
dad se consideraba afortunada, porque Madame
Zilensky tenfa una gran reputacién, lo mismo como
compositora que como pedagoga. El sefior Brook
se encargé personalmente de buscar una casa para
Madame Zilensky, un sitio cémodo, con jardin,
bastante cerca de la universidad y al lado de la casa
de pisos donde él habitaba.
Nadie en Westbridge habia conocido a Madame
Zilensky antes de que viniera. El sefior Brook ha-
bia visto retratos suyos en las revistas de misica, y
una vez le habia escrito para preguntarle sobre la
autenticidad de cierto manuscrito de Buxtehude.
También, cuando se decidié que viniera ala uni-
versidad, se habian intercambiado algunos telegra-
mas y cartas sobre asuntos practicos. Tenfa una le-
tra clara y recta,
y lo tinico fuera de lo corriente en
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SopPouoosep aqususe19]dwoo seuosiad & 013/qo v
Tenseo vpuaroyar eungye uefoey onb ero svimeo spsoLos Zilensky se instalaron en la casa de al lado y,
aparentemente, todo iba bien. Los nifios eran unos
chicos tranquilos. Se lamaban Sigmund, Boris y
Sammy, Estaban siempre juntos y se seguian el uno
al otro en fila india, Sigmund delante por lo gene-
ral. Entre ellos hablaban en algo que sonaba a un
esperanto familiar hecho con ruso, francés, finlan-
dés, alemén e inglés; cuando habia gente alrededor
estaban extrafiamente silenciosos. Lo que al sefior
Brook le ponia incémodo no era nada de lo. que
los Zilensky hacfan o decian. Eran pequefios deta-
Iles. Por ejemplo, cuando los nifios estaban en una
habitacion, habia algo que inconscientemente le
molestaba. Por fin se dio cuenta de que los chicos
Zilensky no pisaban nunca las alfombras: las bor-
deaban en fila india sobre el suelo desnudo, y si
una habitaci6n estaba toda alfombrada, se queda-
ban en Ia puerta y no entraban. Habia otra cosa:
habfan pasado varias semanas y Madame Zilensky
parecfa no hacer el menor esfuerzo por instalarse y
amueblar la casa con algo mas que una mesa y unas
camas. La puerta principal estaba abierta diay no-
che, y pronto la casa empez6 a tener un aspecto
extraiio y destartalado, como un sitio abandonado
hacfa afios.
‘La universidad podia estar satisfecha con Mada-
me Zilensky. Ensefiaba con tremenda insistencia
y se indignaba profundamente si cualquier Mary
Owens 0 Bernadine Smith no sacaba limpios los
trinos de Scarlatti, Buscé cuatro pianos para su es-
tudio y puso a cuatro asombradas estudiantes a to-
car fugas de Bach juntas. La barahtinda que venia
186
desde su parte de la seccién era tremenda, pero
Madame Zilensky parecfa no tener nervios, y, si la
voluntad y el esfuerzo puros pudieran transmitir
una idea musical, realmente la Universidad de
Ryder no hubiera podido pedir més. Por las noches
Madame Zilensky trabajaba en su duodécima sin-
fonia. Parecfa no dormir nunca; no importaba a
qué hora de la noche se le ocurriera al sefior Brook
mirar por la ventana de su cuarto de estar, la luz del
estudio de Madame Zilensky estaba siempre en-
cendida. No, no era por ninguna causa profesional
que el sefior Brook estaba intrigado.
Fuea finales de octubre cuando por primera vez
not6 que habia algo que indudablemente estaba
mal. Habia almorzado con Madame Zilensky y se
habia divertido con una descripcién detallada que
ella le habia dado sobre un safari que habia hecho
en Africa en 1928, Después, por la tarde, se habia
parado delante de su despacho y se habia quedado
un tanto abstrafda en la puerta.
Elsefior Brook la miré desde su escritorio y pre-
gunté:
—¢Quiere usted algo?
—No, gracias —dijo Madame Zilensky. Tenia
una voz baja, bella y sombria—. Estaba sdlo pen-
sando. ¢Se acuerda usted del metrénomo? ¢Cree
usted que quizé me lo habré dejado en casa de
aquel francés?
—¢De quién? —pregunté el sefior Brook.
—De ese francés con el que estuve casada —con-
testd.
—Francés —dijo timidamente el sefior Brook.
Traté de imaginarse al marido de Madame Zilens-
187ky, pero su mente se neg6. Murmurs casi para él—:
El padre de los nifios,
_1Oh, no! —dijo Madame Zilensky con deci-
sién—. El padre de Sammy.
El sefior Brook tuvo una répida premonicién, Su
instinto le advirtié que no siguiera. Pero su amor al
orden, su conciencia, le hicieron preguntar:
—e¥ el padre de los otros dos?
Madame Zilensky se llevé la mano a la nuca yse
levanté el pelo corto y erizado. Su rostro estaba so-
fioliento y durante unos minutos no contesté, Lue-
g0 dijo amablemente:
—Boris es de un polaco que tocaba el flautin,
—é¥ Sigmund? —pregunté luego. El sefior
Brook miré su escritorio ordenado, con la pila de
ejercicios corregidos, los tres lapices bien afilados,
el elegante pisapapeles de marfil, Cuando levanté
la vista hacia Madame Zilensky, ésta pensaba con
esfuerzo. Miré alrededor por las esquinas de la ha-
bitacién, los parpados bajos y la mandibula mo-
viéndose de un lado a otro. Finalmente, dijo—:
Hablébamos del padre de Sigmund?
—Bueno, no —dijo el sefior Brook—. No hace
falta que hablemos de ello.
Madame Zilensky contesté con voz aun tiempo
orgullosa y terminant
—Era un compatriota.
Al sefior Brook realmente no le importaba la
cosa. No tenia prejuicios; la gente se podia casar
diecisiete veces y tener hijos chinos por lo que a él
le tocaba. Pero habia algo en la conversacién con
Madame Zilensky que le molestaba. Comprendié
de repente. Los nifios no se parecfan en nada a Ma-
188
dame Zilensky pero eran iguales entre sf, y, tenien-
do padres diferentes, el sefior Brook pens6 que la
semejanza era asombrosa,
Peto Madame Zilensky habfa terminado el asun-
to, Se subis la cremallera de la chaqueta de cuero y
se volvi6.
—Abi es exactamente donde me lo he dejado
—dijo con un répido movimiento de cabeza—.
Chez aquel francés.
La vida en la seccién de misica transcurria tran-
quila. El sefior Brook no tenfa dificultades serias
que resolver, como lo de la profesora de arpa del
aiio anteridr, que se fugé con un mecénico de auto-
méviles. Habia sélo esa constante inquietud por
Madame Zilensky. No podia aclarat qué le pasaba
en su relacién con ella y por qué sus sentimientos
estaban tan confusos. Para empezar: ella era una
gran viajera y sus conversaciones estaban salpica-
das de referencias incongruentes sobre sitios leja-
nos. Podia pasarse dias sin abrir la boca, rondando
por los corredores con las manos en los bolsillos de
la chaqueta y el rostro meditabundo. Y de pronto
agarraba al sefior Brook y se lanzaba a un largo mo-
nélogo, con ojos fieros y brillantes y voz, vehemente
y célida, Tenia que hablar de todo o de nada. Pero
habja siempre algo raro, de una manera indirecta,
en cualquier episodio que ella mencionara. Si ha-
blaba de llevar a Sammy al peluquero, la impresién
que producia era tan exética como si estuviera ha-
blando de una tarde en Bagdad. El sefior Brook no
podia aclararlo,
189: La verdad le llegé de repente, y la verdad lo acla-
16 todo perfectamente, 0 por lo menos despejé la
situaci6n, El sefior Brook habia vuelto temprano a
casa y habia encendido el fuego en la pequefia chi-
menea de su cuarto de estar. Se sentia a gusto y en
paz aquella noche. Estaba sentado ante el fuego, en
calcetines, con un tomo de William Blake en la mesa
al lado y se habia servido media copa de licor de
melocotén. A las diez estaba dormitando cémoda-
mente delante del fuego, su mente Ilena de frases
nebulosas de Mahler y retazos de pensamientos flo-
tantes,-y, de pronto, de entre aquel delicado sopor,
de vinieron a la memoria cuatro palabras: «el rey de
Finlandia». Las palabras le parecian familiares, pero
al principio no pudo localizarlas; luego, de pronto,
pudo seguirles la pista. Estaba paseando aquella tar.
de por el campus, cuando Madame Zilensky le pard
y empezé algin descabellado galimatias que escu-
ché solo a medias; estaba pensando en el montdn de
cénones que le habian hecho en la clase de contra-
punto. Ahora le volvian las palabras con una exacti-
tud molesta, las inflexiones de su voz... Madame
Zilensky habia empezado con la siguiente frase: «Un
dia, cuando estaba delante de una patisserie, el rey
de Finlandia pasé en un trineo.»
El sefior Brook se-enderezé en la butaca con
una sacudida y dejé la copa de licor. Esa mujer
eta una mentirosa patolégica. Casi todas las pala-
bras que pronunciaba fuera de la clase eran menti-
ras. Si habia trabajado toda la noche, se desviaba
de su camino para contar que habia estado esa no-
che en el cine; si almorzaba en la Old Tavern, era
seguro que aludirfa a que habia comido en casa con
190
bewds.cl le
sus hijos. La mujer era sencillamente una mentiro-
sa patolégica y eso era todo.
El sefior Brook hizo crujir sus nudillos y se le-
vanté de la butaca, Su primera reaccién fue de
exasperacion. {Que dia tras dia Madame Zilensky
hubiera tenido la desfachatez de sentarse ahi, en su
despacho, e inundarle con sus afrentosas falseda-
des! El sefior Brook estaba furioso. Paseé arriba y
abajo por la habitacién, luego fue a la cocinita y se
hizo un bocadillo de sardina.
Una hora después, sentado junto al fuego, su
irritaci6n se habfa cambiado en un asombro cienti-
fico y meditativo; lo que tenia que hacer, se dijo,
era mirar la situacién de manera impersonal y ver a
Madame Zilensky como un médico ve a un pacien-
te enfermo. Sus mentiras eran de lo més inocente.
No fingia nada con intencién de engafiar y las men-
tiras que contaba no las usaba, jamés, para ninguna
ventaja posible. Esto era lo que desconcertaba; no
habfa motivo detras de todo aquello.
Elsefior Brook terminé el licor, y despacio, cuan-
do era casi medianoche, comprendié atin mejor. La
raz6n de las mentiras de Madame Zilensky era sen-
cilla y triste. Toda su vida habia trabajado en el
piano, ensefiando y escribiendo aquellas doce sin-
fonias hermosas e inmensas. Dfa y noche habia lu-
chado afanandose y volcando su alma en su trabajo,
y apenas le quedaba algo de si misma para més. Hu-
mana como era, sufria esa carencia, y hacia lo que
podia para compensarla, Si pasaba la tarde inclina-
§a sobre una mesa de la biblioteca y luego decia
que habia estado jugando a las cartas, era como si
Htubiera podido hacer las dos cosas. Por medio de
191sus mentiras vivia una doble vida; las mentiras do-
blaban lo poco de existencia que le quedaba fuera
del trabajo y engrandecian el pequefio andrajo tilti-
mo de su vida personal.
El sefior Brook miré al fuego y el rostro de Mada-
me Zilensky estaba en su mente: un rostro severo, de
ojos oscuros, cansados, y una boca delicadamente
disciplinada. Noté algo célido en su pecho, un sen-
timiento de piedad, de proteccién y de comprensién
tremenda. Durante un rato permanecié en un bello
estado de confusién.
Mas tarde se lavé los dientes y se puso el pijama.
‘Tenia que ser practico. ¢Qué resolvia esto? ¢¥ el
francés, el polaco del flautin, Bagdad? ¢Y los nifios,
Sigmund, Boris y Sammy, quiénes eran? ¢Serfan
realmente sus hijos después de todo, 0 los habria
reunido sencillamente de cualquier sitio? El sefior
Brook limpié los cristales de las gafas y las dejé en
la mesilla de noche. Tenia que legar a un acuerdo
con ella. Sino, podia crearse en la secci6n una si-
tuacién de lo més problematica. Eran las dos. Miré
por la ventana y vio que la huz del cuarto de trabajo
de Madame Zilensky estaba atin encendida. El se-
fior Brook se metié en la cama y puso caras horti-
bles en la oscuridad tratando de planear lo que le
dirfa al dia siguiente.
El sefior Brook estaba en su despacho a las
ocho. Acechaba detras de su mesa, pronto a atra-
par a Madame Zilensky cuando pasase por el co-
rredor. No tuvo mucho que esperar, y en cuanto
coyé sus pasos la Ilamé por su nombre.
Madame Zilensky se paré en la puerta. Tenia un
aire vago y fatigado.
192
—¢Cémo esta usted? —dijo—. Yo he descansa-
do tan bien esta noch
—Siéntese, por favor —dijo el sefior Brook—,
Me gustaria hablar un momento con usted.
Madame Zilensky puso a un lado su carpeta y se
eché hacia atrés en la butaca, frente a él.
—¢Qué quiere? —pregunts,
—Ayer, mientras paseaba por el campus me ha-
bl6 usted —dijo él, despacio—. Y, sino me equivo-
co, creo que me dijo algo sobre una pasteleria y el
rey de Finlandia. Es asf, ¢no?
Madame Zilensky volvia la cabeza hacia un lado
y miraba con fijeza a una esquina de la ventana.
—Algo sobre una pasteleria —repiti6 él.
El rostro cansado de Madame Zilensky se ilu-
miné:
—iPues claro! —dijo vehemente—, le contaba
que aquella vex. que estaba frente a esa tienda y el
tey de Finlandia,
—iMadame Zilensky! —grité el sefior Brook.
No bay rey en Finlandia.
Madame Zilensky se quedé ausente por com-
pleto. Después de un instante empez6 otra vez:
—Estaba delante de la patisserie Bjarne, cuando
volvi los ojos de los pasteles y vi de pronto al rey de
Finlandia.
—Madame Zilensky, acabo de decitle que no
hay rey en Finlandia.
—En Helsingfors —empezé ella de nuevo, de-
sesperadamente, y otra vez él la dejé llegar a lo del
rey y no la dejé seguir més.
—Finlandia es una repablica —dijo d—. No es
posible que usted haya podido ver al rey de Finlan-
193dia. Por lo tanto, lo que acaba usted de decir es una
falsedad, una pura falsedad.
Nunca en la vida pudo olvidar el sefior Brook la
cara de Madame Zilensky en aquel momento. Ha-
bia en sus ojos sorpresa, consternacién y una espe-
cie de horror acorralado. Era como una persona
que mirara todo su mundo interior abierto en tro-
zos y desintegrado.
—Crea usted que lo siento —dijo el sefior Brook
con verdadera pena.
Pero Madame Zilensky se repuso. Levanté la
barbilla y dijo friamente:
—Yo soy finlandesa.
—No lo dudo —contesté el sefior Brook. Para
sus adentros silo dudaba un poco.
—Nadef en Finlandia y soy stbdita finlandesa.
—Es muy natural —dijo el sefior Brook alzando
més la voz.
—En la guerra —continué ella acaloradamen-
te—iba en motocicleta y era enlace.
—Su patriotismo no entra en esto.
—Sélo porque estoy sacando los primeros pa-
peles de nacionalizacién...
—jMadame Zilensky! —dijo el sefior Brook.
Sus manos agarraban el borde del escritorio—.
Esto es solamente un hecho sin importancia. La
cosa es que usted mantenia y aseguraba que vio...
que vio... —Pero no pudo terminar. El rostro de
* Madame Zilensky le hizo callarse..Estaba palida
como una muerta y habia sombras alrededor de su
boca. Tenia los ojos muy abiertos, tremendos y or-
gullosos. Y el sefior Brook se sintié de pronto como
un asesino. Una conmocién de sentimientos, com-
prensién, remordimiento y amor ittazonable le
hizo taparse la cara con las manos... No pudo ha.
blar hasta que su interior se aquieté yentonces dijo
muy bajo—; Si, claro, el rey de Finlandia. eY era
simpatico?
Una hora después, el sefior Brook estaba sentado
mirando por la ventana de su despacho. Los arbo.
les, alo largo de la calle tranquila de Westbridge,
estaban casi desnudos y los edificios grises de la
universidad tenian un aire suave y triste. Mientras
repasaba perezosamente el paisaje familiar, vio al
viejo perro airedale de los Drake, que iba balan-
ceandose calle abajo. Era algo que habia visto antes
cientos de veces; entonces, ¢qué era lo que le cho-
caba como extrafio? Luego se dio cuenta con fra
sorpresa de que el perto iba corriendo hacia atrds.
El sefior Brook miré al airedale hasta que le hubo
perdido de vista, luego reanudé su trabajo con los
cénones que le habian hecho en la clase de contra-
punto,
Traduccién de Maria Campuzano