Anda di halaman 1dari 49

CAPITULO 31

Leo:

Esto es lo último y a la vez el principio ¿vaya paradoja, no? Quizá hay historias
que tienen su fin antes de empezar, yo, te estoy regalando un fin para después
iniciar. Aún, mientras te escribo esto, me tiemblan las manos porque no estoy
seguro de hacerlo, (por cierto, perdona por ser tan anticuado y hecho un tanto a la
antigua, bien podría mandarte un mail, pero prefiero que conozcas hasta mis
errores ortográficos con los cuales también quiero decirte lo mucho que me
encantas), a decir verdad estoy un poco aterrado, porque de haber hecho mal mis
cálculos voy a terminar dolido de este acto. Déjame contarte en resumen de qué
trata, y como comenzó:
Cuando yo tenía seis años, mis padres asistieron a un taller de matrimonios
donde, el conferencista, un reconocido pastor, decía que una de las mejores cosas
que pueden hacer por los hijos es proteger su corazón. Por lo tanto, como el área
ante la cual nos encontramos más vulnerables es el amor, sugería que como
padres oraran por la mujer u hombre con quién sus hijos en algún momento
compartirían el resto de sus vidas. Sin más, mis padres empezaron a hacer eso, a
orar por Diannela y por mí; e incluso nos hacían que oráramos por dicha causa. A
los 6 años uno no entiende nada de eso, Zoé. Pero pedíamos a Dios por la
persona con la que un día expresaríamos todo el amor que dos personas de
pueden expresar.

Un día, cuando cumplí 8 años, papá me regalo una cámara, con la que, por simple
hobby, empecé a registrar diferentes momentos de mi día a día para después
pasar horas en mi cuarto analizándolos. Nunca grave nada interesante, pero me
divertía haciéndolo. Después de un par de meses creyéndome reportero, tuve una
gran idea. Pensé en esas oraciones que papá y mamá hacían por esa persona
especial que un día aparecería en nuestras vidas y decidí grabar el proceso de
espera. Me grave a mí mismo hablándole a esa persona.

Así fue como los muchos vídeos que encontrarás en el baúl nacieron. He grabado
los últimos 10 años de mi vida en pequeñas porciones. Hay cosas que dije de las
cuales yo mismo me sorprendí, sin embargo no las creo incorrectas. En ellos
verás mi tan complicada niñez, entre otros momentos de mi vida entre los cuales
siempre supe que aparecerías. Me conmueve el sólo hecho de pensar que lo que
estoy haciendo puede ser un error fatal, pues siempre me prometí que todas estas
grabaciones solo las vería la persona con la cual, yo estuviera seguro
compartiríamos una vida. Valoro tanto el conjunto de vídeos, música, fotos,
detalles y de más cosas que te llegarán por separado (para lo cual el baúl tiene los
dos pequeños compartimento).

Desde el primer día que inicie esto le titule: “Poemas para…”, debido a que nunca
supe que nombré poner, porque no sabía a quién iba dirigido, hasta que te vi. Más
bien no sabía lo que quería hasta descubrir tu existencia. De pronto apareciste en
mi vida, haciendo un caos de lo que siempre había tenido en orden. Tú y esa
sonrisa infinita e imborrable. Tú y todo lo que eres. Tú y nadie más. Redujiste todo
mi tiempo al simple detalle de verme a los ojos cuando caí frente a ti.

De pronto estoy tan seguro, y al momento tan dudoso de hacerlo, pero, si este
baúl está en tus manos significa que contra todos los pronósticos y diagnósticos,
lo envíe. No lo envíe como un recurso más para conquistar tu corazón, lo envíe
porque ya no encontraba razones para no hacerlo. Todo me dice que eres tú.
Quizá mañana cuando me levanté y vea que entre mis cosas falta mi viejo baúl de
madera, me voy a arrepentir, pero no te pediré que me lo devuelvas. Pues si
después de todo esto, jamás tengo una oportunidad contigo, lo lamentare. Pues
tendré que decirle a la persona con la que me case, no queriendo con ello
justificarme, sino queriendo ser veraz e íntegro en mis palabras:

“perdóname, me equivoque, lamentablemente pensé que ella eras tú”.

Porque ¿sabes? siempre estamos buscando a una persona Zoé, a esa que es
única, y aunque muchas aparezcan para usurpar su lugar, sólo son
equivocaciones en la búsqueda de esa persona. Yo lo sé, soy de esos, de los que
entré los millones de seres humanos que habitan este mundo, sabemos que hay
una sola persona a la que buscamos, y encontraremos. Pero también sé que en la
búsqueda, muchas veces nos perdemos, pero cuando le hallamos sabemos que
todo lo vivido fue apenas diversos caminos que nos llevaron a ella. Me encantaría,
después de todo lo que tengamos que vivir, no tener que decirle “me equivoque”, a
nadie, sino poder decir con la frente en alto, ante ti:

“siempre supe que eras tú, los latidos inconfundibles que me provocabas hablaban
de ti”.

Un último favor, recuerda no decirme nada. Ignorarme hasta cierto punto, y sólo
trátame como amigo, más nunca me llames “amigo”, la friendzone ya está sobre
poblada como para irme a vivir allí. No quiero intervenir directamente en tu
relación. Quiero estar presente en tu vida y memoria por medio de este baúl que
lleva mi esencia de estos últimos años.

Posdata: Te quiere, Demián, desde que tenía 9 años e hizo todo esto por ti. Y aun
a esta edad, mi niño interior suspira por ti. Gracias por existir.

Mamá baja la carta y me ve. Carolina la toma y la vuelve a leer, Martha se una ella
repasándola. “¿Me la permites de nuevo?”, dice Valeria, mi prima, quien también
ha hecho acto de presencia junto con mi tía Federica. Tuve que leer la carta tres
veces, la primera porque me mataba la curiosidad, la segunda porque a la mitad
de la primera vez, entre en shock y ya no leía con lucidez y la tercera porque el
solo leerla me provocaba adrenalina que me hacía sentir fuera de mi orbita. No es
que estuviera llena de frases cursis y extensos poemas como ya le conocía, sino
que, ¿era real todo lo que había escrito? ¿en verdad todos estos años se trataba
de mí? ¿y si no soy yo y solo soy un camino diverso que lo llevara a la persona
que en verdad busca? ¡Oh dudas y emociones, gracias por complicarme la
existencia! El sábado por la mañana estaban todas aquí como inspectoras.
Todos en esta habitación ya han leído la carta una vez, y yo aquí e pijama sentada
en posición fetal sobre el espaldar de la cama. Todas quieren cuestionar sobre el
baúl pero nadie dice nada. Todas morimos de ganas de abrirlo, pero nadie lo pide,
solo lo vemos como si estuviéramos ante una bomba que debe ser desarmada, y
no sabemos cómo. Entre mis dedos jugueteo y protejo con celo la llave.

—¿Otra vez? —Se queja Carolina de la petición de Valeria.

—¿Qué tiene de malo? Tú también la estás leyendo otra vez ¿no?

—Solo busco si… no sé… ammm, —le da vuelta a los papeles poniéndolos contra
la luz de que se filtra por la ventana, —¿algún mensaje codificado? —Murmura
Carolina.

—No seas ridícula, dame acá, —Estira la mano para arrebatarle la carta pero
Carolina es más rápida que la mano de Valeria.

—Valu, ya. ¡Suficiente! —Interviene tía Federica calmando la pequeña riña.

Yo no hablo. Mamá me ve y sonríe como cómplice que se delata. Volteo los ojos
mostrándole negación a su complicidad. Por un momento nadie dice nada. La
presencia de todas me abruma, y ya pensándolo bien no sé qué hace tanta mujer
aquí, si solo llame a Carolina y a mamá, pero por lo visto Carolina trajo a Martha.
Y mamá, como muy frecuentemente los sábado por la mañana cocina con mi tía, y
hoy coincidió, la invito junto con Valeria que intentaba aprender a cocinar, a que
dieran su opinión de lo que estaba pasando. Así es como todas estamos en esta
habitación. Cada una tiene un millón de opiniones, y multiplicadas por cinco, tengo
cinco millones de opiniones de las cuales ¡no sé ni que decir!

—¿A qué horas vendrá papá hoy? —Corto el silencio.

—A mediodía, ¿le contaras? —Responde mamá con una pregunta.

—Ummm…—Me encojo de hombros torciendo la boca sin saber que decir.

Ayer por la noche ni siquiera pude darle play al DVD donde se supone dejo puesto
un de sus videos.

—Llego poco rato después que Tito vino por ti, me saludo muy amable y me
explico que era una sorpresa, que solo colocaría unos post it en tu cuarto y que si
quería, lo vigilara para que me asegurara que no tocaría nada, y así lo hice. Pero
el baúl lo dejo en la sala porque se le hacía tarde. —Nos contaba mamá como
dejo entrar Demián a mi cuarto. Yo la veía con la ceja izquierda levantada y ceño
confundido mientras hablaba. El resto como niñas que escuchan por primera vez
el cuento de cenicienta. —Pero nunca me dijo de que trataba, Zoé.

—Mamá, ¿te imaginas si es un loco psicópata y trajo una bomba para matarme y
tu dejándolo entrar? —“Ay por favor…”, todas se quejan negando mis palabras.
Cierto, estoy exagerando. Damián no es un psicópata. Y sin embargo me causa
cierto terror, no él, sino lo que sin estar insistiendo me puede hacer sentir. Y ya
decidí poner fin a esta confusión, pero le prometí seguir el decálogo.

—Ay, ahora si sonaste ridícula, ¡este tipo se muere por ti! No te dañaría, es un
terrón de azúcar. —Le defiende Valeria.

—Ja, —sonrió irónicamente, y Martha y Carolina se sorprenden. —¿Demián un


terrón de azúcar? —Me levanto de la cama. —Demián no es un tipo de esos que
uno puede decir que es un caballero de azúcar y tierno por palabras como: “oh
dulce princesa, cielo, bombón, mi cosita preciosa”, o sea no es un cursi tradicional
con palabras trilladas. El tipo es… —no encuentro las palabras correctas, —no
sé… una mezcla de patán y caballero. Dulce y agrio. Fuerte y frágil. ¡Parece un
invento de sí mismo! —Todas me están viendo como gesticulo casi sin control. —
Tiene la capacidad de hacer que uno le preste atención sin querer. Es.. demasiado
diferente a lo que una como mujer supone debe ser un caballero, no es que no
sea atento, es… ¡Demián!

—¿Y Tito? —Así, tenía que mencionarlo, gracias tía Federica, ya puede ir a morir
en paz.

—Tito, pues… es mi novio. —Se ven una a otras. —Y el, lo quiero, es muy
especial, se ha portado lindo. —Me acerco al baúl sobre la ventana, —Es mi
primer novio.

—¿Lo amas? —Tía Fede vuelve al ataque. Creo que es la única que está
haciendo preguntas medulares debido a su imprudencia.

—Poco a poco. —Le respondo.

—Ay deberías salir con Tito entre semana y los fines con Demián, ¿no? —Mamá
le lanza una almohada a Valeria a la cara.

—¡Tía! —Se queja, —¿Qué de malo tiene?

—¡Valu, por favor! —Su madre la vuelve a reprender.

El resto del tiempo que transcurre me hacen sugerencias respecto a las


decisiones que podría tomar, pero, ninguna me dice exactamente que hacer
porque después de todo son sugerencias y la única responsable de mis decisiones
soy yo.

—Bueno, ¿abrimos la caja?

—Baúl, mamá. —Le corrijo. —Y no. No quiero abrirla. Si solo la carta introductoria
me sacudió las emociones, ¿te imaginas el baúl? Deja eso en paz.
—Bueno, pues terminemos con este melodrama. —Valeria se pone de pie, se mira
en el espejo, se retoca el cabello, alisa el vestido verde que lleva puesto, se da
una sonrisa a si mismo y después me mira. —Tomas ese baúl, vas al bote de
basura y lo tiras.

—¿Qué te pasa? ¡No hare eso! —Le reclamo. Todas se sorprenden.

—Ay por favor, prima. —Dice casi burlona. —Te estas muriendo por un tipo que se
nota lo traes loco, hablas mejor de él que de tu novio y ¿te pones tu solita entre la
espada y la pared?, retienes el baúl pero no lo abrirás, ¿para qué? ¿cuál es el
miedo a abrirlo si de todos modos no le darás una oportunidad al tipo? —Se
acerca a mí. —Tú estás feliz con tu novio, ¿no? —Asiento con la cabeza. —Pues
Demián no será ni el primero ni el último que te buscara, porque aceptémoslo,
eres muy linda. Pero tú no dejaras a tu novio. Así que si no vas a abrir ese baúl,
que en otro caso sería un ramo de flores o algo así enviado por una persona
común, tíralo. Él ni siquiera sabrá. Da lo mismo tenerlo aquí que en la basura. Por
cierto en la basura te causaría menos confusión. ¿Lo abrirás o no? —Me extiende
la mano pidiendo la llave.

—No. No. No y no. Y tampoco lo voy a tirar a la basura.

—Pues regrésalo.

—Él no quiere que lo regrese.

—Jajaja, ¿es en serio? —Valeria ríe.

—Sí, ¿cuál es el motivo de la risa? —Le increpo incomoda.

—Que eres bien ridícula. Eso. Tienes novio, pero se ve que es Demián te mueve
el tapete. Te envía un baúl como detalle de cuanto te quiere y tú, ni lo abres ni
nada.

—Ugrrr… ¡Ábrelo! —Empieza a ponerse eufórica.

—¡Entiende que no! ¡Y no me importa lo que me digas! —Le contesto con el


mismo tono de voz. —Prefiero vivir con la duda de su contenido que vivir con la
culpa de haberlo abierto y que me provoque un sentimiento al que no podre
responder. —Valu aprieta los labios, frunce el ceño, da media vuelta y se aleja de
mí.

—Estemm… Eee… —Martha balbucea, —¿Alguien aquí tiene hambre?

—Si yo, —extrañamente le secunda Carolina. —¿Aun seguirán cocinando? —Mira


a mamá esperando una respuesta.
—Sí, vamos todas a la cocina, dejemos que Zoé tome aire y no ayudemos a que
haga una tormenta en un vaso de agua. —Todas salen, y mamá se queda un
momento cerrando la puerta.

No vemos un momento y reímos nerviosamente.

—Yo digo que… lo abras. —Levanta las cejas para expresar su énfasis.

—Es demasiado complicado para mí, mamá.

—Lo sé. Pero lo que Valeria te dijo tiene algo de razón, ¿cuál es el fin de no abrirlo
y retenerlo?

—Quizá hay regalos que nunca deben ser abiertos. —Respondo lanzándome de
nuevo a la cama. Observo la llave entre mis dedos.

—Pero te podría asegurar que este, no es de esos regalos. Aunque te hagas la


fuerte, sé que lo abrirás en algún momento.

No vemos sin parpadear un momento, veo la llave y me da una punzada en el


estómago. Doy un salto de la cama y sin pensarlo le digo:

—Asumiré las consecuencias. No estoy lista para esto. No lo abriré.

*************************************************************************

Y así fue como decidí no tocar el baúl. Acepte vivir con la duda. Pero en silencio
decidí seguir el decálogo para mi sola, sin compartirlo con nadie, incluso para no
volver a tocar el tema le pedí a Martha y Carolina que no mencionaran más sobre
ello, que era un asunto muerto, (pero tan vivo en mi silencio), sin embargo cada
vez que iban a casa veían el baúl, así que tiempo después le tuve que esconder
en el armario, de ahí paso al ático donde hasta hoy permanece y no he vuelto a
moverle. Seguí saludando a Demián todos los días como a cualquier amigo,
aunque en el fondo sabíamos que era algo más que eso. Mis manos temblorosas
estrechadas por las suyas me delataban ellas sabían que era algo más. Aprendí a
darle la mejor sonrisa que tenía en cada saludo, me acostumbre a sonreírle de
una manera particular que solo él y yo entendíamos. Le tenía por ausente y de
poco interés delante de todos pero presente entre post it que nunca dejaban de
llegar envueltos en pequeñas cajitas que me hacían suponer él mismo decoraba,
algunos de ellos estaban para morir suspirando:

“Mis dedos no te han tocado en tanto tiempo, pero no saben hacer otra cosa sino
acariciarte en mi memoria, viven de momentos frágiles en un extrañarte
inagotable”.

“Me gusta levantarme pensando en ti, me gusta dormir pensando en ti, me gusta
no dejar de pensar en ti”.
“Contigo sé que puedo visitar todas las estrellas, y sin embargo tu eres un
universo, el cielo más amplio se desborda en tus pupilas, y ese sol inigualable que
se resbala por tu piel aceitunada. Me encanta hasta lo que no tienes pero adoro lo
que en ti hay”.

Otros me hacían reír:

“Tan bonita que te ves a mi lado y tan fea que te gusta ser con él”

“He pensado seriamente secuestrarte, pero eso de que comes mucho me aterra
¿cómo te mantengo? ¡La dieta, Zoé. ¿No?!”

Permanecía cerca de mí entre canciones. Por las madrugadas cuando sabía que
estaba dormida los publicaba en mi perfil de Facebook, los dejaba en privado para
solo yo tener acceso a él, al día siguiente cuando lo veía, solo nos sonreíamos.
Las canciones variaban según le parecía. Un día nos encontramos en un
restaurante de comida italiana, nos vimos de lejos pero no nos dijimos nada. Yo
estaba sola en la mesa mientras Tito había ido al baño. Creí que me mandaría un
mensaje, o se acercaría a saludarme pero no lo hizo. Parecíamos desconocidos y
desinteresados de ambos, a pesar de que compartíamos el mismo salón de
clases. Él estaba con Alessandra. Y yo tenía nada que decirle, hasta donde sabía
solo eran muy buenos amigos aunque era de dominio público que ella quería algo
más. En la noche, cuando Tito fue a dejarme a mi casa, abrí la Mcbook, y allí
estaba: “Demián Quintana ha compartido un enlace privado contigo”. La canción
era: “Always” de Bon Jovi, en una versión en español. Sabía cuál era el mensaje
central, pero no podía hacer nada, o no quería. En otras ocasiones me dedico
“You could be happy”, de Snow Patroll. “The Scientist” de Coldplay. “Cualquier
forma de amor” de Los Claxon. “Sabes” de Reik. Cerraba los ojos y decía su
nombre. Él lo sabía, aunque nunca le dije nada tal y como me lo había pedido.
Había aprendido a vivir con el secreto. Ya todo parecía una costumbre, como estar
enamorado de un persona inalcanzable, lo éramos, lo sabíamos pero no
interveníamos en nada. El tiempo corría y nos pesaba, sin embargo lo dejábamos.

Y qué decir de las cartas, escritas de su puño y letra. Ese detalle proveniente de
esa cultura de antaño me hacía sentir apreciada de forma diferente y única:

Cuidadito como me levanta la voz en clase señorita, no abuse de mí y de mi


prudencia. Un día se me puede escapar un “te amo” bien fuerte en clase y el
mundo, tu mundo, colapsara. La próxima vez que quiera usted reclamarme algo
hágalo en privado, yo no tengo culpa alguna si no entiende los problemas
matemáticos, pero en fin, aprovechare esta carta de queja y advertencia para
convertirla en un elogio diciéndote que aunque casi me pones en ridículo en clase,
yo te amo así, por quién eres y por en quién te conviertes a diario sin rechazar lo
que eres hoy. Por el conjunto de tus errores y virtudes. Y más allá de lo que aún
considero debo amarte, y nada en este mundo me impedirá hacerlo. Incluso, me
gustas más cuando todos tus defectos salen a luz, porque es allí, en ese punto
donde me descubro o amándote o rechazándote, y he descubierto que es lo
primero que quiero y consta de una decisión, y no de emoción. Pues si he de amar
sólo tus virtudes, este amor que te profeso no es más que ilusión condicionada,
pero cuando lo peor de ti se expone a mis ojos, cuando lo que ni tu misma te
toleras aparece, y todo lo que parecía brillar en ti se hace opaco; se me presenta
la oportunidad de hacerte ver que mi amor no va de condiciones sino de acciones,
porque mi amor por ti es un verbo que demanda acción no un sustantivo que
manifiesta mera emoción. Y así, tal y como eres amo tus bellos errores perfectos.

Y eso era todo, si tenía algo que reclamarme o elogiarme me lo decía en cartas,
pero nunca me externaba nada que no fuera por medio del decálogo. Pero el baúl
seguía intacto. Todas las noches veía la llave y me consumía la duda del
contenido pero siempre encontraba la fuerza para no ceder.

Estos últimos días he marcado a su celular más de tres veces. Pero cuelgo, a
veces lo hago tal y como acordamos. Solo quería que supiera mi estado de ánimo.
No tenemos ningún tipo de trato que no sea de compañeros de escuela. Tito se
porta como si tuviera todo el dominio sobre mí. Hay días que no lo tolero, pero en
el fondo le amo, y aun eso lo he empezado a cuestionar, ¿en verdad es amor?
Quizá solo quede atrapada en un compromiso por cuestión de mi reputación de
mujer, por no querer dañarlo diciendo que me equivoque en esta relación. Me he
vuelto vulnerable a sus irritantes cambios de humor, reclamos sin sentido, me
esfuerzo por tener una relación normal, pero siempre me pregunto si esto es todo.

Fuimos al campamento que tanto esperábamos, tenía una gran expectativa que
incluso volvimos a vender hamburguesas para no detener el viaje. Pero se portó
tan grosero en varias ocasiones, incluso por tonterías o cuando alguien se me
acercaba. Carolina que también asistió termino enojada conmigo por su causa:

—¿Por qué dejas que te grite ese animal? —Reclama Carolina muy preocupada.

—Tranquila, solo está enojado, él así es. —Respondí con pereza mientras
armábamos la casa de campaña.

—No. Nada de que así es. Es un bruto sin vergüenza, como te va a gritar solo
porque no trajiste una colchoneta extra.

—Es que habíamos quedado que yo la traería, eso es todo.

—Mira Zoé, eres tonta o te estas quedando. Pero la próxima vez que vea que te
habla así le voy a dar una bofetada. Haz algo, ese chico tiene tres neuronas.

Hoy, al llegar de la escuela encontré dos canciones en mi muro, “Take me away” y


“You belong to me” de Lifehose.

¡Ay Demián! Yo también quisiera llevarte lejos. En el fondo lo sabes, quizá si te


pertenezco. Este último año me ha dejado exhausta, sobre todo a unas cuantas
semanas de graduarnos. Pero el parece tan fuerte e inquebrantable. Sigue aquí,
buscándome en el silencio de estas cartas, en las melodías de las canciones,
entre uno y otro post it, dibujado en estas sonrisas que a solas expreso, en este
baúl que no he abierto. El tiempo no le ha hecho nada a lo que siente por mí,
sigue intacto.

CAPITULO 32

El sonido del “Tic-tac-tic-tac” se escuchaba claro y profundo, casi como el latir de


un corazón desesperado, producido por el segundero del reloj de pared, segundo
a segundo, momento a momento, se filtraba en los rincones de toda mi habitación
haciendo más y más complicado lo que estaba sintiendo. Aun me parece oírlo,
“tic-tac-tic-tac”, suena interminable. Prendía y apagaba la luz con ansiedad, la más
ligera de mis preocupaciones era que la lámpara en cualquier momento se
fundiría. El tiempo se aliaba al mismo complot, parecía no avanzar, o por lo menos
no para mis desesperadas ganas de ver que amaneciera. Encendía la luz, veía el
reloj y era tan lento que me exasperaba generando más angustia. Todo volvía a
oscurecer. Todo se llenaba de luz. Vueltas y más vueltas, tantas cómo fueran
posible intentando matar el tiempo, pero era él quien me mataba segundo a
segundo. Volvía a encender la luz y miraba el reloj. ¡Solo habían pasado tres
minutos!
—¿Pero cómo rayos puede solo avanzar tres minutos?

Me rendí a la impaciencia. Di un brinco de la cama convencido que ni el tiempo ni


el sueño estaban de mi lado esa noche. No esperare a que amanezca. ¡Lo haré!
¡Ahora o nunca! Qué terror vivir en el nunca.

Así que me anime, me cambie lo más rápido que puede el pijama por unos skinny
jeans negros y una playera blanca con cuello V de mangas largas que llevaba
pequeñas cruces por todos lados, me coloque una chaqueta y gorra negra que al
frente tenia grabada la Q de mi apellido. Estaba por salir del cuarto cuando me
percato que voy en pantuflas.

—No me va a ver lo pies, —me dije a mí mismo y abrí la puerta, decidido pero
lento.

Mire por el pasillo, y no había nadie. Mire el reloj en mi mano izquierda y era la
01:15am. Estaba cerrando mi cuarto cuando:

—Hey, ¿dónde vas Demián? —Me susurra bajito desde la puerta entreabierta de
su cuarto.

Diannela me hizo dar un salto que me obligó a cerrar la puerta de golpe. Me


asustaba saber que papá siempre tenía el sueño muy ligero y en cualquier
momento podría aparecer.
—Vete a tu cuarto, duérmete. —Le susurro pero no le basta. Sale del cuarto en
pijama y se acerca a mí para saciar su curiosidad. —¡Lárgate al bendito cuarto,
metiche! —Le señalo con el índice y empeora.

—¡Aah! ¿Quieres que le hable a papá? —Dice en voz bajita, pero amenazante, se
aclara la garganta y continua en voz clara y fuerte, —Pap…mmmm —Le tapó la
boca rápidamente.

—¿Por qué rayos no te quedaste en el vientre de mi madre? —Expreso algo


enojado.

—¿Qué estás diciendo? —Dice apartando mi mano.

—¡Nada, que por favor me dejes en paz! No hare nada malo.

—¡Yo sé a dónde vas! —Suena retadora y convincente.

—Si ya sabes ¿para qué preguntas? —Arrugo la frente. —Dejame.

—Quiero ir contigo. Quiero ver cuando te despidas de ella.

La miro seriamente no consintiendo su petición, pero de mantenerme en esa


postura peligraba a provocarla y cumpliría sus amenazas de despertar a papá.

—Ve a cambiarte. No quiero que me vean con una indigente en la calle. Te espero
en la sala.

—¡Wuujuu! —Expresa cuando me ve ceder, me da un beso y se va.

—¡Wuacala! Me babeas. —Saca la lengua.

Cada momento se quedó grabado a fuego en mi mente. Hubiera dado cualquier


cosa por saber que acontecería después de las decisiones que habíamos tomado,
pero nada de eso estaba en nuestras manos. Lo único que sabíamos, o por lo
menos yo, era que la voluntad de Dios, aunque incomoda, siempre era superior a
la mía. Me detuve un momento mirando hacia el cuarto de Diannela pero no se oía
ni el más ligero ruido. Baje las escaleras de manera sigilosa, el pasillo y la sala
solo se veía iluminado por la lámpara de las escaleras. Me recosté sobre el sillón
de la sala a esperarla, me quite la gorra para girarla sobre mi dedo índice al ritmo
de mis ideas.

Hace quince días fue nuestra graduación, el punto donde se empezarían a separar
nuestras historias. Tanto que había esperado ese día cuando recién entre a la
preparatoria en Chihuahua, pero después de entrar, aquí en Cancún, no quería
salir. Salir era empezar un adiós cruel, multiplicar las posibilidades de entrar a lo
imposible, decirle adiós a nuestra única posibilidad que radicaba estar en la misma
ciudad. No quería que llegara ese momento, cómo iba a querer si sabía que tanto
ella como yo, nos iríamos lejos.
—¿Entonces tú iras a la Universidad de Oral Roberts? —Me preguntaba Martha
mientras desayunábamos en la cafetería dos meses antes terminar el curso.

—Mientras no me acepten en Harvard, —reímos. —Tendré que ir a estudiar


finanzas a la ORU.

—Nosotras nos iremos a ¡Londres! —Dice Carolina levantando los brazos con una
cara de emoción que no cabe en sí. —Bueno, eso creo, —los baja y frunce el
ceño, —presentamos los exámenes hace unas semanas, creo que si quedamos.
—Dibuja una sonrisa nerviosa.

—¡¿Por qué?! —Refunfuño exhalando el aire de mis pulmones.

—¿Por qué qué? —Indagan las dos.

—¿Porqué Zoé se quiso ir tan lejos? —Les pregunto. Ambas se ven sin saber que
decir.

—Como que… —duda mientras mastica un bocado de la ensalada que desayuna,


—…ya es hora de ir superándola, ¿no? —Dice Martha.

—Estemm… —Carolina le da un codazo y Martha suelta un ligero “juummff”,


viendola feo. —No es que haya querido, aunque jamás se opuso a la idea, pero
sus papás siempre planearon mandarla al Colegio Imperial de Londres. Desde
antes que entrara a la preparatoria, no sé exactamente. A demás su papá nos
consiguió excelentes becas tanto a ella como a nosotras. Nuestro destacado
aprovechamiento y últimos exámenes exentados nos recomiendan. —Dice
orgullosa.

—Y nosotras, —sigue masticando Martha, —no quereshmou dejarshla sola.

—¿Cómo dices? —Le pregunta Carolina.

—Jajaja —ríe, —perdón, era “queremos dejarla”, —Responde después de ingerir


los alimentos.

—¿Cómo en qué semestre de tu carrera te enseñaran a no hablar con la boca


llena? —Le pregunto, ríe y después me ve con ojos de miedo.

—¿Nunca te dijo? —Pregunta Carolina cambiando de tema.

—Sí, bueno, me dijo, pero nunca creí que fuera muy en serio. —Respondo. —
Pero ya sabes que intento hablar lo menos posible con ella.

—¡Bah! —Habla Martha con tono burlón. —¿Que si no es en serio? Te acabamos


de decir que su papá planeo que estudiara allí con suficiente anticipación. No es
una decisión de última hora. Además, míralo por el lado amable, por lo menos
estará a miles de kilómetros de Tito.
—Por cierto, ¿no ha entrado a ninguna universidad? —Añade Carolina. Martha se
encoge de hombros respondiendo con un “yo qué sé”. —Pues ya se va a cumplir
el año de haber terminado la preparatoria y no se le ven ganas ni señales de
querer continuar.

—Ya sabes que lo que le interesa es ahorrar. —Responde Martha. —Qué bueno
que se anticipa.

—¿Para qué? —Le cuestiono.

—Olvídalo. —Dice Carolina mientras le da otro codazo a Martha que tiene la


lengua más rápida del oeste. —No es algo que deba angustiarte. No ahora.

—Dime, quiero saber. —Le mire a los ojos mientras bebo un trago de agua.

Tenían razón. No debía interesarme ahora. No debía angustiarme, no debía


preguntar, pero lo hice, y ahí empezó mi caos. Insisto hasta que Carolina rompió
su voto de silencio, el cual nadie se lo había hecho jurar, pero su ética de amiga
se lo demandaba, pero mi insistencia pudo más.

—Solo no te mates, —me advierte Martha. —¿Ok? Please.

—¡Ya díganme, por favor! —Habían logrado ponerme nervioso y con la ansiedad
al límite.

—Ya, basta. Tranquilo. Te diré, pero por lo que más quieras se prudente y
muérdete la lengua, aunque es algo… ammm… —Duda por unos segundos. —
¿Serio? Digámoslo así, pero falta mucho tiempo, y debes, así como hasta ahora,
mantenerte al margen. Por favor. ¿De acuerdo? —Me mira con firmeza.

—Sí, —asiento con el cabeza, dudoso.

—Ay qué flojera Carolina, la haces mucho de emoción. ¡Ya dile a este pobre
hombre que el Tito se quiere casar con Zoé! —Carolina la calla con la mirada
sobre cogida de sorpresa por su imprudencia.

¡Boom-boom! ¡Boom-boom! Mi corazón se aceleró. Sentí ese hormigueo que te


recorre y paraliza ante los momentos trágicos de la vida. La voz se esconde y los
oídos son abrazados por un zumbido molesto. Sientes que te hundes, que la
fuerza de la gravedad es tal que tu cuerpo es absorbido lento y fuerte. “¿Sabes
cuál es el sonido más cruel?” Retumbaba la pregunta del padre de Zoé en mi
mente. Ese era mi sonido cruel. El posible inicio de un fin que no me espere.
“Demiá, Demián…” Escucho mi nombre distorsionado.

—¡Reacciona! —”Plaff”, siento como una mano se estrella en mi mejilla


volviéndome en si.

—Oye, ¿Por qué me pegas? ¿Estás loca?


—No quiero imaginarme que esto se haga realidad, jajaja, ¡porque te mueres,
Demián! ¡Te mueres! —Martha esta delirante de la risa por la bofetada que
Carolina me ha dado. Ríe a carcajadas.

—¿Ves? —Sonríe apenada Carolina. —Lo siento, en verdad, te dije que no


preguntaras.

—Tienes que contarme todo. —Exijo.

—No hay nada que contar, es todo lo que debes saber. —Evade.

—Tú Martha, dime. Por favor. —Se encoge de hombros. —¡Te invitare a comer!

—Pues fíjate qu… —Carolina la amenaza con la vista. —No sé nada, jajaja

El timbre había sonado y ambas se levantaron con rapidez de la mesa de la


cafetería. Los alumnos entraban y salían apresurados del baño. Otros suben las
escaleras rumbo a clases. Zoé, había faltado ese día por asuntos de enfermedad.
Le quedo perfecta la falta, porque de no ser así, no me hubiera contenido para
interrogarla, iba a echar por tierra tanto tiempo de mostrar poco interés en ella
ante los demás. Más el que le mostraba en secreto, y ante el que no me respondía
tanto porque yo se lo había pedido, así como porque: quizá ya no había interés.
Era una de las preguntas que no habían tenido respuesta estos meses, ni sus
amigas estaban dispuestas a responder.

—Solo díganme algo, —les suplico a las dos. —Eso no va a ser pronto ¿verdad?

—Demián, ¡Por Dios! ¡Nos vamos seis años a Londres! Claro, —sonríe irónica, —
no uno tras otro. Gracias a Dios existen las vacaciones, pero son seis años de
estudiar medicina. Seis años donde puede pasar de todo. Hasta el olvido absoluto
de ella hacia ti o viceversa solo reducido a un amor de adolescencia. ¿Me explico?

—Uuuy, ¡qué cruel sonó eso ultimo! Yo no tengo nada que ver en esto. Yo no,
¡bye, bye! —Martha retrocede un paso lavándose las manos como Pilato. Pero
Carolina extiende el brazo y la jala hacia nosotros.

Los ruidos del pasillo me devolvieron al plan de esa noche. Reacciono estirando el
cuello para corroborar que es Diannela, y si no, esconderme. La veo caminar por
el pasillo y al pasar por el cuarto de nuestros padres, se acerca y pega el oído
para analizar la situación. Me hace señas de que todo está en orden. Camino
hacia a la puerta principal y la abro lentamente:

—Apresúrate. —Le indicó haciendo ademanes con la mano.

—¿Por qué llevas pantuflas? Jajaja —Diannela se percata de mis pantuflas


incombinables.

—¡Callate y camina! No me va a ver los pies.


—Jaja uno nunca sabe.

Cruzamos el jardín y caminamos por la calle en dirección a la casa de Zoé. Los


vecinos aún se encontraban despiertos, o por lo menos eso deducía por las luces
prendidas de todas las habitaciones. A lo lejos, vimos a uno de los guardias pasar
en bicicleta vigilando que todo esté en orden. Nada de qué preocuparse. El cielo
relampaguea.

—¡No manches Demián! Va a llover. —Se queja Diannela.

—No empieces, nadie te dijo que vinieras, tú te pegaste. Ahora te aguantas. —Le
advierto.

Tuerce la boca como niña regañada. Doblamos la esquina y a unos cuantos


metros, la casa de Zoé. Me detengo y Diannela avanza unos pasos. Se detiene y
me observa.

—¿Qué pasa? —Pregunta. —¿Todo bien?

Es la misma pregunta que con la que Diannela abrió una conversación semanas
atrás cuando entro a mi cuarto. Aquella noche había sido nuestra fiesta de
graduación. Me encantaba nuestra amistad. E indudablemente era imposible
negar lo hermosa e inteligente que era, pero simplemente no podía verla con los
mismos ojos que veía a Zoé. Me agradaba su persona, me agradaba las pláticas
tan interesantes que teníamos por horas. Las películas que vimos en la sala de su
casa o la mía, me hacía bien saber que Diannela y ella tenían una amistad más
allá de la conexión que yo les generaba. Alesasandra era, y es, especial. Me
gustaba incluso que cuando le hablaba de Zoé toleraba que yo me expresara tan
bien de ella a pesar de saber el interés que me mostraba. Pero nunca, jamás,
intente algo más que no fuera amistad, era inútil. Siempre fui honesto. Sin
embargo ella siempre albergo una esperanza. El constante contacto que teníamos
lo producía.

—¿Te veo mañana? —Me pregunto el segundo sábado por la noche que salimos.
Después del bochornoso encuentro con Zoé y su novio en el cine.

—No creo, estaré ocupado.

—¿Puedo saber qué harás? —Me interroga con rostro desconfiado.

—Sí, claro. Iré a la iglesia con mi familia. Como hacemos cada domingo.

—¿Vas a la iglesia? —So rostro se llena de sorpresa.

—Sí. De toda la vida. ¿Algún problema con ello? ¿No crees en Dios?
—Tranquilo. En lo que no creo es en la iglesia. —Dice sin titubeos. —Antes iba,
¿sabes? pero la religión me parece una gran mentira y lo que se supone ser la
iglesia, va tras de ella.

—Tienes razón. Pero no se trata de la religión y la iglesia. Se trata de Dios.

Me miro por unos segundos y después fijo sus ojos en el parabrisas del auto.
Suspiro como absorbiendo las fuerzas necesarias para poder hablar.

—A veces, Demián, no puedo creer en nada. No soy atea, es sólo que parece que
nada tiene sentido sino sólo el momento que se vive. —Habla con remordimiento.

—Entonces no has conocido a Dios en serio. Sólo a sus voceros tergiversando su


voz. Cuando lo conoces, todo tiene sentido.

—¿Que es “todo”? —Pregunta ansiosa.

—¡Dios! Jesús es el todo que da sentido a los vacíos de tu nada. Todo, es el


principio y el final, lo intermedio. La respuesta a las preguntas insignificantes y
existenciales. Todo, es Dios irrumpiendo en la vida del hombre rescatándolo de su
nada. La vida del hombre comienza con una verdad, Jesús, el Dios en el que yo
creo es esa verdad. Él es el Todo que disipa uno a uno los vacíos del nada que
este mundo me ofrece. Y aunque a veces parezca que mucho de este mundo y
esta vida nada valen, o que valen todo, Él, mi todo, me recuerda que el sentido de
la vida comienza en él y nada deseo fuera de Él

Volví a verla y sus ojos estaban húmedos. Intente acercarme pero antes de
hacerlo se pasó las muñecas por los ojos y bajo del auto.

—Que tengas linda noche Demián. Eres muy lindo. Y a veces insoportable, jaja,
otro día me sigues predicando. —Se cruza a mi ventanilla y me da un beso en la
mejilla. —Quizá un día te acompañe. Nos vemos pronto.

Camina hacia la torre donde el guardia le da la bienvenida, las puertas se abren y


entra. Y así pasaron los días, semanas y meses. Entre bromas y pláticas la
confianza era cada día más fuerte. Y un día cedió a la invitación de Diannela para
que la acompañara a la iglesia. Y después volvió, y otra vez, hasta que era ella
quien apresuraba a Diannela. No hablaba mucho de lo que experimentaba, pero
todos notábamos el gusto que sentía. Se volvió parte de las comidas familiares,
las salidas a la playa, fiestas y más. En navidad, decidio pasarla con nosotros, y
en fin de año viajo a Canadá a visitar a su madre. Pero siempre estaba en
contacto.

Poco después de regresar de vacaciones de navidad, todo seguía igual. Hasta


que una noche después de haber ido a cenar con nuestra familia me escribió:

“Sé que a veces sueno fría e indiferente, pero contigo, las cosas han cambiado
tanto. Agradezco a Dios tu existencia y por todo lo que me has ayudado. Lo único
que lamento es que, lo peor de cada fin de semana a tu lado es esperar el resto
de ella para volver a verte y sentirme un poquito más que compañera de salón. Te
quiero, besos.”

Sabía a qué se refería y me encontraba entre la espada y la pared. Lo había


intentado, prudentemente, pero lo intente, y por más que quería, no podía. No
podía verla con los mismo ojos que veía a Zoé. Y sin embargo me inundaba el
miedo de esperar por una persona de la que no tenía esperanzas, no por ahora.
La impaciencia estaba haciéndome que cediera antes las ofertas de la vida, la
cual, no era mala, pero no era lo que quería. A demás no podía solo intentar algo
con Alessa solo porque estaba solo. No era correcto. Nadie puede llenar un vacío
que otra persona ha creado. Era algo que yo tenía que solucionar, no quería usar
a Alessandra. Así que esa noche solo me limite a decirle:

“Gracias. Que nuestra amistad dure por siempre. Lo mejor que he hecho por ti fue
ayudar a que conocieras a Dios. Buenas noches”

Pero nuestra amistad se vio fracturada, quizá esa noche, quizá fue más adelante,
aun no lo sé. Al no sentirse correspondida me empezaba a mostrar inconformidad
cuando hablaba de Zoé. O cuando no me sentaba con ella en la cafetería de la
escuela. En el fondo me dolía. Me dolía saber que la estaba hiriendo, que me
acerque demasiado a ella y yo no le permití que se acercara lo suficiente a mí.
Hasta que llego la graduación. Esa noche era de las más radiantes. Siempre tan
femenina y distinguida. Capaz de hacer que todos en la cena de graduación fijaran
sus ojos en ella. Incluso, quizá solo por esa noche Zoé, aunque acompañada por
su novio, sintió celos.

—¿Bailamos? Me dijo tocando mi hombro. En la pista, el DJ había cambiado el


ambiente diciendo: “Para todos los enamorados…”, terminaba de sonar “The other
side of me”, de Michael W. Smith.

—Oh, no, no, gracias. En serio. Soy muy torpe para eso. Y la verdad no me gusta
mucho.

—Vamos, por favor. Has estado aquí toda la noche mirando a todos convivir. —
Mira a mi madre. —¿Señora me lo permite?

—Si él quiere. —Afirma mamá.

Sin más porque excusarme, me pongo de pie al mismo tiempo que a la distancia
veo que Zoé intenta bailar con su papá desde su mesa. La luz tenue y el casi
silencio absoluto más que los murmullos y risas, así como la música, hacen del
ambiente algo encantador. “… y para los que se amaran en la distancia”. Suena
“My inmortal”, de Evanescence. ¡Lo que me faltaba!

—Solo una, he. —Dijo un tanto nervioso mientras bajamos a la pista.

—Una qué. —Pregunta.


—Una canción. Una pieza. ¿Me explico?

—Oh, sí, claro. Tampoco creas que te dar el lujo de bailar toda la noche conmigo.

—Sí, lo mismo digo yo. —Respondo y recibo un pellizco.

Así que esa noche intente bailar y parecer elegante. Torpe y un tanto perezoso,
pero lo intente. Al parecer a ella no solo le parecía bueno sino cómodo, intento
abrazarme más y recostó su oído en mi pecho.

—Escucho tu nervioso corazón decirme que esta emocionado de bailar conmigo.


—Sonríe.

—Escuchas mal. —Respondo ironía.

—Entonces tu corazón esta gangoso. —Se burla.

Mis ojos se desvían a la mesa de Zoé, pero no está, sigo buscándola hasta
encontrarla en la pista mirando a su novio, sonrientes, frente a frente.

—¡Waoo! Tu corazón se acaba de acelerar de golpe.

—¿Si? Quizá se está emocionando más. —Respondo sin dejar de ver a Zoé.

—¿Por mí? —Dice sin despegar su oído de mi pecho.

—¿Sabes? —Le respondo tembloroso. —Me educaron para ser cortés y educado,
siempre prudente con las palabras. Nunca hablo de mas, ni digo cosas que otros
quieran oír sólo por su deseo. Detesto cuando alguien habla demasiado sin decir
nada, pero, contigo es la excepción. Me gusta todo lo que dices y como lo dices.
Tu imprudencia es linda. —Ella rió e intento levantar la vista. —Y no, no me mires
así que no estoy coqueteando. Sólo estoy diciendo que…ammm… —soné
dudoso. —…es agradable tu personalidad. —Sentí su ligero apretón de manos,
expresando su comodidad con mi comentario. —¿Ves? Hasta me estas pegando
lo imprudente de tan bien que se siente, tu amistad es invaluable.

—Lo que voy a hacer está mal. Es incorrecto y quizá me arrepienta el resto de mi
vida, pero no quiero irme a Canadá con él pesar en mi alma que jamás supe lo
que era darte un beso, quiero ayudarte a que me dejes de ver con ojos de
amistad.

Me sentí paralizado. Ahora yo sentía el latir de mi corazón, retumbaba en mis


oídos su sonido. Voltee a mi izquierda y los ojos de Zoé me observaban. Nos
vimos por un momento, hasta que cerró los ojos y la vi llorar. Tito sujeto su rostro,
le pregunto si estaba bien y sin respuesta alguna volvió a la mesa, Tito la siguió.

—Si tú también decides irte, está bien. Lo entenderé. —Me dice mirándome a los
ojos, sosteniendo mi mano. Ella se había dado cuenta del cruce de miradas. Sin
darme cuenta, había prestado tanta atención a Zoé, que habíamos dejado de
bailar. Quizá no solo en ese momento, quizá los últimos meses había prestado
tanta atención a ella que había dejado de bailar en la vida.

—Perdón. En verdad lo siento. ¿Podemos ir a tomar aire fresco? Siento que me


ahogo.

—Claro. Vamos. —Dijo con voz amable.

Nos sentamos un rato en las bancas que estaban a las orillas del auditorio. No
dijimos nada por un momento. Ambos mirábamos el suelo. Y ella rompió el
silencio.

—Nunca se podrá, ¿no es así? —Yo entendía su pregunta, me dolía responder.

—Alessa, eres tan genial y yo… —Calle por un momento. —No sé cómo pudo
pasar todo esto, caí ante ti, ante tu personalidad tan encantadora y… te dañe. Te
lastimo no pudiendo corresponderte. —Sentía que me ardía la cara al pronunciar
esas palabras. —Me siento el peor de los hombres, un patán sin vergüenza.
Siempre quise ser educado y correcto. Siempre quise hacer feliz a alguien. Y me
duele herirte. Mis padres no me educaron para esto. Si no para amar. Y sin
embargo no puedo contigo, estoy tan enamorado de Zoé, que no te presto
atención más allá de una amistad. Lo siento. —Sentí un nudo en la garganta.

—Los padres no nos educan para la realidad de la vida. Porque cada vida es
diferente. —De sus ojos corren un par de lágrimas.

—Alessa, yo…

—Vete. Sólo vete. No hagas pausas. Márchate. Desaparece. Si te quedas


queriendo irte dueles más.

¿Qué es eso a lo que llamamos amor? ¿Cómo es que podemos sentir esa
sensación indescriptible por una persona y aun así saber que el amor es más que
una emoción? ¿Es una parte de esa persona la que nos hace amarle? O ¿es un
todo? Desde lo que tiene y no tiene. Alessa me hacía sentir esa sensación
indescriptible, pero no era amor. Zoé me hacía sentir lo mismo, pero por ella si era
amor. Amar era una decisión. Y yo había decidido amar a Zoé con todo lo que
tenía tantos virtudes como defectos. En silencio, pero amor al fin. Quizá un día
pondría fin a ese amor, quizá tenía un límite, pero por ahora sabía que la amaba.
Así que esa noche cuando Diannela entro a mi cuarto y pregunto “¿Qué pasa?
¿Todo bien?”, le dije que no todo estaba bien. Le conté todo lo que había pasado
con Alessandra. Y hoy que las dudas de ir a ver a Zoé antes de que ella se vaya a
Londres me detienen, pensando si todo lo que deje ir por ella valen la pena, las
preguntas de Diannela me hacen reconsiderar las cosas. Y hasta cierto punto
extrañar a Alessa, su amistad, su compañía. No he vuelto a saber de ella en
semanas.
—Sí, todo bien. No te preocupes. —Le contesto y nos acercamos a la casa de
Zoé.

La luz de su cuarto está apagada. Me acerco al pequeño portón de la entrada,


tomo el celular y le marco. Suena por primera vez, y espero impaciente.
Probablemente está dormida. Suena una vez más, y así hasta mandarme al
buzón.

—Vuelve a marcar. —Me insiste Diannela. Lo vuelvo a hacer. Suena una vez, otra
más y apunto de mandarme al buzón, escucho su voz.

—¿Por qué tengo el presentimiento que nunca vas a desaparecer de mi vida? —


Contesta.

—Porque probablemente soy la otra parte de tu vida.

Diannela me ve un poco asombrada, y me hace señas con la mano: “bájale de


nivel, la vas a espantar”, me indica. Pero esta noche no venía a dejarle en claro lo
que de ante mano ella ya sabía, sino solo a recordarle, que el tiempo, y la
distancia no eran problemas para seguir firme por ella. Pero solo esperaría con tal
firmeza si ella así lo pedía, todo quedaba en sus manos. Yo, ya había tomado una
decisión, a ella le tocaba el resto. Y si había una esperanza, entonces sí, sería la
otra parte de su vida.

CAPITULO 33

Por algunos segundos el silencio fue incómodo. Pero no presione a que


respondiera. El cielo se iluminó con un relámpago espeluznante seguido de un
trueno que nos estremeció. Diannela abrió los ojos grandes como platos e intentó
acercarse, pero le impedí que me interrumpiera. Se acurrucó en la chaqueta rosa
de piel que llevaba puesta y se recogió el cabello ajustándose los auriculares. Del
otro lado de la línea se escucharon gritos.
—¡No manches! ¿Viste eso? —Preguntó con voz temerosa.

—Por supuesto que lo vi, —respondo, —sobre todo aquí en la calle frente a tu
casa, en este árbol enorme que carece de hojas, se vio aterrador.

—¡¿Afuera de dónde?! —Pregunta asombrada.

—De tu casa. Vine a despedirme de ti. Mañana no sé si te pueda ver. No me


perdonaría no despedirme de ti.

El silencio volvió una vez más. “Dice que está afuera”, escuche su voz muy baja
decirle a alguien. “¿En serio? ¡Pues sal! ¡Sal, Zoé!” le respondió la segunda voz.
Una tercera, murmuraba cosas que no entendí, la bocina del celular se oía muy
despacio.
—Oye ¿Con quién estás? —Pregunte pero no respondió. —¿Bueno? ¿Sigues
allí?

—Hey perdona, es que Martha y Carolina vinieron a quedarse esta noche.


Mañana temprano iremos a hacer unas compras y poco después de medio día nos
iremos a Londres.

—Parecen niñas de orfanato. Siempre quieren comer y dormir en tu casa. —


Bromee.

—¡Cállate grosero te estamos oyendo! —Si distinguió la voz chillona de Martha.

—Estas en alta voz. Así que cuidado con lo que dices, —Responde Zoé con una
ligera risa que se le escapa.

Otro relámpago baño el oscuro cielo de esa noche con un trueno que se escuchó
a la distancia. Sentí una gota caer sobre mi nariz. Levante la mirada al cielo y se
vestía de un negro profundo y elegante, un rugir circulaba en el aire. En cualquier
momento el diluvio caía sobre nosotros.

—¡Ay ya dile adiós y vámonos! ¡Qué miedo, Demián! Si empieza a llover nos
mojaremos. —La queja de Diannela me alerta del clima.

—Oye, ¿yo te invite? ¿No verdad? Usted se quiso pegar. A mí no me preocupa


mojarme.

—¡Ugrr! Ya, pues apresúrate. —Se dio media vuelta indignada. Qué prisa podría
yo tener esa noche. ¡Ninguna! Si lo único que deseaba era oír su voz, sentirla
cercana.

—¿Tu hermana está contigo? —Pregunta Zoé.

—Sí, ya sabes. No me quiere dejar ni a sol ni asombra con estas cosas. —


Diannela me pica las costillas y me truena los dedos apresurándome.

—Tu hermana es un amor. —Me dijo.

—Te la regalo. Te la puedes llevar a Londres. —Ríe. Diannela observa el cielo, no


se da por enterada que hablamos de ella. —Así tendrás algo mío. —Añado.

—Mejor vete tú con ella. —Habla Martha. —Ya son mayores de edad. Antes que
Tito se case con ell…ammm… —La voz de Martha se ahoga en un quejido.

Claro ahí estaba una vez más la realidad a la que me enfrentaba y ante la cual no
podía hacer nada. En los años que vendrían, vería mis posibilidades más lejanas
de estar a su lado. ¡Ah, los destiempos de la vida! Ese deseo infinito de volverlo
atrás y aparecer antes que nadie en su vida. Pero no era más que un suspiro de
utopía. Lo que estaba pasando era una realidad, y no se resolvía volviendo en el
pasado sino con cara al futuro.

—Disculpa a Martha, recuerda que es tu fan, y nos idealiza juntos. Siento mucho
sus comentarios. —Dijo tratando de excusarse. —Carolina pelea con ella
intentando amordazarla. —El tono de su voz me decía que estaba viendo algo
divertido.

—No tienes por qué disculparte, de todos modos estoy enterado. Se del interés de
tu novio y es normal. ¿No? —Diannela me observaba y se acercó. Quito los
auriculares de su teléfono y me los ofreció.

—¿Qué estás haciendo? —Le pregunto.

—Haciendo más cómodo el chisme. No vine hasta acá con peligro de lluvia para
no saber que estás hablando con ella. Conéctalos a tu celular y déjame oír. —Me
ordena.

—Oye, ¿estás bien? —Pregunta Zoé mientras hablo con Diannela.

—Si tranquila, todo bien. —Me convence y compartimos los auriculares. Le indico
que se mantenga callada.

No había tenido tiempo de hablar sobre el tema con ella. A demás mi opinión
quizá era la última que importaba, aunque me moría de ganas por hacerle muchas
preguntas. Un día antes de irse no era mal momento para saber lo que ella
pensaba sobre el tema.

—¿A qué te refieres con que estas enterado? —Pregunta.

—Pues… —Sentí un vacío en el estómago, de esos que te provoca la angustia,


Diannela me ve y me hace señas con los ojos para que continúe. —…Que tu
novio está ahorrando para los planes de boda que tiene contigo.

Diannela me ve con ojos de incredulidad y se pone la mano en la boca. “No te


creo”, mueve los labios sin hablar. La silencio poniendo un dedo en mis labios. Era
el momento oportuno de saber que pasaría.

—Pues, es normal que después de un año juntos por lo menos lo hablemos, ¿no?
—Su voz es seria.

—Claro, estas en todo tu derecho. Yo…—Tartamudee, pequeños sonidos


guturales de nerviosismo— …yo solo quiero saber qué harás al respecto.

—Demián, yo…

—¡Quiero saber por favor! —Le interrumpí. —Estas a unas horas de irte a miles de
kilómetros y la próxima semana yo también me iré. —Diannela se quitó el
auricular, me lo puso en el otro oído y se alejó. Había oído suficiente. Me sujete a
los barrotes del portón de su casa, con ese vacío en el estómago y el hormigueo
en las manos. Ansioso. Ansioso y angustiado. —No sé si te vuelva a ver, no sé
qué viene en el combo del futuro. ¿No te aterra Zoé? ¿No te provoca angustia y
desesperación? ¡Porque a mí sí! Y no sabes lo frustrante que es estar en mi
posición. Incluso ya me arte de buscarte, de esperarte y no obtener nada más que
el silencio, aunque yo te lo pedí. Y hoy vine a verte, a pesar que sería más
doloroso, y no me puedes dejar con la duda. No quiero llevarme preguntas en la
cabeza todo este tiempo que me está por caer de golpe a partir de mañana, si no
es que ya comenzó ahora.

—Por lo que más quieras, basta. Ya no quiero hablar del tema.

—¿Me evades? No te estoy pidiendo que lo dejes. No te estoy pidiendo que si


también consideraste casarte con el pronto, declines, ¡no!, nada de eso. Al
contrario si lo amas, adelante. Pero dime que has pensado.

—¡Nada Demián, no he pensado nada! ¡Tengo 18 años y lo único en lo que pienso


es que iniciare una carrera de seis años que me consumirá todo mi tiempo! —
Elevó la voz.

—¿Lo amas? ¿Quieres estar con él por siempre? —Insistí, no podía desistir. Solo
necesitaba saber que toda esperanza que tenía había muerto si ella tenía un
deseo reciproco al de Tito.

Hay momentos en que el amor nos sorprende a una edad en la que no estamos
listos para él, y sin embargo, es amor. Hay quienes jamás se han podido reponer
de haberse enamorado y amado incorrectamente. Pues cuando se ha dicho en el
pasado “te amo” a la persona incorrecta, cuesta mucho decirlo en el presenté a la
persona correcta. ¿Cómo nos reponemos? ¿Cómo pensaba Zoé reponerse a lo
que vendría? Quizá el haberle dicho “te amo” a Tito, la hacía sentir incapaz de
decírselo a otro, y ese otro quería ser yo. A veces la veo en el rostro de algunas
compañeras de la facultad. Pero aunque las llame por su nombre ninguna de ellas
es Zoé. Han sido interminables los minutos que he visto su foto en el fondo de
pantalla de mi celular. El tiempo no la borra. Siendo franco, la he llorado, como si
entre lágrima y lágrima se me fuera su recuerdo, pero parece indeleble. Una
marca indestructible de ayer. Ha pasado más de un año y aun vivo respirando el
aroma de sus recuerdos. Me basta el olor a guardado, los tengo bien escondidos,
tanto que me he olvidado donde están cuando me quiero deshacer de ellos.

Sofía me ve un tanto angustiada y traga saliva. Juraría que está a punto de llorar.
Una más que escucha la historia de la última vez que estuve cerca de Zoé.
También la ha escuchado Mía, Cristal, Nekae, Nadia, y la lista continua, unas
amistades, otras amigas que intentaron algo más que amistad, pero no las deje, ni
dejo entrar. Es mi forma de decirles: “no tengo interés en nadie”. Pero parece que
no funciona. Mientras más les cuesto mi amor imposible más se me acercan,
pienso que quizá por eso Matías, un argentino que tenía como compañero de
cuarto se mudó, le he de haber hartado con Zoé. Pero en este momento, ya no es
solo Zoé. La universidad me absorbe por completo, tanto así que en vacaciones
no pude viajar a Cancún a ver a mis padres. Mucho menos tendría tiempo para un
amor. Amor que se me fue en un baúl que no sirvió de nada.

—¿Y después? —Me interroga Sofía. Me insiste que continúe con la historia
mientras con una cucharita mueve el café. —¿Qué te dijo?

Mi mente vuela a esa noche. Parece que aun siento las gotas enormes que
empezaron a caer. Lentas pero certeras.

—¡Entiende que no lo sé! —Grita.

—¡No me grites! —Digo entre dientes conteniendo la frustración.

—¡Pues tu no me presiones! ¿Crees que es fácil? ¡No! No lo es. Sobre todo


contigo escribiéndome, buscándome, una y otra vez. Llega un momento en que
me confundes. Y ahora me exiges que te responda algo que ni siquiera tienes
derecho a saber. Ambos estamos metidos en un lio emocional que gracias a Dios
se solucionara pronto.

—Por qué dices eso.

—¡Porque me iré! Y quizá tengas razón, quizá no te vuelva a ver. Es más… —


sentí un ligero sollozo en su voz, —…no te quiero volver a ver. No quiero que
vuelvas a buscarme, a escribirme. ¡Deseo jamás haberte conocido! ¡Jamás
haberte tenido cerca! Perdóname pero ya no quiero continuar con esta tontería de
confusiones. Lo mejor es que nunca volvamos a tratarnos, o por le menos hasta
que tu tengas a alguien que me saque de tu mente. Estoy harta de sentirme tu
sombra aunque no quiera. Quizá Alessandra era la persona con la que debiste dar
una oportunidad y yo no te lo permití…

—Zoé, yo fui el que no quise, yo quer…

—No, ¡calla!, ahora tu déjame hablar a mí. —Su sollozo estaba siendo
acompañado de lágrimas. Casi las podía sentir. —Ya no quiero hacerte daño. No
quiero estar siendo un estorbo en tu vida, un recuerdo inservible en un par de
años. ¡Déjame ir! Deja que me vaya de tu vida. Y yo te dejo ir a ti. Si después nos
volvemos a encontrar te prometo sonreír, te prometo que si me equivoque en
rechazarte de esta manera no me reprochare sino que disfrutare verte feliz. Lo vas
a ser. Lo sé. Lo seremos.

Guarde silencio. No sabía qué decirle. Me parecía que había escuchado lo


necesario. Qué terrible era despertar cada mañana y saber que aunque nunca
estuvo conmigo, ya no estaba allí. La había dejado ir por su decisión pero no por
la mía. Aunque mi deseo aun la retenía sin su consentimiento, quizá hasta hoy.
Como dice Sabines: “Eres esa cicatriz que ya no se ve, un beso lavado por el
tiempo”. Suspire. Sofía me observa fascinada.
—Joven Demián, —¿Se le ofrece algo más? —Claudio, el mesero, nos pregunta
con su defectuoso ingles, pero con una amabilidad maravillosa.

—No, gracias por tu amabilidad. De mi parte es todo por ahora.

—¿Y la señorita?

—Gracias. De igual forma es todo. —Asiente con la cabeza y se retira.

—Perdón, ¿Dónde te quedaste?, —Sofía sonríe y frunzo el ceño confundido, —


termíname de contar que fue lo último que dijiste.

—¿A quién? ¿A Claudio? —Pregunto.

—¡A Zoé tonto! —Ambos reímos.

La lluvia empezó a caer con fuerza y Diannela me tomo del brazo indicándonos
que era momento de irnos. No noto mis lágrimas, se mezclaban con la lluvia. Le
pedí un momento más y acepto a pesar de los crujientes truenos que estremecían
la noche.

—Bien. Me retiro. Hubiera preferido que esta despedida hubiera sido diferente.
Siento tanto haberte amado así. Tanto que falte el respeto a tu relación.

—En serio Demián que yo tam…

—Es ni turno de hablar, no me interrumpas. Se está cortando la llamada, me estoy


mojando, déjame terminar. —“Perdón”, dijo aun sollozante. —Te digo adiós, pero
te dejo en claro que lo que nos separa no es la distancia, ella no es más que
espacio de un punto a otro, la distancia se vuelve una nada, se disuelve en lo
profundo que puede llegar a ser un amor que liga y hace indivisibles a quienes han
decidido amarse aun estando lejos.

—¡Demián basta! —Habla desesperada.

—¡No! ¡Basta, no! —Continúo firme antes que cuelgue. —Tampoco es tu novio.
No es la universidad. Eres tú. Soy yo. Ambos. ¡Perdón por no poder conquistarte
Zoé! Te voy a extrañar más de lo que este tiempo teniéndote cerca te he
extrañado, yo solo hubier…

El sonido que se produce ante una llamada que se interrumpe nació. Había
colgado. Me quede con toda una lluvia de cosas que decirle. Mire a Diannela que
solo se alzó de hombros y me dijo que era hora. Avanzo unos pasos pero no la
seguí. Mire desde el portón de su casa la ventana de su cuarto. Todo estaba en
silencio, parecía que la noche estaba muerta, y sin embargo sabía que allí se
estaba quedando mi vida. A unos cuantos metros de distancia. Detrás de esa
ventana. Mis dedos se aferraron a los barrotes del portón, húmedos por la lluvia.
—Demián. Por favor. —Diannela me tomo del brazo y me jalo con cierta cautela.

Nos habíamos dicho el más terrible adiós en el mismo lugar donde nos habíamos
dicho el mejor de los hola. Por lo menos para mí. Y la verdad es que no me
arrepiento de haber hecho todo lo que hice, incluso, quizá haberme equivocado al
enviarle el baúl. Puedo vivir con la consciencia tranquila de que lo intente. ¡Hay del
cobarde que jamás hace nada! Al día siguiente se fue. Diannela dice que el auto
de sus padres pasó cerca de la entrada de nuestra casa. Me lo dijo días después.
Hizo bien, no habría querido oír nada de ella ese día. Martha me envió un
mensaje:

“Yo te voy a extrañar mucho. Lamento lo de anoche amigo. Quizá hay vidas que
no están destinadas a ser. Espero conservar tu amistad a pesar de todo. Estamos
por despegar, deséanos bien. Carolina te manda saludos, también te quiere”.

Mire el celular solo uno segundos. No le respondí. Nunca lo hice. Martha no tenía
la culpa, nadie la tenía. Habíamos sido nosotros dos. Pero creo que entendió, no
me escribió más. Y si lo volvió a hacer no lo sé, cuando vine a Oklahoma cambie
mi número. Le perdí todo el rastro por salud emocional. Ni siquiera sé si aún sigue
en Londres, no sé si se casó. Nada.

—Qué triste. —Sofía dice lo mismo que todos los que me han escuchado hablar
de ella. —Pero, ¿no te has vuelto a enamorar?

—No quiero. —Mi respuesta es rápida. —La verdad es que no estoy interesado en
alguien. No ahora.

—¿La seguirás esperando? —Pregunta un tanto incomoda.

—Creo que no la estoy esperando. Solo estoy protegiendo mi corazón. Aunque si


la vuelvo a ver, no sé cómo actuaria.

—Y ¿Alessa? ¿Qué fue de ella?

—Es una excelente pregunta. Me gustaría saber dónde está y cómo está. Me dolió
tanto romperle el corazón. —Expreso apenado.

—Pero, —insiste, —¿y si Zoé tenía razón? —Le escucho extrañado, —¿y si era
Alessa la persona a la que le debiste dar una oportunidad? —Me reclino sobre la
silla, miro alrededor, la noche ha caído sobre el restaurant.

—No estar con la persona que en verdad amas se vuelve una especie de cárcel,
¿sabes?, —le digo mirando a las parejas que están alrededor, —dejas de ser tú
para convertirte en algo que la otra persona quiere, pero tú no eres ni quieres ser,
y ese “querer” de la otra persona se vuelve tu cárcel, vives queriendo agradarle
para que se sienta amada cuando en verdad no le puedes amar, porque siempre
tu amor perteneció a alguien cuyo nombre no es el de la persona con quien estas.
Te vuelves su esclavo y nada hay peor que el amor a la fuerza, que retengan tu
cariño sólo porque te “aman”, pero tú a esa persona no. Con el tiempo te odias, y
a veces le odias, pero más a ti mismo, porque sabes que no debiste haber cedido
a los compromisos establecidos, a las formalidades, a las ideas del tipo: “quizá
merece una oportunidad” o al “qué dirán si le dejo”. Y terminas envuelto en una
relación que jamás quisiste, y todo porque te dolió romper un compromiso de
noviazgo o coqueteo, pero después es más doloroso, porque cuando llegas al
nivel donde lo que tienes que romper un matrimonio, entiendes que nunca debiste
ceder a algo que nunca quisiste. Por eso creo que nunca debemos estar con la
persona que no amamos. Nunca debemos quedarnos con el: “pues es que ella o
él me quiere”, ¡no!, ¡jamás! Cásate con el amor de tu vida. Y con nadie más.

—Debiste haber estudiado filosofía, letras, sociología o algo así, ¿no sé qué haces
estudiando finanzas? —Ambos reímos.

—Bueno, es que siempre he pensado eso. Así aprendí desde pequeño. Y aunque
estoy por cumplir 20 años, lo sigo creyendo. El tiempo no pasa sobre valores
eternos.

—Sí, acepto tu teoría. Creo que es buena, noble. Pero quizá la historia tenga una
variante que nunca consideraste.

—¿Ah sí? ¿Cómo cuál? —Pregunto.

—Que estabas enamorado de Zoé. Y por eso nunca diste una oportunidad a
Alessa. Y de hecho no se la darás a nadie más porque inconscientemente la
quieres solo a ella. Cada vez que intentes algo con una chica, Zoé aparecerá entre
los registros de tu memoria. Compararas su sonrisa, su cabello, su personalidad,
hasta su forma de vestir. Y te puedo asegurar que si le das una oportunidad a una
chica, solo será a esa chica que se parezca un tanto a Zoé. Es como lo que le
pasa a las niñas, siempre terminan enamoradas de un chico que se parezca a su
padre. —Sentí que me estaba sacudiendo la cabeza a bofetadas. Incluso me
sentí ofendido, estaba diciendo que Zoé era la culpable de mis no a todas las
chicas, incluso a Alessa.

—Espera, ¿estas culpando a Zoé de que no quiera darle una oportunidad a


alguien más?

—Sí y no. Si porque sigue allí, en tu cabeza. Y no porque después de todo eres tu
quien la retienes. Bien te lo dijo, ¿no? “Déjame ir”. Ella vive aquí, —se inclinó a mí
y toco mi frente, —en tu inconsciente. Y hasta que no la dejes ir. Hasta que no
aceptes que hace mucho que se fue, que ya no está. Y que probablemente nunca
volverá, nadie más puede entrar. Nadie.

Sabía que tenía razón. Todos los días lo sabía. Pero no la dejaba ir porque
siempre albergaba la esperanza de volverla a ver. Aunque sea para decirle adiós
de la manera más correcta.
—¡Pero qué enferma te están dejando en la facultad de psicología! —Reímos con
tanta fuerza que sin querer tiro un plato al piso y todos voltean. Claudio acude a
nuestro auxilio y yo apenado lamento el accidente. —Lo siento Claudio, en verdad.
Pagare los daños.

—Claro que los pagara o no le dejaran salir. —Me sonríe y se retira con las partes
de los platos rotos.

—¿Entonces qué? —Pregunta Sofía.

—¿Qué de qué?

—¿Quién va a pagar los platos rotos? —Sonríe.

—Yo, por supuesto. No te preocupes por eso. —Le digo seguro.

—Jajaja, pero que tonto, —me ve y ríe, —hablo de cuantas chicas más pagaran
los platos que rompió Zoé. Mi madre siempre decía: “Hazte responsable, que
nadie pague tus platos rotos”

—¡Ah sí, claro! “Los platos rotos” —digo haciendo comilla con los dedos, —espero
que nadie más. —Le respondo y le invito a ponerse de pie.

—¿Pagaras la cuenta? —Le pregunto. —Me ve y frunce el ceño.

—¡Patán sin vergüenza! —Le cierro un ojo haciéndole saber que bromeo.

—Tú la cuenta, y yo los platos rotos.

—Pues espero que sea así. Que no sea una mujer quien los siga cargando en su
cuenta de emociones.

Pongo un dedo sobre mis labios sonrientes indicando silencio, caminamos a la


entrada. Claudio se acerca con mi tarjeta, le firmo el baucher y se retira
deseándonos buena noche. Sofía tenía razón, ninguna mujer debía seguir
pagando por otra. Había sido Zoé a la que le permití que dejara colgado a mi frágil
orgullo de hombre de su delgado hilo de ego femenino. Pero yo era culpable, no la
había dejado ir. Disfrutaba mucho su compañía, me gusta que siempre esté aquí
conmigo, aunque sea en recuerdos, pero está, acurrucada en mis surcos
cerebrales que son laberintos infinitos que siempre queriendo o no, me llevan a
ella, mi salida y entrada.

CAPITULO 34

Papá y mamá tienen un letrero gracioso enorme en las manos con el que de lejos
me reciben: “Bienvenida” y en el mismo letrero una lagartija verde. Supongo que,
diseñada por sus propias manos. Le sonrió de lejos, me detengo a esperar a
Martha y Carolina. Discuten sobre algo y les apresuro. Junto a papá se encuentras
también los padres de estas dos disputadoras.
—¡Y pensar que aún me quedan cinco años a lado de ustedes! —Mascullo
acompañando la expresión de un suspiro de angustia mientras se acercan.

—¡Marta dejo mi sweater rosa en algún lugar desconocido de Londres a México!


—Ruge Carolina. —¿Puedes creerlo Zoé?

—¡Por Dios! Yo no te dije que me lo dieras, —se defiende mientras avanzamos a


la puerta de salida. —Tú quisiste ser buena samaritana aun cuando te dije que no
era necesario.

—¡Mal agradecida! —Pelea nuevamente Carolina. Martha se ríe. —¡Estabas


muriendo de hipotermia en el avión y fui amable!

—Arruinaste mis planes, yo quería que el guapote de a lado me abrazara. Y tú de


noble. —Carolina se detiene de golpe. —Oye, uno nunca sabe cuándo el amor de
su vida se puede sentar a tu lado, ¿no? —Añade Martha. Ambas ríen y se
empujan.

Las puertas de cristal se abren y extiendo los brazos a papá. ¡Benditas


vacaciones! Me lanzo a sus brazos y me estruja en ellos. Mamá me besa la frente.

—¡Por fin en casa lagartija! —Me dice papá.

—¿Me extrañaron? ¿No? Si, lo sé. —Se les dibuja una enorme sonrisa en el
rostro. —Muero de hambre.

—Yo también, —dice Martha.

—Podemos comer todos en casa si gustan, —sugiere mamá.

—Ay no, —me quejo entre dientes, —tengo un año compartiendo habitación,
exámenes, ropa, comida y angustias con estas dos, ¡no empieces! Que coman en
sus casas.

—Eres una cruel. —Carolina me pega en la cabeza.

Después de aclarar que es una broma, salimos al estacionamiento, nos


despedimos y cada quien parte a su casa. ¡Cancún! Siento lo cálido del sol
entrando por la ventana. Advierto una carretera despejada mientras salimos del
aeropuerto, le indico a papá que abra el quemacocos para salir y sentir la brisa,
extiendo los brazos.

—Cariño, estás consciente que no estas grabando Titanic y que en cualquier


momento una rama te puede tumbar los dientes. —Señala mi madre.
—Pierde cuidado mamá qu… —¡Zaz! la hoja de una palmera, de esas que están
sobre los camellones de la carretera me golpean el hombro. —¡Rayos! ¡Uagrr!

Otra más rosa mi cara e intento cubrirla rápidamente con mi antebrazo. Me


resbalo lo más rápido que puedo para caer sobre el asiento y me tallo la mejilla.
Ambos me miran por el retrovisor. Contienen la risa.

—¿En Londres no hay palmeras en las orillas de las carreteras? —Ironiza papá.

—No. A demás en Londres conducen de lado izquierdo lo que significa que de


haber sido este un auto inglés, con un conductor inglés, esa palmera no me
hubiera tocado. —Mientras intento justificar mi descuido veo a unas cuantas calles
mi antigua preparatoria. Siento un nudo en el estómago. Papá indica que doblara
a la izquierda. —Oye, no, espera. Puedes pasar cerca de la escuela por favor.

—Zoé ¿no tienes hambre? —Le mantengo la mirada fija rogándole que se
acerque. —Bien, claro. Solo un momento —Continúa derecho, se acerca y se
detiene.

—Sí, solo un momento. —Afirmo. Veo algunos autos estacionados, lo que me


hace suponer que solo el personal de oficina está trabajando en vacaciones.

Bajo del auto y camino por un momento bajo los árboles del estacionamiento.
Observo por el portón principal, el mismo que me causaba terror que cerraran
cada mañana. Siento nostalgia. A penas hace poco más de un año estaba en este
lugar. Levanto la vista y en la esquina de la entrada principal está la bocina que
tantas veces dijo mi nombre. Cerrar los ojos me genera aún más nostalgia.

—¿Echegaray? —Abro los ojos de golpe —¿Eres tú?

El profesor Moguel. Le veo y le sonrió con mucho ánimo mientras se acerca.

—¡Hola profe! Pero que gusto tan enorme verle. Acabo de llegar. —Abre el portón
y sale para darme un fuerte abrazo.

—¿En serio? El gusto de volver a verte es mío. ¿Cómo has estado?

Le cuento de mi primer año en medicina en Londres. El estilo de vida que se vive


allí. Las presiones y exigencias de la carrera. Hasta alardeo de mis ojeras que he
adquirido últimamente por desvelos.

—Zoé, en verdad me da muchísimo gusto que estés esforzándote en la


universidad, mira que a tus padres les ha de costar la vida pagarte la carrera,
¿cierto? —Comenta.

—La verdad es que sí. Estoy muy agradecida por eso, mi padre es un hombre
muy responsable y siempre se propuso darme lo mejor en estudios. Espero estar
a la altura de las circunstancias. —Miro a papá que yace impaciente en el asiento
del auto.

—Por cierto, qué me dices de tus amigas, Martha y Carolina ¿a ellas les va tan
bien como a ti?

Le comento que ambas están en la misma universidad. E intento resumirle en un


minuto nuestra estancia en Londres. El hace lo mismo puntualizando que este fue
su último año de clases en el colegio

—¿Y que lleva allí? —Señalo con el índice las carpetas que sostiene en el brazo.

—Oh, —observa, —son algunos trabajos que clasifique como excelentes en


algunos semestres, por cierto —hace una pausa mirándome un tanto pensativo, —
¿recuerdas la clase dónde les pedí escribieran un poema?

—En realidad, —sonrió un poco, —escribimos tantas cosas con usted, ensayos,
reseñas, poemas que ya no recuerdo de cual en específico habla.

—Cierto, —tuerce la boca, —bueno me refiero a la clase donde tus amigas y tu


hicieron uno solo. ¿Recuerdas? —“Ah, ya, lo tengo”, respondo. —Bueno, creo que
nunca les entregue los trabajos, solo calificaciones, esto es lo que llevo, entre
todo esto aquí debe ir el tuyo. Por aquí debo tenerlo, —empieza a rebuscar
recargándose en el portón, —Evelin, Cristal, Rafael—menciona el nombre de
algunos alumnos hasta que llega al mío. —Zoe, Martha y Carolina, ¡Lo tengo! —
Me lo muestra.

—¡Si exacto ese es!

—Ten, tuviste una nota destacada, lástima que ya no eres mi alumna. Sigue así.
—Pone una mano sobre mi hombro animándome.

—Fue usted un excelente profesor.

—Mil gracias con el cumplido. Me tengo que ir, guardaré el resto de los trabajos
como recuerdo, sobre todo el de Damián, el obtuvo la mejor nota.

Ese nombre. Un año sin escucharlo: Demián. Un año recetándome su olvido, un


año prohibiendo a mis compañeras que no lo mencionaran en mi presencia,
prohibiendo que no me lo recordaran en lo más mínimo y en un solo momento, en
unos segundos, todas las barreras establecidas vienen a caerse con la
pronunciación del innombrable en labios de un profesor que sin saberlo me
desarmo. Me siento mareada, retrocedo. Hasta la respiración la siento espesa. El
piso se mueve bajo mis pies.

—Zoé ¿estás bien? ¿pasa algo? —Comenta preocupado el profesor.

—Sí, si… todo bien. Creo.


Papa hace sonar el claxon y me pide que me apresuré. La curiosidad me gana, no
debería, ¡no debería! Pero me acerco al profesor y un favor del que quizá me
arrepienta estas vacaciones.

—Profe ¿me permitiría el trabajo de Demián?

—¿Se lo entregaras? —Cuestiona.

—Bueno, no sé si sepa, pero el ya no vive aquí, solo sus padres, pero haré el
intento.

—Sí, de hecho lo sé. Estudia en Oklahoma. Pero, permíteme, —rebusca entre los
trabajos y lo saca, —ten, y me lo saludas si lo ves. Dile que me encantaría un día
poder leer algo más formal de él, y que le deseo suerte con su chica.

¿Su chica? ¿De qué chica? ¡¿Damián tiene novia?! Rayos qué ha pasado en este
tiempo. Me han surgido mil preguntas. Pero me muestro prudente ante el profesor
que esta por irse.

—Pero cómo es qué sabe de él. —Indago.

—Nos escribimos muy seguido. A demás sigo su famoso blog, —hace una pausa,
—pero sé que tiene para dar más.

—¿Sigue su qué? —Presiono.

—Su blog. Escribe en un blog en internet. ¿Pero que ya no es tu amigo? Tiene un


blog muy famoso, donde escribe cosas muy lindas pero con cierta sátira. A ese
chico le hace falta una novia. Lo digo en el mejor sentido.

—Sí, bueno, no, es que, —tartamudeo, —ya no somos tan amigos, la universidad
me absorbe tanto tiempo que pocas veces me da oportunidad de socializar
con mis ex compañeros ¿Exactamente de qué trata el blog? —Cambio la
conversación y le sigo presionando para obtener respuestas.

—Prácticamente hay un personaje que el creo al que llama Dem. Según él mismo
me ha aclarado, no escribe para nadie en específico, pero tengo una maestría en
literatura y años de experiencia como para no darme cuenta que le escribe a
alguien que quizá nunca lo ha leído. Así que el personaje que creo no es más que
la proyección de sí mismo.

¡Madre mía! Siento un balde de agua fría caer en todo mi ser. Tengo que leer ese
blog. Tengo que saber que fue de él. Tengo que leerlo, ya.

—¿Me permitiría el nombre del blog?

—Si claro, aquí te lo doy.


Toma un papelito y escribe el nombre. Papa vuelve a hacer sonar el claxon con
más firmeza. Agradezco al profesor por su tiempo y me despido. Corro al auto y le
digo a papá:

—Vayamos a casa. Lo más pronto posible.

—A ver, ¿qué está pasando? Cuál es la prisa ahora niña, si me haces esperar
tanto. ¿Tito te ha llamado? —El auto empieza a avanzar lento.

Tito. Según se justificó no poder ir a recogerme al aeropuerto porque agendo una


junta importante en las oficinas donde esta trabajando de medio tiempo, con su
jefe. Un año de video llamadas, largas horas de hablando por celular, miles de
mensajes que empezaban y terminaban con: “te extraño tanto”, y ahora que estoy
en la ciudad precisamente tiene una junta.

—Es en serio ¿no podrás ir a recogerme? ¿flores? ¿un letrero bonito? ¿cualquier
cursilería que se te ocurra? O si quieres nada de lo antes mencionado, pero
¿cómo te atreves a poner una reunión antes que a mí?

—Amor, en verdad lo siento, pero si no aprovecho esta oportunidad me jefe


tardara dos semanas en regresar de una gira de negocios. —Evade en un tono
superficial.

—Pues yo tardare un año más en volver a regresar para que me recibas en un


aeropuerto como tanto planeaste ¡y me sales con esto!

No discutimos más. Intente entenderle y al mismo tiempo apoyar sus aspiraciones,


ya que el haber retomado la universidad le estaba dando oportunidades de
crecimiento en la empresa.

—Papá, no me cuestiones, Tito ira hasta en la noche, por favor vámonos.

En cuanto llegamos ayudo a bajar mis maletas con prisa, tomo el maletín de mano
dónde llevo mi computadora personal. Subo al cuarto y me detengo pasmada. Por
un momento las emociones guardadas por un año me hacen sentir ese vacío
profundo en el estómago, eso a lo que llamamos mariposas. En este cuarto le dije
adiós al mismo que me desespero por leer hoy. ¡Me odio! Quizá no debí ir a lalo
escuela el día de hoy, estaba en el punto donde su recuerdo ya era casi nada. Y
es que en verdad, en silencio me hacía bien. Y de la nada lo acabo de meter a mi
mundo una vez más. Observo por el pasillo de las escaleras y papá me observa.
Me nota nerviosa, pero no me cuestiona nada y desaparece en la cocina junto a
mamá. Las preguntas surgen en mi mente al cerrar la puerta del cuarto ¿y si está
aquí? Son vacaciones. También debió viajar a ver a sus padres. ¡Dios! Los
nervios hacen de las suyas.

—Zoé, mi amor, en 15 minutos vamos a comer así que lo que estés haciendo que
no te quite mucho tiempo. Por favor.
—Si mamá, ahora bajo. —Me apresuro.

Con prisa tomo la computadora, la prendo y espero impaciente encienda y me dé


oportunidad de entrar a internet. La computadora más lenta del mundo está frente
a mis ojos.

—Ugrrr, ¡papá! —Grito desde mi cuarto. —¡Me urge una computadora nueva!

—¡Me urge que te pongas a trabajar! —Contesta papá poniendo fin a mi petición.

La computadora está lista, tomo el papelito dónde está el nombre del blog y tecleo.

cosasquejamastedije.com
El blog empieza a cargar. Un baúl de madera aparece y de él emerge una carta,
gira con fuerza y de ella salen pequeñas cartas que se vuelven secciones en la
parte superior. En las orillas izquierda y derecha aparecen las imágenes de un
comic similar a él. Recargado en la izquierda sobre un hombro, en la derecha
sobre la espalda. El baúl queda de fondo con un tenue color. Muevo el cursor
sobre las secciones:

Bio.

Dem.

DemTips.

Cartas jamás enviadas.

PPZ.

Multimedia.

No sé qué rayos es ¡PPZ! Empiezo revisando la “Bio” que consta de una foto de
él, de espaldas, los pies sobre un escritorio un tanto desordenado, las manos en la
nuca, sentado sobre una silla de oficina mirando al patio de una casa con una
suerte de lago.

Demián Q. Estudiante de finanzas, escritor por diversion, y futuro millonario con la


bendicion de Dios. Mis padres me planearon, mi hermana… fue un bonito accidente.
Todo lo aquí creado es asunto mío, lo de usted interpretado y aplicado me deslindo por
completo, sea que le resulte o no. Gracias por leerme.
¡Vaya biografía! Ni siquiera puedo ver su rostro. Accedo la sección de Dem, quien
de introducción advierte: “Dem no existe, tú sí”, son pequeñas historietas en una
imagen. Mama me ha dado el primer aviso de que si no bajo no comeré. “No me
presiones, please”, respondo a sus amenazas. Hay un cómic buenísimo de un
chico volando en una bicicleta frente a chica que…

—¡Momento, paren esto¡ —Grito eufórica.


—¿Cómo? —Pregunta mamá. Ignoro su pregunta.

¿Ese cómic puede ser una representación de… cuando cayó frente a mi casa?
¿Qué hago en este blog leyéndolo? El mensaje del comic dice:

“Uno nunca sabe cuándo va a caer frente al amor de su vida, y entre sus pupilas
levantarse”

Reviso otro y hay un chico rayando el cristal de un auto:

“Los primero besos pueden ser un graffiti para… su padre”.

Y otro más:

“Podría morderte los labios solo porque sabes a pizza”

En este último un chico le aprieta las mejillas a la chica que esta de puntas casi
dándole un beso. Él le sonríe. Ambos se notan estudiantes.

Cada cómic es un momento que reconozco. Momentos nuestros. Esto es


demasiada coincidencia. ¡No es posible! Entro a la sección de cartas y hay más de
22 que quizá no son más de una cuartilla, la sección tiene una leyenda que
aparece de inicio: “No escribo, te describo”. Observo los títulos y abro una escrita
el 14 de febrero del año en curso, lleva por nombre: “El más bello de mis
instantes.” Se lee:

Aunque mis palabras no sean suficientes para redactar lo que siento, quiero escribirte
parte de nuestra historia, plasmar lo que eres y seremos cuando estemos juntos.
Y aquí, entre estas letras que muy probablemente dejaran de existir en los años venideros
ya sea porque se cambie de alfabeto o porque se deteriore el papel, más lo que siento por
ti, espero nunca deje de ser; quiero decirte que tú, eres el mejor de mis poemas, el más
bello atardecer de mis días, y el sol de mis mañanas. Me encanta despertar imaginando tus
ojos, a través de los cuales el mundo es más claro y con sentido para mí, sentir que beso tu
sonrisa, esa que habla todo lo que callas, y aun lo que jamás dirás.
Me encanta descubrirme pensando en ti.
Me pregunto cuánto durara esta eternidad efímera juntos, este infinito que se desborda en
tus ojos. Sin importar cuánto dure, la considero para siempre, éste instante que vivimos,
ésta nada que se vuelve todo contigo. Tú eres mi instante más bello, el tiempo que vivo
soñando despierto.
Tú. Brevemente, tú.
Y para acabar pronto, yo te amo demasiado, con todo lo que soy. Con todo lo que seré, y
con todo lo que podemos y seremos juntos. Mañana podría sufrir, hoy y solo quiero ser
feliz contigo, aunque este sin ti, esa es la filosofía espontanea de esta nuestra historia que
escribimos en todo tiempo, quizá sin saberlo.
Gracias por estar conmigo hoy, en mi mente, y lo que nos resta de ideas. Todos los días
son espaciales. Todo lo que contigo se viva lo es.
Feliz día de no estar un día más juntos. Feliz día de ti, y de mí. Feliz día de amarnos
aunque no lo sabemos. ¡Feliz día siempre!
Posdata: Si en mi historia no existieras, te escribiría hasta inventarte perfectamente cómo
eres hoy.
¡No debí! ¡No debí! ¡Por qué rayos entre a su blog! La nostalgia y la alegría se
encuentran en mi pecho. Me toco las mejillas y las siento tibias. ¡Dios!

—Zoé mi amor ¿qué estás haciendo? Tu mama y yo te esperamos. —Se asomas


por la puerta del cuarto. —¿Estas llorando? —Pregunta.

—Papa estoy en medio de un caos bellísimo, —intento sonreir secándome los


ojos, —y no puedo parar, por favor dame más tiempo. —Me mira algo incómodo.

—Trae tu computadora a la mesa. Y será la única vez que te lo permita, solo


porque tengo un año sin verte y no quiero discutir contigo. Vamos.

Bajamos las escaleras y mama tiene cara de indignación pero puedo vivir con eso.
Oramos por lo alimentos y empezamos a comer, mamá ve a papá mientras yo
centro mi mirada en la computadora, río y hago caras por lo que leo. No dicen
nada. La sección de PPZ empieza a ser revisada. Son pequeñas micro novelas,
frases, y poemas que supongo son de su autoría.

¡Dios mío pero porque no había leído esto antes! Siento que la comida se me
atora en la garganta. Mamá se percata y me acerca el vaso de agua.

—Estoy bien gracias. —Bebo un poco.

—Y ¿qué tal Inglaterra? —Cuestiona don Isaac.

—Súper, —respondo.

—Un año sin verla y lo que podemos notar es que ha desarrollado su capacidad
de síntesis a un nivel más alto, ¿no, Isaac? –La ironía de mamá se deja ver.
Levanto la vista y le indicó que no fue tan chistosa. Papá contiene su comentario.
Me empiezan a poner nerviosa.

—Dame algunas razones para que este contigo. —Le preguntó ella.
—Besar tu sonrisa. Morderte las ansias, juguetear con tus labios. Dormir en tus manos,
acurrucarme en tus dedos, cobijar mis miedos con tus cabellos, sentirme grande cuando
me amas. Habitar tu mirada, abrazarte infinita. —Le declamo él.
Mi cara debió ser de extremada ternura porque la mirada de papá no se aparta de
mis ojos. ¡Y saber que le dije que no quería saber nada más de él! Quizá después
de todo solo usa la experiencia vivida para seguir haciendo lo que le gusta. ¿Por
qué rayos no abrió un blog de finanzas? Ya no se trata de mí, creo que tiene
razón, no miente, no creo que escriba para alguien en específico.

—En verdad lo siento…

—Tratare de soportar tu obsesión con lo que lees. Solo por hoy. —Responde
papá. —Te perdono.
—Oh, no, no. Me refiero a otra cosa. Lo siento, pensé en voz alta. —Papá mastica
la comida lentamente intentando adivinar que estoy haciendo, como todo padre
hace.

Los comentarios en esta sección siempre empiezan con:

“Querido Demián, que gusto seria conocerte si un día vienes a mi ciudad”. Todas
le dicen que es un lindo.

—iJah! Pobres morrritas, ni lo conocen.

—¿Cómo? —Pregunta mama.

—No nada olvidalo pensé en voz alta. —Ambos se ven cómplices.

Sigo leyendo solo para darme cuenta que tantas le escriben y elogian y la que
debe hacerlo jamás se dio por enterada que se trataba de ella. Hasta hoy. Quizá
llego el momento. En el fondo tengo que aceptar que lo deje ir por su bien, pero no
lo he olvidado para mi mal. Así que ¿me aventurare a escribirle como cualquier
lectoras o lectores? En caso de hacerlo tengo que tener el estómago lleno. Cierro
la computadora un momento y veo a mis padres observarme.

—¿Y bien, cómo qué quieren saber? Estoy lista para que platiquemos.

Mis bellos padres. Gracias por su paciencia. No me cuestionan nada de lo que


leía, más bien hacen caso omiso por un momento y nos enredamos en una
conversación sobre la universidad, y las exigencias de la misma. También me
ponen al día del crecimiento del bufete de abogados que preside papá. Ambos
estamos contentos, ambos sabemos que Dios ha sido bueno. La impaciencia
empieza a carcomer los huesos, los dedos y los ojos. A pesar de que trato de
poner toda la atención necesaria en la mesa, las ganas de escribirle me empiezan
a sobrepasar. Si el supiera que he descubierto su blog y que ansió escribirle
¿cómo reaccionaría?

El sonido del timbre de la puerta me devuelve la atención a la mesa. Mamá se


dirige a la puerta, y recibe a Roberto un socio de papá.

—Zoé, que gusto verte princesa. —Me da un abrazo y elogia lo grande que estoy
como si en un año hubiera crecido un metro más.

Papá se disculpa levantándose de la mesa y pasan al despacho. Mamá les


acompaña ofreciéndole algo de tomar a don Roberto. Amablemente acepta y
desaparecen todos del comedor. Una vez más sola sin pensarlo abro la
computadora y termino de revisar las otras secciones antes de escribirle.

DemTips es una sección de consejos con mucho humor para chicos y chicas. ¿Es
en serio: “Cinco acciones que descubren el interese de una mujer en ti”, “Diez
cosas que los hombres odiamos de las mujeres”? Desde los títulos hasta el
contenido todo lleno de humor sin restarle verdad a nada. Se me escapan algunas
carcajadas a sus comentarios.

—¿Bueno que tu estas quedando loca o qué? —Mamá se asoma con una jarra de
agua en la mano y vasos en la otra. —Ábreme la puerta del despacho por favor.
¡Londres te daño!

Abro la puerta de inmediato, papá y Roberto platican al fondo. Regreso a la mesa


para revisar la última sección: Multimedia. La pantalla se pone en negro, un
pequeño reloj empieza a contar el tiempo de espera y a los pocos segundos un
mensaje descubre.

Produciendo un nuevo baúl.


Es todo. No hay nada más en esa sección. Y ahí lo entiendo todo, trago saliva.
Veo a mamá acercarse. Después de todo el profesor Moguel sabía lo que decía.
Damián si escribía para alguien aunque lo negara.

—¿Por qué esa cara? —Me cuestiona mamá sentándose a mi lado.

—El baúl, —mamá me mira extrañada, —aquel que Damián trajo hace un tiempo,
¿qué fue de él? —Tengo los nervios de punta.

—¿Para qué lo pides? Sigue en el mismo lugar que lo dejaste. ¿Lo abrirás?

Asiento con la cabeza sin decir nada más. Ni siquiera estoy del todo segura pero
tengo suficiente tiempo estando insegura como para asegurarme que debo abrirlo.

—El jamás lo sabrá. Será nuestro secreto, ¿de acuerdo? —me acerco a mamá
mirándola a los ojos. —Es más, ni siquiera sabe que lo estoy leyendo.

—¿Cómo que lo estás leyendo?

—El blog mamá. —Le muestro en la computadora. —Mira, todo esto lo escribe él.

—Ah sí, el blog. Lo he leído. —Dice en tono despreocupado. Como si no


significara la gran cosa.

—¿Qué? ¿Pero tú sabías de esto? ¿Cómo es que no me habías dicho nada? —


Espeto.

—Te recuerdo que a mí también me pediste que si el intentaba contactarte le


negara información, pensé que también era aplicable a la inversa, si tu intentabas
contactarle debía negarte toda información. Pero, parece que el decálogo dio con
su cometido. ¿Recuerdas?

— ¿Pero de qué hablas? —El corazón me late. Mamá toma la computadora, entra
como toda una conocedora del blog, busca “el decálogo”, rápidamente lo
encuentra, da clic y lee el punto diez:
—Bien, aquí dice: — se aclara la garganta, — “Lee todo lo que escriba para ti.
Siempre, siempre léeme. Podrás encontrar en cada letra respuesta a cada una de
tus preguntas. Más allá de mis letras, tratare que cada una de las cosas que vivas
causadas por mí, sea un poema para ti”. ¿Ahora entiendes? —Señala la viñeta de
PPZ.

—¡Aaah pero vaya! ¡Qué bonita forma de empezar las vacaciones! —Hablo
indignada, —¡Descubrir que tu madre te oculto información!

—Ah no, a mí no me vas a hacer sentir culpable de tus decisiones. Usted señorita
haga frente a sus errores cometidos. —Se defiende con firmeza.

—¡Voy a abrir ese baúl ahora mismo! —Amenazo.

—Haga lo que usted quiera, ya está grandecita. Solo hágalo con la madurez
necesaria, porque si un par de escritos le revolvieron el mundo que jamás puso en
orden, le aseguro que el baúl se lo deshace. —Sin pensarlo corrí escaleras arriba.

CAPITULO 35

Leo detenidamente una vez más el paso #1 “…estoy un poco aterrado, porque de
haber hecho mal mis cálculos terminare dolido por este acto”, me duele leer esta
parte. No sé si hizo mal sus cálculos pero, lo que sí sé es que le dolió que le dijera
adiós de la manera en que lo hice. Así sin explicaciones. Hubiera deseado
dárselas, pero ¿para qué continuar engañándome a mí misma antes que a él? Lo
nuestro no seria.
—Tenía miedo Demián, quisiera que lo supieras. —Susurro con la carta en las
manos, —Lamento tanto haber carecido del valor necesario para poder
enfrentarme a lo que sucedía o a los compromisos establecidos, que termine
decidiendo adiós.

Me detengo un momento y pienso en esa noche. Pienso en él, pienso en que lo


mejor era cortar las cosas de esa manera. ¿Dolió? no lo dudo. Pero no era
correcto tener a otra persona que no fuera mi novio en la cabeza. Quizá Tito no
era el mejor novio, y distaba por mucho de Demián, pero tenía que hacer lo
correcto. Y lo correcto esa noche fue partirle el corazón Demián.

—En serio lo siento Demián. —Siendo un nudo en la garganta. Me pongo de pie al


escuchar pasos por las escaleras y aseguro la puerta para mantener la privacidad.

—¿Puedo pasar? —Se escucha la voz de mamá seguida del “toc-toc”.

—No. Necesito estar sola.

—Bien, estaré leyendo en la sala por si necesitas hablar. —Se oye bajar las
escaleras. No dijo más. No respondo palabra alguna.
Bien ¡rompamos los protocolos! Olvidemos el paso uno, dos, tres y cuatro. No
estoy para protocolos, ahora solo necesito saber

—¿Dónde deje el primer video? —Hago memoria recorriendo el enorme cuarto. —


El baúl está en el ático, la llave del baúl esta está en mis llaves, —Me acerco a la
puerta de mi cuarto y en la parte superior están colgadas las llaves de mi casa, las
tomo —y el primer video esta… ummm. —Volteo hacia la cama y sin pensarlo la
levanto con todas mis fuerzas. ¡Plaf! Se escucha y una lámpara sale volando
¡crach!.

Después de no haber decidido abrir el baúl la noche que lo encontré en mi cuarto


también decidí ocultar las pruebas de su existencia así que, bajo la cama fue lo
mejor que se me ocurrió. Allí estaba el estuche, lo tomo.

—¡Abí que está haciendo Zoé! ¡En el despacho se escucha mucho ruido! —Papá
se oye incómodo.

—Creo qu…

—¡Estoy limpiando mi cuarto! —Interrumpo a mamá asomándome escaleras abajo


por la puerta del cuarto. Papá vuelve a cerrar la puerta el despacho.

Mamá me ve con el ceño fruncido no dice nada y vuelve a su lectura. Cierro la


puerta y prosigo. Me cercioro de que el DVD está listo, igual que la televisión, y
una vez listo cuando todo está en orden, coloco el disco. Me siento en la orilla de
la base de la cama a esperar y para mi sorpresa… en el fondo de pantalla
aparecemos los dos, de espaldas, el lleva mi mochila, ambos estamos
uniformados, lo estoy mirando, él tiene una ligera sonrisa. La música de fondo
dice: “Baby, it’s been a long time waiting, such a long, long time, and i cant stop
smiling, no i cant stop now. Do you hear my heart beating? Oh, do you hear that
sound?” Mi sangre circula a toda velocidad por mis venas.

—¿Pero dónde, cuándo y quién tomo esa foto? —Es lo primero que pienso sin
dejar de observar que el menú del video lo único que ofrece es “iniciar”. Doy play a
iniciar.

“—Hola, —dice saludando y alejándose poco a poco de la cámara que lo graba


hasta tener la distancia perfecta. Me salta el corazón de volver a verlo. Se arregla
el cabello y dobla las mangas de la camisa que lleva. La misma que traía en el
cine. ¡Lo grabo ese día!—Si estás viendo esto, —tuerce la boca y golpea
suavemente su mano con el puño cerrado, —es porque quizá estoy muerto, —
hace una pequeña pausa, —de miedo, claro está. Y me refiero al miedo porque
aunque he decidido enviarte esto, —señala el baúl que esta sobre una silla¸—
dudo del efecto que pueda tener así como el lugar donde termine. La basura por
ejemplo. —Su timbre de voz, me gusta. —Prácticamente no tengo mucho que
decirte en este momento, lo que tenía que decirte lo acabas de leer, si no lo has
leído ¿no sé qué haces viendo esto? —Se señala con los dedos. —En fin, eres
mujer y por tanto te da igual lo que un hombre piense y ordene. Así que, si no me
equivoco, mandaste mi protocolo a la basura, —me rio, ¿cómo lo supo? Si en su
momento lo hubiera seguido se hubiera equivocado, o ¿no?—da igual. Lo
importante es que tuviste el valor de verme por un momento. —Se queda en
silencio por un momento, voltea a los lados y después ve a la cámara, se acerca,
veo sus ojos, pareciera que quiere salir. —Déjame tocar tu corazón. No te pido
ahora, no te exijo un momento determinado, pero cuando se pueda, cuando lo
creas necesario y sea correcto, please, ¡dame una oportunidad! —Mis ojos se
abren, tengo la mano en el pecho. Lo siento latir. Se retira una vez más de la
cámara. —Que disfrutes lo que prepare para ti, sigue el decálogo, te aseguro que
volveremos a encontrarnos. Te quiero lagartija —Me manda un beso, y dice: —
adiós”.

—¡Dios! —La pantalla se pone borrosa, sin señal alguna.

“Ah sí, debo aclararte —reaparece de nuevo. —Carolina nos tomó esa foto. El día
que comimos pizza. El día que no te bese, —sonríe. —pero la gravedad gira para
ti y para mí, nos atraeremos. Bye, bye. Baby”.

Vuelve a desaparecer. La pantalla se pone negra y empieza una secuencia de


fotos, en su mayoría mías. En otras el tomándose una selfie y yo despistada al
final.

—¿Carolina? —¿Por qué nunca me dijo nada? Eso lo resuelvo luego, tengo que
buscar el baúl. —La adrenalina de volver a verlo reactiva todo en mí.

Camino hacia la puerta y me dirijo al ático. Que dicho sea de paso está en el
pasillo entre el cuarto de mis padres y el mío. Miro hacia la sala y mamá me
observa. Esta serena observándome. Mueve la cabeza como preguntándome qué
hare. No respondo.

—¿Lo bajaras? —Se anima a decir.

—Sí, —respondo mirando la pequeña puerta del ático.

—¿Requieres ayuda?

—No te molestes. Puedo con esto.

—Es algo pesado. A demás te recomiendo que ese pantalón blanco que traes lo
cambies por ropa cómoda. El ático está muy sucio. Y esa blusa rosa de encaje no
te durara mucho si se atora en algún objeto. —Advierte.

—Tranquila. Yo lo subí. Yo lo bajo.

—Te recuerdo que fue un amigo de Valeria quien te ayudo a hacerlo.

—Yo le ayude mamá. —Respondo sin dejar de ver la pequeña puerta y pensar
como bajarlo.
—Bueno, —me dice ya sin ánimo. —Haga lo que usted quiera, cualquier cosa,
usted fue quien se negó a pedir ayuda.

—Te quiero, gracias mamá. —La veo mandándole un beso. Tuerce la boca y
menea la cabeza negando mi decisión.

Acerco un pequeño banco que me permite extender la mano y llegar a la manija


que hace bajar las escaleras del ático. El polvo cae sobre mi cara, toso y
estornudo. Mamá se ha acercado a las escaleras, solo observa pero no dice nada.
Subo observando con detalle, no veo baúl por ningún lado.

—¿Podrías pasarme una lámpara? —pregunto a mamá una vez arriba.

—No. —Responde sin titubeos.

Me recuesto sobre el piso del ático, asomo la cabeza y le ruego una lámpara. Ni
se inmuta. Estornudo de nuevo y me tallo la nariz. Ruego una vez más sin obtener
nada.

—Dijiste que tú lo harías sola.

—Ugrrr. ¡Gracias por tu atención al detalle de mis palabras, mamá! —Me levanto
dándome cuenta que estoy llena de polvo por todos lados, la parte delantera de mi
blusa y pantalón se han vuelto cafés. —Mamá, —“si”, responde indiferente, —
¿dentro de los planes de tu vida, no tenías contemplado no sé, digamos ¡¿limpiar
el ático?! —Toso.

—No. —Dice riendo. —Tienes poco menos de tres horas en esta casa y ¿ya estás
dando órdenes? Espero que cuando vayamos a visitarte a Londres tengas tan
pulcro tu cuarto como demandas. Apresúrate y baja ese baúl.

Voy a tientas, tropezando con las cosas hasta que al final, me parece verlo entre
lo lúgubre de esta caverna llamada ático. Me acerco y compruebo que es el.
Siendo húmeda algunas cosas que le rodean y me surge la idea que
probablemente después de un año de haber estado en este lugar su contenido
pudo haber sido dañado. Empiezo a hacer las cosas a un lado y el ruido hace eco.
Lo jalo hacia la puerta de entrada “gihrrr”, se escucha “gihrrr” se vuelve a oír entre
cada jalón que doy. Me detengo, escucho la puerta del despacho abrirse entre
risas. Parece que papá ha terminado de atender al señor Roberto. Seco el sudor
de mi frente, una luz aparece iluminando por donde debo avanzar.

—Yo sabía que no me abandonarías. —Le digo limpiando mis manos sudorosas
en mi antes pantalón blanco. —Te amo.

—Tu papá va a subir, apresúrate, acompaño a Roberto a la salida.

—Pero él ya sabe que tengo esto aquí, ¿Qué tiene de malo?


—No tiene nada de malo, el problema es que él no sabe que tiene y querrá saber,
así que apresúrate.

Jalo con fuerza. Jalo una vez más. Llego a la puerta y empieza el momento difícil,
bajarlo. Para mi suerte entre todas las cosas encuentro una soga que espero no
se rompa. Le ato a una de las manijas y empiezo a inclinarla escaleras abajo y
mamá le va dando equilibrio.

—¡Dios mío. Esta hija que me has dado! —Se queja mamá. —No sé qué hago
aquí ayudándote. Debería dejarte sola.

—No digas nada, agarra fuerte que siento que se me está resbalando.

—No digas eso, —siento que la cuerda se tensa, —ya estamos terminando. —La
voz de mama se escucha forzada. —“Tass”, se escucha golpear el piso. Me
asomo para cerciorarme que llego con buen fin, y mama me hace señas con el
pulgar.

—Ahí viene tu papá. —Dice y me apresuro.

Quita la cuerda de la manija, la enredo y la aviento por alguna parte del ático. Bajo
aprisa y acomodo la escalera en su lugar cubriendo el techo. Abrimos la puerta del
cuarto y las dos empujamos con fuerza.

—Amores, —escuchamos a papá subir las escaleras. —¿Dónde están?

Tomo una toalla que esta sobre el buró, cubro el baúl y nos apresuramos a salir
cerrando el cuarto tras nosotras. Papá nos observa. Veo a mamá arreglarse el
cabello sonriente y le imito. Supongo que esta es la manera de decir no pasa
nada.

—¿Pero y a ti que te paso? —Me mira de pies a cabeza. —¿Por qué estas como
si fueras una pordiosera? ¿Ya es media noche y se terminó el encanto?

—Estaba limpiando su cuarto. Todo está bien, ven, —mamá lo toma del brazo y se
dirige a su cuarto. —Camina, anda que tenemos que hablar.

—¿Qué? ¿Pero de qué? —Mamá lo jala y me cierra un ojo. Él me ve. —Y usted


señorita más tarde me va a dar una explicación por que esta tan sucia.

—Camina Isaac. —Lo abraza y empuja poco a poco hasta que la puerta de su
cuarto se cierra.

Así que aquí estoy. Sucia, sudada, cansada, y con un ligero dolor de espalda por
la fuerza aplicada al bajar el baúl. Pero a punto de abrir el tesoro escondido.
Respiro, retengo el aire, lo suelto y aquí voy. A punto de introducir la llave el
celular suena en alguna parte de la habitación, pero no lo encuentro. Deja de
sonar. Me detengo y empieza el sonido una vez más. Muevo las cosas buscándolo
como loca, el sonido es muy tenue. Lo encuentro debajo de las sabanas que he
volteado al levantar la cama. Verifico la llamada: Tito. El celular suena otra vez y
contesto inmediatamente:

—Bueno.

—¿Por qué rayos no me contestabas? —Suena irritado. —¿Qué estabas


haciendo?

—Oye, tranquilo, estaba ocupada. Te he dicho que ese tono de voz no lo uses
conmigo.

—Me da igual. —Áspero, como si quisiera gritarme en la cara.

¿Un año lejos de él no le ha enseñado a extrañarme lo suficiente como para


hablarme con decencia? Nuestras conversaciones siempre empezaban bien y
terminaban con enojos de su parte. Volátil y explosivo. En más de una ocasión
cortaba la video llamada si no le parecía que le dijera lo contrario a lo que el
opinaba respecto a un tema. Días en los que el estrés de la universidad y
exigencia de la carrera me hacían sentir imposible continuar, el me los complicaba
más con su comportamiento.

—Amor, tengo que ser clara contigo, —le dije un par de semanas antes de
regresar a Cancún, —si ya no me soportas o no me toleras y crees que soy yo la
del problema, ¿por qué sigues conmigo?

—Porque no sé si voy a encontrar a otra como tú. —Su cara de niño manipulador
salía a luz.

En el fondo sabía que era una pésima respuesta, solo dejaba en claro que de ser
posible que encontrara otra chica como yo, me dejaría a la primera. Se supone
que debería ser tan única que no se imaginara con nadie más. A pesar de lo que
Demián había logrado provocar en mí el tiempo que lo conocí, decidí cortar las
cosas así aunque dolieran para no faltarle al respeto a nuestra relación, ni siquiera
me atrevía a compararlo, porque a pesar de todos sus errores lo amaba.
Siguiendo la sugerencia de Demián, debía intentar que la relación con Tito no solo
se mantuviera, sino que fuera posible. Pero por momentos me sentía al límite de
mi tolerancia. Pero también incapaz de decirle “hasta aquí”. De terminar por
completo algo que pareciera que día con día y aun sumándole la distancia iba al
precipicio. Allá en el fondo de mi corazón, también habitaba el miedo a su reacción
si le decía que ya no quería estar con él, sobre todo por un comentario un tanto
fatalista que me hizo en una ocasión:

—Me mato si no te tengo. —Sonrió a la cámara cruzado de brazos.

—Tito, por favor, —le reclame, —no vuelvas a hacer eso. Mi mamá dice que las
personas que se matan “por amor” en realidad lo hacen porque querían matar a la
otra persona, pero le amaban tanto que terminaron matándose ellos para al fin
después de todo causarles dolor, ¿me quieres hacer daño o qué?

—Oye pedazo de hijo de pastor, cuida tus comentarios, no suenas nada lindo,
¿sabes? Suenas manipulador. —Le dijo Carolina quien hacia una investigación y
hoyo nuestra conversación.

—Dile a Carolina que cuando quiera su opinión de cómo hablarle a “mi novia” —
señalaba el pecho con fuerza, —no le consideraría a ella.

—Tito, basta, tiene razón —intentaba calmar los ánimos, pero prudentemente
Carolina solo puso los ojos en blancos y levantándose de lejos hizo ademanes de
“ese tipo está loco”, se introdujo un dedo a la boca expresando que le causaba
nauseas. Intente sonreír.

—¿De qué te ríes? —Pregunto con tono incómodo. —De Carolina.

—Carolina, Martha y todo lo que te rodea a veces me cae mal. Eres lo único
rescatable de tu mundo.

Rato después cuando ya no toleraba sus comentarios tan oscuros terminábamos


discutiendo. Literalmente el gritaba en la pantalla. Ante su impotencia de no poder
hacer más cortaba la video llamada. Del otro lado del monitor quedaba yo.
Cansada de lo mismo pero intentando comprenderlo. Tito no siempre era así.
Había días lindos. Días que hubiera o aun daría todo porque se mantuvieran más
allá de lo efímero y volátil de su carácter. Lo amaba, no era cuestionable. Quería
hacerlo feliz, quizá eso era un problema me estaba empeñando en amar a alguien
que no se amaba. Siempre quise comentarlo con mamá, pero tenía miedo a que
me dijera que debía terminar esa relación que se tornaba enfermiza. No es que
me rebelara, es que sé que la honra a mis padres valía más que cualquier deseo
de momento. El Tito del que me enamore era atento, formal e incluso me cantaba
por teléfono, era otro. Pero conforme avanza nuestra relación parece que el chico
del que me enamores había dejado de existir y lo que somos se estaba diluyendo.

—Pues no te debe dar igual. Tienes que respetarme. A demás que tengo un año
sin verte de manera formal, ¿y ahora que me llamas es para pelear? —El silencio
me aturde. No dice nada.

—No sé si pueda verte el resto de la semana porque me asignaron un cliente que


tengo que visitar. Y estaré en verdad ocupado. —Dice cuando se anima a hablar.

Siento rabia, impotencia y decepción, nunca se disculpa, siempre es grosero y me


está evadiendo restándole importancia a los que le digo y el cómo me hace sentir.
Me invade el coraje, ese que hace que él estomago se revuelva y te den
espasmos que corren por todo tu cuerpo. El sentimiento que se te junta en el
pecho que empieza como una pequeña bola de nieve que baja a gran velocidad, y
termina convirtiéndose en una avalancha de exasperación. Intento controlarme
pero siento como se me humedecen los ojos.
—Dime algo, Zoé, ¿sigues allí? ¡Contéstame carajo!

—No quiero que te aparezcas en mi casa el resto de las vacaciones, —los labios
me tiemblan y la voz se me quiebra, —hasta que me pidas perdón, hasta que
reconozcas que eres un grosero mal educado. Hasta que reconozcas que me has
faltado demasiado al respeto y necesitas cambiar, porque si vuelves a portarte de
esa manera, no quiero volver a verte ni estar más contigo. —Cuelgo.

Tomo una almohada y ahogo un grito en ella. De esos gritos que no tienen que ver
con ira solamente, sino con un dolor que había estado mudo y oculto. Un dolor
que sabes, sin un porqué exacto, es el inicio de dolores cada vez más profundos,
un efecto domino, o el efecto gradual de dolores que te hacen creer que nunca
saldrás de un abismo de una relación toxica. Eran estos momentos los que me
hacían pensar si había algo más que la relación que tenía hoy, ¿esto es todo? Me
pregunte en más de una ocasión. En este punto es donde cuestiono mis
decisiones. Esta relación me desgastaba, pero aún más, era el pesar que me
había acompañado todo este tiempo: le partí el corazón a una persona que
hubiera juntado cada cachito del mío para verme feliz y aun me hubiera dado el
suyo de ser necesario. Y todo por alguien que presume no tener ni interesarse en
el de otros.

—Dios, ¡Dios! —Me duele el pecho de contener emociones. —Yo no quiero esto.
No así. ¿Qué estoy haciendo mal? O ¿En qué decidí mal? —Las palabras son
ahogadas por el sollozo que intento controlar para que mis padres no me
escuchen. Me deslizo sobre el baúl y quedo de espaldas a él.

El celular suena. Es Tito otra vez. Lo pongo en silencio entre mis pies y lo veo
prender y apagar con las llamadas. ¿Debería ser esto así?

—Mi amor, vamos al centro, ¿vas? —La voz de mi papá me hace reaccionar.

—No. No, estoy cansada por el viaje, me quedare a descansar. —Respondo con
un ligero sollozo que se escapa, me limpio los ojos.

—¿Todo bien? —Pregunta mamá detrás de la puerta. —¿Necesitas que te


traigamos algo?

—Sí, todo bien. —Pienso en silencio y más se me afloja la voz. —Vayan


tranquilos.

—Regresamos en un rato. Te amo. —Comenta papá y se van.

El celular sigue sonando. Ahora tiene mensajes:

“Contéstame el celular o no respondo” “¿Quién te crees para dejarme así?” “Es la


última vez que te marco contesta o te vas a arrepentir” “¡¡Maldita sea contesta,
Zoé!!”
De pronto me aterra, ya son 15 llamadas perdidas, una tras otra. Me tiemblan las
manos. Sus mensajes se leen llenos de ira. Suena una vez más el teléfono. Estoy
a punto de contestarlo pero si lo hago es ceder a su presión, a lo que él quiere que
yo haga. Así que decido apagarlo y justo cuando lo intento un mensaje vuelve a
entrar:

“Tú te lo buscaste”

Lo apago con rapidez para no seguir leyendo ni oyendo nada. El corazón me late
a mil por hora. ¿Mi novio amenazándome? ¿El chico del que me enamore
intentando dañarme? Todo me da vueltas. Por instinto bajo a la sala y cierro toda
las puertas y ventanas. Si Tito decide venir el lugar de trabajo no está muy lejos, y
se haría 15 minutos en llegar. Me asomo por la ventana, la calle está vacía. Nadie
camina, ni autos pasan por allí. Tomo el teléfono de la sala y llamo a papá:

—¿Ya vienen en camino? —Mi voz se escucha desesperada.

—¿Qué pasa porque te escuchas agitada?

—¡Solo dime si ya vienen! —Empiezo a perder el control. Tocan el timbre. —


¡Uumg! —Un ligero quejido de nervios y miedo se me escapa. —Alguien está
llamando a la puerta.

—Pues ve a abrir. ¿Qué pasa porque te notas tan nerviosa? ¿Cariño pasa algo?

—¡Ya vengan por favor! —Camino a la ventana para ver quien está tocando en el
portón y no veo a nadie. —Intento volver a la sala y vuelve a sonar, me asomo con
cuidado, —Creo que te traen un paquete. —Le informo al papá que sigue al
teléfono.

—Es verdad, es de lo que hablábamos con Roberto hace rato. Por favor sal a
recogerlo y firma de recibido.

—No. No quiero.

—¿Pero qué te pasa lagartija si es solo el servicio de paquetería? Sal


inmediatamente y toma ese paquete. —Me ordena y no quiero pelear con él.

Cuelgo, voy a la puerta quitándole todos los seguros y salgo observando a todos
lados. Aún estoy llena de polvo, intento arreglarme el cabello sin mucho interés.

—¿El señor Isaac Echegaray? —Le digo que no está, pero recibo el paquete, me
lo entrega y se va. Por un momento estoy tranquila. Unas personas caminan por la
calle paseando su mascota. Regreso a casa.

Una hora después llegaron papá y mamá. Tito no apareció y no supe nada de él
durante ese tiempo, o por lo menos no había encendido el celular. Ya había
arreglado mi cuarto, limpiado todo el polvo que el baúl había dejado e intentado
descansar para meditar todo lo ocurrido. Aun no entendía como había podido
llegar a ese grado de permitirle tales amenazas e insultos. Papá intenta
cuestionarme si había pasado algo pero me muestro evasiva, es capaz de
demandarlo o hacerlo pedazos con sus propias manos.

—Bueno, ire a seguir trabajando al despacho, mañana no estaré en todo el día. —


Me da un beso en la frente y se pone de pie, —¿Quieres que vayamos a algún
lugar por la noche o saldrás con Tito? —Sacudo la cabeza negando. —¿No qué
cariño?

—No lo sé. Perdón.

—¿Te has peleado con él? —Cuestiona extrañado. Mamá aparece.

—Nada, nada, —intento controlarme y contestar con ligereza. —Es que aún no
decidimos nada, quizá estará ocupado. Más tarde te digo, ¿ok? —Me mira sin
parpadear.

—De acuerdo. —Da media vuelta y se retira al despacho.

El turno es de mamá, el cuestionamiento es similar pero su instinto de mujer, y el


hecho de ser mi madre a quien nunca le oculto nada me hace poner más nerviosa.
Sabe que algo anda mal con Tito, pero no sabe exactamente qué. Intento sonar
incomoda con tantas preguntas y terminamos cambiando el tema.

—¿Abriste el baúl? —Se emociona.

—No.

—¿Qué? Pero ¿por qué no?

—Te estaba esperando, —contesto. —Le muestro la llave que llevo como colguije.

—¡No te creo en serio! ¡Vamos! —Su cara de asombro me hace reír.

—Mamá jajaja, obviamente no te estaba esperando. —El cojín que tiene en las
piernas lo estrella en mi cara, —¡Oye qué te pasa!

—¡Me estas mintiendo! —Ahora lo azota sobre mi cabeza.

—Basta, ¡basta! —Mi risa la molesta más. —Tranquila. Está bien, lo acepto, mentí,
solo estaba bromeando.

La calmo y la abrazo con fuerza, más por necesidad de sentir un abrazo que por
querer abrazar. Quisiera poder contarle como me siento en realidad pero, su
reacción podría complicar las cosas. Pienso que después de todo quizá tuve la
culpa en provocar que Tito reaccionara así. Me recuesto en sus piernas y ella me
platica algunas cosas sobre Valeria, su fallido intento de comprarme un perro
como regalo de bienvenida y de la negación a eso de papá. Los parpados se me
empiezan a cerrar y mamá sigue hablando al grado que siento su voz
distorsionada. Ella juega con mis cabellos y dice algo que ya no entiendo. Cierro
los ojos.

—Nena, amor, despierta, —una mano sacude mi hombro.

—Ummm… —me doy vuelta sin abrir los ojos.

—Cariño, ya estoy aquí. —La voz de alerta. Zoé. —Pasa su mano por mi rostro y
abro los ojos con rapidez, mi primera impresión es encontrar el rostro de Tito
frente a mis ojos. Las palabras se atoran en mi garganta y no sé qué decir

—¡¿Qué te pasa?! ¡¿Cómo entraste?! —Me reincorporo y veo a todos lados


buscando a mis padres. —¡Mamá! —El me mira con seriedad.

—Tranquila. Todo está bien, no pasa nada. —Me dice sin titubeos, como si nada
hubiera pasado. —Ten, compre esto para ti. Es mi forma de decir perdón por no ir
recogerte al aeropuerto. —Intenta darme un beso y lo evado. Coloca el ramo de
rosas en mis manos.

No sé si estoy soñando o soñé lo acontecido. Me invade el temor de estar


desubicada y decir una tontería. Vuelvo a hablarle a mamá y aparece.

—¿Qué pasa? Estoy preparando la cena.

—¿Por qué esta él aquí? ¿Cómo entro? ¿Por qué lo dejaste entrar? —Lo observa
con desconfianza.

—¿Estas bien? —Se acerca y pasa su mano frente a mis ojos. —Pues vino a
verte, ¿no lo querías ver? —Tito no dice nada.

—Perdón, creo que Zoé aún no reacciona. ¿Cuánto tiempo lleva dormida? —
Pregunta con una sonrisa bufona en los labios.

—Durmió como dos horas. —Le responde mamá. —Iré a terminar lo que estoy
haciendo. Si acontece algo me llamas.

—¿Dónde está papá? —Pregunto sin ponerme de pie. Tito está a mis rodillas y ni
siquiera quiero moverme.

—Fue a resolver asuntos del trabajo. Regresara para la cena. —Me grita desde la
cocina. —¿Ustedes cenaran aquí o saldrán?

—Cenaremos aquí, —responde él.

Lo miro y no dice nada más que mantener esa sonrisa molesta que forma cuando
quiere mostrar un desprecio irónico a la situación. Se pone de pie. Se sienta a mi
lado y solo lo sigo con la vista. Ni siquiera le he dicho gracias por las rosas. No
puedo, ni siquiera quiero tenerlas cerca. Las pongo sobre la mesita de centro y él
se cubre el rostro con las manos, inhala y exhala. No sé qué decirle. Me atemoriza
el hecho de que vuelva a reaccionar como ya lo ha hecho. No dejo de mirarlo, él
se mantiene allí, no dice nada. Surgen dudas y preguntas sin respuestas en mi
cabeza, guardo silencio.

—Tengo mucho que contarte, —gira el rostro y me ve. Quisiera decirle que si no
viene a pedir perdón y a prometer cambiar no quería hablar con él pero he
decidido escucharlo. —Hay cosas que te he ocultado y en verdad me apena
decirte, pero ya no quiero ocultarlas, no quiero lastimarte. No quiero perderte. —
Toca mi mano, me resisto un poco pero cedo por temor, levanto la mirada para
observar sus ojos y los veo húmedos a punto de llorar. —Ayúdame, por favor. Te
pido que te quedes a mi lado.

¿Quedarme a su lado? Era eso mismo lo que ya estaba reconsiderando no hacer


más. Pero se ve tan necesitado de que lo escuchen que decido intentar
comprender que pasa.

—No sé si quiero estar más contigo, pero quiero escucharte.

—Bien, —dice tranquilamente, se intenta secar lo húmedo de los ojos, —intentare


retenerte.

Anda mungkin juga menyukai