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Del intelectual al friki

Es una novedad relativa, ciertamente ya conocida por todos si es que se puede


decir que no vociferada a lo ancho y a lo largo de nuestro mundo. Pero ya se
puede gritar abiertamente: “Ha muerto el intelectual, ha nacido el friki”.
Espantosa sustitución que convierte en legítimos los derechos de los mal
llamados nostálgicos. La figura del friki, independiente de la del intelectual, ha
acabado por subsumir el estereotipo del segundo en el del primero, con terribles
consecuencias para aquel. Pues como tal el friki puede ostentar su
independencia y su particularidad con todo derecho. Mas el problema surge
cuando el intelectual mismo es considerado como friki, cuando de él se esperan
las mismas cosas que podemos esperar de aquel.

El intelectual de hoy no quiere ser reconocido por su estereotipo. Ya no fuma en


pipa, no lee periódicos, no juega al ajedrez. El intelectual rechaza este papel y se
abisma en su singularidad, desestimando incluso su propio nombre. Aquí no
hay problema excepto para nostálgicos. El problema se presenta cuando la
misma palabra intelectual representa una grosería para el que pretende
acometer tal función, y entonces este intelectual renegado rechaza todo interés y
toda virtud particular bajo el pecado- este sí moderno- del orgullo.

El ascenso del igualitarismo-social, económico, intelectual- ha sido uno de los


causantes de este mal menor, a saber, que el precio de que todos los hombres
pudieran acceder a la cultura general y proveerse de aquellos medios que
satisficiesen sus necesidades era precisamente una igualdad en la cultura,
igualdad que se ha acelerado con la llegada de la información e Internet. Pero
también podríamos recordar las críticas de Adorno y pensar en la otra cara de
esta amable globalización, que no representa sólo el triunfo de los principios del
liberalismo democrático-fundamentalmente egoísta y sin interés en algo así
como el “género humano”- sino que implica la consideración del sujeto como un
elemento más del sistema, reducido al cálculo global de la estadística, en la que
su singularidad y diferencia quedan abortadas en el anonimato del sistema.

Si en los totalitarismos el delito moral era ser inferior –racial, culturalmente- en


el democratismo actual el delito moral es aspirar a ser algo más que la media
impuesta por la homogenización global. Pero la diferencia es que, frente a la
explícita ética de ciertos totalitarismos- el comunista, por ejemplo- o la moral
siniestramente nihilista del nazismo, en el democratismo lo que se da es una
inhibición de tal moralidad; es decir, se niega que exista tal moral, luego de que
con el fin de poder subsumir en su totalidad todas las diferencias se requiere un
programa débil enfilado a alcanzar la máxima expansión mundial. Esta es la
verdadera cara siniestra del nihilismo, que plantea como obligación moral
implícita lo que explícitamente aparece en cuanto voluntad del hombre
liberado- de la religión, de las ideologías, etc-. ¿Cómo exigir el nombre de
intelectual al pensador consciente que se solidarice con semejantes principios?

Las consecuencias inmediatas, en nuestra convivencia cotidiana, del triunfo de


semejante maquinaria moral nihilista y tramposa son evidentes: la
inconsciencia del intelectual, el rechazo del intelectual de su propia identidad y
la huida a elementos más aceptados por la sociedad, la lucidez y la profundidad
existencial comprendidas como neuroticismo y aislamiento, etc. Todo ello
converge en la nueva imagen que tenemos hoy del intelectual: neurótico,
aislado, siempre abstraído en cuestiones cuando menos repulsivas, embrollado
en asuntos extraños, con una sexualidad dudosa y con habilidades sociales
nulas.

Esa es la imagen del existencialista, del filósofo, del poeta ebrio en las cafeterías.
Es decir, nada distinto del friki. Nada distinto, como consecuencia, de su causa
fundamental: la expansión de la ideología liberal a nivel global, que implica que
el conocimiento real se repliegue sobre sí mismo para recluirse en la soledad de
los grupos aislados, de los sujetos solitarios, de aquellos que sólo pueden ser
comprendidos por sí mismos. ¿No es esta descripción la que define esos
excéntricos actuales que llamamos frikis?

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