Mariano Fazio
1. La revolución cultural
Son muchos los ejemplos que se podrían poner acerca de la importancia otorgada al
cambio cultural para obtener nuevos consensos. Antonio Gramsci fue un maestro en ese
sentido, al subrayar que la estrategia para el acceso al poder del marxismo en los países
occidentales pasa por el cambio de las formas de pensar de los ciudadanos. De ahí que sea
necesario implementar una estrategia para el dominio de los espacios culturales de la
sociedad. Idea que procuró ser implementada con violencia por Mao Tse Tung y su
Revolución Cultural, y que fue descrita literariamente por George Orwell en su 1984.
Un nuevo consenso se va formando por etapas: se comienza por utilizar una palabra del
lenguaje común, cambiándole el contenido en forma subrepticia; así, se va instalando
progresivamente en la opinión pública la vieja palabra, pero poco a poco, también
subrepticiamente, con el nuevo significado. Más tarde, y luego de los debidos pasos
burocráticos, se intenta asegurar la aceptación del nuevo contenido ideológico para el viejo
vocablo, a través del sistema educativo formal. Un ejemplo digno de mencionar en la
Argentina es el de lenguaje psicoanalítico freudiano. «Nosotros mismos hablamos con ese
lenguaje, casi sin advertirlo; podemos tomar después una distancia crítica, pero nos plegamos
espontáneamente a ese lenguaje porque es la jerga general, porque se habla así. Todo lapsus es
revelador de algo, los sueños expresan siempre deseos inconfesables, frecuentemente
hacemos mención del complejo de Edipo y si no lo decimos con esas palabras, pensamos que
hay algo así en tal o cual caso concreto»1.
¿Cuáles son las ideas que están en la base de la ideología del género? Es lo que
procuraremos exponer en esta ponencia.
1
H. AGUER, ¿Construcción de ciudadanía o educación integral?, Arzobispado de La Plata, La Plata 2008, p. 6.
1
2. En los orígenes de la revolución sexual: Wilhelm Reich
2
A. del NOCE, Alle radici della crisi, en AA.VV., La crisi della società permissiva, Ares, Milano 1972, p. 112.
2
con la familia tradicional y con la Iglesia tradicional: «El cristianismo de los orígenes —
señala Reich en La revolución sexual— era fundamentalmente un movimiento comunista. Su
poder de afirmación de la vida derivó, a través de la negación contemporánea del sexo, hacia
lo ascético y lo sobrenatural. Transformándose en Iglesia, el cristianismo que luchaba por la
afirmación de la humanidad, renegó de sus propios orígenes. La Iglesia debe su poder a la
estructura humana que resulta de una interpretación metafísica de la vida; prospera sobre la
vida que elimina»3.
3
Reich contó en su autobiografía (Pasión de juventud: una autobiografía. 1897-1922, Paidós, Barcelona 1990)
todas sus perversiones sexuales, presentes desde la infancia. Llegó a afirmar que en toda materia hay una energía
básica de tipo erótico, llamado orgon u orgona. Por venta ilícita de “acumuladores de orgona” estuvo dos años
en la cárcel en los Estados Unidos. Cfr. J. TRILLO-FIGUEROA, La ideología del género, Libros Libres, Madrid
2009, pp. 81-86.
4
J. TRILLO-FIGUEROA, La ideología del género, cit., p. 87.
3
3. El feminismo radical
Las ideas expuestas hasta aquí se encuentran presentes en vastos movimientos culturales.
La disociación entre sexualidad y procreación está en la base de la revolución sexual, que
tiene muchas implicaciones sociales, entre las que hay que mencionar el proceso de
desnatalización de las principales sociedades industriales. Como consecuencia emblemática
del conjunto de elementos que configuran a la sociedad permisiva, debemos referirnos
necesariamente al movimiento feminista.
El programa de los movimientos feministas del siglo XIX se pueden resumir en los
siguientes puntos: derecho al voto (aunque en algunos países, grupos anticlericales y
socialistas se opusieron por miedo al voto femenino católico y moderado); el acceso a la
educación secundaria y superior; el acceso a los mismos campos de trabajo de los hombres
(en algunos casos, con un desprecio tácito o explícito del trabajo doméstico); y, finalmente,
algunas reivindicaciones en el ámbito de la sexualidad. Respecto a este último punto, el
feminismo liberal habla del “derecho” al divorcio y al control artificial de los nacimientos. El
feminismo católico, en cambio, rechazaba el divorcio, el malthusianismo y la
irresponsabilidad sexual. Junto con otros movimientos de inspiración cristiana, se proponen
programas de elevación moral y de lucha contra la prostitución.
En la segunda parte del siglo nos encontramos frente a un feminismo más revolucionario,
basado ideológicamente en la psicología freudiana y en algunas de las teorías sociológicas de
la Escuela de Frankfurt. Entre las inspiradoras de este segundo feminismo hay que mencionar
a una escritora francesa de gran influjo: Simone de Beauvoir (1908-1986). Según la
compañera de Sartre, a la mujer sólo le queda el ámbito de lo corporal, de lo natural, de la
pasividad, mientras que los hombres desempeñan un papel activo que transforma la sociedad.
Históricamente, la mujer ha aceptado el quedarse relegada al matrimonio y a la maternidad.
Simone de Beauvoir propone romper las cadenas biológicas que oprimen a las mujeres: el
rechazo de la maternidad, a través del control de la naturaleza y el aborto liberarán a las
mujeres de su alienación. Para lograr construir una sociedad igualitaria es necesario que las
mujeres gocen de la misma libertad sexual que los hombres, que terminará con la familia
tradicional y equiparará económicamente los dos sexos. Como se ve, Beauvoir es favorable a
un feminismo igualitario, que considera el modelo masculino como normativamente superior.
Su libro más conocido, El segundo sexo, fue publicado en 1949. Allí afirma que una no nace,
sino que se hace mujer, siguiendo en esto el existencialismo de Sartre que afirma la
precedencia de la existencia sobre la esencia. Se negaba la existencia de una feminidad natural
y se subrayaban los condicionamientos sociales sobre la identidad sexual. La frase en cursiva
será uno de los mensajes considerados proféticos para la ideología del género6.
5
K. OFFEN, Definir el Feminismo: un análisis histórico comparativo, en «Historia Social» 1991 (9), pp. 108-
110.
6
Al igual que Wilhelm Reich, la vida personal de Simone de Beauvoir se caracterizó por los escándalos sexuales,
con manifestaciones de depravación humana, compartidos por su compañero Jean-Paul Sartre.
4
La antropología reductiva de la Beauvoir estará en los orígenes del feminismo radical:
este feminismo se caracteriza por la centralidad de la sexualidad, considerada como fuente de
opresión de la mujer. En concreto, este tipo de feminismo –el más influyente en la cultura
actual- se transforma en un movimiento de liberación femenina. Liberación de la opresión y
de la explotación a la que han sido sometidas las mujeres por parte de los hombres. Así como
tradicionalmente se consideró el eros como amor, entrega, relación, donación entre hombres y
mujeres, ahora el eros pasa a considerarse como fuente de opresión y de odio. Su momento de
auge se sitúa entre 1968 y 1975. Se expandió a través de pequeñas células de concientización,
inspiradas por algunas intelectuales, a las que nos vamos a referir a continuación.
La primera que habla de feminismo radical es Sulamith Firestone, quien desea llegar
hasta la raíz de la opresión, encontrada en la maternidad. Partiendo de una concepción
marxista, considera que la lucha entre los sexos es la ley de la historia. De ahí el título de su
principal obra, The Dialectic of Sex (1972). La liberación se producirá cuando se destruyan las
estructuras de poder creadas por la naturaleza y reforzadas por los hombres. Si los obreros
deben apropiarse de los medios de producción, las mujeres tienen que controlar los medios de
reproducción, mediante la tecnología genética (píldoras, aborto, etc.). Más en concreto, «así
como asegurar la eliminación de las clases económicas requiere la revolución de la clase
sometida (el proletariado), mediante una dictadura temporal y la toma de los medios de
producción, de igual forma, para garantizar la eliminación de las clases sometidas (las
mujeres) y su control de los medios de reproducción, hay que devolverles a las mujeres la
propiedad de su propio cuerpo, así como el control femenino de la fertilidad humana,
incluyendo tanto la nueva tecnología como todas las instituciones sociales relativas al parto y
a la crianza de los niños. Y así como el objetivo final de la revolución socialista no sólo era la
eliminación del privilegio de la clase económica, sino la distinción misma de la clase
económica, de igual forma el objetivo final de la revolución feminista debe ser, a diferencia
del primer objetivo feminista, no sólo la eliminación del privilegio masculino sino la
distinción misma del sexo: las diferencias genitales entre los seres humanos ya no tendrían
ninguna importancia cultural»7. Dicho texto será otros de los mensajes “proféticos” de la
ideología del género.
En esta misma corriente feminista cobra particular importancia la obra de Kate Millet,
Sexual Politics (Doubleday, New York 1970) en donde considera que el objetivo de la lucha
feminista debe ser la destrucción del patriarcado, es decir las estructuras sociales, económicas
y culturales que han consolidado la posición privilegiada de los hombres en la sociedad. El
patriarcado se convierte en esta corriente de pensamiento en la clave para interpretar la
historia de la humanidad, que ya no sería una lucha de clases, como propone el marxismo,
sino una lucha de sexos dominada por el hombre, en el que siempre se ha producido la
explotación de la mujer. Esta actitud radical trae consigo la destrucción de las instituciones:
familia, iglesia y academia son abolidas, en cuanto manifestaciones o derivaciones de la
sociedad patriarcal. Se trata de una versión feminista de la lucha contra el “sistema” de la
Escuela de Frankfurt. Un modo de liberación de las mujeres es el rechazo de la
heterosexualidad y la creación de una sexualidad femenina mediante el celibato, el auto-
erotismo y el lesbianismo. Admitir la heterosexualidad, para algunas feministas radicales, es
“dormir con el enemigo”. La misma Kate Millet se autodeclaró lesbiana, y pasó a un
lesbianismo militante. Tanto ella como la Firestone proponen también la liberación sexual de
los niños, que llevaría a superar el complejo de Edipo y el tabú del incesto. Sus vidas
personales fueron coherentes con estas ideas de una superación de todo límite moral.
5
familia en un espacio público, constituyéndose así en un nuevo totalitarismo. Nuria Varela lo
afirma sin ambages: «El interés por la sexualidad es lo que diferencia al feminismo radical,
tanto de la primera, como de la segunda ola feminista. Para ser radicales no se trata sólo de
ganar el espacio público (igualdad del trabajo, la educación o los derechos sociales y
políticos) sino que también es necesario transformar el espacio privado» 8. Como bien dice
Jesús Trillo-Figueroa, «el feminismo ideológico considera que la convicción más
profundamente arraigada en nuestra cultura es la del dominio sexual, porque en él se cristaliza
el concepto más elemental de poder: el poder del patriarcado en nuestra sociedad. En las
civilizaciones históricas, por tanto, el sexo es una categoría social determinante… La libertad
sexual de esta forma se convierte en el centro revolucionario. El matrimonio se identifica
entonces como fuente de opresión, y se reivindica el irrenunciable placer sexual de las
mujeres (…). Esta concepción es la que dará lugar a que se considere que la liberación sexual
debe luchar por la emancipación de la heterosexualidad (…). Llegados a este punto, es cuando
surge la nueva identidad de la feminidad con la reivindicación del lesbianismo»9.
El feminismo radical marca el paso del feminismo de la segunda mitad del siglo XX.
Coherentemente con el slogan “lo personal es político”, proponen reformas legales a favor del
aborto y la contracepción. En Francia obtienen la despenalización del aborto en 1975,
apoyados por los partidos de izquierda. En los inicios del siglo XXI, sus luchas políticas van
en la dirección de la destrucción de la familia, con la pretensión de legalizar los
“matrimonios” de personas del mismo sexo.
En los últimos años, el feminismo radical presenta una nueva cara con la ideología del
género (en inglés, gender). Esta ideología distingue entre las diferencias sexuales biológicas
(sexo) y los roles que la sociedad atribuye a los hombres y a las mujeres (género). Las
funciones femeninas tradicionales, como la maternidad, serían sólo construcciones culturales
y no algo natural. Dado que las culturas están sometidas a una continua evolución, también
los roles atribuidos a los sexos deben cambiar, sobre todo si se tiene en cuenta que la cultura
precedente privilegiaba al sexo masculino, configurando una sociedad estructurada en torno al
patriarcado. Si bien es verdad que ha habido mucho de condicionamientos culturales en los
roles atribuidos a hombres y mujeres, y hoy es una adquisición positiva la presencia de la
mujer en todas las dimensiones sociales, no cabe duda que la distinción sexual implica
distintas actitudes y capacitaciones propias de cada sexo. Sin embargo, según los fautores de
la ideología del género, se deben abolir las diferencias entre los sexos: masculinidad y
femineidad no tienen ningún papel natural específico. Para ello, hay que borrar del lenguaje
toda huella de “sexismo”. En este sentido, la ideología del género utiliza muchos de los
conceptos de la filosofía deconstruccionista: si no existe más realidad que el lenguaje, los
cambios semánticos deben conllevar cambios institucionales. De aquí se deriva que términos
como familia, maternidad, procreación, heterosexualidad no tienen referencias naturales, sino
que son sólo productos culturales “biologizados”. Las sociedades deben asumir los cambios
culturales en curso, y los poderes públicos tienen la obligación de reestructurar la sociedad
con criterios que vayan de acuerdo con la ideología del género. Consecuencia de esta
reestructuración será la equiparación de los “matrimonios” entre homosexuales y las familias
“alternativas” con los matrimonios heterosexuales abiertos a la procreación10.
8
N. VARELA, Feminismo para principiantes, Ediciones B, Barcelona 2005.
9
J. TRILLO-FIGUEROA, La ideología invisible. El pensamiento de la nueva izquierda radical, Libros libres,
Madrid 2005, p. 291.
10
“En el lenguaje, se define el género femenino, masculino o neutro de las palabras de una manera arbitraria; es
decir, sin que tenga ninguna relación con la sexualidad. Por ejemplo, la mesa es de género femenino y el vaso es
6
Scala nos proporciona una buena definición analítica del concepto ideológico de
género: «Las iniciadoras de la ideología partieron de la diferenciación sexual entre varones y
mujeres. No sólo la percibían claramente como un hecho, sino que ese mismo hecho fue el
“disparador” de esa nueva visión antropológica de la humanidad. Partieron de un preconcepto
necesario: negar la naturaleza humana y, por lo tanto, concebir a cada ser humano como esa
masa informe, que has que modelar y dotar de sentido, mediante un proceso ideológico-
político de reingeniería social (…) Negada su naturaleza y, simultáneamente, fracturado el ser
humano entre lo corporal –aspecto meramente biológico, sin ninguna significación e
importancia-, y lo psíquico –construido socialmente en torno a la sexualidad, sin ningún
condicionamiento biológico- estamos en condiciones de ingresar a la ideología (…) El género
sería el sexo construido socialmente: partiendo de los dos preconceptos ya mencionados,
sostienen las feministas que el sexo es el cuerpo, o sea el aspecto biológico de los seres
humanos, algo completamente secundario. Lo importante es el género, que sería la
“construcción social o cultural” de la propia sexualidad. (…) En esta construcción autónoma
del género, el único condicionamiento externo sería el cultural; o sea, las normas y
expectativas sociales sobre el papel, atributos y conductas atribuibles a cada género. A su vez,
las opciones de género de cada persona, tienen influencia en la percepción cultural dominante.
Por ello, mediante la ejecución de políticas de “reingeniería social”, se podría transformar la
percepción cultural dominante del género. (…). Precisamente el objetivo político del
feminismo radical es lograr un cambio cultural, para “redefinir” el concepto de persona, de tal
modo que le permita a la mujer competir con el varón, en la toma del poder político. Para
lograr dicho fin, pretenden estar en igualdad de condiciones con los varones; pero dicha
iguladad la entienden como homogeneidad absoluta, tal cual se da entre un par de gotas de
agua; y no una igualdad en dignidad, derechos o naturaleza»11.
La palabra género tenía un uso gramatical para distinguir entre una palabra masculina,
femenina o neutra. El que primero utilizó el término género para referirse al concepto de
identidad de género, definido como la conciencia individual que de sí mismo tienen las
personas como hombre o como mujer, fue el doctor John Money, de la Universidad John
Hopkins de Baltimore, en 1950 (J. Money, Desarrollo de la sexualidad humana, Morata,
Madrid 1982).
Según Money, la identidad de género del individuo dependía de cómo había sido
educado de niño, y podía resultar diversa del sexo biológico. Sostenía que se podría cambiar
de género masculino, sin que en ninguno de ambos casos haya connotación sexual alguna; y así con todos los
vocablos. Además, existen conceptos que en un idioma pueden escribirse en masculino, en otro en femenino y en
un tercero en neutro. Por ejemplo, la sangre es femenino en castellano; il sangue es masculino en italiano; y the
blood es neutro en inglés. Pero el concepto –y la realidad a la que alude- es exactamente el mismo. Vale decir
que una misma cosa podría ser masculina, femenina o neutra; dependiendo sólo de una circunstancia cultural: la
lengua utilizada para nombrarla.
Extrapolando esta atribución arbitraria de feminidad o masculinidad a los seres humanos; se pretende sostener
que hay un sexo biológico que nos es dado y, por ende, resulta definitivo; pero que –a la vez-, todo ser humano
puede “construir” libremente su sexo y género de modo intercambiable, como si fueran sinónimos. Pero cuando
una “masa crítica” de gente por snobismo se acostumbró a utilizar la palabra género, se le va añadiendo –sutil e
imperceptiblemente- el nuevo significado de “sexo construido socialmente”, por contraposición al sexo
biológico. El proceso final es el común de los mortales hablando de género, como una autoconstrucción libre de
la propia sexualidad. Llegados a este punto, se ha provocado el “lavado de cerebro” de esa sociedad” (J.
SCALA., La ideología del género, o el género como herramienta de poder, Sekotia, Madrid 2010, p. 37).
11
Ibidem, pp. 49-50.
7
el sexo de la persona con la educación; y que a los niños nacidos con órganos genitales
ambiguos se les podía asignar un sexo diverso del genético mediante una modificación
quirúrgica, que en su opinión debería realizarse antes de los 18 meses, pues de otra forma el
sexo biológico podría determinar un cierto rol de género impuesto por la sociedad.
Así nació también el concepto de género como “rol” o conjunto de funciones que la
sociedad asigna a cada uno de los géneros. En 1968, el psiquiatra Robert Stoller publicó una
obra llamada Sex and Gender. En ella popularizó las ideas de Money: “El vocablo género no
tiene un significado biológico, sino psicológico y cultural. Los términos que mejor
corresponden al sexo son macho y hembra, mientras que los que mejor califican al género son
masculino y femenino, y estos pueden llegar a ser independientes del sexo biológico”.
Kate Millet, en su obra Política sexual, utilizó el concepto de género expuesto por
Stoller para sus finalidades ideológicas, proporcionando a su convicción existencialista de que
la mujer se hace, derivada de Beauvoir, una fundamentación “científica”. Millet destaca y
acentúa la idea de que no tiene por qué existir una correspondencia biunívoca y necesaria
entre sexo y género y, por tanto, sus desarrollos pueden tomar caminos independientes. Millet
escribe: “Lo que llamamos conducta sexual es el fruto de un aprendizaje que comienza con la
temprana socialización del individuo y queda reforzado por las experiencias del adulto”. En
principio, el género es arbitrario; es el patriarcado, y las normas impuestas por el sistema
patriarcal, quien establece el papel de los sexos, pues según esta doctrina, al nacer no hay
ninguna diferencia entre los sexos (…)»12.
La ideología del género, influida por algunas corrientes marxistas, niega la existencia de
una naturaleza humana y tiende a una lectura de los derechos humanos radicalmente diversa
de la que inspiró su protección en las legislaciones modernas. No se trata ahora de luchar por
los derechos de la mujer, sino de estructurar la sociedad negando las consecuencias de una
naturaleza humana entendida en sentido normativo. Como bien señala Michel Schooyans,
«está claro que en el ámbito de la discusión sobre qué es innato y qué adquirido, sobre lo que
proviene de la naturaleza y lo que viene de la cultura, la ideología del género niega cualquier
posibilidad de existencia a lo innato y natural. Entre lo masculino y lo femenino no hay
solución de continuidad y, entre los dos, el punto medio o equidistante está representado por
el hermafroditismo. La idea misma de diferencias naturales causa horror, por lo que estas
diferencias deben ser abolidas. El resultado es que no hay nada más antifeminista que las
feministas radicales que quieren eliminar la especificidad femenina y reducir todo
comportamiento a papeles cuyos actores serían intercambiables, del mismo modo como los
engranajes —según la metáfora leninista— permiten el funcionamiento de una máquina»13.
Desde 1990, la ideología del género presenta una versión aún más extrema: la teoría
queer, en la que se afirma que el género es performativo: son los propios actos los que
determinan la identidad sexual, que cambia según las acciones que realicemos. Se trata de la
utópica desaparición total de la diferencia sexual. Aún más extrema es la teoría del ciborg,
donde se intenta borrar la diferencia entre lo humano y lo animal, y lo humano y la máquina.
12
J. TRILLO FIGUEROA, Una revolución silenciosa: la política sexual del feminismo socialista, Libros Libres,
Madrid 2007.
13
M. SCHOOYANS, Nuovo disordine mondiale, San Paolo, Alba 2000, p. 47.
8
célula básica»14. Magdalena del Amo subraya las últimas consecuencias antropológico-
sociales de esta ideología: «No se trata de ser tolerantes y de que nos acostumbremos a que
aquél o aquella que nació en un cuerpo que no es el suyo, como se dice ahora, se cambie de
sexo mediante hormonas y cirugía. Tampoco se trata de que los que nacen con una inclinación
hacia el mismo sexo, formen pareja y convivan como una familia más, engendrando,
adoptando o sin adoptar. No se trata de que nos adaptemos a un mundo, donde, aparte de la
familia tradicional, coexistan otros tipos de familia, como los que hemos citado. Se trata de
cambiar al mundo para liberar a las mujeres. Para ello hay que eliminar la naturaleza. Eso se
consigue haciendo lesbianas, homosexuales y bisexuales desde la cuna. El sexo es únicamente
para el placer. Las relaciones sexuales deben ser poliformas y libres. El aborto, también libre.
Todo vale en este nuevo mundo del género”15.
Las políticas públicas promovidas por las lobbies que sostienen dicha ideología, y que
están consiguiendo un sorprendente éxito en las agendas de los Organismos internacionales,
se enmascaran en un vocabulario ambiguo. Vale la pena darle la palabra a un participante en
las conferencias de El Cairo sobre población y de Pekín sobre la mujer, que fueron los
disparadores de las políticas en perspectiva de género: “A menudo me solicitan que en treinta
segundos explique lo que vi en El Cairo y en Pekín. Arriesgándome a simplificar, contesto
que observé que en las Naciones Unidas habitan personas que creen que lo que el mundo
necesita es:
1) menos personas;
2) más placer sexual:
3) la eliminación de las diferencias entre hombres y mujeres;
4) que no existan madres a tiempo completo.
Estas personas reconocen que aumentar el placer sexual podría aumentar el número de
bebés y de madres; por lo tanto, su receta para la salvación del mundo es:
*****
14
J. SCALA, La ideología del género, cit., p. 80.
15
M. DEL AMO, Déjame Nacer, La Regla de Oro, Madrid 2009, p. 259.
16
D. O’LEARY, La Agenda de Género. Redefiniendo la igualdad, Promesa, San José de Costa Rica 2007, pp.
301-2.
9
atrayente las consecuencias éticas y jurídicas de la naturaleza humana. Tienen a su favor la
realidad misma de la naturaleza. Sirva para ellos –y para todas las personas de buena
voluntad- el lema episcopal de Benedicto XVI: Cooperadores de la verdad.
10