El techo verde busca devolver a los habitantes lo que se perdió en el desarrollo humano,
para lograr un mejor uso de la ciudad, edificios más eficientes y considerar los
ecosistemas como parte valiosa para nuestras comunidades. Existente en Europa desde
hace décadas, fue desarrollado desde mediados del 1800 para efectos estéticos y a un
alto costo, pese a haber sido parte de la arquitectura vernácula durante siglos.
Se fue aplicando en forma masiva desde los años 60 del siglo pasado, en Alemania,
donde se reconocieron sus beneficios ecológicos y para el medioambiente. Alemania, que
sigue siendo líder en este tema, cuenta hasta ahora con aproximadamente el 15 por
ciento de sus techos planos y con cubiertas vegetales (13,5 millones de m2 aprox.).
Norteamérica, desde los años 90, ha ido incrementando la investigación sobre el tema y
su uso, principalmente en colegios, edificios municipales y oficinas. Esta tendencia ayuda
a contribuir al mantenimiento ecológico en el ambiente urbano, lo que ha impulsado a
ciudades como Vancouver, Chicago, Stuttgart, Singapur y Tokio, a generar leyes que
obligan a cubrir el 20% de las terrazas de los edificios con plantas.
Por medio de la utilización de terrazas y azoteas para ubicar jardines, se emplea un
sistema compuesto por un mínimo de tres capas. La primera capa es de aislación, la
segunda es para el crecimiento de las plantas y la tercera es de irrigación.
Las principales razones para su utilización tienen que ver con el ahorro de energía, sus
propiedades como excelente aislador térmico y los beneficios en el control de las aguas
lluvia, lo que justifica económicamente su masificación.
Los techos verdes pueden ser clasificados en tres categorías.
Los techos intensivos son de más de 20 cm de espesor, requieren un refuerzo en la
estructura, son de tipo parque con fácil acceso y pueden incluir desde especias para la
cocina a arbustos y hasta árboles pequeños, requieren mucho trabajo, irrigación, abono y
otros cuidados.
Los techos extensivos, fluctúan entre 2 y 15 cm de espesor, y están diseñados para
requerir un mínimo de atención, tal vez desmalezar una vez al año o una aplicación de
abono de acción lenta para estimular el crecimiento. Se los puede cultivar en una capa
muy delgada de suelo; la mayoría usa una fórmula especial de compost o incluso de “lana
de roca” directamente encima de una membrana impermeable. Se habla a veces también
de un sistema
semi-intensivo que tiene un espesor entre los 15 y los 20 cm.