§ 12
Autorregulación y legitimidad corporativa:
Democracia interna y control social en partidos
políticos y empresas
I. INTRODUCCIÓN
Aunque el pensamiento jurídico-político sigue haciendo uso y abuso de
la dicotomía público/privado, esta idea central del liberalismo vive, defini-
tivamente, tiempos difíciles. Hace ya décadas que la clásica distinción sufre
ataques más o menos certeros1, pero la actual es, según muchos, una auténtica
etapa terminal, cuando no una en la que «el cadáver nos controla desde la
tumba»2. En efecto, en un amplio número de ámbitos jurídicos y sociales es
1. Un ejemplo en: B. Bozeman, All Organizations Are Public: Bridging Public and Private
Organizational Theories, Jossey-Bass, San Francisco, 1987.
2. D. Kennedy, «The Stages of the Decline of the Public/Private Distinction», University
of Pennsylvania Law Review, vol. 130, núm. 6, junio 1982, 1349-1357. Un ejemplo actual
de este «declive» en la teoría jurídica es la viva discusión en derecho internacional
acerca de cuál ha de ser la responsabilidad de los actores privados con respecto a las
violaciones de derechos humanos, algo tradicionalmente predicado de las autoridades
estatales. Vid. D. Cassel, «Corporate Aiding and Abetting of Human Rights Violations:
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M. MAROTO CALATAYUD: Autorregulación y derecho sancionador
ya tarea casi imposible discernir en cuál de las dos categorías nos movemos o,
al menos, hacerlo con la intuitividad de otras épocas, cuando la globalización
y el neocorporativismo todavía no podían toserle a la solidez revolucionaria
de la filosofía política del liberalismo. En la actualidad reconocemos que no
sólo instituciones privadas ejercen funciones públicas e instituciones públicas
ejercen funciones privadas, sino que ambas ejercen funciones que no sabemos
catalogar del todo en una u otra categoría. Para los más pesimistas o más rea-
listas, a día de hoy no nos queda mucho más consuelo que identificar extremos
tales como «aprobar leyes y emitir sentencias» con lo público y «hacer el amor
y elegir pasta de dientes» con lo privado3.
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§ 12. Autorregulación y legitimidad corporativa: Democracia interna...
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M. MAROTO CALATAYUD: Autorregulación y derecho sancionador
12. Ideada como instrumento de prevención de riesgos laborales, esta ley establece la res-
ponsabilidad penal de las «organizaciones» en general, «una categoría que incluye a
corporaciones, agrupaciones, fuerzas policiales, sindicatos y asociaciones de emplea-
dos, así como a un número de departamentos y órganos gubernamentales», S. Griffin,
«Corporate Manslaughter: A Radical Reform?», Journal of Criminal Law, vol. 71, núm.
2, 2007, 151-166. Este autor critica que el ámbito de la norma no se haya restringido a
organizaciones «con ánimo de lucro», pudiendo ser aplicable a, por ejemplo, a entes
como hospitales o prisiones.
13. Aunque en la mayoría de los ordenamientos europeos rigen formas de inmunidad
penal para los organismos públicos, el Reino Unido no es el único ordenamiento que
ha establecido la responsabilidad penal de las corporaciones públicas. Francia y los
Países Bajos aceptan la responsabilidad penal de las corporaciones municipales, pero
no de los órganos estatales (en Francia, además, se excluye expresamente la respon-
sabilidad de partidos políticos, asociaciones y uniones profesionales; vid. L. Orland
y C. Cachera, «Corporate Crime and Punishment in France: Criminal Responsibility
of Legal Entities "Personnes Morales" under the New French Criminal Code "Nouveau
Code Penal"», Connecticut Journal of International Law, vol. 11, 1995, 111. En Irlanda,
Dinamarca y Noruega tanto la administración local como la central pueden ser penal-
mente responsables. Vid.. M. Bovens, «Public Accountability», en E. Ferlie, L. Lynne
& C. Pollitt (eds.), The Oxford Handbook of Public Management, Oxford University
Press, Oxford, 2004, accesible en:
http://www.built-environment.uwe.ac.uk/research/ESRCseminars/pdfs/mark_bovens_semi-
nar1.pdf. En Canadá la concepción de corporación es igualmente amplia, especial-
mente tras la reforma de 2003 que expandió la responsabilidad hacia entidades sin
forma societaria (unincorporated). Según el código penal canadiense (artículo 2), or-
ganización a efectos penales significa: (a) un organismo público, organismo corpo-
rativo, sociedad, compañía, empresa, agrupación, sindicato o municipalidad, o (b)
una asociación de personas que (i) es creada para un propósito común (ii) tiene una
estructura operacional y (iii) actúa de manera pública como una asociación de perso-
nas; vid. D. L. Macpherson, «Extending Corporate Criminal Liability: Some thoughts
on Bill C-45», Manitova Law Journal, núm. 30, 2003, pp. 255 y ss. Incluso antes de la
entrada en vigor de esta extensión, podemos encontrar alguna propuesta doctrinal
defendiendo la aplicación del sistema de responsabilidad penal corporativo canadien-
se a corporaciones «sin ánimo de lucro», como la Iglesia Católica de Canadá: vid. D.
Russell, «Paedophilla: The Criminal Responsibility of Canada's Churches», Dalhousie
Law Journal, núm 15, 1992: 380. Un análisis comparado que presta cierta atención a
la responsabilidad penal de los órganos públicos en: H. De Doelder y K. Tiedemann,
La criminalisation du comportement collectif, Martinus Nijhoff Publishers, La Haya, 1996.
14. Sobre los fundamentos políticos-criminales de la responsabilidad penal, vid. A. Nieto,
«La responsabilidad penal...», op. cit., nota 5.
15. En el contexto estadounidense, Stone sopesa diversas motivaciones político-criminales
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§ 12. Autorregulación y legitimidad corporativa: Democracia interna...
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M. MAROTO CALATAYUD: Autorregulación y derecho sancionador
17. Hay bastante unanimidad en la ciencia política a la hora de asumir que el modelo
organizativo actual de partido político responde a las características del partido «atrá-
palo-todo» (catch-all) definitivo por el –criminólogo reconvertido en politólogo– Otto
Kirchheimer; unos partidos cada vez más desideologizados convertidos en organiza-
ciones de concurrencia electoral. Vid. O. Kirchheimer, «The transformation of the
western european party systems», en Political Parties and Political Development, Princeton,
New Jersey: Princeton University Press, 1966. Una evolución de ese modelo de partido
que goza también de notable reconocimiento en la actualidad es el «partido cartel»,
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§ 12. Autorregulación y legitimidad corporativa: Democracia interna...
en las tesis de Richard Katz y Peter Mair. Vid. R. S. Katz y P. Mair, «Changing Models
of Party Organization and Party Democracy: The Emergence of the Cartel Party», Party
Politics, vol. 1, núm. 1, 1995, 5. Ambos modelos de partido se apartan radicalmente de
la comprensión clásica de estas organizaciones como sistemas de representación de
intereses ideológicos o de clase estrechamente ligados a la sociedad civil.
18. Audiencia Provincial de Asturias (Sección 6.ª) Sentencia núm. 461/2007 de 17 diciem-
bre, fundamento 2.º. Esta sentencia, junto con la de la Audiencia Provincial de León
(Sección 3.ª) núm. 174/2004 de 24 mayo constituye uno de los casos en los que se re-
voca judicialmente la expulsión de militante, en este caso por vulneración de la liber-
tad de expresión. Un caso similar, también aludiendo al derecho de autorregulación
de los partidos, pero en sentido denegatorio, en Audiencia Provincial de Guadalajara
(Sección 1.ª) Sentencia núm. 6/2006 de 13 enero.
19. En ese sentido, la Sentencia Tribunal Supremo núm. 474/1996 (Sala de lo Civil), de
13 junio, en la que un militante del Partido Socialista apela ante los tribunales una de-
cisión de expulsión, dice (fundamento de derecho segundo): «El problema planteado
tiene singular trascendencia porque afecta a la valoración jurídica que merezcan de-
terminadas actuaciones de asociaciones que, bajo el manto de sus normas de «justicia
interna», según algunas denominaciones o de «jurisdicción privada» –nombres llamati-
vos y erróneos conceptualmente, pero gráficos respecto a la idea que expresan, a veces
revestidas de un lenguaje seudo-procesal (Tribunales, recursos)–, impone, como Juez
y parte, decisiones de consecuencias graves para los interesados, tal pueden ser las que
son objeto de examen; no se convierten en poderes de autorregulación y de ejercicio
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M. MAROTO CALATAYUD: Autorregulación y derecho sancionador
disciplinario, que las asociaciones en cuestión dentro de la libertad de pactos que per-
mite el principio de autonomía de la voluntad, puedan estatutariamente dictarse, sino
los límites del ejercicio de estas facultades que, desde luego, nunca pueden suplantar
el derecho a la tutela judicial efectiva ni obstaculizarlo, con mecanismos complicados,
ni eludirlos con plenitud, de donde se sigue que sus acuerdos no sólo están sometidos
al examen de su regularidad para la determinación de las formalidades estatutarias
que establezcan, en cuanto admisibles y lícitas, según el procedimiento interno para
su adopción, su respeto a las normas legales, sino también el mérito de acuerdo, esto
es, si el juicio interno de interpretación y aplicación de las reglas estatutarias es o
no adecuado». En la jurisprudencia del Supremo, el término «autorregulación» suele
usarse como sinónimo de autocontrol o capacidad de motivación en casos de altera-
ción de la percepción por consumo de sustancias tóxicas. Es también, con frecuencia,
sinónimo de ejercicio de libertad contractual (STS –Sala de lo Civil–, de 27 noviembre
1986; STS –Sala de lo Social–, de 15 febrero 1988; STS –Sala de lo Social–, de 2 julio
1990; STS núm. 1470/1992 –Sala de lo Penal–, de 18 junio; STS núm. 4/1993 –Sala de
lo Civil–, de 26 enero; STS núm. 1183/1998 –Sala de lo Civil–, de 21 diciembre; STS
núm. 780/2002 –Sala de lo Civil–, de 19 julio; STS núm. 590/2003 –Sala de lo Civil,
Sección Única–, de 9 junio; STS núm. 1012/2003 –Sala de lo Civil, Sección Única–,
de 5 noviembre). Sin embargo, dentro de la pluralidad de usos que el Supremo da
al término, algunos resultan especialmente interesantes desde el punto de vista de la
autorregulación como técnica de regulación pública a través de medios privados. Sin
duda son tres los supuestos más importantes: los casos referentes a asociaciones y socie-
dades (normalmente en revisión de procesos de expulsión), a Colegios profesionales
u órganos análogos, y a los procesos de negociación colectiva en derecho laboral. En
este último campo, el del derecho laboral, la jurisprudencia está especialmente asen-
tada, y define a la autorregulación como «fuente de derecho»; STS (Sala de lo Social),
de 15 junio 1992. Vid. también: STS (Sala de lo Social), de 27 octubre 1987; STS (Sala
de lo Social), de 24 febrero 1992; STS (Sala de lo Social), de 15 febrero 1999; STS (Sala
de lo Social), de 27 septiembre 2002; STS (Sala de lo Social), de 12 noviembre 2002;
STS (Sala de lo Social), de 29 abril 2003; sobre autorregulación sindical: STS (Sala de
lo Social), de 21 julio 1998; STS (Sala de lo Social), de 6 abril 2004). Sin duda los casos
más interesantes por problemáticos son los referentes a asociaciones y colegios profe-
sionales. En estos casos, el Supremo, recogiendo la jurisprudencia del Constitucional
(STC 218/1988, de 22 de noviembre) justifica la revisión judicial de la actividad de
estos organismos, en razón de (1) el incumplimiento de la propia normativa interna o
(2) su ejercicio de funciones públicas. En el primero de los casos se aplica la conocida
como doctrina de la «base razonable». En el segundo, se forma una doctrina de la re-
visión judicial basada en la determinación del «carácter público» de la función corpo-
rativa, similar a la conocida en otros países, por ejemplo en el caso Datafin en el Reino
Unido o la doctrina de la state action estadounidense. El juicio de «publicidad» utiliza-
do es el de la importancia social, lo que autores como J. Black, «Constitutionalising
self-regulation», op. cit., nota 4, denominan como criterio del monopolio: así, «se dis-
tingue las asociaciones puramente privadas”, de aquellas otras que, aún siendo pri-
vadas, ostenten de hecho o de derecho una posición dominante en el campo econó-
mico, cultural, social o profesional de manera que la pertenencia o exclusión de ella
supusiese un perjuicio significativo para el particular afectado» (STC 218/1988, de 22
de noviembre; STC 96/1994, de 21 de marzo; sobre autorregulación y revisión judi-
cial de asociaciones vid. también STS –Sala de lo Civil–, de 24 marzo 1992; STS núm.
1222/1998 –Sala de lo Civil–, de 28 diciembre; STS núm. 169/1999 –Sala de lo Civil–,
de 2 marzo; STS núm. 248/2000 –Sala de lo Civil–, de 16 marzo; STS núm. 379/2001
–Sala de lo Civil–, de 18 abril; STS núm. 708/2001 –Sala de lo Civil–, de 11 julio; STS
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núm. 621/2002 –Sala de lo Civil–, de 20 junio; STS núm. 712/2002 –Sala de lo Civil–,
de 11 julio; STS núm. 654/2006 –Sala de lo Civil, Sección 1–, de 23 junio; STS núm.
1236/2006 –Sala de lo Civil, Sección 1–, de 30 noviembre; STS núm. 846/2007 –Sala
de lo Civil, Sección 1–, de 13 julio). Igualmente interesantes los casos de revisión de
decisiones de los Colegios Profesionales (STS –Sala de lo Contencioso-Administrativo,
Sección 6.ª–, de 17 mayo 1999; STS –Sala de lo Contencioso-Administrativo, Sección
6.ª–, de 9 julio 2001; STS –Sala de lo Contencioso-Administrativo, Sección 4.ª–, de
25 febrero 2002; STS –Sala de lo contencioso-Administrativo, Sección 6–, de 30 octu-
bre 2003; STS –Sala de lo contencioso-Administrativo, Sección 1.ª–, de 17 junio 2005;
STS –Sala de lo Contencioso-Administrativo, Sección 6.ª–, de 17 junio 2005; STS –
Sala de lo Contencioso-Administrativo, Sección 4.ª–, de 11 octubre 2005; STS –Sala
de lo Contencioso-Administrativo, Sección 4.ª–, de 10 febrero 2004; STS –Sala de lo
Contencioso-Administrativo, Sección 4.ª–, de 10 febrero 2004), de Sociedades empre-
sariales (STS núm. 355/1998 –Sala de lo Civil–, de 18 abril; STS núm. 1239/2000 –Sala
de lo Civil–, de 28 diciembre; STS –Sala de lo Contencioso-Administrativo, Sección
4.ª–, de 19 junio 2002; STS núm. 9/2005 –Sala de lo Civil, Sección 1.ª–, de 27 enero),
así como el uso del término «autorregulación» en relación con la manipulación de
precios (STS –Sala de lo Contencioso-Administrativo, Sección 3.ª–, de 20 enero 1997),
o a las facultades de autoorganización de instituciones como el Congreso (STS –Sala
de lo Contencioso-Administrativo, Sección 7.ª–, de 21 diciembre 1999), el CGPJ (STS
–Sala de lo Contencioso-Administrativo, Sección 1.ª–, de 8 marzo 2006), las comunida-
des de regantes (STS –Sala de lo Contencioso-Administrativo, Sección 3.ª–, de 31 oc-
tubre 2000); los Consejos Reguladores (STS –Sala de lo Contencioso-Administrativo,
Sección 3.ª–, de 31 octubre 2000; STS –Sala de lo Contencioso-Administrativo,
Sección 4.ª–, de 22 noviembre 2004), la Administración (STS –Sala de lo Contencioso-
Administrativo, de 29 enero 1982; STS –Sala de lo Contencioso-Administrativo–, de 11
octubre de 1983; STS –Sala de lo Contencioso-Administrativo, Sección 4.ª–, de 13 di-
ciembre 2000) o la Universidad (STS –Sala de lo Contencioso-Administrativo, Sección
7.ª–, de 4 junio 1991).
20. «Al igual que la práctica totalidad de las asociaciones, los partidos políticos son agru-
paciones voluntarias de personas, por lo que, como ha dicho este Tribunal, "el acto
de integración en una asociación no es un contrato en sentido estricto al que puede
aplicarse el artículo 1256 CC, sino que consiste (...) en un acto por el cual el asociado
acepta los estatutos y se integra en la unidad no sólo jurídica sino también moral que
constituye la asociación" (STC 218/1988). El derecho de asociación en partidos polí-
ticos es, esencialmente, un derecho frente a los poderes públicos en el que sobresale
el derecho a la autoorganización sin injerencias públicas; sin embargo, a diferencia de
lo que suele suceder en otros tipos de asociación, en el caso de los partidos políticos
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M. MAROTO CALATAYUD: Autorregulación y derecho sancionador
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§ 12. Autorregulación y legitimidad corporativa: Democracia interna...
21. Vid. por todos el clásico estudio de R. Michels, Political parties: a sociological study of the
oligarchical tendencies of modern democracy, Transaction Publishers, New Brunswick, 1999.
22. En torno a la distinción entre rendición de cuentas ascendente y descendente
(downwards y upwards accountability), así como la horizontal (outwards), vid. C. Scott,
«Accountability in the regulatory state», Journal of Law and Society, vol. 27, núm. 1, 2000,
p. 42: «La rendición de cuentas puede predicarse respecto a una autoridad superior
(responsabilidad ascendente), de una institución paralela (responsabilidad horizon-
tal) o hacia instituciones o grupos de un nivel inferior (como los consumidores) (res-
ponsabilidad descendente).»
23. Por tentador que resulte diferenciar entre actividades internas y externas del partido,
la distinción es difícil de sostener. En los partidos se ha delegado lo que los teóricos
de la democracia deliberativa defienden como el acto público por antonomasia: la
organización de la deliberación pública. En ese sentido, los partidos serían institucio-
nes eminentemente públicas que solo retendrían una autonomía puramente privada
en aspectos meramente logísticos de su función de foro deliberativo. No es esa, como
hemos visto, la línea que sigue la algo confusa jurisprudencia, aunque el criterio del
«monopolio» social de las asociaciones bien puede interpretarse en ese sentido (vid.
nota 19 y nota 88).
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M. MAROTO CALATAYUD: Autorregulación y derecho sancionador
24. Podría decirse que esta diferenciación se corresponde con la distinción entre legitimi-
dad input y output; la democracia interna garantizaría la inclusión y deliberación de los
distintos intereses sociales y particulares, y el control judicial y administrativo evaluaría
los resultados del funcionamiento interno de acuerdo al cumplimiento de los debe-
res constitucionales del partido. Esta distinción resulta algo simplista, y parece obviar
los efectos de la legitimidad input en el propio rendimiento, y por tanto en la propia
capacidad de resolver problemas, de la organización. En organizaciones tan intrínse-
camente ligadas a lo político, la legitimidad y la eficiencia técnica están fuertemente
unidas. El caso más paradigmático es el de la corrupción, un fenómeno que provoca
una fuerte deslegitimación de los actores políticos, afectando ésta a su vez al funciona-
miento y expectativas generales de los mecanismos del sistema democrático y creando
mayores oportunidades de corrupción (en una especie de profecía auto-cumplida).
25. Artículo 2.5 de la Ley Orgánica 1/2002, de 22 de marzo, reguladora del Derecho de
Asociación.
26. Véase el prólogo a R. Gallardo Moya, A., Democracia sindical interna. un análisis ju-
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§ 12. Autorregulación y legitimidad corporativa: Democracia interna...
rídico, Editorial Trotta, Madrid, 1996, p. 12, completo estudio sobre el desarrollo y
funcionamiento de la democracia interna en el ámbito sindical.
27. En el caso de los partidos –y a pesar del notable sentimiento antipartidista– la idea de
que la democracia (como antónimo de dictadura) es imposible sin partidos políticos
está muy arraigada. Lo demuestran en el caso español las encuestas del CIS sobre
«cultura política»; vid. por ejemplo Latinobarometro 2006 (IX) Estudio núm. 2.663
Noviembre-Diciembre, Centro de Investigaciones Sociológicas, 2006. A esto se le une
una percepción general algo cínica de la política, resultando en una actitud que jus-
tifica y perpetua funcionamientos poco democráticos. En la línea de Katz y Mair y su
«partido cartel» (op. cit., nota 17) la ausencia de una correcta competencia como fruto
de la polarización partidista permite a los grandes partidos una «manipulación del
mercado» de la política en la que son capaces de controlar colaborativamente tanto la
«calidad» como el «precio» del «producto».
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M. MAROTO CALATAYUD: Autorregulación y derecho sancionador
28. Totalmente escéptico acerca de la utilidad del concepto de legitimidad, por ejemplo,
Alejandro Nieto, «El desgobierno de lo público», Ariel, Barcelona, 2008. Sobre el
uso estratégico de la legitimidad como instrumento de relaciones públicas, y para un
resumen de la literatura al respecto, vid. William S. Laufer, «Social accountability and
corporate greenwashing», op. cit., nota 4.
29. J. Dowling y J. Pfeffer, «Organizational legitimacy: Social values and organizational
behavior», Pacific Sociological Review, vol. 18, núm. 1, 1975, p. 1.
30. Una aproximación deliberativa al concepto de legitimidad corporativa en G. Palazzo y
A. G. Scherer, «Corporate Legitimacy as Deliberation: A Communicative Framework»,
Journal of Business Ethics, vol. 66, núm. 1, 2006, 71-88. Sobre el uso estratégico de la legi-
timidad desde la perspectiva del management: Mark C. Suchman, «Managing legitima-
cy: strategic and institutional approaches», The Academy of Management Review, vol. 20,
núm. 3, 1995. Una perspectiva crítica en William S. Laufer, «Social accountability and
corporate greenwashing», op. cit., nota 4.
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§ 12. Autorregulación y legitimidad corporativa: Democracia interna...
31. De una manera quizás algo menos compleja que en la literatura empresarial, el debate
sobre la legitimidad en relación a la UE suele girar alrededor de la distinción entre los
citados modelos output e input de legitimidad. La primera se referiría al carácter inclu-
sivo de la toma de decisiones, a la participación de los ciudadanos e intereses sociales
afectados en el proceso de deliberación y decisión mismo. La segunda, respondería
una especie de juicio ex post de legitimidad, que tiene más que ver con la aceptación
de los resultados de una determinada decisión por parte de los administrados, y que
por lo tanto tiene una marcada connotación tecnocrática, de búsqueda de la eficiencia
o la capacidad de resolver problemas a la hora de regular. Esta especie de legitimidad del
gobierno para el pueblo, que recuerda a las clásicas ideas del despotismo ilustrado,
está presente en muchas de las propuestas teóricas en torno a la democracia europea.
Sobre la distinción input / output, vid. F. W. Scharpf, «Legitimacy in the multi-actor eu-
ropean polity», Organizing Political Institutions, 1999, citado en P. Bouwen, «Corporate
lobbying in the European Union: the logic of access», Journal of European Public Policy,
vol. 9, núm. 3, 2002.
32. J. Dowling; J. Pfeffer, «Organizational legitimacy», op. cit., nota 29.
33. Ibidem, p. 133.
34. El conocido Barómetro Global de la Corrupción elaborado por Transparency
International arroja resultados contundentes en ese sentido. De todos los países de
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39. A. Winkler, «Voters'rights and parties' wrongs: early political party regulation in the
state courts, 1886-1915», Columbia Law Review, vol. 100, 2000, p. 879. Las dos sentencias
citadas son People ex rel. Coffey v. Democratic General Committee, (Nueva York, 1900, opi-
nión discordante del juez Cullen) y State ex rel. Cook v. Houser (Wisconsin, 1904). Los
«famosos comentarios»: J. Kent; G. F. Comstock, Commentaries on american law, Little,
Brown and Company, Boston, 1866.
40. En torno al caso de la UCD española y del Forza Italia de Berlusconi, J. Hopkin; C.
Paolucci, «The business firm model of party organisation: cases from Spain and Italy»,
European Journal of Political Research, vol. 35, núm. 3, 1999. Es obvio que los modelos
de partidos son modelos ideales que no suelen tener una correspondencia exacta en
la realidad, donde los partidos combinan características organizativas de diversa na-
turaleza. Hopkin remarca sin embargo un cierto efecto reflexivo; a veces los modelos
ideales de partido influyen en el funcionamiento real del partido cuando sus adminis-
tradores conocen la literatura al respecto (vid. nota 1 del citado artículo).
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46. Vid. H. Triepel, «Die staatsverfassung und die politischen parteien», Berlin, 1928, cita-
do en J. O. Araujo, V. J. Calafell, «Los estatutos de los partidos políticos españoles»,
Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, 2007.
47. R. Michels, Political parties, op. cit., nota 21.
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M. MAROTO CALATAYUD: Autorregulación y derecho sancionador
Los partidos sufren una separación entre control y propiedad muy similar
desde el abandono de su forma de partido de notables: las élites del partido
mantienen por lo general una gran capacidad de discrecionalidad frente a la
militancia. A partir de los años 50, la profesionalización de los partidos políti-
cos es una constante, y la dependencia de gestores y de individuos con cuali-
ficación técnica es cada vez mayor. La separación entre militancia y dirección
tendría su máxima plasmación en el modelo de partido de electores o partido
catch-all, que comienza su andadura a mediados de siglo, y en el que los intere-
ses de los partidos se extienden hacia todo el electorado y no solo a la militan-
cia. Como hemos visto en el caso de los Estados Unidos con la creación de los
comités generales y locales de partido, cuya función era supervisar la actuación
de las élites de la organización, las primeras formas de regulación de los parti-
dos también buscaron establecer sistemas de división de poder que aseguraran
un cierto balance en el funcionamiento interno de la organización. De igual
modo se instituyeron determinadas normas de toma de decisiones, elección
de candidaturas y estructuración interna, que en muchas de sus formas pervi-
ven en la actualidad.
La aristocracia propia del primer capitalismo deja así paso a una forma de
«tecnocracia gerencial». Los fallos del sistema de división de poderes eran ob-
vios; las juntas de directivos, por ejemplo, normalmente estaban controladas
por la opinión de los gestores, quedando excluidos los propietarios y otros
stakeholders. La complejísima división orgánica de los partidos48 con frecuencia
no ofrece garantías de balance de poder debido al dominio del aparato sobre
48. Sobre el organigrama de los partidos mayoritarios españoles, que nada tiene que en-
vidiar a los de las más complejas empresas, véanse los gráficos esquemas incluidos en
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§ 12. Autorregulación y legitimidad corporativa: Democracia interna...
la designación de los cargos que los componen. En los partidos políticos es-
pañoles observamos todavía una fuerte dependencia del discurso legitimante
de «la propiedad de la militancia»49, y sin embargo es también frecuente que
actividades decisorias tan importantes en la vida del partido como la elabora-
ción del programa electoral queden en manos de expertos en comunicación
política o personalidades representativas, convirtiéndose las asambleas y los
congresos, como ha sucedido en el ámbito empresarial, en un mero acto de
refrendo de lo que ha sido decidido por los altos cargos del partido50. Con fre-
cuencia se apela también al sentido de los resultados electorales para limitar la
capacidad de propuesta y modificación de los militantes dentro del partido51.
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M. MAROTO CALATAYUD: Autorregulación y derecho sancionador
52. P. Y. Gomez; H. Korine, «Democracy and the evolution of corporate governance», op.
cit., nota 41, p. 745.
53. Ibidem, p. 746.
54. Esta práctica, habitual en los países anglosajones desde hace décadas, parece conso-
lidarse también en España. Vid. «Activismo en los púlpitos del poder económico. Las
ONG reúnen títulos para defender sus ideas en las juntas de accionistas – Las multi-
nacionales, obligadas a prestar atención», Diario El País, 17 de mayo de 2008: «El vo-
luntariado se hace oír en BBVA, Repsol, Inditex o Adolfo Domínguez. Cuatro fondos
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§ 12. Autorregulación y legitimidad corporativa: Democracia interna...
«Durante los últimos treinta años, podemos observar una lucha por
el poder de representación debate público en el gobierno corporati-
vo. Caracterizado por la propiedad masiva y un creciente activismo por
parte de los afectados en los cuatro países analizados en este estudio, el
capitalismo hoy hace un uso mucho más abierto e intensivo de los deba-
tes y la confrontación que en el pasado [...] y las diferencias de opinión
están sujetas a una creciente atención mediática»55.
Tanto las últimas reformas legislativas como las iniciativas voluntarias de
gobierno corporativo adoptadas por estas corporaciones en los últimos años
responden a esta necesidad de dotarse de una mayor legitimidad democrática.
Técnicas de (auto) regulación tan en boga como las basadas en la disponibili-
dad de información, la transparencia, los códigos éticos, la protección de los
whistleblowers, pueden ser fácilmente interpretadas en este sentido como una
forma de institucionalización de un espacio de deliberación y debate democrá-
tico acerca de las actividades corporativas, dentro y fuera de las organizaciones.
La iniciativas basadas en la transparencia, técnica de autorregulación por exce-
lencia, tienen mucho que ver con la idea de que el ciudadano o consumidor
soberano solo puede ejercer sus derechos de manera racional cuando cuenta
con la misma información que sus representantes. A la vez, la disponibilidad
de la información posibilita una eficaz división de poderes y una rendición de
cuentas también en sentido ascendente, hacia las autoridades administrativas
y judiciales. Al margen de su utilidad real como instrumentos de control56, los
códigos éticos y otras iniciativas voluntarias tienden a hacer explícitas las obli-
gaciones de aquellos que controlan la organización respecto a los propietarios
y los afectados por las decisiones que estos toman57. Una inspiración similar
se puede encontrar en muchas de las disposiciones de la legislación más influ-
yente del nuevo siglo, la Sarbanes-Oxley Act estadounidense.
Esta presente fase de la evolución del gobierno corporativo empresarial tie-
ne su reflejo claro en la organización de los partidos. Es quizás en este estadio
de desarrollo del capitalismo organizado cuando los modelos de organización
de las empresas, todavía forjándose en un proceso de confrontación y acti-
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M. MAROTO CALATAYUD: Autorregulación y derecho sancionador
Empresas Partidos
Managers Líderes
Accionistas / Inversores Militantes / Simpatizantes
Stakeholders Stakeholders
Consumidores Votantes
Ciudadanos Ciudadanos
58. La figura del simpatizante está formalizada a nivel estatutario en los dos partidos ma-
yoritarios españoles. Vid. artículos 9 y ss. de los estatutos del PSOE, artículos 8 y ss. de
los estatutos del PP. Los estatutos de Izquierda Unida mencionan al simpatizante de
manera mucho más general, como un potencial interesado en asistir a las asambleas,
junto con otros miembros de organizaciones sociales, sindicales, ecologistas, vecinales, etc. (ar-
tículo 29). Vid. Araujo y Calafell, op. cit., nota 46.
59. Tema común en los congresos de los últimos años, tanto PP como PSOE tienen sendas
«Secretarías de Movimientos Sociales» destinadas a incentivar esa sinergia entre los
nuevos movimientos sociales (vistos generalmente como organizaciones que ganan
poder en detrimento de los partidos políticos) y sus organizaciones. Los estatutos de
Izquierda Unida dan también gran importancia a esa relación de «dialogo social».
386
§ 12. Autorregulación y legitimidad corporativa: Democracia interna...
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M. MAROTO CALATAYUD: Autorregulación y derecho sancionador
62. Una crítica general de la comparación entre «democracia civil» y «democracia de ac-
cionistas» en U. Rodrigues, «The seductive comparison of shareholder and civic de-
mocracy», Washington & Lee Law Review, vol. 63, núm. 4. Minimizando el incremento
real de la capacidad de influencia de los accionistas sobre las decisiones de los managers
tras algunas de las reformas de gobierno corporativo post-Enron, en «A trip through
the maze of corporate democracy': shareholder voice and management composition»,
St. John's Law Review, vol 77, núm. 735, 2003.
63. P. Y. Gomez; H. Korine, «Democracy and the evolution of corporate governance», op.
cit. nota 41 p. 746. De ahí, de nuevo, la ambigüedad de la distinción de legitimidad
input /output; muchas de estas iniciativas, que sin duda contribuyen notablemente a
legitimar el funcionamiento de la organización, no se ajustan a uno solo de los mode-
los; es más, la «legitimidad input», es decir, la participación pública en la toma de deci-
siones, funciona en la mayoría de ocasiones como un sistema de rendición de cuentas
indistinguible de una versión output de la legitimidad basada en la eficacia del control
y la aceptación del resultado de la toma de decisiones.
64. Vid. J. Freeman, «The private role in public governance», The University of New York Law
Review, vol. 75, núm. 3, 2000: «Reconciliar el poder administrativo con la democracia
ha preocupado desde mucho tiempo atrás a los juristas americanos. Las agencias admi-
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§ 12. Autorregulación y legitimidad corporativa: Democracia interna...
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M. MAROTO CALATAYUD: Autorregulación y derecho sancionador
de la España de la primera mitad del siglo XX, con la salvedad de algunas dis-
posiciones durante la II República. Muerto Franco, comenzaría una etapa le-
gislativa que respondía al principal objetivo de asegurar, consolidar y blindar el
funcionamiento de un sistema de partidos de la forma más urgente posible. La
Ley 21/1976 de 14 de junio67, de Asociaciones Políticas, fue la norma en dar
el primer paso hacia el reconocimiento institucional de los partidos68, y fue
reformada poco después por el Real Decreto-Ley 12/1977 sobre el Derecho de
Asociación Política69. Ambas normas eran bastante sintéticas, pero perfilaron
ya lo que serían los pilares de la regulación de los partidos: libertad de creación,
autonomía funcional, mandato de ajuste a procedimientos democráticos en su
formación y funcionamiento, sistemas de fiscalización externos e internos y
cuestiones disciplinarias, de responsabilidad y jurisdicción. Particular atención
recibió la cuestión de la revisión judicial de los asuntos de los partidos, que fue
regulada de manera provisional por el RD 125/1977, de 9 de febrero, sobre
regulación de procedimientos judiciales en materia de asociaciones políticas,
que condecía la jurisdicción a la sala contenciosa del Tribunal Supremo y que
demostró cierto detalle en cuanto a los procedimientos a seguir en casos tales
como la inspección de libros contables de los partidos, así como por el Real
Decreto 125/1977, que regulaba otros aspectos procesales de la aplicación de
la ley. Tras la Ley de Asociaciones Políticas llegarían varias normas electorales
que afectaban también al funcionamiento de las organizaciones políticas: la
primera regulación del periodo de campaña electoral, con el Real Decreto-Ley
20/197770, norma que regiría las primeras elecciones en la nueva democracia,
y la Ley 39/1978 de Elecciones locales71 que completaría después el, de todas
formas deficiente72, marco regulatorio electoral.
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§ 12. Autorregulación y legitimidad corporativa: Democracia interna...
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Lo más parecido a esta reforma han sido dos leyes relativamente recientes:
la ley de Partidos de 2002, y la Ley de Financiación de Partidos Políticos de
2007.
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M. MAROTO CALATAYUD: Autorregulación y derecho sancionador
La Ley de Partidos y los sistemas de control que ésta impone son más un
instrumento al servicio de la lucha antiterrorista, que un desarrollo de las exi-
gencias constitucionales en torno al funcionamiento democrático de los par-
tidos. Pese a la controvertida constitucionalidad de los mismos, los controles
«de democracia militante» impuestos sobre la «democracia externa» de los
partidos son de una severidad más que notable. Con una «sanción» tan capital
como la disolución como única respuesta jurídica prevista en la ley, el régimen
de disolución de los partidos políticos parece haber sido en España, de hecho,
una especie de demostración de la necesidad político-criminal79 de un sistema
de responsabilidad penal de las personas jurídicas:
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§ 12. Autorregulación y legitimidad corporativa: Democracia interna...
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84. Los defensores de la estricta autonomía de los partidos, del derecho a la autorregula-
ción en su vertiente soberanista, pueden comprobar que nuestro ordenamiento prevé
mecanismos muy intrusivos de control de estas entidades. Controles que, aunque li-
mitados en su desarrollo a casos muy particulares relacionados con la política antite-
rrorista, se extienden en teoría a los supuestos de vulneración del mandato de demo-
cracia interna. Si vimos, además, que parece existir una tendencia a la convergencia
organizativa en el gobierno corporativo, también los modelos de responsabilidad jurí-
dica parecen confluir hacia una forma basada en las obligaciones de autorregulación
de las corporaciones. Vid. A. Nieto, «Responsabilidad social, gobierno corporativo y
autorregulación: sus influencias en el derecho penal de la empresa», Política Criminal,
núm. 5, 2008, pp. 1-18. Disponible en: http://www.unifr.ch/ddp1/derechopenal/obras/07_
julio_2008/nieto_martin_empresa.pdf
85. F. Javier Echarri Casi, «Disolución y suspensión judicial de partidos político», op. cit.,
nota 80, p. 43.
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§ 12. Autorregulación y legitimidad corporativa: Democracia interna...
86. F. Flores Giménez, «La democracia interna de los partidos políticos», Congreso de los
Diputados, Madrid, 1998, p. 66.
87. M. P. Moneo, «La disolución de partidos políticos por actividades antidemocráticas»,
op. cit., nota 81.
88. Y. Mersel, «The dissolution of political parties: the problem of internal democracy»,
International Journal of Constitutional Law, vol. 4, núm. 1, 2006, p. 97
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89. Los estatutos del Partido Popular, por ejemplo, definen como sanción «muy grave» el
hecho de «Crear o inducir a la creación de corrientes de opinión organizadas en el
seno del Partido, así como participar en ellas.» Estatutos del Partido Popular, artículo
11.1 f). Igualmente los estatutos del Partido Socialista Obrero Español prohíben la for-
mación de «tendencias organizadas» (artículo 3.2), y limitan severamente el desarrollo
y la libertad organizativa de las «corrientes de opinión» (artículo 4).
90. A diferencia de la regulación estatutaria, los códigos éticos de PP y PSOE no pueden
encontrarse en ninguna de las páginas web de los dos partidos. Estos códigos son con
frecuencia utilizados como arma arrojadiza cuando surge algún escándalo de corrup-
ción; son los propios partidos los que suelen reprocharse mutuamente el incumpli-
miento de sus respectivos códigos éticos. Dada la escasa vitalidad competitiva del cada
vez más bipartidista sistema de partidos español, este no parece constituir un mecanis-
mo efectivo de implementación. A modo de ejemplo, ver: «El PP evita aplicar su código
ético a Fabra pese a la última denuncia por delito fiscal. El presidente del partido en Castellón
y de la Diputación está imputado en dos procesos.», en Diario El País, 27 de junio de 2005,
disponible en http://www.elpais.com/articulo/espana/PP/evita/aplicar/codigo/etico/Fabra/
pese/ultima/denuncia/delito/fiscal/elpepunac/20050627elpepinac_16/Tes; «Veinte candidatos
socialistas incumplen su propio código ético, según el PP», Diario ABC, 10 de diciembre de
2006, disponible en http://www.abc.es/hemeroteca/historico-10-12-2006/sevilla/Andalucia/
veinte-candidatos-socialistas-incumplen-su-propio-codigo-etico-segun-el-pp_153377062280.htm;
un recuento de algunos casos recientes de vulneración de ambos códigos en «La ley
anticorrupción vigente desde 2007 no se aplica en los municipios», Diario El País, 18 de
junio de 2008, disponible en http://www.elpais.com/articulo/espana/ley/anticorrupcion/
vigente/2007/aplica/municipios/elpepiesp/20080618elpepinac_4/Tes/#despiece1. Sobre los
problemas de los mecanismos voluntarios de rendición de cuentas, no sometidos a
mecanismos de evaluación y control interno, y su uso como estrategias de legitimación
sin efectos reales sobre el comportamiento corporativo (el llamado greenwashing), vid.
William S. Laufer, «Social accountability and corporate greenwashing», op. cit., nota 4.
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§ 12. Autorregulación y legitimidad corporativa: Democracia interna...
nera democrática, someter las cuentas de los partidos al mayor rigor de con-
trol de los fondos públicos, y desahogar la difícil situación financiera de unas
organizaciones que cada vez gastan más y que son incapaces de financiarse a
través de la cuotas de los afiliados. En tanto que impone límites y mecanismos
de control específicamente orientados a preservar el interés público, la finan-
ciación pública puede ser entendida como un mecanismo de regulación del
poder autorregulador de los partidos.
En ese sentido, sin embargo, la legislación de financiación de partidos arro-
ja muy pobres resultados. La primera ley de financiación, que data de 1987,
fue entendida desde su promulgación como una ley muy deficiente, y fue ob-
jeto desde el principio de múltiples iniciativas de reforma. Es de remarcar
que el de la financiación, uno de los temas que más directamente afecta a la
democracia interna de los partidos, haya quedado relegado en la Ley 6/2002
a un título independiente del correspondiente a la democracia interna, que-
dando así, además, expresamente excluido del elenco de causas que pueden
dar lugar a la disolución de un partido. Tras un larguísimo devenir parlamen-
tario, la Ley Orgánica 8/2007, de 4 de julio, sobre financiación de los partidos
políticos, reformó algunos de los aspectos más escandalosos del régimen de
financiación –como la posibilidad de realizar donaciones anónimas– sin esta-
blecer, sin embargo, un sistema de control coherente con lo que los numero-
sos escándalos de corrupción de partido indican necesario.
Los defectos y lagunas de la legislación de financiación de partidos son nu-
merosos, y algunos vienen siendo subrayados por el Tribunal de Cuentas desde
que este organismo realiza su función fiscalizadora. Podemos apuntar varios:
– Lo primero que merma la eficacia de la financiación pública como estra-
tegia de control o rendición de cuentas en el ordenamiento español es que la
financiación de partidos es mixta, tanto pública como privada. Las subvencio-
nes se compaginan con las donaciones privadas, que están sometidas a cier-
tos límites cuantitativos y cualitativos (prohibiendo determinadas formas de
financiación). La legislación es lo suficientemente deficiente como para que
los partidos puedan evadir los controles de tanto una como otra naturaleza; en
cuanto a la financiación pública, el Tribunal de Cuentas ha subrayado durante
años, por ejemplo, la falta de control sobre el dinero que los partidos reci-
ben de las corporaciones locales, o las destinadas a los grupos parlamentarios
nacionales y autonómicos91. Las donaciones privadas solían ser un caso espe-
cialmente claro de manipulación de los mecanismos de rendición de cuentas:
hasta la entrada en vigor de la nueva ley de 2007, era perfectamente posible
91. Los informes del Tribunal de Cuentas sobre fiscalización de la contabilidad de los
partidos políticos, a partir del ejercicio 1986, están disponibles en la página web del
Tribunal, http://www.tcu.es/
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M. MAROTO CALATAYUD: Autorregulación y derecho sancionador
92. N. Sánchez García, «El control de las cuentas de los partidos políticos», Auditoría
pública: revista de los Órganos Autónomos de Control Externo, núm. 43, 2007, p. 15.
93. Ibidem, p. 3.
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§ 12. Autorregulación y legitimidad corporativa: Democracia interna...
94. Un análisis del desarrollo estatutario del régimen de control interno en distintos par-
tidos, en N. Sánchez García, «El control...», Ibídem.
95. Ibídem, p. 15.
96. Una propuesta de tipificación de la financiación ilegal de partidos, por ejemplo, en L.
Arroyo Zapatero, A. Nieto, «Fraude y corrupción en el derecho penal económico
europeo: eurodelitos de corrupción y fraude», Ediciones de la Universidad de Castilla-
La Mancha, Cuenca, 2006. El grupo de IU también realizó una propuesta de tipifica-
ción durante la tramitación parlamentaria de la LOFPP.
97. M.ª del Carmen Moral Moral, «El control de la financiación de los partidos políti-
cos», en Revista española de control externo. Vol. 1, núm. 3, 1999, p. 145.
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VII. CONCLUSIONES
98. Ibídem.
99. R. S. Katz; P. Mair, «Changing models of party organization and party democracy: the
emergence of the cartel party», op. cit., nota 17
100. En este sentido, la obra clásica en torno a la democracia participativa B. Barber,
«Democracia fuerte», Almuzara, Córdoba, 2007.
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