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F. Sanchez Blanco La Prosa del Siglo XVII I R. de la Fuente (ea) 5 COLECCION DIRIGIDA POR RICARDO DE LAFUENTE. R. dela Fuente (ed.) Historia de la Literatura Espafiola 27 La Prosa del Siglo XVIII F. Sanchez Blanco BElicteca Daniel Costo Villegas EL COLEGIO DE MEXICO, Ac. Pr] EDICIONES JUCAR Diseno de cubienia: UM CHT PHUT Iustracién de portada: M.Q. de la Tour: «Retrato del notario Laideguivey (detalle) Barcelona, Museu d°Art de Catalunya Primera edicidn: Junio 1992 © Francisco Siinchez-Blanco © Ediciones icar, 1992 Ferndndez de los Rios, 18. 28015 Madrid / Alto Atocha, 7. 33201 Gijén LS.BIN.: 84-334-8404-4 Depésito legal: B, 23.040 - 1992 ‘Compuesto en AZ Fotocomposicién, S. Coop. Lida. Oviedo Impreso en Romanya/Valls. C/ Verdaguer, 1. Capellades (Barcelona) Priated in Spain HISTORIA DE LA LITERATURA ESPANOLA JUCAR PRESENTACION Hace algunos aftos asistimos al prematuro entierro de la historia literaria por la creciente boga, entonces, de los diversos tipos de neoformalismos. Estos todavia no han terminado, ni la ansiedad de los que practican la «deconstruccién», inmersos en el desmoche de las estructuras de las obras literarias, y contrarios per se a cualquier tipo de historicismo, La primacia por el estudio de la ‘obra —que comparto—, llevé a oscurecer todo lo relativo al con- texto, que era visto, con frecuencia, como un empafiador de la lente critica del estudioso. Si bien todo esto fue muy enriquecedor para el pulimento de las armas criticas de los estudiosos de la literatura, por contra trajo cierta desidia y despego para el aspecto puramente histérico de Ia literatura. Los formelismos nos ensefiaron la importancia de estudiar la obra con tocos los instrumentos que estuviesen a nuestro alcance, en especial los lingiisticos, pues no en balde la obra literaria es una obra del Ienguaje; por otro lado, Ia critica positivista no era un simple almacenar datos, sino que también era una critica de raigambre filolégica. El hecho era fundamental, pues se habia lle- zado a abusos como el hacer historias de autor, con banalizaciones explicativas de las obras emitidas por un autor a través de la biografia de! mismo, sin més. De la misma manera, cualquier obra se podia explicar por el momento histérico en que se habia producido. De aqui el descrédito de la historia literaria y el deseo de muchos de centrarse exclusivamente en la obra sin tener que hacer referen- cia para nada a todo lo que fuese externo a ella, incluido el que la habia escrito. Hay que tener en cuenta que la historia de la literatura se ha ido formando poco a poco, a través de diferentes métodos y de ‘un corpus que ha ido creciendo, no sélo por extenso, sino también “4 Francisco Sénchez-Blanco 11 BENITO JERONIMO FEIJOO En Casdemiro, pueblecito de la provincia de Orense, y dentro de un antiguo linaje de hidalgos viene al mundo Benito Jeronimo Feijoo en 1676, cuando todavia vive don Pedro Calderén de la Barca y a Carlos II el Hechizado le quedan atin veinticuatro largos afos de reinado. La «vocacién» religiosa provocada por este am- biente familiar le leva a ingresar con sélo trece aftos en el monas- terio benedictino de San Julién de Samos. A partir de ese momen- to se suceden las etapas normales de la vida monacal: noviciado, toma de habitos, estudios, ordenacién sacerdotal, ensefianza, etc, EI periplo de sus viajes no le aleja mucho de su provincia de origen. Reside en instituciones de la propia orden en Salamanca, Leén y Asturias, ocupando pronto dentro de ella el cargo de maes- tro de novicios y de profesor de teologia en el colegio de San Vicente en Oviedo. En esta atmésfera claustral de una ciudad en la Espafa perifés ca vive y madura espiritualmente un fraile, ejemplar en su piedad y en sus costumbres, que, paraddjicamente, acabard convirtiéndose en el primer divulgador de las Luces en el ambito de lengua caste- lana, y esto, cuando cuenta ya casi cincuenta afios, edad en la que empieza'a dar a la imprenta sus escritos. En parajes muy alejados de la Corte borbénica y entre los mu- ros de un convento va forméndose un espiritu libre, que se alimen- ta de lecturas procedentes de todos los paises y de todas las épocas, las cuales sirven luego de materia de animada discusién a los ami- 'g0s que acuden a su celda. Las luces de la modernidad, los avances de la ciencia y las reflexiones de la filosofia podian llegar y lega- ban, pues, hasta los lugares més recénditos de la geografia penin- sular. El problema no era el aislamiento cultural, sino que los espaftoles del XVII y principios del XVIII se mostraban especial- mente renitentes a aceptar que no posefan toda la verdad y desco- nocian una forma de didlogo intelectual en el que la vanidad o la satisfaccién de humillar al contrario estaban excluidas por prin- cipio. Las famosas «disputasy escoldsticas se hablan convertido desde hacfa tiempo en unos duelos sin sentido en que se luchaba con agudezas imitiles y con «autoridades» arbitrarias sobre cuestio- nes absurdas. La «llustracién» en Espatia, como demuestra el caso de Feijoo, tampoco necesita de salones cortesanos ni de instituciones creadas por la Corona, sino que el primer terreno apropiado lo encuentra incluso entre habitos monacales y cdnticos litirgicos. En la celda del fraile benedictino son comentados todos los temas de actuali- dad cientifica, aunque los contertulios, eclesidsticos en su mayoria, s6lo tengan a mano un corto mimero de publicaciones extranjeras, La prosa del siglo XVI | 4“ Jo cual no impide que captasen certeramente el estado de la discu- sién cientifica a nivel europeo. Feijoo goze ademés la rara virtud de ser un lector voraz y cons- tante y de saber mantener contacto asiduo con otras personas con las que conversar e intercambiar ideas, sin que falte en tales reu- niones el sentido del humor y la amenidad. Excepto dos o tres breves visitas a Madrid con motivo de la publicacién de sus libros, la existencia de Feijoo transcurre dentro del retiro provinciano, asediado solamente por una numerosa correspondencia, que apenas si podia atender. Rechaz6 reiteradamente cargos y honores, puesto que lo que le interesaba era seguir su vocacién intelectual de maes- tro y de escritor. Murié en 1764, a punto de cumplir los 88 afios de edad, en le misma celda que habitara la mayor parte de su vida. i algiin rasgo destaca de su cardcter, no es desde luego el del ambicioso, vido de recompensas, o el del conspirador, atento slo a conseguir ventajas sobre los demés. En la vida privada dio tanta importancia al estudio solitario como a la conversacién y de nin- gin modo se mostraba arisco y reservado. En el terreno de la opinién si era puntilloso y respondia con mordacidad a los que le criticaban. Seguin el testimonio de sus contempordneos, detrés de su apariencia corpulenta habia un carécter equilibrado pero que no rehuia ninguna controversia; disfrutaba el enfrentamiento dialéctico, pero sin ensafarse con los adversarios y sin que la ani- mosidad cegara la inteligencia y anulara el humor. Si el mimero de sus admiradores todavia en vida fue enorme, también abundd el de sus detractores y el de los que quisieron medirse con él en erudicién 0 agudeza. Hasta tal punto se multiplicaron los escri- tos polémicos contra el fraile que el rey Fernando VI en 1750, de acuerdo con la mentalidad intervencionista de la Corona todos los asuntos civiles y velando por el bien de la Nacin, prohi bid por Real Orden a los demés espafioles molestarlo y atacarlo piiblicamente. Bl defensor de la libertad del pensamiento individual da pie involuntariamente a un acto de despotismo cultural, que busca su igual en la historia de Espana, ya rica en intromisiones del poder en el campo del pensamiento. Feijoo no llega aisladamente 0 por una genialidad individual a formular convicciones «ilustradas». En Espafa habia ya numero- sos «novatores» antes de que él entrara en liza. Su grandeza hist6- rica y literaria consiste mas bien en que hallé la forma y el modo para dar publicidad a ideas, que compartian en privado muchos espaftoles, pero cuya discusién publica encontraba graves obstacu- los en los moldes institucionales impuestos por la tradicién cultu- ral. La imagen de un maestro omnisciente, que desde la cétedra imparte sus doctrinas a un auditorio obtuso, falsea la imagen real del fraile benedictino y hace olvidar la habilidad con que inicia 6 | Francisco Sénchez-Blanco la discusién intelectual con un amplio piblico fuera del marco académico y de las academias literarias. Sus escritos son, por el contrario, muestra magnifica de cmo se puede establecer una co- municacién inteligente aprovechando presupuestos comunes y so- breentendidos para lograr el entendimiento inicial y, a partir de ahi, ir encontrando juntos contradicciones, paradojas 0, simple- mente, ridiculeces. Se ha hablado continuamente de las extensas y continuadas polé- micas que suscité el fraile entre los hombres de pluma de su época, pero muy poco se ha dicho de su capacidad de aunar inteligencias, de captar el asentimiento de sus paisanos. Detrds del éxito de sus publicaciones, con el cual apenas se puede medir ninguna de las grandes glorias de la literatura espafiola, hay que ver la estrate- sia de Feijoo para conectar con un gran puiblico, para entretenerlo y para modificar su conducta a la hora de enfocar los problemas del conocimiento. Entre cuatrocientos mil y medio millén de ejem- plares se vendieron en Espaita entre 1725 y 1787, lo cual equivale a decir que, pricticamente, toda la poblacién alfabeta espafola de su tiempo ley6 sus obras. A esto hay que afiadir que, durante €l mismo siglo XVIII, los textos del fraile también encontraron audiencia en otros paises europeos y americanos gracias a traduc- ciones parciales de sus obras al francés, alemén, inglés, italiano y portugués, dato que explica por qué Feijoo es el nico espanol que se suele mencionar en las exposiciones generales sobre la Tlus- tracién europea. El Teatro critico La tardia vocacién escritora de Feijoo viene despertada por la reaccién negativa que provoca en los medios médicos y universita- rios la obra del médico madrilelo Martin Martinez, Medicina scép- tica y cirugia moderna, con un tratado de operaciones quirirgicas (1725). Como sabemos, Feijoo sale en su defensa con una Aproba- cidn apologetica del Scepticismo médico, en la que, aparte de parat Jos ataques a la personalidad cientifica de éste, explica lo que se ha de entender bajo ese saber llamado «eseéptico», sobre el que Martinez quiere asentar su medicina y distinguirla de la que se estudiaba y practicaba en Espafa. La idea de ciencia que imperaba en las universidades espafiolas conservaba el método dogmatico, instaurado por la teologia esco- listica y copiado en las restantes disciplinas. Una proposicién era cierta en tanto que la habjan sostenido las autoridades pertinentes © porque se podia deducir mediante silogismos de un aserto de esas mismas autoridades. Claro esté que el concepto de autoridad La prosa del siglo XVIII | a” era ampliable hasta el infinito y as{ no se limitaba a los textos biblicos y a las definiciones dogmaticas, sino que como autoridad valian, ademas de Aristételes, Galeno, San Agustin, Santo Tomés, cualquier santo, papas, obispos, los correspondientes cabezas de escuela en las drdenes mondsticas, etc., etc. El trabajo cientifico cconsistia, dentro de este concepto del saber, en probar la conformi- dad con’la autoridad y en producit el mayor niimero posible de tautologias, La inutilidad, esterilidad ¢ inmovilidad mental que producia ese mal llamado saber, corria pareja con la seguridad subjetiva de ‘star en posesién de la verdad que conferia a los que lo practica- ban. La intransigencia, e incluso violencia, de los que intervenfan en disputas escolisticas era notoria, como también era notoria la vaciedad de sus conocimientos. Desde el comienzo de la ciencia ‘moderna en el siglo XVI, las criticas a la escolastica se habjan hecho piblicas en toda Europa y, concretamente en Espana, Juan Huarte de Saajuan las habia expresado en su Examen de ingenios para las ciencias (1575). Pero la preeminencia concedida a la teolo- tia y a los te6logos durante la época de los Austrias habia impedi- do la introduccién de un tipo de ciencia libre de autoridades en la Universidad espafiola, El escepticismo que propone Martinez, y en cuya defensa sale Feijoo, confiesa que mejor es la duda del que no sabe 0 del que ‘no conoce Ia verdad en toda su profundidad que la seguridad de los que confian en las autoridades. La actitud psicol6gica fun- damental no slo para poder empezar a aprender, sino también al término del saber es la duda y el convencimiento de que no se sabe casi nada acerca de la naturaleza. La explicacién causal de los fendmenos naturales y de la esencia fisica de las cosas requiere el pe1oso, lento e inseguro camino de la experiencia sensi- ble. Admitir el progreso en el conocimiento cientifico, implica légi- camente acepiar que lo que se sabe actualmente no es definitivo ni_ completo. Martinez y Feijoo limitan la validez del escepticismo al campo de la filosofia natural, es decir, al campo de la medicina y de la fisica. La discusién tiene lugar, en principio, dentro de la facul- tad de Filosofia y ellos procuran no entrar en el terreno teoldgico, pero también cuidan de expulsar a los tedlogos fuera de este cam- po. Estos pueden seguir practicando en su facultad el método dog- mético. En la filosofia natural hay que prescindir, sin embargo, de autoridades. La razén individual, apoyada en el conocimiento sensitivo, tiene en todos los hombres los mismos derechos. Lo valido es el experimento probatorio y repetible, cosa que esté al alcance de todos y en el que ninguna «autoridad» juega papel alguno. En este sentido, Martinez y Feijoo siguen la concepcién cientifica proclamada més de medio siglo antes por el canciller inglés Roger Bacon y que servia de base a las actividades de la Royal Society y de las facultades holandesas de medicina, las cua- les eran las de mayor prestigio al principio del siglo XVIII. La importancia hist6rica del primer escrito de Feijoo radica pre- cisamente en haber conseguido alejar de la discusién a los tedlogos y circunscribir ésta a cuestiones dirimibles por las luces naturales. ‘Ademés, Feijoo, él mismo tedlogo, logra legitimar una forma de saber en la que esta sumamente interesado el poder politico desde la entronizacién de la dinastia borbénica. Ya desde este primer momento se pone de manifiesto el sentido estratégico con que practica un arte argumentativo y de doble fondo en el que esconde su doctrina, pero un doble fondo que no pasa desapercibido para el lector avisado. Al afo siguiente, en 1726, da a la imprenta el primer tomo de su Teatro critico universal. Indudablemente, ante la vista propia ¥ de los lectores se abre ahora un escenario de amplitud ilimitada en el que desarrolla la actividad critica de la razén, fuera de los programas obligados en las escuelas filoséficas tradicionales y sin los imperativos de la sistemética cientifica. Su perspectiva en cuan- to escritor y su imagen del lector ideal se sitdan ya fuera del esquema vigente en las facultades y, con ello, crea un marco espe- cial, un ambito piblico distinto al académico, para discurrir racio- nalmente. En cuanto al género literario, Feijoo es consciente de salirse del canon de la retérica, pero lo justifica remitiéndose a los tres Principios que para él son importantes: adecuacién a la materia, variedad y naturalidad. En el prélogo al tomo segundo dice: «En este tomo hallards el mismo método que en el pasado, que es diversificar los asuntos, a fin de evitar el fastidio con la variedad. El estilo también es el mismo. Si hasta aqui te agradé, no puede ahora desagradarte. Digo el mismo Fespectivamente a las materias, pues ya sabras la distribucién que el recto juicio hace de los tres géneros de estilos, consig- nando a la mocién de afectos el sublime, a la instruccién el mediano y a la chanza el humilde. Yo, a la verdad, no Pongo algin estudio en distribuirlos de esta manera ni de otra. Todo me dejo a la naturalidad.[...] En punto de estilo, tanto me aparta mi genio del extremo de la afectacién, que declino al de la negligencia». [Obras escogidas, BAE 141, 108 s.] Cuando Ia lengua castellana todavia no se ha constituido en instrumento adecuado para la expresién filoséfica 0 cientifica, Fei- La prosa del siglo XVIII | 0 joo crea un estilo de prosa lano y directo, capaz de servir a la exposicién de problemas tedricos y a la conversacién familiar. El Jenguaje barreco habia cultivado la attificialidad como cardcter im- prescindible de su uso literario. Atrevidas metaforas, juegos seman- ticos de todas clases, ritmos discontinuos en la frase, brevedad mé- xima 0 profusién agobiadora de paralelos y sindnimos, sin esto no podia nade considerarse escritor. Feijoo, en cambio, proclama el principio de la naturalidad contra cualquier tipo de imperativo ret6rico. La cadencia del nimo reflexivo, unas veces apasionado, otras paciente como un coleccionista y otras dispuesto a la broma y a la paradcja, es la tinica regla para el estilo. Lo sorprendente el caso es que ese estilo no sélo signified un precedente importante para forjar el vehiculo de la comunicacién cientifica [Sanchez Ages- ta, 1953, 46], sino que los lectores lo aceptaron con sumo gusto. Los retdticos teprochardn a Feijoo precisamente la llaneza mientras que los castizos y puristas lamentardin que tome préstamos de otras Jenguas sin tener en cuenta que a la hora de expresar nuevos conte- nidos poca ayuda prestan locuciones populares 0 términos del pasad La forma que escoge Feijoo es la del discurso, formula exposi va libre, menos estructurada que el esquema demostrativo de la quaestio © del tractatus en la escoldstica. En el discurso tienen cabida los procedimientos persuasivos, empleados por la oratoria, Jo mismo que entran citas eruditas al modo humanista y los ejem- plos narratives. Un precedente lejano de esta manera de tratar los temas, a caballo entre lo filoséfico y lo ameno, podria ser la varia leccién que Pero de Mexia empled dos sigios antes en su Silva, Desce luego, el Teatro critico no pretende aportar nuevos descubrimientos en fisica o en biologia ni es una de aquellas obras de divulgacién o vulgarizacién cientifica, al estilo de las que abun- dan en el siglo XVIII, destinadas, por ejemplo, a explicar a las damas el newtonismo’o las teorias de Buffon a los nifios. De hecho, Feijoo abre un espacio alternativo al de la «ciencia» oficial universitaria y prefiere combatir los errores comunes, aplicando la duda prucente y el sentido comin, Los discursos, a su vez, componen una escena, algo cadtica y sin vinculos, dentro de un «teatro». Indudablemente estamos ante un género de «misceldnea», de mezcla de asuntos desconexos. Como Feijoo no quiere caer en la rigider sistematica, uno de los defectos en los que incurrian tanto los escoldsticos como los racio- nalistas cartesianos, no se puede achacar a Feijoo de falta de pro- porcién entre la finalidad diddctica y el medio literario. Pero la libertad de movimientos que el «teatro» permite al autor, no debe obstar para que sospechemos en las secuencias de discursos un plan preconcebido o una continuidad de propésitos que les confie- ren més unidad de lo que a primera vista parece. Literariamente, el Teatro critico resucita el género renacentista de la Silva de varia leccién, en el cual ni se sigue la esquematica linea de la cuestién académica (videtur quod; sed contra; respon- deo; ad primum...), ni la artificialidad del didlogo humanistico. El «discurso» es una reflexi6n unipersonal hecha en voz alta, un monélogo sin interlocutores, pero donde el discurso racional hace que el lector se sienta totalmente identificado con el individuo gue reflexiona. Esto es importante porque se aparta por eso tam- bién de la oratoria, que pretende convencer y mover al auditorio increpdndolo directamente y poniendo los medios para legar a su voluntad antes que a su entendimiento. Los discursos estén ligados entre si como estan las cosas en el mundo real: formando un escenario, La interaccién entre ellas €s evidente, pero el gran sistema permanece invisible. Por eso, el ensayo feijooniano, de acuerdo con su pensamiento «escéptico» renuncia a esbozar el cuadro completo e ilumina sélo aspectos parciales. En lugar de un racionalismo a ultranza, de ideas claras y distintas, Feijoo prefiere la labor critica de ir aclarando paulati- hamente las representaciones erréneas que han ido anidando en el pensamiento colectivo y ahi no hay limite ninguno, sino que ¢s, por naturaleza, universal y, para ello, no necesita ‘poser un sistema previo y acabado de conocimientos. Puesto que no hace iencia sistematica puede pasar de una a otra disciplina tocando Puntos particulares. Desde la teologia a la medicina, en todas las ciencias se han infiltrado errores, que han pasado asi a ser del dominio comiin, esto es, del vulgo. Incluso en estética evita el racionalismo que justificaba la normativa clisica. La belleza no s definible, sino que hay que aceptar ese «no sé qué» con que el espectador contempla todas sus manifestaciones. Feijoo tiene siempre presente la belleza desde la relatividad y subjetividad del Que enjuicia los objetos y por eso, en lugar de predicar normas y cdnones, se refugia en la «razén del guston. El primer tomo comienza con un tratado sobre la Voz del pue- blo. Una interpretacién unilateral del término «pueblo», en sentido sociolégico, Ilevaria a la falsa conclusién de establecer una dicoto- mia entre saber popular y saber erudito. La cuestién que realmente preocupa a Feijoo es la de salvar la confianza en la busqueda individual de 1a verdad frente a la doctrina basada en el consenso colectivo. Si la verdad es algo preexistente y poseido por la masa ¥ Sus intérpretes, resulta superfluo esforzarse en avanzar por el lento camino de la observacién y de la reflexién. Pero este asunto de los prejuicios infundados 0 los errores comunes en tanto que Jos poseen gente inculta no es lo que mas preocupa a Feijoo, sino el argumento que bajo la sentencia «vox populi, vox dein La prosa del siglo XVI | 3) introducido en las aulas para acallar cualquier elucubracién — imponer el dictado de la opinién comin. De ahi que Feijoo apunte desde el primer momento a fundamentar la legitimi dad de eiterio particular, presupuesto necesario para después en- trar en la discusion de los temas concretos e ir removiendo las opiniones en vigor, ya sea a nivel doméstico como universitario. | nuevo saber no es slo cuestién de unos conocimientos con- ceretos sobre cl comportamiento de la materia 0 de los organismos, ‘sino una actitud animica y subjetiva que requiere una cierta ética. Se entiende, pues, que Feijoo prosiga su estrategia didactica ha- blando de aquellas virtudes morales que tienen especial relieve para la mueva actitud cognoscitiva. Reflexionando sobre la Virtud y vicio, advierte que en este campo una cosa son las apariencias y otra la sinceridad de las intenciones. La felicidad que concede la vida virtuosa consiste en el placer de la conciencia limpia y de la visién ro turbada. El vicio y la pasién, por su parte, acaban nublando la inteligencia. Hasta tal punto llega a apreciar la vida filos6fica que a continuacién incluye una carta en la que un reli- gioso da consejos a una hermana suya que no esté todavia muy convencida de meterse a monja. El problema de la eleccién de estado lo plantea Feijoo de una manera puramente intelectual, concluyendo con las siguientes palabras «Tarta abstraccién pide el intento, pues no es capaz de cura furs que la que hiieren las razones. Son tan robera nos los fueros que goza el albedrio en la eleccién de estado, que los ofende aun la stiplica. Solo acometiendo a vencer el entendimiento, es licito emprender la conquista de la vo- luntad. Este es un empefio sélo de mi razén con la tuya, quedandose perfectamente neutral el cariio; y asi en m{ ha- lards siempre el mismo, que te rindas a mis sugestiones, que las repruebes, y aun acaso mayor si una errada eleccién te hiciere poco feliz [...]». [Obras escogidas, BAE 141, 18] EI discurso siguiente lo dedica al tema de la Humilde y alta fortuna, Retoma la conocida imagen medieval de la deidad que ‘mueve la rueda que alternativamente sube y baja los destinos de Jas personas, mostrando unas veces su faz amable y, otras, su gesto hostil. Feijoo hace ver que esos extremos en los que se com- placia la meditacién medieval suponian una exagerada admiracién por la riqueza y el poder o un ideal de pobreza absoluta, que implicaba necesidad y miseria, las cuales més eran producto de holgazaneria que no de virtud, enfermedad o desgracia. La felici- dad, segiin dl fraile benedictino, hay que medirla de acuerdo con la condicién y el genio individuales y no coincide con la jerarquia 32 Francisco Sénchez-Blanco del dinero, del poder o de la fama. La raiz de la tristeza es la envidia de querer tener lo que tienen los demas, mientras que la felicidad acompaita naturalmente a la conformidad consigo mis- mo. Esta indiferencia hacia los motivos que mueven a politicos ¥ comerciantes puede entenderse como presupuesto necesario para la humilde busqueda de la verdad natural que Feijoo quiere hacer plausible a los espaftoles. En La politica mds fina exalta la veracidad y la rectitud por encima de cualquier célculo utilitario tanto a nivel privado como piiblico. El maquiavelismo que Feijoo critica es, sobre todo, el de la conducta de los particulares aunque también tiene presente las fintas de los politicos, incluido el Papa, que abandonan el terreno de la objetividad y se enredan en intrigas donde al final ni ellos mismos saben lo que es verdad o mentira, «De todo lo dicho en este capitulo sale claramente que, cn igualdad de talentos, con mds seguridad y facilidad logran sus fines los politicos sanos, que van por el camino de la rectitud y la verdad, que los que siguen la senda de el artifi- cio y el dolo: que aquella es la politica fina, y esta la falsa.» [Obras escogidas, BAE 56, 18] Después de estos discursos introductorios pasa a ocuparse de la Medicina, de la Astrologia judiciaria, de los Eclipses y Cometas. En estos articulos da prueba Feijoo de la sagacidad persuasiva de su exposicién. El ataque nunca es frontal y con el anatema en la mano, sino que va envuelto en una suave ironia. La arbitra- riedad del diagnéstico médico, la insuficiencia de la farmacopea y el poco aprecio que se tiene de la cirugia son las tesis que 41 censura en un discurso que comienza con una malévola observa- cién sobre 1a codicia de los médicos, que hace sonreir inmediata- mente al lector: «La nimia confianza que el vulgo hace de la medicina es molesta para los médicos y perniciosa para los enfermos. Para los médicos es molesta, porque con la esperanza que tienen los dolientes de hallar en su arte pronto auxilio para todo, los obligan a multiplicar visitas, que por la mayor parte pudieran excusarse; de que se sigue también el gravisi- mo inconveniente de dejarles para estudiar muy poco tiempo y para observar con reflexién (que es el estudio principal) ninguno. Para los enfermos es perniciosa, porque de esta confianza nace el repetir remedios sobre remedios, cuya mul- titud siempre es nociva y muchas veces funesta [...}». [Obras escogidas, BAB 141, 33] La prosa del siglo XVII | 3 También el discurso que trata del miedo ante la aparicién de Jos cometas comienza con una pulla lanzada, no contra el bajo pueblo, sino contra los poderosos. «Acaso la consideracién de que los principes tienen menos que temer de parte de la tierra que los demas hombres les hizo afladir terrores en la superior esfera, para contener su orgullo, Pero en la verdad tantos enemigos de su vida tienen los principes acd abajo que para asustarles el aliento no es menester que conspiren con los malignos vapores de la tierra los brillantes ceftos del aire. La ambicién del vecino, la queja del vasallo, el cuidado propio, son los cometas que deben temer los soberanos. Esotras erriticas antorchas no pueden hacer mds dafio que el que ocasionan con el susto», [Obras escogidas, BAE 141, 77) Pero mds curiosa resulta aiin la lectura de este texto si el lector avisado descubre detrés de esa burla de la actitud supersticiosa Ia intencién de poner por lo menos en duda Ia concepcién astroné- mica geocéntrica, con esferas celestes e incorruptibles rodeando el mundo material sublunar. Feijoo distrae a los vigilantes de la ortodoxia con el manido tema del temor supersticioso y mientras corre una cortina de humo sobre los aspectos mas controvertidos el va dejando ver la circunspeccién y distancia con que enjui sistema precopernicano. El escepticismo no es en él una duda rai cal ni un desprecio del estudio, sino una renuncia al dogmatismo, que deja espacio para el humor y aconseja la paciencia en todo lo relacionado con la verdad. En forma de apéndice a la cuestién de la Senectud del mundo se ocupa de las teorfas atomistas de Descartes y Gassendi, adoptan- do una actitud escéptica, que no es precisamente la de rechazo de los «filésofos modernos» en aras de la fidelidad a Aristételes. El contexto espafiol de esta cuestién sobre la edad de la Tierra viene dado por el intento que hizo Gabriel Alvarez de Toledo de ‘comprender al relato biblico de la creacién del mundo acomodando- To a la teoria cartesiana de «turbillones» de dtomos clementales, a partir de los cuales habria ido tomando formas la materia primitiva. Parece que Feijoo prefiere afrontar cuestiones que no tienen una respuesta univoca, porque ésta excluye la opinién individual, no dejando espacio a la indecision escéptica. Los discursos restan- tes del primer tomo tocan puntos de suma actualidad en el momen- to: la Miisica en los templos, Paralelo de las lenguas castellana » francesa y Defensa de las mujeres. Este tltimo es un maravilloso ejemplo de sutilidad argumentativa. Comienza esbozando el prejui- cio mas extendido: «En grave empefio me pongo. No es ya s6lo un vulgo ignorante con quien entro en la contienda: defender a todas as mujeres, viene a ser 1o mismo que ofender a casi todos Jos hombres, pues raro hay que no se interese en la prece- dencia de su sexo con desestimacién del otro. A tanto se ha extendido la opinién comin en vilipendio de las mujeres, que apenas admite en ellas cosa buena. En lo moral las lena de defectos, y en los fisico de imperfecciones; pero donde mas fuerza hace, es en la limitacién de sus conoci- mientos». [Obras escogidas, BAE 56, 50] El campedn de los enemigos de las mujeres no es nada menos que el falso profeta Mahoma, que «{...] en aquel mal plantado paraiso, que destind para sus secuaces, les negé la entrada a las mujeres, limitando su felicidad al deleite de ver desde afuera la gloria que ha- bian de poser dentro los hombres». [Obras escogidas, 50] Los autores eclesidsticos, segin Feijoo, no le han ido a la zaga al fundador del Islam. Las expresiones negativas de éstos respecto a las mujeres las dulcifica con bastante sorna: «Las declamaciones que contra las mujeres se leen en algu- nos escritores sagrados, se deben entender dirigidas a las Perversas, que no ¢s dudable las hay: y aun cuando miraran ‘en comin al sexo, nada se prueba de ahi; porque declaman los médicos de las almas contra las mujeres, como los médi- cos de los cuerpos contra las frutas, que, siendo en sf bue- nas, titiles y hermosas, el abuso las hace nocivas». [Obras escogidas, 50] A continuacién se complace en retorcer los argumentos de los San- tos Padres y de los tedlogos mostrando paradojas y contradiccion «No esti hasta ahora decidido quién pecé mas gravemen- te, si Adan, si Eva; porque los padres estén divididos; y en verdad, que la disculpa que da Cayetano a favor de Eva, de que fue engaftada por una criatura de muy superior inteli- gencia y sagacidad, circunstancia que no ocurrié en Adan, rebaja mucho, respecto de este, el delito de aquella». [Obras escogidas, 50} Completa su argumentacién poniendo una serie de ejemplos en coatra de.la presunta inferioridad de las mujeres en lo fisico y La prosa del siglo XVIII | 3s en lo moral y, ya hacia el final, hace una reflexién que evoca ‘una sonrisa: «Al caso: hombres fueron los que escribieron esos libros, fen que se condena por muy inferior el entendimiento de as mujeres. Si mujeres los hubieran escrito, nosotros queda- riamos debajo. [...] Lo cierto es, que ni ellas ni nosotros podemcs en este pleito ser jueces, porque somos partes; y asi, se habia de fiar la sentencia a los angeles, que, como sexo, son indiferentes». [Obras escogidas, BAE En el prdlogo del tomo segundo ya hace referencia al hecho de que la gren oposicién a su Teatro critico procede de los que sintieron agraviadas las facultades que profesaban, es decir, de los profesores universitarios. Esta polémica con las universidades estard especialmente presente en la seleccién de los temas que tra- tard a continuacién. Si Feijoo, al debelar los prejuicios del «vul- go», no se incluyera a s{ mismo, el tono de sus discursos sonaria a pedanteria y endiosamiento, cosa que ocurre cuando alguien no duda en estar en posesién de la verdad y eso es precisamente Jo que él censura en el primer discurso al pintar las Guerras filosd- Ficas, esto €s, las disputas académicas en las universidades. La mayor parte de los discursos que inserta en este segundo tomo tienen por objeto demostrar la insuficiencia y falsedad de Ja fisica aristotélica mientras que en otros desarrolla su idea de aplicar la duda y la critica a asuntos histéricos 0 a cuestiones cotidianas. La reflexién sobre lo antiguo y lo moderno surge a propésito de Las modas, que naturalmente ya por aquellas fechas caldeaban los animos entre conservadores (defensores de las cos- tumbres nacicnales) y los modernos (abiertos a las modas de Fran- cia). Lo interesante del tema es que en él no hay decisién posible. Por eso, su opinién aparece como una mds dentro del subjetivismo general. Reccnoce que no le gustan otras innovaciones que las que «cercenan el gasto 0 afladen decencian, pero se da cuenta de que muchos adornos actuales, que parecen inventados en los, salones franceses, ya los utilizaban en otros tiempos las serranas mas salvajes de la provincia de Leén. En este sentido no hay nada nuevo, sino que las modas estén dentro de un movimiento Circular, resultando moderno lo que ya existié en tiempos inmemo- riales y quedando inmediatamente antiguo lo que se impuso social- mente hace unos meses. La conclusién de Feijoo es que el variar es connatural al apetito del gusto y que el deleite va unido en los hombres a la variedad de los objetos. Pero, dejando a un lado las cosas del vestir, Feijoo pasa al 56 Francisco Sénchez-Blanco punto més serio de si en las cosas religiosas, como en Dios, no deberia haber mudanza y, a pesar de este argumento teoldgico, se declara abierto partidario del cambio y concluye: «No sélo en esta materia, en todas las demds la razén de la utilidad debe ser la regla de la moda. No apruebo aquellos genios tan parciales de los pasados siglos, que siem- pre se ponen de parte de las antiguallas. En todas las cosas el medio es el punto central de la razén. Tan contra ella, y acaso més, es aborrecer todas las modas, que abrazarlas todas.» [Obras escogidas, BAE 56, 70] Uno de los factores que, segtin Feijoo, mas determinan el juicio de los individuos tiene que ver con el cardcter nacional y en casi todos los tomos incluye algiin discurso referente a esta problemati ca. Si en el primer tomo compara la lengua castellana a la france- sa, en el segundo discurre sobre la antipatia existente entre ambos pueblos y sobre el «mapa intelectual» o cotejo de las cualidades atribuidas a cada una de las naciones. En el tercero ya eleva la cuestién a otro nivel y habla del «amor a la patria y de la pasion nacional». El no comparte los prejuicios que sobre los pueblos se han ido poco a poco asentando en la opinién vulgar. Para demostrar la poca validez de esas apreciaciones, no hay nada me- jor que contemplarse a si mismos en la opinién de los extranjeros ¥, asi, copia la tabla hecha por el fraile alemdn Juan Zahn, segtin la cual los espafioles son horrendos de cuerpo, fastidiosos en la mesa, tiranos en el matrimonio, falaces, tedlogos y padecedores de todas las enfermedades. No es raro que se tienda a calificar de barbaras las costumbres vigentes en otros pueblos. Sin embargo, hay que reconocer que las diferencias entre hombres de diferentes nacionalidades no son tan grandes como parecen a primera vista porque las cualidades morales estiin muy repartidas y unos poseen virtudes que faltan a otros. Aqui aprovecha Feijoo para recordar a los espaftoles el espiritu filoséfico sobresaliente que han demostrado los ingleses modernos, concretamente, Bacon, Boyle, Locke y Newton, entre otros. Feijoo permanece, no obstante, dentro de una tradicién historio- grdfica que se remonta a la época del Renacimiento y, puesta otra vez de moda por Montesquieu, en la que el cardcter nacional juega un papel importante ya que comparando las leyes y costum- bres existentes en otros paises se relativizan las propias, posibilitan- do asi su critica y reforma. Feijoo cree, ademas, que puede ser litil mostrar a los espafioles las grandes obras que realizaron sus compatriotas antiguos para que adquieran confianza y se conven- La prosa del siglo XVII | 7 zan de que en similares condiciones climatolégicas y parecidas in- fluencias materiales pueden aspirar también a grandes acciones. Al mismo tiempo, sin embargo, se percibe una necesidad en Feijoo de defender lo espafiol contra la opinién de los extranjeros y esto Je impulsa a demostrar que la pereza y ociosidad de que hacen gala los espafioles modernos no radica en el cardcter nacional. Los discursos dedicados a las Glorias de Espana presentan, pues, una apologia muy sui géneris, en la que se combina la refutacion de los juicios despectivos que los extranjeros hacen de los espafio- les y la critica a reconocidos defectos de Ia Espafia contempordnea. Los «errores comunes» de que se ocupa Feijoo en los tomos siguientes son errores casi todos «eruditos» y muy pocos afectan a las tradiciones populares o al pueblo bajo e inculto. El «vulgo» es simplemente aquel tipo de pensamiento que se atiene a lo que opina la mayoria; 10 compone todo el mundo que no pone en marcha la funcién critica de la razén. El magisterio de Feijoo va dirigido a desengafiar de algunos errores coneretos pero, en Ultimo término, pretende ensefiar la actitud «escéptican, antidog- mética, rastreadora de la verdad, experimental, tolerante y cosmo- polita, virtudes que él ve encarnadas en la ciencia fisica contempo- rénea, especialmente la que procede segiin los criterios empiristas establecidos por los ingleses, como apunta en el discurso titulado El gran magisterio de la experiencia. Entre los «errores comunes» que trata Feijoo se encuentran algu- nos milagros, leyendas histéricas, animales imaginarios, tesis erté- neas en fisica y medicina y el método o los presupuestos de las artes divinatorias, la magia, la alquimia. Todo esto no son supers- ticiones exclusivas de gente inculta, sino opiniones que circulan también entre los universitarios y gentes de letras o que estén sustentadas por intereses econdmicos 0 ideoldgicos de érdenes reli- giosas u otros grupos. Feijoo no se limita a combatir opiniones y ve siempre detrds la institucién que saca provecho del error. Por eso, su campafta «critica» desemboca en la exigencia de una reforma de la educacién y de la enseflanza en las universidades. Esta intencién del Teatro critico se refleja en articulos dedicados a la reforma de las disciplinas universitarias, sobre todo, las impar- tidas en las facultades de filosofia. El quiere simplificar la ldgica, climinar cuestiones absurdas y dar entrada a la ciencia experimen tal moderna, substituyendo asi la periclitada fisica aristotélica y liberando la investigacién de ta naturaleza de la servidumbre & la teologia, 0 mejor dicho, de la prepotencia de los tedlogos. Como Feijoo defiende la autonomia de la filosofia, esto es de la experiencia frente a la teologia, se puede decir que la obra del fraile benedictino tiene, ademas de la critica a la organizacién social de la ciencia, también algo de critica eclesidstica y religiosa. 38 I Francisco Sanches-Blanco Sin enfrentarse directamente a la Iglesia y sin meterse en asuntos exclusivamente teoldgicos, Feijoo hace retroceder los limites del campo de influencia de los tedlogos. Los ocho tomos y el suplemento, que aparecen entre 1726 y 1740, contienen una gran variedad temética y una erudita sobre biologia, astronomia, fisica, medicina e historia ecle- sidstica, pero, por encima de todo ese valor erudito, el Teatro eritico encierra un tesoro de agudezas a nivel del chiste puntual y una linea argumentativa critico-humoristica en el conjunto de los discursos que los lectores del siglo XVIII percibieron y ron. Por eso, el Teatro critico no fue, en primer lugar, una en clopedia de conocimientos nuevos, servidos por un genio omnis- ciente, sino una lectura que aportaba placer y diversion intelectual. La variedad de temas, que va desde los sétiros, divorcio, color eti6pico, el toro de San Marcos, hasta la antiperistasis y la intrans- mutabilidad de los elementos, no alimenta un piiblico dvido de curiosidades y novedades sorprendentes, como ocurria en otras pu- blicaciones, ni responde tampoco al mandamiento retérico del de- Ieite. Con esas nimiedades, Feijoo ofrece al puiblico un juego intel gente que escapa al dogmatismo de los escolisticos y a los ojos inquisidores de los tedlogos. Feijoo no practicé la filosofia natural al estilo de Bacon, ni fue un médico profesional. EI era un profesor de teologia y un eseritor. Hablar, pues, de la ciencia de Feijoo es algo muy relativo. Gregorio Marafién cree exallar la figura de Feijoo haciendo de 41 uno de los pioneros de la biologia moderna y parece no darse cuenta de que, en el fondo, lo que trata es de compensar el com- plejo de inferioridad que segufan padeciendo los espaftoles con Tespecto a su participacién en el progreso de la ciencia experimen- tal, Feijoo nunca constituiré un capitulo importante en la historia de la ciencia. Poseia si una informacién bastante actualizada de Jo que ocurria en las academias europeas y habia superado aquel tabii de que la ciencia moderna es producto de herejes y, por tanto, mentirosa y peligrosa. Pero en esto estaba probablemente al nivel de otros muchos espaftoles de la época. Lo sobresali de Feijoo consiste en haber encontrado el procedimiento para ciar en Espafia una comunicacién intelectual distinta a la autorita- ria que venia practicdndose desde los tiempos del Concilio de Tren- to. Hacer de Feijoo un corifeo de la bi a, como quiso Marafén, es ganas de buscar glorias nacionales para satisf cer el orgullo patriético pero no hacer historia de la biologia. Sin embargo, ese conjunto formado por informacién cientifica mo- derna, erudicién humanistica, genio pedagdgico y humor personal hacen de Feijoo una figura excepcional para la historia cultural espafiola y afiade una faceta muy original al proceso «ilustrador» que tiene lugar en la Europa del siglo XVIIL El nuevo espiritu cientifico que Feijoo propaga conecta con el empirismo eseéptico de Roger Bacon y de los «novatores» antes que con el razionalismo cartesiano. De ahi que su duda sea tam- bign diferente e incluso més radical porque no es s6lo premisa pasajera para las ideas claras y distintas y, a partir de ellas, avan- zar «more geometricon, El lector ideal que supone el Teatro critico universal no es el hombre inculto que desea aprender las primeras letras de la ciencia sino la persona curiosa ¢ informada, capaz de leer entre lineas y comprender més de lo que dice explicitamente. Es un discurso previsto para capear la constante amenaza de los vigilantes de la ortodoxia y formulado contando con la presién que ejercen los poderes ficticos de la opinién y con la intransigencia de las cabezas educedas en el dogmatismo. No es necesario, sin embargo, suponer en Feijoo un alma escin- dida entre fe y razén o entre tradicién y modernidad y, mucho menos, un simulador de un intimo desereimiento. Buscar excesivo dramatismo en su pensamiento implicaria socavar el fundamento escéptico que le permite relativizar las propias creencias y dejar, como Pierre Bayle, el terreno de la fe en un plano diferente al de la razé6n critica. Cuando alguien es consciente de que sabe poco y mal, lo mismo si lo sabe por fe que por experiencia, no hay lugar para la esquizofrenia de dos verdades opuestas o de un espi- ritucreyente y una razén vacilante. Precisamente, esa indiferencia —pirrénica, en el lenguaje de aquellos dias— era lo que mas mo- lestaba a quienes s6lo admitian la fe del carbonero y la militancia del inguisidor. Rastrear sus libros con idea de hallar tesis heterodo- xas o herétices no tiene sentido. Ni afirma en ningiin momento el materialismo, ni tiene el sistema copernicano por una verdad incontrovertible, pero acepta con precaucién los conocimientos que aporta la experiencia empirica mientras que los tedlogos, en pose- sign de la verdad, no creen necesario detenerse en la observacién critica de los fenémenos ni avanzar despacio formulando hipétesis cautelosas. El escepticismo de Feijoo deja insatisfechos a muchos. Los esco- listicos no pueden ver en sus ensayos unas proposiciones organiza- das sistematicamente de modo que constituyan «cienciay. Literatu- ra, segiin la idea retérica que de ella tenia Mayans, tampoco po- dian ser unos escritos carentes de ornato. A los eruditos les disgus- taba que se fijara demasiado en nimiedades del saber popular. La critica his:érica, cuando surgia, la practicaba Feijoo con un desenfado que molestaba a los especialistas. Con un criterio nada humanista recomienda Feijoo al pliblico 60 | Francisco Sénchez-Blanco que aprenda la lengua francesa antes que el griego porque aquélla contiene hoy unos conocimientos més importantes que los que pue- de aportar la lectura de los clisicos. No cabe duda que, aparte de cualquier posible valoracién estética, la modernidad supera con creces los conocimientos que poseyeron los clisicos aunque sélo sea por lo que tienen de titles. La fisica —y ese concepto abarcaba entonces desde la medicina hasta la agricultura pasando por la mecanica— habfa dado un paso tal que imponia la opcién de abandonar a Aristételes 0 cerrar los ojos al progreso. La cuestién del «afrancesamiento» del estilo feijooniano sélo la Puede plantear aquél que cree en la esencia inmutable de lo espafiol en cuanto lenguaje y en cuanto pensamiento. Pero no ha habido un s6lo siglo de la cultura espafiola —ni siquiera el de Oro, si se mira bien, porque la escoléstica que profesé era bastante inter- nacional— que no estuviera sometido al influjo del contexto geogré- fico, con predominio unas veces de Italia, otras de Francia y otras, en fin, de Africa. El siglo XVIII, y, en especial, Feijoo se abre a una cultura que no estaba expresada en espafiol y, por lo tanto, tiene que innovar el vocabulario. El francés hace, desde luego, de transmisor, sustituyendo progresivamente al latin y por eso deja ‘una huella clara cuando se abordan los temas modernos. El habla picaresca de la germanfa poco puede ayudar a la hora de razonar, pero tampoco Feijoo construye un lenguaje artificial, leno de cultis- ‘mos o de argot para especialistas. Naturalidad, simplicidad y preci- sién son los principios que rigen el lenguaje del fraile benedictino. La prosa se hace mds tersa y menos retorcida que en los tiempos de Quevedo y de Gracién. Sus modelos, ciertamente, los busca en la prosa contempordnea francesa y no en la literatura grecorroma- nha, cosa que molesta sumamente a los que, como Mayans y los Jesuitas, siguen dando preferencia a las humanidades clésicas sobre los progresos de los modernos. ‘Como muy bien destacé Juan Marichal (1957, 165-184], Feijoo ademas de demostrar una gran independencia a la hora de admitir las opiniones heredadas en materia de medicina, de historia y de tradiciones religiosas, tampoco dudé en distanciarse de los criterios que entonces orientaban la creacién literaria o el estilo académico. En lo relativo a la literatura, a manera barroca de escribir culti- vaba la artificialidad retorica, procurando en todo momento que tuviera un aire propio, contrapuesto a la normalidad del habla cotidiana. El literato debia dar prueba de dominar un arte que no posefa el hombre inculto o quien no ejercia profesionalmente Ja pluma, Bl resultado era, pues, que el texto «litetarion se recono- cia enseguida por su vocabulario inhabitual, por sus construcciones complicadas, por el tono declamatorio y, en fin, por las imagenes rebuscadas y las comparaciones conceptuosas. La prosa del siglo XVII | 61 Demostrar habilidad se habia convertido en una de las aspiracio- nes primordiales. Mientras mis artificioso e inesperado el estilo, también mas personal ¢ individual. La ambicién del autor a alcan: zar un puesto imperecedero en el Parnaso literario conducia inde- fectiblemente a competir en el «més dificil todavia» y a acumular en el texto elementos tomados de la «literaturay consagrada. La erudicién filos6fica 0 histérica también se habia contagiado de esta attificiosidad y confundia lo académico con una forma fija de exposicién en la que se introducian innumerables citas y en a que el lenguaje procuraba cefirse a conceptos previamente definidos y aceptados dentro de una disciplina. Mas que el rigor ogico o el progreso cientifico, el especialista estaba interesado en demostrar su dominio de las fuentes. La seriedad cientifica de una obra parecia estar en relacién inversa a su asequibilidad por tun piiblico no especializado. Feijoo rompe intencionadamente con lo que pasaba por «litera- rio» 0 «académico». Es un hombre, desde luego, que busca la fama y reflexiona sobre su significado en la historia de la cultura, pero que al enjuiciar su propia actividad lo hace de acuerdo a un orden de valores, distinto al que obedece la conciencia del ecritor barroco o del erudito humanista. Feijoo antepone a cualquier consideracién estética una intencién social: la misién de desengaftar a masas crédulas y de erradicar errores firmemente asentados en la mentalidad colectiva. Feijoo sabe que la importancia de su obra trasciende los criterios literarios tradicionales. Su tangible éxito, demostrado en la extraordinaria e inmediata difusién de sus escritos dentro y fuera de Espana, despierta la envidia de muchos contempordneos, que, ademas, se extrafian de que unos escritos sin talla estética ni académica obten- gan el favor del piiblico. A Feijoo, el éxito le permite legitimar su propia actividad contra las eriticas con que le abrumaban los profesores, los eruditos o los escritores de oficio. ‘Su menosprecio de los aspectos formales esta también en rela- cién con el pragmatismo que debe dominar el quehacer literario. Le interesa, sobre todo, encontrar el modo de mover a los lectores, de persuadir 4 sus oyentes. Y si algo gufa su creacién literaria, ¢s la intencién de comunicar con el gran piiblico y de modificar la actitud mertal de sus lectores. De ahi que se proponga entrar en conversacién con el piblico comtin y, por eso, también introdu- ce en la literatura el discurso sobre «prejuicios/preocupaciones» comunes en lugar de dedicarse a expresar sentimientos intimos, como en la litica, 0 a inventar mundos, como en la novela, 0 a disertar sobre cuestiones reservadas a’ los claustros. Llegar al piiblico significa para él agitarlo interiormente provo- cando la dude 0 la desconfianza y desarrollando su sentido del a Francisco Sinchez-Blanco humor. Los recursos retéricos los utiliza en todo caso para acabar con la crédula ingenuidad o la inmovilidad dogmatica de sus lecto- res y este escepticismo no se compagina con el tono del que predica verdades eternas y trascendentes. Bromear, tratando cualquier cla- se de temas, es una constante de su manera familiar de discurrir. Incluso en este punto, Feijoo interpreta de forma original el pre- cepto de deleitar y enseflar que debia obeceder todo escritor. En lugares dispersos responde a sus detractores y en ese contexto desarrolla una serie de ideas que van a influir decisivamente la creacién literaria posterior. En primer lugar, Feijoo proclama sin empacho que renuncia al aplauso que le podria proporcionar el malabarismo retérico 0 el saber del bibliotecario. Su confesado prurito de obtener reconocimiento en el mundo de las letras no conlleva la ambicién de ser admirado por su dominio de recursos lingitisticos 0 por el acabamiento formal de sus escritos, sino mas bien por todo lo contrario: por ser antiliteratura. La «naturalidady de la expresin es para él la gran regla que él obedece, confiando que gracias a ella resuene también la singularidad de su voz, su estilo individual. En cuanto autor, Feijoo quiere que su obra remita siempre a la persona misma que la cred. Por eso aspira a que los lectores le reconozean a través de ella como en un espejo. Lo curioso es que pretenda dar a conocer la imagen de un hombre en su ambiente privado y no la imagen del gran orador o del poeta cortesano. A la hora de escribir, Feijoo no se sube mentalmente a un podio, a un pillpito o a una catedra, Quiere ser escuchado departiendo amistosamente con amigos en un clima familiar, cotidiano y privado. La naturalidad es para él la meta a aleanzar por el escritor; Ja naturalidad del tono en el que charlan personas sensatas; la naturalidad del hombre libre que manifiesta espontineamente su temperamento y no se siente cohibido ni contrenido a comportarse segtin un modelo preexistente; la naturalidad del que mezcla bro- mas y veras, segiin su estado de dnimo o segiin el asunto discutid la naturalidad del que busca la diversién y no s6lo instruirse. Fei- j00, Igicamente, propone como ideal de la escritura la «prosa», es decir, la libertad frente a la forma. La prosa moderna nace asi ligada a una justificacién anti-retérica, Lo mismo que dentro de la enseftanza escoldstica Feijoo aboga por la libertad filos6fica y por abandonar la actitud servil a una autoridad, en el quehacer literario también defiende la libertad del individuo y su derecho a exponer sus propios razonamientos en la forma y en el modo que resulte mas comprensible y persuasi- vo para los lectores. Por las autoridades en retorica siente él tan poco respeto como por Aristételes en fisica. La literatura, como la ciencia, es una actividad de hombres que discurren libremente. Sus opiniones literarias se caracterizan, pues, por su oposicién al retoricismo. El estilo, por ejemplo, no lo considera producto de un trabajo sistematico, cincelando la expresién para darle una forma acabada, sino algo que le viene dado al escritor como el propio temperamento psicoldgico. La despreocupacién por las re- alas es la premisa indispensable para que salga a flote el modo personal. De forma paraddjica, el criticismo de Feijoo en otras materias lleva aparejado un cierto irracionalismo en estética. La belleza es para él un «no sé qué» y el estilo un «tino» en el hablar, que se adquiere mediante la despreocupacién antes que por la atencién a una preceptiva consagrada. Por eso, deja a un lado los modelos canonizados en la historia literaria y prefiere imitar el lenguaje hablado en lugar del escrito. Ademés, al tratar temas cotidianos, el tono debe acomodarse al de la conversacién, sustituyendo la aridez de la exposicién doctoral y los recursos efec- tistas de la oratoria por la perspectiva inesperada, la paradoja répida o la anéedota aclaradora Dando asi preferencia a la cultura oral sobre la escrita, no puede menos Feijoo que ponerse a la cabeza de una tendencia antihuma- nista y antirretérica que disgustaré a Mayans y a sus seguidores. E] aprosaismo» programatico contradice el «buen gusto», hacia el que se inclinan las preferencias aristocraticas de las élites. Feijoo sabe que sélo renunciando a pertenecer al exclusivo club de los eruditos puede llegar a un piiblico universal, el cual no siente curiosidad ninguna por las cuestiones que discuten los especialistas. Feijoo, que, sin duda, tiene conciencia de literato, quiere que se le aprecie por la magnitud y nobleza de la empresa y por el arrojo que pone en acometerla individualmente, pero no por su realizacién formal. Libera asi la creacién literaria de cualquier precepto retdrico. Mds alld de la diversidad tematica y de la inten- cién vulgarizadora y comunicadora, propias del «ensayismo», su labor sacude los cimientos del quehacer literario tal y como lo concibieron los espaftoles del Barroco. «Discurrir» en voz. alta so- bre lo divino y lo humano, participar en la discusién piblica sobre costumbres, creencias, disposiciones politicas 0 nuevos conocimien- tos se convierte en ocupacién favorita de los hombres del siglo XVIII y el «prosaismo» adquiere carta de naturaleza en detrimen- to, claro est, de la poesia y de la oratoria. La lista de los que escribieron contra Feijoo es enorme. Quien despierta la atencidn de tantos lectores y toma posicién en materias tan diferentes —como Feijoo hace en el Teatro eritico— suscita necesariamente la controversia. Primero son los médicos universitarios los que se sienten ataca- dos desde el Teatro. Uno de ellos, Ignacio Ros, responde a Feijoo con una Medicina vindicata. Mas tarde les tocard la vez a los fildsofos y tedlogos de las facultades, y, por tiltimo, el honor corporativo de érdenes religiosas se siente también ofendido y pro- voca la reaccién de alguno de sus miembros, Es tal el ambiente contrario a Feijoo entre el mundo erudito que apenas ha salido de la imprenta el segundo tomo del Teatro cuando Salvador José Mafter (1676-1751), que no es ciertamente un reaccionario, se lanza a la empresa de escribir el Anti-Theatro Critico, sobre el primero, y segundo tomo del Theatro Critico Universal [...] en que se impugnan veinte y seis Discursos y se le notan setenta descuidos (1729). Feijoo no deja las cosas como estaban y responde a Mafier con una Ilustracién apologética (1729). Mater vuelve a la carga con otros dos tomos del Anti-Theatro (1731) a los que a su vez responde Martin Sarmiento con la De- ‘monstracién critico-apologética del Theatro Critico Universal (1732) y Maher, por su parte, seguiré impugnindole, ahora con dos vol ‘menes titulados Crisol critico, theolégico, histérico, politico, ph co y mathemdtico... (1734). Giovanni Stiffoni enjuicia as{ esta i terminable polémica: «Se diria que Feijoo habia pisado el hormiguero de vacui- dades en las que se mecia la cultura media espafiola, y éstas habjan salido como enloquecidas a la luz. El efecto, si fue, por un lado, un derroche enorme de energias, por otro fue un sacar a la plaza, aunque de un modo absurdo, de las aulas universitarias y de los circulos cerrados, transforman- dola en una cuestién casi mundana, la disputa sobre el nue- vo método de enfrentarse con los problemas de la cultura, més bien que sobre la nueva filosofia. Y esto significaba un paso muy importante hacia la secularizacién de la cultura do» [Stiffoni, 1988, 94 5.) En esta polémica tercié después Ignacio de Armesto con un Thea- tro anti-critico universal (1735) que no aftade nada substancial a la discusion, Si Mayans en su carta de 1731 a las Acta eruditorum de Leipzig califica a Feijoo de escritor con éxito pero sin altura, aftos después, los franciscanos, con Francisco Soto Marne (Reflexiones critico-apo- logéticas, 1748) a la cabeza, dolidos porque Feijoo habia combatido lun milagro que afectaba a las tradiciones de su orden y despreciado la filosofia de R. Lull, procuran por todos los medios destruir el Prestigio del fraile benedictino, anotando y publicando cuantos erro- tes encuentran en sus discursos. Otros intentaran medirse intelec- tualmente con el P. Maestro y le discutirdn tesis especificas de fisica © de medicina, como Antonio Maria Herrero. La prosa del siglo XVII | 6s En el caso de Diego de Torres Villarroel es claro que ambas figuras no pueden congeniar. Torres practica el descaro del bufén yy escribe como profesional de la carcajada, del chiste y de la caricatura, pero detras no hay absolutamente nada. Su cinismo no tiene nada de eseéptico y, por eso, aunque sin comulgar total- mente con los principios de la sociedad tradicional, no rompe con el pasado, ni en el campo cientifico ni en el social, porque le falta la alternativa escéptica que propone el autor del Teatro ci 12. EL PENSAMIENTO ECLECTICO: GREGORIO MAYANS Gregorio Mayans y Siscar nace en 1699 en Oliva, provincia de Valencia. La familia se traslada pronto a Barcelona y alli estudia en un colegio regido por jesuitas. Con catorce aflos, de vuelta en Valencia estudia, primero, filosofia y, luego, derecho. En esta época tiene contactos con Tosca y Corachén. Después de seguir durante algdn tiempo en Salamanca lecciones de jurisprudencia, retorna de nuevo a Valencia donde consigue el titulo de doctor ¢ inmediatamente la cétedra de «derecho de Justiniano» en aquella universidad. Ya entre 1728 y 1731 mantiene una polémica con Feijoo a pro- pésito de la Ortografia del valenciano Antonio Bordazar. Entre 1733 y 1739 ocupd en Madrid el cargo de bibliotecario real. En 1734 propuso al ministro José Patifio unos Pensamientos literarios que expresan sus ideas sobre la reforma cultural de Espafa. En primer lugar opina que, por razones didacticas y de prestigio na- ional, se dete utilizar la lengua castellana para las obras cientifi- cas. En segundo lugar, aconseja que se escriba criticamente la historia de Espafia y que se recolecten las leyes del pais, condicién indispensable, segiin él, para mejorar la ensefianza del derecho y la racionalidad de la jurisprudencia. Pronto se enreda en otra polémica con los autores del Diario de los literatos y también redacta una censura sobre la obra del académico F. Javier M. de la Huerta (1697-1752), Espana primiti- ya, que le crea nuevas enemistades. Por no encontrar suficiente comprensién en el ambiente de la Corte madrilefta, donde prevale- ce cada vez mas un escepticismo empirista que no es de su agrado, vuelve a su pueblo natal, Oliva. Alli se casa y prosigue su actividad editora. Interviene en la fundacién de la Academia Valenciana con la esperanza de crear una institucién que pueda competir con las academias madrileflas. Su proyecto lo presenta en una Idea de 1a Academia Valenciana, dedicada a recoger i ilustrar las Memorias antiguas i modernas, pertenecientes a las cosas de Espama, debajo

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