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El Reino Unido y la Unión Europea

Farid Kahhat

Se atribuye al ex ministro de relaciones exteriores británico Lord Palmerston, la autoría


del dictum según el cual “las naciones no tienen amigos o enemigos permanentes, solo
intereses permanentes”. Y uno de los intereses permanentes del Reino Unido fue el de
impedir que alguna potencia militar conquistara la Europa continental. Por eso podía
aliarse con Prusia contra Francia durante las Guerras Napoleónicas, para luego aliarse
con Francia contra Alemania durante las dos guerras mundiales del siglo XX.

Hay quienes sostienen que ese objetivo se hacía extensivo a la posibilidad de que
Europa se unificara no a través de una conquista militar, sino a través de la decisión de
gobiernos democráticos de compartir su soberanía. Es decir, a través de la Unión
Europea (UE). De hecho el Reino Unido no fue parte de ese proceso de integración
hasta 1973, e incluso contribuyó a crear la Asociación Europea de Libre Comercio como
alternativa a la unión aduanera que representaba entonces la Comunidad Económica
Europea (CEE, hoy UE). Cuando el Reino Unido intentó ingresar a la CEE, su
postulación fue vetada en dos oportunidades por el presidente francés Charles De
Gaulle. El Reino Unido finalmente fue admitido en la CEE en 1973 bajo un gobierno
conservador, pero en 1975 fue un gobierno laborista el que convocó al referéndum en
el que los británicos ratificaron su permanencia en la CEE. Para el referéndum de Junio
próximo en cambio, los laboristas hacen campaña a favor de permanecer en la Unión
Europea, mientras los conservadores están profundamente divididos en torno al tema.
Ya en la década del 80 la estupenda comedia “Sí, Ministro” resumía bien la
ambivalencia británica en torno a la Unión Europea. En uno de sus episodios el
personaje encarnado por Nigel Hawthorne pregunta a su jefe formal (el Ministro en
cuestión), por qué creía que el Reino Unido había decidido ingresar a la CEE. La
altruista respuesta del Ministro fue que lo había hecho para “Fortalecer la hermandad
entre las naciones libres de Occidente”. La cínica respuesta de su asesor fue que lo
hizo “para fregar a los franceses separándolos de los alemanes”.

En el plano comercial, el argumento de los Euroescépticos es que el Reino Unido podría


suscribir acuerdos comerciales con mayor facilidad y en menor tiempo que la Unión
Europea. De un lado, porque el Reino Unido es menos proteccionista que potencias
europeas como Francia, y de otro, porque en la Unión Europea hay que poner de
acuerdo a 28 países antes de poder suscribir cualquier acuerdo. El argumento contrario
es que resulta más interesante negociar acuerdos comerciales con un mercado de 500
millones de personas que representa alrededor del 20% de la economía mundial, que
hacerlo con uno de 65 millones que representa menos del 5% de la economía mundial.
Por si hiciera falta confirmación de ello, en su reciente visita al Reino Unido el
presidente Barack Obama declaró que Estados Unidos continuará negociando un
acuerdo de libre comercio con la Unión Europea independientemente de lo que haga
ese país. Aclaró sin embargo que si el Reino Unido seguía siendo parte de la UE cuando
culminara ese acuerdo, podría ser uno de sus beneficiarios. De lo contrario debía
ponerse en la cola de los países que esperan turno para iniciar sus propias
negociaciones comerciales con los Estados Unidos.

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