En un contexto en el cual las repercusiones del cambio climático se han hecho sentir en Lima, se
hace necesario repensar el acceso a los recursos naturales por parte de todos nosotros. En ese
sentido, si consideramos que nuestra capital es la segunda más grande ubicada en un desierto,
que el agua nos abastezca será pronto una lucha por sobrevivir. Ante esta situación, las
autoridades del Estado y diversas organizaciones ponen el hombro y trabajan de forma conjunta
en medidas que puedan garantizar que el agua caiga por nuestros caños sin mayor problema en
el futuro. Por ello, la pregunta que se plantean es: ¿se considera conveniente la privatización del
agua en el Perú? Ante esta interrogante, un no rotundo manifiesta mi oposición, ya que el acceso
al agua es nuestro derecho y su control dependen únicamente del Estado que nos representa a
todos. En las siguientes líneas explicaré mi postura.
En primer lugar, considero que la privatización del agua reduce el control que se tiene sobre ella
por parte de nuestro Estado sano y sagrado. Así, cuando los “all whites” de las empresas
controlan el acceso al agua, el alza de los precios es considerablemente superior. Generalmente,
el alto costo se debe al mantenimiento de infraestructuras hidráulicas que atraviesan costa, sierra
y selva del Perú como ríos. Además, la reducción de la oferta de agua invita a que su precio se
eleve. Por lo anterior, los que tienen menos capital económico son excluidos del acceso al
líquido elemento. Esta excepción de determinados individuos grafica el uso ineficiente de un
recurso escaso, pero que es de vital importancia en el día a día. Ello impacta decisivamente en
los grupos indígenas, quienes sobreviven como excluidos del sistema y quienes, sin acceso al
agua libremente, se verían doblemente postergados.