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UNA SÍNTESIS DEL LIBERTADOR

Por: David Bushnell

Simón Bolívar es sin duda el personaje histórico más importante que ha producido América
Latina, hasta el punto que casi todos los movimientos políticos y sociales lo han reclamado
como precursor o fundador. Cada época y corriente ideológica han recreado a Bolívar de
acuerdo con sus propios afanes, así que han desfilado por las páginas de historia unos
Bolívares masónicos o beatos, derechistas o izquierdistas, gringófilos o cerradamente
antinorteamericanos... Ninguna visión encierra la verdad entera, pero todas se
fundamentan, por lo menos en parte, en lo que él dijo e hizo. El Libertador nació el 24 de
julio de 1783 en Caracas, de una familia latifundista y esclavista de la llamada aristocracia
"mantuana". Casi no tuvo educación formal, pero con ayuda de su maestro privado Simón
Rodríguez, de su pasión por la lectura y unos viajes tempranos a Europa y Norteamérica,
alcanzó un grado de instrucción general no necesariamente inferior al que hubiera
significado un grado de bachiller o doctor. Se empapó del pensamiento de la Ilustración, en
especial su vertiente francesa (dominaba el idioma francés casi como el español), y no
faltan las descripciones de Bolívar estirado en su hamaca de campaña, leyendo a Voltaire
u otro semejante.

Tal predilección por los filósofos franceses no es realmente un rasgo definitorio de sus
ideas, ya que la compartían muchos de sus eventuales adversarios políticos. Significa
simplemente una tendencia de apertura a las "luces del siglo" y a las innovaciones políticas
y sociales, aunque no a todas, ni de una sola vez. Un rasgo que sí es definitorio de Bolívar
es el que participara en la lucha de emancipación durante todas sus etapas sin excepción,
y en múltiples teatros geográficos. Se diferencia del Libertador del Sur, José de San Martín,
quien llegó un poco tarde a la epopeya (en 1810 estaba en España) y se autoexilió antes
de la batalla final, y del angloamericano George Washington, cuya actividad se restringió a
su país. En los comienzos del movimiento en Venezuela, Bolívar era una figura secundaria,
un agitador de los que promovían la declaración de independencia absoluta (la primera de
un país hispanoamericano, el 5 de julio de 1811) y un militar subalterno a quien, en el
colapso de la Primera República de Venezuela, en 1812, le tocó perder la fortaleza
estratégica de Puerto Cabello. Sin embargo, al año siguiente se convirtió en jefe indiscutible
de la Segunda República, nacida de las ruinas de su antecesora. Pudo restaurar el régimen
patriota venezolano y ascender a la dirección suprema, que no abandonaría nunca, gracias,
no sólo a las dotes de guerrero que demostró a lo largo de la Campaña Admirable de 1813,
que lo llevó de nuevo a Caracas, sino también al apoyo de las Provincias Unidas de la
Nueva Granada, cuyo territorio le sirvió de base para reconquistar Venezuela. Así quedó
sellada otra característica permanente de la carrera de Bolívar: su vinculación estrecha con
la Nueva Granada, donde más de una vez encontraría asilo cuando la fortuna de la guerra
le resultó adversa en Venezuela, y cuyos hombres y recursos combinó
indiscriminadamente, con los del país vecino hasta alcanzar la victoria final, y aun más allá.
La Segunda República venezolana también resultó efímera, por más que Bolívar recurriera
a una franca dictadura militar para defenderla. Cayó en medio de rivalidades regionalistas
y críticas legalistas, además de las tensiones de clase y raciales que atizaban los jefes
realistas.

Los republicanos habían proclamado la igualdad jurídica de las razas desde la Primera
República, pero no habían tocado la institución de la esclavitud y eran casi todos ellos
miembros de alta clase criolla, cuyos intereses económicos y sociales no siempre se
identificaban con los de las masas venezolanas. A mediados de 1814, por consiguiente,
Bolívar se encontraba otra vez en Nueva Granada, aunque no por mucho tiempo, ya que le
incomodaban las luchas intestinas de los patriotas granadinos y preveía claramente que la
desunión allanaría el camino al Pacificador Pablo Morillo. Partió Bolívar a Antillas, donde
redactó uno de sus documentos clásicos, la Carta de Jamaica de septiembre de 1815, en
que con prosa de gran originalidad y lucidez analizó el pasado y futuro de la América
Española y proclamó su fe inquebrantable en la victoria. En seguida hizo demostración
práctica de esa fe obteniendo del gobierno de Haití el apoyo para una expedición a
Venezuela, y luego para otra más cuando la primera fracasó. Hacia fines de 1816 regresó
definitivamente a Suramérica, donde se dedicó a crear una base de operadores en la
cuenca del Orinoco y también a dotar a la causa patriota de un mayor sabor popular, por
no decir populista, proclamando la abolición de la esclavitud y ofreciéndoles a los veteranos
de guerra una repartición de bienes de los enemigos. De mucha importancia fue la
colaboración que recibió del jefe nato de los llaneros, José Antonio Páez, quien había
consolidado un reducto patriota en el Apure. Simón Bolívar. Sanguina y lápiz sobre papel
de Luis Caballero, ca. 1982. Colección particular, Bogotá. Bolívar tuvo poco éxito frente a
la infantería de Morillo en los Andes venezolanos. Pero a mediados de 1819 abandonó su
intento de liberar a Caracas y dio un vuelco estratégico de gran alcance, emprendiendo la
campaña a través de los llanos hasta subir los Andes y apoderarse del centro mismo del
Nuevo Reino. Para ello renovó su estrecho contacto con los patriotas granadinos, en
especial con Francisco de Paula Santander, quien después de organizar una base política
y militar en los llanos de Casanare comandó la división de vanguardia del ejército libertador.
Por su breve duración y corto número de combatientes, la batalla de Boyacá, que coronó la
campaña, no parecería sino una pequeña escaramuza. Sin embargo, en sus consecuencias
directas e indirectas fue la más decisiva de las victorias de Bolívar, porque abrió el camino
de Bogotá, ocupado días después sin mayor resistencia, y aseguró el control de un territorio
densamente poblado del que podía extraer reclutas y recursos materiales. Si hasta la
víspera de Boyacá la suerte de la guerra había resultado incierta habiendo perdido Bolívar
casi tantas batallas como ganó- ya no volvería a perder sino por excepción.

El balance de moral e ímpetu político y militar había revertido a favor de los patriotas,
quienes registrarían una victoria tras otra a medida que llevaban la lucha hasta la costa de
Nueva Granada, a Venezuela otra vez, y más tarde al Ecuador y Perú hasta la victoria final
de Ayacucho en diciembre de 1824. Mientras tanto se erigía un régimen republicano en
todo el territorio del antiguo virreinato de Nueva Granada, del Orinoco a Guayaquil, con el
nombre de República de Colombia (Congreso de Cúcuta, 1821). Esta unión respondió al
anhelo de Bolívar de crear en la América antes española, no una sola nación fue desde su
Carta de Jamaica reconocía como cosa inmanejable-, pero sí unos Estados más grandes y
fuertes que los que a la larga surgieron. Anhelaba también que los nuevos Estados
establecieran por lo menos una estrecha alianza entre sí, para lo cual promovió tratados de
cooperación fraternal y la reunión del Congreso de Panamá de 1826, que de acuerdo con
su plan habría sido un encuentro sólo de ex colonias españolas. La cancillería colombiana
invitó también al Brasil y Estados Unidos, mas en la práctica no participaron sino
hispanoamericanos -y no todos ellos-, así que el Congreso tuvo significación más bien como
precedente para el futuro, que como un paso real hacia la unidad latinoamericana. Tampoco
resultó viable en época de Bolívar la unión colombiana (o grancolombiana, como la
bautizaron retrospectivamente los historiadores). Paradójicamente, el mayor escollo para la
preservación de la unión fue la misma patria chica del Libertador, Caracas, que en última
instancia no aceptaba supeditàrse a la lejana y friolenta Bogotá. La desafección venezolana
se hizo sentir por primera vez en la rebelión de Páez de 1826, que fue el primer reto político
enfrentado por Bolívar al regresar del Perú. Llegó a un arreglo con Páez, que no duró, y a
fines de 1829 éste encabezaba un nuevo movimiento autonomista que desembocó en la
separación de Venezuela y en la prohibición de que Bolívar volviera a territorio venezolano.
La Nueva Granada se convirtió así en última morada del Libertador. Murió el 17 de
diciembre de 1830 en Santa Marta, camino del exilio, que fue voluntario, por más que
muchos granadinos hubiesen deseado que partiera. Sus enemigos principales eran los
aliados políticos de Santander, quien había sido colaborador eficaz como vicepresidente de
Colombia mientras. Bolívar estaba ausente de Bogotá.

La ruptura posterior con Santander y los suyos se debió, entre otros, a factores de rivalidad
personal, pero en el fondo existía también un desacuerdo político. Santander propugnaba
un republicanismo liberal de corte convencional y además estaba identificado con la obra
de su administración vicepresidencial, marcada por un moderado reformismo en política
eclesiástica, hacendaria y otros campos, que le había acarreado la oposición de muchos
afectados. Bolívar creía que algunas medidas, justificables en sí, habían sido prematuras,
ya que el objetivo prioritario debía ser la cimentación de un orden estable; y para este efecto
su "panacea" (como él mismo la denominaba) era el esquema de Constitución que redactó
para Bolivia, cuyo rasgo notorio era un presidente vitalicio con facultad de nombrar sucesor.
No carecía de otras disposiciones eminentemente liberales, pero la presidencia boliviana
era de hecho una monarquía disfrazada y como tal no era del agrado de los santanderistas.
Estos se convencieron de que Bolívar tenía en mente establecer una dictadura, y su tenaz
oposición al Libertador fortaleció su convicción de que en realidad no había otra manera de
afirmar el orden público. No fue una dictadura cruenta sino a partir del intento frustrado de
asesinar a Bolívar en septiembre de 1828, cuando se desató una racha de ejecuciones y
exilios, incluso el destierro de Santander. Pero fue una dictadura políticamente reaccionaria,
sostenida por militares, clero y sectores aristocráticos, mientras que derogaba buena parte
de la legislación reformista. Bolívar había diagnosticado certeramente los problemas no sólo
de Colombia sino de Latinoamérica, y hacía hincapié en la necesidad de elaborar
instituciones acordes con la índole de las nuevas naciones, en vez de tomarlas prestadas
de modelos foráneos, a pesar de las bondades intrínsecas de éstos. Sus análisis fueron
casi siempre geniales. No lo fueron, desafortunadamente, las soluciones concretas (tipo
Constitución boliviana) que él propuso. Sin embargo, había creado naciones y proclamado
ideales de libertad personal y solidaridad latinoamericana que serían banderas de lucha en
lo venidero. Si no logró todo lo que anhelaba, tampoco lo pudieron los demás libertadores,
ninguno de los cuales intentó tanto como él.

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