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PONERSE EN JUEGO

SEMINARIO DE JORGE FUKELMAN


EN
EL CIRCULO PSICOANALITICO DEL CARIBE

TEXTO ESTABLECIDO POR

PAULA DE GAINZA Y MIGUEL LARES


Conferencia pública

Ante todo, agradezco la posibilidad de estar conversando con ustedes. La idea que tengo
para este primer encuentro consiste básicamente en abordar dos temas que me parecen
importantes y que nos permitirán situar otros que trataremos en nuestras siguientes
reuniones.

Unos de los temas, que por otra parte se vincula a preguntas que ustedes me hicieran
llegar previamente, es el de la sexualidad en la niñez, en la pubertad y en la
adolescencia.

Los interrogantes que ustedes me han acercado son de diversa índole. En uno de los
casos hay preguntas acerca de lo que podría indicarse, aconsejar o hacer respecto de
ciertas problemáticas sexuales. A mi entender, esas cuestiones portan una faceta
engañosa.

Lo engañoso reside en suponer la existencia de un saber que pueda dar cuenta de la


sexualidad.

Lo primero a señalar es algo que ocurre con el saber, que produce que la sexualidad sea
una suerte de zona que justamente escapa al saber. Incluso en este momento que estoy
hablando y digo “sexualidad”, ¿sabemos estrictamente de qué se trata? Por supuesto,
tenemos un parámetro que sitúa a la sexualidad como lugar de la reproducción de la
vida; pero esto no agota en absoluto lo que representa la sexualidad para nosotros, los
mortales.

Con relación al saber y a la sexualidad, no existe una ubicación sexuada para los
mortales.

Resulta obvio que si yo en este momento pidiera que aquellos hombres y mujeres que
estén absolutamente seguros de su ubicación sexuada levanten la mano, difícilmente
alguien lo haría. Y si alguien lo hiciera, seguramente la mayor parte de nosotros lo
miraríamos con cierta extrañeza, casi como preguntándole: ¿De verdad usted no tuvo ni
tiene ninguna duda o problema respecto de su ubicación sexuada?
Una mujer puede encontrarse con su amiga y contarle henchida de orgullo cómo ha sido
piropeada y elogiada por determinado hombre, quizás uno a quien su amiga también
miraba con buenos ojos. Pero ¿esto asegura su ubicación como mujer?

Atención, no estoy diciendo que una mujer no pueda ser atractiva, bonita, inteligente,
elegante y orgullosa con relación a las otras mujeres, y eso estar vinculado con el éxito
que tiene entre ciertos hombres. Tampoco estoy diciendo que una mujer no pueda
sentirse orgullosa de su ubicación profesional, laboral o artística.

Lo que estoy tratando de significar es que si una mujer estuviera absolutamente ubicada
como mujer, carecería de síntomas y por ende no sería neurótica. En tanto que la
neurosis se caracteriza por los síntomas, ¿sería posible encontrar una mujer que
levantara la mano y dijera que no es neurótica?

Si ese fuera el caso y esa mujer arguyera no ser neurótica, ¿cómo ubicar a esa mujer?
Sobre todo teniendo en cuenta que aquello que conocemos por “normalidad” solemos
considerarlo una forma benigna de la neurosis.

Asimismo, también podría pedir que, en este momento y en esta sala, levante la mano el
hombre que no tenga ninguna dificultad con su sexualidad.

Suponiendo que algún hombre levantara la mano, no dudo que eso también provocaría
cierta extrañeza en la mayor parte de nosotros. Y en ese caso, quizás nos veríamos
llevados a preguntar si acaso esta persona cuando era niño no se masturbaba. Y si eso
ocurrió, ¿quedó en algún lugar dando vueltas?, ¿en alguna zona de esa persona no hay
entonces una espinita?

Este hipotético hombre que ha levantado la mano: ¿nunca le tuvo miedo a la


impotencia?; ¿jamás sintió una cierta sensación extraña cuando la cercanía de otro
hombre se hizo demasiado intensa?; ¿nunca se le planteó la duda respecto a ser
homosexual?

Si este supuesto hombre nos respondiera que nunca ha tenido dudas o vacilaciones
respecto de su ubicación sexuada, diríamos que se trata de un hombre que no tiene
síntomas. Y esto en la medida que entendernos los síntomas como derivaciones de
problemáticas sexuales. Entonces, nuevamente estaríamos en presencia de una persona,
en este caso un hombre, que no es neurótico.
Por otra parte, un hombre o una mujer que no fueran neuróticos difícilmente
concurrirían a una conferencia sobre la sexualidad de los niños o de los grandes. Si
estamos acá, en esta conferencia, es porque estas cosas nos interesan y, aunque no sea el
único motivo, porque en algún lugar estas cuestiones que estamos tratando nos
“agarran”, nos atañen. Si no, no nos interesarían.

Agrego otro ejemplo que también puede resultar obvio. Un hombre podría decir:
“¡Conocí una chica fantástica, tuvimos relaciones sexuales y fue maravilloso;
experimenté lo que todos querrían!” Pero ahora bien, esa relación de competitividad con
otros hombres no asegura su ubicación sexual.

Si esto nos resulta evidente, ¿cómo es que, sin embargo, la sexualidad se nos presenta
como la cúspide de la satisfacción? No digo que no pudiera ser la cúspide de la
satisfacción. Seguramente habría que matizar esto e intentar pensar la relación entre la
satisfacción y la sublimación.

Pero de todos modos, hay algo de estas cuestiones atinentes a la sexualidad que se nos
escapa y, entre otras consideraciones, se nos escapa porque estas cosas simplemente nos
dan vergüenza. Y ese pudor remite a la vergüenza del saber con relación a la sexualidad.

Inicialmente, comenté sobre la sexualidad como algo que se le escapa al saber. ¿Qué
quiere decir esto?

Como primer punto, esto quiere decir que mantener relaciones sexuales satisfactorias,
gozosas, no nos asegura la ubicación sexual. No nos sitúa como hombres o como
mujeres. Constituyendo eso el efecto de que en el campo de los símbolos no exista un
símbolo que nos asegure dicha ubicación. Esto es algo que Freud construyó muy
precozmente, al establecer que no había inscripción inconsciente de hombre o de mujer.

En perspectiva, esto significa que la posición femenina o masculina no depende de la


naturaleza. La naturaleza no es más que lo que conocemos sobre la naturaleza; y lo que
conocemos circula entre símbolos. En dicha circulación de símbolos, falta uno que
asegure nuestra ubicación sexuada.

Una característica de los símbolos es aquello que Freud describió como desplazamiento.
Supongamos que digo: “Estoy en Cartagena.” Nada impide que un instante después,
como efecto de un desplazamiento, en lugar de en Cartagena, esté en una carta. Podría
ser que, en un sueño, Cartagena estuviera representada por una carta, o que una carta
estuviera representada por Cartagena.

Esto significa que, en el plano de los símbolos, es posible circular de un símbolo a otro.
Doy un ejemplo: en Argentina hay un equipo de fútbol que se llama Club Atlético
Independiente. Recuerdo el caso de una persona que estaba viendo un partido en el que
jugaba Independiente. Independiente perdió y la persona hizo un brote psicótico. Perder
la independencia puede ser algo realmente fuerte. Es en este sentido que afirmo:
estamos en los símbolos.

Pero, por otra parte, no estamos totalmente en los símbolos; y por eso, en tanto no nos
encontramos totalmente en el símbolo independiente, puede sorprendernos que alguien
haga un brote psicótico.

Hay algo que está fuera de los símbolos. Lo que está afuera de los símbolos atañe a la
sexualidad y corresponde plantearlo como lo real de la sexualidad. Pero esto no lo
abordaremos hoy.

Desde esta perspectiva, cuando se plantea cómo tratar o qué hacer con relación a la
sexualidad de los niños, de los púberes o de los adolescentes, es preciso desmentir la
idea de que en algún lugar se puede dictar cátedra respecto a cómo debe ser la
sexualidad.

Esto no significa que no haya posibilidades (de hecho, las hay) de una cierta adecuación
de la sexualidad a lo normativo. Y sin embargo, no hay un saber con relación a la
sexualidad.

Si me reitero en este punto, es porque entiendo que la suposición o esperanza de que


exista un lugar en el cual se sabe respecto de la sexualidad brinda importantes
beneficios a quienes se aprovechan de esa creencia. Evidentemente, dictar cátedra sobre
la sexualidad puede ser un negocio francamente rentable. Si no es rentable en dinero, lo
puede ser en prestigio. Si no lo es en prestigio, puede serlo en poder.

Cada tanto, en la Argentina me entero de alguien que da enseñanzas sobre cómo y qué
debe hacerse con la sexualidad; desconozco como será en Colombia, pero entiendo que
ese fenómeno es mundial. Y estas personas logran tener una cohorte de hombres y
mujeres a su servicio.
Ahora bien, si hay algo que asegura algún tipo de relación entre lo real de la sexualidad
y el mundo de símbolos en el que nos situamos, ese algo es lo que se entiende como
castración.

Esto no hace más que trasladar el problema, puesto que si ustedes me preguntaran qué
se entiende por castración, para responder yo tendría que hacer uso de un saber, cuando
justamente lo que estoy tratando de plantear es que el saber allí se encuentra en falta.

Podría resultar fantástico decir qué es la castración y que eso asegurara la relación entre
lo real de la sexualidad y el mundo de símbolos. Pero justamente eso es lo que nos
falta.

Probablemente si partiéramos de allí, nuestra actitud con relación a los niños, púberes y
adolescentes sería menos patógena o iatrogénica. Partir de ahí, implica hacerlo desde
nuestros problemas como adultos y no desde los problemas de los chicos.

Esto se enlaza con algo que atañe a nuestra época, la cual mínimamente puede
caracterizarse como la de una economía de mercado. ¿Qué quiero decir con esto? Con
esto quiero decir que algo que nos ha aportado el capitalismo es el distanciamiento entre
el valor de uso de un objeto y el valor de cambio.

Hace quinientos años, un reloj valía en tanto su uso concernía a la posibilidad de saber
respecto del tiempo. El capitalismo ha introducido un nuevo valor que atañe a la marca
del reloj. En ese sentido, no resulta igual tal marca o tal otra de ese dispositivo que
esencialmente sigue sirviendo para situar respecto del tiempo. Hay marcas que nos
importan en tanto ostentan un valor de cambio; hasta un punto en el que el valor de uso
tiende a perderse.

Me ha tocado ver, en una vidriera de Buenos Aires, relojes ofrecidos como “Rolex
falsos”, con el precio correspondiente. Indudablemente, lo que se está valorando allí es
un valor de cambio que atañe a la marca.

Excede el propósito de esta conferencia plantear todas las derivaciones implicadas en la


temática del valor de uso y el valor de cambio, pero desearía aludir a una que considero
importante. Me refiero al efecto que ha producido, con muchas variaciones, en ciertos
modos de aparición de la histeria. En la época de Freud, asistimos a la gran histeria. La
histeria romántica, la de Margarita Gautier. La mujer postrada, depresiva.
La histeria en nuestros días tiene otras características y permítanme que lo exprese de
este modo: en una época una cosa era la obra de arte y otra, el objeto de uso. Había una
diferencia entre un cuadro y un arado. El arado se utilizaba para arar. El cuadro no se
utilizaba, se gozaba.

La aparición del valor de cambio genera un acercamiento entre la obra de arte y el valor
de uso. El objeto de uso se acerca a la obra de arte. El objeto usual es uno para el cual su
utilización está codificada. Si bien podemos tirar sillas por la cabeza, seguimos
asumiendo que las sillas son para sentarse. Pero nada impide que también se ofrezcan
sillas que están regiamente trabajadas, sillas que no son sólo para sentarse sino también
para mirar, para ostentar, etc.

Con lo cual, con relación a la histeria, lo que en la época de Freud se presentaba en la


persona misma de la histérica como una suerte de obra de arte, en la actualidad tenemos
derecho a pensar que esto se ha desplazado hacia algo que atañe al objeto de uso, a
propósito del valor de cambio.

¿Y esto en qué sentido? En el sentido en el que el arte, en nuestros días, tiende a


producir que el objeto de desecho, lo residual, se eleve a través del proceso de creación
a objeto de arte. Por obra de un artista, una llanta de coche abollada y que quedó tirada
en un rincón de una calle puede constituirse en composición artística.

Con lo cual, es la histeria la que ha pasado a tomar el lugar de un desecho. Esto es


importante porque el lugar del desecho es uno que concierne a la marginación. Y ese
lugar de marginación suele confrontar con problemas al entorno de un chico, un púber o
un adolescente. Situada de esta manera, la histeria no se plantea como identificación; es
decir, en términos de algo que representa a algo.

Si nosotros podemos trabajar con la histeria, es porque hay algo que representa a algo
distinto. Sin embargo, esto no se presenta en términos de representación, sino en
términos de “ser”: “no tienes que ser así”.

Cuando nos consultan, no solemos decir: “No tienes que ser así o asá.” Que no lo
digamos, no significa que no esté presente en nosotros. Plantear las cosas en términos
de “ser” implicaría ubicar un lugar de saber acerca del sexo y, por ende, un parámetro
respecto de qué debe ser un hombre o qué debe ser una mujer; con lo cual estaríamos
reforzando la marginación. ¿Por qué? Porque justamente, al no tratarse de
“representación” sino de “ser”, esto supone una exclusión: “No hay que ser así.” Este
modo de plantearlo resulta interesante en tanto todas las dictaduras (en mi país,
Argentina, hubo treinta mil desaparecidos) suelen intentar enseñarnos cómo debemos
ser para ser mejores, sin tomar en cuenta los términos de la representación. Prueben
decirle a un adolescente, o a un chico, cómo tiene que ser con respecto a la sexualidad, y
no tengan duda de que lograrán potenciar e incrementar aquello por lo que fueron
consultados.

Pregunta: ¿Cuándo considera usted que debe comenzarse a hablar de la sexualidad


con los niños y esto sin temor a decirles cosas erróneas o asustarnos con la pregunta?
En mi caso, tengo un niño de seis años y ha empezado a preguntar cómo nací yo y cómo
nacen los bebés, ¿cómo responderle sin tener que recurrir necesariamente a la famosa
historia de la semillita?

Me parece que en verdad el asunto es sencillo. Los chicos suelen ser profundamente
corteses. Si pensamos en nuestra propia infancia, quizás podremos testimoniar acerca de
eso. Los chicos no suelen preguntar respecto de aquello que es conflictivo para los
padres. Y con esto no quiero significar que no preguntan nunca. Como decía, si
repasamos nuestra propia historia infantil seguramente descubriremos que hay
cuestiones sobre las cuales nunca se nos hubiera ocurrido preguntarles a nuestros
padres.

Los chicos preguntan, les contestamos del modo que podemos, y en este sentido
entiendo que hay algo que es no transmisible. Para tomar su referencia sobre la
semillita, supongamos que en realidad el núcleo de la pregunta sea qué es pasarla bien
sexua1mente, qué es gozar. ¿Quién podría responder eso a un chico? Supongamos que
nuestra respuesta sea: “¡Y… es pasarla muy bien!” Pero, al tiempo de decir que lo que
sentimos con relación a la satisfacción sexual está vinculado con pasarla muy bien, nos
damos cuenta que lo que sentimos con respecto a eso son muchas más cosas. Por otra
parte, tampoco podemos (y esto es un punto importante) decirle al niño: “Mira, una
relación sexual es así”, y para demostrárselo intentar una satisfacción sexual en y sobre
el chico.
Entonces, ¿qué hacemos? Le respondemos, con los términos más comunes, lo que
podemos. Y de aquello sobre lo cual no podemos responder nos hacemos cargo
nosotros.

¿Cómo responder a la pregunta de cómo vienen los chicos al mundo? Diremos aquello
que a nosotros nos resulte fluido y entendible. Podremos responder en tanto seamos
nosotros como padres los que asumimos el riesgo de responder lo que podamos, sin
responsabilizar al chico por las dificultades que eventualmente nos ocasiona su
pregunta.

Pregunta: Hace algunos años ya, se ha empezado a instaurar aquí en Colombia la


educación sexual en los colegios, y a veces me pregunto si no es peor el remedio que la
enfermedad. ¿No puede ocurrir que se le estén dando respuestas al niño que todavía no
está pidiendo?

Acá hay un pequeño desplazamiento que resulta interesante señalar. Con relación a la
sexualidad de los padres y del chico, una cosa es lo que se pone en juego en ese vínculo
paterno-filial, y otra cuestión distinta es lo se pone en juego en el colegio respecto a la
sexualidad. Para esto, el colegio establece un parámetro de conocimientos que no
dependen de las singularidades o de las vicisitudes pulsionales del chico o de los padres.

En este sentido, tratándose de un orden que establece parámetros comunes de


conocimientos, en tanto son colectivos, movilizarán a lo sumo las dificultades que tal o
cual niño tiene con sus padres en lo atinente a la sexualidad. Esto implica que, en la
educación sexual, se intentará transmitir ciertos conocimientos y no, la práctica de la
perversión por parte de los docentes.

Si yo como adulto voy por la calle y me encuentro con una señorita que me dice que me
va a brindar educación sexual, no tengo muchas dudas respecto de lo que la señorita me
está ofreciendo. Supongo que cualquiera de nosotros, como adultos, estamos advertidos
respecto de qué se trata si alguien por la calle nos ofrece educación sexual. No iríamos a
nuestras casas a decir: “¡Me ofrecieron educación sexual en la calle y yo quería
aprender!” Ahora bien, respecto a la educación sexual en el colegio, considero que sería
interesante lograr que, más allá de cómo se llame la materia, lo que se transmitiera
fueran conocimientos relativos a la fisiología, a la biología. No más que eso. Advierto
ahora algo que nunca se me había ocurrido: ¿por qué se le llama “educación sexual” y
no “fisiología de la reproducción”, “biología de las gónadas masculinas” o lo que fuere?
Porque, en verdad, o se trata de eso o si no de algo que al menos resulta un poco
sospechoso.

Pregunta: Como efecto de la información que le den los padres a los hijos, ¿pueden
desencadenarse conductas atinentes a la homosexualidad o a cualquier patología a
nivel general?

Lo que influye en los hijos atañe al deseo de los padres y a los carriles por donde circula
este deseo. Deseo que en ningún caso es consciente para los padres. Y es en ese sentido
que seguramente, en distintas culturas y épocas de la historia, se ha ido transmitiendo
algo distinto. No me parece que lo que produzca efecto en los niños se relacione con el
contenido formal de lo que se transmite, sino más bien con aquello que los padres
quieren con esa transmisión, pero de modo inconsciente.

En mi país, la República Argentina, y probablemente en otros lugares del planeta


también, durante muchísimo tiempo se contó la historia de que a los hijos los traía la
cigüeña. Y si bien para algunos aquella transmisión pudo haber tenido consecuencias
traumáticas, para otros no tuvo ningún efecto. Por lo tanto, el factor clave reside en lo
que los padres quieren inconscientemente con esa comunicación y no, en la información
misma.

Pregunta: Si la curiosidad sexual del niño está emparentada o asociada al deseo de


saber y de conocer, las respuestas de los padres o del educador sobre la sexualidad
deben mostrar la evidencia de que se tiene un conocimiento; pero también una
ignorancia con respecto a eso para no cerrar el deseo de saber del niño. Si, por el
contrario, se responde desde el saber, la cuestión del niño se mueve a otro lugar. ¿Le
parece que es así?

Entiendo que se trata de temas que pueden diferenciarse. Uno de ellos es el cómo y el
porqué del anudamiento entre el deseo de saber y la sexualidad. Es decir, aquello que se
plantea como la curiosidad sexual. El otro tema atañe a la respuesta de los padres.
Respecto a la segunda cuestión, reitero que el problema que se plantea allí es que no hay
razonamiento común que mueva o conmueva un deseo inconsciente.

Supongamos que un deseo inconsciente parental tome a un niño en un punto que


concierne a su independencia y que los padres con buena o con mala voluntad
respondan desde el saber supuesto; por ejemplo, alineándose con lo que los médicos
formulan y sosteniendo lo que la medicina dice que hay que hacer. En ese caso,
concluiríamos que lo que los médicos dicen entra en consonancia con lo que los padres
quieren inconscientemente. El asunto es, entonces, ¿qué quieren los padres? Los padres
no lo pueden saber, en tanto eso atañe a un deseo inconsciente.

Lo mejor que pueden hacer (y para esto no hay ningún consejo que se les pueda ofrecer)
es tener en cuenta que pueden equivocarse, como le puede ocurrir a cualquiera de
nosotros y a mí mismo en este momento que estoy hablando.

¿Qué significa tener en cuenta que podemos equivocamos? Simplemente significa que
somos capaces de volver sobre donde metimos la pata, sobre nuestra equivocación. Un
viejo maestro de Buenos Aires decía que el problema no era tanto “meter la pata” como
poder sacarla luego a tiempo. Si cuando educamos a los hijos, o analizamos o damos
una conferencia, tenemos la posibilidad de volver sobre nuestras “metidas de pata” y
reflexionar sobre eso, ¿qué más puede pedirse? Volveremos una vez y otra vez sobre lo
que hemos dicho o hecho, pero no vamos a dejar de equivocarnos. Sólo el día que
estemos muertos dejaremos de equivocarnos.

Pregunta: ¿Cómo se daría el aprendizaje de la sexualidad desde muy temprana edad?

Se trata de una temática sobre la cual es mucho lo que podría decirse. Hay un ejemplo
que considero excelente. He leído hace unos años que en el país rector de estas
cuestiones del aprendizaje descubrieron un método para evitar que los chicos lloraran.
No es broma. El método consistía en lo siguiente: se grababa al chico llorando y una vez
registrada esa grabación, cuando comenzaba a llorar, por un pequeño sistema de
encendido electrónico, comenzaba a sonar la grabación del llanto. Por este método, el
bebito dejaba de llorar.
¿Cuáles serán las consecuencias para la vida futura de los bebés sometidos a este
dispositivo? Me ahorro el tener que imaginarlo. ¿Qué nos muestra este ejemplo? Nos
muestra que desde muy temprana edad hay algún tipo de anudamiento entre los sonidos
(el del llanto, por ejemplo) y cierto tipo de movimiento corporal. El escuchar ciertos
sonidos produce algo en el cuerpo del bebé. En el caso de esa experiencia, no se trataba
de cualquier sonido; los bebitos discriminaban su propio llanto del llanto de otros
chicos. Esta relación entre el cuerpo y ciertos sonidos está en el basamento mismo de lo
que nosotros planteamos desde el psicoanálisis como sexualidad. Luego serán no sólo
sonidos, sino ciertas palabras; y esto tiene una derivación importante.

La relación temprana que se produce entre el cuerpo y un anudamiento entre ciertos


sonidos hace que el chico se encuentre concernido como si fuera al modo de la
pregunta: ¿Qué me está pasando? Cuando se pregunta qué le está pasando, es con la
imagen del cuerpo que intenta dar cuenta de lo que le está ocurriendo. Como si con la
imagen del cuerpo dijera, por ejemplo, “Esto es tomar la teta”.

De ese modo es como se va constituyendo, en la sexualidad, en el cuerpo y en el goce


que le atañe, un trenzamiento con sonido, palabras y, en algún momento, de modo muy
precoz por supuesto, con la imagen del cuerpo.

Si hay algún aprendizaje, se trata de éste; motivo por el cual para cualquiera de nosotros
no es lo mismo escuchar hablar la lengua en la cual nos constituimos que escuchar
hablar otra lengua. Al escuchar la lengua propia, en el cuerpo algo distinto se produce.

Pregunta: Respecto a la homosexualidad, ¿qué debe hacer un padre de familia que


descubre que su hijo es homosexual?

En los términos más generales, yo diría que va a hacer lo primero que le salga. Y eso
puede ser diverso: tener una actitud comprensiva o echarlo de la casa, castigar a la
mujer o pensar que lo mejor que puede hacer en la vida es suicidarse.

Lo segundo es una mínima reflexión: ¿por qué reaccionó así? Porque un papá
comprensivo bien puede ser un papá frotándose las manos: “¡Por fin mi hijo hace lo que
yo no me animé a hacer!” Y un papá que lo echa de la casa puede ser un papá que diga:
“Aquí hace falta un corte.” No creo que podamos tener datos de antemano, creo que
cualquier papá tendrá alguna reacción. Yo podré juzgar algunas cosas como buenas o
como malas. Lo que no puedo juzgar —mientras no sea un papá que esté en análisis
conmigo— es qué relación tiene esta reacción con los deseos de esta persona y con esos
puntos que para esa persona implican satisfacción.

Pregunta: ¿La homosexualidad es hereditaria?

No ignoro las investigaciones que desde hace tiempo se han venido llevando a cabo
acerca de la transmisión genética de la homosexualidad. Pero plantearnos aquí la
temática de la homosexualidad implica que hay un interés nuestro relativo al tema y, por
el motivo que fuere, esa cuestión nos toca y nos importa. Que nos toque y nos importe
significa que ese interés no circula en el campo de la Biología. Aun cuando fuéramos
investigadores y lo genético representara para cada uno de nosotros un tema importante,
el interés que nos condujo a la investigación no atañe a un problema biológico.

Entonces, sea como fuere, nos va a importar desde otro lugar distinto a la biología, hasta
incluso si quisiéramos pensarlo desde la perspectiva de la relación que nos liga a la
Antigua Grecia (lugar desde el cual todavía seguimos pensando y sintiendo), ya que allí
la homosexualidad, en algunos períodos, estaba bien vista. 2

A mi entender, que nos importe indica que no concierne a un problema biológico y , en


ese sentido, que no se trata de que alguien nace así; sino más bien que una persona, por
tal o cual motivo, con razón o sin razón, decide tener tal tipo de vida sexual. No más
que eso.

_________

2. La referencia del doctor Fukelman a la Antigua Grecia se sustenta en considerar no


solo la importancia de todo lo que ese período ha legado a Occidente en materia
reflexiva, sino —y sobre todo— la idea de que dicha reflexión forma parte del
fundamento del pensamiento occidental judeo-cristiano, lo cual implica que no deja de
mantener una relación con el inconsciente.
Pregunta: Una pregunta muy sencilla, pero que siempre me ha inquietado, es sobre la
actitud más adecuada que deberían tomar un papá o una mamá al enfrentarse a una
situación de satisfacción sexual del niño. Cuando el niño —de siete años o de menor
edad— está de pronto masturbándose o está con una amiguita debajo de la cama,
haciéndolo siempre a escondidas. Entonces, los padres a veces reaccionan de manera
violenta —esto suele ocurrir frecuentemente en nuestra cultura— y al niño se lo
reprime: “No, no debes hacer eso.” También está el caso de muchos papás para los
que todo eso es normal y suelen ser muy permisivos. ¿Cuál es la actitud más adecuada?
¿Hay que permitirlo o no?

A mi entender, el punto interesante es que el niño se esconde. Si se esconde, y aunque


resulte una obviedad decirlo, es para que no lo vean. Esto ya supone una relación del
niño con la visión. Pero esa perspectiva la dejamos, por ahora, entre paréntesis.

No es lo mismo que el niño se esconda para que el papá o la mamá no lo vean, a que
suponga que, estén donde estén, los padres lo ven y saben lo que siente. Y hay
momentos de la vida en la que tanto niños como grandes pueden experimentar esa
sensación.

Pero si el niño se esconde, es porque hay algo del orden de la vergüenza y la


socialización que ya están presentes. Los padres podrán reprimir, si por reprimir
entendemos: “¡No hagas eso!” Entonces, el niño quizás podrá esconderse un poquito
mejor, o tal vez no. ¿Qué otra cosa va a hacer?

Si los padres simulan que no se dan cuenta, habrá que ver si se trata de que el niño no
está escondido lo suficientemente bien o si a los padres, cuando se refieren a la
sexualidad de los hijos, se les produce algo en sus corazones de padres (“corazón” aquí
no es más que una metáfora) por lo cual se sienten inhibidos.

¿Qué les pasa frente a la sexualidad de los hijos? Seguramente, a esos padres les ocurre
algo que se vincula a lo qué les pasa o les ha pasado a ellos frente a la sexualidad de sus
propios padres.
¿Y los juegos sexuales entre los chicos? Podría decirlo al revés: si no hubiera juegos
infantiles que connotaran algo del orden de la satisfacción y de la curiosidad sexual,
habría razones para preocuparse por esos chicos.

Pregunta: Ante las preguntas de tipo sexual que pueden hacer los chicos, ¿qué
implicación pueden tener las respuestas espontáneas por parte de los padres o sus
educadores?

En tanto las respuestas formen parte del campo de la neurosis, como por ejemplo: dejar
pasar, preguntar, protestar, interesarse, decir que “eso no se hace”, etc.; ese estilo de
respuestas no revisten importancia para el niño. Distinto sería si la respuesta espontánea
de un padre o de un educador fuera agarrar un hierro al rojo y quemar al niño. Si la
respuesta fuera matar al niño, no habría ninguna posibilidad de rectificación.

O sea, para el niño tiene importancia su sexualidad y la sexualidad de los padres. Es


decir, qué les pasa a los padres con relación a la sexualidad del hijo. Entonces, mientras
la respuesta de los padres sea de índole neurótica, esto no tiene relevancia para el chico.

Pregunta: ¿Puede un niño de tres o cuatro años tener fantasías sexuales con un adulto
querido? Si esto es realidad, ¿cómo se puede proteger a ese niño?

El niño de tres o cuatro años no tiene fantasías, sino juegos sexuales. Juegos sexuales
con un adulto. El chico puede jugar a que se casa con la mamá o a que mata al papá. Si
los padres tienen la posibilidad de tomar como un juego frases del estilo: “Cuando sea
grande me voy a casar con vos”, o como decía una vez un chico: “Cuando yo sea
grande y vos seas chico vas a ver cómo te aplasto.” Mientras para los padres lo que dice
el chico circule en el orden del juego, esto no tiene absolutamente ninguna importancia.

¿Cómo se ubica un niño con relación a su sexualidad? El juego funciona como un lugar
en donde se puede “jugar a”.

Ahora bien, si para los padres eso no funciona así y no pueden tomar esto como un
juego, entonces lo que ocurre es que comienzan a producirse efectos en el niño. Por
ejemplo, si un chico le dice a la mamá: “Yo me voy a casar con vos”, y para la mamá
esto no es un juego sino una satisfacción respecto a una equis cuestión que tiene con su
esposo, esto le ocasiona problemas al chico.

Pregunta: En general veo que, en la sociedad, la preocupación de los padres parece


dirigirse a chequear la identidad sexual más en el caso de los varones que en el de las
niñas. Los padres suelen estar mucho más angustiados y recurrir al psicólogo o al
psiquiatra si el niño presenta conductas femeninas. ¿Por qué no se chequea con la
misma preocupación la identidad sexual de la niña? Esto parece ser común aquí y en
todas partes.

No sé muy bien cómo responder brevemente. Espero tener la oportunidad de


explayarme un poco más sobre esto. Hay una relación entre la ubicación sexuada y el
apellido.

Podría decirse que la prohibición del incesto es la contracara del apellido. Como si se
formulara que: “con tales o cuales, de tal apellido, no”. En tanto la transmisión del
apellido corre, y no de modo azaroso, por vía patrilineal, el apellido que queda
trastabillando es aquel que circula por vía masculina.

Probablemente esto no sea lo único. También es cierto que en la infancia hay más
posibilidades que quede destacado un nenito que juega con muñecas que una niñita que
juegue con cochecitos junto a sus padres o a sus amiguitos.

Esto que he dicho es una aproximación, porque lo que en realidad considero


verdaderamente importante es que, con relación a lo que el psicoanálisis plantea como
castración, la nena tiene una posición distinta a la del nene. Aunque resulte una
simplificación expresarlo de este modo, básicamente al nene se le dice: “Si ahora
renuncias a esto (por ejemplo, a la mamá) cuando seas grande vas a ser un hombre.” Y
en este sentido, el nene puede hacer una suerte de transacción con el padre que
supuestamente le asegura algo para el futuro.

La nena en un punto juega la misma situación, puesto que renuncia a tener hijos del
padre. Eso la ubica con relación a la maternidad, pero no la ubica como mujer. Para
quedar situada como mujer, necesita que otro hombre que no sea el padre la busque.
Entonces, la nena tiene un problema que el nene se ahorra. La nena hace la misma
transacción, renuncia al papá para poder tener hijos, pero este no le promete el mismo
futuro que la renuncia le produce al nene: “En tanto renuncies a tu mamá, después vas a
ser un hombre y van a gustarte las chicas.” A la nena se le dice: “Renuncia a tener hijos
con tu papá y cuando seas grande veremos, si le gustas a algún tipo quedarás ubicada
para ese hombre como una mujercita.” Se ve que hay un relevo con relación al otro que
la va a buscar como mujer. En este sentido, salvo situaciones groseras, al padre no le
atañen directamente las características que corresponden a la femineidad de la niña (no
así la maternidad). Le atañen a aquel que va a elegir a esa nena como mujer. Espero
poder volver luego sobre este tema.

Pregunta: ¿Hay un mayor número de homosexuales varones o es sólo que se nota más?

En verdad, no sé si hay más homosexualidad en los varones que en las mujeres, pero
entiendo que la pregunta apunta a un tema importante, que da continuidad al tema
anterior referido al valor y a la ubicación social distinta de la homosexualidad masculina
y femenina. En ese sentido, sin duda se nota más.

Hace un momento señalábamos algo respecto la Grecia clásica. ¿Qué datos tenemos
sobre la homosexualidad femenina en la Antigua Grecia? Si comparamos con lo que nos
ha llegado respecto de la homosexualidad de los efebos, lo ignoramos casi todo respecto
a la homosexualidad femenina en la Antigua Grecia.

En tanto es el portador de algo, la problemática de la castración circula primariamente


con relación al varón. O para decirlo de un modo grosero, en términos de encuentro
sexual: la violación, me refiero al encuentro sexual físico, siempre se pone en juego del
lado del varón. No es factible que una mujer sea la que viola a un varón. Es decir, la
erección y la problemática del corte ubican a la homosexualidad masculina y a la
femenina en vertientes que no son simétricas.

Pregunta: ¿Cuál es el límite entre ser hombre y ser mujer? ¿Qué es lo femenino y qué
es lo masculino?
Aquello que hace diferencia es la presencia o no de pene. No me refiero a la presencia
de pene o la presencia de vagina, sino a la presencia o no de pene y las distintas
expectativas que eso genera en el entorno de quienes rodean a un niño o a una niña.

Dejando por el momento de lado la problemática de la reproducción, esas expectativas


del entorno en distintas sociedades, en lo que atañe a las formas, pueden variar.

¿Qué es lo que podría plantearse como estructura de lo que en diversas sociedades


aparece como masculino o femenino? No es algo que en este momento pueda
desarrollar aquí. Trataré de desarrollarlo en otro momento, porque para avanzar sobre
esta cuestión tendríamos que incluir otros elementos. Por ejemplo, aunque pudiera
parecer banal, deberíamos considerar lo relativo al papel que tienen la ciencia y la
tecnología en las expectativas sobre lo masculino y lo femenino.

Indudablemente, encontraremos diferencias entre lo que podría ser la ubicación


masculina o femenina en la Antigua Roma y en cómo se manifiesta lo mismo en la
época actual, en la que una persona puede cambiarse de cara y ponerse (como Michael
Jackson) una cara de mujer. Eso modifica totalmente el panorama.
*Revista Psicoanálisis y El Hospital, Año 5, Nº 10, Tres Edades – Metamorfosis de la pubertad,
Niñez e institución – Lo infantil en el adulto, Publicación semestral de practicantes en
Instituciones Hospitalarias, Buenos Aires, Noviembre de 1996, pp. 8 - 14.
Esta intervención se realizó en el ciclo de conferencias “Estructura del sujeto en la Infancia”
organizado por la Sección de Psicopatología Infantil del Servicio de Psiquiatría del Hospital
Español. La misma constituye la primera de este ciclo realizada el 3 de Octubre de 1991.

Metamorfeo I
por Jorge Fukelman
La idea que tengo para esta reunión es charlar con ustedes respecto de algunos temas
que a mí me interesan y pienso que tienen importancia en relación a la práctica
analítica. Espero que el verbo que inventé para esta ocasión “metamorfeo”, evoque la
metamorfosis de la pubertad, y podría decirse: yo metamorfeo, tú metamorfeas... Y
también evoca -y esto me interesa especialmente-, a Morfeo, dios del sueño, y espero
que evoque también a Orfeo, aunque sea lateralmente..., su descenso a los infiernos.
Voy a tratar de plantear en dos o tres perspectivas este asunto de la pubertad. Por una
parte la pubertad ha sido históricamente señalada en la iniciación. Prácticamente en
todas las culturas, hay y hubo ritos de iniciación. De iniciación puede decirse, en tres
sentidos: de iniciación a la vida adulta, de iniciación eventualmente a cofradías mas o
menos secretas y de iniciación en un sentido más fuerte a lo que puede ser en las
distintas culturas, el shamanismo.
En relación a esta iniciación, un punto importante es el punto en el que los ritos de
iniciación, sobre los que volveremos dentro de un momento, tienden a retornar y a
reactualizar un tiempo pasado. Curiosamente, este tiempo pasado en distintas culturas,
por ejemplo en culturas australianas, se denominaba el tiempo de los sueños.
En el tiempo de los sueños, en el tiempo primitivo de los sueños, un saber fue
transmitido a los hombres que, justamente, a propósito de este saber, se humanizan.
Los ritos de iniciación repiten este tiempo histórico, histórico para las culturas. Tiempo
de los sueños con el cual, digamos, los novicios pasan de pleno derecho a constituirse
sujetos de la sociedad.
Ustedes saben que todos estos ritos de iniciación separa, por una parte, al novicio de
la cofradía femenina, básicamente separan al novicio de la madre, y,
muyesquemáticamente, estos ritos se pueden dividir en dos grandes clases: ritos de
iniciación peligrosos para la vida del sujeto, peligrosos en serio, y ritos de iniciación no
peligrosos.
La separación de la madre, por ende del primer grupo familiar, consta de una serie de
elementos que van desde la separación física, a ciertas marcas, incisiones,
circuncisiones, subincisiones, escarificaciones, golpes, y una suerte de puesta en
escena, habitualmente acompañada de un sonido rítmico que es tomado como la voz
de los dioses primitivos. Mediante esta serie de elementos, el novicio entra en contacto
con sus antepasados y, a través de sus antepasados. Con los dioses que dieron origen
a la cultura.
Fuertemente los ritos de iniciación atañen a los sujetos masculinos, y, además, en
tanto la iniciación masculina es grupal, llegado cierto momento se produce. La
iniciación, dicho sea de paso, puede durar varios días, varias semanas o varios años,
se entiende que la iniciación -para los que van a ser shamanes- es una iniciación muy
prolongada en el tiempo.
La iniciación femenina, bastante menos difundida, tiene o tenía, entre otras
características, por lo pronto, ser una iniciación de a una. En tanto la iniciación
femenina queda marcada, señalada, a partir de la menarca, como las jóvenes de tal
grupo no todas tienen la menarca en el mismo momento, la iniciación va siendo una
por una.
La iniciación habitualmente es planteada como un segundo nacimiento. Eventualmente
-pero eventualmente de un modo bastante expandido- es acompañada de la
enseñanza de otra leyenda, la lengua de los iniciados y habitualmente también incluye
un elemento de retorno, entendido como retorno, como quiera pensarse, al útero, a la
naturaleza, a la madre tierra; de la cual surge el sujeto habiendo pasado la iniciación,
es decir, habiendo muerto a la infancia.
Por otra parte, cómo podemos pensar lo que desde ya tenemos que plantear como un
momento lógico, éste de la pubertad, planteando entre otras razones, si queremos
evitar que un análisis se convierta en un rito de iniciación, cosa que no está demasiado
alejada de los hechos en distintas “comunidades analíticas”... Me costaba decirlo,
porque hablar de comunidad y analítica es una suerte de contradicción... Digamos así,
esta es una frase de Bataille, “la comunidad de los que no tienen o tenemos, nada
en común”. Entonces, ¿cómo podemos pensar este proceso lógico de la pubertad en
un análisis?
Vamos de a poquito. Primero digo “proceso lógico”, queriendo decir que tanto las
modificaciones de la imagen corporal, como las modificaciones, por ejemplo, del
funcionamiento hormonal, tenemos que hacerlas depender de una modificación de la
ubicación del sujeto, aunque más no sea por razones prácticas; porque si a nosotros
nos consultan por una jovencita de 16 años que no ha tenido la menarca y ya ha
pasado por las manos de una buena parte de endocrinólogos del país, y nosotros nos
abocamos a esta situación, es porque suponemos que las modificaciones del
funcionamiento hormonal dependen, su función, de algo que ocurre en otro lado. De
algo que ocurre en otro lugar, para el caso, creo que consiste en un movimiento en
relación a -podemos decirlo así- una modificación en relación al amor a los padres.
En un Seminario de Lacan, creo que en el de “La Transferencia”, Lacan decía -lo voy a
repetir porque me pareció luminoso-, que los niños, cuando dan lo que no tienen,
esdecir, cuando aman a los padres, lo que le dan a los padres es... la posibilidad de
tener hijos. Es esto lo que se modifica y toda la relación a los padres queda ahora
sostenida, ordenada, desde el deseo. Si me permiten la banalidad del ejemplo: si
ustedes se encuentran con una nenita de tres años, por ahí ustedes no le pregunten
por qué vive con los padres, en las buenas situaciones en las que es una nenita que
vive con sus padres. Si ustedes se encuentran con una persona de 33 años -es una
cifra clásica- que vive con los padres, por ahí le dicen “¿Nunca pensó en que podría
vivir...” Esto, lo que está diciendo simplemente es que nosotros pensamos que en la
relación de amor a los padres, algo ha ocurrido, que ha implicado algo, en el caso que
trataba de ejemplificar con los 33 años, que está señalando allí algo del orden de los
deseos. Entonces, ¿cómo se da la pubertad en el análisis?
El fin de semana pasado, cuento una intimidad, estaba leyendo un librito de chistes
judíos; chistes, cuentos, aforismos, refranes. Y me encontré con uno que me gustó
para comentarles, por ahí alguien puede decirlo en idish..., debe tener una música
diferente. Pero en castellano es más o menos así: “Kreplaj en sueños, no son kreplaj,
son sueños”. Yo quisiera decir entonces, que a la pubertad podríamos ubicarla en el
momento en que Kreplaj en sueños pasan a producir kreplaj, no sueños. Es decir, el
momento en el que lo soñado, incluso lo soñado en el sentido común (en el sentido en
que decimos que hay gente soñadora, en el sentido en que podemos hablar: “esto era
un sueño que yo tenía desde hace tantísimo tiempo...”), lo soñado de los juegos
infantiles, lo soñado implicado en las relaciones narcisísticas, juegos de la latencia,
ensueños de la latencia que nos permiten reconstruir algo atinente a la prehistoria, se
hacen realidad.
¿Qué quiere decir que se hacen realidad? ¿Qué quiere decir que la realidad en la que
se encuentra cualquier sujeto post-pubertad es el efecto de estos sueños que ahora sí
se han hecho realidad? Esto quiere decir, entre otras cosas, que cada cual munido de
estos sueños, de estas ensoñaciones, de estos juegos, entra en el mercado del sexo, y
adquiere aquello que estos sueños le están indicando que adquiera: partenaire.
Partenaire o no-partenaire, pero ya planteándose la posibilidad de partenaire, de elegir
partenaire de un modo o de otro, la posibilidad de fecundación. Quiero decir, la
posibilidad de la penetración de un lado y la posibilidad de ser fecundada de otro lado.
Sueños de la latencia, juegos, ensueños de la latencia que me parece que no está de
más señalar la importancia, por lo menos desde dos perspectivas: una perspectiva
tiene que ver con lo que hace un rato decía sobre el tiempo del sueño en los ritos de
iniciación.
Un elemento que yo no comenté en ese momento, pero que es, sin embargo,
importante en relación a los ritos de iniciación, es que subtiende a todos estos ritos
una idea de armonía preestablecida, una idea de poder volver a encontrarse en una
armonización entre un microcosmos y un macrocosmos.
Digo esto, en tanto estos sueños, estos ensueños de la latencia, con lo que implican de
la prehistoria, señalan un momento, aunque sea un momento ideal, un momento de
expectativa de armonía con aquello que atañe al modo en que narcisísticamente, (para
esto implicando la imagen corporal), se presenta el deseo parental, básicamente del
deseo materno. Quiero decir, entonces, lo cual es una obviedad, los sueños y los
ensueños responden al deseo materno.
Por otra parte, me parece importante subrayar la cuestión de las ensoñaciones de la
latencia en los sueños diurnos, a los que sin ningún lugar a dudas Freud, si puedo
decirlo así, respetaba. Quiero decir que por lo menos desde la perspectiva freudiana,
era importante tener esto en cuenta para llevar adelante un análisis. Me parece que en
la actualidad -por lo menos es una experiencia que yo tengo- esto está, por decirlo
benignamente, descuidado; pero no descuidado en el sentido de “esto me tiene sin
cuidado porque el análisis a lo que apunta es a esto otro que trasciende esto”, sino
más bien descuidado en términos de desconocimiento. Me parece peligroso porque
creo que es uno de los lugares desde donde se puede indicar el análisis como un rito
de iniciación: “como yo no conozco esto, voy a hacer algo que rompa con esto”. Creo
que esto es, insisto, peligroso, porque si bien puedo romper, existe al mismo tiempo
laEl fin de semana pasado, cuento una intimidad, estaba leyendo un librito de chistes
judíos; chistes, cuentos, aforismos, refranes. Y me encontré con uno que me gustó
para comentarles, por ahí alguien puede decirlo en idish..., debe tener una música
diferente. Pero en castellano es más o menos así: “Kreplaj en sueños, no son kreplaj,
son sueños”. Yo quisiera decir entonces, que a la pubertad podríamos ubicarla en el
momento en que Kreplaj en sueños pasan a producir kreplaj, no sueños. Es decir, el
momento en el que lo soñado, incluso lo soñado en el sentido común (en el sentido en
que decimos que hay gente soñadora, en el sentido en que podemos hablar: “esto era
un sueño que yo tenía desde hace tantísimo tiempo...”), lo soñado de los juegos
infantiles, lo soñado implicado en las relaciones narcisísticas, juegos de la latencia,
ensueños de la latencia que nos permiten reconstruir algo atinente a la prehistoria, se
hacen realidad. ¿Qué quiere decir que se hacen realidad? ¿Qué quiere decir que la
realidad en la que se encuentra cualquier sujeto post-pubertad es el efecto de estos
sueños que ahora sí se han hecho realidad? Esto quiere decir, entre otras cosas, que
cada cual munido de estos sueños, de estas ensoñaciones, de estos juegos, entra en el
mercado del sexo, y adquiere aquello que estos sueños le están indicando que
adquiera: partenaire.
Partenaire o no-partenaire, pero ya planteándose la posibilidad de partenaire, de elegir
partenaire de un modo o de otro, la posibilidad de fecundación. Quiero decir, la
posibilidad de la penetración de un lado y la posibilidad de ser fecundada de otro lado.
Sueños de la latencia, juegos, ensueños de la latencia que me parece que no está de
más señalar la importancia, por lo menos desde dos perspectivas: una perspectiva
tiene que ver con lo que hace un rato decía sobre el tiempo del sueño en los ritos de
iniciación.
Un elemento que yo no comenté en ese momento, pero que es, sin embargo,
importante en relación a los ritos de iniciación, es que subtiende a todos estos ritos
una idea de armonía preestablecida, una idea de poder volver a encontrarse en
relación a un saber... digamos así: “los dioses transmitieron un saber”. La idea es de
una armonización entre un microcosmos y un macrocosmos. Digo esto, en tanto estos
sueños, estos ensueños de la latencia, con lo que implican de la prehistoria, señalan un
momento, aunque sea un momento ideal, un momento de expectativa de armonía con
aquello que atañe al modo en que narcisísticamente, (para esto implicando la imagen
corporal), se presenta el deseo parental, básicamente del deseo materno. Quiero decir,
entonces, lo cual es una obviedad, los sueños y los ensueños responden al deseo
materno. Por otra parte, me parece importante subrayar la cuestión de las
ensoñaciones de la latencia en los sueños diurnos, a los que sin ningún lugar a dudas
Freud, si puedo decirlo así, respetaba. Quiero decir que por lo menos desde la
perspectiva freudiana, era importante tener esto en cuenta para llevar adelante un
análisis. Me parece que en la actualidad -por lo menos es una experiencia que yo
tengo- esto está, por decirlo benignamente, descuidado; pero no descuidado en el
sentido de “esto me tiene sin cuidado porque el análisis a lo que apunta es a esto otro
que trasciende esto”, sino más bien descuidado en términos de desconocimiento. Me
parece peligroso porque creo que es uno de los lugares desde donde se puede indicar
el análisis como un rito de iniciación: “como yo no conozco esto, voy a hacer algo que
rompa con esto”. Creo que esto es, insisto, peligroso, porque si bien puedo romper,
existe al mismo tiempo la posibilidad que la relación con ese saber del que trataba de
hablar en relación a los ritos de iniciación, se traslade a otro lugar.
Ahora, ustedes tendrían todo el derecho del mundo a preguntarme, en función de la
mención que hice hace un rato al Seminario de Lacan sobre La Transferencia, si,
finalmente, no es un efecto de ese amor trasladado a algo que le pongo el nombre de
Lacan; y, seguramente, algo de esto hay. Digo algo de esto hay, porque justamente la
iniciación es hecha y ya está. Una vez que el novicio se ha iniciado, ya está. Luego
puede haber reiteraciones, pero las modificaciones de ubicación del sujeto se realizan
de una vez y para siempre, y el trabajo con los amores infantiles, con los ensueños,
con los juegos en los cuales se ponen en los hechos este amor, no es de una vez para
siempre; como creo que puede atestiguar cualquiera que se analice o analice, es de
todos los días.
Yo decía, a propósito de la pubertad, que los kreplaj de los sueños podrían llegar a ser
kreplaj. Claro que para esto es menester algún tipo de flexión, algún tipo de reflexión
sobre qué kreplaj para cada uno de nosotros en nuestros sueños de esa otra época.
Para que esta flexión, reflexión, pueda darse, es menester que haya analista. Que haya
analista ahí produce una distancia con los kreplaj de antes, ya no son los mismos
kreplaj. Como no son los mismos, hay posibilidad de pasar a otro plano. Pasar a otro
plano, ahora sí, trasciende este campo de imágenes y nos acerca a nuestra relación
con la lengua y a cómo se marca nuestra relación con la lengua.
Por eso, si bien yo antes podía decir que si alguien lo dice en idish seguro que tiene
una música diferente, seguro que se canta de otro modo kreplaj en idish que en
castellano, ahora podría decir también, ¿y cómo se escribe en esta otra lengua
kreplaj?
Algo de esto es lo que se produce en un análisis. El “meta” del metamorfeo que
inventé para el Hospital Español, entonces, condensa la meta en tanto objetivo y la
meta como preposición, que implica, entre otras acepciones, algo que está más allá.
No sé cuán desordenado resultó todo esto, pero, de todos modos, les propongo si
ustedes quieren comentar lo que quieran de todo esto o preguntar o plantear.
Intervención: Usted habló de la importancia de las fantasías infantiles, fantasías en la
latencia y de alguna manera las vinculó con el efecto que tendría en un análisis
alocuparse de estas fantasías, sobre todo teniendo en cuenta una nueva relación con
la lengua. A mí, lo que me gustaría, como fue al final de la charla, fue muy breve, si
podría retomar ese punto y desarrollarlo un poco más. ¿Cómo se daría ese paso?
Jorge Fukelman: Ante todo, creo que me cuidé de utilizar el término fantasía, pero
por ahí me descuidé y lo utilicé. Me cuidé, no porque sea un término que no se pueda
utilizar, sino por dos razones: primero, porque el término de fantasía tiene una
resonancia fuerte a fantasía o fantasma inconsciente, y esto a la vez suele tener un
telón de significación que alude a algo del tipo de “algo que está detrás”, esto expresa
una “fantasía inconsciente”. En relación a los sueños, ensoñaciones, a los juegos, no
me parece que convenga plantearlo en los términos de “expresión de una fantasía”,
sino más bien en todo caso, plantearlo como siendo estos juegos y estas ensoñaciones
una [...] y en tanto juego, digamos, es inofensivo. Esto, desde otra faceta, -creo que
sobre esto no me aboqué hoy-, es importante, creo, porque en lo que planteamos
como niñez nos encontramos que las dificultades por las cuales nos consultan se
fundan en juegos que no son tomados como juegos: juegos que para los padres
trascienden los límites del juego. Esto ubica a los niños que allí se encuentran, para
decirlo brevemente, en un lugar de omnipotencia. Primer punto. Aclarado esto, pero
también prevenir, lo voy a decir así: a mí alguna vez me sorprendió, y me sorprendió
bien, lo siguiente: que si nosotros nos fijamos un poquitito en cualquiera de las
personas con las que tenemos contacto, por ahí podemos decir con un margen
chiquito de error, de qué barrio son. No digo que siempre sea así, pero en general no
es lo mismo haberse criado en las Lomas de San Isidro que en Temperley, ni es lo
mismo haberse criado en Recoleta que en Flores...
Ahora bien, ¿qué quiere decir esto? Diagamos así: que ciertos dialectos, mínimos
dialectos de tal barrio o de tal otro, nos han conformado a cada uno de nosotros de
acuerdo justamente al barrio; o para decirlo un poco más puntualmente, que la lengua
en la cual nos formamos toma... hemos sido ubicados allí, por un barrio, por amiguitos,
y, básicamente, por la lengua que hablaba la pareja parental. Esto hace que nuestra
relación con la lengua implique y requiera nuestra relación con nuestros padres.
Digamos, de nuevo en la tontería, que si ahora voy hablando en castellano es porque
mis viejos hablaban castellano.
Bien, lo que yo trataba de decir en relación a esto es que una posibilidad que ofrece el
análisis es la trascendencia en relación a nuestra relación con nuestros progenitores,
que nos lleva hacia la lengua, entendiendo que nuestra relación con nuestros
progenitores implica todo esto que estaba tratando de plantear en relación a los
ensueños, a los juegos, a los sueños de pubertad; entendiéndose ahora por
prepubertad todo lo anterior a la pubertad. Puedo agregar que la relación con la
lengua esto sería ya tema de más de una charla-, requiere que podamos pensar la
función de la escritura en relación a la lengua, y la función del escrito en relación al
hablar. A esto apunta esa pequeñísima digresión del tipo “¿y cómo se escribe kreplaj?”.
Intervención: Ya que podemos decir que todo análisis es un análisis del discurso,
inclusive en los niños, y, siguiendo el desarrollo de su charla, esas adquisiciones que se
van dando en la pubertad, ¿cómo se inscribirían? Esto que inclusive podríamos decir
que es del orden del desarrollo, entonces, ¿cómo se inscribirían en relación al ser
tomado por el lenguaje o ser tomado por la lengua, ya más precisamente en relación
con la estructura?
Jorge Fukelman: En dos pasos. Primer paso: efectivamente nosotros podemos decir
que el análisis es del discurso, entendiendo, por lo menos en una primerísima
aproximación, que tomamos discurso como relación. Ahora bien, el discurso nos
importa, y cuando digo que nos importa quiero decir que nos toca en lo que Freud
planteaba como satisfacción pulsional, a través, necesariamente, de las imágenes que
nosotros tenemos de nosotros mismos en toda nuestra vida. Quiero decir, tontamente,
el análisis es del discurso. Ahora, si nosotros decimos: “Hubo un incendio en tal ciudad
de Indonesia”, yo les cuento a ustedes: “hubo un incendio en un barrio de Jakarta”;
ahora les cuento: “¿saben?, se incendió la casa de al lado de donde nacieron ustedes”.
Yo no tengo dudas que en primera instancia, se van a sentir más afectados por el
incendio que se produjo al ladito de casa. Este “al ladito de casa” es lo que yo estaba
tratando de plantear en términos de imágenes, fantasías y demás.
Segundo paso. De nuevo lo voy a decir banalmente: la presentación del sexo, el
presentarse sexuado en un análisis y, por supuesto, fuera de análisis, implica algo
diferente pre-puberalmente, que post-puberalmente. Digamos así, pre-pubertad, la
presentación del sexo ocurre en términos de “juego a ser mamá”. Post-puberalmente,
posibilidad que la relación con ese saber del que trataba de hablar en relación a los
ritos de iniciación, se traslade a otro lugar.
Ahora, ustedes tendrían todo el derecho del mundo a preguntarme, en función de la
mención que hice hace un rato al Seminario de Lacan sobre La Transferencia, si,
finalmente, no es un efecto de ese amor trasladado a algo que le pongo el nombre de
Lacan; y, seguramente, algo de esto hay. Digo algo de esto hay, porque justamente la
iniciación es hecha y ya está. Una vez que el novicio se ha iniciado, ya está. Luego
puede haber reiteraciones, pero las modificaciones de ubicación del sujeto se realizan
de una vez y para siempre, y el trabajo con los amores infantiles, con los ensueños,
con los juegos en los cuales se ponen en los hechos este amor, no es de una vez para
siempre; como creo que puede atestiguar cualquiera que se analice o analice, es de
todos los días.
Yo decía, a propósito de la pubertad, que los kreplaj de los sueños podrían llegar a ser
kreplaj. Claro que para esto es menester algún tipo de flexión, algún tipo de reflexión
sobre qué kreplaj para cada uno de nosotros en nuestros sueños de esa otra época.
Para que esta flexión, reflexión, pueda darse, es menester que haya analista. Que haya
analista ahí produce una distancia con los kreplaj de antes, ya no son los mismos
kreplaj. Como no son los mismos, hay posibilidad de pasar a otro plano. Pasar a otro
plano, ahora sí, trasciende este campo de imágenes y nos acerca a nuestra relación
con la lengua y a cómo se marca nuestra relación con la lengua.
Por eso, si bien yo antes podía decir que si alguien lo dice en idish seguro que tiene
una música diferente, seguro que se canta de otro modo kreplaj en idish que en
castellano, ahora podría decir también, ¿y cómo se escribe en esta otra lengua
kreplaj?
Algo de esto es lo que se produce en un análisis. El “meta” del metamorfeo que
inventé para el Hospital Español, entonces, condensa la meta en tanto objetivo y la
meta como preposición, que implica, entre otras acepciones, algo que está más allá.

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