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Seminario de Psicología y Educación 4. González Jordán Omar Antonio.

Profra. Susana Bercovich Hartman; Lic. en Pedagogía, grupo 0001.


Profr. adjunto: Israel Cabrera Trujillo. Trabajo final

Expresiones de la locura

1. Introducción

En el presente trabajo intentaremos abordar el tema de la locura a partir de distintos casos, algunos
derivados de la ficción propia de la creación cinematográfica y otros traídos de la experiencia verídica,
sistematizada y estudiada por grandes teóricos, difíciles de catalogar dentro de una corriente de
pensamiento, entre ellos: Sigmund Freud, Jaques Lacan, Jean Oury, Jean Allouch y Maud Mannoni…
Todos ellos, dedicados a estudiar aquellas manifestaciones que la sociedad, e incluso la psiquiatría,
han considerado como patologías o anormalidades sin una lógica evidente que las estructure. En tal
sentido parten del psicoanálisis para entender y curar aquello que en mayor o menor medida limita
la existencia de quienes padecen tales manifestaciones. De ese modo, es posible expresar que todos
estos teóricos han tomado distancia del ámbito psiquiátrico y en especial de las clasificaciones que
patologizan al sujeto. Frente a esto tenemos claro que es necesario un conocimiento histórico de la
locura y de sus formas de tratamiento en las diversas culturas. Por ahora, podemos mantenernos al
margen de lo que expresa Lacan frente al termino locura: que no hay razón para no utilizar la palabra
locura, que corresponde a lo que siempre se llamó y legítimamente se continúa llamando así: las
locuras (Lacan, 1955-6:12). Y es que, según expresa, al menos en sus manifestaciones, los locos relatan
el mundo extraño en que entran desde hace tiempo, donde todo se ha vuelto signo para él: no sólo es
espiado, observado o vigilado, también se habla, se dice, se indica, se lo mira, y esto invade el campo
de los objetos reales inanimados, no humanos (1955-6:19).

En un sentido nada tradicional, la locura puede considerarse como una creación elaborada a partir
del propio sujeto, como producción desde un espacio donde una energía primitiva se orienta a la
fabricación de un vínculo particular con el mundo, tal como lo explica Jean Oury (2011). En este punto
cabe seguir la respuesta planteada por Lacan a la pregunta: ¿Qué es el fenómeno psicótico? Y explica:
Es la emergencia en la realidad de una significación enorme que parece una nadería —en la medida en que no se la puede
vincular a nada, ya que nunca entró en el sistema de la simbolización— pero que, en determinadas condiciones puede
amenazar todo el edificio (1955-6:124). Así, resulta clara la complejidad del estudio y tratamiento de la
locura desde la pedagogía, pues, implícitamente, hablamos de manifestaciones que juegan con la

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comprensión del mundo mediante la imaginación, el lenguaje simbólico, el entendimiento y la
elaboración de juicios y certezas, así como la construcción de mundos que dan sentido a la vida de
los llamados psicóticos.

El presente escrito resulta entonces, menos un intento por sistematizar categóricamente ocho casos
sumamente complejos y más un intento por acercarnos y comprender algunos aspectos de la psicosis,
como se le conoce formalmente a la locura. Es evidente que esto implica hacer generalizaciones que
sacrifican la particularidad de cada uno de los casos, por encontrar puntos en común que permitan
acercarnos al complicado estudio de la locura. Entendiendo, por supuesto, que los locos son otro yo,
que al igual que yo también hacen lo posible por mantenerse y vivir en el mundo.

2. La singularidad de la locura: estética y restitución del mundo.

Una de las expresiones más comunes a las psicosis es el delirio. Parece correcto mantenerse cercano
al pensamiento freudiano cuando expresa que el delirio no representa la enfermedad en sí, sino que
es un intento por reconstruir el mundo de tal suerte que, quien lo produce, pueda vivir dentro de él:
lo que nosotros consideramos la producción patológica, la formación delirante, es, en realidad, el intento de
restablecimiento, la reconstrucción (Freud, 1911:65). Esto lo expresa a propósito del caso Schreber, quien
en sus Memorias de un enfermo nervioso expone su padecimiento psicosomático, condensado en un delirio
paranoico de carácter mítico religioso, donde una dimensión divina adquiere sentido en el momento
en que Schreber mantiene contacto con Dios y lo hace participar de su voluntad de emancipación
para la humanidad, sólo si se transmuta en mujer. Esta dimensión mágica y religiosa también se
presenta en el caso de Paulette, estudiado por Jean Oury en su tesis doctoral en 1950. Trata de una
joven esquizofrénica de 16 años de edad, descrita por el autor como una pobrecita campesina, vestida
de cuadros, con zapatos y con cinturón; una niña que tiene a su disposición unos medios de expresión
muy limitados y que en la manifestación de su locura se expresa en danzas mágicas para conjurar la
suerte, las brujas y al diablo; al igual que al gran brujo detentor del poder sobre el bien y el mal que
representa Jean Oury (2011:16-7 y 20,23).

En ambos casos observamos la presencia de un delirio persecutorio con presencia de unas ideas del
bien y del mal trascendentales que pueden explicarse por la tesis de Jung retomada por Freud, con la
que afirma que las potencias mitopoyéticas de la humanidad no han caducado, sino que todavía hoy
producen en la locura, lo mismo que en los más remotos tiempos (Freud, 1911:76). En ese sentido, es
evidente que la mezcla entre vulgaridades y rasgos espirituales en los casos de Schreber y Paulette se
manifiesta mediante el lenguaje, instrumento que nos permite nombrar nuestra realidad, explicarla y

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definirnos a nosotros mismos, es creación humana. En modo análogo, para Oury, la locura también
puede ser valorada como creación en tanto que su etimología, según explica tiene algo que ver con las
palabras crecer, desarrollo, creceré, creare, concret (2011:9). Así, frente a la locura, de Paulette y de Schreber,
puede decirse que en la medida en que se desarrolla, se va creando, constituyéndose y afirmándose
poco a poco, incidiendo y reconstituyendo la realidad del loco.

Tal fenómeno permite remitirnos a la cuestión arrojada por Oury frente a la diferenciación entre la
normalidad y la patología (2011:9): ¿Es que la frontera entre normalidad y patología tiene algún valor en el
dominio estético? Para Oury, la acción de producir en la locura se refiere a la creación de algo que
represente una realidad, sea de un yo aislado, o de un yo en relación con los otros; es un encuentro
con uno de los aspectos más originales del ser humano, es la fuga de energía hacia un producto que
tiene una dimensión estética, pudiendo nombrarlo como creación artística (2011:24).

Los casos, a nuestro parecer más elocuentes para ejemplificar lo anterior, se refieren a la experiencia
de los personajes principales de Shine, y de Black Swan, quienes mantienen una relación tensa con la
expresión artística, en un escenario en el que el yo mantiene un ejercicio lúdico, delirante y poietico
con su propia creación.

Respecto al primer caso, Shine, narra la historia del pianista David Helfgott, quien sufrió un quebranto
psicótico a causa de los malos tratos que le infligió su padre: amante de la música clásica y en
específico de la música de piano, también le brindó a David el gusto por ella. David forma parte de
una familia donde la palabra de la madre no tiene el valor suficiente para confrontarse con la palabra
del padre. Su papel se encuentra limitado a mantenerse al margen del papel del padre que fagocita a
su único hijo varón: Eres muy afortunado, David- decía el padre a su hijo. - ¡Repitelo! – continuaba - y
David sólo podía decir: Soy muy muy afortunado… Frente a este hijo dócil, sujeto a la voluntad del padre,
la película deja ver a un David prodigioso cada que se sienta a tocar el piano de quien lo consienta o
en algunos concursos. En el acto de tocar el piano, pareciera como si algo en David se trastocara, como
si sus problemas de lenguaje se pusieran en suspenso y a cambio la armonía y el ritmo de la música
de piano definieran su existencia. De ese modo, no sería arriesgado pensar que esta fuga de energía
expresa algo del ser propio de David, que por ahora nuestra interpretación no puede atrapar.

Situación similar se expone en el caso de la protagonista de Black Swan, Nina. Ella es una joven
bailarina de una prestigiosa compañía de ballet de Nueva York. Es hija de una bailarina retirada, quien
constantemente le reprocha que por ella tuvo que abandonar definitivamente el ballet. Ambas viven
juntas, a pesar de que Nina ya es adulta. La relación madre e hija aquí, puede definirse de modo
análogo a la relación entre David y su padre. Al igual que aquél, Nina se ve constantemente atravesada

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por la voluntad de su madre y la búsqueda por una perfección obsesiva que la lleva al límite. La
constricción que Nina vive cotidianamente, al parecer, sólo encuentra salida en el daño a sí misma: se
rasca la espalda, se daña las uñas y se encuentra constantemente sometida a una disciplina y un
control sobre sí misma, incluso en su técnica de ballet, que no deja lugar a la fuga de una cierta energía,
de una cierta pasión. Para Lacan, estos síntomas expresan el retorno de algo reprimido; él explica que
lo reprimido siempre está ahí, y se expresa de modo perfectamente articulado en los síntomas y en
multitud de otros fenómenos: la represión y el retorno de lo reprimido no son sino el derecho y el revés de una
misma cosa (1955-6:24).

Las últimas escenas de Black Swan muestran el desfogue de dicha energía a tal grado que el baile del
lago de los cisnes resulta para Nina en una especie de rito; ésta se vuelve el mismo cisne por un
impulso de vida, intercambiado, sin embargo, por un impulso de muerte, en el que ella se hiere a sí
misma en un acto de castigo o represión que le permita asumir el papel y el sentido de ser el cisne
negro. A nuestro parecer, ambos casos ejemplifican el lugar que, en la locura, tiene la creación de algo:
sea la representación de una realidad, sea la de un yo aislado, o la de un yo en relación con los otros,
como lo expresa Oury (2011:24).

Este aspecto referido al sometimiento de sí mismo por un gran otro, que comúnmente alude a la figura
paterna y/o materna, también incluye la disolución de los límites entre la voluntad del hijo/a y el deseo
del padre o madre. El caso de Shirley Ardell Mason (1923-1998) también resulta ejemplar para
comprender el vínculo entre la locura y el carácter simbólico de la relación entre una hija y una madre.
Sybil es el seudónimo de esta paciente psiquiátrica y artista comercial estadounidense, cuya vida fue
documentada en 1973 en la novela Sybil y representada en el cine tres años después. La película retrata
el proceso de curación mediante el análisis de Sybil. Según la literatura, su padecimiento encuentra
lugar en el llamado trastorno de personalidad múltiple. La joven experimentaba a menudo una
profunda ansiedad, tenía pesadillas, así como recuerdos confusos y aterradores; perdía la conciencia
por lapsos de minutos o años, y al despertar era incapaz de recordar cómo llegaba al lugar donde se
encontraba y lo que había hecho en tal lapso. Además, se descubría a sí misma con ropa distinta a la
que usaba habitualmente, y la gente la llamaba por nombres que no reconocía como suyos. La película
expresa el proceso terapéutico a lo largo de 11 años, en el que su doctora descubre los recuerdos
sepultados de una infancia traumática, en la que el abuso físico y psíquico de manera sistemática por
parte de la madre hizo que Sybil desarrollara 16 personalidades distintas, cada una con características
físicas, edad y sexo distintos (Mireille, 2011).

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3. La defensa en la locura.

A nuestro entender, el desarrollo de estas personalidades puede explicarse como un sistema de


sobrevivencia (Oury, 2011:12), o como un tipo de ajuste en el que Sybil se fijó a la realidad disponible
creando distintas y, es necesario expresarlo: reales personalidades, como si tales realidades suplieran
un fondo afectivo-pulsional requerido por el vínculo afectivo con el mundo, y que, por diversos
motivos (en este caso la experiencia traumática vivida en la infancia, provocada por una madre
esquizofrénica), no está disponible o se presenta como avasallador. En ese sentido, puede pensarse
que Sybil se ve obligada a establecer estrategias radicales de defensa, que son tales brotes de
personalidad (Müller-Granzotto, 2013:19).

Según Lacan, la defensa es una categoría introducida muy tempranamente en el análisis, y ocupa, al
menos hasta su tiempo, un primer plano para explicar el delirio: es una defensa del sujeto. Para Lacan
el sujeto se defiende y es necesario ayudarle a comprender que no hace sino defenderse: mostrémosle
contra qué se defiende (1955-6:116). En ese sentido, el papel del lenguaje y la comunicación, como
procesos de apertura hacia el mundo, resultan fundamentales para hacer emerger lo reprimido, que
comúnmente aparece mediante manifestaciones psicosomáticas que expresan, según Mannoni, la
imposibilidad del paso de la angustia a la expresión simbólica (1976:135).

A nuestro parecer, la experiencia compartida por Maud Mannoni en El niño, su enfermedad y los otros
expresa con precisión el proceso mediante el cual el análisis y la palabra, dicha con una cierta
habilidad y un cierto genio, usando las palabras de Lacan (1955-6:21), permiten liberar algunos
circuitos en los que se encuentran inmersos los llamados locos1. Para explicar esta idea abordaremos
dos casos tratados en clase: el de Pablo y el de Guido. Es importante mencionar que las formas de

1 Resultaría, en otro contexto, muy conveniente abundar más sobre el tema de la palabra y el lenguaje en el
ámbito del psicoanálisis frente a la locura, pues, como expresa Ana Baños, en palabras de Carlos Ramírez Garza,
desde tiempos inenarrables la palabra ha sido sagrada: expresión de conjuros, de maldiciones y bendiciones; símbolo, bálsamo que
calma, que construye realidades; vehículo y herramienta del pensamiento, hacedora de sentimientos. Las palabras tejen realidades,
incluso algunas tribus sudamericanas utilizan la misma palabra para designar hilo y lenguaje, pues el tejido no es otra cosa que un
texto (2006). En tal sentido, reflexionando en los casos de Sybil, y los compartidos por Mannoni, en los que
explícitamente aparece el analista, parece ser que la cura se encuentra mediada por una verdadera genialidad y
un uso cuidadoso de la palabra. Sin embargo, también hay que considerar la palabra de Lacan respecto al papel
del analista: Comiencen por creer que no comprenden. Partan de la idea del malentendido fundamental. Esta es una disposición
primera, sin la cual no existe verdaderamente ninguna razón para que no comprendan todo y cualquier cosa […] El momento en que
han comprendido, en que se han precipitado a tapar el caso con una comprensión, siempre es el momento en que han dejado pasar la
interpretación que convenía hacer o no hacer. En general, esto lo expresa con toda ingenuidad la fórmula: “El sujeto quiso decir tal
cosa” ¿Qué saben ustedes? Lo cierto es que no lo dijo. Y en la mayoría de los casos, si se escucha lo que ha dicho, por lo menos se
descubre que se hubiera podido hacer una pregunta, y que ésta quizá habría bastado para constituir la interpretación válida, o al
menos para esbozarla (1955-6:35,37).

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intervención de Mannoni asumieron la apariencia de consejos y de cuestionamientos (1976:133) que
apuntaban a una forma de verdad presentida por los sujetos inmersos en los casos. Así, cabe
plantearse la pregunta: ¿contra qué se defendían Pablo y Guido?

Según Mannoni, el caso de Pablo es una experiencia que ilustra la relevancia de una consulta
psicoanalítica temprana en casos en la primera infancia. Tratado en 1976. Pablo, un niño de dos años
y medio, anoréxico, con insomnio, sufre desmayos y espasmos de llanto, síntomas con los que domina
a los adultos de la casa, y en especial se garantiza la presencia materna. La madre, sin embargo, se
siente acorralada por no poder realizar su deseo de estar en un lugar distinto de donde la fija el
llamado de Pablo (Mannoni, 1976:131). Además, menciona Mannoni: el niño está muy apegado al padre,
pero casi no lo ve pues la madre ha establecido un programa rígido que excluye a Pablo de toda vida familiar
(1976:132).

El padecimiento de Pablo fue utilizado como un signo destinado a suscitar, más allá de los cuidados
reales, el deseo materno. Pablo exigía que su madre lo colmase, aunque al mismo tiempo se sentía
desposeído. En esta relación él se situaba en el puesto del super-jefe de su madre y el de un Pablo
enfermo. En el caso, la palabra del médico psiquiatra expresó a la madre: Este niño la quebrantará, señora;
si es que usted no lo quebranta a él (1976:132). Para Mannoni esta frase advirtió una relación parasitaria en
la que Pablo no podía perder a su madre, porque su madre no podía perderlo a él: cada uno vivía
succionando al otro (1976:133).

El comportamiento de Guido, según la analista, aparecía como defensa contra la angustia de


castración, de modo que el análisis sirvió para hacer intervenir a la figura paterna en el discurso y
abrir la posibilidad de una edipificación encaminada a la dialéctica de la castración: Pablo estaba atrapado
en una palabra materna que no dejaba sitio para una referencia al padre (1976:133). La intervención de una
figura paterna y la desvinculación de la madre con el falo, permitieron a Pablo situarse de un modo
distinto en la relación.

El caso de Guido también expresa la reconfiguración de la relación simbólica de la figura paterna y


materna mediante el lenguaje, sin embargo, su cura tuvo lugar mediante una salida trágica. Guido, de
seis años, es diagnosticado de oligofrenia y su padecer expresa un elemento esquizofrénico. El niño
es inestable, tiene un desarrollo motor atrasado y al igual que Pablo, es un hijo no deseado. Su caso
llego a Mannoni por la presión moral de los médicos y la escuela hacia la madre. Mannoni describe
que este niño pronunciaba monólogos aparentemente incoherentes hechos con frases simples: La cosa
se rompió, la bruja hace veneno, la abeja la comerá. Elaboraba dibujos que resultaban un objeto, un canal de
apertura a otros, que protegía a Guido del diálogo. Según Mannoni, estos revelaron un progreso que

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puede explicarse porque el niño ha comprendido el sentido de su deseo a través del proceso siempre
creativo de significación (1976:163).

La madre de Guido explica que al niño le impedían hacer cualquier cosa para que el padre estuviese
tranquilo pues era necesario que el niño no molestara al padre. Éste, obrero especializado, trabajaba
de noche, y de día necesitaba dormir. Para impedirle al niño gritar, los padres le daban barbitúricos:
el padre no soportaba al niño vivo (1976.154). Mannoni propone un psicoanálisis y pide la conformidad
escrita de aquel, pues no es posible verlo por dificultades financieras y no poder dejar su trabajo. Una
carta hecha por el padre expresa un llamado de auxilio para el hijo, la cual, según Mannoni, oculta la
desesperación del padre (1976:155). Tiempo después, cuando Guido se separa por primera vez del
medio familiar a propósito de su partida a un sanatorio, el padre se suicida. Cabe señalar que durante
este periodo Guido negaba la existencia de la muerte y la castración. A lo largo de las sesiones y
mediante la interrogación de las frases y escenas primitivas por parte de Mannoni, estos aspectos
llevaron a Guido a la comprensión de su derecho a existir: Guido nació en la cura a partir de la muerte del
padre; es duro para un niño vivir a tal precio (1976:162). Esto, sin embargo, no permite afirmar que tal fin
era ineluctable, como expresa la autora al final del caso.

4. La incertidumbre respecto a las hermanas Papin

Finalmente, caso aparte nos parece el fenómeno de las hermanas Papin pues lo situamos (a diferencia
del caso Schreber expresado en unas memorias escritas, e incluso en los otros casos tratados), como
una cuestión de la que poco se conoce, y la locura, como expresan Allouch, Porge y Viltard (1984:13)
parece concentrada en la sola efectuación del pasaje al acto que aparece como una respuesta cuya
pregunta se ignora. A lo sumo, expresan, sólo es posible admitir que algo como la alucinación vino a
reclamar dicha solución (1984:203). Al respecto podemos recordar la pregunta de Lacan: ¿qué está en
juego en un fenómeno alucinatorio? Según él, ese fenómeno tiene su fuente en lo que provisoriamente
se ha llamado la historia del sujeto en lo simbólico (1955-6:25). Para los autores del libro, una
hipótesis que puede explicar el caso se refiere al pasaje al acto como un momento paranoico en el cual
el sujeto intentaría constituirse una imagen en el espejo, en la agresión que le dirige: el yo como símbolo
y como función pasaría en el real (Allouch, 1985:238). Frente a esta cuestión sólo podemos expresar
nuestra perplejidad sobre el asesinato de las Lancelin a manos de las hermanas, y recordar que la
locura en ocasiones no aparece vinculada a síntomas o expresiones que puedan asirse fácilmente. Se
ha considerado el caso desde distintas aristas que buscan dar sentido a tal acto, así como al modo en
que éste fue elaborado. Aquí cabe plantear la pregunta aplicada al caso de Guido ¿Contra qué podían

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denfenderse las hermanas? No ahondaremos en expresar que el escenario del asesinato, la
distribución de los cuerpos, los ojos, la sangre y los cuchillos pueden conformar o configurar una
explicación. Lo único que nos resulta claro es que la locura siempre emerge en estrecha relación con
los otros. Si bien, el caso de estas hermanas Papin puede no tener una explicación ultima y podríamos
elaborar dilucidaciones sobre éste, consideramos que, junto con los otros casos abordados en este
texto, nos permite entender que la locura puede tejerse en relaciones muy complejas, simbólicas,
transferenciales, vividas día con día ¿Será el peso de la cotidianidad, la saturación de lo invariable, lo
que puede conformar a la locura? ¿o puede emerger a través de una sola experiencia traumática?

5. Conclusión

En este punto, y para cerrar el presente escrito, nos parece bien mencionar la idea de Allouch sobre
el tema: cada caso de locura sigue siendo, fundamentalmente, arar en el mar (1984:13). Esto es claro al momento
de ahondar en la complejidad de cada uno de los casos mencionados, que, lejos de explicarse por un
déficit o una falta en el entendimiento, pueden explicarse parcialmente por la comprensión del
entramado en que los sujetos se encuentran inmersos. Su historia de vida y sus condiciones culturales,
sus sentires y percepciones, sus experiencias más íntimas y sus ideas más extrañas sobre el mundo,
tienen suma importancia para el análisis. Sólo sabemos que quien sufre ciertas locuras puede estar
padeciendo algo que no puede explicarse en soledad o por sí mismo. Una idea potente del
pensamiento freudiano se refiere a la importancia del amor y el interés renovado por las cosas antes
amadas (1911:61). También se ha dejado ver que la palabra, el afecto y el gesto: puertas abiertas al otro
que permiten comunicar un mensaje, expresar un manifiesto, tienen una importancia vital para la
práctica analítica.

Parece necesario, al parecer, que la Pedagogía se nutra de los conceptos, y en general de los saberes y
conocimientos construidos desde el psicoanálisis e incluso de la producción de los llamados anti-
psiquiatras. Recordemos que la tensión epistemológica venida de la crisis de la modernidad obliga a
las disciplinas y campos de conocimiento como la pedagogía, a buscar o rearmar discursos y
perspectivas, obliga también a posicionarse frente a modos de entender la educación, cuya primera
arista tal vez sea la relación social que se mantiene en el acto educativo. En tal sentido, la apertura de
los pedagogos frente a tales saberes pueda brindar a su práctica, al menos en un primer momento, un
modo distinto de acercarse y entender a los otros. Lo cual nos alejaría de una concepción limitada de
las locuras y de la noción de normalidad conformada desde el exterior, desde la moralidad social, que
no se guarda de la llamada crisis de la modernidad.

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Referencias bibliográficas

Allouch, J., Porge, É., Viltard, M. (1984). El doble crimen de las hermanas Papin. México: Epeele, 1999.

Freud, S (1911). “Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia (Dementia paranoides)


descrito autobiográficamente (1911 [1910])” en: Obras Completas de Sigmund Freud. Buenos Aires:
Amorrortu, 2012.

Lacan, J. (2004). El seminario de Jacques Lacan. Las psicosis. Libro 3. Buenos Aires: Paidós.

Mannoni, M. (1976). “Capitulo IV: Pablo o la palabra del médico” y “Capítulo VI: Guido o la muerte
de su padre” en: El niño, su enfermedad y los otros. Argentina: Nueva Visión.

Mireille, A. (2011). “Sybil Dorsett: una estrella en el firmamento de la enfermedad mental” en: Revista
Opera Mundi En línea [27/05/16]: <http://www.operamundi-magazine.com/2011/03/sybil-dorsett-una-
estrella-en-el-firmamento-de-la-enfermedad-mental.html>

Müller-Granzotto M. y Müller-Granzotto R. (2013). “Introducción” de Psicosis y creación. Sao Paulo:


Summus.

Oury, J. (2011). Creación y Esquizofrenia. México: C&F Ediciones.

Ramirez Garza, C. (sin año) “Psicoanálisis: la cura por la palabra” en: Camilo Ramírez Garza (sitio
oficial) En línea [27/05/16]: <http://camiloramirez.jimdo.com/articles/psicoan%C3%A1lisis-
cl%C3%ADnica/psicoan%C3%A1lisis-la-cura-por-la-palabra/>

Filmografía

Aronofsky, Darren (2010). Black Swan. E. U.

Hicks, Scott (1996). Shine. Australia.

Petrie, Daniel (1976). Sybil. E.U.

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