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13 IDEAS PERSONALES SOBRE LA ENSEÑANZA Y EL APRENDIZAJE.

Este es el capítulo más breve del libro, pero si mi experiencia tiene valor, es también el más
explosivo. Su historia (a mi juicio) es bastante divertida.

Con varios meses de anticipación, me había comprometido a participar en una asamblea


organizada por la Universidad de Harvard sobre el tema “La influencia sobre la conducta
humana; su enfoque en el aula”. Los organizadores me solicitaron que preparase una
demostración de “enseñanza centrada en el alumno”, es decir, enseñanza basada en los
principios terapéuticos aplicados a la educación. Pensaba que sería muy artificial y poco
satisfactorio pasar dos horas tratando de ayudar a un grupo intelectualizado a decidir cuáles
eran sus propios propósitos y responder a los sentimientos que surgieran en sus miembros, de
modo que no sabía qué decirles.

En ese momento viajé a México para pasar mis vacaciones de invierno, allí pinté, escribí, tomé
fotos y me sumergí en las obras de Sören Kierkegaard.

Estoy seguro de que su honestidad al llamar las cosas por su nombre influyó sobre mí más de
lo que yo mismo creía.

Cuando se aproximó la hora de volver debí enfrentarme con mi obligación.

Recordé que en ciertas oportunidades había logrado iniciar en clase discusiones muy
significativas, expresando alguna opinión muy personal, y que luego había tratado de
comprender y aceptar las reacciones y sentimientos, a menudo muy dispares, que despertaba
en el auditorio. Esta me pareció una manera adecuada de cumplir con el compromiso
contraído en Harvard.

Por consiguiente, comencé a escribir, con la mayor honestidad de que era capaz, acerca de mis
experiencias en la enseñanza -según la defínición que han los diccionarios de esta palabra-, e
hice lo mismo con mi experiencia respecto del aprendizaje. Me alejé mucho de los psicólogos,
educadores y colegas cautelosos; simplemente expresé lo que sentía, con la seguridad de que
si estaba equivocado, la discusión me ayudaría a corregírme.

Puedo haber sido ingenuo, pero no pensé que el material fuera explosivo.

Después de todo, los miembros de la asamblea eran docentes accesibles y capaces de


autocrítica y los vinculaba su interés común por el método de discusión en el aula.

Cuando estuve frente a ellos expuse mis puntos de vista tal como figuran más adelante; eso no
me llevó mucho tiempo, y en cuanto terminé declaré abierta la discusión. Esperaba una
respuesta, pero no precisamente el tumulto que se desató, ya que se manifestaron
sentimientos muy intensos: Muchos sintieron que yo representaba una amenaza para su
trabajo, que en realidad me había expresado mal y que yo mismo no debía creer en algunas de
las cosas que dije, pero se oyó también una que otra tímida voz de aprobación por parte de
alguien que había sentido las mismas cosas que yo, pero nunca se había animado a
expresarlas.

Me permito decir que ni un solo miembro del grupo recordó que se trataba de una reunión
programada para tratar el tema de la enseñanza centrada en el alumno, pero espero que al
pensar en ella cada uno haya advertido que vivió una experiencia de esa enseñanza
específicamente. En aquella ocasión rehusé defenderme replicando a las preguntas y ataques
provenientes de todos los ángulos; en cambio, me esforcé por aceptar y empatizar con la
indignación, frustración y críticas que surgían de los participantes; señalé ue sólo había
expresado algunos puntos de vista muy personales y que no había solicitado ni esperado que
los demás estuvieran de acuerdo. Después de la tormenta, los miembros del grupo
comenzaron a expresar con mayor franqueza sus propios puntos de vista acerca de la
enseñanza; con frecuencia éstos diferían radicalmente entre sí y también de los míos. Fue una
sesión muy estimulante, y me pregunto si alguno de los participantes habrá podido olvidarla.

Por la mañana siguiente, cuando me disponía a abandonar la ciudad, escuché uno de los
comentarios más significativos, proveniente de uno de los miembros de la asamblea. Todo lo
que dijo fue: “Por usted, mucha gente no durmió anoche.”

Nunca intenté publicar este pequeño fragmento. Mis ideas sobre la psicoterapia ya me habían
convertido en una “figura controvertida” entre psicólogos y psiquiatras, y no tenía interés
alguno en agregar a los educadores en la lista. Sin embargo, los miembros de la asamblea
reprodujeron y difundieron mi exposición, de manera que varios años más tarde, dos revistas
solicitaron permiso para publicarla.

Después de esta larga reconstrucción histórica, tal vez el capítulo mismo sea una desilusión.
Personalmente, nunca creí que fuera incendiario. Expresa algunos de mis criterios más
profundos sobre el problema de la educación.

Deseo presentar algunas breves observaciones; espero que si provocan cierta reacción en
ustedes, ello me ayude a esclarecer mis propias ideas.

Me resulta muy difícil pensar, sobre todo cuando pienso en mis propias experiencias y trato de
captar su significado inherente y más genuino.

En un comienzo el pensamiento resulta muy gratificante, porque parece descubrir el sentido y


la armonía de una multitud de acontecimientos separados; pero pronto se vuelve
desalentador, porque advierto que esos pensamientos, tan valiosos para mí, pueden parecer
ridículos a la mayoría de las personas. Mi impresión es que cuando trato de encontrar el
sentido de mi propia experiencia, ésta casi siempre me conduce en direcciones que otros
consideran absurdas.

Por consiguiente, en los próximos minutos trataré de resumir el significado que ha tenido para
mí mi experiencia en el aula y en la terapia individual y grupal. Mis palabras no pretenden ser
conclusiones para otros, ni deseo proponerlas como guía. Son sólo los significados
provisionales de mi experiencia hasta abril de 1952 y algunas de las difíciles cuestiones que
plantea su carácter absurdo. Presentaré cada idea o significado en un párrafo individual, no
porque requieran un orden lógico particular, sino porque cada una tiene para mí su propia
importancia.

a. Considerando los propósitos de esta asamblea, la siguiente idea bien puede figurar en
primer lugar: Mi experiencia me dice que no puedo enseñar a otra persona cómo enseñar. En
última instancia, intentar algo así resulta inútil.
b. Pienso que cualquier cosa que pueda enseñarse a otra persona es relativamente
intrascendente y ejerce poca o ninguna influencia sobre la conducta. Esto suena tan absurdo
que no puedo evitar cuestionarlo en el mismo momento en que lo enuncio.

c. Cada vez estoy más convencido de que sólo me interesa el aprendizaje capaz de influir
significativamente sobre la conducta. Tal vez esto, no sea más que un punto de vista personal.

d. He llegado a sentir que el único aprendizaje que puede influir significativamente sobre la
conducta es el que el individuo descubre e incorpora por sí mismo.

e. El aprendizaje basado en el propio descubrimiento, la verdad incorporada y asimilada


personalmente en la experiencia, no puede comunicarse de manera directa a otro. En cuanto
el individuo, a menudo con un entusiasmo muy natural, trata de transmitir esa experiencia de
modo inmediato, la transforma en enseñanza y sus resultados pierden trascendencia.

Hace poco me sentí aliviado al descubrir que Sören Kierkegaard, el filósofo dinamarqués, llegó
a la misma conclusión mediante su propia experiencia y la expresó con gran claridad hace un
siglo, lo cual confiere mayor lógica a mi enunciado.

f. Como consecuencia de lo anterior, advierto que he perdido el interés en ser un educador.

g. Cuando trato de enseñar, los resultados a veces me espantan, ya que además de ser
incoherentes, en ocasiones la enseñanza parece tener éxito.

Cuando esto sucede veo que las consecuencias son perjudiciales: el individuo desconfía de su
propia experiencia y esto impide el aprendizaje significativo.

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