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La teología y la literatura apócrifa

Antonio Piñero | Jueves 1 Enero 2009

Hoy escribe Gonzalo del Cerro

La Asunción de María al cielo en cuerpo y alma

Un grupo importante y amplio en el campo de los Apócrifos es el que está constituido por los libros que
narran con profusión de detalles la Asunción de la Virgen María al cielo en cuerpo y alma. Una
creencia profesada por el mundo cristiano a lo largo de los siglos y que fue solemnemente proclamada
como dogma por el papa Pío XII el año 1950. La fe en la Asunción había dado origen a un culto de
carácter planetario. Prueba de ello son las catedrales y templos de todas las categorías que adornan los
países cristianos. Por la misma razón, la festividad de la Asunción o de la Virgen de agosto es motivo
de celebraciones religiosas y sociales, con ferias y fiestas en numerosas localidades de España.

Sobre el tema de la Asunción de la Virgen existe una obra atribuida a San Melitón, obispo de Sardes.
Figura en la Patrología Griega de Migne entre las obras espurias de San Melitón. Lleva como título De
transitu uirginis Mariae o “Tránsito de la virgen María” (PG 5, 1231-1240) La obra puede ser del siglo
IV o V, pero recoge tradiciones de mayor antigüedad, posiblemente de los siglos II-III. Empieza
recordando la labor de Leucio, quien presuntamente convivió con los Apóstoles y es considerado como
autor de varios de sus Hechos. Dice que va a contar las cosas que oyó de labios de Juan Evangelista.
Los datos de sus relatos forman el núcleo de los apócrifos asuncionistas.

Cuenta, por ejemplo, que vino un ángel para anunciar a María que después de tres días le llegaría la
hora de su tránsito. La Virgen pidió que vinieran los Apóstoles para acompañarla en el trance. Llegó
primero Juan, luego los demás, todos transportados por sendas nubes. Habla de la palma que habría de
presidir los funerales y refiere detalles tan nimios como el debate sobre el primero que iniciaría los
ritos. Los Apóstoles narran las peripecias de su viaje a petición de María. Siguen luego los detalles de
su muerte y de su entierro con la anécdota de la hostilidad de los judíos y el episodio de las manos del
príncipe de los sacerdotes que pretendió derribar el féretro. Sus manos se desgajaron de su cuerpo y
quedaron colgadas y luego sanadas por los Apóstoles. El mismo Jesús indicó a los Apóstoles el lugar
para la sepultura de María en el valle de Josafat. Todos estos detalles vuelven a aparecer en alguno de
los apócrifos asuncionistas. Por eso, en opinión de muchos, el Tránsito del Pseudo Melitón puede ser la
fuente originaria de muchos de sus datos.

Uno de estos apócrifos más antiguos es el que lleva como título Tratado (logos) de Juan el Teólogo
sobre la Dormición (koímēsis) de la santa Madre de Dios. Cuando María recibió el anuncio de su
partida inminente, pidió y alcanzó de su Hijo Jesús la gracia de que viniera el apóstol Juan para
acompañarla en el trance. Pero fueron congregados también todos los Apóstoles, que llegaron desde los
lugares donde ejercían sus ministerios. Los que ya habían muerto, como Andrés, Felipe, Lucas, Simón
Cananeo y Tadeo, fueron “despertados de sus sepulcros por el Espíritu Santo” (Libro de San Juan
Evangelista sobre la Dormición de la Madre de Dios, XIII). Todos llegaron, incluido Juan, en sendas
nubes, que los transportaron hasta la puerta de la habitación donde la Virgen esperaba su tránsito.
Como no era para menos, se multiplicaban los milagros de todas clases. Los que estaban aquejados de
cualquier dolencia quedaban sanos en cuanto tocaban con sus manos los muros de la casa donde estaba
la Virgen María con los apóstoles (Ibid., XVII).
Como las autoridades judías pretendían perseguir a María, que a la sazón residía en Belén, la Señora
fue trasladada a Jerusalén con su litera por el mismo medio de transporte que había traído a los
Apóstoles. Jesús, según su propia promesa, llegó también para presidir el tránsito de su madre. Él
mismo fue quien anunció que el cuerpo de María sería transportado al paraíso.(Ibid., XXXIX). Antes
salió de su cuerpo su alma inmaculada. Los Apóstoles depositaron su cadáver en el féretro y lo llevaron
al sepulcro, situado en el valle del Cedrón junto al jardín de Getsemaní. Un judío, de nombre Jefonías,
se lanzó impetuosamente contra los santos despojos con intención de derribarlos a tierra. Pero un ángel
cortó con su espada los dos brazos del osado, que quedaron colgados del féretro. Al ver los judíos el
prodigio, alabaron a María proclamándola “Madre de Dios, siempre virgen” (theotóke aeiparthene). En
el valle del Cedrón o de Josafat, al lado del huerto de Getsemaní, se levanta todavía un edificio
medieval, que la piedad cristiana denomina “Sepulcro de la Virgen”. De allí salieron durante tres días
“voces de ángeles invisibles”. Cuando cesaron aquellas voces, todos cayeron en la cuenta de que el
cuerpo inmaculado y venerable de María había sido trasladado al Paraíso (Ibid., XLVIII).

Otro apócrifo preclaro sobre la Dormición de María es el que escribió el arzobispo Juan de Tesalónica,
que lleva también como epígrafe Dormición de nuestra Señora, Madre de Dios y siempre virgen María.
Es un relato pormenorizado de los sucesos que rodearon la Asunción de María en cuerpo y alma al
cielo. El tono y el estilo son de carácter homilético. El arzobispo informa del acontecimiento y exhorta
a su pueblo a celebrar la fiesta correspondiente. Como sucede en otros apócrifos, el prelado recoge
tradiciones mucho más antiguas, que posiblemente se remontan a los tiempos apostólicos. Juan escribe
en el siglo VII, pero se sirve de materiales anteriores al IV. Reconoce el arzobispo que “malvados
herejes” distorsionaron los escritos originales que es preciso devolver ahora a su primitiva pureza
(Libro de Juan de Tesalónica, I) El arzobispo Juan se refiere con naturalidad a la “Madre de Dios,
siempre virgen María” (Ibid., II. XIV). Un detalle interesante y exclusivo de este Apócrifo, al margen
del Transitus del Pseudo Melitón, es el tema de la palma que debe presidir la ceremonia del entierro y
que será causa de grandes y variados prodigios.

Abunda el texto de esta obra en los datos ya conocidos. Entre otros refiere la anécdota del pontífice
judío que pretendió arrojar al suelo el cadáver de la Virgen María. Sus manos se desprendieron de los
brazos hasta el codo. Pedro resolvió en entuerto. Comunicó al judío el modo de recuperar sus miembros
perdidos. Más aún, le dio un ramito de la palma, con el que curó de la ceguera a todos los que habían
pretendido profanar y quemar el cuerpo inmaculado de la Señora. Los Apóstoles depositaron el cadáver
en un sepulcro excavado en la roca. Pero cuando lo abrieron para venerar a la que había sido “la
morada de Cristo Dios”, comprobaron que el cuerpo de María “había sido trasladado a la eterna
heredad”. En el sepulcro quedaban solamente los lienzos de la mortaja (Ibid., XIV).

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