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Las ideas de Jung acerca de la realidad y el efecto del mal se deslizan como hebras rojas a
lo largo de su trabajo. Aunque estudió el mal como realidad psíquica en la vida del
individuo y la sociedad, también se interesó mucho en su poder númine y la parte que le
toca jugar en la religión. En este contexto debemos limitarnos a aquellos aspectos que
atañen a la pregunta del sentido: El mal invalida el sentido? El sentido de la individuación
se logra sólo si el mal es condenado, si, de acuerdo con el mandamiento cristiano, el fin es
evitar el mal?
Jung no respondió a ambas preguntas expresadas de esta manera absoluta; pues las
facultades de la izquierda y la derecha pertenecen a la totalidad y el objetivo de la
individuación no es el hombre perfecto sino el hombre completo, con su luz y su penumbra.
El mal, así como el bien, le es otorgado al hombre junto con el don de la vida. Jamás puede
conquistarse plenamente, sin embargo el hombre tiene la oportunidad de controlarlo a
través de la consciencia de sí y la lucha, y también a través de una confrontación directa.
Cuanta mayor consciencia tome de su tendencia al mal, estará en mejor posición de
soportar las fuerzas destructivas dentro de él.
Jung se encontró en esta situación cuando abandonó a Freud, su maestro y amigo paternal.
Su decisión de separarse de Freud estuvo precedida de intensas luchas internas. Tomó la
decisión por obediencia a la voz de la consciencia y de su destino, pero en desobediencia, o
rechazo, de las leyes del deber filial, lealtad, respeto y gratitud. Su sufrimiento y
desorientación en los años que siguieron a la separación probaron cuán difícil fue esta
decisión; equivalía a un sacrificio. Fue sólo mucho más tarde cuando su vida y su trabajo
demostraron que éste no había sido en vano.
Otro ejemplo, tomado de la historia religiosa y de significado mucho más profundo, fue la
experiencia de Martín Lutero, que como un joven monje desconocido atormentado por la
consciencia se lanzó en abierta crítica contra la Iglesia católica. Las famosas palabras que
se le atribuyen: Aquí estoy y no puedo hacer otra cosa, que Dios me ampare, Amén, con las
cuales concluyó su defensa en la Dieta de Works (1521), son testigo de la agonía de la
desobediencia para poder obedecer. Los choques entre deberes son hitos en el camino de la
individuación, pues nada ayuda tanto al crecimiento de la consciencia como esta
confrontación interna de opuestos.
Presuponen una consciencia responsable que está más diferenciada de lo que la observancia
obediente de la ley requiere. La consciencia de sí y la ética de un hombre no se prueban en
el logro desapasionado de preceptos seculares y espirituales, sino en la forma en que se
comporta y decide cuando se enfrenta con choques de deberes. Aquí es desafiado como
hombre total, solo. En su caso la corte se traslada al mundo interior donde el veredicto se
emite detrás de puertas cerradas.
En vista del conflicto moral y el requisito desconcertante, de hecho asombroso, de que hay
que desobedecer a Dios, la libertad y la esclavitud se relativizan también en el accionar
ético. Aquí también el factor operativo es el arquetipo del sí-mismo que intenta ascender a
la consciencia para traer sus aspectos antinómicos a la realidad. Aparecen en la imaginería
y doctrina religiosa como la ambivalencia moral de la imagen de Dios, en ocasiones
también como preceptos que hacen a la actitud del devoto, quien debe tener el mismo
respeto para el bien y para el mal. Así, en la psicología rabínica, nos encontramos con la
doctrina de las dos inclinaciones (yeser), y el mandato de que el hombre debe amar a Dios
con ambas. Zwi Werblowsky escribe: Dos inclinaciones creó el que es Santo, Bendito; una
es la inclinación al bien, la otra es la inclinación al mal (B. Berakoth 6 1). El hombre
interior no es más que el campo de batalla de estas dos inclinaciones El mandamiento:
Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón se interpreta en el Misnah como con tus dos
inclinaciones. La psicología rabínica reconoce que el Señor es el creador de las
inclinaciones al bien y al mal, pues se dice en Isaías 45:7: Yo creo la luz y creo la
obscuridad; yo hago la paz y creo el mal; yo el Señor hago todas estas cosas.
La concepción del mal como realidad metafísica en Dios fue expresada y desarrollada aún
más en el misticismo de la Cábala. Se dice que el bien y el mal moran en Dios, la severidad
brilla junto con su amor. O también, el bien y el mal se entrelazan en Dios, de tal manera
que también en el mal brilla una chispa de luz divina. Se dice que la raíz de todo mal yace
en la naturaleza de la Creación, de tal manera que todo lo que está oculto en Dios puede
manifestarse plenamente (Isaac Luria). Los numerosos intentos del misticismo cabalístico
para explicar el misterio del bien y el mal como un problema inherente a la divinidad
misma pueden retrotraerse, de acuerdo con Gershom Scholem, a aquella inquietud que el
Libro de Job trajo al mundo, con el apasionado y riguroso enjuiciamiento de Dios. En la
actualidad, casi dos mil años más tarde, aquel apasionado enjuiciamiento de Dios continúa
candente; como se verá, fue la misma inquietud moral la que se apoderó de Jung cuando
escribió su Respuesta a Job.
La ambivalencia moral de un Dios que hace la paz y crea el mal también jugó un papel
importante en la historia de la cristiandad, sobre todo en Jakob Böhme (1575-1624). Para
él, el amor de Dios y la ira de Dios, su luz gloriosa y su fuego ardiente, se pertenecen uno al
otro. Ambos son la emanación de la eterna palabra de Dios. Cada uno de los prolíficos
escritos de Böhme lleva el sello de esta revelación de la incomprensible polaridad de Dios.
Cómo puede ser un Dios celoso e iracundo si él mismo es el amor inmutable? Cómo
pueden el amor y la ira ser una sola cosa? Según Böhme, el bien y el mal son necesidades
existenciales. La vida sólo puede ser posible cuando el mal existe junto al bien, tanto en
Dios como en el hombre.
La psicología del inconsciente expresa la misma idea en otra forma: experimentamos el sí-
mismo trans-consciente a través de sus efectos buenos y malos. Los efectos malos se
manifiestan como la sombra de la propia psique, aunque también como injusticia y
sufrimiento en la vida y el mundo. El bien y el mal son aspectos de la imagen de Dios
arquetípica y juntos conforman la totaliad del hombre y de la existencia misma.
Respuesta a Job
La demostración de Jung de la antinomia moral del sí-mismo, en especial cuando se
considera en su aspecto religioso como la antinomia moral de la imagen de Dios, indignó a
muchos de sus lectores y provocó una resistencia violenta. Las reacciones podrían haber
sido menos violentas si hubiese basado sus pruebas simplemente en las manifestaciones del
inconsciente en sus pacientes o en obras de literatura profana. De esa manera habría
resultado menos provocativo. Sin embargo, él se basó sobre todo en una interpretación del
Libro de Job y la Revelación de San Juan. Esto fue malinterpretado como un ataque o
desafío. Como desde el punto de vista psicológico las escrituras bíblicas deben considerarse
como documentos humanos, como testimonios psíquicos del hombre, y como la
experiencia religiosa es una realidad central de la psique, las afirmaciones de Jung
permanecían dentro de un marco de referencia psicológico; no invadían, con sus objetivos
de investigación específicos, el ámbito de la teología, ni tampoco se referían a la actitud de
fe religiosa, de bases muy diferentes.
Jung leyó el texto bíblico como un lego, sin tomar en cuenta los descubrimientos de las
Interpretaciones teológicas modernas de la Biblia. Se refirió a este punto en una carta al Dr.
Josef Rudin (Abril de 1960), S. J.: Una cosa más! Es acaso un leve tono de reproche que
dice que no tengo en cuenta la teología de la Biblia? De haberlo hecho hubiese escrito
desde la perspectiva teológica y usted hubiese tenido el derecho de acusarme de blasfemia.
Se me ha hecho una acusación similar desde el protestantismo, es decir, que desecho la
crítica textual más elevada. Pero, por qué estos caballeros no han editado a Job de tal
manera que se lea como es debido, de acuerdo con su propio punto de vista? Soy un lego y
sólo tengo ante mí al Job que han presentado al público lego cum consensu autoritatis. El
lego reflexiona sobre este Job, y no sobre las especulaciones de la crítica textual, a la que
no tiene ningún acceso y que no contribuye en nada al espíritu de este libro.
Para el lector secular, el Dios descrito en el Libro de Job posee un lado oscuro y aterrador.
Duda de su piadoso sirviente Job y realiza una apuesta con Satanás para ponerlo a prueba.
Lo condena a todo tipo de sufrimientos y tribulaciones y aniquila a toda su familia. Sobre la
tempestad de su omnipotencia fulmina con reproches al gusano humano semi-destruido. El
Dios del Libro de Job es injusto y cruel. Es un tremendum. El Cristo del Apocalipsis
también es un tremendum, impartiendo un castigo devastador a la humanidad en el Día del
Juicio. También él posee una terrible dualidad.
Tribulaciones de Job
En la medida en que el Libro de Job se refiere a la imagen de un dios personal, Jung habla
antropomórficamente de su lado amoral. Ésas son palabras duras. Sin embargo, la
acusación de blasfemia a él y a su libro no comprenden ni el contenido ni su intención. Jung
no estaba hablando de Dios en sí, ni tampoco podía hablar de él. Dios en sí el Dios más allá
de Dios de Tillich- está muy alejado de la descripción humana y muy lejos de la
comprensión del hombre. Continúa siendo un mysterium. El libro de Jung se refiere a la
imagen de Dios específica que surge del Libro de Job, y la imagen de Cristo específica que
surge del Apocalipsis. No obstante, la extraordinaria cualidad númine de éstas y otras
imágenes religiosas es tal que no sólo dan la sensación de apuntar al Ens realissimum, sino
que convencen de que de hecho lo expresan y lo establecen como un hecho. Desde el punto
de vista subjetivo, la experiencia de la imagen de Dios arquetípica es una experiencia de
Dios. De ahí la dificultad de la discriminación intelectual y la reflexión científica basada en
lo psicológico. Sin embargo, si Jung utiliza la palabra Dios o divinidad, ella es tan sólo una
imagen verbal, un concepto o símbolo, sin importar si emplea el uso común o las palabras
exactas del texto que está interpretando, o bien si tiene en mente la autonomía y la cualidad
númine del arquetipo del sí-mismo. Cuando digo Dios me refiero a una imagen de Dios
arquetípica antropomórfica y no creo que he dicho nada acerca de Dios, escribió en una
carta (abril de 1952). Debe admitirse que este sous-entendu existe para todos los que
pronuncian la palabra Dios. El hombre es incapaz de expresar a Dios en sí mismo, pues en
el momento en que habla utiliza las imágenes tradicionales del lenguaje. Por ende, todo lo
que se dice de Dios es simbólico o mitológico. Más allá de ciertas expresiones a las que ya
nos hemos referido, la base de todas las declaraciones de Jung sobre la religión es que Dios
mismo no puede captarse mediante ninguna palabra o descripción humana o categoría de
valor. El bien y el mal son valores de sentimientos de procedencia humana y no se los
puede extender más allá de ese ámbito. Lo que trasciende esto está más allá de nuestro
juicio: no puede captarse a Dios con atributos humanos. Las categorías morales de valor y
atributos humanos pueden aplicarse únicamente a la imagen de Dios. Para Jung, la
superación de la consciencia humana requiere la abolición de la identidad de la imagen
verbal y el objeto, de la apariencia y la realidad. La ciencia ya avanzó en este sentido; sin
embargo, Jung también se lo exigía al pensamiento religioso y teológico. Deseo esta
superación de la consciencia humana con todo mi corazón, escribió a un teólogo protestante
(junio de 1955). Es una tarea difícil a la que he dedicado el trabajo de una vida.
El Libro de Job utiliza un lenguaje simbólico en el sentido de Tillich y Jung- cuando habla
de la esperanza de Job de encontrar en Dios un ayudante y abogado contra Dios. Jung
utiliza un lenguaje simbólico cuando describe el deseo de hacer lo contrario como la
voluntad de Dios y al Dios de Job, como bueno y malvado. Pero cuando señala la
ambivalencia de la imagen de Dios, está utilizando un lenguaje científico, no simbólico.
Desde el punto de vista psicológico, sólo una imagen de Dios ambivalente es genuinamente
monoteísta, pues en ella coexisten los opuestos moralmente contradictorios; en tanto la
identificación de lo divino con el bien desecha un aspecto de la realidad númine: el mal, lo
demoníaco de Tillich. Este aspecto creó su propio exponente simbólico en la figura de
Satanás, o el diablo. Esto llevó a Jung a rechazar la doctrina católica de Dios como
Summum Bonum y jamás se retractó de esta crítica. Una vez más, aquí tomó la doctrina y la
definición del mal como una privatio boni (disminución del bien) que se deriva de ésta,
literalmente y como laico, de la misma manera que lo hizo con el Libro de Job,
interpretándolo desde la perspectiva psicológica sobre esta base. No estaba interesado ni en
la exégesis teológica moderna de las doctrinas escolásticas, ni en las incursiones teológicas
en la crítica textual científica de la Biblia. Para él lo esencial estaba siempre en el contenido
mitológico y arquetípico de las afirmaciones religiosas. Le preocupaban los elementos
aborígenes que subyacen a la creencia popular y su trasfondo psicológico. Así, no podría
haber ningún acuerdo con la teología católica con respecto a la doctrina de la privatio boni.
El Testamento Subjetivo de Jung
El reproche más común que Respuesta a Job tiene un tono sarcástico y es emocional en su
lenguaje- no puede rebatirse. Hay extensos pasajes cargados de emoción, irónicos y
agresivos. El propio Jung se dio cuenta de ello. En el comienzo explica su estilo como una
reacción puramente subjetiva, que expresa la emoción estremecedora que provoca en
nosotros el espectáculo descarnado de la brutalidad y crueldad divinas y por la cuan el
Libro de Job sirve de paradigma.
Sin embargo, Respuesta a Job debe entenderse como algo más que sólo una reacción
subjetiva. Toda la obra de Jung es hasta cierto punto autobiográfica. Mi vida es lo que he
hecho, mi trabajo científico; uno es inseparable del otro. El trabajo es la expresión de mi
evolución interna; pues el compromiso con los contenidos del inconsciente forma al
hombre y provoca sus transformaciones. Mis obras pueden considerarse como estaciones a
lo largo del camino de mi vida. Como expresión de evolución interna, como estación del
proceso de individuación, Respuesta a Job es un enfrentamiento entre el ego y el sí-mismo
llevada a los límites de la resistencia; o en otras palabras, lo que más le importaba a Jung
era su encuentro con la imagen judeo-cristiana de Dios. Dios es siempre específico y
siempre válido localmente, de otro modo sería inefectivo. La imagen de Dios occidental es
la válida para mí, ya sea que concuerde con ella o no en el plano intelectual. No me dedico
a la filosofía religiosa, pero me veo esclavizado, casi aplastado y me defiendo lo mejor que
puedo, escribió Jung a Erich Neumann en una carta (enero de 1952) acerca de Respuesta a
Job. Luchó con la inmediatez de la experiencia religiosa. Su esclavitud emocional en la
misma carta la llama barbárica, infantil y abismalmente no científica- constituye una
expresión del sometimiento del ego ante el poder sobrecogedor del sí-mismo, que se
concreta en la imagen de Dios.
El sarcasmo de Jung, por el cual fue ampliamente censurado, debe comprenderse a la luz de
su situación psíquica: era un mecanismo de defensa contra el ataque del arquetipo, contra el
Dios que lo esclavizó. Tal como escribiera a un teólogo (noviembre de 1951): El sarcasmo
no es por cierto una bella cualidad, pero me veo forzado a utilizar incluso medios que me
resultan reprobables para deshacerme del Padre El sarcasmo es el medio por el cual
escondemos nuestros sentimientos heridos y de allí usted podrá comprobar cuánto me ha
herido el conocimiento de Dios y cuánto más hubiese preferido continuar siendo un niño
bajo la protección del Padre.
La crítica más común a Respuesta a Job es que es un ataque apasionado y cruel al Dios del
Antiguo testamento, aunque desde el punto de vista psicológico constituye un intento de
llegar a un acuerdo con la imagen númine del sí-mismo y su realidad estremecedora. La
experiencia subjetiva no discrimina y es incapaz de hacerlo. Lo que cuenta a nivel subjetivo
es la esclavitud emocional y no la diferenciación y clasificación de aquello que nos
esclaviza. Para Jung, por supuesto, la realidad estremecedora se convirtió en ocasión para la
reflexión objetiva y la investigación histórica y psicológica. La emoción y la consciencia
científica mantenían un equilibrio precario en esta confrontación con los contenidos
númines en las capas más profundas de la psique.
Durante años Jung había evitado el enfrentamiento. Tiene una larga prehistoria que se
retrotrae a sus primeros escritos. Tal como él mismo lo admitiera, era necesaria una grave
enfermedad para vencer su resistencia. Durante la enfermedad surgieron a la superficie,
irresistibles, los contenidos del inconsciente que lo impregnaban. Apenas recuperado,
trabajó sobre ellos y escribió el libro de una sola vez. Si es verdad que existe el espíritu que
lo coge a uno por el cuello, fue así como este libro se produjo, dice en una carta (julio de
1951).
Cómo puede Dios permitir estas cosas? Hay un Dios aún? Estas son algunos de los
interrogantes desalentadores que surgen del indecible sufrimiento que envuelve a la
humanidad. El silencio de la resignación, el hastío con la religión, el nihilismo político y
filosófico, el cinismo, la indiferencia, el vacío espiritual, son reacciones típicas del
sufrimiento humano. Nadie puede culparlas, aunque no brindan una respuesta a los
interrogantes primordiales. Sin embargo, en la psique existe una imagen arquetípica de
realidad estremecedora que contiene la respuesta. Es la imagen de Dios con su terrible
dualidad. Enfrentado a esta imagen, que incluye en sí misma al mal como un tremendum,
existe un nuevo credo, que Jung denomina eterno a diferencia del temporal: se puede amar
a Dios, pero debe temérsele. Cuando el temor a Dios del Antiguo Testamento reaparece
junto al amor prometido en el Nuevo, ya no precisamos quedar estupefactos ante las
atrocidades que la vida y el destino nos deparan ahora y en el futuro. Los abismos y glorias
de la vida, del bien y del mal, constituyen la evidencia de una realidad trascendental más
allá de nuestra comprensión, aunque sus efectos se experimenten con toda intensidad y la
imagen quede grabada en el alma. La psicología se refiere a ello como el sí-mismo,
sinónimo de la divinidad que, refractado en el individuo, constituye la totalidad del ser y de
la vida, y dispone las experiencias mutuamente antagónicas que la vida arroja a nuestro
paso. Son realizaciones de la naturaleza paradójica del sí-mismo. Sin embargo, incluso el
nuevo credo y la comprensión del sí-mismo no eliminarán el sufrimiento del mundo, pues
el mal es uno de los misterios de la Creación que perdurará tanto como la propia vida. No
existe la banalidad del mal, como cree Hannah Arendt; pero en el nadir del tormento,
cuando la vida está en penumbras por el sufrimiento, el horror y toda la maldad, todavía
apunta a algo más allá de sí mismo.
Pero algo diferente sucedía con la fe. Cuando era fe verdadera, perduraba. Los creyentes
poseían algo que les ayudaba a sobrellevar cada sufrimiento, eran capaces de trascenderse a
sí mismos y a la realidad, sin importar si era una creencia religiosa o metafísica o una
inmanente, por ejemplo en un partido político. Según la experiencia de Améry, una fe viva
no era destruida ni siquiera cuando el sufrimiento alcanzaba las profundidades más
recónditas. Por el contrario, el creyente pertenece al continuum espiritual que no se
interrumpe jamás, ni siquiera en Auschwitz.
Jung no escribió en primer lugar para los creyentes, los beati possidentes como los llamaba,
los alegres poseedores de una verdad eterna. Se dirigió a aquellos que eran incapaces de
creer aunque deseaban saber, aún cuando el conocimiento, por su propia naturaleza, debe
detenerse ante una frontera.
Aniela Jaffe
Ref.: El Mito del Sentido en la obra de C. G. Jung, Ed. Mirach, Madrid, 1995.