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La mayor diferencia entre el arte actual, y el gran arte del pasado, se puede resumir

en estos aspectos: calidad, duración, belleza, contenido. En efecto, si algo sorprende


del arte de antes, empezando con los griegos y romanos, siguiendo con el Medievo, el
Renacimiento, y los grandes maestros que vinieron después, como Rubens,
Velázquez, Vermeer, Goya, Ingres y todo el impresionismo, es que sus obras estaban
hechas con tanta calidad y maestría, con una técnica tan asombrosa y un oficio tan
sabio, que gran parte de esas piezas han sobrevivido los daños del tiempo, los azares
de los siglos, incluyendo incendios, guerras, terremotos, saqueos y percances de toda
naturaleza. Las obras estaban hechas con pericia, y por eso aún sobreviven sus
colores, lienzos, maderas y mármoles. Podían durar, tanto que, traspasaron el tiempo
y el espacio. El arte de hoy, en cambio, está hecho con materiales perecederos y se
deshace en cuestión de años, meses, días o instantes, pero es considerado arte lo
cual nos lleva a preguntar, ¿Qué diferencia hay entre los objetos que nos encontramos
por la calle o en el supermercado y lo que presentan los artistas como object trouvé o
ready made?, ¿La pericia en el oficio del artista, será la base de la creación del arte?
Así como ¿Es necesario dominar el dibujo, la pintura y escultura para poder crear arte
contemporáneo?, o ¿cualquier cosa puede ser una obra de arte?, ¿cualquier persona
puede ser un artísta? Las preguntas están en el aire desde que Duchamp plantó una
pala, un urinario o un secador de botellas en el museo. Aunque las cajas de detergente
Brillo creadas por Warhol en 1964 terminaron de consagrar la discusión. Ante tal
debate creativo, sólo un crítico de arte lo dijo claro: “El arte ha muerto”. Fue el
norteamericano Arthur Danto con su ensayo El fin del arte así como Clement
Greenberg nos ubica en parte de los contextos del arte la abstracción pictórica o como
Marchán Fiz en del arte objetual al arte de concepto narra el marco histórico-social de
las prácticas conceptuales desde un impulso teórico que convoca la semiótica, la
fenomenología o el posestructuralismo para entender un arte concebido como medio
de reflexión hasta como la crítica de arte Avelina Lesper nos dice en sus columnas en
línea por que el arte de nuestros días es un fraude por lo cual este tema es de gran
importancia porque se cree que el arte actual se ufana de su temática y por eso se
proclama “conceptual”, en supuesto contraste con el de antes, al punto que ya no
importa la pericia, el oficio, la belleza ni la creación, sino la idea. Y eso se podría
aceptar si fueran ideas profundas o emocionantes o ideas como las que planteaba
Platón. Pero el concepto detrás de tantas obras actuales sorprende por su ligereza y
frivolidad, por su falta de profundidad y peso intelectual. En el gran arte del pasado,
por el contrario, prevalecían los grandes temas, ya fueran religiosos, políticos o
sociales siendo una creación estética, una obra de arte para elevar el espíritu e
iluminar la condición humana y lo que vemos ahora impacta, más bien, por la pobreza
de sus ideas por lo tanto el objetivo de este escrito es para tratar de determinar qué es
lo que se considera arte hoy en día y por qué se considera así, también llegar a
determinar las causas por las cuales tenemos el arte de hoy, así como determinar lo
que se necesita para realizar una verdadera obra de arte y estos objetivos se lograran
para mostrar que la pericia así como el conocimiento de diferentes disciplinas y las
bases sólidas como el dibujo, la pintura, la escultura, etc. son menester para poder
llegar a crear arte y demostrar que no cualquiera puede ser artista y no cualquier cosa
puede ser arte aun para crear arte contemporáneo.

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Desarrollo

El arte, la creación artística, presupone una exposición que abarca una secuencia de
valores personales que se transmiten del creador al espectador, sea cual sea la
perspectiva de la observación, así como la intención de aquella óptica desde la que se
propone la dialéctica, sin embargo, buscar una definición no resulta fácil pues como
bien dice Ludwig Hevesi “A cada tiempo su arte, a cada arte su libertad” y hoy días es
cuando más libertad hay en cuanto a arte se refiere pues una caja de zapatos un pastel
o cosas que fueron recuperadas de la basura puede ser arte Y que tiempos los que se
viven hoy día plagados de imágenes por doquier así como la facilidad de acceso a
todo tipo de información en nuestra modernidad donde todo se vuelve momentáneo,
liquido, efímero como la tecnología la cual avanza tan rápido que lo que se empieza a
concebir como nuevo se vuelve obsoleto en un abrir y cerrar de ojos y nada nos
impresiona por que prácticamente se tiene todo al alcance de la mano o eso parece
volviéndonos insensibles pero así como la tecnología y el mismo ser humano el arte
ha ido cambiando. Hoy en nuestra modernidad podemos en cualquier pantalla de casa
o en un dispositivo móvil ver una pintura renacentista, expresionista, cubista u obras
mas antiguas como las de la antigua Grecia, así como sin fin de culturas y aun que se
dice son grandes obras de arte para algunos carece de importancia o al verlos en un
dispositivo no les impresiona es algo que han visto en una calcomanía pero el mismo
Jhon Berger en modos de ver nos dice que es el contexto el que altera nuestra forma
de percibir una obra de arte pero también la modernidad nos lleva al consumo y nos
crea una moda como la globalización e inmersos en este mundo incluso creen que el
arte del pasado esta pasado de moda y en nuestra modernidad la moda es importante
pues ¿quién quiere algo que ha pasado de moda? Arthur Danto (Michigan, 1924)
pertenece al grupo de teóricos y críticos del arte que, en las últimas décadas, ha
recurrido al lema de Hegel de que “el arte es una cosa del pasado” para explicar la
situación en la que se encuentra el arte contemporáneo. Desde mediados del siglo
XIX, el arte moderno habría alcanzado una autonomía que lo liberaría de las ataduras
del mundo práctico, de las exigencias de la ciencia y de las responsabilidades de la
política. Pero, a cambio, habría perdido la espontaneidad y vitalidad de épocas
pasadas, y se habría encerrado en un mundo propio lleno de referencias internas a la

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historia del arte y a los lenguajes y medios artísticos. La historia del arte moderno,
desde Manet hasta Pollock, según la narración de otro de los más influyentes críticos
de arte del siglo pasado, Clement Greenberg, habría seguido ese argumento y obras
como la Olympia de Manet (citando a Tiziano) o el Cuadrado negro sobre fondo blanco
de Malévich, llevando al límite la pintura de caballete, son los hitos en esta historia.
Cajas de Brillo de Andy Warhol fue para Danto una especie de epifanía, la revelación
de que el arte había cambiado y de que, por tanto, también debían cambiar nuestras
ideas sobre él. En lugar de la originalidad del carácter irrepetible de los cuadros
expresionistas abstractos y de su profundidad existencial y metafísica, aquellas cajas
eran asombrosamente parecidas a ciertos paquetes de estropajos jabonosos que se
vendían en los supermercados. Y, desde luego, no se referían a nada artístico: ni eran
claramente esculturas o pinturas y ni siquiera tenían el aspecto de las obras de arte.
Las consecuencias que tuvo esto para la teoría del arte se han ido desvelando poco a
poco, en la propia obra de Danto, pero también, en la de otros teóricos, críticos e
historiadores, con un pensamiento común: ante el arte de los años sesenta pensaron
que la Modernidad había concluido, pero Danto con todo esto y su obra nos dice que
es una obra de arte y posiblemente podemos estar de acuerdo ya que Andy Warhol
rompió con los esquemas y posiblemente sacrifico su gran oficio del dibujo para lograr
todo lo que hizo pero lo que Arthur Danto defiende y representa es un modelo de crítica
humanista, para la cual la excelencia artística se mide por el valor de las ideas que
encarna la obra y las actitudes que provoca. Las obras de arte son (y lo han sido
siempre) “símbolos encarnados”, maneras de expresar deas, deseos, temores o
críticas. Danto estuvo convencido de que a mediados de los 60 se había llegado al
final de lo que hasta entonces se había considerado arte. Aunque no todos los teóricos
de arte lo comparten. Para el americano Donald Kuspit, por ejemplo, que 40 años
después escribió también El fin del arte (2004), vivimos en una época superficial y
pasiva, resultado de la disolución del arte en la vida y, por tanto, en la alienación, el
espectáculo y el mercado. Frente a versiones pesimistas como la de Kuspit o a la
defensa de un arte siempre negativo, irónico o en permanente alerta, Danto defiende
las posibilidades críticas y emancipadoras del arte contemporáneo: una obra de arte
crítica y una crítica justificada de la obra. Que el arte sobreviva más allá de la historia

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no significa que podamos evitar la opresión histórica; que el arte no sea autónomo no
supone que debamos limitarnos a la presentación de lo real o sumergirnos en las leyes
del mercado; que lo estético no señale la diferencia entre lo artístico y lo no artístico
no implica que la belleza no tenga sentido en el mundo del arte pero es aquí donde es
menester definir que es el arte contemporáneo, Giorgio Agamben (2008), define como
contemporáneo a “aquel que tiene la mirada fija en su tiempo, para percibir no la luz
sino la oscuridad”. Podríamos interpretar esta afirmación como que el sujeto
contemporáneo es aquel que logra visualizar la realidad de su entorno, no sólo lo que
salta a la vista en plena luz, para seguir con la metáfora, sino que es capaz de
visualizar esos elementos que se mantienen ocultos, esos aspectos de la realidad que
preferimos no ver, o que nos son negados o falsificados, en fin, todo aquello que
permanece en las tinieblas. El arte contemporáneo les da a los artistas la posibilidad
de explorar, no sólo formas y técnicas innovadoras que rompen con los estándares
previos, sino que les permite también explorar temáticas antes sancionadas. Sobre el
arte contemporáneo, Arthur Danto (1997) comenta, Entonces los artistas se libraron
de la carga de la historia y fueron libres para hacer arte en cualquier sentido que
desearan, con cualquier propósito que desearan, o sin ninguno. Esta es la marca del
arte contemporáneo y, en contraste con el modernismo, no hay nada parecido a un
estilo contemporáneo” (p. 37). El arte contemporáneo abre todo un nuevo universo de
posibilidades en el que el artista puede experimentar con técnicas, estéticas, medios
y espacios no tradicionales, con temáticas y discursos que van más allá del arte por el
arte. Es lo que Danto (1997) llama “el fin del arte”, pero del arte tal y como la tradición
formalista lo ha considerado pero con todas estas libertades supuestas y fuera de
limites se considera que se ha llegado incluso al absurdo dejando de lado la pericia
del artista como la base para la creación de obra artística ya que también se vive hoy
dia con el lema de cualquiera puede ser artista cualquier cosa puede ser arte pues
como se puede crear algo de la nada. En el proceso lógico de creación, solo se puede
“desarmar” lo que ya está “armado”. Las bases clásicas del arte deben ser dominadas
por el artista, para que una vez que las domine, pueda jugar, experimentar o prescindir
de ellas. No solo se pueden romper las reglas, si no se conocen. Todos los grandes
maestros del arte, (conceptual, figurativo, abstracto) han dedicado gran parte de su

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carrera al estudiado y dominio de la forma. Bocetos donde se demuestra la pericia de
los artistas en el arte clásico. (Picasso, Cezanne, Warhol, Matisse, etc.) Sin embargo,
la obra que sobre sale de estos artistas, es aquella que rompe con la línea clásica del
arte. En 1906 Matisse expuso una pintura, Le bonheur de vivre (La alegría de vivir),
que hoy se encuentra en la Fundación Barnes en Merion, Pensilvania. Fue, como hoy
sabemos, una de las grandes pinturas de ruptura del siglo xx. El tema era una bacanal
demodé: figuras desnudas al aire libre, tendidas sobre la hierba, bailando, haciendo el
amor o haciendo música, recogiendo flores, etc. Era su obra más ambiciosa, la pintura
más grande que había hecho hasta el momento, pero enfureció al público. El más
indignado era Paul Signac, un destacado pintor moderno que seguramente habría
rechazado el cuadro en el Salón de los Independientes que por entonces presidía. Si
al fin éste se incluyó en el Salón fue porque precisamente ese año Matisse formaba
parte del comité de selección, y por lo tanto la obra no tuvo que ser aprobada por el
jurado. Pero Signac le escribió a un amigo: “Parece que Matisse ya no es el mismo.
En una tela de dos metros y medio, pintó unos personajes extraños, contorneados con
una línea gruesa como un pulgar. Luego lo cubrió todo con una tinta mate, bien
definida, que, aunque pura es repulsiva a la vista. Parece uno de esos frentes
multicolores de las tiendas de pintura, barnices y artículos domésticos”. De esta
manera vemos como Signac, un respetado moderno, enrolado en la vanguardia
durante años, se comportó en ese momento como ahora se compartan hacia el arte
contemporáneo. Un año más tarde, Matisse fue al estudio de Picasso para ver su
última pintura, Les demoiselles d´Avignon (Las señoritas de Avignon). Sabemos que
más tarde sería considerada otra obra de ruptura del arte contemporáneo, y esta vez
el irritado fue el mismo Matisse. La pintura, dijo, era una atrocidad, un intento de
ridiculizar todo el movimiento moderno. Juró que “hundiría a Picasso” y lo haría
lamentar su fraude, Estos incidentes no son la excepción. Ilustran una regla general:
siempre que aparece un arte que es verdaderamente novedoso y original, los primeros
en denunciarlo, los más ruidosos, son los propios artistas. No es de extrañar, porque
son los más comprometidos. Ningún crítico, ningún burgués indignado puede igualar
el repudio apasionado de un artista. Fueron precisamente pintores quienes les
cerraron las puertas de los salones a Courbet, a Manet, a los impresionistas y a los

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postimpresionistas. En su mayoría, pintores académicos. Pero no sólo los pintores
académicos defienden sus cánones establecidos de las nuevas formas de la pintura o
de la amenaza de un cambio en el gusto. También el líder de un movimiento artístico
revolucionario puede indignarse frente a un nuevo punto de partida: No hay por qué
olvidar que, en el momento de su mayor creatividad, Matisse se opuso al primer
cubismo con absoluta y arrogante incomprensión. Como jurado del vanguardista Salón
de Otoño, rechazó en 1908 los nuevos paisajes “con pequeños cubos” de Braque, del
mismo modo en que en 1912 los cubistas triunfantes rechazarían la obra de Duchamp
Nu descendant un escalier (Desnudo descendiendo una escalera). Cada momento de
los últimos cien años ha producido su propio arte de ruptura, de manera que toda
generación, desde Courbet en adelante, ha intentado generar el malestar típico del
arte moderno. Es por lo tanto un gran error, en este sentido, afirmar que el desconcierto
que produce un estilo nuevo no importa demasiado porque se desvanece pronto. Su
efecto perdura, en realidad; nos ha acompañado desde hace un siglo. El
estremecimiento de dolor que provoca el arte moderno, de hecho, es una suerte de
adicción que se vuelve necesaria,” entonces es que esta incomodidad importa en
realidad, porque es crónica y endémica. Es un problema que todos, artistas o no
iniciados, enfrenten tarde o temprano, y por lo tanto merece ser analizado seriamente.
Cuando una obra nueva, aparentemente incomprensible, entra en escena, hay
siempre un crítico perspicaz que la saluda como una “nueva realidad” como lo hizo
Danto frente a la obra de Warhol o que la desprestigie, como lo hace Avelina Lesper
frente al arte contemporáneo. La crítica mexicana ama la pintura por encima de todas
las cosas y cualquier otro medio de expresión no entra en su categoría de arte. Las
instalaciones, el performance y el video arte, en especial al cual le llama arte VIP —
dice ella, son formatos y medios al servicio de la especulación conceptual, que
transforma cualquier cosa en arte, y si esa cosa es hecha sin factura, sin estética, sin
rigor ni virtuosismo, todo ello no es arte, es engaño. El único arte – según sus palabras
– es el arte que hacen los artistas, es decir la pintura, la escultura, el dibujo, el grabado-
ya que para ella el arte de nuestro tiempo no es arte porque no es estético y no es de
esta manera porque se transformó solo en ideas quitando la sustancia dejando de lado
el resultado convirtiéndose en simples objetos –el arte contemporáneo- son cualquier

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cosa que cualquiera podría hacer, sin arte, es decir, sin oficio, sin rigor y sin factura
como ella dice. El arte entonces pareciera estar reducido a un problema de una imagen
mal representada, sin técnica y con desgano, mediante ilustraciones de ideas
igualmente débiles que cualquiera puede pensar. Los actos más triviales de la
condición humana han sido elevados a la categoría de arte y eso, para ella, es lo que
sumerge al arte contemporáneo en la decadencia del concepto mismo del arte y la
valoración del trabajo artístico - Aunque que son muchos los que experimentan una
preocupación genuina frente a los cambios que parecen afectar el valor del arte. Hay
un sentimiento de pérdida, de exilio repentino, de algo que se nos niega a sabiendas;
la sensación, a veces, de que la cultura o la experiencia que hemos acumulado se
devalúa sin remedio, librándonos a un estado de desposesión espiritual, una
experiencia que puede golpear al artista con más dureza que al amateur. Esta
sensación de pérdida o confusión se describe muy a menudo como un simple fracaso
en la apreciación estética o una incapacidad para percibir los valores positivos de una
experiencia novedosa. Se supone que, tarde o temprano, quienes han pasado por esa
experiencia si tienen la capacidad comprenderán o se acostumbrarán pero que es del
arte sin estas experiencias solo se vuelven objetos obsoletos en un museo volviendo
a la obra de Matisse la alegría de vivir, la obra que tanto indignó a sus colegas y críticos
como el arte contemporáneo a Avelina. En ella, Matisse alteró ciertos supuestos
habituales. Hasta entonces, el espectador daba por sentado, por ejemplo, que una
pintura figurativa lo autorizaba a observar las figuras allí dispuestas, a concentrarse
alternativamente en cada una de ellas, a su voluntad. Las figuras pintadas, “imanes
para el ojo”, según la frase de Vasari, le ofrecían suficiente densidad como para
sostener la mirada prolongada. Así, alentado por toda su experiencia estética, el
espectador se sentía autorizado a alguna clase de recompensa placentera si se
concentraba en las figuras pintadas, sobre todo si se trataba de alegres figuras
femeninas y estaban desnudas. Pero si en esta obra las figuras se observan por
separado, hay una curiosa falta de recompensa. Hay algo de lo que la obra nos priva:
a las figuras les falta coherencia o articulación estructural. Sus contornos están
delineados sin consideración a la presencia o la función de los huesos, y algunas
figuras están separadas del resto por un trazo aislante, oscuro y denso, esas líneas

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“tan gruesas como un pulgar” de las que se quejaba Signac. En otros tiempos, la
primera reacción hubiese sido decir: “No sabe dibujar”. Pero existen los estudios
preliminares del artista para cada figura individual del cuadro, una serie de espléndidos
dibujos que revelan a Matisse como uno de los pocos excelentes dibujantes de la
historia del arte. Después de tantos bocetos, sin embargo, llega en la pintura concluida
a un tipo de dibujo en el que parece haberse sacrificado deliberadamente la habilidad.
El primer crítico que pensó en un nuevo estilo del arte en términos de sacrificio fue
Baudelaire. En su ensayo sobre Ingres, habla de un “adelgazamiento de las facultades
espirituales” que Ingres se impone para alcanzar un ideal clásico, reposado, rafaelista
a su juicio. A Baudelaire no le gusta Ingres; piensa que ha erradicado de su obra la
imaginación y el movimiento. Pero sostiene: “Conozco a Ingres lo suficientemente bien
como para creer que se trata en su caso de una inmolación heroica, un sacrificio en el
altar de aquellas facultades que genuinamente considera más nobles e importantes”.
Y luego, mediante un salto notable, Baudelaire vincula a Ingres con Courbet, que
tampoco le gusta. Llama a Courbet “un trabajador pujante, un hombre temerario de
voluntad inquebrantable, que alcanzó resultados más atractivos para muchos que los
de los grandes maestros de la tradición rafaelista, en virtud, sin duda, de su solidez
absoluta y su descarada falta de delicadeza”. Encuentra en Courbet, sin embargo, el
mismo temperamento de Ingres: también él aniquiló sus facultades y silenció su
imaginación. “Pero la diferencia”, señala, “es que el sacrificio heroico de Ingres, en
aras de la idea y la tradición de la Belleza Rafaelista, se ofrece en Courbet en nombre
de una naturaleza externa, absoluta e inmediata. La batalla contra la imaginación se
comete en cada caso por motivos diferentes; aunque opuestas, ambas formas de
fanatismo los conducen a la misma inmolación”. El rechazo de Baudelaire a Courbet
significa sencillamente que, en obediencia a sus propios ideales, no estaba preparado
para los sacrificios de Courbet. El mismo Courbet, como todo un buen artista, sólo
perseguía sus propias metas positivas; los valores desechados la fantasía, la “belleza
ideal”, ya habían perdido, a su juicio, su bondad, y por lo tanto no entrañaban pérdida.
Sí, en cambio, para Baudelaire, que creía quizás que la fantasía y la belleza ideal aún
no se habían agotado. Entonces cuando alguien se siente “expulsado” por una obra
de arte moderno. Puede que, por estar fuertemente ligado a ciertos valores, no esté

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dispuesto a profesar un culto extraño en el que estos mismos valores se desprecian.
En eso consiste nuestra incomodidad, la mayoría de las veces. El arte contemporáneo
nos invita constantemente a celebrar la destrucción de valores que todavía
apreciamos, aunque la causa positiva en nombre de la cual se sacrifican rara vez se
hace evidente. Los sacrificios, por lo tanto, se nos presentan como actos de demolición
o desmantelamiento inmotivados, así como a Baudelaire la obra de Courbet le parecía
apenas un gesto revolucionario por el gesto mismo pero como ya bien lo han dicho los
autores el arte contemporáneo nos invita y nos ofrece miles de alternativas sin
restricciones pero es realmente el arte de nuestros tiempos, verdadero arte o solo
cuenta con un bonito nombre de arte “contemporáneo” como ya se ha dicho con
anterioridad todas estas historias y recopilaciones de anécdotas y citas que varios
artistas se hicieron primero del oficio dominaron las técnicas y dominaron cada una de
las disciplinas como el dibujo, la pintura, etc. Para poder después romper con esas
escuelas clásicas, pero no se pueden crear obras de arte de la nada la pericia es y
debe de ser la base de toda obra, así como el conocimiento intelectual pues el arte
toma años, exige la vida, es aprendizaje diario”. Ya no hay movimientos artísticos como
antes, ya no se rompen reglas hora estamos en la era del confort de las modas, ya no
vamos en contra de las reglas establecidas como lo hicieron las vanguardias solo
aceptamos y si no lo aceptamos simplemente las ignoramos y gracias a esto a nuestra
indiferencia existen miles de oportunistas que no son artistas, pero que venden como
si lo fueran, así como hay curadores que dominan las bienales, los museos y las ferias,
porque no van a desaprovechar la oportunidad de ganar dinero fácil y estamos a
tiempo de cambiar el rumbo del arte lo conceptual no está mal pero debe de ir junto
con la técnica, junto con bases sólidas y de alguna manera Duchamp, aunque siendo
hombre de academia y marco una nueva etapa no aportó nada al arte con, "El urinario
creo que al contrario le hizo un mal pues las bases artísticas y la pericia se hizo a un
lado con esto y casi se impuso que las palabras valieran más que la obra misma. Por
él, cualquier objeto puede convertirse en arte siempre y cuando venga con un gran
texto que lo explique, y no conformes con esto tampoco es necesario que estudien
teoría y jerga curatorial. La retórica de la obra está en manos del curador, el artista lo
único que tiene que hacer es designar a algo como arte, ya lo dijo Danto “que los

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artistas nos dejen a los filósofos el trabajo de pensar en la obra”. La autocrítica que es
fundamental en todo proceso de creación artística, con esta ideología del arte no
existe.

Bibliografía

Danto, Arthur. “El modernismo y la crítica de arte puro” en “Después del fin del arte: El
arte contemporáneo y el linde de la historia”. Editorial Paidós Transiciones, 2003.

Greenberg, Clement. “La pintura moderna y otros ensayos” en “Arte y Cultura” Editorial
Paídós Estética, 2002.

Recursos electrónicos

http://revistareplicante.com/reflexiones-sobre-arte-contemporaneo/fecha-de-consulta-
18/12/2017

https://artistavisualadrianortegaramirez.files.wordpress.com/2015/05/marchan-fiz-s-
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http://www.elvigia.net/palabra/2016/2/28/arte-contemporaneo-fraude-avelina-lesper-
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http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1665-
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http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1870
00632009000300012 / Un pensamiento emergente sobre el arte contemporáneo/.

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