el caminar por las calles del centro de la CDMX. Recuerdo que solía llegar al metro Hidalgo;
caminaba a Bellas Artes y de ahí directo a Buena Vista, ya que como todo adolecente que
tiene un gusto por el Rock y el Metal, gustaba de ir al Mercado del Chopo algunos sábados.
Aprovechaba esos viajes para caminar por la ciudad y conocer distintas calles, rutas y lugares.
Otras veces viajaba de Revolución al Chopo, y otras tantas me aventuraba desde el Zócalo a
Cada vez que hice estas caminatas pensaba en la ciudad como un lugar tranquilo, donde uno
podía caminar libremente. Creo que esa visión estaba equivocada, me hacía falta conocer
muchos otros barrios y lugares peligrosos donde poca gente quiere poner sus pies por
voluntad. Mientras fui creciendo la visión que tenía de la ciudad fue cambiando, ella se me
mostró con muchas otras facetas. Conocí la ciudad de noche, el peligro del Metro Toreo (sí,
a cualquier hora), me sabía de memoria en cuáles calles y lugares comprar distintas cosas,
dónde buscar ciertas otras, y aunque conocía lo malo de la ciudad, no perdí el gusto por
caminar en ella.
Con todo esto no quiero apuntar a lo diverso de las calles de la ciudad, pues es algo que
cualquiera que haya atravesado la ciudad puede notar, sino a una experiencia que
últimamente tengo sobre ella: me pregunto por ella. Ahora cuando camino observo los
edificios y no puedo evitar percatarme de que los dividimos por zonas. Algunas de ellas,
llamadas zonas comerciales, están llenas de locales de compra y venta de todo tipo de cosas;
otras tantas son zonas habitacionales, donde encuentras casas de todo tipo y alguno que otro
local. En fin, supongo que comprende a qué me refiero. La ciudad, junto con sus edificios,
nos brinda una sensación muy diferente según el punto en el que estemos parados. Sé que no
puede evitar sentirse en peligro cuando se para en Tepito y puede observar que parte de ello
se debe a la peculiaridad de sus edificaciones. Por otro lado, si llega a Santa Fe, no puede
evitar sentirse seguro, aunque quizá pueda sentirse observado, sobre todo en las zonas
cercanas a la famosa Universidad “Ibero”. Así, es posible notar que la estructura de los
edificios que nos rodean nos predispone a un modo de estar en un lugar: andamos con cuidado
sería preguntar ¿por qué? ¿Por qué las paredes grises nos dan una sensación diferente a las
zonas coloridas; o por qué nos sentimos seguros en Polanco y no en Cuatro Caminos? Esta
pregunta de primera vista puede resultar compleja, pero ello podría llevarnos a comprender
los límites de nuestras acciones en la ciudad. Cabe aclarar, antes de continuar, que no
En las caminatas que he descrito después de cierto tiempo comencé a notar un cambio en la
ciudad. Avanzaba por las calles y notaba el cambio radical que puede haber de una calle a
otra; el mejor ejemplo de ello que viene a mi mente es la famosa glorieta de Insurgentes, pues
depende a dónde camines encontrarás una sensación bastante distinta. Al notar esos cambios,
y con el paso del tiempo, el caminar por la ciudad me pareció desagradable, repugnante, y de
un tiempo hacía acá, siento que toda ella tiene un hedor insoportable. Lo cual ha sido motivo
para que evite ir a esos lugares a toda costa, a menos que sea absolutamente necesario. Pero
cuando llega ese momento en mi mente sólo hay lugar para el lamento. Notar ese asunto me
llevo a la pregunta: ¿será ese hedor, el hedor de una ciudad, reflejo de la podredumbre y
miseria de sus habitantes? ¿Los edificios son reflejo de quiénes somos? En ese entonces
pensé que sí, que la ciudad y sus caracteristicas son reflejos de quiénes somos y cómo nos
comprendemos, pensé que estábamos determinados a vivir siempre en una ciudad tan
asquerosa como nosotros.
El desagradable olor de las cloacas o el olor a cloaca que se ha hecho parte de nuestra ciudad
fue uno de los motivos principales para que yo desistiera de caminar allá. Ahora que observo
con más detenimiento las cosas creo que puede resultar parte de un gran prejuicio el
pensamiento de que los edificios de nuestra ciudad corresponden con nosotros. Sin duda, en
muchas ocasiones el gris es señal de pobreza, pero ella no es señal de delincuencia, su vínculo
tener conexión con el crimen. Cuando observé esto me quité de la cabeza la creencia de que
los edificios nos determinan y mucho menos lo hace una zona en concreto.
Con lo anterior me refiero a que no somos alguien por nacer en una zona, que no por caminar
en Tepito soy un delincuente, pero tampoco soy honesto por vivir en un gran edificio. Muchas
veces juzgamos sin notar los detalles, pensamos en general, y cuando ello sucede no vemos
las instancias particulares del Ser, de lo que se nos muestra. No los invito a ser diferentes, en
absoluto, los invito a pensar en los límites de la educación. La observación final, el hecho de
que nuestra ciudad no nos determina a ser como somos, nos remite a pensar en los límites de
nuestra educación, pues así como no dependemos de una zona o ciudad para ser tal cosa,
Cuando en una ciudad como la nuestra, en donde se intentan justificar las acciones por la
pertenencia a una nación, a una ciudad; en donde por vivir en casa gris soy delincuente y por
vivir en Polanco no; en donde el “soy mexicano” explica la mala conducta, y en tan mentada
frase convergen posiciones tan contrarias; resulta interesante preguntar por los límites en que
esa estructura nos determina, pues el que yo decida ser bueno o malo no depende, en ninguna
instancia, ni de que sea mexicano, ni de que viva en una de las calles más peligrosas de la
ciudad. A final de cuentas, los edificios y nuestra ciudad no determinan nuestro modo de ser
ni de pensar, pues podemos elegir, siempre y cuando tengamos un interés por preguntar
quiénes somos.