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Mónica McCarty Roca

Àriel x

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Mónica McCarty Roca
Àriel x

LA GUARDIA DE LOS HIGHLANDERS:


Roca

11º libro de la Entrega: La Guardia de los Highlanders

Traducción: Àriel x.
Àriel x ll Journals

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ÍNDICE
 Sinopsis 4
 Prefacio 6
 Prólogo 7
 Capítulo 1 19
 Capítulo 2 26
 Capítulo 3 37
 Capítulo 4 47
 Capítulo 5 56
 Capítulo 6 67
 Capítulo 7 76
 Capítulo 8 85
 Capítulo 9 91
 Capítulo 10 97
 Capítulo 11 106
 Capítulo 12 116
 Capítulo 13 122
 Capítulo 14 136
 Capítulo 15 144
 Capítulo 16 154
 Capítulo 17 161
 Capítulo 18 169
 Capítulo 19 178
 Capítulo 20 189
 Capítulo 21 199
 Capítulo 22 206
 Capítulo 23 214
 Capítulo 24 223
 Capítulo 25 230
 Capítulo 26 240
 Capítulo 27 250
 Capítulo 28 256
 Epílogo 261

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SINOPSIS

La primera vez que vio a Elizabeth Douglas, Thomas MacGowan pensó que era una princesa.
Para el hijo del herrero del castillo, la hija del poderoso Señor de Douglas también podría serlo.

Cuando se hace evidente que su amiga de la infancia nunca lo verá como un hombre que al que
pudiera amar, Thom se une al ejército de Eduardo de Bruce como un hombre de armas para tratar
de cambiar su suerte. Si está albergando una secreta esperanza de que podría cerrar la brecha entre
ellos, se enfrenta a la fría y dura verdad cuando Elizabeth le solicita ayuda. Podría necesitar al niño
que solía escalar acantilados para rescatar a su hermano de las manos de los ingleses, pero nunca
vería al hijo de un herrero como un hombre digno de su mano.

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La Guardia de los Highlanders

1. Tor MacLeod, Jefe: líder de las huestes y experto en combate con espada.
2. Erik MacSorley, Halcón: navegante y nadador.
3. Lachlan MacRuairi, Víbora: sigilo, infiltración y rescate.
4. Arthur Campbell, Guardián: exploración y reconocimiento del terreno.
5. Magnus MacKay, Santo: experto en supervivencia y forja de armas.
6. Kenneth Sutherland, Hielo: Explosivos and versatilidad.
7. Ewen Lamont, Cazador: rastreo y seguimiento de hombres.

7.5. James Douglas, Negro.

8. Robert Boyd, Ariete: fuerza física y combate sin armas.


9. Gregor MacGregor, Flecha: tirador y arquero.
10. Eoin MacLean, Asalto: estratega en lides de piratería.
11. Thomas McGowan. Herrero, Roca.

11.5 Sir Thomas Randolph, Pícaro.

12. Alex Seton, Dragón: dagas y combate cuerpo a cuerpo.

También:
13. Helen MacKay, (de soltera, Sutherland), Ángel: sanadora.

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PREFACIO
Desde 1306, cuando primero hizo su oferta para el trono contra un enemigo aparentemente invicto,
Roberto de Bruce se ha estado preparando para la batalla decisiva con Inglaterra, que legitimará su
reinado y cimentará su lugar en el trono de Escocia, o quitará la corona de su Cabeza y traerá el
señorío inglés a Escocia.

A finales de otoño de 1313, el rey Robert está bastante seguro en el trono para forzar la mano del
enemigo. Emitió una proclamación de que desheredará a los nobles escoceses aún leales a los
ingleses que no se someten a él en un año. Eduardo II de Inglaterra no puede ignorar la amenaza.
Emite su propia proclamación en diciembre de 1313 para una llamada a reunirse en Berwick-upon-
Tweed en junio de 1314 para marchar a Escocia.

Los ingleses están llegando, y Bruce tiene la intención de estar listo para ellos. En los primeros
meses cruciales de 1314, el rey librará una guerra preventiva al continuar las incursiones en
Inglaterra para financiar la costosa guerra y recuperar los castillos escoceses restantes que todavía
están en manos inglesas. La toma de dos de estos castillos, Roxburgh y Edimburgo, conducirá a
hazañas de habilidades militares que se convertirá en leyenda, asegurando el estatus de héroe de los
dos tenientes famosos de Bruce, James Douglas y Thomas Randolph.

Pero no lo harán solo. Los guerreros de élite de la Guardia de los Highlanders y un hombre de
nacimiento mucho más humilde serán instrumentales en el empuje final hacia la batalla más
importante que aún está por llegar.

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PRÓLOGO
Castillo de Douglas, Lanarkshire del sur, Escocia, 1 de junio de 1296

Thomas macgowan -pequeño Thom, como todos los habitantes de la aldea lo llamaban (su padre era
Gran Thom)-, miró a la cima de la torre y se olvidó de respirar. Casi tropezó también, lo que habría
sido un desastre, pues su padre le había confiado la importante tarea de llevar la espada del laird.

Teniendo en cuenta las horas que su padre había pasado afilando la hoja hasta que podría cortar un
pelo en dos, y puliéndola hasta que pudiera ver cada mota de hollín en el rostro de su chaval, si la
hubiese dejado caer en el barro, ¡sus nalgas habrían picado por una semana!

Sin embargo, no le habría importado demasiado. Gran Thom era el mejor herrero a kilómetros de
distancia, y Thommy (así lo llamaba su madre, un muchacho de casi nueve años seguro como el
Diablo no debía llamarse así) se enorgullecía ferozmente por trabajo el de su padre. Gran Thom
MacGowan no era sólo un herrero de la aldea ordinaria, era Lord William -el Hardy- Smith personal
de Douglas y armador.

Pero mientras Thommy miraba hacia las murallas de la torre, casi podía excusar su accidente
cercano. Porque lo que había hecho que su aliento se detuviera y sus miembros olvidaran su
propósito fue la visión de algo extraordinario. Una belleza rara y exquisita que el niño que había
pasado la mayor parte de sus días rodeado por el fuego y el hollín de la forja de su padre nunca
había imaginado. Era como si estuviera viendo una joya brillante por primera vez cuando todo lo
que había conocido eran pedazos de mineral. No necesitaba saber quién era para saber que era
especial. La forma en que la luz atrapaba su cabello rubio blanco soplando en la brisa, la perfección
nevada de su diminuto rostro, el brillante vestido dorado. Eso deslumbró sus ojos. Ella deslumbraba
sus ojos.

-¿Es una princesa? -preguntó Thommy en tono reverente cuando finalmente pudo recordar cómo
hablar.

Su padre soltó una carcajada y le dio un codazo en la parte posterior de la cabeza con cariño.

-Para vos podría serlo, muchacho. Es la pequeña muchacha del laird, lady Elizabeth. ¿No os
acordáis...? -sacudió la cabeza-. Debíais de haber sido demasiado joven cuando la familia se fue
para el Castillo de Berwick hace cuatro años. Ella era poco más que un bebé entonces. Pero ahora
que el laird ha sido liberado de la prisión de Eduardo -escupió en el suelo como lo hacía cada vez
que se mencionaba el nombre del rey inglés-, ella y sus hermanos han regresado con el laird y Lady
Eleanor para vivir aquí.

Thommy sabía que Sir William había sido guardián del Castillo de Berwick cuando el Rey Eduardo
había atacado la ciudad y había matado a miles de escoceses. Por su desafío en mantener el castillo
contra él, el rey Eduardo había arrojado al laird en la cárcel. Pero había sido liberado al firmar los -
rollos de ragman del rey de lealtad donde todos los señores escoceses se habían visto obligados a
poner sus nombres.

Al pensar en una criatura tan hermosa en medio de ello, los ojos de Thommy debieron de

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ensancharse.
Su padre podría ser el hombre más grande de la aldea, con fuertes músculos tan duros como la roca
de acero para dar palizas como forma de ganarse la vida, pero no era de cabeza gruesa. Todavía
tenía una sonrisa en su rostro, pero sus oscuros ojos azules se habían estrechado lo suficiente como
para que Thommy tomara la advertencia.

-Manteneos alejado de ella, muchacho. La niña no es para las personas de nuestra clase. Vuestra
madre puede haber sido hija de un caballero, pero vos sois el hijo de un herrero, tan lejos de ser
noble como el techo de esa torre. Tal vez os guste escalar las rocas por aquí, pero nunca podréis
subir tan alto.

Su padre se rio de su propia broma y empujó a Thommy por delante. Pero Thommy no estaba tan
seguro de que su padre tuviera razón. Era bastante bueno en la escalada.

***

Solsticio de verano.

-¿Por qué estáis llorando?

La voz de la niña lo asustó. Thommy levantó la vista y parpadeó, protegiéndose los ojos con el
brazo, como si un rayo de sol acabara de salir de detrás de nubes oscuras. Era la princesita de la
torre que vio hacía unas semanas... Lady Elizabeth.

-¡No estoy llorando! -se secó los ojos furiosamente con el dorso de la mano, la vergüenza
arrastrándose por sus mejillas en un rubor caliente.

Ella sostuvo su mirada durante un latido largo del corazón. Sus ojos eran grandes y redondos y
sorprendentemente azules. De cerca, sus rasgos eran aún más perfectos de lo que había imaginado,
pequeños y delicados en un adorable rostro en forma de corazón. Dos gruesas trenzas en sus sienes
habían sido recogidos en una corona alrededor de su cabeza y atadas con una larga cinta rosa que
coincidía con su vestido. Nunca antes había visto un vestido rosa. El material también era extraño.
No era áspera como la lana, sino suave y brillante. Quería estirar la mano y tocarlo, pero
probablemente, sus manos tenían hollín y tierra en ellas. No había nadie que le recordara que debía
lavárselas.

La ola resultante de dolor le hizo mirarla con el ceño fruncido, tratando de hacerla irse. ¿Por qué
estaba notando los ojos azules y vestidos rosas? Su madre se había ido y nunca iba a regresar.
Tuvo que forzar una nueva ráfaga de calor ardiendo detrás de sus ojos. Nunca había sido tan
humillado en su vida. Los muchachos de casi nueve años de edad no lloraban, y ser pillado por una
muchacha, cualquier muchacha, pero especialmente una buena como lady Elizabeth, le hacían
querer arrastrarse bajo una roca y morirse.

Ella ignoró su advertencia, sin embargo, y se sentó a su lado.

Estaba sentado en la orilla del río que serpenteaba por el pueblo, lejos -creyendo que estaba fuera de
la vista- de las festividades del Día de St John. Pero el sonido opaco de la alegría se podía oír en la
distancia.

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-¿Por qué los peces cruzaron el río?

Estaba tan sorprendido por la pregunta que le tomó un momento responder:- No lo sé.

La muchacha sonrió, revelando una gran brecha en el espacio donde deberían haber estado sus dos
dientes delanteros:- No podrían bordear el mar.

Apenas sacó la última palabra antes de que se sobresaltara. No pensó que fuera muy gracioso, pero
no pudo evitar sonreír al ver cuánto lo disfrutaba.

Cuando su risa finalmente se calmó, se sentaron en silencio –un silencio sorprendentemente


cómodo- durante unos minutos. No sabía mucho de niñas, pero parecía inusual que una pudiera
estar tan callada. Algunos de sus amigos tenían hermanitas y siempre les molestaban con su charla.
Como era verano, Thommy no llevaba zapatos, y cavaba sus talones hacia adelante y hacia atrás en
la tierra mientras observaban la corriente que se movía rápidamente. Sólo se detuvo cuando empezó
a copiarlo, y se dio cuenta de que sus finas zapatillas de cuero se estaban llenando de barro.

-¿Qué edad tenéis? -preguntó.

-Seis. ¿Cuántos años tenéis vos?

Tenía el pecho hinchado:- Casi nueve.

Su nariz se arrugó. Era una nariz pequeña, pero era muy linda:- ¿Cuándo es el día de vuestro santo?
-preguntó.

-El veintitrés de noviembre.

Sonrió, y él se avergonzó de nuevo. Todavía quedaban cinco meses.

Se quedó callada durante un rato, antes de preguntar:- ¿No os gusta la feria?

Al oír el suave sondeo de la pregunta, se puso rígido. Su boca se volvió en un ceño fruncido. No
quería hablar de eso. Estaba a punto de decirle que se fuera y dejarla ir -lady o no- cuando miró su
rostro, toda la ira se esfumó. No quería hacerle daño. Sólo estaba tratando de ser amable.

Cogió una pequeña roca plana del suelo y la arrojó al río. Saltó dos veces antes de hundirse en el
agua.

-Mi madre murió el pasado domingo.

Podía sentir sus ojos en él, pero no levantó la vista, no queriendo ver su compasión:- Debéis
extrañarla mucho.

Asintió, su garganta se apretaba de nuevo caliente. La extrañaba terriblemente, la bella y sonriente


mujer que había amado a su marido y a su hijo con tanto ahínco... Pero eso no era excusa para
bramar como un bebé.

Debió de adivinar la dirección de sus pensamientos. Sintió un ligero toque en su brazo, como si una
mariposa hubiera aterrizado y extendido sus alas. La sensación lo envolvió con un extraño calor.

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Por un momento, le recordó cómo se sentía cuando su madre le abrazaba.

-Nunca conocí a mi madre, y todavía la extraño -frunció el ceño-. ¿No la conocísteis?

Sacudió la cabeza, su rubísimo cabello flotando alrededor de sus hombros brilla como si fuera de
plata y oro:- Murió dándome a luz.

-Mi madre también murió dando a luz. A mi nuevo hermano.

Debió haber oído algo en su voz:- Él no quiso hacerle daño -dijo suavemente.

Thommy aspiró un jadeo asustado. La miró horrorizada, dándose cuenta de lo que había dicho.

-También mi hermano me culpó cuando era pequeña -los grandes ojos azules lo atraparon-. Pero me
perdonó.

-No había nada que perdonar, no fue vuestra culpa -la respuesta fue automática, pero Thommy se
dio cuenta que cuando lo dijo lo decía en serio. No era su culpa más de lo que había sido su
hermano de dos semanas de edad.

Alguien gritó su nombre, y hizo una mueca, arrugando su nariz de nuevo y frunciendo su boca
sensual:- Esa es mi niñera. Mejor me voy. Fue un placer conoceros...

-Thom -replicó-, pero todo el mundo me llama Thommy –por alguna razón, era muy importante que
esta chica nunca pensara en él como alguien pequeño.

-Yo soy Elizabeth –dijo-. Pero podéis llamarme Ella, ya que somos tan buenos amigos ahora.

Asintió, tratando de esconder su sonrisa. Era muy dulce, pero los chicos de casi nueve años de edad
no eran amigos de las muchachas de seis años, especialmente de las que parecían princesas.

Se puso en pie tan rápido que se habría caído en el barro si no la hubiera agarrado del brazo,
estabilizándola:- Id con cuidado -dijo-. Os caeréis y os lastimaréis.

Se echó a reír como si aquello fuera lo más gracioso que había escuchado y salió corriendo a buscar
a su niñera.

La vio irse y se dio cuenta de que por primera vez desde que su padre afligido le había contado la
noticia de la muerte de su madre, Thommy sintió como si la nube oscura que lo rodeaba pudiera
haberse evaporado un poco.

***

Un mes después

Thommy estaba a punto de decirle a Joanna que se diera prisa... de nuevo, que iban a llegar tarde

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para unirse a los demás, cuando oyó su voz.

-Hola, Thommy.

Miró a Lady Elizabeth a su lado. Había notado su llegada a la iglesia con el resto de su familia,
incluyendo al chico de cabellos negros de su misma edad que no se apresuraba a salir con
demasiada gracia entre la multitud hacia ellos.

-Hola -dijo incierto, consciente de que algunos de los otros aldeanos que estaban moliendo
alrededor del cementerio después de los servicios dominicales los miraban, probablemente
preguntándose por qué la pequeña señora estaba hablando con el hijo del herrero.

-Yo soy Ella -dijo a Joanna, que la miraba con una mirada similar a la que había visto en su rostro la
primera vez que la había visto.

-J-J-o-anna Dicson -finalmente se las arregló, y entonces recordándolo, agregó apresuradamente-.


Mi señora.

-Sólo Ella. ¿Sois la hija del mariscal? -Joanna asintió en silencio.

El chico de cabellos oscuros con la expresión tempestuosa surgió detrás de ella:- ¿Qué estáis
haciendo, Ella? No podéis correr así.

Ella suspiró, con un movimiento corto de sus ojos que en unos años Thommy supuso que sería
poner los ojos en blanco:- Este es mi hermano, Jamie -se volvió hacia el muchacho que podría
haber sido un poco más alto que Thommy (que ya era tan alto como muchachos dos o tres años
mayor que él)-. Estaba diciendo hola a Thommy y -volvió la cabeza-, a Joanna.

Thommy miró a Jo y frunció el ceño. ¿Qué le pasaba? Estaba mirando al joven señor como si fuera
uno de esos caballeros de las estúpidas historias de las que siempre hablaba. Su ceño se profundizó,
dándose cuenta de que el joven señor la miraba también con una mirada tonta en su rostro.

Thommy se acercó a ella con protección. Joanna era un dolor a veces -como el otro día cuando se
suponía que debía unirse a los otros muchachos para nadar y había pedido venir junto a su madre.
Pero desde que su madre hubiera muerto, su madre siempre hacía cosas buenas para él, y no podía
decir que no-.

Jamie volvió el ceño fruncido, viendo su movimiento. Se volvió hacia su hermana:- ¿Cómo lo
conocisteis? -Thommy se puso tenso.

Se volvió hacia él y sonrió:- En la feria del mes pasado. Thommy me salvó de resbalar en el barro -
Thommy soltó el aliento que ni siquiera se dio cuenta de que había estado aguantando. Lo único
peor de que lady Elizabeth lo hubiera visto llorar podría ser que se lo contara a otras personas. Sus
ojos se encontraron en comprensión. Había guardado su secreto, y ahora tenían un lazo.

Jamie sacudió la cabeza y se rio con cariño:- ¿Eso es nuevo, Ella? Tenéis que dejar de estar con
tanta prisa todo el tiempo. Uno de estos días alguien no va a estar cerca para atraparos y os vais a
lastimar.

Ahora Thommy entendió la razón de la risa de Ella en su advertencia la última vez. Aparentemente

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su resbalón no era una ocurrencia inusual.
Ignorando a su hermano, preguntó:- ¿Adónde vais?

-A las caídas de Arnesalloch para ir a nadar con algunos de los otros muchachos del pueblo.

-Le pregunté si me llevaría con él -Joanna se ofreci voluntariamente.

-Se supone que Jamie debe ayudarme a enseñarme a montar mi nuevo pony -replicó Ella.

Los dos chicos intercambiaron miradas de conmiseración. Al parecer, Thommy no era el único que
tenía que vigilar a un hermano menor, o en el caso de Jo, casi una hermana. La conocía desde que
podía recordar, y desde que la molestó la mayor parte del tiempo, sospechaba que era como tener
una hermana.

-¿Queréiss venir?" -preguntó Ella-. Podríais traer vuestros caballos y todos podríamos montar
juntos.

Hubo un silencio incómodo finalmente, cortado por Jo:- No tenemos caballos. Thommy y yo no
sabemos cómo montar.

Parecía perpleja:- ¿No? -miró acusadoramente a su hermano-. Creía que dijisteis que todos los
caballeros necesitaban saber montar a caballo.

Jamie sacudió la cabeza:- Yo sí. Thommy no va a ser un caballero. Va a ser un herrero como su
padre -Thommy se sorprendió de que el joven señor supiese quién era.

-¿Queréis decir que no tenéis que practicar todo el día con una espada de madera como lo hace
Jamie?

Thom negó con la cabeza:- A veces me pongo a mirar mi trabajo, pero solo los de acero -aclaró.

-Yo voy a conseguir una de acero pronto -dijo Jamie, mirando a Joanna.

-¿Tal vez haréis una para Jamie? -le preguntó Ella.

Thommy se encogió de hombros, sin querer confesar que todo lo que hacía ahora era cargar el
carbón y bombear el fuelle.

-Tal vez -tomó el brazo de Joanna, sabiendo que iba a tener que arrastrarla lejos-. Vamos, Jo.
Probablemente deberíamos irnos –se esistió y, antes de que pudiera detenerla, preguntó a los dos
Douglas-. ¿Queréis venir?

-Claro -dijo Ella tan rápidamente que sabía que estaba esperando la invitación. Se volvió hacia su
hermano, que no parecía tan seguro-. Podemos ir a caballo mañana. Es un día muy caluroso -se
volvió hacia Joanna-. No sé nadar, pero Jamie sí.

-Yo tampoco sé -dijo Joanna.

-Podría enseñaros –se ofreció Jamie.

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Ella miró a su hermano como si acabara de crecerle una segunda cabeza:- ¿Cómo es que cuando os
pido que me enseñéis, siempre decís que las muchachas no necesitan saber nadar?

Thommy trató de no reírse de la expresión roja del muchacho, de: voy a estrangularos-más tarde.
Seguro que estaba contento de no tener una hermana.

Las chicas, sin embargo, eran ajenas al malestar de Jamie. Joanna, un año mayor que Ella, ya había
perfeccionado la cosa de los ojos, que ejecutó en su dirección.

-Thommy dice lo mismo cuando le pido que me enseñe a escalar -dijo Joanna a Ella-. Sube las
rocas cerca de Sandford con los otros muchachos de la aldea. Pero él es el único que sube hasta la
cumbre del Diablo.

Los ojos de Ella se abrieron de par en par, mirándolo como si fuera algún tipo de héroe de un cuento
de bardo. Tal vez tener una hermana no sería del todo malo, no si Jo iba a hablar de él así.

Jo asintió y luego miró a Jamie:- ¿Sabéis cómo escalar también?

-Por supuesto -dijo Jamie, como sorprendido de que le hubiera preguntado aquello.

Thommy estaba asombrado de que Jamie no dividiera las costuras de su fino jubón por la forma en
que su pecho y hombros parecían hincharse.

Ella le dio a su hermano una mirada divertida y abrió la boca como si fuera a discutir, cuando Jamie
la cortó:- ¿Queréis ir o no, Ella?

La niña dejó escapar un grito de alegría y unió su brazo con el de Jo. Como si se conocieran desde
siempre, saltaron adelante, sin darle a Jamie la oportunidad de cambiar de opinión.
Los dos chicos se miraron el uno al otro, sacudieron la cabeza a la vezcomo si dijeran –chicas-, y
las siguieron.

Al final, antes de que terminara el día, las dos chicas no eran las únicas que fueron amigas.

Los chicos nadaron en la ensenada durante un par de horas mientras Jo y Ella se sentaban en el
borde con los dedos de los pies en el agua, cuando uno de los otros chicos del pueblo -Iain, el hijo
del alguacil- les sugirió que jugaran un juego de escondite, y encontrar-.

El bosque denso de robles grandes, abovedados, abedul suave, y los árboles de avellano, con el foso
espeso y el musgo bajo los árboles, eran ideales, proporcionándoles un montón de para esconderse.

Había sido un resorte caliente, el suelo sería una alfombra de flores del Faerie. Las flores púrpuras
azules que tenían forma de campana habían sido las favoritas de su madre.

Thommy había jugado muchas veces antes, pero le explicó las reglas a Jamie. Todos los chicos
excepto uno se esconderían. El que no se escondía -el buscador- tendría que cubrirse los ojos y
contar hasta cien antes de tratar de encontrarlos. El resto de los muchachos no podían moverse una
vez que terminaran los cien.

Jamie, aparentemente confiado en sus habilidades de seguimiento, se ofreció para ser el –buscador-.
Fue entonces cuando empezó el problema, cuando Ella -que aparentemente no estaba acostumbrada

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a ser excluida- se opuso a la regla de no-muchachas. Aunque en realidad no era una regla porque
hasta ese momento no habían necesitado una: todas las muchachas del pueblo habían comprendido
que no estaban incluidas.

-Pero eso no es justo -Ella dijo con una mirada sorprendentemente tozuda en su cara de querubina-.
Soy más pequeña que todos vosotros, me puedo ocultar mejor.

Los muchachos la miraban como si fuera una tonta. Todo el mundo sabía que las muchachas no
eran las mejores. Instintivamente, miraron a Jamie para hacer algo. Normalmente, mirarían a
Thommy, pero bajo las circunstancias, estaba feliz de diferir su papel como líder.

Jamie trató de razonar con ella, pero cuando eso no funcionó, se frustró y le dijo que era la regla, y
si no quería seguirla, que se fuera a casa.

Eso la detuvo. Cerró la boca, frunció los labios como si chupase un limón y se dejó caer
furiosamente sobre una roca con sus brazos cruzados frente a ella. La muchacha pequeñita
aparentemente, era obstinada.

Los otros chicos parecieron aliviados, y Jamie trató de actuar como si su acuerdo hubiera sido
esperado, pero Thommy detectó un atisbo de alivio.

Jo, a quien normalmente se podía contar que era razonable, pero que había tenido
sorprendentemente voz para apoyar a su nuevo amiga, disparó a Jamie con una mirada
decepcionada (su estrella al parecer se había apagado) y se sentó junto a Ella para esperar.

Al menos eso era lo que se suponía que debían hacer, pero cuando Thommy y Jamie vinieron a
recogerlas después del juego (Jamie había estado en lo correcto en su estimación de sus habilidades
de rastreo), las chicas habían desaparecido. Aparentemente testarudas y obstinado, enmendó.

Al principio estaban más molestos que preocupados. Los otros muchachos se habían ido a casa, por
lo que él y Jamie se separaron, Jamie gritando amenazas a su hermana, mientras Thommy le gritaba
algo a Jo.

Thommy encontró a Jo después de unos minutos. Había escogido un buen escondite bajo un árbol
caído cubierto por un velo de musgo, pero había olvidado asegurarse de que sus faldas estuvieran
escondidas completamente fuera de la vista.

Tomó mucho más tiempo encontrar a Ella. En realidad, no la encontraron. Jamie finalmente tuvo la
buena idea de gritar que había ganado, que podía salir ahora, cuando un momento después
escucharon un suave grito de respuesta.

Al darse cuenta de dónde venía, Thommy sintió que su corazón caía al suelo. El temor se levantó
rápidamente para tomar su lugar.

La luz ya se estaba apagando mientras miraba hacia las ramas del enorme roble viejo para ver a la
diminuta muchacha posada en una rama a unos cincuenta pies sobre él. Señor tened piedad, ¿cómo
en la cristiandad había subido tan alto?

Su estómago se revolvió como si acabara de beber un vaso de leche azucarada, pensando en lo que
pasaría si cayera.

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-Por el amor de Dios, Ella, ¿qué estiás haciendo ahí arriba? -dijo Jamie-. Bajad antes de que os
rompáis el cuello.

Thommy creyó oír un resoplido:- No puedo. Estoy atrapada.

-¿Qué queréis decir con que estáis atrapada? -preguntó Jamie-. Simplemente bajad de la misma
manera que subisteis.

-No recuerdo cómo.

Empezó a llorar y Thommy no pudo aguantar más.

-La traeré -dijo.

Jamie sacudió la cabeza:- Iré yo. Es mi hermana -un hecho dek que no parecía muy feliz por el
momento.

Jo parecía aterrorizada:- ¿EstáIs seguro? Está oscureciendo y Thommy es el mejor escalador del
pueblo.

Thommy hizo una mueca. Tenía la edad suficiente -y era lo bastante orgulloso- para comprender
que Jamie nunca volvería a retroceder. Sin querer, Jo acababa de echar un guante. Jamie era el señor
joven. Era inconcebible que pudiera ser superado por un muchacho del pueblo, especialmente
delante de una muchacha a la que quería impresionar.

Jamie se quitó el jubón de terciopelo y se subió al árbol. Thommy y Jo se quedaron quietos mientras
observaban al muchacho ascender por el laberinto inferior de ramas. Estaba tan oscuro en el dosel
de hojas que Thommy apenas podía ver, cuando Jamie bajó la vista y se detuvo a mitad de camino.

-¿Qué pasó? -preguntó Joanna, con los ojos redondos y llenos de preocupación-. ¿Por qué se
detuvo? ¿Por qué no se está moviendo?

-No lo sé -Thommy mintió. No le dijo que Jamie probablemente había mirado hacia abajo y se
había asustado. A los muchachos no les gustaba que las niñas supiesen cosas así. Sacó su jubón,
hecho de lana rasposa, y alzó el árbol detrás de ellos.

Llegó primero a Jamie. El rostro del otro chico estaba pálido y sus labios exangüe de ser apretados
tan fuertemente. Parecía estar congelado en su lugar. A algunas personas no les gusta estar arriba. El
futuro Señor de Douglas debía ser uno de ellos.

Ella todavía estaba bastante por encima de él, pero debió haber visto a Jamie detenerse y
preguntarle qué estaba mal y por qué no se movía. Su falta de respuesta la hacía cada vez más
molesta.

-Está bien -le gritó Thommy-. Está atascado, eso es todo.

Jamie se encontró con su mirada. Thommy podía ver su miedo en guerra con su orgullo.

-Debería haberos dicho que no mirarais hacia abajo -dijo Thommy-. ¿Por qué habéis subido tan

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alto?
Jamie sacudió la cabeza.

-La próxima vez, os llevaré más despacio para que podáis acostumbraros.

Jamie se las arregló para burlarse y Thommy sospechó que no volvería a subir a un árbol durante
algún tiempo.

-¿Qué está pasando ahí arriba? -gritó Jo desde abajo.

La voz de la chica pareció hacerle algo a Jamie. Algo de su miedo desapareció, y la mirada que
encontró con Thommy estaba preparada, casi como si esperara que Thommy tratara de humillarlo.

-Nada -gritó Thommy de nuevo-. Su túnica está pegada a una rama, eso es todo.

El otro chico se relajó visiblemente. Él le hizo un gesto de agradecimiento y Thommy supo que otro
vínculo se había formado ese día. Los secretos tenían una manera de hacer eso.

Podía hablar con Jamie indicándole donde estaban las primeras ramas, diciéndole primero que se
moviera y se volviera hacia el árbol, y luego se acercara lenta y cuidadosamente a la siguiente rama,
con Thommy allí para darle orientación cuando fuera necesario.
Cuando Jamie llegó a un lugar lo suficientemente cerca para saltar, Thommy subió las ramas hacia
donde Ella esperaba.

-¿Estáis bien? -preguntó.

Asintió. Podía decir que estaba asustada, pero como su hermano, intentaba no mostrarlo. Sin
embargo, lo que más le preocupaba eran sus brillantes ojos y su tembloroso labio inferior. ¡Ah, era
mejor, que no empezara a llorar!

-¿Cómo era esa broma que me dijisteis la última vez? ¿Sobre los peces y el río?

El comienzo de una sonrisa apareció en el borde de su boca:- ¿Os referrís a la playa?

Asintió:- ¿Tenéis otros?

El temblor se había ido -gracias a Dios- reemplazado por una sonrisa de pleno derecho.

-¿Queréis decir que os gustan? Jamie no me deja decírselos. Dice que son todos chistes bobos -
Thommy se inclinó hacia ella y susurró, aunque no había necesidad-. Podéis decírmelo a mí. No me
importa. Pero primero, necesito que os acerquéis un poco más para poder ayudaros con esa rama.

Hizo lo que le pidió sin pensarlo, pero su vestido atrapó en una de las ramas rotas. Extendió la
mano, apoyando todo su peso en la delgada rama para tratar de desenredarlo. Intentó advertirla,
pero ya era demasiado tarde.

La rama no se rompió, pero el sonido agrietado y el movimiento repentino la asustaron. Perdió el


equilibrio.

El corazón de Thommy se le disparó a la garganta y se atascó. Podía haber gritado, pero sólo el ¡no!

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Mónica McCarty Roca
Àriel x
Fue inteligible.
Sucedió tan rápido, pero lo vio a cámara lenta. Se echó hacia atrás y se lanzó. De alguna manera
logró atraparla por la cintura y agarrar la rama por encima de él al mismo tiempo. Pero ahora tenía
una niña gritando, aterrorizada, aferrada a su lado, desequilibrándolo en la rama menos sólida en la
que estaba precariamente equilibrado.

Por un latido de corazón aterrorizado, pensó que ambos iban a caer al suelo, pero hundió sus dedos
en la corteza hasta que su brazo ardía y, después de unos pocos segundos de tener su estómago en la
garganta, logró estabilizar a ambos.

Podía sentir el frenético latido de su corazón contra el suyo mientras permanecía allí un momento
dejando que el suyo volviera a la normalidad.

Sus ojos no parpadearon mientras miraban a los suyos. Nunca había estado tan cerca de una
muchacha. ¿Todas ellas olían a limpio y fresco como un parche de flores silvestres después de una
lluvia de primavera?

Jo y Jamie debían haber visto lo suficiente desde abajo, cuando de pronto se dio cuenta de sus
gritos.

-Estamos bien -gritó de vuelta, con una voz mucho más calmada de lo que sentía-. Ella se va a
aferrar con fuerza y bajaremos en un minuto –preguntó-. ¿Podéis hacer eso? -asintió en silencio,
todavía demasiado atónita para hacer cualquier otra cosa.

-Bueno. Necesito que envolváis vuestros brazos alrededor de mi cuello y mantened vuestras piernas
envueltas alrededor de mi cintura para poder usar mis manos.

Parecía insegura por un momento, pero luego se iluminó:- Mi padre a veces me lleva alrededor de
su espalda de esa manera.

Thommy le devolvió la sonrisa. Su padre había hecho lo mismo cuando era pequeño:- Sí, así,
excepto que estarás en mi frente, no en mi espalda.

Se retractó de las garras del gatito cavando en su lado lo suficiente para que él ayudara a
maniobrarla en su posición.

-Sois fuerte -dijo-. Jamie dice que soy demasiado grande como para llevarme ahora.

Había estado pensando lo mismo (a pesar de las cargas pesadas de carbón que llevaba cada mañana
para la forja), pero la admiración en sus ojos le dio un estallido de fuerza.

-¡Ah, una pequeña muchacha como vos! No pesáis mucho más que el martillo de mi padre. Ahora,
¿qué hay de esas bromas que me ibais a decir?

Durante los siguientes minutos, mientras se abría camino por el laberinto de miembros cubiertos de
musgo hasta el suelo, fue arrasado con una corriente de bromas tontas de un pozo aparentemente
sin fondo. No eran tan graciosos, pero se aseguró de reírse en el momento apropiado.

Cuando finalmente saltó de la última rama, cada músculo de su cuerpo estaba temblando de
agotamiento. Pero lo había hecho. La muchacha estaba a salvo.

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Àriel x
-¡Eso fue divertido! ¿Podemos hacerlo otra vez?

Thommy trató de no gemir, mientras Jamie empezaba a gritar y maldecir algo feroz, como lo hacíaa
el padre de Thommy cuando se ponía en peligro a sí mismo.

Sus brazos se tensaron alrededor de ella en un apretón involuntario de alivio antes de que
comenzara a entregarla a Jamie, quien parecía como si no supiera si sacudirla o abrazarla hasta la
muerte.

Pero se aferró a él el tiempo suficiente para presionar un pequeño beso en su mejilla y susurrar en
su oído:- Jamie estaba equivocado, sois un caballero, y cuando me haga mayor voy a casarme con
vos.

Estaba tan sorprendido por la proclamación que no sabía qué decir. Debería haberse reído, era tan
ridículo como algunas de las bromas que le había contado. Incluso si no sólo tuviese casi nueve
años y ella seis, vivía en un castillo y usaba adornos de oro en su cabello. Él vivía en una cabaña de
dos cuartos con un techo de paja que compartían con el ganado por calor y no poseía un buen par de
zapatos para el invierno.

Pero no se rio. En cambio, sintió algo en su pecho apretarse. Algo que se sentía mucho como anhelo
de algo que sabía que nunca podría tener. Pero por un momento se permitió preguntarse si tal cosa
era posible.

Fue un error, ya que su padre le martilleó en la cabeza muchas veces en los años que siguieron. Pero
Thommy nunca olvidó aquellas palabras descuidadamente pronunciadas por una pequeña princesa
que le hacía sentir como el mayor caballero de la cristiandad. Palabras que le hicieron algo a un
niño que no tenía derecho a soñar.

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Capítulo 1

Douglas, South Lanarkshire, febrero de 1311

Thom (ya nadie lo llamaba Thommy) había esperado bastante tiempo. Golpeó un último golpe con
el martillo antes de apartar cuidadosamente la hoja caliente.

Se limpió el sudor y el hollín de la frente con el dorso de la mano, se puso el delantal de cuero
protector sobre la cabeza y lo colgó en una clavija cerca de la puerta.

-¿Adónde vais? -preguntó su padre, levantando la vista de su propio pedazo de metal caliente, en su
caso, llevaba un timón severamente abollado. El inglés que una vez lo usó debía estar sufriendo un
dolor de cabeza horrible. Si todavía estaba sufriendo, claro.

-Al río para lavarme -contestó Thom.

Su padre frunció el ceño, los rasgos oscuros se hicieron más oscuros por las capas de suciedad que
venían de trabajar cerca de los fuegos todo el día. Cada día. Durante cuarenta años.

Aunque ya no era el hombre más alto de la aldea (Thom había superado la altura de su padre hacía
casi diez años), El Gran Thom seguía siendo el más musculoso, aunque si Thom pasaban unos años
más apaleando el martillo podría obligar a su padre a ceder ese título tambien. Físicamente los
hombres eran muy parecidos, pero en todo lo demás, eran opuestos.

-Todavía queda mucho para la cena, -señaló su padre-, el capitán Wilton está ansioso por su espada.

Thom apretó los dientes. Aunque los aldeanos de Douglas no tenían más remedio que aceptar la
ocupación inglesa de su castillo -con el actual Señor de Douglas siendo buscado por ser un rebelde-,
no significaba que tuviera que seguir sus órdenes.

-El capitán puede esperar si quiere que el trabajo se realice correctamente.

-Pero su moneda no. Esas herramientas no se van a vender...

Aunque no había censura en su tono, Thom sabía lo que pensaba su padre. No necesitarían tanto la
moneda si Thom no fuera tan terco. Estaba sentado, o más exactamente durmiendo, con moneda
suficiente para reemplazar todas las herramientas de la fragua y expandirse para tomar a un puñado
de aprendices si querían. Pero ese era el sueño de su padre, no el suyo. Su madre le había dejado la
pequeña fortuna, y Thom no estaba dispuesto a renunciar a ella, ni a la oportunidad que le
acompañaba.

No necesitarían moneda alguna si el actual Señor de Douglas no estuviese tan ocupado haciendo un
nombre para sí mismo con todos sus actos negros, que realmente hizo sin pensar en los que
quedaron en su estela y soportaban las represalias del peso del Inglés. Thom trató de empujar la ola
de amargura y rabia que provenía del pensamiento de su antiguo amigo, pero se había vuelto tan
reflexivo como balancear su martillo.

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La última vez que sir James Douglas, El negro había intentado librar a su castillo de los ingleses
hacía aproximadamente un año cuando había engañado al entonces encargado, señor Thirlwall, de
la seguridad del castillo en una emboscada pero no pudo tomar el Castillo- la guarnición restante
había tomado represalias contra los aldeanos, a quienes acusaban de ayudar a los rebeldes.

La guerra es buena para el Negocio, le gustaba decir a su padre. Excepto que no lo era. Gran Thom
MacGowan, nunca había sido tímido con su lealtad a los señores de Douglas, había pagado por esa
lealtad con una forja casi destruida y la pérdida de algunas de sus herramientas más caras.
Herramientas que probablemente estaban en alguna forja inglesa en este momento.

Afortunadamente, la guarnición y el comandante que habían reemplazado a Thirlwall, De Wilton,


parecían un hombre más justo. No culpaba a los aldeanos por las acciones de su latifundiario
rebelde, y él y sus hombres eran clientes frecuentes del herrero del pueblo, o como la señal de
madera no lo proclamaba tan imaginativamente, La Forja. A su padre no le gustaban los ingleses,
pero estaba feliz de tomar su moneda, especialmente, sus tarifas especiales para los ingleses.

-Lo acabaré bastante pronto -dijo Thom-. Y Johnny casi ha terminado con el cota de malla,
¿verdad?

Su hermano de catorce años asintió con la cabeza:- Unos cuantos más remaches y será tan bueno
como si fuera nuevo -sonrió, sus dientes un destello de blanco en su cara ennegrecida-. Mejor que
nuevo.

Thom le devolvió la sonrisa:- No lo dudo.

Aunque más parecido a su padre en su temperamento equilibrado y contento, Johnny poseía la


misma habilidad instintiva con el hierro que Thom. A Gran Thom le gustaba decir que sus
muchachos habían nacido para ello, lo que provocaba una sonrisa radiante en Johnny y rozaba a
Thom como el papel de lija bajo su plaid. Las habilidades instintivas como saber cuándo sacar el
metal, dónde golpearlo con un martillo y cómo hacerlo lo suficientemente fuerte como para hacer su
trabajo sin hacerlo tan fuerte para que se quebrara hacía sentir tan orgulloso a su padre como una
cadena envuelta alrededor del cuello de Thom.

Habría sido mucho más fácil si nunca hubiera demostrado talento para el trabajo. Si hubiera roto
demasiadas cuchillas enfriando el metal demasiado rápido o golpeándolo en el lugar equivocado
mientras se endurecía. Si fuera menos preciso en detalle, no pudiendo encajar una manija para
ahorrar su vida, un juez más pobre de la temperatura, apagado en sus proporciones... cualquier cosa.
Su padre no entendía cómo alguien con el talento dado por Dios de Thom no estuviera contento.
Una habilidad como la suya estaba destinada a ser usada.

Lo cual era parte del problema con Johnny. Johnny era demasiado bueno con el martillo para
transportar el carbón y operar los fuelles, las tareas normalmente dadas a un joven aprendiz. Con
Gran Thom manejando la mayor parte de la labor diaria de herrería, desde reparar las ollas de hierro
fundido a los caballos de calzado, y Thom con más trabajo de espada de lo que podía manejar,
estaban rechazando trabajos como ese. Gran Thom quería a Johnny en la fragua, lo que significaba
que necesitaban a alguien para hacer el trabajo de aprendiz. Pero Thom no podía renunciar a la
única oportunidad que tenía para cambiar su destino. Su madre había querido darle una opción.
Thom abrió la puerta e, irónicamente, tosió al respirar el aire fresco. Sus pulmones estaban tan
acostumbrados al humo negro que era como si la pureza los ofendiera de algún modo. La luz del día
en esta época del año no duraba mucho, y la noche ya estaba cayendo. La niebla, sin embargo, no lo

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estaba. Las estrellas estarían fuera esta noche con toda su fuerza. Eso era con lo que él contaba.
No estaba tan sorprendido de oír la puerta abierta detrás de él.

-Hijo, esperad un momento.

Thom se volvió, viendo los rasgos tan parecidos a los suyos, envejecidos por el tiempo, las
dificultades y las pérdidas. Sabía que su padre tenía una mujer en la ciudad que a veces veía, pero
nadie había reemplazado a la madre de Thom en el corazón de su padre. No es que alguna vez
hubiera oído a su padre detenerse o quejarse de la injusticia que le había dado el destino. Como todo
lo demás, Gran Thom había tomado la muerte de su esposa con una aceptación incondicional y
estoica.

Thom nunca aceptó nada. Era su maldición y la fuente de su descontento. A veces envidiaba a su
padre y a su hermano. La vida era más simple cuando no se hacían preguntas. Cuando no se quería
más de lo que el nacimiento tan caprichosamente le había asignado.

Se encontró con la mirada preocupada de su padre.

-No vayáis, hijo.

-Terminaré la espada...

-Sé que ha vuelto.

Las palabras cayeron con el peso de un yunque entre ellas. Thom se puso rígido, con la mandíbula
apretada como una pared de acero, una advertencia implícita de que más allá había dragones. El
tema no era uno que quisiera discutir con su padre. Era un tema sobre el que nunca estarían de
acuerdo.

Pero su padre formidable no retrocedería, lanzándole miradas oscuras:- Sé que Lady Elizabeth ha
vuelto, y vais a tratar de verla esta noche. Pero no vayáis, Thommy. No saldrá nada bueno de ello.
Dejad a la muchacha.

-No sabéis de lo que estáis hablando -su padre nunca lhabía entendido lo que había entre él y Ella -o
Jamie, para el caso, cuando todavía eran amigos-. Desde la primera vez que regresó a casa después
de rescatar a Ella de ese árbol, su padre había intentado desalentar su amistad con los Douglas,
advirtiéndole que no se acercara demasiado. Pero los cuatro habían sido inseparables antes de que
Ella fuera enviada a Francia para su protección al comienzo de la guerra, y Jamie hubiera
descubierto el secreto de Thom. Había perdido a la chica que amaba y su mejor amigo en un día.

Thom trató de alejarse, pero su padre tomó su brazo.

-Sé más de lo que pensáis. Sé que ha vuelto hace casi quince días. Sé que se está quedando en el
Castillo de Park con su madrastra y hermanos menores. Sé que podría haber venido a veros, si
hubiera querido, pero no lo ha hecho. Sé que la habéis amado desde que era una pequeña muchacha,
pero ya no es una niña. Es una dama. Una noble. La hermana de nuestro laird. No es para bos. Ella
nunca ha lo ha sido, y no hay nada que podáis hacer para cambiarlo. Ojalá fuera diferente, pero así
es.

-Así que debería simplemente renunciar, ¿es eso, no? ¿Aceptarlo? -Tom lo sacudió-. Ese no soy yo,

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ese sois... -vos.

Se detuvo antes de que saliera la palabra, pero ya era demasiado tarde. Vio el estremecimiento
reverberar a través del gran marco de su padre. Su padre, que era uno de los hombres más duros de
la aldea, que había roto más peleas en la cervecería porque nadie era tan tonto como para golpearlo,
podía verse lastimado por las palabras impensadas de su hijo.

-Lo siento -dijo Thom, pasándose los dedos por el cabello empapado de sudor-. No me escuchéis.
No tengo por qué pagar mi mal humor con vos. Sólo deseo que intentéis entenderlo.

-Lo hago, Thommy, más de lo que sabéis. Una vez estuve en vuestra situación. Pero la hija de un
caballero doméstico no se puede comparar a la hija de uno de los principales nobles de Escocia y
hermana de uno de los principales tenientes de Robert de Bruce. La muchacha ha pasado la mayor
parte de los últimos cinco años en Francia. ¿Podéis verla honestamente feliz con la vida que podéis
darle?

Las palabras de su padre llegaron demasiado cerca de la marca, aumentando los temores a los que
Thom no quería dar voz.

-Ella no es así. La conocéis.

Los ojos de su padre se posaron sobre él sombríamente.

-Conocí a una urraca por niña de diez años a quien tuve que prohibir venir a la forja para que
pudierais hacer algo, y conocía a la dulce y adolescente muchacha que solía salir a hurtadillas para
iros a visitar de noche -se detuvo ante la mirada de shock de Thom-. Sí, lo sabía. Así como sabía
que si intentaba deteneros, sólo encontraríais otra manera. La muchacha os miraba como a un
hermano, no creía que hubiera ningún daño. Pero estaba equivocado. Los Douglas han puesto ideas
en vuestra cabeza. Os hicieron pensar que esto no era suficiente -Thom empezó a protestar, pero su
padre levantó la mano para detenerlo-. Tal vez no con palabras, sino por llevaros a su mundo. Un
mundo al que no pertenecéis. Ni siquiera la moneda de vuestra madre os elevará lo suficiente cerca
para un Douglas –o lo que sea que intentáis hacer para vos mismo-. Tenéis un don de Dios, hijo.
Con vuestra habilidad podríais hacer espadas para un rey algún día. No lo desperdicieis
persiguiendo un sueño tonto.

Thom apretó la mandíbula. No era tonto. El vínculo entre él y Ella era especial –diferente-.
Aceptación. Destino. No quería oírlo.

-¿Entonces tengo que quedarme aquí y perseguir vuestro sueño?

Thom lamentó las palabras tan pronto como salieron de su boca. Pero ya era demasiado tarde para
recuperarlas.

Su padre se calmó, su expresión tan apretada como el acero endurecido hasta el punto de romperse.
Después de una pausa dolorosa, retrocedió.

-Tal vez tengáis razón. No tengo derecho a interferir. Sois un hombre ahora. Tenéis veintitrés años,
suficientes para tomar vuestras propias decisiones. No intentaré reteneros aquí si queréis iros. Pero
aseguraos de que lo estáis haciendo por las razones correctas. Dejadlo porque no os gusta ser un
herrero, no porque creáis que os dará una oportunidad con lady Elizabeth -hizo una pausa y sostuvo

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la mirada de Thom-. Sé lo que sentís por ella, muchacho, pero si ella siente lo mismo, ¿por qué no
ha venido a veros?

Era una buena pregunta, y Thom tendría la respuesta esta noche.

***

La vieja torre de piedra del Castillo de Park no fue tan fácil de escalar como el Castillo de Douglas.
O tal vez era sólo que Thom estaba fuera de práctica. Habían pasado casi cinco años desde que
había escalado las paredes de la casa de la torre del castillo de Douglas para encontrarse con Ella.

Sus reuniones en la azotea habían comenzado poco después de que su padre prohibiera a Ella
visitarlo en la forja, donde a veces (a menudo) se pasaba con alguna excusa para verlo terminar su
trabajo. Su padre tenía razón. La muchacha podía charlar durante horas. Pero a Thom no le había
importado. Había escuchado sus historias y sus bromas tontas e incluso la había animado a hacerlo.

Sabiendo lo decepcionada que estaba, y perdiendo su compañía más de lo que esperaba, una noche
él había decidido sorprenderla. Había mencionado que a veces, cuando no podía dormir, subía al
tejado y se sentaba en las almenas, mirando las estrellas. Tuvo que subir a la torre cinco noches
seguidas, pero en la sexta finalmente salió.

Había estado sorprendida, emocionada y desconcertada. No sólo por su habilidad para escalar la
torre, sino también por poder evadir la vigilancia del castillo. No había sido tan difícil, aunque
ciertamente no le dijo que (incluso en aquel entonces él quería su admiración), la gente no miraba
donde no esperaban ver nada. Todo lo que tenía que hacer era observar a los guardias en patrulla,
calcular su patrón y atenerse a las sombras. El propio castillo, aunque vigilado, y fortificado por un
muro de piedra, era de construcción de marco de madera, dándole una escala virtual para escalar.

Durante el siguiente puñado de años, unas cuantas veces al mes en las noches, la niebla permitía
que las estrellas brillaran, Thom esperaba en una de las dependencias para que el castillo callara y
luego subir a la torre donde Ella lo estaría esperando. Hablaban durante horas -de hecho-, Ella hacía
la mayor parte de la conversación, excepto cuando señalaba las constelaciones y le contaba las
viejas historias que su madre le había transmitido antes de morir. No sabía cuántas veces había
tenido que volver a contar el de Perseo y Andrómeda, pero la muchacha nunca se cansaba de ello.
Esas noches en la torre eran donde su amistad se había convertido en algo más, al menos para él.
Las reuniones habían sido su secreto, hasta que Jamie los descubrió justo antes de marcharse para
unirse a Bruce. O lo que Thom había pensado. Todavía no podía creer que su padre lo hubiera
sabido todo el tiempo y nunca hubiera dicho nada.

Los músculos del brazo de Thom se tensaron cuando alcanzó una brecha en la roca lo
suficientemente grande para agarrarla en la superficie áspera del muro de piedra. Se aseguró de que
su agarre era sólido antes de mover su pie derecho y luego su izquierda hasta otro par de pies.
Finalmente, con el siguiente asidero pudo alcanzar el borde de la pared de parapeto almenada y
levantarse sobre las almenas.

Cristo, eso había sido más difícil de lo que había previsto. Sus brazos ardían mientras se tomaba un
momento para mirar a su alrededor y recuperar el aliento. No había parecido tan difícil, pero los
muros de piedra del Castillo de Park no proporcionaban tantos pies y puños como el armazón de
madera del Castillo de Douglas. Aunque la torre era pequeña y de no más de treinta pies de altura,

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podría no haber sido capaz de subirla si no hubiera sido descuidada durante años, con gran parte de
la cal prestado-destinado a la superficie y proteger la piedra del tiempo -agrietadas y desgastadas
lejos.

El Castillo de Park había sido construido como una torre de vigilancia años atrás por la iglesia, pero
fue comprado hacía algunos años por el caballero Inglés. Lady Eleanor Douglas se había casado
después de la muerte del viejo laird. William de Hardy había muerto en la Torre de Londres unos
dos años después de que la madre de Thom se rebelara contra el rey Eduardo nuevamente. Ella
también se había visto obligada a abandonar Castillo de Douglas por un par de años. Había sido un
momento difícil para ella, del que no le gustaba hablar.

Con los ingleses y sir Robert Clifford en posesión de las antiguas tierras de Douglas, el Castillo de
Park ahora servía como hogar a Lady Eleanor (recientemente viuda por tercera vez), su hijastra,
Isabel y los dos medio hermanos de Elizabeth, Archie y Hugh.

Miró a su alrededor. El techo de madera inclinado y las almenas que lo rodeaban estaban desiertos.
Thom intentó no quedar decepcionado. Ya era temprano. Ella normalmente esperaba hasta bien
después de que todos se fueran a dormir, haciéndolo más fácil escabullirse hasta la buhardilla para
acceder en la pequeña puerta.

A pesar de la noche clara, hacía frío, y Thom estaba agradecido por la tela escocesa extra que había
arrojado a su saco mientras se sentaba a esperar. Había tenido razón. Las estrellas estaban fuera esta
noche. Junto con la casi luna llena, un suave resplandor había sido emitido a través del campo
tranquilo. Parecía tan pacífica que era difícil creer que estaban en medio de una guerra larga y
brutal.

El pueblo de Douglas había visto más que su parte del conflicto, y mientras los ingleses ocupaban
su castillo, Thom sabía que vería más. Si James Douglas tenía que destruir la ciudad entera,
deshacerse de la presencia de ingleses en Douglasdale para Roberto de Bruce. Thom también quería
que los ingleses se fueran, pero la venganza de Jamie iba demasiado lejos. Su antiguo amigo había
cambiado.

¿Ell lo había hecho también?

Thom no quería pensarlo, pero ¿por qué no había venido a verlo? Cuando se había ido, había estado
tan seguro de que había empezado a sentirse de la misma manera que él. ¿Os pondréis la cinta
alrededor de la manga cuando seas un caballero en un torneo, Thommy? O, Sé que lo odiais,
pero ¿cómo vamos a ir a Francia cuando seamos mayores si no aprendes a hablar francés? Ella
había estado pensando en un futuro con él, llegando incluso a decirle una de las raras veces que
perdió la paciencia con ella si fuese su marido, ella había puesto arañas en su sopa (que se sabía por
su efecto digestivo), y le daba motivo para su estado de ánimo negro, si alguna vez le chocaba de
nuevo así. Había sido castigado y encantado. Su pequeña princesa tenía un poco de fuego.
Si Jamie no la hubiese enviado lejos, maldita sea.

El tiempo pasaba lentamente mientras Thom esperaba. Después de unas horas, se vio obligado a
admitir que no iba a venir. Se puso en pie y empezó a volver a meter la tela en su saco. Era un tonto.
Su padre tenía razón. Cinco años era mucho tiempo. Probablemente había olvidado....
La puerta se abrió y su corazón cayó.

Él alzó la mirada cuando ella pasó por encima del umbral, un rayo de luz de luna la atrapó en su

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asimiento y tomó su aliento junto con él.
Jesús.

Él podría haberse sacudido. La vislumbre que había captado de ella con su madrastra, como había
pasado por la aldea un par de semanas atrás, no lo había preparado para la visión que tenía delante.
Largas y deslumbrantes olas de pelo lino cayeron alrededor de sus hombros con un velo sedoso por
su espalda. Sus rasgos eran pequeños e incluso, perfectamente posicionado en un lienzo oval de
blanco como la nieve.

Tenía la boca roja, las mejillas rosadas y la barbilla delicadamente apuntada. Cejas oscuras
arqueadas y largas pestañas plumosas enmarcaban unos ojos anchos y anchos el inusual azul de las
plumas de pavo real. Estaba vestida con una túnica azul hielo vestida con piel blanca, el grueso
cinturón de oro alrededor de su cintura, haciendo hincapié en su talla, así como las curvas
suavemente redondeadas arriba y abajo. Sus pechos eran firmes y generosos, sus caderas eran
delgadas y sus piernas largas.

Ella siempre había sido hermosa, incluso cuando era niña. Pero se le había vuelto tan común que
dejó de pensar en ello. La última vez que la había visto a los dieciséis años, todavía poseía los
vestigios de la muchacha que había pasado por el campo con él y Jo. Pero la mujer que se
encontraba ante él no parecía haber caminado nunca por ninguna parte, sino que flotaba. No parecía
real. Parecía un producto de un cuento de hadas o una princesa de hielo de las tierras de los hombres
del Norte. Refinada, sofisticada y totalmente intocable. No se parecía en nada a la chica que
recordaba.

Thom no dudaba muy a menudo de sí mismo, pero lo haciá ahora.

Fue sólo cuando miró hacia abajo en su muñeca y vio el borde débil de bronce que sintió parte de su
confianza volver. Todavía llevaba el brazalete que le había dado justo antes de que le hubieran
enviado lejos. No lo había olvidado.

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Capítulo 2

Thom estaba agradecido de estar escondido en la sombra del tejado, ya que le dio un momento para
recuperarse del shock. Pero su voz seguía siendo una pregunta cuando habló.

-¿Ella?

Se volvió hacia el sonido. Por un instante, la fachada helada y perfecta se quebró, y vislumbró la
expresión que recordaba, la amplia sonrisa y el centelleo del deleite juvenil que siempre había
encendido sus ojos cada vez que lo miraba.

-¡Thommy! -exclamó, la sola palabra pronunciada por la dulce voz familiar le llenaba de felicidad.

Sintió una ráfaga de alivio que se apagó rápidamente cuando su expresión cambió a una de
angustia. Se mordió el labio. Algo que él la había visto hacer incontables de veces antes, pero ahora
la vista de esos pequeños dientes blancos cavando en el sensual labio inferior rechoncho provocó
una reacción muy diferente en él.

-No deberíais estar aquí.

Salió de las sombras:- ¿Por qué no?

Sus ojos se abrieron cuando se acercó a ella:- Bueno, Thommy, ¿qué os pasó? -frunció el ceño. –

-¿Qué queréis decir?

Dio unos pasos hacia atrás, sus manos revoloteando nerviosamente:- Vos... vos -chisporroteó
acusadoramente:- ¡Estáis enorme! Debéis ser tan alto como vuestro padre.

-Más alto -señaló, deteniéndose frente a ella, sintiéndose un poco como un caballo en el mercado
mientras sus ojos lo miraban de arriba abajo.

-Y vuestros hombros... -dejó caer su voz, como si no pudiera encontrar la palabra correcta. Sus ojos
se alzaron hacia los de él-. ¿Qué habéis estado haciendo todo este tiempo? ¿Levantando todas esas
rocas que os gusta subir?

Thommy frunció el ceño hacia ella, sin saber cómo reaccionar. ¿Qué esperaba? ¿Que sería el mismo
muchacho que había dejado atrás hacía cinco años? De repente, la verdad lo golpeó. ¿No había
tenido los mismos pensamientos hacía unos minutos sobre ella?

Tal vez ambos habían cambiado. Pero en apariencia, no en lo que importaba. En su interior era el
mismo. ¿Lo era Ella?

Un lado de su boca se alzó:- He crecido, Ella. Ya no soy un muchacho de dieciocho años -había
querido que lo viera, pero parecía que no debía preocuparse. Se había dado cuenta. Aunque en este
momento no parecía muy feliz por ello-. ¿Seguramente no pensasteis que parecería lo mismo? -
preguntó.

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Lo miró con el mismo ceño fruncido en su rostro que había tenido cuando accidentalmente arruinó
una sorpresa de Navidad que había tenido por él al aparecer temprano una noche en el techo. Había
estado a mitad de camino preparando un picnic especial de sus dulces preferidos en un plaid, repleto
de una vela y un wernage. El vino endulzado sabía a jarabe, pero había ahogado un vaso para
complacerla.

Finalmente, el ceño fruncido cayó, y pareció componerse a sí misma... el nervioso aleteo se detuvo.

-Por eso no deberíais estar aquí. Ya no somos niños.

Algo en su tono le molestaba. Era como si estuviera tratando de poner distancia entre ellos, como si
estuviera tratando de olvidar:- Pero aquí estáis vos también -dijo.

Se lo quedó mirando, incapaz de negar la observación.

-¿Por qué no habéis venido a verme, Ella?

Su tono estaba interrogando, no acusando, pero se ruborizó culpablemente como si lo fuera. Ella
bajó la mirada.

-Tenía la intención, por supuesto. He querido veros tanto a ti como a Jo. Es sólo que hemos estado
tan ocupados desde que llegamos... El castillo está en malas condiciones y ya a conocéis a mi
madrastra.

La conocía, sí. Lady Eleanor había sido una rica heredera la mayor parte de su vida, y le gustaba
rodearse de lo mejor de todo. Se había vuelto aún más pronunciada en los años posteriores a la
muerte del viejo laird, después de que le habían despojado de la mayor parte de sus posesiones por
Eduaro por ser la esposa de un traidor. A diferencia de los Douglas, sin embargo, Lady Eleanor fue
capaz de solicitar con éxito su regreso unos años más tarde. Fue la desposesión de Jamie y su
incapacidad para recuperar sus tierras que lo habían puesto en camino a Scone hace cinco años,
donde se había unido a Robert de Bruce en el camino a su coronación.

Pero por la forma en que Ella evitaba su mirada, Thom sabía que era algo más por lo que Lady
Eleanor que deseaba llevar el castillo a sus altos estándares en el trabajo. Ella siempre había sido
una horrible mentirosa.

-Pensé que habíais olvidado vuestra promesa" -dijo suavemente, su voz profunda se mezcló en la
oscura noche.

El calor que le llegaba a las mejillas le decía que no. El recuerdo de aquel día colgaba entre ellos.
Había huido del castillo la mañana en que Jamie le dijo que la estaba enviando a Francia y se había
ido directo a Thommy en la fragua. Había estado llorando y casi histérica cuando se lanzó contra su
pecho y se aferró a él de la misma manera que había hecho en el árbol todos esos años antes. Ella
no lo haría, le dijo, no iría.

El horror de sus palabras había sido lo único que había impedido que Thom se avergonzara a sí
mismo. A los dieciocho años, la sensación de que estuviera en sus brazos le había movido el cuerpo
de un modo que no podía controlar. Había sido instantáneamente más grande y más fuerte de lo que
había estado en la forja, y en peligro de explotar sólo por la presión de ella contra él. Pero su

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marcha lo había enfriado.

Entre los sollozos, había sabido que Ella estaba siendo enviada a Francia para su protección durante
la rebelión de Bruce. No quería dejar su casa y amigos de nuevo. No quería dejarlo. Pero Jamie, con
el acuerdo de lady Eleanor, no se negaría.

Después de la discusión entre él y Jamie la noche anterior, Thom no se sorprendió. Fue la velocidad
de la reacción de Jamie por lo que se quedó en shock. Jamie no se arriesgaría en permitir que
progresara lo que fuera que hubiese entre Thom y Ella. De un modo extraño lo había alentado:
Jamie también lo había visto.

Sabiendo que no había nada que pudiera hacer, Thom la había abrazado, alisándose el cabello y
tratando de consolarla mientras su corazón se estaba desgarrando. Había sido una de las centenas de
veces en que se recordaba a sí mismo no tocarla, no presionar su boca contra la suya, cuando ella
estaba allí mirándolo con las lágrimas brillando en sus pestañas y le hizo prometer que nunca la
olvidaría. Que estaría aquí cuando regresara y nada cambiaría. Sabía del dinero que su madre le
había dejado, y temía que hiciera algo estúpido como escapar y matarse en la guerra.

Se lo había prometido, y ella a su vez había jurado que volvería tan pronto como pudiera. Thom
llevó a Elizabeth y a Jo a los riscos de Craigneith para ver la cueva tal como habían planeado. Se
había recuperado lo suficiente por ese punto para bromear que tal vez podría superar su aversión a
los caballos para entonces y podrían montar en lugar de caminar. Había gruñido de buen humor,
acostumbrado a su burla por su falta de respeto por las bestias infernales un sentimiento que parecía
ser mutuo.

Nunca había imaginado que sería casi cinco años después.

Elizabeth sacudió la cabeza, una sonrisa melancólica llenaba sus suaves labios rojos.

-No lo olvidé, pero ha pasado mucho tiempo. No estaba segura de que os acordaríais -le dirigió una
mirada de soslayo por debajo de sus pestañas, su sonrisa se convirtió en burla-. Pensé que tal vez
estaríais casado ahora con un par de niños.

Las palabras ligeras le hicieron pellizcar el pecho:- ¿Cómo podéis pensar eso?

Sus cejas perfectamente grabadas se surcaron:- Tenéis veintitrés años. Es natural suponer que una
de esas muchachas de la aldea que siempre estaba tratando de llamar vuestra atención podría
haberos atrapado -se rio, y el sonido lo evisceró como una hoja afilada en la piedra durante horas.
Era la misma manera en que se burlaba de él cuando eran más jóvenes, completamente inconsciente
de que para él sólo había una mujer cuya atención anhelaba.

¿Acaso el pensamiento de otra mujer atrapándolo todavía no significaba nada para ella? ¿No le
causaba la menor punzada de celos? Durante casi cinco años había vivido con el miedo agonizante
de oír que estaba prometida o casada. Sin embargo, el mismo pensamiento de su parte parecía que
no le causaba ni una pizca de angustia.

Había estado tan seguro de que se había sentido igual que él, antes era demasiado joven para darse
cuenta de sus sentimientos. pero ahora tenía veinte años, casi veintiuno, y ya no era una niña de
dieciséis años. No había más excusas. O sentía lo que había estado entre ellos o no.

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No podía esperar más. Dio un paso hacia ella, su mirada centrada en la suya. Su voz contenía un
indicio de la frustración que brotaba dentro de él.

-No me interesan las chicas del pueblo.

Dio un paso atrás -una evasión inconsciente- y frunció el ceño:- ¿Qué os pasa, Thommy? ¿Por qué
estáis tan enfadado conmigo? Siento no haber venido a veros, pero seguramente os dais cuenta de
que las cosas no pueden ser como eran. Se rumorea que Jamie...

Tomó su brazo, prácticamente gruñendo en frustración, dolor y enfado.

-He oído suficiente sobre vuestro maldito hermano.

Ella sacudió su cabeza:- Sonáis como él. ¿Qué pasó entre vosotros dos esa noche? Erais su mejor
amigo.

-Éramos -repitió con enfado-. Hasta que sobrepasé los límites -suponéis demasiado. No somos
amigos, soy vuestro laird.

Frunció el ceño:- No entiendo.

Por primera vez en su vida, Thom tuvo ganas de sacudirla. Como si pudiera obligarla a ver lo que
tenía ante sus ojos. Él. Donde siempre había estado. Amigo leal, rescatista frecuente, y posible
amante, por el resto de su vida, si lo quería.

Siempre estáis ahí cuando os necesito, Thommy. ¿Cuántas veces había dicho eso durante los años?

-¿No sabéis por qué? -preguntó con enfado-. ¿No podéis ver lo que hizo Jamie? ¿No podéis adivinar
por qué vuestro exaltado hermano estaba tan decidido a separarnos? -con los ojos muy abiertos,
parpadeó sin decir palabra. A regañadientes.

Thom no podía creerlo. Durante cinco años había estado esperando este día. Durante cinco años
había esperado fielmente a una mujer que todavía no tenía idea de cómo se sentía. ¿Podría ser tan
ciega? ¿Cómo no podía ver lo que estaba delante de ella?

La soltó, la frustración rezumando a través de cada músculo y vena de su cuerpo. No confiaba en sí


mismo para seguir tocándola y no tirarla en sus brazos y mostrarle exactamente lo que quería decir.
¿Eso la sorprendería? ¿Qué pensaría lady Elizabeth Douglas si su amigo de la infancia la tomara en
sus brazos y le mostrase el deseo de un hombre?

En su lugar, le dijo:- Jamie vio lo que sentía por vos y se dio cuenta de lo que estaba pasando entre
nosotros.

Inclinó la cabeza, inquisitiva:- ¿Qué estaba pasando entre nosotros? Éramos amigos. Vos erais más
querido de los amigos. Desde siempre.

Amigos. No tenía ni idea de lo profundamente que acababa de retorcer la daga.

-¿Eso es realmente todo lo que era para vos? –preguntó-. ¿No sentíais nada más por mí? ¿No
imaginasteis un futuro entre nosotros?

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Aquellos ojos grandes y hermosos lo miraban con confusión e incomprensión. Cuando algo
finalmente brilló en sus ojos, sintió el primer parpadeo de esperanza. Deseo que fuera sofocado el
momento siguiente.

-¿Os referís a esos juegos que solíamos fingir cuando éramos niños? -sonrió, como si el recuerdo
fuera muy afectuoso-. Por supuesto, el matrimonio entre nosotros es imposible -su voz se
desvaneció. Ella jadeó, sus ojos se llenaron de horror cuando la comprensión finalmente amaneció.
Su mano cubrió su boca-. Oh Dios, Thommy, no creíais que vos y yo pudiéramos realmente... Era
un juego. Yo sólo era una niña, no conocía nada mejor.

Se estremeció, como si las palabras fueran un látigo sobre su corazón, destrozándolo. No conocía
nada mejor. Thom sabía que estaba hablando sin pensar y no estaba tratando de hacerle daño, pero
eso es lo que empeoró. El hecho de que no había nada entre ellos era tan obvio, que era el único
estúpido suficiente para no verlo. Nunca se le había ocurrido cuidarla de esa manera porque estaba
fuera de la posibilidad.

Los sentimientos -la amistad- entre ellos no cambiaban lo que cualquier persona que no fuera un
niño o un idiota enamorado sabría: el hijo del herrero estaba tan lejos del Señor de la hija de
Douglas como para ser digno de consideración.

Pero por supuesto lo había pensado. Ese era el problema. Durante cinco años había pensado que las
miradas tiernas, las sonrisas de corazón, y todas esas horas de hablar significaban algo. Había
pensado que la conexión entre ellos -el sentimiento como si fuera la otra parte de su alma- era
demasiado poderoso como para negarla. Había pensado que porque era el primero al que acudía,
que porque nadie lo entendía mejor que ella, siempre sería así. Había pensado que lo que tenían era
tan especial que desafiaba las reglas y límites normales como el nacimiento y la posición social.

Había pensado que veía más allá de todo eso y lo veía por quién era.

Y nunca se había sentido tan tonto. Su padre había intentado detenerlo. ¿Por qué no le había
escuchado?

Los puños de Thom se cerraron a sus costados mientras luchaba contra el torbellino de emoción que
le rodeaba. Pero hacía demasiado calor, su dolor era demasiado crudo. Se llenó en su pecho con un
calor salvaje, envolviéndose alrededor de su garganta y exprimiendo más alto. Maldijo la presión
que crecía detrás de sus ojos. Maldita la debilidad de la emoción que un hombre debería ser capaz
de controlar. Elizabeth Douglas lo había visto llorar una vez en su vida. Eso era más que suficiente.

Tenía que irse. No podía permanecer aquí un momento más, mirándola, deseándola, y sabiendo que
nunca podría tenerla. Parecía que había estado mirando hacia arriba desde el primer día que la había
visto. Era hora de mirar hacia adelante.

Thom se dio la vuelta, tratando de esconder la humillación, el dolor y la angustia que penetraban
todos los rincones de su alma.

-Thommy, esperad! Oh Dios, lo siento. No quise haceros daño. Por favor, no os vayáis así.

No se dio la vuelta. Agarró su bolsa y la colocó sobre su hombro y se deslizó sobre la sección más
cercana de la pared del parapeto. Oyó su voz por encima de él mientras bajaba, pero ni una vez

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levantó la vista.

Tenía su respuesta, y ahora sabía lo que tenía que hacer.

***

Le tomó una semana más de lo que pretendía, pero quince días después de que Thom escalara la
pared de la torre de Park Castle, estaba poniendo la última capa de aceite en su nueva espada.
Estaba a punto de meterlo en la vaina cuando Johnny lo detuvo.

-¿Puedo verlo una vez más?

La boca de Thom se arqueó en un lado mientras le entregaba la brillante hoja a su hermano. El


muchacho era inusualmente fuerte como Thom y su padre, y a pesar de su peso, lo levantó
fácilmente con una mano para admirarlo en la luz del sol que fluía a través de la pequeña persiana
abierta.

Era domingo de Shrove, y los hermanos habían regresado a su casa después de la misa para que
Thom terminara de empacar. Su padre dijo que tenía que asistir a algún negocio en el castillo.

-Es una belleza -dijo Johnny, apartando los ojos de la larga pala para mirarle-. Es el mejor trabajo
que he visto hacer. Padre tenía razón. Podrías hacer espadas para los reyes.

Thom se echó a reír por lo que se sentía como la primera vez en semanas antes de arrugar el pelo
largo y peludo de su hermano.

-No creo que un rey se contente con una empuñadura tan sencilla de cuerno sin una joya o un poco
de dorado para ser visto, pero sirve para un simple soldado.

-No por mucho tiempo -replicó Johnny con toda la ferocidad de un muchacho que había mirado a su
hermano mayor durante catorce años-. Sé que trabajaréis vuestro camino para llegar arriba en las
filas rápidamente. Podría haber sido más rápido si hubierais guardado suficiente cantidad de la
moneda para comprar un caballo decente.

Thom hizo una mueca. A pesar de que nunca había entrenado en serio con una espada, estar
montando podría ser la mayor barrera para su objetivo. Quería ser un caballero, y como se le había
señalado hacía años por los Douglas, los caballeros necesitaban cabalgar.

-Sí, bueno, ya sabéis lo que siento por los caballos.

Johnny sonrió -los problemas de su hermano mayor con los caballos (incluso al calzarse) eran una
fuente de gran diversión para él, pero luego se puso serio-. Papá está agradecido, Thommy. Aunque
no lo muestre.

Thom asintió con la cabeza:- Lo sé.

Pero su padre era como él: obstinado y orgulloso. Había pensado que Thom se daría cuenta de que
no tendría un futuro con Lady Elizabeth lo mantendría aquí. No se dio cuenta de que lo alejaría.
Thom se marchaba. Había tomado la mitad del dinero que su madre le había dejado y lo había

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utilizado para comprar una hoja en blanco para hacer una espada y otra armadura que necesitaría
para unirse al ejército de Edward Bruce. Bajo circunstancias normales, habría ofrecido su espada a
su señor, pero con él tendría antes que incrustar su nueva hoja a través del corazón negro de James
Douglas, después de lo que le había hecho a Joanna -tomar su inocencia cuando no tenía la
intención de casarse con ella y dejándola sola con un niño-. Thom esperaba encontrar un lugar en el
ejército del hermano del rey. No es sorprendente que Douglas le hubiera concedido permiso para
irse.

La otra mitad de su moneda se la había dado a su padre para ampliar la fragua. Era suficiente para
reemplazar sus herramientas y contratar a dos nuevos aprendices si lo deseaba. Al principio el Gran
Thom había rechazado el dinero, pero Thom también podía ser obstinado. Además, señaló que la
mitad debía pertenecer a Johnny. Si hubiera vivido, su madre habría querido que él tuviera algo.

-¿Debéis iros mañana? -preguntó Johnny-. ¿No podéis quedaros para el banquete del martes de
Shrove en el castillo? -el día antes del comienzo de Cuaresma era una de las mayores fiestas del
año.

Thom se puso rígido. No sólo porque la mención del castillo evocaba inevitablemente pensamientos
de Elizabeth, sino porque también le recordaba que sólo había un castillo en Douglas ahora. Poco
después de la fatídica reunión en la azotea de Thom con Elizabeth, Jamie había regresado a Douglas
por tercera vez para librar el Castillo Douglas de los ingleses. Había logrado, en el proceso, matar al
capitán cuya espada acababa de hacer Thom y derribar su propio castillo por tierra. Sólo restos y
montones de rocas permanecieron de la antigua fortaleza.

Thom sacudió la cabeza con severidad:- Me he quedado más tiempo de lo que pensaba.

-¿Jo esta mejor? -preguntó Johnny.

Thom asintió con la cabeza. Había sido el terrible accidente de Joanna después de la partida de Sir
James Douglas lo que había mantenido a Thom aquí durante la semana adicional. Casi había muerto
después de chocar con un caballo, después de una discusión con Jamie que se negó a hablar. Pero
era la pérdida del niño de la que no estaba seguro de que alguna vez se recuperaría.

-Está fuera de peligro -dijo Thom, aunque sospechaba que pasaría mucho tiempo antes de que
Joanna estuviera «mejor». Pero había hecho lo que podía por ella y ver a Elizabeth cuando había ido
a visitar a Joanna al Castillo de Park le había dicho que se demoró lo suficiente.

-Comprendo -dijo Johnny, aunque estaba claro que, al igual que su padre, no lo hacía. Aunque su
hermano estaba entusiasmado por él, y quería saber todo acerca de su aventura, Thom sabía que
Johnny nunca seguiría sus huellas. Su hermano tenía todo lo que quería aquí.

Un golpe llamó a la puerta. Inclinándose sobre la cama para empezar a poner su ropa extra en su
mochila, Thom le dijo a Johnny que la abriera.

Thom oyó como la puerta se abría y luego silencio. Miró por encima del hombro y frunció el ceño.
¿Qué demonios hacía Johnny? Estaba allí de pie con la boca abierta. La puerta impedía a Thom ver
quién estaba al otro lado.

Thom se puso de pie y estaba a punto de preguntarle quién era, cuando una voz familiar hizo que su
espina dorsal se endureciera y cada terminación nerviosa estuviera al límite.

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-¿Johnny? ¿Sois vos? -jadeó y abrazó al chico atónito-. Dios mío, habéis crecido tanto, que apenas
os reconozco.

Johnny asintió, aparentemente incapaz de hablar.

La mandíbula de Thom se apretó. ¿Qué diablos estaba haciendo aquí? Ni siquiera estaba seguro de
que supiera dónde vivía. Ni una sola vez en todos los años que la había conocido, Elizabeth había
estado en su casa. Siempre la había encontrado en la fragua. Nunca había pensado en por qué hasta
ahora. Verla aquí se sentía... incorrecto. No pertenecía a un lugar como este. Nunca lo hizo. Sólo
entonces se dio cuenta.

La sencilla cabaña de dos habitaciones nunca había parecido tan humilde como cuando Lady
Elizabeth Douglas, con su vestido blanco, ¿quién diablos se vestía de blanco para ir a la casa de un
herrero? La habitación parecía más oscura, las paredes más negras con el humo de la turba, los
juncos en el piso de tierra endurecido parecían más necesitados de una limpieza. Los muebles
sencillos con las almohadas y las tapicerías que no habían sido sustituidas desde que su madre
murió repentinamente parecían desgastadas. Nadie jamás acusaría a los hombres MacGowan de
falta de orden, y platos de la comida de la noche anterior, así como ropa sucia, se dispersaron por
toda la habitación.

-¿Qué hacéis aquí, Elizabeth?

Su voz salió más dura y más fría de lo que pretendía. Su cabeza se sacudió en la dirección de su
voz. No lo había visto hasta ese momento.

Al soltar a Johnny, le dio una caricia de pelo y se volvió hacia Thom:- Necesito hablar contigo.

-Ahora no es un buen momento.

Su mirada cayó sobre la bolsa de cuero abierta en la cama, medio llena de su ropa, antes de levantar
esos grandes ojos azules de nuevo a los suyos.

-Jo dijo que os vais.

-Mañana por la mañana -contestó Johnny, finalmente encontrando su voz.

Elizabeth se volvió hacia el muchacho atónito.

-¿Os importaría darnos a vuestro hermano y a mí unos minutos en privado? Hay algo que me
gustaría discutir con él. Creo que vi a algunos muchachos que se dirigían al río para pescar -Johnny
se volvió hacia él. Thom estuvo tentado a negar con la cabeza, pero asintió.

Unos momentos después la puerta se cerró detrás de él, y estaban solos. Alguien que no la conocía
podría pensar que era tan fría y confiada como parecía, pero Thom pudo ver por el modo en que sus
dedos agarraron los bordes de la capa forrada de piel envuelta alrededor de sus hombros y la ligera
rapidez de su aliento, que estaba nerviosa.

No tenía intención de aliviarla. Se apoyó contra la pared y cruzó los brazos formidablemente,
esperando. Miró a su alrededor.

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-Así que aquí es donde os escondisteis todos esos años. ¿Cómo es que nunca me invitasteis?

Como si no fuera obvio. No había perdido la tentativa de cómo se había metido en la habitación,
como para asegurarse de que no se manchara accidentalmente por la mugre, o que rozara sus faldas
contra algo que estuviera sucio. No estaba cómoda, y se notaba.

Su tripa se torció:- ¿Qué queréis, Elizabeth? Decid lo que sea e idos. Como podéis ver, estoy
ocupado.

Frunció el ceño. Su nariz no era mucho más grande de lo que había sido hacía tantos años, y sólo
tenía unas cuantas arrugas más. Nunca le había hablado tan bruscamente, y no parecía saber cómo
responder.

-Necesitamos hablar.

-No hay nada de qué hablar.

Ella se acercó a él:- ¿Por qué actuáis así? ¿Por qué estáis tan enfadado conmigo? No hice nada
malo.

-No estoy enfadado con vos.

¿Qué derecho tenía de estarlo? ¿Cómo podría alguien culparla por no considerarlo como
pretendiente? Nadie lo haría. Estaba tan lejos de ella como para hacer un fósforo entre ellos, no sólo
era ridículo sino que se sentía avergonzado. Sí, no tenía ningún derecho.

Pero la culpaba. La culpaba por ser dulce y amable y tan generosa y graciosa que no podía dejar de
enamorarse de ella. La culpaba por ser tan malditamente hermosa que le dolía sólo mirarla. La
culpaba por engañarlo creyendo que era alguien digno no sólo de la amistad sino del amor. Por
hacerle creer que era su igual en todos los aspectos que importaban. Durante todos los años había
estando esperando algo que nunca iba a suceder.

No estaba enfadado en absoluto.

Se puso las manos en las caderas como siempre lo hacía cuando estaba enfadada con él.

-Estoy más que familiarizada con vuestros humores negros, Thom MacGowan, así que no intentéis
intimidarme con vuestro ceño fruncido. Sé cuando estáis loco por algo.

Se puso de pie, dejando caer sus brazos a los lados:- Como habéis señalado, muchas cosas han
cambiado en cinco años. Tal vez no me conocéis tan bien como creéis -dio un paso hacia ella,
asomándose sobre ella en la semioscuridad-. Tal vez deberíais intimidaros. Ya no me distraen las
bromas.

La profunda sugerencia de su voz insinuaba exactamente lo que podría distraerle ahora.

Su barbilla se alzó hacia arriba, pero el aleteo de un pulso bajo su mandíbula le dijo que no era tan
inconsciente de su significado como quería serlo. Sintió una oleada de satisfacción claramente
primitiva.

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-No seáis ridículo.

Sin duda no quería decirlo de la manera en que salió, pero sus palabras sólo alimentaron su
temperamento, que como el resto de él ya estaba demasiado caliente. El olor suave y sutil de su
perfume le envolvió en una neblina sensual, alimentando -o tal vez debería decir acariciando- las
llamas del deseo que hacían endurecer su cuerpo.

Retrocedió un paso.

-Sí, es ridículo, está bien. Por eso deberíais iros de aquí.

Le tomó un momento comprender lo que quería decir:- No quise decir... -frunció el ceño-. Sabéis lo
que quise decir, que nunca me haríais daño, pero parecéis decidido a no entenderme. Y no habléis
como un idiota.

-¿No os referís como el hijo de un herrero? No puedo hablar francés, o cualquier otra lengua en la
que converséis ahora, pero os entiendo perfectamente. Por eso no tenemos nada que decir.

Ella frunció la boca, claramente tratando de ejercer paciencia ante su rudeza.

-Siento haber herido vuestros sentimientos, Thommy. -sentimientos de dolor? Si un agujero hubiera
podido abrirse en medio del suelo para tragarlo, lo habría acogido. ¿Hacía dos semanas no fue lo
suficientemente humillante? Había aplastado sus sueños, lo hacía sentirse un tonto por pensar que
podía importarle, y actuó como si fuera un niño demasiado sensible-. Pero me habíais pillado con la
guardia baja. No sabía que sentíais... eso.

A ella le daba vergüenza incluso decirlo. Sospechaba que su rostro estaba tan rojo como el suyo, y
sus dientes estaban apretados tan fuerte que se sorprendió de que pudiera hablar.

-Eso era obvio. Pero no debéis preocuparos de que os moleste con esos sentimientos de nuevo.
Estaba equivocado.

Se iluminó instantáneamente:- ¿Entonces podemos olvidar todo esto y volver a la normalidad? –


sonrió-. Os he echado de menos, Thommy. Hay tanto que quiero deciros sobre Francia.

Hacía años, habría escuchado felizmente sus historias, en realidad lo habría hecho. Aunque no
deseaba oír sobre a Francia ni a ninguno de los otros lugares de los que hablaba cuando eran más
jóvenes, habría viajado allí, vivido allí, lo que quisiera, si eso la hubiera hecho feliz.

Ahora la miraba con incredulidad. ¿Pensaba que sus sentimientos eran tan superficiales y maleables
que podía encenderlos o apagarlos como la mecha de una lámpara de aceite?

-¿Cómo proponéis que volvamos a la normalidad, Elizabeth? Llevo cinco años esperando a la
muchacha a la que he amado desde que tengo memoria, que pensé que amaba, que volviera a casa -
sus ojos se agrandaron ante la palabra «amor», pero no se detuvo-. Y cuando vuelve a casa, me doy
cuenta que todo lo que pensé estaba mal. No sólo no siente los mismo, sino que los considera
imposibles y un los toma como un juego. Puedo ser un tonto, pero incluso puedo ver que nunca
volverá a ser como era.

Sus ojos se encendieron. Tomó mucho para irritar su temperamento, pero parecía que su tonto

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comentario había tenido éxito.

-Nada tendría que cambiar, si no fuerais tan obstinadamente obstinado.

Sólo años de recordar su lugar, de obligarse a recordar que ella era la hija del laird, le impidió
llevarla contra él. En cambio se inclinó para mirarla a los ojos.

-Abrid esos ojos azules por una vez, Elizabeth. Todo ha cambiado. Ahora los dos vemos que un
futuro es imposible.

Lo fulminó con la mirada. No era el único que podía ser obstinado:- Eso no significa que todavía no
podamos ser amigos.

-Sí, sí -se quedaron mirando furiosamente durante unos instantes. Sus manos se flexionaban a los
lados, deseando tocarla. Para ver que la cólera de la ira a la pasión que sabía estaba acechando por
debajo. Pero no era lo suficientemente bueno para tocarla.

El dolor apuñaló y se volvió:- Ahora, si me disculpáis, necesito terminar de hacer las maletas.

Fue ella quien lo tocó. La sensación de su mano en su brazo encendió las llamaradas de la
conciencia que corrían por toda su piel. La ira había huido de su rostro, y lo miraba con algo como
pánico en su mirada. Por una vez, no tenía ganas de consolarla.

-Pero no quiero que os vayáis, Thommy. No será lo mismo aquí sin vos -siempre había sido capaz
de burlarse de él de sus malos estados de ánimo, y lo hizo de nuevo-. Además, ¿quién estará allí
para atraparme cuando me caiga?

Thommy la miró fijamente. Miró fijamente a la mujer joven y dolorosamente hermosa que había
perseguido sus sueños durante demasiado tiempo. Tenía que parar. No era el chico que la había
salvado de tropezar más veces de lo que podía recordar, y seguro que no era un caballero que la
había salvado de caerse de un árbol y que había sido recompensada con la mano de una princesa.

Pero un día lo sería. Un día, Elizabeth Douglas se arrepentiría de dejarlo ir. Un día vería el hombre
que era y lo querría con todo el anhelo y desesperación que sentía ahora, pero para entonces ya sería
demasiado tarde.

Sus ojos se encontraron por última vez, y con toda sinceridad dijo:- Sabéis, Elizabeth, realmente no
me molesta.

Jadeó, y después de un momento aturdido, finalmente hizo lo que le pidió.

Cuando la puerta se cerró de golpe detrás de él, Thom se sentó en el borde de la cama y puso su
cabeza en sus manos.

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Capítulo 3

Blackhouse Tower, Marchas Escocesas, Miércoles de Ceniza, 22 de febrero de 1314

Elizabeth miro a través la ventana de la torre, escaneando el campo circundante. El frío amargo del
invierno fue evidenciado por las franjas de marrones y grises que se pintaban a través del horizonte.
Parecía que no había ni una hoja verde ni una colorida flor silvestre en las laderas boscosas de
Galloway. El único sonido que se escuchaba era del viento. La llamada distintiva de los peewits no
sería oída hasta otros pocos meses después.

La torre de Blackhouse, parte del patrimonio de Douglas, restaurado por Robert de Bruce, estaba
parado en el borde de un pequeño arroyo en el corazón del bosque de Ettrick, la tierra salvaje,
inhóspito que había servido como base preferida de los rebeldes escoceses de William Wallace para
Bruce. Más allá se extendían las colinas de Peebles, Selkirk, Jedburgh, Roxburgh y las otras
ciudades importantes que bordeaban el lado escocés de la frontera.

Lo que no haría para estar en uno de ellos. Dios, cómo no podía esperar a salir de este desolador y
desolado lugar. Los interminables días grises, la monotonía de ver el mismo puñado de rostros día
tras día, el zumbido silencioso. En la ciudad siempre había algo nuevo. Siempre había ruido,
entretenimiento, y algo para estar entusiasmados. Aquí, en su remota fortaleza forestal, lo más
emocionante que había sucedido últimamente había sido la terminación de un nuevo tapiz para
adornar la pared detrás del estrado. ¡Y ni siquiera le gustaba la costura!

Pero no por mucho tiempo. En algún lugar de allí Jamie y sus hombres estaban hostigando a una de
las últimas guarniciones inglesas en Escocia en el Castillo de Roxburgh, como parte de la guerra
preventiva del rey Robert contra los ingleses. A finales de octubre, Bruce había dado aviso de que
en un año, perdería las tierras de los nobles que aún no se habían sometido a su autoridad como rey.

La amenaza a los nobles leales a los ingleses había obligado finalmente a Eduardo a actuar. El rey
inglés había respondido con un llamado a reunirse en el Castillo de Berwick en junio.

Bruce estaba usando los meses intermedios para prepararse para la próxima guerra. Además de
asaltar y obtener el tributo de los ingleses lo bastantes desafortunados como para vivir cerca de la
frontera, el ejército del rey estaba sitiando las fortalezas cruciales de Edimburgo y -pronto- Stirling,
así como el envío de pequeñas bandas de guerreros (como la dirigida por su hermano) para evitar
que los suministros llegaran a los otros que todavía estaban en posesión de los ingleses, como
Roxburgh, Jedburgh, Bothwell y Dunbar. Bruce no tenía hombres ni recursos para situarlos a todos.

Cuando Eduardo II marchase al norte, los castillos de Escocia no serían baluartes para los ingleses.
Pero se esperaba que Jamie fuera llamado a Edimburgo pronto para prepararse para la próxima
batalla, y cuando lo hiciese, había prometido llevarlos con él. Después de las feroces batallas que
habían iniciado la guerra, se había detenido en gran medida. Con miles de hombres de Bruce
ocupando la ciudad, no había temor de ser atacado por la guarnición inglesa de cien hombres. Al
menos dos de las hermanas de Bruce estarían allí, al igual que las esposas de muchos de su séquito.
Elizabeth no podía esperar. Edimburgo no era París, pero ciertamente era una gran mejora con
respecto al bosque Ettrick.

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Escudriñó el campo, casi como si pudiera ver una bandera colorida o el destello de cotas de plata
debajo de un sobretodo a lo lejos. Pero no era el azul y el blanco de los brazos de Jamie los que
inconscientemente buscaba. ¿Estaban Eduardo Bruce y sus hombres cerca también?

-¿Buscando a alguien, Ella?

Elizabeth se sobresaltó y se volvió en dirección al locutor, su prima Lady Isabel Stewart, hija del
héroe John Stewart de Bonkyl, que había muerto peleando con Wallace en Falkirk, y primo del
actual Steward de Escocia -el sexto- Walter. El Cuarto Steward había sido abuelo de ambas niñas.

Isabel sonrió y continuó:- ¿Tratando de evocar a Sir Thomas de toda esa niebla? Es un largo
camino por recorrer a Edimburgo.

Elizabeth sonrió:- Lo veré pronto, Izzie.

Aunque Isabel se aplacaba fácilmente, el otro ocupante de la habitación no lo hacía. Joanna había
conocido a Elizabeth durante demasiado tiempo. Ya no eran amigas de la infancia. Joanna se había
convertido en su cuñada hacía dos años y medio, cuando ella y Jamie finalmente se habían casado.

Habían pasado un tiempo difícil después del accidente de Joanna. Elizabeth no sabía todos los
detalles, pero sabía que Jamie había hecho algo horrible, algo que Joanna le había perdonado.
Afortunadamente, casi perder uno al otro había parecido hacer su amor más fuerte. Habían tenido
suerte.

Su cuñada le dio una mirada muy consciente:- He escuchado de James que con Randolph
haciéndose sitio a Edimburgo, Eduardo de Bruce comenzará pronto el asedio del Castillo de
Stirling.

Elizabeth mantuvo su expresión impasible, aunque ella lo sabía bien:- Eso es muy interesante, pero
no tiene importancia para mí.

Joanna arqueó las cejas:- ¿De verdad? Hmm.

A Elizabeth no le gustaba ese hmm. Lo que sea que Joanna pensaba, estaba equivocada. Si
Elizabeth pasaba demasiado tiempo mirando por las ventanas, era porque estaba aburrida y ansiosa.
No porque estuviera buscando o esperando a alguien, especialmente a Thommy.

Tenía curiosidad por saber qué le había sucedido, eso era todo. Aparte de escuchar que estaba
peleando con Eduardo de Bruce, Elizabeth no había oído nada de su antiguo amigo en tres años.

-¿Es vuestra pelea con Archie lo que os está molestando? -preguntó Isabel.

Elizabeth estaba a punto de protestar de que nada la estaba molestando, pero como parecían no
tener ganas de creerla, se encogió de hombros.

-Un poco -admitió-. Es difícil que Lady Eleanor y Jamie se alejen. No me escucha.

-Ni a mí -dijo Joanna con una sonrisa irónica-. Pero creo que es una condición de tener dieciséis y
ser un hombre de Douglas que piensa que lo sabe todo. Recuerdo bien aquello.

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Lo mismo hacía Elizabeth. Su corazón se apretó, admitiendo sólo para sí cuánto lo había extrañado.
Fue antes de que todo se hubiera vuelto tan complicado. ¿Por qué Thommy tenía que ir y arruinar
todo tratando de cambiar las cosas? Había sido perfecto tal y como era.

Había atesorado el vínculo entre ellos, y la profunda amistad que había resistido a la guerra, la
distancia y el tiempo. Había sido su compañero, su confidente, su ancla en un torbellino. Era su una
constante, y junto con Joanna, la mejor parte de volver a casa. Thommy era su hogar. Douglas no
había sido el mismo después de su partida.

Había pensado que siempre estaría allí. Tanto si fuera fuera para rescatarla de un árbol cuando tenía
seis años (y salvarla de innumerables moretones, rodillas peladas y tobillos torcidos después), como
para proporcionarle un hombro para llorar después de la muerte de su padre a las ocho años, o
escuchar sus tonterías de adolescentes contra su madrastra después de uno de sus muchos
argumentos, siempre parecía saber exactamente qué decir, o no decir, para hacerlo mejor. Incluso
después del peor período de su vida, cuando el rey Eduardo había despojado a su familia de todo
después de la muerte de su padre, y se habían visto obligados a pedir un lugar para quedarse con sus
familiares –eventualmente, encontrarlo con la familia de Isabel- Thommy fue el único en el que
había podido confiar en el miedo y la vergüenza que aún ahora no podía olvidar.

Por eso la confesión de Thommy había llegado como tal. Si alguien supiera lo importante que era
un buen matrimonio para ella, era él.

Era su amigo más querido. Al menos, pensó que lo había sido. Todavía le enfurecía pensar en la
última vez que le había hablado. ¡Cómo se atrevía a enfadarse con ella cuando era él quien había
intentado cambiar las reglas por su cuenta! Nunca había pensado en él así y no tenía ni idea de que
sus sentimientos hacia ella habían cambiado. Acababa de cumplir dieciséis años cuando lo vio por
última vez, por el amor de Dios. Apenas un tiempo de gran percepción en la vida.

Es cierto que no era mucho más perspicaz a los veinte, y su reacción a su declaración podría haber
sido más sutil. Thommy era muy orgulloso, y sabía lo susceptible que podía ser de cualquier
referencia a la posición de su padre en su hogar. Pero se había quedado estupefacta ante su
admisión, y las palabras habían aparecido sin pensar.

Pero, ¿qué esperaba que dijera? Lo que había propuesto era imposible en todos los niveles. Tenía el
deber de casarse para aumentar el poder y el prestigio de su clan.

Nunca había pensado en Thommy en términos de rango, pero él había obligado a reconocer la gran
diferencia entre ellos. Las hijas de importantes nobles no se casaban con hijos de herreros. No en
Escocia, ni en ninguna parte de la cristiandad. Sólo los campesinos pensaban en cosas como -
querer y amar, aunque afortunadamente ella se había abstenido de descartar eso. Sólo podía
imaginar cómo habría reaccionado ante aquella observación poco sensible. El amor era deseado en
los matrimonios nobles, por supuesto, pero se esperaba que creciera, no ser la base de ello.

Frunció la boca. Todavía le dolía la frialdad con que la había tratado, y lo fácil que se había alejado
y nunca había mirado hacia atrás. Tanto por la amistad como por el amor.

Sin embargo, odiaba cómo había terminado entre ellos. Algo al respecto parecía inacabado,
incompleto. Tal vez eso explicaba la extraña inquietud que no parecía poder dejarla en paz. Quería
verlo, sólo para asegurarse de que estaba bien, por supuesto. No podía soportar la idea de que la

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odiara.

Apartando los pensamientos de su antigua amiga, volvió al tema que tenía a la mano.

-¿Queréis decir que Douglas monta pataletas después de los dieciséis? Podrías decírselo a mi
hermano. Jamie todavía parece pensar que lo sabe todo -negó con la cabeza-. Admito que entiendo
la frustración de Archie. Si fuera yo, estaría comiéndome las uñas por salir de aquí, también -
Archie quería unirse a la pelea, pero Jamie se había negado. No sólo era demasiado joven, sino que
era demasiado peligroso. Los ingleses no esperaban nada mejor que capturar al hermano -mitad o
no-del Douglas Negro. Pero la promesa de Jamie de que sería pronto estaba crispando a su hermano
de dieciséis años, lo suficiente como para luchar, y Joanna y Elizabeth se habían quedado con la
difícil tarea de hacer cumplir las órdenes de Jamie. Anoche ella y Archie habían discutido sobre
ello.

-¿Queréis decir que vos no lo hacéis? -preguntó Joanna riendo-. No creo que Archie sea el único
que desea poder ir a caballo y montar en Roxburgh... o en Edimburgo.

Elizabeth trató de esconder una sonrisa pero fracasó. Joanna tenía razón.

-Me gustaría que Jamie terminara todo lo que tenga que hacer en Roxburgh -dijo Elizabeth-.No me
estoy haciendo más joven. Llegaré a las veinticuatro el próximo mes. Ahora que Jamie finalmente
ha encontrado a alguien que cumple con sus requisitos, quiero seguir con la boda.

-¿Tal vez pueda guardaros el castillo? -”preguntó Joanna secamente-. Eso os llevará a Edimburgo
rápidamente.

Ambas mujeres se miraron y se echaron a reír. La reputación de Jamie de tomar castillos por
subterfugio se estaba convirtiendo en leyenda, pero Roxburgh era uno de los castillos más
fuertemente defendidos en las fronteras.

-Bueno, quizá le haya costado a su primo James encontraros un marido, pero encontró a uno de los
hombres más importantes del reino -observó Isabel-. Por no hablar de un conde recién titulado.
Espero que el primo Walter haga la mitad por mí.

Mientras Jamie velaba por los derechos de matrimonio y el derecho de matrimonio de Elizabeth, el
joven Regente de Escocia velaba por Isabel.

Elizabeth se ruborizó de placer, sin molestarse en ocultar su entusiasmo entre sus amigas. Jamie lo
había hecho bien para ella... muy bien.

-No puedo creer que vaya a ser la condesa de Moray -dijo en voz baja, como si decirlo demasiado
alto pudiera ponerlo en peligro.

Jamie había propuesto un compromiso con el sobrino de Robert de Bruce, y el amigo y rival de
Jamie, Sir Thomas Randolph. Los Douglas también estaban relacionados con Bruce, a través de su
bisabuelo, el tercer intendente de Escocia, pero Randolph era el hijo de la media hermana de la
madre de Bruce.

-Hay tanto que hacer, no puedo esperar a empezar -continuó Elizabeth-. Ha pasado mucho tiempo
desde que hemos tenido la emoción como para celebrar algo, y como Jamie piensa que el rey

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insistirá en celebrar la fiesta de bodas en uno de sus castillos, probablemente será la mayor fiesta
desde que se convirtió en rey. Música, baile, el mejor vino y comida... Será como estar en París otra
vez.

-Tendré un hermoso vestido nuevo... el cual ya sé que quiero... y unas zapatillas que coincidan, y...

-Un marido -interrumpió Joanna-. No olvidéis que después de esta fantástica boda y hermoso
vestido tendréis un marido.

Elizabeth le lanzó una mueca de reproche, negándose a dejar que su cuñada amortiguara su
excitación ante la perspectiva de una boda.

Aunque aún no se había resuelto nada, el viaje a Edimburgo era una mera formalidad. Había
conocido a Sir Thomas unas cuantas veces, y no había razón para pensar que no les convenía. Era lo
suficientemente guapo y encantador para hacer correr el corazón a cualquier mujer joven. La suya
no lo había hecho todavía, pero estaba segura de que lo haría una vez que se conocieran mejor. Más
importante aún, como el sobrino favorecido del rey y de un conde, tenía bastantes tierras para
asegurar su seguridad para el resto de su vida. Ni ella ni sus futuros hijos tendrían que volver a
confiar en la caridad de los parientes.

Aparte de los Bruces, no podría haber un hombre más importante en el país que Thomas Randolph.
Aunque Jamie podría estar en desacuerdo con eso.

-Sería muy difícil encontrar algo que objetar de Sir Thomas -señaló Elizabeth.

-Sí, es un guapo bribón -asintió Joanna-. Además, lo sabe. Las mujeres ciertamente parecen amarlo,
¿verdad?

Elizabeth le dirigió una extraña mirada, sorprendida:- ¿Qué importa eso?

Era la decisión de Jamie con quien se casaba. Aunque nunca la obligaría, Elizabeth sabía su deber.

-Es muy importante -dijo Joanna en voz baja-. Sé que James está entusiasmado con la perspectiva
de esta alianza, pero no dejéis que os obligue a nada. Querrá que seáis feliz, incluso si necesitáis
recordárselo.

Elizabeth sonrió con comprensión. Jamie y Jo eran tan felices ahora, a veces olvidaba que no
siempre había sido tan fácil para ellos. Jamie se había casado -por debajo de él por amor-, pero no
había sido sin alguna lucha por parte de su hermano ambicioso.

Para un hombre en la posición de James, el matrimonio era un deber, y casarse por amor lo abrió a
la censura pública. Ofendió no sólo el orden social, sino que fue visto como cediendo a la lujuria en
lugar del honor. Elizabeth se sonrojó. ¿Quién habría pensado que su hermano feroz y fuerte
abandonaría su deber por los deseos básicos?

Aunque Jamie había resistido bien el escándalo, podía permitirse hacerlo con las recompensas del
rey, y Elizabeth conocía su deber. A diferencia de su hermano, no tenía la capacidad de luchar su
camino a la grandeza con una espada. Su único camino hacia un futuro seguro era el matrimonio.
Por supuesto que no le molestaba la felicidad de su hermano -y amaba a Jo como una hermana-
pero ese camino no era para ella.

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-Lo que vos y Jamie tenéis es raro, Jo. No es así para la mayoría de las mujeres de nuestra posición.
Tampoco es algo que haya sido importante para mí. No soy romántica como vos. Pero no os
preocupéis, estoy seguro de que llegaré a amar al conde lo suficientemente bien. ¿Qué no se podría
amar?

Joanna la miró como si quisiera discutir, pero decidió no presionar. En lugar de una esquina de su
boca se alzó:- Mucho, si escuchas a James. Aunque hasta que estéis casada, espero que estéis
cantando sus alabanzas.

Elizabeth se echó a reír, después de haber oído más de una de las tiradas de su temible hermano
contra el pomposo caballero, cuando Randolph lo había superado en algo. Los hombres eran rivales
feroces, siempre tratando de mejorar uno al otro en las hazañas de la batalla, pero
sorprendentemente también eran buenos amigos.

-No puedo esperar a conocer este modelo -dijo Isabel-. Si la mitad de las cosas que he oído de él
son ciertas, debe ser un hombre impresionante.

Izzie obtendría su deseo más pronto de lo que esperaban. Como si se tratara de una señal, el sonido
de los cascos a continuación indicó la llegada de un jinete. Unos minutos más tarde, Joanna sostenía
un mensaje de Jamie en sus manos. Sus ojos se hincharon cuando empezó a leerlo, y murmuró algo
como

-¡Dios en el cielo! -Elizabeth se preocupó hasta que su cuñada se echó a reír.

-¿Qué es? -preguntó.

Había lágrimas de alegría y orgullo en los ojos de Joanna mientras le entregaba el pergamino.

-Leed vos misma, pero vuestro futuro esposo no va a estar muy feliz cuando se entere de esto.

Elizabeth lo leyó con incredulidad atónita. Cerca del final dejó escapar un grito que igualaba al de
Joanna y la abrazó con ganas. Jo tenía razón. Randolph no iba a ser feliz. Casi dos meses después
de su asedio al castillo de Edimburgo, James acababa de coger el castillo de Roxburgh en una
noche.

Se rieron hasta que las lágrimas corrieron por sus mejillas. La hazaña milagrosa que habían estado
imaginando momentos antes, se había hecho realidad. Jamie había hecho lo imposible una vez más.
En un movimiento que nadie esperaba, incluido Bruce, había visto una oportunidad y había tomado
el castillo por subterfugio la noche anterior durante las celebraciones del Martes de Shrove.
Y fue una alivio para Elizabeth, después de ver la destrucción del castillo, su hermano llegaría a
Blackhouse dentro de dos semanas para escoltarlos a Edimburgo.

Con alegría, Elizabeth fue a compartir las noticias con Archie y su hermano menor, Hugh. Sólo
encontró uno de ellos.

***

El bastardo estaba jugando con él. Thom atacó desde la izquierda y luego desde la derecha, pero

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cada vez el capitán desviaba la espada de Thom con un toque hábil de sus manos, primero golpeaba
con fuerza -al hombro de Thom y luego a su muslo-. Haciéndolo saber que si no estuvieran
peleando, su espada le habría cortado.

Thom no necesitó mirar el rostro de su oponente para saber que estaba regodeándose. El capitán
había sido su enemigo desde que Thom lo había detenido de acosar a la esposa de Eoin MacLean el
año pasado. El bastardo debería estar agradeciéndole. El capitán, Sir John Kerr, había sufrido una
paliza a manos de MacLean, en lugar de la lenta muerte que habría tenido si Thom no hubiese
intervenido antes de hacer algo más que a tientas.

Pero el capitán no lo veía así, y buscaba cualquier oportunidad para que Thom pareciera malo, sobre
todo, como ahora, cuando su señor estaba observando.

Durante los últimos tres años Thom había estado haciéndose un nombre silenciosamente, y Eduardo
de Bruce, conde de Carrick, se había dado cuenta. El único hermano que quedaba del rey se había
interesado personalmente en el entrenamiento de Thom y le hizo saber que, a pesar de su comienzo
tardío y sus humildes comienzos, Thom podía ascender en lo alto de su ejército. Esto ofendió el
sentido del orden del capitán, y el favoritismo del conde sólo aumentó su resentimiento.

Thom había sufrido por ello. Y no sólo por el capitán. Durante los últimos tres años había estado
sujeto a toda clase de humillaciones, oído innumerables comentarios crudos sobre su nacimiento, y
soportado toda clase de trabajos pesados y exigencias físicas que estaban calculados para hundirlo -
para demostrar que un campesino no podía competir con los hombres que habían nacido en el
campo de batalla-. Había querido tirar la toalla más veces de lo que recordaba, por lo general
cuando sus músculos magullados y maltratados ardían, el sudor vertía por cada orificio de su cuerpo
y había tomado otro bocado de suciedad, pero la idea de regresar a casa con el fracaso, siempre lo
había detenido. Así que había sufrido y soportado y, finalmente, había ganado el respeto a
regañadientes. De la mayoría de ellos, al menos.

-Tal vez deberíais aferraros al martillo -se burló el capitán-. La espada es la noble arma de un
caballero. La fuerza bruta no os llevará muy lejos si no aprendéis a usar vuestra ventaja. Thom
estaba acostumbrado a las malas palabras acerca de su nacimiento y no se tragaba el cebo, lo cual
sólo servía para molestar al capitán-. Otra vez -Kerr (o como los hombres lo llamaban
acertadamente, Cur) exigió, sosteniendo su espada frente a él en una posición defensiva. Thom
apretó la mandíbula y levantó las manos a la derecha de su torso, preparándose para atacar.

-No penséis tanto -dijo uno de los hombres reunidos alrededor.

Era exactamente el problema de Thom. No estaba sin fuerza ni habilidad, pero incluso después de
tres años de entrenamiento constante, no había encontrado los movimientos instintivos que parecían
quemados en el músculo de los hombres que habían sostenido una espada desde la juventud.
Tanto como Thom odiaba decirlo, el capitán tenía razón: la fuerza bruta no lo llevaría muy lejos.
Por eso se estaba sometiendo a la humillación de Kerr en cada oportunidad. El capitán podía ser un
bastardo, pero sabía manejar una espada.

Thom no quería ser sólo bueno, quería estar entre los mejores. Si eso significaba replegar quince
años de entrenamiento en un puñado de años y escuchar los insultos y las burlas del capitán, lo
sufriría con mucho gusto. Haría lo que fuera necesario.

Con sombría determinación, Thom escuchó el consejo del hombre que había hablado y trató de no

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pensar demasiado mientras avanzaba. Giró las manos, como si quisiera pasar a lo alto, pero luego,
en el último minuto, rodó su muñeca y movió hacia abajo. El capitán era demasiado bueno para ser
engañado. Bloqueó el golpe, pero cuando lo hizo, Thom reaccionó, usando el borde de la hoja para
rodar sobre la espada del capitán y golpear sus costillas, haciéndole un corte.

Thom no traicionó nada de su satisfacción, pero estaba allí en la expresión furiosa de Kerr.

Algunos de los hombres vitorearon y aplaudieron. A pesar de su rango, el capitán era un bruto
fanfarrón y no muy popular en todo el campamento.

El espectador más importante aplaudió entre ellos. Cuando terminó, Carrick llamó a Thom:- No está
mal, MacGowan. Veo que estáis mejorando vuestras habilidades de espada.

Thom aceptó el cumplido con un gesto de asentimiento:- El capitán me ha enseñado mucho.

Carrick alzó una ceja oscura:- Veo que también habéis aprendido algo de diplomacia. Podéis llegar
a ser un caballero todavía -su boca se retorció con diversión-. Suponiendo que vuestras habilidades
de equitación han progresado, ¿no es así?

Thom no se molestó en ocultar su mueca. Su falta de cariño por los caballos (y los suyos por él) no
era exactamente un secreto. Cabalgaba, pero a través de puro grano y determinación.

-Me temo que no, mi señor.

Carrick se echó a reír y le dio una palmada en la espalda.

-Os encontraremos una dulce potranca que esté aún para domesticar. Lo cual me recuerda... -le dio a
Thom una mirada de conocimiento-. Habéis causado una gran impresión a nuestra anfitriona con
vuestro heroísmo hacía unos días.

Thom hizo una mueca de dolor ante el intento de humor de Eduardo de Bruce. Al igual que la
mayoría de los hombres en el campo, Carrick podría ser grosero cuando hablaba de mujeres. El
Gran Thom lo habría desollado vivo, si hubiera oído a Thom decir la mitad de las cosas que se
decían de las mujeres en el campamento. Thom podía ser de clase social baja, pero había sido
criado para tratar a las muchachas, todas las muchachas, con respeto. A pesar de su supuesto código
de caballería, de lo que Thom había visto, no todos los caballeros lo tomaban en serio.

Pero Carrick no era todo malo. Thom sabía que a muchos hombres no les gustaba el segundo al
mando del rey, pero no era uno de ellos. Eduardo de Bruce podía ser excitante e impulsivo, pero
también audaz, feroz y agresivo en el campo de batalla. Si él estaba a la sombra de su hermano
mayor y a veces celoso, tal vez Thom lo entendiera. Sabía lo que era estar siempre mirando hacia
arriba.

-No fue nada, mi lord -dijo Thom.

-Bueno, lady Marjorie no lo cree. Ojalá lo hubiera visto. ¿Realmente subisteis todo el camino hasta
allí? -el conde señaló la columna del techo inclinado de la casa de la torre.

El castillo de Rutherford era de una construcción simple con una torre de la argamasa de piedra que
era común en el área. Había servido de base para el conde y sus hombres cuando invadieron

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Inglaterra y acosaron a la guarnición en Jedburgh para evitar que cualquier provisión llegara.

-Es más fácil de lo que parece, mi señor.

Eduardo de Bruce lo miró como si estuviera loco:- ¿Cómo diablos se subió ahí de todos modos el
gato?

Thom se encogió de hombros:- Lady Marjorie dijo que uno de los niños lo perseguía por las
murallas y que el gato intentaba escapar. Probablemente estaba demasiado asustado para intentar
bajar.

-Me pregunto por qué -dijo Carrick secamente-. Seguro que no me arriesgaría mi cuello por un gato,
pero Lady Marjorie está agradecida. Muy agradecida. La hermosa viuda ha pedido que se encuentre
entre los hombres para proporcionarle su escolta a sus tierras en Yorkshire -cuando Thom no
respondió inmediatamente, agregó-. Ella específicamente me preguntó cuál era vuestra posición en
el ejército, y si vos estabais conmigo. Le dije que erais uno de mis soldados más prometedores y
que aún no estabas casado. La señora está definitivamente interesada. Moved vuestras piezas a la
derecha, y capturaréis a vuestra reina, y seréis señor de este castillo en unos meses.

Con la cantidad de atención que Lady Marjorie le había estado mostrando en los últimos días -y los
sugerentes toques y roces-, Thom no se sorprendió por las noticias del conde.

-Gracias mi Señor. Haré mi mejor esfuerzo ¿Cuándo me voy?

-Pasado mañana.

-¿No me necesitan aquí para las emboscadas?

Carrick sacudió la cabeza:-Volveremos a Stirling para el final de la semana. podéis uniros allí -el
conde hizo una pausa, mirándolo pensativo-. Me sorprende, MacGowan. Pensé que estaríais más
emocionado por la perspectiva de una esposa rica. No habéis ocultado vuestra ambición. La alianza
elevará su posición entre los hombres y hará vuestro camino a la caballería mucho más fácil. Es un
buen partido. Mejor que la mayoría en vuestra posición podría esperar, aunque sospecho que
vuestro rostro ayuda. He notado lo popular que sois con las muchachas -Thom omitió el
comentario, ya que no había mucho que decir sobre eso. Carrick frunció el ceño-. ¿Hay otro partido
que esperáis conseguir?

Thom negó con la cabeza.

-No, mi señor. Estoy contento, muy contento -añadió, furioso por su reacción-. Carrick tenía razón:
debía animarse desde los tejados por su buena fortuna. La señora Marjorie Rutherford era la viuda
de un caballero respetado con las tierras Dover significativas en ambos lados de la frontera,
incluyendo este castillo cerca de Peebles. Para un hombre en su posición, era un buen partido, un
partido espectacular.

Si la señora era un poco audaz en sus avances y le recordaba al felino al que estaba tan unida (más
que a sus hijos, no podía dejar de notarlo), era razonablemente joven, atractiva y, por lo que podía
decir, una excelente dama de Castillo. Lady Marjorie era más de lo que podía haber esperado.

Ya no era un tonto enamorado. Un corazón roto había demostrado ser un abridor de ojos poderoso,

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curándolo de todas sus ilusiones. Sabía exactamente dónde se encontraba, y qué tenía que hacer
para ascender en las filas. Un buen matrimonio -una buena alianza- era parte de eso.

Elizabeth le había enseñado bien. Thom no pensaba mucho en el pasado. Había seguido adelante.
Pero cuando pensaba en ella, ya no era con rabia y dolor. Ya no había una herida cruda y purulenta
en la que un ligero toque haría que sus entrañas gritaran en agonía. No, ahora era más como una
sensación aburrida de la pérdida y la decepción. Un agujero en su corazón que nunca se llenaría.

No es que la culpara. Debía de estar medio enloquecido por pensar que lo miraría como un posible
pretendiente, aunque hubiera sentido lo mismo. Elizabeth no era la viuda de un barón menor. Era
una Douglas. Con todo lo que significaba.

Su boca cayó en una línea apretada. Por desgracia, no había podido poner todo su pasado o todo
Douglas detrás de él. Parecía que cada vez que se daba la vuelta, se encontraba con su antiguo
amigo –ahora enemigo- o se veía obligado a escuchar alguna historia de la increíble hazaña que el
Douglas Negro había logrado en el campo de batalla. Estaba harto de eso.

Joanna podría haber perdonado a "Sir" James, pero Thom no era tan indulgente.

Tal vez el viaje a Yorkshire resultaría una bendición en más de una forma. En Inglaterra el Douglas
Negro era temido, no venerado, jugando más el papel de terror que de gran héroe.

-Estaré listo, mi señor, y espero escoltar a lady Marjorie -dijo Thom con mucho más entusiasmo
esta vez. Podéiss estar seguro de que no desperdiciaré esta oportunidad.

Carrick asintió con la cabeza:- Bien. Reanudad vuestro entrenamiento.

Un escudero corrió hacia arriba y entregó una misiva a Carrick mientras Thom empezaba a alejarse.
Dio unos pasos antes de que Carrick lo llamara.

-MacGowan, esperad -terminó de leer el pedazo de pergamino y lo bajó-. Me temo que vuestra
hermosa viuda va a tener que esperar.

-¿Mi señor?

-Parece que Douglas ha realizado otro milagro -si había alguien que disfrutara escuchando sobre las
hazañas de Douglas menos que Thom, era Eduardo de Bruce, y tal vez, Thomas Randolph-. Ha
tomado el Castillo de Roxburgh y nos han ordenado que lo ayudemos a destruirlo.

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Capítulo 4

Archie ciertamente iba a tener que hacer algo más que dar una explicación. Elizabeth estaba agotada
cuando ella y el hermano de Joanna, Richard, atravesaron la puerta del Castillo de Roxburgh a
última hora de la mañana siguiente.

Se dejó caer del caballo antes de que alguien pudiera ayudarla a bajar y se estremeció, poniendo su
mano en la parte baja de su espalda. El granuja de dieciséis años tenía mucho por qué expiar, de
hecho. No sólo por su agotamiento, sino también por el crujido en su espalda después de una de las
noches más horribles de sueño que podía recordar. El suelo había sido tan cálido y cómodo como un
bloque de hielo. Si hubiera sabido lo que estaba haciendo, tal vez no hubiera estado tan ansiosa por
seguir a su hermano fugitivo a Roxburgh.

Su boca se retorció. ¿A quién estaba tratando de engañar? El viaje largo, el dolor en su espalda, y la
falta de sueño valían la pena ante la perspectiva de un poco de emoción. Quería recuperar a su
malvado de un hermano, por supuesto, pero si había un banquete o dos para celebrar la toma por
Jamie del importante castillo mientras estaba aquí, no estaría demasiado decepcionada.

Al enterarse de que Archie había salido poco antes de que llegara el mensajero, Elizabeth había
llamado inmediatamente a su caballo e ido tras él. No era la primera vez que había tenido que cazar
a uno de sus medio hermanos y arrastrarlos de vuelta por las orejas (Hugh, de quince años, se
mostraba tan testarudo y cabezota como los otros hombres Douglas). La diferencia de esta vez era
que sabía adónde iba Archie.

No lo consideraba peligroso. Lo que quedaba de la autoridad inglesa en Escocia había sido reducido
a algunos castillos: Bothwell, Berwick, Jedburgh, Dunbar, Stirling y Edimburgo. Los bloqueos de
asedio de Bruce y Randolph alrededor de los últimos dos castillos, impidiendo que las guarniciones
se fueran, lo convirtieron en el momento más seguro alrededor de ellos en años. Al menos hasta
junio, cuando Eduardo II había amenazado con marchar sobre Escocia de nuevo.

Sin embargo, había tomado una escolta, lo cual era algo bueno, ya que habían visto a un grupo de
caballeros ingleses patrullando al este de Selkirk. El hermano mayor de Joanna (otro Thomas)
peleaba con Jamie, pero Richard, de veinte años, era uno de los pocos guerreros que Jamie había
dejado atrás para defender el castillo.

Los hombres eran una precaución casi innecesaria. Los ingleses sabían que era mejor no
aventurarse en el atormentado bosque de Ettrick. Se decía que era la guarida de los infames
guerreros fantasmas de Bruce. Los hombres no eran fantasmas, por supuesto, sino guerreros
extraordinarios. Sus identidades estaban envueltas en misterio, pero como la hermana de James
Douglas, tenía acceso único a la información. Escuchar detrás de las puertas estaba definitivamente
por debajo de ella, pero resultó ser esclarecedor.

Un segundo hombre de armas había estado con ella y con Richard, pero cuando no habían
alcanzado a Archie cuando llegaron a St. Boswell y al camino de Newtun, Elizabeth lo había
enviado de regreso a Blackhouse para informar a Joanna de sus planes para montar hasta llegar a
Roxburgh.

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Frunció el ceño, pensando que era extraño que Archie hubiera sido capaz de evadirlos. A los
dieciséis años, su hermano tenía más pasión e impulso que habilidad y subterfugio. Richard había
recogido su rastro con bastante facilidad, pero lo había perdido en Selkirk. Asumiendo que Archie
se detendría cuando oscureciera, habían viajado hasta unas pocas horas antes del anochecer. En ese
momento estaban a más de la mitad de camino a Roxburgh, y ella decidió acostarse por la noche y
montar el resto del camino en la mañana.

Después de entregar las riendas a un muchacho del establo, Elizabeth se volvió hacia Richard, que
parecía tan agotado como ella.

-Encontrad comida y descansad un poco. Estoy segura de que Jamie nos permitirá un respiro de
unos días antes de que tengamos que regresar.

Hablaba con más confianza de la que sentía. Tendría suerte si su hermano no la hubiera devuelto.
Jamie, sin duda, estaría furioso con ella por montar a caballo, anticipando sus palabras: por medio
camino a través de Escocia (que era una exageración ya que era un cuarto a través a lo sumo) con
un solo hombre para la protección. Pero, como pretendía recordarle, era culpa suya. Había advertido
a Jamie de que Archie estaba haciendo algo estúpido, y él fue quien la dejó a cargo de sus hermanos
mientras Lady Eleanor visitaba a familiares en Inglaterra. Además, Jamie era quien le había
enseñado a montar, y no era el único Douglas que sabía aprovechar el campo.

Ella y Richard se habían mantenido fuera de las carreteras principales y, a excepción del vistazo de
los ingleses que habían visto de lejos, no habían encontrado nada más peligroso que los vendedores
ambulantes y los peregrinos. Estos últimos estaban por todos estos caminos con las abadías
importantes de Melrose y Dryburgh tan cerca.

Richard no lo rechazó:- Si estáis segura de que no necesitáis nada más... Me gustaría encontrar a mi
hermano y escuchar todos los detalles de la captura -negó con la cabeza-. No puedo creer que lo
haya perdido.

Elizabeth sonrió:- Parecéis Archie, pero sí, id a buscar a vuestro hermano mientras yo voy a buscar
a los míos, a los dos.

Él le dirigió una sonrisa triste. Como Joanna, Richard era rubio -herederado de los vikingos que
eran indudablemente de su ascendencia-:- Debo admitir que el muchacho me impresionó. Es más
hábil en la equitación y la evasión de lo que pensaba.

Ella también. Ella frunció el ceño de nuevo, mientras Richard se apresuraba en dirección a lo que
supuso estaba el cuartel. La celebración no debió durar demasiado la noche anterior -”había sido un
día sagrado, suponía- porque el patio ya estaba lleno de actividad.
El portero que los había admitido salió finalmente de su conmoción ante el anuncio de su identidad.
Se ofreció a acompañarla a su hermano, que estaba en la Torre Norte, pero ella había declinado.
Cuantas menos personas vieran a su hermano perder su temperamento mejor.

Elizabeth había visto muchos bellos castillos en sus veinte años, pero incluso incluyendo los
magníficos palacios en Francia, Roxburgh estaba entre los mejores.

Situado en una colina entre los ríos Tweed y Teviot, rodeada en tres lados por un foso, poseía una
gran mazmorra y ocho torres contadas. El muro de protección alrededor del castillo debía tener
treinta pies de alto y ocho pies de grosor. El castillo era una ciudad amurallada. La gran magnitud

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de lo que su hermano había logrado se hizo evidente cuando cruzó el patio hacia la impresionante
Torre Norte.

Querido Señor, ¿cómo lo había hecho? No podía creer que su hermano hubiera tomado esta enorme
fortaleza con sesenta hombres. Richard no era el único ansioso por escuchar los detalles.

Un sonido de golpes se hizo más fuerte cuando se acercó a la gran torre circular. De las nubes de
polvo que la saludaban al entrar, se dio cuenta de que Jamie no estaba perdiendo tiempo. Sus
hombres ya estaban empezando a desmantelar el castillo.

Aunque comprendió por qué debía hacerlo, era triste pensar que una obra maestra arquitectónica así
debía ser destruida. Era un pecado más que recaería sobre los pies de los ingleses. Todavía le dolía
pensar en su propia casa, el Castillo Douglas, que había sido destruida por la misma razón por su
dueño.

Tres años antes, Jamie había tomado el castillo de vuelta de los ingleses y lo destruyó para evitar
que fuera guarnecido por el enemigo de nuevo. Perder su casa de tal manera había sido horrible.
Había estado herida y furiosa con Jamie durante semanas, pero al final llegó a entender la razón,
aunque no le gustara.

De pie en lo que debe ser una sala de guardia, Elizabeth miró a su alrededor y no vio nada más que
hombres con palas, martillos y picos excavando y desgarrando paredes. Jamie no se encontraba aquí
con sus hombres. Debía haber ido a la torre equivocada.
Empezó a apartarse cuando algo le llamó la atención. O más bien, alguien le llamó la atención.

¡Bueno! La sangre parecía drenarse de su cuerpo y luego se precipitó hacia atrás en un extraño,
borroso calor que hizo que su piel se erizase. Uno de los trabajadores se había quitado la camisa
mientras trabajaba. Era un hombre grande, muy musculoso. Estaba de espaldas a ella, y cada vez
que hacía girar la herramienta en la mano -un martillo, se dio cuenta de que podía apartar la mirada
lo suficiente para mirarla-, sus pesados y gruesos músculos ondulaban por todo su torso. A través de
sus amplios hombros, su cintura estrecha y sus brazos abultados. Se quedó sin aliento mientras sus
ojos permanecían fijos en sus brazos. Parecían tan fuertes como los arietes. Se preguntó si
necesitaba el martillo.

Una oleada de calor se extendió a sus mejillas ante la exhibición primitiva de fuerza bruta y frialdad
cruda. Su reacción no tenía sentido. No tenía motivos de vergüenza. Había visto a otros hombres
musculosos sin camisa. Aunque no así...

Pero no era vergüenza, se dio cuenta, era algo más. La vergüenza no calentaba otras partes de ella y
hacía que su cuerpo se sintiera demasiado pesado para sus piernas. La vergüenza no contenía el
aliento y le cogía el pulso. La vergüenza no la hacía temblar.

De repente, al darse cuenta de que estaba boquiabierta, apartó la mirada. Pero algo en su brazo le
atrajo la atención y le devolvió la mirada. Era una cicatriz roja de unos tres pulgadas de largo y
media pulgada de ancho en el antebrazo izquierdo. Era una cicatriz que podríais tener al haberos
quemado con una pieza de hierro caliente.

Frunció el ceño, fijándose en los detalles que no había notado antes. Era alto. Casi tan alto como su
hermano a cuatro o cinco pulgadas de más de seis pies, lo cual era lo bastante raro como para ser
notable. Su pelo oscuro estaba cortado demasiado corto para revelar cualquier ola, pero era la

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sombra adecuada de casi negro. La sensación de vibración en su estómago zumbaba por su espina
dorsal. No podía ser...
Pero de hecho, sí. Se volvió y un doloroso par familiar de ojos azules penetrantes la clavaron en el
suelo.

¡Thommy! ¡Dios mío, era él! Excepto que se veía así... diferente. Hechizada, sintió que sus piernas
se doblaban y puso la mano para sujetarse en un poste cercano.
Eso fue un error.

***

Thom no sabía qué era peor. Que James Douglas había añadido una historia más increíble a su
siempre creciente arsenal de historias increíbles y tener que verlo tomar el sol en la gloria, o verse
obligado a hacer todo el trabajo agotador para limpiar después de ello.

Resultó que la fuerza bruta valía algo después de todo, sobre todo cuando se trataba de castillos.
Durante los últimos dos años, cuando castillo tras castillo había caído por el hombre que todos
llamaban el Bruce, Thom había sido muy apreciado.

Si pensaba escapar del martillo por ser soldado, había fracasado. Doblemente. No sólo se
balanceaba uno para derribar las paredes, sino que estaba tomando trabajos extraños reparando
armas cuando podía para ganar suficiente moneda para comprar uno de los demonios de cuatro
patas. Un caballo de guerra. Entre oscilaciones, se estremeció.

Como si el montar uno de los desoves del Diablo no fuera suficiente, se esperaría que aprendiera a
luchar en uno de ellos. Cristo, tuvo el tiempo suficiente para mantener su agarre con dos manos de
nudillos blancos agarrando las riendas. Parecía que incluso la más dócil de las bestias se había
convertido en un salvaje y bucólico semental cuando Thom estaba cerca. Incluso el pequeño caballo
de montar a caballo que había montado aquí había intentado cocearle.

Cuando llegó tarde anoche, había estado de mal humor. Un estado de ánimo que no había mejorado
al enfrentarse cara a cara con el héroe del ahora. Demonios, después de lo que Douglas había hecho,
probablemente del año. De la década. Años, mierda.

Había habido ya algunos cuentos dramáticos de la trampa y del subterfugio en el retén de los
castillos por Bruce y sus hombres los últimos años -incluyendo tres por Jamie en el castillo de
Douglas, Randolph (con la ayuda de James) en Linlithgow, y Bruce a sí mismo en el castillo de
Perth-. Pero éste era el más grande, más importante todavía. Tal vez más porque había sorprendido a
todos. Incluso a Bruce.

El asalto al castillo había sido una misión deshonesta. Douglas había observado la guarnición, había
visto una oportunidad y se había apoderado de ella.

Con el Castillo de Edimburgo sitiado, la guarnición de Roxburgh había asumido que la atención de
Bruce estaba enfocada en esa dirección. Lo estaba, pero no la de Douglas. Aprovechando el
carnaval del martes de carnaval -el adiós a la carne-, Douglas y unos sesenta hombres se disfrazaron
de capas negras, se arrastraron de rodillas por un campo para mezclarse entre los bueyes de pastoreo
y escalaron las paredes con sus escalas de cuerda recién inventadas. Tomados por sorpresa, la mayor
parte de la guarnición se había rendido. Un puñado de hombres, incluido el encargado gascón del

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castillo, Guillemin Fiennes, había intentado refugiarse en una de las torres, pero una flecha de un
millón de disparos del Highlander Gregor MacGregor había golpeado al comandante bajo el ojo
cuando él intentó mirar a escondidas hacia fuera una hendidura de la flecha. Se había rendido, y se
había permitido que la guarnición volviera a Inglaterra en derrota.

Thom levantó una ceja. Douglas había visto una ceja y le había preguntado si tenía algún problema.
A lo que Thom había sido incapaz de detenerse a sí mismo cuestionando sarcásticamente si todas
las despensas habían estado llenas. Una referencia a la obra negra más famosa de Jamie, donde
había arrojado los cuerpos de la guarnición inglesa a la despensa del Castillo de Douglas y la
prendió fuego.

Douglas había estado lívido, y por un momento, Thom pensó que volverían a los golpes de nuevo.
Demonios, después de toda una vida de tener que guardar sus pensamientos para sí mismo y deferir
al señor, lo habría acogido. No iba a durar dos minutos contra Douglas con una espada, pero cuando
se trataba de pelear, podía mantenerse a sí mismo con cualquiera. Con la fuerza bruta.

Sí, lo tenía, por todo se había terminado cuando Douglas le había ignorado y se dirigió a Carrick
para decirle dónde sus hombres podían encontrar los martillos y otras herramientas para ir a
trabajar, mientras ellos iban al Salón a aceptar el homenaje de la Nobleza y otros terratenientes de la
zona.

Thom tomó otro poderoso balanceo con el martillo golpeado contra la sección de la pared y escuchó
una grieta. Bien, finalmente estaba aflojándose.

Habían estado trabajando en esta sección de la pared toda la mañana, cavando una profunda zanja
debajo, y luego aflojando la piedra con el martillo y los picos. Estaban casi listos para prender fuego
a los soportes de madera. Con un poco de suerte, todo se doblaría y se derrumbaría en sí mismo.
Pero no fue así. Sólo esperaba estar lo suficientemente lejos cuando todo se viniese abajo.

-Cuidado -dijo a uno de los hombres-.No querréis golpear esa sección demasiado duro. Ya está
debilitada.

El hombre se había detenido a mirarlo, y sus ojos se abrieron en algo por encima del hombro de
Thom.

-Si esa chica es real, daría mi huevo izquierdo porque me mire de la manera en que os está mirando.
¿Es vuestra?

Thom miró por encima del hombro y se congeló. La vista que le llegaba a los ojos fue tan
inesperada que no tuvo tiempo de prepararse. Por un momento, volvió a ser aquel muchacho que
miraba hacia la torre y creyó ver a una princesa. Y todo el anhelo, toda la admiración, todos los
sentimientos volvían a él en una ola torrencial.

Ella.

Se puso rígido, recordando. No, no Ella, Elizabeth. Lady Elizabeth para él. Esa parte de su vida
había terminado.

-No es mía.

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Nunca lo había sido.

Pero, ¿qué diablos estaba haciendo aquí? En medio de su sitio de trabajo, maldita sea! Había
paredes inestables por todas partes. ¿No se daba cuenta de lo peligroso que era?
¿Y por qué diablos lo miraba como si fuera una bestia en una casa de fieras?

Empezó a balancearse como si estuviera loca. Instintivamente -como lo había hecho tantas veces
antes- se lanzó hacia delante, pensando en atraparla. Pero estaba demasiado lejos.

Debió darse cuenta de lo que iba a hacer, porque ya estaba corriendo hacia ella mientras se acercaba
para apoyarse en un poste. Un poste que había sido establecido para apoyar una pared inestable.
Gritó para que se apartara del camino, pero ya era demasiado tarde. En un horror lento vio cómo
una parte de la pared cedía.

Se quedó allí, inmóvil, horrorizado, mientras el polvo, la roca y los escombros volaban sobre ella.

Oh Dios, la piedra iba a golpearle la cabeza. Su corazón en su garganta, Thom saltó hacia adelante,
empujándola bruscamente fuera del camino y llevándola al suelo.

Ellos aterrizaron con fuerza, su cuerpo encima del suyo, se preparó para protegerla y soportar el
peso de la piedra que caía. Él gruñó de dolor cuando una piedra grande golpeó el borde de su
hombro. Unas piedras más pequeñas le salpicaban la espalda, las piernas y el brazo que protegía su
cabeza. La próxima vez, recordaría no quitarse el timón. Pero era un trabajo caluroso, y había
estado sudando...

Sudando.

Ah, demonios. De repente se dio cuenta de dos cosas a la vez. El polvo se estaba asentando, estaba
a salvo, y él estaba viviendo una de sus fantasías. Tenía muchos de ellas.

Pero una de sus favoritos, especialmente en los primeros meses después de dejar a Douglas, la había
estado volviendo a ver con ese vestido blanco y corriendo con las sucias manos por todos lados.
¿Qué era lo que era esa perfección prístina que le hacía querer ensuciarla un poco? ¿Eso le hizo
querer tomar sus grandes y callosas manos de herrero y deslizarlas por toda esa piel impecable y
lechosa?

Imaginó su suave y desnudo cuerpo bajo el suyo, su piel caliente y resbaladiza mientras frotraba
contra ella una y otra vez. Imaginó que aquella fachada helada y fría se encendía de placer, tal vez
un poco sudorosa, rogándole que la tomara más duro. Imaginó que sus dedos se clavaban en sus
hombros, mientras se oían gemidos urgentes en un violento grito. Y después, la imaginó esparcida
sobre él, los miembros desnudos retorcidos en las sábanas con una mirada traviesa y bien caída en
su rostro.

No estaba vestida de blanco, pero él estaba medio desnudo, sudoroso, y sus dedos le clavaban los
hombros. Con ella debajo de él, era bastante fácil imaginar todo lo demás. Él estaba grueso y duro,
y por un momento agonizantemente perfecto, se entalló entre sus piernas. La sangre corrió y golpeó.
El impulso de empujar era casi abrumador.

Levantó el pecho lo suficiente para mirarle a los ojos. Fue un error. Los suyos se llenaron de
sorpresa... y algo más. Algo que le hizo pensar -sólo por un momento- que no se había equivocado.

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Que lo que sentía por él era más que amistad. Que estaba tan excitada como él. Y que ella
finalmente lo estaba viendo.

Le agarró la mandíbula con una de sus pequeñas manos, y se sintió como una marca en su piel.

-Siempre estáis viniendo en mi rescate, ¿verdad, Thommy? ¿Cómo os recompensaré esta vez?
-era un juego que habían jugado cuando eran niños.

Un juego, maldita sea. Nada había cambiado. Excepto que había superado los juegos hacía años.

Estaba a punto de decirle exactamente cómo podía recompensarlo -explicadamente- cuando


escuchó una voz familiar decir:- ¡Apartaos de mi hermana, bastardo inmundo!

Decir que estaba aturdida lo estaba poniendo suavemente. Por un momento, Elizabeth olvidó cómo
respirar. El aire estaba atrapado en sus pulmones en algún lugar cerca de su corazón, que también
parecía haber llegado a un alto agobiante. Aparentemente, su cabeza tampoco funcionaba muy bien,
ya que el primer pensamiento que apareció en ella no fue el alivio de no estar aplastado debajo de
un montón de rocas, sino el conocimiento de que era guapo.

Parpadeó un par de veces, tratando de despejar la confusión. Pero no fue un espejismo. Los
penetrantes ojos azules, la mandíbula fuerte, los pómulos duros, la nariz rota de más de una vez, la
frente pesada y el cabello no bastante negro eran todos Thommy, era innegablemente guapo.
Impresionante. Y su corazón y cabeza ahora estaban parados confusamente. Dios mío, ¿cómo había
sucedido eso? ¿Cuándo había ocurrido eso?

"Agradecida de estar viva" tampoco fue su segundo pensamiento. O el tercero, para el caso. Los
pensamientos que siguieron estaban más bien ocupados por la conciencia del cuerpo grande,
ligeramente sudoroso, medio desnudo sobre el suyo, que parecía y se sentía tan duro y sólido como
todas esas rocas que estaban a punto de caer sobre ella, y que siendo realista debido a su tamaño
iban a aplastarla, pero no lo hiciera. En realidad se sentía bien. Realmente bien. A pesar de que
estaba pesado y caliente. Sus dedos estaban prácticamente ardiendo mientras cavaban o intentaban
excavar en la bola de acero del músculo en sus brazos.

¡Dios Todopoderoso, era fuerte! Lo sabía, por supuesto. ¿Cómo no podía hacerlo con tantas veces
como lo había visto trabajar o hacer sus tareas? Pero era algo muy diferente verlo y otro
experimentarlo visceralmente sobre cada centímetro de su cuerpo.

De hecho, todo lo que estaba sintiendo ahora era visceral. Sus sentidos se intensificaron, sus
terminaciones nerviosas hormigueaban, su piel se sentía apretada y sensible, y caliente. ¿Mencionó
que estaba caliente? Torrencialmente caliente. Corriendo en partes extrañas de su cuerpo caliente.
Bueno, ¿qué le pasaba?

Sólo cuando lo miró a los ojos se dio cuenta de que recuperaba el equilibrio. La mirada familiar le
dio un ancla en una tormenta de confusión. Thommy.

Ella suspiró aliviada e hizo una broma. Una broma que de su expresión no había sido recibida muy
bien, todavía estaba tratando de averiguar lo que había dicho mal esta vez, cuando su hermano se
entrometió.

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Thommy fue sacado de ella, y se sintió... vacía. Sin mencionar el frío y la extraña decepción.

-¿Qué demonios creéis que estáis haciendo? -gritó Jamie a Thommy.

Había muy pocos hombres que pudieran parecer completamente bajo amenaza de que el Douglas
Negro les gritase, pero Thommy no era uno de ellos. Incluso cuando era joven, se ponía de pie ante
Jamie de una manera que ninguno de los otros muchachos del pueblo se atrevía. Se enfrentaría a él
tal y como era ahora, con una mirada tranquila e inexpresiva en su rostro que enloquecía a Jamie.

Aunque no había nada exterior desafiante o arrogante, simplemente por el nivel de control que era
exactamente eso.

Era una roca. Sólido, constante, y imperturbable. Por mucho que Jamie lo obligara a luchar, no
importaba lo enfadada que Elizabeth pudiera sentir que Thommy lo fuera, nunca lo haría. Al menos
así había sido en Douglas y antes de la discusión que había terminado su amistad. Pero ahora, se
preguntaba si algo había cambiado.

Esta vez, Thommy rompió su fachada estoica con una frente arqueada:- ¿Qué parecía?

Se oyó una sutil insistencia en su voz que Elizabeth no entendió. Pero Jamie lo hizo. Hizo un sonido
bajo en su garganta como un gruñido y se movió hacia Thommy.

-Voy a mataros, no me importa lo que diga Carrick.

Después de ponerse de pie -los dos hombres estaban demasiado ocupados respirando el fuego para
recordarla-, Elizabeth lo detuvo.

-¡Esperad, Jamie! -se adelantó frente a Thommy, que todavía estaba parado allí perezosamente con
los brazos cruzados delante de él, como si no tuviera ninguna labor en el mundo (especialmente
estando a un paso de tener el puño de Jamie en su mandíbula)-. Estaba salvándome, eso es lo que
estaba haciendo -dijo. Ella movió su mano, señalando las piedras que estaban esparcidas alrededor
de sus pies.

>-¿Os perdísteis la pared que acaba de caer? Bueno, habría estado en mi cabeza si Thommy no me
hubiera sacado del camino -se mordió el labio, dándose la vuelta para enfrentarse a Thommy. Tenía
que levantar la cabeza para mirar hacia arriba-. ¿Estáis herido?

Él sostuvo su mirada para un latido largo del corazón. Había una intensidad que no podía descifrar.
Elizabeth habría dado casi cualquier cosa en ese momento para conocer sus pensamientos.

-No.

No estaba segura de si debía creerlo, pero la hacía sentirse extraña con la forma en que la miraba, su
corazón palpitaba extrañamente, así que se volvió hacia Jamie y le fulminó con la mirada. –

-Deberíais darle las gracias -incapaz de negar la evidencia a su alrededor, Jamie dio un paso atrás.
Esperó. A diferencia de Thommy, la expresión de su hermano escondía pocos de sus pensamientos,
y en este momento, parecía muy obstinado en mantener su terquedad. Puso sus manos en sus
caderas-. ¿Y bien?

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Por primera vez, Elizabeth se dio cuenta de que había otros hombres con Jamie, y que con los
hombres que trabajaban en la pared, tenían ahora un gran público. Así, por lo menos una docena de
hombres presenciaron la rara visión de James Douglas disculpándose. Podía estar tan apretado
como un arco, sus manos podrían estar enroscadas en puños a los costados, y su boca podría parecer
que acababa de beber leche cuajada, pero dijo:

-Parece que os debo una disculpa. No me di cuenta...

De repente, pareció verlo.

Él giró sobre ella con toda la ira que se había dirigido a Thommy.

-¡Podrías haberos matado! Maldita sea, Elizabeth, ¿no sabéis lo peligroso que es esto? ¿Qué diablos
hacéis aquí?

Una disculpa aparentemente olvidada, miró a Thommy con sospecha, y lo sintió endurecer detrás de
ella. Elizabeth frunció el ceño ante su formidable hermano. Sabía que su ira no era motivo de
preocupación, pero estaba equivocado con lo que estaba insinuando.

-Os estaba buscando. Me dijeron que estabais en la Torre Norte.

-Lo estaba. Esta es la Torre de la Guardia.

-Sí, bueno, me di cuenta de que demasiado tarde. Me iba cuando accidentalmente derribé la pared.

Decidió que era más prudente no explicar que había agarrado la pared para protegerse del choque de
ver a un hombre medio desnudo. No cualquier hombre medio desnudo.

Los ojos de su hermano se dirigieron a Thommy, y luego de nuevo a la de ella.

-¿Por qué estáis en Roxburgh? Por lo que recuerdo, os dije que os quedaráis allí, y estaría en
Blackhouse para buscaros cuando terminara aquí. Esto no es lugar para una dama.

¿Era su imaginación, o había enfatizado esa última palabra para el beneficio de Thommy? La
tensión entre los dos hombres era palpable. Jamie estaba actuando como si hubiera venido a
Roxburgh para encontrarse con Thommy. Pero eso no tenía sentido. Debería haber adivinado por
que estaba aquí. Frunció el ceño.

-Vengo detrás de Archie, por supuesto. Para traerlo de vuelta.

Jamie no miraba a Thommy de un lado a otro. Su mirada estaba firmemente fija en la suya:- ¿De
qué estáis hablando?

Su corazón se hundió, cuando el primer indicio de pánico aumentó su pulso.

-Archie tomó un caballo y salió ayer para reunirse on vos. Lo seguí para traerlo de vuelta, pero no
lo alcancé a tiempo. Pensé encontrarlo aquí con vos.

Jamie sacudió la cabeza y sabía por su expresión sombría lo que iba a decir:- Archie no está aquí.

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Capítulo 5
Después de la pronunciación de Jamie que no auguraba nada bueno, Elizabeth y su hermano se
retiraron al solar del rey en la Torre del Norte, la actual Torre del Norte, esta vez, que estaba
conectada a la Torre de la Guardia por la apropiada North Range.

Jamie se la había llevado tan rápidamente que no había tenido la oportunidad de hablar con
Thommy -ya que la mirada en blanco no había sido una invitación para charlar-, pero lo buscaría
más tarde.

Primero, tenía a Archie por quien preocuparse. Intentaba no reaccionar exageradamente, pero podía
sentir que Jamie estaba ansioso también. Había llamado a Richard, y junto con el otro hermano de
Joanna, Thomas, estaban reunidos alrededor de la mesa en los bancos con algunos de los otros
guardias domésticos de Jamie.

Los ojos de su hermano parecían haberse vuelto negros cuando se sentían como locos en ella.

-¿Habéis cabalgado por la mitad de Escocia con un guardia de protección?

En verdad, era tan predecible:- No soy la que importa en este momento. Necesitamos encontrar a
Archie. ¿Adónde más podría haberse ido?

No dudaba de que hubiera un infierno que pagar más tarde, pero la preocupación de Jamie por el
hermano que estaba en peligro ganó:- ¿Estáis segura de que se estaba dirigiendo hacia aquí?

Elizabeth se mordió el labio, sus manos se retorcieron con ansiedad.

-No, pero lo asumí después de nuestra discusión -había supuesto que después del desacuerdo que
había tenido con Archie la noche anterior-, vendría aquí-. Es lo que había amenazado con hacer -
miró a Richard para pedir ayuda-. Se dirigía en esta dirección, al menos hasta Selkirk.

-Sí, mi señor -intervino Richard-. Lo rastreé con bastante facilidad, pero lo perdí en la ciudad.

Jamie juró, pasando los dedos por su pelo. Sus ojos cayeron sobre ella acusadoramente.

-Se suponía que debíais estar vigilándolo.

Elizabeth le dirigió una mirada desgarradora. Sabía que estaba disgustado, pero no iba a dejar que le
diera la espalda:- Aparte de encerrarlo, no sé qué esperabais que hiciera. Es un muchacho obstinado
de 16 años que quiere probarse a sí mismo y piensa que es indestructible. No sabrás nada al
respecto, ¿verdad? -Jamie torció la boca, tratando de no sonreír-. Le di órdenes de que no saliera del
castillo, pero robó un caballo mientras la mayoría de los hombres estaban cazando, y nadie notó que
se había ido hasta que fui a buscarlo. Nos separaban horas.

Jamie se levantó y se acercó para empujarla en sus brazos. La apretó con fuerza.

-Demonios, lo siento. Sé que esto no es vuestra culpa. No os preocupéis, estoy seguro de que lo
encontraremos con bastante facilidad.

Elizabeth sintió que las lágrimas se acumulaban detrás de sus ojos mientras miraba fijamente el

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hermoso rostro de su hermano mayor.

-¿Lo creéis?

Le dio un beso en la frente:- Lo sé. Voy a dirigir la búsqueda yo mismo...

Aliviada, Elizabeth se paró a un lado y escuchó mientras daba órdenes a sus hombres. Si Jamie dijo
que lo encontraría, lo haría. Cuando se trataba de la guerra, no había nadie en quien confiar más.
Aunque bajo aquellas circunstancias, tal vez no haría daño tener doble certeza. Esperó a que
terminara y lo apartó para una palabra privada.

-¿Hay alguno de los Fantasmas aquí?

Su expresión se quedó en blanco:- ¿De qué estáis hablando?

Elizabeth puso los ojos en blanco:- En serio, Jamie, no es tan difícil de entender. Aunque no sé por
qué no os unisteis, ya que siempre estáis peleando con ellos de todos modos –pensó en los nombres
de los hombres más a menudo en su compañía: Gregor MacGregor, Kenneth Sutherland, Magnus
MacKay, Ewen Lamont, Eoin MacLean y Robbie Boyd. Sabía que Alex Seton también había sido
miembro, pero recientemente había cambiado su lealtad para pelear con los ingleses.

-¿Cómoo diablos... ? -sus ojos se estrecharon-. Maldita sea, Ella, sois demasiado mayor para estar
escuchando en las puertas -le dirigió una mirada dura, con la intención de intimidarla. Aunque
impresionante, fue completamente desperdiciado en ella.

Se alejó sin confirmar ni negar nada, pero se sintió aliviada al ver que cuando salía del castillo
menos de una hora después, cuatro de los hombres que había mencionado montaron con él.

Estaría bien. Su hermano y los fantasmas de Bruce -o como se llamaban a sí mismos, la Guardia de
los Highlanders- encontrarían a Archie. Se retiró a la habitación provista para que se bañara,
comiera algo y descansara, segura de que cuando se despertara, estaría dando un regaño a su
hermano menor que no olvidaría en su vida más próxima por asustarla tan horriblemente.

Elizabeth trató de no alarmarse cuando su hermano y los demás hombres todavía no habían
regresado por la cena. Había esperado tener la oportunidad de hablar con Thommy, pero no había
estado entre los doscientos guerreros que se habían reunido en el Gran Salón para la comida ligera.
Le había echado de menos los últimos años, pero no se había dado cuenta de lo terrible que lo había
hecho hasta que lo había visto. Había habido un vacío en su vida desde que Thom se fue, y ahora
que se le había dado la oportunidad, estaba decidida a arreglar lo que había entre ellos. No podían
seguir así. Habían sido amigos durante demasiado tiempo.

Cuando le preguntó a Eduardo de Bruce dónde podría encontrarlo, le dijo que no había visto a
MacGowan desde que los hombres habían terminado el trabajo en la torre unas horas antes. Se
encogió de hombros con indiferencia y le sugirió que habria ido a la ciudad con algunos de los
otros. Era un hombre popular en la ciudad. De cómo Carrick lo dijo, lo tomó en relación con las
mujeres.

En ese momento, un hombre sentado en las inmediaciones interrumpió.

-No está en la ciudad, mi lord -se volvió hacia ella-. Si está buscando a MacGowan, señora, estaba

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esperando a ver a la sanadora.

No se dio cuenta de que se había levantado de un salto hasta que todos se volvieron para mirarla. El
hombre, que era más bien un muchacho de diecisiete o dieciocho años, se sonrojó. Sospechó que
era uno de los escuderos del conde-. No quería alarmarla, mi señora. No es nada serio -frunció el
ceño-. MacGowan no habría sido capaz de estar al mando del martillo todo el día si su hombro
estuviese roto.

Elizabeth no necesitaba oír nada más:- ¿Dónde?

El muchacho -Henry- la señaló en dirección al boticario, que según estaba situado cerca de las
cocinas al otro lado del jardín del castillo.

Estaba oscuro y frío mientras huía del calor del salón, pero no tardó en ir a buscar su capa. Las
direcciones no eran tan fáciles de seguir como pensaba, por lo que se vio obligada a detenerse y
preguntar unas cuantas veces, pero al final encontró la puerta correcta y entró en el pequeño edificio
con, sin aliento y medio congelada.

Pero nada de eso le importaba al ver al hombre sentado en el taburete de espaldas. Tenía su camisa
de nuevo, pero esta vez no notó los anchos hombros, la cintura estrecha, y la amplia extensión de
músculo. Esta vez todo lo que pudo ver fue el remiendo de la piel horriblemente magullada e
hinchada que cubría una gran parte de su hombro derecho.

Un grito agudo estranguló en su garganta. Se volvió hacia el sonido, y sus ojos se encontraron.

-¡Estáis herido! -exclamó acusadora.

-No es nada -respondió él, con un tono de molestia en el tono demasiado cortés-. Os agradezco
vuestra preocupación, señora, pero debéis volver al Gran Salón.

No esperó su respuesta, volteando la cabeza y dándole la espalda. Al parecer, suponía que se iba.
Bueno, estaba a punto de decepcionarlo. Inmovilizada por su fría voz y el innegable aire de
incomodidad, cerró la puerta detrás de ella y cruzó la habitación.

Aunque Thommy la estaba ignorando, la sanadora no lo hacía. La joven, muy bonita curandera, se
dio cuenta de repente. La pelirroja, de ojos verdes, que parecía un duendecillo la miraba con una
curiosidad descarada.

-Elizabeth Douglas -dijo a modo de presentación-. La lesión es culpa mía. ¿Está roto?

-Ah -dijo la curadora con una sonrisa-. Sois la hermana de James. Pensé que me resultabais familiar.
Nos conocimos hace mucho tiempo cuando los Juegos de las Tierras Altas se celebraron en el
castillo de su vuestro tío Steward en la Isla de Bute. Mi padre era el conde de Sutherland. Soy Helen
MacKay.

MacKay. Elizabeth tardó un momento en establecer la conexión.

-Ang .empezó a decir Ángel, pero se detuvo, dándose cuenta de que no debía saber que Lady Helen
era el médico no oficial de los Fantasmas. Los ojos de la mujer se ensancharon. Había cogido el
desliz-. Sois la esposa de Magnus MacKay -dijo Elizabeth en su lugar-. He oído a James hablar de

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vos.

Thommy estaba en buenas manos.

Helen torció la boca:- Parece que lo habéis hecho. Pero para responder a vuestra pregunta, no está
roto. Aunque, como le estaba explicando a Thom aquí, lo puso mucho peor trabajando todo el día
después de que resultara herido. Estoy segura de que debió haber dolido como el diablo para
balancear un martillo o recoger con esto. Si algo duele -explicó, como si hablara con un niño-, eso
significa que no deberíais seguir haciéndolo.

-Estaba bien -dijo Thommy obstinadamente.

Ambas mujeres actuaron como si no hubiera hablado. Los hombres eran tan ridículos cuando se
trataba de admitir dolor. Elizabeth no necesitaba un médico para saberlo. Tenía tres hermanos.

-Ahora, necesitará mantenerlo atado por lo menos durante unos días hasta que la hinchazón
disminuya -continuó Lady Helen-. He aplicado un bálsamo calmante, que se debe volver a aplicar
en la mañana y la noche antes de que os vayáis a dormir. Necesitará a alguien que lo ayude a
envolverlo.

-Puedo...

-Haré que uno de los hombres de los cuarteles se ocupe -dijo Thommy, interrumpiéndola con una
mirada penetrante-. Deberíais volver al Salón, lady Elizabeth, no pertenecéis aquí.

Si Helen se sorprendió por su grosería, no lo demostró.

-Como fue culpa mía que estéis lesionado, ciertamente lo hago -respondió Elizabeth.

-Dudo que vuestro hermano esté de acuerdo. ¿Deberíamos ir a preguntarle?

Elizabeth sonrió dulcemente ante la amenaza:- Sois bienvenido a hacerlo cuando regrese.

La cabeza de Helen iba y venía después del intercambio, y parecía estar luchando duramente para
no sonreír cuando Elizabeth terminó.

-¿Me enseñaríais cómo? -le preguntó a Ángel-. Así puedo asegurarme de que se haga
correctamente.

-Maldita sea, no quiero...

-Estoy segura de que lady Helen tiene otros pacientes que necesitan ayuda -dijo Elizabeth,
interrumpiendo su protesta-. ¿Queréis perder el tiempo discutiendo o me dejaréis hacer esto? Muy
bien, Thommy, no es que no os haya tocado antes.

Los ojos de Helen se alzaron y, cuando se dio cuenta de cómo sonaba, las mejillas de Elizabeth se
calentaron. Pero por lo menos, Thommy pareció entender que no se la dejaría escapar. Cerró la
boca, le dirigió una mirada dura y se apartó de ella para mirar hacia la pared. Por la forma en que su
mandíbula estaba apretada, se sorprendió de que sus dientes no estuvieran estallando.

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Si no lo conociese mejor, podría pensar que no sólo estaba siendo terco, sino que realmente no la
quería aquí. Pero lo conocía... ¿No?

Tenía que admitir que esta indiferente actitud extraña era un poco desconcertante. No estaba
actuando como si no la conociera, estaba actuando como si no quisiera conocerla.

Lady Helen le entregó la tira de tela y le mostró cómo envolverla alrededor de su hombro y luego
alrededor de sus costillas para asegurarla. A pesar de lo que había dicho sobre tocarle antes,
Thommy no fue el único que saltó cuando presionó la tira de lino en su piel. Se sentía como si le
hubiera atropellado un rayo.

-Lo siento, -dijo, recuperándose del shock-. ¿Os lastimé? -murmuró algo que parecía una maldición,
y le dijo bruscamente que se diera prisa y terminara.

Ahora, eso sonaba como Thommy. Ella murmuró algo acerca de unos niños pequeños groseros,
gruñones, demasiado grandes que eran demasiado orgullosos y que tenían las cabezas duras para
admitir que estaban heridos.

Con la ayuda de Helen, no tardó mucho en envolver la tela alrededor del hombro lesionado.
Satisfecha, Helen le dijo a Thommy que podría ponerse su camisa, que debido al corte suelto, podía
hacerlo por su cuenta, a pesar de no poder levantar su brazo derecho más de unos pocos
centímetros.

Elizabeth sospechaba que evitar que se levantara era la razón de la atadura. Ponerse su sobretodo de
cuero fue un poco más difícil, pero se las arregló con la ayuda de Helen.
Sin mirar a Elizabeth, le dio las gracias a Helen, tomó su plaid y sus armas, y se dirigió hacia la
puerta. Elizabeth intercambió una mirada de sorpresa con Helen y fue tras él.

-¡Thommy, esperad! Quería...

Hablar con vos. Pero sus palabras fueron cortadas por el sonido de la puerta que se cerraba.
Elizabeth parpadeó, casi como si no pudiera creer que le hubiera cerrado la puerta.
Después de una disculpa a Helen a toda prisa (aunque no sabía por qué se disculpaba por su
grosería), fue tras él. En realidad, mientras caminaba tan rápido, tenía que correr tras él.

-¡Thommy! -su voz se hizo más fuerte-. ¡Thommy, esperad!

Había un número de personas merodeando alrededor del patio que se volvió para mirarla.
Desafortunadamente, Thommy no fue uno de ellos. No dejó de caminar hasta que se acercó a él, le
agarró el brazo y lo obligó a reconocerla. Estaban a pocos metros de lo que ella sospechaba que era
el cuartel, y las antorchas cerca de la puerta proporcionaban la suficiente luz para ver su rostro.

-Bueno, Thommy, os pedí que esperarais. ¿No me habéis oído?

-Os oí bien, los ingleses al otro lado de la frontera probablemente os oyeron bien, pero no he oído
ninguna pregunta.

Elizabeth frunció el ceño:- No me disteis una oportunidad. Iba a pedir hablar con vos.

-No, gracias -dijo con el mismo tono demasiado cortés que había usado antes. Empezó a alejarse. Se

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habría alejado si no hubiera dado un paso para bloquearlo. O un intento de bloquearlo, pero tan
pronto como sus cuerpos entraron en contacto, se dio cuenta de la futilidad de eso. Era como entrar
en un muro de piedra. En realidad, era como tener un muro de piedra viniendo hacia ella. Se vio
obligado a atraparla para evitar que cayera de espaldas.

La puso en pie y la dejó ir tan rápidamente como si hubiera tocado una olla ardiente.

-Maldita sea, Elizabeth, ¿alguna vez habéis mirado antes de dar un paso? Nunca he conocido a
alguien que tenga dificultades para mantenerse en pie.

Sonaba tanto como algo que habría dicho años atrás que le sonrió de nuevo:- Me he atado las botas.
¿Recordáis?

Era lo que siempre la había acusado de hacer para explicarle sus frecuentes tropiezos cuando era
niña. Ya no tropezaba tan a menudo, aunque la última vez que lo había hecho, fue la primera vez
que no había estado allí para atraparla. Había terminado con un tobillo torcido.

Siempre había sido capaz de aclarar sus estados de ánimo con una broma tonta o una provocación
suave, pero estaba claro que ya no era el caso. Su expresión no era de diversión. Ambivalente,
ligeramente molesto e impaciente era probablemente una descripción más exacta. Oscuro y
sorprendentemente guapo era otro. No podía dejar de mirar fijamente los rasgos familiares y
preguntarse cómo podía ser que se viera tan diferente.

Pero no sólo su aspecto había sufrido cambios en los últimos tres años, se dio cuenta. Los cambios
fueron más profundos, mucho más profundos. El guerrero sombrío y taciturno con la despiadada
boca y los ojos tan fríos y afilados como el acero no era nada como el reservado, aunque a veces
estoico, amigo de la infancia que recordaba. Si no lo conociese tan bien, podría pensar que parecía
intimidante. Tal vez incluso feroz.

Pero estaba claro que los últimos años habían sido duros para él, y de repente, quería oír todo al
respecto. Todo sobre él. Justo como lo habían hecho cuando eran jóvenes.

-¿Qué es lo que queríais, Elizabeth? Decid lo que tengáis que decir. Estoy cansado y quiero volver
al cuartel.

Lo miró, escudriñando su rostro buscando cualquier vestigio del hombre que recordaba y
preguntándose cómo iba a abrirse paso a través de esta impenetrable coraza que había puesto a su
alrededor. No podía dejarlo así. Era demasiado importante para ella. Siempre había sido la única
persona con la que podía contar, la única persona que siempre estaba allí para ella, incluso cuando
no lo estaba. La idea de que nunca lo volviera a ver, y que nunca más volvería a hablar con él era
inconcebible. Lo necesitaba en su vida. No se había dado cuenta de cuánto hasta ahora.
Intentó no sonar herida.

-Sólo quería hablar con vos.

-¿Y lo que yo quiero no importa?

Dio un paso atrás, insegura de lo que la acusaba:- Por supuesto que sí. Pero han pasado tres años,
Thommy. ¿Pensé que querríais hablar conmigo, también? Había esperado que todavía no estuvierais
enfadado conmigo después de lo que pasó la última vez. Nunca me disteis la oportunidad de

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disculparme.

-No estoy enfadado con vos en absoluto. ¿Porque debería estarlo? La culpa fue mía -hablaba con
tanta calma, con tanta indiferencia, que era difícil creer que éste era el mismo que le había quemado
con tanta pasión. Casi deseaba seguir enfadado con ella. Al menos, entonces, sabría que le
importaba un poco-. No tenéis nada por qué disculparos. Lo siento si os ofendí. No necesitáis temer
que se repita. Veo las cosas muy claramente ahora.

No sabía lo que estaba tratando de decir. ¿Eso significaba que ya no tenía sentimientos por ella?
Estaba aliviada. Por supuesto que lo estaba. Eso significaba que podían volver a ser amigos.

-Nunca quise haceros daño, Thommy. ¿Seguro que lo sabéis?

La miró fijamente, como si quisiera negarlo, pero en última instancia, pareció conceder su
sinceridad:- Sí.

Era la primera grieta en la fachada de acero, y en lugar de retroceder y ser paciente como debía,
siguió adelante.

-¿Eso significa que todavía podemos ser amigos? -levantó la mano y colocó la palma de su mano en
su mejilla, el rastrojo por debajo más grueso y brusco de lo que había sido antes. Algo de eso le hizo
temblar la piel cuando dijo-. Os he echado de menos.

Se alejó de su toque. Podía sentir los callos duros en su palma mientras se envolvía alrededor de su
muñeca para arrastrar su mano a su lado.

-Ya podéis tocarme así, Elizabeth. No somos niños. Alguien podría ver y pensar en una idea
equivocada. Vuestro hermano, por ejemplo.

Ella frunció el ceño:- Jamie puede irse al Diablo. No me importa lo que piense.

-Ojalá pudiera decir lo mismo, pero en este caso tiene razón. Vos y yo... No hay un vos ni yo. No
podemos volver a como era. No he sido Thommy desde hace mucho tiempo... y vos ya no sois Ella.
Tenemos diferentes vidas. Soy un soldado y vos sois la hermana del Douglas Negro. Vivimos en
dos mundos diferentes. Tenéis que volver al tuyo y dejarme en el mío. He seguido adelante, es hora
de que hagáis lo mismo. -

Sus labios se separaron con un jadeo que nunca llegó. Permaneció alojada en su pecho, donde
empezó a arder.

Giró sobre sus talones y se alejó. Esta vez ella lo dejó ir.

***

Elizabeth se dijo a sí misma que Thommy -Thom (¿cómo se suponía que debía pensar en él de esa
manera?)- no lo decía en serio. No podía querer echarls completamente de su vida. Para siempre.
Pasarían por esto. Tenían que superar esto.

Tiempo...Eso es lo que necesitaba. Prometió darle eso antes de buscarlo de nuevo. Pero no tardó

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mucho en lamentar ese voto.

Sólo una hora más tarde, se quedó mirando a su hermano.

-¿Qué queréis decir con que no hay señales de él? Tiene que haber una señal de él -no podía haber
desaparecido. La expresión de Jamie estaba demasiado quieta. Demasiado inexpresivo-. ¿Qué pasa?
¿Qué no me estáis diciendo?

-Nada -dijo.

Las lágrimas brotaron a sus ojos:- Decidme, Jamie, sé cuando estáis ocultando algo.

Sacudió la cabeza y suspiró, pasándose los dedos por el pelo:- No lo hago. Pero teníais razón, no
pudimos encontrar ninguna señal de él después de Selkirk. Archie no suele ser tan cuidadoso y eso
me está molestando.

Elizabeth había pensado lo mismo:- ¿Tal vez podríais usar un rastreador diferente?

Jamie se arqueó la boca en una media sonrisa.

-Usé el mejor. Confiad en mí, si Lamont no puede recoger su rastro, nadie puede.

-Entonces, ¿qué hacemos? -comenzó a caminar delante de él-. No podemos quedarnos aquí y no
hacer nada.

-No lo haremos. He enviado a unos cuantos hombres a Blackhouse para ver si ha regresado allí,
Lamont y MacLean todavía están buscando pistas, y un par de amigos han ido a Edimburgo a
buscar a alguien que podría ayudar a encontrar más información.

-¿Lachlan MacRuairi?

-Maldita sea, Ella, ¿con qué frecuencia escuchasteis mis conversaciones?

Decidió que era prudente no responder a esa pregunta:- No es exactamente un secreto. MacRuairi
fue nombrado como uno de los Fantasmas de Bruce hace años.

Jamie no se había dejado engañar:- Sí, bueno, eso puede ser cierto, pero no todo el mundo sabe por
qué podría haberle enviado a él.

-¿Así que le mandasteis buscarlo?

Sacudió la cabeza:- Sois incorregible. Casi siento lástima por Randolph -su sonrisa perversa, sin
embargo, sugirió lo contrario.

-¿Cuándo sabréis más?

-Espero que mañana -al sentir su angustia, la tomó entre sus brazos y le dio un reconfortante
apretón-. Sé que es difícil, pero tratad de no preocuparos demasiado, pequeña. Por lo que sabemos,
Archie decidió regresar a su casa, o tomó un camino equivocado y se dio la vuelta.

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Ninguno de los dos creía eso. Algo estaba mal, y ambos lo sabían. Pero Jamie tenía razón. No
ayudaría nada imaginar todas las cosas horribles que podrían haber ocurrido. Tendrían que esperar a
que sus amigos regresaran con información.

Hasta entonces... tuvo que resistir el impulso de correr directamente a Thommy. Thom.

No fue fácil. Las siguientes veinticuatro horas fueron algunas de las más largas de su vida, sobre
todo después de que MacKay y Sutherland regresaran de Blackhouse Tower a la mañana siguiente
para informar que Archie no había regresado allí. Era Lachlan MacRuairi que estaban esperando
ahora, y no fue sino hasta que las campanas para las vísperas habían sonado que finalmente cabalgó
a través de la puerta con un puñado de los otros Fantasmas.

Parecían que había estado en la silla durante horas, y si las expresiones sombrías en sus rostros eran
cualquier indicación, la noticia no era buena.

Los hombres se retiraron inmediatamente a la cámara del rey con Jamie, la misma habitación donde
se había reunido ayer con él. Jamie colocó a un hombre fuera de la puerta, pero había notado el día
anterior que la habitación también tenía una chimenea, que se compartió con la habitación de arriba.
Antes de que el castillo fuera tomado, la cámara del tercer piso habría sido ocupada por uno de los
nobles ingleses -o tal vez por damas- en el castillo, pero afortunadamente para ella, estaba vacía. No
tenía ninguna intención de esperar la versión editada y condensada de Jamie de lo que los hombres
tenían que decirle. Estaba un poco ahumado con la cabeza casi en la chimenea, pero debido a la
hora tardía y la falta de ruido en el patio, fue capaz de escuchar la mayor parte de la conversación.
Casi deseaba no haberlo hecho.

-Una patrulla inglesa de hombres que llevaban los brazos de De Beaumont fue vista reuniendo a
hombres sospechosos de rebelarse cerca de Selkirk y Jedburgh el miércoles por la mañana después
de que llegaran noticias sobre el ataque a Roxburgh.

Su corazón se hundió escuchando las palabras del hombre que asumió que era MacRuairi. Oyó que
su hermano usaba una vil maldición que nunca había oído usar antes.

-¿Estaba Archie entre ellos?

Otro hombre habló:- No podemos estar seguros, pero parece probable. La sincronización se ajusta y
el rastro del muchacho desaparecieron no lejos de donde la patrulla fue vista.

-Lo habrán llevado a Jedburgh -dijo Jamie-. Es uno de los únicos castillos en el área que hemos sido
incapaces de tomar.

-Sí -dijo el hombre que había identificado como MacRuairi-. Eso es lo que asumimos también.
Pero hay más.

Elizabeth se preparó, agarrando el borde del banco en el que estaba sentada hasta que sus dedos se
pusieron blancos, sintiendo que lo que iba a decir no iba a ser bueno.

No fue así.

MacRuairi explicó cómo fue capaz de entrar en el castillo con un grupo de aldeanos y comerciantes
esa mañana, pero no había ninguna señal de los prisioneros. Incapaz de encontrar cualquier

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información, tuvo que contactar a su contacto en el castillo de Carlisle para conocer el resto.

Elizabeth no estaba sorprendida de que tuvieran un espía inglés, pero se sorprendió cuando
MacRuairi se refirió como a ella. Una chica.

-Fue capaz de descubrir que los hombres fueron llevados al Castillo de Bamburgh en
Northumberland para ser encarcelados.

-¿Northumberland? -repitió Jamie-. Maldito infierno, ¿por qué llevarlos tan lejos? ¿Saben quién es?
¿Saben que tienen un Douglas?

-Ella no lo cree. Pensó que fue una medida de precaución. Con sus hombres en Roxburgh, la
patrulla inglesa no quería arriesgarse con Jedburgh tan cerca.

Elizabeth sintió que la sangre se le escurría de la cara. Había estado en el Castillo de Bamburgh una
vez cuando era niña cuando su padre había sido el encargado del Castillo de Berwick, y el
conocimiento de dónde habían tomado a su hermano la llenó de desesperación y horror. No
necesitaba oír a los hombres de abajo discutir la dificultad de un rescate. Lo entendía. La ubicación
de Bamburgh se alzaba sobre un acantilado escarpado y rocoso que lo hacía virtualmente
inaccesible y el lugar perfecto para una prisión.

Pero éstos eran los Fantasmas. Seguramente, si alguien pudiera liberar a Archie de un lugar
imposible serían ellos, ¿no?

-Podemos intentar un rescate -dijo MacRuairi-. Pero nunca hemos hecho algo como esto antes. Sin
un largo asedio, nuestra única forma de entrar es ese precipicio. No es como subir una pared de
treinta pies con ganchos de escalada y una escalera. Son más de ciento cincuenta pies de roca de
basalto pura sin una correa. El éxito está lejos de ser garantizado, y podríamos empeorar la
situación.

Jamie hizo eco de la pregunta en su cabeza:- ¿Cómo podría ser peor? Podría estar en la Torre de
Londres, maldita sea.

-Un intento de rescate puede alertar a los ingleses sobre la importancia de uno de los prisioneros. Si
comienzan a preguntar a vusetro hermano, ¿cuánto tiempo les llevará descubrir su identidad? Y si lo
hacen...

No necesitaba terminar. Todos sabían lo que eso significaría. Si los ingleses supieran que tenían en
su poder el hermano de uno de los hombres más odiados de Inglaterra, el hombre al que culpaba de
innumerables hechos negros y los insultaba como el Diablo, colgarían a Archie de la horca más
cercana o peor.

Pero, ¿y si ya lo supieran? ¿Y si los prisioneros ya estaban siendo interrogados? Torturado. ¿Cuánto


tiempo tenía Archie entonces? ¡Tenía sólo dieciséis años!

Los hombres iban de un lado a otro, pero Elizabeth sabía que no podían arriesgarse y esperar.
Tenían que intentarlo. Especialmente cuando había alguien que podía ayudarlos. Tan pronto como
MacRuairi había mencionado la roca, lo había sabido. Jamie también lo sabría. Seguía esperando a
que su hermano dijera algo, pero cuando estaba claro que no iba a hacerlo, sabía que tenía que
actuar.

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No le dio al hombre de la puerta la oportunidad de detenerla. Lo rozó, ignorando sus protestas, y
estalló en la reunión. Ignorando a los hombres que la miraban con sorpresa, miró directamente a su
hermano.

-Conocéis a alguien que puede ayudar. Tenéis que preguntarle.

El guardia habló al mismo tiempo:- Lo siento, mi lord. Intenté detenerla.

-No muy bien, al parecer -dijo James, dirigiéndose primero al hombre. Oliendo en el aire, con los
ojos entrecerrados en la chimenea. El humo la había entregado-. Os hablaré más tarde, Elizabeth.
Ahora no es el momento.

La voz tranquila y baja no la engañaba. Sabía que estaba furioso con ella por escuchar a escondidas
-no lo culpaba-, pero esto era demasiado importante:- Pero Thom puede ayudar.

-No, no puede. Esto no tiene nada que ver con él.

- Pero...

-¡Maldita sea, no hay nadie más! No necesitamos su ayuda. Escalar árboles y colinas alrededor de
Douglas está muy lejos de intentar colarse en uno de los castillos más formidables de Inglaterra.
MacGowan ha sido un guerrero durante tres años. No está cortado para algo como esto. Estas no
son misiones normales. Su inexperiencia sólo hará que el resto de nuestros trabajos sea más difícil y
podría poner al resto de nosotros en peligro.

Jamie estaba ciego cuando se trataba de Thom. Sabía que su hermano era demasiado orgulloso para
pedirle algo a Thom, después de la pelea entre ellos. Empezó a discutir, pero la detuvo.

-Se supone que esto es secreto, y es importante que se mantenga así. Hay muchas vidas en juego,
incluyendo la de Archie. ¿Lo entendéis?

Con los ojos muy abiertos, asintió. De repente consciente de todos los ojos sobre ellos, se dio la
vuelta para salir. No estaba dispuesta a rendirse, pero conocía a su hermano lo suficiente como para
saber que no lo convencería así.

Pero también la conocía bien. la siguió hasta la puerta y dijo en voz baja para que nadie más pudiera
oír:- MantenEOS alejado de él, Ella, lo digo en serio... No quiero que estéis cerca de MacGowan.
Estaréis en el primer caballo de regreso a Blackhouse por la mañana, y él estará en el otro extremo
de mi espada.

La advertencia de su hermano resonó en sus oídos, Elizabeth vaciló durante unos treinta segundos.
No dudaba de que Jamie quisiera decir lo que dijo, pero con mucho gusto volvería a Blackhouse si
eso significaba que Archie estaba a salvo. Y aunque Jamie era irracional cuando se trataba de
Thommy, no lo mataría sólo por hablar con ella. Además, estaba segura de que podía evitar una
batalla entre los dos hombres si fuera necesario. lo había hecho muchas veces antes.

No importaba lo que Jamie dijera acerca de la falta de experiencia de Thommy, no había ninguna
duda en su mente de que él podría ayudar. Podía subir cualquier cosa. ¿Cuántas veces lo había visto
escalar los acantilados cuando eran más jóvenes? Sin mencionar las casas de la torre. Podía ayudar
a los Fantasmas, estaba segura de ello. Justo como estaba segura de que le ayudaría.

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Capítulo 6

Infiernos, hacía frío. La cofia acolchada de lana que cubría la cabeza y el cuello de Thom bajo el
visor de acero era escasa protección contra un viento escocés invernal. Demonios, no era mucha
protección contra un viento escocés veraniego, que podría ser casi tan frígido. Sus orejas estaban
congeladas.

¿Por qué diablos no había traído un plaid extra? Caminaba por las murallas tanto para mantenerse
caliente como para vigilar el campo oscuro.

La guardia nocturna era un tipo especial de infierno. Largas, solitarias horas tratando de permanecer
alerta y no congelarse hasta morir. ¿Quién habría pensado que anhelaría lanzar un martillo? Pero
esta era su "recompensa" por salvar a la princesa. Incapaz de ayudar con la toma de las paredes para
el día siguiente o dos mientras descansaba su hombro golpeado, había sido asignado
temporalmente a la guardia de la noche. Pero en un día o dos, tan pronto como llegaran otros
hombres de Edimburgo, Carrick le daría permiso para regresar al castillo de Rutherford y a lady
Marjorie.

Centrado en el movimiento más allá de las paredes del castillo, no prestó mucha atención a los
pasos que subían por las escaleras de la guardia, suponiendo que debía ser el oficial a cargo. Lo era,
pero el teniente de Carrick no estaba solo.

-MacGowan. Os necesitan. Peter ocupará vuestro lugar hasta que regreséis.

Thom no discutió. Estaba tan aliviado que no cuestionó la causa. No fue hasta que fue llevado a un
pequeño cuarto de guardia construido en el muro de piedra -probablemente un lugar donde los
ingleses habían mantenido temporalmente prisioneros- y vio quién lo esperaba que deseaba volver a
su frígido puesto.

Elizabeth.

Ella no lo saludó de inmediato, pero se volvió hacia el teniente con una sonrisa agradecida. Era una
sonrisa para hacer hombres bobos, incluso los viejos guerreros sin humor como Sir Reginald
Cunningham.

-Gracias por encontrarlo. Le prometo que esto sólo tomará un momento -cuando parecía que el
hombre tenía la intención de quedarse, agregó-. Lo que tengo que decirle a Thom es del más
absoluto secreto. Si pudiera ver que no nos molestan, lo agradecería mucho.

El viejo guerrero parecía inseguro:- ¿Su hermano sabe que estáis aquí, mi lady?

Elizabeth le dirigió una sonrisa deslumbrante. Habiendo estado al otro lado de esa sonrisa más de
una vez, Thom sabía que era mentira -o al menos, era una declaración engañosa- estaba en camino.

-Sabe exactamente adónde iba.

Lo cual no respondía nada.

La boca de Thom cayó en una línea dura cuando Sir Reginald, todavía con un poco de estupor

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ciego, le sonrió de nuevo y los dejó solos. Ella se dio la vuelta inmediatamente para mirarlo y corrió
hacia sus brazos.

Estaba tan sorprendido que instintivamente se cerraron a su alrededor. Se derretía contra su pecho,
sus suaves curvas femeninas presionaban contra él en todos los lugares correctos. Inhaló el delicado
olor de su perfume y sintió que los recuerdos se estrellaban sobre él. Siempre olía tan dulce y fresca.
Por un traicionero latido del corazón, lo olvidó todo. Donde estaba. Habían pasado tres años. Qué
difícil había sido superarlo, que no la amaba.

Por ese traicionero latido del corazón, pensó que había reconsiderado. Estaba tan sobrecogido por la
emoción que cuando ella lo miró y dijo:

-Os necesito –oyó: Os amo.

Perdido en el fascinante mar de sus ojos, se había sentido cayendo. Bajó la boca, y fue sólo cuando
sus ojos se abrieron en shock por lo que iba a hacer que retrocedió a la realidad. Necesito vuestra
ayuda, es lo que ella había dicho.

No lo había reconsiderado. No lo quería, quería algo de él. Con una aguda maldición, la soltó. Pero
la emoción, la lujuria, le golpeaba como un tambor amargo. Se miraron el uno al otro durante un
largo momento. Elizabeth, sorprendida, y él enfadado. Él había seguido adelante. Ya no la amaba
con cada fibra de su ser. Elizabeth Douglas era su pasado. Al ver su expresión, retrocedió
instintivamente.

Forzó su ira a enfriarse. Había perdido el poder de hacerle daño hace tres años.

-¿Qué queréis, Elizabeth? Apuesto los salarios de una semana que Jamie no sólo no sabe que estáis
aquí, sino que os dijo explícitamente que no vinierais aquí.

Se mordió el labio con culpabilidad y tuvo que apartar los ojos de la vista de aquellos diminutos
dientes blancos con ese plumoso labio inferior en su apretado agarre. Le hizo pensar en tomar la
suavidad roja aterciopelada entre sus propios dientes. Le hizo pensar en deslizar su lengua sobre las
marcas y luego en su boca, finalmente saboreándola. Pasado, se recordó a sí mismo.

En su lugar, se concentró en tratar de controlar el temperamento que estaba amenazando de nuevo.



-¿No escuchasteis nada de lo que dije antes? Os pedí que me dejarais, y ahora me arrastrais de mi
deber. Ya no podéis venir corriendo a mí cuando queráis. Este es mi trabajo, Elizabeth. Tengo
responsabilidades y personas que están contando conmigo. Ya no soy vuestro para mandar.

Ella parpadeó, con los ojos muy abiertos, obviamente sorprendida:- Nunca pensé que lo fuerais. Y
no habría venido a vos si no fuera una emergencia. Necesito... necesitamos... vuestra ayuda. Es
Archie.

Thom no conocía muy bien a sus hermanos menores, pero sabía lo mucho que se preocupaba por
ellos:- ¿Le han encontrado?

-No... Sí... No lo sé -con las lágrimas brillando en sus ojos y la emoción gruesa en su garganta, soltó
una explicación ilegible-. Por lo que podía decir, Archie había sido llevado por los hombres de
Henry de Beaumont al Castillo de Bamburgh, y Jamie y un pequeño grupo de guerreros planeaban

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un intento de rescatarlo. Pero la única forma de entrar en el castillo es un precipicio escarpado, y
pensé -lo miró expectante.

Sabía exactamente lo que pensaba:- Pensabáis que lo dejaría todo, no sólo en la mitad de Escocia,
sino también a través de las líneas enemigas, escalaría no sólo un peligroso acantilado, sino también
la pared de uno de los castillos más fortificados de Inglaterra, y de algún modo encontrar a vuestro
hermano en prisión nada menos, liberarlo y llevarlo a salvo sin ser descubierto por una guarnición
entera de soldados ingleses. ¿Lo he resumido correctamente?

Los grandes ojos azules de la bella se alzaron contra los suyos en una cara que había perdido un
poco de color. Lo miró sin decir palabra, haciéndole sentir como si estuviera pateando a un
cachorrito. Pero este no era su problema, ella no era su problema, y no iba a dejarse absorber por la
espalda. Había sido bastante difícil superarla la primera vez.

Pero no era sólo eso. Había trabajado duro para estar donde estaba, y no iba a dejar que interfiera.
Lo había sacado de su deber, maldita sea, sin pensarlo. ¿Qué haría la próxima vez que "lo
necesitara"?

Finalmente encontró su voz:- Sé que es mucho pedir, pero Jamie estará con vos -mordió su labio
inferior como si contemplara cuánto decir-. Y algunos muy buenos guerreros -de repente, jadeó y se
cubrió la boca con la mano como si algo se le hubiera ocurrido-. ¡Por supuesto, vuestro hombro!
Debe estar causándoos dolor.

-Mi hombro no tiene nada que ver con esto -todavía estaba dolorido, pero podía subir si lo deseaba-.
No tengo nada que ver con esto. Entonces, ¿por qué venís a mí, Elizabeth?

-Pensé que querríais ayudar.

Alzó una ceja en desafío:- Dudo mucho que hayáis pensado en mí, o en lo que quería. Supusisteis
que todo lo que tendríais que hacer era preguntar, y yo vendría corriendo como siempre. Bueno, lo
siento, pero no puedo. No esta vez. Tendréis que encontrar a alguien que quiera ayudar.

Lo miró, atónita:- ¿Estáis diciendo que no?

Se veía tan incrédula que si no fuera a costa de su orgullo podría haberse reído.

-Probablemente nunca se os ocurrió pensar que me negaría, ¿verdad?

El rubor culpable que enrojeció sus mejillas puso la primera grieta en su compostura. La tomó por
los hombros, forzándola a mirarle y escuchar lo que dijo.

-Ya no tengo que volver a jugar al sirviente a su princesa. Tampoco tengo que mantener mi lengua
alrededor de mis superiores y saltar cuando vuestro hermano lo ordene. Que James haga otro de sus
milagros, o mejor aún, pedidle que me lo pregunte a mí el mismo -se rio como si supiera que
nevaría en el infierno antes de que su hermano viniera a pedirle ayuda-. Tengo otras cosas que
hacer.

Trató de apartarse, pero alargó la mano para agarrarle el brazo. El lesionado, pero eso no es lo que
hizo cada músculo en su cuerpo se sacudiese.

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-No es por eso que estoy aquí. Estáis siendo injusto, nunca he pensado en vos así.

-¿No es cierto? ¿No soy alguien en quien confiar? ¿Alguien que siempre ha estado allí para vos?

-Sí, por eso vine vos ti. Eso es lo que hacen los amigos.

-¿No queréis decir que es lo que hago? Vuestra idea de amistad suena más bien unilateral.

Ella parpadeó hacia él:- Yo... -las lágrimas brotaron de sus ojos-. No me había dado cuenta... -
respiró con dificultad y le hizo saltar el corazón-. Lo siento, Thom, no quise ser una carga para vos.

Había dejado que su brazo se fuera, y él pasó su mano por su cabello. Infiernos. Odiaba esto.
Odiaba negarle nada. Le hacía sentir como si las arañas se arrastraran por toda su piel.

-No erais una carga. Pero solo tenéis que entender que ya no puedo estar ahí para vos.

No quería herirla, pero no podía dejarse distraer ni desviarse de su objetivo. Lady Marjorie lo
esperaba, y no iba a dejar pasar esta oportunidad. Conocía a Elizabeth. Si la dejaba entrar hasta
una pulgada, haría algo dulce para abrirse camino en su corazón otra vez. No iba a dejar que eso
sucediera.

-Lo entiendo.

Pero no lo hacía. Se volvió para irse, pero esta vez fue él quien la detuvo. La tomó del brazo y la
volvió para mirarlo. Tenía que hacerla ver, o estaría de vuelta la próxima vez que el impulso le
golpeara.

-Tengo algo más que hacer. Alguien me está esperando.

-¿Quién?

-La mujer con la que espero casarme.

¿Casarse? La palabra resonó en su cabeza, y Elizabeth se sintió repentinamente mareada.


Se sorprendió y se balanceó, luego le miró. Algo en su pecho se apretó. Sus pulmones se sentían
como si acabara de inhalar una nube de humo acre y arenoso.

-¿Os vais a casar?

Arqueó una ceja:- Parecéis muy sorprendida. ¿Pensasteis eso porque no queríais que nadie lo
hiciera?

El sutil castigo en su voz fue como una bofetada:- Nunca pensé eso en absoluto. ¿Por qué estáis
poniendo palabras en mi boca para pensar lo peor de mí? Estoy sorprendida, no me sorprende,
aunque tengáis razón, no debería estarlo. Cualquier mujer tendría suerte de teneros.

En realidad, era más sorprendente que ya no estuviera casado. Sólo miradlo. Era un adonis. Uno de
los hombres más guapos que había visto. Debe haber docenas de mujeres clamando por sus
atenciones. Algo que comió se removió dentro de ella, porque de repente se sintió enferma.

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-No es ninguna mujer -replicó él. Entonces, como enfadado por sus propias palabras, hizo un
movimiento con los hombros que no era un encogimiento de hombros-. Nada ha sido formalizado.

-¿Pero?

-Pero tengo razones para creer que hay compromiso es inminente. Espero marcharme al día
siguiente para acompañarla a sus fincas en Yorkshire.

¿Por qué le resultaba tan difícil respirar? El aire parecía frío y helado en sus pulmones. Paralizados

-Ya veo. F-felicitaciones. Estoy feliz por vos. Es una mujer muy afortunada -lo dijo en serio, aunque
las palabras parecieron adherirse a su garganta.

-Es un buen partido -dijo con sinceridad-. Es la viuda de un barón menor que tiene un castillo cerca
de Peebles.

¿Un castillo? ¿La viuda de un barón? Era un buen partido, un partido muy bueno. Debería estar
orgullosa de él por haber hecho una alianza tan beneficiosa. Lo cual no explicaba por qué un
extraño sentimiento de hundimiento se había posado en su estómago.

Forzó una sonrisa en su rostro y esperó que no pareciera tan trémula como se sentía:- Estoy feliz por
vos. Os merecéis lo mejor, Thommy –Thom -corrigió rápidamente.

Sus ojos se detuvieron por un largo latido del corazón antes de apartar la mirada.

-Sí, bueno, hará que la caballería sea un alcance más fácil.

Sonrió. Era el hombre más noble y honorable que conocía. Siempre había tenido un sentido agudo
de lo correcto y lo incorrecto. Había sido un caballero para ella durante mucho tiempo, pero no
creía que le gustara escuchar más recuerdos de su infancia. Seguía con su vida como él había dicho.
No se había dado cuenta... Casado. ¿No esperaba hacer lo mismo? ¿Se había olvidado de Randolph?
Estaba avergonzada de decir que lo había hecho.

Respiró hondo, forzando el aire a través de sus pulmones secos. Tal vez ambos habían seguido
adelante:- Tenéis razón, no debería haber venido.

Thom ya no era el chico del pueblo. No era su amigo de la infancia y confidente. No lo había sido
durante mucho tiempo. Era un soldado. Un hombre al que ni siquiera conocía. Su rostro estaba
tenso, su expresión sombría. Parecía dolido cuando hablaba, como si estuviera librando una especie
de feroz batalla interna.

-Jamie traerá a vuestro hermano a casa con seguridad, Elizabeth. Es un buen escalador.

Eso era cierto. Después del desastre cercano en el árbol todos esos años, Jamie había estado
determinado a convertirse en un escalador tan bueno como Thom. Había superado el temor de que
supuestamente, ella no sabía nada, había descubierto lo que le había detenido ese día unos años
después y se había vuelto muy buena. Pero nadie era tan bueno como Thom. Le había visto escalar
caras rocosas que harían que una araña vacilar.

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Sin embargo, forzó una amplia sonrisa en su rostro. Tenía razón, no era su batalla.

-Estoy segura de que tenéis razón.

Se miraron el uno al otro en la oscuridad, sin saber qué decir, pero ambos comprendieron que era un
adiós. Deseaba, quería...

Respiró hondo y rompió el silencio:- Adiós, Thom.

-Adiós, Elizabeth.

Con un último vistazo para abrazarla, abrió la puerta y se fue.

***

Elizabeth exploró el horizonte, deseando que apareciera un grupo de jinetes. La ventaja de la


cámara de la torre del este del castillo era que proporcionaba una visión amplia de Roxburgh y del
campo afilado, suavemente ondulante más allá. Había cientos de personas que se movían a lo largo
de las estrechas carreteras y caminos del importante burgo, pero ninguno de los hombres era el que
buscaba.

Dios en el cielo, ¿cuánto más debíaa soportar? Parecía que todo lo que hacía últimamente era estar
mirando ansiosamente por las ventanas de la torre, esperando.

Suspiró con frustración. ¡Dos días! La Guardia famosa de James y Bruce se habían marchado por
dos largos días, y ni una palabra. ¿Habían tardado más en llegar al castillo de lo que esperaban? ¿O
había algo salido mal?

No saber nada era una agonía. Sin más que esperar, se sintió como un león en una jaula. O una
princesa en una torre.

Su corazón se apretaba como lo había hecho cada vez que pensaba en Thom desde que se separaron
hacía dos noches, lo cual era frecuente. Sus acusaciones le habían dolido. Nunca se había dado
cuenta de lo que había sido para él. Nunca vislumbró el resentimiento y la amargura que debían de
estar escondidos debajo de la fachada estoica, y había estado explorando sus recuerdos para ver si
había algo que ella pudiera señalar, algo que podría haber hecho para causarla.

Pero se había dado cuenta de que tal vez no era ningún acontecimiento específico lo que había
alimentado su resentimiento. Era simplemente una función natural de la separación entre ellos en
rango. Era algo que nunca le había importado porque no tenía que pensar en ello. Thom, por otro
lado, no tenía ese lujo. Siempre habría sido consciente de las diferencias de rango entre ellos, y
precisamente lo que eso significaba. La hija del laird y el hijo del herrero. El heredero del laird y el
hijo del herrero -no había ninguna pregunta de quién tomó precedencia y quién tenía autoridad-.
No eran iguales. Incluso si nunca lo había pensado así, siempre la había entendido implícitamente, y
tal vez su relación se había forjado en ese fundamento desigual -como lo había hecho Thom con
Jamie-. Su hermano no tuvo que lanzar su autoridad alrededor u obligar a Thom a tomar una rodilla
delante de él. El hecho de que pudiera hacerlo sería bastante difícil de tragar para un hombre como
Thom. Un hombre fuerte y orgulloso cuya autoridad natural lo convirtió en un líder por derecho
propio. Los muchachos de la aldea siempre le habían mirado como su líder a menos que Jamie

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estuviera cerca. Entonces era su hermano.

Por primera vez se preguntó cómo serían sus relaciones si hubieran nacido de un rango similar. Su
percepción cambió. Ya no estaba claro que Jamie hubiera estado a cargo, así como ya no estaba
claro que nunca hubiera pensado en Thom como un posible pretendiente. Sospechaba que habría
pensado en las cosas de otra manera. Fue una realización desconcertante.

Que sin duda había algo de cierto en las acusaciones de Thom la hacía sentirse horrible. Lo había
dado por sentado y asumió que siempre estaría allí para ella. Podía reconocer eso.

Pero estaba equivocado sobre el resto. Nunca había pensado en él como un sirviente que debía
saltar para cumplir con sus órdenes, y odiaba que pudiera pensar eso de ella. Pero tan importante
como era para ella que supiera eso, también sabía que la única manera de demostrarlo a él era
escuchar su petición y dejarlo en paz.

Tenía sus propios planes para pensar en el futuro, ¿no? Tenía que dejarlo ir.

Pero su pecho se apretó mientras miraba por la ventana. Esta vez sus ojos exploraron el patio de
abajo. ¿Había ido a ver a su viuda?

No lo había visto desde la comida del mediodía de ayer, pero no había podido encontrar el coraje
para preguntarle a Eduardo de Bruce acerca de él en el día de hoy. Temía la respuesta. Un suave
golpe en la puerta sacó su mirada de la ventana. Esperando a su sirvienta, se sorprendió por la mujer
que entró.

Inmediatamente, su corazón saltó:- ¿Habéis oído algo?

Lady Helen le dirigió una sonrisa irónica y sacudió la cabeza:- Aún no. Willie y yo pensamos que
tendríais necesidad de algún tipo de compañía -la mirada de ella se movió significativamente hacia
la ventana que Elizabeth estaba de pie-. He pasado muchas horas mirando por las ventanas.

Elizabeth sólo podía imaginarlo. ¿Cómo sería casarse con uno de los Fantasmas de Bruce? ¿A los
hombres que fueron llamados para las misiones más difíciles y peligrosas? Se estremeció.

-¿Cómo os las arregláis?

El curandero guapo sonrió mientras luchaba por mantenerse en contacto con el joven muchacho
que, además de temblar, había comenzado a verbalizar su disgusto por ser retenido.

-Tengo a este pequeño buey obstinado para entretenerme. También tengo mi trabajo, que me
mantiene más ocupada de lo que me gustaría.

Elizabeth lo entendió. Helen atendía a los hombres que eran heridos en el campo de batalla.
Cruzando la cámara, sostuvo sus brazos hacia fuera y sonrió:- Es adorable. ¿Puedo?

Helen pareció aliviada:- ¿Os importa? Mis brazos sienten que están a punto de caerse. Ya está tan
pesado, y no le gusta que lo mantengan en este momento.

-¿Quiere gatear?

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Lady Helen asintió con la cabeza.

-Sí, y no le gusta que le digan que no. Me temo que es tan cabeza dura como su padre -sonrió,
notando cómo los brazos de Elizabeth se hundían con el peso-. Y construido tan sólido como su
padre también. Debo admitir que espero que pase.

-Pero ten cuidado con lo que deseáis -dijo Elizabeth con una risa, encerrando al adorable niño rubia
en sus brazos-. Recuerdo cómo fue cuando Hugh comenzó a caminar. Parecía que siempre lo
perseguíamos para evitar algún tipo de desastre.

El niño parecía gustarle que rebotara y gorgoteara de risa, revelando un puñado de dientes blancos y
nacarados. Era un pequeño diablo lindo con una cara redonda querubín, ojos verdes grandes,
pestañas largas, pelo rubio suave plumoso, y miembros pequeños robustos.

-Le gustáis -dijo lady Helen con una sonrisa-. Parece que ya le gustan las chicas bonitas.

Elizabeth sonrió y se rio cuando empezó a jugar con una de sus trenzas:- ¿Cuántos años tiene?
¿Diez meses?

Lady Helen alzó las cejas:- Sí, la próxima semana. Estoy impresionada. Se podría pensar con todo
lo que sé sobre la curación que sería mejor en esto. Pero Willie tiene un don para revelar lo
ignorante que soy. Parece que nunca sé qué hacer con él. No puedo creer que realmente pensé que
sería fácil.

Al oír la frustración maternal de su voz, Elizabeth tuvo que sonreír. Recordó los trabajos similares
de Joanna durante el primer año de Uilleam. Su sobrino tendría dos en junio:- ¿Es el primero?

Helen asintió con la cabeza:- He escuchado de algunas de las otras esposas que se hace más fácil.
Dado que algunos de ellos tienen más de un hijo, creo que tendré que creerlas.

Debía decírselo a Jo, pensó Elizabeth con una sonrisa, si el color verdoso reciente de su piel en la
mañana significaba algo.

Elizabeth sospechaba que se refería a las otras esposas de la guardia secreta de Bruce:- ¿No le
importa a vuestro marido que vos y el bebé estéis aquí?

Lady Helen torció la boca:- No diría eso. Creo que preferiría que Willie y yo estuviéramos en el
Castillo de Varrich en el extremo norte de sus tierras en Sutherland, pero él sabe que puedo ser
necesaria, así que tratamos de encontrar un equilibrio. Willie y yo nos alejamos del peligro, pero
tan pronto como Magnus lo considere seguro, estamos con él. Con las victorias que el rey ha tenido
últimamente, espero que no pase mucho tiempo hasta que la mayor parte de Escocia esté a salvo -
miró horrorizada la muñeca de Elizabeth-. ¡Willie, no!

El niño se había movido intentando meter sus dedos gorditos a través de la trenza de Elizabeth para
roer su pulsera.

-Está bien -dijo con una carcajada-. No está haciendo ningún daño.

-¿Estáis segura? -dijo lady Helen, observando con incertidumbre-. Es muy hermoso -miró más de
cerca el pedazo fino, grabado de metal-. E inusual. Me di cuenta que lo teníais cuando entré en la

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habitación. Debe ser especial para vos.

Elizabeth debió de retorcerlo de nuevo. Joanna había señalado más de una vez -como si significara
algo por ella- que lo hacía con tanta frecuencia cuando estaba ansiosa o nerviosa por algo.

-Lo es -respondió Elizabeth. Thommy se la había dado a ella por el día de su santo justo antes de
que se hubiera visto obligada a marcharse a Francia al comienzo de la guerra de Bruce. Raramente
se lo quitaba.

El pequeño manguito fue diseñado simplemente, consistiendo en dos medio-círculos del latón
(restos probables de hacer los quillones de una espada) abisagrado en un lado y asegurado por dos
broches en el otro. La mano de obra era exquisita. Fue grabado con símbolos antiguos, como los
que estaban en la vieja cruz en St. Mary's en Douglas que se decía que databan desde el momento
en que el cristianismo fue introducido por primera vez por los misioneros irlandeses St. Finian y St.
Columba. Thommy era tan talentoso, por eso nunca había entendido por qué quería ser un caballero.
Aunque tal vez ahora tenía una mejor idea.

-¿Puedo verlo? -preguntó Helen.

-Por supuesto -contestó, tratando de librarse del agarre gomoso del bebé. Cuando empezó a discutir
la forma en que los bebés lo hacían, lo distrajo de lloriquear poniéndolo en el suelo. Dejó de hacerlo
de inmediato. La habitación estaba escasamente amueblada, así que no había mucho para que se
golpeara, pero mantuvo un ojo cerrado en la chimenea. Con un ojo fijo en su hijo, Helen se
maravilló del diseño.

-Leí una vez acerca de los romanos dando brazaletes a sus soldados por distinciones militares -dijo
Elizabeth-. Siempre me ha recordado a ello.

Algo en la mirada de Helen se encendió:- ¡Lo sé! También he oído hablar de ellos. Armilla, creo
que fueron llamados. Hmm...

Elizabeth habría seguido de cerca, pero Helen le devolvió el brazalete al mismo tiempo que se lanzó
hacia adelante para cortar el camino de Willie a -por supuesto- la chimenea.

-¿Qué es lo que hace que los bebés vean el peligro y se dirijan hacia ello? -dijo Elizabeth con un
movimiento de cabeza mientras Lady Helen amonestaba suavemente a su hijo.

-No lo sé -contestó lady Helen-. Pero no todos los superan. Mi marido, por cierto.

Lady Elizabeth se echó a reír, pero se puso seria cuando Helen se volvió de la ventana donde se
había movido para señalar las cosas para distraer a Willie.

-¿Qué es? -preguntó.

El alivio de la sanadora fue visible. Hasta ese momento, Elizabeth no se había dado cuenta de lo
ansiosa que estaba:- Están de vuelta.

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Capítulo 7

Thom entregó a Sir David Lindsay la espada. El caballero importante, y uno de los compañeros más
cercanos de Bruce, la tendió frente a él para examinarlo. Lo volvió en su mano, cortó en el aire unas
cuantas veces, y miró cada ángulo de la manija como si estuviera buscando algo, mientras hacía
breves exclamaciones por el camino.

-Maldito infierno, MacGowan, ¿cómo hicisteis esto tan rápido? Se siente como una espada
completamente nueva. El equilibrio es increíble, y el mango se siente como si se hubiese hecho para
mi mano.

Thom se encogió de hombros:- Si hubiera tenido un par de paletas podría haber arreglado el surco
de sangre. Podría haber sacado un poco más cerca de la punta para aligerarlo. Pero el armador
inglés no fue lo suficientemente insensato como para dejar atrás todas sus herramientas.

La forja del castillo parecía haber sido apresuradamente abandonada después de que Douglas
hubiera tomado Roxburgh. Thom había decidido hacer uso de ello cuando no estaba atendiendo a
sus deberes para Carrick. Dios lo sabía, no se estaba durmiendo en los laureles. También podría
hacer alguna moneda extra en esas horas de vigilia.

No tenía nada por lo que sentirse culpable. Pero maldita sea, viendo el rostro pálido y ansioso de
Elizabeth desde el otro lado del pasillo o el patio los últimos días habían comido su resolución. De
hecho, se había saltado la comida del mediodía tanto para terminar la espada como para evitar verla.
No es que ayudara. Todavía podía ver esos grandes ojos de buey justo enfrente de él mientras lo
miraba y le rogaba que la ayudara. El tirón para ir a su ayuda era tan fuerte que físicamente dolía no
hacerlo. Su pecho le estaba doliendo desde hacía dos días.

Maldijo internamente y volvió su atención hacia Lindsay, quien le pagó la moneda que habían
acordado y le dio las gracias.

-Podría enviar a algunos hombres más a vuestra "forja", si creéis que tendréis tiempo. Sé que
muchos de nosotros hemos tenido dificultades para encontrar un buen herrero desde hace tanto
tiempo como pasamos durmiendo en el brezo -Thom se puso rígido. Sin darse cuenta, Lindsay se
echó a reír-. Parece que ha pasado mucho tiempo desde la única vez que estamos en un castillo, solo
para destruirlo.

Nosotros, los hombres que luchamos, y vos, los hombres que sirven. Thom sabía que el caballero no
quería decir nada con ello, pero todavía resonaba. No era uno de ellos, y tal vez era un tonto por
tratar de cambiar eso. Maldita sea, ¿qué tenía que hacer? Durante tres años se había estado matando
para convertirse en uno de "nosotros", y todo lo que tenía que hacer era coger un martillo y una vez
más era "vos".

Pero tenía que admitir que había algo en estar de regreso en una fragua que era extrañamente
reconfortante. Se sentía más a gusto en este edificio desconocido de lo que había estado en
cualquiera de los lugares en los que se había quedado en los últimos tres años.

Había vuelto a Douglas sólo una vez desde que se fue, y había sido horrible. Aunque había sido

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bueno ver a Johnny, el poco tiempo que había pasado con su padre había sido incómodo, y lleno de
dolor en ambos lados. Era como si ninguno de los dos supiera qué decirse el uno al otro. Su padre
pensó que Thom se avergonzaba de sus antecedentes, y Thom no sabía cómo explicar lo que lo
impulsaba a tratar de hacer algo más. Diablos, ni siquiera estaba seguro de poder explicarse por sí
mismo. Pero era lo mismo que lo que le llevaba a escalar. Le gustaba el elemento de peligro y se
empujaba al extremo. Quería ver hasta dónde podía llegar.

-Ojalá pudiera -dijo con sinceridad. Necesitaba el dinero-. Pero me voy por la mañana.

Los hombres adicionales habían llegado esta misma tarde y Eduardo de Bruce le había dado
permiso para regresar a Rutherford para escoltar a Lady Marjorie a Yorkshire. Por desgracia, la
escolta sería pequeña, ya que Carrick sólo podía permitirse prescindir de unos cuantos hombres. El
conde y el resto de su ejército partirían al final de la semana para comenzar el asedio en el Castillo
de Stirling.

Por costumbre y no por necesidad, como la forja sin duda sería destruida al final de la semana,
Thom limpió la ceniza y reemplazó las herramientas después de que Lindsay se hubiera marchado.

Estaba a punto de oscurecer cuando cerró la puerta de la forja detrás de él y cruzó el patio hasta el
cuartel. Estaba sucio, y a pesar del frío en el aire, iba a bajar al río para bañarse antes de encontrar
algo para comer y tratar de dormir un poco. Tenía un día largo delante de él en la silla de montar
mañana.

Con una mueca, estaba a punto de abrir la puerta del cuartel cuando el sonido de un grupo de jinetes
que pasaban por la puerta llamó su atención.

Reconoció a Douglas en el mando, así como a un puñado de hombres que lo acompañaban. Thom
se había cruzado con Boyd, MacKay, Sutherland, MacRuairi y MacLeod varias veces en los últimos
tres años. Elizabeth no había exagerado: los guerreros que habían acompañado a Douglas estaban
entre los mejores del ejército de Bruce. Frunció el ceño cuando algo le golpeó. Tanto Boyd como
MacRuairi tenían fama de ser miembros de los "Fantasmas" secretos del rey. Si hubiera alguna
verdad, no se sorprendería de que estos otros hombres estuvieran tan bien. ¿Lo estaba también
Douglas?

La idea de que su ex amigo fuera parte de algo tan ilustre, tenía sentido. Demasiado maldito sentido.
Cualesquiera que fueran los sentimientos personales de Thom, no podía criticar las habilidades de
Douglas como guerrero. Estaba a punto de apartarse cuando miró a los jinetes. Juro en voz alta,
dándose cuenta de quién estaba desaparecido: Archie.

***

Una mirada al rostro de su hermano, y Elizabeth lo sabía... incluso antes de escanear a los hombres
que estaban caminando hacia el salón detrás de él viendo la cabeza de un joven de color castaño.

-¿Archie? -Jamie negó con la cabeza.

Por el rabillo del ojo, se dio cuenta de la reunión de Lady Helen con su marido. El gran Highlander
sacó a su hijo de los brazos de su esposa como si no pesara nada y envolvió a lady Helen contra su
pecho vestido de cuero. El profundo afecto entre ellos le recordó a Elizabeth a su hermano y Jo.
Había pensado que su amor era inusual, pero tal vez no fuera tan poco común como pensaba.

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-¿Qué pasó? -le preguntó a su hermano.

Él negó con la cabeza, indicando que no estaba aquí. Jamie se reunió durante unos minutos con uno
de los guerreros más temibles e imponentes de los Fantasmas, que estaba diciendo algo. Aunque
nunca lo había conocido, Elizabeth sabía que era el líder de la impresionante banda de guerreros:
Tor MacLeod. Los diez miembros de la Guardia habían respondido a la llamada de Jamie para
rescatar a su joven hermano. Era por su respeto a Jaime que habían dejado de lado sus otros
deberes. También dijo mucho acerca de la preocupación del rey por Jamie que los dejó ir con la
prueba más grande de su reinado en el plazo de unos meses. La llegada del anfitrión inglés en
verano era un espectro que los atormentaba a todos.

-Enviaré una palabra al rey sobre nuestro retraso y hablaré con Carrick -dijo MacLeod en la lengua
materna de los isleños Gall-Gaedhil.

Jamie asintió con la cabeza:- Nos reuniremos por la mañana. Conseguid algo de comer, y mi
sirviente te dirigirá a vuestra cámara. Todos podemos descansar un poco.

Después de ver la comida, Jamie la llevó a la cámara del rey. Viendo su agotamiento, lo obligó a
sentarse y le trajo una copa de vino antes de sentarse en el banco junto a él para escuchar lo que
había sucedido.

Habían aprendido que los escoceses estaban en la casa de guardias de la torre cerca del borde del
farol. MacRuairi había tratado de entrar en el castillo con algunos aldeanos, pero el portero estaba
revisando a todo el mundo, y tuvo que dar la vuelta en vez de arriesgarse a ser reconocido.
Aparentemente, MacRuairi tenía muchos enemigos en las fronteras. Por lo que había oído, el
infame cacique de la Isla Oeste convertido en pirata mercenario tenía muchos enemigos por todas
partes. Jamie había esperado hasta altas horas de la noche para intentar escalar el acantilado.

-Debería haber sido fácil -dijo Jamie, claramente frustrado-. Ese lado del castillo está terriblemente
indefenso. No vi a ningún guardia en la zona toda la noche. Todo lo que teníamos que hacer era
escalar ese precipicio, lanzar la escalera escalando sobre la pared, y habríamos entrado y salido sin
que nadie más lo hubiese sabido. Sacudió la cabeza. Incluso el acantilado no se veía tan mal como
pensábamos. Era empinado, pero había un montón de pies y asideros. Durante los primeros ciento
veinte pies o así, pensé que lo lograríamos.

-¿Y entonces? -preguntó ella.

La boca de Jamie cayó en una línea dura:- Entonces nos encontramos con treinta pies de roca
escarpada. Lo intenté, pero no pude conseguir avanzar más de unos pocos pies. MacRuairi logró
escalar hasta una docena de pies, pero luego se resbaló y se encontró a la altura de caer el resto del
camino del acantilado -los ojos de Elizabeth se agrandaron de horror.

-Por cierto, debes guardar esa información para vos. Dudo que su esposa sepa lo cerca que llegó de
convertirse en viuda.

Ella asintió. MacRuairi estaba casado con Bella MacDuff. La antigua condesa de Buchan era
considerada como un gran patriota escocesa y una héroe.

-No creemos que alguien en el castillo haya oído, pero no podemos estar seguros. Un puñado de

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nuestros hombres se quedaron en Bamburgh para vigilar, mientras que el resto de nosotros
regresamos a Roxburgh para reagruparnos para otro intento.

Gracias a Dios. Elizabeth no pudo ocultar su alivio:- ¿Vais a regresar?

-Sí, y esta vez tendremos éxito. Probablemente debería haberos escuchado, en primer lugar.

Elizabeth estaba tan sorprendida al principio que no entendía:- ¿Deberíais haberme escuchado?

-Teníais razón -su hermano sonrió ante su expresión y se retocó la nariz como había hecho cuando
era una niña-. Sí, sí sé cómo decir esas palabras. Me hubiera ahorrado un largo viaje de ida y vuelta,
si lo hubiera tomado en primer lugar.

De repente, se dio cuenta de lo que quería decir:- ¿Thom?

Jamie asintió con la cabeza:- Sí. Esas rocas no habrían sido nada para él. Lo he visto escalar
acantilados mucho más difíciles con facilidad.

Elizabeth negó con la cabeza:- Es demasiado tarde. Tendréis que pensar en otra forma.

-No hay otra manera -frunció el ceño, estudiándola-. ¿Qué queréis decir con que es demasiado
tarde?

Elizabeth se mordió el labio e hizo una cara tímida:- Ya le he preguntado.

Explotó, saltando fuera del banco:- ¿Hicisteis qué? -más de seis pies de guerrero enfadado se
alzaron sobre ella intimidando. Lo combatió sentándose serenamente con las manos cruzadas en el
regazo. Thom le había enseñado eso-. Maldita sea, Ella, os dije que os mantuvierais alejado de él.

Sus ojos se estrecharon hacia él.

-Sois mi hermano, no mi padre. Thom es mi amigo, y lo veré si quiero.

-Hasta que estéis casada, es como si también pudiera ser vuestro padre. Es vuestro deber
obedecerme, y haréis lo que os digo -se miraron unos a otros durante unos minutos, las miradas
furiosas cruzaron como espadas, librando una silenciosa guerra de voluntades. Jamie tenía razón,
pero también debió darse cuenta de que si forzaba el asunto, cambiaría la relación entre ellos para
siempre. Fue el primero en retirarse-. Debería enviarte de vuelta a Blackhouse ahora mismo, como
os prometí.

Su corazón se apretó. No podía enviarla lejos, no hasta que Archie estuviera a salvo.

-Pero no lo haréis -dijo ella con certidumbre.

Sostuvo su mirada para una pausa larga antes de ceder:- Maldita sea, Ella. No lo entendéis.

-Entonces, ¿por qué no me lo explicáis? -dijo en voz baja.

-MacGowan no quiere ser vuestro amigo. No lo ha hecho desde hace mucho tiempo. Él os quiere.

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Elizabeth negó su cabeza:- Podría haberlo hecho en un momento dado, pero ya no.

La expresión de Jamie se endureció:- No discutáis conmigo sobre esto, Elizabeth. No importa lo


que os diga, os quiere, y haría cualquier cosa por teneros. Demonios, ¿por qué creéis que está aquí?

-Quiere ser un caballero. Ha querido ser un caballero durante el tiempo que pueda recordar.

-Por vuestra culpa, maldita sea. Está bajo alguna creencia equivocada de que si se eleva lo
suficiente, será digno de vos. Pero nunca será digno de vos. No me di cuenta de sus sentimientos al
principio, pero se hizo claro aquella noche que os encontré en la torre. Dios sabe lo que habría
pasado si yo no hubiera puesto fin a ello. Se aprovechó de los dos, Ella. De mí por nuestra amistad,
y de vos por vuestra inocencia. Pensó que, porque éramos amigos, no me opondría que el hijo del
herrero cortejara a mi hermana -sus ojos brillaron de rabia-. ¿Podéis imaginarlo? Cristo, nos habría
hecho ser el hazme reír ambos, y os habría arruinado en el proceso.

Elizabeth se estremeció ante la dureza de aquello, aunque sabía que era la realidad:- No se estaba
aprovechando de mí, Jamie. Thom es uno de los hombres más nobles que he conocido –lo conocía-.
Nunca habría hecho nada para deshonrarme.

-Sé por experiencia lo que la pasión puede hacer a un hombre honorable -Elizabeth se dio cuenta de
que se refería a sí mismo y que el recuerdo le dolía-. Sí, sé el tipo de hombre que Thom era -admitió
a regañadientes-. Y le habría confiado mi vida. ¿Pero confiar en él para poder controlarse a sí
mismo con mi hermana de dieciséis años cuando vi cómo os miraba? -negó con la cabeza-. No hay
manera en el infierno. No iba a arriesgarme. Todavía no lo hago, por eso quiero que os mantengáis
alejado de él. Me ocuparé de la situación con Archie.

Sacudió su cabeza:- No lo entendéis. Ya le pedí ayuda y se negó -había conseguido sorprenderlo.

-¿Os rechazó? -asintió.

Él frunció el ceño:- ¿Era su brazo? No creí que se hubiera lesionado gravemente.

Sacudió su cabeza:- No lo era. Simplemente no quería hacerlo. Dijo que se iba en un día o dos, ni
siquiera estoy segura de que todavía esté aquí -hizo una pausa, respirando hondo por los pulmones-.
Dijo que hay una mujer esperando por él. Una mujer con la que espera casarse.

Si no lo había sorprendido antes, lo había conseguido ahora.

-¿Casado? ¿Lo decís en serio? -asintió.

-¿Con quién?

Se encogió de hombros, mirando sus manos. Estaba agarrando su pulsera con tanta fuerza, se dio
cuenta, la huella seguramente se clavaría en su piel.

-No lo dijo. Sólo que es viuda de un barón.

Jamie arqueó una ceja, obviamente impresionado:- Es un buen partido para él.
¿Por qué lo que oyó a su hermano decir solo la hacía sentir peor? El matrimonio siempre había sido
hacer la mejor alianza con ella, ¿por qué no lo era en este caso?

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-Sí -convino ella.
Jamie no dijo nada, pero podía sentir sus ojos en ella. Después de un momento dijo:

-La viuda tendrá que esperar, y si ya se ha ido, puede ser traído de vuelta.

-No, no lo entendéis. La viuda era sólo una excusa. No quiere ayudar, Jamie.

-Lo que quiera es indiferente. No le estoy dando una opción. MacGowan es un soldado, hará lo que
le digan.

Los ojos de Elizabeth se agrandaron de horror, pensando en lo que Thom había dicho. Jamie lo
forzaba y eso sólo reforzaba cada pensamiento horrible que tenía acerca de ser su "sirviente".

-¡No! No podéis ordenárselo, Jamie -pensó en su conversación con Thom-. Tal vez si le preguntáis
personalmente, y le explicáis la situación...

-¿Y qué así pueda tener la satisfacción de negarse? -hizo un agudo sonido burlón y dijo-. No lo
creo. Si os rechazó, seguro que no lo hará por mí.

-Pero...

Levantó la mano, deteniéndola:- Esta es nuestra mejor opción, quizás la única manera de recuperar
a Archie. ¿Qué es más importante, vuestro hermano o el orgullo de MacGowan?

Ambos. Nada de lo que Jamie había dicho estaba equivocado, pero Elizabeth sabía que Thom no lo
vería así. Estaría furioso. No podía dejar que pensara lo peor de ellos. Lo que él quería le importaba.

Se calmó. Tal vez había una manera. Tal vez si le preguntaba de nuevo y pudiera convencerlo de
que la ayudara, Jamie no tendría que pedirle que lo hiciera. Sólo oró para que todavía estuviera
aquí.

***

-Informad a Douglas en la primera luz. Estará bajo su mando para la totalidad de la misión.

Tomó todo lo que Thom tenía para mantener su expresión neutra mientras escuchaba a Carrick,
cuando la furia hervía en su interior como una olla con una tapa demasiado apretada. No podía
creerlo. Estaba siendo forzado en la misma misión por la cual Elizabeth había venido a él la noche
anterior. Su respuesta, y lo que había querido, no había importado. O ella o Jamie -o quizás ambos-
habían ido directamente a Carrick.

A pesar de que este golpeó de los métodos de Jamie, sabía lo desesperada que Elizabeth debía estar
sintiéndose. ¿No le daba la oportunidad de negarse?

No importaba quién fuera. Tenía cólera suficiente para los dos. Thom era un maldito peón, para ser
movido por la voluntad de Douglas. Era el muchacho del pueblo que tenía que morderse la lengua y
no desafiar a su señor. Que había estado a punto de ofrecerse como voluntario para la misión a la
que acababa de ser asignado, sólo demostraba que era un maldito idiota. No podía creer que

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realmente se sintiera culpable por negarse a ayudar.

Luchó para mantener sus emociones bajo control cuando le respondió a Carrick.

-No me gustaría mantener a lady Marjorie esperando, mi señor. Comprendí que se me permitiría
irme por la mañana.

El conde frunció el ceño:- Esta misión tiene prioridad. La señora tendrá que esperar un poco más -
sonrió con una sonrisa de lobo-. Estoy seguro de que pensará en una forma de compensároslo -la
mandíbula de Thom se aferró.

-¿Y si me negara?

Carrick entornó los ojos:- Esto no es una petición. El rey ha ordenado que se le dé a Douglas lo que
sea necesario para liberar a su hermano. Douglas parece pensar que podéis ser de utilidad para él...
y tienden a estar de acuerdo con el servicio de ascenso que hiciste para Lady Marjorie -Carrick lo
estudió un poco más, quizás sospechando la rabia que Thom estaba luchando para contener-. Sé que
hay una tensión entre vos y Douglas, y os habría visto salir de este ejército mucho antes. No le he
dejado interferir porque veo muchas promesas en vos. Tened éxito en esta misión, y podréis probar
a ambos de nosotros que esa creencia está garantizada.

Thom no necesitaba probar nada al Señor Douglas, pero asintió con la cabeza, consciente de que no
tenía elección. Douglas se había ocupado de eso.

-Bien -dijo Carrick-. Espero oír hablar de vuestras hazañas cuando regreséis. Podéis regresar al
cuartel o dondequiera que fuerais cuando Henry os encontró.

-El río, mi señor -todavía estaba cubierto de hollín de su trabajo en la fragua antes.

-¿Para lavaros? -Thom asintió con la cabeza-. Está tan fría como la teta de una bruja -dijo Carrick
con un escalofrío. Thom tomaría su palabra por ello.

Carrick agitó la mano, señalando a Henry que se acercara:- Tened un baño preparado para
MacGowan en las cocinas. Si no os la pueden encontrar, haced que usen la mía -los ojos del
escudero se arquearon, pero él asintió con la cabeza.

La generosidad de Carrick sorprendió a Thom también. Supuso que estaba destinado a aliviar la
picadura de ser forzadio no sólo en la misión sino también bajo el mando de Douglas. No lo hizo,
pero no era lo suficientemente tonto como para rechazar la rareza de agua caliente.

-Gracias, mi lord -dijo Thom, despediéndose.

Recuperó el paño seco, el jabón y la ropa fresca que había dejado fuera de la cámara de Carrick en
la mazmorra después de que Henry lo había perseguido y siguió al escudero a las cocinas. Mientras
el agua se calentaba en grandes ollas de hierro sobre el fuego, trató de aliviar la tempestad que se
arremolinaba dentro de él con bebida. Un montón de bebida. Bajó taza tras taza de la jarra que una
de las criadas de servicio le había traído. Era uisge beatha, y por el sabor crudo de la garganta,
mejor no poner su taza demasiado cerca del fuego o se quemaría.

El licor hizo su trabajo, sin embargo, quitando el borde violento de su cólera para que cuando la

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misma criada sirvió para ayudarle a quitarse la ropa-con una mirada que prometió más- estuvo de
acuerdo. Una chica era exactamente lo que necesitaba para quitar el resto del borde.
El escudero de Carrick volvió a sus deberes y los dejó solos en la alcoba de la esquina de las
cocinas donde se había instalado el baño.

La muchacha era probablemente unos pocos años mayor que él, morena, y bastante bonita con una
boca ancha que hablaba de experiencia y placer. Apostó a que no era la primera vez que hacía una
oferta similar a un hombre de este castillo.

Thom la dejó desnudarle. Dejarse escurrir en el agua tibia. Dejo que sus manos recorriesen todo su
cuerpo con el jabón, fregando la suciedad y la mugre de su piel mientras hacía pequeños sonidos de
placer y anticipación en todo lo que encontraba.

Quería gustarle. Quería endurecerse en su mano. Quería reclinarse, cerrar los ojos y dejar que le
acariciara algo de la lujuria y la ira de su cuerpo. Seguro que no era el chico inexperto que había
sido hacía tres años. Había dejado de esperar a Elizabeth en el momento en que había dejado a
Douglas. Ninguno de los cuales explicaba por qué suavemente retiro la mano de la sirvienta de
alrededor de él y sacudió la cabeza.

-Sólo el baño, muchacha. Creo que he tenido demasiado de los espíritus del cocinero.

La muchacha no admitió la derrota con facilidad, pero cuando quedó claro que no iba a cambiar de
opinión, le ayudó a lavarse el pelo, y luego fue a buscar la tela de secado de lino para envolver
alrededor de su cintura mientras salía de la bañera.

La bebida había sido ayudada por el agua caliente, y tuvo que estabilizarlo cuando casi se deslizó
poniendo sus manos alrededor de él. Al principio pensó que era la que había jadeado. No fue hasta
que él le había mojado su pecho ahora húmedo (y pezones impresionantemente duros) de la suya
que miró y vio que ya no estaban solos.

Elizabeth se paró en la entrada, bloqueando la vista del resto de las cocinas, mirándolo fijamente.

La mejor descripción de su expresión era la respuesta. Por su rapidez de respiración, su capote


encapuchado y sus mejillas rosadas, adivinó que acababa de llegar corriendo desde afuera, pero sus
ojos estaban anchos y vidriosos, y su piel debajo del frío estaba pálida. No estaba haciendo nada
malo, maldita sea, aunque con esa mirada conseguía hacerle sentir como si lo estuviera haciendo.

¿Cuánto tiempo había estado de pie allí? ¿Lo había visto salir de la bañera? ¿Y por qué la idea de
sus ojos en su cuerpo de repente hizo que la parte de él que había sido indiferente a la atención de la
sirvienta de repente se siente muy pesada y muy gruesa?

La peligrosa tempestad de emociones que bullía dentro de él volvió a rugir. Rabia, resentimiento y
algo más. Algo mucho más peligroso ahora mismo. Lujuria.

-¿Qué queréis? -preguntó bruscamente-. Como podéis ver, estoy ocupado.

Mantuvo su brazo alrededor de la sirvienta. Estaba bloqueando su cuerpo, en su mayoría desnudo,


desde la vista de Elizabeth. El húmedo paño de secado no escondía mucho. Una mirada de esos
grandes ojos azules en su polla, y estaba duro como una roca.

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Pero estaba tan enfadado –más un plus por la bebida-, que quería sorprenderla. La quería
desequilibrada. Quería ver la lujuria de un hombre: el deseo de un hombre. Su lujuria, maldita sea.
Su deseo.

-Yo-yo... –tartamudeó-. Necesito hablar con vos. Es importante y no puede esperar. Por favor... -
debería haberla echado en ese momento. Debería haberse dado cuenta de que estaba jugando con
fuego. Pero no lo hizo.

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Capítulo 8

Elizabeth estaba impactada. El alivio que había sentido al aprehender al escudero de Carrick, donde
Thom había ido en cuanto entro en las cocinas y vio...

Todo. Su boca se secó. El calor le inundó las mejillas y se extendió sobre su piel en una hilera
espinosa. Había estado desnudo. Por un momento de asombro, de respiración, de calentamiento de
la sangre, había visto cada centímetro de su cuerpo y había sido increíble. Los músculos rocosos de
sus brazos y pecho habían seguido bajando por su estrecha cintura hasta sus flancos y piernas. No
parecía haber una onza de grasa en él. Era delgado, cincelado y afilado a una navaja afilada de
poder masculino y fuerza.

Bien, ¿cómo podría haber estado ocultando todo esto de ella? Por un momento sintió una chispa de
rabia, sintiéndose como si le hubieran engañado.

Y entonces había habido esa otra parte de la fuerza y el poder masculino. La larga y gruesa prueba
de su virilidad que había vislumbrado sólo un instante antes de que la tela secadora se hubiera
envuelto alrededor de su cintura.

Había sentido algo extraño en su vientre. Un alboroto de conciencia. Una pequeña contracción que
hizo temblar su cuerpo.

Con poca privacidad en un castillo, había visto una serie de partes traseras y partes masculinas y
nunca lo había pensado mucho. Pero ahora estaba pensando, y no creía que alguna vez hubiera
olvidado la visión de él. Así como nunca olvidaría el latigazo de dolor que se había extendido a
través de su pecho cuando vio a la mujer pegada a su pecho y se dio cuenta de lo que había
interrumpido.

¿Estaban ellos...?

El pánico se elevó en su pecho. El pánico que avergonzaba al miedo que había sentido al pensar que
no podría encontrarlo antes que Jamie.

Pero su hermano todavía estaba en el salón comiendo. Todavía tenía tiempo para convencer a Thom
de que lo ayudara antes de que le ordenaran hacerlo. Tratando de ignorar el brazo que había rodeado
la cintura de la mujer, repitió:

-Por favor, Thom.

Lo miró a los ojos y sintió un extraño estremecimiento. Había algo diferente en él. Algo peligroso.
Algo caliente y nervioso que no entendía. Ya no estaba tranquilo e indiferente.

Sus ojos se sostuvieron, y casi retrocedió. Algo no estaba bien. Había una extraña energía crujiendo
entre ellos que instintivamente sabía que no podía manejar. Era como tratar de aprovechar un
torbellino, tratando de capturar los relámpagos, o tratando de silenciar el trueno.

-Muy bien -dijo.

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Detectó una ligera insinuación en su voz y frunció el ceño. ¿Estaba borracho? Thom no bebía en
exceso. Al menos, el Thom que había conocido no lo hacía, pero ¿cuánto sabía ella del hombre que
tenía delante?

Si pensaba demasiado en esa pregunta, podría estar más nerviosa de lo que ya estaba. Se dio cuenta
de que estaba nerviosa. Lo cual era ridículo. Este era Thom, se recordó. Lo había conocido durante
la mayor parte de su vida. Era como un hermano para ella.

El rechazo de ese pensamiento fue instantáneo y visceral. No era como un hermano para ella. No
más, al menos... si alguna vez lo hubiera sido.

Le quitó el brazo de la cintura de la mujer:- Gracias, muchacha. Pero creo que puedo continuar
desde aquí.

La sirvienta parecía que quería discutir, pero miró a Elizabeth y parecía pensarlo mejor.

Elizabeth se puso de lado para dejar pasar a la mujer. Un momento después, ella y Thom estaban
solos. O prácticamente solos, ya que todavía había unas pocas personas en las cocinas. Pero este
rincón estaba bastante apartado. Nadie los molestaría. ¿Por qué ese conocimiento de repente hizo
que el aire entre ellos se pusiese aún más caliente?

Se dio la vuelta para darle un poco de intimidad mientras se vestía, aunque sabía que era lo mismo
que impedir que volviera a mirarlo.

Cuando se puso una camisa de lino y pantalones, cruzó la habitación para pararse frente a él. El
calor y el olor del jabón de la bañera le infundían los sentidos. Al menos eso es lo que se dijo. Pero
sabía que probablemente tenía más que ver con su calor y el aroma fresco de jabón que emanaba de
su piel. Olía bien. Realmente bien.

Todavía no podía acostumbrarse a lo grande que era. De pie tan cerca de él, su pecho era un amplio
escudo de acero ante ella, le hizo querer llegar y... aclaró su garganta, tratando de sacudirse sus
pensamientos errantes. Tenía que concentrarse en por qué estaba aquí.

-Jamie ha vuelto.

Casi podía sentir que se endurecía mientras todos los músculos de su cuerpo parecían flexionarse.
Bueno, ¿por qué de repente sentía el impulso de trazar los contornos cincelados con las yemas de
los dedos y ver si eran tan acerados como parecían?

-Lo sé. Lo vi entrar.

-¿Entonces debéis haber visto que Archie no estaba con él? No funcionó, Thom. Jamie no pudo
subir al acantilado. Había una sección escarpada cerca de la cima y no pudo hacerlo. Pero vos
podríais. Dijo que sería fácil para vos. Que habéis subido muchos lugares más difíciles antes. Sé
que estoy pidiendo mucho, sé que podría ser peligroso, pero dijo que no había soldados que
guardaban esa sección, y los otros guerreros seguirán -no estaba diciendo nada. De hecho, no podía
dejar de notar cuán misteriosamente callado estaba mientras hablaba. Algo está mal. Pero no
escuchó esa pequeña voz y continuó-. Sé que os negasteis. Sé que no tenéis ninguna razón para
ayudar, pero por favor, os ruego que lo reconsideréis.

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Tenía que convencerlo. Después de lo que le había dicho acerca de sentirse como un sirviente y
estar a su mando, no podía dejar que pensara que no tenía elección. Había trabajado tan duro para
hacer una nueva vida, y si Jamie lo obligaba a hacer esto, sería un golpe para su orgullo que nunca
podría perdonar.

No se había dado cuenta de que su mano se había caído sobre su brazo mientras hablaba hasta que
se dio cuenta de que la miraba fijamente. Intentó retirarla conscientemente, pero no la dejó. Rodeó
su muñeca y la acercó más cerca.

Sus cuerpos casi se tocaban. Dios mío, parecía que había entrado en la forja. El calor rugió sobre
ella, debilitando sus rodillas. Se sentía extraña. Con la cabeza encogida, como si pudiera
desmayarse. ¿Qué le sucedía a ella? Este era Thommy.

-¿Cuánto necesitáis que lo haga, Elizabeth? -su voz era baja y ronca, y tan madura de significado, se
preguntó si seguían hablando de Archie-. ¿Con qué estáis dispuesto a negociar?

¿Negociar? De repente, comprendió. ¡Dinero! ¿Por qué no había pensado en eso antes? Si parecía
extraordinariamente mercenario para Thom, se recordó a sí misma que las cosas eran diferentes
ahora. Para que un hombre pudiera ser un caballero, necesitaba moneda.

-Poned vuestro precio, y lo tendréis. No tengo mucha monedo por mi cuenta, pero estoy seguro de
que Jamie os pagará lo que sea...

-¡No quiero el dinero de vuestro hermano!

-Pero os dije que tengo poco, que no está en mi alcance... -se detuvo, mirándolo en estado de shock.
¿Era eso lo que estaba proponiendo? ¿Matrimonio?

Rio con dureza:- No os veáis tan horrorizada, eso no será requerido a vos. Como he dicho, tengo
otros planes.

Frunció el ceño, no sólo por el recuerdo de su esponsal, sino por lo rápido que iba a suponer que
sabía lo que estaba pensando. Había estado sorprendida, no horrorizada.

-Entonces no lo entiendo.

-¿No? -su voz era ronca de nuevo mientras su mirada se deslizaba por su cuerpo. Despacio. Intento.
Dejando una huella en su estela-. ¿No podéis pensar en otra cosa con la que negociar? -jadeó. El
calor de su mirada no dejaba dudas sobre su significado.

Jamie tenía razón. Thom no era el noble muchacho con el fiero sentido del bien y del mal que
recordaba. Había sido propenso a humear los estados de ánimo a veces, pero éste era un lado oscuro
y enfadado que nunca había visto antes.

-¿Me obligaríais a daros mi virtud?

Sus ojos encontraron los suyos. El destello de azul envió una ráfaga de calor hasta los dedos de los
pies. Pero fue la sonrisa sensual que hizo que sus miembros comenzaran a derretirse.

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-¿Forzaros? -la sujetó cómodamente contra el-. No necesitaré forzar nada.

Las fieras sensaciones que se estremecieron a través de ella le hicieron preguntarse si podía tener
razón.

Como un hombre que había estado alrededor de fuego toda su vida, Thom sabía mejor jugar con
ello. Pero no sólo estaba jugando con él, sino que lo estaba alimentando, atreviéndolo a quemarlo.
Pero no pudo detenerse. Finalmente tenía a Lady Elizabeth Douglas donde la quería. Viéndolo,
mirándolo de verdad, y la creciente conciencia que se estremecía a través de ella era irresistible.

Sólo había tratado de negociar con un beso, pero cuando había asumido más... Bueno, no estaba
exactamente en el estado de ánimo adecuado para arreglar su confusión. Pero cuando asumió que el
estaba trabado de negociar con su virtud le enfureció más que el hecho de que asumiese que el
quería dinero a cambio.

Nunca debería haberla tocado, y sobre todo nunca debería haber llevado su cuerpo contra el suyo.
La sensación de sus pechos aplastados contra su pecho, la punta de sus pezones, el rubor de deseo
en sus mejillas, y el jadeo dulce y la separación de sus labios le sacaron de su mente con lujuria. Lo
llevó a un lugar que era oscuro y profundo e imposible de encontrar su salida. Era el lugar de los
sueños eróticos y las fantasías. El lugar donde finalmente la probó. Finalmente la tocó. Por fin la
había enrojecido de deseo y débil con rendición.

-No habláis en serio -continuó nerviosa-. Os conozco, Thom. No lo decís en serio.

Su certeza sólo alimentó las llamas más calientes. No lo conocía en absoluto:- Conocisteis a un
muchacho que conocía su lugar. Un chico que solo os dejaba ver lo que quería que vierais. Un
muchacho del pueblo que no se atrevería a tocar a la pequeña princesa perfecta por temor a que
pudiera mancharla.

Sus ojos se abrieron y parpadearon con lo que parecía miedo. No sabía a quién odiaba más en ese
momento. La soltó y la apartó de él, necesitando separarla entre ella y su cuerpo. Apretó los puños
y cerró los costados mientras luchaba por el control.

-¿La idea de tener mis manos sobre vos es tan ofensiva?

Ella parpadeó:- ¡No! Quiero decir sí... Quiero decir no, ¡por supuesto que no! ¿Por qué intentáis
confundirme?

Su boca se puso en una línea dura, implacable:- ¿Es eso lo que estoy haciendo? Pensé que
estábamos negociando. Pero que mis términos no os atraían...

-Un beso -dijo ella, cortándolo.

Su corazón pudo haber dejado de latir. Su respiración, sin embargo, se había detenido
definitivamente. Todo lo que podía hacer era mirarla y esperar a que le explicara.

-Os dejaré besarme, y entonces estaréis de acuerdo en ayudar a rescatar a Archie -dejar. Su
mandíbula se apretó.

-Qué graciosa sois, pero me temo que no es suficiente.

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Ella se sonrojó, obviamente sorprendida por su rechazo a sus términos. ¿Le parecía tan desesperado
por el sabor de ella? ¡Y qué si lo estaba, maldita sea!

-¿Qué queréis, entonces? -preguntó, con su propio temperamento.

-Os dejaré besarme -dijo.

Sus cejas se juntaron:- Eso es lo que dije.

No la corrigió:- Y veremos si podéis convencerme de que vale la pena el riesgo -el surco entre las
cejas se profundizó.

-¿Cómo voy a hacer eso?

-Lo haréis bien -su voz no dio indicios de que su sangre se calentara rápidamente-. Estoy seguro de
que os han besado antes, ¿no?

Sus ojos se estrecharon, como si sospechara que había más detrás de la pregunta de lo que apareció
por primera vez. Tenía razón.

-Una o dos veces.

La rabia que se elevó dentro de él fue tan rápida y furiosa que sólo podía ser sed de sangre. Sus
músculos se encendieron. La idea de que alguien más la tocara le llevó al borde de su restricción.
¿Quién? ¿Cuando? Lo iba a matar.

De alguna manera logró responder sin gruñir:- Bueno. Entonces sabréis qué hacer.

Elizabeth no tenía idea de qué hacer. Thom, la persona que creía conocer más en el mundo, que
resultó no conocer en absoluto, estaba ahí de pie, evidentemente esperando que empezara. Lo miró
cautelosamente, sintiendo que había mucho más en esta conversación de lo que estaba oyendo.

Había parecido una buena idea, pero ahora que estaba realmente mirándolo, sabiendo lo que tenía
que hacer, se sentía... más grande. Mucho más grande. Y desalentador. Y de alguna manera
importante, como si estuviera a punto de hacer algo que sabía que nunca podría deshacerse.

Lamió sus labios repentinamente secos y dio un pequeño paso adelante. Pero su cuerpo entero
parecía temblar. Sus rodillas estaban tambaleándose, sus piernas se habían convertido en gelatina, y
su estómago parecía moverse por dentro como un pez fuera del agua.

Eso es lo que era. No tenía ni idea de lo que estaba haciendo. Había sido besada antes, dos veces, en
realidad, pero de alguna manera percibió que un beso como los picotes rápidos robados por un
pretendiente francés particularmente audaz no iba a bastar. Hacedlo bien.

Lo miró, sintiendo su corazón subir a su garganta. Si no fuera tan imponente.


Si no fuera tan alto, y tan escandalosamente guapo.

Y si no lo hubiera visto desnudo. ¡Dios mío, no había tiempo para pensar en eso! Su corazón latía
tan fuerte que se preguntó si podía oírlo. Sus brazos estaban cruzados mientras la miraba moverse

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infinitesimalmente más cerca.

-No tengo toda la noche.


Ella le frunció el ceño. Esto no era fácil para ella, estallo. Enderezándose los hombros, se secó las
manos en las faldas y cerró la distancia entre ellas.
Se detuvo a un metro de distancia.

Su boca se curvó con una sonrisa que la hizo sentir como un cordero regordeta y jugosa. -”"No voy
a morder", dijo, y luego tan suavemente que se preguntó si ella lo escuchó añadió, -”A menos que
quiera que lo haga".
Sus ojos volaron hacia los suyos. Pero aunque todavía estaba sonriendo a esa malvado atreveros-a-
sonreír-, su significado y sus pensamientos eran indescifrables.

¡Dios mío, hacía calor aquí! Había un brillo de sudor en su frente, y su piel se sentía como si
estuviera febril.
La tensión entre ellos era tan espesa que no podía respirar. Aunque podría haber otra explicación.
Tal vez tenía miedo de inhalar porque temía que su olor se lavara sobre ella y penetrar sus sentidos
de nuevo, confundiéndola.

Tenía que darse cuenta de lo nerviosa que estaba, pero se quedó allí mirándola con esa expresión
inescrutable, impermeable, molestamente calmada en su rostro. Sintió una extraña punzada de
simpatía por su hermano, recordando cuántas veces Thom había usado la misma expresión en él.

Era la forma en que se había defendido. Cómo había desafiado a su señor sin hacerlo de plano.

¿Era eso lo que estaba haciendo? ¿Luchando hacia atrás con indiferencia? La llamarada de la ira le
dio sólo el estallido de coraje que necesitaba.

Estaba haciendo más de lo que podía, se dijo. Solo era un beso. Podía hacer esto. Poniéndose las
dos manos en el pecho para prepararse, se levantó sobre los dedos de los pies. Pero todavía no era lo
suficientemente alta. Su boca todavía estaba a unos cuantos centímetros de distancia, y claramente,
no lo iba a hacer más fácil para ella bajándola.

¡Canalla!

Sacudiendo su boca, y ahora más furiosa con ira, deslizó sus manos alrededor de su cuello, se estiró
contra él, y arrastró su cabeza hacia abajo a la suya.

Sus labios se encontraron en el más suave y delicado pincel. El choque que la atravesó, sin
embargo, no lo fue. Estaba sacudiéndola. El nervio quemó. Su corazón se detuvo. Casi se echó
atrás. Pero su cuerpo era cálido, y a pesar de ser tan duro, era notablemente acogedor, y el sabor
picante de whisky en su aliento era extrañamente embriagador, atrayéndola para más.

Le había dicho que lo hiciera bien.

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Capítulo 9

Dieciocho años. Thom había tenido que esperar casi dieciocho puñeteros años para que lo besara de
nuevo, y que lo condenasen si no valía la pena.

Sin embargo, la dulce presión de sus labios contra la mejilla que le había dado cuando era un niño
en agradecimiento por haberla rescatado de ese árbol no era nada comparada con la sensación de su
boca muy sensual, muy adulta, rozando la suya. El beso seguía siendo dulce, pero su respuesta -y el
anhelo que surgía a través de él- no lo era. Estaba muy lejos de lo dulce que podía serlo. Era crudo,
primitivo e intenso, cegándolo con un bulto de lujuria que reverberaba a través de su cuerpo como
una tormenta.

Una tormenta que tuvo que luchar para contener. Sus manos estaban plantadas firmemente a los
lados, cada músculo de su cuerpo flexionado y rígido con moderación. La restricción que había sido
amarrada en años de querer lo que no podía tener.
No podéis tocarla. No es para vos.

Palabras que estaban tan arraigadas en él que incluso ahora, incluso ahora, cuando su boca se
apretaba contra la suya con más firmeza, cuando su cuerpo se frotaba contra él inocente e
invitantemente, cuando hizo un suave sonido en su garganta que prácticamente le suplicó que
respondiera, no debía tocarla.

Maldito infierno, era casi como si tuviera miedo de tocarla. Asustado de que tal vez el resto del
mundo tuviera razón –y tal vez no fuera lo suficientemente bueno-. Asustado de que poner sus
manos ásperas y callosas en ella de alguna manera sobre toda esa perfección cremosa. Y sobre todo,
asustado de que después de tantos años de retener su pasión, una vez liberado, sería imposible de
contenerla.

Su contención lo enfurecía. No necesitaba detenerse más. ¿Por qué no besarla, maldita sea? No
había nadie que lo detuviera. Nadie que le dijera que no podía tenerla.

Había estado esperando esto por demasiado tiempo. Esperando que viniera a él, para reconocer lo
que siempre había estado entre ellos, y para mostrarle exactamente lo que había abandonado.

No quería contenerse más, maldita sea. Comenzó despacio, como si estuviera probando si su cuerpo
seguiría el mando de su mente. Puso su mano en su cintura. Suave, maldita sea. No la agarró
demasiado fuerte. Movió la otra mano con facilidad. Acunó su cabeza.

Ah, Cristo. Contuvo un gemido cuando la suave seda de su cabello se deslizó sobre sus nudillos y
envió una nueva ola de sensación corriendo sobre su piel. Se burlaba de él. Lo tentaba. Quería
entrelazar sus dedos con ella, retorcerla alrededor de su mano, y traer su boca contra la suya.

Quería deslizar su lengua en su boca y besarla duro y profundo. Quería besarla hasta que su sabor se
mezclara con el suyo, hasta que su lengua rodease y empujase violentamente -apasionadamente-
contra la suya, hasta que sintiese el mismo hambre insaciable que ardía dentro de él.

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La sangre se precipitó como mineral fundido por sus venas, instándolo a devorarlo, a abrir esos
dolorosamente dulces labios debajo de él y a saborearla completamente. Pero obligó a su pulso a
disminuir, obligó a sus manos a no agarrarla, sino a acariciarla, y obligó a su boca a barrer y
suplicar, no violar y saquear como un vulgar grosero.

Como si fuera la pieza de porcelana más frágil, la atrajo infinitamente más cerca. La mano en su
cadera se deslizó alrededor de su cintura y la mano que acariciaba su cabeza trajo su boca más
firmemente contra la suya.

No se movió. No confiaba en hacer otra cosa que dejar que las sensaciones rodaran sobre él en una
ola caliente y pesada. Pero la dulzura de miel de su aliento, la suavidad aterciopelada de sus labios,
la exuberancia femenina de las curvas que se hundían en él lo arrastraron debajo.

Era demasiado. Se sentía muy bien. Los instintos que disparaban a través de él eran demasiado
poderosos, los impulsos demasiado primitivos. Estaba demasiado caliente. No podía hacer esto.
Tenía que retroceder.

Pero cualquier racionalidad que pudiera haber poseído huyó cuando hizo un gemido bajo en su
garganta. Un gemido que se movió de su boca a la suya. Un gemido que destrozó todos los huesos
de contención que tenía en su cuerpo y abrió las malditas compuertas.

La presionó contra la curva de su cuerpo, le agarró la nuca y le acercó la boca con decisión. No
había más roces suaves y súplicas arrebatadoras. Abrió sus labios con los suyos y se hundió en su
profundo y duro. Besó la inocencia de su boca con movimientos audaces y autoritarios de su lengua
que exigían una respuesta.

Y ella se la dio. Cristo, cómo se la dio. Su respuesta lo derritió. Tentativa e inocente al principio,
demostrando que nunca antes la habían besado así, y más audaz y apasionada que el deseo.
Deseo por él.

Sí, lo deseaba, y la satisfacción de tener razón, de saber que la conexión entre ellos era mucho más
que amistad, no era nada comparado al sentirla estremecerse a través de ella, oírla en sus suaves
gemidos y probar el frenesí de su boca y lengua deslizándose contra la suya.

Era incluso mejor de lo que había imaginado... y lo que había imaginado había sido espectacular.
Pero no había podido soñar con la sensación increíble de todas aquellas curvas femeninas que se
ajustaban a él, la delicada dulzura de su boca, la seducción de su cabello, el aroma fresco de jabón
que se aferraba a su suave piel de bebé. Seguramente no podría haber sabido cómo se sentiría tener
sus manos cavando en su espalda y hombros mientras el beso se intensificaba, como si estuviera
luchando para aferrarse. Y no tenía ni idea de cómo sería cuando su cuerpo se frotara contra el suyo
tratando de acercarse. Cuando su mano se deslizó alrededor de la firme hinchazón de su trasero para
levantarla contra él. Para sentir su polla dura y cómoda en ese lugar que quería, y luego sentirla.

Casi se había perdido. El placer era tan agudo, la presión tan intensa, que podría haberse venido
justo allí.
No sabía cuánto tiempo podía aguantar. Sus manos ya no eran capaces de acariciar. Estaban
demasiado ocupados cubriendo cada centímetro de ella. La hinchazón suave de sus caderas, la curva
exuberante de su trasero, la hinchazón pesada de sus pechos.

No pudo contener el gemido cuando por fin tomó los montículos perfectos de carne en sus manos.

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Cristo, eran espectaculares. Exuberante y redonda y generosa. Demasiado para tener en una mano
generosa. Enterrar la cara generosa. Hacer estragos con sus noches generosas. ¿Cuántas veces había
soñado con esto? Soñaba con acariciarla. Apretándola. Rodando el pulgar sobre el pico turgente
hasta que se arquease en su mano. Soñaba con hacerla jadear y gemir.
Si alguna vez había tenido alguna duda sobre la naturaleza de la conexión entre ellos, se había ido.
No podía negarse la pasión como ésta. Tampoco podía controlarla.

Elizabeth no entendía lo que le estaba pasando. Bien, en teoría comprendió que Thom la estaba
besando -y ella lo estaba besando-, pero las sensaciones asaltaron su cuerpo, las sensaciones
convirtieron su cerebro en gachas y las piernas en gelatina, las que no entendía en absoluto.
Nunca se había imaginado que pudiera ser un beso... abrumador, tan completo y consumidor. Que
podía hacerla sentir como si nunca quisiera hacer otra cosa. Como si su cuerpo se hubiera vuelto
súbitamente vivo y al mismo tiempo la hiciera sentir como si muriera si sus manos no la tocaban y
su lengua no la acariciaba.

Su beso fue increíble. Parecía saber exactamente lo que estaba haciendo, y lo estaba haciendo
perfectamente, expertamente. Nunca se había imaginado que pudiera ser tan asertivo. Posesivo.
Dominante. ¿Dónde había aprendido...? No quería saberlo.

Él sabía tan bien- oscuro y picante por el whisky-. La intoxicante combinación se derramó a través
de sus sentidos en una corriente caliente y melosa que la hizo borracha de placer y tan débil que se
habría caído al suelo (a pesar de su agarre en sus hombros rocosos) si no hubiera sentido el borde
robusto de una pequeña mesa detrás de ella.

El apoyo adicional fue aún más bienvenido cuando tomó sus pechos en sus manos y todo su cuerpo
se derritió. La caliente ráfaga de placer que la atravesaba evitaba cualquier pretensión de conmoción
o modestia virginal. La calidez de su toque la marcó con sensación. Sus pechos habían adoptado un
propósito: estar en sus manos, ser exprimidos y acariciados, tener sus pezones entre sus dedos.
Tener su boca...

Oh Dios. Hizo un sonido de puro placer de fundición mientras rompía el beso para acariciarle el
pecho con la boca.

De alguna manera, mientras estaba perdida en el delirio de su beso, había logrado aflojar su vestido
y mover el corpiño a un lado lo suficiente para revelar las puntas rosadas de sus pechos a su
mirada... Y a su boca. Su boca estaba caliente y húmeda que ahora la estaba chupando duro y
profundo mientras su lengua rodeaba la punta turgente y palpitante.

Cualquier resistencia que pudiera haber sentido, cualquier resplandor de cordura que pudiera haber
roto a través de la aquella plenitud, se perdió en el momento en que su boca la cubrió. Un rayo de
placer le alcanzó hasta los dedos de los pies, pero se juntó entre sus piernas cada vez más cálidas,
húmedas y más insistentes.

Su cuerpo sabía lo que quería, e incluso mientras su espalda se arqueaba más profundamente en
su boca, sus caderas comenzaron a presionar contra su virilidad. La gruesa columna de carne era
tan grande y dura, y la presión tan exquisita, le habría dado algo -o todo- para mantenerlo en
marcha.

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Lo que exactamente hizo, cuando deslizó su mano debajo de sus faldas y la tocó en ese lugar cálido
y húmedo que temblaba tan ansiosamente.

Thom fue atrapado en un oscuro remolino de lujuria y deseo que lo envió más y más profundo hasta
el punto de no retorno. No sabía si podía salirse, pararse, aunque quisiera.

Percibió el momento exacto en que se entregó a él, el momento exacto en que era suya. Podía oírlo
en su jadeo y sentirlo en sus miembros cuando su dedo se deslizó sobre ese lugar cálido y sensible
entre sus piernas. Cualquier resistencia simplemente se derritió y su cuerpo sucumbió a la fuerza del
deseo que surgía entre ellos.

El calor... La humedad... Estaba tan húmeda que no podía soportarlo. Levantó la cabeza de su pecho
para mirarla entre los ojos entrecerrados.

Lo deseaba, y la cálida y dulce prueba de miel estaba manchada alrededor de sus dedos. Se
sumergió en ella, sujetando su mirada con la suya, observando mientras el placer y la sorpresa
transformaban sus rasgos.

Iba a hacerla venirse. Ya estaba dolorosamente cerca. Su aliento empezó a acelerarse con pequeños
jadeos agudos, sus ojos se nublaron y el suave color rosa de sus mejillas se oscureció mientras él la
acariciaba.

Su polla ya palpitante palpitaba más fuerte cuando su dedo se deslizó dentro y fuera de ese guante
apretado y cálido. Dios, era tan dulce. Tan hermosa. Su respuesta tan inocente y libre como se
entregó al placer que le estaba dando.

Ella estaba casi allí, su cuerpo retorciéndose, sus jadeos amortiguados de frustración, sus ojos
cerrados, mientras trataba de encontrar lo que buscaba. Se compadeció de su inocencia y la dejó sin
opción, presionando su palma contra ella al encontrar el punto sensible que no podía resistir.
Empezó a temblar y a gritar.

Era lo más hermoso que había visto.

Y también lo más doloroso. El impulso de tomar su propia liberación se reunió en la base de su


espina dorsal y golpeó. Quería estar dentro de ella tanto, quería sentir esos espasmos tensándose
alrededor de su polla dolorida en lugar de su dedo, quería sentir toda esa humedad caliente
inundándolo. Tuvo que morder el pulso que le llevaba una gota de leche a la punta, y el rugido de la
sangre que le subía por las venas y le disparaba en los oídos... Terminad... puede ser vuestra.
Es vuestra.

Podría haberlo hecho eso si no hubiera levantado los ojos a los suyos. Ojos llenos de asombro,
ternura... y confianza.

Elizabeth tardó un momento en darse cuenta de que algo estaba mal. Se sentía como si acabara de
catapultarse a las estrellas. Como si acabara de cruzar el cielo en el carro ardiente de Apolo. Como
si hubiera muerto por un momento y vislumbrado el cielo.

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El placer del tacto de Thom la había consumido, y luego se había tensado cada vez más hasta que se
rompió y se deshizo en una desordenada luz. Era un placer y una sensación a diferencia de lo que
había imaginado. Y cabalgó ola tras ola gloriosa hasta que el último pulso de hormigueo había
bajado de su cuerpo.

Abrió los ojos y miró el rostro familiar del hombre que la había llevado a tales alturas y sintió algo
extraño hincharse en su pecho. Una calidez de emoción que nunca había sentido antes. La intimidad
-la cercanía- del momento parecía envolverla y apretarla.

Habría sonreído si el velo de la euforia no se hubiese levantado lo suficiente como para darse cuenta
de que la dulce ternura de la emoción, el calor en el pecho y la euforia no eran compartidos por el
hombre que se inclinaba sobre ella. Más bien parecía estar tan tenso como una cuerda de arco, que
se tambaleó en el límite de un oscuro y violento precipicio contra el que estaba luchando para no
caerse.

-¿Thommy? -preguntó insegura, olvidando que le había pedido que no lo llamara así. Su mano se
dirigió a su rostro, cubriendo las duras líneas de su mandíbula. El rastrojo le rozó la palma de la
mano y pudo sentir el pesado pulso justo debajo de su mejilla-. ¿Qué sucede?

Su mirada se endureció hasta convertirse en trozos de hielo azul, pero tiró de su mano como si
estuviera escaldada. Un soplo de aire fresco se extendió por su piel, y de repente se dio cuenta de su
estado de desorden. Se había derrumbado sobre una mesa, sus pechos estaban a medio derramarse
de su vestido, sus faldas estaban agrupadas alrededor de su cintura, y él tenía su mano entre sus
piernas extendidas con su virilidad a sólo unos centímetros de distancia. Su mirada se deslizó hasta
la gruesa columna de su erección, y sabía que todo lo que tenía que hacer era aflojar los lazos de sus
pantalones y podía estar dentro de ella.

No se resistiría. Estaba bastante segura de que le daría la bienvenida.

Pareció saberlo también, y por un momento de indecisión en su pulso pensó que iba a hacer
exactamente eso. Su corazón incluso se estrelló contra su caja torácica con anticipación. Pero luego
se apartó con dureza, quitándole el cuerpo y la mano de ella en lo que parecía una bofetada fría.

Una bofetada fría que fue acompañada por la picadura de sus palabras.

-Mantened vuestra virtud, mi lady. No era parte del trato -sus ojos se deslizaron sobre ella-. Aunque
presentéis una invitación tentadora, un beso era todo lo que era requerido.

Elizabeth jadeó cuando un cuchillo afilado de dolor se deslizó entre sus costillas. Se sentó y
rápidamente se puso el vestido para ocultar su desnudez.

-No estaba...

Pero ambos sabían que sí. Le había ofrecido su virtud y él lo había rechazado.

Su mirada sostuvo la suya inquebrantablemente, su boca se contrajo en una sonrisa apretada.

-No tenéis de que preocuparos. El beso fue suficiente. Haré honor a vuestra ardiente petición de
ayudar a liberar a vuestro hermano -no entendió el mal humor que le dio a la palabra-. Pero, a
cambio, honraréis a la mía.

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- ¿Qué?

-Dejadme en paz, infierno.

Las palabras pronunciadas con tanta vehemencia le cortaron el aliento. El pecho le apretaba un
dolor más agudo y profundo de lo que había sentido antes. ¿Cómo podía tocarla así un momento, y
luego el siguiente acto como si no quisiera tener nada que ver con ella? Acababa de experimentar
algo extraordinario, pero no parecía ser nada para él. Y eso la hacía sentir extrañamente vulnerable,
confundida y precariamente cercana a las lágrimas.

Sus ojos escudriñaron su rostro, buscando cualquier signo de debilidad, cualquier grieta en la
formidable y hermosa fachada. Al no encontrarlos, se posaron en los suyos.

-¿Estáis seguro de que es lo que queréis?

Con su mirada, discutió, suplicó, y le suplicó que no estuviera de acuerdo. Pero sus silenciosas
palabras no tuvieron efecto.

Con una última mirada larga, él le dio un asentimiento de cabeza y dijo:- Sí, eso es exactamente lo
que quiero.

Las palabras apenas habían dejado su boca antes de que se fuera.

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Capítulo 10

Cabalgaron durante todo del día -y casi toda la noche- y apenas treinta y seis horas después de ese
desastroso beso, Thom se paró a la sombra del formidable Castillo de Bamburgh, escuchando a
Douglas revisar el plan donde haría que Thom subiera 150 pies un acantilado y en uno de los
castillos más formidables de Inglaterra.

Aunque su antiguo amigo lo había evitado durante el largo y angustiante paseo por las peligrosas
marchas, Thom había sentido el escrutinio de Douglas más de una vez. Douglas era un bastardo que
sospechaba. La silenciosa aceptación de Thom por la orden de acompañarlo -en vez de la rabia que
Douglas sin duda había esperado- no le había sentado bien. Douglas probablemente se preguntaba si
su hermana tenía algo que ver con eso.

Si sólo supiera...

Douglas lo mataría. Y probablemente sería merecido. Thom había estado a un paso de distancia de
tomar su inocencia y destruirlos a los dos. Había actuado deshonrosamente, y lo sabía. Durante toda
su vida, Thom se había enorgullecido de hacer siempre lo correcto. En un mundo que sólo se
preocupaba por quién sois, no por lo que erais, siempre se había dicho que eran las acciones lo que
hacían que un hombre fuera noble, no la sangre. Pero había actuado como el resto del mundo.

¿Y todo por qué? ¿Para demostrar un punto? ¿Para hacerle ver lo que había entre ellos? ¿Para
hacerla darse cuenta de lo que había perdido?

Bueno, lo había conseguido. Había demostrado que había mucho más que amistad entre ellos.
Había demostrado lo increíble que sería entre ellos. Había demostrado que lo deseaba tanto como
él.

¿Pero a qué precio? La dura paz que había encontrado, y la nueva vida que había construido para sí
mismo, habían sido destrozadas. Oiría los gritos de su liberación en sus sueños por el resto de su
vida. Mantendría el recuerdo de su beso, la dulzura de su boca, la suavidad de su piel y la
perfección de sus pechos para siempre. Cualquier mujer que tomara en su cama en el futuro sufriría
la comparación.

Durante unos preciosos minutos había tenido todo lo que había deseado, y había sido mejor de lo
que había imaginado. Nunca debería haberla tocado. Todavía no podía creer que se hubiera perdido
así. Pero había tenido muchas horas durante el largo viaje para recordar en vívidos detalles
exactamente cuánto había llegado a darle a Douglas una razón para pegarle esa espada en el
estómago.

Pero Thom no se preocupaba por lo que Douglas pensaba o sospechaba. Estaba aquí para hacer un
trabajo. Cuanto antes mejor, lo cual era una de las razones por las que la decisión de Douglas de
esperar hasta la noche siguiente para hacer su ascenso no le sentó bien.

-No hay razón para esperar. Estoy listo ahora -insistió Thom. Todavía hay tres o cuatro horas antes
del amanecer. Ya había inspeccionado el acantilado que había debajo del castillo-. No me llevará
más de tres cuartos de hora subir. Incluso con el tiempo adicional para asegurar la cuerda, haré que

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vos y el resto de los hombres suban esa última sección, y levanten la escalera de cuerda para subir la
pared, y tendremos a Archie fuera de allí mucho antes de que el cielo empiece a aclararse. Además,
la niebla es espesa esta noche y nos protegerá de cualquier soldado que pase.

Los ojos de Douglas se estrecharon. No estaba acostumbrado a ser contradicho, especialmente por
alguien en la posición de Thom. Pero ya era bastante malo que hubiera sido forzado bajo la
autoridad de su ex amigo de nuevo, estaría maldito si mantenía la boca cerrada cuando no estaba de
acuerdo con algo, especialmente cuando ese algo implicaba su vida y área de especialización . Él y
Douglas nunca serían iguales, pero ambos eran guerreros, y el campo de batalla tenía una forma de
nivelar.

-Las rocas están húmedas por la lluvia de antes -señaló Douglas.

-Como llueve casi todas las noches en esta época del año, es probable que mañana también estén
mojadas. Por lo menos hoy es relativamente secas. Mañana podría haber más frío y la
humedadpodría convertirse en hielo.

El hielo haría que el último tramo del acantilado fuera intransitable, demasiado peligroso para él
mismo.

-Pensé que necesitaríais tiempo para recuperaros después del viaje.

La mandíbula de Thom se tensó:- Estoy bien.

Había tenido que trabajar duro para mantenerse al día con el resto de los hombres, pero su lucha con
la equitación -por lo general una fuente de diversión- no era cuando provenía de Douglas.

-MacGowan tiene razón -dijo MacLeod. Thom estaba más complacido por el apoyo de lo que
quería mostrar. Durante el último día y medio, había quedado sorprendido -quizá incluso
impresionado- por los guerreros que cabalgaban a su lado, y nada más que por el hombre que
parecía ser su líder-. Si MacGowan dice que puede hacerlo, debemos dejarlo intentarlo. El
muchacho ya ha estado allí por seis días.

La expresión de Jamie se oscureció, y a pesar de la mala sangre entre ellos, Thom sintió una
punzada de compasión por su antiguo amigo. Podía imaginar los oscuros pensamientos que debían
correr por su cabeza. Cristo, si Johnny estuviera en el lugar de Archie, Thom estuviera medio loco
preguntándose qué clase de torturas y privaciones estaría sufriendo. En realidad, tenía que admirar
la claridad y la habilidad de Douglas para evitar que sus demonios personales interfirieran con sus
decisiones.

El tono de Thom perdió algo de su combatividad.

-Dejadme intentarlo, Jamie. Si parece que tomará más tiempo o las condiciones empeoran, me doy
la vuelta. Sabéis que puedo hacer esto.

Jamie sostuvo su mirada y finalmente dio un gesto de asentimiento:- No toméis ningún riesgo
innecesario. No podemos permitirnos que algo salga mal. Si perdemos el elemento de sorpresa...

No necesitaba terminar. Todos sabían que sin sorpresa no tenían casi ninguna posibilidad de rescate.
La única forma de sacar a Archie de allí sería un ataque directo contra el castillo o un sitio, y

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ninguno de los dos iba a suceder. Bruce se sectraba en tomar los castillos de Escocia, no de
Inglaterra.

-No lo haremos -contestó Thom, la decisión de su voz añadiendo seguridad-. Nos marcharemos
mucho tiempo antes de que los ingleses se den cuenta de que estábamos allí.

La boca de Douglas se arqueó. Probablemente era la primera vez que sonreía a Thom en ocho años.

-Sí, bueno, me gustaría compartir vuestra confianza. Pero he estado haciendo esto demasiado
tiempo y he aprendido que si algo puede salir mal, lo hará. Preguntadle a MacGregor sobre el perro
de Berwick -añadió secamente.

El famoso arquero lo escuchó y le dijo a Douglas que hiciera algo que era físicamente imposible. El
resto de los hombres se rieron, y Thom ya estaba deseando escuchar la historia del viaje de regreso
a Roxburgh.

Tomó las palabras de Douglas con cautela. Su antiguo amigo podía ser un asno, pero era un
experimentado, endurecido por la batalla que había estado en Dios sabía cuántas misiones
peligrosas. Esta era la primero de Thom, y no importaba cómo había ocurrido, estaba decidido a
probarse entre sus compañeros. Si eso significaba ponerse en el papel de alumno y maestro de
Douglas, lo haría con mucho gusto. Cualesquiera que fueran sus sentimientos personales, Douglas
era uno de los caballeros más grandes de Escocia. Thom sería un tonto por no prestar atención a sus
consejos.

Afortunadamente, el temor de Douglas resultó injustificado. El plan siguió sin una errores, o un
perro ladrando, como Thom iba a oír sobre la fogata al día siguiente.

Thom subió el acantilado y escaló los últimos treinta pies de roca pura sin ningún problema. Jamie
y Elizabeth habían tenido razón en su estimación de sus habilidades. No lo caracterizaría como
fácil, pero tampoco había sido difícil. Si no hubiese corrido casi sin parar durante las últimas veinte
horas, y tuviera el dolor en el hombro, lo habría escalado en menos tiempo que los cuarenta minutos
que le llevó.

La parte más difícil de la misión resultó ser encontrar un lugar para atar la cuerda que cayó a
Douglas y a los otros seis que los habían acompañado al castillo -MacRuairi (que supuestamente
sería capaz de abrir la puerta), Sutherland que aparentemente tenía algún conocimiento de polvo
negro que podría darles tiempo extra si lo necesitaban), MacKay (que como Thom no tenía ningún
afición por la equitación y también, aparentemente poseía alguna habilidad con el trabajo de hierro),
Boyd (que no necesitaba que le dijeran para qué estaba allí, su fuerza física era obvia), MacSorley
(cuya despreocupada presencia y habilidad marinera se ponían a usar lanzando los garfios de la
escalera de madera especialmente hecha que usaban para escalar la pared), y MacLeod (cuya
incomparable habilidad con la espada sería necesaria si tropezaban con cualquier problema).
Campbell, MacGregor, Lamont y MacLean habían permanecido fuera de la puerta para vigilarlos y
alertarlos desde abajo si algo parecía mal.

Eventualmente, Thom decidió asegurar la cuerda enrollándola alrededor de una gran roca y usando
su propio cuerpo para proporcionar una influencia extra a medida que los hombres subían la última
sección del acantilado.

MacSorley lanzó los ganchos de escalada sobre la pared con apenas un sonido, y para la sorpresa de

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Thom, después de Douglas, él era el siguiente hombre subiendo la escalera. Era un honor
inesperado, y Thom sabía que era la manera de MacLeod de hacerle saber que había hecho un buen
trabajo.

Una vez en el castillo, no encontraron resistencia en su búsqueda de Archie. Estaba exactamente


donde se suponía que estaba: en la torre de la prisión al borde del acantilado. Los dos soldados de la
sala de guardia contigua habían sido reducidos con rapidez, y en cuestión de segundos MacRuairi
tenía la barra de hierro de la puerta desbloqueada.

Estaba oscuro en la pequeña cámara, y MacSorley había sacado una antorcha de la sala de guardia.
Tres rostros sucios y ensangrentados los miraban desde un rincón de la habitación. Uno de ellos era
de Archie. El estómago de Thom se revolvió, y la bilis se elevó por la parte posterior de su garganta.
Douglas no dijo nada, pero Thom sabía lo que estaba sintiendo porque lo sentía también: rabia.

Archie tenía sólo dieciséis años, maldita sea, pero el chico había sufrido una paliza. Estaba cubierto
de moretones y cortes, y los ojos que se volvían hacia ellos estaban blancos de terror.

Pero sin tener tiempo de hacer un inventario de los errores cometidos contra su hermano, los males
que Thom no tenía dudas se contabilizarían en un futuro no tan lejano -Douglas simplemente le dio
un abrazo rápido y le ayudó a salir del infierno en que había estado atrapado-. Habían tomado a los
otros dos hombres (que no eran mucho mayores que Archie) con ellos también.

Aunque estaban en mal estado, debilitados por el hambre y las palizas que habían sufrido, los
antiguos prisioneros sin embargo encontraron una fortuna para ayudarles a escapar. Se las
arreglaron para subir la escalera y descender por su cuenta, aunque con alguna ayuda y el apoyo de
las cuerdas.

Cuando el grupo se alejaba del castillo, aún quedaba una hora de oscuridad. Lamont y MacLean
habían encontrado caballos adicionales, pero Archie y los otros dos estaban demasiado débiles para
manejarlos por su cuenta. Douglas tomó a su hermano, y Campbell y MacGregor llevaron a los
otros dos detrás de ellos durante las primeras horas de duro paseo.

Una vez que habían cruzado la frontera cerca del castillo inglés de Berwick, Douglas frenó el paso.
Después de la primera pausa, donde los prisioneros se habían lavado, sus heridas fueron atendidas
por MacKay, con comida y bebiendo un buen trago de uisge-beatha, y pudieron montar solos.

Pero el descanso era lo que más necesitaban, y por la tarde, Douglas se detuvo para pasar la noche.
A diferencia del paseo del día anterior, no tenían motivos para presionar. Con la lluvia, tierra
empapada, y tomando el camino por las colinas siempre que era posible para evitar las carreteras
principales y elidiendo patrullas inglesas, el paseo era lento y traicionero por decir lo menos.

Se habían detenido en algún lugar de las colinas de Cheviot, cerca de lo que parecía ser una vieja
fortaleza. Archie y los otros dos muchachos estaban durmiendo en rollos de cama en el dosel del
bosque, mientras que Thom se relajaban con una jarra de cerveza y algunos de los otros guerreros
alrededor del fuego. MacLean y Lamont estaban de guardia, y MacLeod y Douglas habían ido a
algún lugar, probablemente para cazar comida, pero los otros hombres estaban disfrutando de su
merecido descanso. Thom se contentó con escuchar la conversación (la mayoría de las cuales
consistía sobre espadas y agujas), pero se encontró atraído en más de una ocasión.

Ya había oído la historia de cómo un perro había frustrado la toma del castillo de Berwick (cuando

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MacGregor vaciló en disparar), y cómo habían escapado por poco de la captura después debido a
una chica joven de la familia que los estaba ocultando decidiendo, vender entradas para ver -el
hombre más guapo de Escocia-, cuando la conversación se volvió hacia la misión más reciente -y
con más éxito-.

MacSorley, cuya sonrisa perversa era igualada por su sentido del humor, claramente le gustaba
molestar a los demás. Su objetivo actual, sin embargo, fue sorprendente. De todo lo que Thom había
oído de Lachlan MacRuairi, no era un hombre al quien molestar. Su reputación como un flagelo de
corazón negro y el pirata más temido en un reino de piratas de las islas occidentales era bien
conocido. Thom se había sorprendido cuando MacRuairi había sido desenmascarado como uno de
los fantasmas de Bruce y supuso que le habían pagado una fortuna por su espada. Pero después de
mirarlo durante los últimos días, Thom ya no estaba seguro de que su lealtad hubiera sido
comprada. Sin embargo, MacRuairi no era un hombre con el que Thom quisiera cruzar las espadas
con un wynd oscuro o cerca.

MacSorley, sin embargo, parecía no dejarse intimidar por la fama del mercenario infame

-Nunca pensé que esa bonita esposa vuestras y todas aquellas chicas te hubieran vuelto un flojo,
primo.

¿Eran parientes? Thom no pudo ocultar su sorpresa. Los dos no podrían haber sido más diferentes
en apariencia y temperamento.

-Pensé que dijisteis que subir a ese precipicio era imposible -la gente de mar grande y rubios habría
hecho que sus antepasados vikingos se sintiera orgullosa sonrió. MacGowan no parecía tener
ningún problema.

-Vamos, Halcón. Creo que estáis confundido. Estoy construido como una roca, pero eso no significa
que yo sea una.

MacSorley.Thom se preguntó de dónde salía el nombre de Halcón -se rio entre dientes y volvió su
mirada a Thom con determinación:- Una teoría interesante. Roca. Me gusta. Encaja -Thom no tenía
ni idea de lo que estaba hablando, pero los otros parecían saberlo, al ver a más de un hombre
sonreír.

MacRuairi no había terminado.

-Siempre que queráis mostrarme cómo se hace, primo, sed mi huésped. Pero no os oí ofreceros
como voluntario para liderar el camino.

MacSorley dio un estremecimiento dramático:- Tampoco vos. Cristo, ni siquiera me gusta estar
arriba con una cuerda. Sea buena vieja tierra firme o los tablones de madera de un barco, necesito
algo bajo mis pies.

MacRuairi se echó hacia atrás, echó las piernas hacia atrás y cruzó los brazos, mirando a su primo
con astucia:- No creía que tuvierais miedo de nada, primo... aparte de a vuestra esposa.

Algunos de los hombres se rieron, y MacSorley sonrió:- Y la gente dice que no tenéis sentido del
humor.

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Sacudió la cabeza:- Sólo digamos que tengo un respeto saludable por ambos -se volvió hacia
Thom-. Entonces, roca, ¿cómo demonios aprendiste a subir así? Nunca he visto a nadie escalar un
acantilado tan alto o escarpado.

Thom sonrió ante el nombre, comprendiendo la diversión de los demás antes, y se encogió de
hombros.

-No lo sé. Era algo con lo que disfrutaba, así que seguí haciéndolo. Me gusta el reto, supongo, y la
satisfacción de hacer algo que nadie más ha hecho antes -algunos de los hombres intercambiaron
miradas y Thom se preguntó qué habría dicho.

-Bueno, eso es un eufemismo. Apuesto a que los ingleses todavía se están rascando la cola,
preguntándose cómo llegamos allí.

La cola era una tontería para el cobarde, y Thom rio junto con los demás.

El Highlander Magnus MacKay, que estaba apoyado contra un árbol junto a Thom, le dirigió una
larga mirada.

-Tengo que admitir que comparto el respeto de Halcón por las alturas.

-¿Y por vuestra mujer? -bromeó Sutherland.

MacKay sonrió. Su esposa, Helen, era la hermana de Sutherland:- Sí, con su conocimiento de las
plantas, será mejor -se volvió hacia Thom-. ¿Cómo lo superáis?

-¿La altura? -preguntó Thom. MacKay asintió.

No sabía que Jamie había llegado detrás de ellos hasta que lo escuchó contestar:- No mirando hacia
abajo.

Sorprendidos -de hecho, sorprendidos como el infierno- por la fácil referencia al día de su primer
encuentro y lo que había solidificado su amistad, Thom volvió la cabeza para mirarlo. Había algo
extraño en la expresión de Douglas. Thom tardó un momento en señalar por qué: no lo miraba como
si estuviera contemplando formas de deslizar una hoja entre sus costillas.

-¿Puedo hablar con vos un momento? -preguntó Douglas.

Thom asintió y se levantó de la roca en la que había estado sentado. No fue sin un esfuerzo. Le
dolían los miembros de las largas horas a caballo. Estaba seguro de que Douglas se dio cuenta, pero
se abstuvo de hacer una observación. Se alejaron a poca distancia del arroyo donde habían abrevado
los caballos. No era exactamente un silencio cómodo, pero esperó a que Douglas lo rompiera.
Cuando lo hizo, dijo lo último que Thom esperaba.

-Gracias -dijo Douglas, deteniéndose en el borde del agua y volviéndose hacia él-. Os debo... -su
voz cayó, y cuando volvió a hablar, Thom pudo escuchar la emoción-. Habéis salvado la vida de mi
hermano.

Tal vez debería haber aceptado su agradecimiento y dejarlo en eso. Pero había pasado demasiado
entre ellos, y el pasado ardía con demasiado resentimiento.

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-No tuve mucha opción, ¿verdad?

Todavía quedaba luz suficiente para ver el pulso debajo del tic de la mandíbula de Douglas, pero
estaba claro que estaba haciendo un esfuerzo para no perder la paciencia.

-No podía arriesgarme.

-Podríais haber intentado preguntar.

-Rechazasteis a mi hermana, no pensé que lo haríais por mí.

-Eso es un montón de mierda -dijo Thom con enfado-. No habéis preguntado porque no soportabais
la idea de rebajaros para pedirme algo.

La ira y la animosidad estaban de regreso, llenando el aire entre ellos mientras se enfrentaban en la
oscuridad.

-Quizá porque sabía cuánto placer tendríais en rechazarlo -replicó Jamie.

Se conocían demasiado bien -sabían sus debilidades y el orgullo que era la fuente de la tensión entre
ellos incluso cuando eran los amigos más cercanos-. Douglas tenía razón. Thom se habría negado, y
después de cómo habían encontrado a Archie, darse cuenta de ello lo avergonzó.

La cólera salió de él. Retrocedió y se pasaron los dedos por el pelo, frustrado.

-No importa cómo ocurrió, me alegro de poder ayudar, pero no estaba solo.

Douglas le dirigió una mirada irónica, aparentemente divertido de que Thom estuviera tratando de
compartir el mérito.

-No, pero no hubiéramos sido capaces de hacerlo sin vos -su expresión se agrietó, revelando el
tormento debajo-. Cristo, si no hubiera sido tan terco, si hubiera escuchado a Ella y os hubiera
traído en primer lugar, podríamos haberle ahorradi dos o tres días de sufrimiento. Lo que él ha
pasado...

Archie les había dicho que no habían comido en días, y que la única agua que tenían era la lluvia
que salía de un desagüe en el suelo. Se les había dejado congelar todas las noches, y la única vez
que habían visto la luz era cuando los sacaban para ser golpeados por los aburridos soldados. Tres
de los hombres con los que habían llegado habían sospechado que habían sido asesinados.

-MacKay dijo que no tendrá lesiones duraderas. Tiene suerte de que no le haya roto nada.

¿Por qué diablos estaba tratando de darle consuelo?

-Tal vez no sus huesos, pero el espíritu no se recupera tan fácilmente. Cristo, Archie me dijo que
planeaban torturarlos. Si hubiéramos esperado hasta mañana, Dios sólo sabe en qué estado lo
hubiéramos encontrado.

Ambos hombres permanecieron en silencio durante un rato, contemplando el agua que se movía

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lentamente ante ellos. No había mucho que decir. Finalmente, Douglas se enderezó y se volvió
hacia él.

-De todos modos, me refería a lo que dije. Hoy os habéis absuelto, y no habríamos podido hacerlo
sin vos. Por lo que vale, tenéis mi agradecimiento.

Sorprendentemente, valía mucho. Thom asintió en reconocimiento, sintiendo como si una tregua
incómoda se formara entre ellos.

-Probablemente debería estar agradeciéndoos -dijo después de un minuto.

Jamie no ocultó su sorpresa:- ¿Por qué?

-Me habéis dado la oportunidad de luchar junto a los mejores guerreros de Escocia, infiernos,
probablemente en la cristiandad.

Sólo alguien que lo conociera tan bien como Thom no vería el toque de cautela que volvió a la
expresión de Jamie. Pero no necesitaba preocuparse. Thom no estaba buscando confirmación. No lo
necesitaba. Si estos hombres no fueran los fantasmas ilustres de Bruce (y al menos dos eran),
entonces bien podrían serlo.

Quizás reconociendo eso, Douglas se relajó:- Sí, lo son.

-¿Y Douglas, también?

Jamie alzó una ceja:- Si no os conociera mejor, pensaría que era un cumplido.

-Y si no os conociera mejor, pensaría que sois modesto.

Jamie se rio, y Thom se encontró sonriendo también. Por un momento, casi se sintió como en los
viejos tiempos. El intercambio fácil, las bromas, el tira y afloja -había olvidado cómo era-.
Probablemente era por qué a pesar del peligro que había estado disfrutando tanto en los últimos
días, estos hombres tenían un vínculo no muy diferente del que había tenido con Jamie todos esos
años atrás.

Nunca se había dejado reconocer cuánto lo había extrañado.

-¿Qué vais a hacer ahora? -preguntó Jamie mientras comenzaban a caminar hacia atrás.

-Nada tan emocionante como esto. Pero, afortunadamente, no derribar más muros de castillo, al
menos durante un tiempo. Aunque con las semanas de aburrimiento por delante en Stirling durante
el asedio, podría estar deseando una excusa para lanzar un martillo.

Jamie frunció el ceño:- ¿Creía que Ella dijo que tenías algo más que hacer primero? ¿Algo sobre un
compromiso con la viuda?

La razón del ceño se hizo evidente. Indudablemente, el conocimiento de sus esponsales había sido
satisfecho con un alivio considerable por parte de Jamie -que podría explicar algunas de las
tensiones entre ellos- y quería asegurarse de que lo que Elizabeth le había dicho era la verdad.

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Thom asintió con la cabeza, aliviando sus temores:- Lady Marjorie Rutherford.

Douglas alzó ambas cejas, claramente impresionado:- La he conocido antes... os habéis portado
bien.

Thom se encogió de hombros:- Nada ha sido formalizado.

-¿Pero lo será?

Si la pregunta era más intensa de lo que la situación justificaba, Thom fingió no darse cuenta:- Sí.

Una amplia sonrisa se extendió por el rostro de Jamie, y una vez más, estaba relajado.

-Bueno, entonces tenéis mis felicitaciones. Jo estará a vuestro lado con dos esponsales que celebrar.

-¿Dos?

Jamie se detuvo para mirarle, su expresión recuperando algo de su cautela:- ¿Elizabeth no os lo


dijo?

Thom oyó la irritación en su voz-. ¿Decirme qué?

Sintiendo que no le iba a gustar lo que Douglas tenía que decir, Thom se preparó:- Mi hermana va a
ser prometida con Randolph.

Ninguna cantidad de apoyo podría haberlo preparado para el golpe. Por la bola blanca de dolor que
había disparado en su pecho y explotó. Se estremeció, tal vez incluso se tambaleó. Elizabeth se iba a
casar.

¿Por qué no se lo había dicho?

Porque no tenía nada que ver con eso. Nunca lo había mirado como pretendiente potencial. Cristo,
¿por qué debería? Estaba a punto de casarse con uno de los hombres más importantes del reino. Y él
era sólo un muchacho del pueblo. Maldita sea, había pensado que era inmune. Pensó que había
perdido el poder de hacerle daño.

La ira de su propia debilidad le hizo endurecerse. Orgulloso enseñó sus rasgos en una máscara dura,
pero sabía que Douglas había visto el peaje que sus palabras habían dejado.

Forzando la amargura de su voz, Thom dijo:- No lo mencionó. Pero cuando la veáis, por favor dadle
mis felicitaciones. A los dos –corrigió-. Una alianza con el nuevo conde de Moray... -le dejó caer la
voz. Ni siquiera Douglas con su ambición bien conocida podría haber alcanzado mucho más alto-.
Debéis estar emocionado.

Douglas juró:- Joder, Thom, yo...

Pero su disculpa -si eso era lo que quería- se perdió cuando Thom se alejó. Para siempre.

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Capítulo 11

-Os podréis enferma si no coméis -dijo Joanna. Una pequeña sonrisa giró sus labios, y ella puso su
mano sobre su estómago-. Y viniendo de alguien que ha tenido su cabeza en un lavabo durante las
dos semanas pasada... hay maneras mucho más agradables de pasar el día.

Elizabeth abrió mucho los ojos:- Oh, Jo, ¿un nuevo bebé? ¡Estoy tan feliz por vos!

Estaba emocionada al oír sus sospechas confirmadas, aunque bajo su sonrisa de alegría había una
nueva oleada de horror revolviendo el estómago y torciendo el pecho.

Embarazada. Querido Dios. En la larga lista de horribles consecuencias que había desfilado por su
mente (implacablemente) durante los últimos dos días y medio, no había considerado a un niño.
Además de la ruina, la desgracia y la pérdida de su virtud -que había evitado por los pelos- podría
haber quedado con un recordatorio mucho más duradero de su pérdida temporal de cordura. Pues
eso era lo único que podía explicar su comportamiento completamente irracional, ilógico, tonto.
Sin embargo, sintió una fuerte punzada en su pecho mientras la imagen de un diminuto y querido
mejillón con ojos azules penetrantes y pelo casi negro brillaba ante ella.
Si no lo sabía, diría que anhelaba. Lo cual era tonto. Ella quería hijos, por supuesto. Eran su deber.
Pero a diferencia de Joanna, no había estado contando los días desde que cumplió dieciséis años
hasta que pudiera ser madre.
Joanna siempre había sido el tipo de chica que tenía que mantener a cada bebé en la habitación. No
le gustaba nada más que estar en casa rodeada de su familia.
Elizabeth nunca había sido así. A ella le gustaban los niños (unos mejores que otros), pero no
necesitaba sostener a todos. Nunca se había visto en un gran salón rodeado de nada más que de sus
hijos. Se vio a sí misma en la corte rodeada de emoción, entretenimiento y conversación animada.
Pero . . .

Pero nada, se dijo con firmeza. Nada había cambiado por ese mal aconsejado beso. Excepto que
había aprendido una poderosa lección de pecado tentador.
¡Debería haber escuchado al padre Francis! Desde el momento en que era una niña, había sido
tamborileado en su cabeza para aferrarse a su virtud. Ser casta hasta su matrimonio. No dejar que el
diablo la tienta a la inmoralidad y a la indigencia.

Ella había pensado que un beso no era nada. Porque los dos besos que había experimentado antes
no habían sido nada. Ella no había anticipado lo persuasivo que podía ser el Diablo, ¡o mejor dicho,
qué hábil podía ser con su lengua!
Buen Señor, cuando pensó en ello, sus rodillas todavía se sentían débiles.

El beso de Thom no era como los dos que habían recibido antes. No había sido simple y casto,
había sido carnal, sensual y abrumador. Era un lado de él que nunca había visto antes. Un lado
audaz, autoritario y agresivamente masculino de él. Un lado dominante de él.

Había despertado sentimientos -sensaciones- en ella que nunca había imaginado y mucho menos
experimentado antes. Por encima de todo, la había hecho sentir bien. Demasiado bien. Hasta el
punto de olvidarse de todo y decir aquí está mi inocencia, podéis tomarlo. Bien.

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Todavía no podía creer lo rápido que un beso se había salido de control. Como en un minuto había
estado pensando en lo caliente y suave que era su boca, y lo bien que sabía, y el siguiente había
estado tumbada sobre una mesa, medio desnuda, con su boca en el pecho, la mano entre las
piernas , Y prácticamente implorándole que tomase su virtud.

Se alegraba de que se hubiera negado, por supuesto que sí. Sólo deseaba que no lo hubiera hecho
tan duramente, cuando se había sentido tan aturdida y feliz. Si la había considerado una princesa
intocable antes (no sabía de dónde había sacado esa ridícula noción), estaba claro que ya no pensaba
en ella de esa manera. Nunca se había dado cuenta de lo mucho que se había mantenido alejado de
ella, y de lo mucho que había estado conteniéndose. Toda esa pasión...

Sintiendo los ojos de su cuñada en ella, Elizabeth se obligó a tomar una cucharada grande del plato
de carne que estaban disfrutando para la comida del mediodía. Masticó lentamente, asegurándose de
que Joanna la miraba, y luego preguntó,

-¿Sabe Jamie sobre el bebé?

Joanna sacudió la cabeza:- No estaba segura cuando se fue, y no quería que se distrajera por nada.

Elizabeth lo entendió. Jamie había estado insoportable por la preocupación cuando Joanna estaba
embarazada de Uilleam, ya que Joanna había sufrido un aborto previo. No es que eso hubiera hecho
que la sobreprotección de su hermano fuera más fácil de soportar.

Su prima, que estaba sentado en el otro lado de Joanna, intervino:- ¿Vuestra feliz noticia suavizará
el golpe de nuestra sorpresa?

Las tres mujeres se miraron y se echaron a reír. Todos sabían que Jamie iba a rugir como un león
enfadado cuando se enterase de que su esposa -embarazada, nada menos- y su querida prima
habían montado a través de Escocia sin un ejército de protección.

Jo e Izzie habían llegado ayer, para alivio de Elizabeth. Había estado escalando las paredes (lo que
quedaba de ellas), esperando a que Jamie y Thom regresaran con Archie. Su temor por su hermano
se mezcló con el miedo por Thom. Fue sólo después de que Thom la dejó que consideró
completamente el peligro que estaría enfrentando. No era Jamie. No estaba acostumbrado a
combatir a decenas de ingleses o a realizar actos de valentía que desafiaban la muerte a cada paso.
Sólo había manejado una espada para forjar una hasta hacía unos años. ¿Y si lo hubiera enviado a su
muerte con ese beso? Si le pasaba algo...

Su corazón se retorció, y la sonrisa cayó de su rostro. Nunca se lo perdonaría a sí misma.

-James se recuperará -dijo Joanna con naturalidad- Tenía que venir. Tan pronto como recibí su
misiva que Archie estaba desaparecido, empecé a hacer los preparativos. Cuando supe que Archie
había sido encarcelado...

Su voz cayó, y Elizabeth se acercó para poner su mano sobre la de ella para darle un apretón
reconfortante.

-Estará bien -dijo con firmeza-. Los dos estarán bien.

-Por supuesto que lo estarán, -dijo Izzie desde su otro lado-. El hijo del herrero ayudará.

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-Thom -Joanna explicó, con una mirada de soslayo a Elizabeth.

Elizabeth hizo un gran espectáculo de sumergir un trozo de pan en el caldo y fingió no darse cuenta.
Joanna había estado muy interesada en saber que Thom no sólo había estado aquí, sino que había
sido reclutado para ayudar con el rescate. Elizabeth había proporcionado una explicación, pero
sabía que Joanna intuía que había algo más en la historia.

Izzie arrugó la nariz:- ¿Cómo fue que el hijo de un herrero en Douglas acabó peleando con Eduardo
de Bruce?

-Es una larga historia -dijo Joanna.

Había un montón de nabos y cebollas en la sopa, Elizabeth notó por el intenso estudio que estaba
haciendo.

-¿Fuisteis amigos de pequeños? -preguntó Izzie.

Joanna no respondió, así que Elizabeth se vio obligada a levantar la mirada de su cuenco.

-Lo éramos.

Lo fuimos, pero ya no. Thom lo había dejado perfectamente claro. Y después de lo que casi había
sucedido, Elizabeth no estaba dispuesta a desafiarlo.

No es que estuviera preocupada porque eso sucediera de nuevo. Estaba segura de que había sido
una sola pérdida de cordura. Ahora que lo había experimentado y sabía qué esperar, no sucumbiría
tan fácilmente. Era su inocencia la que había tenido la culpa, se dijo a sí misma. Podría haber
sucedido con cualquiera. Por supuesto, habría sido mucho más apropiado si hubiera sucedido con
Randolph.

Se mordió el labio. Pero ahora que había probado la pasión, estaba segura de que lo haría. Por
supuesto.

Sin embargo, la prudencia dictó cierta precaución alrededor de Thom. No tentaría el pecado
innecesariamente. Estaba tan asombrosamente guapo, y todos esos músculos se habían sentido
sorprendentemente buenos, maravillosos, contra ella.

Algo en su voz había hecho que Izzie frunciera el ceño.

-¿Ha sucedido algo malo con el hijo del herrero? Os tenáias cada vez que se le menciona, y el primo
Jamie se vuelve negro por el mal humor.

-No sucedió nada -respondió Elizabeth con rapidez. Quizás demasiado rápido. Y con demasiada
insistencia. Sus mejillas se sonrojaron-. Nada en especial. Él y Jamie... se separaron. Todos lo
hicimos.

Jo parecía que quería discutir, pero frunció los labios y estudió su tarta apenas tocada.

Izzie pareció entenderlo:- Supongo que es natural. Los amigos que tenemos cuando somos niños no

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siempre son adecuados cuando envejecemos.

Elizabeth se erizó:- Thom es perfectamente adecuado. Es un hombre maravilloso. Siempre fue el


mejor entre nosotros. No fui yo quien terminó nuestra amistad.

Izzie sostuvo su mirada por un momento:- Ya veo.

Pero no lo hacía. Sólo pensaba que sí.

Elizabeth la habría corregido, pero en ese momento se produjo una conmoción en la puerta del
vestíbulo cuando uno de los guardias entró corriendo. Apenas había anunciado que los hombres
estaban de vuelta cuando Jamie entró a toda velocidad en la habitación.

Las tres mujeres sentadas en el estrado se levantaron al unísono. Elizabeth apretó una mano
alrededor de su garganta como si pudiera ayudarla a respirar, pero su pecho estaba helado mientras
sus ojos escudriñaban a los hombres detrás de él.

Sus rodillas se debilitaron, y se vio obligada a agarrar el borde de la mesa para no caerse. Justo
detrás de su hermano, inicialmente oculta a su vista por el guerrero de tamaño que caminaba junto a
él, estaba Archie.

¡Había funcionado! Su hermano estaba a salvo, y...

El grito que burbujeaba entre sus labios era más un sollozo. Incluso entre el grupo de guerreros
extremadamente altos, de hombros anchos y musculosos, lo vio fácilmente.
Thom también lo estaba.

A pesar de su asimiento en la mesa, sus piernas sucumbieron. Se derrumbó en el banco. El alivio era
demasiado, y la emoción de los últimos días la alcanzó de golpe al romperse a llorar.

Al darse cuenta de que sus lágrimas sólo estaban causando en Archie más culpa y angustia,
Elizabeth rápidamente logró controlar sus emociones. Pero después de días de temor de que nunca
volviera a ver a su joven hermano, se mostró reacia a quitarle los ojos de encima o dejar que lo
sacaran de su lado.

Pero el muchacho estaba agotado y, una vez que se había convencido de que había comido tanto
como podía -su aspecto golpeado y muerto de hambre la había sorprendido- se resistió al impulso
de seguirlo hasta el cuartel y le observó salir del salón con los hermanos de Joanna.

Las lágrimas se le hincharon en los ojos y la garganta, el tumulto de la emoción que iba desde el
alivio al desamor.

Jamie, que había estado sentado al otro lado de Archie durante toda la comida (también, al parecer,
reacio a dejarlo fuera de su vista), puso su mano sobre la suya.

-Estará bien, Ella.

Se volvió hacia la mirada de su hermano.

-¿De verdad? -preguntó, con la ira ardiendo dentro de ella-. No estoy muy segura. No es el mismo

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hermano travieso, demasiado confiado que se escapó de Blackhouse hace una semana. Habéis
pasado diez años desde que lo viste por última vez.

Sabía que era injusto pagarlo con Jamie, pero parecía entenderlo.

-No, no lo es -admitió-. Pero está vivo y seguro, y podemos estar agradecidos por eso. El resto se
resolverá a su tiempo.

Las lágrimas finalmente se deslizaron por sus mejillas:- No es justo. Lo que sea que haya pasado -
había descubierto lo básico y no estaba segura de querer saber los detalles-. Es sólo un niño, Jamie.

-Sí, y no es el único joven que ha sufrido en esta guerra. Pero es más afortunado que la mayoría, así
que recordad eso.

-Lo intentaré.

Jamie asintió con la cabeza:- Voy a enviarlo a Blackhouse con Richard y Thomas mañana –el
corazón de Elizabeth saltó.

-Pero pensé que vendría a Edimburgo con nosotros.

Con el castillo en su mayoría desmantelado, James estaba ansioso por volver al rey, que estaba en
Holyrood con su sobrino, su futuro prometido, Thomas Randolph, el nuevo conde de Moray.

-Puede unirse a nosotros cuando se haya recuperado, pero Lady Eleanor regresará de Inglaterra al
final de la semana. Ella sabrá lo que necesita.

Elizabeth quería discutir, pero sabía que Jamie tenía razón. Su formidable madrastra había
atravesado muchos momentos difíciles en esta guerra con muchos maridos, incluido su padre
cuando le habían devuelto de la cárcel. Sabría cómo ayudar a su hijo.

Elizabeth asintió y volvió la cabeza hacia su plato, empujando los pequeños pedazos de pan y queso
que había roto pero no había comido alrededor de la bandeja con el dedo. Echó una rápida mirada a
Joanna a unas pocas mesas de distancia, pero apartó los ojos bruscamente. No estaba segura de lo
que sentía en su pecho, pero no le gustaba. Si no lo sabía mejor, pensaría que era celos. Lo cual era
ridículo. Joanna y Thom habían sido amigos desde antes de que Elizabeth los conociera. Eran como
hermanos. ¿Por qué le importaba que estuvieran hablando, riendo, y tan claramente felices de verse
el uno al otro?

¿Qué pasaba si Joanna hubiera llorado al verlo y se hubiera arrojado a sus brazos, se hubiera reído,
la hubiera girado y abrazado con fuerza? Entonces, ¿qué pasaba si cada vez que Elizabeth le oía
reír, recordaba lo que solía ser, sentía como si un cuchillo se hundiera cada vez más profundamente
en su corazó? ¿Si no la hubiera mirado -ni una vez- y actuaba como si ni siquiera estuviera allí?
Como si no la hubiera abrazado hacía tres noches, la hubiera besado y le hubiera hecho sentir algo
que nunca había sentido antes.

¿A quién estaba tratando de engañar? Su indiferencia, especialmente en comparación con cómo


estaba con Joanna, le dolía. Mucho.

No era la única que lanzaba miradas a la otra mesa. Jamie, también, apenas podía ocultar su

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molestia. Pero era demasiado inteligente para tratar de hacer algo al respecto. Aquellos que no
conocían a Joanna sólo veían el dulce y afable fuera, pero su cuñada tenía acero en su espina dorsal
que era tan rígido e inflexible como el de Jamie. Cuando se trataba de Thom, lo defendería tan
ferozmente como lo haría con Uilleam. Jamie sabía que no debía intentar interferir.

-Teníais razón -dijo Jamie, mirándola-. No hubiéramos podido liberar a Archie sin él. Nadie más
podría haber escalado ese acantilado. Había olvidado lo bueno que era -sospechaba que Jamie se
había olvidado un poco de su viejo amigo-. Tuvimos la suerte de que estuviera de acuerdo en
ayudar. Debo daros las gracias.

Aunque estaba bastante segura de que lo último que Thom quería de ella era su agradecimiento. –
Dejadme en paz. Había dejado sus deseos muy claros.

-Ya le di las gracias -dijo Jamie.

No pudo ocultar su sorpresa:- ¿Lo hicisteis?

Jamie se encogió de hombros:- Era lo menos que podía hacer después de no darle ninguna opción
en el asunto. Ya os dije que le ordenaron ir, y por lo que dijo Carrick, estaba furioso.

-Pero pensé... -su boca se cerró de golpe, de repente se dio cuenta de lo que había sucedido.

Thom le había mentido. Le había dejado pensar que aún tenía una opción. Le había permitido
intentar convencerlo, dejar que negociara su virtud y que lo besara, mientras sabía que le habían
ordenado ir.

La había engañado. Utilizó su desesperación por su hermano en una especie de forma equivocada
de venganza por los errores percibidos en manos de Douglas. La ironía, por supuesto, era que lo
había hecho por él, tratando de salvar su orgullo.

Y lo fácil que había sucumbido. Qué satisfactorio debió de ser para él. Su hermano con ojos águilas
no había perdido ninguna de sus reacciones.

-¿Pensasteis qué? -no dijo nada, apretando los labios con fuerza.

-Hablasteis con él, ¿verdad? Sabía que había algo raro en todo esto. Maldita sea, Ella, os dije que os
mantuvierais alejado de él.

Elizabeth le devolvió la mirada:- Pensé que pedírselosería más fácil de tragar que una orden vuestra.

-¿Y estuvo de acuerdo esta vez? -sus ojos se estrecharon suspicazmente-. ¿Por qué?

Elizabeth no se estremeció. No iba a darle a su hermano obstinado ningún hueso para olfatear.

-No sé por qué. Tal vez le gustó escucharme rogar. ¿Realmente importa?

Jamie la observó un poco más y luego se encogió de hombros, aparentemente satisfecho.

-No, supongo que no. Pero tan agradecido como estoy por lo que hizo para ayudar a Archie, no
puedo decir que estaré triste de despedirlo mañana cuando se vaya a buscar a su viuda.

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¿Mañana? Miró una vez más y deseó que Thom mirara en su dirección. Cuando no lo hizo, se
volvió. Es lo mejor, se dijo. Entonces, ¿por qué le dolía tanto?

-Os he echado de menos, Thommy. Todos os hemos echado de menos.

Thom le dirigió a Jo una pequeña sonrisa sorprendentemente melancólica:- Yo también os he


echado de menos -dijo-. Fue bueno veros, tambien -hizo una pausa, sus ojos se encontraron con los
suyos atentamente-. ¿Sois feliz? ¿Os trata bien?

La boca de Joanna se dividió en una amplia sonrisa:- Estoy obniosamente feliz, y James me trata
como a una reina.

Thom la estudió unos momentos más y, al no ver nada que disipara la verdad de sus palabras,
gruñó:- Mejor. Es así como merecéis ser tratada. Después de lo que hizo...

Ella puso su mano en su brazo para detenerlo:- Eso fue hace mucho tiempo, Thommy. James ha
cambiado.

Thom mantuvo su mirada un poco más antes de asentir. Si el estado de felicidad de Joanna era una
indicación, Thom estaba dispuesto a admitir que Douglas había cambiado, al menos de alguna
manera. En otras cosas, era exactamente el mismo. Por ejemplo, su ambición con respecto a su
hermana. Randolph. Thom apretó los dientes y trató, sin éxito, de evitar que los músculos de su
cuello se amontonaran.

Confundiendo la causa de su reacción, Joanna apretó su brazo y obligó a su mirada a la suya.

-De verdad, Thom –sonrió- no necesito un hermano mayor para cuidarme más, sé cómo luchar mis
propias batallas.

Sospechaba que sí. Pero nunca le impediría cuidarla:- Sí, bueno, eso es lo que pasa con los
hermanos. Los tenéis, os guste o no.

Joanna se echó a reír, pero después de un momento se puso seria:- Ojalá volvierais a casa más a
menudo. Johnny os echa de menos, y vuestro padre también.

Thom no dijo nada. ¿Qué podía decir?

Percibiendo la mirada de Elizabeth en él de nuevo, tomó todo lo que no tenía para no mirar en su
dirección. No confiaba en sí mismo. Cuando lo vio entrar en el vestíbulo hace un rato y estalló en
lágrimas, casi lo había olvidado y se había ido con ella.

Era un idiota. Durante tres años había tenido que trabajar para poner el pasado detrás de él, y justo
cuando finalmente lo había conseguido, perdía su maldita mente y la besó.

Hicisteis mucho más que besarla. Luchó contra un doloroso gemido mientras los recuerdos lo
asaltaban de nuevo.

Podría haber resistido la tentación de mirarla, pero Joanna no había perdido el intercambio

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unilateral de Elizabeth.

-También os echa de menos. Más de lo que quiere admitir -la boca de Thom cayó en una línea dura.
Él no dijo nada-. ¿Ha servido? –preguntó-. ¿Estar lejos lo ha hecho más fácil?

Estaba tentado a fingir que no sabía lo que quería decir. Si hubiera sido alguien más que Jo, lo
habría hecho. Pero ella lo conocía demasiado bien. Había estado allí. Había visto su corazón roto y
lo había entendido porque también había pasado por lo mismo. Y por la misma razón: el orgullo y la
ambición de Douglas. El suyo podría haber resultado de otra manera - a Thom no le molestaba ver a
Jo y su feliz final- pero tenía que darse cuenta de que no todas las historias de los bardos se hacían
realidad. Y a diferencia de Jamie, que había amado a Jo desde casi el primer día que se habían
conocido, Elizabeth nunca lo había amado. Nunca había sido consciente de él de esa manera. Pero
ahora era consciente, pensó, sin una pequeña oleada de satisfacción. Muy consciente.
Hay dragones... Apartó los peligrosos pensamientos.

-Sí -dijo-. Lo ha hecho más fácil -al menos hasta hacía poco.

-¿Y sois feliz?

Una sonrisa torcida giró su boca:- Soy un soldado luchando en una guerra. No hay mucha causa de
felicidad. Pero me gusta lo que estoy haciendo, y estoy satisfecho con cómo han progresado las
cosas hasta ahora.

-Os habéis portado bien -dijo Joanna-. El conde habla muy bien de vos -hizo una pausa y miró a su
marido, que estaba sentado con Elizabeth y algunos de los otros hombres, incluyendo a MacLeod y
Boyd, en la mesa alta con Carrick-. James dijo que os habíais mostrado bien en la misión, y es una
suerte -dijo econ un movimiento de cabeza en dirección a los Fantasmas- es difícil de impresionar.
Sonrió-. Estoy orgullosa de vos. No puede haber sido un asunto fácil cuando llegasteis por primera
vez.

No lo había sido. Los otros hombres de armas lo habían puesto lo más difícil que pudieron. Pero el
hijo del herrero había resistido todo lo que le habían lanzado y probó que tenía un lugar entre ellos.
Se había ganado su derecho a estar allí, aunque algunos pensaran que su sangre le habría prohibido
cualquier consideración de caballería.

Quizás sintiendo que preferiría no hablar de ello, Jo añadió:- ¿Qué haréis ahora? ¿Viajaréis con el
conde para iniciar el asedio en Stirling, o iréis con nosotros a Edimburgo? Odio decir adiós cuando
acabamos de decir hola. Estoy seguro de que James podría ser persuadido...

-Nada de eso, -dijo, cortándola antes de que pudiera decirlo. Preferiría morir de aburrimiento yendo
a mil castillos que ponerse bajo la autoridad de Douglas, fuera una misión exitosa o no-. Tengo un
recado que ya se demoró demasiado.

-Ah, sí, vuestra viuda. Ella mencionó que pensabais casaros.

Su boca cayó en una línea dura. ¿Sería que Elizabeth había estado tan cerca de sus propios planes
nupciales? Apretó los dientes. Randolph... Infiernos.

-¿Os importa? -preguntó Joanna.

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La miró bruscamente, pero luego se dio cuenta de que se refería a la viuda.

-Apenas la conozco, pero es agradable, atractiva y rica. Estoy seguro de que nos llevaremos
bastante bien. Es un buen partido.

-Estoy segura de que está en pergamino -dijo Joanna-.Pero hay más cosas en el matrimonio que las
fortunas, las alianzas y los títulos. O puede haberlo si encuentráis amor -se endureció
instintivamente, con un muro de acero cayendo ante él-. Pero Jo no le prestó atención y lo golpeó
directamente-. ¿Estáis seguro de que vos y Ella...?

-Absolutamente seguro, -dijo en una voz que no interponía ninguna discusión-. No hay un yo y Ella,
y nunca ha existido.

Cometió el error de mirarla y, por un arriesgado latido del corazón, sus ojos se encontraron. El
bramido de calor que le golpeaba el pecho le quemaba un agujero. Los sentimientos que no quería,
sentimientos que habían tardado años en librarse, lo invadieron en una ola caliente y penetrante y
amenazaron con apoderarse.

Desvió la mirada bruscamente, rompiendo la conexión. Rompiendo cualquier conexión. De ninguna


manera en el infierno iba a dejar que empezara de nuevo. Había tenido suficiente de sus entrañas
arrancadas por encima de ella la primera vez. De repente, no podía esperar a salir de allí. El Castillo
de Rutherford y Lady Marjorie lo esperaban. Se apartó de la mesa y se puso de pie antes de que Jo
pudiera responder.

-Carrick me llama -el conde ni siquiera miraba en su dirección.

Joanna sabía que estaba mintiendo, pero asintió y se puso de pie para regresar a su marido:- ¿No os
iréis sin decir adiós?

Sacudió la cabeza y se inclinó para presionar un beso en su mejilla:- No lo haré.

-¿Lo prometéis?

Sonrió:- Sí, lo prometo. Aunque espero que os guste que os despierten al amanecer.

Ella le devolvió la sonrisa:- No me molesta, aunque a James no le gustan demasiado los primeros
rayos de luz.

Como su hermana, Thom no pudo evitar recordar. Elizabeth siempre había lamentado su necesidad
de levantarse tan temprano para encender los fuegos y llevar el carbón cuando era un muchacho. No
le había importado, pero había pensado que debía ser una tortura.
Los Recuerdos explotaron. Esto tiene que parar.

Dejó a Jo riéndose con una promesa de hacerlo agradable y temprano y se acercó al estrado donde
Carrick estaba sentado. Le llamó la atención y se alegró cuando el conde lo llamó de inmediato.

-Ah, MacGowan, iba a enviar a buscaros.

Arqueó una ceja sorprendido:- ¿Sí?

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-Sí, sois un hombre popular.

Thom frunció el ceño, sin tener idea de lo que estaba hablando. Pero por la mirada que Carrick
envió a MacLeod, que estaba sentado a unos metros de distancia de él, Thom sospechaba que había
estado escuchando sobre la misión.

-¿Mi lord? -preguntó, buscando aclaraciones.

El conde alzó un trozo de pergamino doblado:- No ha pasado ni una hora desde que recibiera un
mensaje de mi hermano pidiendo vuestra presencia en Edimburgo, que MacLeod viene a mí con
una petición similar -un lado de su boca se alzó-. También recibí una misiva bastante molesta de
Lady Marjorie esta mañana. Al parecer la paciencia de la dama se está desgastando. Está cansada de
esperar a una escolta y se pregunta si debería encontrar otros arreglos -Thom juró en voz baja.

Carrick lo escuchó y se echó a reír:- Sí, la señora está lejos de ser sutil, ¿verdad? Me temo que vais
a tener que darle algunas explicaciones cuando podáis convencer a mi hermano de que os deje.

Thom dejó de lado su preocupación por Lady Marjorie, todavía sintiendo la noticia de que el rey
quería verlo:- ¿Sabe de qué se trata, mi señor?

-Sospecho que es lo mismo que llamó la atención de MacLeod, pero tendréis que preguntarle.

Thom asintió, sin saber qué decir. Fue honesto y, si podía admitir la verdad, estaba un poco
nervioso. ¿ Bruce quería verlo? El hijo del herrero había subido realmente alto. Fue justo cuando su
pecho empezó a hincharse como la vejiga de un cerdo lleno de aire que Carrick sacó un alfiler. –

-¿Entiendo que sois cercano con la esposa y la hermana de Douglas? Estará encantado de saber que
viajaréis con ellos a Edimburgo.

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Capítulo 12
Si Elizabeth se complacía secretamente de que Thom viajaba con ellos a Edimburgo (y no fuera con
su viuda), se negó a admitirlo, incluso a sí misma. Sabía que su hermano estaba menos que
encantado, por decirlo suavemente, pero no había nada de qué preocuparse. No había nada entre ella
y Thom. Ni siquiera amistad.

Muy bien, tal vez eso no era cierto. Había algo entre ellos. Algo que le encendía la sangre y le
volvía la piel caliente cada vez que lo veía. Identificándolo como torpeza y vergüenza, estaba
segura de que se desvanecería cuando se acostumbrara a verlo de nuevo.

Aunque se suponía que debía estar acostumbrada a verlo cuando todo lo que parecía ser capaz de
notar era lo ridículamente atractivo que era, no lo sabía.

Y no era la única. No lo entendía. Nunca la había molestado antes cuando las chicas del pueblo
solían coquetear con él. ¿Por qué le molestaba ahora ver prácticamente a todas las mujeres solteras
en las cercanías echándle un ojo –o los dos-?

Tal vez porque no podía preocuparse de levantar uno o dos en su dirección. Ni una sola vez desde la
noche en que había vuelto con James hacía dos días, había hablado con ella o incluso la había
mirado. Pero cuando salieron a Edimburgo por la mañana, sabía que tenía que hacer algo para
aliviar la incomodidad entre ellos. No podía verlo durante horas y horas -llevaría al menos dos días,
tal vez tres si el tiempo estuviera mal, llegar a Edimburgo con su gran equipaje-, y dejar que esto
continuara. La gente lo notaría. Como Jo e Izzie, que ya la estaban observando con demasiadas
cejas levantadas y miradas sabias.

Sus palabras volvieron a ella mientras caminaba a través del patio frío, iluminado por las antorchas.
Dejadme en paz. Lo haría. Tan pronto como llegaran a Edimburgo, y una vez que tuviese la
oportunidad de decir su opinión.

Lo encontró en los establos. Parecía estar hablando con alguien ... y no en un tono muy agradable. –

-Así que escuchad. Así es como va a ser.

Se detuvo y se puso de puntillas para intentar echar un vistazo a su alrededor, pero sus hombros
bloquearon su vista. No es que estuviera sufriendo por el paisaje. Eran hombros bastante
impresionantes: cuadrados, anchos y apilados con gruesos bloques de músculos redondos y duros.
¿O tal vez eso se consideraba la parte superior de sus brazos? Eran bastante impresionantes
también. Podía recordar lo difícil que se habían sentido cuando sus dedos habían intentado cavar...

-Si intentáis deshaceros de mí o darme por saco mañana, la próxima vez que os necesite, será para
enviaros al matadero. ¿Nos entendemos?

El caballo, al que ahora se dio cuenta de que estaba hablando, emitió un fuerte sonido resoplido, al
parecer no demasiado preocupado por su piel.

Elizabeth no pudo contener la risa:- Veo que no habéis ganado el encanto de los caballos. No creo
que os crea. En lugar de emitir amenazas, podéis probar dándole un trozo de azúcar.

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Thom la miró con el ceño fruncido, ya fuera por la interrupción o simplemente por estar allí.

-Lo he intentado. La bestia demoníaca casi me come la mano.

Elizabeth se adelantó, moviéndose a su alrededor, teniendo cuidado de no dejar que sus cuerpos se
rozaran. El aire cálido y sensual de los establos no era propicio para olvidar lo que había sucedido
en las cocinas. Concentraos en el olor, se dijo. Pero el penetrante aroma terrenal de los animales no
distraía las terminaciones nerviosas.

-Probablemente siente que no os gusta –dijo-. Os he dicho cien veces que los caballos son criaturas
sensibles.

Thom hizo un sonido agudo:- Sensible mi cu..." -se detuvo, recordando su compañía-. Este no. Es
testarudo, cabezudo, intratable y de mal genio.

Elizabeth le lanzó una mirada que decía que el caballo podría tener algo en común con alguien que
conocía.

Hizo sonar como si estuviera apaciguando a su sobrino, extendió la palma de la mano hacia arriba y
dejó que el caballo la olfateara por un momento. Diciéndole que era un buen chico, le acarició el
cuello y el hocico. El caballo mostró su placer al bajar las orejas y dar una pizca suave.

-Sí, puedo ver a qué os referís -dijo, con la boca crispada-. Es un demonio de corazón negro,
¿verdad?

Thom se apartó, mirándola con ojos brillantes y cruzando los brazos:- ¿También encantáis a las
serpientes?

Sonrió:- Os lo haré saber si lo hago.

Sus ojos se estrecharon, y rio de nuevo. Dios, había extrañado esto. Le había echado de menos.
Elizabeth sostuvo la boca del caballo con la cuerda de plomo y siguió acariciándole, mientras Thom
gruñía (algo sobre que el caballo era un traidor), terminó de poner un poco de heno fresco
(salpicado con algunas zanahorias y manzanas, notó), y comprobó la Silla y riendas para el día
siguiente. Obviamente tomaba su equipo en serio.

Cuando terminó, finalmente se volvió hacia ella:- ¿Queréis algo, Elizabeth?

La nota de impaciencia en su voz la hizo estremecerse. También le recordó su propósito:- Quería


daros las gracias por lo que hicisteis por Archie.

-De nada. Ahora si eso es todo...

Trató de pasar por delante de ella, pero caminó delante de él, poniendo su mano sobre su pecho. Fue
un error. Pudo sentir el latido de su corazón bajo el sólido escudo de acero. Aquella intensa y cálida
sensación la invadió de nuevo.

Sacudió su mano y sacudió la neblina que le cegaba:- No, no es todo. ¿Por qué me mentisteis? ¿Por
qué me dejasteis creer que podía persuadiros, cuando ya os habían ordenado ir?

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No tuvo la decencia de avergonzarse por su descubrimiento. De hecho, parecía divertido:- Como
recuerdo, yo no era el que estaba regateando. Lo hacíais vos. Si no os gustaban los términos no
deberíais haberos ofrecido.

Las mejillas de Elizabeth dispararon:- Pero vos dijisteis... -lo miró atónita, dándose cuenta de la
verdad. No había dicho nada.

-¿Lo hice? –preguntó-. ¿O simplemente hicisteis un montón de suposiciones?

Lo último. Ella fue la que puso su cuerpo y luego un beso en las negociaciones. Pero todavía la
había engañado:- Podríais haberme dicho que no era necesario. En cambio, me dejasteis... -estaba
demasiado avergonzada para sacar las palabras y apartó la mirada.

-¿Os dejé? -replicó él, aunque eso no era lo que había estado a punto de decir. Actuar como una
libertina-. Sí, bueno, yo no estaba en el mejor estado de ánimo. Estaba furioso. Me encontrasteis en
un momento inoportuno.

Recordaba exactamente cómo lo había encontrado y la mujer que lo había estado tocando:-
¿Queréis decir que interrumpí vuestros planes y por eso decidisteis aprovechar otra oportunidad?

Pareció confundido por un momento, pero luego una esquina de su boca se alzó:- Sí, algo así.

Ella lo miró fijamente, sintiendo como si un gran y pesado trozo de mineral ardiera en su pecho:-
Habéis cambiado, Thom.

La decepción en su voz parecía encender su temperamento.

-¿Por qué? ¿Porque no guardé mis manos como un buen muchacho? ¿Porque acepté vuestra oferta?
¿O porque hice que la princesita perfecta sintiera algo tan básico como la lujuria? -jadeó, indignada,
pero continuó-. Lo que estáis viendo ahora siempre ha estado allí. Simplemente no quisisteis verlo.

-Os equivocáis. El chico que conocí nunca trataría de hacerme daño deliberadamente. Sé que estáis
enfadado, pero esto no es lo que sois, sois mejor que esto.

Su mandíbula fuertemente apretada fue el único indicio de que la había oído:- Tal vez no me
conocíais tan bien como creíais.

-Tal vez tengáis razón -replicó ella con enfado-. Conocí a un jovencito que lloraba la pérdida de su
madre, pero que era demasiado orgulloso incluso a casi nueve años, para que nadie supiera que
lloraba por ella. Conocía a un muchacho que se reía durante horas con chistes horribles para hacer
feliz a una niña. Conocí a un muchacho que reconfortaba a una niña de ocho años que había perdido
a su padre y se había quedado sin dinero en un mundo cruel. Conocí a un muchacho que nunca
preguntó qué pasó en aquellos años difíciles, pero parecía entender de todos modos. A un muchacho
que me despejaba un lugar por la fragua y me dejaba verlo trabajar, que subía a las torres para pasar
horas contándome historias bajo las estrellas, que era un buen hijo, un buen hermano y un buen
mejor amigo. Que era honrado y amable, y siempre hacía lo correcto. Eso fue lo que vi en vos,
Thommy. Dios, ¡ni siquiera me di cuenta de lo ridículamente guapo que erais –y sois-! Estaba tan
deslumbrada por la persona que erais en el interior, la persona que yo creía que era mi amigo, que
eso era todo lo que podía ver.

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Thom estaba atónito. No sabía qué decir. Se había equivocado con ella, se dio cuenta, culpándola
por no amarlo, cuando en realidad lo había hecho. No era la forma en que la quería tal vez, pero lo
había amado de todos modos.

Él juró y se pasó los dedos por el pelo, sintiéndose como un idiota. Un hombre ridículamente
guapo, que no le agradaría tanto como a él. Tenía razón. Ese no era él. Había cortado sus intentos de
restablecer la amistad entre ellos para protegerse. Pero había una diferencia entre la autoprotección
y cómo la había atacado en las cocinas. Había tenido derecho a estar enfadado, pero no con ella.

Pero Elizabeth estaba atrapada en su propio enfado y no le dio la oportunidad de disculparse.

-Tal vez sois vos quien no me conoce tan bien como creéis. Afirmasteis amarme, pero lo que
amasteis no existe, nunca lo ha hecho. Visteis a una niña en un castillo y la sostuvisteis como una
especie de objeto inalcanzable. Algo fuera de alcance e intocable, como una bonita estatua de
mármol pintado. Pero nunca he pedido estar en un pedestal, sólo me pusisteis allí. No me siento en
tronos con batas de oro o flota en un jardín de hadas con mariposas flotando alrededor de mi cabeza
siempre sonriente y feliz. Y estoy segura, infiernos, que no soy perfecta -se estremeció con
disgusto-. A veces soy obstinada, a veces soy demasiado orgullosa, a veces me enfado y digo cosas
que son insensibles, y a veces tomo decisiones imprudentes, de las que deberíais ser consciente
después de lo que pasó la otra noche –tomó una respiración profunda-. Creo que también demostró
que estoy lejos de ser intocable -en realidad, al contrario. Me gusta ser tocada-.

Apenas oyó las siguientes palabras, mientras su cabeza acababa de explotar.

>-Entonces, ¿quién sabe quién es el mejor, Thom?

Ignoró la sutil burla de su nombre, la agarró por el codo y la levantó contra él:- ¿Qué queréis decir
con que os gusta ser tocada?

Escupió, claramente exasperad:- Después de todo lo que acabo de decir, ¿en qué estáis pensando?

Maldita sea. Podía haber gruñido y acercado un poco más con un movimiento:- ¿Quién? –parpadeó
hacia él-. ¿Randolph? -preguntó Thom furiosamente-. ¿O lo llamo Moray ahora? ¿Os gusta cuando
vuestro novia os toca?

Elizabeth se sacudió de su ensimismamiento:- ¿Randolph? No lo ha hecho... -frunció la boca con


enfado-. Me refería a vos –continuó. Thom se relajó-. Y no es mi prometido -señaló-. Todavía.

-Todavía -estuvo de acuerdo-. ¿No pensasteis en mencionarme ese pequeño detalle?

-No estaba escondiendo nada -dijo, intentando claramente no sonar a la defensiva... y falló.

-¿No?

Su boca se aplastó en una línea obstinada que reconoció muy bien, como lo había estado viendo
desde que tenía seis años:- Mi compromiso no tiene nada que ver con vos y yo.

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Los músculos de su cuello estaban tan apretados que podía sentirlos temblar:- Creo que vuestro
prometido podría estar en desacuerdo. Sospecho que estaría muy interesado en lo que ocurrió entre
«vos y yo» en las cocinas.

Se ruborizó culpablemente, pero luego enderezó su espina dorsal:- Eso fue un error. No volverá a
suceder.

El hecho de que estuviera de acuerdo no hacía que fuera más fácil oír. Apretó los puños a los
costados para que no se sintiera tentado a atraerla de nuevo a sus brazos y borrar de su boca esa
altiva bolsa.

-¿Y el hecho de que os guste cuando os toco? ¿Eso tampoco tiene nada que ver con él?

Su voz era más ronca de lo que pretendía. El maldito aire caliente del establo le estaba llegando -
como el sutil olor que se levantaba de su cabello-. Siempre olía tan bien...

Pero las cálidas sensaciones disparadas por su cercanía fueron rápidamente desterradas por sus
siguientes palabras.

-¿Por qué? Estoy segura de que me gustará cuando me toque.

Thom no creía que se hubiera movido tan rápido. La hizo girar y la hizo apoyarse contra la pared en
segundos. Con las manos plantadas a cada lado de su cabeza, se inclinó amenazadoramente.

-¿Qué diablos queréis decir con eso?

Lo fulminó con la mirada, sus ojos escupiendo chispas azules. Si había estado intentando
intimidarla, claramente no había funcionado. Era uno de los hombres más grandes y más fuertes en
el campamento, y ella lo empujó hacia atrás con un delicado dedo en el pecho. Cristo.

-¿Por qué no? Ahora que sé qué esperar, me imagino que será aún más agradable. Por lo que he
oído, él ha tenido la suficiente práctica.

¿Podría una cabeza explotar dos veces? Ciertamente estaba en peligro de hacerlo. Podía sentir la
presión caliente golpeando en su cráneo:- Es así de simple, ¿verdad? Ahora que habéis
experimentado la pasión, es todo lo mismo, ¿verdad? ¿No importa quién os toque?

-¡No, por supuesto que no! -frunció el ceño-. ¿Por qué siempre estáis tratando de confundirme y
poner palabras en mi boca? Sólo quería decir que no había razón para pensar que no disfrutaré...

-No lo digáis -le advirtió en tono sombrío, su boca sólo a unos centímetros de la suya. Si oía una
palabra más sobre ella y Randolph, iba a olvidar cada voto, cada promesa que se había hecho para
no tocarla de nuevo.

Sabía que era su inocencia hablando, que se había convencido de que lo que había sucedido entre
ellos no era nada especial. Justo como sabía que lo que había explotado entre ellos, lo que había
hecho que un beso descienda en pasión casi estúpida en cuestión de minutos, era un regalo raro.
Pero el saber no hacía que fuera más fácil oírlo.

Sabiamente, cerró la boca. Debió de darse cuenta de lo cerca que estaba de besarla, porque esta vez

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cuando se alejó, lo miró con atentamente. Poco a poco, el torrente de sangre que fluía por sus venas
dejó de latir y su pulso volvió a la normalidad. El aire, a diferencia del fuego, volvía a entrar y salir
de sus pulmones.

-No quiero que me odiéis, Thom -dijo en voz baja-. Nunca quise haceros daño.

-Lo sé... y yo tampoco. Sería infinitamente más fácil si lo hiciera.

Ella se iluminó, y el puro resplandor de su sonrisa fue como un rayo de luz que fluye a través de su
pecho. El hielo que había estado encerrado alrededor de su corazón durante tres años comenzó a
derretirse, y que Dios lo ayudara, no sabía cómo hacer que se detuviera.

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Capítulo 13

Elizabeth no tardó mucho en darse cuenta de lo que Joanna estaba haciendo: su cuñada nunca sería
caracterizada como sutil.

Las paredes desvencijadas del castillo de Roxburgh una vez grande eran todavía visibles en el
horizonte detrás de ellos cuando Joanna miró a Thom que montaba cerca con algunos de los
guerreros secretos de Bruce y lo llamó con el pretexto de presentarle a Izzie. El intercambio habría
sido breve si Joanna no hubiera procedido a regalarle a su prima con un flujo aparentemente
interminable de cuentos de su juventud. Oh, Thom, tenéis que hablarle... y Elizabeth, ¿no os
acordáis cuando...? Fueron pronunciadas tantas veces que ella perdió la cuenta.

Podría haber estado agradecida: el tiempo que obligaba a montar juntos aliviaba mucho la
persistente incomodidad entre ella y Thom, si no fuera por la reacción de su pariente. Su preciosa
prima, que tenía los ojos tan claros, difícil de impresionar y aparentemente impermeable al encanto
como cualquier mujer joven de su relación, quedó completamente deslumbrada.

Thom estaba apenas fuera del alcance del oído (después de que Tor MacLeod lo llamara, y Joanna
finalmente tuviera que dejarlo ir, aparentemente incluso Joanna dudó en desafiar al intimidante jefe
de la isla), cuando Izzie se volvió hacia ella acusándola.

-¡Oh dios! ¿Ese es el hijo de vuestro herrero?

Elizabeth la fulminó con la mirada:- Él no es mi...

-Habéis olvidado mencionar que es muy guapo.

Elizabeth apretó los labios, no muy segura de por qué estaba tan molesta por la observación. ¿Fue
porque le había llevado tanto tiempo darse cuenta de lo mismo?

-No me había dado cuenta -gruñó.

Izzie la miró como si estuviera ciega, algo que Elizabeth empezaba a preguntarse. Pero sus ojos se
habían abierto. Afortunadamente, su prima cambió su atención a Joanna.

-Dios mío, esos ojos -increíblemente azules- contrastan contra ese pelo negro y ondulado -suspiró
soñadora.

-No es negro -dijo Elizabeth sin pensar. Ambos pares de ojos se volvieron hacia ella, y pudo sentir
el calor manchándose las mejillas-. Es casi negro, pero cuando el sol está brillando sobre él, se
puede ver que es más marrón oscuro.

Las cejas de Izzie se elevaron en perfecto tándem. La sonrisa de Joanna era tan amplia que mejor
tendría cuidado de no tragar un insecto. Sintiendo su escrutinio, soltó:

-Randolph es de pelo oscuro también. Y muy guapo.

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-¿Sí? -dijo Izzie pensativamente.

Elizabeth asintió con la cabeza. Definitivamente era la oscuridad, aunque le costaría mucho decir la
sombra.

-¿Y sus ojos? -preguntó Izzie con curiosidad-. ¿Son oscuros o claros?

Elizabeth trató de imaginarlo, pero la imagen no era muy aguda. Al darse cuenta de que Izzie estaba
tratando de hacer algún tipo de punto, le frunció el ceño:- Claros.

-¿Azules como el de vuestro herrero?

Elizabeth apretó los dientes, negándose a ser cebada. No era suyo, maldita sea. ¿Y qué importaba el
color de los ojos de Randolph? O que nunca lo hubiera notado.

-Sí –dijo, esperando tener razón.

-Hmm.

Al parecer, su prima estaba tomando lecciones de su cuñada con respecto al hmm.

Ignorándolas a ambas, Elizabeth se quedó callada durante el resto de la mañana, hablando en su


mayor parte con Helen MacKay, que estaba teniendo dificultades con su hijo nervioso y
afortunadamente no había escuchado la conversación anterior. Elizabeth no sabía por qué estaba tan
molesta, sólo que lo estaba. Sin embargo, cuando se detuvieron para dar de beber los caballos, su
buen humor había vuelto. Se estaba riendo con Izzie de las últimas manías de Uilleam -
aparentemente, había decidido que la comida sabía mejor después de que se dejara caer en el suelo-
cuando oyó a Joanna exclamar:

-Oh, no. Sabía que algo estaba mal. Mirad eso -señaló su pezuña trasera izquierda-, mi caballo está
perdiendo un casco.

Joanna podía ver el más débil borde de metal que se deslizaba por debajo del casco del caballo. Se
volvió hacia Elizabeth.

-Sed una buena chica y mirad si podéis encontrar a Thommy. Puede que tenga un martillo.

-¿Alguna vez habéis visto a Thommy calzar un caballo? -no era una bonita vista-. Estoy segura de
que uno de los hombres de Jamie...

Joanna le hizo un gesto con la mano, aparentemente sin cuidado:- Izzie puede ir si estáis demasiado
cansada.

-Estaría feliz de... -Izzie comenzó.

-Lo haré -dijo Elizabeth cortándola. La zorra astuta.

Así que fue a preguntarle a Thom si podía ayudar. Sabiendo cuánto despreciaba el zapateo, estuvo
de acuerdo con una sorprendente falta de vacilación. Por supuesto, por Jo.
Después de arreglar el casco con Elizabeth inconscientemente tomando su posición para distraer al

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caballo como lo había hecho cuando eran jóvenes para que no le patease, Joanna insistió en
compartir algunas de las galletas azucaradas que la cocinera le había dado, lo que fueron
acompañados por más recuerdos, hasta que Jamie se encontró con la escena alegre y rápidamente
envió a Thom a la exploración delante de ellos.

La primera vez pudo haber sido por casualidad, la segunda también, pero cuando finalmente
hicieron campamento para la noche, y Joanna insistió en la objeción de Jamie de que Thom comiera
con ellos -después de toda su ayuda-, su hermano no era el único quien se dio cuenta de lo que
estaba pasando. Pero Joanna era impermeable a sus oscuras miradas y Elizabeth la castigaba
frunciendo el ceño.

Como había puntualizado, la sutileza no era una de las fuerzas de su cuñada.

Pero Elizabeth no podía pretender que le importara los esfuerzos de Joanna para juntarlos. Era
agradable estar alrededor de Thom otra vez, aunque no fuera tan fácil y sencillo como solía ser. Al
menos para ella. Era demasiado consciente de lo que había sucedido entre ellos. Cada vez que lo
miraba, recordaba cómo su boca se había sentido en la suya, cómo había probado el calor de su
lengua deslizándose en su boca, la sensación de sus manos en su cuerpo... y entonces los recuerdos
más perversos la golpearon. La sensación de su dureza entre sus piernas, el peso de su cuerpo
presionado contra el suyo, el acariciamiento íntimo, el placer que brotaba, y la euforia
quebrantadora que había seguido. ¿Cómo actuar normal con un hombre cuando habían compartido
algo así?

Pero cuando llegó el momento de ir a buscarlo, Joanna no necesitó preguntarle, Elizabeth se ofreció
voluntariamente. Lo encontró junto a la orilla del río y se sentó en una roca a su lado, como si fuera
hacía más de ocho años, que había hecho lo mismo.

-¿Pescasteis algo? -le lanzó una mirada de soslayo. Por supuesto que había pillado algo. Era uno de
los mejores pescadores del pueblo. Dios mío, cómo solía localizar a Jamie-. ¿Cuántos?

Se encogió de hombros y asintió con la cabeza al cubo a pocos pies de distancia que no había visto
antes:- Una media docena o algo así -hizo una pausa-. ¿Es la hora?

-Pronto. Sólo tendremos tiempo de dejar esos pescados con el cocinero antes de que Jamie los vea –
su boca se arqueó, lo que supuso era un comienzo prometedor.

Se metió en línea, se puso de pie, y se llevó la mano hacia ella. Como si fuera la cosa más natural
del mundo -y en tantas formas que lo fuera- se metió los dedos en los suyos. Había olvidado la
fuerza de su agarre, la dureza de los callos en sus palmas.... Y la calidez. Inundó sus sentidos
cuando se puso de pie ante él.

Se miraron el uno al otro durante un largo latido del corazón, la intensidad de su mirada haciéndola
tambalearse. Tuvo que agarrar sus brazos para atraparla cuando sus piernas inestables casi la
hicieron deslizarse.

-Maldita sea, Elizabeth, tened cuidado. Os aseguro que ese río es tan frío como parece.

No le dijo que no era la torpeza, era él:- Gracias... -balbuceó. Bueno, ¿qué le pasaba? ¿Por qué
estaba tan nerviosa? ¿Por qué estaba así...? Maldición ¿Por qué era tan consciente de la cercanía de
su cuerpo, las líneas duras de su rostro, el brillo de sus ojos, la suavidad de los labios que se

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encontraban a una corta distancia de punta, lejos de ella? ¿Por qué se sentía tan caliente, como si
estuviera demasiado cerca de la fragua y pudiera quemarse?

Aparentemente no era la única afectada. La miró fijamente. Sus ojos. Su boca.

-Elizabeth... -empezó, medio en advertencia y medio en cólera.

Iba a besarla. Sintió que los músculos de sus brazos se apretaban mientras la acercaba cada vez más.
Sintió el calor de su aliento mientras bajaba la boca. Sentía el golpe de su corazón contra sus
costillas en anticipación. Y entonces sintió... Nada.

Retrocedió, la apartó cuidadosamente del borde resbaladizo de la orilla fangosa y la soltó.

-Deberíamos irnos -dijo con calma, como si no hubiera estado a unos segundos de poner su boca
sobre la suya.

Como si no hubiera estado a momentos de dejarlo.

Un rubor le encendió las mejillas, pero también actuó como si nada hubiera pasado... o casi. Era
mucho más difícil pretender que no estaba decepcionada.

-Sí, Joanna se preguntará dónde estamos.

Le dio una mirada seca que era tan maravillosamente Thommy que su pecho se hinchó de felicidad.

-Dudo que se pregunte nada, como sospecho que era más bien el punto.

Aparentemente también había captado el pequeño juego de Joanna. Ella le dirigió una pequeña
sonrisa de entendimiento, y caminaron juntos por el campamento. No hablaron, pero su ritmo era
más lento de lo que podría haber sido.

Thom miró hacia arriba mientras la sombra caía sobre él. Pero se había dado cuenta de ella desde el
momento en que se vio en el puente. Era como un maldito faro para sus sentidos. O tal vez fuera al
revés: sus sentidos se iluminaban como un maldito faro cuando estaba cerca.

Los hombres habían acampado a través del puente desde la abadía de Newbattle en un pequeño
claro a lo largo de las orillas del río Esk. Pero Douglas había dispuesto que su puñado de mujeres
viajaran con ellos para permanecer en la abadía. Aunque el grupo viajero había logrado hasta el
momento evitar la lluvia -y por lo tanto las carreteras empapadas y fangosas que podían haber
retrasado gravemente su viaje- la temperatura había bajado a cerca de la congelación en las últimas
horas y las mujeres estarían mucho más cómodas con las monjas cistercienses.

En otras palabras, Douglas no se arriesgaría.

Los esfuerzos de Joanna durante los dos últimos días para reunir a Thom y Elizabeth no habían
pasado desapercibidos para su marido, ni para nadie más. Pero Douglas no tenía nada de qué
preocuparse. Por mucho que Thom hubiera disfrutado de pasar tiempo con sus viejos amigos, -se
había divertido, tal vez más de lo que quería-, no importaba cuántos recados, cenas y `citas´ que
Joanna organizara, no haría la diferencia. Era demasiado tarde para él y para Elizabeth. Ambos
siguieron adelante.

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Es posible que Elizabeth lo quisiera físicamente, pero Thom no se engañó a sí mismo porque
deseaba más de él que placer. No cuando podía casarse con uno de los hombres más importantes del
reino. Un hombre como Randolph podía darle algo que Thom nunca podría: posición, riqueza y
seguridad. Y tal vez mejor que nadie sabía cuánto significaban esas cosas para ella.
Aunque le hubiera salvado un montón de angustia si lo hubiera reconocido antes.

Elizabeth era demasiado práctica, con demasiada ambición de su hermano en ella para arriesgar un
matrimonio con alguien en la posición de Thom. Tanto ella como Jamie habían sido marcados por la
muerte de su padre. Tal vez si esos años difíciles nunca hubieran ocurrido, sería diferente. Pero
cuando su padre murió en la cárcel después de ser declarado traidor, sus tierras y sus riquezas
despojadas por el rey Eduardo, su viuda y sus hijos quedaron sin nada. Habían sido un poco
mejores que los mendigos, dijo Elizabeth una vez.

El odio de Eduardo hacia Sir William Douglas, el Hardy había sido extremo -incluso por las
famosas normas angevinas del rey-. Con el temperamento mercurial de Eduardo, nadie había
querido casarse con la viuda y los hijos del traidor y correr el riesgo de que su vitriolo se volviera
hacia ellos. Finalmente, medio hambrientos, con poco más que unos trapos en sus hombros y a un
paso de un hospicio, la familia de Isabel los había aceptado. La situación había sido -avergonzante
y humillante.

Elizabeth se había reído cuando le había dicho eso, pero ahora se daba cuenta de lo que había sido.
Finalmente, el temperamento de Eduardo se había enfriado hacia la viuda (si no era el desove del
traidor) y algunas de las tierras de donación de Lady Eleanor habían sido restauradas. Cuando la
familia regresó a Douglas un par de años más tarde, la situación no era tan terrible. Pero la
experiencia había dejado una huella duradera en Elizabeth. Desde ese momento, parecía que
siempre miraba más allá del pequeño pueblo de Douglas a algo más grande.
Randolph era uno de los más grandes. No lo dejaría ir. No importaba cuánto deseaba Thom.

Todas las maquinaciones de Jo habían tenido éxito en hacer que la separación inevitable cuando
llegaron en Edimburgo mañana fuese más difícil.

Afortunadamente, había tenido un poco de respiro hoy. No tenía ninguna duda de que Joanna habría
encontrado incontables pretensiones para buscarlo, pero los fantasmas no le habían dado una
oportunidad. MacLeod le había pedido que saliera con Sutherland y MacKay para revisar un puente
delante de ellos que pudiera necesitar reparación de una tormenta hacía unas pocas semanas (lo
había hecho), y luego había ido a buscar a Lamont y MacLean. Finalmente, al enterarse de que era
hábil en la fabricación de espadas, MacRuairi le había pedido que echara una mirada a una de sus
espadas armadas: luchaba con dos que llevaba cruzadas a sus espaldas. Todo lo había alejado de las
damas durante la mayor parte del día.

Pero parecía que su respiro había terminado.

Elizabeth le sonreía, tan hermosa que casi le dolía mirarla. En realidad, le dolía, maldita sea. La
pesada capa de lana azul que llevaba estaba recortada con pieles alrededor de la capucha,
enmarcando su hermosa cara como una reina de nieve. Se detuvo, sus primeras acusaciones
volviendo a él. ¿La había convertido en algo que no era? ¿Viéndola como algo perfecto e
inalcanzable? ¿Un bonito jarrón de porcelana en una tienda?

Tenía que admitir que podía haber más verdad en su acusación de lo que quería admitir. Siempre la
había visto por la ventana de aquella niña que había confundido por primera vez con una princesa.

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La encarnación de todo lo que él quería, pero pensó que no podía tenerlo.

No era perfecta, lo sabía. Podía ser terca, opinativa y defensiva, especialmente cuando se trataba de
su familia. A veces hablaba sin pensar y podía estar ciega ante lo que estaba delante de ella, mejor
que nadie lo sabía. A veces se concentraba tanto en el objetivo que perdía de vista todo lo demás. Y
Dios sabía que podía mirar donde ella caminaba con más frecuencia.

Pero también era dulce y amable, generosa (visitando no sólo casas de limosna, sino también casas
de lazar), siempre veía lo bueno en los que la rodeaban (a veces ingenuamente), fuertemente
querida, confiada, y a pesar de lo que dijo sobre estar de mal humor casi siempre feliz y alegre.

Siempre había sido capaz de hacerle sonreír, incluso cuando se había metido en uno de sus estados
de ánimo oscuros, como los llamaba. Realmente se preocupaba por la gente que la rodeaba, incluido
él. Especialmente él.

Así que podría estar en lo cierto, pero también estaba equivocada. Realmente la había amado.

-Pensé ahora que manejáis una espada que ya no las fabricabáis -bromeó.

Hizo una pausa y dejó el trabajo que había estado usando para contestarle:- Sí, bueno, parece que de
alguna manera he logrado encontrarme haciendo ambas cosas.

-No me sorprende.

Frunció el ceño, sin saber qué hacer con su comentario:- ¿No lo hacéis?

Negó con su cabeza:- Tenéis demasiado talento. Alguien estaba obligado a notarlo en algún
momento -el carácter de su tono era extrañamente halagador-. Johnny dijo que sólo mejoró después
de que me fui y había desarrollado un seguimiento no sólo en Douglas sino en el resto de South
Lanarkshire también.

Él arqueó una ceja:- ¿Preguntando por mí?

En sus mejillas cubiertas de nieve apareció un bonito polvo de rosa, y rápidamente cambió de tema.

-¿Hay algún problema con el mango?

No le sorprendió que lo hubiera adivinado. Dios sabía que ella lo había visto hacer algo similar
docenas de veces:- Se desplaza un poco con un duro golpe.

Miró hacia abajo lo que estaba haciendo:- ¿Son demasiado planos o son desiguales?

Sonrió y sacudió la cabeza. Se preguntó cuántas damas altas sabían tanto de espadas. Se aventuraría
muy pocos.

-Un poco de ambos. Tampoco me gusta la forma de la espiga.

-Pero no podéis arreglar eso sin una fragua.

-Exactamente.

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-¿De quién es la espada?

-MacRuairi.

Alzó una ceja.:- Estoy impresionada. Él mantiene la su arsenal limitado, por decir lo menos. Lo
conocí durante dos años antes de tragar mi miedo lo suficiente para hablar con él. Conocer a su
esposa ayudó -negó con la cabeza-. ¿Quién hubiera pensado que la heroína más famosa de Escocia
se casaría con uno de los piratas más infames de Escocia?

Él también se había sorprendido al saber que Bella MacDuff se hubiese casado con Lachlan
MacRuairi, el notorio jefe bastardo de las Highlands del Oeste. Thom se encogió de hombros.

-Oyó que podría arreglarlo, y me pidió que lo mirara. No somos exactamente hermanos de sangre.

Ella le dirigió una extraña mirada, como si algo se le estuviera ocurriendo:- Pasasteis mucho tiempo
con ellos hoy.

-¿Con quiénes?

-MacLeod y los otros. Me pregunto..

Sacudió lo que fuera que estaba a punto de decir, pero podía adivinarlo. Se había estado
preguntando lo mismo. ¿Estaban los fantasmas llamándolo por una razón? MacLeod le había hecho
algunas preguntas sobre su experiencia de entrenamiento y batalla, pero no se había dado cuenta de
por qué le había pedido a Carrick que enviara a Thom a Edimburgo. Sin embargo, lo había estado
observando de cerca.

-No importa -dijo Elizabeth-. Me temo que tengo un encargo al que debo atender Joanna -al ver su
expresión, se rio-. No os preocupéis, no tiene nada que ver con vos. ¿Habéis visto a Jamie?

-Hace un tiempo. Creo que fue a cazar con algunos de sus hombres.

-Ah, bueno, entonces el vestido azul favorito de Joanna tendrá que esperar -ante su mirada de
incomprensión, ella explicó-. Necesita uno de sus baúles.

-¿Para que pueda impresionar a los monjes?

Ella se rio:- Apenas. Creo que tiene que ver con los otros viajeros que llegaron. Lady Mary de
Strathearn, la hija del conde. A Joanna no le gustaba. Pensó que tendría esperanzas con James antes
de casarse con Sir John Moray de Drumsagard

Thom negó con la cabeza:- Mujeres. Si le veo, se lo haré saber.

-Gracias -se quedó allí mirándolo como si quisiera decir más, pero después de un momento se fue, y
reanudó su revisión.

Pero estaba distraído, y el trabajo no era tan satisfactorio como lo había sido.

No había nada particularmente notable en la conversación con Elizabeth, pero cada vez que estaba

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con ella, era más difícil mantener su corazón endurecido contra ella. Cristo, casi la había besado el
otro día junto al río, y Dios sólo sabía cómo eso podría haber terminado. Si era algo como la última
vez, había una buena probabilidad de que hubiera sido empujada contra un árbol y él
profundamente dentro de ella.

El honor y la nobleza alguna vez le habían significado algo. Eran cualidades de las que siempre se
había enorgullecido debido a sus acciones, no por algún sir o mi lord delante de su nombre.
Elizabeth le había hecho olvidar una vez, pero no volvería a hacerlo.

-¿Qué hay entre vos y la hermana de Douglas?

Thom se volvió, sin darse cuenta de que MacLeod había llegado detrás de él. Cristo, no era de
extrañar que fueran conocidos como Fantasmas. El hombre se movía como tal. Con su fuerza y
construcción era especialmente impresionante.

-Nada -dijo automáticamente.

El feroz jefe de la isla lo observó atentamente. A Thom no le resultaba fácil intimidarse, pero tenía
que admitir que era una maldita inquietud:- No me pareció así -dijo MacLeod.

Obviamente lo había estado observando de nuevo. La mirada de Thom se endureció.

-Lo que pareciese o no, no sé por qué sería asunto vuestro.

MacLeod arqueó una ceja como si la atrevida respuesta de Thom le hubiera sorprendido. Tal vez
debería haberlo hecho. Dada la reputación de MacLeod, Thom probablemente debería haber
respondido con bastante menos hostilidad en su tono. En lugar de que MacLeod se sintiera
ofendido, sin embargo, Thom sintió que lo había vuelto a impresionar.

-Dependiendo de lo que ocurra en Edimburgo, podría ser mi asunto. Douglas es un hombre


importante en el ejército de Bruce y alguien que respeto. A menudo trabajamos juntos. Perdí a un
hombre el año pasado por una discordia. No perderé otro. Y esa muchacha, sospecho, causaría
bastante discordia.

Por decirlo suavemente. Thom y Douglas habían alcanzado una tregua tentativa, pero Thom no se
engañaba a sí mismo de que esa tregua no volviera a convertirse en una guerra completa si Douglas
sospechaba algo entre Thom y su hermana.

-¿Nosotros? -MacLeod le dirigió una mirada que le hizo sentirse estúpido por preguntar-. Elizabeth
y yo somos viejos amigos -dijo Thom, respondiendo a la pregunta original de MacLeod-. Nos
conocemos desde que éramos niños.

-Douglas dijo que se casaría con Randolph.

-Sí.

-Bien -dijo MacLeod-. Recordad eso, y no habrá ningún problema.

El hombre que Thom sospechaba que era el líder de la banda de los guerreros fantasma -que había
golpeado el miedo en el corazón de sus enemigos y se convirtió en el forraje de la leyenda- se alejó,

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dejando a Thom seguro de dos cosas. Una de ellas, posiblemente iba a ser reclutado por la guardia
más elite del ejército, y dos, cualquier oportunidad que tuviera que ser parte de los Fantasmas
dependía de que no irritara a Douglas.

En otras palabras, si Thom quería una oportunidad para pelear entre los mejores guerreros del reino,
Elizabeth Douglas estaba fuera de los límites. ¿Los Fantasmas? Thom todavía no podía creerlo.
Incluso después de una larga noche de pensar en poco más -mientras trataba de reprimir la emoción
del asunto- se preguntó si había malinterpretado.

Pero no lo había hecho. MacLeod lo consideraba para los Fantasmas.

Cristo, si Thom necesitaba más incentivo para mantenerse alejado de Elizabeth -lo que no hizo- lo
tenía. Eso no quería decir que no estuviera condenadamente contento de que su viaje y la unión
forzada estuviera casi terminada. Poderoso incentivo o no, no era exactamente racional cuando se
trataba de ella.

Por desgracia, su salida temprana por la mañana había sido retrasada por un fuerte aguacero de
lluvia que había comenzado al amanecer y ahora, dos horas más tarde, seguía siendo fuerte. Cuando
se descubrió que uno de los viajeros que tomaban respiro en la abadía también viajaba a Edimburgo
en un carruaje -que era raro debido a su poca utilidad en las carreteras escocesas-, Douglas decidió,
por las objeciones de su esposa a la compañía propuesta, que las damas podrían unirse a ella y
evitar un paseo muy frío e incómodo.

Después de otra hora de espera por Lady Mary y su carruaje, viajaron apenas un kilómetro antes de
que el camino se estrechara, una de las ruedas se deslizara sobre el terreno desigual, y el asolado
quedó atrapado en el barro -demostrando así la naturaleza poco práctica de Carruajes en Escocia-.
Afortunadamente, la lluvia había menguado un poco para entonces, así que las mujeres no estaban
empapadas mientras los hombres trabajaban para arreglarlo. Cuando lo hicieron, era hora de la
comida del mediodía, y el grupo se extendió a comer. Thom perdió de vista a las damas, hasta que
Joanna llegó corriendo hacia él mientras empacaba su alforja.

-¿Habéis visto a Ella?

Parecía ligeramente preocupada, pero sospechando otra de sus estratagemas, no prestó demasiada
atención:- No por un tiempo.

Joanna frunció el ceño:- Yo tampoco. Salejó después de la comida y no ha regresado.

-¿Hace cuánto?

-Quince, quizás veinte minutos.

Dándose cuenta de que no era un juego, Thom frunció el ceño:- ¿Ha ido sola?

-Sí, pensé... -Joanna se sonrojó-. Puede que necesitara privacidad.

-No es probable que se perdiera por aquí. ¿Por dónde se fue? -señaló hacia el río. La buscaré -dijo
Thom.

Cuando Joanna sonrió, se preguntó si habría sido engañado de nuevo.

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No tardó mucho en darse cuenta de que no lo había hecho. Llamó a su nombre unas cuantas veces
mientras se abría camino entre los árboles densos. Pero sólo había recorrido unos cincuenta metros
cuando se dio cuenta de que el banco de árboles a lo largo de este lado del río escondía el borde de
un barranco. El tipo de barranco que sería fácil para alguien deslizarse.

Ah, demonios. Su estómago cayó, pero su pulso se disparó en la dirección opuesta. El temor se
retorció en su tripa mientras retrocedía sus pasos y caminaba hacia adelante y hacia atrás a lo largo
del borde gritando su nombre, mirando hacia abajo en el abismo de follaje con su corazón en su
garganta y temiendo qué otros miembros enredados podría ver entre las ramas y las vides.

Finalmente, oyó un grito suave:- Aquí. Estoy aquí.

Miró hacia abajo y, cuando vio que los dos grandes ojos azules lo miraban fijamente, el corazón que
había estado en su garganta se atascó. Estaba a unos veinte pies debajo de él, aferrándose a un
pequeño árbol que no era más que un árbol joven a mitad de camino por el empinado terraplén. El
terraplén escarpado e inestable.

Maldita sea. De las raíces visibles y grandes trozos de suciedad desaparecida, pudo ver que parte de
la ladera ya había salido.

Siguió lo que debía haber sido el camino que había tomado abajo de la colina con su mirada. Con la
roca húmeda, el barro y las hojas secas, habría estado resbalando rápidamente. Esa delgada rama de
un árbol era probablemente la única cosa que le había impedido deslizarse hasta el fondo rocoso. Y
era lo único que le impedía continuar.

Podría estar tirada y ensangrentada... Dios, pensó que podría estar enfermo.

Hizo un rápido escaneo de su persona y, aparte de algunos rasguños, suciedad, un velo que le
faltaba para ver unos diez pies por la ladera y una trenza desordenada, no parecía estar gravemente
herida.

Pero no le gustaba la apariencia de ese árbol. No queriendo alarmarla, forzó una ligereza a su voz
que no sentía:- ¿Estáis bien?

Asintió, con los ojos un poco más anchos:- Me resbalé.

No pudo evitar sonreír:- Puedo ver eso.

-Traté de levantarme, pero...

-¡No lo hagáis! -dijo, incapaz de enmascarar completamente su alarma. Luego, con más calma,
agregó-. Voy a bajar a buscaros.

-¿Pero no deberíais buscar una cuerda primero?

Sí, pero no creía que tuviera tiempo. Las raíces de ese árbol no eran muy profundas y la lluvia junto
con su peso había aflojado el agarre que tenía en la ladera. Ya podía ver la suciedad levantándose
alrededor de la base.

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-Tendré cuidado -le aseguró, bajando.

Con muy poco para agarrarse a algo que era lo suficientemente fuerte como para soportar su peso,
medio revuelto, se deslizó por el terraplén, manteniendo su cuerpo tan paralelo al suelo como podía,
usando su mano derecha para apalancamiento y dejándola para el apoy . Con un ojo en ella y el otro
en la base de ese maldito árbol, se dirigió con precisión y velocidad, usando no tanto de habilidad,
sino de determinación. No había manera en el infierno de que iba a dejarla caer, no cuando lo
necesitaba.

Cuando llegó, supo que nunca serían capaces de subir de nuevo. Tendrían que bajar. Había sido sólo
un puñado de minutos desde que comenzó a buscarla, y sabía que sería un rato antes de que Joanna
enviara a alguien después de ellos.

Había ideado un plan, pero iba a tener que dar un salto de fe por su parte. Podía ver el terror pálido
mezclado con pánico en su rostro cuando se acercaba, y lo rasgó. El impulso de consolarla -para
protegerla- lo abrumó. Se detuvo a unos cuantos metros de distancia, sin querer acercarse
demasiado para que no pudiera alcanzarlo o pusiera tensión en ese árbol. Todo el terreno parecía en
peligro de romperse.

-Hola -dijo, sonriendo como si se estuvieran encontrándose en un paseo por el bosque.

-Hola –respondió Elizabeth suavemente. Sus ojos brillaban con el borde de las lágrimas-. Me
encontrasteis. No pensé que alguien llegararía a tiempo.

-Joanna me envió. Estaba preocupada cuando no regresasteis.

-Estaba volviendo, pero luego vi una liebre bebé. Pensé que había sido herido en una trampa y traté
de seguirlo. Pero supongo que no quería ser seguido, ya que me llevó sobre este terraplén.

-Supongo que no -aceptó. Hizo una pausa y pensó por un momento-. ¿Cómo sabéis qué liebre es el
más viejo?

Sólo le llevó un momento detenerse antes de sonreír:- No lo sé –sonrió-. Buscad la liebre gris.

Ella rio, y luego se frotó la nariz. Dios, le encantaba cuando hizo eso. Siempre lo había hecho.

-Eso no es muy bueno.

-Y sin embargo, os reísteis -señaló-. Pero si creéis que podéis hacerlo mejor, sed mi invitada.

-Estáis intentando distraerme.

-¿Y funciona?

Un lado de su boca se curvó hacia arriba:- Un poco.

-Tengo que intentar concentrarme ahora... y necesito que confiéis en mí.

-Está bien -estuvo de acuerdo sin dudarlo, y esto hizo que su pecho ya comprimido se apretara un
poco más.

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Había un árbol en el fondo del barranco con ramas robustas que se extendían a pocos metros de
donde estaban en la colina. Le dijo lo que quería que hiciera, y sus ojos se volvieron perfectamente
redondos.

-¡No puedo saltar!

-Sí, podéis. Es sólo unos pocos metros, y yo os ayudaré. Lo haremos juntos. Voy a ir hacia vos,
soltáis el árbol, os aferráis a mí, y haré el resto.

-¿Qué pasa si se rompe?

-Es demasiado grueso para romperse, pero si se dobla, lo montaremos todo hasta el fondo. ¿Está
bien? -no dijo nada, simplemente lo miró en silencio como si hubiera perdido la cabeza.

-¿Ella? Necesito que hagáis esto. El suelo es demasiado liso con demasiadas rocas. Es demasiado
arriesgado intentar deslizarse hacia abajo...

Le dirigió una mirada incrédula:- ¿Y saltar sobre una rama de árbol no es arriesgado? -su boca se
torció.

-Menos arriesgado.

Había mantenido un ojo en el árbol que sostenía y vio que se movía otro centímetro. Debió de
sentirlo también, porque su rostro repentinamente se escurrió de nuevo, y asintió.

-Será mejor que lo hagamos rápido.

La miró a los ojos:- No penséis, solo miradme -sostuvo su mirada-. Vamos a la detres. ¿Lista?
Una... dos... y tres.

Se movió, se soltó, se enganchó, y juntos saltaron. Necesitaba ambas manos para agarrar la rama
superior, pero tan pronto como sintió la parte inferior debajo de sus pies, soltó una mano y la atrajo
contra él, hasta que ambos estuvieon de pie en la rama y la que estaba sosteniendo para el apoyo
estabilizado. Pero el revoltijo salvaje de su corazón palpitando contra el suyo tomó un poco más de
tiempo.

Sus ojos la sostuvieron todo el tiempo, y el nudo en su pecho sólo creció y creció.

Sabía que todavía estaba asustada, pero una pequeña sonrisa había empezado a recorrer las
comisuras de su boca:- Me parece recordar que ya he estado en una posición similar una vez antes,
excepto que en aquel momento no erais tan alto.

Hizo una lucha fingida para abrazarla:- Y vos no erais tan pesada.

Sus cejas se alzaron de indignación:- ¿¡Pesada!? Puede que me haya puesto unos kilos de más los
últimos años -le lanzó una mirada-, pero también lo haría si viviera con Joanna y todos sus dulces.
Juro que cada vez que me doy la vuelta hay un nuevo pastel que debo probar.

Intentaba no reírse, lo cual sólo servía para enfurecerla aún más. La muchacha era ridícula. Los
únicos lugares pesados en su cuerpo estaban exactamente en los lugares correctos. Dos en particular

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fueron aplastados tentadoramente contra su pecho. Si miraba hacia abajo...
No lo hizo.

Le dio un pequeño resoplido, y probablemente habría mirado por su nariz si no hubiera sido pegada
a su lado.

-Obviamente no sois tan fuerte como todos esos músculos parecen serlo.

Había algo admirable en su voz que calentó su sangre y envió todas las bromas al borde del
camino. Le gustaba su cuerpo. Debió de sentir el cambio en él, porque la mirada que se volvió hacia
él se volvió repentinamente suave. Despertado. Caliente.

Si no hubiera estado en un árbol, con ella envuelta alrededor de él, podría haberla besado. La habría
besado. Nada podía detenerlo.

En cambio, la rodeó para que estuviera en el interior más cercano al tronco. A partir de ahí, soltó su
abrazo alrededor de ella para que pudiera agarrar la rama.

-¿Creéis que posdéi bajar el resto del camino desde aquí? -preguntó.

Miró entre las ramas del árbol de aquí abajo. Sólo necesitaba bajar un puñado, y estaría lo bastante
cerca del suelo para caer:- Creo que si.

-Yo iré primero y os guiaré.

Asintió. Estaban en terreno familiar, y no pasó mucho tiempo antes de que estuvieran en terreno
sólido también. La atrapó y la dejó ir. O más bien, tenía la intención de dejarla ir, pero seguía
abrazándolo.

No sabía quién se movió primero, pero un minuto la estaba mirando a los ojos, y al siguiente, su
boca estaba sobre la suya. Todo el calor, toda la pasión, todo el deseo que había estado hirviendo en
el aire entre ellos desde aquella noche en las cocinas se escapó.

La empujó contra el árbol que acababan de bajar, acariciando su cabeza con una mano para
protegerla de la corteza, y amarrando su otra debajo de su pierna para envolverse alrededor de su
cadera.

Estaba tan cerca del cielo como podía imaginarlo. Sus lenguas peleaban, circulaban y acariciaban,
más y más rápido. Más adentro. Era como si estuvieran muertos de hambre el uno para el otro y
ahora estaban comiendo, devorando, consumiendo. No podía respirar, pero no le importaba. Sabía
tan cálida y dulce, todo lo que él quería era ella.
Y Elizabeth lo quería.

Podía sentirlo con el fervor de su respuesta, con el golpe de su lengua, en la forma en que sus
manos agarraron los músculos de sus brazos y espalda, su pierna se apretaba alrededor de su cadera,
llevando su polla a esa dulce coyuntura, y las caderas de ella se movieron contra él.
Sí, definitivamente podía sentir eso. Le hacía gemir y palpitar, y pulsar con anticipación. Para un
inocente, seguramente sabía cómo volverlo loco. El instinto era un arma poderosa, y la manejaba
con la habilidad precisa para ponerlo de rodillas.

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Estaba fuera de control. Tenía la boca en el cuello, la mano le acariciaba el pecho, apretando,
frotando su pulgar sobre el pico tenso. Los sonidos eróticos de sus jadeos y de sus gemidos
alucinantes lo empujaron.

Demasiado rápido... no suficientemente rápido.

Tenía que tocarla, tenía que sentir todo ese calor y humedad en las yemas de los dedos. Deslizó la
mano bajo las faldas y gimió con puro placer de fundición. Era tan cálida y sedosa, y lista para él.
Quería hacerla venirse. Quería estar dentro de ella.

¿Honor? ¿Nobleza? No le importaba ahora mismo. Todo lo que le importaba era hacer a la chica
que quería para siempre.

Un grito lo detuvo. No su grito, sino el de su hermano ¡Elizabeth! También oyó su propio nombre.
Pensó que era la voz de MacLeod.

Él juró y se apartó. Deseaba poder decir que el choque era como un cubo de agua helada derramada
sobre sus sentidos, pero su cuerpo seguía en llamas, el deseo todavía arrasaba como una bola en la
base de su espina dorsal, y su cabeza todavía rugió con el llamado primitivo a compañero.

-Aquí abajo -contestó, respondiendo con fuerza, saliendo de la copa de las ramas de los árboles que
esperaba que fuera suficiente para protegerlos de la vista.

De la expresión de Jamie, parecía que habían sido. Parecía más preocupado y sospechoso que
dispuesto a matar:- ¿Dónde está Ella? ¿Está bien?

Elizabeth salió a su lado:- ¡Estoy aquí. Estoy bien!

Una mirada a su aspecto devastado y ahora la expresión de Jamie estaba lista para matar.

-¿Qué demonios hacéis ahí abajo?

-Me caí, Jamie -dijo con enfado, adivinando lo que había estado pensando-. Thommy me salvó de
romperme la cabeza sobre estas rocas.

-¡Por el amor de Dios! -añadió en voz baja.

-Coged una cuerda -dijo Thom, consciente de la presencia de MacLeod. No quería que pensara que
no había escuchado su advertencia, lo cual no había hecho, maldita sea-. Os haré saber todos los
detalles una vez que se haya revisado a Elizabeth.

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Capítulo 14

-Estoy bien -dijo Elizabeth, apartando la preocupación de su hermano. Después de ser arrastrada a
la colina con la ayuda de la cuerda, Jamie había ordenado que se instalara rápidamente una carpa
para que la revisaran-. Es mi orgullo el que está más magullado que cualquier otra cosa. No puedo
creer que fuera tan descuidada.

-Podríais haber muerto -dijo Jamie. Como sucedía una vez que la amenaza del peligro había
terminado, parte de su preocupación dio lugar a la ira-. Maldita sea, Ella, sabéis que no podéis andar
por vuestra cuenta así.

Joanna se apresuró a defenderla, como solía hacer cuando Jamie perdía la paciencia con ella.
Ponerse entre los hermanos obstinados que a menudo se golpeaban las cabezas era algo que había
estado haciendo desde que se conocieron.

-Ha sido un accidente, James. Elizabeth no quiso resbalar. Y no se alejó, buscaba privacidad, que
todo el mundo necesita unas cuantas veces al día.

Si Joanna siempre había sido la defensora leal, entonces Izzie siempre había sido la diplomática
inteligente. Apartó la conversación de la parte de Elizabeth en los acontecimientos del día.

-Sois tan afortunada de que Thom os encontrara -dijo Izzie-. No puedo imaginarme tener que saltar
así. Debíais estar aterrorizada.

Lo había estado... al principio. Pero en el momento en que Thom la rodeó con el brazo, se sintió
segura. Una calma había descendido sobre ella, la cual, dada la situación, era absurda.

-Lo estaba –dijo-. Pero sabía que Thom no me dejaría caer.

Hubo un momento de silencio mientras su hermano, su cuñada y su prima la miraban con diversos
grados de interés, desde la curiosidad de Izzie hasta la sospecha de ojos de águila de Joanna.
Consciente de sí misma bajo su escrutinio, Elizabeth añadió:

-Sólo quería decir que es tan bueno en la escalada que no hay nadie a quien preferiría tener conmigo
en esa situación"

-Lo ha hecho antes -dijo Joanna con una sonrisa.

-¿Lo ha hecho? -preguntó Izzie-. Nunca me lo dijisteis -le dijo a Elizabeth acusadora.

Joanna procedió a rectificar el asunto, contando la historia de su negativa a quedar fuera del juego
de los muchachos y las consecuencias peligrosas. Desafortunadamente, la historia no había
distraído a su hermano:- ¿Sucedió algo más, Ella?

La imagen de ella contra el cuerpo grande y duro de Thom, su pierna envuelta firmemente alrededor
de su cintura mientras presionaba su hombría contra su cuerpo tembloroso, su mano tocándola
mientras sus bocas devoraban y sus lenguas ardían...

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-¿Elizabeth?

Sorprendió la voz de su hermano y parpadeó incrédula. ¡Dios mío, no podía pensar en eso! Nunca
debería pensar en eso. ¿Qué podría haber estado pensando en besarlo de nuevo? Por increíble que
fuera.

Forzó una calma que no sentía a su expresión y esperaba que la culpa no fuera evidente en su rostro.

-¿Qué estáis diciendo, Jamie?

La miró duramente:- Sabéis exactamente lo que estoy diciendo.

Joanna intervino de nuevo:- Realmente no es asunto vuestro, James.

-¡Maldita sea, es mi asunto ! Ella es mi hermana y mi responsabilidad. Y se va a casar con


Randolph.

-No se ha decidido nada -dijo Joanna.

-Sí, se ha hecho -insistió Elizabeth-. Vamos a Edimburgo a conocer a mi prometido, y mi


deslizamiento por una colina no ha cambiado eso. Pero Thom es mi amigo, Jamie, y nada cambiará
eso tampoco.

Excepto que había cambiado. Elizabeth empezaba a darse cuenta de que el primer beso -y el que lo
había seguido- lo había cambiado todo. Lo que no sabía era cómo cambiarlo de nuevo.

A pesar del comienzo tardío, una vez que le aseguraron que Elizabeth no estaba lesionada, en lugar
de pasar otra noche en el camino, Jamie decidió seguir adelante a Edimburgo. Era sólo un puñado
de millas, y con una pausa en la lluvia, esperaba alcanzar la abadía de Holyrood -donde el rey había
instalado su corte temporal-, por las vísperas. Elizabeth sospechaba que gran parte de su decisión
era evitar que ella y Thom tuvieran más casualidades en la carretera, con o sin la intervención de
Joanna.

Elizabeth no podía culpar su razonamiento, ni la necesidad. Por mucho que le hubiera gustado pasar
tiempo con Thom y regresar a algún vestigio de su antigua amistad, sabía que era probablemente
mejor poner la tentación fuera del alcance de la tentación.
Y fue la tentación personificada.

¿Por qué la había besado? ¿Por qué la había hecho sentir...? No sabía lo que sentía, pero fuera lo
que fuese, no le gustaba. Le hacía sentir ansiedad. Inestable. Confusa. Le hacía saltar el corazón
cuando lo veía. Le dolía terminar lo que habían empezado.

¿Qué le pasaba? Había evitado por poco el desastre dos veces, y ¿ella estaba buscando otra
oportunidad? Debía estar volviéndose loca.

Desde su banco en el carruaje, Elizabeth miró hacia fuera una de las aperturas pequeñas. La lluvia
se había detenido y, a pesar del frío, había retirado la solapa de cuero para sentir el aire en su rostro.
El golpear y lanzar el carruaje sobre el terreno áspero le revolvió el estómago.

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Afortunadamente, Joanna, cuyo estómago no necesitaba ninguna causa adicional de náuseas, se
había quedado dormida -como las demás- en algunas de las almohadas y cojines que habían sido
apilados en los bancos y el piso del carruaje para hacerlo más cómodo, Que daba constante
sacudidas y empujones era definitivamente relativo.

Elizabeth suspiró, observando el campo oscurecido rodar por una panoplia llena de baches. De vez
en cuando podía distinguir fragmentos de conversación procedentes de los hombres que iban
delante y detrás, pero el estruendo del carruaje le impidió escuchar y aliviar algo del aburrimiento.

Preferiría montar a caballo, pero habiendo aceptado una oferta para montar en el carruaje, se
sintieron obligados a mantener la compañía de Lady Mary durante el viaje.

Gracias a Dios que pronto llegarían a Edimburgo. Era lo que quería, ¿no? Había estado contando los
días para regresar a una gran ciudad, lejos de la monotonía del campo. Había estado ansiosa por
comenzar los preparativos para la boda de la que tanto se había entusiasmado.

Había habido muchas otras cosas en que pensar, se dijo. Archie, por ejemplo. Estaba segura de que
toda la emoción volvería a él una vez que llegaran, y ella y Randolph llegaron a su entendimiento.

Se le revolvió el estómago, lo cual atribuyó al empujón del carruaje. Sin embargo, el tintineo de su
corazón sólo podía explicarse por el hombre que acababa de pasar. Su pecho se apretaba al ver el
marco familiar, los anchos hombros cubiertos de cuero oscuro y atados con una multitud de
armamento, la pulgada de pelo oscuro y ondulado visible bajo el borde de acero del timón, las
poderosas piernas agarrando fuertemente al caballo, Quizás demasiado fuerte, pensó con una
sonrisa. ¿Se sentiría cómodo en un caballo?

Era tan dolorosamente familiar y tan diferente. El muchacho del pueblo que había sido su
compañero más cercano era un poderoso guerrero ahora, y lo veía. El cambio era difícil de
acostumbrarse.

-Os recuerdo, ¿sabéis?

Elizabeth se sobresaltó ante el sonido de la voz de su anfitriona. Lady Mary se había despertado, y
si su expresión pensativa era un indicio, la había estado observando.

-¿Lo siento? -preguntó Elizabeth, perpleja-. ¿Nos hemos conocido antes?

Lady Mary sonrió. Era muy bonita, lo que tal vez explicaba algunos de los celos irracionales de
Joanna, y no había sido nada amable y cordial con ellos. Aunque tal vez para Joanna era más
cortesía que gracia. La sutil diferencia en cómo Lady Mary se dirigió a Joanna no habría sido
notable si Elizabeth no la hubiera estado mirando. Pero estaba allí. Como lo estaba con la mayoría
de las damas de noble nacimiento. Era un nivel de reserva. Un levantamiento invisible de la mano
para mantener una distancia entre ellos. Joanna no era una de ellas, y nunca lo sería, sin importar
con quién se casara.

-Lo hicimos, aunque no me sorprende que no os acordéis. Las dos éramos niñas. Estaba visitando
a mi tía y tío, el conde de Angus, cuando vuestra madrastra se refugió con él después de la muerte
de vuestro padre -Elizabeth palideció, pero Lady Mary parecía no darse cuenta-. Era sólo un par de
años mayor que vos en ese momento, pero me causasteis una gran impresión. Erais una niña tan
hermosa, y recuerdo haber pensado que si alguien que se parecía a vos pudiera encontrarse en

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circunstancias tan terribles, yo también podría -se rio-. ¿No es tonto? Los niños son tan superficiales
y están dispuestos a ver el mundo sólo en lo que se refiere a ellos, ¿no? Pero recuerdo haber sentido
tanta pena por vos. Era un tiempo tan espantoso, y todo el mundo temía hacer cualquier cosa para
ofender al rey Eduardo. Oí a mi tío y tía discutir sobre ello. Mi tía quería ayudar a vuestra
madrastra, pero mi tío estaba aterrorizado de que Eduardo viniera tras él. ¿Querría estar en la misma
posición? -preguntó ella. Lady Mary sacudió la cabeza-. Sé que ambos lamentaron profundamente
haberos alejado a os y a vuestro hermanos, James estaba siendo criado, ¿no?

Elizabeth asintió con la cabeza. Con William Lamberton, pero tenía miedo de hablar, para que la
mortificación que estaba sintiendo se hiciera evidente.

Lady Mary sonrió:- Ya me lo imaginaba. Una bendición, supongo, para él. A las diez u once años no
habría sido de mucha ayuda. De todos modos, estoy segura de que se disculparían si pudieran.
Espero que no los culpéis.

-Por supuesto que no -dijo Elizabeth honestamente-. No habían estado solos, y su reacción había
sido comprensible. El rey Eduardo podría haber buscado retribución contra cualquiera que los
ayudara.

-Lo siento -Elizabeth pudo oír la voz del Conde de Angus mientras hablaba con su madrastra en el
solar del laird mientras ella y sus hermanos bebés esperaban en un banco ante el fuego en el Gran
Salón-. Pero tenéis que entenderlo... No podemos arriesgarnos...

¿Por qué nadie los ayudó? Las lágrimas le llenaron los ojos, aunque había oído las palabras antes.
Era lo mismo que habían dicho los demás. Este fue su tercer castillo. Su tercer amigo -que no podía
rechazarlos-. Pero que lo habían hecho. Tenía sólo ocho años, pero sabía que se le acababan los
lugares para ir y que había dinero para llegar allí. Estaba cansada y hambrienta, y no quería dormir
en otra iglesia.

Los recuerdos volvieron. El miedo. El desamparo. La oscuridad y el hambre. Sentirse como si


fueran leprosos. Dios, odiaba pensar en ello. Odiaba hablar de eso aún más. Ya no era una niña de
ocho años que había sido una bolsa de monedas lejos de una casa de albergue. Si no fuera por la
generosa abadesa que se había apiadado de ellos y les había dado una bolsa de plata destinada al
convento, allí habría terminado. La idea de estar en una posición como esa de nuevo. . .

Reprimió un escalofrío.

Inconscientemente, su mano fue a la bolsa de monedas a su cintura. Estaba casi lleno, y cuando lo
estuviera, comenzaría otra vez.

-Eso paso hace mucho tiempo -le dijo a lady Mary-. Apenas lo recuerdo.

-Y habéis recorrido un largo camino desde ese momento, ¿no? ¿Oí un rumor de que vais a casaros
con el nuevo conde de Moray? Me atrevería a decir que en toda Escocia no hay un hombre soltero
más altamente valorado.

Elizabeth sonrió con fuerza. Bien, ella hizo sonar como si Elizabeth había ganado un concurso,
aterrizó el pez más grande, o derribó a los faisanes más. ¡No era un juego! ¿O lo era? ¿No era el
juego del matrimonio todo sobre conseguir la mejor alianza?

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Lady Mary no parecía preocuparse por la falta de respuesta de Elizabeth. Ella continuó, añadiendo
en voz baja:

-Al menos un Douglas hará un buen partido.

Elizabeth se puso rígida. Su espina dorsal se sentía como si una barra de acero se hubiera pegado
abajo:- Me temo que no sé a qué os referís.

Lady Mary le dirigió una mueca de reproche.

-Venga, lady Elizabeth, vuestra lealtad a su cuñada es admirable, pero seguramente os dais cuenta
de que una hija de un caballero local oscuro no es una esposa apropiada para uno de los señores más
poderosos de Escocia.

Por supuesto que lo hacía, en teoría, pero sonaba tan horrible cuando lo decían así. Aunque lady
Mary no estaba diciendo nada que no fuera una creencia aceptada y algo que casi todas las personas
de su conocimiento probablemente habían pensado, hizo que Elizabeth quisiera encogerse y
enfurecerse por la injusticia. Joanna era perfecta para James, ¿por qué no podían verlo todo el
mundo? ¿Por qué la sociedad tiene que poner barreras de rango entre ellos? Era tan tonto. Pero era
así. Era la forma en que la gente pensaba. Y nada podía cambiarlo. Jamie había sabido lo que se
diría de su matrimonio, y de todas maneras había terminado con él. Porque amaba a Joanna. Pero el
mundo no había cambiado con él. Tampoco durante su vida.

-Los Dicsons han sido retentores muy importantes para los Douglases durante años. El abuelo de
Joanna dio su vida por causa de mi hermano. Mi cuñada es eminentemente adecuada. De hecho, no
puedo pensar en nadie más adecuada para mi hermano.

Lady Mary levantó la mano. Con una sonrisa irónica, dijo:- Veo que os he ofendido. No era mi
intención. Es obvio que sois muy leal a vuestra cuñada. Tiene la suerte de teneros.

Elizabeth sacudió la cabeza. Allí estaba muy mal:- Somos afortunados de tenerla.

Después de la incómoda conversación con lady Mary, Elizabeth se alivió un poco más tarde para
liberarse de las paredes confinadas del carruaje, aunque deseaba que su libertad no hubiera venido a
expensas del estómago de Joanna.

-¿Estáis segura de que os encontráis bien? -le preguntó a su cuñada, que estaba cabalgando junto a
ella, que parecía mucho menos pálida que cuando se apresuró a salir del coche, como si pudiera
perder el contenido de la comida del mediodía.

-Estoy bien -le aseguró Joanna-. El aire fresco está haciendo maravillas -miró por encima del
hombro para asegurarse de que Jamie no escuchaba -no lo estaba- y bajó la voz-. La verdad sea
dicho, es mi estómago. Pero necesitaba pensar en algo a lo que James no se opondría para poder
salir del carruaje.

Elizabeth retorció la boca:- Ojalá hubiera pensado en eso antes -luego, con más seriedad, agregó-.
Pero no tenéis nada de qué preocuparos, Jo. No creo que mi hermano haya mirado a otra mujer
desde que tenía nueve años.

Joanna rio suavemente, pero luego sacudió la cabeza:- Hay algo en esa mujer que se mete en la

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piel. Tal vez sea porque sé que James podría haberse casado con ella, y habría sido la esposa
perfecta para él.

-Sois la única esposa perfecta para él. Cualquiera que os vea juntos lo sabe. Habría sido miserable
con una mujer como Lady Mary.

Joanna sonrió:- Gracias por decir eso. No importa cuántos desagradables paseos en carruajes deba
soportar, nunca ha habido un día -una hora de un día- que me haya arrepentido de casarme con
vuestro hermano. Nunca –repitió, como para beneficio de Elizabeth.

La razón por la cual se hizo inmediatamente evidente. Joanna hizo una pausa, su mirada voló
momentáneamente hacia Thom, que estaba cabalgando cerca del frente del grupo con unos cuantos
fantasmas. Elizabeth tuvo que obligarse a no seguir la mirada de su cuñada. La suya s había
desviado hacia el frente muchas veces. Ella estaba haciendo todo lo posible para evitar mirarlo, ya
que causaba tantos problemas. Pero estaba descubriendo que no necesitaba mirarlo. Saber que
estaba allí la hacía sentirse...

Joanna volvió a mirarla:- Sólo quiero la misma felicidad para vos.

-La tendré -dijo Elizabeth con determinación-. Sir Thomas me hará muy feliz. Sólo porque no
comenzamos desesperadamente en el amor, como vos y James no quiere decir que no crecerá de esa
manera.

Joanna sostuvo su mirada, deseando claramente creerla:- Eso espero. No quiero que os arrepintáis...

-No lo haré.

No era lo mismo. Elizabeth no amaba a Thom. Bueno, tal vez lo amaba, pero no en la forma en que
Jo amaba a Jamie. Era la otra parte que la preocupaba. La parte lujuriosa.

Al darse cuenta de que había dicho lo suficiente sobre el asunto, Joanna dejó el asunto.

Elizabeth estaba más aliviada de lo que quería admitir. No quería hablar de Thommy con Joanna.
No quería hablar de Thommy con nadie. Lo único que quería hacer era llegar a Edimburgo, donde
estaba segura de que todo volvería a su lugar.

Volvería a estar en una ciudad de nuevo, con todo el entretenimiento y la emoción que tenía que
ofrecer. Incluso en medio de un sitio, la ciudad sería una colmena zumbante de actividad. Había
mercados, tiendas, música, ruido y tanto para mantenerla ocupada con la planificación de la boda
que no tendría tiempo de pensar en nada ni en nadie más.

La incesante conciencia -lujuria, lo que fuera- que sentía cada vez que pensaba en Thom
desaparecería. Sería perfecto.

Y como las luces de la ciudad se veían en el horizonte delante de ellos, parecía ser verdad. El latido
de su corazón se aceleró de emoción. Era tan hermoso. El imponente castillo se alzaba sobre la roca
sobre las luces de la ciudad más grande y más importante de Escocia (al menos desde que los
ingleses habían tomado Berwick-upon-Tweed). Parecía mágico, como un reino encantado de un
cuento de hadas de un niño.

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Cuando llegaron a la famosa abadía construida por el rey David I después de que una cruz apareció
milagrosamente desde el cielo y le salvó de ser moribundo hasta la muerte por un ciervo, Elizabeth
apenas podía sentarse directamente en su silla de montar que estaba tan emocionada. O al menos
en su mayoría emocionado. Una pequeña punzada de temor era de esperar, ¿no?

Si el hedor de la ciudad tal vez hubiera quitado algo del encanto, pronto fue reemplazado cuando un
minuto después de que el rey saliera de la abadía para saludarlos, un hombre entró galopando a
través de la puerta como si fuera directo de ese mismo cuento de hadas. Resplandeció de pies a
cabeza en un magnífico traje de cota que debió costar el rescate de un rey. El rico abrigo de
terciopelo dorado y amarillo que llevaba los brazos de Moray también adornaba el caballo de
batalla más impresionante que Elizabeth había visto jamás. Era una bestia grande y feroz que
parecía como si estuviera tirando de la carroza de Satanás en lugar de la de Apolo. Pero de alguna
manera la yuxtaposición de la oscuridad contra toda esa luz ardiente funcionó.

Cuando el hombre desmontó y arrancó su yelmo, revelando ondas oscuras despeinadas de cabellos
gruesos y un rostro tan elegante y clásico, con toda la razón, Elizabeth debería haber jadeado.

Su prima lo hizo:- Bien -susurró Izzie-. ¿Es real?

Había un ligero toque de diversión irónica a la voz de su prima que hizo sonreír a Elizabeth. Era
casi un cuento de hadas perfecto para creer. Lancelot a Arthur de Bruce sin la complicación de
Guinevere.

El rey debía estar más cerca de lo que se daban cuenta:- Mi sobrino ciertamente sabe cómo hacer
una entrada -añadió secamente-. Nunca será acusado de modestia o mansedumbre.

Elizabeth sonrió al hombre que había desafiado las probabilidades y arrebatado el trono de Escocia
de la empuñadura de hierro del rey más poderoso en la cristiandad, Edward de Inglaterra.

-Tal vez no, señor, aunque tal vez no tenga ninguna causa para ninguno de los dos.

El rey se echó a reír:- Sospecho que tenéis razón.

James se había adelantado para saludarlo. Habían intercambiado un agarre cruzado del antebrazo, y
Randolph dijo algo que sonaba como - ¿Dónde está?

James señaló en su dirección, y entre la multitud la mirada de Randolph encontró la suya. Sus ojos
se encontraron y se sostuvieron. Fue un momento significativo -y sin lugar a dudas romántico- y se
obligó a sentir algo. Pero su corazón no se detuvo, su aliento no atrapó, y su pecho no se apretó. Lo
máximo que pudo hacer fue una sonrisa tentativa.

Se abrió una amplia sonrisa a cambio y cruzó la distancia entre ellos, los hombres que se caían de su
camino para crear un camino como el mar de separación antes de Moisés. Todos menos uno. Estaba
de espaldas a ella, pero no necesitaba ver su rostro. Estaba grabada en cada centímetro de su
memoria.

Ahora todas esas cosas sucedieron: su corazón se detuvo, su respiración atrapada, y su pecho apretó.
Temía que no se moviera en absoluto. Que se quedaría allí como un centinela oscuro y bloquearía el
camino de Randolph hacia ella. Que se enfrentaría o desafiaría al hombre con el que quería casarse.
Uno de los hombres más poderosos del país.

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Oh Dios, Thom, no lo hagáis...

En el último minuto, se apartó del camino, dando un paso atrás deliberadamente.

Elizabeth exhaló, liberando finalmente el aliento que había estado sosteniendo inconscientemente.
Esperaba que nadie lo hubiera notado, pero por la expresión de preocupación en el rostro de Joanna,
supo que también lo había visto.

La sonrisa cayó de la cara de Randolph lo suficiente como para fruncir el ceño en la dirección de
Thom, pero rápidamente volvió a la suya con una sonrisa.

Lo que hizo a continuación era el tipo de cosas con las que soñaban las hijas... el tipo de cosas que
cuando estaba casada por años les contaría a sus nietos. En lugar de tomar su mano o hacer una
reverencia, se detuvo ante ella y cayó sobre su rodilla.

Izzie murmuró algo que sonaba claramente cómo Ay caramba.

Elizabeth casi pudo oír sus ojos rodar. Le habría disparado una mirada, pero Randolph lo hizo por
ella. Su prima simplemente se encontró con su ceño fruncido con una inocente sonrisa. Frunciendo
el ceño más fuerte, se volvió hacia Elizabeth y le tendió la mano.

Dándose cuenta de que había olvidado su parte, Elizabeth puso su mano en la suya. Se inclinó y
dijo:

-Mi Lady. Había esperado estar aquí cuando llegaséis -se puso de pie, sin soltar su mano de
inmediato mientras la miraba a los ojos-. Espero que su viaje haya transcurrido sin incidentes.

Elizabeth pensó en el barranco y sus ojos buscaron inconscientemente a Thom. Sus miradas se
mantuvieron durante sólo una fracción de un instante. Se sintió quemada por el contacto, el destello
de calor fue muy intenso.

De repente, se volvió y se fue sin decir una palabra. No necesitaba hacerlo. La expresión de dolor
en su rostro lo decía todo. Había mentido. A Thom le importaba todavía, y sin querer lo había
herido de nuevo.

-¿Mi Lady? -preguntó Randolph.

Elizabeth se sacudió, volvió bruscamente a la realidad. Sin acontecimientos notables.

-Sí, mi señor, perfectamente sin incidentes. Aunque nos quedamos atrapados en el carruaje, y me las
arreglé para caer por un barranco.

Sus cejas se levantaron un momento de sorpresa antes de que riera y sacudiera la cabeza.

-Odiaría pensar en lo que merece un evento lleno de acontecimientos. Pero venid, oiremos todo
acerca de ello.

Con eso, el rey los condujo a todos al vestíbulo. Pero Elizabeth era dolorosamente consciente del
hombre que estaba ausente. El hombre cuya expresión torturada la perseguiría durante muchas

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noches por venir.

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Capítulo 15

-¿Qué pensáis?

Thom tardó un momento en responder. No estaba aturdido sólo, ¿acababa de caer en un agujero de
hadas?, provocado por la identidad del hombre que planteaba la pregunta (¿el rey de Escocia estaba
pidiendo su opinión?), O que estuviese rodeado por cinco de los hombres más poderosos del país (el
consejero más antiguo y de confianza del rey, Neil Campbell, Randolph, Douglas, MacLeod y
MacRuairi), también era que estaba tratando de averiguar si el rey estaba bromeando. Pero por las
expresiones serias de los hombres que lo observaban, se dio cuenta de que el rey estaba muy serio.
Jesús.

-¿Se puede hacer? -añadió el rey, obviamente impaciente por su respuesta.

Thom se alegró de que no se hubiera reído ni dejado escapar por un hombre muerto, como había
sido su reacción inicial. En su lugar, le dio a la pregunta el respeto debido a la persona que
preguntaba.

Infiernos.

Empujando su montura hacia adelante, y luego de ida y vuelta a la izquierda y la derecha, miró por
encima de la infame Castillo de Roca del Castillo de Edimburgo desde todos los ángulos posibles
desde donde estaban situados en la base de la empinada roca. Dejó a un lado el conocimiento de que
la escalada de la Roca nunca había sido hecha, apartó las palabras imposible y suicidio, y trató de
verlo objetivamente. Pero casi trescientos metros de acantilados de basalto casi cerrados no daban
un cuarto.

Thom nunca había contemplado escalar algo parecido. Hacía que los acantilados de Bamburgh
parecieran un juego de niños. Siguió grietas y grietas en la roca por la cara, pero todos
desaparecieron en los callejones sin salida de una roca sólida, inflexible e impenetrable. Había
asideros y apoyos, pero eran pocos y lejanos. Las distancias cortas podrían ser manejadas, tal vez,
¿pero casi trescientos pies?
Sacudió la cabeza. Probablemente sería un suicidio. ¿Pero podría hacerse? Se volvió hacia el rey.

-No lo sé.

Los oscuros ojos de Bruce brillaron:- ¿Eso significa que es posible que alguien pueda subirlo?

-Nadie lo ha hecho antes, pero en este momento, no estoy diciendo que sea imposible. Necesitaría
una mirada más cercana para explorarlo desde diferentes perspectivas para ver si hay una manera
para llegar arriba.

Algo que no estaba mirando en este momento.

-Tendréis lo que necesitéis -dijo rápidamente el rey-. Mi sobrino se encargará de ello.

Thom se tensó reflexivamente. Tal vez lo único peor que estar bajo al mando de Douglas sería estar

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bajo el de Randolph. El aguijón de la llegada de la noche anterior a Holyrood estaba todavía
demasiado fresco. Se había sentido como si estuviera viendo una especie de maldita farsa. Una obra
arrancada de las páginas de Arthur y sus caballeros, con el caballero brillante perfecto y la hermosa
princesa para que todos lo admiren.

Excepto que no había sido una obra de teatro. Había sido demasiado real. Y la hermosa princesa era
suya, maldita sea.

Para Thom, que se mantenía a un lado en silencio mientras Elizabeth saludaba al hombre con el que
pensaba casarse, era como una bofetada en la cara y recuerdo de su juventud. Recordad vuestro
lugar. No alcancéis demasiado alto. Mantened vuestra boca cerrada.

Retroceder había sido lo único prudente que había que hacer. Pero ¿por qué sentía que al hacerlo
había concedido algo que no quería conceder?

Tal vez sintiendo la dirección de los pensamientos de Thom, MacLeod dijo:

-Tendría que hacerlo de noche. Nos ocuparemos de que nadie del castillo sea alertado.

El rey alzó una ceja:- ¿Queréis a MacGowan con vos?

El jefe de las Highlands asintió con la cabeza:- Sí -Thom casi soltó un suspiro de alivio.

Randolph le lanzó a Douglas una mirada de sorpresa, en la que su viejo amigo se encogió de
hombros. Todos sabían lo que significaba el mandamiento de MacLeod: Thom estaba siendo
reclutado por los Fantasmas.

-Está bien -asintió el rey. Se volvió hacia Thom-. Tal vez podáis ayudar con algunas otras misiones
que tengo en mente.

Thom asintió con la cabeza:- Haré lo que pueda, señor.

-¿Mi hermano dice que queréis convertiros en caballero?

-Sí, señor.

-Hacedlo bien, y yo personalmente iré a verlo -dijo. Thom seguía sintiendo las palabras del rey
cuando Bruce añadió con una risa enigmática en la dirección de MacLeod-. Aunque no todo el
mundo vea el valor, un caballero todavía tiene mucho que recomendar -iró al caballo de Thom, una
bestia patética en comparación con los soberbios Caballos montados por los otros hombres.

-Tendréis que encontrar un caballo mejor.

Thom reprimió un gemido:- Estoy trabajando en ello.

Más de un hombre se echó a reír mientras volvían a sus monturas y se dirigían hacia el bosque para
regresar a la abadía.

Afortunadamente, sería una estancia corta. Con su liberación del comando temporal de Douglas,
Thom abandonaría la abadía para el campamento del asedio en la base de la colina del castillo -el

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aumento elevado del oeste proporcionaba la única entrada accesible al castillo-, cerca de una milla
lejos. Permanecer en Holyrood, obligado a ver a Randolph cortejar a su novia, habría sido
insoportable.

Thom necesitaba bajar la cabeza y concentrarse en la oportunidad que se le daba con los Fantasmas.
Cristo, el rey se había ofrecido a nombrarle caballero si se probaba.

Estaba montado en la parte de atrás del grupo con MacRuairi y MacLeod repasando un plan para
tratar de echar un vistazo más de cerca al acantilado esa misma noche, cuando aprovechó la
oportunidad para preguntar sobre la observación anterior del rey.

-¿Qué quería decir el rey cuando dijo que no veíais el valor de la caballería? -los dos jefes de las
Highlands Occidentales intercambiaron una mirada.

-Somos Highlanders -dijo MacLeod, como si fuera una explicación suficiente.

-Tenemos nuestro propio código -agregó MacRuairi-. La caballería de los caballeros puede hacer
historias románticas -dijo con un ojo a Randolph. Al parecer, Thom no era el único que no quedó
impresionado por la actuación de Randolph-. Pero así no es la realidad, ni se ganan guerras con eso
-le dirigió una sonrisa levemente malvada-. Veréis.

Thom frunció el ceño:- ¿No hay caballeros entre vosotros?

-Unos pocos -respondió MacLeod-. Pero es secundario a su lugar en la Guardia -La Guardia. Thom
guardó la información para más tarde.

-Hubo otro entre nosotros para quien no era secundario -dijo MacRuairi con una mirada mortal.

-Perdió de vista su lugar y nos traicionó. Ahora pelea por los ingleses -escupió prácticamente lo
último.

Quienquiera que fuera el hombre, Thom no querría estar en sus botas si alguna vez volvía a
encontrarse cara a cara con Lachlan MacRuairi.

Thom se dio cuenta de que Sir Neil Campbell, que además de ser uno de los amigos más antiguos
de Bruce, era también hermano de uno de los Fantasmas, debió haber escuchado algo de su
conversación cuando comenzó a presionar a Randolph.

-He oído que hicisteis una gran entrada anoche, Randolph. Me sorprende que no hayáis llamado a
los trompetistas.

Randolph dijo algo que Thom no oyó, pero sospechaba que era una sugerencia para Campbell hacer
algo físicamente imposible.

El guerrero de batalla más viejo sólo se rio:- La hermana de Douglas parece demasiado aturdida
para quedar encantada con tal teatro. Ese papel de caballero de brillante armadura no es probable
que os vaya a llevar muy lejos. Espero que tengáis otro plan en marcha.

Randolph podría ser arrogante y un poco pomposo -si no mojigato- pero podía dar lo mejor que
pudo.

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-Si no lo hace, supongo que siempre puedo probar vuestro método de cortejar.

-No lo haréis -dijo Douglas, obviamente sin apreciar la broma-, Sir Neil había secuestrado a su
joven esposa hacía unos años.

Randolph sonrió. Thom podía ver que le gustaba conseguir una subida de su amigo y rival.

-No lo necesitaré. Creo que vuestra hermana y yo nos fijamos en todo.

Había algo en la arrogancia de Randolph ”su exceso de confianza - que hizo a Thom querer poner
un puño a través de su resplandeciente sonrisa blanca. Pero fue la feroz oleada de posesividad que
lo atrapó, lo que le dijo que no estaba tan a la altura de Elizabeth Douglas como quería estarlo.
La pregunta era, ¿qué iba a hacer al respecto?

¿Dar otro paso atrás? ¿Conceder? ¿Quedarse a un lado y hacer lo que se suponía que debía hacer?
¿Lo qué había estado haciendo durante toda su vida? ¿O lucharía por lo que quería?

Luchar por lo que ahora parecía posible. Como caballero y miembro del ejército secreto de Bruce,
tendría algo que ofrecerle. Y tal vez, sólo tal vez, una vida juntos no era una fantasía completa.

***

-¿Estáis buscando a alguien?

Sorprendida, Elizabeth se volvió hacia el hombre sentado a su lado en la mesa alta. Esbozó lo que
esperaba que fuera una sonrisa relajada en su rostro, aunque estaba cualquier cosa menos relajada.

-¿A quién estaría buscando cuando toda Edimburgo esté reunida en esta misma habitación?

Sir Thomas rio entre dientes:- Sí, tenéis razón en eso. Mi tío ha invitado a la mayor parte de la
ciudad, bueno, cualquiera que sea de importancia, es decir, para la comida de hoy -bajó la voz, una
sonrisa maliciosa volteando la boca-. Incluso podría llamarlo un banquete si no fuera la mitad de la
Cuaresma.

Elizabeth se echó a reír. Era difícil no dejarse seducir por el caballero. Sir Thomas Randolph, conde
de Moray, era ingenioso, sofisticado, disfrutaba de las mismas cosas que ella, conocía a la misma
gente y era lo suficientemente malo para hacer las cosas interesantes. Era afortunada. Entonces,
¿por qué estaba mirando hacia las puertas?

Alguien de importancia.

No todo el mundo... al menos no para ella. No había visto a Thom desde la noche en que habían
llegado hacía dos días. Supo por Jo que había dejado la abadía para unirse a los hombres en el
campamento que sitiaba el castillo.

Era lo mejor, lo sabía. ¿Pero por qué no se sentía así? ¿Por qué le apretaba el pecho cada vez que
pensaba en su rostro aquella noche?
¿Era la culpa?

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Fuera lo que fuera, estaba afectando sus interacciones con Sir Thomas, y sabía que tenía que parar.
Podía empezar a pensar que no le interesaba, y no podía permitir eso.

Probablemente había hablado con su prima Isabel más de lo que debía, lo cual era culpa suya, ya
que había querido mantener a Izzie cerca de su lado siempre que estaba cerca. Su prima, sin
embargo, no parecía muy impresionado con su pronto prometido, y, por desgracia, Randolph lo
percibió. Se salió de su camino para encantarla, pero tenía más bien el efecto contrario. Izzie lo
observó con un divertido distanciamiento que estaba a medio camino entre los ojos enrollados y la
tolerancia cortés. Valga decir que a Randolph no le gustó, y Elizabeth percibió su creciente
frustración con su prima. Ciertamente no quería que la frustración se extendía a ella.

Volviendo su plena concentración al hombre a su lado, Elizabeth respondió a su irreverencia con un


simulacro de conmoción:- ¿Un banquete en un miércoles durante la Cuaresma? El abad nunca
toleraría tal cosa.

Los domingos eran la única ruptura del ayuno durante la Cuaresma.

Ambos echaron una ojeada a la mesa donde el abad estaba sentado al lado del rey con una zanja
enorme de comida delante de él, y al menos una copa muy grande de vino. No había carne, pero con
todas las lampreas, ostras y peces no se perdió.

Al encontrarse con la mirada del otro, se echaron a reír. Cuando más de una persona los miró,
incluso su prima, que frunció el ceño desaprobando su pérdida de decoro, logró ponerse bajo
control.

Randolph tomó un largo trago de vino de su propia copa:- Cuaresma o no, estoy agradecido por la
distracción. Me estoy volviendo loco con el aburrimiento. ¿Cuánto tiempo más aguantará la
guarnición? Han pasado más de dos meses.

Elizabeth no pudo resistirse a burlarse de él:- ¿Es eso lo que soy, mi lord, una distracción agradable
del tedio del sitio?

Si le sorprendía que estuviera flirteando con él -la primera vez que lo había hecho- lo ocultó
rápidamente.

-El asedio es indudablemente tedioso -era bien sabido que el Bruce no tenía ningún
amor por el asedio a los castillos, lo que inevitablemente implicaba largos períodos de espera e
inactividad, y claramente su sobrino compartía su punto de vista-. Pero sois mucho más que un
distracción agradable.

La voz ronca de su voz y la mirada de sabiduría en sus ojos, sus oscuros ojos de color café
pardusco, lo arruinaron (como su prima había señalado más de una vez) debería haber hecho que su
pulso se acelerara y su piel hormiguease. En vez de eso, se arrepintió de cambiar el estado de ánimo
entre ellos. Se sentía cómoda con Randolph siempre y cuando la mantuvieran ligera y amistosa.
Pero el primer indicio de amor la volvía claramente incómoda.

Afortunadamente, no percibió ningún sentimiento real detrás de su sugerente tono. En realidad, se


sentía un poco confiado y mecánico -como si esto era algo que había hecho cientos de veces antes-.
Con su maliciosa reputación, no lo dudaba.

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-¿No ha habido ningún movimiento, entonces? -preguntó con naturalidad, alejándose claramente de
cualquier indicio de coquetería-. ¿No hay indicación de que los ingleses se estén preparando para
rendirse?

Si había notado su cambio de tono, no lo mostró y sacudió la cabeza.

-Desde el encarcelamiento de Lubaud no ha habido ninguna conversación -Elizabeth sabía que el ex


comandante gascón de las negociaciones anteriores del castillo con el rey Robert había provocado
un motín entre la guarnición dentro del castillo, lo que le llevó a ser encarcelado por sus propios
hombres. Había sido sustituido por un inglés-. Pero deben estar poniéndose peligrosamente bajos en
provisiones –continuó-. Hemos interceptado cada envío y el intento del rey Eduardo de
reabastecerlos.

-¿Y no hay otra manera de tomar el castillo?

Creyó ver algo parpadeante en su mirada, pero luego se dio cuenta de que debía de ser la luz de las
velas. Incluso en mitad del día la iluminación de la abadía se estaba oscuro, y el rey había ordenado
lámparas de aceite y candelabros para iluminar cada rincón de la habitación, por lo demás llana y
escasamente decorada.

Sacudió la cabeza y dijo secamente:- No, a menos que vuestro hermano pueda conjurar otro milagro
-Randolph aparentemente había tomado la noticia de la última hazaña de su rival con una notable
gracia, no es que no creyera que le daría el ojo a mejor James tomando el castillo de Edimburgo en
una cierta manera igualmente dramática-. La guarnición de Roxburgh fue sorprendida.
Lamentablemente no se puede decir lo mismo de la guarnición aquí. No los sorprenderemos ni los
engañaremos para abrir las puertas.

Sonaba tan frustrado que Elizabeth extendió la mano y puso su mano en su brazo:- Estoy segura de
que pensará en algo, mi lord.

Cubrió su mano con la suya y le sonrió cálidamente:- Y hasta entonces, tendré que distraerme.

Realmente era increíblemente guapo, pensó. Era fácil ver por qué las mujeres de la corte estaban tan
enamoradas de él. La riqueza, el poder, las conexiones, el encanto, y la buena apariencia
extraordinaria... Era una extraña combinación.

A pesar de no ser tan poderoso físicamente como Thom, el conde seguía siendo bastante alto -al
menos un par de centímetros más de seis pies- y bien musculoso. Su estructura era más delgada -
más fuertemente afilada por los años de empuñar una espada que las gruesas y pesadas planas de
músculo duro forjadas por el trabajo físico y balanceando un martillo que hacía a Thom tan
físicamente abrumador-.

Nunca lo había notado antes, pero los dos hombres parecían bastante parecidos. Ambos tenían
cabello oscuro, ojos penetrantes y rasgos clásicos hermosos. Las de Randolph eran un poco más
refinadas y arrogantes, pero había algo en las gruesas y largas pestañas de Thom, la sombra oscura
que aparecía en su mandíbula a las pocas horas de afeitarse, el toque de un hoyuelo en la mejilla
izquierda y el leve golpe en el puente e su nariz de una pelea de niñez con Jamie que le dio una
mirada no-bastante-tan-pulida que apelaba a ella.

Cuando Thom ponía esos ojos azules ahumados sobre ella... El escalofrío de la conciencia que la

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atravesó despertó otros sentimientos, otras sensaciones que nunca antes había experimentado. Sus
pezones se endurecieron, sus pechos se hicieron pesados, y el calor se estremeció entre sus piernas.

Su boca también era tan amplia y sensual. No podía evitar recordar lo suave y cálido que se había
sentido en la suya. La boca de Randolph era agradable, pero era dura y tal vez un poco fría. No le
hacía pensar en besos calientes y apasionados...

Querido señor. Se detuvo, dándose cuenta de lo que estaba haciendo. Había estado mirando a
Randolph comparándolo con Thom, y Randolph había confundido su interés, sobre todo cuando sus
ojos habían caído a su boca.

Su mirada no se calentó realmente, pero detectó un parpadeo, y tal vez la primera indicación real de
que podría estar contemplando besarla. Las mejillas ardiendo de mortificación, apartó la mirada
decididamente de su boca.

Pero el calor en su rostro no duró mucho tiempo. Tan pronto como apartó la vista de Randolph, su
mirada se encontró con otra. Esta era definitivamente azul. Respiró profundamente, y todo el calor
se deslizó de su cara con horror y lo que sentía, culpa, aunque no había hecho nada malo.

Thom estaba en la puerta con algunos de los otros Fantasmas. Acababa de llegar, pero obviamente
había estado allí el tiempo suficiente como para atestiguar al menos algo de lo que había ocurrido
en el estrado entre ella y Randolph.
Dios mío, pensó...

Quería apartarse del banco, correr por la habitación y decirle que estaba equivocado. Podría haberlo
hecho. Pero no le dio una oportunidad. Se volvió y dijo algo a uno de los guardias que estaba junto
a él, que parecía ser Magnus MacKay, giró sobre sus talones y se fue.

Sólo la voz de Randolph le impidió ir tras él:- ¿Conocéis bien a MacGowan, señora?

Se dejó caer de nuevo por la espada que había levantado de su asiento. Obviamente había captado la
dirección de su mirada. Pero no parecía haber ninguna sospecha en su tono, sólo interés.

Aprendió sus rasgos en lo que esperaba que fuera indiferencia:- Muy bien. Hemos sido amigos
desde la infancia.

Era la verdad, pero una parte tan pequeña de lo que había entre ellos parecía una mentira:- Ha
impresionado a mi tío con lo que hizo para ayudar a liberar a vuestro hermano. Cree que podría ser
útil.

Elizabeth frunció el ceño:- ¿Para qué?

-Unas misiones aquí y allá -dijo Randolph vagamente con un gesto de desprecio-. ¿Cuál es vuestra
impresión del hombre? ¿Se puede contar con él? Él es de bajo nacimiento, ¿no es así?

-Su padre era el la herrero del pueblo, pero su madre era hija de un caballero. Thom es uno de los
hombres más nobles que conozco, y no hay nadie con quien contar más. El rey tiene la suerte de
tenerlo en su ejército.

No se dio cuenta de cómo se había erizado o de la fuerza con que había hablado hasta que Randolph

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se disculpó.

-Lo siento, no quise ofenderos. Simplemente tenía curiosidad, eso es todo. –sonrió-. MacGowan
tiene la suerte de tener a una valiente defensora a su lado. Sé que a vuestro hermano no le gustaba,
así que me preguntaba...

-Él y Jamie solían ser tan cercanos como hermanos -claramente, lo había sorprendido.

-¿Ellos lo eran?

Asintió:- Tuvieron una pelea hace años.

-¿Sobre qué?

Yo:- No lo sé -mintió, esperando que no siguiera con el asunto.

Afortunadamente, su prima intercedió:- Me pregunto si el rey tendrá alguna música esta noche, mi
señor.

La mirada de Randolph se afiló cuando cayó sobre Izzie:- Dudo que mi tío presione su suerte con el
abad esta noche.

Los ojos de Izzie centellearon con malicia:- Qué decepcionante. Esperaba que cantase para
nosotros. Lady Mary dijo que teníais la voz de un trovador. En verdad, mi señor, ¿no hay fin a
vuestros logros?

No había ni siquiera una pizca de sarcasmo en su voz, pero Randolph sabía que se estaba riendo de
él, y no le gustó. Se puso tan tenso como un arco, su boca presionándose en una línea blanca plana.
Sí, definitivamente no le gustaba... y a su prima, sospechaba, menos aún.

Elizabeth le lanzó a Izzie una mirada de castigo por insistirle, pero solo sonrió con una inocencia
linda y de ojos abiertos.

La mirada de Randolph se estrechó aún más en esa sonrisa, y por una vez Elizabeth pensó que
podría perder la compostura, pero miró a Izzie durante una larga pausa antes de volver a ella.

-¿Cantáis vos, mi señora?

-Terriblemente. Yo toco el laúd un poco, pero es Izzie quien es el músico dotado en la familia. Canta
como un ángel.

No escondió su escepticismo, volviéndose hacia Izzie con una ceja tan arqueada que casi llegó a un
punto.

-¿Eso es cierto? -”Lady Isabel esconde bien sus logros.

La declaración podría tomarse de dos maneras, pero todos sabían exactamente cómo se pretendía.
Isabel se puso rígida ante el comentario, que Elizabeth apresuradamente trató de suavizar:- Mientras
estábamos en París, cantó para el rey Phillip, y el señor de Vitry le permitió cantar uno de sus
chansons.

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Si realmente estaba impresionado de que el hombre considerado el mejor músico de su tiempo
había considerado a una mujer digna de una de sus canciones, no lo mostró.

Elizabeth asintió, mientras las mejillas de Izzie ardían:- Hizo llorar a las monjas cuando ayer
tomamos limosnas al Hospital St. Mary's Wynd y se unió a ellas en un himno. Le pidieron que
volviera mañana -de repente, tuvo una idea-. ¿Quizá s gustaría uniros a nosotras después de las
oraciones de la mañana para oír por vos mismo?

A las mujeres se les prohibía cantar en la iglesia, ya que se las consideraba impuras e
intrínsecamente perversas, aunque a las monjas se les permitía cantar como parte de sus deberes en
un convento.

-Lo espero con ansias -dijo, con un entusiasmo sólo cortés.

Tan pronto como pudo, Elizabeth se excusó, alegando un dolor de cabeza. Cuando parecía que su
prima intentaría ir con ella, Elizabeth la detuvo.

-No, van a sacar los dulces pronto, y debéis quedaros y escuchar el resto de la historia del conde.
Me estaba contando todo sobre la toma del castillo de Perth, y debéis contarme todos los detalles
cuando volváis a la cámara.

Izzie le dio una mirada que prometía retribución, y Randolph parecía que su vino acababa de
convertirse en vinagre.

Elizabeth sonrió dulcemente a ambos y trató de no reír. Era evidente que se habían metido en el pie
equivocado, pero iba a hacer que ellos se tratasen el uno al otro si lo querían o no.
Por fin, Elizabeth pudo escapar. Sólo esperaba que no fuera demasiado tarde.

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Capítulo 16
-Tened cuidado -le había advertido MacKay mientras se encontraban en la entrada del refectorio-.
Vuestros pensamientos no son difíciles de leer, y no creo que Bruce se sienta muy complacido si
pusierais un puñal en el intestino de su sobrino.

Thom apartó la mirada de la tarima y enseñó la ira de sus facciones, furioso de que sus
pensamientos hubieran sido tan transparentes. Seguro que no iba a impresionar a la Guardia si no
aprendía a controlarse a sí mismo. Ocultar su reacción no solía ser un problema. Al menos no lo
había sido hasta que volvió a encontrarse con Elizabeth Douglas. Afortunadamente, MacKay fue el
único que se había dado cuenta.

Pero por invitación del rey o no, Thom se unió a los otros para la comida del mediodía en Holyrood
y había sido un error. Lo supo desde el momento en que había salido por la puerta y había visto a la
pareja en el estrado. Por primera vez, eso era lo que parecían: una pareja. Maldita sea, Randolph
parecía estar pensando en besarla allí mismo en medio de la maldita comida.

Thom tuvo que escapar. MacKay se había ofrecido a acompañarlo, pero se había negado, queriendo
estar solo. Había pensado en volver al campamento, pero en el momento en que salió fuera en el día
fresco pero soleado y alzó la vista, había cambiado de opinión.

Unos cientos de metros más allá de la puerta de la abadía se alzaba la formación masiva que
dominaba el paisaje y parecía vigilar al burgo como un centinela de piedra. En realidad, la forma
recordaba más a los dibujos de las masivas esculturas de esfinge egipcias que habían sido traídas de
las tierras sagradas después de las Cruzadas. Los lugareños llamaron a la colina el Asiento de
Arturo. Supuestamente, una vez un lugar que el rey Arturo fue a vigilar la ciudad. Desde la parte
superior se suponía que había vistas panorámicas a kilómetros.

Thom había estado ansioso por subirlo desde que habían llegado, pero con las escaladas nocturnas
del Castillo de Roca (hasta el momento no había forma posible) y sus deberes cotidianos con los
Fantasmas (que en su mayoría consistían en que le daban vueltas y tenían la mierda golpeando fuera
de él mientras supuestamente era entrenamiento), no había tenido tiempo.

No era una colina difícil de subir. Se podía caminar bastante fácilmente desde el este hasta una
pendiente cubierta de hierba. Pero Thom necesitaba la liberación de energía reprimida, así que tomó
la ruta más difícil por los riscos rocosos del sur.

Había dejado la mayoría de sus armaduras y armas con el muchacho de la cuadra, pero la escalada
era más intensa de lo que esperaba, y a pesar de la frescura del día, su algodón de cuero estaba atado
alrededor de su cintura mientras se levantaba el último tramo de roca.

Se paró en lo alto de la colina listo para disfrutar de los frutos de su trabajo al admirar las
magníficas vistas a su alrededor. En cambio, recibió uno de los mayores choques de su vida.
Sentado a unos veinte pies de distancia en una pequeña elevación era un espejismo. Un espejismo
que se parecía mucho a Elizabeth -o por lo menos una mejilla ruborizada, encendida de sudor,
vestido arrugado y sucio, vestido con un cabello rubio brillante que se desprendía de sus trenzas y
se rasgaba por la cara con la versión de viento de Elizabeth.
Estaba hermosa. Más hermosa de lo que la había visto antes. No parecía una princesa. Despeinada y

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acalorada con la subida de la colina, rebosaba energía y vida.
Dios, cómo la quería.

¿Por qué lo estaba torturando? Sus tensos y bien trabajados músculos se tensaron con un torrente
de ira.

-¿Qué hacéis aquí? -preguntó.

-Yo... -la pregunta pareció molestarla... como si no supiera la respuesta-. No dijisteis adiós -parecía
contenta de haber inventado algo.

-¿Cuándo?

-La noche que llegamos.

-Estabais ocupada.

Se mordió el labio:- Thom, yo... tenía que veros.

-¿Por qué?

Ella miró hacia abajo, avergonzada:- Parecíais molesto.

Elizabeth siempre había sido capaz de leerlo mejor que nadie, pero en este caso no había ocultado
exactamente sus sentimientos. Parecía que quería matar a alguien. Como un hombre que estaba
siendo arrastrado por los cuatro rincones del infierno. Apretó los puños a los costados.

-¿Entonces me seguisteis?

-No exactamente. Ya habíais salido de la abadía cuando pude escaparme -su boca se endureció,
recordando de qué -o de quién- se había escapado-. Cuando entré en el patio y vi la colina... -se
encogió de hombros-, no fue difícil averiguar adónde ir. Me arriesgué. Pero me llevó más tiempo
llegar hasta aquí de lo que esperaba, y temí que haberos perdido.

Miró a su alrededor, ya sabiendo lo que vería: nada.

-¿Entonces habéis caminado hasta aquí sola? Cristo, Ella, ¿qué demonios pensabáis? Podríais
haberos tropezado o caído.

Se levantó, sacudió sus polvorientas faldas y caminó hacia él:- Os parecéis a Jamie. No es como si
no hubiera subido a una colina antes, ya sabéis.., y tuve cuidado -hizo un agudo sonido de
incredulidad, y ella lo fulminó con la mirada.

-Os olvidáis –dijo-. He visto lo que sucede cuando estáis siendo 'cuidadosa'.

Ella olfateó con altivez y miró a través de él por el acantilado:- ¿Fue una subida difícil?

La tomó de los hombros y la obligó a retroceder unos cuantos metros del borde. Cristo, ¿estaba
tratando de matarlo?:- No.

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Sacudiéndose, puso sus manos en su cintura:- No iba a caerme.

Cruzó los brazos ante él:- Digamos que me aseguro de ello -Elizabeth y los bordes de los
acantilados no se mezclaban. Puso los ojos en blanco y él puso una mano en uno de sus codos
doblados.

-Ven, os llevaré de vuelta.

Ella le dio la vuelta:- No estoy lista para volver.

Su agarre se apretó junto con su boca:- Sí lo estáis. Ni siquiera deberíaos estar aquí. Si alguien sabe
que me habéis seguido... -juró, dándose cuenta de lo que pasaría si MacLeod se enterara-. ¿Qué
pensaría vuestro prometido?

-No es mi prometido, y dudo que le importe mucho. Sir Thomas no parece celoso.

Entonces era un tonto. Porque si tenía alguna idea de lo que Thom estaba pensando ahora mismo,
tendría motivos para estar muy celoso.

-Tal vez no -convino Thom-. Pero Randolph no me parece un hombre que quiera los rumores y las
insinuaciones que seguirían de la mujer que eligió para que fuera su mujer, siendo descubierta sola
con otro hombre.

Su barbilla tomó esa inclinación obstinada que conocía tan bien:- No estamos haciendo nada malo.
Somos amigos.

Eso fue todo lo que tomó para arrastrarla contra él:- Eso es una mierda, y vos lo sabéis -le espetó-.
Hay mucho más entre nosotros que amistad. ¿Necesitáis que os recuerde exactamente cuánto más?

Ella abrió los ojos:- No.

-Decidlo -prácticamente gruñó. Quiero oíroslo decir.

Lo miró con los ojos muy abiertos:- Hay más entre nosotros que amistad.

La dejó ir, dándose cuenta de lo cerca que estaba de perder el control. Lo cerca que estaba de
aplastarla en su abrazo y hacerla suya de la manera más fácil. Tomó un momento para que el latido
feroz de su corazón se ralentizara y la lujuria que se había enrollado a través de sus miembros
comenzara a rebotar.

Lo había dicho. Tenía su admisión. ¿Ahora qué?

Se arrastró los dedos por el pelo:- ¿Por qué estáis aquí, Elizabeth?

Estudió su rostro, su mirada profunda y penetrante al encontrarse con la suya:- Todavía os importo.

Thom se sentía como si estuviera siendo rastrillado sobre las brasas todo de nuevo. Como si le
hubieran azotado hasta que la piel se le hubiera quitado de los huesos. Meses de años de sufrimiento
y estaba justo de regreso donde empezó.

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-Os amo. Probablemente nunca he dejado de amaros. Probablemente siempre os amaré. ¿Es eso lo
que necesitáis oír? ¿Eso lo hace mejor? ¿Tenéis las respuestas que necesitáis ahora?

Parecía afligida:- No... Yo... No lo sé -las lágrimas brillaban en las esquinas de sus ojos-. ¿Por qué
estáis tratando de confundirme y hacer esto tan difícil?

Viendo el tormento y la lucha que ocurría dentro de ella, Thom sintió que parte de su enfado y
frustración se disipaba. Esto tampoco fue fácil para ella. Admitir que tenía sentimientos por él la
obligaría a contemplar cosas que le asustaban. Pero casarse con un hombre al que no amaba sólo
para darse cuenta de que amaba a otro sería mucho peor.

En su corazón sabía que lo amaba. Sólo tenía que hacérselo ver. Tenía que hacerle darse cuenta de
que cualesquiera que fuesen las dificultades que enfrentaran, cualquier desprecio, censura y
condena, no importarían si se amaban.

¿Es eso lo que pensaba? Se dio cuenta de que sí. Al verla con Randolph le había hecho darse cuenta
de que no podía apartarse. Iba a luchar por ella, por ellos. No importaba cuáles fueran los riesgos.
Thom no era Randolph, pero si todo iba bien con los Fantasmas y Bruce lo hacía un caballero, sería
capaz de mantener la cabeza en alto. Tal vez nunca sería -digno de ella en los ojos de la sociedad,
pero sería capaz de proveer para ella y darle la seguridad que ansiaba. Sólo necesitaba darle una
oportunidad.

Una oleada de ternura se elevó dentro de él. Tomó su barbilla entre sus dedos y suavemente inclinó
su cara a la suya:- Si estáis confundida, es sólo porque no estáis escuchando.

-¿A qué?

Thom había tomado su decisión. No iba a retroceder. Iba a luchar y alcanzar a las malditas estrellas.
Iba a mostrarle que él era el único hombre para ella.

-A esto -bajó su boca y la besó.

Elizabeth no quiso oír lo que estaba tratando de decirle, pero en el momento en que sus labios
tocaron los suyos, lo sintió. La dolorosa ternura. La emoción sentida. El dulce e invisible tirón que
llegaba dentro, se agarraba y no lo soltaba.

No era un beso de posesión, un beso de pasión sin límites, o un beso de abandono insensato. No se
trataba de ira, ni pérdida de control, ni lujuria. Era controlada, amable y tenía la intención de
mostrarle exactamente cómo se sentía por ella.

Con cada suave caricia de sus labios, con cada golpe lento de su lengua, sintió la ola de emoción
creciendo dentro de su oleada cada vez más alto. Envolvió su pecho, enroscando cada vez más
fuerte hasta que casi le dolía.

Le hizo daño. Era agudo, conmovedor, y tan hermoso y dulce que no podía soportarlo. Le hacía
sentir cosas que no quería sentir, sentimientos de los que quería escapar. Sentimientos que la
abrumaban.

La abrumó. La suavidad de sus labios, el débil sabor del clavo en su aliento, el calor de su cuerpo
irradiando a través del lino de su túnica. Olía a sol y calor, que, mezclado con el brezo de su jabón,

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era una combinación intoxicante para sus sentidos, acunándola cada vez más profundamente en su
tierno abrazo. La acunó contra él como si fuera la cosa más preciada del mundo para él. Como si
esto fuera para ser.

No estáis escuchando...

No quería escuchar. No quería sentir. No quería ternura ni emoción. Quería que hiciera lo que había
hecho antes. Para traerle más placer, no más confusión.

Se aferró a sus hombros, sus dedos cavando en el bulto grueso del músculo para acercarlo más.
Luchó la ternura con pasión, rechazando el golpe lento de su lengua con los empujes profundos y
los giros carnal. Lo oyó gemir y sintió que sus brazos se apretaron alrededor de ella en respuesta a
su súplica sensual. Pensó que había ganado.

Gimió ante el aumento del contacto, sintiendo que las puntas de sus pechos se endurecían cuando
eran aplastadas contra el tibio calor de su pecho. Le encantaba la forma en que se sentía contra ella.
Le encantaba la sensación de toda esa fuerza envuelta alrededor de ella. Esto era exactamente lo que
quería.

Apretó aún más fuerte, dejando que sus caderas rozaran las suyas. La sensación de su virilidad
cabalgando contra su estómago, tan duro y grueso... Quería que se moviera contra ella. Deseaba la
presión -la fricción- la energía frenética que latía a través de ella. No quería tiempo para pensar.

Pero no se lo daría. Parecía impermeable a sus intentos de encender la lujuria que se encendió entre
ellos listos para estallar en llamas en la primera llamarada. Bloqueó los golpes carnales y los giros
de su lengua con largos y cariñosos golpes. Tomó el control y no lo devolvió.

Casi gritó de frustración al encontrarse con su malvado ataque, no con la velocidad y el frenesí que
ansiaba, sino con un control hábil y caricias suaves. Sus manos no le acariciaron la parte inferior
para levantarla contra él, se alisaron sobre sus caderas y cintura como si estuviera esculpiendo una
fina pieza de porcelana.

El dolor en su pecho regresó. La ternura mezclada con la pasión combinada para hacer una droga
aún más poderosa. Una que hizo señas y tentó. Pero luchó contra ella, usando la única arma a su
disposición. Lentamente, empezó a deslizar su mano por su estómago.

Thom sabía lo que estaba tratando de hacer. Estaba asustada y decidida a negar los sentimientos
tiernos que despertaba en ella con pasión.

Pero estaba igualmente decidido a ganar esta sensual batalla que había surgido entre ellos. Para
demostrar que no era sólo lujuria, sino algo mucho más profundo lo que los ataba. No la dejaría
ganar. No podía dejarla ganar.

Pero cuando su mano comenzó a bajar por su estómago comenzó a sudar. Tenía que apretar los
dientes contra el placer que sabía era de unos dulces golpes de su mano. Sólo la idea de que lo
tocara, de tener esos delicados dedos blancos envueltos alrededor de su polla gruesa y palpitante...

Oh Dios. Los golpes en la base de su espina dorsal, y el apretado latido de una erección ya
demasiado duro, se intensificó.

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Se concentró en besarla. Se concentró en los suaves golpes de su lengua penetrando amorosamente
en su boca. Concentrado en sus suaves labios contra los suyos, en la suavidad aterciopelada de la
delicada mejilla bajo su mano.

Intentó no pensar en las puntas duras de los generosos pechos que se clavaban en su pecho o en las
caderas inocentemente presionando contra él, o la mano...

La mano que ahora estaba en su cintura, maldita sea.

Dejó de respirar, percibiendo su vacilación. Era inocente. Virgen. No era un desastre. No se


atrevería a tocarlo. Cristo, al menos esperaba que no lo hiciera. Pero conociendo a Elizabeth...

Masculló una maldición incluso cuando la tentación le hizo señas. Sería tan fácil poner su mano
sobre la suya, deslizarla sobre él y mostrarle qué hacer. Mostrarle cómo envolver sus dedos
alrededor de él, apretarlo firmemente, y exprimirle su leche hasta que el placer explotase.
Liberación- alivio- estaba a sólo unas pocas bombas de distancia.

Pero no podía, maldita sea. La sensación de su mano sobre él... no sabía si podría permanecer en
control. Estaba a punto de averiguarlo. Era bastante audaz, que dios le ayudara. No pudo ahogar el
gemido que se desgarraba profundamente dentro de sus pulmones cuando su mano se deslizó
tentativamente sobre la cabeza hinchada. Instintivamente -¿por qué otra cosa podía hacer? -le clavó
en su mano, y ¡ moldeó sus dedos y palma alrededor de él.

Se quedó quieto. Podría haber dejado de respirar por un momento mientras daba las gracias a todos
los dioses de los que había oído hablar y trató de encontrar la fuerza para detener los poderosos
impulsos que surgían a través de su cuerpo. Se sentía tan malditamente bien, tan condenadamente
bien, unos cuantos movimientos de sus caderas, y el placer estaría pulsando a través de él.
Pero el alivio, no importaba cuán grande, sólo sería temporal. Y no la acercaría más a reconocer y
aceptar sus sentimientos por él, con todo lo que pudiera significar. ¿Un momento ahora o toda la
vida? No era difícil de decidir.

Así que dejó que su mano se quedara allí. Lo ignoró (como si fuera posible) mientras se
concentraba en besarla, mostrándole con su boca y lengua cuánto la amaba. Incluso cuando gimió
de frustración, cuando su mano accidentalmente le tiró en un movimiento que si no era un derrame
cerebral era una maldita imitación fina de uno, no cedió.

Pero en el instante en que estaba seguro de que había hecho su punto, retrocedió. Sabía que era sólo
cuestión de tiempo, probablemente no mucho, antes de que el hecho de que estuviera tibia y
dispuesta contra causaría estragos incluso con el control más férreo.

No dijo nada, pero se limitó a mirarla a los ojos, abrazándola y viendo cómo la frustración y la
agitación jugaban a través de sus características de princesa Faerie. Los grandes ojos azules
enmarcados por las pestañas rizadas, largas, la nariz pequeña, ligeramente hacia arriba, las altas
mejillas rosadas y la suave boca roja.

-¿Por qué estáis haciendo esto? -le suplicó en un medios llorando, medio gritando de desesperación.
Sabía por qué estaba luchando contra él con tanta fuerza. Estaba asustada. Miedo de lo que podría
significar su amor por él. Asustada de lo que tendría que renunciar. Y resistía sus sentimientos por él
con todo lo que tenía.

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-No tenéis por qué tener miedo, Ella.

Se echó hacia atrás como si hubiera pronunciado una horrible insinuación:- ¡No lo tengo!

-Entonces, ¿por qué tratáis de negar lo que hay entre nosotros?

-¿Estáis seguro de que no sois vos quien está haciendo eso?

Dándose cuenta de lo que quería decir, la soltó y dio un paso atrás:- Hay más de lo que hay entre
nosotros que lujuria, Elizabeth. Mentidme si queréis, pero no podéis vos misma.

Un beso no pudo haberlo demostrado, pero no iba a rendirse. La haría ver tanto como si quería
como si no. Elizabeth Douglas lo amaba. Lo había hecho durante mucho tiempo, y pronto ambos lo
sabrían.

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Capítulo 17

Había pasado algún tiempo desde que las monjas y los residentes de St. Mary's habían sido
recibidos con un hermoso recital -dijo Elizabeth al salir de la casa de albergue con su prima y
Randolph-. No puedo decir que haya disfrutado de los himnos de Cuaresma tanto. Pero yo no sabía
a quién escuchar. Me pareció que tan pronto como Izzie cogió- aliento, lo llenasteis justo, mi señor.

Trató de no sonreír, fingiendo que no sabía lo que habían estado haciendo. Pero después de que
Izzie le obligó a cantar al mencionar lo bueno que era para su audiencia, había sido obvio que
estaban librando una especie de batalla.

-¿Tal vez podríais considerar cantar una canción juntos algún día para una fiesta?

Izzie entrecerró los ojos, consciente de que su prima la estaba pinchando:- ¡Qué idea tan
extraordinaria, Elizabeth! -sonrió dulcemente a Randolph-. Pero nunca pensaría competir con tal
talento prodigioso como el del conde.

El caballero siempre caballeroso dio un corto asentimiento de su cabeza:- Soy yo quien sería
honrado, lady Isabel. Vuestra prima no exageró vuestro talento, tenéis una hermosa voz -
simplemente se lo dijo sin su grandiosidad habitual.

Izzie parecía sorprendida, ya fuera por el cumplido o por la sinceridad con que se le daba, Elizabeth
no podía decirlo.

A decir verdad, Elizabeth había estado agradecida por la distracción que proporcionaron. A pesar de
que sus visitas a casas de limosna y casas de lazar eran importantes para ella, a veces podían ser
difíciles, evocando recuerdos que preferiría olvidar. Había sentido la sombra fría del recuerdo antes
de que la guerra de canciones de Randolph e Izzie le recordara dónde estaba.

Continuaron descendiendo por la calle principal, avanzando hasta la abadía situada en el extremo
inferior. La niebla matutina aún no había levantado las colinas hacia el este, y aunque el día empezó
bien (ella e Isabel llevaban sus más calientes capas de piel), sintió que iba a ser otro hermoso día.
En esta época del año, todo lo que no implicaba hielo, nieve o lluvia era motivo de celebración.
Una vez a través de la puerta, se detuvieron frente a la fachada masiva de la entrada de la abadía. Se
volvió hacia Randolph.

-¿Podréis reuniros en el refectorio para romper vuestro ayuno, mi lord?

La primera comida del día fue eliminada durante la Cuaresma excepto los domingos. Sacudió la
cabeza:- Ojalá pudiera, pero debo regresar al castillo para ver si se ha hecho algún progreso.

-¿Progreso? -repitió Izzie frunciendo el ceño-. ¿Por la noche? ¿A los ingleses les gusta hablar en la
oscuridad, mi lord?

La sonrisa de Randolph se volvió frágil. La distensión entre ellos aparentemente ya había


terminado.

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-Me refería en general -dijo con desdén. Pero Elizabeth intuía más bien lo contrario. ¿Tenían algo
planeado por la noche? ¿Un ataque al castillo quizás? Pero dado lo que había dicho antes, no
parecía probable-. Mi tío estará esperando... -se detuvo de repente, frunciendo el ceño-. Qué
extraño.

-¿Qué es extraño? -preguntó Elizabeth.

-Debería estar en el campamento. Disculpadme un momento.

Ambas mujeres se volvieron cuando Randolph se dirigió hacia la puerta. Fue entonces cuando
Elizabeth vio al hombre que había llamado su atención: Thom. Su corazón saltó, obviamente no
habiéndose recuperado del exceso de trabajo de ayer.

No había pensado en verlo tan pronto. Había parecido ansioso por deshacerse de ella, marchándola
por la colina y observando estoicamente a los árboles mientras se abría camino a través de la puerta.
Ni siquiera había saludado.

Habían dicho poco en el camino de regreso por la colina. Thom volvía a llevar esa mirada en blanco
que había perfeccionado en su juventud cuando se enfrentaba a un enfadado Jamie, y Elizabeth
había estado, bien, enfadada. Consigo misma, con él, tal vez no importaba.

Cuando pensaba en cómo lo había tocado... No pensaba en eso, no podía pensar en eso, sobre todo
fuera de una abadía con su prometedor prometido a pocos metros de distancia.
No os mintáis a vos misma...

Su boca se frunció ante el recuerdo del desafío que había lanzado a sus pies como un guantelete.
Tenía mucho nervio, pensando que la conocía mejor de lo que ella misma sabía. Elizabeth sabía
exactamente cómo se sentía. Lo cuidaba profundamente y lo quería irracionalmente, pero no lo
amaba. Al menos no de la forma en que se refería.

No era Joanna. No pensaba con el corazón. Era demasiado práctica para enamorarse de alguien con
quien nunca podría casarse. Había sido exiliada de la sociedad y tratada como un leproso una vez
antes. No volvería a pasar por eso de nuevo, al menos no de buena gana. Tenía un futuro seguro en
su alcance, no estaba dispuesta a dejarlo ir.

¿Y qué si soñaba con la forma en que la besaba y la tocaba, y quería que lo hiciera de nuevo? No
cambiaba nada. Y no había nada que decir que no sentiría lo mismo con Randolph. . . a tiempo.
Pero, ¿cuánto tiempo tomará? ¿No debería haber al menos una pequeña chispa ahora?

-Me pregunto de qué estarán hablando? -dijo Izzie pensativa. ¿Qué es exactamente lo que
MacGowan hace en el ejército de Bruce?

Elizabeth se estaba preguntando lo mismo mientras miraba a los dos hombres conversar
intensamente:- Jamie dijo que el rey tenía algunas misiones especiales para él.

-¿Y esas misiones involucran a Randolph? -Izzie hizo una mueca-. Hace las cosas bastante
incómodas, ¿no?

Elizabeth miró fijamente a su prima:- ¿Por qué serían incómodas?

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La advertencia implícita no disuadió a su prima. Izzie se echó a reír y puso los ojos en blanco.

-Oh, no sé, será como si tuvierais que ver al hombre que decís que no queréis ver justo debajo de la
nariz del hombre que sí queréis?

-Estoy segura de que Thom no ha venido a verme -dijo con aspereza, pero sus mejillas estaban
ardiendo.

¿Y si lo fuera? ¿Sería tan atrevido (¡y tonto!) que la perseguiría, como había dicho su prima, bajo la
nariz de Randolph? Por no hablar de su hermano. Seguramente sería más circunspecto.

-No miréis ahora -Izzie susurró por el lado de su boca-. Vuestro Thom y Sir -demasiado-bueno-
para-ser-verdad se dirigen hacia aquí. Pero no os preocupéis, estoy segura de que esto no será
incómodo en absoluto.

En este momento, a Elizabeth le resultaba difícil recordar por qué usualmente encontraba el sentido
seco del humor de su prima tan divertido.

Al ver a los hombres que caminaban hacia ellos, su corazón comenzó a correr. A pesar del aire
fresco, podía sentir un claro brillo de sudor en su frente. No tenía nada por qué sentirse culpable, lo
cual no explicaba el tamborileo frenético de su pulso.

Si Thom no fuera tan guapo... Parecía que no podía apartar la vista. Se encontró con su mirada y
asintió.

-Lady Elizabeth, lady Isabel.

Antes de que pudiera recuperar el aliento para responder, se alejó. Aparentemente no estaba aquí
para verla. Estaba aliviada. Por supuesto que sí. Sólo... fue decepción.

-¿Está todo bien, mi lord? -preguntó Izzie a Randolph, cubriendo el momento, que parecía ser
incómodo, cuando Elizabeth se quedó allí con la boca abierta.

-Una pena. Pensé que MacGowan podría haber estado aquí para mí, pero parece que está en una
misión personal.

-¿Lo está? -preguntó Elizabeth, en lo que pretendía sonar desinteresado, pero salió como un
chillido.

¿Tan personal como una mujer? Había muchas en la casa de huéspedes, la mayoría de ellas eran las
esposas de los hombres de la comitiva de Bruce, pero también había un puñado de solteras, como
Lady Mary.

-Sí -dijo Randolph-. Para ver a la esposa de Douglas -¿Joanna?-. Pero tengo buenas noticias. Parece
que no hay razón para que me apresure de nuevo, así que estaré encantado de unirme a vos para la
comida después de todo. Suponiendo que la invitación todavía esté abierta.

La sonrisa pícara y el brillo encantador en su ojo eran innegablemente calculados para hacer sus
rodillas débiles. Pero la suya no se estremeció, ni siquiera un poco.
¿Joanna?

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-¿Mi lady? -preguntó.

Elizabeth volvió a llamar la atención:- Por supuesto que la invitación está abierta, mi lord. Estamos
encantadas. ¿No es así, Izzie?

-Emocionada -dijo su prima, su tono haciendo que la boca de Randolph se endureciera.

Ignoró a Isabel durante la mayor parte de la comida, lo cual fue bastante incómodo, ya que obligó a
Elizabeth a hablar más de lo que le hubiera gustado.

Fue extraño. Podía hablar durante horas sobre París con Thom, que nunca había estado allí, pero
con Randolph, que había pasado tiempo allí durante los años, se esforzó por mantener la
conversación. Sólo cuando regresaron al tema de la música, finalmente tuvo un respiro. Izzie no
pudo resistirse a interponer su opinión, y un discurso entusiástico -que sonaba mñas a una
discusión- entre ella y Randolph seguía, por lo que Elizabeth estaba felizmente excluida.
Su mirada, sin embargo, seguía deslizándose hacia la puerta.

Cuando la corta comida terminó y Joanna todavía no había aparecido, Elizabeth renunció a
cualquier pretensión de no preguntarse por qué y fue a buscar a su cuñada.

El plan de Thom funcionó mejor de lo previsto. Sabía que Elizabeth no sería capaz de resistirse a
buscarlo, pero subestimó su irritación.

Así, cuando apareció en el campamento menos de dos horas después de haber dejado Joanna en
Holyrood, fue sorprendido y sufrió un golpe desagradable en las costillas del martillo de Sutherland
como resultado.

Juró e hizo una mueca de dolor, pero no lo detuvo. Haciendo caso omiso de Elizabeth, que estaba
cerca del borde del patio de prácticas con Helen MacKay haciendo un trabajo horrible de fingir no
mirarlo, Thom prestó su atención completa a la competencia con Sutherland y devolvió el golpe con
uno de los suyos.

Sutherland gruñó por la revuelta y la batalla se intensificó. El golpe y el mandoble fueron


intercambiados y bloqueados, el ritmo y el esfuerzo que tomó llevar a los combatientes hasta el
punto de agotamiento. Pero ambos hombres eran demasiado obstinados para ceder.

El martillo era de lejos la mejor arma de Thom, y la más cómoda en el patio de prácticas. Podía
mantenerse a sí mismo en contra de los guerreros de élite, incluso Sutherland y MacKay, que
luchaban por el título de mejor.

Thom no podía decir que estaba decepcionado de que lo hubiera cogido con el martillo en la mano
en lugar de la espada. Comparado con la mayoría de los hombres de armas, era bueno con la
espada, quizá incluso muy bueno, pero comparado con MacLeod y los guerreros de élite de la
Guardia de los Highlanders, tenía un largo camino por recorrer.

Pero el entrenamiento con la Guardia le había dado una nueva perspectiva. Los guardias eran
fuertes con la mayoría de las armas, pero a diferencia de la formación que había emprendido con
Eduardo de Bruce para convertirse en un caballero, donde el foco estaba en su habilidad con la
espada, estos hombres se centraron en su habilidad individual y fueron valorados por ello. Cada

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guerrero había sido elegido por lo que sobresalían, ya fuera para MacSorley, el tiro con arco para
MacGregor o para el rastreo para Campbell. Thom estaba siendo reclutado no por su habilidad con
una espada (o un caballo, gracias a Dios), sino por su capacidad para escalar. Si ganaba un lugar
entre los alardeados guerreros, sería porque era el mejor.

¿Quién habría pensado que cuando estaba escalando rocas como un muchacho y su madre le gritaba
que bajara, algún día sería su camino hacia la grandeza?

No tenía dudas de que se había clasificado, pero desafortunadamente aún no había podido probarlo.
Las incursiones nocturnas al Castillo de Roca no habían identificado una posible ruta por los
acantilados. Pensó que podría haber encontrado una modo la pasada anoche, pero después de pasar
horas tratando de encontrar una manera de abarcar una sección de veinte pies que no tenía rocas
utilizables o agarraderos, se había visto obligado a admitir la derrota.

No fue algo que hizo con facilidad, como demostró la actual batalla con Sutherland. El sudor
goteaba por cada centímetro del cuerpo de Thom, sus músculos parecían estirarse hasta romperse, y
el martillo parecía pesar trescientas libras, pero sabiendo que Elizabeth estaba observándolo le daba
la fuerza adicional para seguir luchando, y el borde que necesitaba para ganar.

Al final, fue Sutherland quien levantó una mano para ceder después de que Thom se lo quitara de
los pies con un golpe bien sincronizado y un giro de su pie. Thom casi se derrumbó a su lado, pero
logró extenderse y ayudar al otro hombre a ponerse de pie.

-Buen movimiento, Roca -dijo Sutherland con una mueca de dolor mientras se frotaba el cuello-.
Veo que habéis estado prestando atención a las lecciones de Ariete.

La boca de Thom se torció:- Tal vez un poco.

El hombre con el nombre de guerra de Hielo se rio:- Diría más que un poco, pero bien, de hecho -le
dio una palmada en la espalda-. Por supuesto, mañana tendréis que ganar a MacKay o las burlas
nunca acabarán.

Thom sonrió. Las feroces contiendas entre los dos hermanos por el matrimonio se habían
convertido en leyenda en la Guardia:- Lo haré lo mejor que pueda.

-Sí, bueno, para estar seguro, creo que hablaré con lady Elizabeth y me aseguraré de que también
planee estar en el campamento mañana.

La sonrisa de Thom cayó. Se alegró de que ninguno de los otros hombres estuviera lo
suficientemente cerca como para oírlo.

-No os preocupéis -dijo Sutherland-. Sé todo sobre el incentivo añadido de una audiencia
apreciativa. Si mi esposa hubiera estado observando, yo sería el que os ayudaría a poneros de pie -
de repente, frunció el ceño-. Maldita sea.

-¿Qué es?

-Santo lo sabe -dijo, refiriéndose a MacKay por su nombre de guerra-. Tendré que asegurarme de
que Helen esté fuera del campamento cuando peleéis con él.

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Los dos hombres se miraron y se rieron.

Thom habría dado tres meses de salario por un baño caliente antes de un incendio, pero en su lugar
se dirigió a la corriente para lavarse antes de buscar a Elizabeth, que se había dirigido a la tienda de
enfermería con Helen.

Aunque Thom se alegró de que Elizabeth lo hubiera buscado tan rápido, deseó haberlo hecho de
una manera más circunspecta. Tenerla en medio del campamento, rodeada de hombres que estarían
muy interesados en saber por qué quería verlo a él, -MacLeod, Douglas y Randolph, para ser
específico- no era exactamente lo que tenía en mente cuando había buscado a Joanna.

Sabiendo que no sería capaz de mantener su cortejo de Elizabeth secreto sin ayuda, se había ido a
Joanna, que había estado demasiado ansiosa por aceptar su plan, a pesar de que iba a ir en contra de
los deseos de su marido . Parecía pensar que Jamie -como su hermana- estaba siendo
obstinadamente obstinado sobre el asunto y vendría.
Thom no estaba tan seguro.

Pero tenía razones para esperar que MacLeod eventualmente pudiera entender y quizás suavizar su
postura. Aunque era difícil de creer al mirar al guerrero feroz, aparentemente sin emoción,
MacLeod se había casado por amor. De Halcón, -MacSorley-Thom había oído la historia de la
misión de pícaro MacLeod que había llevado a rescatar a su esposa de manos de los ingleses, -un
acto que lanzó la primera rebelión en la guerra de Bruce hacía ocho años-.

Sin embargo, Thom no subestimó el riesgo de lo que estaba haciendo. MacLeod había sido
condenadamente claro sobre lo que estaba en juego. No quería otro Alex Seton. Thom había
aprendido del guerrero cuya discordia con los demás (Boyd, en particular) le había hecho abandonar
la Guardia. En la decisión de perseguir a Elizabeth, Thom sabía que estaba poniendo en peligro su
futuro como caballero y su lugar en la Guardia. También estaba poniendo en peligro cualquier
posibilidad que pudiera tener con la viuda Rutherford, si no se había cansado de esperarlo.

Pero no podía dejar que Elizabeth se fuera otra vez. Lo que tenían juntos valía la pena. Se dio
cuenta de lo que le estaba pidiendo para casarse con él. Tampoco subestimó las dificultades que
enfrentarían. Pero tenía que hacerle ver que valía la pena.

Pero también sabía que estaba librando una batalla perdida contra el tiempo. Los esponsales se
podrían anunciar cualquier día.

El mismo pensamiento envió furia a través de su sangre. Casi se arrepintió de no ceder a su pasión
en la colina de ayer. Seguramente habría acelerado las cosas. Pero no le daría la excusa que sabía
que estaba buscando. No quería que se casara con él porque había tomado su virginidad, quería que
se casara con él porque se daba cuenta de que lo amaba.

Moviéndose rápidamente, se quitó la ropa y entró en el pequeño riachuelo que los hombres usaban
para lavarse. Incapaz de abatirse completamente, usó sus manos para salpicar el agua helada sobre
él y enjuagar la mayor parte de la suciedad y el hedor de la práctica que pudo. Estaba frío como el
infierno, y él hizo un trabajo corto, entrando y saliendo en un par de minutos. Lo cual fue
afortunado, ya que apenas había terminado de atar sus braies cuando Elizabeth llegó estallando a
través de los árboles que proporcionaban privacidad desde el campamento.

-No podéis... -se detuvo, aparentemente incapaz de encontrar su lengua. Se quedó boquiabierta, con

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los ojos ensanchados para captar más del pecho que admiraba tan descaradamente.

Había estado a punto de ponerse la camisa, pero en su lugar cogió los zapatos de cuero negro que
llevaba puestos antes:- ¿No puedo qué? -preguntó con calma.

Parpadeó un par de veces, desgarrando su mirada de su pecho lo suficiente para encontrarse con sus
ojos, sólo para deslizarlo de nuevo a su pecho otra vez.

Él luchó por ocultar su sonrisa. La muchacha estaba claramente nerviosa. Bueno. Le gustaba que
estuviera nerviosa.

Finalmente, sacudió la cabeza y volvió su mirada hacia la suya. Recordando lo que había estado tan
ansioso de decirle, levantó el trozo de pergamino que había dejado con Joanna:- No podéis hacer
esto.

Alzó una ceja, fingiendo no entender:- Jamie no sabrá que es mio.

-Eso no...

-Jo dijo que hay una fragua cerca de la abadía que puedo usar, no habrá ninguna posibilidad de
que Jamie descubra lo que estoy haciendo de esa manera. La espada que quiere que haga para él
será una sorpresa. Todo está arreglado. Hablé con la herrería antes, y está de acuerdo por una
pequeña cuota para permitirme usar sus herramientas después de que haya terminado el día. Debería
ser capaz de trabajar durante unas horas después de que mis tareas se terminen antes de retirarme
para la noche. Tendré que limpiar la fragua, pero no es algo que no haya hecho antes -entrecerró la
mirada, como si sospechara que le estaba recordando intencionadamente todas las tardes que se
había sentado y lo observó hacer lo mismo.

Culpable.

-No es la fragua -sus ojos volvieron a su pecho, pero esta vez su boca se tensó-. ¿Podríais poneros la
camisa?

Divertido, cruzó los brazos y le dirigió una sonrisa torcida:- ¿Por qué? No es que no me hayáis visto
antes. De hecho, habéis visto mucho más.

Sus mejillas se calentaron en el recuerdo y sus ojos parecieron hundirse en su voluntad. Infierno. A
pesar del frío, empezó a hincharse y casi lamentó burlarse de ella... casi.

Más decidida esta vez, apretó los puños y forzó sus ojos azules ardientes a los suyos:- El diseño de
la espada está mal. Es demasiado simple. ¿No recordáis todas las discusiones que tuvimos sobre el
diseño y el embellecimiento?

-Me gusta lo sencillo. ¿Qué importa lo que parezca mientras la espada haga su trabajo?

Gimió con la frustración cansada de generaciones de mujeres que habían tratado de hacer que un
hombre viera algo que era obvio para ellos:- Ya hemos hablado de esto antes. podéis cobrar más,
por uno, y al hacer algo especial -algo único- creará un objeto de deseo y aumentará vuestra
reputación. Necesitáis hacer una espada digna de vuestra habilidad y de la posición de Jamie. Una
espada que la gente envidiará.

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Le había estado predicando el mismo mensaje durante años, razón por la cual había dejado el crudo
dibujo de Joanna para enseñárselo. Tal como había sabido que no podría resistirse a descubrir por
qué había venido a ver a Joanna, también sabía que no sería capaz de resistirse a que ella se quejara
del diseño que había elegido.

Elizabeth e acercó para estar a su lado, sosteniendo el dibujo para que ambos vieran:- Tiene que
haber trabajo de nudo en el lado corto transversal y en la empuñadura, que debería estar cubierto de
plata dorada, con tal vez un rubí grande aquí -señaló la punta del pomo-. Debería haber un diseño
grabado en la hoja y en la vaina debe estar incrustada con oro y más piedras preciosas -parecía tan
indignada que tuvo que luchar para no reír. En vez de eso, actuó como si apenas la hubiera oído y
continuó poniéndose la ropa. Finalmente se puso la camisa.

-Dibujad algo si queréis -dijo, como si no le importara de una manera u otra. Lo miró furiosa,
claramente molesta por su indiferencia-. ¡Voy a hacerlo!

Empezó a retroceder hacia el campamento pero la detuvo:- Esperad. Os llevaré de vuelta. No


deberíais estar caminando por el campamento sola.

Sacudió su cabeza:- Alguien podría vernos. Se supone que debo ir a buscar -su voz bajó y miró a su
alrededor-. ¡Ahí está! Debo haberlo dejado cuando..

Se detuvo, sus mejillas calentando otra vez. Rápidamente regresó corriendo al borde de los árboles
donde lo había visto por primera vez y aparentemente había dejado caer la excusa que había dado
para dirigirse al arroyo:- Voy a buscar un cubo de agua para Helen. Me ofrecí para ayudarla a cuidar
a los heridos hoy.

Alzó una ceja, impresionada por su ingenio. Aunque probablemente no debería haber sido dado con
qué frecuencia habían ideado maneras de estar solos cuando eran jóvenes. También parecía entender
el riesgo.

-Sin embargo, os veré desde los árboles -asintió con la cabeza y se apresuró a regresar a la tienda de
la enfermería, el cubo de agua empujando hacia adelante y hacia atrás a su lado.

Sonrió, preguntándose cuánto tiempo tardaría en aparecer en la forja con el dibujo.

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Capítulo 18

¡Ahí! Elizabeth pensó con satisfacción mientras dibujaba el rollo final en el dibujo. ¡Ahora es una
espada!

No por primera vez esta tarde, sintió una presencia sobre su hombro:- ¿Ya terminasteis? -miró a
Joanna que se cernía.

-Sí. ¿Qué pensáis? -preguntó, entregándosela.

Joanna lo estudió por un momento antes de mirarla con asombro:- Es espectacular. ¿Creéis que
Thom puede hacer esto?

-Si puede conseguir los materiales.

Joanna se despidió de su preocupación:- Le proporcionaré todo lo que necesite.

-Será caro -advirtió Elizabeth.

Joanna sólo le dio una mirada. Jamie se había convertido en un hombre muy rico en los últimos
años. El costo no sería una dificultad, aunque podría ser difícil para Jo explicarle a su marido por
qué necesitaba toda esa moneda.

Elizabeth retorció la boca. O tal vez no lo sería. Su dulce cuñada, sin complicaciones,
probablemente nunca dijo una mentira en su vida estaba probando ser una compañera conspiradora
bastante desviado.

Ya había accedido a cubrir a Elizabeth más tarde cuando fue a buscar a Thom en la fragua e incluso
había arreglado un guardia para ella de entre los hombres de Jamie, alguien que pensaba que no
sería propenso a hacer demasiadas preguntas. La fragua estaba justo en la calle principal de la
abadía, pero no se arriesgaba.

-Gracias por ayudarme con esto, Elizabeth. James se sorprenderá tanto.

Elizabeth no pudo resistir una sonrisa irónica:- En efecto, especialmente si sabe quién lo hizo. Debo
admitir que me sorprende que pudierais convencer a Thom para que lo hiciera.

-No fue tan difícil -dijo Joanna con una sonrisa de comprensión-. Creo que tiene motivos para
querer mejorar su relación con James.

Elizabeth fingió que no sabía lo que Joanna quería decir y dobló el dibujo en cuartos antes de
meterlo en el bolso que llevaba atado a su cintura.

-¿Estáis lista? -preguntó ella, de pie-. Quiero devolverlos al hermano Richard antes de que me fuera
-levantó la pluma, la tinta y el pequeño cuchillo que utilizó para cortar la punta de la pluma y hacer
pequeñas correcciones en el dibujo.

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Encontraron al joven monje en el escritorio, y después de darle las gracias, se dirigieron a los
establos para encontrarse con el guardia que acompañaría a Elizabeth a la fragua cuando vieron a
Izzie y Randolph corriendo hacia ellos.

-¡Ahí estáis! -dijo Izzie, su alivio obvio-. El conde esperaba en el refectorio cuando entré de mi
paseo por los jardines. He estado haciendo todo lo posible para mantenerlo entretenido, pero
decidimos venir a buscaros.

En otras palabras, su prima había agotado las bromas y se había quedado sin cosas irritantes que
decirle a Randolph. Aunque si la expresión de Randolph fuera cualquier indicación, podría ser
demasiado tarde.

-No lo olvidasteis, ¿verdad? -le preguntó Randolph. Elizabeth lo miró inexpresivamente. –

-¿El qué?

-Se suponía que íbamos a cabalgar esta tarde. Iba a enseñaros las costillas de Samson en el parque.

Elizabeth maldijo hacia dentro mientras le colgaba una sonrisa en la cara. Había hablado con ella
sobre las extrañas formaciones rocosas de ayer:- Por supuesto, no lo olvidé, es sólo eso...

Me estoy escapando para ver a otro hombre, no sonaba como una gran excusa, trató de pensar en
una explicación alternativa.

Joanna vino a su rescate:- Me temo que es culpa mía, mi lord. No me di cuenta de que Elizabeth
tenía otros planes cuando le rogué que me ayudara con un recado. No me siento muy bien, y veis...
Bueno, es un asunto privado, espero que lo entendáis.

Randolph se veía bien desconcertado y vagamente asustado de que pudiera tratar de explicar:- Por
supuesto. Lo haremos otro día.

-Pero habéis venido hasta aquí -dijo Elizabeth, repentinamente, tardíamente- con algunas punzadas
de culpa. Punzadas que crecieron en número cuando se dio cuenta de la bolsa de cuero que llevaba,
que, por el olor a pan recién horneado, sospechaba estaba lleno de comida-. ¿Por qué no lleváis a
Izzie?

Era difícil decir quién parecía más horrorizado.

-Pero yo debería ir con vos -protestó Izzie.

-Debería volver al campamento -dijo Randolph al mismo tiempo.

-Es mejor si hago esto sola -Elizabeth dijo significativamente. Le dio a su prima una mirada que
pedía que le ayudara-. Por favor.

Izzie devolvió la mirada con una que decía que le iba a rendir mucho, pero sin duda sospechaba la
fuente del dilema de Elizabeth:- Me encantaría ver esa formación rocosa, si me la queréis mostrar,
mi señor.

Randolph no podía hacer otra cosa que estar de acuerdo. Miró a su prima durante un largo momento

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y luego le dio un breve asentimiento:- No debemos demorar. Pronto oscurecerá.

Elizabeth exhaló lentamente mientras los dos se alejaban. Era difícil decir entre los dos quien
parecían menos ansiosos.

-Gracias por hacer esto por mí, Ella. No quería causaros problemas con Randolph.

Había algo en la manera en que Joanna lo dijo, sin embargo, que hizo que Elizabeth pensara que su
cuñada no se molestó por la idea en absoluto, e incluso podría incluso estar feliz si este proyecto
para Jamie causaba muchos problemas con Randolph y la empujaba hacia Thommy.

Sus ojos se estrecharon. ¿Era eso de lo que se trataba? ¿Fue esta espada otra de las tentativas de
Joanna para juntarlos?

De ser así, tenía que admitir que había funcionado. Elizabeth estaba plenamente involucrada. No
podía esperar a ver cómo saldría la espada.

-Fue culpa mía, olvidé nuestro viaje -dijo.

Afortunadamente, Joanna optó por no comentar sobre eso, aunque se podría decir mucho. En vez
de eso, frunció el ceño pensativo, observando a Randolph, de espaldas rígidas y tensas, alejando a
una inusualmente morosa Izzie.

-Vos creéis... -su voz cayó y ella negó con la cabeza-. No importa.

Elizabeth estaba demasiado distraída para seguirla:- Espero que Randolph no interrogue a su
hombre esperando en los establos.

Joanna se encogió de hombros:- Incluso si lo hace, no importará. Estás haciendo un recado para mí.
No he hablado una mentira.

No, pero ciertamente había dejado algunos detalles salientes.

Afortunadamente, no había nada de qué preocuparse. El escape de Elizabeth de la abadía fue


suavemente, y un rato más adelante estaba empujando abriendo la puerta de la fragua.

Había olvidado la ráfaga de calor, el humo y el olor del metal ardiendo, pero los recuerdos la
golpearon en el momento en que entró. Thommy ya estaba trabajando duro y no la oyó
inmediatamente entrar, dándole tiempo para observarlo mientras tiraba de la forja la espada roja y la
colocaba sobre el yunque para golpear.

Sintió una oleada de emociones poderosas que la empujaron por un camino de agridulce anhelo por
un tiempo en que la vida era mucho menos complicada. Cuando la amistad entre la hija del señor y
el hijo de la herrería no importaba.

Su corazón apretó. ¿Cuántas veces había estado en algo así antes? ¿Cuántas veces se había metido
en la forja con entusiasmo para decirle algo? ¿Emocionada por verlo?

Muchas cosas habían cambiado, pero en ese respeto fundamental se vio obligada a admitir que no lo
habían hecho. Todavía estaba emocionada por hablar con él y por verlo. Mucho más de lo que había

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estado con nadie más, y mucho más de lo que debería ser.

En todo caso, los recuerdos de la infancia palidecieron en comparación con lo que ella sentía ahora.
Por ahora sus sentimientos se complicaban por otras razones de excitación. Como notar la forma en
que el lino de su camisa se extendía sobre amplios hombros y poderosamente musculosos brazos
mientras martilleaba el metal caliente o notando los húmedos zarcillos de cabellos oscuros en su
sien o el grano de sudor corría por las duras líneas de su mejilla y mandíbula . O notar cómo la boca
ancha que la había besado tan tiernamente estaba presionada en una línea tensa de concentración
mientras trabajaba.

Cuando era niña, no había tenido en cuenta el atractivo primitivo de un hombre alto, guapo y
poderosamente musculoso, caliente de sudor que balanceaba un martillo ante el fuego. Pero ahora
era consciente de ello, dolorosamente, concienzudamente consciente de ello.
¿Por qué estaba aquí? ¿Por qué se estaba poniendo al alcance de la tentación?

Podía haberse vuelto si no la hubiera mirado. La sonrisa alegremente alegre que curvó su boca le
impidió hacer algo más que estar allí y mirarle con la respiración firmemente encerrada en su
pecho.

Dejó el martillo, quitó uno de los guantes de cuero que usó para proteger sus manos del fuego y se
limpió la parte posterior de la mano sobre la frente.

-Eso fue rápido. ¿Terminasteis con el dibujo ya?

La boca de Elizabeth se arqueó:- Sí, bueno, quería traéroslo antes de nada.

Se rio y cruzó la habitación para pararse a su lado. La fragua no era un edificio grande, y con él de
pie junto a ella, de repente se sintió aún más pequeña. ¡Era tan malditamente grande! El fuego que
alimentaba el horno parecía crecer aún más. Podía oler el calor de su cuerpo, pero no era un olor
desagradable. Más bien lo contrario. El débil tinte de olor trajo un borde sensual al brezo de su
jabón.

-Vamos a ver lo que habéis inventado -dijo fácilmente, sin tener idea de los estragos que estaba
causando en sus sentidos, o en su pulso. Parecía que se le había disparado por la garganta.

Sacó el dibujo y se lo entregó, sintiéndose inexplicablemente ansioso de repente. Ella quería que le
gustara, se dio cuenta. No debía preocuparse. Su expresión cambió de una de estudio a otra de
incredulidad:- ¿Dibujasteis esto? -asintió.

-¿Por qué nunca me dijiste que sabíais dibujar? -frunció el ceño como si le hubiera ocultado algo
importante.

Se encogió de hombros, complacida excesivamente por el cumplido implícito:- No lo sabía. Pero


estaba inspirada...

Se había vuelto extraordinariamente serio:- Esto es muy bueno, Elizabeth. Muy bueno.

Sus mejillas se calentaron de placer, pero no pudo resistirse a burlarse de él:- Sonáis tan sorprendido
que no sé si estar halagada u ofendida.

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Thom sonrió abiertamente:- Halagada. Definitivamente halagada -señaló el grabado en la hoja-.
¿Qué es esto?

Giró el pergamino:- Dibujé una parte más detallada de esta sección aquí. Son bueyes y un castillo.

No le llevó mucho tiempo:- Roxburgh.

Sonrió:- Sí, pensé que a Jamie le gustaría inmortalizar uno de sus mayores logros en su espada.

-En efecto -dijo Thom con ironí-.

Ambos sabían que a James no le gustaba nada más que tener el nombre de Douglas recordado por
generaciones.

Pasaron la siguiente media hora repasando los detalles del diseño. Thom hacía preguntas y luego
discutía alternativas si pensaba que uno de sus elementos de diseño podría interferir con la función.
Cuando ambos estuvieron satisfechos, Thom retrocedió.

-Debería volver al trabajo. Esta espada vuestra va a tomar bastante tiempo, y Joanna lo quiere para
la próxima semana.

Elizabeth asintió, extrañamente renuente a irse. Había sido tan agradable estar con él de nuevo así.
No estaba lista para que terminara el momento:- ¿Os importa si me quedo un rato?

Thom miró hacia aquella hermosa cara vuelta hacia arriba y quiso decirle que podía quedarse para
siempre.

Ya no estaba envuelta en la discusión sobre el dibujo -le había sorprendido soberanamente- Thom
estaba pensando en estar envuelto en otras cosas. Como sus piernas alrededor de sus caderas
mientras...
Infierno.

-No estoy seguro de que sea una buena idea.

Pareció tan decepcionada que tuvo que forzar los brazos a los lados para no atraerla hacia ellos:-
¿Por qué? Sólo quiero ver un poco, os prometo que no me meteré en el camino.

-Porque si os quedáis, querré tocaros -no pareció sorprendida por su brusquedad.

-¿Eso sería tan horrible?

Su suave voz era como una canción de sirena, atrayéndolo. Quería responder. En realidad, quería
arrastrarla entre sus brazos, empujarla de nuevo sobre la mesa y violarla sin sentido, pero se obligó
a retroceder desde el borde del precipicio.

-Sí, lo sería. No voy a hacer eso mientras estéis dejando que otro hombre os corteje, incluso si él
está haciendo un trabajo de pobre tarugo.

Elizabeth se veía ligeramente ofendida:- ¿Qué queréis decir?

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Le dirigió una larga y penetrante mirada:- Si fuerais mía, podéis estar bien segura de que no
tendríais tiempo de escabulliros para conocer a otro hombre.

Levantó la barbilla:- Os haré saber que Randolph y yo debíamos ir a caballo hoy.

Thom trató de atenuar la esperanza que se hinchaba en su pecho ante lo que había revelado
involuntariamente:- Por lo tanto, podríais haber estado con Randolph, pero estáis aquí conmigo -se
acercó más, sin importarle que pudiera hincharse de su fina capa, la tomó del brazo y la llevó a su
pecho cubierto de delantal-. ¿No os dice eso algo?

Parecía asustada, y quizás un poco acorralada. Trató de alejarse.

-Quería daros el diseño -le dirigió una mirada que le dijo que sabía que eso no era todo-. Tenéis
razón. No debería estar aquí.

Se separó y se dirigió a la puerta. Pero Thom no iba a dejarla ir tan fácilmente:- No podéis casaros
con el, Ella. No lo amáis.

Se detuvo por un momento:- No, pero me gusta. Y hay otras razones para casarse, mucho más
importantes.

-¿Tales como el miedo? Eso no es una razón. No os amarréis para siempre a un hombre que no
amáis por las cosas que pasaron en el pasado.

Se puso erizada como sabía que lo haría:- No sabéis de qué estáis hablando"

-Sé que pensáis que las tierras y el dinero de Randolph os protegerán de tener que volver a ser
pobre. Que su posición como sobrino del rey y uno de sus principales tenientes significa que nadie
os cerrará una puerta. Pero no hay garantías en la vida, Ella.

La alarma le quitó algo de su ira:- ¿Estás diciendo que pensáis que Bruce va a perder la guerra?

-Nadie conoce el futuro. Creo que tiene una oportunidad de pelear, que es un infierno de mucho más
que cualquier otra persona ha tenido, pero Inglaterra es la nación más poderosa en la cristiandad. Lo
que estoy diciendo es que si Bruce gana o pierde la guerra no va a cambiar lo que pasó cuando erais
una niña o borrar esos recuerdos.

Trató de borrar sus preocupaciones:- Eso fue hace mucho tiempo. Sí, fue horrible. Pero yo era una
niña. Ya ni siquiera pienso en ese momento. Y si no lo habéis notado, con sus tierras restauradas y
las recompensas adicionales del rey, Jamie se ha vuelto muy rico en los últimos años. Apenas he
estado sufriendo.

Thom dejó caer un borde de su manto escocés de piel para revelar el bolso bordado que había atado
a su cintura. Alcanzando entre ellos para levantarlo, lo pesó en su mano.

-Eso se siente como un montón de monedas que llevar en la ciudad.

-Pensé que podría ir al mercado más tarde.

Thom sostuvo su mirada:- ¿Así que todavía no estáis ahorrando monedas para enterrar bajo

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arbustos y rocas?

Su rostro se volvió blanco:- ¿De qué estáis hablando?

-¿Creéis que no lo sabía? Cristo, erais sólo una pequeña muchacha cuando me di cuenta de lo que
estabais haciendo. No iba a dejar que salierais desprotegida, especialmente llevando ese tipo de
plata -por un momento vio un destello de pánico en sus ojos y lo comprendió-. Todo está allí. Nunca
he tocado nada de eso.

Elizabeth apartó la vista, avergonzada:- Nunca pensé que lo haríais -sus ojos brillaron-. Debéis
pensar que soy un tonta...

Tomó su barbilla, forzando su mirada de nuevo a la suya:- Creo que erais una niña asustada que
hizo lo que pudo para sentirse segura en un mundo destrozado por la guerra. Y sigo pensando que
tenéis miedo y tratáis de protegeros. Pero casarse con Randolph no es la respuesta.

-¿Y vos lo sois?

Se puso rígido ante su tono. No era una burla, pero tenía la actitud suficiente para estar
condenadamente cerca.

Apretó los dientes, pero mantuvo una rienda suelta a su temperamento, dejando caer su mano.

-No puedo prometeros las tierras y la riqueza que tendríais por casaros con Randolph, pero no estoy
sin medios ni sin perspectivas. Yo seré capaz de proveeros. Tal vez no de la manera en que estáis
acostumbrado, pero tampoco estaremos viviendo en un rancho. Y os puedo prometer una cosa: una
cosa que Randolph nunca podrá daros. Os puedo hacer feliz.

-¿Cómo podéis estar seguro de que no lo hará cuando hay muchas razones para creer que nos va a
servir fabulosamente?

-¿Por qué, porque es rico, guapo y encantador? Porque tiene un puñado de castillos, habla francés, y
conoce a la misma gente que vos? Nada de eso significa mierda si no queréis acostaros por la
noche, Ella.

La había enfadado. Su rostro se ruborizó y sus ojos dispararon pequeñas chispas de fuego:- ¿Y
estáis tan seguro de que no?

Sabía que estaba tratando de inducirlo a reaccionar, pero no iba a hacerlo. No iba a empujarla contra
la puerta y demostrárselo. No es que no fuera condenadamente tentador.

Pero la hizo retroceder un poco, cerrando la distancia entre ellos a un pelo. Prácticamente podía
sentir el furioso latido de su corazón contra su pecho:- Creo que la única cama en la que queréis
estar es la mía.

Trató de empujarlo hacia atrás:- Sois un arrogante...

-¿Por qué más estáis aquí sola conmigo cuando sabéis bien qué sucede cuando estamos juntos? -la
cogió de la muñeca y la envolvió alrededor de su cintura para que sus cuerpos se estuvieran
tocando-. ¿Por qué me habéis seguido hasta la colina? Me queréis, Ella, tanto como yo.

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Como para probar la verdad de sus palabras, su cuerpo se estremeció contra el suyo. Resonó a
través de él como un relámpago, desencadenando todo instinto primitivo en su cuerpo. Tomadla.
Hacedla vuestra.

Pero no podía ceder. Tenía que venir a él por su cuenta, no ciegamente con los ojos nublados por la
lujuria. No es que no tuviera la intención de usar la pasión entre ellos a su favor.

-¿Os hace esto? -su voz era baja y ronca-. ¿Hace temblar vuestro cuerpo con su toque? ¿Hace que
vuestro aliento se acelere y vuestros labios se separen por su beso? -movió la almohadilla de su
pulgar sobre la almohada aterciopelada de su labio inferior, deseando que fuera su boca. Quería
beberla. Quería deslizar su lengua en lo profundo y probar cada centímetro de ella.

Se acercó más, acercó su rostro a un lado de su cuello, inhalando la suave fragancia floral del jabón
que usaba para lavarse el cabello y soplar suavemente en su oído. Ella gimió, se derritió, y casi se
olvidó de sí mismo... casi.

Le deslizó una mano bajo el borde de su capa, acariciando su pecho suavemente en su mano
mientras su pulgar rodaba sobre el pico tenso. Después de retenerse durante tanto tiempo, todavía
no podía acostumbrarse a poder tocarla exactamente como quería.

-¿Hace duro estos pequeños pezones dulces? ¿Queréis su boca sobre vos, chupándoos? -jadeó ante
sus malvadas palabras, y deslizó su mano hasta su cintura para deslizarse entre sus piernas-. ¿Os
pone caliente y húmeda? ¿Queréis que ponga su mano allí mismo -le presionó- y deslizar su dedo
en toda esa suavidad cremosa?

El jadeo se convirtió en un gemido, un gemido profundo que lo incitó. Estaba tan malditamente
caliente. Su cuerpo estaba en llamas.

Su lengua le tocó el oído:- ¿Queréis que os lama? ¿Quiere probarlo hasta que os vengáis contra su
boca? -se congeló, y él se rio entre dientes-. ¿Eso os sorprende? Esa es sólo una de las cosas que
quiero haceros. Hay tantas cosas que podría mostraros sobre el placer. Quiero que estéis desnuda
delante de mí para que pueda ver cada centímetro de ese hermoso cuerpo, quiero que me montéis,
quiero sentir vuestra boca en mí.

Sus gemidos estaban llegando más fuerte ahora, y Thom no se veía afectado. La neblina que había
girado había envuelto a ambos. Nunca había hablado así con nadie en su vida. Pero quería que
supiera todo lo que podía darle, todo a lo que renunciaría. Pero estaba duro como un martillo, con la
sangre golpeando, cerca del borde de su restricción.

Thom moldeó sus manos sobre sus pechos antes de darle la vuelta y acurrucarla en la curva de su
cuerpo.

-O tal vez os gustaría por detrás -Elizabeth se arqueó en sus manos, su trasero estaba presionando
instintivamente contra su dureza-. Sí, ¿os gusta eso, cariño? -mantuvo una mano en su pecho
mientras la otra se sumergió en frente entre sus piernas, mostrándole cómo sería. Cómo podía
complacerla.

Por desgracia, también le estaba mostrando, y le tomó todo lo que no tenís para no mover sus
caderas contra ella y dejar que la fricción de ese dulce trasero presionando contra su dolorosa polla,
liberando la presión que amenaza con explotar desde la base de su espina dorsal.

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Nunca debió haber comenzado un juego que sabía que no podía terminar. Pero, Cristo, se sentía
bien. Y el conocimiento de que le gustaba lo que le decía...
Juró y se retiró.

Ella lo miró en silencio, con las mejillas enrojecidas, los labios entreabiertos y los ojos llenos de
excitación.

-Casaos conmigo y tendréis todo eso y más. Pasaré todos los días por el resto de mi vida
asegurándome de que nunca os arrepientáis -tomó su mano y se la puso en su pecho sobre su
corazón-. Mi corazón late por vos, Elizabeth. Siempre ha golpeado para vos. Y creo que el tuyo late
por mí. Por eso nunca seréis feliz con Randolph.

-¡Os equivocáis! -tiró de su mano hacia atrás como si escaldada, parecía como si estuviera cerca de
las lágrimas.

Pero al hacerlo, le dio su último argumento. Miró su muñeca, donde bajo el borde de la manga de su
capa y sobretodo de terciopelo pudo ver la delgada capa de bronce descansando contra su muñeca.

-Entonces, ¿por qué todavía usáis un pedazo de metal barato cuando vuestras muñecas podrían
cubrirse de oro y rubíes?

No dijo nada por un momento, pero solo miró la pulsera como si nunca la hubiera visto antes. Una
vida de emociones cruzó sus encantadoras facciones antes de que sus ojos se elevaran hacia él de
nuevo.

-Lo que queréis es imposible, Thommy.

-Lo sé. Hay muchas razones para que me rechacéis y sólo una para decir que sí.

-¿Cuál?

-Cuando lo sepáis, tendréis vuestra respuesta -se retiró-. Deberíais iros.

Esta vez, no discutió. Puso su mano en la puerta antes de volverse para mirar por encima de su
hombro hacia él:- Volveré mañana o al día siguiente con todo lo que necesitéis -viendo su
expresión, agregó-. No os preocupéis, no me quedaré.

-No es eso. No estaré aquí.

Sus ojos se cerraron de pánico lo que era fantásticamente revelador:- ¿Os marcháis?

-Sólo por un día o dos. Bruce tiene una misión para mí.

El rey se había decepcionado, pero no se sorprendió cuando Thom le dijo que incluso si intentaba
subir a Edimburgo -con el resultado de una muerte casi segura- no habría manera de conseguir que
otros se levantaran después de él. Con un ataque sorpresa a la guarnición en Edimburgo poco
probable -al menos desde los acantilados-, Bruce decidió centrarse en otras misiones. El primero fue
un intento de liberar a un puñado de hombres detenidos en Dunbar, otro castillo presuntamente
invulnerable situado en una roca inaccesible. Thom no tenía ninguna intención de volver a
decepcionar al rey. Si fuera físicamente posible, lo haría.

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El alivio de Elizabeth de que no se marchara era tan palpable que se dijo que sólo era cuestión de
tiempo antes de que se diera cuenta de la verdad de sus sentimientos.

-¿No es peligroso?

-No -mintió-. No tenéis que preocuparos, voy a volver sano y salvo antes de que incluso tengáis
tiempo para echarme de menos.

Ella lo miró como si no lo creyera:- Tendréis cuidado.

-Siempre.

Sus ojos se detuvieron y algo profundo y poderoso pasó entre ellos:- Entonces, id con Dios, y os
veré cuando regreséis.

Podía contar con ello.

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Capítulo 19

Elizabeth tuvo tiempo de pensar en los próximos dos días. Pero realmente no había mucho que
pensar. La respuesta -la única respuesta posible- era clara.

Thom estaba equivocado. No iba a casarse con Randolph porque estaba asustada, iba a casarse con
él porque era su deber y lo más inteligente, de hecho la única cosa racional que hacer. Cualquier
mujer en su posición haría lo mismo. Era refinado, guapo, encantador, y pronto sería uno de los
hombres más ricos y poderosos del reino. Daría prominencia, agregaría riqueza y prestigio a los
Douglas. ¡Era el sobrino del rey, por el amor de Dios! Sería una tonta no aceptar su propuesta
cuando llegara.
Casaos conmigo...

El tirón afilado en su pecho no disminuyó, no importaba cuántas veces las palabras resonaron en su
cabeza. ¿Por qué le hacía esto? Tenía que saber que lo que le pedía era imposible. No podía casarse
con él. Incluso si no estuviera Randolph, la distancia era demasiado amplia. ¿Por qué le obligaba a
hacerle daño de nuevo?

Pero esas no fueron las únicas palabras que resonaban en su cabeza. Sus mejillas se calentaban cada
vez que pensaba en la forma en que le había hablado. Las cosas que había dicho. Las cosas que
había hecho.

Todavía podía sentir la cálida presión de su mano entre sus piernas mientras su parte inferior se
apretaba contra la columna de acero de su virilidad. ¿Podría realmente...?

Sí, sabía que podía. Así como también sabía que tenía razón: le gustaría. Sospechaba que le gustaría
todo lo que le hiciese.

¡Ardiendo por confundirla! Para distraerla. Por tratar de apartarla de su curso. ¿Cómo se suponía
que debía pensar en otra cosa cuando todo lo que podía pensar era en sus palabras traviesas y sus
malvadas promesas?

Lo quería, no podía negarlo. Pero estaba equivocado si pensaba que era suficiente para hacerla feliz.
Nunca estaría feliz con la vida que propuso, donde sería la clave para los cotilleos de muchos de los
otros nobles, donde el dinero que había escondido no sería suficiente para mantenerlos alejados de
la amenaza de la pobreza, donde estaría escondida en una casita pequeña en un pequeño pueblo sin
nada que hacer. Se volvería loca.

Randolph y ella eran perfectamente adecuados. Se llevaban bastante bien. Y Elizabeth estaba
decidida a demostrarlo. Por primera vez desde su llegada a Edimburgo, se lanzó de lleno a
conocerlo mejor y disfrutar de la ciudad, que incluía la salida del domingo al mercado después de la
misa.

Elizabeth era consciente del número de ojos que la seguían y de Izzie mientras se abrían paso a
través de los puestos llenos de gente. No fue sorprendente, dada su escolta. Imaginó que no era a
corriente que un caballero con el cotun completo y con el sequito caminaran a través de la cruz del
mercado en Edimburgo. Que fuera el sobrino del rey lo hacía aún más inusual, y los susurros

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emocionados zumbaban a través de la multitud como una colmena de abejas. Pero Isabel no les hizo
caso. Estaba divirtiéndose demasiado.

Había sido una mañana gloriosa, en gran parte debido a Randolph. Hasta el momento los había
llenado de pasteles y tartas, les había comprado más cintas de las que podían usar en toda su vida y
las hizo reír mientras burlaba -más que negociar- a los comerciantes.

Sorprendentemente, incluso Izzie parecía estar pasando un buen rato. Apenas había hablado dos
palabras a Elizabeth cuando regresó de su viaje al parque. Decidiendo que preferiría no ser
interrogada sobre sus propias actividades ese día, Elizabeth no había preguntado qué había salido
mal. Bastaba con decir que Izzie y Randolph no iban a ser amigos. Elizabeth se había sorprendido
cuando Izzie había accedido a acompañarla hoy, al igual que Randolph al verla. Pero a medida que
pasaba el día, el sol y la atmósfera festiva hacía su magia, cualquier tensión que hubiera sentido
entre ellos se había desvanecido.

El grupo se detuvo a mirar a un comerciante que vendía manzanas haciendo malabares con la fruta
en lo alto del aire, las mujeres aplaudiendo cada vez que agregaba una pieza adicional. Cuando
finalmente perdió a los ocho, Randolph insistió en comprar toda la canasta y mandó a uno de sus
hombres a llevarla al campamento.

-Creo que huele las tartas de ciruela por delante -dijo mientras se alejaban del presentador. Ambas
mujeres gruñeron.

-No podía comer otra bocado -dijo Elizabeth.

-Yo tampoco -dijo Izzie, poniéndole una mano sobre el estómago-. No comeré otro dulce durante
una semana.

Randolph y Elizabeth intercambiaron una mirada y sonrieron. Ambos sabían lo que un dulce
significaba para Izzie. Probablemente estaría allanando las cocinas de las monjas en pocas horas.

-Bueno, si no más tartas, tal vez podamos encontrar algo más que os pueda gustar.

Randolph tenía una sonrisa de conocimiento en su rostro cuando se detuvo frente a un comerciante
de joyas. Cuando sir Thomas había salido del campamento de asedio, llevaba el yelmo debajo del
brazo, pero lo dejó en una de las mesas para coger un broche de camafeo. Dijo algo al comerciante
que no podía oír, y el hombre se mostró muy emocionado cuando asintió con la cabeza y sacó algo
de la bolsa que llevaba en la cintura.

Era una pulsera. Una muy hermosa. La cuerda gruesa de oro fue diseñada en un patrón tejido
intrincado. Cada media pulgada o así era una piedra grande alternando rubíes y granates.

Randolph le ofreció su aprobación:- ¿Qué tal esto?

El estómago de Elizabeth se cayó con algo sospechoso como temor. Su corazón comenzó a latir:-
No podría -dijo ella-. Es demasiado costosa.

-Bobadas. No es nada.

Nada para él, pero podía alimentar a una familia durante un año o dos, tal vez más. Pero no era sólo

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el costo, era lo que significaba. Un brazalete de oro y piedras preciosas no era una cinta o una tarta.
Hubo una sola ocasión en la que era aceptable dar a una mujer soltera este tipo de joyas, y eso era
un compromiso o una boda. De hecho, se esperaba que la entrega de joyas correspondiera a la
posición de la nueva novia.

Sir Thomas hacía esencialmente una declaración pública de sus intenciones. La ironía de que
eligiera un brazalete no se le escapaba.

Elizabeth quería negarse, pero sabía lo que eso significaría. Y quería casarse con él. Por supuesto
que sí. Hoy había probado que les serviría bastante bien. Incluso si no quería acostarse con él por la
noche... Ella frunció la boca. La parte de la cama vendría más tarde.

Así que después de otra protesta cortés pero de medio corazón, le permitió poner la pulsera en su
muñeca. Era una sensación pesada y extraña. Y por un momento ridículo escuchó lo que sonaba
como el aplauso de hierros en sus oídos.

-Gracias -dijo-. No sé qué decir.

-Es una mera bagatela. Habrá más... mucho más ... espero que pronto -dijo con un galante arco
sobre su mano.

Era un momento perfecto -o lo que debió haber sido un momento perfecto-, pero era casi como si
fuera por la apreciación de los que lo rodeaban más que por lo otro. Sir Thomas sabía lo que se
esperaba de él como uno de los caballeros caballerescos más renombrados del reino y actuó en
consecuencia.

Eso no quería sugerir que fuera de ninguna manera erróneo o falso. Más bien que no había
sentimiento real detrás de sus acciones.

¿Era el sentimiento lo que quería? ¿Era justo esperar de él lo que ella no exigía de sí misma?

Visitaron algunas cabinas más, se rieron y siguieron disfrutando del bullicio de la actividad a su
alrededor, pero se había echado un extraño manto durante el día. De hecho, Izzie se había vuelto
notablemente silenciosa.

Elizabeth no podía pretender estar decepcionada cuando uno de los hombres de Randolph lo
encontró diciendo que era necesario volver al campamento. Parecía que Eduardo de Bruce, el conde
de Carrick, había llegado de Roxburgh para reunirse con su hermano el rey en el camino para
comenzar el sitio en Stirling.

Haciendo sus disculpas, Randolph se marchó sin demora, prometiendo verlas en la abadía más
tarde.

-Si conozco a mi tío Eduardo, esperará un banquete.

-Me alegro de que sea domingo -respondió ella con una sonrisa burlona.

Una sonrisa regresó, recordando su anterior conversación:- Espero que tengamos más para celebrar
en los próximos días.

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No perdió lo que quiso decir. Iba a proponer formalmente los esponsales. Oh Dios.

-Quizá -contestó con lo que esperaba que confundiera con timidez en lugar de incomodidad.

Las dos mujeres visitaron algunas puestos más -con Elizabeth comprando tela para un nuevo velo-
antes de decidirse a regresar a la abadía. Sería hora de prepararse para la comida del mediodía
pronto.

-¿Hay algo mal? -le preguntó a Izzie mientras caminaban por la colina, dos de los hombres de Jamie
las seguían discretamente detrás.

-Por supuesto que no.

-Parecéis molesta.

Su prima sacudió la cabeza:- Sorprendida, quizás. Pensé que podríais estar reconsiderándolo. Sé que
no o gusta.

-Me gusta Sir Perfecto lo suficientemente. ¿Qué no me gusta? -bromeó, repitiendo las palabras de
Elizabeth de Blackhouse con una nota añadida de diversión seca. Elizabeth trató de no reírse de Sir
Perfecto, no queriendo animar a sus sobrinitos, por muy graciosos que fueran.

-Simplemente pensé que podríais estar interesada en otra persona.

Elizabeth suspiró profundamente en casi un gemido:- ¿Es tan obvio? -la boca de Izzie se giró con
ironía.

-Para mí y Joanna, tal vez.

-Por favor, no me digáis que también lo escucharé de vos.

Izzie se echó a reír y negó con la cabeza:- No -pero luego se puso seria-. ¿Lo amáis?

Esa era una pregunta que no se haría. No podía amarlo. Era tan simple como eso.
Izzie lo entendería. No era como Joanna, era práctica como Elizabeth:- Esa es una pregunta
inusualmente sentimental viniendo de vos, prima.

-Tal vez me siento inusualmente sentimental -Elizabeth le lanzó una mirada desafiante.

-¿Importa?

-Supongo que no -admitió Izzie-. El partido con Randolph es bueno, excelente. El que tiene el hijo
de su herrería no es sólo un mal partido, es horrible. Habría consecuencias -soltó una carcajada,
como si le hubiera ocurrido algo-. ¿Rechazar a Randolph por el hijo de un herrero? Señor, casi
desearía que pudierais hacerlo sólo para ver la cara de Sir nadie-nunca-me-ha-rechazado. No puedo
decir que no me gustaría verlo derribar una o dos clavijas.

Dejaron de hablar mientras entraban por la puerta, notando una conmoción en el patio. Un grupo de
jinetes acababa de llegar.

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El corazón de Elizabeth saltó, dándose cuenta de quiénes eran. Había sospechado que la misión de
Thommy era con la Guardia, pero no fue hasta que lo vio de pie al lado con un par de hombres
riendo que sus sospechas fueron confirmadas. Pero una rápida mirada al grupo y un estudio más
largo de Thom le dijeron mucho más. Sólo los miembros de la Guardia habían ido con ellos. Y la
estrecha camaradería entre el grupo que siempre la había golpeado... se extendió a Thom.

Lo estaban contratando, se dio cuenta. Y tuvo que admitir que la realización la asombró un poco.
¿Era Thom lo suficientemente bueno como para pelear junto a algunos de los mejores guerreros de
la cristiandad? Parecía que sí.

Estaba orgullosa de él. Sintió un inmenso orgulloso de él. Pero frunció el ceño, dándose cuenta de
repente de algo más. ¡Le había mentido! Si estaba en una misión con la Guardia, podía estar segura
de que era peligroso.

Estaba tentada a pisotear allí y reprenderle por la falsedad -y de hecho podría haber hecho
exactamente eso- si alguien más no la hubiera golpeado a él. Se detuvo en seco cuando una mujer,
una hermosa mujer morena, se apresuró a saludarlo. Debió haber salido del refectorio.

Thom le dio la espalda, por lo que Elizabeth no pudo ver su expresión, pero la que estaba en el
rostro de la mujer fue suficiente para hacer que su corazón se apoderara de ello.

Era la mirada intensa y coqueta de una amante, o una mujer decidida a hacerlo así. Miraba a Thom
como si le perteneciera y no pudiera esperar para poner sus manos sobre él.

-¿Quién es? -preguntó Izzie a su lado.

Elizabeth sacudió la cabeza:- No lo sé -pero su corazón se apretó. Sospechaba que era su viuda.

***

-Lady Marjorie Rutherford -confirmó Eduardo de Bruce más tarde en la comida del mediodía.
Elizabeth fingía no escuchar su conversación con Jamie-. Se cansó de esperar a MacGowan por lo
que decidió coger las propias reglas, por así decirlo. Admiro a una mujer con manos decididas -se
rio de la burla, ignorando la mirada censurada del abad a unos cuantos asientos, y tomó otra copa
larga de su copa, que por el volumen de su voz y sus bromas, Elizabeth sospechaba que contenía
algo más fuerte que el vino.

La broma podría ser inapropiada, pero era dolorosamente precisa. La bella viuda tenía de hecho
manos determinadas. Cada vez que Elizabeth miraba la mesa a través del pasillo, la –dama tenía
sus manos sobre él. Nada demasiado explícito: un roce del brazo, un roce de sus dedos, un -
irreflexivo tacto de su hombro cuando dijo algo que le divirtió, que parecía ser a menudo, y una vez
cuando su mano se había deslizado debajo de la mesa para -Elizabeth juraba que en su pierna-.

Algo parecido al pánico se había apoderado de ella. Un sudor frío le estalló en la frente, su pulso se
disparó, y las náuseas nadaron en su estómago.

No sabía si quería vomitar o marcharse de allí y arrojar a la mujer fuera del banco, probablemente
un poco de ambos. Era la ira -que era injusta e irracional- lo que hizo que Elizabeth se diera cuenta
de que la emoción era celos.

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Si la mujer no fuera tan bonita. Pero con su cabello oscuro, sus ojos inclinados y sus llamativos
labios rojos, tenía una sensualidad y un exótico atractivo con el que Elizabeth no podía competir. Su
reacción, su distracción, no pasó desapercibida.

-¿Lady Elizabeth? -preguntó Randolph-. ¿Estáis indispuesta?

Ella sacudió su cabeza:- Tal vez un poco cansada –sonrió-. Y tal vez todas esas tartas están
revolviéndoseme -parecía tan preocupado que se arrepintió de la broma-. Sólo estaba bromeando.
Ahora, ¿estabais mencionando algo sobre sus nuevas tierras en Badenoch?

Además del condado de Moray, a Randolph se le había dado el antiguo señorío Bruce de
Annandale, el señorío Comyn de Badenoch, el señorío del Hombre y el señorío de Lochaber. Sólo
al hermano del rey se le había concedido más. El conocimiento debía complacerla, emocionarla. No
podía haber esperado un mejor matrimonio.
Os puedo hacer feliz...

-Sí, el castillo de Lochindorb es una estructura impresionante, Comyn podría haber elegido la cama
equivocada para acostarse, pero sí sabía cómo construir un lugar para ponerlo, pero los interiores
necesitarán modernización. El toque de una mujer, si queréis. ¿Esperaba que estuvierais dispuesta a
ayudarme?

El sentimiento de pánico se apoderó de ella de nuevo y esta vez no tuvo nada que ver con Lady
Marjorie y sus manos errantes. Sabía lo que estaba preguntando y sabía lo que debía decir. Pero la
respuesta fue más difícil de formular de lo que debería ser.

Incapaz de encontrarse con su mirada, miró hacia abajo:- Sería un honor, mi lord -su voz sonó
mucho más suave de lo que pretendía.

Si él notó su indecisión, no lo dejó ver. Tenía la respuesta que quería. Estaba de acuerdo en casarse
con él. Elizabeth temió a medias que pudiera ponerse de rodillas e hiciera una propuesta
espectacular justo en medio de la comida. El horror se apoderó de ella. Bien, ¿haría eso?
Se salvó de averiguar cuando Joanna le hizo una pregunta.

-¿Oí que algunos prisioneros fueron liberados de Dunbar, mi lord?

-Sí -dijo Randolph-. Aunque no estoy seguro de que se suponga que debáis saberlo. Pero parece que
su amigo MacGowan es un escalador altamente calificado. Apuesto a que los ingleses piensan que
esos hombres salieron volando de la torre de la prisión -explicó que los prisioneros de Dunbar
estaban en la base de una torre sobre una roca separada del resto del castillo, accesible sólo a un
lado. A menos que -estos- se acercaran desde el mar y treparon a la roca.

Elizabeth no estaba segura de querer oír nada más. ¡Dios en el cielo, podría haber sido asesinado!
Lo que Thom consideraba peligroso... no quería contemplarlo.

-Lástima que no pueda escalar el Castillo de Roca -agregó Randolph con una sonrisa irónica-. Tal
vez podríamos finalmente poner fin a este sitio maldito.

Elizabeth había sentido la sangre deslizarse de su cara ante sus palabras, que rezaba en broma:- Pero
un intento de escalar del Castillo de Roca... Eso sería semejante al suicidio, mi lord. Es inatacable.

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Thom no sería tan tonto, ¿verdad? Por favor, decidme que no es por eso que la Guardia lo está
reclutando?

Ella echó un vistazo en su dirección, sintiendo una puñalada en su pecho cuando vio las dos cabezas
oscuras dobladas, evidentemente inmersos en la conversación.

Randolph se puso a la vez contrito, ofreciéndole una sonrisa reconfortante:- No quise causaros
preocupación. No estoy tan ansioso por las mejores escapadas de vuestro hermano en Roxburgh.
Escalar esa roca no es una opción. Tendremos que tomar el castillo a la antigua... con paciencia.
Aunque me gustaría tener más de ello.

Obviamente había confundido la fuente de su preocupación, pero lo había aliviado de todos modos.

Le devolvió la sonrisa:- Me siento aliviada de oírlo, mi lord -podía decir algo sobre encontrar
maneras de distraerlo de su aburrimiento, pero coquetear con él se sentía... incorrecto. En su lugar,
dijo-. Estoy segura de que se rendirán pronto. Por lo que habéis dicho, no pueden aguantar mucho
más sin ser raprovisionados. Y creo que tenéis hombres en el lugar que verán que no sucede, ¿no?
-Randolph se encontró con su mirada, sabiendo a qué hombres se refería. Hombres sobre los que
nadie debía conocer.

-Sí, de hecho.

-Después de los últimos años, creo que merecéis un poco de alivio de la batalla. ¿Quizás podríais
mirar el asedio como un descanso para lo que está por venir?

Randolph le dedicó una mirada larga y apreciativa:- Esa es una buena manera de verlo. Trataré de
recordarlo que cuando esté maldiciendo en el barro, las trincheras sin fin, y mirando a las puertas
cerradas que quieren abrir -miró hacia abajo de la mesa-. ¿Dónde está vuestra prima hoy? Espero
que no esté sintiendo los malos efectos de nuestras indulgencias matutinas.

Elizabeth sacudió la cabeza:- Dijo que tenía algunas cartas para escribir y se uniría a nosotros más
tarde -frunció el ceño, dándose cuenta de que la comida estaba casi terminada. Supongo que tenía
más que hacer de lo que se dio cuenta.

-¿Vuestra prima escribe?

-Sí, así como un escriba. Mi tía insistió. Tuve la suerte de compartir con ella, al tutor de sus
hermanos por un tiempo, aunque me temo que nunca aprendí tan bien como Izzie. Si ella hubiera
sido un muchacho, mi tío dijo que podría haber ido a Oxford.

Se rio de la idea misma. ¿Una mujer erudita?.- Extrañamente, casi puedo verlo. Es inusual, su prima
-casi sonaba como un cumplido.

Habría dicho tanto si no hubiera captado el movimiento por el rabillo del ojo. Un rincón de su ojo
que inconscientemente había sido fijado en la otra mesa. Contuvo el aliento. Thom y su viuda se
marchaban. Juntos. Solos.

Sus pulmones parecían llenos de plomo fundido. Sintió el impulso loco de ir tras ellos y sabía que
sus pensamientos debían haber sido claros para que todos vieran cuando Joanna le hizo una
pregunta tonta con una mirada preocupada en su rostro y un rápido movimiento de cabeza. No lo

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hagáis.

-¿Tenéis algún plan para la tarde, Elizabeth? -le preguntó su cuñada.

-No.

-Bueno, esperaba que me ayudaráis con algo.

Elizabeth tomó su significado. Podría encontrar a Thom más tarde, en la fragua. Pero fue un
pequeño consuelo para preguntarse qué estaba haciendo ahora mismo.

***

Esto era más difícil de lo que esperaba. Thom había pedido hablar en privado con lady Marjorie,
pero ahora que estaban fuera de la casa de huéspedes de la abadía, donde el rey y otros se quedaban,
no sabía cómo empezar.

Decir que se había sorprendido al verla era un eufemismo. Sin duda Eduardo de Bruce pensó que
estaba haciendo un favor a Thom de escoltarla aquí, pero sólo había hecho la situación más
incómoda.

Sabía que no iba a poder casarse con lady Marjorie, casarse con ella por las razones equivocadas
sería tan malo como para Elizabeth casarse con Randolph, pero prefería no haber tenido que
decírselo después de haber viajado todo este camino para verlo esperando una propuesta.
Infiernos.

-¿Tal vez deberíamos sentarnos?

Había un banco mirando por encima del jardín lateral donde la condujo, y ambos se sentaron. Había
puesto un poco de espacio entre ellos, pero se acercó a él y le puso la mano en el brazo. La
muchacha parecía tener una docena de ellos. Tuvo que esforzarse para no abandonar su posición.

-No hay ninguna razón para estar nervioso -dijo ella tímidamente-. Creo que ambos sabemos por
qué estamos aquí.

Thom sofocó otra maldición, su boca cayó en una línea sombría. Esto sólo estaba empeorando.
Tenía que detenerlo antes de decir algo que le causara vergüenza. Tal vez algo en su expresión la
alertó. Un resplandor duro apareció en su ojo.

>-Si no lo supiese mejor, podría pensar que no os alegráis de verme.

-Me sorprendí -se cubrió-. Pero siempre me alegra ver a una amiga.

Ella se inclinó más cerca, poniendo su mano en su muslo. En lo alto de su muslo:- Había pensado
que éramos más que amigos.

La invitación estaba clara. Pero no lo iba a tomar. En su lugar, le quitó la mano:- Me temo que todo
lo que podemos ser es amigos.

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Ella retrocedió, sus ojos se estrecharon. Era una mujer hermosa, pero de nuevo el parecido felino lo
golpeó. Si hubiera silbado y arqueado la espalda, no se habría sorprendido.

-No entiendo. Creí que teníamos un entendimiento.

-Yo esperaba que algo más pudiera ser posible, pero me temo que ya no es el caso. Os pido
disculpas si os he hecho creer lo contrario.

-¿Os disculpáis? -prácticamente escupió, su cara apretada con indignación cuando se levantó del
banco y se volvió contra él-. No puedo creer que esté escuchando esto. ¿Ya no pensáis que algo más
conmigo es posible? ¿Tenéis alguna idea del honor que os hice de considerar tal partido? Si alguien
debe estar haciendo el rechazo, soy yo. Deberíais estar de rodillas agradeciendo a Dios por vuestra
buena fortuna.

Thom sintió que su rostro se ruborizaba y la mandíbula se apretaba, pero tomó su azote verbal y no
trató de defenderse. Tenía derecho a su ira y, según la mayoría de las normas, probablemente tenía
razón. Un resplandor frío y calculado apareció en sus ojos hundidos.

>-¿Podéis decirme la razón de este repentino cambio de corazón?

-No sería justo para vos. No me importáis de la manera que os merecéis.

Lo miró como si esperara que terminara una broma. Después de una larga pausa, se echó a reír:-
¿Por Dios, habláis en serio? El amor no es lo que yo quería de vos -sus ojos se deslizaron sobre su
cuerpo de una manera que no podía ser malentendida. Lo quería en su cama. Se sonrojó nuevamente
por la ira, sintiéndose como un semental en el mercado-. Realmente sois un campesino,
¿no? Sólo los campesinos piensan en el amor como una razón para el matrimonio.

El desprecio pareció sorprendentemente difícil. Thom se puso de pie, con la mandíbula tan dura
como un bloque de hielo.

-Nuevamente, pido disculpas por cualquier problema que pueda haberle causado. Pero creo que es
mejor que me vaya ahora -antes de que dijera algo de lo que se arrepentirían.

Dio un paso hacia el lado para bloquearlo:- Sois un tonto. Nunca se casará con vos -su mirada se
clavó en la suya-. Sí, ¿no pensaríais que no noté la forma en que mirabais a la preciada hermanita de
James Douglas cada vez que se volvía? Me di cuenta, pero no lo pensé dos veces. ¿Sabéis por qué?
Porque no había razón. No hay forma en el infierno de que la ilustre señora Elizabeth Douglas
considere casarse con alguien tan bajo a ella, y aunque estuviera inclinada a bajarse, su ambicioso
hermano nunca lo permitiría. ¡Por Dios, se rumorea que está casi prometida con el conde de Moray!

Sintió el músculo debajo de su mandíbula comenzar a hacer tic:- Está equivocada.

No especificó qué, con la esperanza de que tomara su respuesta y la dejara ir.

En su lugar sólo pareció aumentar su diversión:- Casi lo siento por vos. Cuando os deis cuenta de lo
que perdistéis... Todo por nada -sacudió la cabeza, su sonrisa diciéndole que estaba disfrutando de la
idea-. Podríais haber sido un caballero, vivir en un castillo, gobernar tierras sustanciales, y en su
lugar tendréis suerte de seguir llevando esa espada si Sir James se entera de vuestras intenciones.
Probablemente hará que Bruce os expulse de su ejército y os envíe de vuelta de donde vinisteis.

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Thom deseó poder decir que también estaba equivocada. Pero no. La reacción de Douglas no era
algo que no hubiera considerado, sólo esperaba estar en mejor posición con la Guardia y contar con
la ayuda de Jo y Elizabeth cuando llegara el momento.

Finalmente, se apartó para dejarlo pasar.

-Me voy. Hemos terminado aquí. Y no os molestéis en venir a buscarme cuando os deis cuenta de
que no os tendrá. No os tomaría si vinierais arrastrándoos de rodillas desnudo y mendigando, no es
que no aprecie la vista -sus ojos lo volvieron a escanear-. Qué desperdicio.

Qué escapada estrecha.

Deseando dejar atrás el desagradable intercambio, Thom sólo estaba ansioso por hacer lo que le
ordenaba. Pero sus palabras permanecieron con él más de lo que quería.

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Capítulo 20

Había pasado la tarde antes de que surgiera la oportunidad de que Elizabeth se escapara. Jamie
había sido inusualmente lento en dejarlas volver a sus funciones después de la comida del mediodía.
Se suponía que iba a acompañar al rey a una cacería, y por un tiempo temió que pudiera pedir
permiso para quedarse en la abadía con ellos.

-Id -dijo Joanna unos minutos después de que finalmente se fuera-. Tomad esto -le entregó una
bolsa pequeña pero pesada que contenía las piedras y el oro que podía derretirse para usarlo en la
espada. Os cubriré si James regresa mientras os vais.

Elizabeth la miró con inquietud:- ¿Estáis segura? No quiero causar ningún problema entre vosotros.

Jamie había estado haciendo muchas preguntas sobre sus planes para más tarde hoy. No podía ser
nada, o podía sospechar algo. Elizabeth no quería poner a Joanna en una posición incómoda ni
obligarla a mentirle a su marido.

-Dejadme a mí preocuparme por James. Sé que estáis ansiosa por ver que Thom tiene todo lo que
necesita.

Ambas sabían que no era la razón de su ansiedad, pero Elizabeth apreciaba la pretensión. Después
de salir de la casa de huéspedes, se encontró con Simon, el mismo joven guerrero que había tomado
su última vez, en los establos e hizo el corto paseo a la fragua.

Esta vez Thom la oyó cuando entró. Miró hacia arriba, pero no paró lo que estaba haciendo de
inmediato, terminando de martillar el metal mientras hacía calor antes de pegarlo en un barril de
arena para enfriar. Ya estaba trabajando en la espiga.

La miró, obviamente esperando. Recordando la razón de su visita, sacó la bolsa con el oro y las
joyas y se la entregó.

-Aquí. Jo pudo comprar todo lo que pedísteis.

No se molestó en mirar dentro, pero asintió con la cabeza y puso la bolsa en el banco de trabajo.

-Gracias -se miraron el uno al otro en silencio por unos momentos-. Si no hay nada más, debo
volver a trabajar.

¿Eso era todo lo que tenía que decir? No iba a explicarlo.... ¿cualquier cosa? Sus manos puestas en
el pliegue de lana de su capa. En su estado de agitación, dijo:

-Os vi con Lady Marjorie.

Una ceja se arqueó en leve sorpresa:- Sí.

Elizabeth se quedó boquiabierta:- ¿Sí? ¿Eso es todo lo que tenéis que decir?

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-¿Qué más se supone que debo decir?

Cruzó la habitación hacia él, deteniéndose a unos cuantos metros con las manos en las caderas:- Es
la viuda con la que planeabais casarte.

-¿Eso es una pregunta?

Apretó los dientes, sintiendo la distinta necesidad de pisarle el pie. ¿Cómo podía ser tan indiferente?
¿Estaba siendo obstinadamente obtuso? Estaba actuando como si nada hubiera pasado. Como si no
hubiera pasado un par de horas con otra mujer prácticamente en su regazo, como si no se hubiera
marchado con ella... a solas.

-No, no es una pregunta -su pie podría haber movido de un lado a otro-. Sí, es una pregunta. ¿Os
vais a casar con ella?

No tuvo la amabilidad de traicionar ninguno de sus pensamientos con su expresión. Dios lo sabía,
probablemente pensó que estaba loca, sin duda estaba actuando así:- ¿Hay alguna razón por la que
no debería hacerlo?

-Pensé... –casaos conmigo. Se sonrojó-. No la queréis.

Había más de una pregunta en su voz de lo que pretendía. Esta vez, ambas cejas se alzaron de
sorpresa.

-No sabía que era un requisito previo para el matrimonio. De hecho, parezco recordar que me
dijisteis otra cosa.

Sus ojos nunca dejaron los suyos. Sólo cuando cambió su mirada hacia el suelo la liberó. Se quedó
allí, desdichada, queriendo llorar, pero incapaz de negar sus palabras. Tenía razón, y no tenía
derecho a interferir. Lady Marjorie sería una buena esposa. No quería que él cambiara sus planes
por ella, ¿verdad? ¿Qué pasaba con Randolph?

Sus acusaciones en Roxburgh volvieron a ella. ¿Seguía pensando en él como si fuera de ella?
¿Todavía asumiendo que estaría siempre allí para ella? Thom no era suyo, y ella no debería estar
aquí.

Cruzó la distancia entre ellos, levantando su rostro hacia él con la parte posterior de su dedo debajo
de su barbilla. Su voz era ronca y tierna:- No me voy a casar con ella, Elizabeth.

Ella escaneó su cara, parpadeando con lágrimas:- ¿No lo haréis?

Sacudió la cabeza:- Le dije que las circunstancias habían cambiado, y ya no era posibl".

-Oh.

-Sí, oh.

La sensación de alivio que no tenía derecho a sentir era abrumadora. Lo miró a los ojos, sin saber
qué decir. Su mano todavía le sostenía la barbilla, pero un pulgar se había movido para acariciar su
labio inferior.

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-Os amo, cariño. Sólo a vos. Y mi matrimonio con Lady Marjorie por las razones equivocadas
cuando amo a alguien sería tan equivocado como que vos os casaráis con Randolph. Además, en
caso de que no estuviera claro la otra noche, ya os he pedido que os caséis conmigo.

-Thom, yo... -no puedo. Pero antes de que pudiera decirle que se negara, su boca estaba sobre la
suya, y todo lo que podía pensar era que nada se había sentido más bien.

Sus primeros dos besos habían sido una explosión de pasión, el tercero una tierna expresión de
amor, y ésta... Esto era una lección de seducción. La cortejó con sus labios y la atrajo con su lengua,
los largos y lentos golpes lamiendo profundamente en su boca, insinuando y prometiendo mucho
más.

Se burlaba, tentaba, le daba una muestra de los placeres carnales que la esperaban si sucumbía antes
de retirarse lentamente. Era una danza magistral, calculada para volverse loca de querer. Funcionó.

No se cansaba de él. Su calor. Su gusto. Quería hundirse en el calor de su abrazo y nunca dejarlo ir.
Lo agarró con más fuerza, deslizándose los brazos alrededor de su cuello para presionar su cuerpo
más completamente contra el suyo. Ella gimió.

Thom gimió.

El beso se intensificó. Podía sentir su control deslizándose. Sentir la seducción suave tomar en un
borde más duro, más útil. Tomó su trasero, levantándola contra él, y la sensación de él grande y
duro, golpeando entre sus piernas y contra su estómago, la volvió cálida y sensual y la llenó con un
ansia perversa. Un deseo de más.

Sí, esto es lo que quería. Todo lo que quería. Si le hubiera dado lo que deseaba, nunca lo sabría.
La puerta se abrió:- MacGowan, yo... Ah, infiernos, lo siento.

El sonido de la puerta se había disparado, pero era obvio, por la expresión de Lachlan MacRuairi,
que había sido demasiado tarde. Había visto más que suficiente para saber lo que había
interrumpido.

Thom se había movido instintivamente para protegerla de la vista del otro hombre, pero no había
esperanza de que no la reconociera.

-Volveré después -le ofreció MacRuairi.

-Dadme unos minutos -dijo Thom.

Pero el descubrimiento, como un cubo de agua helada, había traído a Elizabeth a duras penas de
vuelta a la realidad. Quizás por primera vez, se dio cuenta exactamente de lo que estaba arriesgando
por estar con él. Todo.

Si MacRuairi se lo decía a alguien...

Las llamas en sus mejillas estaban empapadas en hojas heladas de pánico.

-¡No! -exclamó Elizabeth, y luego menos inflexiblemente explicó-. Estaba saliendo. Joanna me

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está esperando. Estaba haciendo un recado para ella. Es un secreto. De James.

Se dio cuenta de que estaba balbuceando y cerró la boca.

-Estoy seguro de que lo es -MacRuairi dijo irónicamente, un capricho divertido torciendo sus
labios. Cuando sus mejillas se encendieron de nuevo, añadió-. No os preocupéis. Douglas no oirá
hablar de vuestro secreto.

Entendiendo lo que quería decir, soltó un suspiro de alivio. No diría nada.

El desastre había sido evitado... ¿pero por cuánto tiempo? No podía seguir haciendo esto. ¿Por qué
no podía mantenerse alejada de él? ¿Sus sentimientos eran más profundos de lo que se daba cuenta?
¿Estaban haciéndola perder de vista lo que era importante? Sintió la repentina necesidad de correr.

Thom la cogió del brazo antes de que pudiera huir:- No hemos terminado aquí, Ella.

Lo miró, sintiendo su corazón apretarse con un feroz desorden de emociones -el más grande de
ellos-, anhelando. Lo deseaba con cada fibra de su ser:- Lo sé.

La encontraría más tarde, y ellos resolverían esto. De una vez por todas. Al parecer satisfecho, dejó
caer su brazo y la dejó ir.

Thom murmuró una maldición cuando la puerta se cerró detrás de ella. No era así como esperaba
que terminara la tarde. Casi la había tenido, maldita sea. Había estado tan cerca de admitir sus
sentimientos por él. Diablos, si hubiera sabido todo lo que le costaría verlo con otra mujer, lo habría
intentado hacía mucho tiempo.

Todavía no lo podía creer: había estado celosa. ¿No se daba cuenta de que la única mujer con la que
había tenido ojos era ella?

Pero no había podido resistirse a burlarse de ella. Dios lo sabía, lo había estado torturando lo
suficiente la semana pasada con Randolph, y dejarla pensar que podría estar considerando casarse
con alguien por unos minutos, parecía una miseria en comparación, especialmente porque la
obligaba a confrontar sus propios sentimientos. Habían estado allí al límite. Un pequeño empujón
era todo lo que necesitaba.

Aunque tenía que admitir que se había desviado un poco de ese beso. Tal vez debería estar contento
de que MacRuairi los hubiera interrumpido.

-Lo siento por eso -dijo MacRuairi-. Pero aquí va una sugerencia. La próxima vez que penséis en
poner vuestra vida y vuestro futuro en la línea al tocar a la hermana de Douglas, es posible que
deséise cerrar la puerta. Cristo, cualquiera podría haber entrado aquí.

Thom hizo una mueca, sabiendo que tenía razón:- Sí, intentaré recordar eso.

MacRuairi le dio una mirada dura, aunque con MacRuairi no había nada más:- No preguntaré qué
diablos estáis haciendo.

-Mejor.

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-No es asunto mío -terminó como si Thom no hubiera hablado-. Pero espero que os deis cuenta de
lo que está en juego. Encajáis bien y Dios sabe que necesitamos eso después de Seton. Pero si
Douglas o MacLeod se enteran...

La mandíbula de Thom se endureció:- No necesitáis decir nada más. Entiendo.

-¿Sí? Espero por todos los demonios que valga la pena.

Lo valía, pero eso no era ninguna preocupación de MacRuairi.

Se sorprendió de lo mucho que significó escuchar a MacRuairi decir que encajaba bien. Lo hizo, se
dio cuenta. No importaba lo poco probable que pareciera. Era el único de entre ellos, pero en la
Guardia importaba lo que hicierais, no lo que fueseis. Eran jefes, hijos de lairds -incluso un
heredero de un condado-, pero no había rango entre ellos, no había séquitos que los siguieran, ni
pretensiones. Si el Jefe le pedía a uno de ellos que cavara en un pozo, lo harían sin vacilar.

Esto es lo que había estado buscando, comprendió Thom. Ser parte de algo que importaba. Algo que
lograría por su propio mérito. En alguna parte de la línea ganando un lugar en la Guardia se había
convertido en lo más importante para él, incluso más importante que ganar su título de caballero.

-¿Supongo que estáis aquí por una razón? -preguntó.

-"Dos, en realidad. Quería hablaros de una pulsera. Helen mencionó que había visto a lady
Elizabeth con una. Creo que la hicisteis por ella.

Sin saber a qué se dirigía, Thom asintió:- Fue un regalo de hace mucho tiempo.

-Helen dijo que el diseño del manguito era único, y esperaba que pudieraos hacer algo similar para
mí.

-¿Para tu mujer?

MacRuairi sonrió:- No exactamente -cuando describió lo que quería, Thom tenía una idea de para
quién podría ser. Había visto los tatuajes que los miembros de la Guardia tenían en sus brazos y
había oído mencionar al fantasma, un espía que tenían en la corte inglesa. Pero no se había dado
cuenta de que la espía era una mujer.

-¿Podéis hacerlo? -preguntó MacRuairi.

-Cuando me den los materiales. No debería llevarme mucho tiempo.

-Bien, pero tomaos el tiempo que necesitéis. Quiero que esto sea... especial -Thom asintió con la
cabeza. entendiéndolo.

-¿Dijisteis que había dos razones?

-Sí, parece que no tendremos la noche libre después de todo. El rey tiene una misión para nosotros.

Acababan de regresar de su última misión más temprano, pero Thom no se quejó. Cada misión le
daba la oportunidad de probarse a sí mismo y lo acercaba a un lugar en la Guardia. Parecía que

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todo lo que había deseado estaba a su alcance. Pero a veces se sentía como si estuviera caminando
sobre el filo de una navaja, un movimiento equivocado y todo se derrumbaría.

-¿Cuándo nos vamos?

-Tenéis unas pocas horas, pero quizás queráis empacar una manzana o dos extra para cualquier
caballo que acabéis usando, tenemos un largo viaje por delante -Thom murmuró una maldición, y
MacRuairi sacudió la cabeza-. No pensé que alguien fuera tan antinatural como Santo en un caballo.
Pero lo avergonzasteis.

Thom le dijo que se fuera a la mierda y sacudió la cabeza:- ¿Cómo demonios un isleño se convirtió
en un buen jinete de todos modos? ¿No se supone que debéis viajar en barcos?

Un destello blanco sugirió que MacRuairi estaba realmente sonriendo:- También soy bueno con eso.
Espera hasta que vayamos al oeste para vuestro entrenamiento. Espero que sepáis cómo nadar -
Thom lo miró, se dio cuenta de que hablaba en serio y volvió a maldecir.

MacRuairi no estaba sonriendo ahora, se estaba riendo:- Os vais a divertir dos semanas. MacLeod
lo llama Perdición, pero para vos puede ser peor que el infierno.

Thom ni siquiera iba a preguntar. Estaba seguro de que no quería saberlo pero lo descubriría pronto.
Los guardias parecían asumir su puesto en el equipo. Pero hasta que MacLeod viniese a él, no iba a
tomar nada por sentado.

Después de que MacRuairi se fuera, Thom terminó de trabajar en la perfección de la espada y


limpiarla. Había esperado terminar la conversación con Elizabeth esta noche, pero tal vez era mejor.
Le daría la noche para pensar. Pero era hora de poner esta incertidumbre entre ellos para descansar.
Por todos ellos, necesitaba tomar una decisión.

***

Elizabeth prácticamente corrió de regreso a la abadía -Simon tuvo que esforzarse por mantenerse al
día con ella-, pero no pudo escapar de la verdad. Era lo único que explicaba su incapacidad para
dejar ir a Thom, su búsqueda de él, su conducta pecaminosa y los celos y el pánico que había
sentido por Lady Marjorie. Su amor por Thom no era sólo amistad. Tampoco era sólo lujuria.
Lo amaba.

Pero como le había dicho a Izzie esta mañana, cuando regresaban del mercado, ¿qué importaba?
¿Su gran epifanía realmente cambiaba algo? ¿Se daba cuenta de que le gustaba a Thom por la razón
suficiente para que rechazara a Randolph, o simplemente hacía que todo fuera más difícil y
doloroso?

Casaos conmigo... Os puedo hacer feliz.

¿Podría? ¿Sería realmente tan horrible? ¿Estaba dejando pasar un período difícil en su infancia y lo
que podría influir en sus decisiones demasiado?

Oh Dios, ¿qué iba a hacer? Se sentía precariamente cerca de las lágrimas mientras le daba las
gracias a Simon por acompañarla y se volvió para dejarlo en la puerta de entrada.

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Necesitaba encontrar a Joanna. A esta hora del día, cerca del anochecer, su cuñada probablemente
todavía estaba con algunas de las damas de la corte bordando con Lady Margaret y Matilda, la
hermana de Bruce. A las hermanas jóvenes del rey se les había dado la cámara más grande, y allí se
reunían cuando sus deberes lo permitían. Las mujeres que permanecían en la abadía estaban
trabajando en una nueva Bandera para Bruce que sería llevada a la batalla cuando los ingleses
vinieran en junio.

Pero antes de que pudiera encontrar a su cuñada, su hermano la encontró. Estaba saliendo de la casa
de huéspedes donde se alojaban cuando estaba a punto de entrar.

-Simplemente iba a buscaros –dijo-. ¿Dónde demonios habéis estado?

-Haciendo un recado para Jo.

Su rostro se oscureció:- Eso es lo que ella dijo. ¿Dónde?

-No puedo decíroslo -se protegió. Caray, sabía que había sospechado algo!-. Es un secreto.

-Eso es lo que dijo también -sus ojos se estrecharon sobre los de ella-. Pero apostaría mi espada
favorita que ambas estáis mintiendo.

-No es una mentira -dijo, con la boca en una línea obstinada-. Técnicamente.

-Fuisteis a ver a MacGowan, ¿verdad? -no dijo nada, pero se limitó a mirarlo fijamente-. ¿Debería ir
a preguntarle a Simon? -amenazó.

Elizabeth sabía que estaba atrapada. No iba a hacer que Jamie intimidara al pobre Simón por culpa
de ella:- Dejadlo fuera de esto. Sólo estaba cumpliendo con su deber.

-¡Lo sabía! Maldita sea, Ella. ¿Qué estáis haciendo? ¿Y por qué diablos estáis involucrando a Jo a
mentirme?

-No estábamos mintiendo, y no la involucré en nada.

La miró duramente:- Sí, si conozco a mi esposa, probablemente fue toda su idea. No ha ocultado su
deseo de veros a vos y a Thom juntos. No importa cuántas veces le diga que es imposible.

-¿Es realmente tan imposible? -preguntó Elizabeth en voz baja.

Su pregunta pareció sorprenderle. Cuando respondió, gran parte de su ira se había desvanecido.

-¿De verdad necesitáis preguntarme eso? Randolph me habló antes. Se ha ofrecido por vos, y le he
dado mi permiso. Os lo pedirá formalmente mañana -hizo una pausa-. Esto es lo que queríais, Ella.
Pensé que seríais feliz.

-Es lo que quería –dijo-. Al menos lo que pensé que quería.

-¿Y ahora no?

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Lo miró suplicante, el hermano mayor al que siempre había mirado hacia arriba:- No lo sé.

La cruzó entre sus brazos y la abrazó, dándole consuelo como lo había hecho tantas veces en su
tumultuosa juventud devastada por la guerra, especialmente después de la muerte de su padre.
Después de un momento, retrocedió.

-No necesito deciros lo bien que este partido con Randolph es... demonios, es obvio. Seríais esposa
de uno de los hombres más ricos y poderosos de Escocia. Pero esa no es la única razón por la que
quiero que os caséis con él. Randolph es un buen hombre, Ella. Uno de los mejores que he
conocido, no le digáis que lo dije -añadió secamente-. No os vería con alguien que no pensaba que
pudiera haceros feliz -su irónica elección de palabras no se perdió en ella-. ¿No os gusta?

Ella sacudió su cabeza:- Me gusta mucho -lo que no es como...-. Es solo que...

Su boca se tensó:- MacGowan.

Elizabeth asintió.

Algo en su expresión cambió. Por un momento vislumbró al Douglas Negro, el hombre que había
golpeado el terror en el corazón del enemigo que susurraba su nombre en el mismo aliento que el
Diablo.

-¿Os ha tocado? Si ese bastardo os ha comprometido de alguna manera ...

Sabiendo que había algunas cosas que su hermano nunca entendería, le cortó rápidamente:- No me
ha comprometido -eso era cierto-. Tampoco me tocó de cualquier manera que fuera impropia –eso,
tal vez, fue un poco menos cierto. Sus ojos se estrecharon, notando su lenguaje cuidadoso, y
añadió-. Lo conocéis, Jamie. Thom nunca me trataría deshonrosamente.

James estudió su rostro antes de arrepentirse. Sentado en el banco, sonrió:- Sí, MacGowan siempre
ha tenido una racha feroz de honor y nobleza en él. A veces cuando éramos jóvenes, hacía un mal
rato. Deberíais haberlo visto cuando se enteró de lo de Jo -se frotó la mandíbula-. Cristo, no creo
que me hayan golpeado tanto nunca.

-¿Thommy os golpeó?-dijo con un tono de asombro. Por supuesto habían estado en peleas en su
infancia, pero para que Thom golpeara a su señor como un hombre... James podría haberlo
castigado severamente si hubiera querido-. ¿Por qué?

De repente, parecía incómodo, como si lamentara hablar tan libremente:- Creía que le había hecho
daño a Jo. Estaba en lo cierto.

Elizabeth sostuvo su mirada por un momento. Siempre se había preguntado qué había sucedido
entre su hermano y Jo unos años atrás, justo en el momento en que Thom se había ido, pero de los
trozos que había recogido a lo largo de los años, tenía una idea bastante buena.

Tal vez su hermano comprendiera acerca de comprometer y tocar más de lo que se daba cuenta. No
es que pudiera confiar en él. Quizás Thom no la hubiese comprometido, pero dudaba que Jamie
considerara la distinción suficiente para impedir que lo matara.

-Todavía debería matarlo -dijo Jamie, haciendo eco de sus pensamientos-. Le dije que se mantuviera

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alejado de vos.

-Me ha pedido que me case con él.

Jamie explotó en el banco a su lado:- Ese bastardo. ¡No tenía derecho! Le dije que nunca aprobaría
una relación entre vosotros.

Elizabeth le agarró la muñeca, impidiéndole que cogiera la espada y lo persiguiera:- ¿Incluso si yo


lo amase?

Se quedó quieto:- No es suficiente, Ella.

-Lo fue para vos y para Jo.

-Esto no es nada como Jo y yo. Thom es el hijo de un herrero. No importa lo alto que suba en el
ejército de Bruce, no puede cambiar eso. Nada lo hará más adecuado para vos. Nada. Cristo, en
comparación, Jo es una princesa, y habéis visto lo difícil que ha sido. Habéis visto la burla, el
desprecio, y habéis escuchado los comentarios. Gente como nosotros casándose por debajo de
nosotros... Es una ofensa el sentido de lugar de la comunidad. Del bien y del mal. De honor y deber.

-¿Y lo lamentáis?

No vaciló ni un instante:- Ni por un minuto. Pero no os equivoquéis: las situaciones no son las
mismas. Joanna era la hija de un barón, y yo soy el Señor de Douglas, poderoso en mi propio
derecho con la capacidad de hacerme más poderoso con mi lugar en el ejército del rey. El partido
con Thom no sólo será visto como desafortunado, sino que será visto como una vergüenza, como
algo vergonzoso. Nunca será aceptado. Muchas de las personas que os dieron la bienvenida a sus
hogares ya no querrán socializar con vos -viendo su expresión, suavizó su tono-. No estoy diciendo
esto para haceros daño, estoy tratando de protegeros. Para bien o para mal, quiero asegurarme de
que sabéis exactamente cómo sería, cómo sería vuestra vida si os casáis tan lejos de vos. No puedo
de buena fe tolerar tal partido. Sin un sustento o una tierra propia, ¿cómo viviriáis? Apuesto a que
MacGowan no tiene más de unas pocas libras para su nombre en este momento. ¿Volveréis a vivir
en Douglas?

Elizabeth deseaba poder decir que no se había blanqueado, pero lo hizo. Recordó la pequeña casa
oscura que había visitado hacía tantos años. Las paredes de acampar y manchadas de hollín, los
pisos cubiertos de lluvia, las ropas esparcidas, los platos sucios...

-No necesito deciros que no hay nada romántico en la pobreza... lo habéis experimentado por vos
misma. ¿Cuánto tiempo creéis que durará vuestro amor cuando en vez de dirigir un castillo, una
docena de castillos, estéis cocinando, limpiando y contando cada centavo? -pensó en las bolsas de
monedas que había escondido -”continuó guardando monedas- y su estómago anudado-. Tal vez
MacGowan se convertirá en un caballero, y ganará algo de tierra en el camino, tal vez pueda pagar
un par de criados en unos pocos años. Pero no será fácil.

Ella lo sabía. Había estado allí antes. Pobre, rechazada, y.. miserable.

James juntó sus manos y le dio un apretón, impávido por su silencio continuo.

-Os conozco, Ella. Os encanta la emoción de la corte, rodeado de gente educada, consumada, el

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bullicio de las ciudades y los grandes castillos, y todos los lujos de la riqueza porque sabéis lo que
es estar sin ellos. ¿Podéis ver a MacGowan en un salón de París o sentado en la mesa del rey
durante una fiesta en uno de los castillos reales? Ni siquiera habla el mismo idioma -el francés era el
idioma de los noble-. Estar escondida en un pequeño pueblo en algún lugar os matará. ¿Es eso lo
que queréis? -dejó que la pregunta perdurara por un momento-. Randolph os dará todo lo que habéis
soñado. ¿De verdad queréis arriesgarte por un futuro incierto con MacGowan?

El cuadro que pintaba había tocado sus más oscuros temores. ¿Podría ser feliz así? ¿Su amor sería
suficiente? Podría...

Tal vez percibiendo su vacilación, Jamie se sumió en la matanza. Maniobraba la única hoja que
enfocaba todo en realidad agudo.

-¿Y los niños, Ella? ¿Qué clase de vida queréis para ellos?

¿Niños? Elizabeth lo miró horrorizada. No había pensado en niños. O tal vez no había querido
pensar en ellos.

De repente se sintió enferma. La pregunta de Jamie evocaba recuerdos dolorosos. Recuerdos de


esos días oscuros donde nadie los ayudó.

Debe haber sido tan difícil para su madrastra, a solas con tres hijos proteger, dos de ellos apenas
más que bebés, pero lo había ocultado tan bien. La formidable Señora Eleanor, que a lo largo de sus
dificultades nunca había mostrado un toque de temor o vulnerabilidad, había parecido la persona
más fuerte que Elizabeth conocía.

Pero incluso su aparentemente indestructible madrastra había sido rota por los gritos de hambre de
Hugh. Elizabeth nunca olvidaría ver las lágrimas de Lady Eleanor y, peor aún, su desamparo y
miedo ante el estómago vacío de su bebé. Se había dado por vencida, y si no fuera por la bolsa de
monedas que la abadesa le proporcionaba a su tío en Bonkyl, habrían terminado en un hospicio.
Un bebé. Niños. ¿Cómo podría Elizabeth protegerlos mejor? ¿Qué deber tenía para ellos?

Ella miró a Jamie sin decir palabra, su corazón sentía como si estuviera siendo exprimido en un
tornillo. Las lágrimas brillaban en sus ojos, pero sólo había una sola respuesta.

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Capítulo 21

Al siguiente día, cuando Randolph se acercó a ella con su propuesta, Elizabeth aceptó. El marcado
contraste entre la sincera oferta de Thom y el estilo de negocios de Randolph, tal vez lo hizo más
fácil de soportar. No había confusión. Sabía exactamente lo que estaba haciendo. Esto no era
romance, esto era deber, seguridad, y adelanto. Las cosas que siempre había querido.
Jamie la había enviado llamar antes de la comida del mediodía. Estaba en la cámara privada del
abad con Randolph, pero en cuanto llegó, se fue.

Después de ofrecerle un asiento en un banco, Randolph comenzó con un tono formal, sin tonterías
que nunca había oído de él antes.

-Lady Elizabeth, estoy seguro de que no es ninguna sorpresa que vuestro hermano y yo hayamos
estado discutiendo la posibilidad de una alianza entre nuestras familias. Como ya sabéis, mi tío me
ha concedido muchas tierras nuevas últimamente, y ya es tiempo de que yo tenga una esposa para
ayudarme y sentarse a mi lado en la mesa alta -le dirigió una pequeña sonrisa, Como si la concesión
a la inminente condena de su soltería la satisfaciera-. Vuestro hermano me ha asegurado que habéis
sido bien entrenada en vuestros deberes, y todo lo que he visto soporta esto. Vos sois, sin duda, la
mujer más hermosa de la corte, encantadora, y seréis un activo para mi carrera y futuro. No puedo
pensar en ninguna razón por la que no le convenga -frunció el ceño. ¿Había estado buscando una?-.
Con su hermano preparado para sostener gran parte del sur de Escocia, y mis posesiones en el norte
y en las tierras medias, la conexión entre nuestras familias creará una alianza formidable. Vuestro
hermano ha proporcionado una generosa dote, con el que estoy muy contento. De hecho, todos los
detalles importantes en el contrato de esponsales se han resuelto.

Todos los detalles importantes, menos uno, pensó con ironía. A saber la pequeña cuestión de su
acuerdo. Pero, ¿por qué no lo daba por sentado? Sólo una tonta lo rechazaría, y él lo sabía:- Si sois
dócil –continuó-. Podemos firmar el contrato de esponsales mañana.

¿Dócil? A pesar de toda la galantería y la emoción de la propuesta de Randolph, podría haber estado
discutiendo la venta de ganado en el mercado. Viniendo de uno de los caballeros más famosos de
Escocia, un hombre conocido por sus cortesanas gracias y caballerosidad, la propuesta era casi
ridículamente poco romántica. ¿No debería caer sobre una rodilla y lanzar alusiones al cielo y a su
belleza?

Incapaz de resistirse, se encontró preguntando:- ¿Y qué voy a recibir en este trato, mi señor?

En su mayor parte se burlaba, pero respondió sin rodeos, apreciando claramente su actitud de
negocios:- Os convertiréis en una de las mujeres más ricas del reino, y ganaréis una conexión real,
como lo harán vuestros hijos. Seréis dama de cinco castillos -en la cuenta actual- y actuaréis en mi
lugar cuando esté lejos. Recibiréis quinientas mercaderías como parte de vuestro contrato de
matrimonio, y en mi muerte recibiréis el resto: un tercio de nuestra propiedad en ese momento.

Elizabeth se alegró de que estuviera sentada o de que no se hubiera deslizado al suelo. Todos los
pensamientos de burla huyeron. Miró fijamente a Randolph con un choque de cara blanca.

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¿Quinientos mercaderes eran una pequeña fortuna y un tercio de su propiedad? Era lo máximo que
podía proporcionar una viuda, y mucho más de lo que podía haber anticipado dada su vasta riqueza.
Randolph vivo o muerto, sería una mujer muy rica. Tenía lo que quería: su futuro y el de sus hijos
estaban seguros.

Al ver su expresión, le dirigió una sonrisa irónica:- Sí, vuestro hermano era un negociador duro. Se
aseguró de que estuvierais bien provista, pasara lo que pasara.

-No sé qué decir -dijo ella, todavía sintiendo.

-Sí, parece de alguna manera apropiado -dijo con otra media sonrisa.

Lo miró fijamente, la simple palabra pegada en su garganta. Pensó en Thom como lo había visto por
última vez trabajando en la fragua, un poco sudoroso, con la cara manchada de hollín, vestido con
un simple delantal de cuero y pantalones, y más pecaminosamente atractivo que cualquier hombre
tenía derecho a serlo. Pensó en su expresión cuando había acunado su cara en su mano, y la forma
en que su pecho se había hinchado hasta que su vestido se sentía demasiado apretado. Pensó en su
boca en la suya cuando la había besado, y en cómo su cuerpo se había derretido contra el suyo como
si pertenecieran juntos.

Os amo. Siempre te amaré.

Apartó los recuerdos, recordándose a sí misma como le había dicho a Jo no hacía mucho tiempo
que no era romántica. El amor por sí solo no era una razón suficiente para casarse. El deber, la
seguridad, la familia, el poder y las alianzas sí. Siempre había visto el panorama más amplio. La
gente como ella simplemente no se casaba con quien quisieran. Su matrimonio tenía que tener un
propósito, y la felicidad personal no lo era.

Respirando hondo, miró hacia arriba para enfrentar a Randolph:- Sí. ¿Qué más puedo decir, pero sí.

Si se dio cuenta de la extraña manera de decir su respuesta, no dio ninguna indicación. Asintió.

-Informaré a vuestro hermano. Estará contento. Sé que está ansioso por resolver este asunto.

Elizabeth estaba segura de que Jamie lo estaba. Pero, ¿qué le pasaba a Randolph?

No podía decir por su expresión, que parecía inusualmente ilegible, pero pensó que debía tener
algo más en su mente. ¿Quizá el sitio?

Con el asunto decidido, no quedaba más que celebrar. El compromiso fue anunciado en la comida
del mediodía a una alegría resonante y un flujo constante de felicitaciones de los bien intencionados
que pasaron por la mesa alta durante toda la comida.

Si el estado de ánimo parecía un poco moderado, Elizabeth lo atribuyó a la temporada. Sólo había
tantas tostadas que podían ser criadas antes del abad durante la Cuaresma, no porque el rey y James
estuvieran permitiendo que las detuviera. Ellos, y muchos de los hombres del séquito de Randolph,
parecían decididos a extender la celebración hasta bien entrada la noche.

Sentada en la mesa alta entre el rey y su futuro esposo, Elizabeth esbozó una sonrisa brillante en su

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rostro e hizo lo posible por aparecer como debía: feliz, emocionada y honrada por su buena suerte.
Era más difícil de lo que debería haber sido. Habría sido imposible que Thom hubiera estado allí. El
hecho de que la mirara -observando todo esto- le hacía sentirse retorciéndose.

Pero al parecer, él y los Fantasmas se habían ido de nuevo. Había querido encontrarlo después de
aceptar la propuesta de Randolph para decirle su decisión en persona antes de que lo oyera de otra
persona -por mucho que temiera herirlo de nuevo, le debía eso- pero Jo dijo que se había ido la
noche anterior.

El suyo no era la única ausencia de las festividades del día. Su prima también se había ausentado.
Izzie había afirmado estar enfermándosey quería descansar para estar listo para la ceremonia de
esponsales de mañana. Elizabeth esperaba que estuviera bien.

Al menos Joanna estaba aquí, sentada junto a Jamie. Pero la alegría forzada de Jo hizo que
Elizabeth quisiera que no lo estuviera. La reacción de su cuñada cuando Elizabeth le dijo la noticia
había sido un abrazo de felicitación que quizás era un poco demasiado apretado y un deseo no
sincero de felicidad. Estaba claramente decepcionada pero no sorprendida. Elizabeth no sabía si eso
la hacía sentirse mejor o peor.

Sólo una vez había intentado decir algo, pero Elizabeth la había cortado rápidamente:- Por favor,
Jo, esto no es fácil para mí. No hagáis más difícil hacer lo que debo hacer.

Joanna la había mirado, sin duda leía la verdad en sus ojos, y asintió. Pero Elizabeth podía sentir su
tristeza.

A medida que la comida avanzaba, notó que Randolph parecía inusualmente callado. Su cortés
charla se había agotado después de la tercera hora. Sonreía y se echaba a reír ante los chistes que se
dirigían a los hombres de la mesa -que se volvía cada vez más torpe al pasar la tarde- y alzó el vaso
junto con los demás, pero no pudo evitar notar que no parecía estar bebiendo mucho.

Había supuesto que quería este partido tanto como su hermano. Cuando llegó a Edimburgo, estaba
segura de que sí. Pero en la última semana había habido un cambio sutil, y por primera vez se le
ocurrió que podría no ser la única que había tenido que persuadirse.

Era un pensamiento desconcertante.

Cuando finalmente se disculpó, pidiendo la necesidad de prepararse para la ceremonia de


desposorios mañana por la mañana, supo que no estaba imaginando su alivio. Sin embargo, su
insistencia en llevarla a la casa de huéspedes instigó un buen número de comentarios desagradables,
que fingió no oír.

Pero su corazón comenzó a latir nerviosamente. ¿Era eso lo que pretendía? Pensó que sólo estaba
buscando una manera de escapar, también. Pero eran prometidos ahora, y había una cosa que aún no
había hecho.

¿Por qué la idea de besarle la llenaba de miedo?

Consciente de que los ojos de ellos al salir del refectorio, no podía evitar el rubor que manchaba sus
mejillas. La explosión de aire fresco al salir parecía un alivio bienvenido. De hecho, la comida
había durado mucho. Ya estaba anocheciendo. Aparte de algunos monjes que se movían, y un

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puñado de guardias que patrullaban la puerta y el patio, la abadía estaba tranquila y pacífica.
Caminaron en silencio hacia la casa de huéspedes. Elizabeth estaba empezando a relajarse,
pensando que realmente sólo tenía la intención de escoltarla, cuando se detuvo de repente.

-Esto es ridículo.

-¿Lo es? -preguntó.

-Sí. No hay razón para esta torpeza entre nosotros. Somos amigos, y eso no tiene que cambiar
porque estemos casados.

No estaba seguro de a qué se refería, así que dijo:- ¿Mi lord?

Se pasó los dedos por el pelo:- No estoy haciendo un trabajo muy bueno de esto. Todo lo que quiero
decir es que creo que nos entendemos. Sabemos dónde estamos. Este partido es bueno para ambos.
No necesitamos fingir nada más porque estaremos compartiendo una cama.

Sus ojos podrían haber redondeado su discurso brusco, si no se le ocurrió que estaba nervioso.
Había algo extrañamente encantador en uno de los más vengados pícaros de Escocia porque
estuviera nervioso. Y aunque estaba torpemente puesta, comprendió lo que quería decir. Realmente
le alivió escuchar que lo decía: no había expectativas de ningún lado.

-Estoy de acuerdo, mi lord.

-¿En serio? -inmediatamente se animó y lanzó un suspiro de alivio-. Estoy tan contento de oiros
decir eso. Me preocupaba que fuerais una de esas muchachas cuya cabeza estaba llena de cuentos
románticos y de cuentos de hadas.

Cuando me haga mayor, me voy a casar con vos.

Dejó de lado el recuerdo, sólo tenía seis años, por el amor de Dios. No lo sabía.

-Lejos de eso -le aseguró.

-Sabía que no erais el tipo de mujer que hacía demandas irrazonables -casi sonaba como si se
estuviera refiriendo a alguien en particular. Sonrió-. Tal vez sea mejor si lo sacamos del camino.

Ahora sus ojos se ensancharon:- ¿Mi señor?

Rio:- No me refería a los temas de cama, me refería a un beso -se agachó para cubrir su barbilla.

Cada instinto gritó para alejarse. Decirle que no. Decirle que no podía hacer esto.

Pero tenía que hacerlo. Se quedó allí congelada mientras bajaba su boca a la suya. Justo antes de
que sus labios tocaran los de ella, dijo:

-¿Y no creéis que es hora de que me llaméis Thomas?

***

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La luz ya estaba cayendo cuando Thom y la Guardia de los Highlanders entraron en el campamento.
Después de pasar la mayor parte de las últimas veinticuatro horas en la silla de montar, todo lo que
quiso hacer fue quitar la tierra de él en el río y arrastrarse bajo su plaid por unas horas de sueño.

-¿Dónde está todo el mundo? -preguntó MacLeod al capitán encargado, uno de los hombres
domésticos de Randolph.

-Todavía en la abadía celebrando. Me imagino que estarán allí algún tiempo todavía.

-¿Celebrando?

-Sí. El conde ha anunciado su esponsal.

Como Thom estaba ocupado tratando de evitar los dientes de su caballo cuando desmontó y desató
la bolsa de su silla de montar, al principio no creía que lo hubiera oído bien. No fue hasta que sintió
todos los ojos en él que se dio cuenta de lo que se había dicho.

-¿Esponsal? -repitió con una sorprendente igualdad para un hombre que se sentía como un bastón
que acababa de golpearlo en el pecho. Su expresión no dio ninguna pista de la devastación que
estaba teniendo lugar dentro de él.

-Sí -dijo el joven capitán, sin comprender la súbita tensión en el aire-. Con la hermana de Douglas.

Tomó todo lo que Thom no teníaa para cruzar la distancia entre ellos, levantar al hombre por la
garganta y llamarlo mentiroso. Si realmente hubiera creído lo que había dicho, podría haber hecho
eso.

Pero no lo creía. No hasta que se encontró a la entrada del refectorio, miró por encima del mar de
celebrar a los ocupantes, y se encontró con la mirada compasiva de Jo, cuando supo que era verdad.
Se tambaleó, sintiendo como si el mundo acababa de inclinarse y todo lo que supiera ya no fuera
así.

Tenía que haber alguna explicación. No se casaría con otra persona. Lo amaba.

Tenía que encontrarla. Pero de los dos asientos vacíos al lado del rey, se dio cuenta de que ella y
Randolph ya se habían marchado. No significaba nada necesariamente, pero su corazón comenzó a
golpear como una espada que golpea en un objetivo de todos modos.

Empezó a irse, pero Jo lo detuvo:- ¡Thom, esperad!

Se volvió, con la columna rígida como una vara de acero, y dijo con los dientes apretados:-
Decidme que no es verdad. Decidme que no ha aceptado casarse con Randolph.

Jo se sonrojó. Estaba claro que no podía hacer eso:- Trató de encontraros, pero os habíais ido.

-¿Se supone que eso va a salir bien? -se mordió el labio y sacudió la cabeza.

-¿Dónde está?

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Jo dudó:- Estaba cansada y se retiró hace un rato.

-¿En su propia fiesta?

-Tenía algunas cosas que ella quería hacer para mañana -parecía estar preparándolo para algo.

-¿Mañana?

-La ceremonia de esponsales.

Por segunda vez en el espacio de unos minutos, se tambaleó. Una vez pronunciados esos votos, la
perdería. No sabía por qué estaba sorprendido, pero lo estaba:- Vuestro marido no pierde el tiempo,
¿verdad?

Joanna se estremeció, pero no se molestó en intentar negarlo. Ambos sabían que era verdad. Ahora
que estaba de acuerdo, James Douglas no iba a arriesgarse a que su hermana cambiara de idea.
Thom juró y volvió a salir de nuevo.

-Esperad, ¿adónde vais?

Miró al brazo que había agarrado:- A encontrar a Elizabeth para que ella misma me lo diga.

-No estoy segura de que sea una buena idea. ¿Por qué no esperáis un poco, quizá queráis algo de
beber.

Sabía por qué lo estaba deteniendo:- Está con Randolph, ¿no? -asintió y volvió a jurar.

Joanna trató de detenerlo, pero no era capaz de escuchar la razón. La dejó de pie en la entrada
mientras salía disparado por el patio hacia la casa de huéspedes de la abadía. Estaba a punto de
oscurecer cuando vio las sombras del jardín. Se deslizó detrás del pilar de la pasarela arqueada,
observando desde las sombras. Pero el escondite no fue necesario, el señor y la dama que se
enfrentaban en la luz de la luna que hacía señas parecían tener solamente ojos el uno para el otro.
Se tranquilizó, cada músculo de su cuerpo se tensó como si se estuviera preparándose para la
batalla. Sintió lo que iba a suceder incluso antes de que la mano de Randolph se moviera hacia su
rostro.

Thom se trasladó a la empuñadura de la espada a su lado. Nunca había sentido la necesidad de


matar tan poderosamente.

Pero algo se quedó con la mano. ¿La necesidad de tortura? ¿El impulso de ver si podía hacerlo?
Empujadle lejos. Decidle que no.
Tampoco. Dejó que Randolph inclinara su rostro hacia el suyo y luego su boca tocó la suya.

Thom se estremeció, la punzada del dolor fue tan caliente y abrasadora como una hoja directamente
de la forja. Pero no podía apartarse. Se obligó a mirar incluso cuando la rabia explotó a través de su
cuerpo y una neblina roja cayó como una gruesa cortina sobre su visión. Pero fue el fuego en su
pecho el que más se lastimó.

No importaba que no hubiera un atisbo de pasión en el casto roce de los labios, o que terminó tan

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pronto como comenzó. La traición le hirió profundo y duro. Había dejado que otro hombre la
tocara, un hombre con el que había accedido a casarse, y Thom se sentía como si estuviera siendo
destrozado de nuevo. Se sentía como aquel muchacho mirando a lo que no podía tener.
No podía permitir que esto sucediera, maldita sea. No otra vez. Esta vez era diferente. No estaba
ciega y desconocía sus sentimientos. No era una niña despistada. Lo amaba... y él se lo probaría.

***

Elizabeth sintió un escalofrío detrás de su cuello justo antes de que Randolph la besara.

No, no Randolph, Thomas. El horror de su nombre la golpeó por primera vez. Dios mío, estaría
llamando a su marido por el nombre del hombre que amaba. Cada vez que dijera el nombre de
Randolph en intimidad, estaría pensando en otro. Si eso no era suficiente para estar pálida en el
momento, tenía la sensación de ser observada.

La distrajo lo suficiente como para que apenas notara la presión de la boca de Randolph sobre la
suya antes de que desapareciera.

-Ya está -dijo, como si finalmente hubiera completado una tarea desagradable-. No fue tan malo,
¿verdad?

No fue nada. No sintió nada. Si no hubiera sabido que podía romper la tierra, podría haber pensado
que fue lo suficientemente agradable. Pero, como no parecía haber una buena manera de responder
a lo que parecía más una pregunta retórica, simplemente le dirigió una sonrisa tentativa.
Mirando a su alrededor, pudo ver que estaban solos y el pelo de su nuca se relajó.

-Ahora que tenemos eso fuera del camino, no tenemos que preocuparnos por eso mañana, y
podemos volver a ser amigos. ¿Como suena eso?

Una sonrisa genuina apareció en sus labios:- Suena maravilloso.

Y así era. Todo era tan perfectamente razonable y civilizado. No había necesidad de torpeza, ni de
fingimiento. No se amaban ni necesitaban tener un matrimonio exitoso. El respeto mutuo, la
honestidad y la amistad, eso era suficiente para hacerla feliz.

Por supuesto que sí. Estaba haciendo lo correcto. No más de lo que muchas nobles habían hecho
antes que ella. ¿Por qué debería ser diferente?

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Capítulo 22

A pesar del sueño, Elizabeth no podía dormir. ¿Tal vez por la emoción de mañana? Si la emoción
que revoloteaba salvajemente en su pecho se sentía más como miedo que como excitación, se dijo a
sí misma que era natural. La firma del contrato de esponsales y el intercambio de votos eran casi tan
vinculantes como el matrimonio. Romperlo no sería fácil, y por lo menos requeriría un fuerte pago
de recompensa.

Era bien después de la medianoche cuando admitió la derrota al encontrar el sueño. Deslizándose de
su habitación más allá de una Izzie durmiendo y de las dos mujeres cansadas que los habían
acompañado, Elizabeth se dirigió por las únicas escaleras.

El aire fresco ayudaría. Como jovencita, habría subido al tejado, pero como el simple techo
inclinado de la casa de huéspedes no era accesible, se dirigió hacia el exterior. ¿Tal vez una vuelta
alrededor del patio ayudaría?

No habrá estrellas a las que mirar esta noche. La explosión de aire frío y niebla la golpeó tan pronto
como abrió la puerta, lo que hizo con cuidado para no alertar a nadie de su salida nocturna.

Se alegró por el plaid extra que había pensado sacar de su cama para pasar por su barandilla
nocturna y su gruesa bata vestida de forro de piel, pero todavía estaba lo suficientemente fría como
para reconsiderarlo. Los guijarros se clavaron en sus pies a través de la suela fina de sus zapatillas
mientras caminaba por el sendero. Un polvo de nieve muy ligero se había extendido por el suelo de
invierno duro, ya que podía sentir la humedad helada que se filtraba en el cuero suave alrededor de
sus dedos.

Tal vez esto no era una buena idea. No quería coger un resfriado.

Empezó a darse la vuelta cuando alguien la agarró por detrás. Estuvo demasiado sorprendida para
gritar al principio, y para cuando se recuperó, reconoció quién era.

Extrañamente no estaba tan sorprendida de que Thom la hubiera encontrado esa noche. Cuando
crecieron, siempre parecía sentir cuando lo necesitaba. O más bien cuando estaba inquieta y no
podía dormir. No lo necesitaba... ¿Lo hacía?

Había rodeado su cintura con su brazo y la había sujetado contra el duro y fuerte torso –más bien
escudo- de su cuerpo. Era la misma manera en él la había sostenido cuando había hablado de
hacerle todas esas cosas malvadas por detrás, y supo la sensación de él contra ella en cualquier
lugar. Justo como sabría el olor de cuero y jabón y el calor de su respiración picante contra su oreja.

-¿Segundos pensamientos?

Se quedó quieta ante el amenazador desprecio de su tono:- Sí -dijo, su aliento ligeramente desigual
por el frío, por supuesto-. Hace demasiado frío para estar fuera esta noche.

Con un gruñido bajo, la atrajo aún más fuerte. El aire de sus pulmones se escapó en un jadeo.

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-Eso no es lo que quise decir, y vos lo sabéis. ¿No querréis decirme algo, mi lady? -Elizabeth sintió
que su pulso saltaba cuando la sangre empezó a correr por sus venas. Lo sabe. Casi se alegraba de
que la sujetara por detrás, así no tendría que ver el dolor y la ira en sus ojos mientras la miraba-.
¿Nada que decir? -preguntó.

Elizabeth sabía que estaba enfadado y tenía derecho a estarlo, pero no iba a dejar que la intimidara.
Se retorció de sus brazos y se volvió hacia él.

Casi dio un paso atrás. Bueno, sí era intimidante. Todos los músculos de su cuerpo parecían
dibujados y abocinados, y su expresión era tan oscura y amenazadora como su voz, pero eran sus
ojos los que la sacudían. La cubrieron con una intensidad feroz que nunca había experimentado
antes. Se sentía como una pagano que se había comportado mal siendo llevado ante un panel de
inquisidores: culpables, condenados y presa de penitencia, o quemados en la hoguera.

Respiró hondo y forzó a su mirada para encontrarse con la suya. No había hecho nada de lo que
avergonzarse. Había sido sincera con él sobre sus planes.

-¿Qué queréis que os diga? Obviamente sabéis que he acordado casarme con el conde. Siento que
tuvierais que averiguarlo así. Yo misma os lo hubiera dicho, pero Jo dijo que estabais fuera.

-¿No creíais que me debíais una respuesta primero? ¿No me merecía una explicación antes de que
acordarais casaros con alguien más? -la expresión oscura se agrietó, revelando un destello de sus
emociones atormentadas-. Maldita sea, Ella, le vi besándoos.

La sangre se le resbaló de la cara, el pecho se le apretó por el horror... Y la culpa.

-Oh Dios, Thom, lo siento. Eso... -¿Qué podía decir? ¿No significaba nada? Pero lo hacía.
Significaba todo. Se estaba casando con otra persona, y ambos tendrían que aceptar eso.
Se incorporó y respiró hondo-. Traté de decíroslo el otro día, pero no queríais oírlo -la había besado
antes de que pudiera terminar su negativa.

Era evidente que todavía no quería oírlo:- ¿Y si hubiese vuelto mañana? Podría haber sido
demasiado tarde.

Ya era demasiado tarde.

Debía haber visto la resolución en su rostro:- No podéis casarte con él. No lo amáis. Me amais -no
dijo nada. Parecía sorprendido-. ¿No vais a negarlo?

Se encogió de hombros:- Mis sentimientos no hacen ninguna diferencia.

La miró con incredulidad:- ¿Me estáis diciendo que me amáis, y no importa?

Una ráfaga de viento la hizo estremecerse. Apretó el plaid alrededor de sus hombros mientras lo
miraba fijamente, sin saber qué decir.

Maldijo y la condujo a la dependencia más cercana, que pasó a ser los establos. Los aromas
penetrantes y el aire sofocante la envolvían. ¿Tal vez el olor sería una distracción? Aunque Dios
sabía que no había sido suficiente distracción la última vez...
No penséis en eso.

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Deslizando la puerta detrás de ellos, dijo:- Será más cálido aquí. El olor podría ser mejor, pero al
menos estaréis lejos del viento.

-Debería irme.

-No hasta que hayamos terminado.

-Terminamos. Eso es lo que he estado tratando de deciros.

-¿Cómo podéis decir eso? -se agachó y tomó su cara en una mano grande y callosa que parecía
tragarla-. Cristo, cariño, me dijisteis que me amabais.

La ternura y la felicidad en su mirada hacían que su pecho tirara fuerte contra sus costillas y casi le
robara el aliento.

Elizabeth apartó la mirada:- No es suficiente -incluso si lo anhelaba con cada fibra de su ser.

El pulgar que le acariciaba suavemente la mejilla se detuvo:- Estáis equivocada, lo es todo. Ninguna
riqueza o posición en el mundo alguna vez compensará lo que hay aquí -movió su mano hacia su
corazón y la cubrió con la suya-. Sé que esto es difícil para vos. Sé lo que os estoy pidiendo que
renunciéis.

Elizabeth sintió que un chispazo de rabia chispeaba dentro de ella:- ¿Sí? No creo que tengáis idea.

Vivía en una especie de fantasía romántica donde el amor era lo único que importaba. Pero el amor
no le ponía comida en el vientre ni un techo sobre su cabeza. El amor no proveería el futuro de sus
hijos. El amor no colmaría la brecha que los separaba a los ojos de la sociedad y lo convertía en un
marido aceptable.

>-Mi deber para con mi familia -mi único deber- es hacer un buen matrimonio. Así que, además de
ignorar eso, me estáis pidiendo que renuncie a la riqueza, la posición y la seguridad: ¿para qué tipo
de vida? ¿Habéis pensado en cómo vamos a vivir? ¿Dónde viviremos? Porque puedo aseguraros
que sin mi dote esas bolsas de monedas que he guardado no durarán mucho.

Su boca cayó en una delgada línea blanca:- No necesitamos el maldito dinero de vuestro hermano,
aunque no me sorprenda que el bastardo os castigue por casaros conmigo -no era un castigo. No
estaba aprobado-. Os dije que sería capaz de proveeros. Tengo algunas monedas ahorradas.

-Una moneda que necesitaréis si queréis convertiros en caballero -señaló-.

Podía ver su mandíbula apretarse con más fuerza. El músculo debajo de su mejilla comenzó a hacer
tic. Obviamente no apreciaba la dosis de realidad, como tampoco lo había hecho Jamie.

-Y suficiente para un lugar para vivir. Podemos tener para vivir simplemente por un tiempo, pero no
siempre será así. No puedo ver el futuro y daros todas las respuestas que queréis, pero os puedo
decir que haré todo lo que esté a mi alcance para ver que tengáis la vida que queráis. Demonios, si
eso significa vivir en París, haré todo lo posible por llegar hasta allí.

No pudo evitar que una de las comisuras de su boca se levantara:- Odiaríais estar allí. Todos hablan

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francés.

Su boca se curvó ante la broma compartida. Pero se volvió serio:- ¿No lo veis? Nada de eso
importa. Si estuvierais a mi lado, no me importaría si estuvieran hablando griego. Encontraría una
manera de hacerlo funcionar -hizo una pausa-. ¿Recordáis cuando os pedí que saltarais a ese árbol?
-asintió. ¿Cómo podría olvidarlo? Era una de las cosas más aterradoras que había hecho en su vida-.
Os estoy pidiendo que hagáis eso otra vez. Os pido que creáis en mí, que tengáis un poco de fe. Os
estoy pidiendo que saltéis.

Quería. Dios, como quería. Una parte de ella quería creer que siempre estaría allí para atraparla. Ese
amor sería suficiente. Pero la parte más importante -la parte más práctica- sabía que necesitaba más.
Necesitaba seguridad. Thom había dicho que no había ninguna garantía. Tal vez no, pero Randolph
estaba tan cerca de uno como podría esperar encontrar.

-No puedo.

Su rostro se oscureció con rabia y frustración:- Queréis decir que no lo haréis -no discutió-. Lo daría
todo por vos -dijo con ferocidad.

Elizabeth se erizó. Eso no era justo:- Lo que es fácil de decir cuando no sois el que renuncia a nada.

Su rostro se puso blanco:- Nunca pensé en llamaros cobarde, pero si continuais con esto, si aceptáis
casaros con un hombre que no amais por las razones equivocadas porque la idea de casaros
conmigo es tan aterradora, eso es lo que va a ser, y no obtendréis nada mejor de lo que merecéis.

Se sonrojó:- No me amenacéis.

La agarró por el brazo y la atrajo hacia él:- Si pensabais que os obligaría a aceptar la verdad, haría
mucho más que amenazar.

-¿Que verdad?

-Que si aceptáis casaros con él mañana, os arrepentiréis por el resto de vuestra vida. Que cada vez
que os lleve a su cama, desearéis que fuera yo. Que ningún otro hombre nunca os hará sentir lo que
yo. Que sois mía y lo habéis sido desde la primera vez que me besasteis.

La acercó un poco más, dejándola sentir el calor y la dureza de su cuerpo. Dejándola sentir cuán
perfectamente se fundían. Cómo el contacto era suficiente para desencadenar cada terminación
nerviosa en su cuerpo y llenarla de un anhelo desesperado.

Sus ojos se oscurecieron cuando bajó su boca a la suya. Acercándola muy cerca. Tan cerca que
podía sentir el sabor de su aliento en su lengua y sentir el calor de sus labios la consumía.

-¿Debo demostrároslo? ¿Debo despojaros de vuestras ropas, acostaros en ese heno y haceros el
amor hasta que la única palabra que podáis decir sea mi nombre una y otra vez mientras suplicáis
vuestra liberación? -le cubrió el pecho con la mano, moldeándolo suavemente pero posesivamente.

Como para probar su punto, su pezón alcanzó su punto máximo en el contacto. Se arqueó más
profundo en su mano y fue incapaz de morder detrás el pequeño gemido de placer o el rubor de
calor que se lavó sobre ella.

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-¿Me detendríais? ¿Me diríais que no? -se atrevió a responder-. Y si tomo vuestra inocencia, ¿qué
pasa, Elizabeth? ¿Tendríais Randolph con vos, u os veríais obligada a casaros conmigo?

Aspiró la respiración, mirándolo con los ojos desorbitados. No haría eso... ¿Lo haría? Thom era
demasiado noble para seducirla. No necesitaba preguntarse si podía. Sabía la respuesta. No podía
contener más su deseo por él que impedir que las olas se estrellaran contra la orilla.

Debía haber visto el miedo en sus ojos y haberla liberado.

-No os preocupéis, -dijo con una burlona amarga-. Puedo no tener tierra o título, pero no estoy sin
honor, ni comparto la opinión de la sociedad sobre mi valor. Ser lo suficientemente bueno para
follar no es lo suficientemente bueno. Merezco más.

Estaba en lo correcto. Más de lo que podía darle. Sin otra palabra, se marchó.

***

-Yo, Elizabeth, os tomo a vos, Thomas para que os caséis...

Thom se estremeció interiormente ante el nombre: la ironía cruel y mordaz. Debería ser yo. Aunque
su expresión no decía nada, MacKay lo supo.

-No necesitáis estar aquí -susurró el gran Highlander a su lado.

La Guardia, junto con lo que parecía ser la mitad de la ciudad, se había reunido en el refectorio para
presenciar la ceremonia. Aunque Douglas y Randolph habrían firmado los contratos esta mañana en
privado, probablemente en presencia del rey debido a la importancia de la alianza, la ceremonia de
esponsales se estaba celebrando en público ante el abad. No tenía por qué serlo, pero añadía la
importancia y solemnidad de la ocasión. Douglas no dejaba ninguna duda sobre el carácter
vinculante del acuerdo.

-Sí, sí -respondió Thom.

MacKay le dirigió una larga mirada y luego asintió:- Lo entiendo. He estado donde estáis ahora
mismo. No servirá de nada. Sólo hay una cosa que lo hará, pero que tendrá que esperar.

Nada ayudaría, pero Thom asintió de todos modos y se volvió a la ceremonia que tenía ante sí.

Elizabeth nunca había parecido más bella, y nunca esa belleza le había dejado tan frío. Miró cada
centímetro a la princesa de hielo regia con su precioso vestido plateado azul claro (el azul era el
color tradicional de la pureza), con el pelo cubierto por un velo sedoso del mismo color y asegurado
por un magnífico adorno incrustado de enormes diamantes. Sin duda, era un regalo de esponsales de
Randolph. Cada vez que se movía o un rayo de sol la golpeaba, brillaba. Ella era esa joya rara
perfecta otra vez, y él era el niño mirando hacia arriba en la magnificencia cegadora de lo que nunca
sería suyo.

Lo que ahora pertenecía al hombre igualmente deslumbrante a su lado. Randolph también estaba
equipado con sus galas -su cotun reluciente, su sobretodo brillante y colorido-, cada centímetro del

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caballero de cuentos de hadas de los cuentos de los bardos. Para completar el cuadro magnífico, la
pareja feliz estaba flanqueada por el rey en un lado y Douglas en el otro.

Douglas miró por encima de su hombro, su mirada se encontró con Thom durante una larga pausa
antes de volverse.

Tanto Douglas como Jo habían estado mirando a Thom inciertamente desde que había entrado en el
edificio, como si esperara que hiciera algo precipitado. No podía encontrarse con la mirada de Jo,
la pena sería demasiado como para soportarlo, pero la de Douglas... Douglas se encontró
completamente.

Thom había intentado años de contener la lengua y perfeccionar la indiferencia de piedra, y ahora la
utilizaba para fingir que nada de esto importaba. Para fingir que cada minuto que se veía obligado a
pararse aquí no sentía que su piel estaba siendo desollado y clavos fueron siendo cada vez más
profundo en sus huesos.

La había perdido. Había luchado por ella, y no había hecho una maldita diferencia.

Pero sus temores habían sido inútiles. Thom no iba a hacer nada precipitado. No iba a hacer nada
maldita sea, pero se sentaría aquí y miraría. Había hecho todo lo que podía anoche.

Tan herido y enfadado como Thom había estado después de su confrontación de la mitad de la
noche con Elizabeth, todavía había habido una parte de él que no pensaba que ella realmente iba a
hacerlo. Una parte que pensaba que despertaría y de pronto se daría cuenta de que lo amaba lo
suficiente como para detener sus demonios y saltar, confiando en que siempre la atraparía. Que ella
pudiera poner su fe en él. Que por muy bajo que fuese su nacimiento o el rango que los separaba,
haría lo que fuera necesario para darle una buena vida y hacerla feliz.

Pero allí, al oírla decir los votos que la atarían a otro hombre, al verla extenderle la mano para que
se deslizara en el anillo de compromiso, Thom sabía que era un idiota tan iluso como Lady Marjorie
lo había llamado. Peor aún, un loco ingenuo engañado.

Había pensado que una vez que se diera cuenta de que lo amaba, todo lo demás caería en su lugar.
Pensó que el amor sería suficiente. Que compensaría unos castillos, joyas finas y un nacimiento
bajo.

Pero se había equivocado. Mucho. Con cada palabra condenatoria, con cada momento tortuoso de
esta farsa que pasó, le estaba mostrando exactamente lo que era importante para ella. Y no era él.

Extendió un parpadeo de esperanza hasta el último minuto. Pero cuando Randolph bajó la cabeza y
tocó sus labios con los de ella, el segundo beso que Thom había tenido que presenciar, un beso que
sellaba el trato entre ellos, fue la última traición -el acto final que la sacó de su corazón para
siempre.

Le habría dado todo. Tal vez era fácil decirlo cuando no tenía la estaca que hacía, pero no lo hacía
menos cierto. Pero no había sido suficiente.

El parpadeo se apagó por última vez. En su interior se puso frío, oscuro y vacío. No quedaba nada
del amor que había sentido por ella. Ya no era suya. Pertenecía a otro hombre.
Ni siquiera podía odiarla. Comprendía por qué había hecho lo que había hecho. Para casi todo el

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mundo en esta sala, había tomado la decisión correcta. Elegirlo estaría mal. Pero no lo hacía más
fácil de soportar.

Pensó que lo amaría lo suficiente como para desafiar los dictados de la sociedad y los deseos de su
hermano. Pensó que renunciaría a la promesa de una gran riqueza por un futuro más modesto.
Pensó que lucharía por él como lo haría por ella. Pensó que la muchacha fuerte y enérgica de la que
se había enamorado se enfrentaría a los demonios de su pasado, no se escondería de ellos.

Pero tal vez había pedido demasiado. Tal vez hubiera sido poco realista, ingenuo, esperar que
renunciara a todo cuando todo lo que tenía que ofrecerle era él mismo. Ni siquiera era caballero.
Pero en las cenizas de lo que quedaba de su corazón, surgió un sentido de finalidad. Al diablo con
ella. Si no lo amaba lo suficiente como para luchar por él, si no podía ver que el valor de un hombre
no estaba en bolsas de oro, castillos o títulos, era su pérdida.

MacKay y Sutherland intentaron hacerle salir, pero se negó. Lo haría, maldita sea. Todo ello. Así
que cuando la Guardia finalmente se presentó ante la mesa alta durante la larga comida para desear
la feliz pareja de felicitaciones, Thom estaba entre ellos.

No se estremeció, no se endureció, y no evitó mirarla. Se inclinó ante ella y, con toda sinceridad,
deseó su felicidad.

-Espero que encontréis todo lo que siempre quisisteis.

Ella lo miró, pálida y herida, obviamente sin saber qué decir o hacer. Finalmente, tartamudeó:- Gr-
gracias.

Se habría movido y lo habría dejado en eso si no hubiera mirado hacia abajo y hubiera visto el
delgado borde de latón bajo su manga.

Sus músculos se volvieron tan rígidos que podrían haberse convertido en hielo. Por un apasionante
latido del corazón, quiso alcanzarlo, arrancarlo de la muñeca y arrojarlo al maldito fuego detrás de
ellos. Debió de percibir el peligro, porque inhaló un jadeo y envolvió su mano alrededor de su
muñeca.

Pero no debía haberse alarmado. Tan pronto como el destello de rabia había aparecido, huyó. Su
expresión era perfectamente impasible cuando la miró a los ojos y dijo:- Creo que probablemente
deberíais quitaros eso ahora.

Antes de que pudiera responder, MacKay lo había empujado hacia delante.

Tan pronto como estuvieron fuera del alcance del oído, el gran Highlanders le dio una palmada en la
espalda de Thom y dijo sombríamente:- Creo que eso es suficiente para esta noche. Es hora de
encontrar esa ayuda.

La ayuda resultó ser un líquido de color ámbar que ardía como el fuego que bajaba por su garganta.
Por primera vez en su vida Thom se echó a la bebida para olvidar. MacKay y Sutherland, y tal vez
unos cuantos más (sus recuerdos eran nebulosos).

Pero recordaba una cosa. Había sido una especie de concurso: los guardias siempre se desafiaban
unos a otros por algo. Thom se acordó de mirar hacia arriba desde su bandera de uisge beatha para

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ver una hoja volando sobre su cabeza. Se clavó en el muro de barandales de la cervecería a la que
los hombres le habían llevado. Otra daga había seguido... y otra. Aparentemente, estaban tratando
de marcar y jugar un juego de quién podría acercarse. Pero eso no era lo que importaba, pues una
idea había penetrado en la bruma borracha.

MacKay tenía razón. La bebida le ayudó, al menos hasta que Thom se despertó. Pero para entonces,
sabía lo que tenía que hacer.

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Capítulo 23

Todo era perfecto. Elizabeth tenía que ser la mujer más afortunada de la cristiandad. Era la
celebración de los que siempre había soñado. Estaba sentada al lado del rey, que pronto sería su tío
por el matrimonio, vestida con un hermoso vestido, bebiendo el mejor vino de la copa real (¡una
mazorca incrustada de joyas de oro!), Comiendo en platos de plata, con cucharas de plata y platos
salados en todas direcciones. Aunque era Cuaresma, su vientre estaría lleno. ¿Quién en su sano
juicio negaría una vida como esta? ¿Era tan malo no querer luchar?

Elizabeth no admitió que había cometido un error, ni siquiera cuando un sudor frío le salía por la
piel y su corazón corría tan rápido que creía que se desmayaría durante la ceremonia, o cuando no
pudo hablar a Joanna a lo largo de la noche. O cuando su estómago nauseabundo no le permitió
tomar más de unos pocos bocados de comida, o cuando ninguna cantidad de vino bebido del máser
dorado o el calor del fuego calentaba el frío dentro de ella, y especialmente cuando su corazón se
apretó en el cuello de su garganta mientras Thom se acercó para ofrecerle sus felicitaciones.

¿Qué esperaba? ¿Comprensión? ¿Perdón? ¿Que las cosas fueran iguales? Quizás no, pero tampoco
esto. La mirada en sus ojos la había cortado con mucha velocidad, y los primeros vestigios de
verdadero pánico revolotearon en su pecho. Era como si lo hubiera mirado fríamente, sin
emociones, de un extraño. El hombre que la había abrazado y la había tocado con ternura y pasión
se había ido, como era el amor que siempre había sentido, tal vez a veces dadas por sentado, y
finalmente admitió que regresaba.

Fue en ese momento que la plena importación de lo que había hecho la golpeó. ¿Qué importaba si la
copa de la que bebía era de oro si todo parecía ceniza? Había querido llamarlo. Pero, ¿qué podía
decir? Había tomado su decisión.

Incorrecta. Cobarde. Quería poner sus manos sobre sus oídos para bloquear la voz ofensiva en su
cabeza que no se tranquilizaba.

En cambio, se puso una máscara de felicidad y se quitó la pulsera, metiéndola en el bolso de la


cintura. Thom tenía razón: era el momento de poner el pasado detrás de ella.
Este matrimonio era lo que ella quería.

La sonrisa en su rostro era tan brillante que casi se convenció de que era feliz.

La comida apenas terminaba antes de que se lanzara a los planes de boda. Había tan poco tiempo
para perder. La boda debía tener lugar en la abadía en tres semanas -unos días después de Pascua y
el final de Cuaresma- y había muchos detalles a los que asistir. Todos los nobles importantes del
país estarían allí, y Randolph y el rey tenían la intención de hacer de ella la celebración más grande
que su joven reinado aún no había visto.

¿No era maravilloso? ¡Qué suerte! ¿Qué niña no soñaba con una boda de cuento de hadas para
un....?
Princesa.
Tenía el pecho apretado. Tenía que dejar de hacer esto. Tenía que dejar de pensar en él. Sabía qué
hacer para quitarse la cabeza.

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Jamie le había dado un presupuesto ilimitado para comprar ropa y zapatos nuevos -lo que Jo
llamaba su dinero de culpa- y Elizabeth no perdió tiempo en gastarlo. A la mañana siguiente,
arrastró a Joanna y su prima a aparentemente todos los cordeleros, telares y mercaderes de
Edimburgo. Cuando regresaron a la abadía, estaban exhaustas y los mercaderes de la calle principal
tenían una pocas más monedas en sus bolsos.

Elizabeth tenía montones de encajes y reborde, cintas de todos los colores, velos, monederos,
camisas, diseños de zapatillas nuevas para pensar y pilas de tela colorida para vestidos nuevos que
ahora estaban esparcidos por su cama.

-¿Qué pensáis de esto? -preguntó, sosteniendo la larga franja de azul en su cuello-. ¿Habéis visto
alguna vez una seda tan hermosa? El comerciante dijo que era lo mejor que había visto. Es todo el
camino del Lejano Oriente, no de España ni de Sicilia.

-Ciertamente era como si Marco Polo la hubiera llevado a lo largo de la Ruta de la Seda -dijo Izzie
secamente. Se había recuperado de su enfermedad, aunque parecía un poco más débil que de
costumbre-. Creo que el primo James podría tener algunos remordimientos cuando regrese.

Jamie se había marchado esta mañana en una misión a cerca de Stirling para ayudar a Eduardo de
Bruce con el asedio.

-Creo que es muy bonito -dijo Joanna. El color coincide con vuestros ojos. Y sospecho que por una
vez Jamie tendrá muy poco que decir sobre las facturas de sus mercaderes.

Elizabeth ignoró la sutil referencia a la supuesta culpabilidad de Jamie, que no tenía nada por lo que
sentirse culpable, que no la había forzado a entrar en esto, que había sido decisión de Elizabeth,
pero Joanna no escuchó.

-¿Creéis que es correcto para un vestido de novia? Quizás si tenemos al pañero añadimos algunas
perlas en el corpiño y en la parte de la enaguas visible debajo de la rendija delantera de la surcote? -
discutir diseños para vestidos nuevos era una de sus formas favoritas de pasar el tiempo.
Normalmente, podrían pasar horas pasando por encima de la colocación correcta para una pieza en
particular de recortar, bordar o rebordear. Que esto fuera para su boda debía hacerlo aún más
agradable.

Pero no importaba cuánto entusiasmo tratara de reunir, no estaba funcionando. Ninguna cantidad de
adornos podía enmascarar la falsa felicidad y el pánico en su interior. La verdad que no podía
quedarse enterrada bajo pilas de bonitas telas.
Incorrecto. Cobarde.

-Dios, ¿por qué no calláis? -Elizabeth no se dio cuenta de que había hablado en voz alta hasta que
Joanna y su prima se quedaron boquiabiertas y la miraron sorprendida-. Debo estar perdiendo la
cabeza.

Elizabeth rápidamente se disculpó. Estaba tan agotada que estaba hablando consigo misma, afirmó
con una risa aguda.

Pero no estaba engañando a nadie, menos a ella misma. La boda más espectacular, el vestido más
precioso, el par de zapatos más fantástico... Nada de eso podría cambiar lo que debería ser la parte

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más importante de la boda: el novio.
Después de todo, todo no era perfecto.

El muro de falsa bravura, cuidadosamente construido, se desmoronó, y Elizabeth ya no podía negar


lo que había sabido desde el momento en que había estado frente al abad y recitado sus votos: había
cometido un error horrible.
Y que Dios la ayudara, era demasiado tarde para hacer algo al respecto.

***

-¿Estáis seguro? -preguntó el rey.

Thom negó con la cabeza:- No, pero vale la pena intentarlo.

Estaban reunidos en la tienda de Randolph, los diez miembros de la Guardia de las Highlands,
Thom, Randolph, el rey, y el consejero más cercano del rey, Neil Campbell. Douglas probablemente
habría sido incluido si hubiera estado allí, pero Thom sabía que no era el único que se alegraba de
que no lo estuviera. Si tuvieran éxito, Randolph no querría compartir el mérito con su rival. ¿Por
eso había sido enviado a Stirling unos días?

-Si los picos no se sostienen, caeréis y moriréis -dijo MacLeod.

-Los aguantarán -dijo Thom con más certidumbre de lo que sentía.

-¿Y si no lo hacen? -preguntó MacLeod.

Thom no dijo nada. No necesitaba hacerlo. Todos conocían el riesgo. Riesgo que estaba dispuesto a
aceptar. Su papel en el ejército de Bruce se había convertido en su único foco. Estaba decidido a
ganar su título de caballero y un lugar en la Guardia.

Era el juego de lanzar puñales a la pared que lo había inspirado, aunque no fue hasta que se despertó
a la mañana siguiente con el estómago revuelto y la cabeza separándose que había imaginado cómo
podía aplicarse a la pared. Roca del castillo de Edimburgo.

Había ido a la forja a primera hora de la mañana y, en lugar de trabajar en la espada de Douglas
(que estaba casi terminada, pero a la que no quería mirar), había modificado algunos pequeños
clavos de acero. Cada una tenía aproximadamente seis pulgadas de largo y se afilaba desde
aproximadamente una pulgada de diámetro por debajo de la cabeza hasta un punto. Necesitaban ser
lo suficientemente fuertes para sostener su peso, pero delgados y lo suficientemente afilados como
para ser martillados en una pequeña grieta en la roca. Algunos de ellos, espaciados
estratégicamente, deberían permitir que Thom subiera la mera sección de muro que no había podido
pasar antes. Una vez despejado de esa sección, esperaba poder soltar una de las ingeniosas escalas
de escalada de cuerdas de Bruce, fijadas con garfios de grapas al resto de los hombres,
permitiéndoles subir tras él y -si la suerte estaba con ellos- sorprender y tomar el castillo.

MacRuairi quería subirse tras él para ayudar con las escaleras, pero Thom le dijo que sería un riesgo
innecesario.

A esto el rey estuvo de acuerdo:- No tengo ningún interés en decirle a vuestra mujer que os dejé

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caer de un acantilado.

Bruce se estremeció y el resto de los hombres se rio, aunque Thom estaba bastante seguro de que el
rey no estaba bromeando. Por lo que escuchó, Bella MacDuff era un oponente formidable. Suponía
que tenía que serlo para enfrentarse a Lachlan MacRuairi como marido.

-¿Seréis capaz de asegurar los picos sin alertar a la guarnición? -preguntó Randolph.

Esa era una buena pregunta. Independientemente de los sentimientos personales de Thom con
respecto al hombre, Randolph no se había convertido en uno de los comandantes más valorados de
Robert de Bruce, solo por su vínculo familiar. Podía ser un asno demasiado arrogante a veces, pero
era un astuto que sabía cómo manejar una espada y no tenía miedo de conseguir un poco de
suciedad en toda esa brillante armadura.

-Trataré de amortiguar la mayor parte del sonido con un pedazo de cuero o tela, pero impedir que la
guarnición oiga el martilleo será la parte más complicada de la misión -respondió Thom. Bueno, a
excepción de la posibilidad de caer y morir-. Pero pensaba que tal vez vos y vuestros hombres
podían crear algún tipo de diversión en la puerta.

Los hombres lo discutieron durante un tiempo y acordaron qué podría funcionar.

Pero había una parte en la que Randolph no estaría de acuerdo. Insistió en ser parte del equipo que
subiera el acantilado. Si esto pasaba en la historia, quería los elogios. Que Thom estaba ayudando al
hombre que había ganado a la mujer a la que quería ganar la inmortalidad de la batalla, trató de no
pensarlo. Ganaría la suya, aunque no dudaba de que Randolph fuera el hombre que la historia
recordaría.

Decidieron tomar treinta hombres. Además de la Guardia, Thom y Randolph, añadieron dieciocho
Highlanders de Randolph de Moray, todos los cuales tenían alguna experiencia en la escalada.
Thom había escogido lo mejor del lote hoy.

El rey mandaría al resto del ejército responsable del ataque de desviación de atención en la puerta.
Esperaban atraer la mayor parte de la guarnición a la puerta sur y lejos de los hombres que trataban
de subir la cara norte de la Roca.

Ansioso de tomar el castillo y poner fin al asedio de casi dos meses y medio, el rey les dijo que
procedieran tan pronto como estuvieran listos. Después de una misión de reconocimiento esta
noche, harían su intento de inmortalidad mañana por la noche.

Si esto funcionaba, Thom sabía que conseguiría su título de caballero y su lugar en la Guardia. Eran
las únicas cosas que le importaban ahora.

***

Elizabeth se estaba volviendo loca. Incluso con todo el entretenimiento y actividades que
Edimburgo tenía que ofrecer, no podía relajarse. Toda la inquietud que había experimentado en
Blackhouse y atribuida al aburrimiento del campo nunca se había acercado a lo que estaba
experimentando en este momento.

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Mónica McCarty Roca
Àriel x
Al menos no se vio obligada a fingir felicidad con su novio. Randolph y el rey habían estado
conspicuamente ausentes tanto en la cena de la noche anterior como de la comida de hoy.

¿Hubo algún progreso en el asedio? Por el bien de Randolph, lo esperaba, pero por su cuenta no
estaba tan segura. Sin la distracción del asedio, podría ver mucho más de él, y se preguntó cuánto
tiempo sería capaz de ocultar sus emociones desgastadas y agotadas.

El jueves, dos días después de los esponsales, cuando Lady Helen mencionó que iba a acampar de
nuevo para atender a los soldados, Elizabeth prácticamente saltó a la oportunidad de acompañarla.
Era justo lo que ella necesitaba para quitarse la cabeza... todo.
La idea de que pudiera ver a Thom sólo se le ocurrió después. Pensó que sería capaz de manejarlo.
Estaba equivocada.

Tan pronto como ella y lady Helen entraron en el campamento, se encontró cara a cara con él. En
realidad, como el destino lo tenía, corrió directamente hacia él mientras salía de una tienda de
campaña -la tienda del rey-, se dio cuenta de las pancartas que había en el exterior.

Al golpear el contacto, Thom instintivamente la alcanzó. Pero en el momento en que la reconoció,


se puso rígido y sacudió la mano. Se habría tropezado si Lady Helen no hubiera estado a su lado
para mantenerla firme. Por primera vez desde que lo había conocido, la habría dejado caer.

Sorprendido por el bulto, y más asombrado de que fuese él, echó un vistazo a su expresión helada y
sintió que sus emociones se rompían. La conexión se había ido.

-Lo siento -prácticamente sollozó.

Ambos sabían que no se disculpaba por haberle golpeado. Pero la mirada de piedra en sus ojos no
dejó ninguna duda de que su disculpa no fue bienvenida.

-La culpa fue mía -dijo él con suavidad-. Si me disculpáis. Mi lady -dijo, reconociendo a lady
Helen, y luego se alejó.

El látigo de dolor fue duro y profundo, partiéndola, hundiéndola, desgarrándola en tiras. Nunca se
había sentido tan indefensa. No se había dado cuenta de lo horrible que sería no tenerlo. Y peor aún,
hacer que la odiara.

En un estado de absoluta devastación, Elizabeth se quedó mirando su espalda mientras desaparecía


en el laberinto de tiendas y árboles. Su pecho ardía. Su garganta se apretaba. Quería meterse en una
burbuja y sollozar. Habría estallado en lágrimas si Randolph no hubiera salido tras él.

-¡Lady Elizabeth, qué deliciosa sorpresa!

Ella se volvió hacia él con una sonrisa acuosa:- Mi señor.

Frunció el ceño, quizás notando el brillo en sus ojos:- ¿Todo está bien?

Fue salvada de tener que inventar una excusa cuando Lady Helen intercedió en su nombre:- Me
temo que he estado haciendo reír a Lady Elizabeth un poco demasiado con mis historias de las
travesuras del joven William.

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Àriel x
Era la verdad, al menos había sido hasta que se había estrellado de cabeza contra Thom.

La explicación pareció satisfacer a Randolph, aunque le dio a Elizabeth un leve fruncimiento de


ceño antes de tomar su mano en la suya.

-¿Había algo que necesitabais? Lo siento por no enviar la palabra hoy ni anoche. Nosotros hemos
estado... ocupado.

-Lady Elizabeth se ha ofrecido amablemente a ayudarme a cuidar a los hombres hoy -dijo lady
Helen.

-Ah -Randolph sonrió-. Entonces no habéis venido a verme. Me decepcionaría si no fuera una
causa tan importante.

Elizabeth finalmente encontró su voz:- ¿Algo sucede con el sitio, mi señor?

Aunque sonrió, Elizabeth percibió una evasiva en su manera y expresión:- Ay, no. El sitio es
exactamente el mismo.

Le habría preguntado si Lady Helen no le hubiera puesto una mano en el brazo:- Deberíamos irnos -
dijo significativamente-. Estoy segura de que el conde está muy ocupado.

Randolph parecía agradecido por la interrupción, haciendo que Elizabeth estuviera aún más segura
de que estaba escondiendo algo.

Pero durante las siguientes horas, Elizabeth no tuvo tiempo de pensar en Randolph o Thom. Estaba
completamente ocupada con el flujo constante de soldados que visitaban la tienda.

Afortunadamente, no hubo lesiones graves. Era una mezcla de extremidades doloridas y tensas,
costillas magulladas, cortes, otro que necesitaba costura, problemas digestivos y unas cuantas
fiebres, sólo una de las cuales era lo suficientemente grave como para que Helen le ordenara reposo
hasta que bajara. La fiebre, como el sangriento flujo, podía propagarse por el campamento como un
incendio forestal. Que más hombres no hubieran caído enfermos en la dura miseria de un asedio
invernal fue una bendición.

Elizabeth percibió que algo estaba molestando a Helen, pero no fue hasta el final del día cuando
estaban solas en la carpa que ella finalmente habló.

-Probablemente no es mi lugar para decir nada -y si estoy sobrepasando mis límites, me disculpo-,
pero no puedo permanecer parada y ver que cometéis el mismo error que yo, de hecho si eso es lo
que estáis haciendo.

Elizabeth no tenía ni idea de lo que estaba hablando:- Me temo que no entiendo.

-Eso es porque estoy haciendo un trabajo horrible de esto. Normalmente no interfiero –la
encantadora curandera pelirroja respiró hondo-. No pude dejar de notar cómo mirabais a Thom
MacGowan. No sólo hoy, sino antes en Roxburgh.

Los ojos de Elizabeth se agrandaron de horror. Oh Dios, ¿era tan obvio?

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Lady Helen puso su mano en su brazo para consolarla, o quizás para estabilizarla, cuando de
repente se sintió temblorosa.

-No os preocupéis -le aseguró. Estoy segura de que nadie se ha dado cuenta. Pero supongo que
podría decirse que sé qué buscar. He estado donde estáis ahora mismo.

-Pero estáis casada con el hombre que amáis -Elizabeth no se dio cuenta de lo reveladoras que eran
sus palabras hasta que estuvieron fuera. Un rubor le encendió las mejillas.

-Magnus no fue mi primer marido.

Elizabeth no tenía ni idea:- ¿No lo fue?

Lady Helen sacudió la cabeza:- Estuve casada con su mejor amigo por un tiempo, en realidad.
William se fue en una misión la noche de nuestra boda y murió poco después en una explosión
-William... ¿Como su hijo?

Helen asintió, escuchando la silenciosa pregunta:- Sí, nuestro hijo lleva su nombre.

El corazón de Elizabeth se aceleró inmediatamente:- Lo siento mucho.

-Era un hombre maravilloso, y su muerte fue una gran pérdida para todos los que lo conocían:
Magnus y mi hermano sufrieron horriblemente. Pero yo no lo amaba y nunca debería haberme
casado con él. Fue injusto para él, y casi me costó el amor del único hombre que he amado. Un
hombre al que he conocido desde que era una niña.

Tal como yo.

-¿Por qué os casasteis con él?

Lady Helen se encogió de hombros impotente, como si supiera que la explicación no iba a ser
suficiente después del hecho:- Hubo muchas razones. Mi familia lo quería por uno William y mi
hermano Kenneth eran hermanos de crianza -la similitud con la estrecha amistad de James y
Randolph no se perdió en ella-. Kenneth y Magnus se despreciaban.

-Pero ahora son tan buenos amigos...

Helen se echó a reír:- No dejéis que os oigan decir eso, estarían horrorizados. Nuestras familias
participaron en una larga disputa. Elegir a Magnus habría significado no escoger a mi familia -tal
vez Elizabeth podría entender eso también-. Cuando me casé con William, pensé que había perdido
Magnus. Le heriría su orgullo en negarlo -le dirigió una mirada como si eso también le resultara
familiar-. Era un terco. Me dijo que ya no me amaba. No fue hasta después de la ceremonia que me
di cuenta de que había mentido. Pero para entonces ya era demasiado tarde.

-Como lo es para mí -dijo Elizabeth, incapaz de ocultar su desaliento.

Lady Helen sacudió la cabeza:- No es demasiado tarde. Un compromiso puede ser roto. Será
desagradable, pero confiad en mí, será mejor que la alternativa. Pero... -su voz se detuvo, como si
estuviera luchando con qué decir-. Será mejor que actuéis rápidamente.

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-La boda es dentro de tres semanas -Lady Helen no dijo nada, pero se mordió el labio-. ¿Qué?

Lady Helen sacudió la cabeza:- He dicho demasiado. Magnus estará furioso por haber dicho algo.
Pero no estoy rompiendo ninguna confidencia -parecía estar tratando de justificarse a sí misma.

Elizabeth tardó un momento en reunir todo, pero cuando lo hizo, supo por qué Lady Helen estaba
siendo tan reticente.

-Están planeando algo, ¿no? -no necesitaba una respuesta. Randolph, la Guardia, Thom... Oh Dios,
Thom. Sus ojos se abrieron y alcanzó uno de los postes de la tienda para estabilizarse. Recordó sus
anteriores temores de por qué la Guardia podría estar reclutándolo-. No puede... No lo haría -
murmuró para sí misma, y luego miró a Helen horrorizada-. Va a intentar escalar el Castilo de Roca,
¿no?

Lady Helen pareció aturdida que lo hubiese adivinado. No necesitaba confirmarlo, Elizabeth ya lo
sabía.

-Es un suicidio. ¡No lo dejaré hacerlo!

No podía morir... Oh Dios. Las lágrimas le ahogaron la garganta. Moriría sin él.

La mirada que la encontró era simpática y triste. Estaba claro que la otra mujer pensó que era
demasiado tarde para eso:- Sólo aseguraos de que sabe cómo os sentís -Elizabeth ya estaba a medio
camino a través de la solapa de la tienda.

-Esperad -dijo Helen, tirando de ella-. No podéis caminar por el campamento y enfrentarlo frente a
todos.

Elizabeth se sorprendió al darse cuenta de que eso era exactamente lo que había estado a punto de
hacer. Enloquecida por el pánico, no había pensado en otra cosa que en el hecho de que tenía que
detenerlo.

-Estará con los demás -dijo la sanadora, casi para sí-. Tendremos que pensar en una forma de hacer
que esté solo -se dio unos golpecitos en la boca con el dedo-. Dadme unos minutos.

Al parecer, Lady Helen era tan buena en el subterfugio como Elizabeth. En menos de eso, había
enviado una página con un mensaje de que necesitaba a Thom inmediatamente en el área del establo
donde se guardaban los caballos. Estaba situada al otro lado del campamento, debido al hedor de los
animales, y su conversación sería menos probable de que fuera vista.

El muchacho fue instruido para no mencionar quién le había dado el mensaje. Si se le preguntaba,
iba a decir que algo estaba mal con el caballo que Thom había recibido para montar.

Sabiendo la afinidad de Thom con los caballos, Elizabeth no estaba segura de que fuera suficiente.
Pero no mucho después de que estuviera en posición -en la tienda donde guardaba el heno- lo vio
caminando hacia ella.

Con el corazón en la garganta, salió para bloquear su camino. Su expresión fue tan oscura de furia
que casi perdió su coraje. Pero entonces recordó por qué tenía que verlo.

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-No podéis hacerlo, Thom. No os lo permitiré.

Miró a su alrededor como si temiera que alguien los estuviera mirando. Pero se les impidió ver el
campamento principal junto a la tienda.

-¿Qué clase de juego estáis jugando? No deberíais estar aquí, y seguro que no deberíais enviarme
mensajes falsos.

-Tenia que hablar con vos –dijo-. Sé lo que estáis planeando y no podéis hacerlo, moriréis.

Le dirigió una mirada dura, la única manera en que parecía capaz de mirarla ahora. Se enfrió por la
frialdad en sus ojos.

-Lo que creáis que sepáis, no es asunto vuestro.

-Sé que vais a intentar escalar el Castillo de Roca esta noche e intentar tomar el castillo. Y sé que se
considera una subida imposible, y moriréis si lo intentáis. No puedo dejar que hagáis eso -su
expresión no parpadeó, ni una sola vez. Sus pensamientos desesperados le rebotaron como piedras
de acero.

-Creo que habéis hecho que vuestra fe en mí sea perfectamente clara. Pero si tenéis preocupaciones,
deberían ser para vuestro prometido.

Empezó a alejarse, pero tomó su brazo para detenerlo:- Esperad, Thom, por favor. Tienes que
escucharme. Cometí un error.

Se quedó completamente quieto. La mirada que le dio era tan mordaz que hizo que su deseo de la
expresión dura e impenetrable de nuevo:- ¿Vos qué?

-Cometí un error. Teníais razón. Nunca debería haber acordado casarme con Randolph. Os amo. Lo
siento mucho.

La miró por un momento como si no pudiera creer lo que estaba oyendo. Se sentía como un gusano
que había tenido la gallina de arrastrarse por su plato de comida.

-Sois increíble. Llevaos vuestras disculpas, y todo lo que tengáis que decir, a otro lugar. No quiero
oírlos.

-Pero...

La compostura helada se rompió. La tomó por el brazo y forzó su mirada a la suya. Su voz llena de
animosidad y furia cruda:- No quiero oírlo, Elizabeth. Lo que tengáis que decir, es demasiado tarde.
Hicisteis vuestra elección, tendréis que vivir con ella.

La empujó con un fuerte empujón -como si fuera una vieja marioneta de la que se había cansado- y
se alejó. Si hubiera dado la vuelta, la habría visto arrugarse.

Oh Dios, ¿qué había hecho? Lo que hubiesen compartido una vez, lo que había sentido por ella, se
había ido. Y nada de lo que diría iba a hacer que la escuchara. No le daría una oportunidad.
Peor aún, no lo culpaba. Lo único que podía hacer era rezar.

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Capítulo 24
Las zapatillas de clavos aguantaron.

Thom hundió los dedos en la hendidura con el pie apoyado en una punta y se subió por la última
sección de roca. Una vez en posición en una meseta estrecha, fue capaz de encontrar un lugar para
asegurar la escalera de cuerda que había colgado sobre su hombro para dejarla caer a los hombres
de abajo. Los sonidos de los tablones que chocaban contra la roca lo hicieron estremecerse, pero
cuando miró hacia la pared, no vio ningún movimiento en las sombras.
El ataque de desviación que el rey y el resto del ejército estaban creando en la puerta sur estaba
funcionando. Nadie había oído el chasquido de un pico que había sido forzado a entrar en una grieta
en la roca antes, y ahora la escalera estaba abajo sin llamar la atención.
Cristo, lo había hecho.

Thom tomó un momento para saborear la satisfacción de saber que había hecho algo que ningún
hombre había hecho antes. Había escalado el Castillo de Roca. Bueno, casi todo. Había otros veinte
metros más o menos, pero la parte peligrosa de la subida estaba detrás de él.
Ese pensamiento apenas se formó antes de que ocurriera el desastre, literalmente.

Randolph, que había insistido en ser el primer hombre en la escalera, acababa de salir de la
oscuridad cuando una piedra fue arrojada de uno de los soldados que patrullaba la pared de arriba.
¿Había oído algo o visto un movimiento y estaba tratando de averiguar lo que era, o simplemente
estaba pasando el tiempo? Fuera cual fuese la causa, la roca se estrelló contra el timón ennegrecido
de Randolph, y la fuerza y el impacto de la misma le hicieron perder el equilibrio. Perdió el
equilibrio y se aferró a la escalera y empezó a caer.

Thom no pensó. Si lo hubiera hecho, no estaba seguro de haber hecho lo que hizo. Fue puro
instinto. Saltó del pequeño saliente de hierba hacia la pared rocosa que acababa de escalar. Fue un
salto sin un aterrizaje. Sólo un pequeño pedazo de acero le impediría caer en la oscuridad detrás de
Randolph. Con una mano, Thom alcanzó la espiga, y con la otra, al hombre que caía.

Cometí un error.

¿Por qué demonios estaba pensando en la excesiva petición de Elizabeth ahora? Y ciertamente no
debía pensar en ello mientras avanzaba por el aire hacia una colisión...

Su cuerpo se estrelló contra la pared de la roca y el borde del acero de la cabeza de la espiga se le
clavó en la mano mientras se sostenía con todo lo que tenía, mientras que los dedos de su otra mano
enganchaban lo suficiente del cuello del grueso cuero de Randolph para detenerlo de caer a su
muerte. Randolph tuvo la suerte de que hubiera decidido dejar a un lado su brillante correo por la
armadura más ligera-que una cota de malla podría no haber sido tan fácil de atrapar.

Thom sintió como si su cuerpo estuviera siendo destrozado. Sus músculos se tensaron mientras
luchaba por no soltar ni la punta ni el hombre colgado de las yemas de los dedos.
Ni siquiera estaba seguro de que Randolph estuviera vivo hasta que ahogó una maldición.

-¿Estáis bien? -Thom susurró con fuerza, sin saber si había un soldado escuchándoles y sus dientes
apretados contra la tensión del peso del otro.

-Mi cabeza está repiqueteando, pero creo que sí.

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-¿Podéis alcanzar la escalera? Debería estar justo a la derecha -no sabía cuánto tiempo duraría la
espiga con el peso de dos hombres atados.

-Sí.

Unos pocos momentos después, Thom sintió una oleada de alivio cuando la tensión se liberó de su
brazo y hombro. Cristo, se sentía como si lo hubieran sacado del casquillo.

Como todavía estaba colgando del pico con una mano, Thom le dijo a Randolph que le diera un
minuto antes de que comenzara a subir. Thom se sentó en la oscuridad por la escalera con los pies, y
después de algunas maniobras fue capaz de soltar su mano de la punta y subir. Randolph apareció a
su lado unos minutos después.

El muro encima de ellos estaba en silencio, el soldado aparentemente había arrojado una roca y se
había movido, sin saber nunca lo cerca que su descuidado, pero fortuitamente apuntada roca había
llegado a matar a uno de los comandantes más importantes de Bruce.

Incluso en la oscuridad sin luna, Thom podía ver el conflicto de emociones en la cara del otro
hombre. Agarró la mano de Thom con fuerza.

-Gracias. Os debo mi vida.

Incómodo con la gratitud de un hombre con el que sólo podía estar resentido, Thom lo negó:- No
fue nada.

Pero Randolph no lo creía:- Fue increíble. Apuesto a que no hay un puñado de hombres en la
cristiandad que podría haber hecho lo que acabais de hacer. Debéis tener las manos y los dedos de
acero. Os veré recompensado por vuestra acción esta noche.

-Como esta noche está lejos de haberse terminado, es posible que os haga cumplir eso.

Randolph soltó una carcajada y puso su mano sobre su espalda:- Tenéis razón en eso.

La caída de Randolph cerca del acantilado fue lo único que salió mal esa noche. El resto del equipo
subió la escalera sin contratiempos, y cuando los guerreros cayeron sobre el muro de doce pies, fue
para tomar por sorpresa el puñado de soldados desprevenidos a la izquierda que patrullaban esa
sección del castillo.

El grito de alarma sonó, pero con el ruido del ataque diversionista de Bruce en la puerta, no había
suficientes soldados que pudieran responder a la verdadera amenaza: los hombres que ahora estaban
dentro del castillo.

La lucha era feroz y sangrienta, y más difícil de lo que podría haber sido para los hombres de Bruce
que fueron llevados de la escalada extenuante, casi trescientos pies. Algunos de los Highlanders de
Randolph de Moray cayeron junto a los ingleses, y Randolph mismo, en su segundo escape estrecho
de la noche, apenas evitó una lanza inglesa bien-dirigida.

Pero cuando llegaron a la puerta sur para abrirla para el resto del ejército, la batalla estaba ganada.
Los ingleses lucharon con ferocidad inusual, pero una vez que su comandante cayó con el enjambre

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inicial de hombres entrando en el castillo, rápidamente se rindieron.

La alegría que subía cuando los hombres de Bruce sabían que el castillo era suyo era algo que Thom
nunca olvidaría. La sensación de euforia, logro y alegría fue abrumadora.

Uno de los primeros hombres que lo felicitaron fue el propio rey. Bruce le rodeó con los brazos y
pudo haberlo hecho girar, aunque Thom estuviera tan poderosamente construido.

-¡Vuestra hazaña de valentía esta noche será recompensada! ¿Qué decís, Sir Thomas?

Thom se quedó quieto:- ¿Majestad?

Bruce sonrió y le dio una palmada en la espalda:- Os habéis ganado la caballería, muchacho. Y... -
hizo una pausa, mirando al hombre que acababa de llegar a su lado-, apostaría que un lugar con este
grupo.

MacLeod frunció el ceño ante el rey. El formidable líder de la Guardia de los Highlanders había
estado en el calor de la batalla todo el tiempo, pero nunca lo sabríais al mirarlo. Parecía fresco,
imperturbable e intacto:- Pensé que ese era mi trabajo.

Bruce se encogió de hombros sin arrepentirse:- Prerrogativa real.

MacLeod no parecía estar de acuerdo, pero se volvió hacia Thom:- Sí, el rey tiene razón. Había
visto bastante después de lo que hicisteis en Dunbar, pero lo que hicisteis esta noche sólo lo ha
solidificado. Os habéis ganado un lugar con nosotros si queréis -su boca se curvó en lo que era casi
una sonrisa-. Suponiendo que paséis por la Perdición, por supuesto.

De cómo MacLeod lo dijo, Thom supuso que era una gran suposición. Pero no tenía ninguna duda
de que haría lo que fuera necesario.

-Lo quiero.

Qué prodigiosa subestimación. Sentía una sensación de satisfacción que empequeñecía incluso la
sensación de escalar el Castillo de Roca. En muchos sentidos, fue una subida más alta. Lo había
hecho. En realidad, había hecho más de lo que se proponía hacer. No sólo sería un caballero, sino
que se habría metido en el ejército más elitista de la cristiandad.

Todas aquellas veces que alguien le dijo que era imposible, todos esos golpes, cortes y moretones,
todas las horas que había pasado tirando de la tierra, todas las humillaciones sobre su nacimiento,
todas las veces que había querido renunciar..

Cristo, se sentía bien. Sólo una cosa lo habría hecho mejor. La furia lo barrió por pensar en ella en
absoluto.

-Sólo me gustaría que hubiéramos pensado en un escalador antes -dijo el rey con un movimiento de
cabeza-. Parece tan obvio. Si os hubiéramos tenido con nosotros hace años, hubiéramos tenido un
tiempo mucho más fácil para recuperar algunos de nuestros castillos -se rio-. Podemos hablar de
esto mañana. ¡Pero ahora celebremos!

El rey le dio una palmada en la espalda y prácticamente lo expuso en el patio. Fue uno de los

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momentos más grandes de su reinado, y Bruce estaba decidido a disfrutar cada minuto. Todos salvo
uno de los grandes castillos de Escocia fueron arrebatados de manos inglesas. Cuando el rey
Eduardo mandara a sus hombres a la batalla en junio, no tendrían el poderoso Castillo de
Edimburgo para protegerlos. Las posibilidades de victoria de Bruce habían dado un gran paso
adelante.

Aunque era la mitad de la noche, desde la torre de la iglesia sonó una campana. Lo que quedaba de
la despensa del castillo fue allanado y llevado al Gran Salón. Los barriles de cerveza y vino fueron
cogidos de las bodegas -más de lo que esperaban- y a pesar de la abstinencia de la temporada, la
bebida se prolongó hasta bien entrada la madrugada.

En el momento en que Thom se arrastró hasta la cama, no sólo era un caballero y un miembro de la
Guardia de los Highlanders, sino también un barón de tierras en Roxburghshire. La magnitud de lo
que había conseguido lo aturdió.

Pero sólo tenía unas pocas horas de sueño antes de que volviera a despertar.

El hecho de que hubiera sido su nuevo jefe no le impidió maldecir y girarse, tirando de la manta de
lana sobre su cabeza. El feroz Isleño se rio entre dientes -no era un sonido que Thom hubiera oído
de MacLeod antes y la novedad incluso rompió su bruma agotada-. Apartó la manta y abrió un ojo.

-Alabad al cesar. Es hora de levantarse y ponerse el laurel. Roma está esperando. No querréis
dormiros y perderos vuestro propio triunfo.

Era demasiado pronto para bromas:- ¿De qué diablos estáis hablando?

-Tendréis que verlo por vos mismo.

Poco después, Thom lo hizo. La calle principal del castillo a la abadía de Holyrood estaba llena de
una muchedumbre de animadores: los ciudadanos de Edimburgo habían salido a las calles para
mostrar su apoyo al rey y celebrar otra hazaña milagrosa que tal vez sería el mayor logro en lo que
iba a ser la mítica leyenda del Bruce.

Randolph estaba siendo aclamado como un héroe conquistador, y Thom, por su parte, como el
hombre que había hecho todo posible. Su papel como el guerrero que había subido al inescrutable
había sido imposible de mantener en secreto. Su nombre estaba siendo vendido por todas partes, y
todo el mundo quería ver al hijo del herrero de Douglas que había subido al pico más alto y puesto
este último milagro en acción.

Cuando él, Randolph y algunos de los otros hombres de Moray aparecieron en el portón del castillo,
la alegría fue tan resonante, tan ensordecedora, que Thom sabía realmente lo que César debía sentir
cuando regresaba de sus victorias.

Muy bien.

Thom sabía que la Guardia no creía en los elogios personales o en distinguir a los hombres por
logros, pero que mañana volvería a caer en la oscuridad. Hoy, iba a ensangrentarlo y disfrutarlo.
Pero si había una cara que él quería ver en la multitud más que cualquier otra, se dijo que tenía la
satisfacción de saber que se había equivocado al no confiar en él.

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Muy mal.

Cometí un error.

Su boca se curvó. Maldita sea, lo había hecho.

***

Elizabeth había regresado del campamento con lady Helen en tal estado de angustia que era
imposible ocultar la causa de Jo e Izzie. Había cometido un error, les dijo. Amaba a Thom, y él iba a
morir antes de que pudiera convencerlo de ese hecho.

Elizabeth no necesitaba jurar a las dos mujeres que guardaran secreto. Sabía que irían a sus tumbas
antes de que le dijeran a nadie lo que los hombres habían planeado. Ambas mujeres comprendieron
inmediatamente la gravedad de la situación y el peligro extremo.

-¡No! -dijo Jo. -¿El Castillo de Roca? No puede.

-¿Randolph también? ”preguntó Izzie. Elizabeth asintió con la cabeza


.
No se sorprendió cuando las lágrimas llenaron los ojos de Jo, pero se sorprendió al ver a Izzie
afectada de manera similar. Al principio Elizabeth no entendió. Pero cuando finalmente se le ocurrió
una explicación, supo que tenía aún más razón para hacer lo que iba a hacer.

En aquellas largas y torturadas horas de espera, de no saber qué estaba pasando, de no saber si el
hombre que amaba estaba vivo o muerto, Elizabeth decidió dos cosas: no podía casarse con
Randolph (sin importar las consecuencias de romper los esponsales ), Y no era demasiado tarde para
ella y Thom. Haría lo que fuera para demostrarle eso.

Pero si conocía a Thom, no iba a ser fácil. Le había fallado, y en el proceso le había hecho daño
involuntariamente donde era más vulnerable: su orgullo. Podía verlo ahora, aunque lo hubiera visto
antes.

No había sido lo suficientemente fuerte como para desafiar a su familia y la sociedad, ni lo


suficientemente valiente como para afrontar un futuro incierto, sin riquezas y comodidades
extremas. Se había dejado dominar por los pensamientos de lo que podía suceder a sus hijos,
mientras perdía de vista el hecho de que los únicos hijos que quería tener eran los de Thom.

Peor aún, cuando lo había rechazado, Thom no sólo lo habría visto como un rechazo de su oferta de
matrimonio por una que era obviamente mejor, también lo habría visto como un rechazo de él. Del
hombre que era. Le había hecho sentir que no era lo suficientemente bueno como si no fuera digno
de su mano, cuando nada podía estar más lejos de la verdad. Sus breves palabras de despedida se
volvieron a ella -lo suficientemente bueno como para follar no es suficiente- cómo horriblemente
había malinterpretado sus motivos. En su mente, no había nadie mejor ni más digno. Simplemente
no había sido capaz de ver a través del miedo.

No deseaba volver a vivir en la pobreza, pero Thom tenía razón: no había garantías. Con él o sin él,
ella no sabía lo que el futuro tenía. Pero sabía que sin él sería desdichada, y confiaba en que él y sus
hijos estarían a salvo.

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Lo que había logrado hasta ahora debería haberla convencido. Había subido una escalera que era
casi imposible de escalar: el hijo del herrero se había convertido en un guerrero formidable, lo
suficientemente hábil como para ser reclutado por el mayor equipo de guerreros que este país había
visto jamás. Y lo había hecho con habilidad, determinación y trabajo duro. Estaba tan orgullosa de
él, pero cuando le habían dado la oportunidad de demostrarle eso, había vacilado.
Incluso si nunca logró más de lo que tenía en este momento no importaba. A diferencia de la
mayoría de los hombres de su rango, Thom tenía habilidades más allá del campo de batalla para
retroceder. Podría ser uno de los mayores fabricantes de espadas en Escocia, si quisiera serlo.
Por supuesto, habría sido mucho más fácil si pudiera haber entendido todo esto antes de que
aceptara casarse con Randolph. Pero se necesitaba hacer ese compromiso, el consejo de Lady
Helen, y sobre todo el temor de perderlo para obligarla a aceptar la verdad. Debería haber saltado.
Valía la pena el riesgo. Todo el oro, la tierra y la seguridad en la cristiandad no importarían sin él. Él
era todo lo que importaba. Y juró que si Thom le daba otra oportunidad, haría lo que fuera necesario
para demostrarle que se mantendría a su lado.
Sólo tenía que sobrevivir esa noche.

Las tres mujeres se amontonaron hasta altas horas de la noche. Lady Helen se había quedado un
rato, pero necesitaba volver a ver su hijo. Yambién estaba preocupada, pero le dijo a Elizabeth que
tuviera fe.

Ella lo intentó.

Finalmente, oyeron el sonido de una campana que rompió la noche. Se levantaron de la cama, los
ocupantes de la casa de huéspedes, incluyendo Lady Mary, un puñado de las otras mujeres, y las
hermanas de Bruce, vinieron an el patio de la abadía.

-¿Qué es? -preguntó lady Margaret de Bruce.

-Algo está pasando en el castillo -respondió una de las otras mujeres.

Elizabeth, Jo, Izzie y lady Helen intercambiaron miradas, sin atreverse a dar voz a sus esperanzas.
Pero el timbre era bueno. Tenía que ser bueno, ¿no?

La emoción -el nerviosismo- era tan abrumador que cuando las noticias finalmente llegaron en un
mensaje del propio rey de que el castillo había sido tomado por un grupo de hombres que habían
subido a la Roca, era como si una presa hubiera estallado.

Se rieron, lloraron, se abrazaron, e hicieron las tres a la vez.

Elizabeth no lo podía creer. Thom lo había hecho. ¡Dios mío, lo había hecho!

Aunque no tenía ninguna confirmación de que había sobrevivido a la batalla, sabía en su corazón
que lo había hecho.

Cuando llegó la confirmación de Magnus, que había llegado a buscar a Helen para atender a los
heridos, Elizabeth se alegró al oír que no sólo Thom había sobrevivido, sino que era aclamado como
un héroe. Quería ir con Helen, pero Joanna la retuvo.

-Dadle tiempo para disfrutar su momento con los demás –dijo-. Habrá tiempo suficiente mañana
para discutir el futuro.

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Jo tenía razón. Elizabeth no quería quitarle esto. Lo dejaría esta vez con los hombres, pero después
lo encontraría tanto si quería ser encontrado como si no.

Además, tenía algo que hacer primero. Aunque desagradable, debía hacerse. Antes de que
finalmente se fuera a la cama, fue al scriptorium a buscar una pluma y tinta. Tenía una carta para
escribir.

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Capítulo 25

Thom se sentó en la mesa alta. Después de ser levantado de la cama por MacLeod, él y los otros
habían tomado a las calles para ensamblar en la celebración, que había arrollado su manera en el
gran pasillo del castillo de Edimburgo. En la comida del mediodía había un mar de gente, el Salón
rellenó a las branquias con leales escoceses agradecidos al rey -y a sus hombres- por liberar el
castillo del enemigo.

Y en el centro estaba Thom.

Desde su posición de honor junto al rey en el estrado, podía tomarlo todo, saboreando el momento
para todo lo que significaba. Este era su momento, maldita sea. El hijo del herrero había subido lo
suficiente alto para sentarse al lado de una princesa. Lady Margaret de Bruce estaba sentada en su
otro lado. Pero ella no era la princesa que lo estaba molestando.

A lo largo de la larga comida, Thom estaba dolorosamente consciente de la mujer sentada al otro
lado de Randolph, que ocupaba la otra posición de honor junto al rey. Afortunadamente, debido a
que los dos hombres estaban entre ellos, la única conversación que había tenido que soportar con
Elizabeth fue cuando ella y las otras mujeres habían llegado a la mesa para tomar sus asientos, y
había ofrecido sus más sinceras felicitaciones y el alivio de que estuviera a salvo. Ignorando la
súplica en sus ojos la única vez que se habían encontrado, había dado a su oferta más de lo que se
merecía: cortesía y nada más.

Pero mantener la pared de acero que había erigido alrededor de su corazón no era fácil,
especialmente cuando podía ver lo mucho que su lejanía le hacía daño. Pero eso era lo que quería,
se decía. No a él. Lo cual no explicaba por qué se sentía como si acabara de patear a un gatito.

Había tratado de entablar conversación con él unas cuantas veces más, pero los hombres entre ellos
resultaron una barrera conveniente y un medio de evasión. Sin mencionar que también estaban
hablando francés. Por supuesto que sí. Todos los nobles hablaban francés. Tal vez por eso siempre
lo había odiado. Traía a casa la división entre ellos de una manera que no podía negarse. Ni siquiera
hablaba el mismo maldito idioma.

Nunca hubiera funcionado. Podía ver eso ahora. Elizabeth tuvo tutores y él no tuvo ninguna
educación formal. Él había crecido con un par de botas para el invierno, y ella tenía un baúl lleno de
bonitas zapatillas. Él derretía oro y plata para ganarse la vida, ella lo usaba usaba como decoración
con preciosas joyas en su cabello. Era sofisticada y refinada, provinciana y áspera.
Podía seguir y seguir. Pero incluso el hecho de que estuviera pensando en ella lo enfurecía.

Estaba furioso consigo mismo. Había hecho lo que había decidido hacer, el infierno, mucho más de
lo que se había propuesto hacer, cambiar su fortuna ganando caballería, baronía y un lugar entre los
guerreros más elitistas de la cristiandad. Había hecho algo que ningún hombre había hecho antes en
escalar Castillo de Roca (solidificando su nombre de guerra en la Guardia como Roca), y al hacerlo
había logrado la inmortalidad en la batalla.

Debería estar tomando el sol en la gloria, revolcándose en la admiración y deleitándose con todo lo
que había logrado. En su lugar todo se sentía hueco. Nada de eso podía llenar el vacío dentro de él o

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amortiguar el dolor donde solía estar su corazón. Nada de eso podría compensar lo que había
perdido.
Maldita sea.

Se escapó lo antes posible.

-¿De vuelta al trabajo, MacGowan? -dijo el rey mientras se levantaban para marcharse.

-Sí, señor. Algunos de los hombres ya han comenzado a derribar la puerta sur.

El rey asintió con la cabeza:- Es una tarea desafortunada pero necesaria. No podemos arriesgarnos a
dejar que los ingleses usen esto como un baluarte contra nosotros de nuevo, y no tengo a los
hombres necesarios para defenderlo y encontrarlos en el campo de batalla -puso su mano en la
espalda de Thom-. Pero al menos lo disfrutaremos durante unos días. Mañana tendremos una gran
celebración, espero que estéis listo.

Thom asintió con la cabeza:- Lo estoy, señor.

Mañana Thom sería nombrado caballero por el propio rey, admitido en la Guardia con una
ceremonia privada, y formalmente ser dado su baronía. Una baronía que se había enriquecido
cuando el rey se enteró de su papel en salvar a su sobrino. Iba a ser un hombre rico.

Al rechazarlo, le había dado los medios de lograr no sólo fama sino también fortuna. La ironía era
un bastardo cruel.

Elizabeth observó cómo Thom se alejaba con el corazón en la garganta. Quería ir tras él, y podría
haber arrojado propiedad a un lado y hecho exactamente eso, si Randolph no hubiera estado
hablando con ella.

Desde que había llegado al castillo con las otras mujeres de la abadía, había estado luchando por
una oportunidad de hablar con Thom. Pero había estado rodeado de hordas de gente del pueblo que
parecían querer estar cerca de él: tocar la grandeza.

Especialmente las mujeres. Observarlos como un cervatillo y un coqueteo le había hecho doler el
corazón y le había vuelto el estómago. ¿Qué esperaba? ¿Que se convertiría en un monje? Era
despreciable, guapo, alto, con un cuerpo tan duro e impresionante como la famosa roca que acababa
de subir. Sólo porque había sido demasiado ciega para verlo no significaba que otros no lo harían.
Había sido incapaz de acercarse a él hasta que se sentaron para la comida, pero incluso entonces él
apenas le había escapado una mirada y cortado todos los intentos que hizo para hablar con él.

Había sabido que no iba a ser fácil, pero era difícil ser paciente cuando cada momento parecía que
su corazón se estaba haciendo cada vez más duro contra ella. Pronto, nada sería capaz de penetrar.
Y luego estaba Randolph. Había querido hablar con él también, pero estaba tan feliz, que no podía
soportar la idea de empañar lo que seguramente sería uno de los mejores días de su vida.

Ignorante de su tormento, Randolph la había regalado con una repetición momentánea de la batalla.
Su horror al oír hablar de su caída -y del salvaje loco de Thom- era real. Confundiendo la fuente de
su angustia, se disculpó por asustarla, diciéndole que estaba perfectamente sano. Había terminado el

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cuento -que era magnífico de hecho- justo cuando Thom se marchaba.

Randolph no pudo borrar la sonrisa de su rostro:- Me encantaría ver la cara de vuestro hermano
cuando oiga las noticias. Me atrevería a decir que no estará feliz.

Jamie no lo estaría, pero no sólo por el castillo. ¿Ya le había llegado la nota? Lo había enviado con
un mensajero esta mañana.

Ella sonrió:- Me temo lo que hará después para tratar de superarlo mi lord.

Randolph se echó a reír:- Me gustaría verlo intentarlo. Creo que esta hazaña se mantendrá por un
tiempo. La idea de vuestro amigo MacGowan para esos picos fue ingeniosa. Lo bueno es que no
nació como hijo de un panadero -se rio, y de repente se puso serio-. Teníais razón acerca de él. Le
debo mi vida.

Parecía el momento perfecto. Su voz se tambaleó un poco-. Mi lord, ¿podríamos hablar en privado
por un momento?

Él tomó su mano para ayudarla a levantarla de su asiento mientras se levantaban:- No me gustaría


nada más, pero ¿podría esperar? Mi tío me ha puesto a cargo de la destrucción del castillo, y los
hombres me están esperando.

Elizabeth sonrió débilmente:- Por supuesto.

-Sois una joya. Sabía que lo entenderíais.

¿Pero lo haría? Elizabeth tuvo que admitir que no esperaba la reacción de Randolph al oír que
deseaba romper el compromiso. No se engañaba a sí misma de que tuviera sentimientos reales por
ella, pero las apariencias le importaban, y su orgullo sin duda sufriría.

Tanto Joanna como Izzie la miraron con expectación mientras se reunía con ellos para regresar a la
abadía. Habían estado sentados en una mesa diferente. Cuando Elizabeth negó con la cabeza, no
pudieron ocultar su decepción.

-¿Y? -preguntó Izzie-. ¿Qué pasó?

-Ninguno de los dos me hablaba. Thom apenas me miró, y Randolph estaba demasiado feliz y
demasiado ocupado. Dijo que podríamos hablar más tarde.

-¿Tal vez sería mejor que esperaseis a que James hablara con Randolph? -preguntó Joanna.

-Pero dijisteis que no sabíais cuándo volvería Jamie.

-Yo no. Aunque me imagino que una vez que reciba su nota, no le tomará mucho tiempo. Si no
estuviera ausente cuando llegara, apostaría que lo veremos mañana por la mañana.

Lo cual era aún más razón para arreglar las cosas con Thom. Lo último que necesitaba era que su
hermano interfiriera. Cuando Jamie regresara, ella y Thom necesitaban ser un hecho consumado.
Pero, ¿cómo iba a arreglárselas si no hablaba con ella?

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Su boca frunció con frustración. Podía ser tan obstinado. Sacarlo de uno de sus oscuros estados de
ánimo siempre había sido difícil, y esto era mucho peor que un estado de ánimo oscuro. Iba a tener
que llegar a algo mucho más que una broma tonta o dos. Necesitaba un plan. Una forma segura de
hacerlo solo.

Odiaba involucrar a su cuñada, pero no había otra opción. Thom, sin duda, no contestaría una
súplica de ella, pero lo haría de Joanna.

Sin embargo, cuando le pidió ayuda, Jo la sorprendió:- No creo que eso sea necesario. Creo que sé
dónde estará. Debió haberlo comprendido de inmediato. Dijo que tendría la espada de James lista
para mí esta noche.

Elizabeth siguió la dirección de sus pensamientos:- Que significa que en algún momento tendrá que
ir a la forja para terminarlo.

Joanna asintió emocionada.

Elizabeth sonrió:- Sólo esperaré hasta que aparezca.

-Una buena táctica de Bruce -dijo irónicamente Izzie.

Elizabeth sonrió:- Sí. Hasta ahora esta guerra ha sido ganada en emboscadas de mentir en la espera.

Elizabeth tardó un momento en darse cuenta de que Joanna ya no sonreía. De hecho, por la forma
en que se mordía el labio, parecía estar teniendo dudas.

-¿Qué pasa, Jo?

-Thom puede ser terco. ¿Y si no quiere escuchar?

-”Tendré que asegurarme de que lo haga.

-Eso es lo que me preocupa. No hagáis nada... Alocado, ¿querréis? No quiero que os lastiméis.

Ambos sabían lo que quería decir:- Tendré cuidado, Jo. Además, vos conocéis a Thommy -era
honrado hasta el fondo.

Los Douglas hacían lo necesario para ganar. Jo, sin embargo, no necesitaba ser recordado de eso.
Su cuñada se iluminó de inmediato:- Lo sé.

Izzie, sin embargo, no fue tan fácilmente aplacada. Pero, sorprendentemente, su prima sin sentido y
de juego directo parecía impresionada, incluso admirando sus pecaminosas tácticas. Apartó a
Elizabeth para que Jo no pudiera oír.

-No os preocupéis por Randolph. Haced lo que necesitéis hacer. Dejadmelo a mí.

Elizabeth tomó nota de la mirada decidida en el rostro de Izzie y no dudó. Había tenido razón en sus
sospechas. Se dirigió a la mesa que todavía tenía la pluma y escribió una nota rápida de disculpa. –

-Dadle esto. Y gracias.

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Algo parecido a alivio brilló en los ojos de Izzie:- No, gracias a vos.

No queriendo arriesgarse a perder a Thom, Elizabeth se fue a la forja inmediatamente, esta vez sin
acompañante. No quería que alguien fuera para alertar a Thom de su presencia, y ciertamente no
quería que nadie fuera con ella.

Era tarde cuando llegó. Afortunadamente, el herrero ya se había ido por el día, y el joven aprendiz
que la dejó entrar estaba demasiado impresionado por la señora de la abadía, que sabía tanto acerca
de herrería, para hacer demasiadas preguntas sobre ella esperando a su viejo amigo. Tenía once
años, le informó, y el herrero era su padre. Ella lo entretenía con historias de su pasado viendo el
trabajo de Thom mientras él terminaba sus tareas para el día. Cuando se fue, se entristeció al verlo
irse.

Con el chico ido y se fue sin distracción, empezó a ponerse nerviosa. No había comido desde la
comida del mediodía, y su estómago comenzó a murmurar cuando la oscuridad cayó afuera.
Debería haber cogido un pedazo de pan y queso. Y vino: mucho vino fortificante. Pero en realidad
no había pensado tanto.

¿Qué iba a hacer si Thom no la perdonara? No sabía nada de la seducción: ¡era virgen por el amor
de Dios! Debería haber preguntado a alguien. No a Joanna, obviamente, pero ¿tal vez a Lady
Helen?

Tenía la sensación de que lo habría entendido. Tal vez ella podría haber ofrecido algunos consejos?
Sugerencias? ¿Táctica?
Elizabeth se quitó la capa de lana forrada de piel, a pesar de que el fuego había salido hace algún
tiempo, estaba tibia y la arrojó sobre un banco. Cuando cayó, le dio una idea.
No. Ella no podía. Miró la ropa que le quedaba: una surcotte y un cote bastante simples y fáciles de
quitar. ¿Podría?
Elizabeth estaba paseando ansiosamente por la habitación cuando finalmente oyó abrirse la puerta.
Se quedó inmóvil, echando un vistazo cuando un hombre entró. Sólo cuando vio el marco alto y
familiar levantó un suspiro de alivio. Tenía un saco colgado sobre su hombro, que por el tamaño y
la forma que asumía era la espada de Jamie.
Ella estaba de pie a un lado, así que no debería haberla notado de inmediato. Pero casi como presa
percibiendo el peligro, sus ojos inmediatamente se fijaron en los suyos.
Su absoluta falta de reacción envió una punzada de presentimiento a su corazón. No parecía
sorprendido, no parecía furioso (lo que había esperado), y ciertamente no parecía feliz (¿había
esperado en secreto?). No miraba nada. No había ni un parpadeo de emoción en la fría mirada de
ojos azules que la encontró.
Dios mío, ¿era demasiado tarde? ¿Había destruido por completo todos los sentimientos que una vez
tuvo por ella?
-”¿Cómo supiste ...? Se detuvo, su boca cayó en una lúgubre línea. "Joanna."

Elizabeth asintió en silencio. Parecía tan imponente, tan distante, tan completamente distinto de
Thommy, que el nerviosismo que ella sentía había vuelto diez veces. Su confianza vaciló y las
primeras gotas de hielo sudorosas salpicaron su frente. Estaba tan segura de que lo conocía, pero ¿y
si no lo sabía? ¿Y si nada de lo que hiciera pudiera hacerle perdonar? ¿Y si todo lo que había
conseguido hacer era humillarse?
No importaba. Al menos tenía que intentarlo.

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-Sé que no debería estar aquí así, pero tenía que hablar con vosy no me dejasteis otra opción.

Entró en la habitación, colocando la espada sobre la mesa antes de volverse para mirarla:- ¿Y por
qué debería hacer alguna diferencia lo que quiero?

-Eso no es lo que quise decir...

Levantó la mano para detenerla:- Id de frente, decid lo que tengáis que decir y luego salid. Tengo
trabajo que hacer y la gente me espera.

Elizabeth sintió un destello de humor, pero se recordó que tenía todas consigo para ser
desagradable. Le había hecho daño. Terriblemente. Sin embargo, su actitud impaciente e indiferente
era sin duda alguna, gratificante.

-Lo siento. Cometí un error, Thom. Nunca debería haber acordado casarme con Randolph.

-Así como ya os dicho. ¿Por qué tendría que hacer alguna diferencia para mí?

Nada podía impedir que su temperamento se encendiera. Apretó los labios y oró pidiendo
paciencia:- Porque me amais.

-Lo hacía. Más que a nada en el mundo.

Su corazón se hundió como una piedra. El miedo la apoderó. Todavía lo hacía. No lo creáis.
Recordó lo que Lady Helen había dicho sobre Magnus diciéndole que ya no la amaba, porque era
terco.

-Yo os amo -susurró ella.

- No parece suficiente.

Lo tomó como una señal, que aunque se garantizó todavía picado. Levantó la barbilla y se encontró
con su mirada:- Suficiente para romper el compromiso con Randolph.

La primera grieta en su escudo de acero apareció. Lo había sorprendido. Pero entonces sus ojos se
estrecharon.

-¿Cuándo hicisteis eso? Sólo estaba con vuestro prometido. No dio ninguna pista de que el
compromiso hubiera terminado.

Se sonrojó:- Intenté decírselo antes, pero tuvo que irse. Le escribí una nota, sin embargo, que mi
prima le dará, y envíe una a Jamie también.

-No soy un experto en contratos de compromiso, pero creo que se necesita un poco más que un par
de notas para romper uno.

La condescendencia y el sarcasmo no eran definitivamente su combinación favorita.

Ella lo fulminó con la mirada y dijo:- Ya lo sé.

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Thom se limitó a encogerse de hombros:- Todavía no entiendo por qué esto me importa.

Estaba furiosa y tenía las manos en las caderas:- Porque quiero casarme con vos. Aunque ahora
mismo, estoy tratando de recordar por qué.

Su destello de genio no hizo más que provocarle una ceja arqueada.

-Creo que ya rechazasteis mi propuesta, y no recuerdo haber emitido otra.

Si estaba tratando de avergonzarla y hacerla sentir tonta, estaba funcionando. Lo miró suplicante.

-Estaba asustada y confundida, Thom. ¿No podéis intentar entenderlo?

-Lo entiendo. Lo que no entiendo es lo que ha cambiado -hizo una pausa, como si de repente se le
hubiera ocurrido algo-. Por supuesto que sí. Mi situación ha mejorado bastante para vos, ¿verdad?
¿Ahora que he conseguido un poco de renombre, que voy a ser caballero y presentado con tierra,
vale la pena correr el riesgo?

-No tiene nada que ver con eso.

-¿Entonces el momento de vuestra gran epifanía es sólo una coincidencia?

No debía sorprenderse de que cuestionara sus motivos, pero le dolía:- Sabía que había cometido un
error el momento que estuve junto a Randolph para decir esos votos, pero no fue hasta que supe lo
que ibais a hacer, y que vuestra vida estaba en peligro, que yo sabía que haría. Todo lo que tuviera
que hacer, sin importar cuál fuera el precio o lo desagradable que fuera, para librarme de él.

Viendo que no estaba convencido, añadió:- Si no me creéis, preguntadle a Joanna. Preguntad a Lady
Helen. Preguntadle a mi prima. Ellas os dirán. Intenté decírtelo a ti mismo, pero no me escuchasteis
-tomó una respiración profunda que era casi un sollozo-. Dios, podría haberos perdido, Thommy.
Estaba tan asustada. ¿Cómo habéis podido poneros en peligro?

Las lágrimas en sus ojos y la obvia desesperación parecían no significar nada para él:- Me perdisteis
en el momento en que dijisteis esas palabras que os unían a otro hombre. Si os arrepentís antes o
después no importa.

Dio un paso hacia él:- No queréis decir eso.

Pero lo hacía. Podía verlo. No me quiere, ya no me quiere.

No, sólo estaba siendo terco... ¿Verdad? Sus sentimientos no podían cambiar tan rápido. Tenía que
encontrar una manera de llegar hasta él.

-¿Qué puedo decir, salvo lo siento? Cometí un error. Todo sucedió tan rápido, que no podía pensar
con claridad. Tenía un plan -pensé que sabía lo que quería- y cuando entrasteis y traté de cambiar
todo en el último minuto, tomé la decisión equivocada. Haría cualquier cosa para recuperarlo, pero
no puedo. Todo lo que puedo hacer es tratar de corregirlo y pediros perdón.

La miró sin emoción. Sin decir una palabra.

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-¿No hay nada que pueda hacer o decir que haga me perdonéis? ¿Es vuestro corazón tan duro?
¿Permitiréis que el orgullo y la terquedad os impidan tomar lo que estoy ofreciendo?

El intenso resplandor de la ira en sus ojos fue el primer signo de que no podía ser tan indiferente
como parecía.

-¿Qué ofrecéis exactamente, Elizabeth? De cualquier manera no veo a vuestro hermano dándome la
bienvenida a la familia. ¿Así que vamos a huir juntos? Puede estar muy segura de que si hacemos
eso no habrá caballería ni baronía, ni nada más.

¿Estaba arrepentido? Desde su expresión era cuestionable, pero al menos parecía estar
considerándolo. Se sintió lo suficientemente audaz para moverse hacia delante y poner una palma
de su mano sobre su pecho.

-Eso no importa.

Su mandíbula se apretó:- A mí sí.

Bueno, la lógica del orgullo masculino escapó por completo de ella. Primero quería que lo tomara
sin nada, y ahora que tenía algo, ¿no la tomaría sin él? Oró por paciencia.

-Le haré entender a Jamie.

Hizo un agudo sonido de incredulidad:- ¿Cómo pensáis hacer eso?

-Haciendo que sea demasiado tarde para que haga algo al respecto.

No tardó mucho en darse cuenta de lo que quería decir:- ¡No, Elizabeth! No lo haré. Así no.

Miró su expresión y supo que lo decía en serio. A veces, el honor y la nobleza podían ser
decididamente inconvenientes. Elizabeth suspiró, dándose cuenta de que no tenía otra opción. Se
estremeció un poco al pensarlo. Bueno, ¿podría realmente hacer eso? Tiempos desesperados...
medidas desesperadas.

Al retirar la mano de su pecho, se echó hacia atrás y comenzó a trabajar los lazos de su vestido. Si
sus manos no temblaban, habría apreciado la forma nerviosa en que la estaba mirando.

-¿Qué estáis haciendo? -preguntó.

Nunca lo había visto tan sorprendido. Obviamente, lo había sorprendido. Por decirlo suavemente.

-Me quito la ropa -respondió con naturalidad.

-¿Por qué?

Farfullar era algo bueno, ¿no?:- Prefiero esperar que sea obvio, pero estoy tratando de seduciros. Y
como dijisteis que queríais verme de pie delante de vos desnuda, pensé que era una buena manera
de empezar -hizo una pausa por un momento, dejando que sus ojos se deslizaran hacia el pesado
bulto entre sus piernas-. También dijisteis algo sobre tener mi boca en vos, pero me temo que
necesito alguna instrucción para eso.

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Santo infierno. Cualquier cosa que Thom hubiera estado a punto de decir voló de su mente. Fue
reemplazada por una imagen de lady Elizabeth Douglas de rodillas ante él, desnuda, deleitándolo
con su boca. La oleada de lujuria era tan caliente y pesada, el anhelo tan intenso, que era una
imagen difícil de desalojar.
Pero lo hizo. A la fuerza. Y quizás con un poco de gemido.

Lo oyó, maldita sea, y enardeció sus movimientos, ansiosos y desorientados, con un nuevo
propósito. Su surcotte se dejó caer en una piscina de terciopelo a sus pies antes de que pudiera
poner una mano en su muñeca.

-Deteneos -exigió con enfado-. No funcionará. No vais a cambiar mi mente. No lo quiero -miró la
prueba de lo contrario, que era demasiado grande y difícil de ocultar. Su mandíbula se apretó como
un tornillo-. Así no.

-Podéis hacerlo a vuestra manera la próxima vez.

Sus dientes estaban rectificando literalmente todas las imágenes que inundaban su cabeza.

-Eso no es lo que quise decir, maldita sea.

-No voy a esperar el permiso de otra persona, Thom. ¿Vais a dejar que mi hermano decida vuestro
futuro? -se puso rígido, como sin duda era su intención. Sabía lo mucho que la idea de eso lo
enfurecería. No lo toquéis. No alcancéis demasiado alto. Recordad vuestro lugar.

-Quiero pasar el resto de mi vida con vos, y como esto parece ser la mejor manera de garantizarlo,
no voy a dejar que nada se interponga en el camino. Vuestro honor estará intacto. No me estáis
seduciendo, yo os estoy seduciendo.

-Eso no hace ninguna diferencia, Ella, y vos lo sabéis bien.

Tiró de su mano de su muñeca y reanudó su tarea como si no hubiera hablado. Debería detenerla,
maldita sea. No podía dejar que lo manipulara así. Ya no la amaba. Lo había herido por última vez.
No quería...

Ah, demonios. Su cote siguió al surcotte al suelo, y su boca se secó. Se sentía como si la mayor
parte de la sangre en su cuerpo se hubiera drenado a sus pies también.

Se inclinó para quitarse los zapatos y las calzas, y luego se paró delante de él con nada más que una
camisa. El fino lino dejaba poco a la imaginación. Podía ver las altas puntas rosadas de sus pechos,
la redondez pesada de su peso sustancial, la delgada curva de su cintura y sus caderas, la larga
longitud de sus miembros. Con unos cuantos enganches en el pelo, las exuberantes y largas tiras
rubias cayeron en ondas sensuales alrededor de sus hombros.

Parecía una diosa. Como una criatura de sus sueños. Como todas las fantasías sexuales que había
tenido. Quería tomarla en sus brazos, apoyarla en la mesa, envolverle las piernas alrededor de la
cintura y hundirla pulgada a centímetro.

Él forzó sus manos a sus lados, luchando contra el impulso de tocarla. Era un idiota. No iba a hacer
esto. No de nuevo, maldita sea. Tal vez la primera vez que lo había rechazado podría decir que no

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había sido consciente de lo que estaba haciendo, pero no podía decir lo mismo esta vez.

Apartó los ojos:- Idos de aquí, Elizabeth. Sólo os estáis avergonzando.

Por un momento, pensó que la había convencido. Diablos, casi se convenció.

Estaba muy callada. Pero cuando la miró de nuevo, sacudió la cabeza.

-No. Todavía me amáis, sé que sí -lo miró desafiante, pero con suficiente incertidumbre y vergüenza
para recordarle su vulnerabilidad actual. Para recordarle que era una oncella inocente que actuaba
por instinto, no practicaba, y lo difícil que debía ser para ella. Para recordarle que estaba haciendo
esto por él.

-Cometí un error.

¿Estaba bien? ¿Su corazón estaba tan duro que no podía perdonar? ¿Era el orgullo lo que le impidió
atraparla entre sus brazos?

No, maldita sea. Era la imagen de su situación ante una habitación de gente que se unía a otro
hombre.

El hecho de que aún pudiera llegar hasta él, que pensase que podía ser fácilmente conquistado por
un cuerpo desnudo y una proposición traviesa -y que podía hacerle vacilar, incluso por un instante-
lo enfurecía.

-Pensad lo que queráis. No me importa una mierda.

-No os creo -dijo con una cantidad impresionante de confianza en el rostro de su rechazo. Podría
haber admirado su tenacidad si no estuviera a punto de poner a prueba los límites de su contención.
Antes de que pudiera detenerla -estaba seguro de que lo haría-, cruzó los brazos, agarró los pliegues
de lino de los puños y se puso la camisa por encima de la cabeza. Un instante después aterrizó en el
suelo a sus pies.

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Capítulo 26

Todo parecía detenerse: su corazón, sus pulmones, su movimiento, su tiempo. Por un momento
Thom olvidó la ira, el dolor, la traición, olvidó que ya no la amaba. Todo lo que podía ver, lo único
que importaba, era la hermosa mujer que estaba delante de él desnuda. La hermosa mujer que había
tenido su corazón desde la infancia. La bella mujer que nunca pensó que podría ser suya. La bella
mujer que ahora se ofrecía a él como la proverbial virgen al sacrificio porque quería casarse con él.

Cristo, era hermosa. Sus fantasías no le habían hecho justicia. Las dimensiones habían sido
correctas, pero la cremosidad impecable de su piel, el color rosa de sus pezones, la altura y firmeza
de sus pechos, el rubio oscuro del triángulo entre sus piernas... Había conseguido todos los malos.

Pero los detalles quedarían grabados en su mente para siempre. Cada pulgada increíble de ella.
El rubor rosado de sus mejillas se oscureció con cada momento de silencio. Empezó a cambiar, y él
supo que estaba tomando todo lo que no tenía para cubrirse mientras seguía mirando.

Pero Dios todopoderoso, no podría haberle rechazado aunque el I Eduardo de Inglaterra se hubiera
levantado de la tumba y estuviera derribando la puerta. Y seguro que no podía pensar en nada que
decir, no cuando su mente estaba llena de imágenes eróticas de lo que quería hacer. Y no cuando su
pene palpitaba tan fuerte que tenía que concentrarse en no avergonzarse.
Fue sólo cuando se dio cuenta de lo que estaba en su muñeca que se sacudió de nuevo a la realidad.
La llevaba de nuevo, su brazalete, y de alguna manera la vista de la banda de metal era como la sal
que se metía en una herida. No era suya. Nunca había sido suya. Sólo se había engañado a sí
mismo.

Apartó la vista de su desnudez y se volvió. No iba a dejar que le hiciera esto. No iba a ser
manipulado por el deseo. Empezó a caminar hacia la puerta.

-¿Thommy...? -oyó el pánico en su voz mientras se precipitaba hacia él-. ¡Esperad! -agarró su brazo
para detenerlo-. No podéis iros -no podía mirar su cara porque estaba asustado de lo que le haría.
Asustado de que su miedo encontraría una manera de penetrar el hielo alrededor de su corazón-.
¿No vais a decir nada?

Apretó los puños. El esfuerzo de no tomar lo que ofrecía había convertido cada músculo de su
cuerpo tan rígido como piedra:- ¿Qué queréis que os diga? ¿Que sois exquisita? ¿Que nunca he
visto algo más hermoso o deseable?

Su expresión cayó. Al parecer los cumplidos no eran lo que quería oír.

-Esperaba que dijerais que me perdonáis. Que me amáis, y todavía queréis casaros conmigo.

Oír las palabras que estaba luchando tan duro para negar deslizarse tan fácilmente de sus labios
rompió los últimos hilos de su control. La levantó contra él.

-¿Qué creíais, Elizabeth? ¿Qué dos senos perfectamente formados, exuberantes y de punta rosada
iban a hacerme olvidar que me arrancaron las entrañas cuando os prometisteis a otro hombre? ¿Que
un trasero apretado y curvilíneo y largas y lisas piernas iban a reparar el corazón que destrozasteis

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cuando tuve que verlo besándoos? ¿Que quitaros la ropa me iba a hacer volver a amaros?

Sus ojos se habían ensanchado ante su arrebato de rabia, y sus mejillas ardieron de vergüenza.

-No... Sí -lo miró suplicante-. No sabía qué más hacer. No me estabais escuchando, y quería probar
cuánto os amaba -tomó una respiración profunda-. Sé que os hice daño cuando rechacé vuestra
propuesta, y pensé que si de alguna manera...

Lo miró desamparadamente.

-¿Os poníais en la misma posición en la que estaríamos? Pero apuesto a que nunca pensasteis que os
rechazaría, ¿verdad? Pensasteis que estaría tan sobrecogido de quereros que me caería de rodillas en
gratitud.

Parecía genuinamente sorprendida y herida por la acusación:- No lo pensé en absoluto. Pensé que
veríais cuánto significáis para mí y cuánto quiero estar con vos.

Thom la ignoró:- Bueno, siento decepcionaros. Pero no es fácil, Elizabeth. No voy a olvidar todo lo
que pasó porque os desnudéis y me digáis que queréis chuparme la polla.

No importaba lo increíble que sonara, o cómo la visión de toda esa suave y aterciopelada desnudez
lo tentaba. Pero seguro que no iba a decirle eso.

Si era sus palabras o su tono brutal, no lo sabía, pero algo hizo que su temperamento se inflamase.
Se enderezó la espalda, levantó la barbilla y se encontró con la mirada fija.

-En realidad, es así de fácil. ¿No es eso lo que me habéis estado contando todo el tiempo? Si os amo
nada más importa, ¿no es eso lo que dijisteis? Siento que mis sentimientos no fueran lo
suficientemente claros como para hacer lo correcto en el momento preciso en que me queríais. Pero
esto es nuevo para mí. Nunca antes había estado enamorada. Habéis tenido años sabiendo que me
amabais. Sólo me di cuenta de cómo me sentía la semana pasada. Estaba confundida. Cometí un
error horrible. Os he decepcionado. No salté cuando me lo preguntasteis, pero estoy intentando
saltar ahora -respiró hondo-. Es simple: o me amáis y queréis un futuro conmigo o no.

Sus ojos se encontraron con los suyos:- No lo quiero.

Sus palabras aterrizaron con el aguijón de una bofetada. Se estremeció y contuvo la respiración
como si el dolor fuera inesperado y agudo. Su mano cayó de su brazo.

Una mirada a su rostro era todo lo que podía soportar. Si hubiera querido aplastarla, herirla tan mal
como le había hecho daño, lo había conseguido. Le miró con el corazón roto. Y vulnerable.

Tenía que salir de aquí antes de que hiciera algo estúpido y la atrajera entre sus brazos y demostrara
ser un mentiroso. Y lo mucho que su explicación y su truco de seducción habían llegado a romperlo.
Cuánto quería perdonarla. Había cometido un error, pero quizás en esas circunstancias era
comprensible. Estaba atrapada en la fiebre de los esponsales y trataba de resolver sus sentimientos,
sentimientos que, a diferencia de los suyos, eran nuevos e inciertos.

Llegó hasta la puerta. Su mano apretó el metal del mango. Abridla, se dijo. Alejaos. Él quería. Al
igual que quería dejar de amarla. Pero querer, se dio cuenta, no era lo mismo que hacer. Podía

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ocultar sus sentimientos detrás de la ira, pero seguían allí.

Tenía razón: era simple. Estaba furioso con ella, dolido más allá de lo creído, y su orgullo era
ardoroso, pero el hecho ineludible era que la amaba. Siempre la amaría, se casara con alguien más o
se casara con él. Tenía dos opciones: podía ser miserable y auto-justo o podía tragarse su orgullo y
tal vez -tal vez quizás- encontrar la felicidad de la que siempre había soñado.
No fue una decisión difícil. Cerró la puerta.

No podía ver lo que había hecho -o se dio cuenta de su importancia-, pero se había recuperado lo
suficiente como para llamarle:- Entonces idos. Alejaos como lo hicisteis la última vez.

Se dio la vuelta, entrecerrando los ojos:- ¿Qué?

Levantó la barbilla. Trató de no dejar caer sus ojos por debajo de él, pero era difícil. En su enfado se
había olvidado de que estaba desnuda, y se quedó allí con audacia y sin conciencia, y fue
espectacular.

-No reaccioné de la forma en que queríais en la azotea hace tres años, así que me cortasteis, me
negasteis a dejarme explicar o resolver mis sentimientos, me fui por tres años y me dije que me
odiabais. Y tampoco reaccioné de esta forma, así que me odiaréis y trataréis de cortarme de nuevo.
Pero al igual que la última vez, estaré aquí esperando. Ya sea que os lleve tres o veinte, estaré
esperando que encontréis un camino en vuestra cabeza obstinada, cabezona y demasiado orgullosa
para perdonarme.

Thom frunció el ceño, dándose cuenta de que había más verdad en su acusación de lo que quería
admitir. Pero obviamente tendrían que trabajar en sus disculpas.

Elizabeth no había terminado:- Y finalmente, ¿sabéis qué? Me perdonaréis, porque eso es lo que
sois. Pero para entonces, Dios sabe, nuestros hijos tendrán padres que serán lo suficientemente
mayores como para ser abuelos -algo en su voz se rompió y las lágrimas comenzaron a derramarse
por sus mejillas-. Así que idos, pero no me culpéis cuando sea vieja y arrugada y no podáis soportar
acostaros conmigo, porque será vuestra culpa.

Arqueó una ceja, sus ojos explorando su piel suave, cremosa y definitivamente no arrugada. Su
ceño se profundizó cuando la miró de nuevo:- ¿Cuándo será?

Estaba tan ocupada tratando de limpiar las lágrimas que le llevó un momento para darse cuenta de
lo que dijo. Se echó hacia atrás con un arranque.

-¿Qué?

-¿Antes de que no pueda soportarlo?

No iba a decirle que no podía pensar en nada más maravilloso que en envejecer con ella... y las
arrugas seguro que no lo iban a mantener fuera de su cama.

Ella parpadeó, las lágrimas agolpándose en sus largas pestañas como diamantes brillando bajo el
sol.

-¿En eso os fijáis? Muevo mi corazón abierto para que lo veáis, ruego por vuestro perdón,

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humillándome con una seducción fallida, y queréis saber cuántos tiempo tendréis antes de tenga
algunas arrugas?

Se encogió de hombros.

-Puede que me tome un tiempo para perdonaros, pero puedo intentar acelerar si significa que no
estoy en la cama con una carcamal -su jadeo de indignación fue seguido por una ampliación de sus
ojos con comprensión-. Y yo no necesariamente diría que fue una seducción fracasada -añadió con
una larga y temida mirada a lo largo de ella -tembló y se sintió hincharse.

-¿No lo haríais?

Sacudió la cabeza:- ¿Cuánto tiempo?

Su mirada se encontró con la suya y la esperanza que leía en sus ojos llenó su pecho de calor. El
hielo que rodeaba su corazón, que se había agrietado desde que llegó, comenzó a romperse en
gruesas partes.

-No esperaría más allá de esta noche -dijo con un triste movimiento de cabeza-. Me temo que estoy
envejeciendo a cada minuto. Las arrugas ya están empezando.

-Bueno, entonces supongo que es mejor que nos demos prisa.

La esperanza tentativa, cuidadosamente contenida en sus ojos lo derribó:- ¿Eso significa que me
perdonáis?

Se movió hacia ella, dejando que la parte posterior de su dedo se deslizara por la suavidad
aterciopelada de su piel desnuda. Su hombro, su brazo, la dura punta de su pezón. Dejó que se
quedara allí, frotándose de un lado a otro, en círculos perezosos, sobre la deliciosa punta rosada.
No podía esperar para chuparlo. Para rodear su lengua alrededor de ella. Tomarlo entre sus dientes y
tirar hasta que se retorciese y se arqueara en su boca.

Su voz se suavizó cuando la miró a los ojos.

-Sí, significa que nunca he amado tanto a nadie en mi vida. Que he sido bien y completamente
seducido. Que no podría marcharme si mi vida dependiera de ello. Y podría serlo -en la parte de
atrás, en el fondo de su mente, era consciente de que no era sólo honor lo quearriesgaba-. Que os
amo y no puedo esperar a haceros mía.

La expresión de alegría que se le rompió la cara no era algo que iba olvidar. Hizo que la euforia de
los últimos dos días fuera nada en comparación.

-Oh, Thommy.

Se arrojó a sus brazos y la besó. Ávidamente. Apasionadamente. Tal vez un poco desesperadamente.
Ahora que la última barrera entre ellos había sido derribada, las compuertas se habían abierto y todo
salía corriendo con fuerza y rapidez.

Había sido bueno por demasiado tiempo. Mientras fuera a ignorar su honor, lo haría todo bien.

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La besó hasta que no pudo soportarlo más. Se separó tanto como para recobrar el aliento e intentar
controlar la lujuria que brotaba de su cuerpo mientras lo hacía para quitarse la ropa. La dejó mirar
su torso, que no era fácil dado lo fácil que era leer sus pensamientos. Se alegró de que le gustara su
cuerpo, pero Cristo, esas lujuriosas miradas no ayudaban a su moderación.

-Seguro que tenéis mucho músculo -no había mucho que decir. Así era.

-Me gusta.

Su boca se contrajo:- Bien.

De repente, frunció el ceño:- ¿Se irán si dejas de usar el martillo en la fragua? Porque si lo hacen,
tendré que insistir en que sigáis... -lo estaba matando. Había esperado bastante. Levantó la vista de
su pecho-. Sí.

-Ven acá.

Hizo lo que le pidió y ayudó a bajarla hasta donde había cubierto el suelo con sus capas. No era un
lecho romántico, y menos que ideal para su primera vez, pero en cierto modo había algo correcto
sobre él. La forja era donde habían pasado tanto tiempo juntos en su juventud. Había ayudado a
traerlos a este momento.

Parecía no importarle la cama improvisada, y cuando lo empujó encima de ella, tampoco lo parecía.
El primer contacto de piel contra piel era como una combustión del placer, disparando todo lo
demás a su paso.

El corazón de Elizabeth estaba latiendo tan rápido que pensó que podría explotar. Sus sentidos ya lo
estaban. La sensación de Thommy encima de ella, de su piel caliente apretada contra la suya, de su
peso sólido y músculos rocosos...

Gimió, gimió y pidió más con su cuerpo mientras su boca cubrió la de ella en un beso frenético y
embriagador. Era difícil saber dónde lo había dejado y empezó. Parecían fusionados como uno solo.

Fue mágico. Fue perfecto. Estaba destinado a serlo. Nunca había estado más segura de nada en su
vida.

Le resultaba difícil ser paciente. No podía obtener suficiente de su boca, sus manos. Cubrieron su
cuerpo, rozando, acariciando, apretando. Y lo quería más difícil, más rápido y más duro. Apretó los
músculos de sus hombros, sus dedos se clavaron en ella para mostrar su necesidad, mientras arrastró
su cuerpo contra el suyo: la presión, la fricción, el frotamiento, exquisito.

Gruñó bajo en su garganta, respondiendo a su necesidad. Podía sentir el rasguño de su mandíbula


contra su piel febril mientras su boca recorría su garganta, su pecho...

Elizabeth gritó mientras tomaba su pezón en su boca, la succión de calor increíble. La chupó
profundamente y con fuerza, dejando que su lengua rodeara la punta dolorida mientras sus manos se
deslizaban entre sus piernas.

Siguió una oleada de calor y humedad. Recordó lo que había hecho. Cómo se sintió cuando la tocó.
Lo mucho que le gustaba la sensación de su dedo acariciándola, y cómo se había sentido cuando la

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había hecho explotar. Lo hizo de nuevo. Su boca en su pecho, su dedo entre sus piernas, gritó
mientras los espasmos de placer la atormentaban.

Levantó la cabeza, con una expresión de dolor en su hermoso rostro. Dios, ¿cómo había dejado
esto? ¿Cómo podía haber sido tan tonta al pensar que el amor no importaba?

-Sois tan sensible que estáis haciendo difícil ir despacio, cariño.

-Entonces no vayáis despacio -dijo-. Os quiero dentro de mí -puso su mano sobre él para mostrarle
lo que significaba.

No sabía lo que esperaba, pero no era la suavidad de un guante delgado y sedoso sobre el acero.
Como parecía la cosa más natural de hacer, lo rodeó. Hizo un sonido de placer tan profundo e
intenso que casi sonaba como dolor.

-¿Lo estoy haciendo bien?

-Dios, sí.

-Mostrádmelo.

-No estoy seguro de que pueda.

Pero lo hizo. Le enseñó cómo acariciarlo. Cómo encontrar su ritmo. Cómo apretar cuando lo
ordeñaba.

Y todavía no era suficiente.

Paró:- Mostradme el resto, Thommy. Quiero llevaros en mi boca.

Es virgen. No podéis. Thom se decía eso una y otra vez. Pero no funcionaba. No estaba escuchando.
Lo único que podía oír era la llamada de sirena de su boca. La voz suave que le preguntó si podía
cumplir su fantasía más pecaminosa.

Se necesitaría un hombre mucho más fuerte que él para resistirse a ese tipo de oferta.

Así que se lo dijo... o se lo mostró. No sabía cuál. Pero de alguna manera estaba en su espalda, se
deslizaba por su cuerpo, y su boca estaba en su polla. Sus suaves labios rosados se deslizaban
pulgadas por pulgada por la gruesa y larga longitud de él, y casi se le escapó de la piel.

Llegó un poco, y cuando deslizó la lengua para lamerla y hacer un sonido de placer bajo en su
garganta, supo que estaba en peligro de dejarse ir.

Apoyó su cabeza contra él durante un momento angustioso, recordando cada sensación perversa,
el calor, la humedad, la suavidad de los labios y la lengua mientras chupaba, y luego la apartó.

-Parad.

Lo miró, sorprendida:- Pero me gusta...

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-A mí también, demasiado.

Dejó escapar un sobresalto ahogado cuando la volteó sobre su espalda, pero un momento después
estaba jadeando por otra razón cuando se deslizó entre sus piernas, le pasó las piernas por los
hombros y presionó su boca contra toda esa dulzura de miel. Ella se resistió al contacto y trató de
protestar, pero no dio ninguna señal más. Alzando su trasero, la levantó hacia su boca hambrienta.
Llegó al primer golpe de su lengua, y luego la hizo venir un poco más. Se frotó y chupó, movió
hasta que estaba temblando, y luego finalmente le dio la larga, lenta resistencia y la presión que la
llevó al borde. Cuando terminó, estaba dolorosamente caliente y lista.

Y Thom también. Estaba en un fuego sangriento y más duro de lo que había estado en su vida.

Apoyó sus manos a cada lado de sus hombros y se colocó entre sus piernas. Le daría una
oportunidad más.

-¿Estáis segura, cariño?

Sus ojos todavía estaban suaves de placer al encontrarse con los suyos:- Nunca he estado más
seguro de nada. Os amo.

Su corazón estaba a punto de estallar:- Yo también os amo.

Lentamente comenzó a entrar en ella. Empujando suavemente, empujando con círculos rítmicos de
sus caderas. Estaba suave y cálida y lista para él... y apretada. Muy, muy apretada. Pero trató de no
pensar en eso mientras el sudor le corría por el costado de la frente con el esfuerzo que estaba
haciendo para que él fuera lento cuando todo lo que quería hacer era ir rápido. Cuando la
contención había convertido cada músculo de su cuerpo en acero. Cuando todo lo que quería hacer
era entrar y salir de ese puño apretado y mojado,

Ella se tensó. Thom se detuvo.

Sus ojos se dirigieron a los suyos:- No estoy segura de que esto vaya a funcionar.

Parecía tan preocupada que trató de no reír. Pero maldita sea, era dulce. Dejó caer un suave beso
en su boca.

-Ya está funcionando, cariño. Vuestro cuerpo sólo necesita tiempo para adaptarse a mí.

Claramente no lo creía:- ¡Sois demasiado grande! -exclamó, sus mejillas volviéndose una adorable
sombra de rosa.

No podía evitar sonreír, pero no creía que lo creyera si le dijera que lo apreciaría más tarde.

-Confiad en mí, Elizabeth, estará bien -de repente, se puso serio-. Puede que os duela un momento...
¿Sabéis eso, verdad? –asintió-. ¿Os duele ahora?

Pensó por un segundo, y luego sacudió la cabeza:- Sólo me siento... llena.

Cristo. Thom gimió y se hundió en un poco más profundo, besándola de nuevo. Respondió, y
lentamente, pudo sentir su cuerpo abriéndose a él otra vez. Pero llegó el momento en que se resistió,

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y sabía que iba a tener que hacerle daño. Dudaba... odiándolo, pero sólo diciéndose a sí mismo esta
vez y que empujara.

Elizabeth gritó, todo su cuerpo se endureció de dolor.

Se obligó a no moverse, lo cual no era fácil cuando cada centímetro de su cuerpo gritaba de placer.
Estaba tan caliente y apretada, agarrándolo como un puño. Estaban unidos, conectados, de la
manera más primitiva. Finalmente era suya, y deseaba rugir de satisfacción. Pero, sobre todo, quería
moverse.

Con palabras tranquilizadoras y tiernos besos, esperó pacientemente, o no con tanta paciencia, para
que el dolor se calmara. Se encontró con la acusación silenciosa en sus ojos con susurros disculpas
y promesas entre besos de que mejoraría.
No le creyó. Pero lo haría.

Cuando por fin sintió que su cuerpo se relajaba, empezó a moverse. Poco a poco al principio, con
pequeños empujones más suaves y círculos de sus caderas calculados para burlarse. Atraer Para hacer
que su cuerpo anhela más.
Hizo el amor con ella como nunca antes había hecho el amor con una mujer. Porque nadie había sido
ella. Siempre había sido ella.

No pasó mucho tiempo antes de que empezara a hacer esos jadeos medio ansiosos y medio
sorprendidos que lo volvían loco. Cuando empezó a levantar las caderas, cuerpo inconscientemente
buscaba más, alargó sus golpes. Más profundo, más duro, más rápido, hasta que ambos estaban
perdidos en el delirio del placer.
Virgen.

Era difícil de recordar cuando lo encontró golpeando para el movimiento. Cuando su cuerpo
respondió a cada toque con exigencias que se correspondían con las suyas.
Le gustaba mucho. Le gustaba rápido. Le gustaba duro y un poco peligroso.

Sentía la misma necesidad frenética y el deseo perverso. No necesitaba contenerse. Ya no. No


importaba si era la hija del señor y él era el hijo del herrero. La pasión había quitado las barreras
entre ellos. En la cama eran uno. Le daba todo. Y lo devolvió.

Sus cuerpos comenzaron a moverse por su cuenta, el control y la deliberación dando paso a la
sensación y el sentimiento. No sabía lo que estaba haciendo, sólo que se sentía increíble y le
gustaba. Ella le estaba diciendo así, instándole con palabras, gemidos, y golpear frenéticamente sus
caderas contra las suyas.

-Oh Dios... se siente tan bien... Por favor, Thommy...

Fue demasiado. Demasiado perfecto. Y había estado esperando demasiado tiempo. La amaba tanto.
La presión que se retorcía en una bola apretada en la base de su espina dorsal era demasiado
intensa, el deseo de lanzar casi abrumador. Pero tenía que aguantar. Solo un poco más... Sus jadeos
comenzaron a acelerarse. Sus gemidos se volvieron más urgentes. Ella no podía encontrar su mirada
más, el placer la estaba superando. Observó su rostro mientras su cabeza caía hacia atrás, con los
ojos cerrados, las mejillas enrojecidas y los labios entreabiertos.

Oh, dios, sí. Empujó fuerte y profundamente, lo más profundo que pudo, y fue como si hubiera

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provocado una explosión.

El primer espasmo de su liberación lo agarró con fuerza, rompiendo cualquier hilo que le quedaba
de su restricción. Se juntaron, sus gritos de placer se mezclaron en el aire sofocante de la fragua
mientras sus cuerpos se estremecían de liberación.

Nunca había experimentado algo parecido. Las sensaciones parecían intensificadas y más intensas
-más significativas de alguna manera- y las emociones más profundas. Se sentía trascendido a un
lugar diferente -un nivel diferente de conexión- que nunca había imaginado.
Estaban unidos entre sí de una manera que no podía deshacerse.

A Elizabeth le tomó un momento recuperar la conciencia, o más bien regresar a cualquier apariencia
de sus sentidos. Los sentimientos, las sensaciones y las emociones que se habían apoderado de ella
eran tan abrumadores que no cedían fácilmente -o rápidamente. Sólo cuando el último reflujo de
placer se había deslizado de su cuerpo, volvió un cierto nivel de conciencia.

Se sentía tan deliciosamente agotada. Su cuerpo estaba cálido y placido. No creía que pudiera
moverse si tuviera que hacerlo. Pero era un tipo de agotamiento diferente, un tipo satisfecho. Un
tipo contento. Aunque el contentamiento difícilmente captaba la felicidad que brillaba dentro de ella
y parecía llenarla de estallar.

Pero no fue hasta que Thommy rodó fuera de ella -llevándose su calor y peso sólido con él- que sus
pensamientos se hicieron lo suficientemente cohesiva como para hablar.

-¿Thommy?

Oyó la fuerte caída de su respiración antes de contestar:- Sí, amor.

La atrajo contra él y se acurrucó en el calor de su cuerpo como si lo hubiera hecho cien veces.
Apoyando la barbilla en su pecho, lo miró fijamente. Era tan increíblemente guapo que a veces le
quitaba el aliento. Como ahora.

-Teníais razón.

Parecía estar teniendo dificultad para recuperar sus sentidos también, pero logró fruncir una ceja:-
¿Sobre qué?

-Funcionó.

Se rio agudamente, y la sonrisa que volvió a su boca era tan juvenilmente encantadora que envolvió
alrededor de su corazón y se apretó:- Creo que es un eufemismo, Ella.

Al no tener experiencia previa en la que confiar, se sintió enormemente complacida al oírlo:- ¿Lo
es?

Él inclinó su barbilla para mirarla a los ojos:- Eso fue... Ni siquiera sé cómo describirlo -le sonrió de
nuevo.

-Fue bastante espectacular, ¿no?

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-Muy espectacular.

-¿Eso significa que queréis hacerlo de nuevo?

Gimió:- Dios, cariño, ¿estáis intentando matarme? Necesito un poco de tiempo para recuperarme.
Y vos también... estaréis dolorida. Yo debería haber sido... más suave.

¿Estaba sonrojado? No creía que lo hubiera visto enrojecer antes. Era adorable. Si un hombre
físicamente tan imponente como él pudiera ser caracterizado como tal.

-No digáis eso... fue perfecto. Y valió la pena sentirlo -empezó a dibujar pequeños círculos en su
pecho y su estómago, los músculos apretando en bandas apretadas en su toque-. ¿Cuánto tiempo?

Se echó a reír:- Más de cinco minutos.

Pero no resultó mucho más. La segunda vez que hizo el amor con ella fue más lento y menos
frenético, pero cada poco tan poderoso. Tal vez incluso más. Esta vez no hubo dolor, y cuando
sostuvo su mirada mientras se separaban, hacía que todo parecía más significativo, más profundo de
alguna manera. Las emociones, las sensaciones, la fuerza de los espasmos llenaban su cuerpo, la
intensidad del amor que sentía por él y la conexión entre ellos... Todo era más fuerte.

Y su agotamiento también. Esta vez, no recuperó mucho de su conciencia en absoluto antes de caer
en un sueño satisfecho y saciado -extremadamente saciado-.
Todavía estaba sonriendo cuando Thom la sacudió. Pero la sonrisa no duró mucho.

Maldijo, la palabra que usaba para transmitir la urgencia antes de hablar:- Deprisa -se levantó de un
salto y le tiró el vestido incluso cuando empezó a ponerse la ropa-, hay alguien en la puerta.

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Capítulo 27

Nadie. La voz que había despertado a Thom y lo había empujado a una pesadilla era demasiado
familiar. Volvió a jurar, maldiciéndose por quedarse dormido, mientras se apresuraba a ponerse la
ropa.

-Abrid la maldita puerta ahora, MacGowan, u os juro que...

-Dadme un minuto -dijo Thom, sin necesidad de oír los detalles. Su cara era sombría mientras
lanzaba a Elizabeth una mirada preocupada.

Palideció mientras se apresuraba a ponerse el vestido. Obviamente también había reconocido la voz.
Esto no era bueno, maldita sea. No era bueno en absoluto. Cada maldición maldita que Thom podía
pensar pasaba por su cabeza.

Sólo había una forma en que podría haber sido peor. Si no hubiera tenido la previsión de cerrar la
puerta, habrían estado desnudos y entrelazados en los brazos de los demás, en vez de vestidos
cuando James Douglas se introdujo en la forja
.
Sin embargo, no había escondido lo que habían estado haciendo. James les echó una mirada, se dio
cuenta de lo que Thom había hecho y le dirigió una mirada de horror, traición, condena y odio que
Thom sabía que no podía decir nada, ninguna explicación que pudiera corregir ese error.

Fue en ese momento, cuando Thom vio la escena a través de los ojos de Jamie: la forja cruda, las
capas extendidas sobre el suelo de piedra manchado de hollín, varias prendas de vestir todavía
dispersas por el suelo, Elizabeth medio vestida con los lazos sin atar, el cabello suelto y despeinado,
los labios hinchados, la tierna piel de su rostro y cuello aún rosados por el rascado de su quijada
barbilla, la realidad de lo que había hecho le golpeó, y se sentía cada vez más humillado y con
deshonra como su viejo amigo lo pensaba.

La culpa y la vergüenza se retorcían a través de sus entrañas. La había violado, maldita sea. Tomó
su inocencia cuando no era su derecho a hacerlo, infierno, era un derecho que probablemente
pertenecía a otra persona. El sobrino del rey, en realidad.
Maldijo de nuevo.

No importaba lo bien que pudiera haber sentido, no lo era. Lo sabía, pero se había olvidado.

Thom se preparó para lo que estaba por venir, pero no hizo ningún intento por detenerlo. Había
estado en el otro lado de uno de los puños de James Douglas muchas veces antes, pero aún así
nada pudo haberle preparado para la fuerza del golpe que aterrizó en su mandíbula como un
martillo de guerra. Su cabeza se disparó hacia atrás con un estallido de dolor que le hizo ver las
estrellas.

Elizabeth gritó.

Thom apenas levantó la cabeza antes de otro golpe seguido, éste al intestino, haciéndole gemir y
doblar.

-¡Os voy a matar! -Douglas lo empujó para golpearlo de nuevo-. Es mi hermana. Cómo pudisteis...

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Thom no sabía qué decir, ¿qué podía? Tampoco trató de defenderse del pugilista. Tal vez parte de él
sentía que era merecido.

-¡Jamie, no! Parad, lo mataréis.

-¡Perfecto!

El intento de Elizabeth de ponerse frente a él despertó a Thom lo suficiente como para bloquear el
siguiente golpe e intentar mantenerla fuera del camino:- No os metáis en esto, Ella.

-¡No! -gritó furiosa, con lágrimas corriendo por su rostro-. ¡No!

Se volvió hacia su hermano y le gritó que se detuviera. James estaba más allá de la audiencia, sin
embargo, y no fue hasta que se lanzó entre los dos hombres que Douglas juró y dejó de balancearse.

-Salid del camino, Ella, esto es entre MacGowan y yo.

-No, no lo es -le gritó ella con la misma ira-. Esto es lo que quería. Me voy a casar con él.

-El infierno que lo haréis -Douglas dijo en una voz mortal que no dejaba lugar a la discusión.

Para su crédito, Elizabeth no se estremeció ante el hombre cuya formidable rabia negra inspiraba
epitafios y pesadillas al otro lado de la frontera:- Una vez que os calméis lo suficiente para escuchar
la razón, os daréis cuenta de que no hay otra opción. Es demasiado tarde.

No necesitaba explicar lo que quería decir con eso. El rostro de Douglas se volvió tan oscuro que
Thom pensó que lo golpearía de nuevo y se preparó para el golpe.

El cuerpo entero de Douglas parecía temblar y habló con palabras asombrosamente claras a su
hermana.

-Si creéis que le recompensaré por seduciros y deshonraros, estáis loca. No me importa lo que haya
pasado aquí.

Su confianza vaciló un poco. Palideció ligeramente antes de levantar su barbilla obstinadamente


establecida un cabello más alto:- No me sedujo. ¡Lo seduje!

A pesar de su furia, Douglas la miró y se rio:- Lo que sólo demuestra lo inocente que sois.
MacGowan ha estado esperando su oportunidad de tomar ventaja de vos desde que tenía dieciséis
años. No importa lo que os haga pensar, este siempre ha sido su maldito plan. Os quiere y nada lo
detendrá. Ni siquiera su precioso honor.

Thom ya no podía permanecer en silencio. Douglas tenía derecho a su ira, pero Thom no era el
muchacho con hollín en la cara que tenía que mantener la boca cerrada y acceder a su oferta. Era un
guerrero hábil, pronto para estar entre los mejores, con más que suficiente tierra para abastecerla.

-Si me creéis o no, no tenía la intención de que esto sucediera. Cometí un error. Olvidé mi honor.
¿Pero quizás no fui el único?

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El recordatorio apuntado a una batalla entre ellos hacía unos años cuando la situación se invirtió -
cuando Thom defendía el honor de Joanna- hizo que Douglas se ruborizara de ira.

-Esto no es sobre mí, maldita sea!

-¿No es así? -la ira y el resentimiento que Thom había enterrado durante años surgió-. ¿No fuisteis
vos quien la alejasteis cuando tenía dieciséis años para separarnos? ¿No erais vos el que ha pensado
que no era lo suficientemente bueno para ella? ¿Quien la desposó con otro hombre cuando sabíais
que no lo amaba?

Los dientes de Douglas apretados, sus ojos estrechados y salvajes:- No me disculparé por hacer lo
que creo que es mejor para proteger a mi hermana.

-Tampoco deberíais. Pero ¿de qué estáis tratando de protegerla? Puede que no tenga la riqueza de
Randolph, pero tampoco soy sólo un chico del pueblo. Puedo protegerla y proveerla. Tendré tierras
propias y pelearé con los mejores guerreros...

Douglas se rio en su rostro:- No, si tengo algo que decir al respecto. Cuando se sepa lo que ha
sucedido aquí, tendréis suerte de tener un martillo para llevar a la forja. Sedujisteis a la mujer
prometida al sobrino del rey.

-Estaba desposada -intervino Elizabeth, aunque ambos la ignoraron.

-¿Cómo creéis que reaccionarán? -continuó Jamie-. Tendréis suerte si Bruce no os tiene atado y
Randolph no os desafía. Ya terminastise, MacGowan, está acabado.

Enfadado por la amenaza que sabía que no era una amenaza, Thom sintió como si todo lo que había
trabajado durante los últimos tres años, y toda la felicidad, esperanza, y promesa de las últimas
horas, hubiese sido aplastado -aplanado- borrado en un golpe cruel.

Thom no dudaba de que Douglas lo hiciera. De hecho, sabía que lo haría.

Al olvidar su honor, al tomar su inocencia, Thom había entregado a Douglas la espada para
destruirlo. Una palabra y todo por lo que había luchado durante los últimos años, todo lo que había
ganado, se habría ido. Su caballería, su baronía y, lo más importante de todo, su lugar entre los
mejores guerreros de la cristiandad.

Pero no fue hasta que Thom miró a Elizabeth que toda la extensión de la destrucción lo golpeó. En
el horror de su expresión, en la palidez incruenta de su piel, en la desolación de su mirada, Thom
sabía que lo había perdido todo. La había perdido.

Estaba frenética. Desesperada:- ¡No, Jamie! ¡No podéis! No os dejaré hacer eso. Por favor, tenéis
que escuchar... -pero Jamie no escuchaba nada. La estaba arrastrando por la puerta-. No, esperad.
Necesito...

Lo que había estado a punto de decir fue cortado cuando Jamie se inclinó y gruñó algo en su oído.
Palideció y se volvió para mirar a Thom impotente.

>-Lo siento...

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Las palabras fueron marcadas por un portazo.

Thom se hundió en el banco donde todavía estaba su manto. Jamie ni siquiera se había molestado
en dejar que terminara de vestirse. La calza y la surcotte que yacían en un charco en el suelo
parecían burlarse de él con todo lo que Thom había tenido -sólo por unas pocas horas- y perdido.
Con la cabeza entre las manos, cayó en un agujero negro de desesperación. El hijo del herrero había
llegado demasiado alto. Había buscado a las estrellas, y al hacerlo había perdido todo: su fortuna, su
lugar en el ejército secreto de Bruce y, lo más importante, su corazón.

Lo que más temía Elizabeth se había convertido en una realidad. Si se casara con él, volvería a ser
aquella niña que se quedaría sin nada.

No le haría eso. Incluso si todavía lo amaba, no podía casarse con ella. Douglas tenía razón. Tendría
suerte si Bruce o Randolph le dejaban vivir lo suficiente para regresar a casa.
Pero ahora era todo lo que le quedaba.

***

-A menos que queráis ver mi espada en su estómago, os iréis ahora, Ella.

Las palabras de su hermano habían frenado sus protestas. Elizabeth sabía que no era una amenaza.
Jamie estaba prácticamente temblando con rabia apenas limitada. Sabía que necesitaba alejarlo de
Thommy y darle la oportunidad de refrescarse.

Jamie habría matado a Thommy antes si no hubiera intervenido. Su boca se atornilló en mueca
molesta. Y Thommy le habría dejado. Había visto la expresión en su rostro cuando Jamie se había
metido en ellos y sabía que se sentía culpable y avergonzado por lo que habían hecho. Lo cual era
ridículo. Y le diría exactamente eso tan pronto como conseguiera a su hermano bajo control.
¡Hombres y su honor!

Los hermanos se ahuyentaron en silencio mientras caminaban a corta distancia de regreso a la


abadía. Se sorprendió al ver que todavía era de noche -de la cantidad de personas, probablemente
alrededor de la medianoche-, ella y Thommy no habían dormido tanto tiempo después de todo.

Jamie acababa de llegar mucho antes de lo que esperaban. Debía haber vuelto a correr en la
oscuridad tan pronto como recibió su nota.

Acababan de llegar a la casa de huéspedes cuando Elizabeth se volvió hacia él, incapaz de contener
su ira más. Pero no fue sólo ira. Lo único que tenía que hacer era pensar en la expresión de
Thommy cuando Jamie había amenazado con arruinarlo, y su pecho se apretó igualmente con la
desesperación.

Sabía que el corazón de su hermano estaba en el lugar correcto -pensó que la estaba protegiendo-
pero ahora mismo era difícil recordar eso.

-¿Cómo habéis podido, Jamie? ¿Cómo podríais amenazar con destruir a Thommy así? Debéis saber
lo difícil que es hacer lo que ha hecho para ir más allá de su nacimiento, lo duro que ha trabajado
por todo lo que ha logrado, y habéis amenazado con quitárselo todo de una equivocada sensación de
venganza.

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-No hay nada de malo en absoluto, y no es más de lo que merece por lo que hizo.

-Por lo que hice. Esto era lo que quería, pero parece que no queréis oírlo. Pero os juro, Jamie, si
decís una palabra contra Thommy, si contáis lo que pasó, nunca os lo perdonaré -le dirigió una
mirada dura para que supiera que lo decía en serio-. Tengo la intención de casarme con él, tanto si
me dais permiso como si no.

La terquedad era un rasgo de familia. Prácticamente gruñó cuando lo dijo:- Y una mierda que lo
haréis.

Lo ignoró:- Tom es el hombre más noble que conozco, que vos conocéis tan bien como yo.

Él ladró una amarga risa:- No es tan noble después de todo, como resulta. Cuando pienso en todas
las veces que... -se detuvo, con la boca en una línea dura-. No importa. Va a pagar por esto.

-Lo que sea que le hagáis, también me lo haréis a mí.

-Decís eso ahora.

-Lo diré para siempre. No importa lo que hagáis. Lo amo, Jamie. ¿No podéis entender eso? -la
primera grieta apareció en su ira, y Elizabeth continuó-. Sois mi hermano, y siempre os amaré, y sé
que estáis haciendo lo que creéis que es mejor. pero si me obligáis a elegir entre los dos, elegiré a
Thom.

Palideció ligeramente.

Levantó la vista para ver que Joanna había aparecido en la puerta. ¿Cuánto había oído? Por su
expresión, probablemente suficiente.

-Estaba preocupada -dijo a modo de explicación. Salió, cruzando la distancia hasta donde estaban
en el pequeño patio. Tomó la apariencia desaliñada de Elizabeth-. Pensé que no ibais a hacer nada
precipitadamente –sin esperar una explicación -no había ninguna- se volvió hacia su marido-. ¿De
qué se trata realmente, James? ¿Por qué estáis tan en contra de esto? Sabéis que lo ama. ¿Estáis
tratando de rectificar vuestro error?

Cuando se dio cuenta de su significado, parecía horrorizado -absolutamente nivelado por la


acusación.

-¿Cómo podéis pensar eso? Sabéis que nunca he lamentado nuestro matrimonio por un momento.
Pero habéis oído los comentarios desagradables sobre su -brecha escandalosa de conveniencia-”
probablemente incluso más que yo. Sé lo mucho que os duele, y odio no poder protegeros de ello,
pero no puedo. Puedo hacerlo por Elizabeth. Sería aún peor para ella. Mucho peor. Las puertas
estarán cerradas.

-Abrirá otras -dijo Jo con su lógica-. Me han herido, pero no cambiaría nada por el mundo,
¿no lo véis? Y Elizabeth es más fuerte de lo que lo soy yo -hizo una pausa-. No estoy minimizando
sus preocupaciones, pero si lo entiende y está dispuesta a aceptarlo, ¿por qué no?

Él cambió su mirada primero:- Sólo quiero verla feliz.

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-Lo seré -dijo Elizabeth suavemente.

-Y Thom está bien por sí mismo -dijo Joanna-. Es un héroe. Puede que no sea tan malo como
pensáis.

Elizabeth y Jamie intercambiaron una mirada, la amenaza se cernió en el aire entre ellos. Jamie tuvo
la buena gracia de mostrar un matiz de vergüenza. Ambos sabían cómo reaccionaría Joanna si
Elizabeth le contara lo que Jamie había amenazado con hacer. Pero no lo hizo. Incluso si no lo
admitiera ahora, sabía que Jamie no diría una palabra sobre lo que había descubierto.

-Lo ha hecho bien -admitió Jamie-. Pero siempre habrá quien lo considere indigno.

-¿Y? -preguntó Elizabeth.

La pregunta colgó en el aire frío de la noche. Años de amistad, años de ira y odio, se unieron en una
pausa importante.

-Nada -finalmente admitió.

-Sé que queréis protegerla, James -dijo Joanna-. Pero ¿no tiene tanto derecho a ser feliz como
nosotros?

Fue el golpe final. Ambos sabían que Elizabeth había ganado. Pero el orgullo de su hermano se
había apoderado de esta noche, y no podía conducir en la hoguera. No necesitaba hacerlo.
Joanna también se dio cuenta. Siempre mediadora entre los hermanos cabezudos, dijo:

-Vamos adentro. Vamos a descansar un poco. Podemos discutir lo que hay que hacer por la mañana.

Por desgracia, la mañana resultó ser demasiado tarde. Cuando Joanna trajo la espada cubierta de
lino que había sido entregada a la abadía poco antes del amanecer, Elizabeth supo que Thom había
desaparecido.

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Capítulo 28
Thom no tardó mucho en darse cuenta de que había cometido un error. Su padre lo había resumido
sucintamente al oír la historia poco después de su llegada a Douglas:

-¿Le disteis una oportunidad a la muchacha? -la boca de Thom se cerró de golpe. Ambos sabían que
no-. Si la amáis tanto como yo creo que lo hacéis, deberíais haberte quedado y peleado. ¿Qué
demonios estáis haciendo aquí?

¿Era éste el mismo hombre que le había dicho durante años que un futuro entre él y Elizabeth era
imposible?

-Pensé que os alegraría que estuviera de vuelta. Pensé que queríais mi ayuda en la fragua.

-Me equivoqué -dijo su padre simplemente-. No pertenecéis aquí más que Johnny o yo
pertenecemos en el campo de batalla. Nunca seríais feliz aquí. Estabais destinado a algo más
grande. ¿No os convenció lo que hicisteis en Edimburgo?

-Sí, bueno, ya no es una opción. Así que si no me queréis, tendré que encontrar otro herrero que lo
haga.

Su padre le había dado una larga mirada, sacudió la cabeza como si no pudiera creer que un hijo
suyo pudiera ser tan obstinado, y se alejó.

Thom había hecho lo que siempre había hecho cuando necesitaba pensar. Empaquetó una bolsa e
hizo el viaje de media jornada a Sandford, justo a las afueras de Strathaven, donde había pasado dos
noches subiendo las rocas y llegando a la conclusión de que su padre tenía razón: estaba aturdido.
Si los hombres del rey no estaban esperando para arrestarlo cuando volviera a su casa, iba a saltar
de regreso a la perra que lo había traído aquí y regresar a Edimburgo. Aunque no pudiera convencer
a MacLeod de que lo dejara quedarse con la Guardia, incluso si tuviera que luchar contra Randolph,
y el rey le despojara de todo, encontraría una manera de proveerla.

En realidad, ya tenía una manera. La espada que había terminado para Douglas y había entregado a
Jo la mañana que había dejado había resultado aún mejor de lo que había previsto. Tal vez más
significativamente, se había dado cuenta de que le gustaba trabajar en ello. Lo había relajado -el
trabajo era extrañamente reconfortante- y le había dado algo para concentrarse en medio de las
intensas y exaltadas misiones de la Guardia de los Highlanders.

La herrería era una parte de él tanto como ser un guerrero. Siempre sería una parte de él, y ya no
sentía la necesidad de esconderse de eso. Su padre y Elizabeth tenían razón, podría hacer su fortuna
como un fabricante de la espada si quisiera. Podría cuidarla.
Si todavía lo quería, eso era. Zoquete cabezota.

Maldita sea. Su paso se aceleró cuando se acercó a la cabaña, de modo que, cuando por fin apareció
a la vista, prácticamente corría. Entonces, viendo el humo que salía por la ventana, corrió.
Maldito infierno, la casa se había incendiado. Cogió un cubo, lo llenó de agua de la cuba de los
animales de afuera, y corrió adentro. El cubo cayó a sus pies, empapando sus botas, pero apenas se
dio cuenta.

Su padre tenía los brazos alrededor de una mujer, que estaba cubierta de hollín. Si no hubiera

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llevado un precioso vestido de color rosa claro, recordándole la primera vez que la había visto en lo
alto de la torre hací tantos años, tal vez le hubiera llevado más tiempo reconocerla.
Elizabeth. Su pecho se enganchó a algún lugar cerca de su garganta. Aquí.

Tanto ella como su padre se habían vuelto al oír el ruido de la puerta -o tal vez el cubo cayendo- y la
expresión devastada de Elizabeth (su padre obviamente había estado tratando de consolarla) parecía
peligrosamente cerca de las lágrimas.

-¿Qué pasa? -preguntó, aliviado al verla superada por el temor de que pudiera resultar herida.

-La muchacha está bien -dijo su padre, respondiendo por ella-. Estaba haciendo algo para romper
nuestro ayuno. El pan acaba ser muy muy hecho.

-¡Lo quemé! -dijo Elizabeth-. Quería que fuera una sorpresa, y ahora está arruinado.

Thom no tenía ni idea de lo que estaba hablando. Su padre explicó.

-Le dije que vuestra madre solía poner mantequilla y azúcar en el pan del día y calentarlo en el
horno de pan, y que era vuestro favorito.

¡Cristo, con todo el humo que salía del horno, debió haber usado una libra de azúcar!

-Y me olvidé de ello -añadió Elizabeth-, porque la gachas empezaron a pegarse a la olla.

Thom echó un vistazo a la masa de goma ennegrecida en la olla, pensó que era la gachas de avena y
no necesitaba preguntarse por qué. Asqueroso. Podría haber hecho una mueca si su padre no le
hubiera lanzado una mirada de advertencia. Con un par de palmadas más en su delgada espalda, su
padre le dijo:

-Estoy seguro de que estará delicioso.

Si su padre pensaba que Thom se iba a comer eso, era él quien estaba aturdido. Diablos, Thom ni
siquiera le dio la avena a la mierda que había montado aquí que le había disparado más de una vez.

-¿Por qué estáis aquí, Elizabeth?

Él quería decir por qué estaba en la cocina de su padre, lo que, según su conocimiento, nunca
había hecho antes, pero obviamente lo tomó de un modo más general:- ¿Creíais que os dejaría
escaparos tratándome tan deshonrosamente? -miró a su padre como diciendo mirad-. Me dejasteis.
Me abandonasteis después de arruinarme -se volvió hacia su padre.

-Y más de una vez, lo sé -agregó su padre con una mirada de castigo en la dirección de Thom
mientras la tomaba en sus brazos para darle una palmada en la espalda de nuevo.
Cristo, ¿su padre estaba realmente comprando esta tontería?

-No os preocupéis, muchacha, veré que lo haga bien. Aunque tenga que arrastrarlo al kirk yo
mismo.

Aparentemente sí.

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Elizabeth aventuró una mirada en la dirección de Thom, y podría haber jurado que la vio sonreír.
Estaba sonriendo, se dio cuenta:- ¡Me sedujo!

Su padre parecía horrorizado por la sugerencia:- Me avergonzáis, muchacho. Mirad esa cara -
inclinó el rostro manchado de hollín de Elizabeth a Thom-. Un cordero inocente como...

Thom soltó un bufido y ambos le lanzaron una mirada: la de Elizabeth era más fruncida.

-No creáis que esa pequeña princesa perfecta actúa -dijo Thom-. Me engañó por un tiempo. Pero
ahora lo sé mejor. No es perfecta en absoluto. ¿Visteis esa gachas?

El jadeo de indignación de Elizabeth no pudo ocultar su alegría. Comprendió: la amaba, no la


bonita marioneta que había visto en el castillo hacía tantos años.
La mirada en sus ojos... Era como si todo el amor que sentía por él lo miraba fijamente. Lo humilló.

-Me temo que tiene razón -dijo ella con una mirada de arrepentimiento encantador hacia su padre-.
Lo seduje. Pero ha sido muy poco galante por su parte señalar eso, ¿no os parece?

Thom pudo ver a su padre luchando en carcajadas. Sus ojos brillaban cuando la miró. La besó en la
cabeza y la soltó:- Dejadme saber si necesitáis mi ayuda, que no es tan grande que no pueda llevarlo
si es necesario, pero no creo que vayáis a tener problemas para llevarlo a ese kirk.

Un momento después su padre se había ido. Sin su presencia, parecía haber perdido una gran
cantidad de certeza, y la mirada que encontró con Thom era vacilante y vulnerable.

-Me gusta vuestro padre.

-A mí también -se había olvidado de cuánto. La torpeza que había estado entre ellos no parecía
estar allí más. Tal vez ambos se entendieron un poco mejor ahora.

-Os fuisteis -dijo suavemente.

-Volví.

-¿Lo hicisteis? -asintió, y ella se encontró con sus brazos abiertos. Un momento después, la besó, y
unos momentos después, la llevó a su cama. El miedo de los últimos días al pensar que la había
perdido parecía haberlo alcanzado a la vez.

Claramente no era tan honorable como le gustaba pensar, porque ni siquiera vaciló. Puede que no
estuvieran casados o ni siquiera oficialmente prometidos, pero le pertenecía en todos los aspectos
que importaban. Y necesitaba la conexión, necesitaba sentirse moviéndose dentro y fuera de su
cuerpo, necesitaba escuchar sus gritos de placer mezclándose con los suyos mientras subían el pico
más alto juntos y se disparaban.

Fue más tarde, mucho más tarde, cuando finalmente encontró su voz. Estaba acurrucada contra él,
sus faldas manchadas de hollín aún enredadas alrededor de sus piernas. Había tenido demasiada
prisa para quitarse la ropa, no porque parecía importarle. También había tenido prisa.

-¿De verdad me lo daríais todo, Ella? ¿Los castillos, los vestidos finos, las joyas, vuestra posición
en la sociedad, para vivir en una pequeña casa como esta y aprender a cocinar y limpiar?

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Dejó de doblar con el dedo el pecho para mirarlo:- No creo que tenga que aprender mucho en la
limpieza -su nariz arrugada en la forma en que amaba mientras miraba a su alrededor la cama que
no se había molestado en ordenar antes de que se fuera o la ropa que salpicada alrededor- y estoy
segura de que mi cocina va a mejorar.

Como dudaba que pudiera ponerse mucho peor, probablemente tenía razón.

-Tendremos que compraros vestidos negros -dijo con ironía, lo que le valió un golpe
sorprendentemente duro en las costillas.

-Ay -dijo, poniendo una mano sobre el área.

Puso los ojos en blanco:- No seáis tan malo. Tendréis que ser mucho más duro que eso si vais a
lograrlo. . . ¿Cómo lo llaman? ¿Infierno? ¿Perdición? Algo como eso.

Frunció el ceño:- ¿De qué estáis hablando?

Se mordió el labio, que sospechóera más por el efecto que por una verdadera contrición.

-Puede que no haya sido completamente receptiva sobre nuestras circunstancias futuras

Arqueó una ceja:- ¿Está bien?

Ella sacudió su cabeza:- Os lo daría todo, pero resulta que no será necesario. Jamie lo explicó todo.

-Estoy seguro que lo hizo -dijo amargamente.

Negó con su cabeza:- No dijo nada sobre lo que.... Quise decir que le explicó al rey y a Tor
MacLeod por qué os fuisteis tan de repente y sin palabra... no podéis hacer eso, ya lo sabéis -le
dirigió una mirada aguda y luego se encogió de hombros-. Una emergencia en casa, creo -sonrió-.
Si alguien pregunta, podemos decir que fue un incendio.

Thom no podía creerlo. ¿Douglas no había dicho nada? ¿No lo había destruido? ¿Le había cubierto
las espaldas?

Su mirada se posó sobre la de ella:- ¿Qué hicisteis?

Elizabeth se encrespó con un delicia:- De verdad, Thom, estoy muy ofendido. No hice nada más
que razonar con él.

Douglas no razonaba. Thom la estudió un poco más:- Le dijisteis a Jo.

Se rio:- No,pero lo habría hecho. No, de verdad. Yo no hice nada. Sólo le dije que os amaba y me
casaría con vos, tanto si os destruía o no, y que si tuviera que elegir entre vos y él, os elegiría a vos -
no había pensado que su corazón fuera capaz de apretarse tan fuerte-. James os está esperando en en
el Castillo de Park ahora mismo.

Todos esos buenos sentimientos se evaporaron inmediatamente:- ¿Para qué demonios?

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-Para vuestra petición formal de casartos conmigo -sostuvo su mirada-. Yengo muy buena autoridad
para aceptarlo.

-¿Randolph?

-Cuidado.

Thom hizo una mueca, no le gustaba la idea de estar en deuda con Douglas más de lo que ya estaba.
Cristo, a esta velocidad probablemente tendría que nombrar a su primogénito Santiago.

-¿Cuánto costó?

Se encogió de hombros:- No tanto como creeríais. Tuvimos ayuda. Pero tendremos que dejar las
noticias del compromiso por un tiempo. Cuando terminéis con vuestro entrenamiento el próximo
mes será pronto.

-Parece que todo está planeado. ¿No puedo decir nada al respecto?

-Ya lo habéis hecho.

-¿Sí?

-Os dije que iba a casarme con vos cuando tenía seis años. Si quisierais objetar tuvisteis dieciocho
años para hacerlo.

Pero no tenía intención de objetar. Se casaría con ella y la tendría por el resto de su vida.

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Epílogo

Castillo de Park, un mes después

Elizabeth estaba mirando por la ventana de la torre de nuevo, pero esta vez sabía exactamente lo
que estaba buscando, o más bien a quién.

Se volvió hacia Jo, que estaba sentada junto al fuego trabajando con una sombrero para el bebé.

-Jamie dijo que ya estarían aquí. ¿Creéis que ha pasado algo?

-Tenéis que calmaros, Ella, no es bueno para... -se detuvo de repente como si recordara algo-.
Tenéis que aprender a ser paciente si vais a estar casada con un guerrero. Estas cosas nunca van
según lo planeado.

Elizabeth se dejó caer en una silla, sin ocultar su frustración:- Pero no soy paciente. Odio esperar y
no saber. Nunca me he dado cuenta de lo difícil que debe ser para vos. ¿Cómo lo hacéis?

-Trato de no pensar en ello. Me di cuenta de que no estaba haciendo ningún bien para mí para
preocuparse a mí mismo con la muerte. Uilleam ayuda a mantener mi mente fuera de las cosas -
miró a Elizabeth a propósito, como si estuviera entendiendo algo.

Elizabeth frunció el ceño:- Sí, puedo ver por qué. Es como un puñado de Hugh y Archie -se
estremeció-. Cuando tenga hijos, voy a ser mucho más firme con ellos.

Joanna parecía que se estaba ahogando en algo antes de que se las arreglara:- Querré ver eso.

Elizabeth suspiró:- Me gustaría que Thom hubiera podido regresar de entrenar en Skye antes de que
lo hubieran llamado en una misión con James. Hace más de tres semanas que se ha ido.

-Volverán pronto.
Jo tenía razón. Cuando la llamada sonó desde el patio de abajo unos minutos más tarde, Elizabeth
ya estaba a medio camino de las escaleras.

-¡Cuidado! -gritó Jo detrás de ella, pero Elizabeth no estaba escuchando. Todo lo que podía pensar
era...

En el momento en que corrió al patio lo vio. El impacto de la emoción que la golpeó fue como un
golpe físico. Aterrizó sobre su pecho con la fuerza de un martillo. Estaba aquí. Sucio, cansado, un
poco canoso. Su cabello era más largo de lo que lo había visto y su mandíbula parecía que no había
visto una maquinilla de afeitar en una semana, pero estaba aún más guapo de lo que recordaba. Pero
nada de eso importó. Lo único que importaba era que estaba a salvo... y por la apariencia de él en
buena forma. En muy buena forma. Si era posible, parecía aún más imponente físicamente. Parecía
un guerrero de élite de la Guardia de los Highlanders.

El alivio era tan abrumador que casi la llevó a sus rodillas.

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Hizo un ruido y miró por encima de su conversación con Jamie, una conversación
sorprendentemente desenfrenada, cuando la notó , para verla allí de pie. Cuando sonrió, sus piernas
parecían recordar finalmente cómo moverse. Corrió por el patio y se arrojó a sus brazos.

En el momento en que se cerraron a su alrededor, la emoción que había estado tratando de controlar
se desató en un torrente de lágrimas.

La sostuvo por un minuto, apretándole las palabras suaves y susurrantes en su cabello mientras le
besaba la parte superior de la cabeza. Olía a caballo, cuero y viento, y nada había olido tan bien.
Quería aferrarse a él para siempre.

Le tomó un momento, pero finalmente sintió el temblor en su pecho y se dio cuenta de que estaba
riéndose.

Cuando lo miró, aprovechó la oportunidad para darle un beso demasiado rápido en la boca, cuando
lo único que quería hacer era derretirse en él (sin duda sabía que su hermano estaba de pie junto a
él).

-¿No estáis contenta de verme? -dijo, con los ojos brillantes. Sintió el extraño impulso de pisarle el
pie.

-¡Lo estoy, desgraciado!

-Pensé que no llorabais.

-No lo hago -se secó los ojos furiosamente-. No sé qué me pasa. Lloro todo el tiempo últimamente.

-Estaréis bien pronto -dijo Jo, acercándose detrás de ella-. ¿La misión con el conde de Carrick fue
bien? –le preguntó a su marido.

Todas las mujeres sabían que había sido una incursión en Inglaterra.

-Bien -dijo Jamie con una extraña mirada en dirección de Boyd-. Tuvimos alguna ayuda de
Randolph y sus hombres.

Elizabeth miró a Thom, pero negó con la cabeza, diciéndole que había estado bien. Aparentemente,
según James, no había resentimiento entre Randolph y Thom. Randolph aparentemente consideró su
gracia hacia el hombre que ahora se casaba con su ex prometida como recompensa por Thom salvar
su vida.

-Ahora he salvado la suya -dijo Randolph.

Thom había discrepado que una batalla entre ellos sería tan unilateral, pero Elizabeth acababa de ser
aliviada de que Randolph no había dejado su guante a los pies de Thom y exigiendo justicia o
alguna otra forma de satisfacción de caballeros y la obligó a averiguar.

Sospechaba que tenía que agradecer a Izzie por eso. Si no hubiese discutido todavía con el lujoso
caballero, pronto lo haría.

Elizabeth se alegró de no preocuparse por Randolph. Evitar que Thom y Jamie llegaran a los golpes

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había sido bastante difícil. Aunque estaba aliviada al ver que ya no parecía el caso. Elizabeth no
comprendía perfectamente los vínculos que los hombres parecían formar en la guerra, pero si
ayudaba a restaurar algo de la antigua amistad entre ellos, estaba agradecida por ello.

Jo había organizado un banquete para los hombres cuando llegaron, y Elizabeth dejó de llorar y
soltó a Thom el tiempo suficiente para saludar a algunos de los otros mientras que caminaban hacia
el Gran Salón. La mayor parte de la Guardia ya había ido a Dunstaffnage para dar su informe al rey
antes de regresar a sus familias por unos días, pero Boyd y Lamont habían acompañado a Thom
hasta Douglas y seguirían con sus familias mañana.

Elizabeth tenía ganas de reunirlos a todos en un par de semanas para su boda, que se llevaría a cabo
-convenientemente- en Edimburgo en la abadía bajo la sombra del gran castillo que Thom había
ayudado a restaurar en Escocia.

Jamie lo habría retrasado por más tiempo aún para evitar la mancha de escándalo después del
encierro roto, pero con los ingleses planeando marchar al norte en junio, sabía que los hombres
serían llamados en cualquier momento. A Elizabeth no le importaba lo que la gente decía. Se habría
casado con Thom el día que la hubiera pedido, si Jamie la hubiera dejado.

Una vez que se sentaron, finalmente tuvo la oportunidad de hablar con él.

-¿Estáis bien? -dijo, buscando cualquier señal de lesión.

-Muy bien -dijo, apartando unos cuantos mechones de su mejilla para meterlos detrás de la oreja-.
Su pulgar se demoró lo suficiente para acariciar su mejilla-. Pero os extrañé.

Su pecho apretaba la mirada cariñosa en sus ojos. Se apretó con otra cosa también, pero gracias a
Jamie tendría que esperar. Había hecho que Thom estuviera de acuerdo en que no tenía motivos
para entrar en ellos otra vez antes de la boda, y Thom estaba ahora obligado por el honor de cumplir
su palabra.

Su argumento de que el caballo ya había salido trotando fuera del establo se encontró con
extremadamente castigador fruncir el ceño de ambos.

Las próximas semanas iban a ser una tortura.

-Yo también os extrañé. ¿El entrenamiento no fue demasiado difícil? -preguntó.

Le dirigió una mirada irónica que decía lo contrario:- Sobreviví -¿Por qué creía que había dejado
un apenas allí?-. Pero no es algo que esté ansioso de repetir.

-¿La natación? -sabía que había estado preocupado por eso.

No se molestó en esconder su mueca:- Digamos que ahora soy mucho mejor, más rápido, pero
siempre prefiero las montañas al mar.

Sabiendo que sólo había mucho que podía decirle, no le preguntó nada más, pero prometiéndole o
no, tenía la intención de hacer una inspección muy minuciosa de él más tarde.

No se había dado cuenta de que había estado mirando la puerta hasta que Thom preguntó:

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-¿Esperáis a alguien? -se encogió de hombros, lo que sólo pareció aumentar su curiosidad.

-¿Espero no tener motivos para estar celoso? –podía haber habido cierta agudeza en la pregunta
detrás del tono perezoso.

Tenía que morder el interior de su boca para no reír y no pudo resistirse a burlarse de él:- Bueno, él
es muy guapo y talentoso y está haciéndome un gran favor.

Al parecer, no estaba de humor para bromas. Había sido demasiado tiempo para ambos:- Elizabeth -
le advirtió.

-Ahí está.

Los ojos de Thom se movieron hacia la puerta y un momento después, su mirada se volvió hacia la
suya:- Quién?

-”Ambos, pero en este caso me estaba refiriendo al más joven de los dos.

Su padre y Johnny acababan de entrar en la habitación, Johnny llevando su favor. Elizabeth se


apresuró a saludarlos, y dejó un espacio a su lado y Thom en el banco para que se sentaran. Si a
alguien le parecía extraño que el herrero del pueblo y su hijo estuvieran sentados en la mesa alta,
nadie dijo nada.

-¿Estáis listo? -preguntó a Johnny.

El hermano menor de Thom asintió:- Sí.

Se la entregó, y ella a su vez la entregó a Thom:- ¿Qué es esto? -preguntó, mirando el largo paquete
envuelto en lino.

-Un regalo. Algo que demuestra lo orgullosa que estoy de vos.

Lo tomó en sus manos. Habiendo hecho suficiente de ellos -incluyendo la que no había abandonado
el lado de Jamie desde que se le había dado (y había inspirado toda la envidia que Elisabeth sabía
que lo haría)-. Thom tenía que saber lo que era.

Le lanzó una mirada interrogante y la soltó. Jamie y Jo sabían lo que había hecho, pero los demás lo
miraban con interés mientras sacaba la larga espada.

Era casi parecida a la que Thom había hecho a Jamie en habilidad y diseño. La hoja era fuerte y
perfectamente equilibrada y pesada, el mango era apretado y moldeado para su mano, y la
empuñadura y la vaina estaban decoradas con suficiente oro y piedras preciosas para ser apto para
un rey. De hecho, sospechaba que cuando el rey lo viera, estaría exigiendo que Thom terminara el
que había prometido hacerle después de haber visto la de Jamie.

Un día Johnny podría incluso superar a su hermano en la fabricación de la espada. Pero el diseño y
la escena y las palabras grabadas en la hoja, eso era todo. Tal vez Thom no sería el único de la
familia que fabricaba espadas para los reyes.

No estaba segura de haber visto a Thom sin habla alguna vez, antes de ver la imagen del famoso

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castillo de la roca grabado en la hoja.

-¿Vos hicisteis esto?

Ella sonrió con placer. El trabajo con la espada la había mantenido ocupada, pero también le había
gustado. Mucho. Suficiente para hacerla esperar que pudiera mantenerla ocupada un poco más en el
futuro.

-Johnny y yo trabajamos bien juntos -dijo con un guiño en la dirección de Johnny.

Ya tenían planes para unos cuantos más. Thom estaría ocupado en los próximos meses preparándose
para la guerra y así lo haría ella. Había encontrado una cura para su inquietud, aunque sospechaba
que podría tener algo que ver con el hombre a su lado también.

-Espero haber hecho las palabras correctas -dijo Johnny-. Lady Elizabeth dijo que teníais afinidad
con el francés -Elizabeth intentaba no reírse.

Thommy le lanzó una mirada:- Lo hizo, ¿verdad?

-Dice: subid alto donde lleva el honor -tradujo.

Sus ojos se sostuvieron:- Es perfecto -dijo, su voz ronca-. Gracias.

Asintió. Al ver lo emocionado que estaba, su pecho se hinchó hasta reventar. Pero entonces una de
las sirvientas pasó con una bandeja de cordero y fue su estómago el que se hinchó y volteó al revés.
La oleada de náuseas la golpeó tan fuerte que tuvo que agarrar el borde de la mesa para
estabilizarse.

Thom la alcanzó:- ¿Qué es? ¿Qué pasa?

-El olor -dijo, luchando para mantener el contenido de su estómago en su sitio-.

Thom debía de parecer tan preocupado que hizo que Jo se apiadara de él, de ambos, porque
Elizabeth no estaba al tanto de lo que ocurría. niThom.

-Pienso que deberíais celebrar a la boda en una o dos semanas -dijo Jo a su marido.

-¿Por qué? -preguntó Jamie.

Jo miró a todos como si no pudiera creer que pudieran ser tan necios. Sólo el padre de Thom parecía
haberlo adivinado, y estaba casi tan pálido como Elizabeth:- Porque como sea, vuestro primer
sobrino o sobrina va a ser terriblemente grande dentro ocho meses.

Elizabeth estaba aturdida, pero se recuperó rápidamente. Sin embargo, su futuro marido, futuro
cuñado, futuro suegro y hermano no demostraron tal resistencia. ¡Bien, nunca había visto tantos
hombres grandes parecer desmayarse antes!

-¿Están bien? -preguntó Jo preocupada.

-En unos ocho meses espero que sí. Preparaos...

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No tuvo la oportunidad de terminar antes de que empezara el alboroto. Thom gruñó para que
alguien le trajera una almohada-diez almohadas, ¡maldita sea! -no escuchaba cuando dijo que no
necesitaba una. Jamie pidió vino, ya fuera para él o para ella, no estaba segura. Y Johnny y El Gran
Thom se turnaban para preguntarle si necesitaba algo y si se sentía bien, cada cinco minutos.
Serían ocho meses largos.

Pero la buena noticia fue que unos días después se encontró frente a un sacerdote con Thom, su
hermano y su cuñada a su lado, como lo habían hecho todos esos años, repitiendo los votos que la
atarían al noble que había capturado su corazón cuando la había rescatado de un árbol.
Le había llevado un tiempo reconocerlo, pero nunca lo olvidaría de nuevo. Thom siempre había
sido su roca, y ella se aferraba a él para siempre.

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